El consumo, el mercado y la Eucaristia

8
El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 1 William T. Cavanaugh El consumo, el mercado, y la Eucaristía William T. Cavanaugh

description

Artículo de W. Cavanaugh sobre el mercado de consumo y la capacidad de la Eucaristía para transformarlo.

Transcript of El consumo, el mercado y la Eucaristia

Page 1: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 1 William T. Cavanaugh

El consumo, el mercado, y la Eucaristía

William T. Cavanaugh

Page 2: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 2 William T. Cavanaugh

Había una mujer llamada Rosalinda con la que asistía a la Misa de los domingos cuando viví en Chile, en la década de los 80. Rosalinda vivía en una pequeña choza de madera con su madre anciana. Sus ingresos, que daban apenas para poco más que pan y té, provenían de la venta de unas agarraderas de punto y otros artículos que Rosalinda tejía y vendía en el mercado de su localidad. En una de mis primeras visitas a su casa, Rosalinda me dio un pequeño pájaro de punto que se utiliza para sujetar las asas de la tetera caliente. Cuando Rosalinda me lo regaló, en el momento de volver a casa, mi primer impulso fue meter la mano en el bolsillo y darle un poco de dinero a cambio. Pero percibí que eso no habría sido algo correcto. Aquel pajarito azul-verde, con una franja blanca, en la actualidad adorna el recipiente para el arroz en mi cocina. Vivo con mi esposa e hijos, a un mundo de distancia de Santiago, en St. Paul, Minnesota. Vivimos nuestras vidas en la intersección de dos historias sobre el mundo: la Eucaristía y el mercado. Ambas son historias acerca del hambre y el consumo, de intercambios y regalos. Son historias superppuestas que compiten entre si. Voy a tratar de contar estas dos historias brevemente, y reflexionar sobre lo que significan en relación a Rosalinda y el pájaro. I. El hambre y el mercado La Economía, se nos dice, es la ciencia que estudia la asignación de recursos en condiciones de escasez. La base misma del mercado, el comercio - renunciar a algo para obtener otra cosa - presupone la escasez. Los recursos son escasos como quiera que el deseo de bienes o servicios de todas las personas no pueden ser enteramente satisfechos. El hambre, en otras palabras, se escribe en las condiciones en que opera la economía. Nunca hay suficiente para todos. Pero no es simplemente el hambre de aquellos que carecen de alimentos suficientes para mantener su cuerpo con buena salud. La escasez es el hambre más general de los que quieren más, sin hacer referencia a lo que ya tienen. La Economía será siempre la ciencia de la escasez, mientras las personas sigan deseando. Y se nos dice que el deseo humano es infinito. Esta visión sobre el deseo no es nueva. Para San Agustín, la renovación constante del deseo es una condición del ser de las criaturas en el tiempo. El deseo no es simplemente negativo; nuestros deseos son lo que nos levantan de la cama por la mañana. Deseamos porque vivimos. El problema es que nuestros deseos se sigan centrando en los objetos que no nos satisfacen, los objetos situados en el extremo inferior de la escala del ser que, en caso de perder su ligazón con la Fuente de su ser, se disuelven rápidamente en la nada1 La solución a la inquietud del deseo es cultivar el deseo de Dios, lo eterno. Agustín se dirige a Dios en aquella famosa oración afirmando que "nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti"2. En una economía de mercado impulsada por los consumidores, la inquietud del deseo es también reconocible. El Marketing busca constantemente satisfacer, crear y alimentar nuevos deseos, a menudo poniendo de relieve un sentido de insatisfacción con lo que uno tiene y es en la actualidad. En una cultura de

Page 3: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 3 William T. Cavanaugh

consumo, reconocemos la validez de la intuición de Agustín: las cosas materiales en particular no nos pueden satisfacer. En lugar de alejar nuestra mirada de las cosas materiales y volverla hacia Dios, en la cultura del consumo nos hundimos cada vez más profundamente en el mundo de las cosas. La insatisfacción y el cumplimiento dejan de ser opuestos, porque el placer no está en la posesión de objetos, sino en su búsqueda. La posesión mata el eros, la familiaridad engendra desprecio. El ir de compras se ha convertido en una adicción con categoría de honor en la sociedad occidental. No es el deseo de alguna cosa en particular, sino el placer de avivar el deseo mismo lo que convierte a los centros comerciales en las nuevas catedrales de la cultura occidental. La dinámica no es un desordenado apego a las cosas materiales, sino una ironía y desapego de todas las cosas. En el plano de la economía, la escasez se trata como una trágica incapacidad para satisfacer las necesidades de todas las personas, especialmente de aquellos a quienes el hambre y la privación extrema enfrentan a diario con la muerte. En el plano de la experiencia, la escasez en la cultura de consumo se asocia con la sensación de placer de desear. La escasez está implícita en la erótica del deseo que al día mantiene al individuo en la búsqueda de la novedad. Por varias razones, el deseo de la sociedad de consumo nos mantiene distraídos de los deseos de los que tienen hambre de verdad, los que sufren el hambre como amenaza de privación de su propia vida. No se trata simplemente de que el mercado fomente una atracción erótica hacia las cosas, no hacia las personas. Es que la historia del mercado establece una visión fundamentalmente individualista de la persona humana. La idea de la escasez supone que la condición normal para la comunicación de bienes es el establecimiento del comercio. Para conseguir algo, hay que renunciar a algo más. La idea de la escasez implica que los bienes no se desarrollan en común. El consumo de bienes es esencialmente una experiencia privada. Esto no quiere decir que las donaciones caritativas estén prohibidas, pero están relegadas al ámbito privado de preferencia, no al de la justicia. Uno siempre puede enviar un cheque para ayudar a alimentar a los hambrientos. Sin embargo, las propias preferencias de caridad estarán siempre en competencia con los propios deseos inagotables. La idea de la escasez establece la opinión de que nadie tiene suficiente. Mis deseos de alimentar a los hambrientos, siempre serán distraídos por la competencia entre sus deseos y los míos. Adam Smith pensaba que esta distracción se debe al hecho de que cada persona está "por naturaleza, en primer lugar y principalmente, dedicada a su propio cuidado."3

Los hombres, aún sintiendo simpatía de forma natural, sienten bien poco unos por otros, con aquellos que no tienen ninguna conexión particular, en comparación de lo que sienten por sí mismos; la miseria de alguien, que no es más que su semejante, es para ellos de poca importancia en comparación, incluso, con sus pequeñas conveniencias."4

En su Teoría de los sentimientos morales, Smith reflexionó sobre la cuestión de cómo los juicios morales desinteresados podrían llegar alguna vez a superar el

Page 4: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 4 William T. Cavanaugh

interés individual. Él desarrolló la idea de que el dolor y otros sentimientos son transmisibles de una persona a otra por la capacidad de simpatía de la persona humana para ponerse a sí mismo en la situación de otro. Sin embargo, según Smith, la naturaleza ha hecho nuestro resentimiento a la falta de justicia más grande que nuestro resentimiento a la falta de benevolencia, por lo que sólo el primero está sujeto a un castigo: "cuando un hombre cierra su pecho a la compasión, y se niega a aliviar la miseria de sus semejantes, pudiendo hacerlo con la mayor facilidad ... aunque todo el mundo censura esa conducta, nadie imagina que los que podrían tener razones, tal vez, para esperar más bondad, tienen algún derecho a obtenerla por la fuerza."5 La sociedad puede existir sin benevolencia, pero no sin justicia.6 Ausente la violencia explícita o el robo, la incapacidad de una persona para obtener alimento no es un fracaso de la justicia, sino una llamada a la benevolencia, que cae sobre los individuos. La comunicabilidad del dolor en el cuerpo de la sociedad es débil. La indignación moral en su forma fuerte está reservada para los ataques explícitos en el status quo de la vida y la propiedad.

Adam Smith no se limita a dejar el cuidado de los hambrientos a las opciones personales, sino que, en el gran esquema de “La riqueza de las naciones”, las necesidades de los hambrientos son abordadas por el cuidado providencial del mercado. Según Smith, la mano invisible del mercado guía la actividad económica, de tal manera que la búsqueda no coordinada del interés propio de los individuos milagrosamente obra en beneficio de todos. La gran máquina económica de la sociedad es conducida por los deseos de la gente. A través del mecanismo de oferta y demanda, la competencia de individuos con intereses particulares dará lugar a la producción de los bienes que la sociedad demanda, al precio adecuado, con suficiente empleo para todos y con el salario adecuado para el futuro previsible. El resultado es una escatología en la que la abundancia para todos está a la vuelta de la esquina. En la economía de consumo contemporánea, el consumo es, a menudo, señalado como la solución al sufrimiento de los demás. Comprar más para que la economía se mueva - un mayor consumo significa más puestos de trabajo. Por el milagro del mercado, mi consumo te da de comer. Una historia que el mercado cuenta, entonces, es que la escasez se convierte milagrosamente en abundancia por el consumo en sí, una epopeya contemporánea de los panes y los peces. Sin embargo, en realidad, el consumismo es la muerte de la escatología cristiana. No puede haber una ruptura con el status quo, ni una irrupción del Reino de Dios, sino sólo novedades superficiales sin fin. Como Vincent Miller escribe: "Como el deseo se sostiene estando desasido de los objetos particulares, la anticipación de los consumidores desea todo y no espera nada"7 El testimonio de los mártires al vivir el Reino de Dios en el presente se convierte en una curiosidad, ¿cómo es posible que alguien esté tan comprometido con alguna cosa en particular como para perder su vida por ella? Estamos conmovidos por el sufrimiento de los demás, pero no podemos imaginar un cambio radical suficiente para socavar el paradigma del consumo. Incluso el sufrimiento de los demás puede convertirse en un espectáculo y un elemento de consumo8 – los tsunamis venden periódicos. Y así optamos por creer que, a través del milagro de la libre competencia, nuestro consumo servirá para alimentar a otros. La verdad, sin embargo, es que el consumo en

Page 5: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 5 William T. Cavanaugh

interés propio no lleva la justicia a los hambrientos. La búsqueda por parte del consumidor de precios bajos-bajos en Wal-Mart significa bajos-bajos salarios para la gente que en Asia fabrica los productos que compramos. La esperanza escatológica se desvanece fácilmente en la resignación frente a un mundo trágico de escasez. II. El hambre y la Eucaristía La Eucaristía cuenta otra historia sobre el hambre y el consumo. No comienza con la escasez, sino con El que vino para que tengamos vida y la tengamos en abundancia (Juan 10:10). "Jesús les dijo: 'Yo soy el pan de la vida. Quien viene a mí no tendrá hambre"(Juan 6:35). La insaciabilidad del deseo humano es absorbida por la abundancia de la gracia de Dios en el don del Cuerpo y la Sangre de Cristo. "El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna" (6:54), que se elevan por encima del anhelo meramente temporal de la novedad. Y el cuerpo y la sangre de Cristo no son bienes escasos, la acogida y la copa se multiplican a diario en miles de celebraciones eucarísticas en todo el mundo. "Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y cualquiera que venga a mí yo no le echo fuera" (6:37). Esta invitación a venir y ser saciado es asimilable a espiritualidades privadas de realización personal si se empaqueta como una "experiencia" de la vida divina. Pero la abundancia de la Eucaristía es inseparable de la kénosis, el anonadamiento, de la cruz. El consumidor del cuerpo y la sangre de Cristo no permanece ajeno a lo que consume, sino que se convierte en parte del Cuerpo. "El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en ellos" (6:56). El acto de consumo de la Eucaristía no implica la apropiación de los bienes para uso privado, sino que se asimila a un organismo público, el Cuerpo de Cristo. Agustín oye la voz de Dios decir: " Yo soy el alimento de las almas adultas; crece y me comerás. Pero no me transfomarás en ti como asimilas los alimentos de la carne, sino que tú te transformarás en mí."9 La Eucaristía ejerce un radical “descentramiento” del individuo mediante la incorporación de la persona en un cuerpo más grande. En el proceso, el acto de consumo se invierte de dentro a fuera, de modo que el consumidor se consume. Cuando consumimos la Eucaristía, nos hacemos uno con los demás y compartimos su suerte. Pablo le pregunta a los Corintios: "El pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?" Pablo responde "Porque hay un solo pan, nosotros, que somos muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos participamos de un solo pan." San Juan Crisóstomo comenta este pasaje,

"porque él dijo UNA PARTICIPACIÓN DEL CUERPO, y el que comparte es diferente del que participa, él eliminó incluso esta pequeña diferencia. Después de decir UNA PARTICIPACIÓN DEL CUERPO, buscó la forma de expresarlo con mayor precisión, y así añadió PARA QUE NOSOTROS, SIENDO MUCHOS, SEAMOS UN SOLO PAN, UN SOLO CUERPO. "¿Por qué estoy hablando de compartir?", dice, "Nosotros somos ese mismo cuerpo." Porque ¿Qué es el pan? El cuerpo de Cristo. ¿Y en qué se convierten los

Page 6: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 6 William T. Cavanaugh

que participan de Él;? En el cuerpo de Cristo, no muchos cuerpos, sino sólo uno "10

La proclamación del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía tiene un efecto dramático en la comunicabilidad del dolor de una persona a otra, pues los individuos están ahora unidos en un solo cuerpo, conectados por un sistema nervioso. No sólo el ojo no puede decir a la mano: "No tengo necesidad de vosotros" (I Cor. 12:21), sino que el ojo y la mano sufren o se regocijan en el mismo destino. "Si un miembro sufre, todos sufren con él, y si un miembro es honrado, todos se alegran con él" (12:26). Por esta razón, Pablo les dice a los corintios que debemos tener un cuidado especial con los miembros más débiles del cuerpo (12:22-25), presumiblemente debido a que el cuerpo es tan fuerte como su miembro más débil. Esta comunicabilidad del dolor subyace en la obligación de los seguidores de Cristo para con los hambrientos. El punto de la historia del juicio final en Mateo 25, 31-46 no trata simplemente de que un individuo que realice buenas obras - como alimentar a los hambrientos - será recompensado con una entrada para el Reino. La fuerza de la historia radica en la identificación de Cristo con el hambriento: "Porque tuve hambre y me disteis de comer" (25:35). El dolor de la persona con hambre es el dolor de Cristo, y por lo tanto, es también el dolor del miembro del cuerpo de Cristo que da de comer al hambriento. Al contrario que con Adam Smith, aquí no hay prioridad de la justicia frente a la caridad, no hay una clasificación previa de que se merece quien antes de que la benevolencia pueda ponerse en marcha. En Mateo como en Pablo, el hambre y la benevolencia se confunden en Cristo, de modo que las distinciones entre la justicia y la caridad, públicas y privadas, se convierten en impedimentos para ver la realidad tal como Dios la ve. La economía de Adam Smith suscribe una separación entre los intercambios contractuales y los regalos. La benevolencia es una suspensión libre del intercambio basado en el interés individual. Como tal, la benevolencia no se puede esperar, o incluso fomentar, a nivel público, porque el mercado funciona para el bien de todos sobre la base de la producción y el consumo de acuerdo a los intereses individuales. La donación benevolente transfiere libremente la propiedad de uno a otro, sin embargo respeta los límites entre lo mío y lo tuyo. En la economía de la Eucaristía, por el contrario, el don relativiza los límites entre lo mío y lo tuyo por relativizar el límite entre tú y yo. Ya no somos dos personas enfrentadas entre sí, ya sea por medio de un contrato o como donante activo y receptor pasivo. Sin perder nuestra identidad como personas únicas – la analogía de Pablo sobre el cuerpo exalta la diversidad de los ojos y las manos, cabezas y pies - dejamos de ser “simplemente otro”, el uno para el otro, por la incorporación en el Cuerpo de Cristo. En la Eucaristía, Cristo es el regalo, dador y receptor. No somos simplemente parte activa ni pasiva, sino que participamos en la vida divina, de tal manera que nos saciamos y a la vez nos convertimos en alimento para otros. Nuestra tentación es espiritualizar todo este discurso sobre la unión, para convertir nuestra conexión con el hambre en un acto místico de simpatía imaginativa. Podríamos entonces pensar que ya estamos en comunión con

Page 7: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 7 William T. Cavanaugh

aquellos que carecen de alimentos, atendamos o no a sus necesidades. En Mateo no hay nada de esto, y se coloca la obligación de alimentar a los hambrientos en el contexto del juicio escatológico. Pablo también coloca el descuido para con los hambrientos en el contexto del juicio. En la celebración eucarística en Corinto, que incluía una comida en común, los que comen mientras otros pasan hambre "mostrais desprecio por la Iglesia de Dios y avergonzáis a los que no tienen nada" (I Cor. 11:22). Los que así, de una "manera indigna", participan del cuerpo y la sangre de Cristo "comen y beben su propia condenación" (11:27. 29). Aquellos de nosotros que participamos en la Eucaristía, ignorando el hambre podemos comer y beber nuestra propia condenación. La Eucaristía pone el juicio en el contexto escatológico de la irrupción del Reino de Dios. No hay un progreso inmanente gradual hacia la abundancia que el mercado, impulsado por el consumo, siempre trata - pero en realidad nunca lo consigue – de llevar a cabo. La Eucaristía anuncia la venida del Reino de Dios ahora, ya en el presente, por la gracia de Dios. La Constitución “Sacrosanctum Concilium”, del Concilio Vaticano II, afirma la dimensión escatológica de la Eucaristía en los siguientes términos: "En la liturgia terrena se puede participar de un anticipo de la liturgia celestial que se celebra en la Ciudad Santa de Jerusalén hacia el cual nos dirigimos como peregrinos ..."11 En la Eucaristía, Dios se rompe y rompe la desesperación trágica de la historia humana con un mensaje de esperanza y una exigencia de justicia. El hambre no puede esperar, la fiesta celestial es ahora. El consumo sin fin de la novedad superficial se rompe con la promesa de un final, el Reino hacia el cual la historia se dirige y que ya está irrumpiendo en la historia. El Reino no es conducido por nuestros deseos, sino por el deseo de Dios, que recibimos como don en la Eucaristía. Creo que tengo ahora una idea de por qué habría sido un error dar dinero a Rosalinda por el pájaro. Se habría anulado el regalo y lo hubiera convertido en un intercambio. Yo habría restablecido los límites entre lo suyo y lo mío, y por tanto habría reforzado los límites entre ella y yo. La Eucaristía nos cuenta una historia diferente acerca de lo que somos en realidad - los hambrientos y saciados - y hacia dónde vamos.

Page 8: El consumo, el mercado y la Eucaristia

El consumo, el mercado, y la Eucaristía Pag. 8 William T. Cavanaugh

Notas finales 1. Agustín, Confesiones, trad. Henry Chadwick (Oxford: Oxford University Press, 1991), 29-30 [Libro II, § 10]. 2. Ibíd., 3 [Libro I, § 1]. 3. Adam Smith, La Teoría de los sentimientos morales, ed. AL Macfie y Rafael DD (Oxford: Oxford University Press, 1976), 82 [II.ii.2.1]. 4. Ibíd., 86 [II.ii.3.4]. 5. Ibíd., 81 [II.ii.1.7]. 6. Ibid., 85-91 [II.ii.3]. 7. Vicente J. Miller, consumo de religión: la fe cristiana y la práctica de una cultura de consumo (Nueva York: Libros Continuum, 2003), 132. 8. Véase ibíd., 133-4. 9. Agustín, 124 [Libro VII, § 16]. 10. San Juan Crisóstomo, Homilía en Corintios I, no. 24 La Eucaristía: Mensaje de los Padres de la Iglesia, ed. Daniel J. Sheerin (Wilmington, Del.: Michael Glazier, 1986), 210. 11. Sacrosanctum Concilium 8, en los documentos del Vaticano II, Austin Flannery P., ed. (Grand Rapids, Mich. Wm B. Eerdmans Publishing Co., 1975), 5.