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Los Cuadernos del Signo EL CUARTO DE BAÑO Vicente Verdú D esde principios de siglo en que la co- cina y el cuarto de baño cubrían de un 3 a un 5 por 100 de la casa, se ha pa- sado a una ocupación próxima al 40 por ciento. Entre los arquitectos contemporáneos es bien sabido que las cocinas y cuartos de baño deciden poderosamente en la venta de las vivien- das, y en la alta o baja apreciación que de ellas hace el público. Se trata de las dos únicas piezas que se entregan prácticamente amuebladas por el constructor y mediante cuya intervención se marca el nivel estatutario de la casa. Mientras las demás habitaciones oecen, por decirlo así, signos más abstractos de valor, racio- nes de- espacio, grados de luz, «vistas»... , la co- cina y el cuarto de baño poseen ya inscritos el argumento mitológico que acompaña al acto de persuasión y compra. Todas las habitaciones de una casa vacía tienen, en principio, la condición -y la consión- de su polivalencia. Algunas de ellas conllevan destinos inducibles o muy obvios pero, en definitiva, se presentan, ante el virtual cliente, como cuerpos menos marcados, y ambi- guos. Posibilidades por realizar ( «esta casa tiene muchas -o pocas- posibilidades», comenta el cliente); pero potencias que habrán de cumplirse a través del azaroso proceso del gusto en la decora- ción y de la minuciosa biogría habitante, con ecuencia lenta y demasiado distante de la mo- derna pulsión de compra. Con las cocinas y cuar- tos de baño se adquieren, en cambio, valores aca- bados, status neto, objetos cilmente cotizables y cambiables en el sistema general de signos. Es más, en la indeterminación relativa de una vi- vienda por visitar, estos lugares operan como re- ferencias o patrones de valor, un cuarto de baño, por ejemplo, valorado en millón y medio de pese- tas da, por homotecia, al piso un supervalor de 30-35 millones, según ilustran unos recientes penthouses madrileños. O bien, una casa con cua- tro o cinco cuartos de baño remite siempre a un són-centro noble en la determinación del stan- ding- inevitablemente amplio. Estas tres piezas de la casa actual, el salón, la cocina y el cuarto de baño tienen encomendadas las tres nciones claves en la lógica habitacional del signo. El salón opera como escena para la mitología de la relación social o de comercio; la cocina, auténtica «sa de máquinas», es el ámbito para la mitología de la producción; y, el cuarto de baño, tras una sofisticada modulación histórica, es el lugar propicio para los mitos del ocio y la nueva consuma-ción. Todo ello enmarcado en los códi- gos del capitalismo desarrollado de consumo. 25 PRIVATIZACION DEL BAÑO Y DEL EXCREMENTO La configuración del baño privado, engastado en la vivienda particular tal como ahora lo cono- cemos, emerge en el siglo XIX como ecto de una consolidación material e ideológica. La célula c. de b. es así, de una parte, el uto de las aporta- ciones técnicas que se adentraron entonces en el hogar burgués pero, también, el reflejo ideológico del hombre-individuo que estaba elaborando el capitalismo del XIX. Los antecedentes de esta configuración eron diseñándose algunos siglos antes, pero e preciso el apoyo de una mecaniza- ción adelantada para que el modelo de apropiación se llevara a la casa ncionmente. Sobre las dos naturalezas, evacuación y lavado, que comprenderá el c. de b. surgen tratamientos políticos nuevos a comienzos del siglo XVI. Tanto el baño, que continuaba siendo una institución pública en el siglo XV, como la deyección, que se efectuaba en el espacio comunitario, bajo el cielo, comienzan a descolectivizarse. Según cuenta La- porte en su stoire de la merde una política de la mierda que se inaugura con el siglo XVI ordena una policía del desperdicio y una evidente privati- zación del excremento. Un edicto ancés de 1539 y los reglamentos que le sucedieron obligaban por primera vez a los particulares a construir letrinas en sus casas, «manteniendo en una rigurosa equi- valencia los términos retretes y privados para de- signar los lugares donde, de ahora en adelante, deberían ejercerse las necesidades». Desde luego que este edicto, y otros más, no modificaron con celeridad los hábitos cotidianos ni, tampoco, las prácticas arquitectónicas. Así, incluso en palacios -de aquel siglo y del XVII, como Versalles, Saint Cloud, Fontainebleau- las deposiciones siguieron haciéndose sin letrinas; se evacuaba en bacinillas portátiles sobre ruedas o saliendo al campo. Entre los numerosos testimo- nios sobre este asunto, valdría una carta de la duquesa de Orleans a la electriz de Hannover, chada el 9 de octubre de 1694, en la que aquella se lamenta de ias incomodidades con que tropieza en Fontainebleau para hacer de vientre: «Sois muy dichosa -dice la duquesa a la electriz- de poder cagar cuando queráis... No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi deposi- ción hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas....» Desdichadamente para muchos hombres y mu- jeres sensibles a la modernidad, tales deficiencias no se solventaron ampliamente hasta entrado el siglo XVIII. Por esa época, los ingleses habían puesto en auge el sistema de la letrina seca y buena parte de Europa miraba a Gran Bretaña como maestra en estas cuestiones. De hecho los ingleses, compás de su liderazgo en la produc- ción material eron los que más rápidamente avanzaron en la creación -mestuosa y victo-

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Los Cuadernos del Signo

EL CUARTO DE BAÑO

Vicente Verdú

D esde principios de siglo en que la co­cina y el cuarto de baño cubrían de un 3 a un 5 por 100 de la casa, se ha pa­sado a una ocupación próxima al 40 por

ciento. Entre los arquitectos contemporáneos es bien sabido que las cocinas y cuartos de baño deciden poderosamente en la venta de las vivien­das, y en la alta o baja apreciación que de ellas hace el público. Se trata de las dos únicas piezas que se entregan prácticamente amuebladas por el constructor y mediante cuya intervención se marca el nivel estatutario de la casa.

Mientras las demás habitaciones ofrecen, por decirlo así, signos más abstractos de valor, racio­nes de- espacio, grados de luz, «vistas» ... , la co­cina y el cuarto de baño poseen ya inscritos el argumento mitológico que acompaña al acto de persuasión y compra. Todas las habitaciones de una casa vacía tienen, en principio, la condición -y la confusión- de su polivalencia. Algunas deellas conllevan destinos inducibles o muy obviospero, en definitiva, se presentan, ante el virtualcliente, como cuerpos menos marcados, y ambi­guos. Posibilidades por realizar ( «esta casa tienemuchas -o pocas- posibilidades», comenta elcliente); pero potencias que habrán de cumplirse através del azaroso proceso del gusto en la decora­ción y de la minuciosa biografía habitante, confrecuencia lenta y demasiado distante de la mo­derna pulsión de compra. Con las cocinas y cuar­tos de baño se adquieren, en cambio, valores aca­bados, status neto, objetos fácilmente cotizables ycambiables en el sistema general de signos. Esmás, en la indeterminación relativa de una vi­vienda por visitar, estos lugares operan como re­ferencias o patrones de valor, un cuarto de baño,por ejemplo, valorado en millón y medio de pese­tas da, por homotecia, al piso un supervalor de30-35 millones, según ilustran unos recientespenthouses madrileños. O bien, una casa con cua­tro o cinco cuartos de baño remite siempre a unsalón-centro noble en la determinación del stan­ding- inevitablemente amplio.

Estas tres piezas de la casa actual, el salón, la cocina y el cuarto de baño tienen encomendadas las tres funciones claves en la lógica habitacional del signo. El salón opera como escena para la mitología de la relación social o de comercio; la cocina, auténtica «sala de máquinas», es el ámbito para la mitología de la producción; y, el cuarto de baño, tras una sofisticada modulación histórica, es el lugar propicio para los mitos del ocio y la nueva consuma-ción. Todo ello enmarcado en los códi­gos del capitalismo desarrollado de consumo.

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PRIV ATIZACION DEL BAÑO Y DEL EXCREMENTO

La configuración del baño privado, engastado en la vivienda particular tal como ahora lo cono­cemos, emerge en el siglo XIX como efecto de una consolidación material e ideológica. La célula c. de b. es así, de una parte, el fruto de las aporta­ciones técnicas que se adentraron entonces en el hogar burgués pero, también, el reflejo ideológico del hombre-individuo que estaba elaborando el capitalismo del XIX. Los antecedentes de esta configuración fueron diseñándose algunos siglos antes, pero fue preciso el apoyo de una mecaniza­ción adelantada para que el modelo de apropiación se llevara a la casa funcionalmente.

Sobre las dos naturalezas, evacuación y lavado, que comprenderá el c. de b. surgen tratamientos políticos nuevos a comienzos del siglo XVI. Tanto el baño, que continuaba siendo una institución pública en el siglo XV, como la deyección, que se efectuaba en el espacio comunitario, bajo el cielo, comienzan a descolectivizarse. Según cuenta La­porte en su Histoire de la merde una política de la mierda que se inaugura con el siglo XVI ordena una policía del desperdicio y una evidente privati­zación del excremento. Un edicto francés de 1539 y los reglamentos que le sucedieron obligaban por primera vez a los particulares a construir letrinas en sus casas, «manteniendo en una rigurosa equi­valencia los términos retretes y privados para de­signar los lugares donde, de ahora en adelante, deberían ejercerse las necesidades».

Desde luego que este edicto, y otros más, no modificaron con celeridad los hábitos cotidianos ni, tampoco, las prácticas arquitectónicas. Así, incluso en palacios -de aquel siglo y del XVII, como Versalles, Saint Cloud, Fontainebleau- las deposiciones siguieron haciéndose sin letrinas; se evacuaba en bacinillas portátiles sobre ruedas o saliendo al campo. Entre los numerosos testimo­nios sobre este asunto, valdría una carta de la duquesa de Orleans a la electriz de Hannover, fechada el 9 de octubre de 1694, en la que aquella se lamenta de ias incomodidades con que tropieza en Fontainebleau para hacer de vientre: «Sois muy dichosa -dice la duquesa a la electriz- de poder cagar cuando queráis ... No ocurre lo mismo aquí, donde estoy obligada a guardar mi deposi­ción hasta la noche; no hay retretes en las casas al lado del bosque y yo tengo la desgracia de vivir en una de ellas .... »

Desdichadamente para muchos hombres y mu­jeres sensibles a la modernidad, tales deficiencias no se solventaron ampliamente hasta entrado el siglo XVIII. Por esa época, los ingleses habían puesto en auge el sistema de la letrina seca y buena parte de Europa miraba a Gran Bretaña como maestra en estas cuestiones. De hecho los ingleses, al compás de su liderazgo en la produc­ción material fueron los que más rápidamente avanzaron en la creación -majestuosa y victo-

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riana- del actual cuarto de baño. Significativa­mente, en fecha tan prematura como 1596, sir John Harrington patentó -a despecho de incom­prensiones- el inodoro y por ese entonc�s fueron también los británicos quienes trajeron, de la China, la moda del papel higiénico.

Ya en el siglo XIX, y una vez legitimada la apropiación del excremento, se discutió mucho -dice Laporte- acerca de si los romanos habíanconocido o no un equivalente de lo que a partir delsiglo XVI se designó con los diversos nombres deletrinas, retretes, privados o evacuatorios. Pareceque no solamente las ruinas romanas no aportan laprueba positiva de la existencia de privados, sinoque los tratados de arquitectura, el de Vitruvio enprimer lugar, no dicen ni una palabra de ello .... Lo que ellos llamaban letrinas (del latín letrina, «re­trete», propiamente «baño», contracción de lava­trina, de lavare, «lavar») eran lugares públicos donde iban los que no tenían esclavos para lavar y vaciar orinales.

Los primeros intentos, pues, de privatizar el producto de la evacuación y de promocionar, a la vez, la pieza hogareña llamada retrete, deben loca­lizarse en el Renacimiento, aunque se materiali­zara plenamente, tres siglos más tarde.

Algo semejante sucede con el baño que había conservado su carácter de institución social hasta los tiempos góticos. Como cuenta Lewis Mumford (La ciudad en la historia) fue en las primeras décadas del siglo XVI cuando el baño medieval empezó a caer en desuso. Hasta los judíos, de quienes podría haberse esperado que conservaran en sus ghettos estos hábitos medievales, tan en armonía con la higiene mosaica, el baño ritual que solía tener lugar en la sinagoga -el Mikveh- fue abandonado durante el Renacimiento. No cabe duda de que el aumento del precio del agua ca- · liente -efecto del encarecimiento de la leña- y los peligros de la sífilis tuvieron algo que ver con este retroceso, pero el hecho parece indudable. En Francfort, por ejemplo, existían 29 baños públicos en 1387 y en 1530 ninguno.

Durante el siglo XVII, después de un lapso, el baño reapareció en occidente como una importa­ción del extranjero (baños turcos y rusos) y fue estimado como lujo o medio de revigorizar el cuerpo después de una francachela. Con estas connotaciones, los baños se convirtieron pronto en centros de placer y casas de citas; tanto que la palabra bagnio se le asoció a burdel y ha perma­necido así en el sueño de los significados. De hecho el baño ritual, que concede al agua catego­rías salvíficas, se extinguió gradualmente en el siglo XV. En La mecanización toma el mando, Giedion confirma los intentos baldíos por devolver al baño su simbología de regeneración en el XIX, cuando se imponía la vida individualizada y había desaparecido toda ocasión para el ocio inútil de los griegos. El baño entró en las casas particulares como una estricta función de higiene y, en los primeros momentos, tan desprendida de rito que

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siquiera existía una habitación determinada tanto para su cumplimiento fáctico como para la evoca­ción de la fantasía subyacente.

Efectivamente habría de esperarse hasta la mi­tad del siglo pasado para que otro fenómeno de domesticación, el agua corriente a domicilio, diera sentido a la preparación de una pieza estable para el baño: un lugar acotado («sagrado») propicio para ser dotado de mitología. Por otro lado -y esto hubo de ser relevante para el enaltecimiento final del c. de b.- el agua corriente llegó al baño tras recorrer primero las cañerías del fregadero y des­pués la del lavabo. Con esta escala, disponer de agua corriente en la bañera, cuando se disponía, fue, para su beneficiario, incluso ya entrado el siglo XX un signo de modernidad y riqueza que, no sin orgullo, comenzó a enseñarse a las visitas.

DISCURSO DEL AGUA CORRIENTE. IDEOLOGIA DE LA BAÑERA.

Que ese cuarto, donde también se halla el re­trete, pueda mostrarse con vanidad a la visita de­nota una transformación semántica de la que fue protagonista la bañera. A partir del historial que la llevó a su adopción doméstica, la bañera fue, por sí sola, una escultura del estatus. Giedion cuenta que la gran bañera de doble cubierta aporcelanada y con pies que se instalaba en algunas viviendas inglesas de alto rango, a principios del siglo XX, eran diseñadas y fabricadas «con el cuidado de un Rolls Royce». En la bañera se declaraba la posi­ción social del propietario y fue objeto de grandes cuidados y dispendios. Aún ahora el culto a la bañera se manifiesta, por ejemplo, en la publicidad de unos pisos medios de Móstoles (Villafontana II) que pusieron el énfasis de su atractivo en elicono de una bañera circular, decían: « Villafon­tana II, un lujo redondo». Por otra parte, no espreciso insistir sobre la concentración de gastossuntuarios que absorbe la grifería y otros materia­les del baño cuando se pretende ofrecer una ro­tunda sensación, incluso agresiva sensación, deexcedente económico. La bañera, aunque no seuse, (si se usaran todas las bañeras de Madrid nohabría agua para beber) es prácticamente irrenun­ciable como objeto-signo. Como uno de los másclaros indicativos del mínimo estatus «digno» labañera actúá simbólicamente de arca del bienestary excedente económico mínimo.

Considerada en sus connotaciones, la bañera es la simbología del ocio: como un margen grande o pequeño, sobre la menesterosidad del tiempo puesto en el mercado. Es, pues, como el indicio plástico del tiempo excedentario, consumido con indolencia y descuido. Frente a la mezquindad de la ducha (que es lo que se usa mayoritariamente, cuando se usa) la bañera es la opulencia. La ducha parece severa y flagelante, mientras la bañera sume en una referencia nobiliaria y dominante. La ducha supone la adicción al reloj, el rictus, la carrera. La bañera es la fastuosidad temporal, la

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sensualidad, el establecimiento. A partir de un cierto nivel social, al que se remeda tendencial­mente, los cuartos de baño se entienden semánti­camente como auténticos almacenes de ocio. Ca­jas de caudales de un tiempo- signo que escande prestigio sobre el propietario.

Antes de la existencia del cuarto de baño, y en contraste con esta capacidad para connotar el pla­cer y la opulencia que posee la bañera, el retrete no fue nunca redimido de su servidumbre impía. Desde su aparición, el retrete fue un lugar confi­nado (del latín retractus, retraído, separado) que de ningún modo, fuera de mármol o de pórfido, se mostraba con ostentación a las visitas. Por lo co­mún, el retrete quedaba emplazado en patios y galerías exteriores, pegado a la casa pero no en la casa. Su naturaleza se asimilaba al recuerdo de una ominosa animalidad irreductible, el trozo de corporeidad que había quedado sin transustanciar en un destino más alto; porque así como las acti-

vidades del sexo en bruto se aderezaron y subli­maron mediante el matrimonio hasta convertirlas en expresiones de amor productivo (procreador), la deyección quedó siempre con el significante salvajemente atado al significado. El retrete per­manecía sin dicción en el lenguaje de la espiritua­lidad humana, tercamente clavado en las márge­nes del sistema soteriológico general y, en conse­cuencia, propicio para ser tratado con la dialéctica de la reclusión y la tortura. De hecho, nada más semejante a Ía mazmorra que esa habitación desti­nada a lo que fue el retrete.

El advenimiento del agua corriente y el cuarto de baño, con su centro jerárquico en la bañera, hicieron sin embargo el milagro de lograr la acep­tación del retrete. Aceptación no por redención sino por abolición: El agua corriente, con la sol­vente gramática de los líquidos, compuso un dis­curso nuevo, sugerentemente m,endaz, y con la referencia al común lenguaje del agua ( que limpia)

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se conformó el moderno teorema del cuarto de baño. El agua corriente enlaza homogéneamente todos los módulos (del mismo color, del mismo diseño, del mismo material) que se instalan en el mismo cuarto.

El cuarto de baño moderno se pleg(, 1sí, bajo la sutil inducción del agua, a un programa moral: la limpieza; y a una programática cultural: la higiene. Pero aún más. En el desarrollo de esta ideología, los módulos del c. de b., o incluso los mismos c. de b. como un todo, pasan a ser los «sanitarios». Revestido de su presencia aséptica y pulimentada, el cuarto de baño ha podido ser asociado a la estampa de la sala médica (recuérdese el depósito de fármacos que se guarda en el baño) y, por lo tanto, incluido en la órbita ideológica de la sani­dad. Precisamente una señora de un pueblo ex­tremeño, que enseñaba su nueva casa a la visita, decía: « Y esto es el cuarto de baño pero, gracias a Dios, todavía no hemos tenido necesidad de usarlo».

Haber aplicado al cuarto de baño una ideología de la sanidad, preventiva o curativa, sin determi­nación, tiene la virtud de situar inmediatamente la deyección como un acto de expulsión del mal, rito de purificación por el que el individuo se libra de parte de su cuerpo. Es decir: «hace de cuerpo»; lo que si, de una parte, al aligerarlo de materia con­tribuye de consuno a su espiritualización, por otra parte, y simultáneamente, al hacer, «obra» y con­dona el pecado de evacuación que, por despilfa­rro, persigue la moral burguesa. De hecho la am­bigüedad en la simbología de la defecación es tan grande que permite estos y otros cambalaches. En la China del siglo XIX era norma, tras usar un retrete público o koun-tse Jan, no sólo no pagar al guardián, como aquí se hace a modo de peniten­cia, sino recibir de él un sapek, precio estimativo de la mierda que se entregaba.

Interpretando la defecación bajo el nuevo có­digo del cuarto de baño, su mayor sentido pro­viene de considerarla como un acto positivo y de expiación. De esta manera y siguiendo la concep­ción de Pitágoras que reconocía entre las formas de purificación del cuerpo, bien la ablución, bien la expiación, el cuarto de baño sería un centro para facilitar al completo la doble receta.

Estimada como expiación (productiva, purifica­dora), débito a satisfacer con la sanidad y la hi­giene, el excusado pudo ser integrado en la vi­vienda honorable. Pudo ser transportado desde el exterior ominoso y cerrado hasta el interior vir­tuoso y abierto al público. Su memoria inmunda, además, ha sido abolida con los designativos de la pureza: water, inodoro, sanitario, y la radical im­perfección de su destino ha sido invertida me­diante la fórmula de la expiación -higiene- purifi­cación. Las cosas fueron de nuevo ordenadas, o bien reordenadas para colocar al «inodoro» en un nuevo sitio. Curiosamente, al pequeño cuarto de baño, aquél donde más presencia tiene el retrete, se le llama en la actualidad cuarto de aseo, siendo

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asear una derivación de «assedeare», poner las cosas en su sitio.

PLACER Y MUERTE EN EL C. DE B.

Con todo, y una vez disuadida la bacina de sus horruras, privatizados el excremento y la ceremo­nia de la lavación, puesta cada cosa en su sitio y ofrecido como un producto acabado, el cuarto de baño alcanza una nueva dialéctica de placer y muerte de la que se genera otro sentido.

Extirpado de su condición satánica, el retrete queda dentro del cuarto como un cuerpo emascu­lado, mira y es contemplado por las otras piezas en un diálogo asexuado y redundante. El estatus de ocio-signo, sutilmente carnal y lujurioso, que se buscó contagiar a los baños modernos ( «este es un cuarto de baño para gente que se baña sin prisas, que se instala en la bañera con un libro, la radio y un refresco. El tocador iluminado parece esperar la llegada de Jean Harlow», Nuevo Estilo,

n. 0 42) se revela como un imposible vivencia!. Elcuarto de baño doméstico hace, hasta su agota­miento, un simulacro de placer para recuperarlocomo un objeto cotizable y exhibible. El placer seencuentra allí esculpido, reciclado y depurado detoda trasgresión. La muerte lame como un deter­gente toda la imperfección de la posible biología.Ni las paredes de azulejos impermeables ni la su­perficie pulimentada de la loza ( «Porosidad prácti­camente nula», anuncia con toda garantía JacobDelafon) permite el rastro humano. La extremadesnudez de los materiales y la curvatura de losdiseños describen la sensualidad, pero se trata deun sensual abstracto y endurecido tras la golosainhalación de la muerte. La bañera vacía es siem­pre la memoria desinfectada de cuerpo, el sarcó­fago de una antiquísima copulación. El agua co­rriente mana no para ser recibida sino para cum­plimentar un rápido destino que nos ignora. Sola­mente en las orillas de todos los módulos, y como

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el vestigio de una vida «anterior», cuelga el albor­noz, menudean las horquillas, la brocha )! los re­cipientes de loción, los peines y las cremas hidra­tantes, el vaso con el que uno se enjuaga -no bebe-, los desodorantes y cuchillas, o m�s aún: las medicinas del extraño botiquín que usó en su agonía el antiguo inquilino, ya cadáver.

El placer del cuarto de baño, su mitología del ocio y la vacación (existen cuartos de baño de estilo exótico, simulando el viaje; estilo gimnasio, exposición del deporte-signo; cuartos de baño boudoirs o cuartos de baño-bibliotecas, como muestra del tiempo cultural-excedentario; etc.) procede de esta derrelicción en que la cercanía de la muerte deja al tiempo doméstico. El cuarto de baño es, hacia afuera, la exposición del tiempo acumulado y residencia coagulada del placer, pero es, hacia adentro -y como causa-, el lugar donde la muerte se estabula con silencio. Cuando esta­mos encerrados en ese espacio no solamente es­tamos solos: disfrutamos de un amago de. inexis-

tencia o existencia atemporal que a nada se pa­rece. La inspiración que han buscado los tauma­turgos sobre su excremento, las tentativas y con­sumaciones de crímenes y suicidios en el baño, ese inquietante pulsador que en los hoteles insta­lan en el baño para cualquier emergencia letal, indican que esa pieza es vestíbulo probable del más allá, el lugar privilegiado para que medre la muerte trasparente. Una muerte asequible que alude a la aniquilación relacional con los hbmbres o se para en el encuentro con el único espejo de lacasa moderna: la brocha y el jabón, o la antiarru­gas, en las manos, tentados a borrarnos como unazulejo.

NATURALEZA Y CONSUMA-CION

En el microcosmos que es la casa, la muerte siempre ha tenido su representación. Sus símbo­los, sin embargo, residían, entrelazados a la his-

Page 7: EL CUARTO DE BAÑO PRIV ATIZACION DEL BAÑO · 2019-06-17 · nes de- espacio, grados de luz, «vistas» ... Giedion cuenta que la gran bañera de doble cubierta aporcelanada y con

Los Cuadernos del Signo

toria del hogar y sus objetos, untaban los cuadros y fotos y se mostraban en el crucifijo que, arran­cado del ataud, quedaba para siempre colgado en la cabecera de una cama. Se manipulaba haciendo figuras (un corazón, un árbol) con la melena de la difunta para exhibirla en el salón y el dormitorio. La muerte estaba también en el luto que la misma casa hacía sentir con su puerta entornada o sus persianas bajas, en el cuarto cerrado y en el asiento vacío; la muerte, en fin, daba su encarna­dura a las penumbras de un hogar sucesivamente transmitido de muertos a vivos.

Por contraste, la vivienda actual carece de tra­gedia y de pasado. La muerte no está nombrada explícitamente ni se vive expresamente con ella. Es más, en la funcionalidad del nuevo constructo que orienta el hogar no se articula otro tiempo relevante que no sea el presente. La muerte, ne­gada simbólicamente, sólo existe como vacío en­tre el lapso temporal o bajo las curvaturas que evocan fríamente el placer. Es una muerte abs-

tracta y no huele. Nadie la contempla o la abraza pero se alberga junto a los perfúmenes y las con­cavidades del baño desierto. Precisamente la úl­tima tarea de desmortalización simbólica que el sistema emprende hoy sobre la casa moderna se centra en ese cuarto de baño, primeramente des­nudo, propenso al pensamiento clandestino y al ayuno como metáforas de no ser nada. A modo de réplica, el cuarto de baño contemporáneo puede ser absolutamente todo: donde predominaba el la­conismo de los materiales esmaltados ha acudido la jerga caliente de la madera, el corcho, las cre­tonas, la cerámica, los libros, el bambú. En las mil propuestas de decoración, el cuarto de baño puede ser desde una mezquita hasta un camarote de barco, desde unas termas pompeyanas a una discoteca, desde una cápsula intergaláctica a un salón chino; pero, sobre todo, coronando estos disfraces gárrulos y de mitología accidental, el cuarto de baño tiende a proponerse, cada vez

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más, como «naturaleza». El lugar bendito de lo natural y la escenificación ornamentada de la Na­turaleza.

Según esta propuesta, el recinto sería, a partir acaso de los paisajes fecundos a que remite su humedad, un espacio propenso para la vida de las flores y las plantas. Asplenius, hidras, marantas, fitonias, peperomias, salaginellas, llenarían el cuarto hasta trasfigurar su estólida presencia en un verdor (natural) acorde con el sonido (natural) del agua. La ablución no significaría ya la higiene o la limpieza, de contenidos pragmáticos, sino elarte acuático. Igualmente, el excremento no signi­ficaría como significa la mierda sino como lo haceel abono, porque ya todos los desodorantes yesencias transforman el desperdicio animal en«campo». Sin su mefítico olor, la mierda es mate­ria de riqueza, se hace produc(o fecundo, natura­leza y campo ubérrimo. Los colores de la pieza noserán blancos nunca o lo serán por gracia deljuego conjunto que permita representar el mundonatural y combinarse con el lavabo «azul caribe»o los bidets «arena». El cuarto de baño trueca suscontenidos de ocio, secretamente carnal, por este­remedo de una naturaleza vegetal y mineral, sinsexo, sin animales: «Un cuarto de baño para soñarcon el mar» (Art et Decoration, n.0 217). Esto es·todo.

La soledad o la comunicación con la muerte sigue en pie, pero esta incomunicación-comunica­ción ha sido llevada un paso más lejos hasta la entrada en el paraíso. En la mitología del hombre urbano, la «naturaleza» es exactamente el más allá. La otra cara de su vida común y el ambito donde se concibe desprendido de toda referencia real: laboral, sexual, política, familiar. Donde puede inaugurar una transexistencia o suspender la virtualidad de todo referente realizado.

En la casa moderna, el cuarto de baño -deco­rado a veces con una inmensa serigrafía que en­vuelve a la bañera como un paisaje- tiende a ser ese trasunto de «el otro mundo»: el mundo «natu­ral» donde el hombre es feliz por dejación. Donde busca su gratificación por olvido y 1aspira al gozo no como un énfasis de la vida sino por consuma­ción. No por conquista, sino por sumisa deglusión en el gran cuerpo indoloro de «la naturaleza». El cuarto de baño sería esa simbólica reserva del paraíso, supuestamente perdido, y empotrado ahora en el hogar. Porción de la «naturaleza» (si-· mulacro de Naturaleza) al que se recurre por diso­lución ( «para soñar con el mar»). La muerte está flameando también; pero la muerte, reprocesada en la economía política del signo, está ya en todas partes y en ninguna. El encuentro con uno mismo tras la puerta del c. de b. es hoy el equivalente a la anulación vegetal. No hay drama: sólo el verdor anonadante y sin sexo y la abolición de todo mal. Nuestro cuerpo no huele y el eexcremento fluye oculto, perdida el ha-bla, bajo un líquido mentolado.