Efímerismo.

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Hoy quiero deprimirme. Llorar toda la noche y luego seguir llorando. Quiero llorar porque todo parece demasiado triste. Demasiado absorbente. Demasiado insoportable. No soporta la fragilidad de mi vida. Ni la de mi existencia. No soporto saber el inminente desenlace de mi destino. Que no es ni trágico, ni absurdo, sino común. Justo como Bukowski dijo alguna vez, voy de la vagina de mi madre, directo al panteón. Se me va la vida tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de detenme y decir: “Mierda, sí, estoy viva.” Y hay tantas cosas que quiero hacer y decir. Quiero vivir y vivir y vivir y no morir jamás. ¿Alguna vez te cansas de vivir? Quizás sí. Quizás llega un punto donde el dolor es demasiado insoportable y la única forma de aliviarlo y deshacernos de él es enterrándonos a nosotros mismo. Y entonces, ¿Para que vivimos? ¿Nacemos para morir? ¿Vivimos para morir? ¿Morimos para morir? De una o de otra manera todos terminamos igual de muertos. Unos más podridos que otros, pero al final, igual de nauseabundos. Y que cruel y dulce es esa metáfora. ¡Que efímera y sublime! ¡Putrefactos cadáveres bailando en la oscuridad! ¡Danzando con la piel cayéndose a pedazos! ¡Bailando, bailando! ¡Cantando con sus bocas asquerosas! Y tropezando, cayendo, hundiéndose en el barro. Oh, oh. Podridos, podridos. Destrozados, para siempre perdidos. Todos ellos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. ¿Y Dios? ¿Dónde está el Señor Misericordioso del que todos hablan? ¡¿Dónde esta!?

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Hoy quiero deprimirme. Llorar toda la noche y luego seguir llorando. Quiero llorar porque todo parece demasiado triste. Demasiado absorbente. Demasiado insoportable.

No soporta la fragilidad de mi vida. Ni la de mi existencia. No soporto saber el inminente desenlace de mi destino. Que no es ni trágico, ni absurdo, sino común. Justo como Bukowski dijo alguna vez, voy de la vagina de mi madre, directo al panteón. Se me va la vida tan rápido que ni siquiera tengo tiempo de detenme y decir: “Mierda, sí, estoy viva.”

Y hay tantas cosas que quiero hacer y decir. Quiero vivir y vivir y vivir y no morir jamás. ¿Alguna vez te cansas de vivir? Quizás sí. Quizás llega un punto donde el dolor es demasiado insoportable y la única forma de aliviarlo y deshacernos de él es enterrándonos a nosotros mismo.

Y entonces, ¿Para que vivimos? ¿Nacemos para morir? ¿Vivimos para morir? ¿Morimos para morir? De una o de otra manera todos terminamos igual de muertos. Unos más podridos que otros, pero al final, igual de nauseabundos.

Y que cruel y dulce es esa metáfora.

¡Que efímera y sublime!

¡Putrefactos cadáveres bailando en la oscuridad! ¡Danzando con la piel cayéndose a pedazos! ¡Bailando, bailando! ¡Cantando con sus bocas asquerosas! Y tropezando, cayendo, hundiéndose en el barro.

Oh, oh.

Podridos, podridos. Destrozados, para siempre perdidos. Todos ellos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos. Todos.

¿Y Dios? ¿Dónde está el Señor Misericordioso del que todos hablan? ¡¿Dónde esta!?