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DREWERMANN

Psico-

ramaun

ideal

E U G E N DREWERMANN

ClrigosPsicograma de un idealTraduccin de Dionisio Mnguez

CRCULO DE LECTORES

NDICE

Prlogo: El prroco de Ozern: la meta no coincide con la salida I. OBJETIVOS Y METODOLOGA

9 19 41

II. EL DIAGNSTICO A) Los elegidos, o la inseguridad1. LA CONTRAFIGURA DEL CHAMN

ontolgica

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1. 2.2. 3.

Del sueo a la decisin consciente Mediacin objetivada en el ministerio

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LA CONTRAFIGURA DEL JEFE ESTRUCTURA, DINMICA Y MENTALIDAD PSQUICA DEL CLRIGO: EXIS-

TIR POR LA FUNCin I. Fijaciones ideolgicas y resistencia al trato con el otro II. La existencia alienada 1. Nivel de pensamiento a) Jerarquizacin de la vida en la Iglesia catlica Primer caso: Condena pblica de Stephan Pfrtner y otros telogos Segundo caso: Resultados del Snodo de Wrzburg... b) Degradacin de la fe en doctrina terica Despersonalizacin como norma del pensamiento .... Razn e historia en el pensamiento clerical Sustitucin de los argumentos por la prepotencia del poder administrativo 2. Una vida simblica: la existencia como metfora a) Determinacin del espacio: el hbito clerical b) Determinacin del sentimiento: prohibicin de las amistades particulares

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Indtce c) Determinacin del pasado: separacin de la familia ... d) Determinacin del futuro: imposicin del juramento . e) Determinacin de la actividad: la huida hacia el ministerio 3. Relaciones en el anonimato: la funcin como contacto ... a) Principio de disponibilidad b) Cinismo del funcionario c) Ambigedad frente a los superiores d) Inviabilidad del centralismo autoritario e) Cisternas secas: la tragedia del doble compromiso f) Temor al compromiso y soledad g) El pastel y el ltigo 199 209 215 228 229 232 234 239 242 249 253

ndice 2. Sumisin pasiva de la voluntad ventajas de la dependencia a) Intimidacin autoritaria, ruina del sentimiento de autoestima b) Identificacin con el modelo: actitud tipo Francisco c) Quiebra de la capacidad personal de juicio IV. Castidad y celibato: conflictos de la sexualidad edpica.. 1. Sentido y absurdo de las decisiones, orientaciones y actitudes eclesisticas a) Superacin de la finitud y lucha contra las religiones de fertilidad b) La imposicin compulsiva de la Gran Madre y ciertas caractersticas de la devocin a Mara 2. Porque no aman a nadie, creen que aman a Dios (Lon Bloy) a) La inmadurez impuesta y sus artimaas en la vida de los padres y en la vida de los elegidos El matrimonio catlico ejemplar La transmisin del miedo b) Fantasas masturbatorias de una vida pura c) Escapatorias homosexuales: un tab especfico de la profesin d) Relaciones en el mbito de lo prohibido e) Fidelidad e infidelidad- culto a la muerte y bondad del ser III. PROPUESTAS TERAPUTICAS: DE LA APORA A LA APOLOGA DE LOS CONSEJOS EVANGLICOS A)1. 2. 3.

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423 424 432 439 445 445 446 465 485 486 488 496 512 526 546 565

B)

Condiciones de la eleccin: psicologa dinmica sejos evanglicos

de los con259259

1.

TRASFONDO PSICOGENETICO: ASIGNACIN DE FUNCIONES EN LA FAMILIA

I. II.

Exigencia rigurosa y exceso de responsabilidad Reparacin de la realidad de la existencia: origen infantil de la ideologa clerical del sacrificio III. Variaciones de la responsabilidad: el sndrome del salvador . IV. Can y Abel: la funcin de los hermanos 1. La eterna historia de Can y Abel: confrontacin entre el bueno y el malo 2. Confrontacin entre el mayor y el menor 3. Confrontacin entre el sano y el enclenque 4. Confrontacin entre el guapo y el feo 5. El factor religioso

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585 . 587605 616 635

2.

LIMITACIONES DE LOS ESTADIOS ESPECFICOS: MISERIA Y NECESIDAD DE UNA VIDA MONSTICA

Cul es realmente

la salvacin que ofrece el cristianismo?

Funcionahzacin de un extremo: el verdadero problema de los consejos evanglicos II. Pobreza: conflictos de orahdad 1. Disposiciones eclesisticas y sus deformaciones: el ideal de la disponibilidad 2. Del ideal de la pobreza a la miseria de lo humano a) Hansel y Gretel: el factor de la pobreza externa b) La muchacha sin manos: pobreza espiritual y miedo al demonio c) De la coaccin a la anulacin personal y a la infelicidad III. Obediencia y humildad: conflictos de anahdad 1. Prescripciones y disposiciones eclesiticas: el ideal de la disponibilidad

I.

332 357 357 372 374 386 391 402 402

UNA POBREZA QUE HACE LIBRE UNA OBEDIENCIA QUE ABRF, Y UNA HUMILDAD QUE EXALTA UNA TFRNURA CREADORA DE SUEOS, Y UN AMOR QUF ABRE CAMINOS

B) Reflexiones extemporneas sobre la formacin de los clrigos. Ideas para un viraje en la historia de las religiones 6571. 2. PFRDIDA DF UNA MSTICA DF LA NATURAI EZA SUBJETIVIDAD FSENCIAI DE LA FF- JUSTIFICACIN DF LA PROTFSTA PROTESTANTE 672 659

Lista de abreviaturas Notas

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Prlogo EL P R R O C O D E O Z E R N : LA M E T A N O C O I N C I D E C O N LA S A L I D A

Slo obra bien el que se desarrolla a s mismo (Proverbio budista)

Es medioda. El sol brilla en todo su esplendor y, al abrigo de un tupido follaje de color verde intenso, los grillos, las currucas y los mirlos guardan silencio para escuchar el canto de [...] un solista [...] In supremae nocte cenae Recwnbens cum fratribus [...] (Durante la ltima cena, recostado con sus hermanos [...]) Seor, t ests con nosotros, sentado a nuestra mesa; en aquella noche de la ltima cena, quisiste llamarnos tus hermanos. El viento sopla igual que fluye el agua, los avellanos ya estn a punto de reventar; juncos, hierbabuena, gramas y campnulas alfombran las calles polvorientas. Con su rtmico vaivn, la procesin avanza. Corretean los nios, ahora en cabeza, ahora en cola. Los estandartes dibujan sin parar sus evoluciones por medio de la calle. Los ramos que se cortaron ayer, todava frescos; adornan los muros con una tupida malla verde. Las mieses ya estn a punto, como una mesa engalanada para el gran convite. Observata lege plene Cibis in legalibus [...] (En estricta observancia de la ley, con los manjares prescritos [...]) Hay infinidad de rosas, toda una cascada de rosas, en la esquina de la vieja torre. Una cascada de rosas rojas, como si hubiera llovido

Para Florence

Boensch

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fuego. Dos lirios asoman por entre dos candelas encendidas de color rojizo. Un gato chiquitn juega a enroscar su cola en ellas, arqueando graciosamente el lomo. Y un perro bonachn, al que los nios le han colgado una cruz del mrito, contempla embelesado el desfile, mientras no deja de mover la cola en seal de satisfaccin. Todos participan en la fiesta en honor del cielo, que no desprecia a nadie, ni al perro, ni al gato, ni a la avispa que, bajo una encina, se enzarza en una lucha con el algavaro. Cibum turbae duodenae Se dat suis manibus [...] (Como alimento, a los Doce se da con sus propias manos [...]) Qu cancin tan maravillosa! Seor, que con tus propias manos diste de comer a tus elegidos, lo nico que nos falta es entrar en el gozo eterno. As describe el poeta de origen vasco-francs Francis Jammes una procesin popular del Corpus en su novela El prroco de Ozern, escrita hace ms de medio siglo1. Para Jammes, esa procesin era el trasfondo, la expresin ms real de lo que significaba para l la figura del sacerdote, del prroco. En la presentacin de Francis Jammes, el sacerdote es un smbolo, el representante, ms an, el fiador espiritual de un mundo que, a pesar de la debilidad y el pecado del hombre, no est dejado de la mano de Dios. En la poesa de Jammes, la creacin entera, todos los seres, son el ms encendido elogio a la felicidad y a la belleza, un himno interminable de agradecimiento y de alabanza por el maravilloso don de la existencia. Es verdad que la vida, en sus profundidades, slo se mantiene a travs de la lucha cotidiana y de la inexorable presencia de la muerte; pero no es menos cierto que ese ramo recin cortado rinde, con su ltima savia, un homenaje pasajero a su creador. Como con un soplo de ternura, las manos invisibles de Dios abrazan y acarician todo lo que posee un hlito de vida. Con todo, la figura del sacerdote slo puede prestar al hombre una posibilidad de comprender la invisible realidad de lo divino, si en ella van unidos el fuego de la rosa, la pasin del amor, la blancura de los lirios, la pureza y la inocencia. El sacerdote debera ser el lugar en el que Dios se transforma en pan del hombre, donde Dios se despoja de su grandeza e inaccesibilidad para hacerse a nuestra medida y convertirse en nuestro alimento cotidiano. Y, en perspectiva inversa, la ben-

dicin del sacerdote debera santificar el pan del hombre, para transfigurarlo en un lugar en el que lo divino pueda manifestarse. Todo sera realmente maravilloso: el mundo en su totalidad, un sacramento; cada uno de sus componentes, una ilustracin y un gesto del misterio divino; cada rincn del universo, un tmido barrunto de la eternidad hecha presencia. De ese modo, en el canto del sacerdote se revela y se hace palabra el silencioso y mudo concierto de la creacin: la armona de una fraternidad entre las creaturas, el mundo entero como un inmenso cenculo de Jueves Santo, cada barrio y cada casero como el vestbulo de la Jerusaln celeste. En las manos del sacerdote, tal como lo presenta Francis Jammes, todo recobra su equilibrio y respira la paz del cielo; con la fuerza de su palabra, el desesperado cobra aliento, el culpable experimenta el perdn, y el moribundo se hinche de esperanza. En los ojos de un sacerdote, el mundo se hace transparente hasta sus cimientos y, aun en plena oscuridad, trasluce un tenue resplandor de estrellas. En este sentido, Ozern es cualquier sitio en el que la figura del sacerdote roza la intimidad del alma humana, invitndola a interpretar su propia existencia como un camino de santificacin y accin de gracias, como una hermandad universal que slo espera el momento de la muerte para sumirse en esa esfera de lo eterno, cuya promesa es el banquete sagrado. Pero, a pesar de todo, Ozern sigue estando para nosotros, hombres de hoy, infinitamente lejano. Sera, ciertamente, muy atractivo y gratificante prolongar esta lnea de reflexin sobre la figura del sacerdote, bajo la gua de una persona tan sinceramente religiosa y de tan fina sensibilidad potica como Francis Jammes. Para el propio poeta, esta clase de reflexin lleg a ser tan importante que, por influjo de la espiritualidad potica de Paul Claudel y despus de largos aos de sufrimiento y perplejidades, termin por convertirse al catolicismo2. Deseaba fervientemente que el mundo fuera como debera ser, para dar testimonio de lo divino: un mundo que, en virtud de su dinamismo, considerara al sacerdote como deputado para santificar la existencia de todo lo que tiene vida, para bendecir sus esfuerzos, colmar sus lagunas y purificar sus decisiones. Sera preciso rescatar para el presente algo de ese mundo soado por Francis Jammes. Pero eso es absolutamente imposible. Es evidente que de la poesa de un autor tan entraable, tan sensible y tan comprensivo no es fcil derivar caminos que conduzcan direc-

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tamente a la realidad. Y la razn no es precisamente la distancia cronolgica que nos separa de aquel idilio de aldea del sur de Francia, el Ozern de Francis Jammes, donde las golondrinas revolotean nerviosas en torno a la torre de la iglesia como mensajeras de los dioses, y donde el beso de los amantes es como si brotara de los propios labios de Dios. La razn es, ms bien, el profundo cambio espiritual de nuestros das, que nos ha llevado a proyectar en la figura del sacerdote unas pretensiones, si no distintas, desde luego ms radicales. Como ya observaba Georges Bernanos en su Diario de un cura rural, han pasado los tiempos en los que, por lo general, los obispos enviaban a las aldeas verdaderos prrocos, de la talla del de Torcy. Hoy da, a falta de fuertes personalidades aptas para el ejercicio del ministerio, lo normal es que se enve a la via del Seor meros nios cantores3. As suceda ya hace ms de cincuenta aos! Ahora bien, la verdad de esta observacin radica no en la creciente neurastenia de las nuevas generaciones de sacerdotes, sino en el sirnple hecho de que ya son agua definitivamente pasada los tiempos en los que el seor cura, como guardin oficial del orden establecido o, en cierta manera, como delegado ltimo de la clase dirigente, constitua el centro espiritual de la vida de su parroquia. Hoy da, doscientos aos despus de la Revolucin francesa, nadie estar dispuesto a aceptar la palabra de un prroco por el simple hecho de que es la palabra de un sacerdote. La confianza en una persona, o el hecho de dar crdito a su palabra, ya no depende de su funcin o de su estatuto social, sino de sus cualidades personales. Por eso, precisamente, no es posible entender hoy el lenguaje de Francis Jammes, de Georges Bernanos o de Paul Claudel ms que como una pura reminiscencia nostlgica. La distancia cronolgica no hace ms que subrayar con toda crudeza esa constatacin. En los sentimientos ms profundos de nuestra sociedad se ha instalado un desencanto fundamental con respecto a la institucin del sacerdocio catlico, algo as como una desmitificacin del estado clerical, una absoluta secularizacin tanto en la manera de percibirlo tericamente como en el modo de relacionarse con l en la vida prctica. Y lo ms curioso es que ese cambio de mentalidad discurre en estrecho paralelismo con una profunda interiorizacin de toda la vida religiosa. El problema que se le plantea actualmente al estado clerical no es el derrumbamiento de la llamada Iglesia popular, que la ha reducido a un simple archipilago de islas inquebrantablemente catlicas; al contrario, lo que hoy socava mortalmente a

esa Iglesia, e incluso hace imposible una vuelta atrs, es la aversin innata hacia un orden fundado exclusivamente en exterioridades, hacia toda autoridad que no sea internamente creble, y hacia toda forma de religin impuesta por instancias administrativas y que no sea ratificada y llevada a la prctica por la propia persona. Con eso, el problema de la psicologa del estado clerical adquiere una relevancia de primer orden y se presenta, cada da ms, como el verdadero punto dbil de la Iglesia catlica. Porque, en la medida en que la Iglesia se considera esencialmente representada y constituida por sus clrigos, participa necesariamente en la misma falta de credibilidad que hoy da se atribuye a esos clrigos, como corporacin. Y no es que las novelas de Francis Jammes o Georges Bernanos hayan perdido, de la noche a la maana, su puesto en la historia de la literatura; lo que pasa es que no se las puede seguir leyendo sin darse cuenta del derroche de lirismo o de realismo con el que ah se tratan y se proyectan en un mundo de clara inaccesibilidad metafsica ciertas cuestiones psicolgicas, que slo podran resolverse satisfactoriamente, con los pies en la tierra y a nivel puramente humano, por medio de la psicoterapia y de la accin pastoral. Hace unos quince aos organic por ltima vez en mi comunidad local de estudiantes un cine-forum sobre la extraordinaria pelcula Diario de un cura rural, de Robert Bresson4. Entonces me di cuenta de que se haba terminado definitivamente la poca en la que an se podan entender ciertas nociones de teologa existencial, como debilidad y gracia, en sentido paulino y como las haban venido interpretando durante siglos generaciones y generaciones de sacerdotes que, aunque sumidos en un profundo desconcierto, vean en ellas no slo un punto de referencia, sino tambin una orientacin para su vida. Pues bien, el hecho era que los participantes en la discusin vean a aquel cura rural de la novela de Bernanos, a aquella figura sacrosanta de autntico creyente y de una personalidad verdaderamente persuasiva, como un simple neurtico afectado de problemas estomacales y necesitado, ante todo, de un buen tratamiento psiquitrico. Todo el sentido religioso de un lenguaje que proclamaba el valor salvfico del sufrimiento se haba convertido en un simple caso de psicopatologa. En otras palabras, en nuestro propio siglo xx, cien aos despus de F. Nietzsche y setenta despus de S. Freud, hemos llegado a un punto e incluso lo hemos rebasado ampliamente a partir del cual ya no es posible hablar de Dios al hombre, si no es en trminos acordes con la ciencia humana de la psicologa. Los signos

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de esta situacin no son, en modo alguno, una novedad; sencillamente, es que, durante mucho tiempo, hemos preferido pasarlos por alto. El cambio ya se apreciaba a principios de los aos 1950, cuando Graham Greene public su famosa novela El poder y la gloria. Tambin aqu, como en la obra de Bernanos5, el sacerdote vive una existencia marcada por la debilidad y la enfermedad. Pero no se trata, como en el cura rural, de una enfermedad somtica, cuyos sntomas podran ser considerados como moralmente limpios, mientras se pudieran disimular como compensacin de su neurosis represiva por medio de una apariencia de integridad personal. No; la enfermedad del sacerdote de Graham Greene no es una tara hereditaria transmitida por padres alcohlicos, sino su propio alcoholismo; y lo que le mantiene a flote no es el pan y vino eucarstico que, con evidente simbolismo, alimenta al prroco de Bernanos, sino simplemente algo tan material como la botella de whisky. Y su propia debilidad no procede de una galopante anemia, como la del prroco de Torcy, sino de una exuberante vitalidad que celibato s, o celibato no le arroja en los brazos de una mujer, que empieza por ser su pecado, pero termina siendo su obligacin. La novela de Graham Greene fue puesta inmediatamente en el ndice de libros prohibidos, porque la censura romana consider que la imagen de ese cura alcohlico y mujeriego era un escarnio infamante para la santidad del estado clerical6. Pero los lectores de esa novela, que se tradujo inmediatamente a todas las lenguas europeas e inund el mercado con centenares de miles de ejemplares, pensaron entonces, y an piensan, de una manera significativamente distinta. A ese cura, aparentemente tan envilecido, lo ven mucho ms sincero, ms humano y ms real que la figura sutil y puritana del cura de Bernanos, o que el espiritualizado ideal de bondad imaginado por Francis Jammes. Y al verlo precisamente ah, en su ms profundo quebranto, aprecian con toda sinceridad a ese mrtir a pesar suyo, a ese empecatado heraldo de la gracia, a ese fracasado que slo se encuentra a s mismo en la hora de su muerte. Un hombre lleno de contradicciones, pero sincero y coherente consigo mismo, nos parece hoy a la mayora que, en cuanto sacerdote, est ms cerca de la gente y, en consecuencia (!), ms cerca de Dios que el que se anda como por las nubes, slo para no mancharse los pies con el polvo de este mundo. Hace ya varias dcadas, Stefan Zweig haba percibido perfectamente ese cambio de rumbo en la concepcin del sentido religioso, cuando, en vista de las nuevas formas de narracin, escriba:

En todas las pocas habr gente que aspire a la santidad de vida, porque el sentido religioso del hombre necesita imperiosamente una continua renovacin de esta forma suprema de espiritualidad [...], slo que ya no resulta imprescindible considerar a esas figuras admirables y ms bien raras como personajes infalibles en lo divino e indiscutibles en lo humano. Al revs, esos espritus intrpidos que siempre tientan nuevas empresas, a la vez que son inexorablemente tentados por el peligro de su audacia, despiertan nuestra simpata precisamente en sus ms profundas crisis y en sus luchas ms encarnizadas; y si realmente nos enamoramos de ellos, no es a pesar de sus debilidades, sino justamente por ser dbiles y caducos. De hecho, nuestra generacin venera a sus santos no como enviados por Dios desde un supraterrestre ms all, sino cabalmente como los ms terrestres de los humanos7. En otras palabras, hoy ya no creemos en el testimonio cristiano de un ministro de la Iglesia escudado tras los lmites infranqueables del estado clerical para ahorrarse vivir una existencia terrestre, plenamente humana, erizada de peligros, e incluso inmersa en el pecado. Hoy por hoy, un testimonio sobre lo divino slo podr resultar creble si el testigo, en virtud de una decidida confianza, se atreve a correr el riesgo de exponerse a la inseguridad de la duda, a la necesidad extrema, a la desesperacin, al fango, a la fealdad, al peligro de no saber comprender y al de ser un incomprendido, a la posibilidad trgica de equivocarse y a la perspectiva de un trgico fracaso, a la eventualidad de que sus mejores intenciones resulten nocivas, o de que sus sentimientos, incluso los del ms autntico amor, se conviertan en una infamia. Por consiguiente, una investigacin que se proponga estudiar a fondo la realidad verdaderamente humana de la existencia que bulle tanto en la biografa personal como en la estructura psquica de un clrigo no puede partir de la transfiguracin mstica o heroica del estado clerical, como lo presentan Francis Jammes o Georges Bernanos. Su poesa sacramental y su experiencia de tentacin y gracia slo podrn venir al trmino de la investigacin. Y no es que este planteamiento pretenda acentuar la duda sobre la credibilidad o fiabilidad del clrigo; al contrario, lo que se quiere es ofrecerle la posibilidad de mostrar en la vivencia real de su compromiso cmo acta en l su autntica verdad. Cuando Jess eligi a sus discpulos, no los escogi como imgenes policromadas, sino como hombres de carne y hueso, vulnerables y dbiles, y con una mentalidad rayana, a veces, en la locura. As lo dice la carta a los Hebreos:

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Todo sumo sacerdote se escoge siempre entre los hombres y se le establece para que los represente ante Dios y ofrezca dones y sacrificios por el pecado. Es capaz de ser indulgente con los ignorantes y extraviados, porque l mismo est cercado de debilidad (Heb 5,l-2)8. El que an se sienta atrado por ese mundo mgico del Ozern de Francis Jammes tendr que convencerse de que el camino que desde nuestra tierra conduce al paraso perdido es infinitamente largo, y no podr recrearse en la descripcin de la ciudad santa de Jerusaln en trminos de Tierra de Canan, aunque sea como espejismo de esta cinaga de la fragilidad humana. Tendr que estudiar las mediaciones que hacen del hombre un clrigo y del clrigo un hombre; deber restablecer los vnculos que puedan anudar el hiato entre sacro y profano, sin perder de vista esa unidad que le permita hablar de Dios, al tiempo que integra en su discurso las contradicciones entre naturaleza y cultura, sensualidad y moralidad, divinidad y humanidad. En cierto sentido, se podra decir tambin que de lo que se trata es de devolver al sacerdote es decir, al clrigo, en general la dimensin proftica y la funcin potica de su existencia. En su novela Narciso y Goldmundo, Hermann Hesse ha logrado una formulacin insuperable de la polaridad y unidad intrnseca de una contradiccin cuyos trminos se condicionan y corresponden mutuamente. Al personaje del abad, sacerdote fiel a sus principios ascticos, al que llama Narciso, consciente del enorme riesgo de una autoproteccin que termina por ser estril o de una autocontemplacin que resulta mortfera, opone, como alter ego, el antitipo del artista siempre inquieto, hundido en la culpa, pero transformado por la gracia, al que llama Goldmundo. Es el propio abad el que, despus de un prolongado esfuerzo por llegar a la comprensin, declara a su amigo: Ahora, por fin, caigo en la cuenta de la infinidad de caminos que llevan al conocimiento, y que la va de la abstraccin no es la nica y, tal vez, ni siquiera sea la mejor. Es mi camino, de acuerdo; y estoy dispuesto a seguirlo sin pestaear. Pero te veo a ti, que sigues el camino contrario, el de los sentidos, que captas tan profundamente el misterio del ser y lo expones incluso con mayor viveza que la mayora de los pensadores [...] Nuestro pensamiento est anclado en la abstraccin, empeado obstinadamente en prescindir de lo sensible, para construir un mundo puramente conceptual. Pero t, al revs; t te tomas a pecho lo ms inestable, lo ms caduco, y proclamas que el universo cobra sentido nicamente en lo transito-

rio. Es curioso; t no prescindes de lo sensible, sino que te entregas a ello con pasin, y en tu apasionamiento le das el valor de lo sublime, lo conviertes en smbolo de eternidad. Nosotros, los filsofos, tratamos de llegar a Dios, sustrayndolo del universo; pero t te acercas a l por un amor a su creacin, y as eres capaz de recrearla. Sea como sea, ambos caminos son humanos y, como tales, lgicamente insuficientes. Pero el arte no tiene la culpa!9. Y as es; el propio Narciso se ve obligado a reconocer, un poco ms adelante, que Goldmundo no slo le ha enriquecido, sino que, al mismo tiempo, le ha empobrecido y ha hecho tambalear sus convicciones. De ah la conclusin del autor: Ese mundo en el que l se senta a gusto, como en su propia casa, su mundo, su vida monstica, su ministerio, toda su ciencia, la estructura de su pensamiento tan bella, tan armnica, tan perfecta, se haban visto en ciertos momentos violentamente sacudidos y seriamente cuestionados por la confrontacin con su interlocutor10. Hoy da, el estado clerical slo podr recuperar un cierto grado de credibilidad si logra comprender la unidad entre Narciso y Goldmundo y la convierte en vida propia. Slo as podr reproducir en la realidad ms ntima de su existencia el mismo ejemplo de Jess, que no fue monje ni sacerdote, sino ms bien profeta y poeta, vagabundo y visionario, mdico y confidente, predicador itinerante y trovador, arlequn y mago del amor de Dios y de su inagotable y eterna misericordia11. Si se llega a conseguir que, en la existencia del clrigo, las rosas y los lirios que jalonan la procesin del Corpus en la novela de Francis Jammes se abran en todo su esplendor, como floracin unsona e indisociable de una misma y nica vida, entonces, y slo entonces, el sacerdote, la monja, el religioso dejarn de verse como tipo de santidad trasnochada, o como hipocresa que fuerza y distorsiona la realidad, y ya no sern, con toda reverencia, objeto de desprecio, o incluso de burlas clandestinas. El caso es que, hoy en da, no vemos cmo todas estas sugerencias podrn resultar fecundas para conseguir una autntica unidad vital, sin la ayuda de ese instrumento que a menudo provoca tantos recelos (hasta cierto punto, razonables) en la Iglesia catlica, sobre todo cuando se trata de los clrigos, es decir, el psicoanlisis. En lo sucesivo, al hablar de clrigos, incluimos naturalmente en esta denominacin a las religiosas, ya que, tanto en sus conflictos ps-

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quicos como en sus capacidades creativas, pertenecen al mismo mundo en el que se mueven sus homlogos masculinos. El hecho de que, segn la tradicin, ratificada por el canon 1024 del Derecho Cannico, slo los hombres puedan acceder a las rdenes sagradas, pone de manifiesto con suficiente claridad la profunda sima jurdica y desde el punto de vista psicolgico pavorosamente significativa con la que la Iglesia catlica discrimina a la mujer con respecto al hombre. Pero eso no puede borrar del horizonte la estructural unidad psquica de las comunidades tanto masculinas como femeninas. Del mismo modo, cuando usamos la denominacin orden, en sentido genrico, la aplicamos tambin a las comunidades que, segn el Derecho Cannico, se denominan propiamente congregaciones o pas uniones. El objeto de esta investigacin no es la diferenciacin jurdica, sino la comn estructura psicolgica. Por eso nos parece legtimo emplear los trminos segn el uso corriente de la comunidad cristiana, e incluso de la opinin pblica ajena a la Iglesia.

I. OBJETIVOS Y METODOLOGA

cA qu viene un estudio psicoanaltico sobre los clrigos? Algunos amigos mos han tratado de prevenirme contra los riesgos de tal iniciativa, mientras que otros, cuya buena intencin no me parece tan fuera de toda duda, han procurado darme nimos. Con todo, ninguna de esas sugerencias me ha parecido determinante. Y es que, en realidad, no pueden serlo. Naturalmente, es mucho ms fcil soslayar los temas espinosos, sobre todo, cuando las perspectivas de producir un verdadero cambio no estn, posiblemente, en relacin con el elevado riesgo personal que cabe prever. Pero, aunque en los azares de la vida es bastante difcil establecer una distincin bien clara entre prudencia y pusilanimidad, nadie debera poner en duda que un telogo no debe ser prudente, cuando de lo que se trata es de mostrarse comprometido. Para un telogo cristiano, ms que para cualquiera otra persona, tiene que valer como promesa y como pauta de accin la garanta que, como testamento, dej Jess a sus discpulos en el apndice al evangelio segn Marcos: en virtud de su confianza, podrn coger vboras y hasta beber venenos sin temer ningn dao 1 . El simbolismo es inequvoco: coger vboras significa armarse de valor y afrontar sin miedo las cuestiones candentes, cogindolas por donde queman, en vez de hundirlas en el olvido; beber venenos sin temor al posible dao subsiguiente equivale a hacer caso omiso de eventuales calumnias o difamaciones externas, que puedan parecer implacablemente destructivas. Para cualquier telogo sera un ttulo de gloria poder mostrar que su vida y su actividad profesional responden plenamente

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Objetivos

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metodologa

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a las palabras con las que, segn la fuente Q (coleccin preevanglica de logia [mximas del Maestro]), Jess conminaba a sus discpulos: No tengis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la vida; temed ms bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego eterno (Mt 10,28; Le 12,4)2. Si en algn sitio hay que buscar prevalentemente esa actitud de nimo inquebrantable, es sin duda en las filas de los telogos. Mientras se podra mostrar cierta indulgencia con cuantos, por una u otra razn, se pliegan servilmente a una autoridad que dicta e impone sus tabes al pensamiento y a la palabra, sin embargo, ante Dios, el telogo tiene obligacin de rastrear los pedregales para levantar las vboras y, en caso de necesidad, incluso de tragar veneno, con la esperanza de que podr sobrevivir espiritualmente. En tales circunstancias, puede ser lgico aconsejar a uno, incluso dentro de la propia Iglesia, que haga todo lo posible por ceder al miedo, dndole precedencia sobre la verdad de la percepcin y la claridad de la proclamacin? Si la Iglesia quiere ser fiel a su propia autocomprensin, por la que se distingue de los dems grupos humanos, tendr que ser una comunidad que no est basada en la percepcin de la carencia como principio o en estructuras de violencia internalizada, sino que viva esencialmente de la gracia, como don de Dios, y de una actitud de confianza mutua, como apertura a los dems. Sera, pues, inconcebible que, precisamente en esa comunidad, sus mismos representantes se retrajeran de abordar francamente y sin ningn complejo determinados temas que les conciernen en lo ms ntimo, slo por temor a la represin o a eventuales sanciones. Si hay algn tema que la Iglesia catlica deba afrontar con absoluta sinceridad, sin tapujos de ninguna clase y sin la ms mnima constriccin interna o externa, es precisamente la situacin de sus clrigos. Naturalmente, todo el mundo sabe la verdad. Desde hace siglos, no hay en la Iglesia catlica un tab ms riguroso que la condicin de los clrigos. Precisamente ellos, que por fuerza de su ideal deberan ser la encarnacin suprema y la mxima irradiacin de una libertad espontnea, parecen necesitar, para sobrevivir, una cierta barrera, un extrao cordn hermtico de limitaciones mentales y de restricciones expresivas. Da la impresin de que les sucede como a las pinturas antiguas, que corren el peligro de desintegrarse al ms mnimo contacto con el aire fresco. Hay que reconocer, desde luego, que en toda sociedad hay tabes, que son como franjas de defensa destinadas a proteger ciertas institu-

ciones vitales del riesgo de corrosin que encierra el pensamiento analtico3. Y tambin es cierto que el que se atreve a extender la mano sobre una zona sagrada, aunque no sea ms que para protegerla, se expone casi de manera automtica al correspondiente castigo. Eso es lo que le sucedi, segn la Biblia (2 Sm 6,4-8), al desgraciado Uz que, en compaa de su hermano Aji, acompaaba con sus bailes al arca de Dios en su traslado a Jerusaln. Cuando llegaron a la era de Nacn, los bueyes resbalaron y bascul el carro, poniendo en peligro la estabilidad del arca; entonces, Uz alarg la mano para sujetarla. Pero, a pesar de que la intencin era buena, el Seor se encoleriz contra Uz por su atrevimiento, lo hiri y muri all mismo, junto al arca de Dios4. Lo santo no sera santo si no manifestara su carcter sagrado precisamente en su inviolabilidad y como fuente de castigo para el profanador. Pero por vlidas que sean esas conexiones en una psicologa religiosa o en una dinmica de grupos, lo que demuestran, por contraste, es que la Iglesia no puede proteger por medio de tabes e intimidaciones lo que ella misma considera sagrado. Si la Iglesia, fiel a sus propias aspiraciones, desea mantener su credibilidad, no le queda ms remedio que aceptar como nica y exclusiva fuerza de conviccin la evidencia de una humanidad libre y abierta a todo. Flaco favor le har a la Iglesia el que, por miedo a previsibles represalias, eluda respetuosamente, eso s abordar ciertos puntos neurlgicos de lo que ha llegado a estructurarse bajo la forma de temor institucionalizado. Al revs; lo que realmente beneficia a la Iglesia es lanzarse con decisin a romper esa estrechez de miras con la que ella misma se presenta, e impulsar, dentro de lo posible, el poder divino que acta soberanamente en la libertad de expresin. Desde esta perspectiva, la actitud de aquellos amigos mos que me aconsejaban no escribir este libro demuestra escasa confianza en ese poder en el que se fundan tanto la vitalidad de la Iglesia como la amistad. Tampoco me parece legtima la actitud de los que confan en una investigacin psicoanaltica del problema clerical como un abierto desafo a la poltica eclesistica. La opinin se basa, obviamente, en un error de principio. Es verdad que las sondas del psicoanlisis, al estimular zonas profundas de la psique humana, pueden llegar a remover y hasta agitar, a su manera, la superficie calma de una antropologa centrada exclusivamente en el pensamiento y en la voluntad conscientes. Tambin es verdad que el psicoanlisis, prescindiendo de que se le haya tachado de cultivar una introspeccin puramente individual5, ha cambiado y, en muchos aspectos, de modo decisivo el rostro de la

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cultura occidental. Pues bien, precisamente su penetracin analtica es la que le pone al abrigo de cualquier utilizacin polemista6. Es un instrumento muy eficaz de transformacin, pero siempre dentro de sus objetivos especficos, como son la toma de conciencia de uno mismo y el desarrollo en clima de libertad. El psicoanlisis no quiere ni puede trabajar con reproches, acusaciones o exigencias; lo nico que pretende es detectar relaciones, tendencias, motivaciones y estructuras ocultas, y explotarlas en beneficio del paciente, segn las posibilidades del sujeto. El examen psicoanaltico suministra una infinidad de indicaciones sobre lo que razonablemente debera producirse; pero que eso se produzca o no, excede sus competencias. Los recursos verdaderamente vlidos para llevar a cabo una transformacin brotan del sufrimiento moral, un factor que el psicoanlisis nunca debe perder de vista, y de la confrontacin de los resultados que arroja el examen de situaciones concretas con la propia autocomprensin del paciente, o sea, en nuestro caso, con las exigencias teolgicas que la Iglesia cree que debe plantearse a s misma y a sus miembros. En este sentido, una investigacin psicoanaltica no importa sobre qu tema no es, por lo pronto, una especie de libelo poltico, sino nica y exclusivamente un intento de comprender mejor ciertas cosas. Me ha parecido conveniente recordar aqu estos valores de carcter interpretativo, teraputico, apoltico por consiguiente, ni agresivo ni polmico inherentes a toda prctica psicoanaltica, pensando sobre todo en los posibles lectores de este libro. Cualquier percepcin de orden psicoanaltico brota exclusivamente de una relacin de confianza, de un dilogo amistoso entre analista y analizado. Slo cuando se est frente a una persona que no censura, dirige ni manipula sino, al revs, acepta y tolera las verdades ms ntimas -como quiera que sean-, se puede ser realmente honesto con uno mismo y aprovechar la nuevas percepciones para tener el valor de revisar los planteamientos previos. Un libro de psicoanlisis tiene que ser, por necesidad, de carcter abstracto; lgicamente, habr de prescindir de actitudes tan decisivas como la libertad y la espontaneidad que caracterizan el contacto directo de las relaciones humanas. Su funcin es aislar los datos que arroja la experiencia personal, transformarlos en una formulacin terica y dejar descarnadamente al lector que reaccione por s mismo. El problema de estas monografas no est en que sus lectores no puedan extraer de ellas suficientes conocimientos, sino ms bien en que con frecuencia el lector corre el riesgo de descubrir sobre s mismo muchas ms cosas de las que razonablemente puede asimilar.

Un estudio psicoanaltico no incluye, de por s, un programa con las pertinentes instrucciones de uso, para su correcta utilizacin por el lector. Por eso, cada uno tendr que valorar por s mismo el cmulo de conocimientos adquiridos y aplicrselos a su caso concreto, segn las exigencias individuales de su propia psicodinmica. En cierto sentido, eso es perfectamente lgico, ya que un libro de psicoanlisis no se puede leer como, por ejemplo, un tratado de qumica de hidrocarburos. Si se quiere entender correctamente, habr que leerlo desde una perspectiva de compromiso, es decir, desde la relacin que establece con la existencia del sujeto. Pues bien, por eso precisamente, puede suceder que los anlisis aqu presentados sobre la psicologa de los clrigos no acten en un buen nmero de lectores como lo pretende el autor. A veces no se puede evitar que, ya en el mismo dilogo teraputico, determinadas percepciones nuevas que podran servir de ayuda y aun de estmulo se experimenten ms bien como reproche o como acusacin; por ejemplo, cuando se detecta que la estructura psquica de una persona est condicionada por una neurosis compulsiva. En esos casos, es precisamente la neurosis, con su obsesividad por la perfeccin absoluta, la que impide al paciente sacar provecho de la terapia; bajo su dictado uno, o hace todo bien en cada momento de su vida o se percibe como no apto para la vida. Por tanto, es perfectamente comprensible que ms de un lector de este libro tome como reproche lo que no es ms que puro dato de percepcin. Del mismo modo, si se lee una obra de psicoanlisis con una predisposicin depresiva, puede ocurrir que se refuerce an ms el super-yo, con todo su cmulo de inculpaciones y complejos de inferioridad. Por todo ello, quisiera asegurar ya desde un principio, sobre todo a los clrigos que, presa de sus incertidumbres y sus rebeldas internas, se acerquen a leer este libro y espero que realmente sean muchos, que no se trata aqu de ensombrecer pblicamente a nadie, ni de echar un baldn sobre el halo de prestigio que caracteriza al sacerdocio o a las rdenes religiosas, ni de minar el idealismo personal. De lo que se trata es, nica y exclusivamente, de tomarse la libertad de desmontar viejos tabes y ventilar abiertamente los problemas que en la actualidad a tantos acongojan. Ya es hora de restablecer en la Iglesia lo que en psicoterapia individual es el factor autntico de liberacin psicolgica: la plena libertad de palabra, una libertad incondicional de expresin ante Dios (cf. Heb 3,5-6)7. Este libro habr alcanzado uno de sus principales objetivos si de veras logra romper el inmenso aislamiento en el que viven muchos sacerdotes y religiosos, y les arranca del gueto de

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despersonalizacin administrativa en la que, a la fuerza, tiene que encarnar un determinado ideal cuya exigencia no les deja prcticamente otra salida que la de considerarse en su interior como unos perfectos fracasados. Se trata, en buena parte, de abolir esa sensacin de no poder comunicar a nadie las dificultades y tensiones que se experimentan y que en este campo de la comunicacin, verdadero tab produce en cada uno la impresin de ser la oveja negra entre sus hermanos y hermanas. Lo que el presente libro quisiera dejar bien claro es, en primer lugar, que no hay que alarmarse por el hecho de que el sacerdote, o cualquier miembro de una orden o congregacin religiosa, tenga ciertos problemas; es ms, de no tenerlos, no servira para clrigo. Y habr que insistir en la conveniencia por no decir necesidad ineludible de hablar de ello abiertamente, en la conviccin de que la verdadera causa de un conflicto interior no es propiamente la existencia de problemas, sino ms bien ese silencio pertinaz que, en su intento de reprimir la angustia psquica, no hace sino agravar la situacin hasta convertirla prcticamente en un callejn sin salida. Este libro quisiera ser un alegato no slo en favor de aquellos clrigos que no saben ya cmo resolver su vida, que se sienten indignos de su situacin de privilegio, que se consideran fracasados e incluso malditos, que se ven como hipcritas crnicos, mentirosos de profesin, mscaras ambulantes, caracteres internamente inestables y vacos, seres desequilibrados por sus frustraciones, maniticos, y hasta presunta o verdaderamente perversos; tambin quiere romper una lanza en favor de todos aquellos aspectos de la psique humana que, a la sombra de la forma oficial de vida de los clrigos, no slo no se asumen en plenitud, sino que se rechazan positivamente con un complejo de culpabilidad. El libro, en fin, en su deseo de desenmascarar la idea de que los aspectos negativos de la existencia de un clrigo son meras excepciones de carcter individual y, por consiguiente, no se deben ms que al propio fracaso, pretende situar el problema en su verdadera raz, a saber, en las estructuras objetivamente establecidas por la Iglesia catlica para regular la forma de vida de sus seguidores ms fieles e inquebrantablemente adictos. Ahora bien, aqu precisamente es donde esta monografa, basada en los principios del psicoanlisis, cobra y debe cobrar una dimensin (eclesio-)poltica; es decir, el problema se ve doblemente desplazado en su centro de gravedad. Por lo general, cualquier libro sobre clrigos, si por casualidad aborda el tema de los conflictos psicolgicos, suele insistir de modo muy

especial en el enfoque moralstico del problema, expresado en categoras de xito y fracaso8. Es decir, el que recibe una vocacin divina a ser clrigo tiene plena capacidad, si colabora con la gracia de Dios, para responder a las demandas, incluso a las ms exigentes, que la Iglesia impone a la vocacin clerical9. De hecho, siempre ser vlida la doctrina teolgica de que Dios nunca deja de dar su gracia en la medida que cada uno necesita para hacer frente a las tentaciones del mundo 10 . Ahora bien, un estudio psicoanaltico no puede enfocar las cosas de una manera tan simplista. En primer lugar, porque para el psicoanlisis resulta inaceptable, de entrada y como un hecho incontrovertible, el uso de un lenguaje sobrenatural como el de vocacin y gracia; y segundo, porque es mucho menos aceptable que, en un plano de libertad individual, se manejen trminos, como los de culpa y fracaso, en el sentido de conceptos simplemente morales. Por un lado, la reflexin psicoanaltica muestra continuamente el escaso radio de accin que le queda a la libertad personal con respecto a la psicodinmica del subconsciente, pues desde un principio el centro de reflexin se desplaza desde la conciencia refleja a los dominios del subconsciente. Por otro lado, en cambio, pone de manifiesto que el subconsciente no es una magnitud esttica, sino algo que se va haciendo progresivamente y que cobra una siempre nueva entidad, al hilo de la biografa histrica de la persona, algo esencialmente vinculado a los condicionamientos cambiantes de su configuracin social y que, a su vez, repercute sobre ellos. La separacin que establece la teologa entre el sistema de por s, sagrado de la institucin eclesistica, tenida por indiscutible e incluso establecida por el mismo Dios, y el ser humano siempre ay! vulnerable y falible, no es, precisamente por eso, ms que un tinglado artificial, una abstraccin esquemtica que hace agravio a la realidad vital, a costa de estabilizar, como sea, los principios ideolgicos de un orden predeterminado 11 . Desde el punto de vista psicoanaltico, el estado clerical es una institucin que forma parte de un proceso de evolucin social, cuyas condiciones, funciones y repercusiones se puede entender asequible y perfectamente, sin tener que echar mano de un vocabulario mistificante. En otras palabras, los clrigos no dejan de ser hombres; pero sus conflictos no son slo suyos personales, sino que radican en las estructuras propias de su estado clerical, una institucin cuya fuerza y debilidad, cuyas ventajas e inconvenientes, cuyas luces y sombras son perfectamente discutibles. Por consiguiente, ya no es posible justificar el orden eclesistico en cuanto idealismo tab que, en situaciones de conflicto, lleva a cargar

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toda la culpa sobre el clrigo individual, para preservar de este modo la santidad de la institucin. Dicho de otra manera: desde un punto de vista psicoanaltico, el estudio de casos de patologa individual obliga a buscar las posibles fuerzas patgenas en el correspondiente sistema, sobre todo cuando ese mismo sistema es el que exige que sus categoras sean reflejadas y encarnadas lo ms perfectamente posible en la existencia del sujeto. Qu pretende, pues, este libro sobre los clrigos? Ante todo y sobre todo, que cada sacerdote, cada religioso o religiosa aprenda a considerar sus problemas psicolgicos no exclusivamente como muestra de culpabilidad personal; y, adems, que la misma Iglesia, como conjunto orgnico de instituciones y reglamentos, llegue a ver con claridad sus sombras, su propio inconsciente colectivo, y afronte con sinceridad la tarea de estudiarlo a fondo. Ahora bien, esta clase de investigacin es un derecho inalienable no slo de los clrigos que se encuentran en dificultades, sino tambin y en no menor medida de los otros miembros de la comunidad eclesial, los llamados seglares o laicos. En todo caso, son ellos los que, como padres y madres, engendran y forman desde sus comienzos la personalidad de los que un da sern clrigos. Por eso, es justo y conveniente como no podra ser menos analizar con todo detalle esa relacin intrnseca que incluso en el plano psicolgico hace a un clrigo hijo de laicos, aunque no sea ms que para reinserir la institucin clerical en la vida comunitaria. No basta con que una vez al ao, con ocasin del evangelio del Buen Pastor (J n 10,1-30), se exhorte a los padres y, en general, a todas las familias cristianas a que vivan intensamente su fe, de modo que as crezca el nmero de voluntarios para la via del Seor12. De hecho, la investigacin psicoanaltica descubre las rupturas dialcticas, las mltiples contradicciones y aun la relativa tosquedad que suele tener, en el aspecto psicolgico, la formacin de un clrigo. Pero su funcin ms importante consiste en esclarecer lo mejor posible los mecanismos inconscientes que actan en la psicognesis de un clrigo, para as devolver al laico la sensacin de que, en este punto, su papel resulta imprescindible. Aqu, la analoga con la investigacin histrica es sorpendente: en sta, el esclarecimiento de los mecanismos sociales que condicionan una determinada poca puede dar al traste con la inveterada concepcin ideolgica de que es el rey, o el general, el que da a su pueblo la victoria sobre los enemigos y el engrandecimiento de la nacin. A este propsito, y no sin cierta irona, se interrogaba Bertholt Brecht: El joven Alejandro Magno con-

La manera ms simple de desempolvar ese halo de predileccin divina que parecen tener los clrigos es mostrar que esa imagen de superioridad, con aires de supraterrestre, est tejida de represiones y transferencias psicolgicas de naturaleza bien terrestre. Al mismo tiempo, ese proceso de desmitizacin psicoanaltica de la figura del clrigo plantear a los padres no precisamente el problema de su deber moral, sino la cuestin, de orden psicolgico, sobre si verdaderamente estn dispuestos a asumir con plena conviccin consciente lo que en terrenos del inconsciente se debe considerar como un influjo insustituible o, por lo menos, altamente beneficioso para una adecuada formacin de la psicologa del clrigo. Una ltima observacin. Si los seglares logran tomar conciencia de la parte fundamental que ellos tienen en la formacin psquica de los clrigos, podrn afrontar crticamente los influjos a los que ellos mismos estn expuestos en su trato normal con los eclesisticos. A causa de su capacidad de hacer consciente lo inconsciente, el psicoanlisis por su repercusin psico-sociolgica es una instancia extraordinariamente democrtica frente a otras instituciones de respetabilidad no probada. De hecho, derriba las barreras que, incluso en las disposiciones jurdicas, separan al clrigo del laico, al sacerdote de su comunidad, al religioso del hombre de la calle, a la religiosa de la maternidad y hasta de la feminidad, en una palabra, a lo divino de lo humano. Por otra parte, intenta aproximar las magnitudes que brotan de una raz comn, con lo que consigue poner fin a esa sensacin de culpa que tiene que sentir el seglar por no ser clrigo. Pues bien, qu pasara si lo problemtico, lo cuestionable, en fin, lo insoluble se viera mucho ms encarnado en los clrigos que en los hijos de este mundo? Y si ya no se prestara fe a ninguna autoridad jerrquicamenta constituida que, ajena a la ciencia de su tiempo, se empea en vivir la represin de lo que constituye su propia estructura psicogentica, con tal de mantener a toda costa la afirmacin de su imponente superioridad? Si el estamento clerical se presentara en esa lnea, no habra que verlo con desprecio; ms bien, se le contemplara con esa emocin con la que la gente que viaja en barco por el Rin suele admirar los impresionantes castillos de sus laderas: con un escalofro de numinoso respeto ante esos testigos ptreos de una poca de opresin y de violencia, pero tambin con el alivio y la satisfaccin de que esas reliquias de un perodo tenebroso de la conciencia humana, por fortuna ya superado, han perdido su agresividad y, si sobreviven, es slo como piezas de un fantstico museo. En sus murallas an se puede disfrutar, al atarde-

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cer, de una cena festiva o del esplendor de un banquete de boda, pero de la majestuosa presencia de tan fastuosos palacios medievales no queda hoy ms que el puro impacto romntico de su esplndida decoracin perpetuamente restaurada. Si la Iglesia de hoy no quiere que una institucin tan apreciada como el estado clerical degenere en el trfago de un hostal o en algo as como un circo, tendr que aceptar los desafos del psicoanlisis y atreverse a conjugar la realidad de sus clrigos con un examen de las demandas que impone su formacin y las expectativas que abre su actuacin concreta. Debis ser responsables hasta de vuestros propios sueos, deca Friedrich Nietzsche hace ya cien aos14. Pues bien, tal vez este camino pueda ofrecer una respuesta abierta a una crtica psicolgica tan radical como la propugnada por Nietzsche contra la figura del sacerdote. Otra razn, y no la ltima, de este libro es la sociedad civil. De hecho, una de las creencias todava hoy ms extendidas es que el problema de los clrigos es un asunto de orden puramente intraeclesial; es ms, la propia Iglesia ha adoptado ciertas posturas que, en la mayora de los casos, no hacen ms que corroborar esa impresin de secretismo interno. Pero, evidentemente, eso no es as. La Iglesia, como comunidad dinmica, no es ajena al vaivn de cambios y reacciones que determinan el curso de los acontecimientos en la sociedad circundante. Tanto su accin como su presencia en el mundo no dependen solamente de sus propias iniciativas, sino que estn determinadas por los condicionamientos estructurales de la cultura que le ha dado origen y a la que, recprocamente, quisiera servir de intermediaria. Ya desde este punto de vista es evidente que, en psicoanlisis, no se puede abordar la cuestin sobre los clrigos en s misma y de manera aislada, como si fuera un compartimento estanco. Y no es que el problema de los clrigos no despierte en la sociedad ms que ese inters, por as decirlo, indirecto; al contrario, para la opinin pblica extraeclesial, la actitud de la Iglesia hacia sus clrigos reviste una importancia de primer plano. De hecho, en todas las culturas, la tarea de la religin ha consistido siempre en acotar el campo de la contingencia, que caracteriza todos los proyectos y realizaciones del ser humano 15 , y proponer al Absoluto como lugar de asilo en el que se pueda pasar de la actividad a la escucha, del tener al ser, del proyecto a la esperanza, del juicio al perdn, en una palabra, de lo finito a lo infinito16. Una sociedad que carece de espacios libres o que no los tiene en grado suficiente para poder abrirse a un mbito de eternidad terminar por asfixiarse, a falta de aire fresco. De aqu que ninguna sociedad, ninguna cultura

puede ser indiferente al modo con que los ministros de la religin establecida presentan, transmiten o deforman los contenidos de su fe. Por eso, las cuestiones de higiene psquica, sobre todo en los dirigentes religiosos, tienen que ser de inters pblico, aun para los estratos ms aconfesionales de la poblacin. Mientras no llegue a degenerar en secta, la religin impregna en gran medida, por medio de sus clulas activas, la concepcin moral de la cultura en la que vive; igual que, inversamente, se ve obligada a reconocer las modificaciones que le plantean los incesantes cambios sociales, que le exigirn siempre nuevas respuestas. Por consiguiente, la cuestin sobre la psicologa de los clrigos exige una discusin pblica sin trabas ni tapujos. Ahora bien, cmo se pueden conseguir conocimientos serios y bien fundados sobre la psicognesis, la psicoestructura y la psicodinmica de los clrigos? Es tal la cantidad de tabes que durante siglos se han ido acumulando incluso en el mismo planteamiento de la cuestin, que sin duda un determinado sector de la clereca se sentir inclinado a aceptar, en este libro, slo aquellas afirmaciones que estn de acuerdo con el ideal que de s mismo se le ha transmitido; en cuanto a todas las observaciones y resultados que arrojen una sombra de duda sobre su auto-estereotipo, habr que contar, ya de antemano, con su rechazo, tal vez en alguna de las siguientes formas posibles: desconocimiento de la realidad, presentacin banal, pura racionalizacin, y si esas descalificaciones fallan, por qu no difamar de forma agresiva al autor? De modo que habr que estar bien preparados para encajar una cascada de objeciones y argucias por parte de un sector de los propios clrigos, cuando surja algn punto que, en el plano psicolgico, encierre alguna apreciacin presuntamente negativa sobre la personalidad clerical17. Toda una lluvia de calificativos, como deformacin arbitraria, afirmacin gratuita, exageracin manifiesta, parcialidad insidiosa, conjetura infundada, calumnia grosera, imputacin retrgrada que ya no se lleva hoy, todo ser lcito, con tal de denigrar el fondo de estas reflexiones calificndolas de poco serias, carentes de todo fundamento e incluso absolutamente fantasiosas. O bien, se tratar de minimizar la importancia de los mecanismos descritos, con un deje de desdn: Bah! Un montn de afirmaciones trasnochadas, en realidad, nada nuevo, en todas partes cuecen habas, intrascendente, etc. Del flanco de los ms forofos del sistema cabe esperar ciertos aires de racionalizacin: Desconocimiento absoluto de la relevancia teolgica del problema, desprecio olmpico de los fundamentos cristolgicos

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del ministerio clerical, obcecacin increble frente a la excelsa dignidad de la institucin y frente a la nobleza de un ideal de vida como el del clrigo. Finalmente, no hay que descartar una rplica adpersonam: pura proyeccin de las propias dificultades, nauseabundo desdoro de su propio nido, manifestacin de pura subjetividad, psicograma del propio autor, no del clrigo, etc. Con todo, la pregunta clave sigue siendo la siguiente: cmo puede un libro despertar la percepcin consciente de determinados problemas del inconsciente en una persona cuya propia seguridad se funda precisamente en la represin de los datos que se deducen del anlisis?, es posible sacar provecho de la propia inseguridad, y del subsiguiente desconcierto, y prevenir las nuevas represiones que, por lo general, se producen a raz del descubrimiento indeseado de ciertos mecanismos del inconsciente? A la hora de elegir el mtodo, si lo que se pretende es asegurar los resultados, no tiene ningn sentido empearse en aducir el mayor nmero de datos y hechos contundentes, o buscar refugio en estadsticas lo ms documentadas posible. Con frecuencia se ha intentado proceder as, pero eso no ha producido ningn cambio en la Iglesia18. Por otra parte, el psicoanlisis es un mtodo que reflexiona sobre magnitudes determinadas, pero que no trabaja en trminos cuantitativos. Es verdad que para establecer la diferencia entre salud y enfermedad se basa esencialmente en la cuanta mayor o menor de sufrimiento, pero su verdadero valor consiste en detectar los mecanismos estructurales que gobiernan el campo de la psicopa-tologa. Ya de por s, la dedicacin y el derroche de tiempo que se necesita, aun en el caso de un nico paciente, para determinar los factores decisivos de su desarrollo y los principales esquemas de integracin que actan en su idiosincrasia particular impiden cualquier clase de valoracin estadstica de carcter generalizante19. En vez de eso, el psicoanlisis proporciona ciertas ideas y percepciones formales como las que brotan, por ejemplo, de la capacidad expresiva de una obra de arte o de la plasticidad grfica de un poema. Y eso mismo ocurre en su presentacin de datos, en la que no se busca la exhaustividad extensiva, sino la comprensin intensiva. Ante una argumentacin basada nicamente en nmeros y porcentajes, el lector podra objetar que su propio caso y su particular acopio de experiencias constituyen una excepcin; de modo que tendra pleno derecho a interpretar su psicograma individual como una instantnea puramente fortuita. Ahora bien, si una presentacin de los resultados concretos le enfrenta consigo mismo de manera inequvoca

e irrefutable, es decir, cuando se ve obligado, incluso contra su voluntad, a reconocer su propia imagen, o cuando, liberado de trabas, termina por admitir conscientemente que, por ms que se obstine en negarlo, se trata verdaderamente de l, y de ningn otro, slo entonces se podr obtener algo as como una sinceridad ineludible en un terreno como el de la psicologa clerical, actualmente tab. Y eso significa poner en el centro de la reflexin la persona real del clrigo, y no precisamente los objetivos de su peculiar forma de vida. Para poder ampliar de un modo decisivo nuestro conocimiento del ser humano, el psicoanlisis tiene que tomar a la letra la observacin de Friedrich Nietzsche: Toda investigacin de ideas deber orientarse, por necesidad, hacia la mente que las necesita20. En realidad, casi todos los libros sobre el problema de los clrigos cometen el error de empezar por el ideal que marca la vida del sujeto como un deber institucional y como una seguridad derivada del compromiso de los votos: ideal de humildad (obediencia), de pobreza (renuncia a la posesin de bienes) y de castidad (celibato)21. Lo que se pretende probar en esos libros es: la fundamentacin de ese ideal en la persona y en el mensaje de Jess; su profunda impronta en la Iglesia todo a lo largo de su historia, sobre todo por los movimientos monsticos que se produjeron a partir del siglo iv, con su creciente influjo en la comunidad eclesial; y su capacidad, incluso en el presente, de constituir, mediante el ms puro seguimiento de Cristo y como corresponde a la naturaleza ntima de la Iglesia en cuanto definitivo (o sea, escatolgico) pueblo de Dios, el signo creble de una entrega total a Cristo y de la insuperable cercana del reino de Dios manifestado en Cristo22. Todos esos libros suponen que se puede comprender a una persona con slo conocer sus aspiraciones. Ahora bien, en esta suposicin se producen dos cortocircuitos: 1) En primer lugar, es como si se identificara el fin subjetivo (el ideal) que se prefija una persona con el contenido objetivo que determina dicho ideal; es decir, se establece un cortocircuito de identidad entre la motivacin psquica del ideal y la funcin sociolgica que desempea. 2) Y, en segundo trmino, es como si el individuo estuviera esencialmente determinado por la orientacin de sus aspiraciones; es decir, se produce otro cortocircuito, pero, esta vez, de identidad psquica entre el ser y la conciencia de la persona. En el primero de los casos, se intercambia el ser social del individuo, es decir, su persona, en cuanto relacin a lo otro, con su ser individual, es decir, su personalidad, su propio ser intransferible e incomunicable. Es ste un intercambio, cuyo alcance

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se intentar dilucidar a continuacin. En el segundo caso, lo que se intercambia es la conciencia subjetiva con el propio ser individual del sujeto. Se da, por tanto, una ecuacin ideal-realstica, como la que propuso George Berkeley23 con su clebre principio: esse est per dpi (ser equivale a ser percibido), es decir, ser es igual a conciencia; o tambin: las cosas son como nosotros las comprendemos. Pues bien, si se empieza por determinar los contenidos objetivos de un ideal y, simultneamente, se afirma su identidad con una vertiente tan subjetiva como la de la aspiracin, ser imposible llegar a comprender realmente el verdadero ser del clrigo. Ms bien, lo decisivo para una comprensin ms profunda es exactamente lo contrario, o sea, empezar por el final. La pregunta crucial no puede formularse en trminos de aspiracin subjetiva sino que habr que preguntarse, ms bien, por los elementos que han marcado a ese individuo, en cuanto sujeto, para despertar en l el deseo de un determinado ideal, como contenido nico e insustituible de su vida. Lo que realmente mueve y remueve al hombre, lo que le liga personalmente o trgicamente le desliga de su orientacin vital no es el contenido ni la realidad de una motivacin concreta, sino precisamente la historia de la motivacin. Ntese que decimos orientacin vital, y no decisin vital, porque en breve tendremos que preguntarnos qu grado de libertad personal se encierra verdaderamente en la historia especfica de las motivaciones que tejen la biografa de un clrigo. La diversidad de enfoque es evidente en ambos casos. El que empiece su investigacin por un anlisis de la figura ideal del clrigo se ver irremediablemente obligado a estudiar su realizacin concreta desde una perspectiva moralizante, y tendr que bucear en la tradicin eclesistica para descubrir en qu consiste verdaderamente ser clrigo y por qu vale la pena es ms, en ciertas ocasiones, se exige llegar a serlo. En cambio, desde un punto de vista psicoanaltico, esa va de argumentacin plantea serios problemas que, hasta cierto punto, se pueden formular en trminos de filosofa escolstica: partir de hechos consumados como si dijramos, de la causa finalis, para deducir de ellos la motivacin psicolgica o sea, la causa efficiens, es entrar inevitablemente en la dinmica de una psicologa compulsiva, ya que se presupone en la voluntad y en la accin humana un grado de unidad y racionalidad que, de hecho, slo es propio de Dios. Causa final y causa eficiente slo se identifican en el Ser Absoluto24; el hombre, en cambio, deber aceptar el hecho de que, con mucha frecuencia, sus deseos se vean considerablemente apartados del objeti-

vo (ideal) que se perfila en su horizonte, mientras que, por otro lado, sus logros pocas veces llegarn a coincidir con lo que realmente deseara alcanzar. En otras palabras, en vez de definir terminantemente en qu consiste el ideal de un clrigo y decretar desde esa cima que precisamente ese objetivo es lo que de fado debe perseguir desde su incorporacin al estado clerical, parece mucho ms humano, y, por consiguiente, mucho ms autntico, plantearse la cuestin de cmo llega un individuo a forjarse un determinado ideal y a elegirlo como modelo de su existencia. Por tanto, para rastrear la verdadera realidad psquica de la institucin clerical y dar razn de sus efectos, no se puede partir de los objetivos o determinaciones conscientes que motivan la decisin de un clrigo adulto, sino de las influencias y clichs, por lo comn latentes, que marcaron su infancia y su juventud, y que realmente son la base de sus decisones posteriores. Por consiguiente, queda claro que una investigacin psicoanaltica no puede considerar la psique del clrigo como una magnitud acabada, en perfecta correspondencia con su ideal. Pues bien, eso mismo sucede con el concepto de Iglesia; es decir, tampoco se puede suponer de entrada y a priori que sea, en s misma, algo perfecto y definitivo. Desde una perspectiva psicoanaltica, no se la puede introducir automticamente en el debate, considerndola desde sus definiciones como Cuerpo mstico de Cristo o como Sacramento radical de la creacin25. Al contrario, habr que prescindir de los modelos sociales de tipo organicista que, en cuanto arquetipos simblicos, poseen ciertamente un gran valor integrativo, pero que, separados de la reflexin analtica, corren el riesgo de convertirse en una hipoteca de carcter colectivista o en un manifiesto decididamente ideolgico26. Para comprender realmente las peculiaridades psquicas del clrigo no se puede aplicar rutinariamente el modelo de una causalidad lineal; la realidad es tan compleja, que necesita continuas adaptaciones del esquema y una bsqueda infatigable de nuevas conexiones a los ms diversos niveles. Un estudio piscogentico deber empezar por un anlisis detallado de las condiciones familiares, es decir, de las estructuras especficas en las que el futuro clrigo ha ido creciendo y desarrollando su propia psicologa personal27. A continuacin habr que investigar los efectos de esos factores familiares sobre las diferentes fases psicogenticas del desarrollo infantil, es decir, de ese perodo de la psicologa individual en el que la persona aparece como vctima de su entorno. Pero sera un grave error pensar que la persona no es ms que un producto pasivo de la educacin en un determinado ambiente social. Lo que hay que

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preguntarse a cada momento es, ms bien, cmo puede reaccionar un individuo ante los eventuales influjos del exterior, cmo concibe el mundo segn su propio esquema mental y, finalmente, cmo reproduce en el mbito de su accin y de sus relaciones con el medio ambiente las estructuras que ha logrado interiorizar28. Por tanto, habr que ampliar y completar, paso a paso y punto por punto, la orientacin analtico-regresiva del estudio con una percepcin de carcter sinttico-progresivo29. Pero, sobre todo, habr que investigar el influjo espiritual que la presentacin de ciertos ideales y de determinados sistemas de valores, como los que propugna la Iglesia, ejerce sobre el comportamiento de la familia y sobre la propia postura del sujeto; e, inversamente, habr que preguntarse qu funcin se deriva de esas concepciones para la vida de la Iglesia, mientras se investiga de qu manera los objetivos colectivos quedan reflejados en la postura (hexis) y en el comportamiento (praxis) individual. En esta lnea, los procedimientos de los que se sirve la Iglesia, tanto en los escolasticados o en los internados como en los noviciados o en los seminarios, para formar a sus clrigos en ciernes y prepararlos para sus futuras tareas adquieren una relevancia especial. Pues bien, en esa confluencia entre lo individual y lo genrico, entre lo privado y lo social, es donde se ven con una claridad meridiana los efectos psquicos del ideal y las estructuras psicolgicas que presupone para presentarse al individuo no slo como deseable, sino incluso como imprescindible en conciencia. Al mismo tiempo se manifestar el tejido de interferencias entre Iglesia y familia que han venido preparando y condicionando hasta el presente el desarrollo vital de un clrigo, y que no dejarn de seguir condicionndolo, aunque no sea ms que por el hecho de que la misma proclamacin eclesistica ejerce un poderoso influjo precisamente por medio de los clrigos sobre las familias de donde la Iglesia recluta sus vocaciones al estado clerical. Finalmente, habr que prestar atencin al mbito de la sociedad en la que la Iglesia desarrolla su vida y en la que el individuo adquiere su propia formacin; una sociedad en la que bullen las ms variadas influencias: unas, que convencen; otras, que perturban; contradictorias, las unas; coincidentes, las otras. La sociedad posee, adems, un ingente acervo de principios y valores de orden espiritual junto a unos ideales que dejan huella, pero que unas veces coinciden con los objetivos de la Iglesia, mientras que en otras ocasiones los contradicen abiertamente. La relacin con esa sociedad en la que el clrigo ha experimentado su propio desarrollo y a la que ms tarde ser enviado es constitu-

tiva no slo del sacerdote diocesano, sino tambin de las comunidades religiosas, la mayora de las cuales han sido fundadas para responder a necesidades concretas de su tiempo, y se han especializado, segn su propia vocacin y sus tareas especficas, en determinados servicios dentro del mbito de la sociedad contempornea. Por tanto, es lgico que, al modificarse los hbitos de la sociedad actual frente a los objetivos concretos de dichas rdenes, la mentalidad y la forma de vida comunitaria propia de los religiosos se vean radicalmente afectadas dentro de su respectiva comunidad. En resumen, debera quedar bien claro que los diferentes niveles del anlisis, tanto por la diferenciacin de mtodos como por el progresivo ritmo de presentacin, deben considerarse por separado, punto por punto, pero sin olvidar ni un momento que, en una cuestin como la que plantea la psicologa clerical, cada uno de los elementos est intrnsecamente ligado con los dems y acta sobre ellos en reaccin recproca. Entre las cuatro categoras expuestas: familia, individuo, Iglesia y sociedad, hay que tener en cuenta no slo los efectos directos de sus interacciones inmediatas, sino que, al mismo tiempo, hay que considerar esos efectos directos como efectos remotos transmitidos por el conjunto de todas las otras relaciones causales. Adems, hay que prestar atencin a los mecanismos que engranan mutuamente, por ejemplo, el hecho de que la familia est directamente constituida por la sociedad, mientras que, a su vez, reacciona sobre ella. Y lo mismo ocurre a nivel de individuo y a nivel de Iglesia. En presentacin diagramtica, se podra visualizar as el conjunto de conexiones e interacciones, en cuyo interior todo est relacionado con todo y cada elemento depende de los dems:

Familia - Individuo - Iglesia -- Sociedad

De este esquema resulta que cada una de las cuatro categoras est relacionada con las otras tres, en cuanto que cada una condiciona las peculiaridades de las otras y deja sentir sobre ellas sus efectos y, a su vez, est condicionada y afectada por cada una de las dems. En una

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palabra, de lo que se trata es de enfocar la cuestin sobre la psicologa de los clrigos como un proceso vivo, diversificado y mltiple, que no responde exactamente a lo que pudiera proponer, a favor o en contra, una reflexin de tipo ideolgico, es decir, una realidad bien clara y bien definida que puede evaluarse globalmente por medio de las categoras de bien y mal30. Por lo dems, ya se ver que la autntica medida para apreciar el valor de las instituciones eclesisticas no reside en los acontecimientos reales, sino ms bien en el modo como se producen. Si este libro pudiera contribuir a dar palabras a la represin, a superar el aislamiento, a derribar esas fachadas de rigidez, a promover una discusin que, aunque ya se ha retrasado excesivamente, todava est sofocada por los miedos y por un cmulo de sanciones de toda clase; si lograra transmitir al mayor nmero posible de lectores la sensacin de que, en sus dificultades y conflictos, pueden contar con una infinita comprensin, en lugar de verse expuestos a la condena y al rechazo, todos los esfuerzos y peligros se veran ampliamente recompensados. En el fondo, lo que pretende este libro es elaborar una pastoral responsable dirigida precisamente a los pastores de la Iglesia, con la esperanza de mejorar sustancialmente la situacin en la que hoy da se encuentra la pastoral. Es posible que, a cada paso, surja una objecin de carcter ms bien genrico: Es que slo sucede como se dice aqu? No hay tambin otros muchos casos en que las cosas son distintas?. Como respuesta, valga una analoga. En la historia de la fsica se crey hasta principios del siglo xx que la luz, por su propia naturaleza, siempre escoga el camino ms corto entre dos puntos. Hoy, en cambio, sabemos que la luz no se limita a un solo camino entre dos puntos dados, A y B, sino que puede recorrer, literalmente, todos los caminos posibles. Por un prurito de precisin, los fsicos suelen dibujar flechas cuya direccin marca el tiempo del camino recorrido, y mediante una combinacin de flechas obtienen, como suma de todas las posibilidades, una resultante con cuyo cuadrado se calcula el grado de probabilidad del camino efectivamente recorrido 31 . Este procedimiento ayuda a comprender fcilmente que, para determinar el arco de probabilidades, no cuenta en absoluto la multiplicidad de los posibles caminos, sino que la autntica contribucin corresponde a la distancia que une en lnea recta los puntosa y B. De ah, finalmente, se deducen las leyes de la ptica que nos permiten construir microscopios y telescopios.

Pues de igual manera, en la presentacin psicoanaltica no basta con determinar todas las posibilidades; de lo que se trata es, ms bien, de detectar qu es lo que realmente posee el ms alto grado de probabilidad de realizarse en la prctica. Por eso, proponemos ciertos modelos de la realidad psquica que constituye la existencia del clrigo, tomando su configuracin ideal como mera hiptesis para averiguar las condiciones en las que ese ideal tiene ms probabilidades de realizarse. Cuanto ms se acerque la realidad concreta al ideal de clrigo establecido por la Iglesia catlica, ms se ajustarn las previsiones de nuestro modelo a los casos particulares. Por consiguiente, no se trata de determinar que esto sea as, y nicamente as, sino que sustancialmente es como aqu se describe.

II. EL DIAGNSTICO

La propuesta de un mtodo psicoanaltico para investigar la psique de los clrigos se enfrenta con una objecin de carcter teolgico que, aunque no se exprese abiertamente, puede suscitar serias reservas y una cierta predisposicin emocional contra este tipo de anlisis. Por eso, habr que afrontarla desde el comienzo. La objecin podra formularse ms o menos as: la aplicacin de un mtodo psicoanaltico y, en general, de cualquier enfoque meramente psicolgico no es el modo ms adecuado de abordar un tema como el de la psique del clrigo. En realidad, la trayectoria de un clrigo est sustancialmente marcada por la gracia de la vocacin divina; es algo as como un mysterium sui generis, un misterio en sentido estricto, que no se puede encuadrar en los triviales postulados de una lgica rastrera como la del psicoanlisis. Es ms, en este caso, como en ningn otro, tiene plena vigencia la recomendacin de Jess: No deis lo sagrado a los perros ni les echis vuestras perlas a los cerdos (Mt 7,6). Tambin podra formularse esa objecin en trminos ms moderados, concediendo que, aunque las leyes de la psicologa tal vez se puedan aplicar, en cierto sentido, a la biografa del clrigo, de ninguna manera se puede deducir de ellas lo que constituye el aspecto ms especfico de la existencia clerical. De hecho, esa misma especificidad se resiste a cualquier intento de explicacin lgica, porque nace exclusivamente de la libre y gratuita decisin de la voluntad de Dios1. Pues bien, como esas objeciones son de carcter teolgico, slo se pueden rebatir con argumentos igualmente teolgicos. Por ms que,

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bien miradas, y ya que desempean una funcin socio-psicolgica, desembocan evidentemente en una justificacin del estatuto especfico del clrigo que, en buena lgica, constituye un crculo vicioso. De hecho, el proceso de argumentacin se podra sintetizar en estos trminos: si los clrigos representan algo extraordinario frente a lo que es ordinario en el ser humano, porque son elegidos por Dios, las leyes ordinarias de la comn psicologa les son tan poco aplicables, que lgicamente habr que deducir de ello que son elegidos de Dios. Pero resulta, por otra parte, que el rasgo ms caracterstico de la argumentacin teolgica es que no pierde en absoluto sus pretensiones de verdad, ni aun cuando se demuestre el relativismo ideolgico de su punto de vista o la tautologa lgica de sus postulados. Incluso lo ideolgico pertenece al orden de lo santo y, por consiguiente, de lo verdadero, a causa de la santidad de la Iglesia. Por otra parte, la circularidad del pensamiento no es ms que pura consecuencia de esa argumentacin, ya que la razn humana no puede menos de fracasar frente a la impenetrabilidad de lo divino. Si no hubiera tantos sacerdotes y religiosos que, en su profunda honradez como personas, no dejan de defender a capa y espada ese modo de razonar, quiz no fuera especialmente necesario discutir este punto. Pero el caso es que sobre esta argumentacin se basa un modo de hacer teologa cuyos daos son evidentes en multitud de aspectos y que, por tanto, debe ser corregido desde un principio. El punto crucial, tanto filosfica como teolgicamente, es que aqu se afirma que una realidad la vocacin a clrigo es inexplicable desde un punto de vista humano, para pasar inmediatamente a explicarla por la inexplicabilidad del designio divino. De ese modo y, en realidad, casi sin darse cuenta, se va construyendo una especie de teologa de dos pisos, en la que lo humano y lo divino, el orden de la existencia humana y el orden de la gracia divina son como dos magnitudes separadas que se comportan mutuamente como el agua y el aire, como la tierra y el cielo, como las nubes y la luz. Es verdad que el aire agita el agua, el cielo toca la tierra, y la luz penetra las nubes, pero siempre el plano superior acta por s mismo y con absoluta independencia del plano inferior. En ninguno de los actos de su voluntad el Creador est ligado a su propia obra, a su creacin2. Es ms, esa clase de teologa hace de Dios, segn su necesidad, un simple tapagujeros de las deficiencias, presuntas o reales, del conocimiento humano e incluso un sustitutivo de la radical capacidad cognoscitiva de la inteligencia humana 3 . En ltimo trmino y usando una formu-

lacin de la filosofa escolstica Dios queda reducido a causa parcial de la creacin. Es como si la realidad natural, empricamente comprobable, se pudiera explicar por el mundo de lo metafsico, de lo sobrenatural. En realidad, el recurso a Dios no explica nada; a lo ms, apunta hacia algo que en s mismo debe ser perfectamente explicable para que pueda producirse 4 , interpreta el contenido de la realidad fctica, e imprime en los hechos naturales el sello de su origen divino, pero no define las causas naturales de su proveniencia. En otras palabras, la pregunta sobre la posibilidad de explicar como producido por Dios un hecho que se produce dentro de las coordenadas de espacio y tiempo, es ya en s misma una cuestin de orden psicolgico5. Por consiguiente, en vez de considerar el recurso a Dios como explicacin de los hechos, habr que pensar que es precisamente ese recurso el que, ante todo, necesita una explicacin psicolgica. En autntica teologa, la nica cuestin consiste no en saber qu hechos de la vida de un ser humano se deben interpretar de fado como una vocacin divina, sino qu datos se pueden y se deben esclarecer con la ayuda de ese concepto. En el fondo, la objecin teolgica fundamental, es decir, que un estudio psicoanaltico sobre la psicologa de los clrigos es en s mismo inadecuado y, en cierto modo, lesivo para la dignidad de su objeto, se basa en un error de juicio, por no decir en una pereza intelectual. Esa actitud descuida, y hasta prohibe, investigar las causas naturales que dan lugar a ciertas manifestaciones empleando los medios que nos suministra espontneamente nuestra propia capacidad cognoscitiva. Y eso, por miedo a desacreditar la inconmensurable grandeza de Dios, si llegamos a comprender claramente las leyes que gobiernan el universo por l creado. En realidad, es el mismo problema que se plante a principios de la Edad Moderna a lo ms tardar, con la filosofa de la Ilustracin, hace doscientos aos con respecto a las Ciencias de la Naturaleza: qu va a pasar con la providencia de Dios, si el universo est regido por unas leyes que no respetan las peculiares necesidades del hombre, ms an, que desconocen unos sentimientos y unos valores tan humanos como la tica y la esttica?6, qu va a ser de la religiosidad de los creyentes, si el trueno y el relmpago, las tormentas y los temporales, las lluvias y las inundaciones, en fin, todos los fundamentos de la existencia humana no proceden directamente de las manos de un Dios, Padre providente, sino que se deben a sus propias causas, que pueden y deben ser cuidadosamente investigadas?

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Las conquistas cientficas de la Edad Moderna no slo significaron el fin de una relacin mgico-animstica del hombre con su medio ambiente7; de hecho, y sobre todo, forzaron a la teologa cristiana a batirse interminablemente en retirada, en una pugna por mantener como campo de la accin de Dios lo que la ciencia an no haba sido capaz de desvelar, por ejemplo, hace cien aos, la cuestin de los orgenes del hombre o, hace unos cincuenta, el origen de la vida o, en la actualidad, el origen del universo8. Durante ese tiempo, el frente artificial de la teologa contra el progreso del conocimiento humano se vio, punto por punto y problema por problema, sistemticamente desmontado. Pero, desde luego, an no ha llegado a producirse un cambio decisivo de mentalidad con respecto a la situacin. La mejor manera de probar o de alabar la grandeza de Dios no es precisamente exaltar su accin hasta el nivel extraordinario del orden sobrenatural9, ni rebajarla a simple argamasa para rellenar las lagunas del conocimiento cientfico. Dios acta en y a travs de la naturaleza por l creada; y no por eso nos resulta ms lejano, sino al revs, tanto ms cercano y ms digno de confianza, cuanto ms tratamos de rastrear y comprender los fundamentos y las leyes de su creacin. Eso, precisamente, es lo que nos puede dar un cierto barrunto de su verdadera grandeza y de su inabarcable sabidura. En este contexto, siempre tendr sentido decir, a propsito de ciertos casos concretos de la historia: Este hombre es un elegido de Dios, o Dios ha guiado verdaderamente a este pueblo. Pero esas frases nunca se pueden entender como expresin de un hecho que tiene en s mismo su propia consistencia y, por tanto, es objetivamente verdadero, sino slo como expresin del significado subjetivo de un acontecimiento capaz de transformar radicalmente la existencia de un determinado individuo. Ahora bien, expresiones como Dios gua o Dios elige plantean, desde el punto de vista psicolgico, dos cuestiones fundamentales: 1. Qu carcter revisten esas experiencias psquicas a las que se atribuye origen divino? 2. Qu significa para el interesado el hecho de que precisamente a esas experiencias que han marcado su vida se les atribuya un origen divino? Para evitar que el recurso a Dios se convierta en una mera etiqueta ideolgica impuesta desde fuera, y no slo ajena al sujeto, sino incluso alienante, habr que aplicar el mtodo psicoanaltico, para comprender exactamente el contenido y la interpretacin de unas experiencias tan ntimas, sobre todo como las que configuran la vida de un clrigo.

Por consiguiente, en nombre de Dios y en inters del ser humano, y por razones de orden teolgico e incluso de higiene mental, no slo es legtimo, sino imprescindible, investigar ante todo y sobre todo con los mtodos del psicoanlisis los puntos de apoyo, es decir, las estructuras que sustentan y en las que se inserta la vida de cada clrigo; en una palabra, los principios fundamentales de la creencia en una vocacin divina, en una eleccin particular de Dios.

A) L O S E L E G I D O S , O LA I N S E G U R I D A D O N T O L G I C A

Segn lo dicho, la cuestin que se plantea desde el punto de vista del psicoanlisis no se refiere a las explicaciones que ha dado la teologa en el curso de la historia, y todava mantiene hoy, sobre la creencia en una eleccin peculiar del clrigo por parte de Dios. Para la reflexin teolgica, la vocacin es un elemento que pertenece al plan divino de la economa salvfica, tal como se manifest en la vida de Cristo, al que se toma por modelo, y como ha ido configurando posteriormente la vida de la Iglesia, con sus categoras de permanente validez. En cambio, en un planteamiento psicoanaltico, la pregunta versa ms bien sobre la posibilidad de entender cmo una persona, a la edad, ms o menos, de veinticinco aos, es decir, superada la etapa de la pubertad y de la adolescencia, llega a considerarse como elegido por Dios. Y aquilatando ms la pregunta que se plantea el psicoanlisis, diramos que no se trata de determinar si y hasta qu punto esa creencia es o no objetivamente legtima desde el punto de vista teolgico, sino cmo llega a producirse subjetivamente; y, al revs, cmo esa creencia, una vez producida, acta sobre el propio sujeto. En una palabra, cmo se ve a s mismo ese sujeto que se considera elegido de Dios, es decir, cmo entiende l mismo esa realidad y cmo reacciona ante ella?

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1 LA CONTRAFIGURA DEL C H A M N

En cuestiones de psicologa religiosa, siempre es til precisar algunos aspectos mediante un estudio comparativo de las diversas religiones y, partiendo de sus diferencias especficas, tratar de determinar ciertas estructuras que, dentro del marco cultural de la propia religin, o se suelen pasar por alto, ya que parecen evidentes, o no son suficientemente valoradas en cuanto a su significado. El llamamiento en virtud de un poder divino a ejercer la profesin sacerdotal, o una tarea afn a ella, es un fenmeno suficientemente conocido no slo en la Iglesia catlica, sino tambin, en cierto modo, en todas las religiones. Sin embargo, a los ojos de una determinada crtica en particular, la protestante, el hecho de que en el seno del cristianismo exista todava (!) la institucin de un grupo selecto de personas con un llamamiento especial se interpreta como una recada en las concepciones paganas1. Eso no obsta para que se perciban con claridad algunas diferencias que, por otra parte, resultan altamente significativas. En la historia de las religiones, la vivencia de una eleccin, o sea, una vocacin, proveniente de un poder divino, se encuentra, en su forma primigenia y, a la vez, ms difundida, en los sueos iniciticos del chamanismo2. Se trata de vivencias experimentadas por nios de ocho o nueve aos, y que jams deben producirse despus del comienzo de la pubertad, si es que realmente van a ser determinantes para el resto de su vida. Los tratados etnolgicos de tiempos pasados han querido ver en la psicologa de los chamanes, precisamente por esos sueos de vocacin, todas las caractersticas imaginables de un trastorno

psicopatolgico. Pero eso se debe exclusivamente a la incapacidad de nuestro pensamiento occidental para percibir en ello una manifestacin que pertenece a las vivencias ms subyugantes y maravillosas que pueden solicitar a la psique humana3. Hoy sabemos y no slo, ni en ltimo lugar, por influjo de la psicologa profunda que se trata de vivencias onricas que, en una cascada de smbolos arquetpicos, se convierten en el destino de un individuo, por cuanto le confieren una energa que cura enfermedades mediante ciertos ritos sagrados, interpreta los signos de los tiempos a base de benficos presagios, y conjura los espritus de ciertos animales y de los propios antepasados de la tribu mediante frmulas de componente mgico4. Desde el punto de vista de la psicologa profunda, las vivencias iniciticas de los chamanes son una especie de psicoanlisis espontneo, por cuanto representan simblicamente, en una secuencia caracterstica, los diversos estadios de anlisis y sntesis, regresin y regeneracin, destruccin y renacimiento 5 . En lenguaje mtico, se podra decir que los sueos de vocacin de los chamanes son como caminos que retrotraen a un paraso perdido, a un punt