El Carbonero, el brasero y las carbonerías en Aranjuez ... · El carbón, el cisco, las astillas...
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Cronista Oficial del Real Sitio y Villa de Aranjuez
EL CARBONERO, EL BRASERO Y LAS CARBONERÍAS EN ARANJUEZ
Hace ya bastantes años colaboraba en una revista que se titulaba La
Ribera y su Comarca, lógicamente mis artículos trataban de episodios de
Aranjuez, y en esta misma revista escribía un sabio ribereño: Rafael Izquierdo,
y lo hacía bajo el título: “Estampas viejas de Aranjuez y otras historias”. Era y
sigue siendo en el tiempo, una delicia leerle. Acordándome de este anciano ya
desaparecido, tomé unas notas
de un artículo que se publicó
bajo el título: “Cuatro cosillas
antiguas”. Refiere el asunto de la
lumbre, la calefacción, muy
propia en este tiempo, y que
supone un enorme esfuerzo para
las familias con recursos muy
limitados. Hasta el punto de no
poder pagar la calefacción
muchas familias y jubilados que
se tienen que abrigar con
mantas en el hogar.
Del artículo de Izquierdo
tomé lo que quería abordar en
este episodio: el carbón, el
brasero y las carbonerías:
«La lumbre era otro problema, aunque en aquellos tiempos se veía con
naturalidad la calefacción, ver cómo combatir el frío. Tres soluciones había: el
carbón era caro, no todo el mundo podía disponer de una estufa. El serrín
también resultaba caro, así como la mayoría se decidía por la leña, con los
inconvenientes de si era verde o demasiado seca, teniendo en cuenta que la
lumbre estaba encendida casi todo el día haciendo el cocido por la mañana y
buena parte de la noche. Para matar un tanto el frío de la cama estaba la
solución de las botellas de agua caliente, que caldeaba un poco las mantas.
Una calefacción que no faltaba en ninguna casa era la del brasero, principal
fuente de calorías con sus complementos, como la badila, que mantenía el
fuego, echando de vez en cuando una “firma” al carbón, cisco o picón; el tubo
servía para encender el
brasero mediante el tiro de
aire que ponía a punto las
brasas, que se arropaban
con cenizas para su
conservación.
Una vez que estaba
totalmente encendido el
brasero se le echaba una
rociada de azúcar y se le
pasaba por todas las
habitaciones de la casa con
el fin de eliminar el tufo,
dejando un agradable
perfume. Estaba también la
alambrada, que impedía que
se prendiese algo, y en
algunos casos la tarima, un
soporte para el brasero».
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, el vecino Angel Sánchez-
Guzmán recoge en sus
inéditas “Memorias” las
carbonerías como
puntos de referencia en
el material utilizado
para la calefacción y las
placas o fogones de
hierro para cocinar.
Sobre la calefacción en
el Gran Teatro,
Sánchez-Guzmán refiere
lo siguiente:
«La calefacción consistía en los braseros que el público llevaba a los
palcos, con lo que en las crudas noches de invierno el público estaba dando
“diente con diente” disfrutando de una temperatura siberiana, haciendo este
sacrificio para admirar generalmente a malos cómicos y peores funciones, y
todas con las decoraciones que nos sabíamos de memoria, por ser siempre las
mismas y no bien conservadas, pero la empresa no podía dar más de sí, como
no fuera por Ferias y San
Fernando. Al final de siglo ya
disfrutaba el Teatro de luz
eléctrica y ¡hasta de calefacción!
Aunque en realidad esta no se
notaba como no estuviéramos
encima de unas planchas de
hierro agujereadas donde se
notaba un poquito, pero con esto
y los braseros, que continuaban
llevando, nos creíamos en el
mejor de los mundos».
Sánchez-Guzmán ya refiere
la existencia a comienzos del
siglo XX la Carbonería de Aurelio
Tapia en la calle de Postas,
lindando con el Gran Teatro, que
hasta hace veinte años ha
regentado su nieto Rufino Tapia. Vendía carbón mineral de antracita, de
coque, de cisco o picón, las típicas bolas de carbón, astillas y tarugos de leña,
todo lo pesaba mediante una romana y una cubeta grande donde depositaba
el carbón o la madera para pesarlo.
Una de las primeras noticias que tenemos desde el Consistorio sobre la
instalación de una carbonería, es la que se recoge en el Pleno municipal de 27
de enero de 1848, cuando el vecino Antonio Galiano solicitaba permiso para
abrir un negocio de carbones en la calle San Pascual. El Alcalde José Garcés y
ediles ribereños aprobaban la solicitud del permiso de apertura.
El carbón, el cisco, las astillas de madera para encender el brasero, los
troncos de madera, etcétera, eran elementos muy apreciados en aquellos
tiempos, eran productos que se vendían muy bien y con mucho rendimiento
económico. Tal es así, que eran objeto de fraude por los más avispados
tratantes como se trata el día 15 de septiembre de 1853 en el Pleno presidido
por José Abades, donde se abordaba la denuncia de Bartolomé Robledano,
Tomás Guerrero y otros vendedores del ramo por el abuso y fraude que se
hacía en la venta de estos productos por los arrieros que abastecían a
Aranjuez. Los comerciantes ribereños solicitaban a los ediles que nombrasen
un Veedor para que vigilase y denunciase si procediese, los excesos en el coste
de este producto. Es más, los comerciantes brindaban la posibilidad de ser
uno de ellos quien controlara el coste y pago del producto bajo la aprobación
del Consistorio. Los ediles rechazaban la propuesta de los comerciantes
ribereños pero no proponían
alternativas.
Llama la atención la
solicitud de la señora que
ejercía de Portera del
Ayuntamiento que solicitaba
ser ella la que proveyese al
Consistorio de carbón y leña
para la calefacción de las
oficinas y dependencias
municipales. El día 20 de
septiembre de 1877 siendo
Alcalde de Aranjuez Juan
Richer Turión, médico del
Real Sitio, se trataba esta
singular solicitud en la que
dicha empleada solicitaba la
cantidad de trescientas
ochenta y siete pesetas con cincuenta céntimos, que era lo que por término
medio se venía gastando. Los ediles aprobaban la petición.
Sobre los proveedores de carbón y leña para el Ayuntamiento,
encontramos varias noticias de proveedores. Por ejemplo el día 12 de agosto de
1904, cuando presidido el Pleno por el Alcalde Manuel Pastor se trata
municipalmente una cuenta que presentaba Lorenzo Barrero sobre el
suministro de trece quintales de carbón de piedra durante el mes de febrero
para la calefacción de las oficinas municipales, que costaba a dos pesetas
veinticinco céntimos el quintal. El Ayuntamiento lo aprobaba sin ninguna
objeción. Sobre esta antigua medida de masa castellana que es el quintal,
debemos recordar que un quintal ascendía a cuarenta y seis kilos.
A partir de 1905 se observa varios proveedores de carbón para el servicio
de calefacción del Consistorio. Eran los industriales Cipriana Vega, Inocencia
Catalán, Margarita Martínez. Diferentes cuantías que iban desde veintisiete a
cuarenta y cinco pesetas. Pero también se utilizaba el carbón para la
maquinaria municipal.
Sesenta y cinco años
después volvía una vieja
problemática, el control de
la venta al por mayor de los
abastecedores de carbón.
El día 5 de abril de
1905 se trataba por la
Corporación municipal la
factura que presentaba
Margarita Martínez por el
suministro de doce
quintales de carbón piedra
para el cilindro que se
estaba empleando en el
arreglo de la Carretera de
Toledo, y cuatro arrobas de
carbón vegetal para
calefacción de las
dependencias municipales,
por un importe de treinta y siete pesetas cincuenta céntimos. Tras la
pertinente firma del Inspector de la Policía Municipal se aprobaba el pago a la
citada industrial.
Con la llegada de la Segunda República, el Ayuntamiento, llegado el
invierno obviamente, no dejaba de adquirir carbón para la calefacción por muy
escasas que estuvieran las arcas municipales, tal es así que el día 28 de
septiembre de 1932 siendo Alcalde Doroteo Alonso Peral se trataba la cuestión
de adquirir carbón para la calefacción del Ayuntamiento y del Matadero
Municipal, lógicamente estableciéndose unas bases para los industriales que
quisieran realizar ofertas de venta en seis días.
Tras esta disposición municipal encontramos el día 16 de diciembre la
aprobación de pago a Nicolás Adeva de una factura de doscientas pesetas por
la venta de carbón para el Matadero Municipal.
Y los Ayuntamientos como instituciones del Estado, debían acatar las
leyes superiores que provenían del
Gobierno de la Nación. El día 8 de junio
de 1935 la Gaceta de Madrid recoge un
Decreto del Ministerio de Industria y
Comercio que firmaba el Presidente de
la República Niceto Alcalá-Zamora
Torres, relativo entre otras cuestiones,
al consumo de carbón de España. El día
15 de junio de 1935, una semana
después de haberse publicado esta
disposición, el Gobierno Municipal
presidido por el monárquico Miguel
Domenge Campos, recogía la orden
ministerial, remarcando prestar
atención a las subastas, concursos y
contratos relacionados con el carbón.
«Todos los establecimientos y Centros del Estados, Diputaciones
Provinciales y Ayuntamientos, así como aquellos que directa o indirectamente
reciban subvenciones de cualesquiera de estas entidades oficiales, se hallan
obligados a consumir en sus calefacciones carbón u otro combustible de
procedencia absolutamente de procedencia nacional con exclusión de todo
combustible de origen extranjero de cualquier clase que sea, carbón, aceites
pesados, etcétera».
Y concluyendo la Guerra Civil, el Consistorio afrontaba el pago de
facturas a los proveedores, es el caso de cómo en el Pleno Municipal presidido
por el Alcalde Doroteo Alonso Peral, el día 20 de marzo de 1939 se aceptaba
pagar al industrial carbonero Andrés Portillo la cantidad de sesenta pesetas
por suministro de carbón al servicio de los serenos. El día 1 de abril terminaba
la Guerra Civil, y el Ayuntamiento con otros Alcaldes y Corporaciones
siguieron abasteciendo la carbonera y caldera municipal ubicada en el patio
interior del Consistorio, que este Cronista Oficial conoció siendo muy pequeño
cuando acompañado de mi madre acudía a ver a mi padre que era Policía
Municipal.
En el año 1955 se publica un
Seminario de Urbanismo y Análisis
de Aranjuez, se recoge en sus
cuadros estadísticos que Aranjuez
tenía trece carbonerías con un
total de dieciocho obreros. La
última carbonería que cerraba sus
puertas en Aranjuez lo hacía en
1994 debido a la jubilación de su
propietario Rufino Tapia.
Tuvimos la oportunidad de
hablar con Carmen Martínez
Manzanero, y nos da noticia de que su hermana Gervasia tuvo una carbonería
en la calle de San Pascual esquina a Postas –donde hoy hay una frutería–, a
escasos metros de donde su hermano Antonio Martínez conocido como
“Macaco”, tuvo su negocio de chatarrería en esta calle de San Pascual, y del
que ya tuvimos oportunidad de conocer en otra Pincelada. Carmen, nos indicó
que también teníamos que hablar con Maria Garrido, hija de Manuel Garrido,
quien tuvo otra carbonería en la calle de la Naranja. En efecto, hablamos con
Maria Garrido quien nos dijo que su padre «aunque tenía el despacho abierto
al público en la calle de la Naranja con una persona al frente del negocio,
principalmente era vendedor al por mayor. Vendía por ejemplo a las
carbonerías, un camión de carbón al Ayuntamiento, Casino, centros oficiales.
La compra de carbón de bola, antracita, etcétera, lo hacía principalmente a
Ponferrada (León), y también a Puertollano (Ciudad Real)».
Otro episodio que no puedo olvidar de la conversación que mantuve con
mi padre, Anselmo Lindo, es el episodio que efectuaban muchos ribereños en
la recogida de la carbonilla en la
Estación de Ferrocarril de Aranjuez.
«Muchos vecinos acudíamos
provistos de sacos a la Estación,
porque cuando paraban los trenes, los
maquinistas quitaban la carbonilla de
los calderines, y como en muchas
ocasiones apenas se había
consumido, ello servía para las placas
y braseros de las casas, pero no te
permitían de pasar a las vías a llenar
un saco, te denunciaban si te cogían.
Pues una de las veces íbamos tres o
cuatro vecinos, –nos ayudábamos
unos a otros–, y cuando quise
echarme el saco a las costillas
ayudado por un vecino para sacarle
de la Estación, el saco se me venció para atrás y se me cayó por la espalda
abajo, con tan mala fortuna que cayó encima de la pierna a la altura de la
pantorrilla y se me partió el hueso (peroné). El saco de carbonilla que tantos
quebraderos de cabeza me trajo, al final lo vendí, y con el dinero que obtuve,
se lo di a mi hermano Alejandro y se pudo comprar el traje de novio, pues se
iba a casar. Había que apañarse de aquella forma».
Sobre la ubicación de los despachos de las carbonerías que décadas
atrás se encontraban, además de las ya citadas anteriormente, se situaban en
los siguientes puntos: Calle del Rey con Gobernador, la esquina en diagonal
con el Centro Cultural Isabel de Farnesio. Otro despacho de carbón estaba
situado en la calle de Postas (peatonal) frente a la que fue la “Pensión
Madrileña”. Otro despacho, que era propiedad de Andrés Portillo, estaba
ubicado en la calle del Almíbar (frente a la Casa del Monegre). Y otra casa
importante en venta de carbón, leña y petróleo era Casa Adrián, en la calle del
Foso, lindaba este establecimiento con el desaparecido restaurante “La Mina”,
a escasos metros de la iglesia Alpajés.
Es preciso antes de cerrar esta Pincelada, hacerlo con unas palabras de
Ramón de Mesoneros Romano, “El Curioso Parlante”, que publicaba en 1851
en Escenas Matritenses, en el capítulo titulado: “Al amor de la lumbre o el
Brasero”.
«Denme el brasero español, típico y primitivo; con su sencilla caja, o
tarima; su blanca ceniza, y sus encendidas ascuas, su badil excitante, y su
tapa protectora; denme su calor suave y silencioso, su centro convergente de
sociedad, su acompañamiento circular de manos y pies. Denme la franqueza y
bienestar que influye con su calor moderado, la igualdad con que le
distribuye: y si es entre dos luces, denme el tranquilo resplandor ígneo que
expelen sus ascuas, haciendo reflejar dulcemente el brillo de unos ojos árabes,
la blancura de su tez oriental».
Queda en mis recuerdos de los días de invierno cuando al llegar del
colegio con mi hermano veía a mi madre en el patio de la corrala tratando de
encender el brasero aventándolo por medio de un trozo de cartón o una
manopla de espadaña, y removiendo con la badila el cisco del carbón, todo
esto después de haber echado unas pequeñas astillas de madera. Una vez
encendido, para eliminar los fuertes olores, era muy habitual con el brasero
colocado debajo de la mesa camilla
echar unas pizcas de azúcar o a
veces la monda de una naranja para
cambiar el olor. Sentados al
derredor de la mesa camilla, con las
faldas por encima de las piernas al
calor del brasero, se comía o bien
hacíamos los deberes del colegio y
mi madre se ponía a coser. De vez
en cuando los mayores “echaban
una firma” –removían las brasas o
cenizas– con la badila, para dejarlo
en forma piramidal o redonda. Eran
tiempos de los clásicos sabañones a
causa del frío y en las mujeres las
cabrillas en las piernas por el calor
del brasero. Me viene a la memoria aquel fogón alto o placa con chimenea que
tenía mi tía Isabel, como engullía el carbón y los troncos de leña, además del
brasero en la mesa camilla. Hoy, pienso que no es que fuera más que
suficiente para calentar la casa, pero si tenía el calor necesario mientras se
“alimentaba” la placa o el brasero. Y como antes de irse a la cama, tu madre
preparaba una olla con agua bien caliente para rellenar la bolsa del agua y
calentarte los pies en la cama. Se agolpan en mi memoria aquellos días
cuando estando con mis amigos en la puerta del salón de juegos recreativos
“La Mina”, en la calle de Postas, que quedaba justo enfrente a la carbonería de
Rufino Tapia, descargaban camiones de carbón. Serones y sacos de carbón
hasta arriba se iban pasando a la carbonería hasta concluir con un inmenso
camión. Era impresionante la fuerza de aquellos hombres con las caras
renegridas por la tizne del carbón, cómo movían tantos kilos a sus espaldas.
¡Qué tiempos aquellos!
Era la calefacción de tiempos pasados, –que aún pervive poco, pero
existen en aldeas y pueblos–; y seguidamente vendrían los tiempos de las
estufas de petróleo, aquellas que se cargaban con una botella boca abajo en la
parte trasera, y por delante la mecha redonda llamada “torcida” que se
impregnaba de petróleo y ardía con el fuego de una cerilla. Pero esto… es otra
historia.
Publicado el día 14 de marzo de 2014 en El Rincón del Cronista
http://joseluislindo.wordpress.com/
José Luis Lindo Martínez