Durand, Luis - Frontera

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Luis Durand Frontera Frontera Novela del sur Como el halda de un poncho negro, agitado violentamente, penetró de súbito en la escancia una ráfaga de viento que abrió las puertas con estrépito, volteando las trancas que las afirmaban. Crujieron las ventanas; rompióse el tubo de la lámpara; y ésta se quedó oscilando sobre el mostrador, enganchada del arco que pendía del techo por una hebra de grueso alambre negro. Una voz de mujer clamó con voz de enojo: –¡Jesús! ¡Bueno el muchacho tonto! Con el viento que hay, deja la tranca floja. Ahora, lo que falta es que no haya tubo de repuesto. Y a estas horas dónde se va a encontrar.

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Luis Durand

Frontera

Luis Durand

Frontera

Novela del surComo el halda de un poncho negro, agitado violentamente, penetr de sbito en la escancia una rfaga de viento que abri las puertas con estrpito, volteando las trancas que las afirmaban.Crujieron las ventanas; rompise el tubo de la lmpara; y sta se qued oscilando sobre el mostrador, enganchada del arco que penda del techo por una hebra de grueso alambre negro. Una voz de mujer clam con voz de enojo:Jess! Bueno el muchacho tonto! Con el viento que hay, deja la tranca floja. Ahora, lo que falta es que no haya tubo de repuesto. Y a estas horas dnde se va a encontrar.Sonaron los cascos herrados de un caballo sobre el empedrado de la acera, y casi en seguida se oy el golpe recio de un jinete que se desmont gilmente y cuyas espuelas tintinearon con argentino son al caminar y luego, una voz firme, inquiriendo:Qu pasa aqu? Parece casa de brujos sta Habr que entrar a atentones...Un relmpago azul que instantneamente se deshizo en una llamarada deslumbradora, ilumin la ventana de la habitacin. Era una habitacin amplia y baja. Al fondo se vieron unos estantes con mercancas; velas, sardinas, paquetes de fsforos, cajas de almidn y ristras de alpargatas, cuyas tiras azules colgaban de los envoltorios.Un lamparn que trajo un muchacho rechoncho, permiti ver la silueta de una mujer esbelta, de plida frente despejada, y ojos negros, risueos y penetrantes. Su boca grande y graciosa sonrea al recin llegado, dicindole:Adelante, don Anselmo. Pase a tomar asiento, mientras le cambio el tubo a la lmpara. Ha visto? Por culpa del habilidoso de Fermn, que me deja las puertas mal cerradas, el viento casi nos saca en peso, a todos, para afuera..Se interrumpi, exclamando vivamente: Adis mi alma! mire cmo se larg el agua otra vez.Despus de encender la lmpara, haciendo pantalla con la mano, la simptica mujer mir curiosamente hacia la ventana. Un relmpago y otro, y otro, alumbraron los hilos de la lluvia, y luego se oy el potente carrern de un trueno, que vino a rebombar con horrsono estruendo casi encima de la casa.Por los diablos, el temporal grande dijo don Anselmo, sin demostrar mayor inquietud. Y usted, Emilita, cmo lo ha pasado? Don Pascual, est bien?.Yo, bien, a Dios gracias, don Anselmo. Pascual ha seguido siempre con sus dolores reumticos. Tiene que pasarse tomando cpsulas de antipirina, porque de otro modo el dolor no lo deja tranquilo. Pero no cesa de hacer sus cosas. Por all adentro est beneficiando a un chancho que mat ayer.Don Anselmo sac una mano de debajo del poncho, para rascarse la cerrada barba negra, que ya comenzaba a matizar algunos pelos grises. En seguida, de pronto, como si la idea slo Ie viniera en ese momento, le dijo a Emilia:Supongo que no habr inconveniente para quedarme esta noche aqu. O no quiere usted darme alojamiento!Emilia sonri. Bajo la luz de la lmpara, que oscilaba levemente, y tras el mostrador, la mujer alz el brazo para afirmarse las gruesas horquillas del moo.El nico inconveniente que puede haber, pues, don Anselmo, es el de la incomodidad. Bien sabe usted que la voluntad y el aprecio no faltan en esta casa, para usted.Don Anselmo se alz desde el amplio silln empajado, donde se haba sentado momentos antes. Tir el sombrero sobre una banca prxima, y se quit la enorme manta de castilla, cuyas puntas casi le alcanzaban los zapatos.Fermn! llam entonces, Emilia. Ven a sacarle las espuelas a don Anselmo.Don Anselmo observ, viva y risueamente:No hace falta, Emilita. Yo todava soy hombre capaz de atenderme solo.Apoyando los pies en la banca se sac con gran presteza las espuelas y las tir debajo. Despus camin hacia el mostrador para decirle a Emilia:Y esos ojos! siempre tan esquivos conmigo?La joven se frot las manos, sin contestarle, y, lanzndole una breve mirada, le dijo:Sintese, don Anselmo. Mientras ms viejo, ms bribn. Nunca se va a enmendar?El hombre la traspas con una intensa y ardiente mirada. Era don Anselmo un tipo arrogante, de ojos ciatos, ancha espalda y fuertes hombros. Un atleta de porte regular. Montado en una de sus giles y hermosas bestias que traa de sus tierras chillanejas pareca un centauro invencible.Sintise en la calle un estrpito de voces, que por un instante domin el estruendo de la tempestad. Emilia se asom a la ventana para mirar hacia afuera, a travs de los vidrios salpicados de pelotas de barro.Dios de mi alma!, cmo vienen esos pobres! exclam condolida. Milagro que estos cristianos no se han deshecho en el agua.La luz reiterada de los relmpagos permiti ver la escena. Un enorme coche de firmes ruedas, tirado por tres parejas de caballos, se haba pegado en uno de los profundos baches de la calle. El cochero, de pie sobre el pescante, azotaba a los caballos del tiro, mientras el jinete del postilln espoleaba sin piedad a su cabalgadura.Juhum ! Juhum! Ah flaco malo! Ah flacos del diablo!Gritos guturales y toda clase de improperios acompaaban a la terrible azotaina que los conductores del vehculo propinaban a los caballos, que con los remos curvados y la cabeza baja chorreando agua, distendan sus msculos en un mximo aunque estril esfuerzo, que el cruel requerimiento no consegua aumentar.A la dbil luz que surga de los faroles del coche, se vio entonces que ste llegaba repleto de pasajeros: seguramente venan de Angol, Los Sauces y otros lugares del contorno. El jinete del postilln, cabalgaba en un fuerte y musculoso animal de gran alzada. Vease como un ser mitolgico que surgiera de la entraa de la tierra. Su sombrero, su manta, sus botas, todo entero, estaba cubierto de agua y barro. El cochero no lo estaba menos, pues el barrizal era tan profundo, en la calle, que el estribo del vehculo no se alcanzaba a ver.El agua segua cayendo con inaudita violencia, y los caballos, al recibir el castigo, se quejaban sordamente pataleando a ratos en el barro sin conseguir que el pesado vehculo se moviera un punto. Es intil grit el cochero, despus de lanzar las ms atroces injurias. Con seguridad que los rayos de la rueda estn sujetos entre dos piedras. Es mejor que se bajen los pasajeros, y as es ms fcil soltar la rueda. Oiga, mire, don, por qu no le pregunta a la patrona Emilita, si tiene un tabln para afirmarlo aqu en la puerta del coche, y as se puedan apear los pasajeros. Si no, vamos a estar jodos aqu, quin sabe hasta qu hora.Emilia, que junto a don Anselmo miraba el espectculo levant la cortina sobre su cabeza, hacindoles seas de que entraran al pasadizo, donde les proporcionaran lo que pedan.Fermn! grit con su vibrante voz de alto tono. Anda a ayudarle a Bjar, a sacar el tabln que necesitan, y avsale a Pascual que esa gente va a pasar al corredor, a esperar que saquen el coche.El fragor de un trueno en ese momento fue tan violento, que pareci derribar la casa entera. La luz crdena de los relmpagos, unos tras otros, traz rayas azules que se alargaban en una lvida y fugaz llamarada, alumbrando la escena.La lmpara de parafina del alumbrado urbano, colocada en el poste de la esquina, se apag de pronto, al mismo tiempo que los cristales del farol salan disparados en una rfaga de viento huracanado. Despus de dos o tres estrepitosas andanadas de truenos, el agua se volvi a descargar con fuerza de diluvio.Por Dios! exclam Emilia qu va a ser de esa gente, si no sacan luego el coche?Don Anselmo, que hasta ese momento no haba dado seales de querer intervenir en el asunto, se puso de pie, exclamando:Va a ser una terrible molestia, para ustedes, que toda esa gente se baje aqu. Es mejor que despeguen el coche. Qu rotos tan brutos son!Se puso de nuevo el poncho de castilla, y le dijo a Emilia:Yo ir a echar una manito ah. Ver usted cmo en un momento se arregla eso.Hizo traer un chuzo, y mand al jinete del postilln que se bajara a levantar la rueda, haciendo palanca en una piedra. El cochero anim a los caballos del tiro, al sesgo, y stos hicieron un nuevo esfuerzo. Casi inmediatamente, el coche sali disparado, en medio de un diluvio de barro lquido, del cual una buena parte le toc a don Anselmo, que estaba sobre la acera recibiendo el violento chaparrn.Don Anselmo entr de nuevo a la estancia, chorreando agua por las cuatro esquinas de su poncho, el que se sac inmediatamente, encargndole a Fermn que lo sacudiera bajo el corredor.Ve usted Emilia, cmo nos libramos de toda esa gente que a lo mejor se quedaban aqu, quin sabe hasta qu hora? Si a estos rotos del demonio, no se les ocurre nada!Emilia llenaba una botella de mesa, con vino tinto, que extrajo de una damajuana colocada sobre el mostrador y le respondi lanzndole una penetrante mirada: Pobres! Piense usted, den Anselmo, cmo vendrn de cansados con este tiempo. Hay que ver lo que es un viaje en esas condiciones! Si, es cierto asinti don Anselmo, arrellanndose y estirando los pies para secar un poco las suelas de sus gruesos botines, junto a las brasas.En ese momento apareci un hombre alto, cuya edad seguramente no pasaba los cuarenta aos. Con los brazos arremangados, cubra su traje un grueso delantal de tocuyo; sujetaba con ambas manos un gran azafate de salchichas humeantes, que esparcieron un tibio y apetitoso aroma.Benaiga su vida, don Pascual! Qu cosas tan oprobiosas son esas que trae ah. Cualquiera se arranca slo con tomarle la fragancia.Don Pascual era plido y de rostro enjuto. Un mechn negro le caa sobre la frente, y, al sonrer, su rostro se inundaba de bondadosa simpata. Cerrando un ojo, maliciosamente exclam: No son para ponerlas en conserva! Y, mientras yo me desocupo, ustedes pueden ir dando fe, cmo han quedado. Parece que malas no estn.Emilia acaba de poner la gran botella panzuda, llena de vino sobre la mesa. Y don Anselmo, que era d movimientos giles, se puso de pie para llenar los vasos, y antes de que don Pascual se marchara de nuevo a sus quehaceres, le retuvo, dicindole: Agurdese pues, don Pascual. Usted est peor que novillo montaero. Lavemos Polla primero pues, mi seor. Y usted Emilita acompenos antes que nos pille el fro de este tremendo aguacero.Sonri la joven al recibir el vaso, mientras con la otra mano aseguraba sobre los hombros el chal rojo que la abrigaba. Don Pascual, bebise el vino de un trago, y enjugndose los labios con el revs de la mano, exclam sonriendo:Voy a ver unas sopaipillas que est haciendo la Maclovia. Est la noche como para comerse un chancho de una sentada exclam don Anselmo. No se demote, don Pascual.Otra iracunda rfaga de viento y agua azot los vidrios de la ventana. En ese momento los lvidos rayos de los relmpagos zigzaguearon en la obscuridad. Despus el huracn pareci alejar su bramido. Se oy entonces el agudo son de una corneta:Tarartarartarar.Vaya! "Los golpes" ya dijo Emilia. Cre que era ms temprano.Entre tanto serva un enorme trozo de salchicha a don Anselmo, acercndole una fuente de papas cocidas, humeantes, que Fermn acababa de traer.Don Anselmo se acomod frente al plato; pero, al ver que Emilia se iba de nuevo a trabajar detrs del mostrador, se puso de pie, dicindole con tono de autoritario agravio:Bueno; as yo no me sirvo nada, si usted no viene a sentarse a la mesa. Cmo se le ocurre que voy a comer solo? En ese caso me voy a donde Pusch; all siquiera me acompaa l, si est desocupado.Emilia ri con los ojos brillantes de picarda, al verlo tan asorochado con la molestia. Dejando a un lado sus paquetes, le repuso:Yo pensaba acompaarlo con la conversacin desde aqu. Pero ya que mi persona le interesa tanto, me sentar a probar estas salchichas, que me estn abriendo el apetito de par en par. Y tenemos adems un estofado.. Qu le parece?Don Anselmo engulla vorazmente su trozo de salchicha, sazonndolo a cada rato con una pinta de aj, y regndolo con grandes vasos de vino. Era un gran comedor, pero como su organismo funcionaba bien, y haca largas y duras jornadas a caballo no acumulaba grasa en su cuerpo; aunque un poco rechoncho, era gil y de fuerte musculatura.Viene de Los Sauces usted, ahora? le pregunt Emilia, mientras sacaba una papa del azafate.Don Anselmo mirndola con tanta voracidad como si tambin hubiera sido un trozo de salchicha que se iba a comer, se bebi otro vaso de vino. Tena el cuello enrojecido; y por las sienes le corra un arroyuelo de transpiracin.No, mi amor repuso vengo de Nilpe. All a Nilpe es a donde me la voy a llevar a vivir, porque la casa que estoy haciendo es para que la estrene usted, Emilita.Afuera la tempestad haba decrecido, pero de cuando en cuando se oa el fragor de los truenos, reventando cada vez ms lejos.Qu hombre tan disparatero es usted, don Anselmo! Y, al verlo, quin pudiera pensar que sea capaz de hablar tales tonteras.No son tonteras, mi amor. Eso ya lo tengo dispuesto. A don Pascual le buscaremos otra duea de casa para que no se sienta tan solo. No le parece?Emilia le miraba, con las mejillas levemente encendidas.Sus ojos negros, vivos y penetrantes, se clavaban en l, como si en el fondo viboreara una lucecita de agrado y de desdn a la vez.Creo que ser mejor que no le conteste a sus disparates. Porque parece que le est fallando el calabazo cada vez ms. Tal vez le vendra bien un tnico. Don Anselmo se sac de un tirn la servilleta, para limpiarse los labios sensuales:S dijo yo tambin creo que me hace mucha falta ese tnico. El tnico de tu cario, Emilia. Pero ya luego lo tendr.La joven ri, burlona y desdeosa. Levantndose de su asiento, llam:Fermn! Dile a Pascual que se apure en venir. Y que la Maclovia sirva el estofado.Oye, Fermn exclam don Anselmo. Llvale un jarro de vino a Quicho, para que caliente los huesos, y que eche los caballos a la pesebrera, porque ya esta noche no nos vamos. A la Maclovia, que lo socorra con algo en la cocina.Ta bien, patrn Anselmo replic Fermn mientras Emilia le devolva los platos en que acababan de servirse las salchichas.Afuera, la lluvia segua rebotando con fuerza. El agudo tarar de una corneta reson otra vez, en medio de la noche como un largo y penetrante grito de angustia.II

El camino serpenteaba entre la selva fresca y olorosa. Era el mes de octubre, y el aire estaba embalsamado por intensos perfumes vegetales. Sobre las altas copas de los robles, recin cubiertos de menudas hojas brillantes, se desgarraban unas nubes blancas, en un cielo azul pursimo. Abajo, entre el monte, se oa el insistente y misterioso silbido de los huios, el parloteo gemebundo de las torcazas, y a ratos el golpe seco y duro de los carpinteros.En los claros de la selva, en donde alzaban su aristocrtica elegancia los coihues, se divisaban algunos novillos y vaquillas que, con el pelo reluciente y los ojos brillantes de salvaje y briosa vitalidad, seguan al viajero con curiosa e insistente fijeza.Se anduvo echando a perder el camino exclam don Anselmo, allegando las espuelas a su bestia sudorosa y avispada, una yegua mulata que resoplaba a cada rato, pidiendo rienda, pletrica de energas.En estas greas, siempre se echa a perder mucho replic Quicho, el mozo de don Anselmo, rodajeando a su alazn de rosadas narices y frente blanca, que haba resbalado al borde de un charco. Pa las carretas va estar bien molestosa la pasada.Don Anselmo no replic. En un recodo, el alto farelln vease cubierto por un tupido quilantar que se doblaba hacia el camino. Montados en lerdos y crinudos caballos aparecieron unos indios. Eran tres: un viejo de tez bronceada, de mirada dominadora y fuertes hombros, y dos mocetones de ojos esquivos y hurao semblante.Buenos das, Bartolo exclam don Anselmo con fra amabilidad.Bueno da, Anselmo. Vaya! Qu mala suerte ma, Anselmo. Yo queriendo hablar con vos all en Traigun.Se cruzaron las bestias en el camino. Los caballos de los indios, huraos como sus amos, mordisqueaban los tiernos tallos de los quilantos, que les cosquilleaban en las verijas. Los de don Anselmo y Quicho, restregaron confianzudamente sus cabezas sudorosas en la tusa de los otros.Bien, pues, dijo don Anselmo yo voy esta tarde a Lonco, y maana antes de almuerzo estar en Traigun. All hablaremos todo lo que t quieras, Bartolo.Bartolo Catrilao, cacique de la reduccin de Molco, se qued mirndolo con su aspecto hiertico y hosco. Su chirip por entre cuyos pliegos se vean los calzoncillos de tocuyo, tena unas borlas rojas, y la manta laboreada era de fina trabazn. En una especie de vaina que colgaba junto a la alcin, llevaba su bastn de mando con empuadura de plata.Serio y circunspecto, miraba a don Anselmo sin decir palabra. Este, que ya estaba habituado a las costumbres del mapuche, disimulaba su impaciencia. Por fin Bartolo le dijo:Vamos tener guillatn, all reucin. Querimos que vos nos valgas, Anselmo, con una pipa de aguardiente y unas dos de mosto. Cullin ta escaso vos sabes, pero tenimo ovicha gorda y tamin podemos arreglar escritura terreno donde escribano Albarrn. Mocetones vendrn buscar licor otra semana si t nos das lianza.Est bien dijo don Anselmo, empuando las riendas de su cabalgadura. Maana arreglaremos todo eso. Pero si necesitas algo hoy, dile a Fidel que te lo entregue.Una sonrisa que apenas arrug su rostro hiera tico, suaviz la cara del cacique. Despus de un instante repuso:Fidel, hombre muy desconfiado. Si t no le mandas vale, no entrega nada. Vende chivateado, no ma. Todo chivateado. No vale ni una copa de aguardiente. Conchaveando, conchaveando.Don Anselmo sac del bolsillo una gruesa libreta en una de cuyas pginas escribi algunos renglones. Arranc la hoja y se la entreg a Bartolo.Ya, Bartolo. Ah tienes un vale. Maana hablaremos de tus tierras de Molco. Haremos escritura cuando t quieras.Siguieron la marcha por el camino a medio devastar, a cuya orilla se erguan los troncos negro plomizos de los robles y de los coihues quemados en los continuos roces con que hera la gente del lugar, en cada verano, el sonoro y verde corazn de la selva.La curadera de estos indios va a ser grande dijo Quicho, despus de un prolongado silencio como no tienen otra manera de alegrarse, no les queda otra cosa!As es replic don Anselmo para el indio no hay fiesta sin borrachera. Aunque Bartolo no se emborracha ni con una arroba de jamaica. Es muy firme para tomar. Y no le gusta nada ms que el aguardiente. T conoces bien las tierras que tiene ah en Huiilhue? Son buenas?Una resbalada del alazn, hizo que el mozo, un hombre cuyos ojos azules brillaban con intensa luz, lanzara una gorda interjeccin al rodajear el caballo, apuntalando firme las riendas. Se pas el revs de la mano por los bigotes rubios, antes de responder.Son tierras de primera, patrn. Y el suelo casi mitad por medio est sin trabajar. Como estos indios son tan flojonazos, apenas rasguan la tierra cuando siembran. Y ah ver su merced, que en unos bajos que tienen al otro lado del estero de Chanchan, el trigo les ha rendido el cuarenta. Cmo sern esas tierrecitas! Un pozo de oro. Hay que considerar como es el trabajo que hacen las chinas. Poco menos que tiran el grano sin barbecho ni cruza. Lo cual en poder suyo, pues patrn, esos terrenos rendiran el pie de lo que rinden ahora, en manos de ellos.Lanz Quicho una chijetada de saliva amarilla: mascar tabaco era su vicio. Don Anselmo oa en silencio a su acompaante. A ratos, en rfagas de aire hmedo llegaba hasta ellos el aroma intenso de la selva. Los caballos jadeaban resbalando en los repechos, con las freneras cubiertas de espuma y los ijares barnizados de sudor.Habr bastante monte para abrigo de los animales? interrog don Anselmo.Muchazo monte tienen, pues, patrn. Los vacunos de estos mapuches estn gordos y lucios como chanchos cebados. Tienen muy buen ramoneo de quilanto y huallis. Le dir que su merced se va a hacer de una linda proped. Y una vez cerrado y apotrerado cambia la cosa, porque al utual esas tierras son, como si no tuvieran dueo. El que quiere no ms, echa sus animales a pastar en ellos. Lo que no pasar siendo su merc el dueo.Ya lo creo que no exclam don Anselmo con enrgico acento irguiendo el busto sobre su ancha silla chilena, y dejando perderse su mirada hacia el horizonte. Habra que correr cercos inmediatamente. Hay buen pelln para estacas ah, no?Lanz Quicho una nueva chijetada de su amarilla saliva, y, mirando a don Anselmo con cierta malicia, le repuso:Hay una montaa que no la ha tocado naides. Como pa voltear miles de robles y ms aentro una raulizada que es una bendicin de Dios. Millones de pulgadas se pueden labrar ah.Cruzaban en ese momento un estero de aguas veloces y transparentes, sobre las cuales se inclinaron las bestias a beber, mientras sus cascos herrados sonaban en las piedras.Quicho, dejando irse sus ojos tras un peuco que trazaba parbolas, suspendido en el aire azul, agreg:Me han dicho que don Sinforiano Esparza, anda buscndole la boca a Bartolo Catrileo, con el objeto de quedarse con esas tierras, que fueron de su padre nacido y muerto aqu en ielol. Usted sabe, patrn, que el hombre ese no se descuida. Doa Adolfina Ortega dice que vende a hectrea de tierra la botella de jamaica.Ri sonoramente don Anselmo, mientras Quicho, con su ademn aparentemente pulcro, se limpiaba otra vez los labios con el revs de la mano, despus de lanzar la saliva del tabaco. De las redondas ancas de las bestias se desprenda la vaharada caliente del sudor. Como una serpiente roja, zigzagueaba el camino entre los troncos ennegrecidos, junto a los cuales el renoval de hualles y de quilantos brotaba con fuerza y lozana de la tierra virgen. Cruzaron leguas de camino, sin encontrar una sola vivienda. A lo lejos divisbase, escondido entre los rboles frondosos, el cono de paja ennegrecida de una ruca indgena, por cuyo pice surga deshecha en el aire una columna de humo. Nubes blancas, rosadas y amarillentas, se inmovilizaban perezosas en el azul intenso del cielo.Don Anselmo, despus de celebrar alegremente la observacin de Quicho, exclam:Don Sinforiano no me corre a m. Crees t que Albarrn le va a extender escritura a don Sinforiano, sin avisrmelo antes? El escribano se est muy hipotecado conmigo. Y a la primera lesera que me haga, la paliza no se la despinta nadie. Lo mando a cambiar del pueblo y aunque venga el intendente a defenderlo, no vuelve ms, te lo digo yo, a fe de Anselmo Mendoza y Romero, como me llamo hasta ahora. Qu te crees t...Ardieron los ojos orgullosos de don Anselmo y su rostro de tez clara se encendi a tal extremo que casi se torn amoratado.Y quin te dijo eso? interrog despus, severamente, a Quicho.En el boliche de on Peiro Cancino tuvieron platicando, ayer en la tarde, unos jutrones que no conozco bien. Toy casi por decirle que uno de ellos est empleado en la tesorera; el otro es un gordito zarco, que trabaja en la oficina del protector de indgenas.A don Anselmo se le haba endurecido el semblante, y sin agregar nada rodaje enrgicamente a su bestia cuando sta resbal en un bache.Por la vida! Estn como jabn estas greas coment Quicho, mirando de reojo a su patrn, que permaneci silencioso.La luz del sol caa vertical sobre la tierra. Los viajeros, al doblar un recodo, y muy cerca de un pequeo estero cuyas aguas laman las duras toscas del camino, detuvieron sus bestias junto al varn de una casa de corredores con techo de paja cortadora. Sin desmontarse Quicho se apret los labios con los dedos, y lanz un penetrante silbido. Inmediatamente apareci en la puerta una mujer morena de encendidas mejillas. Sus trenzas negras resbalaban sobre sus hombros, graciosamente enlazadas con cintas rojas, a la usanza mapuche.Buenos das, patrn Anselmo!Como te va, Antuca. Est Juan?No patrn. Se fue dialbazo para las casas, pero me avis que le tuviera el almuerzo a su merc. El indio Pedro Antillanca pas anoche a traer el recado de que su merc tena, hoy, viaje para ac.De un brinco salv la vara don Anselmo, al desmontarse. Sus botas lustradas estaban salpicadas de barro.Golpeando reciamente los pies en el suelo, para estirar las piernas, le pregunt a la Antuca:Qu tienes de almorzar?Cazuela de cordero, con ensalada de berros, y porotos con longanizas, le tengo patrn. On Quicho, habr trado caf, porque aqu no se merece ni un granito siquiera. En las prevenciones vienen los vicios exclam Quicho risueamente. No pas El Verde, por aqu ayer tarde? Con l mand don Fidel una bolsa de azucara, y unos mazos de tabaco.El Verde! Qu va a traer ese hijuna grandsima. Desde ayer, est tomando en el chinchel de la Juana Mariqueo. Las ocurrencias del patrn Fidel, de mandar algo con ese hombre que no tiene otro destino que emborracharse.Quicho se haba desmontado, y despus de tirar el poncho encima de la vara, se puso a soltarles las cinchas a las bestias. En seguida las condujo hacia un pequeo cobertizo para darles una racin de avena que fue a buscar al interior de la casa.Entre tanto don Anselmo, sentado frente a "una mesa cubierta con un hule floreado, se dedic a hacer anotaciones en su libreta.La Antuca puso encima de la mesa un cubierto, y en seguida sirvi la cazuela humeante, olorosa a organo. Trajo una fuentecita con pebre de cebolla y cilantro, y una bandeja con pan fresco, que despeda un clido aroma.Don Anselmo, ech una cucharada de pebre al caldo, y despus de revolverlo lo prob.Por Cristo que est bravo tu pebre, mujer, casi no le echaste aj. Hay vino?Claro, patrn! Tengo que manejarlo bajo llave, porque apenas me descuido con l, Juan, comienza a hacerle cario. Y hay que ver las tragaderas que tiene el lin ese! El chacol, que a su merc no le gust, se lo despabil en menos de una semana. Estos hombres no se enteran nunca con licor, patrn por la vida.Don Anselmo psose a comer lentamente. A la luz del medioda, que inundaba la estancia, vease su perfil de rasgos finos y enrgicos. Alta la frente, la nariz recta y la boca de gruesos labios sensuales, su mirada autoritaria y dominadora se suavizaba con un destello de amabilidad, al hablarle a la mujer.De modo que ese desvergonzado de El Verde, no pas a dejar los encargos que le entregaron, para ti, all en la agencia? Creo que si siguen con tantas borracheras, ah en donde la Juana Manqueo, voy a verme obligado a echarlos con viento fresco. Yo les di permiso, nada mas que para vender cerveza y chinchibira, pero veo que traen slo aguardiente.As no ms es, patrn. Es una bolina de hombres curados la que anda pu aqu todas las noches, que ya no hay paciencia para soportarla Fuera cerveza la que toman no seria nada.Antonia Paredes Epuyao, no poda disimular su estirpe mapuche, pues a ratos le salan las palabras cortadas en la misma forma en que hablaban los indios. Pero tena unos ojos bellsimos y la nariz fina de su padre Juan Antonio Paredes, arrogante soldado que peleara en las batallas del puente de Buin, y que volvi a sus tierras sureas apenas termin el conflicto del norte. All, en la reduccin de Molco, se cas con la india Dolores Epuyao de la cual nacieron Anbal, cacique de la reduccin de Molco y Antonia, casada con Juan Airi. Juan desempeaba ahora el cargo de herrero y mayordomo en las casas de Nilpe, uno de los fundos de don Anselmo. Airi, era tambin, como Antonia, hijo de chilena. Su madre, Doralisa Monsalves, muchacha chillaneja llegada a Traigun al servicio de don Roque Sandoval, no haba podido resistir la silenciosa admiracin del mocetn Andrs Airi, sirviente y compaero fiel de don Roque, en sus viajes al interior, cuando tena que efectuar algunas diligencias relacionadas con su cargo de Protector de Indgenas.Airi no hered el hermetismo reconcentrado de su padre. Por el contrario. Lata en l la vivacidad marrullera y melosa de Doralisa. Era un mestizo gil, fuerte y flexible como un puma. Su trabajo en la herrera le ayud a que su pecho se hiciera ms ancho, y sus brazos ms musculosos. Cuando se embriagaba, perda toda esa alegra exultante que le caracterizaba, y entonces se tornaba provocador y feroz. Sumamente diestro para pelear al lonco, eran pocos los que resistan su abrazo de orangutn, para en seguida golpear en el suelo la cabeza del enemigo.La nica persona que lograba reducir a Airi, era Antuca y por supuesto don Anselmo, a quien, cuando estaba embriagado, llamaba taita.Yo soy mapuche, taita. Un mapuche no le tiene miedo a ningn chileno. Pero vos, patrn Anselmo, sos buen huinca. Todos los mapuches respetamos a taita Anselmo.La Antuca jams empleaba en esas ocasiones medios violentos para dominarlo. Lo llamaba con voz sonora, por su nombre y luego le deca, mirndolo con tal intensidad como si pretendiera disipar las tinieblas que invadan la mente de Juan.Ven con tu mujer, Juan. Ven, vamos a la casa.Sin embargo, Juan Airi jams hablaba en mapuche cuando estaba en sus cabales. En la fragua, mientras tiraba del fuelle para avivar el fuego, le gustaba acompaarse con una especie de alarido gutural, en su tarea. Era famoso por sus mpetus erticos. Y, segn los comentarios que circulaban, no haba china joven a la cual "pillara de atravieso", que pudiera jactarse de haber escapado, sin recibir, en sbita y salvaje acometida, las caricias apasionadas de Juan Airi. Eran incontables los geicitos que crecan por los contornos de las casas de Nilpe, en cuyas venas circulaba la ardiente sangre del mestizo.La Antuca era madre de dos recios mocetones que trabajaban en la corta de rboles, en la montaa y de una muchachita de doce aos que estaba aprendiendo a leer en el colegio de las Monjas de Angol. La madre, riendo, le deca a don Anselmo:La Amelia ha aprendido una porcin de cosas, pero tuava no conoce ni la o por ser redonda.Era Antuca una mujer de extraordinaria inteligencia y de una resolucin increble, en los momentos en que le toc hacerse respetar en su casa, a dnde aparecan con frecuencia los indios borrachos, o los "serrucos" que, melosos e hipcritas, solan llegar hasta all, en la poca de las cosechas, con el pretexto de que les prestaran un tacho con el cual tomar agua y "apagar la sed".Pero, seora por la vida, quin va a tomar agua en estos tiempos? Agua toman los bueyes que tienen el cuero duro.Antuca, con los ojos brillantes de coraje y sacudindose las trenzas que le hacan cosquillas en el cuello, responda: Vean qu casualidad! Yo tomo agua todos los das y no he sido nunca buey. La lesera que les madura a ustedes.Pero una tarde las cosas se pusieron bastantes feas. Un mellizo llamado Sebastin Matamala, se adelant hasta la puerta de la vivienda y quiso apartar violentamente a Antuca para entrar en la estancia. La mujer alcanz a cerrar la puerta, pero sta cruji en tal forma, que con otro empelln iba a saltar entera. En ese mismo momento un disparo desde adentro desastill una tabla, y la bala penetr por el hombro del asaltante, que se derrumb profiriendo toda suerte de maldiciones. Desangrndose pudo huir, ayudado por los peones que le acompaaban a ocultarse en lo ms espeso de la selva. Al da siguiente Juan Airi, acompaado de sus mocetones buscaron sin resultados a los asaltantes. Los indios a quienes les preguntaron si los haban visto, respondan, con acento plaidero y esquivando los ojos:Por aqu no han pasado esos chilenos salteadores, Juan. No los hemos visto.Sin embargo, no falt quien dijera que Matamala estaba escondido en una de las rucas de Segundo Cayul, cacique de la reduccin de PeuPeu. La Maclovia Huilcal, machi de la tribu, le cur la herida, que san fcilmente, pues la bala haba pasado de largo.El Verde, que pasaba su vida viajando entre Angol, Los Sauces, Traigun y Galvarino, llevando su mua cargada con encargos y haciendo el papel de correo particular de don Anselmo, principalmente, y de cuantos le encomendaban alguna diligencia que realizar o carta que entregar, dijo haber encontrado a Matamala, llegando a Los Sauces, lo cual quera decir que iba huyendo hacia el norte, para no dejarse ver ms por esas tierras. As lo creyeron Airi y la Antuca, y el propio don Anselmo; pero la verdad era muy distinta. En el boliche de la Juana Mariqueo, la machi Maclovia Huilcal, haba sonredo enigmticamente, cuando alguien le pregunt por Matamala:Mapuche no sabe. Mapuche no conoce a ese perro cochino.Pero una noche de fines de febrero, Juan Airi, despert sobresaltado al or los reiterados relinchos del Mono, su caballo, al que acostumbraba dejar amarrado en la mediagua, contigua a la casa. Los perros ladraban furiosamente, aullando, a ratos, desesperados. Y de pronto se oy el chisporrotear de la paja del techo mientras una ola de fuego envolvi sbitamente a los moradores. Segundo y Juan Ramn Airi, slo vinieron a despertar ante los reiterados alaridos de Antuca, que huy desnuda hacia el camino. La casa ardi en unos minutos y de ella no quedaron ms que los escombros humeantes. Ni siquiera alcanzaron los cuitados a sacar la ropa necesaria para vestirse. Vironse obligados a refugiarse en la ruca del indio Juan Huillipn, en donde esperaron las prendas de vestir que les mandara don Anselmo, desde la agencia.Segundo Airi asegur que l, a la luz del incendio, haba visto huir a Matamata, acompaado de uno de los mocetones del cacique Cayul. Don Anselmo, que acudi al da siguiente, mand buscar a Cayul, con quien no se hablaba desde que ste protest porque los cercos de Nilpe le haban rebanado la mitad de sus tierras. Las escrituras firmadas por los testigos de Cayul, en la notara de Albarrn, determinaban que lo vendido por ste llegaba hasta la quebrada de Pangue; pero el indio no lo quiso reconocer jams. Durante tres semanas, los mocetones de Cayul, echaban abajo los cercos de don Anselmo, y una noche hubo un tiroteo en el cual los mapuches salieron muy mal parados. Cayul se estaba aguantando, pero sin resignarse a reconocer su derrota, aunque el propio Gorostiaga. Gobernador del Territorio de Angol, le haba confirmado por intermedio del lenguaraz que ese era un asunto terminado.La entrevista celebrada por don Anselmo con el cacique, fue al comienzo en extremo violenta. Cayul lleg rodeado de sus mocetones, enarbolando su bastn de mando, de abultada empuadura de plata. Vesta un chirip nuevecito, bajo cuyos pliegues le asomaban los calzoncillos de tocuyo. Una manta de flores blancas dibujadas en fondo negro, le cubra el torso. Al desmontarse, le son la espuela del pie izquierdo, con la cual acicateaba a un avispado y crinudo potrn overo. Ramn Cayulao, que haba servido como cochero en los convoyes que viajaban de Temuco a Victoria, era su lenguaraz. Juan Airi, con sonrisa esquiva, iba repitiendo en mapuche las palabras de don Anselmo.All, junto al corredor de las casas en construccin y bajo un viejo roble, los dos hombres se miraron frente a frente. Don Anselmo, de porte regular, con la cabeza descubierta, los ojos orgullosos y una mueca de desafo y desuden en los labios. Jacinto Cayul, hiertico, impenetrable, con el odio reflejado en las pupilas de acero. Cayul dio un golpe en el suelo con su bastn a manera de saludo, pronunciando algunas palabras en un lenguaje spero y gutural.Jacinto Cayul, saluda al huinca Anselmo dijo Airi.Ramn Cayulao, un indio chico de bigotes negros y ralos y ojos de susto, transmiti a su vez el saludo de don Anselmo.Don Anselmo carraspe, mirando hacia la ceja azul de un cerro coronado de esbeltos coihues. Un intenso aroma surga de la selva. Las bestias de los mapuches se revolvan a cada rato, demostrando su inquietud. Cayul mir a sus mocetones que se mantenan rgidos e impasibles. Con los pies desnudos y curtidos, como si fueran las fuertes races de un rbol, dio Cayul unos pasos arrastrando la espuela del pie izquierdo, y, en seguida, levantando sobre el hombro el halda de su poncho, alz la vista para exclamar con voz spera y tan alta, que daba la impresin de dirigirse a una gran multitud.Yo era tu amigo, Anselmo, y cre que t tambin eras mi amigo, hasta el da en que me engaaste en la casa del escribano Albarrn. Yo no te escritur mis tierras de sembrar, sino la montaa de arriba y los pngales de Cullinco. Vos engaaste a cacique Cayul, que crea en tu amistad. Jacinto Cayul tiene sus mujeres, tiene sus hijos, tiene sus nietos a quienes est obligado a mantener, trabajando en esas tierras que vos le quitaste, engandolo, porque Cayul no sabe leer en papeles que escribe el escribano Albarrn.A medida que hablaba, iba subiendo el tono de su voz y haciendo ms spera y amarga su entonacin. Un gran silencio les rodeaba, interrumpido a ratos por el estentreo grito de los chucaos o el relinchar de alguno de los potros que cabalgaban los mocetones. Apoyado en la montura de su caballo mulato que, inquieto y nervioso, se sacuda con su larga cola las moscas y tbanos que le asediaban, don Anselmo se encenda de furor, o se morda los labios, sin poder dominar la ira que le iba poseyendo.Ramn Cayulao miraba a hurtadillas al huinca Anselmo, y recitaba las recias palabras de Cayul como s no supiera lo que significaban. El cacique se qued de pronto en silencio. Aspir con todas las fuerzas de sus pulmones el aroma fuerte, intenso, que vena de la selva y que se mezclaba con la clida vaharada del estircol que estaban evacuando las bestias.Iba a seguir de nuevo, cuando don Anselmo levant la mano, indicndole con gesto dominador, que le escuchara.Escs equivocado, Jacinto Cayul. Yo no te enga en la escribana de Albarrn. El agrimensor Ruminot midi las tierras que me vendiste en cuatrocientos pesos de plata, cuatro pipas de aguardiente, doscientas yardas de tocuyo.Pero en ese momento Cayul, dando un golpe con su bastn, le interrumpi con fiereza:Jacinto Cayul defiende su tierra y debes orlo hasta que te pase la palabra. No niega nada de lo recibido. Lo que te niega es haberte vendido las vegas y los pngales hasta el estero de Nilpe. Eso lo arreglastes vos con tinterillo Salazar, con Albarrn y con Ruminot. Cacique Cayul, no puede ser amigo, con huinca traicionero.Cuando Cayul termin su largo alegato, ya don Anselmo haba recobrado la serenidad. Explic al cacique la forma como se haba hecho el negocio. En los momentos en que se ley la escritura ninguno de los testigos de Cayul, ni tampoco los lenguaraces haban protestado. El tinterillo Salazar, escribi lo que l, Anselmo Mendoza y Romero le dictara entonces, conforme a lo tratado con Cayul.Discutieron toda la tarde, y ya se iba a entrar el sol, cuando llegaron a un avenimiento. Don Anselmo "gratificaba" a Cayul con cincuenta pesos de plata, dos pipas de aguardiente, y le regalaba, adems, su caballo ms hermoso, un potrillo negro, tapado, con su montura. Pero Cayul, desde ese da, reconoca los deslindes establecidos y se declaraba su amigo para siempre. Desde ese momento, Matamala no podra seguir siendo protegido por Cayul ni esconderse en las casas de su reduccin.Cayul dio la mano a don Anselmo y comunic a sus mocetones su resolucin de acatar lo convenido. Ellos se internaran hacia sus tierras de Tromen, donde podran seguir su crianza de ganado y comiendo ovichas gordas. En seal de aprecio, Cayul se sac su fina manta de flores blancas y se la puso a don Anselmo, que la acept sonriente y golpeando afectuoso los hombros del cacique.Quicho, trajo una damajuana de aguardiente del cual sirvi al cacique y a sus mocetones. Como si con ello les hubieran apretado un resorte mgico, el duro silencio de los mocetones, se transform en una animada conversacin, en la cual se oan a cada rato los nombres de Cayul y de don Anselmo. Y cuando los tragos de jamaica menudearon, comenz un evolucionar de sus caballos crinudos, lanzando jubilosos alaridos, entre los que se oa a cada rato la palabra, lape, lape, lape!.Desde aquel da, don Anselmo pudo vivir en paz con las gentes de Cayul. Con frecuencia lo halagaba con regalos, para mantener esa amistad, "conchabando" caballos o mercaderas por ovejas que se criaban gordas y lozanas en los rincones descampados de las tierras de Cayul.La Antuca recordaba con frecuencia aquel arreglo que les haba permitido vivir tranquilos, all en las puertas del fundo de don Anselmo. Mas, a pesar de toda la vigilancia de Airi y de los campaistos que estaban rodeando casi a diario el ganado, los robos de animales no cesaban.Los indios conocan, entre las espesas maraas de la selva, sendas y pasos que les permitan arrear pequeos pios de animales que entregaban a los cuatreros, y que stos iban a vender a las ferias de Traigun, de Victoria, de Angol o de Temuco. Para ellos no haba distancias. Animales marcados o sin marca, se compraban sin reserva por los proveedores de ganado que iban del norte, y en las ferias fue imposible establecer y mantener un control para denunciar los robos. Era necesario hacerse respetar a balazos, a palos, o caballazos. Era esta la nica ley que respetaban los cuatreros. El Verde, que viajaba en forma permanente desde Angol a Temuco, era el nico que conoca sus guaridas, en las quebradas de Huiilhue, en las montaas de ielol y de Adencul. Los "Trzanos" que se hicieron temibles desde la pesquisa destinada a descubrir a los asesinos del ingls Peters, no eran capaces de dominar el bandidaje en accin. Era tanta la audacia de estas bandas organizadas que en una ocasin asaltaron el convoy del Estado, o sea las carretas que llevaban dinero, vveres y herramientas, a los zapadores que construan el camino entre Traigun y El Sauce. Despus de una batalla campal, la banda de Antenor Henrquez, "El Taituco", se apoder de todo cuanto podan llevarse a la grupa de sus caballos. En el campo de batalla haba quedado desangrndose con una bala en el pecho, el sargento Jess Montalva y tres soldados, muertos. Los bandidos perdieron tres hombres, entre ellos "El Turnio", viejo cuatrero, amigo de El Verde, y un indio joven, sobrino del cacique Quilapn.Pero El Verde no denunciaba a nadie. Saba que la menor indiscrecin le costara la vida. Lo nico que hacia era prevenir a sus amigos. Don Anselmo tena en l a una especie de perro fiel, incapaz de traicionarlo, desde el da en que lo sac de la crcel, acusado de haber muerto a su propia mujer.gil, de estatura mediana, de rostro rubicundo, El Verde, o sea Baltazar Molina, era un viejo jinete, que no conoca el sosiego. Junto con ponerse los zapatos, se amarraba las espuelas y sus rsticas botas de piel de ternero, fabricadas por l. Seguramente su apodo le venia del color de su manta, siempre desteida por el sol y las lluvias, expuesta eternamente a toda clase de rigores, en su vida trashumante, de andariego que no reconoca casa, ni vnculo que lo sujetara a obligaciones familiares. Oriundo de San Carlos, lleg a la frontera con las tropas del Coronel Urrutia, siendo un muchacho de diecisis aos, como soldado de la caballada. En el Fortn de Traigun fue donde comenz a familiarizarse con el trato de los indios, hasta llegar a hablar el mapuche tan bien como ellos. En el asalto al fortn, realizado por las tropas de los caciques Colip y Huentecal, de las reducciones de Malleco y Guadaba, los araucanos sorprendieron a la caballada mientras forrajeaba, en un potrero vecino al fuerte. Los caballos, espantados ante el chivateo indgena, huyeron a la disparada, punteados por un piquete de lanceros indgenas. Pero en ese momento, sonaron agudamente las cornetas del fuerte tocando "generala" y apareci como un ventarrn el comandante Cid, a la cabeza de veinte jinetes cuyos fusiles relumbraron al sol vomitando metralla para asustar a los lanceros enemigos. Los jinetes mapuches, cogidos de la tusa de sus bestias se colgaban de ellas esquivando los disparos. Un pequeo escuadrn indio embuti en audaz y terrible atropellada a un piquete de soldados que se haban quedado a retaguardia. Algunos de stos saltaron como despedidos por una catapulta, desde sus monturas, mientras los otros eran arrollados por la salvaje embestida indgena. Pero ya el grueso de las tropas de Cid, apretadas y compactas en una corta columna, se volvieron como una sola y gil bestia, para desmontarse y disparar de mampuesto, apoyados en las monturas, sobre la ondulante caballera india que se desband lanzando su grito d combate hasta perderse entre los montes ms prximos. El Verde recibi all su bautismo de guerra, cuando un jinete rezagado de la caballera mapuche le tir la lanza, sobre corriendo. El arma le desastill la mano con que sujetaba las riendas, y el agudo dolor le hizo caer violentamente del caballo.Pero aquel duro percance no fue motivo para que El Verde, les tomara odio a los indios. Por el contrario. Desde entonces trat de captarse sus simpatas, hasta el punto de enredarse con una hermosa mapuche de la reduccin de Nahuelvan, llamada Rosa Traipe. No se cas con ella por la iglesia. No haca falta, segn l mismo lo explicaba, riendo, en las ocasiones en que los tragos de jamaica se le suban a la cabeza.La mujer no necesita del padre cura para ser buena. Cuando quiere la libertad se la toma y "San se acab".El "San se acab" lo empleaba en todas las ocasiones en las cuales deseaba solucionar alguna dificultad. Pasaron los aos sin que viniera al caso el "San se acab". Pero un da se encontr con, que la Rosa, fastidiada, seguramente, con sus reiteradas y largas ausencias, accedi a los requerimientos de Huento Cheuquel, un arrogante mocetn de la tribu de los Couepan y, tal como lo hiciera con l, se fue a vivir con Cheuquel sin dar mayores explicaciones.Baltazar Molina no era un hombre sentimental y cuando lo supo se solt a rer, exclamando:Y endey, qu se le va a hacer. Ms alivio para el enfermo, pues nios. Contims que ella lo ha de ver. Cheuquel, trabaja con la misma herramientita con que trabajo yo. En la variedad t el gusto. Yo no soy pasionista.Pero se haba encendido de rabia, que no supo disimular. Un fulgor siniestro ilumin sus ojos y descompuso su semblante. Estaba en el negocio de Pedro Romero, situado en "Las Casuchas", a la entrada del fuerte. Belarmino Montoya, soldado del Batalln Angol, lo acicate con aviesa intencin:Conmigo no se la llevara tan pelada la india sa. La mujer que es mi moza, tiene que aguantarme hasta que yo le d la bota. Pero a m no me pone el gorro ninguna china de porquera.Aparentemente El Verde no le dio importancia a las palabras de Montoya. Enardecido por el vino que se desbordaba de los vasos y golpeando con la argolla del ramal sobre el mostrador, grit:Quiubo pues, don Pedro! Qu se hicieron los tragos! Qu se sec la pipa del tinto? Ponga otro medio cntaro pues, don. O quiere que nos muramos de sed.Se emborrach durante una semana entera, en todas las cantinas del pueblo. A El Verde no le faltaba dinero ni crdito, para beber. Pero, a pesar de su borrachera, nadie le oy nombrar a la Rosa Traipe, ni a Huento Cheuquel. Se pona sombro cuando cantaba:

De la Vega Larga vengo

de la Vega Larga soy;

traigan vino, traigan pan,

con jamaica me emborracho

con chinchib me refresco,el coas es pa los ricos,el guachucho pa los pobres.Callanita tostaoracon zanco me mantendr.Juay! De la Vega Larga vengoDe la Vega Larga soy. Juay!Sin embargo, a los pocos meses, la Rosa Traipe apareci estrangulada, en el camino, junto a unas matas de arrayn. Los jotes le haban devorado el rostro, pero se vea a las claras que haba sido arrastrada a lazo, por encima de las piedras y de las espinas secas de los michayes. Su cuerpo estaba horrorosamente destrozado y magullado. El Verde no se vio por ningn lado; pero una tarde en que unos soldados del Batalln BoBo, arreglaban el camino, lo divisaron contento y feliz como unas pascuas, entre los cerros de Trintre, arreando su mua, cargada con mercaderas, que venda y entregaba a lo largo del trayecto.Cuando le dijeron que lo buscaban por presunto asesino de la Rosa Traipe, se solt a rer a carcajadas:Taran locos all en Traigun! A la Rosa yo no la hey visto ende que se gan a vivir con Cheuquel. Ejante que me atropello la venta y tambin me quieren acriminar con su muerte. Esto es! No faltaba ms.Sin embargo, de nada le valieron sus argucias. Aunque hizo derroche de habilidad para demostrar que se hallaba en Angol en casa de doa Cata cuando ocurri el crimen, el Juez Aceval Caro, lo fue arrinconando, con careos y contrainterrogatorios hasta que solt la verdad. Y as pudo librarse Huento Cheuquel, a quien tenan en el cepo desde el da del asesinato.El Verde fue condenado a la ltima pena. Cuando lo notificaron se qued silencioso y hurao, como si la cara se le hubiera petrificado. Despus, levantando los ojos mir fieramente al juez y respondi con amargo acento:Ta bien, seor Usa. Toas las cuentas hay que pagarlas. Yo tambin pago.Mas, cierta noche, el gendarme Bartolo Jerez lo llam a un rincn del patio de la crcel, y le dijo:Si quers juyite Verde, yo te doy la puerta. Claro que si te pillan te joden no ms. Pero hay que hacerle el lance a la flacuchenta, hasta onde se pueda. No te parece?El Verde mir en intenso silencio a Jerez. Era ste un hombre plido de ojos pardos, esquivos, y gran bigote negro.As es que vos me quers encaminar huacho. No te aguanto. Me queda la apelacin, si quiero. Pero no la pifio. Soy hombre y no le tengo miedo a los boca negra. Qu carajo! Pa qu soy hombre entonces!Jerez, mir desconfiado a su alrededor, y luego susurrando le sopl al odo.No seas bestia. yeme, maana viene una persona a verte. Chist! Yo te vendr a avisar.Pero El Verde enfurecido lo tom del poncho para vomitarle en pleno rostro una injuria.Oye, mierda, a m vos no me vens a engaar como chiquillo mediano. Si me matan, me matan frente a frente, no como a un cobarde! Qu te estay figurando vos, carajo! Si quers anda a "encaminar" a tu madre!Cllate animal! Si te jodes, te joders por bruto. Baboso! Ya est! al calabozo!Pero al da siguiente, cuando Toms Ibacache, el tinterillo que lo defenda, le explic que su causa la vea totalmente perdida, porque si apelaba, la Corte de Concepcin confirmara la sentencia de Aceval Caro, sinti que un hielo sutil, como el filo de una daga lo penetraba. Baltazar Molina era hombre que amaba la vida y saba arrancarle todo lo que puede proporcionar en goces y satisfacciones materiales. Con los ojos turbios y la. boca contrada en un gesto desdeoso le replic fatalista y resignado:Ya, pues, on Chuma! Quiere decir que hasta aqu no ms llegamos. Cuando el rico mata por soberbia, lo perdonan y hasta le piden disculpas. Pero al pobre lo plantan contra la pared y adis. Quiere decir que los vamos! Y cuanto ms pronto sea, mejor. Pa estar muriendo a pausa. De pie, junto a la puerta del calabozo en el cual el preso no tena ni siquiera una banca donde sentarse, don Chuma Ibacache le miraba meditativo como si temiera decirle algo que le estaba araando adentro.De pronto exclam con sbita resolucin:Y por qu no tratas de arrancarte, Verde? Si me juras no comprometerme en nada en el caso de que te agarren, yo intentar empalicar a uno de los gendarmes. Son nada ms que tres los que hacen la guardia de la muralla en la noche. Con uno que te deje pasar, ests al otro lado. Y por ltimo, si te rochan siempre es igual. Pierdes lo mismo que si te quedaras aqu.Con la gruesa punta de sus zapatos de cuero granado, El Verde cavaba un hoyo en la tierra hmeda del calabozo. Sin levantar la vista y como si la voz se le hubiera secado en la garganta, repuso:Oiga, on Chuma, por su vida. Quiere que le diga una cosa? Prefiero morir frente al pelotn, antes que me huaraqueen di atrs como a un miserable y cochino ladrn. Ya Bartolo Jerez me lo propuso. Usted sabe que esa es la treta diaria del juez. As los papeles se van ligerito pa la Corte. Una rfaga de aire mojado hizo estornudar al tinterillo Ibacache, quien sac un enorme pauelo floreado con el cual se son ruidosamente.Vos lo habs de ver pues, Verde. Si te pillan, claro que te agujerean por detrs. La cosa sera conseguir la arrancada sin trampa.Don Chuma, eso y la cara de Taita Dios, ahora no lo veo...Caa la tarde entre gruesos nublados que se iban amontonando, bajo el cielo. Uno de los guardias desde su garita lanz un agudo grito, que reson como un escalofro:Centinela alertaaa!Alerta estaa!Pero ese da ocurri algo extraordinario. Todava no era la medianoche cuando El Verde oy resonar las llaves del calabozo. Bartolo Jerez entr con una linterna bajo la manta. Alumbr al preso que se incorpor a medias, cegado por la luz. Otro hombre esperaba junto a la puerta. Bartolo en voz baja, le dijo:Prate, hombre. Aqu viene tu patrn a verte.Y entonces El Verde, que aun no sala de su asombro reconoci en el otro hombre de poncho a don Anselmo, que le dijo con voz autoritaria:Ven. Vamos andando.Cruzaron el patio sin que se oyera el alerta de los guardias, y salieron a la calle por la puerta donde se reciban los vveres y al torcer la esquina encontraron a Quicho, con dos caballos. Antes de subir al suyo, don Anselmo entreg algo a Jerez, que murmur breves palabras que El Verde no entendi. Cruzaron el pueblo trasudado de agua y barro, silencioso, apenas alumbrado por dbiles lmparas a parafina que pestaeaban angustiadas. Desde el ro subi entre un retazo de monte el rumor del viento cuyo aletazo mojado bram como una bestia temerosa.Y ya cerca del puente de "Las Casuchas", don Anselmo, que no haba despegado los labios, le dijo a Baltasar:ndate para Tromen a verte con mi amigo, el cacique Jernimo Melilln. El est encargado de ampararte. El primer tiempo conviene que andes vestido de mapuche. Ya te llamar yo. Buena suerte y adis.Resonaron como palmetazos los cascos del caballo de El Verde, que sali disparado para perderse en la noche, en medio de lagunas espesas de barro. Por supuesto que el Juez Aceval Caro no chist. Se dijo que al Verde lo haban "encaminado". O sea la repetida treta de darles lado para que el preso huyera, y balearlo por la espalda.Adems de la gente que iba a la Frontera desde el centro del pas, estaban llegando a aquellos pueblos, unos hombres de tez clara, de ojos verdes y azules, que hablaban un idioma que los indios no entendan, ni tampoco los chilenos. El gobierno, por intermedio de los ingenieros, funcionarios que mandaba "Guamachuco" desde Angol, les reparta hijuelas ubicadas en Quechereguas, en Tricauco, en Quino, en Lumaco y Nahuelvan. "Guamachuco", era el apodo carioso con que toda la gente de la regin designaba al bravo Coronel, don Alejandro Gorostiaga, vencedor de la batalla de Huamachuco, en las Sierras del Per, y a quien el Gobierno haba nombrado Gobernador del Territorio de Angol, con el especial encargo de reducir a los indios y asegurar la lnea del Traigun y del Cautn. Esto slo era posible con la fundacin de fuertes cuyas guarniciones garantizaran la tranquilidad de los pobladores, que se arriesgaban a vivir en esas tierras llenas de peligros. Los asaltos de los indios y los continuos y reiterados salteos de los bandidos eran el pan de cada da en la Frontera.Desde el Parlamento de Putu, al cual concurrieron caciques abajinos y arribanos, los indios se mantenan en calma. Los fuertes no estaban ya expuestos a los asaltos de los araucanos organizados en giles escuadrones de lanceros que recorran el territorio con increble rapidez. Pero la desconfianza y el odio por el huinca no desapareca. Los mapuches estaban favoreciendo a diario a los cuatreros, que no slo se dedicaban a la venta de animales robados, sino que estos mismos robos engendraban persecuciones y odios irreconciliables que degeneraban en feroces salteos.La muerte no era el mayor peligro en estos salteos, sino que, adems, las mujeres de los colonos estaban expuestas a ser llevadas cautivas, tierra adentro, o a sufrir toda clase de ultrajes.Haba que vivir con el arma al brazo. El pual, la maza o cachiporra, con que se peleaba a caballazos, constituan elementos de los cuales era indispensable ir provisto para aventurarse por los caminos. Don Anselmo Mendoza, lo saba bien, y jams se expona a visitar sus fundos sin llevar un par de pistolas al cinto, aparte de su gran cuchillo de monte y su ltigo de montar. Con frecuencia empleaba esa temible huasca para apartar de su camino a los peones borrachos, que con ungida humildad lo detenan para solicitarle algn dinero, y se tornaban insolentes y agresivos cuando l se lo negaba:Carajo, qu se imaginan ustedes que yo soy caja de fondos ambulante? Djenme el camino libre si no quieren llevarse una paliza.En una de esas ocasiones iba en compaa de su mozo Quicho y de El Verde, en direccin a Los Sauces, donde tena su fundo "Monte de la Suerte", cuando desde un recodo del camino en donde estaban comindose un cordero robado seguramente en el pio de algn mapuche aparecieron unos hombres con aspecto de peones camineros. Como de costumbre, simularon gran respeto y consideracin al dirigirse a don Anselmo, cuya frente en ocasiones como sas vease cruzada por un profundo surco, mientras sus ojos claros adquiran un brillo acerado.Patrn, tamos fallos de plata, y querimos que nos valga unos doce reales para comprar unos tragos de vino. Somos varios los nios que estamos gustando aqu.Don Anselmo los mir en silencio, un brevsimo instante.Quines son ustedes? Con qu derecho vienen a pedirme plata, si yo ni siquiera los conozco?El hombre que haba hablado era un colorn pecoso, de esquiva mirada y labios sensuales. Mir el pen hacia atrs, y de pronto lanz un agudo subida De entre unas matas sali una media docena de hombres, que se adelantaron con amenazadora resolucin. Uno de ellos grit: As es que no quiere aflojar la pepa ese rico abusador? Con nosotros se las va a entender.Fulguraron los corvos en la cruda luz del medioda. Era un arma peligrossima en un caso como se. Jenaro Montoya, jefe de la banda, sac una enorme daga con la cual, de un salto, tir una terrible pualada al pecho de la bestia de don Anselmo. El animal dio un corcovo, resoplando furioso, como si se hubiera dado cuenta del peligro. Pero ya don Anselmo haba enarbolado su terrible ltigo, y con l arroll al bandido, que bramando de ira, se abalanz de nuevo sobre el caballo, con el propsito de herirlo en el pecho, para desmontar de este modo al jinete.Entonces no fue uno si no un diluvio de azotes lo que cay sobre el forajido, mientras Quicho y El Verde cada uno por su lado, se batan a caballazos y pencazos con los dems asaltantes, sin poder ayudar a don Anselmo, frente a las embestidas del "Colorn", que, en una de ellas, se estrell con la montura en donde rebot el pual. El arma salt lejos, rebanndole la mano. Surgi un chorro de sangre. Sin embargo aquel hombre no era fcil de dominar as no ms. Con brinco de fiera irritada, trat de recoger el pual, pero ya don Anselmo estaba encima de l, para estrellarlo en un decisivo encontronazo con los pechos del animal.El lance tomaba un cariz desagradable; y si se hubiera tratado de un hombre menos hombre que don Anselmo, este y los suyos seguramente se hubieran dado a la fuga. Uno de los bandidos, colgndose de la manta de Quicho, lo haba derribado, y ya iba a degollarlo con su afilado machete, cuando don Anselmo, le dispar a quema ropa dos certeros balazos. El hombre trat de enderezarse y abriendo los brazos, como si quisiera ahogar a la muerte, se derrumb lanzando un ronco gemido, mientras un torrente de sangre enrojeci el polvo del camino. El Verde, con la cabeza descubierta, daba la impresin de un loco. Haba sacado un estribo de su montura y reparta golpes a diestra y siniestra. De la frente le brotaba un chorro de sangre que le corra por encima de los ojos y de la boca. Ante los disparos, los asaltantes de El Verde, volvieron caras, huyendo hacia el monte. El "Colorn", con aspecto de demonio, manchado el rostro de sangre, de tierra y de sudor, se plant a la distancia, y desafiando an a su enemigo, le grit:Te la tendrs que ver conmigo, Anselmo Mendoza. A cucharadas me tengo que tomar tu sangre y la de tus hijos.Don Anselmo tena un aspecto terrible. Con las riendas en la mano y la pistola brillndole en la otra, lanz una feroz carcajada. Una carcajada de loco, o de posedo por el demonio.Cuando quietas nos veremos. Y ahora mismo si te conviene. Ven para ac, canalla! Quieres definirla ahora?Con salto de gato, se desmont, gritndoles a Quicho y a El Verde:Sujtenme el caballo. Aqu estn mis pistolas. Quieres pelear con cuchillo? Ven a recogerlo. Aqu me tienes. Soy Anselmo Mendoza. Mrame bien. Anselmo Mendoza, me entiendes?Mientras hablaba iba caminando al encuentro del "Colorn". Haba tirado el poncho y la fina blusa, sobre unas macas prximas. gil y flexible lleg hasta donde estaba Jenaro Montoya, que no retrocedi una pulgada del sitio donde se haba detenido. Un instante los dos hombres se miraron cara a cara. Un intenso jadeo les agitaba el pecho. Temblando enteros, se quedaron de pronto indecisos, como si una extraa fuerza les contuviera, como si desde el fondo del odio y del salvajismo de aquella vida azarosa, surgiera un extrao fenmeno de recproca admiracin. El "Colorn" levant la mano que todava chorreaba de sangre y se rasc la cabeza sudorosa:Me la gan, patrn dijo con voz lenta y ya sin odio. Me la gan bien ganada. Yo saba quin era usted, pero no crea que era tan hombrazo. Yo soy Jenaro Montoya y aqu me tiene usted ahora como amigo. Pa siempre. Con los hombres hay que ser hombre.Don Anselmo no tuvo que arrepentirse de aquel entrevero. Muchas veces viajando ya casi envuelto en las primaras sombras de la noche, se encontr con Jenaro Montoya, jinete en brioso caballo, seguido de media docena de hombres de su banda. Saludaba con su aire hosco y duro:A las rdenes, don Anselmo. Por aqu no pase cuidado. Aqu manda Jenaro Montoya.Mas de una noche llegaron a las casas de "Monte de la Suerte" para solicitar vveres, especialmente tabaco, yerba mate, azcar y aguardiente. Don Anselmo jams se lo neg porque saba que con toda esa gente tena camino libre y seguro entre Angol y Traigun. Y una noche tuvo a su vez que devolver aquellos servicios. Un piquete de carabineros de Angol(1) , mandados por el teniente Pascual Espinoza, logr ubicar el rancho en donde dorma Jenaro Montoya. Una de las mujeres, la india Mercedes Meliqueo trat de despistar a Espinoza dicindole que Jenaro estaba esperando a uno de los coches de Labair, que partira de amanecida desde Los Sauces. Pero ya Jenaro, despierto con la conversacin en voz alta de Mercedes, se haba encaramado como un mono hasta la cumbre de la ruca, por donde se desliz, para caer sobre uno de los carabineros al cual derrib de su caballo, para montar en l, huyendo a toda rienda en direccin a las casas de don Anselmo. Perseguido por una lluvia de balas, no lo alcanz ninguna, pero s, a la cabalgadura que de pronto se derrumb poco antes de llegar a las casas de "Monte de la Suerte". Jenaro Montoya logr esconderse en el pajar donde coman las bestias de don Anselmo.Los carabineros sin imaginar que el temible bandido estuviera oculto all, rodearon el sitio en la seguridad de que al amanecer lo apresaran. Pero a Jenaro se lo trag la tierra.Al da siguiente, don Anselmo, mientras conversaba con Pascual Espinoza, a la hora del desayuno, le dijo:Creo que pierde el tiempo buscando a Jenaro por aqu, teniente. Es casi seguro que anoche mismo ha huido disfrazado de mapuche, en direccin a Angol. Es ms fcil encontrado all en la cantina de la Cata Morales o donde Pedro Artillera que por aqu. Estos arrancan a la disparada. Y donde la Cata, est ms resguardado que en un cuartel. Usted sabe la laya de fiera que es sa.El boliche de la Cata Morales era famoso. En l se reunan gentes de toda clase y condicin. Indios que peleabas al lonco con ferocidad hasta quedar tendidos en la calle durmiendo su pica borrachera; cocheros y conductores de las diligencias que viajaban hacia el interior de la alta Frontera; soldados de los batallones acantonados en Angol. Y a veces, por las noches, cuando toda esa gente de los campos y de los caminos, se haba ido, se detenan junto a la vara que defenda la casa, grupos de jinetes que remolan toda la noche y se marchaban al venir el da. Pero mientras permanecan all, el gran rancho de tablas de la Cata se sacuda como un barco en pleno temporal. Cata era una mujerona alta, rojiza, de carnes apretadas y de constitucin atltica. Se contaban de ella cien proezas y entre stas, la de haber derrotado a garrotazos y a puete limpio, al sargento Antoln Romero, un hombronazo de anchas espaldas y un metro ochenta de altura. Antoln, en ese perodo exultante de la borrachera, haba vaciado un potrillo de cerveza con chinchib dentro de la guitarra de una de las cantoras y en seguida tomndola del traste la deshizo en la cabeza de la pobre mujer.Cata, fuera de s, lo acometi con una silla, y lo derrib, pero Antoln, como un toro salvaje se levant para endilgarle una bofetada que dio con la mujer en tierra. Un tumulto de mujeres, chillando, y de hombres que trataron de poner paz con voces amenazadoras, excitaron ms los nimos. La Cata se haba lanzado sobre el sargento y se le colgaba de los cabellos. Cayeron al suelo abrazados, y se debatan con furia. La mujer bramaba enloquecida y mascullaba:Djenme sola! Djenme sola! Djenme matar a este perro!El sargento mostraba un barbecho de rasguos en la cara y un mordisco de fiera en la mejilla. Retorcindose en el suelo en medio de los gritos de las mujeres, la Cata logr quedar sobre el hombre, al cual comenz a estrangular. Cuatro hombres no podan dominar aquella furia, y tuvieron que sacarla casi en peso de encima de Antolin, cuando ste ya comenzaba a estertorar.La Cata era una especie de tigresa, en aquel vendaval de silletazos, de botellas y vasos que zumbaban en el aire derribando a hombres y mujeres. Un piquete de soldados del Batalln BoBo, que andaba de ronda, tuvo que emplear sus armas para poder dominar aquella fenomenal batalla, en la cual el bravo Antolin Romero sali completamente derrotado.Pero a la Cata Morales no le cerraba nadie su boliche, pues en reiteradas ocasiones eran todos los oficiales y jefes de la guarnicin los que iban a remoler a su casa, en fiestas que duraban el sbado y el domingo, con sus noches. Y con ellos, los ms ricos seores de la Frontera.En esas oportunidades, se beban licores finos y los soldados asaban en el patio una vaquilla, mientras en grandes ollas hervan pavos y gallinas, para abastecer el hambre de lobos de quienes estaban "gustando". Mujeres tradas de Concepcin y de Chillan y cantoras famosas, venidas tambin del norte, alegraban la remolienda opulenta del "riquero". En esas ocasiones, los indios, los soldados y los salteadores de los caminos derivaban hacia los boliches de don Pedro Artillera, de la Rosala Ponce, o de la Juana Ibarrat. Pero todo el mundo prefera ir donde doa Cata, porque all estaban mejor atendidos que en, ninguna parte. Adems, las trancas de las puertas se hacan pocas para descargarlas sobre los que no saban respetar la casa.III"Monte de la Suerte", "Vega Larga", "Nilpe", "Loncoluan", "Las Juntas", "Tromen", "Mahuinco", "Trovolve" y muchos otros, eran los nombres de las propiedades que haba formado don Anselmo Mendoza entre Angol y Temuco. En veinticinco aos de lucha se convirti en uno de los hombres ms ricos y respetados de la Frontera. Cuando alguien lo dudaba delante de quienes lo conocan a travs de todas sus empresas y ganancias, se le contestaba con acento compasivo:Pero cmo se atreve usted a preguntar eso. Si a don Anselmo no le cortan un brazo por menos de dos millones de pesos! Cuando se le ocurra sale con todo el Banco al hombro.Don Anselmo lleg un da a Angol en calidad de arrenqun del espaol Vicente Pea, que haca por esos aos, cuando todava no llegaban a Chile los comerciantes rabes, el oficio de buhonero.Eh, t, chiquiyo, si quis gana plata y fama, ven conmigo a la Frontera. All toa la mercadera se vende a precio de oro y se la arrebatan a uno! Vive Dios, y la Virgen pura que no te miento! Anda, anmate. Me gusta tu traza, mocito!Y se fueron. El murciano aquel, era un hombre de accin y determinaciones instantneas. Cuando los padres se dieron cuenta, que aquel marrullero espaol, andaba "insolentando" al muchacho, se enfurecieron y hasta lo amenazaron con la polica. Pero don Vicho no se inmutaba por nada.Mi ust sea de mi arma, que el porven der mocito ste, est en el comercio! Pa gana la plata no se necesita de muchas letras ni leyes. El chiquiyo tiene corazn y no hay ms. Pero al fin ust es su mare y sabe a onde le aprieta la chinela.Don Bernardo Mendoza, que tena un pequeo comercio en Parral, estaba dispuesto a gastar todos sus bienes para que el hijo fuera abogado o mdico. De una de esas dos profesiones no lo sacaba nadie. Slo de pensar en que su hijo pudiera ser mdico o abogado, sentase transportado de felicidad. Y cuando supo que don Vicho andaba "empalicando" al hijo nico hombre, que dara lustre y fama a su estirpe, casi enloqueci de clera:A ese cono canalla le voy a torcer el cogote. Y si vuelve a conversar con el nio lo mando preso. Que lo pongan al cepo por un mes a ese sinvergenza. Qu se haba figurado ese inmundo godo!No recordaba en ese momento que su padre tambin haba sido un inmundo godo, llegado a las costas del Maule, en donde haba hecho una pequea fortuna que despus perdi en negocios agrcolas que no entenda. Era hombre de aventuras y anduvo entre los indios en el sur, y luego fue al Per con las tropas de Bulnes y ms tarde estuvo en las minas de Copiap. En todas partes ganaba dinero que derrochaba rumbosamente. Estaba siempre diciendo:La plata se ha hecho para gastarla. Nadie necesita ni siquiera un cinco, despus de muerto. Nunca se ha odo decir.Pero don Bernardo no sac aquella espinita de aventura. Ancl en ese pueblo en el cual nunca pudo salir de una mediana, a la cual se aferraba refunfuando a la espera de das mejores.Sin embargo, en el nieto repuntaba el espritu de aventuras del abuelo. Y un buen da, mientras la madre cosa en la mquina las prendas que el chiquillo haba de llevar al colegio de Santiago, ste desapareci de la casa fascinado por los proyectos de don Vicho. Don Bernardo, como buen hijo He espaol, tuvo un arrebato de furia, y grit:Pues que se joda! All veremos lo que va a sacar con ese imbcil. Desde hoy har cuenta que no he tenido nunca un hijo! Ya lo ver llegar en pelotas y muerto de hambre.Pero no fue eso lo que ocurri. Don Vicho, tuvo buen ojo al fijarse en Anselmo para compaero suyo, en la hermosa aventura de ir al sur a ganar dinero y fama como l deca:Sabes le y escreb? Ms no te hace falta, hijito. Ya volveremos con la plata en talegas, para que gocen esos viejecillos de tus pares. Ya lo veras...No necesitaron salir al campo a exponerse a los asaltos de los bandidos y de los indios bravos que seguan atacando los convoyes particulares, las carretas del Estado y los coches que viajaban hacia la Alta Frontera. En Angol establecieron su comercio y a poco andar, don Vicho se dio cuenta de que el muchacho era un aguilucho que volara muy alto en aquella actividad. Las mercaderas que llevaron, fueron en realidad arrebatadas all donde apenas existan tiendas y almacenes, en los cuales no se encontraba ninguna de las baratijas que ellos vendan: Cortaplumas, collares, espejos, peinetas, anillos, pulseras, tijeras, prendedores, aretes, guardapelos y toda una variada cantidad de pequeas chucheras, que dejaban a los clientes con la boca abierta por el asombro y la codicia.Angol era, por esos das, un hervidero de gente que vena desde la Alta y Baja Frontera a vender sus productos. Desde el norte llegaban funcionarios del Gobierno, que alojaban en los cuarteles y en los hoteles improvisados que por ese tiempo existan all. Angol, vergel opimo donde se daban con magnificencia fastuosa las frutas, las flores y los productos de chacarera, era el paraso de las gentes que llegaban de tierra adentro. De este modo se vea cruzar las calles de la ciudad a un arrogante capitn de cvicos que haba contribuido a la pacificacin de la Frontera; y a un Ministro de Estado que atravesaba la Plaza de Armas rodeado de su comitiva oficial para ir a la Gobernacin a estudiar algunos de los muchos proyectos que tena el Gobierno, destinados a incorporar aquellos territorios en forma efectiva al dominio del Estado. Y casi nunca faltaba un grupo de jinetes mapuches, de las reducciones de Pellomenco, de Trintre, de Guadaba o Huequn. Aparecan con sus vistosos chiripas y sus mantas coloridas. El cacique se destacaba en medio del grupo de jinetes, que en sus caballos avispados y crinudos, levantaban una polvareda enceguecedora, en direccin a Villa Alegre, o a las casas nuevas del Puente Mellizo.Angol era un oasis de rboles y frutas despus de los lomajes ardidos de sol de Traigun, en donde las sementeras rendan hasta el ochenta por uno. El viajero slo encontraba all en Traigun y Galvarino, ros de trigo. La tierra daba cien granos por uno que se sembraba, pero no haba frutas, fuera de las manzanas, las ciruelas y las peras, que crecan silvestres cerca de los fortines, y no alcanzaban a madurar, arrasadas por la voracidad de los chiquillos ansiosos de chupar algo fresco, cuando en el monte no encontraban chupones o cguiles de pulpa de miel, que con sus densas sustancias vegetales les quemaban la boca, causndoles pequeas llagas y granos difciles de curar.Angol, Encol de lo Confines, la ciudad de Pedro de Oa, era el rincn paradisaco, en donde las frutas se daban con una magnificencia increble. Peras de piel verdeclara, que adentro contenan una copa perfumada y fresca de azcar vegetal; duraznos de todas clases: blancos, amarillos, petados con la piel lustrosa y coloradita como las mejillas de una muchacha de la montaa; priscos que al abrirse mostraban una melcocha olorosa; ciruelas que reventaban entre los labios en un chorro de almbar. Y de los alrededores, sandas verdeobscuras que al abrirse tenan una llamarada adentro; melones de seda de Deuco; naranjas en las cuales se esconda el sol refugiado entre el verde follaje, como asustado de su propio color.Angol, la tierra surea donde comenzaba a producirse uva de la ms excelente calidad, era la patria de los rboles. rboles, rboles, rboles, por todas partes. En la calle, en el interior de las casas, en las hmedas quebradas de terciopelo, por donde se escurre el hilo brillante de un estero. Maduran all las castaas, las nueces y las paltas. Es la tierra ednica y limpia. En sus calles no se ve jams que el barro ensucie los zapatos de las gentes. Llueve. Llueve, das y semanas y cuando el sol encaramado sobre unas nubes de armio encumbra sus rayos desde la alta bveda de un cielo azul, la tierra est enjuta, brillante, aromada por una especie de hlito nupcial. El aire es transparente y los cerros muestran a lo lejos sus jorobas azules, renegridas casi. Bajo dos y tres inmensos arcoiris, el campo est rejuvenecido. Los rboles brillan como si los hubieran barnizado; los esteros se deslizan ondulando en cabelleras transparentes, que hacen recordar los ojos claros y la tez de flor de las mujeres nrdicas.Angol en esos das era el emporio de la Frontera. A la ciudad de los rboles, de las flores y de las frutas, llegaban los norteos trayendo sus mercaderas, sus vicios, y los adelantos que l pas haba alcanzado en el norte. Languidecan los minerales de las tierras atacameas y entonces el hombre de Chile miraba hacia la Frontera, hacia la patria del indio, que estaba virgen, vestida de selvas opulentas sus tierras oprimas, donde crecan los pastizales alimentando a miles de chanchos bravos y vacunos caitas que no tenan dueo.En los almacenes, tiendas y negocios de abigarrado contenido, se exhiban las telas vistosas que ondeaban como alegres llamados desde las puertas. Y ms adentro estaban las mercaderas de ptima calidad, tradas de Europa: herramientas, loza, cuchillera, cristales. Sal fina en frascos relucientes, polvos de arroz, galletas que haban cruzado el mar y estaban frescas dentro de los tarros finamente construidos y arreglados con primor.Y en otra seccin de aquellos negocios se vean los cordeles enrollados en inmensos carretes, la grasa de pino, las rumas de baldes, de ollas negras, las pailas de cobre y las enormes olletas de tres patas, mientras del techo pendan, cimbrndose, las teteras, las bacinillas, las ollitas azules y las fuentes blancas ribeteadas de azul. Tienda y almacn, all se mezclaba el fino olor de los gneros engomados con el del azcar, la chancaca, el charqui y la grasa de pino. Por la calle pasaban carretas llevando ovejas echadas sobre un lecho de pasto, gallinas en ristras que valan treinta centavos cada una, huevos a peso el ciento: chaiges llenos de maqui; ristras de aj; tortas de culli para "el fiebre", como decan los mapuches, pavos y chanchitos nuevos. En los campos de Chufqun y de San Jos, prximos a Traigun, las mquinas no alcanzaban a cortar ni a trillar todo el trigo de las sementeras, y entonces el cielo se cubra de inmensas bandadas de choroyes y cachaas que desfilaban das enteros bajo la azulidad infinita de los cielos de la Frontera. La tierra daba el triple de lo que le pedan. Rebaos innumerables de vacunos, asomaban sus ojos de mirada salvaje entre los altos pastizales de las vegas y llanuras; y entre los cerros de Trintre, de Deuco, de Guadaba, de Colpi, de Huiilhue, y Nahuelvan pacan grandes pios de lanares. Sobraba la comida y el dinero, tena un fantstico poder adquisitivo. Un litro de leche dos y medio centavos y con otros cinco se poda un canasto lleno de pan. En los das del otoo, ruando los vientos huracanados echaban al suelo los cercos y se llevaban por los aires las planchas de calamina y hasta las tejas, veanse en los pueblos, llegar a los cazadores, que aparecan junto con la bonanza, trayendo sus morrales repletos de torcazas, de choroyes, de patos silvestre y de una variedad infinita de volatilera.A estas tierras fue donde lleg don Vicente Pea, con su esforzado arrenqun Anselmo Mendoza, que era en esos das, un muchacho de ojos claros, de piel rosada y pelo castao.Comenzaba el verano, y las calles se vean llenas de gente que llegaba de todos los rincones de la Frontera. Venan a comprar en las tiendas y almacenes, encima de cuyas puertas se cimbraban las piezas de un arado, junto a una azuela, un formn y una sierra. El viento del sur haca sonar las hechonas que colgaban relumbrando al sol. Por las aceras desiguales cruzaban a grandes pasos los colonos, alemanes, franceses y suizos, recin llegados a la regin. Tambin algunos vascos franceses que no se fueron a Caete ni a Lebu y se quedaron en Angol como almaceneros o dedicados a trabajos de hortalizas en los cuales eran especialistas. Pasaban por las calles, hombro con hombro, con el mapuche, y con las gentes de Chillan, Curic, San Javier y Parral, que venan a buscar acomodo, para establecerse, o a vender monturas, riendas, frenos y lazos trenzados con habilidad admirable. Junto al tintineo de las espuelas de grandes rodajas, se oa la sonajera de las pequeas espuelas que usaban los mapuches. Pasaban stos erguidos, orgullosos y dignos, junto a los huincas intrusos que venan a quitarles el mapu. Descalzos, caminaban a grandes pasos, mientras las "chinas", siempre un poco atrs, iban con trancos menudos, hablando plaideramente en mapuche y luciendo sus trariloncos de plata y sus relucientes trapilacuchas sobre el pecho.En los almacenes se respiraba un olor denso. Cuerpos sudados baj los ponchos espesos, se amontonaban junto a los mostradores. Adems en el almacn haba un pesado olor a azcar moscovada, a charqui en gruesos los, que mostraban sus tiras obscuras, estriadas de franjas de grasa. Sobre los mesones, veanse tarros de manteca y de grasa derretida.En el centro del amplio local se amontonaban barrigudos toneles de clavos y grampas para cercos. Montones de quesos se alzaban encima de los mesones, al lado de rumas de "chauchos" de harina cruda, como se llamaban a las bolsas de un cuarto de quintal.Los dependientes sudorosos vendan en mangas de camisa y tan pronto estaban haciendo sonar con violento chasquido las vistosas telas de cambray y vichy, al rasgarlas, como midiendo un medio cntaro de parafina, o un litro de aceite.Vez t, chiquiyo! Esta es vida mi arma! Aqu z que se puede trabajar con provecho. Veraz, veraz, como muy luego tendrz t tambin, casa y solar. Y tierras y animales: Rediez! Y todas las mujeres que queraz! Aunque si te propasas con ellas, por ah puede venirte la jodienda. Hay que vivir con medida, chico! Si lo sabr yo! Los cojones un da nos van a hacer falta.Instalados en una ligera mediagua, que hizo construir l mismo en una de las esquinas de la Plaza, vendieron muy pronto el surtido de mercaderas que traan. Eran los das de Pascua, y por primera vez, los chicos que se arremolinaban junto a aquel improvisado bazar, pudieron ver los juguetes ms estupendos: cornetas, trompos, pelotas, soldados, fusiles y revlveres de latn hermossimos, relojes con cadena, carretas pintadas con los colores de la bandera chilena, hondas y boleadoras como las que usaban los indios, lanzas y escopetas, con las cuales "los coltros" actuaban por la noche en las ms terribles batallas campales.Unos simulaban ser las tropas indgenas de Meln, Quilapn, Colip y por el otro lado combatan los arrogantes soldados de Urrutia y Gorostiaga. Don Vicente estaba cada da ms feliz del acierto que haba tenido al traer a Anselmo.Qu ojo el mo, mare ma! Si este mozo ya me est enseando a m "como se han de hace las cozas"! En un par de aos lo quiero v yo. Anselmito, que Dio te ampare y no te vayas a pasmar, hijo mo!Pero el mozo no se pasm. Por el contrario, aquella vida de agitacin, de esfuerzo permanente, le hizo un bien enorme. De sus mejillas pareca que iba a brotar sangre y su cuello se encenda de poderosa vitalidad. Aquella vida era la que l soaba. Nada de pasearse por los corredores universitarios, con un grueso tomo en las manos tratando de aprender el Cdigo Civil o el Derecho Romano. Haba tanta gente a la cual le gustaba eso! Se levantaba en el verano junto con don Vicho antes de que amaneciera, para salir disparado hacia la vertiente del Puente Mellizo, en donde se pona bajo el chorro de agua helada, que lo haca lanzar gritos nerviosos y luego de vestirse rpidamente, se iba corriendo hasta el negocio, en donde parta lea para encender el fuego, o abra cajones de mercaderas, trabajo que al poco rato le haca transpirar a chorros. Don Vicho se rea a carcajadas, vindolo cada vez ms animoso, ms fuerte y decidido, como si su inteligencia fuera despertndose ms y ms en cada da que pasaba.A don Vicho, como buen andaluz, le encantaba desvariar, haciendo castillos en el aire. Por las noches, en la cama antes de dormir, le deca a Anselmo: En unos cinco aos ms que estemos por aqu vamos a ten ms crdito que Jos Bunster, y como no sabemos que hace con la plata, nos daremos la gran va, chico. Qu te parece un viajecito a Espaa? Iramos a Sevilla a onde estn las mujeres ms lindas del mundo. A Murcia, para que veas los terrones en donde nac yo Iramos a Granada.Pero la conversacin duraba muy poco porque ya Anselmo dorma profundamente. Don Vicho sonrea, fumndose su trigo regular, antes de dormirse y lo miraba con los ojos encandilados de afecto.Si fuera mi hijo, tal vez no lo quisiera tanto.Trabajaban del da a la noche en su negocio de buhonero y cada vez les iba mejor. Les faltaba tiempo y manos para vender. Pero muy pronto las circunstancias les obligaron a cambiar de rumbo. Los indios, los soldados, los carreteros o los peones que venan de las faenas camineras fueron los que, sin insinuacin siquiera, les obligaron a variar el rumbo de sus actividades comerciales. Llegaban haca ellos, con un poncho o con un trarilonco de plata los indios y la dems gente con herramientas, prendas de vestir, armas, zapatos y a veces, hasta con mercaderas compradas en los almacenes, para dejarla en prenda por unos cuantos pesos o centavos y poder con ellos, seguir bebiendo.Anselmo, fue el primero que vio el negocio, por ese lado y antes de que don Vicho lo aprobara ya l lo haba realizado. Una tarde el espaol, se encontr con que en el fuerte de la casa donde vivan, haba una yunta de bueyes.

Y estos animales qu hacen aqu, Anselmo?El chiquillo sin darle mayor importancia al asunto, replic:Estn en prenda. Si no vienen a buscarlos pasado maana se venden. As fue el trato.Y de este modo fue como, aquel bazar de quincalla y mercadera liviana, se transform en una agencia en la cual se reciba de todo. Y poco a poco la agenda extendi sus operaciones, convirtindose a la vez en tienda, almacn, mercera, ferretera y cantina. Fue necesario tomar otros empicados y entre ellos el que dio mejores cumplimientos fue Fidel Pontigo, hijo de uno de los cocheros que trabajaban entre Angol y Traigun.En una especie de barracn que en los comienzos tena piso de tierra, fue creciendo el negocio cuyas puertas se abran cuando aun las luces del amanecer no alcanzaban a alumbrar el pueblo. Con los primeros "golpes", como la gente llamaba a las dianas que se tocaban en los cuarteles, el negocio se pona en movimiento. All estaban esperando ya, los indios, que venan de los campos vecinos, los trabajadores del molino y de las bodegas en donde se depositaba el trigo llegado en las carretas que venan de "adentro": Galvarino, Los Sauces y Traigun.El pueblo se llenaba de carretas, cuyas ruedas de palo se oan rechinar desde lejos. Bramaban los bueyes nuevos y relinchaban avispados y ariscos los caballos mudos de los mapuches y de los capataces de las carretas. Junto a los estacones llenos de gruesas argollas de hierro y herrajes, para enganchar las riendas, se amontonaban las bestias inquietas y briosas, que se revolvan intranquilas, cuando un potrillo que pasaba por all cerca, las saludaba con reiterados relinchos. El aire ola, a estircol y a sudor de bestias que haban caminado muchas leguas para llegar hasta el pueblo.En la agencia, almacn y cantina de don Vicho, faltaban manos para vender. Anselmo hablaba una pintoresca jerigonza, mezclando al espaol, palabras mapuches que poco a poco, en el contacto diario de los indios y sin hacer gran esfuerzo, lleg a dominar casi por completo. Sin ms prendas que un amplio pantaln de diablo fuerte y una camisa de cuello abierto, venda percalas, gneros de cambray, vichi, tocuyos y casinetas ordinarias.Junto al mesn de la cantina se amontonaban los mapuches, que desde el comienzo beban aguardiente, comiendo pan con aj, charqui y gruesas trolas de queso. Los peones que haban trabajado en descargar sacos de trigo en el molino o en la estacin de Renaico, que era el trmino de la lnea ferroviaria, llegaban sedientos a beberse un potrillo de cerveza sencilla con chinchib. Las indias con sus geecitos en su cupelhue sobre la espalda, beban el aguardiente en pequeos sorbos, remojando el pan en el licor transparente. A veces cuando ya estaban ebrias, los empleados se entretenan en robarles el geecito, al cual sacaban del cupelhue sin que chistara, aunque sus ojos obscuros parecan salirse de las rbitas. Los escondan tras el mostrador y en muchas ocasiones, aunque la india llorara, reclamndolo al darse cuenta del robo, los "cois", se quedaban calladitos chupando una tira de charqui o un terrn de azcar.Quin ha sido el chileno ladrn que me ha robado mi nio! Devulvamelo por Dios, que yo me voy a morir de pena. Hijito mo a dndes ests?En un comienzo, como muchacho que era, Anselmo, celebraba aquellas y otras bromas, pero muy pronto prohibi a los empleados que les hicieran jugarretas desagradables a los mapuches, pues degeneraban en terribles "bochinches" y entonces aquello se pona ms difcil de arreglar que los escndalos que se suscitaban en la casa de la Cata Morales.Sin embargo, por las tardes aquello era un oleaje en mar deshecha. Afuera se vean interminables filas de carretas, cuyos bueyes se haban echado junto a la acera. En las esquinas se espantaban a cada rato las bestias con los gritos de algn jinete borracho, que pasaba a rienda suelta dando alaridos. Otras cabalgaduras que haban dejado a su jinete tirado en el medio de la calle, roncando su espantosa "mona", llegaban a juntarse con las bestias amarradas que las reciban revolvindose y relinchando. Los chiquillos gozaban con el espectculo y se encaramaban en cuanto caballo encontraban a mano. Con los pies encajados entre las correas de la alcin, salan disparados en locas carreras por las calles del pueblo, o se ponan a topear con gran algazara.Las indias sentadas junto a las puertas de los negocios romanceaban su borrachera, mientras los mapuches discutan a gritos y peleaban al lonco entre una baranda de chiquillos, de perros, de soldados y mujeres que se amontonaban a regocijarse con el espectculo. Botando el poncho los rivales se tomaban de las mechas tratando de dar con la cabeza del enemigo en tierra y a veces sta sonaba como un zapallo que se parte en dos, cuando conseguan su propsito.Hombres desnudos hasta la cintura, vendan, por un vaso de jamaica o de vino, su paleto y su camisa. A veces llegaban donde Anselmo a decirle:Teimos s, patrn. Querimos que nos d una lianza su merc! Querimos tomar hasta que nos d punta. Oiga patrn, somos rotos chilenos que peliamos en Dolores y en la batalla del Morro. No le teimos miedo a naide. La pela es la que los tiene miedo a nosotros. Patrn, aguaite este lauquetito! Es la bayoneta de un cholo que me ensart en la batalla de Tacna.Salan a relucir chocos, revlveres, carabinas, puales de la mejor calidad, sin que nadie supiera de donde provenan. As en las borracheras descomunales de los cvicos y los soldados de lnea. En esas ocasiones se armaban las peleas callejeras ms espantosas. Tanto que, en una de ellas, el Sargento Mayor del Batalln BoBo, don Miguel Contreras Solar, tuvo que ordenar una carga de fusileros para disolver una batalla campal, que se arm frente al negocio de don Vicho, entre soldados del batalln Arauco que venan llegando de Lumaco despus de dominar una insurreccin de los indios mandados por Quilahueque, hijo de Quilapn, seor de Traigun y enemigo irreconciliable de los chilenos usurpadores de su tierra, y un grupo de soldados del batalln Nuble, que haban salido francos. En aquella refriega callejera murieron siete soldados, una mujer asilada en un prostbulo a la cual llamaban Asisito y un viejo de apellido Rodrguez, que se meti en el tumulto creyendo que all estaba su hijo.Fue en uno de esos diarios incidentes como muri en la forma ms inesperada y sorpresiva don Vicho. Un pen del camino entre Trinte y Deuco, lleg una tarde a ofrecer una carabina Comblain, en prenda. En esos das el Gobernador del Territorio, don Alejandro Gorostiaga, haba impartido rdenes terminantes a los negocios, prohibindoles recibir armas de esa calidad, pues todas ellas pertenecan al Ejrcito de la Frontera. Don Vicho, que estaba tras el mostrador en ese momento, rechaz el ofrecimiento en son de broma.Eh t, no me vengas a jod! Llvale esa carabina a Gorostiaga, que la est necesitando mucho. Anda, que te la pagar bien. Guamachuco te va a dar un premio.El hombre lanz una injuria:Acaso cres que la carabina