El Cristiano y Salvacion 2da Parte
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Carpeta N°1 – Lección N°2
El cristiano y su salvación (2da parte) ‐ El Sacrificio de Cristo Introducción
Hemos estudiado en la primera parte de esta lección, acerca del pecado y las terribles consecuencias que trajo para la
humanidad. En esta clase vamos a ver que ante este callejón sin salida, Dios mismo será quien provea la solución a través del
sacrificio de su Hijo. Mientras el pecado decía: ¡Muerte! Dios a través de su Hijo dice: ¡Vida eterna!
I. Cristo, el cordero de Dios.
Dios había establecido desde un principio una sentencia: “…el alma que pecare, esa morirá…” (Ez 18:4) y toda la humanidad
se vio alcanzada por este juicio, por cuanto todos pecamos (Ro 3:10, 3:23). Imagina por un instante que cometes una
infracción a la ley en la misma presencia de un policía. Claro que podrás discutir el hecho, excusarte, pero el policía
igualmente te aplicará la multa, la sanción, porque has trasgredido la ley. Así delante de Dios absolutamente todos estamos
en infracción y la pena que Dios ha establecido es la muerte eterna. No podemos excusarnos de esta responsabilidad, a
menos que alguien pague por nosotros esta deuda. ¡Gloria a Dios por Jesucristo!
“Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno. Mas Dios
muestra su amor para nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro 5:7‐8).
a) El Cordero y los sacrificios del Antiguo Testamento.
En el párrafo anterior esbozamos la idea de la victima sustituta, es decir, aquella que ocupa el lugar que le corresponde a
otra persona. Esto no era nuevo para el pueblo de Israel. Ya desde muchísimos años tenían ordenadas por Dios las leyes
relativas a los sacrificios, que proclamaban el mismo principio (Por ejemplo, Levítico 4 y 5 en cuanto a las ofrendas por el
pecado, o Levítico 16 en el día de la expiación).
A grandes rasgos el procedimiento establecido era el siguiente: Un hombre cometía un pecado, él sabía que estaba en falta
delante de Dios y que merecía la muerte. ¿Qué hacía entonces? Tomaba un animal (un cordero, un becerro u otro, según el
caso), e iba delante del sacerdote. Este le miraba y le podría preguntar: “¿Para qué ha venido?” a lo que aquella persona
afligida podría entonces contestarle: “Bueno la verdad es que he pecado, y sé que el juicio me condena a morir, pero traigo
este animal para que Dios lo reciba en mi lugar”.
Acto seguido este hombre arrepentido ponía sus manos sobre aquel inocente cordero y confesando sus pecados le
traspasaba simbólicamente todas sus faltas: “Señor tú sabes que he pecado y que merezco la muerte, pero te ruego que por
tu misericordia aceptes en mi lugar a este cordero. Yo creo de todo corazón que al morir este, Tú cubrirás mi pecado y
estaremos a cuentas”. El sacerdote inmediatamente degollaba el cordero y tomando su sangre, símbolo de esa vida
derramada, la rociaba sobre el altar de Dios. La justicia de Dios se satisfizo y por fin aquel hombre se retiraba aliviado y
tranquilo. Aunque a decir verdad, no le iba a durar mucho, porque al pecar nuevamente, otra vez debería repetir dodo el
procesamiento porque estos sacrificios no eran perfectos. Sino sombra y figura de lo que había de venir: el prefecto
sacrificio, con el perfecto cordero, nuestro Señor Jesús (así lo enseña magistralmente la epístola a los Hebreos en los
capítulos 9 y 10).
b) Cristo, el perfecto cordero, para el perfecto sacrificio
“Todos nosotros nos descarriamos como ovejas, cada cual se apartó por su camino, mas Jehová cargó en Él, el pecado de
todos nosotros. Angustiado Él, y afligido, no abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero y como oveja delante de
sus trasquiladores enmudeció y no abrió su boca” (Isaías 53:6‐7).
Ahora es nuestra responsabilidad de poner la mano, por medio de la fe, sobre el Cordero de Dios, confesar arrepentidos
nuestros pecados sobre Él y ser libres del juicio de Dios, porque Cristo ya pagó por nosotros. ¡Gloria a Dios!
II. La sangre de Jesucristo
La sangre que Jesucristo derramó en la cruz del Calvario, símbolo de su vida derramada por nosotros delante de Dios, nos
otorga en el presente, a los que creemos, amplísimos y maravillosos beneficios:
1) La sangre de Jesucristo nos perdona todos nuestros pecados (Ver Mateo 26:28, Lucas 24:46‐47, Col 2:13, 1 Juan 1:7‐
9). La sangre de Jesús cubre todos nuestros pecados, a saber: los pasados, los presentes y aún los futuros (siempre que haya
arrepentimiento genuino, confesión y abandono del pecado).
2) La sangre de Jesucristo nos declara justos (justificados) delante de Dios (Ver Romanos 5:9). No que seamos
verdaderamente justos, sino que Dios, por su misericordia, nos mira a través de la sangre de Cristo y nos declara justos:
“Santos en Cristo” (Fil 1:1).
3) La sangre de Jesucristo nos libra del juicio de la muerte. Es la consecuencia de lo ya expuesto. Si Dios nos perdona, y
nos declara justos, entonces ya no hay pena que aplicar. El padre ve la sangre que ha rociado nuestras vidas y pasa de largo
su juicio: “Y la sangre os será por señal en las casas donde vosotros estéis y veré la sangre y pasaré de vosotros, y no habrá
en vosotros plaga de mortandad, cuando hiera, la tierra de Egipto” (Ex 12:13). ¡Bendita la sangre!
4) La sangre de Jesucristo nos compra para Dios (Ver 1 Pedro 1:18‐19, 1 Corintios 6:20 y 7:23). Este precioso y altísimo
precio nos convierte en propiedad de Dios. Ahora le pertenecemos a Él y vivimos para Él.
La figura de la redención. Es menester que dentro de este punto hablemos acerca de la redención. La palabra “redención”
lleva la idea de liberación o rescate por precio. Se ve claramente esta figura en Levítico 25:47‐49, donde se menciona la
situación de aquel que por deudas quedó esclavo de su acreedor extranjero. En esta situación un hermano o un pariente
cercano que tuviere voluntad de hacerlo, podría rescatarle pagando el precio de su deuda. Así también nosotros, a causa del
pecado, estábamos esclavos de él, en las manos de Satanás. Pero Cristo al encarnarse se hizo “pariente cercano nuestro”,
dejando su gloria y su poder voluntariamente, porque así lo quiso. Además pagó por nosotros nuestro rescate al más alto
precio: su sangre derramada en la cruz (Ef 1:7, Col 1:14, Ap 5:9). Ahora somos de su propiedad.
5) La sangre de Jesucristo nos hace estar en paz con Dios (Ver Romanos 5:1 y 5:9‐10). Cuando andamos sin Cristo en el
mundo, llevando a cuestas nuestro propio pecado, dice la Palabra de Dios que somos enemigos de Él. Nuestro pecado nos
enfrenta. Sin embargo, Cristo con su sangre quita nuestro pecado del medio y nos reconcilia con Dios (Col 1:20‐22). Ahora,
gracias al Señor, podemos sentirnos en paz con Él, que no le debemos nada porque Cristo ya lo pagó. Sin lugar a dudas es
hermoso el saber que estamos en paz: “Bienaventurado el varón (o mujer) a quien el Señor no inculpa de pecado” (Ro 4:8).
6) La sangre de Jesucristo nos da libre acceso a la presencia de Dios (Ver Hebreos 10:19‐22). El abismo existente entre
la santidad de Cristo y nuestro pecado, nos impedía tener relación con él. Cristo por medio de su sangre abrió un nuevo
camino a la presencia de Dios, donde el Padre de gloria siempre nos recibe. Si nos arrepentimos de nuestros pecados, la
sangre de Cristo nos cubre y entonces el Padre siempre nos recibe. Vale aclarar que el medio para ir a la presencia de Dios es
la oración.
La conciencia nuestra debe tomar debida nota de este perdón que hemos recibido, y es nuestro deber purificarla con la
sangre de Cristo, para que no nos acuse de aquello que ya nos ha sido perdonado.
El diablo, por su parte, es el “acusador” (Ap 12:10), y quiere lograr contaminar nuestra conciencia para que no nos sintamos
perdonados, sabiendo que si creemos esta mentira no nos sentiremos en condiciones para entrar a la presencia de Dios. La
verdad es que nunca entramos a la presencia de Dios por méritos personales, sino por la sangre del Cordero. La palabra dice:
“la sangre de Jesucristo su Hijo, nos limpia de todo pecado. Resistamos pues a Satanás. Y ellos le han vencido por medio de
la sangre del Cordero” (Ap 12:11). Leamos muy atentamente Romanos 8:33‐34.
7) La sangre de Jesucristo nos une en comunión con los hermanos (Ver 1 Cor 10:16, Ef 2:13). Hay muchas cosas que nos
distancian a los hombres: culturas diferentes, razas, idiomas, niveles sociales y aún cuestiones de nuestro mismo corazón. La
sangre de Jesucristo a aquellos que la recibimos, tiene la virtud de unirnos haciendo a un lado todas las distancias. Esto es lo
que proclamamos en la Santa Cena, que somos uno. Es mirar a mi hermano bajo la perspectiva de la sangre de Cristo, no
solo yo me veo perdonado, sino que también a él o ella lo veo perdonado. Ya no lo juzgo ni lo separo, ni lo condeno. Le
recibo así como Cristo el Señor le ha recibido (Ro 14:5‐7).
III. La exaltación del Cordero
¿Cuál es la realidad presente de aquel Cordero manso y humilde que fue inmolado por nosotros? Hay varios pasajes de la
escritura que contestan poderosamente esta pregunta poniendo de manifiesto que Cristo, por medio de la resurrección fue
exaltado por el Padre y se encuentra a su diestra con todo poder y autoridad. Veamos Fil 2:5‐11, Hebreos 1:3‐4, Isaías 53:10‐
12, en especial el capítulo 5 de Apocalipsis. Dice Ap 17:14 “Pelearán contra el Cordero y el Cordero los vencerá porque Él es
el Señor de Señores y Rey de Reyes y los que están con Él son llamados elegidos y fieles”. Sin lugar a dudas el momento
culminante de la obra de Cristo se alcanza con su resurrección y glorificación junto al Padre, Él es hoy la máxima autoridad.
Aquel que es digno de tomarlo todo.
Conclusión:
Hemos estudiado la solución de Dios frente al problema del pecado, a través de Jesucristo. El señor Jesús nos ha otorgado
por medio de su muerte todos los beneficios que hemos mencionado, y que debemos creer que con todo nuestro corazón,
por otra parte, al ser exaltado y puesto en el trono, Él tiene derecho a hacer demandas a sus seguidores, en las cuales
debemos obedecer. Esto último será el tema de nuestra lección siguiente.
Baste hasta el momento saber que para alcanzar la vida eterna, debemos arrepentirnos de nuestra vida ajena a Dios, creer
en la obra y los beneficios de Cristo y aceptar incondicionalmente su señorío.
Año 2014
Iglesia “Rey de Reyes”
Pastores Claudio y Betty Freidzon