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Muere Ray Bradbury, el último maestro de la ciencia ficción > LA PRENSA DOMINGO 10 de junio de 2012 Año 13 No. 717

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Suplemento de cultura

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Para celebrar cuatro décadas de existencia, el Festival Internacional Cervantino (FIC) ha preparado un programa especial que incluye artistas de reconocimiento mundial como

el legendario director de orquesta italiano Riccardo Muti, al frente de la Sinfónica de Chicago; a la prim-era bailarina mexicana de la Ópera de Berlín, Elisa Carrillo, y el compositor estonio Arvo Pärt, uno de los más importantes de la actualidad. El encuentro cultural se realizará del 3 al 21 de octubre próximo en Guanajuato. Tendrá la presen-cia de tres mil 15 artistas y como invitados de honor los países europeos de Austria, Polonia, Suiza y el estado mexicano de Sinaloa, que presentarán expresio-nes que reflejan su pasado y presente artístico. Durante 19 días habrá expresiones en danza, teatro, música, ópera, cine, literatura, artes visuales y actividades académicas, siendo una de los princi-pales atractivos Muti, famoso por haber dirigido a la orquesta de La Scala de Milán de 1986 a 2005, quien al frente de la Sinfónica de Chicago ejecutará un programa compuesto por obras de Johannes Brahms (1833-1897), Félix Mendelssohn (1809-1847) y Gi-useppe Verdi (1813-1901). Otra luminaria del programa es Arvo Pärt, figura fundamental en la música contemporánea, quien llega por primera vez a México y asistirá al conci-erto que con música de su autoría ofrecerá el Coro de Cámara Filarmónico de Estonia y la Orquesta de Cámara de Tallinn, en el Teatro Juárez de la ciudad de Guanajuato. La música de Federico Chopin (1810-1849), llevada magistralmente por los caminos del jazz y el rock, así como aderezada con luces e improvisaciones de danza, abrirá las actividades de la programación de esta edición 40. El espectáculo “Rock Jazz Chopin”, creado y dirigido por Andrzej Matusiak, unirá el tal-ento de los pianistas Karol Radziwonowicz y Leszek Mozdzer, la Folies Dance Company y la cantante Anna Serafinska. El arte operístico estará representado con las producciones “El caballero de la triste figura”, de Tomás Marco, montada por la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, y “La venganza del príncipe Zi Dan”, puesta a cargo de la Shanghai Peking Opera Troupe, de la República Popular China. En el apartado de música de cámara estarán presentes la Camerata de Salzburgo, dirigida por el violinista Alexander Janiczek; la Camerata Bern, de Suiza, y Les Violons du Roy, que interpretará “Las

cuatro estaciones”, de Antonio Vivaldi, y “Las cuatro estaciones porteñas” de Astor Piazzolla. También estará la Orquesta de Cámara de la Filarmónica de Varsovia, la cual ha mantenido la tradición en la ejecución e investigación de la agru-pación mayor, con una vida artística de más de cien años.

El segmento musical incluye a la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las

Artes (OSSLA), dirigida por su titular, Gordon Campbell, que

tendrá una participación especial en la presente edición de la “Fiesta del

espíritu” y hará alarde de su versatilidad al ofrecer tres conciertos distintos como

representante del estado mexicano invitado al FIC.

En el primero acompañará al pianista Joel Juan Qui Vega; en el segundo interpretará el pro-grama “Pedro Infante sinfónico”, con el tenor José Manuel Chu, y el último, dirigida por Enrique Patrón de Rueda, será una gala da ópera a la que se unirá La Original Banda El Limón, para marcar el gran final del 40 Festival Internacional Cervantino. Bolivar Soloists interpretará “Fuga a las Américas”, un recorrido por la música de cámara latinoamericana; Geneva Brass Quintet presentará “Retrato de metales suizos”, selección de piezas escri-tas en ocho países. Asimismo, Keller String Quartet constru-irá un diálogo entre lo clásico y lo moderno con la interpretación de obras de Johann Sebastian Bach y Béla Bartók, y los artistas Leticia de Altamirano, Jesús Suaste y Alejandro Vigo rendirán un homenaje a Carlos Guastavino y Xavier Montsalvatge, a 100 años de sus nacimientos. En música antigua se presentará Europa Galante, uno de los ensambles de música antigua más aclamados del mundo; la Accademia del Piacere y Arcángel ofrecerán un programa en el que se mezclan la música barroca y el cante jondo, mientras que La Venexiana, dirigida por Claudio Cavina, ejecutará obras vocales de Jorge Federico Handel. Por otra parte, Musica Fiata K”;ln realizará

un homenaje a Giovanni Gabrieli, a 400 años de su muerte; la Orquesta de la Nueva España mostrará el rescate de música barroca iberoamericana que ha realizado durante sus 16 años de trayectoria y la Ca-pilla Flamenca recorrerá Flandes, España y México, a través de música de los siglos XIV, XV y XVI. En cuanto a solistas se refiere, se contará con la participación del destacado pianista estadounidense Murray Perahia, el tenor mexicano Javier Camarena, el violinista italiano Fabio Biondi, y el pianista sur-coreano Kun Woo Paik. Mientras que el pianista François Chaplin, reconocido por su interpretación de la obra de Claude Debussy, rendirá un homenaje al compositor impre-sionista por el 150 aniversario de su nacimiento. La sección de música contemporánea se engalanará con la presencia del Royal String Quartet, de Polonia, que interpretará obras de compositores polacos actuales. El Ensemble Variances se unirá a Percusions Claviers de Lyon para ofrecer un programa con obras de México y Francia. Amernet String Quar-tet realizará un estreno mundial del mexicano Héctor Quintanar e interpretará piezas de Gabriela Ortiz y Elliot Carter. Dentro del programa, el alemán Moritz Eggert ofrecerá obras de John Cage, de quien se conmemora el centenario de su nacimiento; el Ensemble Bartok Chile presentará el espectáculo “Ecos contemporáneos chilenos”, además que se contará con la participación de los grupos mexicanos Liminar y Ensamble Nuevo de México. La agrupación hondureña Aurelio and The Garifuna Soul Band ofrecerá un concierto con un repertorio completo de piezas con su estilo único; la cantante Albita mostrará su versátil estilo cubano; Tania Libertad ofrecerá un emotivo concierto enmar-cado en el festejo por sus 50 años en los escenarios y desde Monterrey llegará Celso Piña, “El rebelde del acordeón”, y su Ronda Bogotá que incitará a la fiesta. Los “beats” y sonidos electrónicos serán crea-dos en las tornamesas de Shantel & Bucovina Club Orkestar, así como Dj Alva Noto y Gebrüder Teich-mann serán los encargados de prender el ambiente de la “Noche electrónica alemana”. También, Elektro Guzzi, de Austria, Marcin Czubala, de Polonia, y Sonja Moonear, de Suiza, le darán vida al “Pastito electrónico”. La cuadragésima edición del FIC conmemo-rará los centenarios de José Pablo Moncayo, Carlos Guastavino y Xavier Montsalvatge; los 60 años de los “Entremeses cervantinos”, funciones que dieron ori-gen al FIC, así como del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández.

Muere Ray Bradbury, el último maestro de la

ciencia ficción

>LA PRENSA Domingo 10 de junio de 2012 / Reynosa, Tam.NotAS8 > LA PRENSA

Domingo 10 de junio de 2012

Año 13 No. 717Engalanarán Riccardo Muti, Arvo Pärt y

Elisa Carrillo el 40 FIC

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Muere Ray Bradbury, el último maestro de

la ciencia ficciónnovela. Si aún no está hecho, en este momento debe estar tallándose en su tumba el epitafio que eligió: “Autor de Fahrenheit 451”. Figura central de la literatura fantástica y ya reconocidamente indispensable en la narrativa americana del siglo XX, Bradbury falleció la noche del martes a los 91 años, en Los Angeles, EE.UU. Premiado con la Medalla de las Artes en 2004 y un Pulitzer a su trayectoria en 2007, junto a Issac Asimov y Arthur C. Clarke impulsó en los años 50 una renovación de la ciencia ficción. Bradbury, además, fue el principal responsable de la popular-ización del género. Más allá de la distopía futurista de Fahren-heit 451, en su obra Bradbury exploró los temores y angustias del americano medio de posguerra a través de relatos de misterio, terror y fantasía. Su marca fue su exploración del espacio. Dotó al planeta Marte de un desolador imaginario a través de libros como El hombre ilustrado (1951) y, sobre todo, Crónicas marcianas (1952). A nadie le extrañó que en 2004 la Nasa le pidiera a Bradbury informar al mundo que la nave robot Espíritu había aterriza-do en Marte. “La ciencia ficción es la ficción de las ideas. Las ideas me entusiasman”, dijo a The Paris Review hace dos años, aceptando el género del que tanta veces rehuyó. En otra entrevista agregó: “Tengo ideas divertidas. Juego con ellas. No soy una persona seria. No me veo como filósofo. Eso sería muy aburrido. Mi meta es entretener”.

DemasiaDas máquinas

Nacido el 22 de agosto de 1920 en Illinois, Ray Douglas Bradbury escribió su primer relato a los 12 años, inspirado por El Hombre Eléctrico, un personaje que llegó a su pueblo en un circo y le habló de vidas pasadas. Por esos días era un niño que sabía de memoria las historias de Tarzán y John Carter. Quince años después, su cuento Home-coming fue escogido como uno de los mejores de

1947, por un jurado en el que estaba, entre otros, un anónimo Truman Capote. Ese mismo año, Bradbury se casó con la mujer de su vida y publicó su primer libro de cuentos, El carnaval de las tinieblas. El éxito sólo llegaría tres años después, con Crónicas marcianas. Con su esposa embarazada y sin nada de dinero, Bradbury golpeó las puertas de todos los editores de Nueva York. Nadie se interesó en sus relatos. Querían una novela. Les dio una: or-ganizó los cuentos en torno a la idea de la conquista

de los hombres de Marte y su colonización. Ambi-entada entre 1999 y 2026, incluye viajes espaciales, guerras con marcianos, bombas nucleares y la an-iquilación de una civilización. Plagada de imágenes poéticas, es una aventura trágica. “Cuando escribí Crónicas marcianas estaba describiendo el impacto de la llegada de Hernán Cortés a México, era una metáfora de la destrucción ocurrida 400 a 500 años atrás”, contó años después Bradbury. En 1952, los escritores Christopher

Isherwood y Aldous Houxley le dieron su respaldo crítico. En 1955, en la edición española, Jorge Luis Borges se sumó a los elogios con un prólogo: “En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street”. Al año siguiente incluyó en el libro Las doradas manzanas del sol uno de sus cuentos más citados y en el que puso en práctica la teoría del “efecto mariposa”: en El ruido de un trueno, un hombre viaja en el tiempo a la prehistoria, mata por error a una mariposa y al regresar al presente todo es diferente. Desde la ortografía al presidente. Tam-bién en 1953, Bradbury recibió un llamado de John Huston. El director quería que adaptara al guión la novela Moby Dick, de Herman Melville. Bradbury no pudo negarse, pero recién esa noche leyó por primera vez el libro. Nada raro. Educado por azarosas lecturas en bibliotecas, Bradbury forjó su propio camino en la historia literaria. Le dijo que sí a Steinbeck, Shakespeare, Poe, Verne y Huxley, pero un no rotundo a Proust, Joyce, Nabokov o Mann. De la misma forma, la oficialidad literaria demoró años en aceptarlo entre sus filas. Alguna vez le preocupó el tema. En 2010 ya no le interesaba: “Si supiera que a Norman Mailer le gustaban mis libros, me mataría. Me alegra que tampoco a Kurt Vonnegut le gustaran mis novelas”. Autor de casi 30 novelas, 600 relatos, además de poemas y ensayos, Bradbury marcó para siempre la ciencia ficción con su tono existencial. Fue amigo de Walt Disney, influyó a Steven Spiel-berg. Estaba seguro de que el hombre volvería a la Luna y eventualmente llegaría a Marte. “La hu-manidad tendrá una nueva oportunidad en Marte”, le dijo a La Tercera en 2004. Al año siguiente, criticó públicamente a Michael Moore por citar a su novela en el título del documental Fahrenheit 9/11. Más que molestarse por el ataque a George W. Bush, al que él apoyó, consideró que era un robo. Nunca aprendió a manejar, no le gustaban los aviones. Odiaba internet. “Hoy tenemos demasia-das máquinas. Tenemos que deshacernos de esas máquinas”, dijo cuando Fahrenheit 451 fue publi-cado como libro electrónico.

Í n d i c e

>LA PRenSA Domingo 10 de junio de 2012 / Reynosa, Tam.

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de junio de 2012 / Reynosa, Tam.

Ray Bradbury, pantallas futuristas

Resulta curioso que la mayor aportación del séptimo arte a la obra de Ray Bradbury, admirador del cine popular de iconos como Lon Chaney («el hombre de las mil caras») y Ray Harryhausen

(el hombre de los mil monstruos en miniatura), fuera el pastiche más ex-traño en la historia del cine de autor por excelencia (la nouvelle vague): la adaptación que François Truffaut hizo en 1966 de «Fahrenheit 451», su fábula sobre la guillotina cultural al rojo vivo que, tal vez, y a pesar de la potencia de sus imágenes (y sus ideas por desgracia atemporales) y la presencia de la bella Julie Christie, sea una de las películas de cien-cia ficción que peor han envejecido (exceptuando la entrañable serie B cincuentera en la línea de «It came from outer space», de Jack Arnold, o «El monstruo de tiempos remotos», de Eugéne Lourié, también basados en sendos relatos bradburyanos). Tampoco tuvo mucha suerte Bradbury con el trato recibido en las pantallas (esta vez pequeñas) de su otra obra maestra: «Crónicas mar-cianas», ya que la miniserie de Michael Anderson, con un crepuscular Rock Hudson, fechada en 1980, le chirrió con especial intensidad, hasta el punto de que uno de sus últimos esfuerzos profesionales consistió en sacar adelante una versión cinematográfica a su altura. Por no hablar de «El sonido del trueno» (2005), supuesto y nada delicado blockbuster que Hollywood perpetró con uno de sus más famosos relatos y que no deja de ser un pálido (y jurásico) reflejo de su fabulación humanística, científica y finamente irónica. De Melville a HitchcockSi a ello le añadimos su difusa colaboración con John Huston para ar-ponear el «Moby Dick» de Melville, una versión «pop» de «El hombre ilustrado» dirigida por Jack Smight en el muy hippie 1969 (y que 25 años más tarde el plomo de Peter Greenaway copieteó en «The Pillow Book»), rarezas como «El verano de Picasso» (también del 69), y filmes menores donde colaboró como guionista como «La feria de las tinieb-las» (1983), «El pequeño Nemo» (1992), «The Halloween tree» (1993) o «El maravilloso traje de color vainilla» (1998), y a la espera de que se concrete el proyecto de adaptar su maravilloso «El vino del estío», lo más sensato sería quedarse con las colaboraciones televisivas de Brad-bury, desde «Alfred Hitchcock presenta» a «Más allá de los límites de la realidad», pasando por nuestras «Historias para no dormir» o «El teatro de Ray Bradbury», con ese memorable inicio en el que el genial escri-tor aparecía encendiendo lamparitas en su estudio y hablando en off: «La gente me pregunta de dónde saco mi ideas; pues de aquí mismo...». Ah, y no olvidemos el clásico documental «Story of a writer», de Terry Sanders, y otra conexión literaria-cinéfila: el magnífico ensayo «Ray Bradbury. Humanista del futuro», escrito a principios de los 70 por un José Luis Garci al que aún no se le había caído del todo la «a» del apellido.

De nuestra portada

Ray Bradbury

Foto:Archivo

pag. 3

• DIRECTORIO •Lic. Felix Garza Elizondo

Director General

Mtra. Adriana Quintana CoordinaCión General

consejo eDitorial

MARTíN MENDO CANTÚ (†)OLGA FRESNILLO OLIVARES

GRACIELA RAMOS DOMÍNGUEZ

pag. 4

Ray BradburyRay Bradbury:

Décalogo de una amante de la vida

Ray Bradbury

Farenheit 451Roberto Careaga C.

Muere Ray Bradbury, el último maestro de la ciencia ficción

pag. 6

por Roberto Careaga C.

A los 91 años, el autor de Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 falleció

la noche del martes.Sobre la ciencia ficción en un

oportunidad dijo que era “una genial forma de pretender que estás

escribiendo sobre el futuro, cuando en realidad estás atacando el pasado

reciente y el presente”. Bradbury confesó en una entrevista que la “gran diversión” de su vida

había sido levantarse cada mañana y correr hacia la máquina de escribir.

por J.C. de ABC

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Ray Bradbury, escritor de culto, genio de la ciencia-ficción, autor de obras como «Crónicas marcianas» y «Fahrenheit 451», que inmortalizara en el cine Fran-

çois Truffaut, ha muerto esta mañana a los 91 años en Los Ángeles, según ha confirmado la propia familia. En un comunicado, su nieto, Danny Kara-petian, compartió estas palabras con los admira-dores de su abuelo, un hombre que dio nombre a un asteroide: (9766) Bradbury. «Si tuviera que hacer alguna declaración, sería lo mucho que le quiero y le extraño, y espero con interés escuchar los recuer-dos que tienen de él todos aquellos que estuvieron a su lado». «Él influyó en muchos artistas, escritores, profesores, científicos, y siempre es conmovedor y reconfortante escuchar sus historias. Su legado sigue vivo en su obra monumental de libros, cine, televisión y teatro, pero lo más importante, en las mentes y los corazones de quien lo lea, porque leerle era conocerle», dijo Karpetian. La ciencia-ficción no es ninguna tontería, aunque muchos se hayan empeñado en intentar que lo parezca. Películas de serie B en las que los platillos volantes tenían menos carisma que una minipimer, y los marcianos vestían de ese verde que Neruda llamaba municipal. Ray Bradbury cargó consigo la historia de un bombero dedicado a quemar libros en un futuro insoportable, por lo menos cinco años antes de es-cribir Fahrenheit 451. Primero fue un cuento, luego una pequeña novela. La idea nunca terminaba de cuajar. Hasta que en 1952, peleando con la historia en una máquina de escribir arrendada en una bib-lioteca pública, se le apareció el protagonista: Guy Montag le dijo que se estaba volviendo loco, que él amaba los libros, no podía seguir quemándolos. El autor le aconsejó que hiciera algo al respecto. “Entonces, Montag escribió por mí Fahrenheit 451 en nueve días”, contó Bradbury. Alegoría kafkiana de sus peores pesadillas culturales, la novela -publicada tres años después de Crónicas marcianas- terminó de situar a Bradbury entre lo más selecto de la ciencia ficción. Diez años después, François Truffaut llevó al cine la historia de Guy Montag, sumando otro ladrillo a la inmor-talidad del libro. Bradbury también atesoraba la

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de junio de 2012 / Reynosa, Tam.

qué es el respeto? -No me proponía ser grosera. Lo que me ocurre es que me gusta demasiado observar a la gente. -Bueno, ¿Y esto no significa algo para ti? Y Montag se tocó el número 451 bordado en su manga. -Sí -susurró ella. Aceleró el paso-. ¿Ha visto alguna vez los coches retropropulsados que corren por esta calle? -¡Estás cambiando de tema! -A veces, pienso que sus conductores no saben cómo es la hierba, ni las flores, porque nunca las ven con detenimiento -dijo ella-. Si le mostrase a uno de esos chóferes una borrosa mancha verde, diría: ¡Oh, sí, es hierba? ¿Una mancha borrosa de color rosado? ¡Es una rosaleda! Las manchas blancas son casas. Las manchas pardas son vacas. Una vez, mi tío condujo lenta-mente por una carretera. Condujo a sesenta y cinco kilómetros por hora y lo, encarcelaron por dos días. ¿No es curioso, y triste también? -Piensas demasiado -dijo Montag, incómodo-. -Casi nunca veo la televisión mural, ni voy a las carreras o a los parques de atrac-ciones. Así, pues, dispongo de muchísimo tiempo para dedi-carlos a mis absurdos pensam-ientos. ¿Ha visto los carteles de sesenta metros que hay fuera de la ciudad? ¿Sabía que hubo una época en que los carteles sólo tenían seis metros de largo? Pero los automóviles empezaron a correr tanto que tuvieron que alargar la publicidad, para que durase un poco más. -¡Lo ignoraba! -Apuesto a que sé algo más que usted desconoce. Por las mañanas, la hierba está cubi-erta de rocío. De pronto, Montag no pudo recordar si

sabía aquello o no, lo que le irritó bastante. -Y sí se fija -prosiguió ella, señalando con la barbilla hacia el cielo- hay un hombre en la luna. Hacía mucho tiempo que él no miraba el satélite. Recorrieron en silencio el resto del camino. El de ella, pensativo, el de él, irritado e incómodo, acusando el impacto de las miradas inquisitivas de la muchacha. Cuando llegaron a la casa de ella, todas sus luces

estaban encendidas. -¿Qué sucede? Montag nunca había visto tantas luces en una casa. -¡Oh! ¡Son mis padres y mi tío que están sentados, charlando! Es como ir a pie, aunque más extraño aún. A mi tío, le detuvi-eron una vez por ir a pie. ¿Se lo había contado ya? ¡Oh! Somos una familia muy extraña. -Pero, ¿de qué charláis? Al oír esta pregunta, la mucha-cha se echó a reír. -¡Buenas noches! Empezó a andar por el pasillo que conducía hacia su casa. Después, pareció recor-dar algo y regresó para mirar a Montag con expresión intri-grada y curiosa. -¿Es usted feliz? -pre-guntó-. -¿Que si soy qué? -replicó él-. Pero ella se había marcha-do, corriendo bajo el claro de luna. La puerta de la casa se cerró con suavidad.

-¡Feliz! ¡Menuda tontería! Montag dejó de reír. Metió la mano en el agujero en forma de guante de su puerta principal y le dejó percibir su tacto. La puerta, se deslizó hasta quedar abierta. «Claro que soy feliz. ¿Qué cree esa muchacha? ¿Qué no lo soy?», preguntó a las silenciosas habitaciones.

1. Yo no inventé el futuro:«Se me han acercado japoneses para ponerme un walkman en las orejas y decirme: "¡Con Fahrenheit 451 usted

inventó esto, señor Bradbury!” Mi respuesta fue: "No, gracias". Estamos rodeados de demasiados juguetes tecnológicos, con Internet, los ipod, los ipad… La gente se equivocó. Yo no traté de prever, sino de prevenir el futuro. No quise hablar de la censura sino de la educación que el mundo tanto necesita. Podemos salvar a Estados Unidos, gra-cias a los niños, si les enseñamos a leer y a escribir a partir de los 3, 4, 5 años para que lleguen a la escuela primaria sabiendo leer. Después, es muy tarde. Cuando en realidad, ya desde muy pequeños, queremos leer las palabras de las historietas».

2. Escribo por amor:«Lo que funda toda escritura es el amor, es hacer lo que amamos y amar lo que hacemos. Y olvidarse del dinero. En mis comienzos, yo ganaba 30 dólares por semana, y mi novia era rica, pero le pedí que hiciera voto de pobreza para casarse conmigo. No teníamos ni automóvil ni teléfono, vivíamos en un departamento pequeño en Venice, pero la estación de servicio de enfrente tenía una cabina telefónica. Iba corriendo a atender cuando sonaba y la gente creía que me lla-maba a mi oficina. Yo les repito: “Rodéense de per-sonas que los quieran, y si no los quieren, échenlos. No hay necesidad de ir a la Universidad, donde no se aprende a escribir. Vayan más bien a las bibliote-cas”. Yo escribí Fahrenheit 451 porque había oído hablar del incendio de la biblioteca de Alejandría y de los libros quemados por Hitler en Berlín. Escri-bo todos los días, cada mañana, desde hace setenta años. ¡No paro! Y escribo para el teatro desde hace cuarenta y cinco años; me encanta».

3. No leo ciencia ficción:«Me he pasado los últimos setenta años de mi vida jugando porque para mí la literatura no es un tra-bajo. Si leo ciencia ficción cometería incesto. Quien se dedica a leer en el campo en el que escribe o trabaja es un mal escritor. Raymond Chandler, maestro de la novela negra, bebió en las fuentes de William Shakespeare, Pirandello, Lorca».

4. Amo la poesía:«He leído muchísima poesía a lo largo de mi vida y, como es metafórica, simbólica y sensorial, me ha servido de agran ayuda en mi trabajo. Recuerdo un ensayo de José Luis Garci titulado Ray Brad-bury, humanista del futuro. Olvidándose de clichés y tópicos al uso, José Luis Garci supo reflejar el hecho de que uno no es solo un escritor de ciencia ficción, yo no me considero así, sino que puede ser perfectamente un hombre al que le gusta el teatro, la poesía, la cultura, en general, que siempre es maravilloso.

5. Hay que tener mucho cuidado con los intelectu-ales:«En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Es curioso, en mi país cada vez que surgía un problema de censura salía a relucir como paradigma de la libertad Far-enheit 451. Los intelectuales, ya sean de derechas o

de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. Creen que es malo para los niños vivir en un mundo de fantasía cuando en realidad es bueno: todos ten-emos una vida interior fantástica muy rica. Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia, que no sirve para nada. Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no».

6. Mi esqueleto resultó ser Steinbeck:«Yo aprendí a leer a los tres años para disfrutar de las caricaturas. Amo las tiras cómicas, las caricatu-ras de los domingos y tuve un libro de cuentos de hadas cuando cumplí los cinco años, y me enamoré de la lectura, y de todas esas maravillosas historias como La bella y la bestia y Jack y la habichuela mágica. Así que comencé con la fantasía. A los tres años ví mi primera película y me enamoré de El Jorobado de Notre Dame. Esperaba crecer para ser jorobado. Después, con cinco años vi El fantasma

de la ópera, con Lon Chaney, y cuando tenía seis vi una película de dinosaurios, y los dinosaurios llenaron mi vida. Cuando tenía treinta y tres años trabajé en Moby Dick porque me había enamorado con seis de los dinosaurios. Mi gran influencia fue John Steinbeck. Leí Las uvas de la ira con diecin-ueve años y me dí cuenta de que había aprendido de ellas y Steinbeck resultó ser mi esqueleto».

7. La vida es un don:«Y así debemos disfrutarla. Esta es una oportunidad gloriosa. Sólo estaremos aquí una vez. He tenido la oportunidad de escribir cada vez que siento que tenía un propósito. ¿Y cuál fue mi objetivo cuando escribí tal o cual artículo? Escribir el mejor artículo que se haya escrito hasta ese momento, escribir la mejor historia nunca publicada. No sé si lo habré logrado. Ustedes, mis queridos lectores, deciden».

8. Encontré mi amor en una librería:«Conocí a una hermosa muchacha en una librería, se me acercó y la invité a un café. La llevé a cenar y me enamoré de ella, y de los libros que tenía. La

tomé y le pedí casamiento un año después porque yo no tenía nada, y ella era una chica rica. Y dejó todo su dinero para convertirse en pobre como yo. Estaba en desventaja sin teléfono, sin coche, pero vivimos del amor, de los libros, y de mi escritura. Esa es la

respuesta de la vida. Si pueden encontrar una per-sona para amar que ame la vida tanto como ustedes atrápenla fuerte y cásense con ella. No tengan la menor duda».

9. Aprender de la Historia:«Debemos aprender de la Historia acerca de la destrucción de libros. Cuando yo tenía quince años Hitler, quemó libros en las calles de Berlín. Eso me aterró porque era un bibliotecario (hombre de li-bros) y estaban tocando mi vida, todas esas grandes obras, toda esa gran poesía, todos esos maravillosos artistas, esos grandes filósofos. Luego me enteré de que Rusia estaba quemando libros "detrás de escena", de tal forma que la gente no se enteraba. Y estaban matando a los autores. Y aprendí que si no tienes libros no puedes ser parte de una civilización ni de una democracia».

10. Mi obituario:«Aquí yace Ray Bradbury, un tipo que amó com-pletamente la vida»

Por Ray Bradbury

10. Mi obituario: «Aquí yace Ray Bradbury, un tipo que amó completamente la vida»

-A veces, pienso que sus conductores no

saben cómo es la hierba, ni las flores,

porque nunca las ven con detenimiento -dijo ella-. Si le mostrase a uno de esos chóferes una borrosa mancha

verde, diría: ¡Oh, sí, es hierba? ¿Una mancha borrosa de color ro-

sado? ¡Es una rosaleda! Las manchas blancas

son casas. Las manchas pardas son vacas. Una

vez, mi tío condujo lentamente por una

carretera.

Ray Bradbury: Décalogo de una amante de la vida

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ente al otro lado de un jardín antes de que él pudiera enfocarlo con la mirada o hablar. Pero esa noche, Montag aminoró el paso casi hasta detenerse. Su subconsciente, adelantándosele a doblar la esquina, había oído un debilísimo susurro. ¿De respiración? ¿0 era la atmósfera, comprimida únicamente por alguien que estuviese allí muy quieto, esperando? Montag dobló la esquina. Las hojas otoñales se arrastraban sobre el pavi-mento iluminado por el claro de luna. Y hacían que la muchacha que se movía allí pareciese estar andando sin desplazarse, dejando que el impulso del viento y de las hojas la empujara hacia delante. Su cabeza estaba medio inclinada para observar cómo sus zapatos re-movían las hojas arremolinadas. Su rostro era delgado y blanco como la leche, y reflejando una especie de suave ansiedad que resbalaba por encima de todo con insaciable curiosidad. Era una mirada, casi, de pálida sorpresa; los ojos oscuros estaban tan fijos en el mun-do que ningún movimiento se les escapaba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. A Montag casi le pareció oír el movimiento de las manos de ella al andar y, luego, el sonido infinitamente pequeño, el blanco rumor de su rostro volviéndose cuando descu-brió que estaba a pocos pasos de un hombre inmóvil en mitad de la acera, esperando. Los árboles, sobre sus cabezas, susurraban al soltar su lluvia seca. La muchacha se detuvo y dio la impresión de que iba a retroceder, sorprendida; pero, en lugar de ello, se quedó mirando a Montag con ojos tan oscuros, brillantes y vivos, que él sintió que había dicho algo verdaderamente maravilloso. Pero sabía que su boca sólo se había movido para decir adiós, y cuando ella pareció quedar hipnotizada por la sala-mandra bordada en la manga de él y el disco de fénix en su pecho, volvió a hablar. -Claro está -dÍjo-, usted es la nueva vecina, ¿verdad? -Y usted debe de ser -ella apartó la mirada de los símbolos profesionales- el bombero. La voz de la muchacha fue apagándose. -¡De qué modo tan extraño lo dice! -Lo... Lo hubiese adivinado con los ojos cer-rados -prosiguió ella, lentamente-. -¿Por qué? ¿Por el olor a petróleo? Mi esposa siempre se queja -replicó él, riendo-

-Nunca se consigue eliminarlo por completo. -No, en efecto -repitió ella, atemorizada-. Montag sintió que ella andaba en círculo a su alrededor, le examinaba de extremo a extremo, sa-cudiéndolo silenciosamente y vaciándole los bolsillos, aunque, en realidad, no se moviera en absoluto. -El petróleo -dijo Montag, porque el silencio se prolongaba- es como un perfume para mí. -¿De veras le parece eso? -Desde luego. ¿Por qué no? Ella tardó en pensar.-No lo sé. -Volvió el rostro hacia la acera que conducía hacia sus hogares-. ¿Le importa que regrese con usted? Me llamo Clarisse Mc-Clellan. -Clarisse. Guy Montag. Vamos, ¿Por qué anda tan sola a esas horas de la noche por ahí? ¿Cuántos años tiene? Anduvieron en la noche llena de viento, por la plateada acera. Se percibía un debilísimo aroma a albaricoques y frambuesas; Montag miró a su alred-edor y se dio cuenta de que era imposible que pudiera percibirse aquel olor en aquella época tan avanzada del año. Sólo había la muchacha andando a su lado, con su rostro que brillaba como la nieve al claro de luna, y Montag comprendió que estaba meditando las pregun-tas que él le había formulado, buscando las mejores respuestas. -Bueno -le dijo ella por fin-, tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre juntas. Cuando la gente te pregunta la edad, dice, contesta siempre: diecisiete años y loca. ¿Verdad que es muy agradable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler las cosas, y, a veces, permanecer levantada toda la noche, andando, y ver la salida del sol. Volvieron a avanzar en silencio y, finalmente, ella dijo, con tono pensativo: -¿Sabe? No me causa usted ningún temor. Él se sorprendió. -¿Por qué habría de causárselo? -Les ocurre a mucha gente. Temer a los bomb-eros, quiero decir. Pero, al fin y al cabo, usted no es más que un hombre... Montag se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su

boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven, vuelto ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y constante en su interior. No era la luz histérica de la electricidad, sino... ¿Qué? Sino la agradable, extraña y parpadeante luz de una vela. Una vez, cuando él era niño, en un corte de energía, su madre había encontrado y encendido una última vela, y se había producido una breve hora de re-descubrimiento, de una iluminación tal que el espacio perdió sus vastas dimensiones Y se cerró confortable-mente alrededor de ellos, transformados, esperando ellos, madre e hijo, solitario que la energía no volviese quizá demasiado Pronto... En aquel momento, Clarisse MeClellan dijo-¿No le importa que le haga preguntas? ¿Cuánto tiempo lleva trabajando de bombero? -Desde que tenía veinte años, ahora hace ya diez años. -¿Lee alguna vez alguno de los libros que quema? Él se echó a reir. -¡Está prohibido por la ley’ -¡Oh! Claro... -Es un buen trabajo. El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, con-viértelos en ceniza y, luego, quema las cenizas. Este es nuestro lema oficial. Siguieron caminando y la muchacha preguntó: -¿Es verdad que, hace mucho tiempo, los bomberos apagaban incendios, en vez de provocarlos? -No. Las casas han sido siempre a prueba de incendios. Puedes creerme. Te lo digo yo. -¡Es extraño! Una vez, oí decir que hace muchísimo tiempo las casas se quemaban por acci-dente y hacían falta bomberos para apagar las llamas. Montag se echó a reír. Ella le lanzó una rápida mirada. -¿Por qué se ríe? -No lo sé. -Volvió a reírse y se detuvo-, ¿Por qué? -Ríe sin que yo haya dicho nada gracioso, y contesta inmediatamente. Nunca se detiene a pensar en lo que le pregunto. Montag se detuvo. -Eres muy extraña -dijo, mirándola-. ¿Ignoras

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de junio de 2012 / Reynosa, Tam.4

Sólo había la muchacha andando a su lado, con su

rostro que brillaba como la nieve al claro de luna, y Montag

comprendió que estaba meditando las preguntas que él

le había formulado, buscando las mejores respuestas.

-Bueno -le dijo ella por fin-, tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre juntas. Cuando la gente

te pregunta la edad, dice, contesta siempre: diecisiete

años y loca. ¿Verdad que es muy agradable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler las

cosas, y, a veces, permanecer levantada toda la noche,

andando, y ver la salida del sol.

Farenheit 451

por Ray Bradbury

Primera Parte: era estuPendo Quemar

Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cam-biados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus ma-nos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas

para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, em-pujar a un malvavisco hacia la hoguera, en tanto que los libros, semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandes-centes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía. Montag mostró la fiera sonrisa que hubiera mostrado cualquier hombre burlado y rechazado por las llamas. Sabía que, cuando regresase al cuartel de bomberos, se miraría pestañeando en el espejo: su rostro sería el de un negro de opereta, tiznado con corcho ahumado. Luego, al irse a dormir, sentiría la fiera sonrisa retenida aún en la oscuridad por sus músculos faciales. Esa sonrisa nunca desaparecía, nunca había desaparecido hasta donde él podía recordar. Colgó su casco negro y lo limpió, dejó con cuidado su chaqueta a prueba de llamas; se duchó generosamente y, luego, silbando, con las manos en los bolsillos, atravesó la planta superior del cuar-tel de bomberos y se deslizó por el agujero. En el último momento, cuando el desastre parecía seguro, sacó las manos de los bolsillos y cortó su caída aferrándose a la barra dorada. Se deslizó hasta deten-erse, con los tacones a un par de centímetros del piso de cemento de la planta baja. Salió del cuartel de bomberos y echó a andar por la calle en dirección al «Metro» donde el si-lencioso tren, propulsado por aire, se deslizaba por su conducto lubrificado bajo tierra y lo soltaba con un gran ¡puf! de aire caliente en la escalera mecánica que lo subía hasta el suburbio. Silbando, Montag dejó que la escalera le llevara hasta el exterior, en el tranquilo aire de la medianoche, Anduvo hacia la esquina, sin pensar en nada en particular lar. Antes de alcanzarla, sin embargo, aminoró el paso como si de la nada hubiese surgido un viento, como sí alguien hubiese pro-nunciado su nombre. En las últimas noches, había tenido sensaciones in ciertas respecto a la acera que quedaba al otro lado aquella esquina, moviéndose a la luz de las estrellas hacia su casa. Le había parecido que, un momento antes de doblarla, allí había habido alguien. El aire parecía lleno de un sosiego espe-cial, como si alguien hubiese aguardado allí, silenciosamente, y sólo un momento antes de llegar a él se había limitado a confundirse en una sombra para dejarle pasar. Quizá su olfato detectase débil perfume, tal vez la piel del dorso de sus manos y de su rostro sintiese la elevación de temperatura en aquel punto concreto donde la presencia de una persona podía haber elevado por un instante, en diez grados, la temperatura de la atmósfera inmediata. No había modo de entenderlo. Cada vez que doblaba la esquina, sólo veía la cera blanca, pulida, con tal vez, una noche, alguien desapareciendo rápidam-

-Fragmento-

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ente al otro lado de un jardín antes de que él pudiera enfocarlo con la mirada o hablar. Pero esa noche, Montag aminoró el paso casi hasta detenerse. Su subconsciente, adelantándosele a doblar la esquina, había oído un debilísimo susurro. ¿De respiración? ¿0 era la atmósfera, comprimida únicamente por alguien que estuviese allí muy quieto, esperando? Montag dobló la esquina. Las hojas otoñales se arrastraban sobre el pavi-mento iluminado por el claro de luna. Y hacían que la muchacha que se movía allí pareciese estar andando sin desplazarse, dejando que el impulso del viento y de las hojas la empujara hacia delante. Su cabeza estaba medio inclinada para observar cómo sus zapatos re-movían las hojas arremolinadas. Su rostro era delgado y blanco como la leche, y reflejando una especie de suave ansiedad que resbalaba por encima de todo con insaciable curiosidad. Era una mirada, casi, de pálida sorpresa; los ojos oscuros estaban tan fijos en el mun-do que ningún movimiento se les escapaba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. A Montag casi le pareció oír el movimiento de las manos de ella al andar y, luego, el sonido infinitamente pequeño, el blanco rumor de su rostro volviéndose cuando descu-brió que estaba a pocos pasos de un hombre inmóvil en mitad de la acera, esperando. Los árboles, sobre sus cabezas, susurraban al soltar su lluvia seca. La muchacha se detuvo y dio la impresión de que iba a retroceder, sorprendida; pero, en lugar de ello, se quedó mirando a Montag con ojos tan oscuros, brillantes y vivos, que él sintió que había dicho algo verdaderamente maravilloso. Pero sabía que su boca sólo se había movido para decir adiós, y cuando ella pareció quedar hipnotizada por la sala-mandra bordada en la manga de él y el disco de fénix en su pecho, volvió a hablar. -Claro está -dÍjo-, usted es la nueva vecina, ¿verdad? -Y usted debe de ser -ella apartó la mirada de los símbolos profesionales- el bombero. La voz de la muchacha fue apagándose. -¡De qué modo tan extraño lo dice! -Lo... Lo hubiese adivinado con los ojos cer-rados -prosiguió ella, lentamente-. -¿Por qué? ¿Por el olor a petróleo? Mi esposa siempre se queja -replicó él, riendo-

-Nunca se consigue eliminarlo por completo. -No, en efecto -repitió ella, atemorizada-. Montag sintió que ella andaba en círculo a su alrededor, le examinaba de extremo a extremo, sa-cudiéndolo silenciosamente y vaciándole los bolsillos, aunque, en realidad, no se moviera en absoluto. -El petróleo -dijo Montag, porque el silencio se prolongaba- es como un perfume para mí. -¿De veras le parece eso? -Desde luego. ¿Por qué no? Ella tardó en pensar.-No lo sé. -Volvió el rostro hacia la acera que conducía hacia sus hogares-. ¿Le importa que regrese con usted? Me llamo Clarisse Mc-Clellan. -Clarisse. Guy Montag. Vamos, ¿Por qué anda tan sola a esas horas de la noche por ahí? ¿Cuántos años tiene? Anduvieron en la noche llena de viento, por la plateada acera. Se percibía un debilísimo aroma a albaricoques y frambuesas; Montag miró a su alred-edor y se dio cuenta de que era imposible que pudiera percibirse aquel olor en aquella época tan avanzada del año. Sólo había la muchacha andando a su lado, con su rostro que brillaba como la nieve al claro de luna, y Montag comprendió que estaba meditando las pregun-tas que él le había formulado, buscando las mejores respuestas. -Bueno -le dijo ella por fin-, tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre juntas. Cuando la gente te pregunta la edad, dice, contesta siempre: diecisiete años y loca. ¿Verdad que es muy agradable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler las cosas, y, a veces, permanecer levantada toda la noche, andando, y ver la salida del sol. Volvieron a avanzar en silencio y, finalmente, ella dijo, con tono pensativo: -¿Sabe? No me causa usted ningún temor. Él se sorprendió. -¿Por qué habría de causárselo? -Les ocurre a mucha gente. Temer a los bomb-eros, quiero decir. Pero, al fin y al cabo, usted no es más que un hombre... Montag se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con mucho detalle; las líneas alrededor de su

boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fuesen dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven, vuelto ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y constante en su interior. No era la luz histérica de la electricidad, sino... ¿Qué? Sino la agradable, extraña y parpadeante luz de una vela. Una vez, cuando él era niño, en un corte de energía, su madre había encontrado y encendido una última vela, y se había producido una breve hora de re-descubrimiento, de una iluminación tal que el espacio perdió sus vastas dimensiones Y se cerró confortable-mente alrededor de ellos, transformados, esperando ellos, madre e hijo, solitario que la energía no volviese quizá demasiado Pronto... En aquel momento, Clarisse MeClellan dijo-¿No le importa que le haga preguntas? ¿Cuánto tiempo lleva trabajando de bombero? -Desde que tenía veinte años, ahora hace ya diez años. -¿Lee alguna vez alguno de los libros que quema? Él se echó a reir. -¡Está prohibido por la ley’ -¡Oh! Claro... -Es un buen trabajo. El lunes quema a Millay, el miércoles a Whitman, el viernes a Faulkner, con-viértelos en ceniza y, luego, quema las cenizas. Este es nuestro lema oficial. Siguieron caminando y la muchacha preguntó: -¿Es verdad que, hace mucho tiempo, los bomberos apagaban incendios, en vez de provocarlos? -No. Las casas han sido siempre a prueba de incendios. Puedes creerme. Te lo digo yo. -¡Es extraño! Una vez, oí decir que hace muchísimo tiempo las casas se quemaban por acci-dente y hacían falta bomberos para apagar las llamas. Montag se echó a reír. Ella le lanzó una rápida mirada. -¿Por qué se ríe? -No lo sé. -Volvió a reírse y se detuvo-, ¿Por qué? -Ríe sin que yo haya dicho nada gracioso, y contesta inmediatamente. Nunca se detiene a pensar en lo que le pregunto. Montag se detuvo. -Eres muy extraña -dijo, mirándola-. ¿Ignoras

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Sólo había la muchacha andando a su lado, con su

rostro que brillaba como la nieve al claro de luna, y Montag

comprendió que estaba meditando las preguntas que él

le había formulado, buscando las mejores respuestas.

-Bueno -le dijo ella por fin-, tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas van siempre juntas. Cuando la gente

te pregunta la edad, dice, contesta siempre: diecisiete

años y loca. ¿Verdad que es muy agradable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler las

cosas, y, a veces, permanecer levantada toda la noche,

andando, y ver la salida del sol.

Farenheit 451

por Ray Bradbury

Primera Parte: era estuPendo Quemar

Constituía un placer especial ver las cosas consumidas, ver los objetos ennegrecidos y cam-biados. Con la punta de bronce del soplete en sus puños, con aquella gigantesca serpiente escupiendo su petróleo venenoso sobre el mundo, la sangre le latía en la cabeza y sus ma-nos eran las de un fantástico director tocando todas las sinfonías del fuego y de las llamas

para destruir los guiñapos y ruinas de la Historia. Con su casco simbólico en que aparecía grabado el número 451 bien plantado sobre su impasible cabeza y sus ojos convertidos en una llama anaranjada ante el pensamiento de lo que iba a ocurrir, encendió el deflagrador y la casa quedó rodeada por un fuego devorador que inflamó el cielo del atardecer con colores rojos, amarillos y negros. El hombre avanzó entre un enjambre de luciérnagas. Quería, por encima de todo, como en el antiguo juego, em-pujar a un malvavisco hacia la hoguera, en tanto que los libros, semejantes a palomas aleteantes, morían en el porche y el jardín de la casa; en tanto que los libros se elevaban convertidos en torbellinos incandes-centes y eran aventados por un aire que el incendio ennegrecía. Montag mostró la fiera sonrisa que hubiera mostrado cualquier hombre burlado y rechazado por las llamas. Sabía que, cuando regresase al cuartel de bomberos, se miraría pestañeando en el espejo: su rostro sería el de un negro de opereta, tiznado con corcho ahumado. Luego, al irse a dormir, sentiría la fiera sonrisa retenida aún en la oscuridad por sus músculos faciales. Esa sonrisa nunca desaparecía, nunca había desaparecido hasta donde él podía recordar. Colgó su casco negro y lo limpió, dejó con cuidado su chaqueta a prueba de llamas; se duchó generosamente y, luego, silbando, con las manos en los bolsillos, atravesó la planta superior del cuar-tel de bomberos y se deslizó por el agujero. En el último momento, cuando el desastre parecía seguro, sacó las manos de los bolsillos y cortó su caída aferrándose a la barra dorada. Se deslizó hasta deten-erse, con los tacones a un par de centímetros del piso de cemento de la planta baja. Salió del cuartel de bomberos y echó a andar por la calle en dirección al «Metro» donde el si-lencioso tren, propulsado por aire, se deslizaba por su conducto lubrificado bajo tierra y lo soltaba con un gran ¡puf! de aire caliente en la escalera mecánica que lo subía hasta el suburbio. Silbando, Montag dejó que la escalera le llevara hasta el exterior, en el tranquilo aire de la medianoche, Anduvo hacia la esquina, sin pensar en nada en particular lar. Antes de alcanzarla, sin embargo, aminoró el paso como si de la nada hubiese surgido un viento, como sí alguien hubiese pro-nunciado su nombre. En las últimas noches, había tenido sensaciones in ciertas respecto a la acera que quedaba al otro lado aquella esquina, moviéndose a la luz de las estrellas hacia su casa. Le había parecido que, un momento antes de doblarla, allí había habido alguien. El aire parecía lleno de un sosiego espe-cial, como si alguien hubiese aguardado allí, silenciosamente, y sólo un momento antes de llegar a él se había limitado a confundirse en una sombra para dejarle pasar. Quizá su olfato detectase débil perfume, tal vez la piel del dorso de sus manos y de su rostro sintiese la elevación de temperatura en aquel punto concreto donde la presencia de una persona podía haber elevado por un instante, en diez grados, la temperatura de la atmósfera inmediata. No había modo de entenderlo. Cada vez que doblaba la esquina, sólo veía la cera blanca, pulida, con tal vez, una noche, alguien desapareciendo rápidam-

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Page 6: Ecos de Cal

Ray Bradbury, escritor de culto, genio de la ciencia-ficción, autor de obras como «Crónicas marcianas» y «Fahrenheit 451», que inmortalizara en el cine Fran-

çois Truffaut, ha muerto esta mañana a los 91 años en Los Ángeles, según ha confirmado la propia familia. En un comunicado, su nieto, Danny Kara-petian, compartió estas palabras con los admira-dores de su abuelo, un hombre que dio nombre a un asteroide: (9766) Bradbury. «Si tuviera que hacer alguna declaración, sería lo mucho que le quiero y le extraño, y espero con interés escuchar los recuer-dos que tienen de él todos aquellos que estuvieron a su lado». «Él influyó en muchos artistas, escritores, profesores, científicos, y siempre es conmovedor y reconfortante escuchar sus historias. Su legado sigue vivo en su obra monumental de libros, cine, televisión y teatro, pero lo más importante, en las mentes y los corazones de quien lo lea, porque leerle era conocerle», dijo Karpetian. La ciencia-ficción no es ninguna tontería, aunque muchos se hayan empeñado en intentar que lo parezca. Películas de serie B en las que los platillos volantes tenían menos carisma que una minipimer, y los marcianos vestían de ese verde que Neruda llamaba municipal. Ray Bradbury cargó consigo la historia de un bombero dedicado a quemar libros en un futuro insoportable, por lo menos cinco años antes de es-cribir Fahrenheit 451. Primero fue un cuento, luego una pequeña novela. La idea nunca terminaba de cuajar. Hasta que en 1952, peleando con la historia en una máquina de escribir arrendada en una bib-lioteca pública, se le apareció el protagonista: Guy Montag le dijo que se estaba volviendo loco, que él amaba los libros, no podía seguir quemándolos. El autor le aconsejó que hiciera algo al respecto. “Entonces, Montag escribió por mí Fahrenheit 451 en nueve días”, contó Bradbury. Alegoría kafkiana de sus peores pesadillas culturales, la novela -publicada tres años después de Crónicas marcianas- terminó de situar a Bradbury entre lo más selecto de la ciencia ficción. Diez años después, François Truffaut llevó al cine la historia de Guy Montag, sumando otro ladrillo a la inmor-talidad del libro. Bradbury también atesoraba la

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de junio de 2012 / Reynosa, Tam.

qué es el respeto? -No me proponía ser grosera. Lo que me ocurre es que me gusta demasiado observar a la gente. -Bueno, ¿Y esto no significa algo para ti? Y Montag se tocó el número 451 bordado en su manga. -Sí -susurró ella. Aceleró el paso-. ¿Ha visto alguna vez los coches retropropulsados que corren por esta calle? -¡Estás cambiando de tema! -A veces, pienso que sus conductores no saben cómo es la hierba, ni las flores, porque nunca las ven con detenimiento -dijo ella-. Si le mostrase a uno de esos chóferes una borrosa mancha verde, diría: ¡Oh, sí, es hierba? ¿Una mancha borrosa de color rosado? ¡Es una rosaleda! Las manchas blancas son casas. Las manchas pardas son vacas. Una vez, mi tío condujo lenta-mente por una carretera. Condujo a sesenta y cinco kilómetros por hora y lo, encarcelaron por dos días. ¿No es curioso, y triste también? -Piensas demasiado -dijo Montag, incómodo-. -Casi nunca veo la televisión mural, ni voy a las carreras o a los parques de atrac-ciones. Así, pues, dispongo de muchísimo tiempo para dedi-carlos a mis absurdos pensam-ientos. ¿Ha visto los carteles de sesenta metros que hay fuera de la ciudad? ¿Sabía que hubo una época en que los carteles sólo tenían seis metros de largo? Pero los automóviles empezaron a correr tanto que tuvieron que alargar la publicidad, para que durase un poco más. -¡Lo ignoraba! -Apuesto a que sé algo más que usted desconoce. Por las mañanas, la hierba está cubi-erta de rocío. De pronto, Montag no pudo recordar si

sabía aquello o no, lo que le irritó bastante. -Y sí se fija -prosiguió ella, señalando con la barbilla hacia el cielo- hay un hombre en la luna. Hacía mucho tiempo que él no miraba el satélite. Recorrieron en silencio el resto del camino. El de ella, pensativo, el de él, irritado e incómodo, acusando el impacto de las miradas inquisitivas de la muchacha. Cuando llegaron a la casa de ella, todas sus luces

estaban encendidas. -¿Qué sucede? Montag nunca había visto tantas luces en una casa. -¡Oh! ¡Son mis padres y mi tío que están sentados, charlando! Es como ir a pie, aunque más extraño aún. A mi tío, le detuvi-eron una vez por ir a pie. ¿Se lo había contado ya? ¡Oh! Somos una familia muy extraña. -Pero, ¿de qué charláis? Al oír esta pregunta, la mucha-cha se echó a reír. -¡Buenas noches! Empezó a andar por el pasillo que conducía hacia su casa. Después, pareció recor-dar algo y regresó para mirar a Montag con expresión intri-grada y curiosa. -¿Es usted feliz? -pre-guntó-. -¿Que si soy qué? -replicó él-. Pero ella se había marcha-do, corriendo bajo el claro de luna. La puerta de la casa se cerró con suavidad.

-¡Feliz! ¡Menuda tontería! Montag dejó de reír. Metió la mano en el agujero en forma de guante de su puerta principal y le dejó percibir su tacto. La puerta, se deslizó hasta quedar abierta. «Claro que soy feliz. ¿Qué cree esa muchacha? ¿Qué no lo soy?», preguntó a las silenciosas habitaciones.

1. Yo no inventé el futuro:«Se me han acercado japoneses para ponerme un walkman en las orejas y decirme: "¡Con Fahrenheit 451 usted

inventó esto, señor Bradbury!” Mi respuesta fue: "No, gracias". Estamos rodeados de demasiados juguetes tecnológicos, con Internet, los ipod, los ipad… La gente se equivocó. Yo no traté de prever, sino de prevenir el futuro. No quise hablar de la censura sino de la educación que el mundo tanto necesita. Podemos salvar a Estados Unidos, gra-cias a los niños, si les enseñamos a leer y a escribir a partir de los 3, 4, 5 años para que lleguen a la escuela primaria sabiendo leer. Después, es muy tarde. Cuando en realidad, ya desde muy pequeños, queremos leer las palabras de las historietas».

2. Escribo por amor:«Lo que funda toda escritura es el amor, es hacer lo que amamos y amar lo que hacemos. Y olvidarse del dinero. En mis comienzos, yo ganaba 30 dólares por semana, y mi novia era rica, pero le pedí que hiciera voto de pobreza para casarse conmigo. No teníamos ni automóvil ni teléfono, vivíamos en un departamento pequeño en Venice, pero la estación de servicio de enfrente tenía una cabina telefónica. Iba corriendo a atender cuando sonaba y la gente creía que me lla-maba a mi oficina. Yo les repito: “Rodéense de per-sonas que los quieran, y si no los quieren, échenlos. No hay necesidad de ir a la Universidad, donde no se aprende a escribir. Vayan más bien a las bibliote-cas”. Yo escribí Fahrenheit 451 porque había oído hablar del incendio de la biblioteca de Alejandría y de los libros quemados por Hitler en Berlín. Escri-bo todos los días, cada mañana, desde hace setenta años. ¡No paro! Y escribo para el teatro desde hace cuarenta y cinco años; me encanta».

3. No leo ciencia ficción:«Me he pasado los últimos setenta años de mi vida jugando porque para mí la literatura no es un tra-bajo. Si leo ciencia ficción cometería incesto. Quien se dedica a leer en el campo en el que escribe o trabaja es un mal escritor. Raymond Chandler, maestro de la novela negra, bebió en las fuentes de William Shakespeare, Pirandello, Lorca».

4. Amo la poesía:«He leído muchísima poesía a lo largo de mi vida y, como es metafórica, simbólica y sensorial, me ha servido de agran ayuda en mi trabajo. Recuerdo un ensayo de José Luis Garci titulado Ray Brad-bury, humanista del futuro. Olvidándose de clichés y tópicos al uso, José Luis Garci supo reflejar el hecho de que uno no es solo un escritor de ciencia ficción, yo no me considero así, sino que puede ser perfectamente un hombre al que le gusta el teatro, la poesía, la cultura, en general, que siempre es maravilloso.

5. Hay que tener mucho cuidado con los intelectu-ales:«En mis obras no he tratado de hacer predicciones acerca del futuro, sino avisos. Es curioso, en mi país cada vez que surgía un problema de censura salía a relucir como paradigma de la libertad Far-enheit 451. Los intelectuales, ya sean de derechas o

de izquierdas, siempre tienen miedo a lo fantástico porque les parece tan real ese mundo que creen que estás intentando engañar y, evidentemente, así es. Creen que es malo para los niños vivir en un mundo de fantasía cuando en realidad es bueno: todos ten-emos una vida interior fantástica muy rica. Vivimos en un mundo que nos absorbe con sus normas, con sus reglas y la burocracia, que no sirve para nada. Hay que tener mucho cuidado con los intelectuales y los psicólogos, que te intentan decir lo que tienes que leer y lo que no».

6. Mi esqueleto resultó ser Steinbeck:«Yo aprendí a leer a los tres años para disfrutar de las caricaturas. Amo las tiras cómicas, las caricatu-ras de los domingos y tuve un libro de cuentos de hadas cuando cumplí los cinco años, y me enamoré de la lectura, y de todas esas maravillosas historias como La bella y la bestia y Jack y la habichuela mágica. Así que comencé con la fantasía. A los tres años ví mi primera película y me enamoré de El Jorobado de Notre Dame. Esperaba crecer para ser jorobado. Después, con cinco años vi El fantasma

de la ópera, con Lon Chaney, y cuando tenía seis vi una película de dinosaurios, y los dinosaurios llenaron mi vida. Cuando tenía treinta y tres años trabajé en Moby Dick porque me había enamorado con seis de los dinosaurios. Mi gran influencia fue John Steinbeck. Leí Las uvas de la ira con diecin-ueve años y me dí cuenta de que había aprendido de ellas y Steinbeck resultó ser mi esqueleto».

7. La vida es un don:«Y así debemos disfrutarla. Esta es una oportunidad gloriosa. Sólo estaremos aquí una vez. He tenido la oportunidad de escribir cada vez que siento que tenía un propósito. ¿Y cuál fue mi objetivo cuando escribí tal o cual artículo? Escribir el mejor artículo que se haya escrito hasta ese momento, escribir la mejor historia nunca publicada. No sé si lo habré logrado. Ustedes, mis queridos lectores, deciden».

8. Encontré mi amor en una librería:«Conocí a una hermosa muchacha en una librería, se me acercó y la invité a un café. La llevé a cenar y me enamoré de ella, y de los libros que tenía. La

tomé y le pedí casamiento un año después porque yo no tenía nada, y ella era una chica rica. Y dejó todo su dinero para convertirse en pobre como yo. Estaba en desventaja sin teléfono, sin coche, pero vivimos del amor, de los libros, y de mi escritura. Esa es la

respuesta de la vida. Si pueden encontrar una per-sona para amar que ame la vida tanto como ustedes atrápenla fuerte y cásense con ella. No tengan la menor duda».

9. Aprender de la Historia:«Debemos aprender de la Historia acerca de la destrucción de libros. Cuando yo tenía quince años Hitler, quemó libros en las calles de Berlín. Eso me aterró porque era un bibliotecario (hombre de li-bros) y estaban tocando mi vida, todas esas grandes obras, toda esa gran poesía, todos esos maravillosos artistas, esos grandes filósofos. Luego me enteré de que Rusia estaba quemando libros "detrás de escena", de tal forma que la gente no se enteraba. Y estaban matando a los autores. Y aprendí que si no tienes libros no puedes ser parte de una civilización ni de una democracia».

10. Mi obituario:«Aquí yace Ray Bradbury, un tipo que amó com-pletamente la vida»

Por Ray Bradbury

10. Mi obituario: «Aquí yace Ray Bradbury, un tipo que amó completamente la vida»

-A veces, pienso que sus conductores no

saben cómo es la hierba, ni las flores,

porque nunca las ven con detenimiento -dijo ella-. Si le mostrase a uno de esos chóferes una borrosa mancha

verde, diría: ¡Oh, sí, es hierba? ¿Una mancha borrosa de color ro-

sado? ¡Es una rosaleda! Las manchas blancas

son casas. Las manchas pardas son vacas. Una

vez, mi tío condujo lentamente por una

carretera.

Ray Bradbury: Décalogo de una amante de la vida

Page 7: Ecos de Cal

Muere Ray Bradbury, el último maestro de

la ciencia ficciónnovela. Si aún no está hecho, en este momento debe estar tallándose en su tumba el epitafio que eligió: “Autor de Fahrenheit 451”. Figura central de la literatura fantástica y ya reconocidamente indispensable en la narrativa americana del siglo XX, Bradbury falleció la noche del martes a los 91 años, en Los Angeles, EE.UU. Premiado con la Medalla de las Artes en 2004 y un Pulitzer a su trayectoria en 2007, junto a Issac Asimov y Arthur C. Clarke impulsó en los años 50 una renovación de la ciencia ficción. Bradbury, además, fue el principal responsable de la popular-ización del género. Más allá de la distopía futurista de Fahren-heit 451, en su obra Bradbury exploró los temores y angustias del americano medio de posguerra a través de relatos de misterio, terror y fantasía. Su marca fue su exploración del espacio. Dotó al planeta Marte de un desolador imaginario a través de libros como El hombre ilustrado (1951) y, sobre todo, Crónicas marcianas (1952). A nadie le extrañó que en 2004 la Nasa le pidiera a Bradbury informar al mundo que la nave robot Espíritu había aterriza-do en Marte. “La ciencia ficción es la ficción de las ideas. Las ideas me entusiasman”, dijo a The Paris Review hace dos años, aceptando el género del que tanta veces rehuyó. En otra entrevista agregó: “Tengo ideas divertidas. Juego con ellas. No soy una persona seria. No me veo como filósofo. Eso sería muy aburrido. Mi meta es entretener”.

DemasiaDas máquinas

Nacido el 22 de agosto de 1920 en Illinois, Ray Douglas Bradbury escribió su primer relato a los 12 años, inspirado por El Hombre Eléctrico, un personaje que llegó a su pueblo en un circo y le habló de vidas pasadas. Por esos días era un niño que sabía de memoria las historias de Tarzán y John Carter. Quince años después, su cuento Home-coming fue escogido como uno de los mejores de

1947, por un jurado en el que estaba, entre otros, un anónimo Truman Capote. Ese mismo año, Bradbury se casó con la mujer de su vida y publicó su primer libro de cuentos, El carnaval de las tinieblas. El éxito sólo llegaría tres años después, con Crónicas marcianas. Con su esposa embarazada y sin nada de dinero, Bradbury golpeó las puertas de todos los editores de Nueva York. Nadie se interesó en sus relatos. Querían una novela. Les dio una: or-ganizó los cuentos en torno a la idea de la conquista

de los hombres de Marte y su colonización. Ambi-entada entre 1999 y 2026, incluye viajes espaciales, guerras con marcianos, bombas nucleares y la an-iquilación de una civilización. Plagada de imágenes poéticas, es una aventura trágica. “Cuando escribí Crónicas marcianas estaba describiendo el impacto de la llegada de Hernán Cortés a México, era una metáfora de la destrucción ocurrida 400 a 500 años atrás”, contó años después Bradbury. En 1952, los escritores Christopher

Isherwood y Aldous Houxley le dieron su respaldo crítico. En 1955, en la edición española, Jorge Luis Borges se sumó a los elogios con un prólogo: “En este libro de apariencia fantasmagórica, Bradbury ha puesto sus largos domingos vacíos, su tedio americano, su soledad, como los puso Sinclair Lewis en Main Street”. Al año siguiente incluyó en el libro Las doradas manzanas del sol uno de sus cuentos más citados y en el que puso en práctica la teoría del “efecto mariposa”: en El ruido de un trueno, un hombre viaja en el tiempo a la prehistoria, mata por error a una mariposa y al regresar al presente todo es diferente. Desde la ortografía al presidente. Tam-bién en 1953, Bradbury recibió un llamado de John Huston. El director quería que adaptara al guión la novela Moby Dick, de Herman Melville. Bradbury no pudo negarse, pero recién esa noche leyó por primera vez el libro. Nada raro. Educado por azarosas lecturas en bibliotecas, Bradbury forjó su propio camino en la historia literaria. Le dijo que sí a Steinbeck, Shakespeare, Poe, Verne y Huxley, pero un no rotundo a Proust, Joyce, Nabokov o Mann. De la misma forma, la oficialidad literaria demoró años en aceptarlo entre sus filas. Alguna vez le preocupó el tema. En 2010 ya no le interesaba: “Si supiera que a Norman Mailer le gustaban mis libros, me mataría. Me alegra que tampoco a Kurt Vonnegut le gustaran mis novelas”. Autor de casi 30 novelas, 600 relatos, además de poemas y ensayos, Bradbury marcó para siempre la ciencia ficción con su tono existencial. Fue amigo de Walt Disney, influyó a Steven Spiel-berg. Estaba seguro de que el hombre volvería a la Luna y eventualmente llegaría a Marte. “La hu-manidad tendrá una nueva oportunidad en Marte”, le dijo a La Tercera en 2004. Al año siguiente, criticó públicamente a Michael Moore por citar a su novela en el título del documental Fahrenheit 9/11. Más que molestarse por el ataque a George W. Bush, al que él apoyó, consideró que era un robo. Nunca aprendió a manejar, no le gustaban los aviones. Odiaba internet. “Hoy tenemos demasia-das máquinas. Tenemos que deshacernos de esas máquinas”, dijo cuando Fahrenheit 451 fue publi-cado como libro electrónico.

Í n d i c e

>LA PRenSA Domingo 10 de junio de 2012 / Reynosa, Tam.

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de junio de 2012 / Reynosa, Tam.

Ray Bradbury, pantallas futuristas

Resulta curioso que la mayor aportación del séptimo arte a la obra de Ray Bradbury, admirador del cine popular de iconos como Lon Chaney («el hombre de las mil caras») y Ray Harryhausen

(el hombre de los mil monstruos en miniatura), fuera el pastiche más ex-traño en la historia del cine de autor por excelencia (la nouvelle vague): la adaptación que François Truffaut hizo en 1966 de «Fahrenheit 451», su fábula sobre la guillotina cultural al rojo vivo que, tal vez, y a pesar de la potencia de sus imágenes (y sus ideas por desgracia atemporales) y la presencia de la bella Julie Christie, sea una de las películas de cien-cia ficción que peor han envejecido (exceptuando la entrañable serie B cincuentera en la línea de «It came from outer space», de Jack Arnold, o «El monstruo de tiempos remotos», de Eugéne Lourié, también basados en sendos relatos bradburyanos). Tampoco tuvo mucha suerte Bradbury con el trato recibido en las pantallas (esta vez pequeñas) de su otra obra maestra: «Crónicas mar-cianas», ya que la miniserie de Michael Anderson, con un crepuscular Rock Hudson, fechada en 1980, le chirrió con especial intensidad, hasta el punto de que uno de sus últimos esfuerzos profesionales consistió en sacar adelante una versión cinematográfica a su altura. Por no hablar de «El sonido del trueno» (2005), supuesto y nada delicado blockbuster que Hollywood perpetró con uno de sus más famosos relatos y que no deja de ser un pálido (y jurásico) reflejo de su fabulación humanística, científica y finamente irónica. De Melville a HitchcockSi a ello le añadimos su difusa colaboración con John Huston para ar-ponear el «Moby Dick» de Melville, una versión «pop» de «El hombre ilustrado» dirigida por Jack Smight en el muy hippie 1969 (y que 25 años más tarde el plomo de Peter Greenaway copieteó en «The Pillow Book»), rarezas como «El verano de Picasso» (también del 69), y filmes menores donde colaboró como guionista como «La feria de las tinieb-las» (1983), «El pequeño Nemo» (1992), «The Halloween tree» (1993) o «El maravilloso traje de color vainilla» (1998), y a la espera de que se concrete el proyecto de adaptar su maravilloso «El vino del estío», lo más sensato sería quedarse con las colaboraciones televisivas de Brad-bury, desde «Alfred Hitchcock presenta» a «Más allá de los límites de la realidad», pasando por nuestras «Historias para no dormir» o «El teatro de Ray Bradbury», con ese memorable inicio en el que el genial escri-tor aparecía encendiendo lamparitas en su estudio y hablando en off: «La gente me pregunta de dónde saco mi ideas; pues de aquí mismo...». Ah, y no olvidemos el clásico documental «Story of a writer», de Terry Sanders, y otra conexión literaria-cinéfila: el magnífico ensayo «Ray Bradbury. Humanista del futuro», escrito a principios de los 70 por un José Luis Garci al que aún no se le había caído del todo la «a» del apellido.

De nuestra portada

Ray Bradbury

Foto:Archivo

pag. 3

• DIRECTORIO •Lic. Felix Garza Elizondo

Director General

Mtra. Adriana Quintana CoordinaCión General

consejo eDitorial

MARTíN MENDO CANTÚ (†)OLGA FRESNILLO OLIVARES

GRACIELA RAMOS DOMÍNGUEZ

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Ray BradburyRay Bradbury:

Décalogo de una amante de la vida

Ray Bradbury

Farenheit 451Roberto Careaga C.

Muere Ray Bradbury, el último maestro de la ciencia ficción

pag. 6

por Roberto Careaga C.

A los 91 años, el autor de Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 falleció

la noche del martes.Sobre la ciencia ficción en un

oportunidad dijo que era “una genial forma de pretender que estás

escribiendo sobre el futuro, cuando en realidad estás atacando el pasado

reciente y el presente”. Bradbury confesó en una entrevista que la “gran diversión” de su vida

había sido levantarse cada mañana y correr hacia la máquina de escribir.

por J.C. de ABC

Page 8: Ecos de Cal

Para celebrar cuatro décadas de existencia, el Festival Internacional Cervantino (FIC) ha preparado un programa especial que incluye artistas de reconocimiento mundial como

el legendario director de orquesta italiano Riccardo Muti, al frente de la Sinfónica de Chicago; a la prim-era bailarina mexicana de la Ópera de Berlín, Elisa Carrillo, y el compositor estonio Arvo Pärt, uno de los más importantes de la actualidad. El encuentro cultural se realizará del 3 al 21 de octubre próximo en Guanajuato. Tendrá la presen-cia de tres mil 15 artistas y como invitados de honor los países europeos de Austria, Polonia, Suiza y el estado mexicano de Sinaloa, que presentarán expresio-nes que reflejan su pasado y presente artístico. Durante 19 días habrá expresiones en danza, teatro, música, ópera, cine, literatura, artes visuales y actividades académicas, siendo una de los princi-pales atractivos Muti, famoso por haber dirigido a la orquesta de La Scala de Milán de 1986 a 2005, quien al frente de la Sinfónica de Chicago ejecutará un programa compuesto por obras de Johannes Brahms (1833-1897), Félix Mendelssohn (1809-1847) y Gi-useppe Verdi (1813-1901). Otra luminaria del programa es Arvo Pärt, figura fundamental en la música contemporánea, quien llega por primera vez a México y asistirá al conci-erto que con música de su autoría ofrecerá el Coro de Cámara Filarmónico de Estonia y la Orquesta de Cámara de Tallinn, en el Teatro Juárez de la ciudad de Guanajuato. La música de Federico Chopin (1810-1849), llevada magistralmente por los caminos del jazz y el rock, así como aderezada con luces e improvisaciones de danza, abrirá las actividades de la programación de esta edición 40. El espectáculo “Rock Jazz Chopin”, creado y dirigido por Andrzej Matusiak, unirá el tal-ento de los pianistas Karol Radziwonowicz y Leszek Mozdzer, la Folies Dance Company y la cantante Anna Serafinska. El arte operístico estará representado con las producciones “El caballero de la triste figura”, de Tomás Marco, montada por la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid, y “La venganza del príncipe Zi Dan”, puesta a cargo de la Shanghai Peking Opera Troupe, de la República Popular China. En el apartado de música de cámara estarán presentes la Camerata de Salzburgo, dirigida por el violinista Alexander Janiczek; la Camerata Bern, de Suiza, y Les Violons du Roy, que interpretará “Las

cuatro estaciones”, de Antonio Vivaldi, y “Las cuatro estaciones porteñas” de Astor Piazzolla. También estará la Orquesta de Cámara de la Filarmónica de Varsovia, la cual ha mantenido la tradición en la ejecución e investigación de la agru-pación mayor, con una vida artística de más de cien años.

El segmento musical incluye a la Orquesta Sinfónica Sinaloa de las

Artes (OSSLA), dirigida por su titular, Gordon Campbell, que

tendrá una participación especial en la presente edición de la “Fiesta del

espíritu” y hará alarde de su versatilidad al ofrecer tres conciertos distintos como

representante del estado mexicano invitado al FIC.

En el primero acompañará al pianista Joel Juan Qui Vega; en el segundo interpretará el pro-grama “Pedro Infante sinfónico”, con el tenor José Manuel Chu, y el último, dirigida por Enrique Patrón de Rueda, será una gala da ópera a la que se unirá La Original Banda El Limón, para marcar el gran final del 40 Festival Internacional Cervantino. Bolivar Soloists interpretará “Fuga a las Américas”, un recorrido por la música de cámara latinoamericana; Geneva Brass Quintet presentará “Retrato de metales suizos”, selección de piezas escri-tas en ocho países. Asimismo, Keller String Quartet constru-irá un diálogo entre lo clásico y lo moderno con la interpretación de obras de Johann Sebastian Bach y Béla Bartók, y los artistas Leticia de Altamirano, Jesús Suaste y Alejandro Vigo rendirán un homenaje a Carlos Guastavino y Xavier Montsalvatge, a 100 años de sus nacimientos. En música antigua se presentará Europa Galante, uno de los ensambles de música antigua más aclamados del mundo; la Accademia del Piacere y Arcángel ofrecerán un programa en el que se mezclan la música barroca y el cante jondo, mientras que La Venexiana, dirigida por Claudio Cavina, ejecutará obras vocales de Jorge Federico Handel. Por otra parte, Musica Fiata K”;ln realizará

un homenaje a Giovanni Gabrieli, a 400 años de su muerte; la Orquesta de la Nueva España mostrará el rescate de música barroca iberoamericana que ha realizado durante sus 16 años de trayectoria y la Ca-pilla Flamenca recorrerá Flandes, España y México, a través de música de los siglos XIV, XV y XVI. En cuanto a solistas se refiere, se contará con la participación del destacado pianista estadounidense Murray Perahia, el tenor mexicano Javier Camarena, el violinista italiano Fabio Biondi, y el pianista sur-coreano Kun Woo Paik. Mientras que el pianista François Chaplin, reconocido por su interpretación de la obra de Claude Debussy, rendirá un homenaje al compositor impre-sionista por el 150 aniversario de su nacimiento. La sección de música contemporánea se engalanará con la presencia del Royal String Quartet, de Polonia, que interpretará obras de compositores polacos actuales. El Ensemble Variances se unirá a Percusions Claviers de Lyon para ofrecer un programa con obras de México y Francia. Amernet String Quar-tet realizará un estreno mundial del mexicano Héctor Quintanar e interpretará piezas de Gabriela Ortiz y Elliot Carter. Dentro del programa, el alemán Moritz Eggert ofrecerá obras de John Cage, de quien se conmemora el centenario de su nacimiento; el Ensemble Bartok Chile presentará el espectáculo “Ecos contemporáneos chilenos”, además que se contará con la participación de los grupos mexicanos Liminar y Ensamble Nuevo de México. La agrupación hondureña Aurelio and The Garifuna Soul Band ofrecerá un concierto con un repertorio completo de piezas con su estilo único; la cantante Albita mostrará su versátil estilo cubano; Tania Libertad ofrecerá un emotivo concierto enmar-cado en el festejo por sus 50 años en los escenarios y desde Monterrey llegará Celso Piña, “El rebelde del acordeón”, y su Ronda Bogotá que incitará a la fiesta. Los “beats” y sonidos electrónicos serán crea-dos en las tornamesas de Shantel & Bucovina Club Orkestar, así como Dj Alva Noto y Gebrüder Teich-mann serán los encargados de prender el ambiente de la “Noche electrónica alemana”. También, Elektro Guzzi, de Austria, Marcin Czubala, de Polonia, y Sonja Moonear, de Suiza, le darán vida al “Pastito electrónico”. La cuadragésima edición del FIC conmemo-rará los centenarios de José Pablo Moncayo, Carlos Guastavino y Xavier Montsalvatge; los 60 años de los “Entremeses cervantinos”, funciones que dieron ori-gen al FIC, así como del Ballet Folklórico de México de Amalia Hernández.

Muere Ray Bradbury, el último maestro de la

ciencia ficción

>LA PRENSA Domingo 10 de junio de 2012 / Reynosa, Tam.NotAS8 > LA PRENSA

Domingo 10 de junio de 2012

Año 13 No. 717Engalanarán Riccardo Muti, Arvo Pärt y

Elisa Carrillo el 40 FIC