El Cristiano Eugenio

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EL CRISTIANO EUGENIO Una nostalgia de Dios Esta es la historia de una conversión incomoda. Es la epopeya de un hombre que transitó valientemente el camino desde la Sinagoga a la Iglesia. Los episo- dios narrados describen un drama del espíritu humano que fue muy poco co- nocido más allá de su tiempo. Después de sesenta años casi nada se había di- cho o publicado hasta que apareció, hace poco, una brevísima biografía de carácter divulgativo. Y sin embargo, se trata, posiblemente, de una de las con- versiones más sublimes y significativas de la historia reciente de la Iglesia. Un espacio de opinión diferente para que leas lo que no publican los diarios, lo que no muestra la televisión, lo que no dicen en la radio. En fin, lo que nos debiera interesar para hacer de éste un país más habitable, para generar espacios de reflexión, para conocer y debatir. Tienes nuestra autorización para reimprimir este manifiesto, reenviarlo a tus amigos, utilizarlo en todo o en parte en tu sitio Web, tu blog, tu noticiero de correo electrónico, radio y/o televisión, siempre que en tales medios se exprese exactamente la siguiente leyenda (sin alterar su contenido): "Este manifiesto fue redactado por el Cancerbero” EL CANCERBERO MANIFIESTO POLÍTICA Y SOCIALMENTE INCORRECTO AÑO II - Nº 1 Lunes 13 de febrero del año del Señor 2012 ROMA, 13 DE FEBRERO DE 1945 Han pasado ocho meses desde que las fuer- zas de ocupación nazis fueron expulsadas de Roma por las tropas aliadas. Ese día, en la iglesia de Santa María deglí Angeli, monseñor Traglia administra el bautismo a Israel-Ítalo Zolli, Gran Rabino jefe de Ro- ma, quien escoge como nuevo nombre cris- tiano el de Eugenio, en homenaje y recono- cimiento a Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII, por todo lo que este había hecho a favor de los judíos durante la guerra. La conversión de Zolli sacudió los ambien- tes judíos y católicos. Todavía hoy, el asun- to Zolli, despierta en el seno del judaísmo sentimientos encontrados. Entre los rabinos del mundo contemporáneo, Zolli es tenido como anatema y principal meshummad (apóstata y renegado). Con manifiesta in- comprensión se levantaron voces contra él. Una jauría rabiosa de notables y conspicuos miembros de la comunidad judía de Roma se lanza con saña contra él. En un primer momento buscan desanimarlo y tratan de seducirlo de todas las formas posibles para hacerlo desistir. Después, en cartas y por teléfono, es vilipendiado, injuriado y ame- nazado. Se vuelve blanco de los sarcasmos de su comunidad. La Sinagoga de Roma decreta varios días de ayuno en expiación por la apostasía de Zolli. Se lleva luto como si hubiera muerto; se le denuncia como un apartado de Dios y se le excomulga. Finalmente, su nombre pasa a engrosar la lista de los “grandes excluidos”. Su caso es sistemáticamente evitado por los estudiosos del judaísmo. A menudo se hace referencia a él como el innombrable. Hoy la mayor parte de la comunidad judía, incluido los que conocen a fondo la historia judía del siglo XX, no han oído hablar nun- ca del rabino jefe de Roma que pidió a Pío XII el bautismo. En el mundo católico la situación es más o menos la misma. Y sin embargo, Zolli y su epopeya merecerían algo mejor.

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EL CRISTIANO EUGENIO

Una nostalgia de Dios

Esta es la historia de una conversión incomoda. Es la epopeya de un hombre

que transitó valientemente el camino desde la Sinagoga a la Iglesia. Los episo-

dios narrados describen un drama del espíritu humano que fue muy poco co-

nocido más allá de su tiempo. Después de sesenta años casi nada se había di-

cho o publicado hasta que apareció, hace poco, una brevísima biografía de

carácter divulgativo. Y sin embargo, se trata, posiblemente, de una de las con-

versiones más sublimes y significativas de la historia reciente de la Iglesia.

Un espacio de opinión diferente para que leas lo que no publican los diarios, lo que no

muestra la televisión, lo que no dicen en la radio. En fin, lo que nos debiera interesar para

hacer de éste un país más habitable, para generar espacios de reflexión, para conocer y

debatir.

Tienes nuestra autorización para reimprimir este manifiesto, reenviarlo a tus amigos, utilizarlo

en todo o en parte en tu sitio Web, tu blog, tu noticiero de correo electrónico, radio y/o

televisión, siempre que en tales medios se exprese exactamente la siguiente leyenda (sin

alterar su contenido): "Este manifiesto fue redactado por el Cancerbero”

EL CANCERBERO

MANIFIESTO POLÍTICA Y SOCIALMENTE INCORRECTO

AÑO I I - Nº 1

Lunes 13 de febrero del año del Señor 2012 ROMA, 13 DE FEBRERO DE

1945

Han pasado ocho meses desde que las fuer-

zas de ocupación nazis fueron expulsadas

de Roma por las tropas aliadas. Ese día, en

la iglesia de Santa María deglí Angeli,

monseñor Traglia administra el bautismo a

Israel-Ítalo Zolli, Gran Rabino jefe de Ro-

ma, quien escoge como nuevo nombre cris-

tiano el de Eugenio, en homenaje y recono-

cimiento a Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII,

por todo lo que este había hecho a favor de

los judíos durante la guerra.

La conversión de Zolli sacudió los ambien-

tes judíos y católicos. Todavía hoy, el asun-

to Zolli, despierta en el seno del judaísmo

sentimientos encontrados. Entre los rabinos

del mundo contemporáneo, Zolli es tenido

como anatema y principal meshummad

(apóstata y renegado). Con manifiesta in-

comprensión se levantaron voces contra él.

Una jauría rabiosa de notables y conspicuos

miembros de la comunidad judía de Roma

se lanza con saña contra él. En un primer

momento buscan desanimarlo y tratan de

seducirlo de todas las formas posibles para

hacerlo desistir. Después, en cartas y por

teléfono, es vilipendiado, injuriado y ame-

nazado. Se vuelve blanco de los sarcasmos

de su comunidad. La Sinagoga de Roma

decreta varios días de ayuno en expiación

por la apostasía de Zolli. Se lleva luto como

si hubiera muerto; se le denuncia como un

apartado de Dios y se le excomulga.

Finalmente, su nombre pasa a engrosar la

lista de los “grandes excluidos”. Su caso es

sistemáticamente evitado por los estudiosos

del judaísmo. A menudo se hace referencia

a él como el innombrable.

Hoy la mayor parte de la comunidad judía,

incluido los que conocen a fondo la historia

judía del siglo XX, no han oído hablar nun-

ca del rabino jefe de Roma que pidió a Pío

XII el bautismo. En el mundo católico la

situación es más o menos la misma. Y sin

embargo, Zolli y su epopeya merecerían

algo mejor.

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¿QUÉ HACÍA DÍOS ANTES DE

CREAR EL MUNDO?

Nacido un 17 de septiembre de 1881 en

Brody, actual Ucrania, Israel Zoller es el

último de cinco hijos de una familia judía

acomodada. De adulto, se vería obligado a

italianizar su nombre a Israel-Ítalo Zolli a

causa de una ley antisemita. Su padre era

propietario de un taller que perdería en

1888.

Israel es un niño de inquietudes espirituales

precoces. Evocando su infancia escribe en

sus Memorias, un compañero y yo caminá-

bamos a paso rápido para así calentarnos y

comentar nuestras cosas; uno al lado del

otro. ¿Sabes –dije volviéndome hacia él–

qué hizo el Señor antes de crear el mundo?

¿Por qué creo el mundo? ¿Sabes –me con-

testó él– que, si piensas en esas cosas, te

volverás loco?

Durante la época escolar surgirían otros

planteamientos más serios. Su mente infan-

til se cuestionaba: quien estudia y sabe mu-

chas cosas se hace rabino: eso está bien.

Pero la Torah es un saber sencillo, como la

aritmética …, ¿o es más bien algo que ha

de vivirse? … Mi madre sabía poco y ama-

ba mucho a los pobres; mi maestro sabía,

pero no amaba más que el dinero. Sentía

que entre él y yo se abriría un abismo.

A los doce años, mientras se preparaba para

su confirmación, la Bar Mitzvah, Israel to-

ma conciencia del vacío que existe en su

alma, un vacío que sólo puede colmar con

la experiencia de Dios. Más tarde escribiría

“A la puerta del alma ha empezado a lla-

mar alguien invisible”. En lugar de confor-

marse con la meditación exegética abstracta

e interminable de los comentarios del Tal-

mud, contempla la naturaleza que le rodea

para buscar la verdad. Pero su pensamiento

va aún más allá. “Me parece –escribe– que

me llama una voz lejana; una voz que viene

del infinito. Siento que me llama […]; su

nombre es Yahvé, el Nombre inefable, el

Ser”.

Así, se establece un curioso diálogo entre

él, la criatura, y la voz de su Creador. El

joven vive una verdadera soledad espiritual

y siente muy lejanos a sus compañeros.

Aislado en un mundo propio, el muchacho

vuelve de vez en cuando a la realidad de lo

cotidiano, acordándose de la pobreza de sus

padres. Después, el silencio reconquista su

alma serenada. “En la conciencia de nues-

tro vacío interior encontramos un todo im-

penetrable, inquietante y suave al mismo

tiempo, que te hiere y cura, dando a veces

sensación de nada y a veces de plenitud”.

La madre de Israel tuvo un papel funda-

mental en su formación. Nacida de una es-

tirpe bicentenaria de rabinos eruditos, hizo

mucho más que transmitirle la huella de ese

legado; le enseñó, sobre todo, los preceptos

del amor y de la caridad con el ejemplo de

su conducta a pesar de la pobreza en que

estaban viviendo. Una de las grandes preo-

cupaciones de la señora Zoller era conse-

guir que su hijo pudiera continuar sus estu-

dios rabínicos.

encuentra alojamiento para sus padres en su

barrio, cerca de su casa. Zolli es un parro-

quiano asiduo de la iglesia Stella Matutina

donde asiste con discreción a las conferen-

cias sobre el Evangelio que da el párroco,

don Bargellini.

En enero de 1956 cae enfermo de bronco-

neumonía. Mejora, pero en febrero sufre

una recaída. También Emma está enferma y

anciana. Myriam está en la cabecera de la

cama del padre, que en su delirio la confun-

de con su difunta madre, allá en la lejana

Galizia.

Después recupera la consciencia: “¡My-

riam! Tienes que volver a casa. ¡Tienes una

niña!”; después le dice que la verdad y la

justicia se han cumplido en la caridad de

Cristo. De nuevo, invadido por la fiebre,

llama a la señora Cavalletti para dictarle la

correspondencia. Por la tarde, un amigo re-

ligioso viene a rezar a su lado.

“¿Acogerá el Señor las lágrimas que toda-

vía no han sido derramadas, las armonías

suspendidas, los cánticos todavía no canta-

dos? ¿Acogerá el llanto de mi corazón? Yo

poseo sólo todo lo que he perdido, sólo

aquello que no tendré más y todo aquello

que echo de menos. Aunque indigno, es to-

do lo que puedo ofrecer al Señor. Es la me-

jor parte de mí”.

Una semana antes de su muerte había con-

fiado a una monja que le atendía: “Moriré

el primer viernes de mes a las tres de la

tarde, como Nuestro Señor”. El 2 de marzo

de 1956, a las diez, recibe la Santa Comu-

nión, y dice: “Espero que el Señor perdone

mis pecados. Por lo demás, confío en Él”.

“Cuando siento el fardo de mi existencia,

cuando soy consciente de las lágrimas con-

tenidas, de las bellezas no vistas, lloro so-

bre Cristo crucificado por mí y en mi […]

Muero sin haber vivido, porque sólo se vive

en la plenitud de Cristo. No podemos más

que confiar en la misericordia de Dios, en

la piedad de Cristo que muere porque la

humanidad no sabe vivir en Él”.

Después siguió hablando, escribe una testi-

go, pero era imposible comprenderlo. Esta-

ba ya en la otra orilla. A mediodía entró en

coma. Murió en olor de santidad, a las tres

de la tarde, como Cristo. Era el primer vier-

nes de mes.

El padre Dezza celebró los funerales al día

siguiente. Ayudaba a la misa un alumno de

Zolli. Todos lloraban la desaparición de

aquel alma escogida. Sus restos mortales

fueron inhumados en el cementerio del

Campo Verano.

Page 3: El Cristiano Eugenio

EL TESTIMONIO

Zolli, ya cristiano, se obstina en vivir pobre:

Escribe: “Ningún motivo de interés me ha

llevado a hacer esto; cuando mi mujer y yo

hemos abrazado la iglesia, hemos perdido

todo lo que teníamos en el mundo. Ahora

tenemos que buscarnos un trabajo. Dios

nos ayudará”. Un amigo de aquellos años

atestigua la extrema pobreza en la que vive:

“Cuando íbamos a verlo, siempre, según la

costumbre italiana, nos ofrecía un café; yo

aceptaba, sabiendo que si rechazaba le iba a

parecer mal, pero, por otra parte, sabía que

no tenía más medios para mostrarse acoge-

dor”.

Algunos protestantes se pusieron en contac-

to con el neobautizado, ofreciéndole consi-

derables sumas de dinero si, con su estudio

de la Sagrada Escritura, conseguía encon-

trar una justificación que sostuviera su tesis

contra el primado de Pedro en Roma. Zolli

no sólo rechazó la propuesta, sino que pen-

só escribir una obra para demostrar preci-

samente lo contrario. El texto La confesión

y el drama de Pedro quedó incompleto con

su muerte.

Cada mañana, en la capilla de la Gregoria-

na, Eugenio Zolli asiste a la misa del padre

Dezza y después se queda largo rato en ora-

ción. Confía al jesuita: “Me encuentro tan

bien en la capilla que me gustaría no salir

nunca” En su habitación lee la Biblia en

hebreo y en griego y reza continuamente.

La síntesis de los dos Testamentos ilumina

su vida “porque el mismo rayo de luz se

libera de la robusta palabra de Amós, se

enriquece con la palabra de Isaías, para

desembocar por fin en la gran luz del

Evangelio”.

Cuando le preguntan por qué había renun-

ciado a la Sinagoga para entrar en la Iglesia

contestaba: “Yo no he renunciado a nada.

El cristianismo es el cumplimiento de la

Sinagoga. La Sinagoga era una promesa y

el cristianismo es el cumplimiento de esa

promesa. La Sinagoga señalaba al cristia-

nismo; el cristianismo presupone la Sina-

goga. Vean, por tanto, cómo la una no pue-

de existir sin el otro. En realidad yo me he

convertido al cristianismo viviente”.

En 1946 había publicado Christus. En un

capítulo titulado El Nazareno, escribe con

una significativa expresión: Sufficit tibi gra-

tia mea –Te basta mi gracia–, indicando así

su estado de ánimo de viajero llegado a su

destino final. “El día declina –escribe Zolli

en Christus–¸el atardecer no está lejano. Se

acerca. Mi mies es miserable y escasas son

mis flores para embellecer el altar del Se-

ñor”.

En 1954 publica sus memorias Antes del

Alba. El capitulo final se titula Despedida.

Al final del capítulo y del libro escribe “…

por Jesucristo nunca se ama y se sufre lo

suficiente. Todavía sigo esperando a Cristo.

Lo espero, ahora y en la hora de mi muerte.

¡Ven, Señor Jesús! Te espero.”

Zolli, enfermo del corazón, debe abandonar

el apartamento en la cuarta planta de un

edificio sin ascensor. Myriam ahora está

casada con el doctor Enzo de Bernhart y

La relación con su madre era tierna y él re-

cuerda con frecuencia los cuidados amoro-

sos que ella le brindaba. De ella, Zolli es-

cribiría en su obra “Antes del Alba”, “Mi

madrecita sabía que a su pequeño le gusta-

ba el dulce, pero tú, mamá querida, no su-

piste que habías sido para mí –te lo digo

hoy, mientras los ojos se me llenan de lá-

grimas que queman– hoy como entonces,

más dulce que todo el azúcar del mundo.”

De su padre recuerda, “era de una rectitud

extraña, y por ello, seguramente, poco há-

bil para el comercio. Después de cerrar la

fábrica de seda, la miseria crecía día tras

día.” De su padre aprendió a orar, escribiría

más tarde.

De joven, Israel se matriculó en un curso de

estudios religiosos para poder convertirse

en profesor de religión. Su alma se sumerge

en pensamientos cada vez más sublimes.

“[…] No solo toda la vida, sino todo lo que

existe, lo siento como una gran unidad rota,

fragmentos que sufren porque se han

desatado de la Unidad. Cada uno de noso-

tros es uno, uno solo, abandonado, huér-

fano … y estos huérfanos a veces, y también

con frecuencia, intentan aproximarse los

unos a los otros para escapar de la sensa-

ción de abandono y de extravío [...] En la

naturaleza hay un llanto y un canto, y el

canto está marcado por lágrimas de oro,

chispas de alegría. Hay tanta nostalgia

afligida en el canto y tanta consolación se-

rena en el llanto […] Y en el canto y en el

llanto del alma está la nostalgia de la Uni-

dad rota, de esa Unidad a la que yo no sé

dar otro nombre que … Dios.”

En las poquísimas ocasiones en las que dis-

ponía de dos o tres horas libres, se llevaba

el pequeño Evangelio y corría fuera de la

ciudad. “En medio del verde, solo, solito,

leía el Evangelio y experimentaba un pla-

cer infinito.” Meditaba sobre las Bienaven-

turanzas y las comparaba enseguida con la

cotidiana lectura de los salmos. Prosigue su

camino hacia Dios a través de la Torah, pe-

ro no puede impedir comparar la mentali-

dad del Nuevo y el Antiguo Testamento.

Leyendo el Evangelio descubre un contraste

enorme. Afirma en sus recuerdos: “Todo

esto me descolocaba. El Nuevo Testamento

es, en efecto, ¡un testamento nuevo!”

A sus veintitrés años fallece su madre, a la

que tanto amaba. En sus memorias le dedi-

ca a este episodio un solo párrafo que no

llena tan siquiera una página. Sin embargo,

describe en él, los últimos minutos de esa

conmovedora despedida con encendido sen-

timiento. “[…] Y se apagó como una llama

pura en el altar puro de un amor puro. Y yo

sentí entrar en mi alma, más fuerte que el

dolor, una esperanza, una solemnidad reli-

giosa. Preciosa es, a los ojos de Yahvé, la

muerte de sus santos [Sal 116, 15] y, como

muestra de un deseo íntimo e irresistible,

encendí muchas velas. Quise ofrecer a mi

madrecita un homenaje de luces, una coro-

na de llamas. Luego me acerqué a su cama

y le besé en la frente todavía ligeramente

tibia, y mi corazón cantaba, sumisa y místi-

camente, una gran enseñanza. Bienaventu-

rados los puros de corazón porque ellos

verán a Dios.”

Page 4: El Cristiano Eugenio

LOS AÑOS DE FORMACIÓN

Poco después, deja a su familia a la que no

verá nunca más. Consigue entrar a la Uni-

versidad de Viena, pero pronto resuelve

trasladarse a Florencia donde se matricula

en la Universidad y en el Colegio Rabínico

Italiano. Corre el año 1913, en vigilia de la

primera guerra mundial. Zolli tiene 32 años

y conoce a Adèle Litvak, con quien se casa

y de cuya unión nace la pequeña Dora.

Puesto a prueba en su vida familiar, pierde

a Adèle poco después del nacimiento de

Dora. En 1920, después de tres años de

viudez se casa con Emma Majonica, y de su

unión nace otra niña, Myriam.

Se doctoró en filosofía en la universidad, y

en rabínica en el Colegio, casi al mismo

tiempo. Empieza a publicar contribuciones

en un sinnúmero de revistas. Después, es

nombrado vice-rabino de Trieste. Cuando

Trieste se convirtió por fin en territorio ita-

liano, el nuevo gobierno y las autoridades

insistirán para que Zolli acepte el puesto de

Gran Rabino de la ciudad. En el periodo

entre 1918 y 1938, Zolli, ahora Gran Ra-

bino de Trieste y con nacionalidad italiana,

escribe artículos en alemán para revistas

vienesas y ocupa una cátedra en la Univer-

sidad de Padua.

Durante aquellos años en Padua y Trieste,

el rabino atrae a una masa de estudiantes a

sus cursos, frecuentados también por mu-

chos seminaristas católicos. Uno de ellos, el

padre Fiorani, cuenta como asistía a las cla-

ses de cada semana expresamente para es-

cuchar a Zolli, y como él y otros jóvenes

eclesiásticos rezaban continuamente por su

ilustre profesor. Interrogado sobre la perso-

nalidad del rabino, el padre Fiorani insiste

en su amor por la verdad y su aversión por

el absolutismo y el fanatismo, incluidas las

formas angostas y sectarias del sionismo.

Aquellos años fueron de extraordinaria pro-

fundización cultural y espiritual. Zolli lee

continuamente las escrituras y acude sin

complejos al Antiguo y Nuevo Testamento.

En su mente de erudito, la Biblia entera pa-

rece fundirse en un todo. Zolli afirma que

en aquellos años estaba tan lejos de la idea

de conversión que no se planteaba ni remo-

tamente la posibilidad. Cada tarde se limi-

taba a abrir la escritura, fuera el Antiguo o

el Nuevo Testamento, para meditar. Fue así

como la figura de Jesús y sus enseñanzas se

le hicieron familiares, sin que ningún pre-

juicio se interpusiera.

Una primera experiencia mística consolida-

rá la fe contemplativa del rabino. Una tarde,

mientras trabajaba en un artículo, se sintió

de pronto arrebatado de sí mismo: “De re-

pente, y sin saber por qué, apoyé la estilo-

gráfica sobre la mesa, y como en éxtasis

invoqué el nombre de Jesús. Me quedé in-

quieto hasta que lo vi como en una gran

pintura fuera de su marco, en el ángulo os-

curo de la habitación lo contemplé larga-

mente sin agitación, sintiendo una intensa

serenidad de espíritu”.

Después vendrán más experiencias místicas

de este tipo, en 1937 y en 1938. En 1945

vivirá su último y decisivo arrebato espiri-

uno a mi derecha y el otro a mi izquierda.

Pero me sentí tan alejado del ritual que de-

jé recitar a los demás las oraciones y el

canto. No sentía ninguna alegría ni dolor;

estaba vacío de pensamientos y de sensa-

ciones. Mi corazón yacía como muerto en

mi pecho. Y rápidamente después vi con el

ojo de la mente un prado extenderse a lo

alto, con hierba luminosa pero sin flores.

En este prado vi a Jesucristo vestido con un

manto blanco, y encima de Su cabeza el

cielo azul. Experimenté la mayor de las pa-

ces interiores. Si tuviese que dar una com-

paración del estado de mi alma en aquel

momento diría: un límpido lago cristalino

entre las altas montañas. Dentro, mi cora-

zón encontró las palabras: Estás aquí por

última vez. Las tomé en consideración con

la mayor serenidad de espíritu y sin ningu-

na emoción en particular. La contestación

de mi corazón fue: Así sea, así será, así de-

be ser.

Una hora después aproximadamente, mi

mujer, mi hija y yo nos encontrábamos en

casa para la cena posterior al ayuno. Des-

pués de cenar, mi mujer cogió algunos pe-

riódicos y se dirigió a su habitación, y así

lo hizo también mi hija. Permanecí en mi

estudio para escribir unas cartas y leer al-

gunas revistas. Cuando me sentí cansado

me dirigí a mi habitación. La puerta de la

habitación de mi hija estaba cerrada. De

repente, mi mujer me dijo: “Hoy, mientras

estaba delante del Arca de la ¨Torah, me

pareció como si la figura blanca de Jesús

impusiese Sus manos sobre tu cabeza, como

si te estuviese bendiciendo”. Estaba sor-

prendido, pero todavía muy tranquilo. Hice

como si no hubiera entendido. Pero ella

repitió cuanto me había dicho hacía un ra-

to, palabra por palabra. En aquel preciso

momento oímos a la pequeña corneta –así

solíamos llamar a nuestra hija más joven,

Myriam, cuando nos llamaba desde lejos–:

“¡Papaaa!” –fui a su habitación–. ¿Qué

pasa?” le pregunté. “Estaban hablando de

Jesucristo”, replicó. “Sabes, papá, esta no-

che estaba soñando con Jesús muy alto y

blanco, pero no recuerdo qué es lo que pa-

saba después”.

Les deseé a las dos buenas noches y, com-

pletamente imperturbado, empecé a pensar

en la insólita circunstancia de los aconte-

cimientos. Luego me fui a dormir comple-

tamente tranquilo.

Fue algunos días después cuando renuncié

a mi encargo en el seno de la comunidad

hebrea y me dirigí a un sacerdote comple-

tamente desconocido con la intención de

recibir formación cristiana. Transcurrió un

intervalo de algunas semanas, hasta el 13

de febrero, cuando recibí el sacramento del

bautismo y fui incorporado a la Iglesia ca-

tólica, al cuerpo místico de Jesucristo.

Su mujer, Emma Zolli, bautizada el mismo

día, añadió a su nombre el de María, y su

hija Myriam siguió el camino de sus padres

tras un año de reflexión. A la mañana si-

guiente, el padre Dezza, rector de la Uni-

versidad Gregoriana, dio a los cónyuges su

primera comunión. Unos días más tarde,

también juntos, recibieron el sacramento de

la confirmación de manos de monseñor Fo-

gar, obispo de Trieste durante la época en la

que Zolli había sido Gran Rabino de la ciu-

dad.

Page 5: El Cristiano Eugenio

mismo día, Pio XII encarga a los diplomáti-

cos una acción oficial, conocida hoy en día

gracias a la apertura de los archivos vatica-

nos. El Santo Padre interviene ante el go-

bierno de ocupación militar de Roma pre-

sentando una firme petición de que se orde-

ne el cese de la acción contra los judíos. La

operación relámpago de los días 15 y 16 no

se volverá a repetir: como por arte de ma-

gia, los arrestos en masa se suspenden. “En

resumen –escribe el padre Blet– los con-

ventos e institutos religiosos parecían gozar

de una misteriosa inmunidad”.

Durante aquellos meses, Zolli permaneció

oculto entre familias cristianas y utilizó to-

das las maneras posibles para dispersar a la

población judía; “Las oraciones se podrán

decir en casa –observa Zolli–. Que cada

cual rece donde se encuentre. En el fondo,

Dios está en todas partes”. La lista de rabi-

nos de otras ciudades, deportados o asesi-

nados en su puesto se ampliaba: Génova,

Módena, Bolonia, etc. Se anunciaban reda-

das por todas partes. Escondido en la casa

del Doctor Fiorentino, después de los Pie-

rantoni, apartado, con o sin su pequeña fa-

milia, el rabino pasa horas angustiosas re-

zando al Señor: “Oh Eterno, protege a este

resto de Israel”.

Sobre estos terribles meses, el rabino, a

modo de síntesis, escribiría: “La obra ex-

traordinaria de la Iglesia a favor de los ju-

díos de Roma es sólo un ejemplo de la in-

mensa ayuda desarrollada bajo los auspi-

cios de Pio XII y de los católicos de todo el

mundo, con un espíritu de humanidad y de

caridad cristiana incomparables. La des-

cripción de esta obra en toda su vastedad

constituirá una de las páginas más reful-

gentes de la historia humana, un verdadero

triunfo de la luz que emana de Jesucristo”.

ESTAS AQUÍ POR ÚLTIMA VEZ

El 4 de junio de 1944, los americanos hacen

su entrada en los suburbios y la mañana del

5 toda la ciudad está ocupada por las fuer-

zas angloamericanas. Tras los combates en

los alrededores de Roma entre las tropas

nazis y los aliados, se restableció el orden

en la ciudad. Desde el balcón que da a la

plaza de San Pedro, el Papa Pío XII bendice

a la multitud festiva que lo aclama como

“defensor de la ciudad”.

Corría el mes de octubre, en concreto el día

de Yom Kippur –día de la expiación–. Zolli

estaba presidiendo las liturgias religiosas en

el Templo. En sus Memorias narra: El día

estaba acercándose a su fin, y estaba com-

pletamente solo en medio de un gran núme-

ro de personas. Empecé a sentir como si

una niebla estuviese insinuándose en medio

de mi alma; se hizo más densa, y perdí por

completo el contacto con los hombres y las

cosas de mi alrededor. Una vela, casi con-

sumida, se quemaba cerca de mí. Apenas la

cera se licuó, la pequeña llama brilló en

una más grande, brincando hacia el cielo.

Permanecí fascinado, mirando con asom-

brosa maravilla un espectáculo tan senci-

llo. Me dije a mí mismo: En esta llama hay

algo de mi propio ser. La lengua de fuego

se agitaba y se contoneaba, atormentada; y

mi alma participaba en ello, sufría.

Por la tarde se celebraba la última función

litúrgica, y estaba allí con dos asistentes;

tual que transformará por completo su vida.

En aquella época, sin embargo, no intentaba

explicar ni analizar aquel fenómeno que no

consideraba en absoluto una conversión: su

amor intenso por Jesús le incumbía sólo a él

y no implicaba un cambio de religión. Jesús

era sólo el huésped de su vida interior.

Durante este periodo de estudio y búsqueda,

del que informa a los lectores a través de

artículos publicados en revistas austriacas e

italianas, el rabino publica en italiano dos

libros de gran importancia: el primero, edi-

tado en 1935, se titula “Israel, un estudio

histórico y religioso”. El segundo, en 1938,

“El Nazareno”, contiene una exégesis del

Nuevo Testamento a la luz del pensamiento

rabínico. Mas tarde, ya convertido, escribi-

ría su obra magistral “Christus”.

En estos años no era precisamente el canto

de la alondra lo que sonaba, sino el estruen-

do de los cañones. Esta circunstancia expli-

caría por qué pocas personas se interesaron

por los escritos exegéticos del Gran Rabino

de la ciudad. Algunos lo consideraban un

estudioso un poco original que vivía fuera

de la realidad. Zolli comprende que el cato-

licismo es la continuación del judaísmo, y

que ambas religiones se complementan a la

perfección.

En 1940, la comunidad israelita de Roma

ofrece a Israel Zolli el puesto vacante de

Gran Rabino. El 10 de junio de 1940, Italia

abandona su neutralidad y entra en la guerra

uniendo su destino al de Alemania.

OH ETERNO, PROTEGE A ESTE

RESTO DE ISRAEL

En junio de 1943, durante su alocución al

colegio de cardenales, Pío XII, recuerda

una vez más las injusticias perpetradas con-

tra los judíos y los católicos convertidos en

obstáculos del nazismo y explica su pru-

dencia: “Todas nuestras palabras dirigidas a

este respecto a las autoridades competentes,

así como todas nuestras declaraciones pú-

blicas, deben ser seriamente sopesadas por

Nos y medidas en el interés propio de las

víctimas, para no hacer, en contra de nues-

tras intenciones, más pesada e insoportable

su situación”.

El 10 de julio de 1943 las fuerzas aliadas

angloamericanas consiguen poner pie en

Europa por primera vez desde que empezó

la guerra. La operación Husky contra Sicilia

provocó una crisis política en Italia que

propició el derrocamiento de Mussolini. El

rey Víctor Manuel III nombra un sucesor de

Mussolini con el encargo de sacar a Italia

de la guerra. La mañana del 8 de setiembre,

Eisenhower anunció que se había acordado

un armisticio con los líderes italianos y por

ello Alemania invade la península. En Ro-

ma, el rey, el príncipe heredero, el sucesor

de Mussolini, y otras lumbreras se mandan

mudar hacia el sur al encuentro de los alia-

dos sin dejar ninguna orden para sus subor-

dinados. Debido a ello, los alemanes des-

armaron rápida y fácilmente a las fuerzas

italianas y procedieron de inmediato a en-

viar a la mayoría de los desgraciados a

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campos nazis de trabajo forzado. La Wehr-

macht irrumpió en la Ciudad Eterna el 10

de septiembre de 1943 sembrando pánico y

desasosiego. En los casos en que los italia-

nos opusieron resistencia, los alemanes die-

ron rienda suelta a su furia ante la traición

de que había sido objeto la alianza del Eje y

asesinaron a miles de italianos en diversos

episodios.

La entrada de los alemanes en Roma obliga

al Vaticano a afrontar directamente todas

las principales estructuras de coerción: la

Wehrmacht, la Gestapo, las SS y sus jerar-

quías. Ernst Von Wiezsäcker, embajador

del Tercer Reich ante la Santa Sede, hacía

entrever al Vaticano que las represalias de

Hitler contra las tomas de posición del Pa-

pa, por otra parte totalmente ineficaces, po-

drían desencadenar una violencia incalcula-

ble. Esta advertencia ya había sido compro-

bada en 1942 con la represalia desatada por

la Gestapo en Holanda a causa de la pasto-

ral de obispos contra la deportación de ju-

díos practicada por los nazis. Como repre-

salia fueron deportados todos los judíos que

se habían convertido a la religión católica,

mientras que los judíos convertidos a otras

confesiones protestantes no fueron tocados.

En esa acción de la Gestapo había sido

arrestada, deportada y luego asesinada junto

a su hermana Rosa, en Auschwitz, Edith

Stein, judía conversa y monja conventual

carmelita, hoy canonizada como Santa Te-

resa Benedicta de la Cruz. La llevaron a la

barraca 36, siendo marcada con el Nº

44.074 de deportación, para morir, como

judía y mártir de la fe cristiana a los 51

años de edad, víctima del Zyklón B: ácido

cianhídrico. Su cuerpo sin vida fue calcina-

do con leña en agosto de 1942. Las cenizas

o huesos de la Hna. Edith se arrojaron en el

campo adyacente.

En 1998 Myriam Zolli, la hija del Gran Ra-

bino de Roma, diría a un editor americano:

“Tras la guerra, mi padre me dijo muchas

veces: -Verás, harán de Pío XII el chivo

expiatorio por el silencio del mundo entero

ante el crimen de los nazis-. Por desgracia,

tenía razón. La controversia que ha surgido

recientemente sobre la Shoah está cargada

de emoción y alejada de los hechos. […]

Los personajes históricos deben situarse en

el contexto de su tiempo. Pacelli y mi padre

eran figuras trágicas en un mundo en el que

había desaparecido cualquier referencia

moral. El abismo del mal se había desatado,

pero nadie nos creía, y los grandes de este

mundo callaban. Pío XII había comprendi-

do que Hitler no habría respetado los pactos

con nadie, que su locura podría desencade-

narse también contra los católicos alema-

nes, o bombardeando Roma, y actuó en ba-

se a las circunstancias. El Papa era como un

hombre obligado a trabajar entre locos de

un hospital psiquiátrico. Hizo lo que pudo.

En aquel contexto, su silencio no debe en-

tenderse como debilidad, sino como acto de

prudencia”. Los dos hombres, continúa My-

riam, “estaban unidos por una fuerte solida-

ridad y Zolli, ya entonces, se maravillaba de

algunos juicios lapidarios que se dieron a

propósito del citado “silencio” del Papa”.

El teólogo judío Pinchas Lapide, ex cónsul

de Israel en Italia, afirmaría: “Durante la

guerra la Iglesia Católica salvó más vidas

de judíos que todas las demás iglesias, insti-

tuciones religiosas y organizaciones benéfi-

cas juntas”. Examinando las estadísticas,

Lapide aclara la divergencia considerable

entre el número de judíos salvados por la

Iglesia y todas las acciones de la Cruz Roja

Internacional y las democracias occidenta-

les. “La Santa Sede, los nuncios y la Iglesia

Católica salvaron entre todos a casi 400.000

judíos de una muerte cierta”.

Himmler ordena al comandante de las te-

mibles SS en Roma, el Coronel Herbert

Kappler, que reuniera a todos los judíos,

hombres y mujeres, niños y ancianos, para

enviarlos a Alemania. Kappler se sirvió de

su orden para exprimir a la comunidad ju-

día. Según archivos del Vaticano, reciente-

mente desclasificados, Kappler convocó a

los dos presidentes de las comunidades ju-

días, Almasi y Foá, diciéndoles que “consi-

gan en el perentorio plazo de veinticuatro

horas, cincuenta kilogramos de oro, bajo

pena de deportación inmediata para todos

los varones de la población judía de Roma”.

El rabino Zolli precisa que se trataba, en

efecto, de trescientos hombres de rehenes,

siendo su nombre el primero de la lista.

Al día siguiente le comunican a Zolli que la

comunidad sólo alcanzó a reunir treinta y

cinco kilogramos de oro; le dijeron, enton-

ces, que fuera al Vaticano a pedir prestados

los quince kilogramos que faltaban. A Zolli

le hacen pasar por una puerta secundaria de

la Ciudad del Vaticano, porque todas las

demás salidas estaban controladas por la

Gestapo. Le acompaña un amigo no judío,

el Dr. Fiorentino. Zolli ingresa como “inge-

niero” con pretexto de examinar algunos

muros en construcción. Él siguió el juego y

dio su aprobación a los planos técnicos que

le fueron mostrados. Después, se presentó

en la oficina del Secretario de Estado y del

Tesoro diciendo: “¡El nuevo testamento no

puede abandonar al Antiguo! ¡Por caridad,

ayúdennos! ¡En cuanto al rembolso de la

suma, me ofrezco personalmente como ga-

rantía y, dado que soy pobre, los judíos del

mundo entero contribuirán a saldar la deu-

da!”.

Fue recibido primero por el Comendador

Nogara, administrador delegado de la Santa

Sede; los prelados estaban conmovidos.

Uno de ellos, el Cardenal Maglione, fue a

ver al Santo Padre y volvió poco después

diciéndole a Zolli que se presentara hoy

mismo antes de la una de la tarde. “Las ofi-

cinas estarán desiertas, pero dos o tres em-

pleados le esperarán para entregarle el pa-

quete. […] No habrá dificultades”. Pero por

la tarde, Zolli volvió para informar al Papa

de que la cantidad de oro ya había sido re-

cogida, gracias también a la contribución de

numerosas organizaciones católicas y de los

párrocos.

Himmler increpó duramente a Kappler por-

que el objetivo era eliminar a los judíos y

no juntar oro. Furioso, envió a Roma a

Theodor Dannecker, un especialista en re-

dadas contra judíos. Advertido por el emba-

jador alemán ante la Santa Sede, el Papa

Pio XII ordenó inmediatamente al clero

romano que abrieran las iglesias para dar

refugio a los judíos. El Santo Padre mandó

una carta que debía ser consignada perso-

nalmente a los obispos, en la cual disponía

suspender la clausura en vigor en el interior

de las casas religiosas para que pudieran

convertirse en refugio para los judíos. El

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Su mujer, Emma Zolli, bautizada el mismo

día, añadió a su nombre el de María, y su

hija Myriam siguió el camino de sus padres

tras un año de reflexión. A la mañana si-

guiente, el padre Dezza, rector de la Uni-

versidad Gregoriana, dio a los cónyuges su

primera comunión. Unos días más tarde,

también juntos, recibieron el sacramento de

la confirmación de manos de monseñor Fo-

gar, obispo de Trieste durante la época en la

que Zolli había sido Gran Rabino de la ciu-

dad.

EL TESTIMONIO

Zolli, ya cristiano, se obstina en vivir pobre:

Escribe: “Ningún motivo de interés me ha

llevado a hacer esto; cuando mi mujer y yo

hemos abrazado la iglesia, hemos perdido

todo lo que teníamos en el mundo. Ahora

tenemos que buscarnos un trabajo. Dios

nos ayudará”. Un amigo de aquellos años

atestigua la extrema pobreza en la que vive:

“Cuando íbamos a verlo, siempre, según la

costumbre italiana, nos ofrecía un café; yo

aceptaba, sabiendo que si rechazaba le iba a

parecer mal, pero, por otra parte, sabía que

no tenía más medios para mostrarse acoge-

dor”.

Algunos protestantes se pusieron en contac-

to con el neobautizado, ofreciéndole consi-

derables sumas de dinero si, con su estudio

de la Sagrada Escritura, conseguía encon-

trar una justificación que sostuviera su tesis

contra el primado de Pedro en Roma. Zolli

no sólo rechazó la propuesta, sino que pen-

só escribir una obra para demostrar preci-

samente lo contrario. El texto La confesión

y el drama de Pedro quedó incompleto con

su muerte.

Cada mañana, en la capilla de la Gregoria-

na, Eugenio Zolli asiste a la misa del padre

Dezza y después se queda largo rato en ora-

ción. Confía al jesuita: “Me encuentro tan

bien en la capilla que me gustaría no salir

nunca” En su habitación lee la Biblia en

hebreo y en griego y reza continuamente.

La síntesis de los dos Testamentos ilumina

su vida “porque el mismo rayo de luz se

libera de la robusta palabra de Amós, se

enriquece con la palabra de Isaías, para

desembocar por fin en la gran luz del

Evangelio”.

Cuando le preguntan por qué había renun-

ciado a la Sinagoga para entrar en la Iglesia

contestaba: “Yo no he renunciado a nada.

El cristianismo es el cumplimiento de la

Sinagoga. La Sinagoga era una promesa y

el cristianismo es el cumplimiento de esa

promesa. La Sinagoga señalaba al cristia-

nismo; el cristianismo presupone la Sina-

goga. Vean, por tanto, cómo la una no pue-

de existir sin el otro. En realidad yo me he

convertido al cristianismo viviente”.

En 1946 había publicado Christus. En un

capítulo titulado El Nazareno, escribe con

una significativa expresión: Sufficit tibi gra-

tia mea –Te basta mi gracia–, indicando así

su estado de ánimo de viajero llegado a su

La relación con su madre era tierna y él re-

cuerda con frecuencia los cuidados amoro-

sos que ella le brindaba. De ella, Zolli es-

cribiría en su obra “Antes del Alba”, “Mi

madrecita sabía que a su pequeño le gusta-

ba el dulce, pero tú, mamá querida, no su-

piste que habías sido para mí –te lo digo

hoy, mientras los ojos se me llenan de lá-

grimas que queman– hoy como entonces,

más dulce que todo el azúcar del mundo.”

De su padre recuerda, “era de una rectitud

extraña, y por ello, seguramente, poco há-

bil para el comercio. Después de cerrar la

fábrica de seda, la miseria crecía día tras

día.” De su padre aprendió a orar, escribiría

más tarde.

De joven, Israel se matriculó en un curso de

estudios religiosos para poder convertirse

en profesor de religión. Su alma se sumerge

en pensamientos cada vez más sublimes.

“[…] No solo toda la vida, sino todo lo que

existe, lo siento como una gran unidad rota,

fragmentos que sufren porque se han

desatado de la Unidad. Cada uno de noso-

tros es uno, uno solo, abandonado, huér-

fano … y estos huérfanos a veces, y también

con frecuencia, intentan aproximarse los

unos a los otros para escapar de la sensa-

ción de abandono y de extravío [...] En la

naturaleza hay un llanto y un canto, y el

canto está marcado por lágrimas de oro,

chispas de alegría. Hay tanta nostalgia

afligida en el canto y tanta consolación se-

rena en el llanto […] Y en el canto y en el

llanto del alma está la nostalgia de la Uni-

dad rota, de esa Unidad a la que yo no sé

dar otro nombre que … Dios.”

En las poquísimas ocasiones en las que dis-

ponía de dos o tres horas libres, se llevaba

el pequeño Evangelio y corría fuera de la

ciudad. “En medio del verde, solo, solito,

leía el Evangelio y experimentaba un pla-

cer infinito.” Meditaba sobre las Bienaven-

turanzas y las comparaba enseguida con la

cotidiana lectura de los salmos. Prosigue su

camino hacia Dios a través de la Torah, pe-

ro no puede impedir comparar la mentali-

dad del Nuevo y el Antiguo Testamento.

Leyendo el Evangelio descubre un contraste

enorme. Afirma en sus recuerdos: “Todo

esto me descolocaba. El Nuevo Testamento

es, en efecto, ¡un testamento nuevo!”

A sus veintitrés años fallece su madre, a la

que tanto amaba. En sus memorias le dedi-

ca a este episodio un solo párrafo que no

llena tan siquiera una página. Sin embargo,

describe en él, los últimos minutos de esa

conmovedora despedida con encendido sen-

timiento. “[…] Y se apagó como una llama

pura en el altar puro de un amor puro. Y yo

sentí entrar en mi alma, más fuerte que el

dolor, una esperanza, una solemnidad reli-

giosa. Preciosa es, a los ojos de Yahvé, la

muerte de sus santos [Sal 116, 15] y, como

muestra de un deseo íntimo e irresistible,

encendí muchas velas. Quise ofrecer a mi

madrecita un homenaje de luces, una coro-

na de llamas. Luego me acerqué a su cama

y le besé en la frente todavía ligeramente

tibia, y mi corazón cantaba, sumisa y místi-

camente, una gran enseñanza. Bienaventu-

rados los puros de corazón porque ellos

verán a Dios.”