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Diseño Urbano y Paisaje Volumen 10 Número 26 2013 Artículo_ Santiago de Chile: Notas para una topografía cultural y animal de la ciudad Patricio Rodríguez - Plaza UNIVERSIDAD CENTRAL FACULTAD DE ARQUITECTURA, URBANISMO Y PAISAJE CENTRO DE ESTUDIOS ARQUITECTÓNICOS, URBANÍSTICOS Y DEL PAISAJE DU&P DISEÑO URBANO Y PAISAJE Patricio Rodríguez - Plaza Santiago de Chile: Notas para una topografía cultural y animal de la ciudad Revista Electrónica DU&P. Diseño Urbano y Paisaje Volumen X N°26 Centro de Estudios Arquitectónicos, Urbanísticos y del Paisaje. Universidad Central de Chile Santiago, Chile. Noviembre 2013

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Artículo_ Santiago de Chile: Notas para una topografía cultural y animal de la ciudad Patricio Rodríguez - Plaza

UNIVERSIDAD CENTRAL

FACULTAD DE ARQUITECTURA, URBANISMO Y PAISAJE

CENTRO DE ESTUDIOS ARQUITECTÓNICOS, URBANÍSTICOS Y DEL PAISAJE

DU&P DISEÑO URBANO Y PAISAJE

Patricio Rodríguez - Plaza

Santiago de Chile:

Notas para una topografía cultural y animal de la ciudad

Revista Electrónica DU&P. Diseño Urbano y Paisaje Volumen X N°26

Centro de Estudios Arquitectónicos, Urbanísticos y del Paisaje.

Universidad Central de Chile

Santiago, Chile. Noviembre 2013

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Santiago de Chile: Notas para una topografía cultural y animal de la ciudad

PATRICIO RODRÍGUEZ - PLAZA

RESUMEN

Texto que intenta responder, desde unas reflexiones y divagaciones subjetivas, a la pregunta acerca de la existencia de una identidad material de la ciudad de Santiago de Chile. Revisitando lugares literal y metafóricamente comunes, tales divagaciones permitirían señalar, menos unas certezas, que unas aproximaciones respecto de algunos signos cotidianos que hagan visible una eventual respuesta a esa interrogación inicial. Palabras claves: Ciudad, identidad, identificación, árboles, perros.

ABSTRACT

The text seek to answer from subjective ramblings and reflections the question about the existence of a material identity of the city of Santiago de Chile. Revisiting literally and metaphorically common places, such ramblings would help to identify approaches regard some everyday signs can make visible a possible answer to the initial question. Palabras claves: City, identity, identification, trees, dogs.

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“Creo que la ciudad actual también tiene algo de jungla,

de sabores, colores, razas, zoologías mixtas.

Conocer la ciudad es perderse en esa espesura.

Pedro Lemebel.

En una ya lejana entrevista, con motivo de su primera visita a Chile luego de la recuperación de la democracia, Gabriel García Márquez expresaba su sorpresa respecto de la gran cantidad de árboles que encontraba en la ciudad de Santiago de Chile. Esto es, una profusión de árboles plantados, tanto en los espacios privados, como en los espacios públicos, cuyo denominador más evidente es la calle, los pasajes, las avenidas y no solo las plazas, cuyo número es aquí siempre escaso. Esta sorpresa del escritor es compartida, por no pocos extranjeros que ven en ello una característica, si no exclusiva, a lo menos un cierto sello distintivo que dibujaría una fisonomía producto de la domesticación de la naturaleza, o mejor, de la instrumentalización de elementos naturales con el objetivo de embellecer, pero también con el propósito de ayudar a la respiración de la ciudad. Una ciudad árida, enclavada en un valle rodeado por cerros y montañas imponentes en donde no deja de resonar aquel poema de Parra: creemos ser país/ y la verdad es que somos apenas paisaje. Esta es una ciudad, podríamos agregar, pero que contiene -en el doble sentido de llevar de sí una cosa a la vez que reprimir o sujetar- un paisaje. ¿Pero qué otras dimensiones o ejes constitutivos podrían estar presentes en un reconocimiento explícito de esta capital del sur de América Latina?, ¿existiría algo como una identidad urbana, sin la cual desaparecería un cierto sello de reconocimiento perceptivo, y por este concepto, estético y vivencial de esta ciudad? De partida y por la necesidad de responder a tan delicadas y arbitrarias preguntas, digamos que la noción de identidad debería siempre estar asociada a su obligada alteridad como es el concepto de identificación. Ello porque la primera alude muy frecuentemente a un estado esencial o principio identitario, suprimiendo –según lo expresa Marcos García de la Huerta- la heteronomía constitutiva de la realidad humana; mientras la segunda se revela como algo más sutil e indeterminado, más incierto y abierto. La identidad es, según lo que se puede deducir de tal idea general, un asunto arraigado a la identificación en cuanto se es también lo que se quiere o no se quiere ser, viene de lo que se es, pero también de un proyecto de futuro (García de la Huerta, 1999). En el caso de una ciudad, lo primero puede entenderse como una marca de subjetividades colectivas por las cuales se reafirman historias, tradiciones y se ocupan materialidades arquitectónicas y espaciales que anteceden a cualquier individuo o grupo.

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Fig. 1. Fuente: Autor. En cuanto a identificación, esta se sitúa en medio de las opciones y posibilidades de lo que se quiere ser, de aquello que en medio de la vida comunitaria y urbana se plantea como construcción, inflexión material, por ejemplo, como remodelación personal de la vivienda o también en relación a los usos que las personas hacen de la ciudad. Colocado en el ámbito de la experiencia estética, esto nos lleva a la entremezcla creativa y productivamente simbólica, del hacer y tener una experiencia. Es decir a la expresión en que convergen y se retroalimentan lo culturalmente recibido y asimilado por un contexto que lo determina, o sea, los hábitos perceptivos que nuestra cultura y por extensión nuestra ciudad nos entrega, con la espontaneidad que los sentidos nos ofrecen como construcción de realidad (Chateau, 2010). En el entrecruce de ambos conceptos, el de la identidad e identificación, es que Santiago de Chile representa la profusión, luego, de su cantidad de arborización que la señala con un signo relativamente distintivo. Esto debido a la necesidad de un verdor intramuros, producto de campañas anteriores a su contemporaneidad, así como del trabajo y plantación individual o familiar para tal tarea, ya que la cantidad de árboles que parece le llamaron la atención al escritor colombiano, no solo es un dato del espacio peatonal público y abierto de la ciudad, sino también un signo de la vivienda privada misma, en cuyos rincones o jardines se plantan uno o varios árboles.

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Haciendo un paralelismo arbitrario ¿por qué no? podríamos reconocer a Santiago como una ciudad de coros y de muralismo y no solo de una urbe dotada de una profusión arbórea. Los coros existen aquí en todo tipo de instituciones, así como el trabajo de pinturas murales a todo tipo de escalas, es posible encontrarlo también en cuanto grupo que presente cierta organicidad elemental. Escuelas, sindicatos, juntas de vecinos, universidades, clubes deportivos, centros de madres y cualquier actividad grupal, recurre, en algún momento de sus actividades, sea a la conformación de un grupo coral o al trabajo expresivo de contar o ilustrar sus sueños o actividades con la pintura mural. Así, la ciudad se hace escuchar o ver a través de sus árboles, pero también por medio de estas otras actividades creativas, entendiendo siempre y por este concepto un desmarque de la ligazón odiosa entre creatividad y originalidad. Pero, ¿qué más puede ser aprehendido como una marca de los cruzamientos nocionales a los que aludo? Otro más o menos evidente, especialmente al comparar la gran ciudad de Santiago como capital de Chile con alguna de sus congéneres en Occidente, esto es, la tradición aún vigente de dormir. En efecto, la ciudad actual que cuenta con más de 5 millones de habitantes, que ocupa alrededor de 641 kilómetros cuadrados, que mostrando una cuota nada despreciable de modernización, suele seguir la inmemorial costumbre de movilizarse de día y de dormir de noche. La noche es un momento central en que Santiago de Chile se oscurece, se calla y se duerme. Atiborrada por las actividades diurnas, tironeada por los desplazamientos cada vez más elaborados y engorrosos; atestada de una revolución de derecha a partir de los años de dictadura cívico-militar, Santiago hace un alto para reposar y adormilarse. Adormilarse como un pueblo, como una aldea, que aunque cruzada por las redes y las nuevas tecnologías, suele prender la iluminación artificial y recoger a sus aldeanos, apagando los motores de un parque automotriz en regular expansión. La ciudad reduce ¿al mismo tiempo? la idea y la materialización de la vida urbana, partiendo en dos y cada vez, el transcurrir de la vivencia humana y hasta animal: día y noche no son para esta ciudad meras denominaciones de la metáfora en la que se ha convertido para parte importante del mundo urbano y contemporáneo, esa dualidad tan cara y consistente para sus antepasados.

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Fig. 2. Fuente: Autor. No; Santiago de Chile continúa haciendo regularmente evidente que una cosa es el día y otra muy distinta es la noche. Evidentemente no estoy diciendo que otras ciudades capitales no regulen su existencia en base a esta biológica y cultural dualidad, ni menos que otros centros urbanos de la envergadura de Santiago, no hagan suya tan radical diferencia existencial. Lo que digo es que en esta capital republicana resulta más que patente que en la noche se reduce ostensiblemente el tránsito vehicular, que los ruidos cambian sus jerarquizaciones, por ejemplo, en la noche se escucha de forma más nítida la lluvia, los ladridos de los perros, el sonido inarticulado de la fiesta) que solo por escucharse en ese horario, nos indica que es una performance excepcional, la que a su vez remarca que de lunes a viernes y durante el día, tal manifestación no tiene lugar.

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Fig. 3. Fuente: Autor. Las grandes capitales, al menos las de América Latina, tienen muchas veces una vida intensa más allá de las horas en que el sol alumbra. La expresión de una locomoción colectiva que deja -cuando deja- de funcionar a altas horas de la noche, un movimiento de personas y vehículos que yendo o viniendo desde otras ciudades, utilizan a la capital como punto de paso; en fin, la obligación de trabajo y trámites nocturnos para grandes grupos es en otras ciudades una cuestión de regularidad visible. Sin embargo Santiago de Chile si bien no anula todo lo descrito, lo reduce de manera considerable, dándole a la noche un peso de transcriptora de los deseos y necesidades de seres que necesitan dormir y soñar. Santiago es y sigue siendo entonces un pueblo de corto vecindario que pondera y determina la diferencia entre día y noche, entre noche y día; como si su identificación -para retomar la noción que desplaza la sospechada seguridad de la identidad- se jugará en algún nivel, menos en el sentido del trasnoche, que en del blanco y negro que identifican simbólica y perceptualmente a esos dos estados que se producen por el movimiento de la tierra sobre su eje. ¿Modernización o modernidad?, pues Santiago podría señalarse como una ciudad latinoamericana que suele mostrar desniveles respecto de tales conceptos. Así, la capital de Chile asiste en las últimas décadas a una modernización a importantes grados de lo primero acompañado de muy bajos niveles de lo segundo, con lo cual se confirman dos cosas más o menos precisas: 1) la idea de que esta ciudad comparte un horizonte latinoamericano común y 2) la concepción de que esta modernidad periférica no es más que una inflexión, lo cual lleva a las personas a creer que lo que viven como tal estado de desarrollo solo les ha ocurrido a ellas.

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Santiago se construye, se transforma, se crea un sistema de interconexión urbana que en algunos puntos de construcción, como puede ser la Costanera Norte, alcanza buenos niveles de modernización. Más también la ciudad se disgrega, se vacía de ciertos contenidos que muestran un nivel aceptable de democratización y de modernidad en el sentido clásico que dicha noción suele tener. Todo esto, evidentemente, conecta a la ciudad con los imaginarios, las alucinaciones colectivas y con la participación, que me atrevería a tildar de ocupamiento político y partidista de la ciudad. En efecto, un hecho y evidencia de alta connotación de drama político, fue el bombardeo del Palacio de La Moneda el 11 de septiembre de 1973. Acción armada que ha marcado la estructuración simbólica de la ciudad. La casa de gobierno ha sido pintada de blanco, normalizando sus espacios centrales, fundida simbólicamente a un centro cultural de gran envergadura, sin desaparecer del todo las imágenes que la convirtieron en ruinas, nunca completamente desaparecidas de los hitos más significativos de la ciudad. Y junto a tal hecho material resuenan las últimas palabras de Salvador Allende que justamente al despedirse ese mismo día 11 de septiembre, expresa un horizonte de futuro, nombrando a un tipo de árbol preciso como es el álamo. No solo el álamo como individualidad de objeto natural, sino a las alamedas como una constante de vereda, avenida o eje urbano, tal cual se puede encontrar hoy en muchos pasajes de la ciudad de Santiago.

Fig. 4. Fuente: Autor.

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Las grandes alamedas quizá ya no existen, más que como una metáfora de un presidente constitucionalista, que quiso expresar con ello, la imagen de un futuro, en que como él mismo lo dijera, otros hombres superarían ese momento amargo. No obstante los álamos son árboles potentes, grandes, que aunque existen profusamente en el espacio público de la ciudad, también conviven en otros espacios con los que remarcan su condición robusta. ¿Algo más como señal, siempre esquiva por cierto, de lo que podría caracterizar o identificar a esta capital, más allá de la profusa arboleda interior que muestran algunos de sus rincones? Hago hincapié en esto y en la sorpresa de Gabriel García Márquez porque en otras ciudades o capitales latinoamericanas, la naturaleza, la vegetación y por ende los árboles, se encuentran rodeando a la ciudad. Algo así como una omnipresencia de lo vegetal que se vislumbra desde los patios y calles interiores de la ciudad. Bogotá podría ser un ejemplo ejemplar en este sentido.

Fig. 5. Fuente: Autor. Evidentemente la falta de árboles es una cuestión siempre presente en las políticas, discursos, percepciones y reclamos ciudadanos. Pero quizá por lo mismo el esfuerzo siempre un poco desmesurado de plantar, exige cuidado o mayor desembolso por parte de la autoridad para con la plantación y reproducción de árboles para Santiago. Pero estos árboles han sido sometidos en el último tiempo a una obliteración nada despreciable por parte de la enorme construcción de edificios aparecida en todo tipo de barrios de la ciudad, enQ digamos los últimos 20 años. Con lo cual se reafirma aquello de la aceleración de ciertos niveles de modernización ya consignados. Si hasta hace poco Santiago era percibida por sus habitantes y quienes la visitaban desde el extranjero o la provincia como una ciudad más bien plana y gris, hoy algo de eso ha variado. Hay otra escala y quizá otro matiz que envuelve lo percibido. Edificios blancos o semiblancos, carreteras limpias o semilimpias; calles mejor iluminadas respecto de lo que era posible

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encontrar en otro tiempo. Sin embargo todo eso oblitera, como digo, a los árboles aunque no a los perros vagabundos que igualmente parecen una marca de identificación de esta ciudad. Para volver a la misma instrumentalización de tal concepto, pues digamos que Santiago de Chile no es la única ciudad del mundo que presenta una considerable cantidad de perros sueltos, abandonados o simplemente viviendo en la calle como una prolongación natural de sus respectivos domicilios. Pero parece que los habitantes de esta ciudad suelen identificar, en una mezcla de desagrado, ironía y amor hacia estos animales domésticos, a Santiago de Chile con sus perros. Perros que duermen en las veredas la somnolencia de las tardes de esta aldea global y globalizante. Perros que acompañan la vida pública de sus amos accidentales o también perros que desde un primer plano, escenifican los movimientos sociales, las protestas urbanas; en fin, perros que en cada acto de solemnidad se ubican en algún recoveco para recordarnos que tales protocolos contienen, muchas veces, algo de impostura, de poco serio y casi vacío, en tanto allí se funda una realidad sin mucho arraigo en las subjetividades colectivas. La recurrencia en la vida diaria de los santiaguinos a la presencia de sus perros en las más varadas circunstancias públicas, nos señala en mi opinión, dos cosas: 1) que esto efectivamente es una realidad debido a la profusión y lo sostenido en el tiempo de tal aparición, y 2) que esto es mirado con no poca simpatía por parte de unos grupos significativos de habitantes de la ciudad. Todo lo cual no inhibe un alto grado de crueldad frente al mundo animal, en culturas de tanta tradición religiosa monoteísta que han colocado lo humano como la cúspide de la creación.

Fig. 6. Fuente: Autor.

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El perro, los perros, los árboles, la modernización de alta intensidad junto a la modernidad periférica, dueña de serios vacíos estructurales, le recuerdan a esta capital, una vez más, aquella divergencia que tan bien expresó Ángel Rama en cuanto a una ciudad letrada y una ciudad real. Consignando que mientras la primera “actúa preferentemente en el campo de las significaciones y aun las autonomiza en un sistema”, la otra “trabaja más cómodamente en el campo de los significantes y aun los segrega de los encadenamientos lógico-gramaticales” (Rama, 2004). Pero esto no solo es posible leerlo como déficit, como la textura evidente de una falta de civilización o como una contraposición infranqueable entre dos mundos que no se mezclan. Si pudiéramos parafrasear a Serge Grusinski, diríamos que los grupos ciudadanos, las clases, los habitantes de los barrios no se pueden mezclar. Esto porque para que se mezclaran -las culturas, según este historiador de las ideas- “sería necesario que estas se presentaran como conjuntos estables, claramente perfilados e inicialmente dotados de una relativa autonomía. Hablar de mezcla de culturas es también postular una pureza original anterior al instante que se fundiesen o se entremezclen” (Gruzinski, 2009). Trasladada a la ciudad de Santiago de Chile, esta idea significa que ello no es posible ya que todos los habitantes de este inmenso lugar somos parte de un mismo grupo, que de buscar orígenes genealógicos precisos nos perderíamos en la noche de los tiempos. A menos que usáramos el término de convivencia, de vínculo, de contrato social, que en estas últimas décadas se trastocado y hasta roto, convirtiendo a la ciudad en grupos de ciudadanos ubicados en barrios y lugares sin conexión unos respecto de otros. Quizá la figura de la nana, de la empleada doméstica, de la sirvienta -tal cual lo ha planteado en alguna conversación académica la profesora y socióloga Cecilia Bralic- podría ser en este sentido una personalidad digna de ser incorporada a una investigación, en cuanto ella representaría una encrucijada entre mundos que parecen no tocarse nunca. Encrucijada de formas y maneras de plantearse la vida misma, pero también encrucijada de espacios, de barrios, de arrabales y de poblaciones. Entonces, esta es menos una ciudad que separa a sus habitantes, que una ciudad que continúa y prolonga una convivencia esencial, hecha evidentemente de retazos, de jirones de diferencias sociales y culturales inmensas, pero que una vez más se construye como una inflexión dentro de la historia humana. Una historia que en este caso, como en el de casi todas las ciudades latinoamericanas, está marcada por el planeo anticipado de directrices prearmadas frente a una topografía cultural o natural preexistente. Con la salvedad que en el específico caso de Santiago de

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Fig. 7. Fuente: Autor. Chile, este emplazamiento fundacional no tuvo grandes construcciones precolombinas sobre las cuales edificar su origen; lo que no impide que no se hayan cometido en este lugar avasallamientos frente a quienes habitaban el valle sobre el cual se funda la ciudad. El orden, la trama, las líneas que circunscriben y remarcan la figura del damero es finalmente expresión de orden político, moral y estético. Sin embargo, tampoco estos deseos y propósitos anulan una cierta profusión barroca en los usos y manipulaciones cotidianas y a veces no tan cotidianas de esta misma ciudad. Lo barroco en su modalidad moderna, paralela a la que Valentín Díaz llamó, leyendo a Severo Sarduy, “hegemónica, racionalista, sostenida en la idea de progreso y de la que participan, tanto las filosofías del Iluminismo como el marxismo”; esto es la versión “intempestiva, nietzscheana y, por tanto, no dialéctica, una modernidad del ornamento” (Díaz, 2011). Para terminar con el intersticio en el que se han convertido finalmente estas notas, cabría preguntarse de nuevo ¿hay, por el momento, algo más que nos entregue algún rasgo de especificidad, aunque sea relativa, respecto de la ciudad Santiago de la Nueva Extremadura, considerando la dualidad conceptual identidad-identificación? Pues no mucho más que nuestros lugares comunes: la excesiva polución que dota a la ciudad de un muy primer lugar en el concierto de la contaminación del mundo, la formidable y fastuosa imagen de la Cordillera de los Andes como muro que nos recuerda, una vez más y de forma contundente, que los juicios de belleza no son solo un asunto producidos por los objetos o las producciones del arte.

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Fig. 8. Fuente: Autor. Pero también el río inmenso que atraviesa con su colosal inmundicia una parte nada despreciable de la ciudad o el ajetreo incesante de una multitud que hoy llena los malls y vacía, tanto las plazas como las iglesias. Igualmente está, cómo olvidarlo, la consabida falta de tiempo para compartir con el otro y la siempre denostada presencia omnipresente de las nuevas tecnologías en la vida de las gentes, especialmente de las nuevas generaciones que destruiría las relaciones familiares. Cuestión, esta última, que trae a la memoria aquella reflexión del pensador Jesús Martín-Barbero, quien señalando la crítica que en el mismo sentido se le hacía en otros tiempos a la televisión señalara lo siguiente: "como si antes de la televisión la familia hubiera sido un remanso de comprensión y de diálogo" (1997).

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BIBLIOGRAFÍA

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Rama, Ángel, La ciudad letrada, Chile, Tajamar Editores, 2004. Rodríguez-Plaza, Patricio, Estética urbana y mayorías latinoamericanas, Santiago de Chile, Ocho Libros Editores, 2011. Schaeffer, Jean-Marie, El fin de la excepción humana, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009.

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