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La gitanilla Miguel de Cervantes Obra reproducida sin responsabilidad editorial

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La gitanilla

Miguel de Cervantes

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Parece que los gitanos y gitanas solamente na-cieron en el mundo para ser ladrones: nacen depadres ladrones, críanse con ladrones, estudianpara ladrones y, finalmente, salen con ser la-drones corrientes y molientes a todo ruedo, y lagana del hurtar y el hurtar son en ellos comoacidentes inseparables, que no se quitan sinocon la muerte. Una, pues, desta nación, gitanavieja, que podía ser jubilada en la ciencia deCaco, crió una muchacha en nombre de nietasuya, a quien puso nombre Preciosa, y a quienenseñó todas sus gitanerías, y modos de embe-lecos, y trazas de hurtar. Salió la tal Preciosa lamás única bailadora que se hallaba en todo elgitanismo, y la más hermosa y discreta quepudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entrecuantas hermosas y discretas pudiera pregonarla fama. Ni los soles, ni los aires, ni todas lasinclemencias del cielo, a quien más que otrasgentes están sujetos los gitanos, pudieron des-lustrar su rostro ni curtir las manos; y lo que esmás, que la crianza tosca en que se criaba no

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descubría en ella sino ser nacida de mayoresprendas que de gitana, porque era en extremocortés y bien razonada. La abuela conoció eltesoro que en la nieta tenía, y así, determinó eláguila vieja sacar a volar su aguilucho y ense-ñarle a vivir por sus uñas.

Salió Preciosa rica de villancicos, de coplas,seguidillas y zarabandas y de otros versos, es-pecialmente de romances, que los cantaba conespecial donaire. Porque su taimada abuelaechó de ver que tales juguetes y gracias, en lospocos años y en la mucha hermosura de su nie-ta, habían de ser felicísimos atractivos e incen-tivos para acrecentar su caudal; y así, se losprocuró y buscó por todas las vías que pudo, yno faltó poeta que se los diese.

Crióse Preciosa en diversas partes de Castilla, ya los quince años de su edad su abuela putativala volvió a la Corte y a su antiguo rancho, quees adonde ordinariamente le tienen los gitanos,en los campos de Santa Bárbara, pensando en la

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Corte vender su mercadería, donde todo secompra y todo se vende. Y la primera entradaque hizo Preciosa en Madrid fué un día de San-ta Ana, patrona y abogada de la villa, con unadanza en que iban ocho gitanas, cuatro ancia-nas y cuatro muchachas, y un gitano, gran bai-larín, que las guiaba; y aunque todas iban lim-pias y bien aderezadas, el aseo de Preciosa eratal, que poco a poco fué enamorando los ojos decuantos la miraban. De entre el son del tambo-rín y castañetas y fuga del baile salió un rumorque encarecía la belleza y donaire de la Gitani-lla, y corrían los muchachos a verla y los hom-bres a mirarla. Pero cuando la oyeron cantar,por ser la danza cantada, ¡allí fué ello! Allí síque cobró aliento la fama de la Gitanilla, y decomún consentimiento de los diputados de lafiesta, desde luego le señalaron el premio y joyade la mejor danza; y cuando llegaron a hacerlaen la iglesia de Santa María, delante de la ima-gen de Santa Ana, después de haber bailadotodas, tomó Preciosa unas sonajas, al son de las

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cuales, dando en redondo largas y ligerísimasvueltas, cantó un romance.

El cantar de Preciosa fué para admirar a cuan-tos la escuchaban. Unos decían: "¡Dios te ben-diga, la muchacha!" Otros: "¡Lástima es que estamozuela sea gitana! En verdad en verdad quemerecía ser hija de un gran señor."

Acabáronse las vísperas, y la fiesta de SantaAna, y quedó Preciosa algo cansada; pero tancelebrada de hermosa, de aguda y de discreta, yde bailadora, que a corrillos se hablaba della entoda la Corte. De allí a quince días volvió aMadrid con otras tres muchachas, con sonajas ycon un baile nuevo, todas apercebidas de ro-mances y de cantarcillos alegres, pero todoshonestos. Nunca se apartaba della la gitanavieja, hecha su Argos, temerosa no se la despa-bilasen y traspusiesen; llamábala nieta, y ella latenía por abuela. Pusiéronse a bailar a la som-bra en la calle de Toledo, y de los que las vení-an siguiendo se hizo luego un gran corro; y en

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tanto que bailaban, la vieja pedía limosna a loscircunstantes, y llovían en ella ochavos y cuar-tos como piedras a tablado; que también la her-mosura tiene fuerza de despertar la caridaddormida.

Acabado el baile, dijo Preciosa:

--Si me dan cuatro cuartos, les cantaré un ro-mance yo sola, lindísimo en extremo, que tratade cuando la Reina nuestra señora Margaritasalió a misa en Valladolid y fué a San Llorente:dígoles que es famoso, y compuesto por unpoeta de los del número, como capitán del bata-llón.

Apenas hubo dicho esto, cuando casi todos losque en la rueda estaban dijeron a voces:

--Cántale, Preciosa, y ves aquí mis cuatro cuar-tos.

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Y así granizaron sobre ella cuartos, que la viejano se daba manos a cogerlos. Hecho, pues, suagosto, y su vendimia, repicó Preciosa sus so-najas, y al tono correntío y loquesco cantó elromance.

Apenas lo acabó cuando del ilustre auditorio ygrave senado que la oía, de muchas se formóuna voz sola, que dijo:

--¡Torna a cantar, Preciosica; que no faltaráncuartos como tierra!

Más de docientas personas estaban mirando elbaile y escuchando el canto de las gitanas, y enla fuga dél acertó a pasar por allí uno de lostinientes de la villa, y viendo tanta gente junta,preguntó qué era, y fuéle respondido que esta-ban escuchando a la Gitanilla hermosa, quecantaba. Llegóse el Tiniente, que era curioso, yescuchó un rato, y por no ir contra su gravedad,no escuchó el romance hasta la fin; y habiéndo-le parecido por todo extremo bien la Gitanilla,

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mando a un paje suyo dijese a la gitana viejaque al anochecer fuese a su casa con las gitani-llas; que quería que las oyese dona Clara sumujer. Hizolo así el paje, y la vieja dijo que síiria.

Acabaron el baile y el canto y se fueron la calleadelante, y desde una reja llamaron unos caba-lleros a las gitanas. Asomóse Preciosa a la reja,que era baja, y vió en una sala muy bien adere-zada y muy fresca muchos caballeros que, unospaseándose y otros jugando a diversos juegos,se entretenían.

--¿Quiérenme dar barato, ceñores?--dijo Precio-sa, que, como gitana, hablaba ceceoso, y esto esartificio en ellas; que no naturaleza.

A la voz de Preciosa, y a su rostro, dejaron losque jugaban el juego, y el paseo los paseantes, ylos unos y los otros acudieron a la reja por ver-la, que ya tenían noticia della, y dijeron:

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--Entren, entren las gitanillas; que aquí les da-remos barato.

--Caro sería ello--respondió Preciosa--si nospellizcacen.

--No, a fe de caballeros--respondió uno--; bienpuedes entrar, niña, segura que nadie te tocaráa la vira de tu zapato; no, por el hábito quetraigo en el pecho.

Y púsose la mano sobre uno de Calatrava.

--Si tú quieres entrar, Preciosa--dijo una de lastres gitanillas que iban con ella--, entra enhora-buena; que yo no pienso entrar adonde haytantos hombres.

--Mira, Cristina--respondió Preciosa--: de lo quete has de guardar es de un hombre solo y a so-las, y no de tantos juntos; porque antes el sermuchos quita el miedo y el recelo de ser ofen-didas. Advierte, Cristinica, y está cierta de una

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cosa: que la mujer que se determina a ser hon-rada, entre un ejército de soldados lo puede ser.Verdad es que es bueno huír de las ocasiones;pero han de ser de las secretas, y no de las pú-blicas.

--Entremos, Preciosa--dijo Cristina--; que túsabes más que un sabio.

Animólas la gitana vieja, y entraron; y apenashubo entrado Preciosa, cuando el caballero delhábito vió un papel que traía en el seno, y lle-gándose a ella se le tomó, y dijo Preciosa:

--¡Y no me le tome, señor; que es un romanceque me acaban de dar ahora, que aún no le heleído!

--Y ¿sabes tú leer, hija?--dijo uno.

--Y escribir--respondió la vieja--; que a mi nietahela criado yo como si fuera hija de un letrado.

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Abrió el caballero el papel, y vió que venía de-ntro dél un escudo de oro, y dijo:

--En verdad, Preciosa, que trae esta carta el por-te dentro: toma este escudo que en el romanceviene.

--Basta--dijo Preciosa---, que me ha tratado depobre el poeta. Pues cierto que es más milagrodarme a mí un poeta un escudo que yo recebir-le: si con esta añadidura han de venir sus ro-mances, traslade todo el Romancero general, yenvíemelos uno a uno; que yo les tentaré elpulso, y si vinieren duros, seré yo blanda enrecebillos.

Admirados quedaron los que oían a la Gitanica,así de su discreción como del donaire con quehablaba.

Los que jugaban le dieron barato, y aun los queno jugaban. Cogió la hucha de la vieja treintareales, y más rica y más alegre que una Pascua

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de Flores, antecogió sus corderas y fuése encasa del señor Teniente, quedando que otro díavolvería con su manada a dar contento a aque-llos tan liberales señores.

Ya tenía aviso la señora doña Clara, mujer delseñor Teniente, como habían de ir a su casa lasgitanillas, y estábalas esperando como el aguade Mayo ella y sus doncellas y dueñas, con lasde otra señora vecina suya, que todas se junta-ron para ver a Preciosa; y apenas hubieron en-trado las gitanas, cuando entre las demás res-plandeció Preciosa como la luz de una antorchaentre otras luces menores; y así, corrieron todasa ella: unas la abrazaban, otras la miraban, éstasla bendecían, aquéllas la alababan. Doña Claradecía:

--¡Este sí que se puede decir cabello de oro! ¡Es-tos sí que son ojos de esmeraldas!

La señora su vecina la desmenuzaba toda, yhacía pepitoria de todos sus miembros y coyun-

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turas. Y llegando a alabar un pequeño hoyo quePreciosa tenía en la barba, dijo:

--¡Ay, qué hoyo! En este hoyo han de tropezarcuantos ojos le miraren.

Oyó esto un escudero de brazo de la señoradoña Clara, que allí estaba, de luenga barba ylargos años, y dijo:

--¡Por Dios, tan linda es la Gitanilla, que hechade plata o de alcorza no podría ser mejor! ¿Sa-bes decir la buenaventura, niña?

--De tres o cuatro maneras--respondió Preciosa.

--Y ¿eso más?--dijo doña Clara---. Por vida delTiniente, mi señor, que me la has de decir, niñade oro, y niña de plata, y niña de perlas, y niñade carbuncos, y niña del cielo, que es lo másque puedo decir.

--Dénle, dénle la palma de la mano a la niña, ycon que haga la cruz--dijo la vieja--, y verán qué

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de cosas les dice; que sabe más que un doctorde melecina.

Echó mano a la faldriquera la señora Tenienta,y halló que no tenía blanca. Pidió un cuarto asus criadas, y ninguna le tuvo, ni la señora ve-cina tampoco. Lo cual visto por Preciosa dijo:

--Todas las cruces, en cuanto cruces, son bue-nas; pero las de plata o de oro son mejores; y elseñalar la cruz en la palma de la mano con mo-neda de cobre sepan vuesas mercedes que me-noscaba la buenaventura, a lo menos, la mía; yasí, tengo afición a hacer la cruz primera conalgún escudo de oro, o con algún real de aocho, o, por lo menos, de a cuatro; que soy co-mo los sacristanes: que cuando hay buenaofrenda, se regocijan.

--Donaire tienes, niña, por tu vida--dijo la seño-ra vecina.

Y volviéndose al escudero, le dijo:

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--Vos, señor Contreras, ¿tendréis a mano algúnreal de a cuatro? Dádmele; que en viniendo eldoctor mi marido os le volveré.

--Sí tengo--respondió Contreras--; pero téngoleempeñado en veinte y dos maravedís, que cenéanoche; dénmelos; que yo iré por él en volan-das.

--No tenemos entre todas un cuarto--dijo doñaClara---, ¿y pedís veinte y dos maravedís? An-dad, Contreras, que siempre fuistes impertinen-te.

Una doncella de las presentes, viendo la esteri-lidad de la casa, dijo a Preciosa:

--Niña, ¿hará algo al caso que se haga la cruzcon un dedal de plata?

--Antes--respondió Preciosa--se hacen las cru-ces mejores del mundo con dedales de plata,como sean muchos.

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--Uno tengo yo--replicó la doncella---; si éstebasta, hele aquí, con condición que también seme ha de decir a mí la buenaventura.

--¿Por un dedal tantas buenasventuras?--dijo lagitana vieja---. Nieta, acaba presto; que se hacenoche.

Tomó Preciosa el dedal y la mano de la señoraTeniente y dijo la buenaventura; y en acabán-dola encendió el deseo de todas las circunstan-tes en querer saber la suya, y así se lo rogarontodas; pero ella las remitió para el viernes veni-dero, prometiéndole que tendrían reales deplata para hacer las cruces. En esto, vino el se-ñor Tiniente, a quien contaron maravillas de laGitanilla; él las hizo bailar un poco, y confirmópor verdaderas y bien dadas las alabanzas quea Preciosa habían dado; y poniendo la mano enla faldriquera. hizo señal de querer darle algo; yhabiéndola espulgado, y sacudido, y rascadomuchas veces, al cabo sacó la mano vacía, ydijo:

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--¡Por Dios que no tengo blanca! Dadle vos,doña Clara, un real a Preciosica; que yo os ledaré después.

--¡Bueno es eso, señor, por cierto! ¡Sí, ahí está elreal de manifiesto! No hemos tenido entre to-das nosotras un cuarto para hacer la señal de lacruz, ¿y quiere que tengamos un real?

--Pues dadle alguna valoncica vuestra, o algunacosita; que otro día nos volverá a ver Preciosa,y la regalaremos mejor.

A lo cual dijo doña Clara:

--Pues porque otra vez venga, no quiero darnada ahora a Preciosa.

--Antes si no me dan nada--dijo Preciosa---,nunca más volveré acá. Mas sí volveré, a servira tan principales señores; pero trairé tragadoque no me han de dar nada, y ahorraréme la

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fatiga del esperallo. Coheche vuesa merced,señor Tiniente; coheche, y tendrá dineros, y nohaga usos nuevos; que morirá de hambre. Mire,señora: por ahí he oído decir (y aunque moza,entiendo que no son buenos dichos) que de losoficios se ha de sacar dineros para pagar lascondenaciones de las residencias y para pre-tender otros cargos.

--Así lo dicen y lo hacen los desalmados--replicó el Teniente---; pero el juez que da buenaresidencia no tendrá que pagar condenaciónalguna, y el haber usado bien su oficio será elvaledor para que le den otro.

--Habla vuesa merced muy a lo santo, señorTeniente --respondió Preciosa---; ándese a eso ycortarémosle de los harapos para reliquias.

--Mucho sabes, Preciosa--dijo el Tiniente---.Calla, que yo daré traza que sus Majestades tevean, porque eres pieza de reyes.

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--Querránme para truhana--respondió Preciosa---, y yo no lo sabré ser, y todo irá perdido. Si mequisiesen para discreta, aún llevarme hían; peroen algunos palac|más medran los truhanes quelos discretos. Yo me hallo bien con ser gitana ypobre, y corra la suerte por donde el cielo qui-siere.

--Ea, niña--dijo la gitana vieja--, no hables más;que has hablado mucho, y sabes más de lo queyo te he enseñado; no te asotiles tanto, que tedespuntarás; habla de aquello que tus añospermiten, y no te metas en altanerías; que nohay ninguna que no amenace caída.

--¡El diablo tienen estas gitanas en el cuerpo! --dijo a esta sazón el Tiniente.

Despidiéronse las gitanas, y al irse, dijo la don-cella del dedal:

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--Preciosa, dime la buenaventura, o vuélvememi dedal; que no me queda con qué hacer la-bor.

--Señora doncella--respondió Preciosa---, hagacuenta que se la he dicho, y provéase de otrodedal, o no haga vainillas hasta el viernes, queyo volveré y le diré más venturas y aventurasque las que tiene un libro de caballerías.

Fuéronse, y juntáronse con las muchas labrado-ras que a la hora de las avemarías suelen salirde Madrid para volverse a sus aldeas, y entreotras vuelven muchas, con quien siempre seacompañaban las gitanas, y volvían seguras.Porque la gitana vieja vivía en continuo temorno le salteasen a su Preciosa.

Sucedió, pues, que la mañana de un día quevolvían a Madrid a coger la garrama con lasdemás gitanillas, en un valle pequeño que estáobra de quinientos pasos antes que se llegue ala villa, vieron un mancebo gallardo y ricamen-

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te aderezado de camino. La espada y daga quetraía eran, como decirse suele, una ascua deoro; sombrero con rico cintillo y con plumas dediversas colores adornado. Repararon las gita-nas en viéndole y pusiéronsele a mirar muy deespacio, admiradas de que a tales horas un tanhermoso mancebo estuviese en tal lugar, a pie ysolo. El se llegó a ellas, y hablando con la gitanamayor, le dijo:

--Por vida vuestra, amiga, que me hagáis placerque vos y Preciosa me oyáis aquí aparte dospalabras, que serán de vuestro provecho.

--Como no nos desviemos mucho, ni no nostardemos mucho, sea en buen hora--respondióla vieja.

Y llamando a Preciosa, se desviaron de las otrasobra de veinte pasos, y así en pie, como esta-ban, el mancebo les dijo:

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--Yo vengo de manera rendido a la discreción ybelleza de Preciosa, que después de habermehecho mucha fuerza para excusar llegar a estepunto, al cabo he quedado más rendido y másimposibilitado de excusallo. Yo, señoras mías(que siempre os he de dar este nombre, si elcielo mi pretensión favorece), soy caballero,como lo puede mostrar este hábito--y apartan-do el herreruelo, descubrió en el pecho uno delos más calificados que hay en España---; soyhijo de Fulano--que por buenos respectos aquíno se declara su nombre---; estoy debajo de sututela y amparo; soy hijo único, y el que esperaun razonable mayorazgo. Mi padre está aquí enla Corte pretendiendo un cargo, y ya está con-sultado, y tiene casi ciertas esperanzas de salircon él. Y con ser de la calidad y nobleza que oshe referido, y de la que casi se os debe ya de irtrasluciendo, con todo eso, quisiera ser un granseñor para levantar a mi grandeza la humildadde Preciosa, haciéndola mi igual y mi señora.Quiero servirla del modo que ella más gustare:

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su voluntad es la mía. Para con ella es de cerami alma, donde podrá imprimir lo que quisiere;y para conservarlo y guardarlo no será comoimpreso en cera, sino como esculpido en mar-móles, cuya dureza se opone a la duración delos tiempos. Si creéis esta verdad, no admitiráningún desmayo mi esperanza; pero si no mecreéis, siempre me tendrá temeroso vuestraduda. Mi nombre es éste--y díjoselo---; el de mipadre ya os le he dicho; la casa donde vive esen tal calle, y tiene tales y tales señas; vecinostiene de quien podréis informaros, y aun de losque no son vecinos también; que no es tan es-cura la calidad y el nombre de mi padre y elmío, que no le sepan en los patios de palacio, yaun en toda la Corte. Cien escudos traigo aquíen oro para daros en arra y señal de lo quepienso daros; porque no ha de negar la hacien-da el que da el alma.

En tanto que el caballero esto decía, le estabamirando. Preciosa atentamente, y sin duda que

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no le debieron de parecer mal ni sus razones nisu talle; y volviéndose a la vieja, le dijo:

--Perdóneme, abuela, de que me tomo licenciapara responder a este señor.

--Responde lo que quisieres, nieta--respondió lavieja---; que yo sé que tienes discreción paratodo.

Y Preciosa dijo:

--Yo, señor caballero, aunque soy gitana, pobrey humildemente nacida, tengo un cierto espiri-tillo fantástico acá dentro, que a grandes cosasme lleva. A mí ni me mueven promesas, ni medesmoronan dádivas, ni me inclinan sumisio-nes, ni me espantan finezas y aunque de quinceaños (que, según la cuenta de mi abuela, paraeste San Miguel los haré), soy ya vieja en lospensamientos y alcanzo más de aquello que miedad promete, más por mi buen natural quepor la experiencia. El temor engendra en mí un

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recato tal, que ningunas palabras creo y de.muchas obras dudo. Si quisiéredes ser mi espo-so, yo lo seré vuestra: pero han de precedermuchas condiciones y averiguaciones primero.Primero tengo; de saber si sois el que decís;luego, hallando esta verdad, habéis de dejar lacasa de vuestros padres y la habéis de trocarcon nuestros ranchos, y tomando el traje degitano, habéis de cursar dos años en nuestrasescuelas, en el cual tiempo me satisfaré yo devuestra condición, y vos de la mía; al cabo delcual, si vos os contentáredes de mí, y yo de vos,me entregaré por vuestra esposa. Y habéis deconsiderar que en el tiempo de este noviciadopodría ser que cobrásedes la vista, que ahoradebéis de tener perdida, o, por lo menos, tur-bada, y viésedes que os convenía huir de lo queahora seguís con tanto ahinco; y cobrando lalibertad perdida, con un buen arrepentimientose perdona cualquier culpa. Si con estas condi-ciones queréis entrar a ser soldado de nuestramilicia, en vuestra mano está, pues faltando

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alguna dellas, no habéis de tocar un dedo de lamía.

Pasmóse el mozo a las razones de Preciosa, ypúsose como embelesado, mirando al suelo,dando muestras que consideraba lo que res-ponder debía. Viendo lo cual Preciosa, tornó adecirle:

--No es éste caso de tan poco momento, que enlos que aquí nos ofrece el tiempo pueda ni debaresolverse: volveos, señor, a la villa, y conside-rad de espacio lo que viéredes que más os con-venga, y en este mismo lugar me podéis hablartodas las fiestas que quisiéredes, al ir o venir deMadrid.

--Satanás tienes en tu pecho, muchacha--dijo aesta sazón la gitana vieja---: ¡mira que dicescosas, que no las diría un colegial de Salaman-ca! ¿cómo es esto? que me tienes loca, y te estoyescuchando como a una persona espiritada, quehabla latín sin saberlo.

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--Calle, abuela--respondió Preciosa---, y sepaque todas las cosas que me oye son nonada yson de burlas, para las muchas que de más ve-ras me quedan en el pecho.

Todo cuanto Preciosa decía, y toda la discreciónque mostraba, era añadir leña al fuego que ar-día en el pecho del caballero. Finalmente, que-daron en que de allí a ocho días se verían enaquel mismo lugar, donde él vendría a darcuenta del término en que sus negocios esta-ban, y ellas habrían tenido tiempo de informar-se de la verdad que les había dicho. Sacó el mo-zo una bolsilla de brocado, donde dijo que ibancien escudos de oro, y diósdos a la vieja; perono quería Preciosa que los tomaste en ningunamanera; a quien la gitana dijo:

--Calla, niña; que la mejor señal que este señorha dado de estar rendido es haber entregado lasarmas en señal de rendimiento; y el dar, encualquiera ocasión que sea, siempre fué indiciode generoso pecho. Y acuérdate de aquel refrán

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que dice: "Al cielo rogando, y con el mazo dan-do." Y más, que no quiero yo que por mí pier-dan las gitanas el nombre que por luengos si-glos tienen adquerido de codiciosas y aprove-chadas. ¿Cien escudos quieres tú que deseche,Preciosa, y de oro en oro, que pueden andarcosidos en el alforza de una saya que no valgados reales, y tenerlos allí como quien tiene unjuro sobre las yerbas de Extremadura? Y si al-guno de nuestros hijos, nietos o parientes caye-re, por alguna desgracia, en manos de la justi-cia, ¿habrá favor tan bueno que llegue a la orejadel juez y del escribano, como destos escudos,si llegan a sus bolsas? Tres veces por tres deli-tos diferentes me he visito casi puesta en el as-no para ser azotada, y de la una me libró unjarro de plata, y de la otra una sarta de perlas, yde la otra cuarenta reales de a ocho, que habíatrocado por cuartos, dando veinte reales máspor el cambio. Mira, niña, que andamos en ofi-cio muy peligroso y lleno de tropiezos y deocasiones forzosas, y no hay defensas que más

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presto nos amparen y socorran como las armasinvencibles del gran Filipo: no hay pasar ade-lante de su plus ultra. Por un doblón de doscaras se nos muestra alegre la triste del procu-rador y de todos los ministros de la muerte, queson arpías de nosotras las pobres gitanas, y másprecian pelarnos y desollarnos a nosotras que aun salteador de caminos; jamás, por más rotas ydesastradas que nos vean, nos tienen por po-bres; que dicen que somos como los jubones delos gabachos de Belmonte: rotos y grasientos, yllenos de doblones.

--Por vida suya, abuela, que no diga más; quelleva término de alegar tantas leyes en favor dequedarse con el dinero, que agote las de losEmperadores; quédese con ellos, y buen prove-cho le hagan, y plega a Dios que los entierre ensepultura donde jamás tornen a ver la claridaddel sol, ni haya necesidad que la vean. A estasnuestras compañeras será forzoso darles algo;

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que ha mucho que nos esperan, y ya deben deestar enfadadas.

--Así verán ellas--replicó la vieja--moneda dés-tas como veen al Turco agora. Este buen señorverá si le ha quedado alguna moneda de plata,o cuartos, y los repartirá entre ellas, que conpoco quedarán contentas.

--Sí traigo--dijo él galán.

Y sacó de la faldriquera tres reales de a ocho,que repartió entre las tres gitanillas, con quequedaron más alegres y más satisfechas quesuele quedar un autor de comedias cuando, encompetencia de otro, le suelen retular por lasesquinas: "Víctor, Víctor."

En resolución, concertaron la venida de allí aocho días, y que se había de llamar, cuandofuése gitano, Andrés Caballero, porque tam-bién había gitanos entre ellos deste apellido.

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Andrés (que así le llamaremos de aquí adelan-te) las dejó, y se entró en Madrid, y ellas, con-tentísimas, hicieron lo mismo. Preciosa, algoaficionada de la gallarda disposición de An-drés, ya deseaba informarse si era el que habíadicho; entró en Madrid, y como ella llevabapuesta la mira en buscar la casa del padre deAndrés, sin querer detenerse a bailar en ningu-na parte, en poco espacio se puso en la calle doestaba, que ella muy bien sabía; y habiendoandado hasta la mitad, alzó los ojos a unos bal-cones de hierro dorados, que le habían dadopor señas, y vió en ellos a un caballero de hastaedad de cincuenta años, con un hábito de cruzcolorada en los pechos, de venerable gravedady presencia; el cual apenas también hubo vistola Gitanilla cuando dijo:

--Subid, niñas; que aquí os darán limosna.

A esta voz acudieron al balcón otros tres caba-lleros, y entre ellos vino el enamorado Andrés,que cuando vió a Preciosa, perdió la color y

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estuvo a punto de perder los sentidos: tanto fuéel sobresalto que recibió con su vista. Subieronlas gitanillas todas, sino la grande, que se que-dó abajo para informarse de los criados de lasverdades de Andrés. Al entrar las gitanillas enla sala, estaba diciendo el caballero anciano alos demás:

--Esta debe ser, sin duda, la Gitanilla hermosaque dicen que anda por Madrid.

--Ella es--replicó Andrés--, y sin duda es la máshermosa criatura que se ha visto.

--Así lo dicen--dijo Preciosa, que lo oyó todo enentrando--; pero en verdad que se deben deengañar en la mitad del justo precio. Bonita,bien creo que lo soy; pero tan hermosa comodicen, ni por pienso.

--¡Por vida de don Juanico mi hijo--dijo el an-ciano---, que aún sois más hermosa de lo quedicen, linda gitana!

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--Y ¿quién es don Juanico su hijo?--preguntóPreciosa.

--Ese galán que está a vuestro lado--respondióel caballero.

--En verdad que pensé--dijo Preciosa--que jura-ba vuesa merced por algún niño de dos años.¡Mirad qué don Juanico, y qué brinco! A miverdad que pudiera ya estar casado, y que, se-gún tiene unas rayas en la frente, no pasarántres años sin que lo esté, y muy a su gusto, si esque desde aquí allá no se le pierde, o se le true-ca.

--Basta--dijo uno de los presentes--; que sabe laGitanilla desrayas.

A lo que respondió Preciosa.

--Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adivi-no: yo sé del señor don Juanico, sin rayas, quees algo enamoradizo, impetuoso y acelerado, y

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gran prometedor de cosas que parecen imposi-bles; y plega a Dios que no sea mentirosito, quesería lo peor de todo. Un viaje ha de hacer ago-ra muy lejos de aquí, y uno piensa el bayo, yotro el que le ensilla; el hombre pone, y Diosdispone; quizá pensará que va a Oñez, y daráen Gamboa.

A esto respondió don Juan:

--En verdad, gitanica, que has acertado en mu-chas cosas de mi condición; pero en lo de sermentiroso vas muy fuera de la verdad, porqueme precio de decirla en todo acontecimiento.En lo del viaje largo has acertado, pues, sin du-da, siendo Dios servido, dentro de cuatro ocinco días me partiré a Flandes, aunque tú meamenazas que he de torcer el camino, y no que-rría que en él me sucediese algún desmán quelo estorbase.

--Calle, señorito--respondió Preciosa--, y enco-miéndese a Dios; que todo se hará bien; y sepa

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que yo no sé nada de lo que digo, y no es ma-ravilla que como hablo mucho y a bulto, acierteen alguna cosa, y yo querría acertar en persua-dirte a que no te partieses, sino que sosegases elpecho, y te estuvieses con tus padres, para dar-les buena vejez; porque no estoy bien con estasidas y venidas a Flandes, principalmente losmozos de tan tierna edad como la tuya. Déjatecrecer un poco, para que puedas llevar los tra-bajos de la guerra, cuanto más que harta guerratienes en tu casa: hartos combates amorosos tesobresaltan el pecho. Sosiega, sosiega, alboro-tadito, y mira lo que haces primero que te ca-ses, y danos una limosnita por Dios y por quientú eres; que en verdad que creo que eres biennacido. Y si a esto se junta el ser verdadero, yocantaré la gala al vencimiento de haber acerta-do en cuanto te he dicho.

--Otra vez te he dicho, niña--respondió el donJuan que había de ser Andrés Caballero--, queen todo aciertas sino en el temor que tienes que

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no debo de ser muy verdadero; que en esto teengañas, sin alguna duda; la palabra que yodoy en el campo, la cumpliré en la ciudad yadonde quiera, sin serme pedida; pues no sepuede preciar de caballero quien toca en el vi-cio de mentiroso. Mi padre te dará limosna porDios y por mí; que en verdad que esta mañanadi cuanto tenía a unas damas.

Subió, en esto, la gitana vieja, y dijo:

--Nieta, acaba; que es tarde, y hay mucho quehacer y más que decir.

--Por vida de Preciosita--dijo el padre de An-drés--que bailéis un poco con vuestras compa-ñeras; aquí tengo un doblón de oro de a doscaras, que ninguna es como la vuestra, aunqueson de dos reyes.

Apenas hubo oído esto la vieja cuando dijo:

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--Ea, niñas, haldas en cinta y dad contento aestos señores.

Tomó las sonajas Preciosa, y dieron sus vueltas,hicieron y deshicieron todos sus lazos, con tan-to donaire y desenvoltura, que tras los pies sellevaban los ojos de cuantos las miraban, espe-cialmente los de Andrés, que así se iban entrelos pies de Preciosa como si allí tuvieran el cen-tro de su gloria.

Despidiéronse las gitanas, y al irse dijo Preciosaa don Juan:

--Mire, señor: cualquiera día desta semana espróspero para partidas, y ninguno es aciago;apresure el irse lo más presto que pudiere; quele aguarda una vida ancha, libre y muy gustosa,si quiere acomodarse a ella.

--No es tan libre la del soldado, a mi parecer --respondió don Juan--, que no tenga más de

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sujeción que de libertad; pero, con todo esto,haré como viere.

--Más veréis de lo que pensáis--respondió Pre-ciosa---, y Dios os lleve y traiga con bien, comovuestra buena presencia merece.

Con estas últimas palabras quedó contento An-drés, y las gitanas se fueron contentísimas. Tro-caron el doblón, repartiéronle entre todasigualmente, aunque la vieja guardiana llevabasiempre parte y media de lo que se juntaba, asípor la mayoridad, como por ser ella el agujapor quien se guiaban en el maremagno de susbailes, donaires, y aun de sus embustes.

Llegóse, en fin, el día que Andrés Caballero seapareció una mañana en el primer lugar de suaparecimiento, sobre una mula de alquiler, sincriado alguno; halló en él a Preciosa y a suabuela, de las cuales conocido, le recibieron conmucho gusto. El les dijo que le guiasen al ran-cho antes que entrase el día y con él se descu-

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briesen las señas que llevaba, si acaso le busca-sen. Ellas, que, como advertidas, vinieron solas,dieron la vuelta, y de allí a poco rato llegaron asus barracas. Entró Andrés en la una, que era lamayor del rancho, y luego acudieron a verlediez o doce gitanos, todos mozos y todos ga-llardos y bien hechos, a quien ya la vieja habíadado cuenta del nuevo compañero que leshabía de venir, sin tener necesidad de enco-mendarles el secreto; que ellos le guardan consagacidad y puntualidad nunca vista. Echaronluego ojo a la mula, y dijo uno dellos:

--Esta se podrá vender el jueves en Toledo.

--Eso no--dijo Andrés--, porque no hay mula dealquiler que no sea conocida de todos los mo-zos de mulas que trajinan por España.

--¡Par Dios, señor Andrés!--dijo uno de los gita-nos---, que aunque la mula tuviera más señalesque las que han de preceder al día tremendo,

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aquí la transformáramos de manera que no laconociera ni el dueño que la ha criado.

--Con todo eso--respondió Andrés--, por estavez se ha de seguir y tomar el parecer mío. Aesta mula se ha de dar muerte, y ha de ser ente-rrado donde aun los huesos no parezcan.

--¡Pecado grande!--dijo otro gitano--: ¿a unainocente se ha de quitar la vida? No diga tal elbuen Andrés, sino haga una cosa: mírela bienagora de manera que se le queden estampadastodas sus señales en la memoria, y déjenmelallevar a mí; y si de aquí a dos horas la conocie-re, que me lardeen como a un negro fugitivo.

--En ninguna manera consentiré--dijo Andrés--que la mula no muera, aunque más me asegu-ren su transformación: yo temo ser descubiertosi a ella no la cubre la tierra. Y si se hace por elprovecho que de venderla puede seguirse, novengo tan desnudo a esta cofradía, que no pue-

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da pagar de entrada más de lo que valen cuatromulas.

--Pues así lo quiere el señor Andrés Caballero--dijo otro gitano--, muera la sin culpa, y Diossabe si me pesa, así por su mocedad, pues aúnno ha cerrado (cosa no usada entre mulas dealquiler), como porque debe ser andariega,pues no tiene costras en las ijadas, ni llagas, dela espuela.

Dilatóse su muerte hasta la noche, y en lo quequedaba de aquel día se hicieron las ceremo-nias de la entrada de Andrés a ser gitano, quefueron: desembarazaron luego un rancho de losmejores del aduar, y adornáronle de ramos yjuncia; y sentándose Andrés sobre un medioalcornoque, pusiéronle en las manos un marti-llo y unas tenazas, y al son de dos guitarras quedos gitanos tañían, le hicieron dar dos cabrio-las; luego le desnudaron un brazo, y con unacinta de seda nueva y un garrote le dieron dosvueltas blandamente. A todo se halló presente

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Preciosa, y otras muchas gitanas, viejas y mo-zas, que las unas con maravilla, otras con amor,le miraban: tal era la gallarda disposición deAndrés, que hasta los gitanos le quedaron afi-cionadísimos.

Hechas, pues, las referidas ceremonias, un gi-tano viejo tomó por la mano a Preciosa, y pues-to delante de Andrés, dijo:

--Esta muchacha, que es la flor y la nata de todala hermosura de las gitanas que sabemos queviven en España, te la entregamos por esposa,porque la libre y ancha vida nuestra no estásujeta a melindres ni a muchas ceremonias.Mírala bien, y mira si te agrada, o si vees en ellaalguna cosa que te descontente, y si la vees,escoge entre las doncellas que aquí están la quemás te contentare; que la que escogieres te da-remos; pero has de saber que una vez escogida,no la has de dejar por otra. Con nuestras leyesy estatutos nos conservamos y vivimos alegres;somos señores de los campos, de los sembra-

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dos, de las selvas, de los montes, de las fuentesy de los ríos: los montes nos ofrecen leña debalde; los árboles, frutas; las viñas, uvas; lashuertas, hortaliza; las fuentes, agua; los ríos,peces, y los vedados, caza; sombra las peñas,aire fresco las quiebras, y casas las cuevas. Paranosotros las inclemencias del cielo son oreos,refrigerio las nieves, baños la lluvia, músicaslos truenos y hachas los relámpagos; para noso-tros son los duros terreros colchones de blandasplumas; el cuero curtido de nuestros cuerposnos sirve de arnés impenetrable que nos de-fiende; a nuestra ligereza no la impiden grillos,ni la detienen barrancos, ni la contrastan pare-des; a nuestro ánimo no le tuercen cordeles, nile menoscaban garruchas, ni le ahogan tocas, nile doman potros. Del sí al no no hacemos dife-rencia cuando nos conviene: siempre nos pre-ciamos más de mártires que de confesores; paranosotros se crían las bestias de carga en loscampos y se cortan las faldriqueras en las ciu-dades. No hay águila, ni ninguna otra ave de

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rapiña que más presto se abalance a la presaque se le ofrece, que nosotros nos abalanzamosa las ocasiones que algún interés nos señalen; y,finalmente, tenemos muchas habilidades quefelice fin nos prometen; porque en la cárcel can-tamos, en el potro callamos, de día trabajamos,y de noche hurtamos, o, por mejor decir, avi-samos que nadie viva descuidado de mirardónde pone su hacienda. No nos fatiga el temorde perder la honra, ni nos desvela la ambiciónde acrecentarla, ni sustentamos bandos, ni ma-drugamos a dar memoriales, ni a acompañarmagnates, ni a solicitar favores. Por doradostechos y suntuosos palacios estimamos estasbarracas y movibles ranchos; por cuadros ypaíses de Flandes, los que nos da la naturalezaen esos levantados riscos y nevadas peñas, ten-didos prados y espesos bosques que a cadapaso a los ojos se nos muestran. Somos astrólo-gos rústicos, porque como casi siempre dormi-mos al cielo descubierto, a todas horas sabemoslas que son del día y las que son de la noche;

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vemos cómo arrincona y barre la aurora lasestrellas del cielo, y cómo ella sale con su com-pañera el alba, alegrando el aire, enfriando elagua y humedeciendo la tierra, y luego, trasella, el sol, dorando cumbres (como dijo el otropoeta) y rizando montes; ni tememos quedarhelados por su ausencia cuando nos hiere asoslayo con sus rayos, ni quedar abrasadoscuando con ellos particularmente nos toca; unmismo rostro hacemos al sol que al yelo, a laesterilidad que a la abundancia. En conclusión,somos gente que vivimos por nuestra industriay pico, y sin entremeternos con el antiguo re-frán: "Iglesia, o mar, o casa real", tenemos loque queremos, pues nos contentamos con loque tenemos. Todo esto os he dicho, generosomancebo, por que no ignoréis la vida a quehabéis venido y el trato que habéis de profesar,el cual os he pintado aquí en borrón; que otrasmuchas e infinitas cosas iréis descubriendo enél con el tiempo, no menos dignas de conside-ración que las que habéis oído.

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Calló en diciendo esto el elocuente y viejo gita-no, y el novicio dijo que se holgaba mucho dehaber sabido tan loables estatutos, y que él pen-saba hacer profesión en aquella orden tan pues-ta en razón y en políticos fundamentos, y quesólo le pesaba no haber venido más presto enconocimiento de tan alegre vida, y que desdeaquel punto renunciaba la profesión de caballe-ro y la vanagloria de su ilustre linaje, y lo poníatodo debajo del yugo, o, por mejor decir, debajode las leyes con que ellos vivían, pues con tanalta recompensa le satisfacían el deseo de ser-virlos, entregándole a la divina Preciosa, porquien él dejaría coronas e imperios y sólo losdesearía para servirla.

A lo cual respondió Preciosa:

--Puesto que estos señores legisladores hanhallado por sus leyes que soy tuya, y que portuya te me han entregado, yo he hallado por laley de mi voluntad, que es la más fuerte de to-das, que no quiero serlo si no es con las condi-

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ciones que antes que aquí vinieses entre los dosconcertamos. Dos años has de vivir en nuestracompañía primero que de la mía goces, porquetú no te arrepientas por ligero, ni yo quede en-gañada por presurosa. Condiciones rompenleyes; las que te he puesto sabes: si las quisieresguardar, podrá ser que sea tuya y tú seas mío, ydonde no, aún no es muerta la mula, tus vesti-dos están enteros, y de tus dineros no te faltaun ardite; la ausencia que has hecho no ha sidoaún de un día; que de lo que dél falta te puedesservir y dar lugar que consideres lo que más teconviene. Estos señores no pueden entregartemi alma, que es libre y nació libre, y ha de serlibre en tanto que yo quisiere. Si te quedas, teestimaré en mucho; si te vuelves, no te tendréen menos; porque, a mi parecer, los ímpetusamorosos corren a rienda suelta, hasta que en-cuentran con la razón o con el desengaño; y noquerría yo que fueses tú para conmigo como esel cazador, que en alcanzando la liebre que si-gue, la coge, y la deja, por correr tras otra que le

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huye. Ojos hay engañados que a la primeravista tan bien les parece el oropel como el oro;pero a poco rato bien conocen la diferencia quehay de lo fino a lo falso. Esta mi hermosura quetú dices que tengo, que la estimas sobre el sol yla encareces sobre el oro, ¿qué sé yo si de cercate parecerá sombra, y tocada, cairás en que esde alquimia? Dos años te doy de tiempo paraque tantees y ponderes lo que será bien queescojas o será justo que deseches; que la prendaque una vez comprada, nadie se puede des-hacer della sino con la muerte, bien es que hayatiempo, y mucho, para miralla y remiralla, yver en ella las faltas o las virtudes que tiene.

--Tienes razón ¡oh Preciosa!--dijo a este puntoAndrés---; y así, si quieres que asegure tus te-mores y menoscabe tus sospechas jurándoteque no saldré un punto de las órdenes que mepusieres, mira qué juramento quieres que haga,o qué otra seguridad puedo darte; que a todome hallarás dispuesto.

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--No quiero juramentos, señor Andrés, ni quie-ro promesas; sólo quiero remitirlo todo a laexperiencia deste noviciado.

--Sea ansí--respondió Andrés--. Sola una cosapido a estos señores y compañeros míos, y esque no me fuercen a que hurte ninguna cosa,por tiempo de un mes siquiera; porque me pa-rece que no he de acertar a ser ladrón si antesno preceden muchas liciones.

--Calla, hijo--dijo el gitano viejo--; que aquí teindustriaremos de manera, que salgas un águi-la en el oficio; y cuando le sepas, has de gustardél de modo, que te comas las manos tras él.¡Ya es cosa de burla salir vacío por la mañana yvolver cargado a la noche al rancho!

--De azotes he visto yo volver a algunos desosvacíos--dijo Andrés.

--No se toman truchas, etcétera--replicó el viejo--: todas las cosas desta vida están sujetas a di-

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versos peligros, y las acciones del ladrón, al delas galeras, azotes y horca; pero no porque co-rra un navío tormenta, o se anegue, han de de-jar los otros de navegar. ¡Bueno sería que por-que la guerra come los hombres y los caballos,dejase de haber soldados! Cuanto más, que elque es azotado por justicia entre nosotros, estener un hábito en las espaldas, que le parecemejor que si le trujese en los pechos, y de losbuenos. El toque está en no acabar acoceando elaire en la flor de nuestra juventud y a los pri-meros delitos; que el mosqueo de las espaldas,ni el apalear el agua en las galeras, no lo esti-mamos en un cacao. Hijo Andrés, reposad aho-ra en el nido debajo de nuestras alas; que a sutiempo os sacaremos a volar, y en parte dondeno volváis sin presa, y lo dicho dicho: que oshabéis de lamer los dedos tras cada hurto.

--Pues para recompensar--dijo Andrés--lo queyo podía hurtar en este tiempo que se me da de

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venia, quiero repartir docientos escudos de oroentre todos los del rancho.

Apenas hubo dicho esto cuando arremetieron aél muchos gitanos, y levantándole en los brazosy sobre los hombros, le cantaban el "¡Víctor,víctor, y el grande Andrés!", añadiendo: "¡Yviva, viva Preciosa, amada prenda suya!"

Las gitanas hicieron lo mismo con Preciosa, nosin envidia de Cristina y de otras gitanillas quese hallaron presentes; que la envidia también sealoja en los aduares de los bárbaros y en laschozas de pastores como en palacios de prínci-pes, y esto de ver medrar al vecino que me pa-rece que no tiene más méritos que yo, fatiga.

Hecho esto, comieron lautamente; repartióse eldinero prometido con equidad y justicia; reno-váronse las alabanzas de Andrés; subieron alcielo la hermosura de Preciosa. Llegó la noche,acocotaron la mula, y enterráronla de modo,que quedó seguro Andrés de ser por ella des-

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cubierto; y también enterraron con ella sus al-hajas, como fueron silla, y freno, y cinchas, auso de los indios, que sepultan con ellos susmás ricas preseas.

De todo lo que había visto y oído, y de los in-genios de los gitanos, quedó admirado Andrés,y con propósito de seguir y conseguir su em-presa sin entremeterse nada en sus costumbres,o, a lo menos, excusarlo por todas las vías quepudiese, pensando exentarse de la jurisdiciónde obedecellos en las cosas injustas que lemandasen, a costa de su dinero. Otro día lesrogó Andrés que mudasen de sitio y se alejasende Madrid, porque temía ser conocido si allíestaba; ellos dijeron que ya tenían determinadoirse a los montes de Toledo, y desde allí correry garramar toda la tierra circunvecina. Levanta-ron, pues, el rancho, y diéronle a Andrés unapollina en que fuese; pero él no la quiso, sinoirse a pie, sirviendo de lacayo a Preciosa, quesobre otra iba, ella contentísima de ver cómo

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triunfaba de su gallardo escudero, y él ni másni menos, de ver junto a sí a la que había hechoseñora de su albedrío.

De allí a cuatro días llegaron a una aldea dosleguas de Toledo, donde asentaron su aduar,dando primero algunas prendas de plata alalcalde del pueblo, en fianzas de que en él ni entodo su término no hurtarían ninguna cosa.Hecho esto, todas las gitanas viejas, y algunasmozas, y los gitanos, se esparcieron por todoslos lugares, o, a lo menos, apartados por cuatroo cinco leguas de aquel donde habían asentadosu real. Fué con ellos Andrés a tomar la primeralición de ladrón; pero aunque le dieron muchasen aquella salida, ninguna se le asentó; antescorrespondiendo a su buena sangre, con cadahurto que sus maestros hacían se le arrancaba aél el alma, y tal vez hubo que pagó de su dinerolos hurtos que sus compañeros habían hecho,conmovido de las lágrimas de sus dueños; de locual los gitanos se desesperaban, diciéndole

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que era contravenir a sus estatutos y ordenan-zas, que prohibían la entrada a la caridad ensus pechos, la cual en teniéndola, habían dedejar de ser ladrones, cosa que no les estababien en ninguna manera. Viendo, pues, estoAndrés, dijo que él quería hurtar por sí solo, sinir en compañía de nadie; porque para huír delpeligro tenía ligereza, y para acometelle no lefaltaba el ánimo; así, que el premio o el castigode lo que hurtase quería que fuese suyo.

Procuraron los gitanos disuadirle deste propó-sito, diciéndole que le podrían suceder ocasio-nes donde fuese necesaria la compañía, así paraacometer como para defenderse, y que una per-sona sola no podía hacer grandes presas. Pero,por más que dijeron, Andrés quiso ser ladrónsolo y señero, con intención de apartarse de lacuadrilla y comprar por su dinero alguna cosaque pudiese decir que la había hurtado, y destemodo cargar lo que menos pudiese sobre suconciencia. Usando, pues, desta industria, en

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menos de un mes trujo más provecho a la com-pañía que trujeron cuatro de los más estiradosladrones della; de que no poco se holgaba Pre-ciosa, viendo a su tierno amante tan lindo y tandespejado ladrón; pero, con todo esto, estabatemerosa de alguna desgracia; que no quisieraella verle en afrenta por todo el tesoro de Vene-cia, obligada a tenerle aquella buena voluntadlos muchos servicios y regalos que su Andrés lehacía.

Poco más de un mes se estuvieron en los térmi-nos de Toledo, donde hicieron su Agosto, aun-que era por el mes de Septiembre, y desde allíse entraron en Extremadura, por ser tierra ricay caliente. Pasaba Andrés con Preciosa hones-tos, discretos y enamorados coloquios, y ellapoco a poco se iba enamorando de la discrecióny buen trato de su amante, y él, del mismo mo-do, sí pudiera crecer su amor, fuera creciendo:tal era la honestidad, discreción y belleza de suPreciosa. A doquiera que llegaban, él se llevaba

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el precio y las apuestas de corredor y de saltarmás que ninguno; jugaba a los bolos y a la pelo-ta extremadamente; tiraba la barra con muchafuerza y singular destreza; finalmente, en pocotiempo voló su fama por toda Extremadura, yno había lugar donde no se hablase de la ga-llarda disposición del gitano Andrés Caballeroy de sus gracias y habilidades, y al par destafama corría la de la hermosura de la Gitanilla, yno había villa, lugar ni aldea donde no los lla-masen para regocijar las fiestas votivas suyas, opara otros particulares regocijos. Desta maneraiba el aduar rico, próspero y contento. Fueronde parecer los gitanos de ir a Sevilla, pero laabuela de Preciosa dijo que ella no podía ir acausa que los años pasados había hecho unaburla en Sevilla a un gorrero llamado Trigui-llos, muy conocido en ella, al cual le habíahecho meter en una tinaja de agua hasta el cue-llo, desnudo en carnes, y en la cabeza puestauna corona de ciprés, esperando el filo de lamedia noche para salir de la tinaja a cavar y

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sacar un gran tesoro que ella le había hechocreer que estaba en cierta parte de su casa. Dijoque como oyó el buen gorrero tocar a maitines,por no perder la coyuntura, se dió tanta priesaa salir de la tinaja, que dió con ella y con él en elsuelo, y con el golpe y con los cascos se magu-lló las carnes, derramóse el agua, y él quedónadando en ella, y dando voces que se anegaba.Acudieron su mujer y sus vecinos con luces, yhalláronle haciendo efectos de nadador, so-plando y arrastrando la barriga por el suelo; ymeneando brazos y piernas con mucha priesa,y diciendo a grandes voces: "¡Socorro, señores,que me ahogo", tal le tenía el miedo, que ver-daderamente pensó que se ahogaba. Abrazá-ronse con él, sacáronle de aquel peligro, volvióen sí, contó la burla de la gitana, y, con todoeso, cavó en la parte señalada más de un estadoen hondo, a pesar de todos cuantos le decíanque era embuste mío; y si no se lo estorbara unvecino suyo, que tocaba ya en los cimientos desu casa, él diera con entrambas en el suelo, si le

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dejaran cavar todo cuanto él quisiera. Súposeeste cuento por toda la ciudad, y hasta los mu-chachos le señalaban con el dedo y contaban sucredulidad y mi embuste.

Esto contó la gitana vieja, y esto dio por excusapara no ir a Sevilla. Los gitanos determinaronde torcer el camino a mano izquierda.

Dejaron, pues, a Extremadura y entráronse enla Mancha, y poco a poco fueron caminando alreino de Murcia. En todas las aldeas y lugaresque pasaban había desafíos de pelota, de es-grima, de correr, de saltar, de tirar la barra y deotros ejercicios de fuerza, maña y ligereza, y detodo salía vencedor Andrés.

Una mañana se levantó el aduar, y se fueron aalojar en un lugar de la jurisdición de Murcia,tres leguas de la ciudad, donde le sucedió aAndrés una desgracia que le puso en punto deperder la vida; y fué que, después de haberdado en aquel lugar algunos vasos y prendas

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de plata en fianzas, como tenían de costumbre,Preciosa y su abuela, y Cristina con otras dosgitanillas, y Andrés, se alojaron en un mesón deun viuda rica al cual tenia una hija, de edad dediez y siete o diez y ocho años, algo más desen-vuelta que hermosa, y, por más señas, se lla-maba Juana Carducha. Esta, habiendo vistobailar a las gitanas y gitanos, la tomó el diablo,y se propuso tomar por marido a Andrés si élquisiese, aunque a todos sus parientes les pesa-se; y así, buscó coyuntura para decírselo yhallóla en un corral, donde Andrés había en-trado a requerir dos pollinos. Llegóse a él, y conpriesa, por no ser vista, le dijo:

--Andrés--que ya sabía su nombre---, yo soydoncella y rica; que mi madre no tiene otro hijosino a mí, y este mesón es suyo, y amén desto,tiene muchos majuelos, y otros dos pares decasas. Hasme parecido bien: si me quieres poresposa, a ti está; respóndeme presto, y si eresdiscreto, quédate, y verás qué vida nos damos.

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Admirado quedó Andrés de la resolución de laCarducha, y con la presteza que ella pedía lerespondió:

--Señora doncella, yo estoy apalabrado paracasarme, y los gitanos no nos casamos sino congitanas: guárdela Dios por la merced que mequería hacer, de quien yo no soy digno.

No estuvo en dos dedos de caerse muerta laCarducha con la aceda respuesta de Andrés, aquien replicara si no viera que entraban en elcorral otras gitanas. Salióse corrida y asende-reada, y de buena gana se vengara si pudiera.Andrés, como discreto, determinó de ponertierra en medio, y desviarse de aquella ocasiónque el diablo le ofrecía, y así, pidió a todos losgitanos que aquella noche se partiesen de aquellugar. Ellos, que siempre le obedecían, lo pusie-ron luego por obra, y cobrando sus fianzasaquella tarde, se fueron.

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La Carducha ordenó de hacer quedar a Andréspor fuerza, ya que de grado no podía; y así, conla industria, sagacidad y secreto que su malintento le enseñó, puso entre las alhajas de An-drés, que ella conoció por suyas, unos ricoscorales y dos patenas de plata, con otros brin-cos suyos, y apenas habían salido del mesón,cuando dió voces, diciendo que aquellos gita-nos le llevaban robadas sus joyas; a cuyas vocesacudió la justicia y toda la gente del pueblo. Losgitanos hicieron alto, y todos juraban que nin-guna cosa llevaban hurtada y que ellos haríanpatentes todos los sacos y repuestos de suaduar. Desto se congojó mucho la gitana vieja,temiendo que en aquel escrutinio no se mani-festasen los dijes de la Preciosa y los vestidosde Andrés, que ella con gran cuidado y recatoguardaba; pero la buena de la Carducha lo re-medió con mucha brevedad todo, porque alsegundo envoltorio que miraron dijo que pre-guntasen cuál era el de aquel gitano gran baila-dor; que ella le había visto entrar en su aposen-

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to dos veces, y que podría ser que aquél lasllevase. Entendió Andrés que por él lo decía, yriéndose, dijo:

--Señora doncella, ésta es mi recámara y éste esmi pollino: si vos halláredes en ella ni en él loque os falta, yo os lo pagaré con las setenas,fuera de sujetarme al castigo que la ley da a losladrones.

Acudieron luego los ministros de la justicia adesvalijar el pollino, y a pocas vueltas dieroncon el hurto; de que quedó tan espantado An-drés y tan absorto, que no pareció sino estatua,sin voz, de piedra dura.

--¿No sospeché yo bien?--dijo a esta sazón laCarducha--. ¡Mirad con qué buena cara se en-cubre un ladrón tan grande!

A todo callaba Andrés, suspenso e imaginativo,y no acababa de caer en la traición de la Cardu-cha. En esto, se llegó a él un soldado bizarro,

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sobrino del Alcalde, y sin más ni más alzó lamano, y le dió un bofetón, tal, que le hizo vol-ver de su embelesamiento y le hizo acordar queno era Andrés Caballero, sino don Juan y caba-llero; y arremetiendo al soldado con muchapresteza y más cólera, le arrancó su misma es-pada de la vaina, y se la envainó en el cuerpo,dando con él muerto en tierra

Aquí fué el gritar del pueblo; aquí el amohinar-se el tío Alcalde; aquí el desmayarse Preciosa, yel turbarse Andrés de verla desmayada; aquí elacudir todos a las armas y dar tras el homicida.Creció la confusión, creció la grita, y por acudirAndrés al desmayo de Preciosa, dejó de acudira su defensa; finalmente, tantos cargaron sobreAndrés, que le prendieron y le aherrojaron condos muy gruesas cadenas. Bien quisiera el Al-calde ahorcarle luego, si estuviera en su mano;pero hubo de remitirle a Murcia, por ser de sujurisdición. No le llevaron hasta otro día, y en

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el que allí estuvo pasó Andrés muchos marti-rios y vituperios, que el indignado Alcalde, ysus ministros, y todos los del lugar le hicieron.Prendió el Alcalde todos los más gitanos y gi-tanas que pudo, porque los más huyeron. Fi-nalmente, con la sumaria del caso y con unagran cáfila de gitanos, entraron el Alcalde y susministros con otra mucha gente armada enMurcia, entre los cuales iba Preciosa y el pobreAndrés, ceñido de cadenas, sobre un macho, ycon esposas y piedeamigo. Salió toda Murcia aver los presos; que ya se tenía noticia de lamuerte del soldado. Pero la hermosura de Pre-ciosa aquel día fué tanta, que ninguno la mira-ba que no la bendecía, y llegó la nueva de subelleza a los oídos de la señora Corregidora,que por curiosidad de verla hizo que el Corre-gidor su marido mandase que aquella gitanicano entrase en la cárcel, y todos los demás sí, y aAndrés le pusieron en un estrecho calabozo,cuya escuridad y la falta de la luz de Preciosa letrataron de manera, que bien pensó no salir de

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allí sino para la sepultura. Llevaron a Preciosacon su abuela a que la Corregidora la viese, yasí como la vió dijo:

--Con razón la alaban de hermosa.

Y llegándola a sí, la abrazó tiernamente, y no sehartaba de mirarla, y preguntó a su abuela quequé edad tendría aquella niña.

--Quince años--respondió la gitana--, dos mesesmás a menos.

--Esos tuviera agora la desdichada de mi Cos-tanza. ¡Ay, amigas, que esta niña me ha reno-vado mi desventura! --dijo la Corregidora.

Tomó, en esto, Preciosa las manos de la Corre-gidora, y besándoselas muchas veces, se lasbañaba con lágrimas y le decía:

--Señora mía, el gitano que está preso no tieneculpa, porque fué provocado: llamáronle la-drón, y no lo es; diéronle un bofetón en su ros-

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tro, que es tal, que en él se descubre la bondadde su ánimo. Por Dios y por quien vos sois,señora, que le hagáis guardar su justicia, y queel señor Corregidor no se dé priesa a ejecutaren él el castigo con que las leyes le amenazan; ysi algún agrado os ha dado mi hermosura, en-tretenedla con entretener el preso, porque en elfin de su vida está el de la mía. El ha de ser miesposo, y justos y honestos impedimentos hanestorbado que aún hasta ahora no nos habemosdado las manos. Si dineros fueren menesterpara alcanzar perdón de la parte, todo nuestroaduar se venderá en pública almoneda, y sedará aún más de lo que pidieren. Señora mía, sisabéis qué es amor, y algún tiempo le tuvistes,y ahora le tenéis a vuestro esposo, doleos demí, que amo tierna y honestamente al mío.

Estando en esto, entró el Corregidor, y hallandoa su mujer y a Preciosa llorosas y encadenadas,quedó suspenso, así de su llanto como de lahermosura; preguntó la causa de aquel senti-

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miento, y la respuesta que dió Preciosa fué sol-tar las manos de la Corregidora y asirse de lospies del Corregidor, diciéndole:

--¡Señor, misericordia, misericordia! ¡Si mi es-poso muere, yo soy muerta! ¡El no tiene culpa;pero si la tiene, déseme a mí la pena; y si estono puede ser, a lo menos, entreténgase el pleitoen tanto que se procuran y buscan los mediosposibles para su remedio; que podrá ser que alque no pecó de malicia le enviase el cielo lasalud de gracia.

Con nueva suspensión quedó el Corregidor deoír las discretas razones de la Gitanilla, y queya, si no fuera por no dar indicios de flaqueza,le acompañara en sus lágrimas. En tanto queesto pasaba, estaba la gitana vieja considerandograndes, muchas y diversas cosas, y al cabo detoda esta suspensión e imaginación, dijo:

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--Espérenme vuesas mercedes, señores míos,un poco; que yo haré que estos llantos se con-viertan en risa, aunque a mí me cueste la vida.

Y así, con ligero paso se salió de donde estaba,dejando a los presentes confusos con lo quedicho había. En tanto, pues, que ella volvía,nunca dejó Preciosa las lágrimas ni los ruegosde que se entretuviese la causa de su esposo,con intención de avisar a su padre, que viniesea entender en ella. Volvió la gitana con un pe-queño cofre debajo del brazo, y dijo al Corregi-dor que con su mujer y ella se entrasen en unaposento; que tenía grandes cosas que decirlesen secreto. El Corregidor, creyendo que algu-nos hurtos de los gitanos quería descubrirle,por tenerle propicio en el pleito del preso, almomento se retiró con ella y con su mujer en surecámara, adonde la gitana, hincándose de ro-dillas ante los dos, les dijo:

--Si las buenas nuevas que os quiero dar, seño-res, no merecieren alcanzar en albricias el per-

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dón de un gran pecado mío, aquí estoy pararecebir el castigo que quisiéredes darme; peroantes que le confiese quiero que me digáis, se-ñores, primero, si conocéis estas joyas.

Y descubriendo un cofrecico donde venían lasde Preciosa, se le puso en las manos al Corregi-dor, y en abriéndole, vio aquellos dijes pueriles;pero no cayó lo que podían significar. Mirólostambién la Corregidora, pero tampoco dió en lacuenta: sólo dijo:

--Estos son adornos de alguna pequeña criatu-ra.

--Así es la verdad--dijo la gitana--; y de quécriatura sean lo dice ese escrito que está en esepapel doblado.

Abrióle con priesa el Corregidor, y leyó quedecía: "Llamábase la niña doña Costanza deAzevedo y de Meneses; su madre, doña Guio-mar de Meneses, y su padre, don Fernando de

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Azevedo, caballero del hábito de Calatrava.Desparecíla día de la Ascensión del Señor, a lasocho de la mañana, del año de mil y quinientosy noventa y cinco. Traía la niña puestos estosbrincos que en este cofre están guardados."

Apenas hubo oído la Corregidora las razonesdel papel, cuando reconoció los brincos, se lospuso a la boca y dándoles infinitos besos, secayó desmayada. Acudió el Corregidor a ella,antes que a preguntar a la gitana por su hija, yhabiendo vuelto en sí, dijo:

--Mujer buena, antes ángel que gitana, ¿adondeestá el dueño, digo, la criatura cuyos eran estosdijes?

--¿Adónde, señora?--respondió la gitana--. Envuestra casa la tenéis: aquella gitanica que ossacó las lágrimas de los ojos es su dueño, y essin duda alguna vuestra hija; que yo la hurté enMadrid de vuestra casa el día y hora que esepapel dice.

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Oyendo esto la turbada señora, soltó los chapi-nes, y desalada y corriendo salió a la sala adon-de había dejado a Preciosa, y hallóla rodeadade sus doncellas y criadas, todavía llorando;arremetió a ella, y sin decirle nada, con granpriesa le desabrochó el pecho y miró si teníauna señal pequeña, a modo de lunar blanco,con que había nacido, y hallóle ya grande; quecon el tiempo se había dilatado. Luego, con lamisma celeridad, la descalzó, y descubrió unpie de nieve y de marfil, hecho a torno, y vio enél lo que buscaba; que era que los dos dedosúltimos del pie derecho se trababan el uno conel otro por medio con un poquito de carne, lacual, cuando niña, nunca se la habían queridocortar, por no darle pesadumbre. El pecho, losdedos, los brincos, el día señalado del hurto, laconfesión de la gitana, y el sobresalto y alegríaque habían recebido sus padres cuando la vie-ron, con toda verdad confirmaron en el alma dela Corregidora ser Preciosa su hija; y así, co-

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giéndola en sus brazos, se volvió con ellaadonde el Corregidor y la gitana estaban.

Iba Preciosa confusa, que no sabía a qué efetose habían hecho con ella aquellas diligencias, ymás viéndose llevar en brazos de la Corregido-ra, y que le daba de un beso hasta ciento. Llegó,en fin, con la preciosa carga doña Guiomar a lapresencia de su marido, y trasladándola de susbrazos a los del Corregidor, le dijo:

--Recebid, señor, a vuestra hija Costanza; queésta es sin duda: no lo dudéis, señor, en ningúnmodo; que la señal de los dedos juntos y la delpecho he visto, y más, que a mí me lo está di-ciendo el alma desde él instante que mis ojos lavieron.

--No lo dudo--respondió el Corregidor, tenien-do en sus brazos a Preciosa--; que los mismosefetos han pasado por la mía que por la vues-tra; y más, que tantas puntualidades juntas,¿cómo podían suceder, si no fuera por milagro?

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Toda la gente de casa andaba absorta, pregun-tando unos a otros qué sería aquello, y todosdaban bien lejos del blanco; que ¿quién habíade imaginar que la Gitanilla era hija de sus se-ñores?

El Corregidor dijo a su mujer, y a su hija, y a lagitana vieja que aquel caso estuviese secretohasta que él le descubriese; y asimismo dijo a lavieja que él la perdonaba el agravio que lehabía hecho en hurtarle el alma, pues la recom-pensa de habérsela vuelto mayores albriciasmerecía, y que sólo le pesaba de que sabiendoella la calidad de Preciosa, la hubiese desposa-do con un gitano, y más con un ladrón y homi-cida.

--¡Ay!--dijo a esto Preciosa--, señor mío, que nies gitano ni ladrón, puesto que es matador.Pero fuélo del que le quitó la honra, y no pudohacer menos de mostrar quién era, y matarle.

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--¿Cómo que no es gitano, hija mía?--dijo doñaGuiomar.

Entonces la gitana vieja contó brevemente lahistoria de Andrés Caballero, y que era hijo dedon Francisco de Cárcamo, caballero del hábitode Santiago, y que se llamaba don Juan de Cár-camo, asimismo del mismo hábito, cuyos vesti-dos ella tenía cuando los mudó en los de gita-no. Contó también el concierto que entre Pre-ciosa y don Juan estaba hecho de aguardar dosaños de aprobación para desposarse o no; pusoen su punto la honestidad de entrambos y laagradable condición de don Juan. Tanto se ad-miraron desto como del hallazgo de su hija, ymandó él Corregidor a la gitana que fuese porlos vestidos de don Juan. Ella lo hizo ansí, yvolvió con otro gitano que los trujo.

En tanto que ella iba y volvía, hicieron sus pa-dres a Preciosa cien mil preguntas, a quien res-pondió con tanta discreción y gracia, que aun-que no la hubieran reconocido por hija, los

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enamorara. Preguntáronla si tenía alguna afi-ción a don Juan. Respondió que no más deaquella que le obligaba a ser agradecida a quiense había querido humillar a ser gitano por ella;pero que ya no se extendería a más él agrade-cimiento de aquello que sus señores padresquisiesen.

--Calla, hija Preciosa --dijo su padre-- (que estenombre de Preciosa quiero que se te quede, enmemoria de tu pérdida y de tu hallazgo); queyo, como tu padre, tomo a cargo el ponerte enestado que no desdiga de quién eres.

Suspiró oyendo esto Preciosa, y su madre, co-mo era discreta, entendió que suspiraba deenamorada de don Juan, dijo a su marido:

--Señor, siendo tan principal don Juan de Cár-camo como lo es, y queriendo tanto a nuestrahija, no nos estaría mal dársela por esposa.

Y él respondió:

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--Aún hoy la habemos hallado, ¿y ya queréisque la perdamos? Gocémosla algún tiempo;que en casándola, no será nuestra, sino de sumarido.

--Razón tenéis, señor--respondió ella--; perodad orden de sacar a don Juan, que debe deestar en algún calabozo.

--Si estará--dijo Preciosa--; que a un ladrón,matador, y, sobre todo, gitano, no le habrándado mejor estancia.

--Yo quiero ir a verle, como que le voy a tomarla confesión--respondió el Corregidor---, y denuevo os encargo, señora, que nadie sepa estahistoria hasta que yo lo quiera.

Llegóse la noche, y siendo casi las diez, sacarona Andrés de la cárcel, sin las esposas y el pie-deamigo; pero no sin una gran cadena que des-de los pies todo el cuerpo le ceñía. Llegó destemodo, sin ser visto de nadie, sino de los que le

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traían, en casa del Corregidor, y con silencio yrecento le entraron en un aposento donde esta-ban solamente doña Guiomar, el Corregidor,Preciosa y otros dos criados de casa. Pero cuan-do Preciosa vió a don Juan ceñido y aherrojadocon tan gran cadena, descolorido el rostro y losojos con muestra de haber llorado, se le cubrióel corazón, y se arrimó al brazo de su madre,que junto a ella estaba, la cual, abrazándolaconsigo, le dijo:

--Vuelve en ti niña; que todo lo que vees ha deredundar en tu gusto y provecho.

Con todo esto, quería saber de Andrés, si lasuerte encaminase sus sucesos de manera quele hallase esposo de Preciosa, si se tendría pordichoso, ya siendo Andrés Caballero, o ya donJuan de Cárcamo.

Así como oyó Andrés nombrarse por su nom-bre, dijo:

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--Pues Preciosa no ha querido contenerse en loslímites del silencio, y ha descubierto quién soy,aunque esa buena dicha me hallara hecho mo-narca del mundo, la tuviera en tanto, que pu-siera término a mis deseos, sin osar desear otrobien sino el del cielo.

--Pues por ese buen ánimo que habéis mostra-do, señor don Juan de Cárcamo, a su tiempoharé que Preciosa sea vuestra legítima consorte,y agora os la doy y entrego en esperanza, por lamás rica joya de mi casa, y de mi vida, y de mialma; y estimadla en lo que decís, porque enella os doy a doña Costanza de Meneses, miúnica hija, la cual, si os iguala en el amor, no osdesdice nada en el linaje.

Atónito quedó Andrés viendo el amor que lemostraban, y en breves razones doña Guiomarcontó la pérdida de su hija y su hallazgo, conlas certísimas señas que la gitana vieja habíadado de su hurto; con que acabó don Juan dequedar atónito y suspenso, pero alegre sobre

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todo encarecimiento: abrazó a sus suegros; lla-mólos padres y señores suyos; besó las manos aPreciosa, que con lágrimas le pedía las suyas.

Vistióse don Juan los vestidos de camino queallí había traído la gitana; volviéronse las pri-siones y cadenas de hierro en libertad y cade-nas de oro; la tristeza de los gitanos presos, enalegría, pues otro día los dieron en fiado. Reci-bió el tío del muerto la promesa de dos mil du-cados, que le hicieron porque bajase de la que-rella y perdonase a don Juan.

Dijo el Corregidor a don Juan que tenía pornueva cierta que su padre don Francisco deCárcamo estaba proveído por corregidor deaquella ciudad, y que sería bien esperalle, paraque con su beneplácito y consentimiento sehiciesen las bodas. Don Juan dijo que no saldríade lo que él ordenase; pero que, ante todas co-sas, se había de desposar con Preciosa. Conce-dió licencia el Arzobispo para que con sola unaamonestación se hiciese. Hizo fiestas la ciudad,

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por ser muy bien quisto el Corregidor, con lu-minarias, toros y cañas el día del desposorio;quedóse la gitana vieja en casa; que no se quisoapartar de su nieta Preciosa.

Llegaron las nuevas a la Corte del caso y casa-miento de la Gitanilla; supo don Francisco deCárcamo ser su hijo el gitano, y ser la Preciosala Gitanilla que él había visto, cuya hermosuradisculpó con él la liviandad de su hijo, que ya letenía por perdido, por saber que no había ido aFlandes; y más porque vió cuan bien le estabael casarse con hija de tan gran caballero y tanrico como era don Fernando de Azevedo. Diópriesa a su partida, por llegar presto a ver a sushijos, y dentro de veinte días ya estaba en Mur-cia, con cuya llegada se renovaron los gustos, sehicieron las bodas, se contaron las vidas, y lospoetas de la ciudad, que hay algunos, y muybuenos, tomaron a cargo celebrar el extrañocaso, juntamente con la sin igual belleza de laGitanilla. Y de tal manera escribió el famoso

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licenciado Pozo, que en sus versos durará lafama de la Preciosa mientras los siglos duraren.

Olvidábaseme de decir cómo la mesonera des-cubrió a la justicia no ser verdad lo del hurto deAndrés el gitano, y confesó su culpa, a quien norespondió pena alguna, porque en la alegría delhallazgo de los desposados se enterró la ven-ganza y resucitó la clemencia.