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El Buscónde Vierge

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Primera edición en REINO DE CORDELIA, junio de 2019

Edita: Reino de Cordeliawww.reinodecordelia.esN P @reinodecordelia M facebook.com/reinodecordelia

Derechos exclusivos de esta edición en lengua española© Reino de Cordelia, S.L.Avda. Alberto Alcocer, 46 - 3º B28016 Madrid

© Versión modernizada, edición y notas de Arturo Echavarren, 2019Ilustraciones de Daniel Urrabieta Vierge, 1892

Esta obra ha recibido una ayuda a la edicióndel Ministerio de Cultura y Deporte

IBIC: FYBISBN: 978-84-16968-77-0Depósito legal: M-18973-2019

Diseño y maquetación: Jesús EgidoCorrección de pruebas: María Robledano

Imprime: Técnica Digital PressImpreso en la Unión EuropeaPrinted in E. U.Encuadernación: Felipe Méndez

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO(Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

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El Buscónde Vierge

Francisco de QuevedoIlustraciones de Daniel Urrabieta Vierge

Puesto en castellano moderno íntegra y fielmente, con introducción y notas, por Arturo Echavarren

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Prólogo / Las dos manos de ViergeIntroducción / Un Buscón modernizado

HISTORIA DE LA VIDA DEL BUSCÓN, LLAMADO DON PABLOS, EJEMPLO DE

VAGABUNDOS Y ESPEJO DE TACAÑOS

Al lector

LIBRO PRIMERO

Capítulo PrimeroEn que cuenta quién es el Buscón

Capítulo IIDe cómo fue a la escuela

y lo que en ella se sucedióCapítulo III

De cómo fue a la casa de un tutor como criado de don Diego Coronel

Capítulo IVDe la convalecencia y la ida

a estudiar a Alcalá de HenaresCapítulo V

De la entrada de Alcalá, patente y burlas que le hicieron por nuevo

Capítulo VIDe las crueldades del ama

y las travesuras que hizo

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Índice

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Capítulo VIIDe la ida de don Diego y nuevas de la muerte de su padre y madre y la resolución que tomó

en sus cosas para adelante

LIBRO SEGUNDO

Capítulo PrimeroDel camino de Alcalá para Segovia

y de lo que sucedió en él hasta Rejas,donde durmió aquella noche

Capítulo IIDe lo que le sucedió hasta llegar

a Madrid con un poetaCapítulo III

De lo que hizo en Madrid y lo que le sucedióhasta llegar a Cercedilla, donde durmió

Capítulo IVDel hospedaje de su tío y visitas, la cobranza

de su hacienda y vuelta a la corteCapítulo V

De su huida y los sucesos en ella hasta la corteCapítulo VI

En que prosigue el camino y lo prometido de su vida y costumbres

LIBRO TERCERO

Capítulo PrimeroDe lo que le sucedió en la corte

desde que llegó hasta que amaneció

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Capítulo IIEn que prosigue la materia comenzada

y cuenta algunos raros sucesosCapítulo III

En que prosigue la misma materia, hasta dar con todos en la cárcel

Capítulo IVEn que trata los sucesos de la cárcel,

hasta salir la vieja azotada, los compañeros a la vergüenza y él bajo fianza

Capítulo VDe cómo tomó alojamiento

y la desgracia que le sucedió en élCapítulo VI

Prosigue el cuento, con otros varios sucesosCapítulo VII

En que se prosigue lo mismo, con otros sucesos y desgracias que le sucedieron

Capítulo VIIIDe su cura y otros sucesos peregrinos

Capítulo IXEn que se hace comediante,

poeta y galán de monjasCapítulo X

De lo que le sucedió en Sevilla hasta embarcarse a las Indias

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LA OBSESIÓN española por mirar puertas afuera antes deatender a lo que hay en casa ha permitido que uno de los gran-des ilustradores del siglo XIX, Daniel Urrabieta Vierge (Madrid,1851 - París, 1904), sea prácticamente desconocido para el granpúblico. Y eso pese a que la mayor parte de su producción larealizó para Francia e Inglaterra, incluidos sus dos proyectosmás ambiciosos, El Quijote y El Buscón.

Vierge ilustró muchos libros de Victor Hugo, que admira-ba el trazo del artista español; es autor de uno de los dibujosde la edición de L’Assommoir de Émile Zola publicada en 1878,en la que también participó Auguste Renoir; y en 1880, nadamás regresar de una visita por España, en donde llegó hastaSantiago de Compostela, realizó una de las imágenes de la granedición francesa de Histoires extraordinaires, de Edgar Allan

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Prólogo

Las dos manos de Vierge

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Poe, que con traducción de Charles Baudelaire fue publicadapor A. Quantin en 1884.

Los editores de mayor prestigio y los autores más célebresse lo disputaban, pero él había puesto su interés en culminardos ambiciones: ilustrar El Quijote de Miguel de Cervantes yEl Buscón de Francisco de Quevedo.

Recién llegado de España en1880, donde acumuló cientos debocetos de personajes sacados desu experiencia viajera, se puso atrabajar en Histoire de Pablo deSégovie, título francés de El Bus-cón. No se dedicó a otra tarea has-ta finales de febrero de 1881. El 27de ese mes participó en la mani-festación homenaje a su amigoVictor Hugo, quien el día ante-rior había cumplido 79 años. Bajoun intenso frío, desde una venta-na del primer piso Hugo saluda-

ba a los más de 600.000 manifestantes que profesaban suadmiración al maestro, mientras Vierge, aterido por la tempe-ratura gélida, no paraba de tomar del natural bocetos y apun-tes del acontecimiento.

Al día siguiente se sintió tan cansado por el esfuerzo queno salió de casa, y el martes 29 su mujer, Clara, advirtió queDaniel había sufrido una hemiplejia que le paralizaba el lado

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derecho del cuerpo y lo había dejado sin habla. Un artista dies-tro perdía de ese modo su principal herramienta de trabajo: lamano derecha.

Los noventa dibujos de Histoire de Pablo de Ségovie1 quehabía realizado hasta entonces fueron publicadas en 1882 porel editor Léon Bonhoure, quien lamentaba en nota de cubiertala desagradable circunstancia que afectaba a Urrabieta Vier-ge, lo que le obligaba a dar a la imprenta los últimos cuatrocapítulos del libro sin ilustrar.

Dicen que la primera palabra que Vierge logró pronunciaral cabo de los meses fue «paciencia». Clara decidió apartarlo

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1Parte de esos noventa dibujos ilustran este prólogo y la Introducción que le sigue, firmadapor el responsable de esta edición, Arturo Echavarren.

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de la insalubre París y alquiló una casa en Meudon, un pue-blecito rodeado de bosques a las afueras de la capital france-sa, a orillas del Sena, residencia habitual de artistas y músicos.

Allí, Daniel Urrabieta Vierge empezó a ejercitar su manoizquierda. Primero copiando su propia firma y luego rememo-rando algunas de sus obras, alentado siempre por su amigo

Manuel Rico, que le visi-taba con frecuencia paracantarle a la guitarracanciones españolas quereavivasen su memoria.El 27 de enero de 1883, eldía que murió GustaveDoré, publicó su primerdibujo tras la hemiplejia,una alegoría poética que

reprodujo Le Monde Illustré. Pasaron otros dos años hasta queconsiguió con la mano zurda la misma pericia que mostrara conla derecha. A principios de 1884, cuando los progresos de sumejoría resultaban evidentes y comenzaba a recuperar el habla,Clara, la compañera que le había cuidado en la enfermedad,murió repentinamente de un ataque al corazón.

Gustave Dumontier, su vecino de Meudon, le ayudó a supe-rar ese momento tan difícil, obligándole a dar largos paseos ensu compañía por los bosques cercanos al pueblo. En uno deellos, en 1885, conoció a Marie Boucher, joven casada y madrede un hijo, con la que estableció una estrecha amistad.

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En 1885 Boucher enviuda y Urrabieta Vierge se casa conella. El matrimonio se traslada a la calle Alesia de París. Élreanuda su actividad como ilustrador, viaja a Londres y de nue-vo a España, y en 1885 recibe la visita del artista americanoJoseph Pennell, a quien acompaña su esposa, Elizabeth Robins,y el editor británico Thomas Fisher Unwin, que deseaban encar-gar a Urrabieta Vierge quecompletase las ilustracionesde El Buscón que le faltabana la edición de Bonhoure.

Presentó los originalesde ese trabajo en la Exposi-ción Universal de París ce-lebrada en 1889 a la sombrade la recién levantada TorreEiffel. Tan grande fue el éxi-to que le concedieron una medalla de oro por su trabajo Pablode Segovia.

La segunda edición del libro apareció en Londres en mar-zo de 1892 bajo el título Pablo de Segovia: The Spanish Shar-per, publicada por la editorial Unwin Brothers. Contiene cientodiecinueve ilustraciones, veintiocho de ellas nuevas y realiza-das con la manzo izquierda, aunque realmente retocó o revisócon la zurda la mayoría de los dibujos de la edición primera.

Los originales se expusieron en el Barnard’s Inn Hall lon-dinense coincidiendo con la aparición del libro y, pese a lasnumerosas ofertas que le realizaron, no quiso vender ningu-

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na. La edición se abre con un prólogo de Pennell que da pasoa un pequeño resumen autobiográfico del propio UrrabietaVierge:

20 de febrero de 1892… Nací el 5 de marzo de 1851 y a la edad de tres años comencéa dibujar, lo que al parecer se convirtió en mi único entreteni-

miento de niño; mi padre veía en mí unagran disposición para el dibujo y me hizotrabajar sin relajo.

Hasta los siete años mi salud fue deli-cada; por este motivo mis padres dejaron laciudad, para ir a vivir a una localidad, cer-ca de Madrid, llamada Pinto, y en la quemientras recuperaba mi salud tomaba apun-tes, desde la mañana a la tarde, del natural.

En 1864 ingresé en la escuela de BellasArtes de Madrid. Tuve como maestros a

Federico Madrazo, M. de Hatt, Borglini, etc. En 1865, el 18 dejulio, obtuve una calificación estimada como nota excelente. En1866, el 8 de julio, la misma recompensa; en 1867, el 16 de junio,un diploma de honor. Es en esta época que he ilustrado Madridla Nuit, escrito por Eusebio Blasco; Los misterios de Roma y delGlobo. En las salas del museo de Madrid, he copiado cantidadde estudios de pinturas según Velázquez y Goya. En 1869 lleguéa París con la esperanza de no hacer otra cosa que pintar, peronada más llegar a esta ciudad estalló la guerra Franco-Alemana.

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A causa de este incidente me encontré acaparado por Le MondeIllustré y por La Vie Moderne. En esta época he ilustrado canti-dad de libros, entre otros, Les Travailleurs de la Mer, Année Terri-ble, Notre-Dame de Paris y otrosescritos de Victor Hugo; La Mosaï-que, Le Musée des Familles, Le Ma-gasin Pitoresque; El Gran Tacaño deQuevedo, Los Cuentos de Edgar A.Poe y también L’histoire de France etla Revolution de Michelet y un grannúmero de textos. En 1882 fui nom-brado comandante de la orden de laReina de España Isabel la Católica.El 29 de septiembre de 1889 recibí lamedalla de Oro de la Exposición Universal de París, y, el 29 denoviembre, del mismo año, mi nombramiento como Caballero dela Legión de Honor…

DANIEL VIERGE

ESTA EDICIÓN de El Buscón de Vierge no hubiera sido posiblesin la generosa y desinteresada ayuda de Justo y Carmen Fer-nández, grandes estudiosos de Urrabieta Vierge y coleccionis-tas de sus obras, que atesoran en su biblioteca varias y diferentesediciones de Quijotes y Buscones, entre ellos las princeps deHistoire de Pablo de Ségovie de Léon Bonhoure, fechada en1882, y la de Pablo de Segovia: The Spanish Sharper, editada

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en Londres por Unwin en 1889. De esta última se han tomadolas ilustraciones que acompañan al texto de la novela picares-ca de Quevedo.

En ambos casos, sus editores tradujeron al francés y al inglés,respectivamente, un texto del Siglo de Oro, publicado por pri-mera vez en 1626. En sus versiones actualizan y aclaran en susrespectivos idiomas la opacidad del conceptismo quevedesco yotros usos del español del siglo XVII que habían quedado oscu-ros en el XIX.

Parecía, por tanto, misión obligada que la gran obra de Que-vedo resultara tan clara al lector de hoy en día como las ilus-traciones que la acompañan. Si ya se ha vertido al castellanomoderno El Quijote, cuya comprensión es más fácil que la deEl Buscón, había que asumir ese nuevo reto que el filólogo Artu-ro Echavarren ha resuelto con brillante maestría. Pues lo bue-no de leer a los clásicos es, sin duda, entender lo que cuentan.

JESÚSEGIDOEditor

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Introducción

Un Buscón modernizado

CUANDO EN 2001, pocos días después del atentado con-tra las Torres Gemelas, llegué para Creta a disfrutar de unabeca predoctoral, no sabía aún griego moderno, por lo que enlas primeras semanas de estancia hube de recurrir al griegohomérico, que sí conocía, para comunicarme con los habitan-tes de la isla, pues por un prurito romántico no quería acudira la lengua inglesa. Cuando pronunciaba aquellas voces arcai-cas y legendarias, mis interlocutores me escuchaban con trescuartas partes de asombro y una parte de guasa, como si mehubiera escapado de algún museo arqueológico o me hubie-ra hecho con la máquina del tiempo de H. G. Wells. Aunqueen ocasiones lograba hacerme entender, con notable satisfac-ción para mí y para el farmacéutico cretense que por fin enten-dió que lo que yo quería comprar era agua oxigenada, la

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distancia de más de dos mil setecientos años que media entreuno y otro sistema lingüístico suponía una brecha casi insu-perable para la comunicación.

La lengua de Quevedo, por fortuna, está mucho más pró-xima a nosotros que la lengua homérica a los modernos grie-

gos; después de todo, solohan pasado cuatrocientosaños. Pero, dado que todalengua es un objeto históri-co sujeto a la propia histori-cidad del ser humano, loscuatro siglos que han pasa-do por encima de todas laspalabras y todos los sombre-ros han producido cambiosfonéticos, morfológicos, léxi-cos, semánticos y sintácticossin cuento. De la envergadu-ra de estas transformacionesda testimonio el hecho de

que cualquier texto del Siglo de Oro requiere un aparato denotas más o menos amplio para que el receptor contemporá-neo lo interprete con la mayor nitidez posible.

Por ello, quien lea el Buscón se verá forzado, mal que lepese, a buscar con la mirada la nota a pie de página que lehará notar que «huésped» en el Siglo de Oro apunta no soloal hospedado, sino al hospedador; que «correrse» tiene el sen-

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tido de ‘avergonzarse’ o ‘afrentarse’; y que «razones» en nume-rosas ocasiones significa sencillamente ‘palabras’.

El empleo de los tiempos verbales en esta novela, espe-cialmente los del modo subjuntivo, supone en ocasiones unescollo para el lector moderno, al igual que la posposición delpronombre personal al verbo, el hipérbaton, la concurrenciade zeugmas, el empleo de «que» con valor causal o final, lasufijación expresiva, la acumulación de oraciones de gerun-dio y, en menor grado, la pujanza de la parataxis en detrimen-to de la hipotaxis.

A todos estos rasgos que, en mayor o menor medida, corres-ponden al estado de la lengua en el siglo XVII, hay que sumarel conceptismo de Quevedo, más precisamente el conceptismoburlesco, que contribuye notablemente a que para cualquier lec-tor su prosa resulte mucho más complicada que, por ejemplo,

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la de Cervantes1. El conceptismo quevediano consiste en un abi-garrado y asombroso florecimiento de los más variados juegosmentales y verbales con fines generalmente cómicos. Destaca

la función de la metáfora y la comparación,que implican asociaciones sorprendentes,así como la dilogía en diversos grados dedesarrollo, la hipérbole extravagante, laalusión chistosa y la animalización o cosi-ficación de personajes secundarios, conresultados grotescos. Gran parte de lossímiles y metáforas incorpora alusionessatíricas, para cuya correcta decodificaciónes preciso a menudo conocer el lenguajede germanía de la época, poco diáfano parael lector moderno. Baste mencionar el casode «gato», que, además de su sentido rec-to, significa ‘ladrón’, sentido este ya perdi-do en nuestro siglo.

Por todo ello, se ofrece aquí una ver-sión modernizada del Buscón, cuyos crite-

rios de elaboración son variados y de compleja exposición, porlo que no incidiré en ello más de lo necesario. El objetivo eraelaborar una versión del Buscón que, respetando el modus scri-bendi del autor, pudiera leer sin tropiezos y de forma fluidacualquier lector poco familiarizado con la prosa aurisecular. He

1Testimonio palpable de la dificultad del Buscón es que las ediciones modernas de esta obrafrisan las mil notas a pie de página.

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apelado tanto al oído como al instinto en todo el proceso, pro-curando discernir qué puede resultar opaco y qué precisa derenovación. La operación ha requerido mucho tiento, comoquien de un castillo de naipes sustrae algunas cartas con elíndice y el pulgar sin que se le venga todo abajo, pues al afánde producir una versión fácilmente inteligible para los lectores

del siglo XXI se sumaba —y, en ocasiones, se oponía— el deseovehemente de no abaratar en modo alguno la prosa magistralde Quevedo. Tres han sido los interrogantes que han orientadoesta labor renovadora: qué remozar, qué no remozar y cómoremozar lo llamado a remozarse. Siempre que he podido, herecurrido a la sustitución de un término o locución en desusopor un vocablo o sintagma empleado por el propio Quevedo enotro lugar, cuyo significado se me antojaba más transparentepara los lectores de hoy. Cuando esto no ha sido posible, he

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procurado emplear un término que no disonaría en exceso enun texto de nuestro pasado literario. Para algunos refranes,expresiones lexicalizadas e interjecciones más bien herméti-cas he buscado equivalencias fácilmente comprensibles o hetanteado reconstrucciones aproximadas. He vertido palabrasdesusadas en moldes nuevos, pero he dejado algunas que remi-

ten a la realidad palpable delmomento, como «herrerue-lo», «gregüescos» o «rodela»,que he juzgado inseparablesdel entramado textual. Amenudo he recurrido a perí-frasis para exprimir el senti-do de una expresión, con elfin de apurar la significacióndel pasaje. Aquellos juegosde ingenio, alusiones chisto-sas, agudezas y retruécanosque, por desgracia, resulta-ban poco transparentes hansido sustituidos por construc-

ciones más o menos coincidentes, en las que he tratado de con-servar la jocosidad del original. En ocasiones, una mismapalabra ha sido vertida de manera diferente en su aparición endistintos pasajes, pues así me lo pedía el contexto lingüísticoen que se inscribía, teniendo en cuenta no solo lo semántico,sino también la eufonía de la frase.

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Es ocioso señalar, aunque lo haré de todos modos, que estaedición no pretende reemplazar la obra original, sino que se con-cibe como un instrumento prope-déutico, un vado para esguazarel curso «de aguas verdes y pro-fundas, de espuma negra» que,evocando el símil de Neruda,constituye la escritura queve-diana2. Ocúpese el lector de visi-tar la novela en su estado prístinoy, con un pequeño esfuerzo de lec-tura, quedará deslumbrado por laprosa quevediana, cuyo esplen-dor he tratado de conservar en lapresente edición, en la medidade mis capacidades. Encontrará—espero— quien se asome a estas páginas la voz inconfundi-ble de uno de los mayores escritores de todos los tiempos.

VIDA DE UN PÍCARO

Esta novela constituye el relato del segmento inicial de la vidadel pícaro Pablos de Segovia, desde su asendereada infanciaen esta ciudad hasta su conversión en matón en Sevilla, queculmina con su proyecto de mudar «mundo y tierra» y mejo-rar su suerte en las Indias. Entre estos dos hitos se articula

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2Neruda, P. (1993). Confieso que he vivido. Memorias. Barcelona: Seix Barral, p. 166.

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3Véanse, por ejemplo, los estudios clásicos de Talens, J. (1975). «La vida del Buscón, nove-la policiaca», en Novela picaresca y práctica de la transgresión. Madrid, Júcar, y Díaz Migo-yo, G. (1978). Estructura de la novela. Anatomía del Buscón. Madrid, Fundamentos.

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una serie dinámica de aventuras que resultan en su mayorparte calamitosas para el protagonista, cuya búsqueda de pro-moción social y económica se ve continuamente frustrada.

La novela, cuya perfecta disposición estruc-tural ha sido subrayada por numerosos espe-cialistas, se organiza en tres libros3. El primerode ellos, en el que se nos presenta el origen yla familia de Pablos, se vertebra narrativamen-te en torno a la educación del protagonista, quetiene lugar en Segovia, primero en la escuelay después en el pupilaje del dómine Cabra, yen Alcalá, como criado de don Diego Coronel.Allí, a fuerza de aprietos y adversidades, porun impulso natural de supervivencia, el inge-nuo deja paso al pícaro malicioso. La noticiadel ajusticiamiento de sus padres, con la que

se cierra esta primera parte, espolea a Pablos a dar por con-cluida para siempre su vida estudiantil.

El segundo libro tiene como núcleo la reunión de Pabloscon su tío verdugo, que es custodio de la herencia paterna.Este encuentro es crucial en el devenir de la novela, pues elprotagonista rechaza para siempre su linaje e inaugura unanueva etapa vital que se caracteriza por la búsqueda afanosade un encumbramiento social, que, precisamente por preten-

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derse por vías ilícitas, se aboca al desastre. En el marco desus viajes de Alcalá a Madrid y Segovia y desde allí de nue-vo a Madrid, se hilvanan numerosas aventuras de escasa tras-cendencia en las que se pone ante nuestros ojos una galeríade personajes disparatados: un arbitrista, un esgrimista cien-tífico, un sacristán poeta, un ermitaño hipócrita, un genovés yun caballero fraudulento que introduce a Pablos en la corte.

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El libro tercero se articula en torno a las peripecias delprotagonista como noble postizo, el cual, cuando está a pun-to de lograr el goce de sus ambiciones, es a la postre desen-mascarado y se ve arrojado de una vez por todas del mundode la nobleza, en un descenso imparable hacia la marginali-dad. Su huida a las Indias se intuye baladí, como el propioPablos confiesa en las últimas líneas de la novela: «Y fuemepeor, como vuestra merced verá en la segunda parte, puesnunca mejora su estado quien muda solamente de lugar y node vida y costumbres».

EL BUSCÓN, NOVELA PICARESCA

Aunque numerosos críticos han venido debatiendo la identi-dad genérica del Buscón, generalmente se señala su adscrip-ción a la novela picaresca, cuyos máximos exponentes sonel Lazarillo de Tormes, el Guzmán de Alfarache y la propianovela de Quevedo.

Se ha llamado la atención sobre un rasgo de carácter delprotagonista de nuestra novela que lo diferencia notablementedel pícaro de la obra fundacional del género y es la simplici-dad. Si Lázaro de Tormes evoluciona a medida que avanza lanovela y al final de esta es un personaje mucho más complejo,en el comportamiento del pícaro Pablos no se aprecia una evo-lución íntima, razón por la cual nunca logra medrar de mane-ra determinante en la sociedad, mudando de estado. Por ellomismo, el protagonista del Buscón representa el arquetipo purodel pícaro, abocado a hollar caminos de herradura que no con-

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ducen a ninguna parte y encastillado en sus cualidades instin-tivas; Pablos no trasciende los límites de su delineación primi-tiva y, si lo hace, el cambio es meramente externo y, por tanto,inconsecuente. Se trata, en su-ma, de un personaje tipifica-do, como lo son también elarbitrista disparatado, el es-padachín matemático, el malpoeta, el verdugo venal, el es-cribano alevoso o los jaquessevillanos. No encontramos enesta novela una voluntad derealismo, ni pueblan sus pági-nas sujetos caracterizados poruna complejidad trascenden-te. Se trata más bien de perso-najes arquetípicos cuya individualidad no es pertinente y cuyascaracterísticas más reprensibles, miserables y ridículas expri-me Quevedo apelando al mecanismo deformador de la sátira,cuajando lo que Domingo Ynduráin llamaba «un descoyunta-miento de la realidad»4.

Si las diferencias entre el Lazarillo de Tormes y el Buscónson más que notables, también lo son las que separan a estanovela del Guzmán de Alfarache. Frente al Guzmán, que pre-senta un relato de signo sermonario, jalonado de digresiones

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4Quevedo, F. de (1980). El Buscón. Ed. D. Ynduráin. Madrid, Cátedra, p. 94.

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moralizantes, el Buscón se alza como un muestrario esplén-dido de juegos de ingenio, malabarismos verbales y caricatu-rizaciones dinámicas. Respecto de la sólida trabazón delGuzmán de Alfarache, apoyada en un punto de vista coheren-te que describe con detalles precisos y minuciosamente arti-culados el proceso evolutivo del pícaro, la diferencia es más

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que notable, ya que Quevedo ofrece una sarta de episodiosindependientes en los que desgrana diversos motivos burles-cos y satíricos.

Con todo, aunque el Buscón presenta un tratamiento par-ticular del discurso picaresco, que lo distingue en gran medi-da de los relatos anteriores, no cabe duda de que su autorarticula esta novela con una sólida conciencia genérica, esta-bleciendo un evidente diálogo intertextual con el esquemapicaresco acotado por sus precedentes; se acoge la técnicaautobiográfica y la ficción epistolar, se subraya la infamia dela familia del protagonista, se trata el tema de la honra, sesondea el ámbito social de lo marginal y se selecciona comohilo conductor de la trama el ingenio, única herramienta alalcance del pícaro para salir airoso en un ambiente marcada-mente hostil.

NOTICIA TEXTUAL

Se ha venido afirmando que el Buscón, que Quevedo compu-so posiblemente en Valladolid, gozó de una notable difusiónmanuscrita antes de su impresión, pero, ya que no han sobre-vivido vestigios de ello, poco podemos decir al respecto. Loque sí podemos señalar es que la edición príncipe del Buscónse publicó en Zaragoza en 1626, en la imprenta de Pedro Ver-gés, a costa del librero Roberto Duport, con el título Historiade la vida del Buscón, llamado don Pablos, ejemplo de Vaga-mundos y espejo de Tacaños. El asunto de la participación deQuevedo en esta edición es aún largamente debatido; una par-

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te de la crítica supone que la edición se elaboró sin interven-ción de su autor, cuyo texto fue tal vez retocado por el propioDuport o por otra persona a la que este habría encomendadola tarea. Otros estudiosos defienden la intervención de Que-vedo en la edición, que pudo haber entregado el manuscritode la novela al citado librero cuando en 1626 pasó por Zarago-

za de camino a Monzón con lacomitiva real. Fuera como fue-se, esta versión fue la base de laespléndida edición de Fernan-do Lázaro Carreter (1965), que sehizo canónica desde su publica-ción.

En cuanto a la tradiciónmanuscrita de la novela, tres son

los principales testimonios que descuellan:el manuscrito B, que perteneció al biblio-

tecario José Bueno y se conserva en elMuseo Lázaro Galdiano de Madrid, los manus-

critos de la Biblioteca Menéndez Pelayo (S) y la copia delcódice catedralicio de Córdoba (C). Aunque en los últimostiempos se ha venido reivindicando el manuscrito S, queAlfonso Rey considera la versión más antigua, la crítica haconcedido una importancia fundamental al manuscrito B,sobre el cual han levantado sus respectivas ediciones Cros(1998), Jauralde (1990), García Valdés (1991), y Arellano (1997).Esta versión presenta numerosas diferencias frente a la edi-

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ción príncipe, que podemos agrupar bajo el signo de la amplia-ción. Esta se da en forma de modificaciones de toda laya,especialmente llamativas en la descripción de numerosos per-sonajes, a los que tiende arepresentar con más deta-lles. Así sucede, por ejem-plo, con el ama de Alcalá,el soldado que se encuen-tra el protagonista en elpuerto de Fuenfría, el tíode Pablos, la vejezuela yel caballero estantigua dellibro III, etc.

No es este el lugar paraanalizar por menudo losproblemas textuales de lanovela, por lo que remito al lector a los rigurosos estudios dePablo Jauralde y Alfonso Rey sobre este particular5. Baste conapuntar que, si Lázaro Carreter suponía que la novela habíapasado por dos redacciones, una primitiva, representada en elmanuscrito B, y otra remozada, que sirvió de base a la edición

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5Véase Jauralde, P. (1987-88). «¿Redactó Quevedo dos veces el Buscón?», Revista de Filo-logía románica, 5, pp. 101-111; (1988). «El texto de El Buscón de Quevedo», Dicenda, 7, pp.83-103; (1991). «El texto perdido de El Buscón», en I. Arellano y J. Cañedo (eds.), Críticatextual y anotación filológica en obras del Siglo de Oro. Madrid, Castalia, pp. 293-300; Rey,A. (2006). «Quevedo, Duport y la edición del Buscón», en D. Fernández López et al.(coords.), Campus Stellae: haciendo camino en la investigación literaria, Universidad deSantiago de Compostela, vol. 1, pp. 70-81; (2007). «Quevedo y las revisiones del Buscón»,Sociocriticism, 22, pp. 119-152.

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príncipe, Jauralde defiende que únicamente existe una redac-ción de la novela de mano de Quevedo, representada en elmanuscrito B, por lo que es esta versión y no otra la que debeservir de base para cualquier edición. Recientemente, en su

edición crítica de las cuatro ver-siones, Alfonso Rey (2007), argu-yó que la obra conoció no ya dosredacciones por parte de Queve-do, como quería Lázaro, sino cua-tro, que ordena cronológicamente:S, C, Z (la edición príncipe) y B.Dado que el manuscrito B presen-ta una mayor riqueza en la des-cripción de varios personajessecundarios, Rey subrayaque estotal vez arguye en favor de su con-dición de versión final.

Teniendo en cuenta, por tanto,el estado más reciente de la cues-tión crítica, adopto el texto del

manuscrito B como base de la presente edición. Dado que estano es una edición filológica al uso, pues se ofrece una versiónmodernizada del texto, he empleado en ocasiones lecturas de laedición príncipe, en los casos en los que las del manuscritoresultaban más ininteligibles para el lector moderno.

La datación del Buscón, por otra parte, es un asunto cier-tamente controvertido. Los términos ante quem y post quem

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de su redacción son, respectivamente, el año 1603, fecha delajusticiamiento de Alonso Álvarez de Soria, alias el Tuerto,cuya muerte se menciona en el libro III de la novela, y el año1626, fecha de la publicación de la edición príncipe en lasprensas de Pedro Vergés. Con todo, dada la particular abun-dancia de detalles que remiten a los años 1603-1604, LázaroCarreter situó la fecha de redacción de la novela en torno aestos años.

Incluyo en esta edición un prólogo al lector, presente enlos preliminares de la edición príncipe del Buscón, probable-mente compuesto por Quevedo, como subrayan numerososestudiosos6, aunque Lázaro Carreter atribuía su autoría al edi-tor Roberto Duport.

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6Véase, por ejemplo, el estudio de María José Tobar (2011). «La autoría quevediana del pró-logo Al lector del Buscón», La perinola, 15, pp. 333-345.

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Historia de la Vida del Buscón,Llamado Don Pablos,

Ejemplo de Vagabundos y Espejo de Tacaños

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QUÉ DESEOSO te considero, lector u oidor

—que los ciegos no pueden leer—, de registrar logracioso de don Pablos, príncipe de la vida bus-cona. Aquí hallarás en todo género de picardía—de que pienso que los más gustan— sutilezas,engaños, invenciones y modos, nacidos del ocio,para vivir del cuento y no poco fruto podrás sacarde él si tienes atención al escarmiento. Y, en elcaso de que no lo hagas, aprovéchate de lasreprensiones, que dudo que nadie compre un librode burlas para apartarse de los estímulos de sunatural depravado. Sea, no obstante, lo que qui-sieres. Dale aplauso, que bien lo merece. Y, cuan-do te rías de sus chistes, alaba el ingenio de quiensabe que tiene más deleite conocer vidas de píca-

Al lector

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ros, descritas con gallardía, que otras invencio-nes de mayor ponderación. Su autor ya sabesquién es. El precio del libro no lo ignoras, puesya lo tienes en tu casa, si no es que en la del libre-ro lo hojeas, cosa pesada para él y que se tendríaque prohibir con mucho rigor, pues hay gorronesde libros como de almuerzos y hay quien sacacuento leyendo a pedazos y en diversas veces yluego lo zurce. Y es gran lástima que tal se haga,porque este murmura sin costarle dineros, poltro-nería bastarda y miseria no hallada del Caballe-ro de la Tenaza7. Dios te guarde de mal libro, dealguaciles y de mujer rubia, pedigüeña y carirre-donda.

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7 Personaje de tacañería

proverbial, protagonistade las Cartas del

caballero de la Tenaza,obra juvenil de Quevedo.

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Libro Primero

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YO, SEÑORA, soy de Segovia. Mi padre se llamóClemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios letenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de ofi-cio barbero, aunque eran tan altos sus pensamien-tos que se avergonzaba de que lo llamasen así,diciendo que era jardinero de mejillas y sastre debarbas. Dicen que era de muy buena cepa y, talcomo bebía, es cosa para creer. Estuvo casado conAldonza de San Pedro, hija de Diego de San Juany nieta de Andrés de San Cristóbal. Se sospecha-ba en el pueblo que no era cristiana vieja, aun vién-dola con canas y estropeada, aunque ella, por los

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CAPÍTULO PRIMERO

En que cuenta quién es el Buscón

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nombres y sobrenombres de sus antepasados, qui-so aparentar que era descendiente de la gloria. Tuvobelleza suma. Era mujer de amigas y cuadrilla y depocos enemigos, porque incluso los del alma no lostuvo por tales. Era persona de valor y todos cono-cían cuánto valía. Padeció grandes penalidadesrecién casada y aun después, porque malas lenguasdaban en decir que mi padre, juntando índice ypulgar, metía en los bolsillos el dos de bastos parasacar el as de oros. Se probó que a todos los quehacía la barba a navaja, mientras les daba con el

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agua, levantándoles la cara para el lavatorio, mihermanico de siete años les sacaba sin estorbo lasmonedas de la bolsa. Murió el angelico de unos azo-tes que le dieron en la cárcel. Lo sintió mucho mimadre, porque robaba a todos las voluntades. Porestas y otras niñerías estuvo preso y los rigores dejusticia, de los cuales ningún hombre se puededefender, lo sacaron por las calles8. En lo que tocade cintura para abajo le trataron aquellos señoresregaladamente. Iba sentado en bestia segura y debuen paso, con mesura y buen día. Mas de cintu-ra para arriba, etcétera, que no hay más que decirpara quien sabe lo que hace un verdugo en unascostillas. Le dieron doscientos azotes, que al cabode seis años se le seguían viendo por encima de laropilla9. Más se movía el que se los daba que él,cosa que fue muy celebrada; se divirtió algo con lasalabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes,que le favorecía mucho lo colorado.

¡Y qué de calamidades sufrió mi madre! Un día,alabándomela una vieja que me crió, decía que eratal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban.Y decía, no sin sentimiento:

—En su tiempo, hijo, eran los virgos comosoles, unos amanecidos y otros puestos y la mayor

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8 Se sacaba a los reos a lavergüenza pública,paseándolos por lascalles a lomos de unburro, mientras eranazotados y un pregoneroiba voceando sus delitos. En el siguientecapítulo se alude a quela madre de Pablossufrió el mismo castigo.

9 La ropilla es la vestimenta corta que seponía encima del jubón.

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parte de ellos en un mismo día amanecidos y pues-tos10.

Hubo fama que reedificaba doncellas, resucita-ba cabellos encubriendo canas y engordaba pier-nas con pantorrillas postizas. Y, aunque tenía tratoscon gente de medio pelo, de pelo entero los volvía,porque hacía cabelleras; poblaba mandíbulas condientes; en fin, vivía de adornar hombres y remen-dar cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos,otros, curandera de voluntades desconcertadas;otros, juntadora; unos la llamaban enflautadora demiembros y otras tejedora de carnes y, por mal nom-bre, alcahueta. Para unos era tercera de amores,primera para otros y a unos y a otros sacaba los cuar-tos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía estode todos era para dar mil gracias a Dios.

Hubo grandes desacuerdos entre mis padressobre a quién debía imitar en el oficio, mas yo, quesiempre tuve pensamientos de caballero desde chi-quito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Me decíami padre:

—Hijo, esto de ser ladrón no es un arte manual,sino liberal.

Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decíajuntando las manos:

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10 La madre de Pablos,

además de hechicera,repara virgos rotos,haciendo pasar por

doncellas a aquellas queya no lo son.

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—Quien no hurta en el mundo no vive. ¿Porqué piensas que los alguaciles y jueces nos abo-rrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nosazotan y otras nos cuelgan. No lo puedo decir sinlágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acor-dándose de las veces que le habían sacudido lascostillas). Porque no querrían que donde estánhubiese otros ladrones salvo ellos y sus ministros.Pero de todo nos libró la buena astucia. En mimocedad siempre andaba por las iglesias y porbuen cristiano11. Muchas veces me hubieran llora-

do en el asno si hubiera cantado en elpotro. Nunca confesé, sino cuando lomandaba la santa madre Iglesia.

Preso estuve por afanar dinero enlos caminos y a punto de que

me estrujaran el gaznate y deacabar todos mis negocioscon dieciséis maravedís:diez de soga y seis de cáña-mo. Mas de todo me ha saca-

do el punto en boca, el chitón y losnones. Y con esto y mi oficio he sus-tentado a tu madre lo más honradamen-te que he podido.

11 Los delincuentes se

refugiaban en las iglesias, apelando al

derecho de asilo, paraescapar de la justicia.

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—¿Cómo a mí sustentado? —dijo ella con gran-de cólera—. Yo os he sustentado a vos y sacado delas cárceles con triquiñuelas y mantenido en ellascon dinero. Si no confesabais, ¿era por vuestro áni-mo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias amis pócimas! Y, si no temiera que me oigan en lacalle, yo diría lo de cuando entré por la chimeneay os saqué por el tejado.

Puse paz entre ellos diciendo que yo queríaaprender virtud resueltamente e ir con mis buenos

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pensamientos adelante y que para esto me lleva-sen a la escuela, pues sin leer ni escribir no sepodía hacer nada. Les pareció bien lo que decía,aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madrese entró adentro y mi padre fue a rapar a uno (asílo dijo él) no sé si la barba o la bolsa; lo corrienteera lo uno y lo otro. Yo me quedé solo, dando gra-cias a Dios por hacerme hijo de padres tan empe-ñados en mi bien.

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AL DÍA SIGUIENTE ya estaba comprada la car-tilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escue-la; me recibió muy alegre, diciendo que tenía carade hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, conesto, por no desmentirle, recité muy bien la lec-ción aquella mañana. Me sentaba el maestro jun-to a sí, llegaba casi todos los días el primero y meiba el último por hacer algunos recados a la seño-ra, que así llamábamos a la mujer del maestro. Lostenía a todos con semejantes amabilidades obliga-dos; me favorecían demasiado y con esto creció laenvidia en los demás niños. Yo solo me allegaba alos hijos de caballeros y personas principales yparticularmente a un hijo de don Alonso Coronelde Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Me ibaa su casa a jugar los días de fiesta y le acompaña-

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CAPÍTULO II

De cómo fue a la escuela y lo que en ella se sucedió

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ba cada día. Los otros, ya fuera porque no les habla-ba o porque les parecía demasiado orgullo el mío,siempre andaban poniéndome nombres tocantes aloficio de mi padre. Unos me llamaban don Nava-ja, otros, don Sangría; uno decía, por disculpar laenvidia, que me quería mal porque mi madre, comobruja, le había chupado la sangre a dos hermani-tas pequeñas de noche. Otro decía que a mi padrele habían llevado a casa para que la limpiase deratones (por llamarle «gato», que es lo mismo que«ladrón»). Unos me decían «miau» cuando pasa-ba y otros hacían el «miz, miz». Había otro quedecía:

—Yo le tiré dos berenjenas a su madre cuan-do iba sobre el asno.

Al fin, con todo cuanto andaban insinuando,nunca me faltaron a las claras, gloria a Dios. Y,aunque yo sentía vergüenza, disimulaba. Todo loaguantaba, hasta que un día un muchacho se atre-vió a decirme a voces «hijo de una puta y hechi-cera» y así, como me lo dijo tan claro, que si lohubiera dicho turbio me habría hecho el desenten-dido, agarré una piedra y lo descalabré. Me fui ami madre corriendo para que me escondiese. Leconté el caso. Me dijo:

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—Muy bien hiciste. Bien muestras quién eres.Solo anduviste equivocado en no preguntarle quiénse lo dijo.

Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos pen-samientos, me volví a ella y le rogué que me ase-gurase si podía desmentirlo con la verdad o queme dijese si me había concebido a escote entremuchos o si era hijo de mi padre. Se rio y me dijo:

—¡Ah, truhan! ¿Eso sabes decir? No serásbobo; gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrar-le la cabeza, que esas cosas, aunque sean verdad,no se han de decir.

Yo con esto me quedé como muerto, dándomepor nacido bajo el signo de Tauro, y me resolví acoger lo que pudiese en breves días y salirme decasa de mi padre. Tanto pudo conmigo la vergüen-za. Disimulé, fue mi padre a curar al muchacho,lo apaciguó y me devolvió a la escuela, donde elmaestro me recibió con ira hasta que, oyendo lacausa de la riña, se le aplacó el enojo consideran-do la razón que había tenido.

En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo dedon Alonso de Zúñiga, que se llamaba don Diego,porque me quería bien, como era natural, pues yotrocaba con él las peonzas si eran mejores las mías,

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le daba de lo que almorzaba y no le pedía de loque él comía, le compraba estampas, le enseñabaa luchar, jugaba con él al toro y le entretenía siem-pre. Así que casi todos los días los padres del caba-llerito, viendo cuánto le regocijaba mi compañía,rogaban a los míos que me dejasen con él a comery cenar y aun a dormir los más días.

Sucedió, pues, uno de los primeros días quehubo escuela por Navidad, que, viniendo por lacalle un hombre que se llamaba Poncio de Agui-rre, el cual tenía fama de judío converso, el donDieguito me dijo:

—Oye, llámale Poncio Pilato y echa a correr.Yo, por darle gusto a mi amigo, le llamé Pon-

cio Pilato. Se ofuscó tanto el hombre que echó acorrer detrás de mí con un cuchillo desnudo para

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matarme, de modo que fue forzoso meterme huyen-do en casa de mi maestro, dando gritos. Entró elhombre detrás de mí y el maestro evitó que mematase, asegurándole que me castigaría. Y así almomento (aunque su mujer le rogó por mí, movi-da de lo que yo la servía, no fue de provecho) man-dó que me bajara las calzas y azotándome decíatras cada azote:

—¿Diréis más Poncio Pilato?Yo respondía:—No, señor.Y lo respondí veinte veces a otros tantos azo-

tes que me dio. Quedé tan escarmentado de decirPoncio Pilato y con tal miedo que, mandándomeel día siguiente decir, como solía, las oraciones alos otros, llegando al credo (advierta vuestra mer-ced la inocente malicia), al tiempo de decir: «Pade-ció bajo el poder de Poncio Pilato», dije: «Padecióbajo el poder de Poncio de Aguirre». Le dio almaestro tanta risa al oír mi simplicidad y al ver elmiedo que le había cogido que me abrazó y me dioun documento firmado en el que me perdonaba losazotes las dos primeras veces que los mereciese.Con esto quedé yo muy contento.

En estas niñerías pasé algún tiempo aprendien-do a leer y escribir. Llegó, para no cansar al lec-

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tor, el día de carnaval y, determinando el maestroque se divirtiesen sus muchachos, ordenó quehubiese rey de gallos12. Echamos a suertes entredoce señalados por él y me tocó a mí. Avisé a mispadres de que me buscasen galas.

Llegó el día y salí en un caballo chupado y mus-tio, el cual, más por manco que por galante, ibahaciendo reverencias. Las ancas eran de mona, sinatisbo de cola. El pescuezo, de camello o más lar-go. Tuerto de un ojo y ciego del otro. De su edadno diremos nada: biznietos tenía en molinos. Desu raza nada sé, pero sospecho que era de algúnjudío, por lo medroso y desdichado. Iban detrás demí los demás niños, todos disfrazados.

Pasamos por la plaza (incluso al recordarlo ten-go miedo) y, llegando cerca de las mesas de lasverduras (Dios nos libre), agarró mi caballo unrepollo y, en un abrir y cerrar de ojos, lo despachóa las tripas, a las cuales, como iba rodando por tanlargo gaznate, no llegó en mucho tiempo. La ver-dulera, que siempre las de este género son desver-gonzadas, empezó a dar gritos. Llegaron otras y conellas pícaros y, cogiendo zanahorias garrafales,nabos rollizos, tronchos y otras legumbres, empie-zan a arrojarlas tras el pobre rey. Yo, viendo que

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12 Entretenimiento carnavalesco consistente en que un muchacho, montadoa caballo y coronado«rey de gallos», tratabade cortar la cabeza de un gallo colgado.

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era batalla nabal y que no se debía hacer a caba-llo, quise apearme. Pero tal golpe le dieron al caba-llo en la cara que, yendo a empinarse, caímos losdos sobre un (hablando con perdón) plastón deboñigas. Me puse como vuestra merced se puedeimaginar. Ya mis compañeros se habían armado depiedras y las tiraban tras las verduleras y descala-braron a dos.

Yo, a todo esto, después que caí sobre boñigas,era la persona más abonada de la riña. Vino la jus-ticia, comenzó a hacer pesquisas, prendió a verdu-leras y muchachos, mirando a todos qué armastenían y quitándoselas, porque algunos habíansacado dagas de las que traían por gala y otros,espadas pequeñas. Llegó a mí y, viendo que no teníaninguna, porque me las habían quitado y las habíanmetido en una casa a secar, con la capa y sombre-ro, me pidió, como digo, las armas, a lo cual res-pondí, todo sucio, que, si no eran ofensivas contralas narices, que yo no tenía otras. Quiero confesara vuestra merced que cuando me empezaron a tirarlos tronchos, nabos, etcétera, como yo llevaba plu-mas en el sombrero, entendiendo que me habíanconfundido con mi madre y que la emprendían conella como habían hecho otras veces, como necio y

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muchacho empecé a decir: «¡Hermanas, aunquellevo plumas, no soy Aldonza de San Pedro, mimadre!», como si ellas no lo advirtieran por el talley el rostro. El miedo me disculpó tal muestra deignorancia y el sucederme desgracia tan repentina.

Pero, volviendo al alguacil, me quiso llevar ala cárcel y no me llevó porque no hallaba por dón-de asirme (tan emboñigado iba). Unos se fueronpor una parte y otros por otra y yo me vine a mi

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casa desde la plaza, martirizando cuantas naricestopaba en el camino. Entré en ella, conté a mispadres el suceso y tanto les enojó verme de la mane-ra que venía que me quisieron azotar. Yo echabala culpa a las dos leguas de rocín exprimido queme dieron. Procuraba apaciguarlos y, viendo queno podía, me salí de su casa y me fui a ver a miamigo don Diego, al cual hallé en la suya desca-labrado y a sus padres resueltos por ello de noenviarle más a la escuela. Allí tuve noticias de quemi rocín, viéndose en tales aprietos, se esforzó entirar dos coces y, por lo flaco que estaba, se le des-gajaron dos piernas y se quedó desparramado enel lodo, bien cerca de expirar.

Cuando me vi, pues, con una fiesta revuelta,un pueblo escandalizado, los padres avergonzados,mi amigo descalabrado y el caballo muerto, deci-dí no volver más a la escuela ni a casa de mispadres, sino quedarme a servir a don Diego o, pordecirlo mejor, en su compañía y esto con gran gus-to de sus padres, por el contento que daba mi amis-tad al niño. Escribí a mi casa que yo no necesitabair más a la escuela porque, aunque no sabía escri-bir bien, para mi aspiración de ser caballero lo quese requería era escribir mal y que, así, desde ese

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momento renunciaba a la escuela para ahorrarlesgastos y pesadumbres. Avisé de dónde y cómo que-daba y que, hasta que lo tuvieran a bien, no iría averlos.

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