El Alma y La Danza Valéry Gaceta Fce

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Octubre 2008 Número 454 Desasosiego ISSN: 0185-3716 Paul Valéry Albert Caraco Michael Ende Jacques Lacarriere E. M. Cioran Stéphane Mallarmé Marcel Schwob J. M. Servín Fedor Dostoyevski Roberto Calasso Fernando Pessoa Giorgio Colli Leopoldo Lezama Adolfo Bioy Casares Antonin Artaud Lord Dunsany Poema Antonio Castilla Cerezo

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  • Octubre 2008 Nmero 454

    Desasosiego

    ISSN

    : 018

    5-37

    16

    Paul Valry

    Albert Caraco

    Michael Ende

    Jacques Lacarriere

    E. M. Cioran

    Stphane Mallarm

    Marcel Schwob

    J. M. Servn

    Fedor Dostoyevski

    Roberto Calasso

    Fernando Pessoa

    Giorgio Colli

    Leopoldo Lezama

    Adolfo Bioy Casares

    Antonin Artaud

    Lord Dunsany

    Poema

    Antonio Castilla Cerezo

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 1

    SumarioPoema para no dormir 3

    Antonio Castilla CerezoEl alma y la danza 4

    Paul ValryBreviario del caos 6

    Albert CaracoEl espejo en el espejo 7

    Michael EndeEl fuego oscuro 9

    Jacques LacarriereE gie del fracasado 11

    E. M. CioranEl fenmeno futuro 13

    Stphane MallarmLas palabras de Monelle 14

    Marcel SchwobLa bsqueda intil de Alfred Chester 17

    J. M. ServnApuntes del subsuelo 19

    Fedor DostoyevskiHieroglyphice loqui 21

    Roberto CalassoLibro del desasosiego 24

    Fernando PessoaPlenitud trgica 26

    Giorgio ColliDel insomnio 27

    Leopoldo LezamaLas vsperas de Fausto 28

    Adolfo Bioy CasaresLa raza de los hombres perdidos 30

    Antonin ArtaudLa venganza de los hombres 31

    Lord Dunsany

    Ilustraciones de portada e interiores de Roberto Rbora

    nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 1

  • Directora del fceConsuelo Sizar

    Director de La GacetaLuis Alberto Ayala Blanco

    EditorMoramay Herrera Kuri

    Consejo editorialSergio Gonzlez Rodrguez, Alberto Ruy Snchez, Nicols Alvarado, Pa-blo Boullosa, Miguel ngel Echega-ray, Mart Soler, Ricardo Nudelman, Juan Carlos Rodrguez, Citla li Ma-rroqun, Paola Morn, Miguel ngel Moncada Rueda, Geney Beltrn F-lix, Vctor Kuri.

    ImpresinImpresora y EncuadernadoraProgreso, sa de cv

    FormacinMiguel Venegas Geffroy

    Versin para internetDepartamento de Integracin Digital del fcewww.fondodeculturaeconomica.com/LaGaceta.asp

    La Gaceta del Fondo de Cultura Econ-mica es una publicacin mensual edi-tada por el Fondo de Cultura Econ-mica, con domicilio en Carretera Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal, Delegacin Tlalpan, Distrito Federal, Mxico. Editor res-ponsable: Moramay Herrera. Certi -cado de Licitud de Ttulo 8635 y de Licitud de Contenido 6080, expedi-dos por la Comisin Cali cadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas el 15 de junio de 1995. La Gaceta del Fondo de Cultura Econmica es un nom-bre registrado en el Instituto Nacio-nal del Derecho de Autor, con el n-mero 04-2001-112210102100, el 22 de noviembre de 2001. Registro Pos-tal, Publicacin Peridica: pp09-0206. Distribuida por el propio Fon-do de Cultura Econmica.ISSN: 0185-3716

    Correo [email protected]

    2 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    No hay cosa, sin duda, ms mrbida en s misma, no hay cosa ms adversa a la natu-raleza que ver las cosas como ellas son. Esta sentencia de Valry guiar todo el recorrido de este nmero de la Gaceta. El desasosiego provocado por la terrible desnudez de lo que se presenta a nuestras miradas, pero no slo a nuestras miradas, sino sobre todo a nuestro entendimiento, a nuestra razn, es algo que difcilmente asumimos, preferi-mos escondernos de tan terrible verdad detrs de nuestro inspido optimismo, pensan-do que las cosas, la llamada realidad siempre es perfectible, y que una ligera torsin de nuestra mirada, un imperceptible cambio de ngulo nos proteger del hasto que sobreviene inexorablemente con la claridad cuando los velos caen pesados ante nuestros pies, con la insobornable conciencia de que la vida es un asco sin reme-dio. Pero esto es algo que no debe escandalizarnos. Difcilmente contamos con la suerte de tener la certeza absoluta de arrastrarnos en el fango de la existencia. Siempre encontramos nuevas formas, nuevos velos que trans guran el duro rostro de nuestra insoportable realidad. Algunos creen en el progreso, otros en la humanidad, en el amor, en la belleza, en la verdad pensando que sta es lo contrario de lo que real-mente es, en la amistad, en la justicia, los ms despistados y slo por una cando-rosa ignorancia que est de moda en la democracia. Y as continan el plstico juego de sombras con el que Platn tanto se divirti. El verdadero antdoto contra el desasosiego sera un desasosiego hiperblico, llevado al extremo, donde los contornos de su acerbo rostro se desdibujen en una mueca, en un rictus que trascienda las som-bras y allende las sombras. Los gnsticos concibieron este sardnico rictus que des-pus de un tiempo se transforma en una franca y sonora carcajada; la carcajada que emerge una vez que el asco pierde su poder a fuerza de repetirse, de convertirse en lo que realmente es: una expresin de algo que est ms all de cualquier cosa. Es decir, donde las cosas ni siquiera son, y por lo tanto no importa ms cmo las veamos.

    A continuacin podrn constatar que los textos aqu reunidos comparten un cier-to pathos, estn vinculados por la magia analgica de un sentir que podra pensarse oscuro, pero que con un poco de atencin deja ver una luz cargada de humor, de un humor que desvela la verdadera faz de las cosas con el nico n de poder verlas en su devastadora desnudez, sin dejar de rer y disfrutar de su encanto. Slo el poder del humor logra esto, nicamente el humor consigue acercarse al lo del abismo y bailar sobre l.

    Aun en los nmeros ms serios de estos dos ltimos aos de la Gaceta, el humor ha tratado de ser el eje vector de su discurrir. Se ha tratado de ofrecer una especie de collage tanto de textos del fce como de otras editoriales y colaboraciones expresa-mente pensadas para cada nmero, donde el sentido est cifrado no tanto en la nove-dad o no de los textos, sino en la expresin del todo. Mucho de lo que hemos inten-tado hacer es rescatar, recuperar y difundir autores, editoriales y textos que, por la obviedad de su calidad, muchas veces son olvidados en esta carrera oligofrnica por estar a la moda. Por todo lo anterior, este nmero festeja estos dos aos con un toque de ldico desasosiego. G

    El Director de la Gaceta.

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 3

    Poema para no dormir*Antonio Castilla Cerezo

    Consumiste la noche sin saber que era nadaAplastando los dedos contra el muro de cuarzoEn el que algn triangulo de amorTe alejabaDe tus propios problemas malcriadosAmamantados con horas de visionesEstriles como una esquinaDonde los cuerpos van a descansar despus de una amenazaSabiendo que jams recobrarn el alma perdida

    Ahora tienes miedoY el miedo resbala por los murosSe superpone a tus ojosY los separa sin remedioEntre ellos nace un abismoDonde el mundo no existeNinguno de los objetos de este mundo existeMs que para ser aadido a ese abismo en que se pierden y confundenIncapaces de recibir la sepultura de un nombreIncapaces de morir por amor a su dueo G

    *Antonio Castilla Cerezo, Gracias por dudar, 1997.

  • 4 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    El alma y la danza*Paul Valry

    Erixmaco. Habla, oh maestro en el arte divino de arse de la naciente idea!... Autor siempre feliz de maravillosas conse-cuencias de un accidente dialctico!... Habla, tira del hilo do-rado Trenos de tus ausencias profundas alguna verdad vi-viente.

    Fedro. Est l acaso contigo Y l cmbiase insensible-mente en sabidura a medida que con tu voz le persigues en el laberinto de tu alma.

    Scrates. Pues bien, ante todo consultar pretendo a nuestro mdico.

    Erixmaco. Lo que t quieras, querido Scrates.Scrates. Dime pues, hijo de Acumeno, oh terapeuta Erix-

    maco, para quien amargusimas drogas y aromas tenebrosos celan tan pocas virtudes que sin empleo los tiene. T, pues, que poseyendo tan bien como el mejor los secretos todos del arte, as como los de la naturaleza, no con todo eso prescribes ni preconizas blsamos, ni cacharrotes, ni las almcigas misterio-sas; t, adems, que no fas en elxires y crees poco y mal en los ltros con denciales; oh curador sin electuarios, oh desdeoso de todo cuanto polvos, gotas, gomas, grumos, copos o gemas o cristales, pgase a la lengua, atraviesa las bvedas olfativas, toca los resortes del estornudo o de la nusea, mata o vivi ca; dime pues, querido amigo Erixmaco, el ms versado, entre to-dos los yatros1, en la materia mdica, dime con todo: Acaso conoces, entre tantas sustancias activas y e cientes, y entre esas preparaciones magistrales que tu ciencia contempla como armas vanas o detestables, en el arsenal de la farmacopea dime, pues, conoces algn remedio espec co, o algn cuerpo exactamente antdoto para ese mal entre todos los males, ese veneno de los venenos, esa ponzoa opuesta a toda la naturaleza

    Fedro. Qu ponzoa?Scrates. que se llama: el tedio de la vida? Me re ero,

    entindelo bien, no al tedio pasajero; no al tedio por fatiga, o aquel cuyo germen se distingue o cuyos hitos se conocen, sino el tedio perfecto, el puro, el que no reclama al infortunio o a la invalidez por origen, y que se aviene a la condicin que d ms gozo contemplar, el tedio, en n, sin ms sustancia que la vida misma ni ms causa segunda que la clarividencia del viviente. Este absoluto tedio no es en s ms que la vida enteramente desnuda, cuando claramente a s propia se mira.

    Erixmaco. Certsimo es que si nuestra alma se purga de toda falsedad, y se priva de toda fraudulenta adiccin a lo que

    es, ya esta consideracin fra, exacta, razonable y moderada de la vida humana en su real condicin, amenaza inmediatamente nuestra existencia.

    Fedro. La vida se ennegrece a su contacto con la verdad, como lo hace el hongo dudoso a su contacto con el aire, cuan-do se le aplasta.

    Scrates. Erixmaco, preguntbate yo si algn remedio para ese mal haba.

    Erixmaco. A qu curar mal tan racional? No hay cosa, sin duda, ms mrbida en s misma, no hay cosa ms adversa a la naturaleza que ver las cosas como ellas son. La claridad fra y per-fecta, veneno es que ser imposible combatir. Lo real, en el estado puro, detiene instantneamente el corazn Bastar una gota de esa linfa glacial para distender en el alma los resor-tes y la palpitacin del deseo, exterminar todas las esperanzas, exterminar cuantos dioses en nuestra sangre hubiera. Las Vir-tudes y los ms nobles colores, por ella palidecen y se devoran paulatinamente. A un puado de cenizas se reduce el pasado, a breve carmbano el porvenir. El alma se aparece a s misma como vaca forma mensurable. Dimos ya, pues, con las cosas en su verdadero ser, las cuales se juntan, se limitan y se enca-denan del modo ms vigoroso y mortal Oh Scrates, ni por un instante puede sufrir el Universo no ser sino lo que es! Ex-trao pensamiento: Qu lo que es Todo no pueda bastarse! Su espanto de ser lo que es, le ha movido a crearse y a pintarse mil mscaras; la existencia de los mortales no tiene otra razn. Por qu existen los mortales? Su negocio es conocer. Cono-cer? Y qu es conocer? Es, seguramente, no ser lo que se es. Y ah tenemos a los humanos delirando y pensando, introducien-do en la naturaleza el principio de los errores ilimitados, y esa mirada de maravillas!

    Los engaos, las apariencias, los juegos de la diptrica del espritu, profundizan y animan la lamentable masa del mundo En lo que es hace entrar la idea la levadura de lo que no es Mas, con todo, la verdad se declara a las veces, detonante en el sistema armonioso de las fantasmagoras y los errores Todo al punto amenaza perecer; y Scrates en persona viene a pedirme un remedio para ese caso desesperado de clarividencia y tedio!

    Scrates. Pues bien, Erixmaco, ya que no hay remedio, podrs siquiera decirme qu estado es el ms contrario a ese estado horrible de pura repugnancia, de lucidez homicida y de inexorable nitidez?

    *Paul Valry, El alma y la danza. El hombre y el caracol, traduccin de Jos Carner, ediciones me cay el veinte, Mxico, 2006. 1 Yatro es voz griega por mdico. (N. del T.)

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 5

    Erixmaco. Veo, en primer lugar, a todos los delirios no melanclicos.

    Scrates. Y despus?Erixmaco. La embriaguez y la categora de las ilusiones a

    los vapores espirituosos debidas.Scrates. S. Pero no hay embriagueces que no manen del

    vino?Erixmaco. Sin duda. El amor, el odio, la avidez embria-

    gan El sentimiento del poderoScrates. Todo eso con ere gusto y color a la vida. Pero la

    ocasin de odiar o de amar o de adquirir copia de bienes, est sujeta a todos los acasos de lo real No ves, Erixmaco, que entre todas las embriagueces, la ms noble, y la ms adversa al

    magno tedio, es la embriaguez debida a los actos? Nuestros actos, y singularmente los que nuestro cuerpo lanzan al movi-miento, pueden hacernos entrar en un estado raro y admira-ble Tal estado es el ms remoto de aqul, muy triste, en que dejamos al observador inmvil, lcido, que hace un momento imaginbamos.

    Fedro. Y si, por algn milagro, empezaba ste de sbito a apasionarse por la danza?... Si quisiera dejar de ser claro para convertirse en ligero; y si pues, en tentativas de diferir in nita-mente de s mismo, tuviese nimo de cambiar su libertad de juicio por la libertad de movimiento?

    Scrates. Ensearamos entonces de una sola vez lo que ahora cuidamos de dilucidar G

    Tro

  • 6 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    Breviario del caos*Albert Caraco

    Tendemos a la muerte como la echa al blanco, y no le fallamos jams, la muerte es nuestra nica certeza y siempre sabemos que vamos a morir, no importa cundo y no importa dnde, no importa la manera. La vida eterna es un sinsentido, la eternidad no es la vida, la muerte es el reposo al que aspiramos, vida y muerte estn ligadas, aquellos que demandan otra cosa piden lo imposible y no obtendrn ms que humo como su recompensa. Nosotros, quienes no nos contentamos con palabras, consenti-mos en desaparecer y aprobamos este consentir, no elegimos nacer y nos consideramos afortunados de no sobrevivir en nin-guna parte a esta vida, que nos fue impuesta ms que dada, vida llena de preocupaciones y de dolores, de alegras problemticas o malas. Que un hombre sea feliz, qu prueba esto? La felici-dad es un caso particular y nosotros observamos slo las leyes del gnero, razonamos a partir de ellas, sobre ellas meditamos y profundizamos, despreciamos a quienquiera que busca el mi-lagro y no estamos vidos de beatitudes, nuestra evidencia nos basta y nuestra superioridad no se encuentra en otra parte.

    ***

    Cuando los humanos sepan que no hay ms remedio que en la muerte, bendecirn a aquellos que los matan, para no tener que destruirse ellos mismos. Al ser todos nuestros problemas inso-lubles y con nuevos problemas agregndose sin cesar a aquellos que no alcanzamos ya a resolver, ser necesario que el furor de vivir, en el que nos consumimos, se agote y que el abatimiento suceda al optimismo criminal, que me parece la vergenza de estos tiempos. Pues la prosperidad de los pases ricos no durar eternamente en el seno de un mundo que se hunde en una miseria absoluta, y como es demasiado tarde para sacarlo de ah, no tendrn ms que la opcin de extermi-nar a los pobres o de ser pobres a su vez, ellos mismos no evi-tarn ya el caos y la muerte, si por ventura se deciden por la solucin ms brbara. As, por ms que se emprenda, no se llegar ms que al horror, y al no comunicarse con nosotros el espritu de las causas, seguiremos infaliblemente a caro en su cada o a Faetn en su abismo, yo no creo ya en el futuro de la ciencia y al no ser la mutacin del hombre ms que una doble quimera, nuestros descendientes debern recuperarse sobre el caos y sobre la muerte, en la que nosotros vamos a perdernos.

    ***Nosotros odiamos un mundo colmado de insectos, y aquellos que juran que stos son hombres mienten: la masa de perdicin no ha sido jams de hombres, sino de rechazados, y desde cundo un autmata espermtico debe ser mi prjimo? Si es necesario que ste sea mi prjimo, yo digo que mi prjimo no existe y que mi deber es el de no asemejrmele en nada. La caridad no es ms que un engao y los que me la ensean son mis adversarios, la caridad no salva un mundo repleto de insec-tos que no saben ms que devorarlo, manchndolo de su basu-ra: no es necesario ni prestarles asistencia ni poner impedimen-to a las enfermedades que los diezman, mientras ms mueran, ser mejor para nosotros, pues no tendremos necesidad de ex-terminarlos nosotros mismos. Entramos en un futuro brbaro y debemos armarnos de su barbarie, para estar a la medida de su desmesura y resistir a su incoherencia, no tenemos ms que la eleccin de mantener o de abdicar, debemos golpear hoy a aquellos que golpearn maana, tal es la regla del juego y esos que nos imploran nos castigaran pronto por haberlo olvida-do.

    ***

    Una vez que la gente sea persuadida de que sus hijos sern ms infelices que quienes los engendraron, y sus nietos an ms infelices, una vez que sean persuadidos de que no hay ms re-medio en el universo, de que la ciencia no har milagros y de que el Cielo est tan vaco como su bolsa, de que todos los religiosos son unos impostores y de que todos los gobernantes son estpidos, de que todas las religiones estn rebasadas y de que todas las polticas son impotentes, se abandonarn a la desesperanza y vegetarn en la incredulidad, pero morirn es-triles. Ahora bien, la esterilizacin parece ser la forma que la salvacin toma, y sin la desesperanza y sin la incredulidad los hombres no consentirn nunca en volverse estriles, las muje-res menos todava, es el optimismo quien nos mata y el opti-mismo es el pecado por excelencia. La negativa a con ar y la negativa a creer acarrean indefectiblemente la negativa a en-gendrar, es un nexo que se niega e incluso aquellos que quisie-ran despoblar el mundo, antes de que sea demasiado tarde, no osarn profesar esta relacin de conveniencia. He aqu por qu nadie acta sobre las causas ni deplora los efectos que stas implican como inevitables consecuencias. G

    *Albert Caraco, Breviario del caos, traduccin de Rodrigo Santos Rivera, Sexto Piso, Mxico, 2004.

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 7

    El espejo en el espejo*Michael Ende

    Pesado pao negro perdindose hacia los lados y hacia arriba en la oscuridad cuelga en pliegues verticales que movidos por una corriente de aire imperceptible ondean un poco de vez en cuando.

    Le haban dicho que se era el teln del escenario y que en cuanto empezase a alzarse, l debera iniciar inmediatamente su baile. Le haban inculcado que no se dejase confundir con nada, pues desde all arriba se tena a veces la impresin de que el patio de butacas no era ms que un oscuro abismo vaco, otras veces pareca que se contemplaba el ajetreo de un merca-do o una calle animada, un aula de colegio o un cementerio,

    pero que todo eso era una ilusin de los sentidos, en una pala-bra, que sin preocuparse lo ms mnimo por la sensacin que tuviese, por si alguien le miraba o no, empezase, al mismo tiempo que alzaba el teln, a bailar su solo.

    As estaba, pues, all, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano derecha colgando, la izquierda apoyada sueltamente en la cadera esperando el comienzo. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le obligaba, cambiaba esa postura, convir-tindose, por as decirlo, en su imagen inversa re ejada.

    Todava no quera alzarse el teln.La poca luz que vena de algn lugar en lo alto, se concen-

    *Michael Ende, El espejo en el espejo, traduccin de Anton y Geno-veva Dieterich, Alfaguara, Madrid, 1986.

    Espejo

  • 8 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    traba sobre l, pero apenas era lo bastante fuerte para que l pudiese ver sus propios pies. El crculo de claridad que le ro-deaba le permita distinguir vagamente el pesado pao negro que tena delante. se era el nico punto de referencia para la direccin que tena que seguir, pues el escenario se hallaba en absoluta oscuridad y era vasto como una llanura.

    Se pregunt si haba decorados y lo que podan representar. Para su baile no tenan mayor importancia, pero le hubiera gustado saber en qu entorno le iban a ver. Un saln festivo? Un paisaje? Sin duda, al alzarse el teln cambiara la ilumina-cin. Entonces tambin se aclarara esa cuestin. Estaba de pie esperando, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano iz-quierda colgando, la derecha apoyada descuidadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le obligaba, cambiaba de postura, convirtindose de nuevo en la imagen inversa de su imagen re ejada.

    No deba dejarse distraer, pues en cualquier momento poda alzarse el teln. Entonces tena que estar presente con cuerpo y alma. Su baile comenzaba con un poderoso golpe de timbal y un furioso torbellino de saltos. Si se retrasaba en la entrada todo estaba perdido, nunca recuperara el comps inicial. Men-talmente repas una vez ms todos los pasos, las piruetas, los entrechats, jetts y arabesques.

    Estaba satisfecho, tena todo presente. Estaba seguro de que estara bien. Ya oa crecer los aplausos como el dorado fragor del mar. Tambin repas una vez ms el saludo, pues era im-portante. Quien lo haca bien poda a veces prolongar conside-rablemente el aplauso. Mientras pensaba todo esto estaba de pie esperando, una pierna cruzada sobre la otra, la mano dere-cha colgando, la izquierda apoyada ligeramente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el cansancio le obligaba, cam-biaba de postura, transformndose de nuevo en la inversa ima-gen re ejada de su imagen re ejada.

    El teln segua sin alzarse y se pregunt cul podra ser la causa. Haban olvidado quizs que l ya estaba all en el esce-nario, listo para empezar? Le buscaban quizs en su camerino, en la cantina del teatro, o incluso en su casa, le buscaban an-gustiados y desesperados? Deba hacerse notar en la oscuridad del escenario, avisar o hacer una seal con la mano? O no le buscaban y haba sido aplazada la representacin por algn motivo? La habran suspendido al nal sin avisarle? Quizs se haban ido todos haca tiempo sin acordarse de que l estaba all esperando su actuacin. Cunto tiempo llevaba ya all?

    Quin le haba asignado adems ese lugar? Quin le haba dicho que se era el teln y que en cuanto se alzase deba ini-ciar su baile? Empez a calcular cuntas veces se haba conver-tido ya en su imagen re ejada y en el imagen re ejada de su imagen re ejada, pero inmediatamente se lo prohibi para no verse sorprendido por el sbito alzamiento del teln o quedar-se mirando impotente al pblico sin recordar su papel. No, tena que permanecer tranquilo y concentrando! Pero el teln no se mova.

    Poco a poco la feliz excitacin inicial fue dando paso a una profunda amargura. Tena la sensacin de que estaban abusan-do de l. Tena ganas de echar a correr del escenario para quejarse enrgicamente en alguna parte, para gritar a alguien a la cara su desilusin, su rabia, para armar un escndalo. Pero no saba muy bien a dnde tena que correr. Lo poco que vea del pao negro que tena delante era su nica orientacin. Si abandonaba aquel lugar, andara a ciegas en la oscuridad y perdera infaliblemente toda orientacin. Y era muy posible que precisamente en ese instante se alzase el teln y sonase el golpe de timbal del comienzo. Y entonces estara en un lugar totalmente incorrecto, con las manos extendidas como un cie-go, quizs incluso del espaldas al pblico. Imposible! La idea le hizo enrojecer de vergenza. No, no, tena que permanecer a toda costa donde estaba, quisiera o no, y esperar a que le diesen una seal, si es que se la daban. As que estaba all de pie, con una pierna cruzada sobre la otra, la mano izquierda colgando lacia, la derecha apoyada pesadamente en la cadera. De tiempo en tiempo, cuando el agotamiento le obligaba, cambiaba de postura, convirtindose por ensima vez en su imagen re ejada.

    En algn momento perdi la fe en que el teln se alzase alguna vez, pero al mismo tiempo supo que no poda abando-nar su sitio, ya que no poda descartarse la posibilidad de que a pesar de todo se alzase, contra todo pronstico. Haca tiempo que haba desistido de abrigar esperanzas o de irritarse. Slo poda seguir de pie donde estaba, sucediera lo que sucediera. Ya no le importaba su actuacin, que se convirtiese en un xito o un fracaso o que no tuviese lugar. Y como ya no le importaba nada su baile, olvid uno tras otro todos los pasos y saltos. De tanto esperar, olvid incluso por qu esperaba. Pero se qued de pie con una pierna cruzada sobre la otra, ante s el pesado pao negro que se perda hacia arriba y hacia los lados en la oscuridad. G

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 9

    El fuego oscuro*Jacques Lacarriere

    La injusticia rige al universo. Todo lo que se construye, todo lo que se marchita, lleva huella de una fragilidad inmunda, como si la materia fuese

    el fruto de un escndalo en el seno de la nada.E. M. Cioran

    Prcis de dcomposition

    Conocer nuestra realidad, saber bajo qu masa de oscuridad fantstica de los mares, de los crculos sucesivos, estamos con-denados a vivir; en qu antros submarinos vegetamos, atro a-dos y lisiados, como los proteos que viven en las aguas subte-rrneas, ciegos, desnudos y blancos, aunque tal vez sean albinos, ya que el blanco todava es un color; saber todo esto, es la primera etapa del pensamiento gnstico.

    Esa mirada incisiva que los gnsticos dirigieron al cielo, tambin la encaminaron hacia la tierra. La tierra de Egipto, quemada por el fuego solar, constituida por desiertos y monta-as ridas. Las orillas del Nilo, en donde los pantanos dominan la vida hormigueante de las hierbas; tal vez esto ha sido la cau-sa de sus imgenes de nuestro planeta, ya que esta tierra est repleta de contrastes violentos, de luchas implacables entre la deslumbrante luz de los das y la sombra glacial de las noches, como si los mismos elementos no pudiesen enfrentarse, desa- arse en los ciclos del tiempo.

    Recuerdo una excursin nocturna, a principios del otoo, en los alrededores de Alejandra. Las estrellas brillaban con una nitidez impresionante. La tierra preparaba un vaho erran-te, en el cual se mezclaba el olor ambarino de las cinagas. El cielo cristalino, tan puro que ninguna estrella dejaba centellear, y el cielo ardiente, en donde la vida pareca matar los e uvios, ofrecan dos aspectos de la realidad: el rigor mineral del in ni-to celestial y la turbulencia confusa en donde se estremeca, con el sudor de la tierra, aquel manto de olores y perfumes de la materia descompuesta.

    Aunque realmente no es el cielo, ni la tierra, los olores, ni incluso, ms all de las primeras ideas, la confusin de la histo-ria y el desorden de los sistemas, en la poca de los gnsticos, los que pueden explicar totalmente esa mirada inquisidora que dirigan al mundo. Parece que su visin del hombre y de la tierra provena de un sentimiento global de la materia, forma-do por repulsiones y encantos. No es que hayan sido incapaces de sentir la belleza del mundo o del cielo. Un joven gnstico alejandrino, muerto a los diecisiete aos, Epifanio, escribi sobre la tierra, el sol, la justicia y el amor, uno de los manuscri-tos ms profundos. Lo que les atormenta de esta materia, de su opacidad, compacidad, densidad, pesantez (y esta pesantez, esta materialidad, la descubran en el aire, en los estados ms sutiles, el movimiento del agua, el viento del desierto, el cen-

    telleo de las estrellas), es la intolerable sensacin de que esta materia inhibitoria es el resultado de un error, de una desvia-cin de las estructuras csmicas, que slo es la imitacin o la caricatura de la materia original del hipermundo. El peso, el embotamiento impartido a todo lo que vive y existe del aire a la piedra, del insecto al hombre es una coaccin inadmisi-ble, una insoportable maldicin. Sus consecuencias son mlti-ples, puesto que en la pesantez de la materia, en el peso de los seres vivos, se aade fatalmente el peso del espritu. Nuestro pensamiento tiene las mismas prohibiciones que nuestro cuer-po, afronta los mismos muros, se entorpece con las mismas contingencias. La mayora de los gnsticos tradujeron este embotamiento del espritu inherente a la materia que nos compone con una imagen simple y reveladora: el sueo. El sueo es a la conciencia, como el peso es al cuerpo. Un estado de muerte, de inercia, una petri cacin del psiquismo. Dormi-mos, nos pasamos la vida durmiendo. Slo aquellos que lo sa-ben, pueden romper los muros de la inercia mental, despertar el brillo que reside en nosotros, como si fuese una divisin en la noche corporal.

    Despertarse, estar despierto, vigilar, son los trminos que aparecen en los manuscritos gnsticos. Si Hermes era uno de los dioses favoritos de su panten, es que l es por excelencia el Despierto. Lo que Homero atribua como el poder de desper-tar, con su vara de oro, los ojos de los que duermen. Como en la mitologa antigua Hermes tambin era lo que llamaban un psicopompo, es decir, un acompaante de las almas en el reino de los muertos (en donde l las guiaba hasta el tribunal de los tres jueces infernales), pasaba como un guardin, hasta en el reino de las sombras, de los ojos abiertos de un ser vivo, que permanece despierto hasta la muerte. Qu importancia tienen los nombres, los atributos de los Iniciadores. Lo interesante es leer, ms all de los arti cios de la mitologa o de los sistemas tericos, la existencia y la bsqueda de una ascesis y un poder precisos. Vigilar, los ojos abiertos, rechazar el sueo, desper-tarse con la verdadera conciencia de s mismo.

    Si el sueo era para los gnsticos el estado ms nefasto de la vida, no era porque fuese una muerte aparente, sino porque provoca un regreso a lo inmvil, un abandono a la inercia del mundo. Endimin, aquel joven y bello pastor de la mitologa griega que Selene, la Luna, sorprendi una noche cuando es-taba durmiendo y se enamor a tal grado que le suplic a Zeus lo dejase dormir conservando su juventud, pero al precio de un sueo eterno este lirn precoz, este Embalsamado vivien-te, era para los gnsticos la imagen de nuestra condicin y la prueba de la perversin evidente de los dioses o de los falsos

    *Jacques Lacarriere, Los gnsticos, traduccin de Leopoldo Romn Cuevas, Premia, Mxico, 1990.

  • 10 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    dioses responsables del mundo. Obligar a un ser joven y bello a dormir eternamente, no es el colmo del sadismo que slo un dios puede concebir, ya que es ms inteligente que el hombre? A esto nos ha forzado el demiurgo, el innoble en que al prin-cipio de nuestro tiempo (pues con la pesantez el tiempo era para el gnstico un estado propio de la materia maldita), per-virti la historia del mundo. Dormir durante toda nuestra vida, sin saberlo, como Endimin, liberados de la muerte.

    En otras palabras, parece que nuestro mundo, el del fuego oscuro, es el dominio del mal. A esta palabra no hay que darle un sentido moral, sino biolgico. El mal es la existencia de la materia, como una creacin pardica, una ordenacin falsi ca-da de las semillas primitivas; es la existencia de este sueo del alma que nos conduce a tomar por verdadero lo que slo es el mundo ilusorio de los sueos. Son todas las bases ahora se dira, todas las estructuras de nuestro universo cotidiano. Exuda el mal por los poros y nuestra mente est ligada al mal, como nuestro fsico lo est al carbn de nuestros ncleos. En este nivel, una especie de vrtigo nos provoca un inventario en los horrores del mundo, en las rami caciones de este cncer tentacular. Nos baamos en el mal como en el seno de algn mar contaminado, ningn detergente del alma esto es lo que propone la gnosis es capaz de lavarnos. De ah viene el ca-rcter viciado de todas las empresas y las instituciones huma-nas. El tiempo, la historia, los poderes, los Estados, las religio-nes, las razas, naciones, todas las nociones, todos los sistemas que ha creado el hombre, estn mancillados con este defecto.

    Por ms que digan la mayora de los historiadores de la gnosis, creo que ciertos gnsticos llegaron a estas conclusio-nes desalentadoras menos por espritu del sistema, que por una observacin del mundo natural y del comportamiento humando. El mnimo acontecimiento los conduca a pensar que fuerzas malignas se desencadenaban sobre nuestras cabe-zas. As, el fenmeno ms simple, el ms ineluctable, como la nutricin, podra ser un ejemplo tpico para los gnsticos de este mecanismo mal co. Puesto que alimentarse, mantener la vida, aumenta el campo de la muerte. Es un crculo in nito, vertiginoso como el torbellino de las estrellas o el ciclo del tiempo.

    En este crculo sin n, el simple hecho de vivir, respirar, comer, dormir, soar, provoca la existencia y el crecimiento del mal. Es lo que los darwinianos llamarn ms tarde la lucha por la vida; la seleccin natural apareci, a los ojos de los gnsticos, como una prueba agrante del vicio fundamental del universo. Este vicio natural, en el que los hebreos y los cristianos vean la

    huella del pecado original y por lo tanto la responsabilidad del hombre, apareca en los gnsticos como un estatuto impuesto al hombre. Nadie provoc esta maldicin que nos azota. El verda-dero culpable es este demiurgo sdico-perverso que os imagi-nar, hasta en el ms mnimo detalle, este mundo tan cruel.

    Si el mundo es la obra de un dios de la bondad y la justicia no la de un demiurgo inexperto y perverso tendramos que atribuirle entonces los pensamientos ms bajos, los sueos ms vergonzosos, las represiones ms viles. Cmo pudo con-cebir un Dios supremo los increbles encadenamientos, meca-nismos, destrucciones, masacres, aniquilamientos, que consti-tuyen el ejercicio de la vida? Qu espritu retorcido pudo provocar en la hembra de la mantis religiosa, el deseo de ani-quilar al macho durante la reproduccin? Qu ser de sadismo inconmensurable pudo imaginar la picadura paralizante de la avispa am la, en la carne de las orugas, devoradas por el in-secto alado? Quin se atrevi a crear, con le n de trastornar los caminos de la cpula, el horroroso sexo la cloaca de las tortugas? Quin es el demiurgo paranoico que cre las bonas, esos gusanos marinos, en los que la hembra, cien veces ms pequea que el macho, vive en el esfago de su compaero, si se puede llamar a eso compaero? Quin determin, asegur todos los procesos aberrantes, los rodeos, las bifurcaciones de la vida? Esto lo he escrito con palabras contemporneas. Los gnsticos ignoraban, sin duda, las costumbres de las avispas, las mantis y las bonas. Pero el mundo natural de su poca les ofre-ca otros ejemplos, menos sutiles, aunque tambin probaban la afrenta universal. La propia existencia del sexo no poda ser ms que la invencin de un ser obsesionado; no es por casuali-dad que algunos psicoanalistas han encontrado en los gnsticos una actitud asombrosamente cercana a sus ideas de la creacin y la procreacin.

    Este inventario de rami caciones del mal, del cncer plane-tario que corroe hasta el cielo, impregna nuestras clulas, in-viste nuestros ms insigni cantes pensamientos, lo estudiare-mos con detalle en compaa de los gnsticos. Por el momento, parece que el crculo de fuego oscuro que reina en nuestra tierra es ante todo el domino del mal, un mal sutil, molecular, que cae de las estrellas como el roco de las noches, recupera y obstruye hasta nuestras formas de pensar.

    Cmo se sentira un gnstico en este mundo carcomido por el orn, separado de las luces por un verdadero cerrojo csmico? Acaso es un prisionero deportado a un planeta mal-dito, un exiliado, un extranjero perdido en el corazn de un mundo hostil? G

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 11

    E gie del fracasado*E. M. Cioran

    Todo acto le horroriza y se repite a s mismo: El movimiento, menuda tontera! No son tanto los acontecimientos lo que le irrita, sino la idea de tomar parte en ellos; slo se agita para apartarse de ellos. Sus sarcasmos han devastado la vida antes de que agotase su savia. Es un Eclesiasts de la encrucijada, que extrae de la universal insigni cancia una excusa para sus derro-tas. Deseoso de encontrarlo todo sin importancia, lo logra f-cilmente, pues toda la multitud de las evidencias est amplia-mente de su lado. En la batalla de los argumentos vence

    siempre, del mismo modo que es siempre vencido en la accin: tiene razn, lo rechaza todo y todo le rechaza. Ha compren-dido prematuramente lo que no se debe comprender para vivir y como su talento era demasiado lcido respecto a sus propias funciones, lo ha desperdiciado por miedo a que uyese en la bobera de una obra. Lleva la imagen de lo que hubiera podido ser como un estigma o una aureola, enrojece y se congratula de la excelencia de su esterilidad, por siempre extrao a las seduc-ciones ingenuas, nico liberto entre los ilotas del Tiempo.

    *E. M. Cioran, Breviario de podredumbre, traduccin de Fernando Savater, Taurus, Madrid, 1986.

    Joven pensante

  • 12 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    Extrae su libertad de la inmensidad de sus incumplimientos; es un dios in nito y lastimoso a quien ninguna creacin limita, a quien ninguna criatura adora, y a quien nadie disculpa. El des-precio que derram sobre los otros le es devuelto por stos. Slo expa los actos que no ha efectuado, cuyo nmero excede sin embargo el clculo de su orgullo dolorido. Pero nalmente, a guisa de consolacin, y al trmino de una vida sin ttulos, lleva su inutilidad como una corona.

    (Para qu?, adagio del Fracasado, de un simpatizante de la muerte Qu estimulante, cuando se comienza a sufrir un acoso! Pues la muerte, antes de que hagamos excesivo hincapi en ella, nos enriquece, y nuestras fuerzas se acrecientan a su contacto; despus, ejerce sobre nosotros su obra de destruc-cin. La evidencia de la inutilidad de todo esfuerzo, y esa sen-sacin de cadver erigindose ya en el presente y llenando el horizonte del tiempo, acaban por embotar nuestras ideas, nuestras esperanzas y nuestros msculos, de tal suerte que el aumento de impulso suscitado por la recentsima obsesin se convierte, una vez implantada irrevocablemente en el espritu, en un estancamiento de nuestra vitalidad. As esta obsesin nos incita a llegar a serlo todo y nada. Normalmente, debera po-nernos ante la nica eleccin posible: el convento o el cabaret. Pero cuando no podemos huir de ella ni por la eternidad ni por los placeres, cuando, hostigados en medio de la vida, estamos igualmente lejanos del cielo y de la vulgaridad, nos transforma en esa especie de hroes descompuestos que lo prometen todo y no cumplen nada: ociosos desrionndose en el Vaco; carro-as verticales, cuya nica actividad se reduce a pensar que de-jarn de ser)

    El autmata

    Respiro por prejuicio. Y contemplo el espasmo de las ideas, mientras que el Vaco se sonre a s mismo No ms sudor en el espacio, no ms vida; la menor vulgaridad la har reaparecer: basta un segundo de espera.

    Cuando uno se percibe existir, se experimenta la sensa-cin de un demente maravillado que sorprende su propia locura y se empecina en vano en darle un nombre: la cos-tumbre embota nuestro asombro de existir: somos, y ya no le damos ms vueltas, ocupamos nuestra plaza en el asilo de los existentes.

    Conformista, vivo, intento vivir, por imitacin, por respeto a las reglas del juego, por horror a la originalidad. Resignacin

    de autmata: poner cara de fervor y rerse secretamente; no plegarse a las convenciones ms que para repudiarlas a escon-didas; gurar en todos los registros, pero sin residencia en el tiempo; salvar la cara, cuando sera imperioso perderla

    El que lo desprecia todo debe adoptar un aire de dignidad perfecta, inducir a error a los otros e incluso a s mismo: cum-plir as ms fcilmente su tarea de falso viviente. Para qu mostrar nuestra ruina si podemos ngir la prosperidad? El in- erno no tiene modales: es la imagen exasperada de un hombre franco y grosero, es la tierra concebida sin ninguna supersti-cin de elegancia y civismo.

    Acepto la vida por cortesa: la perpetua rebelin es de tan mal gusto como lo sublime del suicidio. A los veinte aos se truena contra los cielos y la basura que cubren; despus se cansa uno. La facha trgica no corresponde ms que a una pubertad prolongada y ridcula; pero hacen falta mil pruebas para acceder al histrionismo del desapego.

    Quien, emancipado de todos los principios de uso, no dis-pusiera de ningn don de comediante, sera el arquetipo del infortunio, el ser idealmente desgraciado. Es intil construir tal modelo de franqueza: la vida no es tolerable ms que por el grado de misti cacin que ponemos en ella. Tal modelo sera la ruina sbita de la sociedad, pues la dulzura de vivir en comn reside en la imposibilidad de dar libre curso al in nito de nues-tros pensamientos ocultos. Gracias a que somos todos impos-tores, nos soportamos los unos a los otros. Quien no aceptase mentir vera a la tierra huir bajo sus pies: estamos biolgicamen-te constreidos a lo falso. No hay hroe moral que no sea o pueril, o ine caz o inautntico; pues la verdadera autenticidad es el emporcamiento en el fraude, en el decoro de la pblica adulacin y la difamacin secreta. Si nuestros semejantes pu-diesen constatar nuestras opiniones sobre ellos, el amor, la amistad, la devocin, seran por siempre tachados de los dic-cionarios; y si tuvisemos el valor de mirar cara a cara las dudas que concebimos tmidamente sobre nosotros mismos, ninguno de nosotros proferira un yo sin avergonzarse. La mascarada arrastra todo lo que vive, desde el troglodita hasta el escptico. Como slo el respeto de las apariencias nos separa de las carro-as, precisar el fondo de las cosas y de los seres es perecer; atengmonos a una nada ms agradable: nuestra constitucin no tolera ms que una cierta dosis de verdad

    Guardemos en lo ms profundo de nosotros una certeza superior a todas las otras: la vida no tiene sentido, no puede te-nerlo. Deberamos matarnos inmediatamente si una revelacin imprevista nos persuadiese de lo contrario. Si desapareciese el aire, an respiraramos; pero nos ahogaramos en cuanto se nos quitase el gozo de la inanidad G

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 13

    El fenmeno futuro*Stphane Mallarm

    Un cielo plido sobre el mundo que, decrpito, se extingue, a punto, acaso, est de partir con las nubes: los andrajos de pesa-da prpura de los ponientes se destien en un ro que se duer-me en el horizonte sumergido en fulgores y agua. Hastanse los rboles, y bajo su follaje albeado (por el polvo del tiempo antes que por el de los caminos) lzase la mansin de lona del Expo-sitor de la las Cosas Pasadas; muchos reverberos recogen el crepsculo y avivan las faces de una desventurada multitud, vencida por la enfermedad inmortal y el pecado de los siglos de hombres junto a sus ruines cmplices, preadas de los frutos miserables con que ha de perecer la tierra. En el silencio in-tranquilo de todas las miradas suplicantes, de lejos, al sol, que bajo el agua se hunde con la desesperanza de un grito, ved el sencillo pregn: Ninguna ensea os hace gracia del espect-culo interior, porque ya no hay pintor capaz de gurarlo en una sombra triste. Traigo, viva (y preservada a travs de los aos por la ciencia soberana), una mujer de otro tiempo. Suer-te de locura, original e ingenua, un xtasis de oro qu s yo!

    por ella nombrado su cabellera se pliega con la gracia de las estrofas alrededor de un rostro esclarecido por la desnudez sangrante de los labios. En lugar del vestido vano, tiene un cuerpo, y los ojos a piedras raras parecidos! No valen la mira-da que brota de su carne feliz; pechos erguidos como si llenos estuviesen de leche perpetua, con las puntas al cielo; piernas lisas que guardan la sal de la mar primera. Recordando a sus pobres mujeres, calvas, enfermizas y llenas de horror los mari-dos se empujan; ellas tambin, por curiosidad melanclica, quieren ver.

    Cuando todos hayan contemplado a la noble criatura, vestida de alguna poca ya maldita, unos, indiferentes porque no ha-brn tenido fuerza para comprender; lastimados otros, con las pupilas hmedas de lgrimas resignadas, se mirarn: en tanto que los poetas de entonces, sintiendo rein amarse sus ojos ex-tintos, se encaminar hacia su lmpara, borracho un instante el cerebro de una gloria confusa, obsesionados por el Ritmo y en el olvido de existir en una edad que sobrevive a la belleza. G

    *Stphane Mallarm, Antologa, traduccin de E. Diz-Canedo, Visor, Madrid, 2002.

  • 14 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    Las palabras de Monelle*Marcel Schwob

    Monelle me encontr en la llanura, por donde yo andaba errante, y me tom de la mano:

    No te sorprendas dijo, soy yo y no soy yo. Me volve-rs a encontrar y me perders.

    Una vez ms volver entre vosotros; pues pocos hombres me han visto y ninguno me ha comprendido.

    Y me olvidars y me recordars y me volvers a olvidar.Y aadi Monelle: Yo te hablar de las pequeas rameras, y

    t sabrs el comienzo.Cuando Bonaparte el asesino tenas dieciocho aos, hall

    bajo las puertas forjadas del Palais Royal a una pequea pros-tituta. Tena la tez plida y tiritaba de fro. Pero era necesario vivir, le dijo ella. Ni t ni yo sabemos el nombre de esa peque-a a quien Bonaparte llev, una noche de noviembre, a su cuarto del hotel de Cherburgo. Era de Nantes, en Bretaa. Estaba dbil y cansada, y su amante acababa de abandonarla. Era sencilla y buena; su voz sonaba muy dulcemente. Bonapar-te record todo esto. Y creo que, ms tarde, el recuerdo del sonido de su voz lo emocion hasta las lgrimas y la busc largo tiempo, durante las noches de invierno, sin volverla a encontrar nunca ms.

    Porque sabrs que las pequeas rameras slo salen una vez de la muchedumbre nocturna para cumplir una misin de bon-dad. La pobre Ana acudi en auxilio de Thomas de Quincey, el fumador de opio, que desfalleca en una ancha calle de Oxford bajo los grandes quinqus encendidos. Con los ojos hmedos le acerc a los labios un vaso de vino dulce, lo abraz y le prodig caricias. Luego volvi a sumergirse en la noche. Tal vez muri poco despus. Tosa dice de Quincey la ltima noche que la vi. Quiz erraba an por las calles; pero, a pesar de su apasionada bsqueda y de haber arrostrado las burlas de las gentes a las cuales interrogaba, Ana se perdi para siempre. Ms tarde, cuando pudo disfrutar de una vivienda abrigada, pens muchas veces, con lgrimas en los ojos, que la pobre Ana hubiera podido vivir all, junto a l. En cambio, se la imaginaba enferma, moribunda o desolada, en la negrura central de un burdel de Londres, habiendo llevado consigo todo el amor piadoso de su corazn.

    Has de saber que ellas lanzan un grito de compasin por vosotros y os acarician la mano con la suya descarnada. No os comprenden sino cuando sois desgraciados; lloran con voso-tros y os consuelan. La pequea Nelly sali de su infame casa

    para ir a ver al presidiario Dostoievsky y, agonizando de ebre, lo mir largamente con sus grandes y temblorosos ojos negros. La pequea Sonia (ella existi, como todas las dems) abraz al asesino de Rodin despus de confesarle ste su crimen. Est usted perdido!, le dijo con acento desesperado. Y levantndo-se sbitamente, se arroj a su cuello y lo abraz No, en este momento no hay sobre la tierra un hombre ms desdichado que t!, exclam en un impulso de piedad; y de pronto estall en sollozos.

    Como Ana y como aquella muchacha sin nombre que en-contr el joven y triste Bonaparte, la pequea Nelly se sumer-gi en la bruma. Dostoievsky no dijo qu fue de la pequea Sonia, plida y demacrada. Ni t ni yo sabemos si pudo ayudar a Raskolnikof hasta el trmino de su expiacin. No lo creo. Se apag suavemente en sus brazos, despus de haber sufrido y amado en exceso.

    Comprndelo: ninguna de ellas puede permanecer junto a vosotros. Se sentirn demasiado tristes y adems tienen ver-genza de quedarse. Una vez que vuestro llanto ha cesado, ellas no se atreven a miraros. Os ensean su leccin y luego se van.

    Vienen en medio del fro y de la lluvia para besar vuestra frente y enjugar vuestros ojos; despus, las espantosas tinieblas vuelven a tragarlas. Pues tal vez deben irse a otra parte.

    No las conocis sino cuando se compadecen de vosotros. No debis pensar en otra cosa. No debis pensar en lo que hayan podido hacer en las tinieblas. Nelly en esa horrible casa, Sonia ebria sobre el banco del Bulevar y Ana devolviendo el recipiente vaco en el comercio de vinos de una oscura calle-juela, eran quiz crueles y obscenas. Eran criaturas de carne. Pero cuando salan de un oscuro callejn para dar un beso de piedad bajo el farol encendido, de la ancha calle, en ese mo-mento se tornaban divinas.

    Hay que olvidar todo el resto.Callse Monelle y me lanz una mirada:He salido de la noche dijo y volver a la noche. Pues yo

    tambin soy una pequea ramera.Y Monelle dijo despus:Tengo piedad de ti, tengo piedad de ti, mi amado.Sin embargo, volver al seno de la noche; pues es necesario

    que me pierdas, antes de volverme a encontrar. Y si me en-cuentras, huir de ti nuevamente.

    Pues yo soy la que est sola.Y dijo luego Monelle:Porque estoy sola t me dars el nombre de Monelle. Pero

    no olvidars que tengo todos los otros nombres.Y yo soy sta y aqulla y la que no tiene nombre.

    *Marcel Schwob, El libro de Monelle, traduccin de Teba Brons-tein, Ediciones Coyoacn, Mxico, 2003.

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 15

    Y te conducir entre mis hermanas, que son yo misma, y semejantes a rameras sin inteligencia.

    Y t las vers atormentadas por el egosmo, la voluptuosi-dad, la crueldad, el orgullo, la paciencia y la piedad, sin haber-se encontrado todava a s mismas.

    Y las vers irse a lo lejos, para buscarse a s mismas.Y t mismo me encontrars y yo me encontrar a m misma;

    y me perders y yo me perder.Porque soy la que se pierde tan pronto como se la encuen-

    tra.Y aadi Monelle:Ese da, una mujercita tocar tu mano y huir. Porque todas

    las cosas son fugaces; pero Monelle es la ms fugaz.Y, antes de que me encuentres nuevamente, te instruir en

    esta llanura y t escribirs el libro de Monelle.Y Monelle me tendi una frula ahuecada en la que arda un

    lamento rosado.Toma esta antorcha dijo y prende fuego. Quema

    todo lo que hay sobre la tierra y en el cielo. Quiebra la frula y apgala cuando lo hayas quemado todo, pues nada debe transmitirse.

    A n de que seas el segundo nartecforo y destruyas me-diante el fuego, y el fuego descendido del cielo suba nueva-mente al cielo.

    Y Monelle dijo luego: te hablar de la destruccin.He aqu la palabra: Destruye, destruye. Destruye en ti mis-

    mo, destruye a tu alrededor. Haz lugar para tu alma y para las otras almas,

    Destruye todo bien y todo mal. Los escombros son simila-res.

    Destruye las antiguas moradas de los hombres y las antiguas moradas de las almas; las cosas muertas son espejos que defor-man.

    Destruye, pues toda creacin proviene de la destruccin.Para lograr la bondad superior hay que aniquilar la bondad

    inferior. Y as el nuevo bien parece saturado de mal.Para imaginar un nuevo arte hay que destrozar el arte viejo.

    Y as el nuevo arte parece una especie de iconoclasia.Pues toda construccin est hecha de ruinas y nada hay

    nuevo en este mundo sino las formas.Y agreg Monelle: Te hablar de la formacin.El mismo deseo de lo nuevo no es ms que la apetencia del

    alma que desea formarse.Y las almas desechan las formas antiguas, as como las ser-

    pientes sus viejas pieles.Y los pacientes coleccionistas de viejas pieles de serpiente

    entristecen a las serpientes jvenes porque tienen sobre ellas un poder mgico.

    Pues aquel que posee las viejas pieles de serpiente impide la transformacin de las serpientes jvenes.

    He aqu por qu las serpientes desnudan su cuerpo en el verde sendero de una espesura profunda; y una vez al ao, las jvenes se renen en crculo para quemar las viejas pieles.

    S, pues, semejante a las estaciones destructoras y forma-doras.

    Construye tu propia casa y qumala con tus manos.No arrojes escombros detrs de ti; que cada uno se sirva de

    sus propias ruinas.No construyas en la noche pasada. Deja que tus obras huyan

    a la deriva.

    Piensa en levantar construcciones nuevas a los menores impulsos de tu alma.

    Para todo deseo nuevo, crea dioses nuevos.Y sigui diciendo Monelle: Te hablar de los dioses.Deja que mueran los antiguos dioses; no te quedes sentado,

    junto a sus tumbas, semejante a una plaidera;Pues los antiguos dioses escapan de sus sepulcros;Y no protejas a los dioses jvenes rodendolos de ligadu-

    ras;Que todo dios vuele, tan pronto como se lo haya creado;Que toda creacin perezca, tan pronto como se la haya con-

    cebido;Que el antiguo dios ofrezca su creacin al joven dios, a n

    de que ste la reduzca a polvo;Que todo dios sea dios del momento.Y Monelle agreg: Te hablar de los momentos.Contempla todas las cosas bajo el aspecto del momento.Deja ir tu yo al capricho momentneo.Piensa en el momento. Todo pensamiento que dura es con-

    tradiccin.Ama el momento. Todo amor que dura es odio.S sincero con el momento. Toda sinceridad que dura es

    mentira.S justo con el momento. Toda justicia que dura es injusti-

    cia.Acta en funcin del momento. Toda accin que dura es un

    reino difunto.Siente la felicidad del momento. Toda felicidad que dura es

    desgracia.Ten respeto por los momentos y no establezcas relaciones

    entre las cosas.No prolongues el momento; podras fatigar la agona.Mira: todo momento es una cuna y un atad: que toda vida

    y toda muerte te parezcan extraas y nuevas.Y Monelle volvi a decir: Te hablar de la vida y de la muer-

    te.Los momentos son como bastones: mitad blancos y mitad

    negros.No ordenes tu vida por medio de dibujos hechos con las

    mitades blancas.Pues encontrars enseguida los dibujos hechos con las mi-

    tades negras.Que cada negrura est atravesada por la espera de la blan-

    cura venidera.No digas ahora vivo y maana morir. No dividas la reali-

    dad entre la vida y la muerte. Di: ahora vivo y muero.Agota en cada momento la totalidad positiva y negativa de

    las cosas.La rosa de otoo dura una estacin; cada maana se abre;

    todas las noches se cierra.S como las rosas: ofrece tus hojas para que las arranquen la

    voluptuosidad y la pisoteen los dolores.Que todo xtasis est en ti agonizante y que toda voluptuo-

    sidad desee morir.Que todo dolor sea en ti como el paso de un insecto que va

    a volar. No te cierres sobre el insecto roedor. No te enamores de esos crabos negros.

    Que toda alegra sea en ti como el paso de un insecto pron-to a volar. No te cierres sobre el insecto chupador. No te ena-mores de esas cetonas doradas.

  • 16 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    Que toda inteligencia brille y se extinga en ti con la breve-dad de un relmpago.

    Que tu felicidad se divida en fulguraciones. As, tu parte de alegra ser igual a la de los otros.

    Contempla el universo como un atomista.No resistas a la naturaleza. No apoyes sobre las cosas los

    pies de tu alma. Que tu alma no vuelva su rostro como lo hace el nio malo.

    Vive en paz con la roja luz de la maana y el resplandor gris del atardecer. S el alba mezclada al crepsculo.

    Mezcla la muerte con la vida y divdelas en momentos.No esperes la muerte: est en ti. S su camarada y apritala

    contra ti; ella es como t mismo.Muere de tu muerte; no envidies las muertes antiguas. Vara

    los gneros de muerte con los gneros de vida.Considera toda cosa incierta como viviente y toda cosa se-

    gura como muerta.Y dijo luego Monelle: Te hablar de las cosas muertas.Quema cuidadosamente a los muertos y expande sus cenizas

    a los cuatro vientos del cielo.Quema cuidadosamente las acciones pasadas y aplasta las

    cenizas; pues el fnix que renacera de ellas sera el mismo.No juegues con los muertos ni acaricies su rostro. No te ras

    ni llores sobre ellos; olvdalos.No confes en las cosas pasadas. No te ocupes de construir

    bellos atades para los momentos pasados: piensa en matar los momentos que vendrn.

    Desconfa de todos los cadveres.No abraces a los muertos; porque ellos ahogan a los vivos.Ten hacia las cosas muertas el respeto que se tiene a las co-

    sas destinadas a construir.No ensucies tus manos en los cauces gastados. Puri ca tus

    dedos en las aguas nuevas.Aspira tu propio soplo y no los hlitos muertos.No contemples las vidas pasadas ms que tu propia vida

    pasada. No colecciones sobre vacos.No lleves en ti el cementerio. Los muertos producen pesti-

    lencia.Y Monelle sigui diciendo: Te hablar de tus acciones.Que toda copa de arcilla transmitida se pulverice en tus

    manos. Quiebra toda copa en la que hayas bebido.Sopla la lmpara de vida que te tiende el trotamundos. Pues

    toda lmpara antigua desprende humo.No te legues nada a ti mismo: ni placer ni dolor.No seas esclavo de ropaje alguno; ni del alma ni del cuer-

    po.Nunca golpees con el mismo lado de la mano.No te contemples en la muerte; deja que tu imagen sea lle-

    vada por las aguas que corren.Huye de las ruinas y no corras entre ellas.Cuando dejes tus ropas por la noche, despjate de tu alma

    diurna; desndate en todos los momentos. Toda satisfaccin te parecer mortal. Fustgate de antemano.

    No digieras los das pasados. Ntrete de las cosas futuras.

    No con eses las cosas pasadas, pues estn muertas; con esa ante ti mismo las cosas futuras.

    No bajes a recoger las ores que crecen a lo largo del cami-no.

    Contntate con toda apariencia. Pero abandona la aparien-cia y no te des la vuelta.

    No te vuelvas jams: detrs de ti acuden jadeantes las llamas de Sodoma, y podras convertirte en estatua de lgrimas petri- cadas.

    No mires detrs de ti. No mires demasiado delante de ti. Si miras en tu interior, que todo sea blanco.

    No te asombres de nada por la comparacin del recuerdo; asmbrate de todo por la novedad de la ignorancia.

    Asmbrate de todas las cosas; pues todas las cosas son dife-rentes en la vida y semejantes en la muerte.

    Construye en las diferencias; destruye en las similitudes.No te dirijas a las permanencias; no estn ni sobre la tierra

    ni en el cielo.La razn era permanente; ahora t la destruirs y dejars

    cambiar tu sensibilidad.No temas contradecirte; no hay contradiccin en el mo-

    mento.No ames tu dolor, puesto que no ha de durar.Re exiona acerca de tus uas que crecen y de las pequeas

    escamas que se desprenden de tu piel.S olvidadizo de todas las cosas.Con un punzn acerado ocpate de matar pacientemente

    tus recuerdos, as como el antiguo emperador mataba las mos-cas.

    No hagas durar la dicha del recuerdo hasta el porvenir.No recuerdes ni preveas.No digas: Trabajo para adquirir; trabajo para olvidar. S

    olvidadizo de la adquisicin y del trabajo.Reblate contra todo trabajo; contra toda actividad que

    trascienda el momento, reblate.Que tu marcha no se dirija de un extremo a otro, pues no

    hay tal cosa; pero que cada uno de tus pasos sea una proyeccin recti cada.

    Borrars con el pie izquierdo la huella de tu pie derecho.La mano derecha debe ignorar lo que acaba de hacer la

    mano izquierda.No te conozcas a ti mismo.No te preocupes de tu libertad: olvdate de ti mismo.Y Monelle aadi: Te hablar de mis palabras.Las palabras son tales mientras se las pronuncia: las palabras

    conservadas estn muertas y engendran pestilencia.Escucha mis palabras habladas y no actes segn mis pala-

    bras escritas.Habiendo hablado as en la llanura, Monelle qued callada

    y triste; pues deba regresar al seno de la noche.Y me dijo desde lejos:Olvdame y te ser devuelta.Y al mirar a travs de la llanura, vi levantarse a las hermanas

    de Monelle. G

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 17

    La bsqueda intil de Alfred Chester*J. M. Servn

    El 29 de julio de 1971 un judo de 42 aos nacido en Brooklyn fue encontrado muerto en su departamento de Jerusaln, Israel. Las causas, conectadas a su angustia y a su adiccin a ccteles de calmantes y alcohol, tuvieron ms que ver con la enorme crisis de identidad que sufra su obra como narrador. Alfred Chester (1929), uno de los crticos literarios ms punzantes de la escena literaria neoyorquina y narrador elegante con destellos celinia-nos, morira en el olvido casi por completo y con la insatisfaccin de no haber completado la gran obra.

    Uno bien podra limpiarse los zapatos pateando a una vasta cantidad de reseistas y crticos literarios. Son raros los casos en que resultan brillantes y mordaces no slo para poner a los impos-tores en su lugar, sino tambin para ubicar a los consagrados en su justa dimensin, y ponerse a lado de cualquiera con una obra na-rrativa tan respetable como la de aquellos a quienes se pone en el ojo del huracn. Semejante atrevimiento se suele pagar con el os-tracismo y el olvido. Ser juez y parte en el Reino de las Letras re-sulta peligroso. Tanto las novelas Jaime is my hearts desire (1957) y

    *J. M. Servn, Periodismo charter, Nitro/Press, Mxico, 2002.

    Vieja

  • 18 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    The Exquisite corpse (1967) as como el libro de relatos Behold Go-liath (1964) fracasaron en obtener el reconocimiento del medio que hiciera de Chester gua obligada de la literatura de esos aos.

    Alfred Chester carg toda su vida el estigma del desarraigado. Jams perteneci a ningn grupo literario ni supo lo que era te-ner un lugar de residencia de nitivo. Su carrera literaria estuvo marcada por una fuerte dosis de contradicciones. De nio fue expulsado de las escuelas judas por blasfemo y perezoso y dura-mente castigado por su padre, quien lo consideraba imbcil. Como crtico fue solicitado por las ms in uyentes publicaciones de su tiempo, como narrador sufri del ninguneo de quienes opac con su lucidez corrosiva y renuente a seguir modas y cri-terios establecidos. En los aos cincuenta, mientras resida en Pars, Chester tom cargos como free lance y recibi del editor Maurice Girodias 500 dlares por una novela pornogr ca pu-blicada en Olympia Press, editorial perseguida y censurada den-tro y fuera de Francia por sacar a la venta obras de los entonces desprestigiados y polmicos Henry Miller (Trpico de Cncer), Nabokov (Lolita) y Ferry Southern- Mason Hoffenberg (Candy).

    Tras un breve regreso a Estados Unidos, Chester experi-ment la crisis de nitiva que lo llevara a expatriarse nueva-mente apenas unos aos despus de su regreso de Pars. En Marruecos pasara nueve de sus diez ltimos aos de vida. Un judo en un pas rabe? O mejor dicho, qu tiene de atractivo Marruecos para escritores expatriados?: Bowles, Burroughs y prcticamente toda su generacin fue en busca de dtiles, hashish y exorcismos cartesianos. Marruecos fue el edn que trajo a Chester algunos aos de respiro para dedicarse a escri-bir sin presiones antes de su xodo involuntario a Israel (le fue negada la renovacin de su visa como residente sin ninguna causa justi cada), donde, en sus propias palabras, se llev una de las peores decepciones de su vida, entre gente transa, co-rrupcin y hostigamiento. Su experiencia en la tierra prome-tida qued como testimonio pstumo en una extensa crnica que jams pudo publicar mientras vivi: Carta de un judo errante, en ella junto con otros ensayos reunidos pstuma-mente en Looking for Genet (Black Sparrow Press, 1922), Che-

    ster despotric contra la raza humana, sus mentiras, su fatuo enaltecimiento de la razn y el humanismo, contra esa cultura guerrera culpable de los ms atroces crmenes y falacias bende-cidas por el Cristianismo.

    Iconoclasta, Chester reneg hasta lo ltimo de sus races y re-chaz absolutamente sus valores, tradiciones y enseanzas, que consider cuando menos hipcritas y genocidas. La misantropa, nomadismo e inconclusa produccin literaria dan buena cuenta de alguien que decidi no cargar con el fardo de su cultura: Cuando uno mira a la carnicera del mundo cristiano los indios america-nos, los negros, los musulmanes, los cristianos mismos, los asiti-cos y los africanos, seis millones de judos son tan slo una gota en la cubeta sangrienta. Hitler no fue una casualidad en la mujeril historia de Europa. l personi c a la despiadada Europa en su ltimo jadeo. Y si no sabemos acerca de los crmenes humanistas, es nicamente porque stos ganaron la guerra

    Sin embargo, la escena literaria neoyorquina hara de l una referencia ineludible por un corto periodo comprendido entre 1962 y 1964, aos posteriores a su regreso de Pars, en los que volcara creatividad y erudicin al bajar del pedestal a narradores considerados intocables. Esta continua friccin con su trayecto-ria como autor lo llev al destierro, pues Chester consideraba que el ejercicio de la crtica lo daaba como novelista.

    Los editores exigan de l algo ms que simples reseas, que-ran exprimir su potencial provocador exhibiendo a las grandes guras de su de tiempo. Mientras residi en Tnger, Chester hizo inquietantes interpretaciones a la obra de Nabokov, Miller, Burroughs, Salinger y Genet, entre muchos otros. Y a excepcin del ltimo, por quien senta especial respeto, a todos les dijo dos o tres verdades recopiladas en Looking for Genet.

    Chester no se fue ileso de este mundo. En ms de una ocasin tuvo que soportar los ataques viscerales de parte de detractores y del status quo literario, quienes en no pocas ocasiones aludiran a su homosexualidad para cali carlo de histrico y menospreciar sus puntos de vista y su actitud.

    Irreverente, lcido y solitario. Alfred Chester, vctima de su propia agudeza. G

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 19

    Apuntes del subsuelo*Fedor Dostoyevski

    Soy un hombre enfermo Un hombre malo. No soy agrada-ble. Creo que padezco del hgado. De todos modos, nada en-tiendo de mi enfermedad y no s con certeza lo que me duele. No me cuido y jams me he cuidado, aunque siento respeto por la medicina y los mdicos. Adems, soy extremadamente supersticioso, cuando menos lo bastante para respetar la me-dicina. (Tengo su ciente cultura para no ser supersticioso, pero lo soy.) S, no quiero cuidarme por rabia. Esto, segura-mente, ustedes no lo puedan entender. Pero yo s lo entiendo.

    No sabra explicar, naturalmente, a quin fastidio en este caso con mi rabia. S muy bien que ni a los doctores podra per-judicar por no tratarme. S mejor que nadie que el nico perjudicado sera yo y nadie ms. Sin embargo, si no me cuido es por rabia. Que me duele el hgado, pues que duela, que duela todava ms!

    Hace ya mucho tiempo que vivo as, unos veinte aos, poco ms o menos. Ahora tengo cuarenta. Antes trabajaba, ahora no. Era un funcionario malhumorado. Trataba groseramente a los

    *Fedor Dostoyevski, Apuntes del subsuelo, traduccin de Lidia Kuper de Velazco, Bruguera, Barcelona, 1980.

  • 20 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    dems y senta placer al hacerlo. Como no me dejaba sobornar, deba recompensarme de este modo. (El chiste es malo, pero no pienso borrarlo. Lo escrib creyendo que sera muy inge-nioso, pero ahora me doy cuenta de que mi nico propsito era presumir ignominiosamente. No lo borro adrede.) Cuando algn solicitante se acercaba a mi mesa en busca de informes, lo reciba rechinando los dientes y experimentaba un gozo ine-fable si lo consegua. En su mayor parte eran hombres tmidos, solicitantes, en una palabra. Entre los petimetres haba sobre todo un o cial a quien odiaba. No quera resignarse en modo alguno y haca un ruido asqueroso con su sable. Luch contra l un ao y medio y todo por culpa de ese sable. Por n, pude con l. El sable dej de sonar. Por lo dems, todo esto ocurri en mi juventud. Pero, saben ustedes, seores, en qu consista el punto principal de mi maldad? Pues lo ms vil radicaba en el hecho de que yo, avergonzado de m mismo, me daba cuenta a cada instante, incluso en los momentos de mxima rabia, de que no slo no era malo, sino ni siquiera rabioso, nicamente pretenda asustar y con ello me contentaba. Cuando ms furio-so pareca, la ms leve atencin, hasta una simple taza de t azucarado, habra bastado para calmarme. Incluso me habra sentido enternecido, aunque despus hubiera rechinado de rabia los dientes al recordarlo y de vergenza no hubiera podi-do dormir durante varios meses. As era yo.

    Hace un momento, al decir que era un funcionario malhu-morado, menta. He mentido por rabia. En realidad haca el tonto tanto con los solicitantes como con el o cial; de hecho jams pude ser malo. A cada instante senta en m la presencia de numerosos elementos diametralmente opuestos. Senta cmo bullan en m esos contradictorios elementos. Saba que siempre, toda la vida, haban bullido en m ansiando que les diese salida, pero yo no los dejaba salir adrede. Me avergonza-ban dolorosamente, me producan convulsiones y acabaron por cansarme. Cmo me cansaron! No creern, seores, que me estoy arrepintiendo de algo ante ustedes, que les pido per-dn por algo?... Estoy seguro de que as lo creen Pero les aseguro que a m me da lo mismo lo que piensen

    No slo no he podido hacerme malo, sino que tampoco ninguna otra cosa: ni malo, ni bueno, ni canalla, ni honrado, ni hroe ni insecto. Ahora acabo misa das en un rincn, hacin-

    dome rabiar con el maligno consuelo, completamente intil, de que un hombre inteligente no puede en realidad convertir-se en nada; slo el tonto lo consigue. S, un hombre inteligen-te del siglo diecinueve debe y moralmente est obligado a ser, en lo fundamental, un individuo sin carcter. En cambio, un individuo dotado de carcter y activo es, en la mayor parte de los casos, un ser limitado. sta es mi cuadragenaria conviccin. Tengo ya cuarenta aos y cuarenta aos es ya toda la vida, es la ms profunda vejez. Vivir ms de cuarenta aos es indecente, vulgar e inmoral. Quin vive ms de cuarenta aos? Respon-dedme sincera y honradamente. Yo les dir quines son: los tontos y los ruines. Puedo decrselo sin rodeos a todos esos venerables ancianos, a todos los ancianos que peinan canas y se perfuman. Se lo dir al mundo entero. Tengo derecho a decir-lo porque yo mismo llegar a los sesenta. A los setenta! A los ochenta!... Esperen!, djenme que tome aliento

    Se engaan, seores, si creen que quiero hacerles rer. Tam-bin en esto andan equivocados. No soy, ni mucho menos, un hombre tan jovial y alegre como les parece o como tal vez pueda parecerles. Por lo dems, si, irritados por esta charla, (y ya me doy cuenta de que lo estn), se les ocurre preguntar quin soy yo en realidad, les responder que soy un asesor colegiado. Serv en la administracin para poder comer (por ello nicamente), y cuando el ao pasado un pariente lejano me dej de herencia seis mil rublos, ped la excedencia en el acto y me instal en mi rincn. Antes tambin viva en este rincn, pero ahora estoy instalado en l. Mi cuarto, malo, de-testable, se halla en las afueras de la ciudad. Mi criada es una mujeruca aldeana, vieja, perversa por estupidez, y siempre hue-le mal por aadidura. Me dicen que el clima de Petersburgo empieza a ser nocivo para m y que, teniendo en cuenta la in-signi cancia de mis recursos, me resulta sumamente caro vivir en esta ciudad. Todo esto lo s mejor que mis sabios y expertos consejeros. Pero me quedo en Petersburgo. No saldr de Pe-tersburgo! Y no saldr por Eh!, pero si da exactamente lo mismo que me quede o que me vaya.

    Por lo dems, de qu puede hablar con el mximo placer una persona decente?

    Respuesta: de s misma.As, pues, hablar de m mismo.G

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 21

    Hieroglyphice loqui* Roberto Calasso

    Porque en realidad hablar con jerogl cos no es ms que revelar la naturaleza de las cosas humanas y divinas.

    Piero Valeriano, Hieroglyphica, Basilea, 1575.

    Hablar por medio de jerogl cos: parece sta una ambicin bastante comn en el siglo xvii. A cada nivel, en formas diferen-tes y con diversas referencias, nos remontamos a Egipto y a su lenguaje. Es la edad en la cual la literatura de los emblemas y de las hazaas tiene su ltimo orecimiento:1 los emblemas ms frvolos y los ms devotos son llamados jerogl cos (en Espaa, inclusive, emblema se dice jeroglifo); as tambin son de nidas las enigmticas gestas de los nobles, de los doctos y de los reyes; en la poesa encontramos frecuentes metforas sobre los jero-gl cos; los cient cos leen los jerogl cos de la naturaleza y los libros de alquimia hablan mediante jerogl cos;2 al margen de diagramas hermticos y ocultos encontramos los Hieroglyphica; la gran summa de la poca, el Oedipus Aegyptiacus3 de Athanasius Kircher, ofrece un desciframiento y una teora de la lengua egipcia; se multiplican los comentarios sobre las antigedades egipcias, verdaderas o supuestas, como es la Mensa Isiaca.4 Se trata del extremo difundirse y extenuarse de un renacimiento je-rogl co iniciado dos siglos antes;5 movimiento vasto y comple-jo, que es difcil representar con unidad.

    Descubrimos en l insospechadas rami caciones, tenden-cias divergentes, analogas improbables. Y todo gravita alrede-dor de algunos axiomas constantes, sujetos a varias interpreta-ciones en diferentes niveles. Pero la historia de aquellos axiomas inicia mucho antes del humanstico renacimiento jero-gl co. Los primeros textos a los cuales es preciso referirnos pertenecen a la antigedad clsica.6

    Ustedes los griegos son siempre unos nios; un griego no es nunca viejo, dice el sacerdote egipcio a Soln en el Timeo.7 Estos griegos nios, jvenes en el alma, que no tienen una antigua tradicin, ni doctrinas encanecidas, que no guardan memoria de las cclicas catstrofes csmicas,8 nos dejaron tes-timonios en muchos textos de su respeto y admiracin por los brbaros egipcios. Esos textos ponen en evidencia al mismo tiempo la fama de la antigua sabidura egipcia y el carcter fa-buloso y extrao de esa civilizacin, segn una imagen que ya se encuentra integralmente en Herodoto y ser con rmada, entre otros, por Plutarco y Didoro Sculo. Los egipcios son extraordinariamente religiosos, bastante ms que todos los otros hombres,9 en muchas cosas tienen costumbres y leyes contrarias a las de los dems seres humanos y Egipto posee muchas cosas maravillosas y superiores por encima de cual-quier relato, en comparacin con todos los otros pases.10 Tal vez la imagen de la perfecta reverencia antigua sean esos graf ti

    *Adelanto de Los jerogl cos de Sir Thomas Browne de Roberto Calasso, que publicar prximamente Sexto Piso/ fce. La traduccin del italiano fue hecha por Valerio Negri, mientras que la traduccin de las notas en latn, ingls y francs estuvo a cargo de Juan Carlos Rodrguez.

    1 Para una bibliografa de la literatura de los emblemas, vid. Mario Praz, Studies in Seventeenth-Century Imagery, vol. ii, A Bibliography of Emblem Books, Londres, 1947.

    2 Michael Majer, Arcana arcanissima, hoc est hieroglyphica aegyptio graeca, Oppenheim, 1614; vid. tambin los emblemas alqumicos de la Atalanta fugiens, Oppenheim, 1618.

    3 Athanasius Kircher, Oedipus Aegyptiacus, vol. i-iv, Romae [Roma], 1654.

    4 Fue llamada Mensa Isiaca o Tabula Bembina una mesa egipcia grabada, que se consideraba una pieza de la ms remota antigedad. Segn las ms recientes dataciones, debera remontarse al siglo i d.C. Sobre la historia de la Mensa Isiaca, vid. E. Scamuzzi, La Mensa Isiaca, Roma, 1939; N. Pevsner y S. Lang, The Egyptian Revival , en Architectural Review , vol. 119, nm. 712, 1956. Goropius Becanus reprodujo y coment la Mensa Isiaca en sus Hieroglyphica (1580); para otras interpretaciones, vid. Herwart von Hohenburg, Thesaurus hiero-glyphicorum; Pignorius, Vetustissimae tabulae Aeneae Sacris Aegyptiorum simulachris caelatae accurata explicatio, Venecia, 1605.

    5 El texto que dio inicio a los estudios modernos sobre los jerogl -cos en Occidente es el artculo de Karl Giehlow, Hieroglyphenkun-de des Humanismus in der Allegorie der Renaissance, en Jahr-buch der Kunsthistorischen Sammlungen des allerhchsten Kaiserhauses,

    vol. xxxii, fascculo i, Viena, 1915. Sobre los jerogl cos y los emblemas, vid. Ludwig Volkmann, Bilderschriften der Renaissance, Leipzig, 1923; Mario Praz, Studi sul concettismo, Florencia, 1946. Sobre los jerogl cos y la mnemotecnia, vid. Ludwig Volkmann, Ars Memorativa, en Jahr-buch der Kunsthistorischen Sammlungen, nueva serie, vol. iii, 1929; Johann Christoph Freyherr von Aretin, Systematische Anleitung zur Theorie und Praxis der Mnemonik, Sulzbach, 1810. Sobre la historia de los jerogl cos en Occidente, vid. Erik Iversen, The Myth of Egypt and its Hieroglyphs, Copenhagen, 1961 y The Hieroglyphic Studies of the Renaissance, en Burlington Magazine, enero de 1958; Ragna Enking, Der Apis-Altar Johann Melchior Dinglingers, Glckstadt, 1939. Sobre el renacimiento hermtico y jerogl co, vid. Frances Yates, op. cit. Sobre el desciframien-to de los jerogl cos, vid. Madeleine V. David, Le Dbat sur les critures et lhiroglyphe aux XVII et XVIII sicles, Pars, 1965.

    6 Muchos textos de la antigedad clsica sobre Egipto y los jerogl- cos fueron recopilados por Hopfner en las Fontes Historiae Religionis Aegyptiacae, Bonn, 1924.

    7 Platn, Timeo, 22b.8 Ibid., 22b-23c.9 Herodoto, Historias, ii, 35.10 Loc. cit.

  • 22 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    grabados por annimos viajeros griegos en la piedra de monu-mentos egipcios: Vine y me maravill.11

    Pero la suprema maravilla de Egipto es el lenguaje. Un len-guaje sagrado, por imgenes, que implica en su constitucin una cosmologa, una ciencia de la naturaleza y de la divinidad. Segn diversos mitos es tambin el lenguaje ms antiguo y Platn re ere en el Fedro la leyenda del dios egipcio Theuth, inventor de las artes y de la escritura.12

    Las fuentes clsicas relativas a la lengua egipcia presentan una curiosa concordancia: en trminos diversos, se a rma que la escritura jerogl ca es simblica y sagrada; que en ella est encerrada una doctrina religiosa secreta; que los jerogl cos representan directamente cosas, seres o principios; que, por lo tanto, ellos signi can su forma y no tienen valor fontico.13 Lo anterior ser un elemento fundamental en las diversas inter-pretaciones de los jerogl cos hasta Champollion. As escribe Diodoro Sculo: Sus palabras no se expresan mediante la con-formacin de slabas ni mediante letras sino mediante la forma de imgenes cuyo signi cado se ha transmitido usando la me-moria de los hombres.14 En un pasaje de las Metamorfosis de Apuleyo, los jerogl cos son presentados como lenguaje secre-to. Se trata de la escena en la cual Lucio es iniciado en los misterios de Isis: Y posando su mano derecha en mi espalda el viejo, muy amable, me condujo directamente hasta las puertas del gran templo, las abri con un rito solemne, llev a cabo el sacri cio matutino y extrajo de un lugar secreto del santuario ciertos libros escritos con caracteres desconocidos: en parte eran guras de animales de todo tipo que sugeran palabras que abreviaban algn concepto de la expresin y en parte caracte-res nudosos y sinuosos como ruedas, intrincadamente rebusca-dos de manera que se vedaba la lectura a la curiosidad de los profanos.15

    La interpretacin simblica de los jerogl cos es a rmada varias veces tambin en el De Iside et Osiride de Plutarco, donde se hace alusin adems a la relacin entre los grandes lsofos griegos y los sacerdotes egipcios: Pitgoras, segn parece, fue muy admirado y a su vez admir mucho a los sacerdotes egip-cios, y copiando su doctrina oculta y misteriosa, inscribi sus principios en enigmas; de hecho, muy cercanos a los llamados jerogl cos estn muchos de los preceptos pitagricos.16

    Pero la pgina ms reveladora sobre los jerogl cos y al mismo tiempo la que tendr mayor in uencia en las especula-ciones sucesivas se encuentra en Plotino.17 En ella encontra-mos los fundamentos del renacimiento jerogl co en el perio-

    do humanstico. Plotino se re ere al lenguaje de los sabios egipcios en el curso de una demostracin sobre la naturaleza de la sophia. Todas las cosas que nacen, tanto las obras del arte como las obras de la naturaleza, son producidas por una sophia y es siempre una sophia la que rige su produccin. Sophia que no est hecha de teoremas, sino que es total y una, no por estar compuesta de diversos trminos reconduce a la unidad; sino ms bien, partiendo de aquella unidad, se disuelve en la multi-plicidad.18

    Gracias a esta sophia podemos contemplar la belleza inteli-gible en la naturaleza y en el arte. Las cosas naturales, de hecho, son imgenes de otras cosas. Son imgenes de reali-dades invisibles, anteriores y superiores, que pertenecen al mundo inteligible. La sophia es justamente la potencia de la manifestacin: y ya que la totalidad de los seres existe en pri-mer lugar en otro lado (en el mundo inteligible),19 la sophia nos ofrece una copia de eso. Y esta copia no puede ser ms que una imagen, porque no hay que creer que all los dioses y los beatos contemplan proposiciones; all no hay una frmula ex-presa que no sea una bella imagen, como nos representamos las que se encuentran en el alma del sabio, y no unos dibujos de imgenes sino imgenes reales. Por lo tanto, los antiguos de-can que las ideas son seres y sustancias.20 En este punto Plotino hace referencia a los jerogl cos: Es esto lo que en-tendieron, segn me parece, los sabios de Egipto, ya sea por ciencia exacta o por doctrina natural: para designar las cosas a travs de la sophia no se sirven de letras dibujadas, que se desa-rrollan en discursos y proposiciones y representan sonidos y palabras; dibujan en cambio unas imgenes, cada una de una cosa diferente; las graban en los templos para designar todos los caracteres de aquella cosa; cada signo grabado es por lo tanto una ciencia, una sophia, una cosa real, captada inmediata-mente, y no (una cadena de pensamientos) como un razona-miento o una deliberacin.21

    Por lo tanto, la discursividad de los lenguajes comunes no es una caracterstica propia de los jerogl cos; como las imgenes de la naturaleza, ellos participan, en cambio, de la sophia que permite acceder por conocimiento inmediato al mundo inteli-gible. Son as de algn modo el lenguaje platnico por excelen-cia, y como tal sern interpretados en el Renacimiento.22

    Lo que importa, entre otras cosas, en el pasaje de Plotino, es la alusin a la superioridad de los jerogl cos sobre el len-guaje discursivo.

    Ellos representaran el correspondiente ms aproximado, en nuestro mundo, al conocimiento divino. As como los dioses desdean las proposiciones y contemplan imgenes, as los je-rogl cos se ofrecen inmediatamente a la contemplacin, omi-tiendo la mediacin del lenguaje articulado.

    Por eso ningn autor clsico mencion el hecho, elemental y fundamental, de que los jerogl cos deben ser ledos como cualquier lenguaje alfabtico, donde a cada letra corresponde un sonido (incluso si la lengua egipcia incluye algunas posibi-

    11 Frankfort, Kingship and the Gods, Chicago, 1948, p. ix.12 Platn, Fedro, 274c-275b. Sobre los orgenes egipcios del mito,

    vid. Marstaing, Les critures gyptiennes et lantiquit classique, Pars, 1913.

    13 Sobre la lengua del antiguo Egipto y las representaciones que de ella hacen las fuentes clsicas, vid. Erik Iversen, op. cit., primero y segundo captulos.

    14 Didoro Sculo, Biblioteca, iii, 4, 1-3. La traduccin citada es la de Poggio Bracciolini, que tanta importancia tuvo en el Renacimien-to. Vid. tambin Tcito, Anales, xi, 14.

    15 Apuleyo, Metamorfosis o El asno de oro, xi, 22.16 Plutarco, Isis y Osiris, 354 e-f. Una interpretacin simblica

    parecida se encuentra en Clemente de Alejandra, Miscelneas, v, iv, 20-21.

    17 Plotino, Enadas, v, 8, Sobre la belleza inteligible.

    18 Ibid., 8. 5.19 Ibid., 8. 7.20 Ibid., 8. 5.21 Ibid., 8. 6.22 Se ver ms adelante cmo la interpretacin de Ficino relativa a

    los jerogl cos estuvo determinada por estos pasajes de Plotino.

  • nmero 454, octubre 2008 la Gaceta 23

    lidades del todo particulares, como por ejemplo la escritura criptogr ca).23 Ahora, este curioso y comn silencio no pue-de ser explicado con argumentos apresurados, como sera la suposicin de un equvoco continuo y generalizado, debido al efectivo desconocimiento del lenguaje. Demasiado complejo y enigmtico es el conjunto de esos hechos, para que se pueda dejarlo de lado tan fcilmente.24

    Pero cualquiera que sea la explicacin histrica de este elu-sivo problema, lo cierto es que el mosaico de las fuentes clsi-cas sobre los jerogl cos nos muestra la imagen acabada de un lenguaje simblico. Dicha imagen ha tenido una importancia enorme en la cultura europea. Sabemos que no corresponde propiamente a la lengua egipcia; pero se puede estudiarla en s, como forma de un lenguaje hipottico, es decir como mito de un lenguaje.

    La tenacidad con la que los autores clsicos se aferraban a sus interpretaciones errneas y, por as decirlo, desdeaban deliberadamente cualquier evidencia que entrara en con icto con sus ideas alegricas preconcebidas es verdaderamente asombrosa.25 Con base en estas palabras del egiptlogo Iver-sen, se podra casi suponer que Egipto y los jerogl cos les

    sirvieron a los griegos como pantalla para elaborar un cticio y maravilloso mecanismo de teora lingstica. En todo caso, en las fuentes clsicas se encuentra en estado embrionario aquel mito de los jerogl cos que las edades sucesivas seguirn desarrollando.

    Segn una de las de niciones menos inadecuadas, el mito o fabulacin fundadora de realidades es una construc-cin formal que media entre opuestos fundamentales e irre-ductibles.26 Se tratar, por lo tanto, de considerar si esa imagen del lenguaje jerogl co que perdura hasta el descifra-miento de Champollion, no tiene un signi cado mitolgico adicional al ms obvio aspecto de repeticin que parte de un malentendido inicial. Y si el mito es un metalenguaje, ser en este caso el metalenguaje de esa errnea descripcin. Nues-tra hiptesis es que aquella interpretacin platnica de los jerogl cos funge en Occidente como mito mediador entre las oposiciones implcitas en la escritura alfabtica. Y si, como muchos opinan, Occidente es la civilizacin de la es-critura,27 no sorprende que nuestra cultura haya sido y se encuentre todava particularmente sensible a cuestiones al-fabticas. G

    23 Vid. Pierre Lacau, Sur le systme hiroglyphique, El Cairo 1954; tienne Drioton, La Cryptographie giptienne, Nancy, 1934.

    24 Vid. Erik Iversen, op. cit., pp. 41-49.

    25 Ibid., p. 49.26 C. Lvi-Strauss, LAnalyse Morphologique de contes russes,

    en International Journal of Slavic Linguistics and Poetics, iii, 1960, pp. 147-149.

    27 Vid. Marshall McLuhan, The Gutenberg Galaxy, Londres, 1962.

    Familia obscura

  • 24 la Gaceta nmero 454, octubre 2008

    Libro del desasosiego*Fernando Pessoa

    232

    Diario lcido

    Mi vida, tragedia fracasada bajo el pateo de los dioses1 y de la que slo se ha representado el primer acto.

    Amigos, ninguno. Slo unos conocidos que creen que sim-patizan conmigo y que tal vez sentiran pena si un tren me pasase por encima y el entierro fuese un da de lluvia.

    El premio natural de mi distanciamiento de la vida ha sido la incapacidad, que he creado en los dems, de sentir conmi-go. En torno a m hay una aureola de frialdad, un halo de hielo que repele a los dems. Todava no he conseguido no sufrir con mi soledad. Tan difcil es conseguir esa distincin de espritu que permite al aislamiento ser un reposo sin an-gustia.

    Nunca he concedido crdito a la amistad que me han mos-trado, como no lo habra concedido al amor, si me lo hubiesen mostrado, lo que, adems, sera imposible. Aunque nunca haya tenido ilusiones respecto a quienes se decan mis amigos, he conseguido siempre sufrir desilusiones con ellos: tan complejo y sutil es mi destino de sufrir.

    Nunca he dudado de que todos me traicionasen; y me he asombrado siempre que me han traicionado. Cuando llegaba lo que yo esperaba, era siempre inesperado para m.

    Como nunca he descubierto en m cualidades que atrajesen a nadie, nunca he podido creer que alguien se sintiese atrado por m. La opinin sera de una modestia estulta, si hechos sobre hechos esos inesperados hechos que yo esperaba no viniesen a con rmarla siempre.

    No puedo concebir que me estimen por compasin, por-que, aunque sea fsicamente desmaado e inaceptable, no ten-go ese grado de encogimiento orgnico con que entrar en la rbita de la compasin ajena, ni tampoco esa simpata que la atrae cuando no es patentemente merecida; y para lo que en m merece piedad, no puede haberla, porque nunca hay piedad para los lisiados del espritu. De modo que he cado en este centro de gravedad del desdn ajeno en el que no me inclino hacia la simpata de nadie.

    Toda mi vida ha sido querer adaptarme a esto sin sentir en exceso su crudeza y su abyeccin.

    Es necesario cierto coraje intelectual para que un individuo reconozca valerosamente que no pasa de ser un harapo huma-no, aborto superviviente, loco todava fuera de las fronteras de la internabilidad; pero es preciso todava ms valor de espritu para, reconociendo esto, crear una adaptacin perfecta a su destino, aceptar sin rebelda, sin resignacin, sin gesto alguno, o esbozo de gesto, la maldicin orgnica que me ha impuesto la Naturaleza. Querer que no sufra con esto es querer dema-siado, porque no cabe en el ser humano el aceptar el mal, vindolo bien, y llamarle bien; y, aceptndolo como mal, no es posible no sufrir con l.

    Concebir desde fuera ha sido mi desgracia: la desgracia para mi felicidad. Me he visto como me ven los dems, y he pasado a despreciarme, no tanto porque reconociese en m un orden tal de cualidades que mereciese desprecio por ellas, sino por-que he pasado a verme como me ven los dems y he sentido