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El desierto habitado Análisis literario a la luz de las teorías de la poscolonialidad - Ensayo - por Guido Fischer

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Ensayo sobre el papel que juega la literatura del canon argentino en la construcción del ser nacional, entidad que esconde una negación.

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El desierto habitado

Análisis literario a la luz de las teorías de la poscolonialidad

- Ensayo -

por Guido Fischer

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Como el que escucha esa voz

en su desierto.

Como el que escucha esa voz

que clama

Como el que escucha en su desierto

clamar esa voz:

y esa voz contra él clama.

DESIERTO (2)

Leónidas Lamborghini

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Primera parte: De las naciones y el origen

Doscientos años: fuimos capaces, somos capaces.

PRESIDENCIA DE LA NACIÓN

La avenida 9 de Julio estaba colmada de gente. Más de dos millones de

personas asistieron al festejo por el Bicentenario de la Nación Argentina,

alegres y en paz. Presenciaron, entre otros, los desfiles de las diferentes

comunidades originarias que, con sus vestimentas típicas, llenaron de color el

gris del cemento sobre el que danzaban. Pocos de los espectadores vestían las

ropas vistosas de los que desfilaban; muchos menos hablaban sus lenguas.

Pero todos aplaudían, festejaban.

La imagen que antecede, junto con la frase promocional que sirve de

epígrafe a estas líneas, actualiza de una manera clara la definición que de la

idea de nación daba Ernest Renan en ¿Qué es una nación?, su conferencia del

año 1882 en la Sorbona, Francia. En ella, luego de negar los determinismos

naturalistas como raza, religión o geografía como fundamentos de la idea

nacional definía a la misma como una construcción sociocultural basada en dos

momentos temporales, y en el olvido. Los momentos: el pasado compartido, y

el presente como deseo de continuidad. “Tener glorias comunes en el pasado y

tener una voluntad común en el presente; haber realizado grandes acciones en

conjunto, desear realizar aún más, tales son las condiciones esenciales que

nos convierten en un pueblo.” i

Es decir, que el ser nación parte de una decisión colectiva de

continuidad que se funda en el relato de lo vivido en consonancia. Decimos

relato, ya que ante la imposibilidad biológico temporal del ser testigo de esas

experiencias, el pueblo accede a las mismas por la vía cultural, a través de la

divulgación de la historia, ya sea como ciencia o como literatura. Sobre ésta

nos detendremos, ya que a diferencia de la primera, que es necesariamente

retrospectiva, la literatura tiene la posibilidad de fundar relatos en relación de

coexistencia con aquello que deberá ser reconstruído por la historiografía. Se

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convierte, si se quiere aceptar la analogía, en una especie de instantánea

subjetivada de un momento dado. Pero se convierte también en otra cosa:

pasa a cumplir la función de un mito de origen. Esta afirmación necesita de

algunas aclaraciones.

Para empezar, podemos decir que la idea de nación tal y como la

conocemos foma parte de un proceso relativamente reciente, la modernidad

europea. En todos los casos, hubo un antes en la fundación de cada Estado

Nación, situación que cambia para albergar lo nuevo, a menudo de la mano de

un hecho puntual que sirve de inflexión, como la Revolución de 1789 en

Francia, o la Revolución de Mayo para la Argentina. Es decir, que algo nace,

aparece.

La codificación del pasado como sustento del presente es algo común a

todas las culturas. Todas explican de alguna manera un principio fundacional,

ya sea del cosmos a través de cosmogonías como el Antiguo Testamento

hebreo o el Popol Vuh maya, o a través de mitos originarios que den cuenta del

sustento de dinastías o reinados. Mircea Elíade propone la denominación de

mito de origen a “toda historia mítica que relata el origen de algo”, y afirma:

“Todo mito de origen narra y justifica una ‘situación nueva’.” ii Estos orígenes se

transmiten a través del tiempo y sirven como apoyatura para un orden

establecido.

Es por esto que decimos que las literaturas nacionales, entonces,

cumplen la función de un mito de origen. Elaboran un relato fundacional que

sienta las bases de relación intranacionales e internacionales, asignando roles

y lugares, así como jerarquías, para un sistema de organización territorial

nacido de un sistema europeo moderno y colonial de pensamientos y valores.

Sumamos la idea de lo colonial a partir de la relación indisociable que creemos

que existe, de acuerdo a autores como Walter Mignolo, entre otros, entre

modernidad y colonialismoiii. No debemos olvidar que las revoluciones que

posibilitaron la emancipación y formación de las naciones de América del Sur

fueron llevadas a cabo generalmente por poblaciones criollas, es decir, fruto de

la mixtura entre los pueblos colonizados y los colonizadores. Criollos fueron los

que llevaron adelante la Revolución del 25 de mayo de 1810, fecha que fue

celebrada en la Argentina en su bicentenario, y de cuyos festejos elegimos la

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escena inicial. Ahora, ¿por qué elegir justamente esa imagen de todas las

disponibles?

Decíamos, siguiendo a Renan, que la idea de nación se fundaba sobre

dos momentos, pero también sobre el olvido. “El olvido –incluso diría el error

histórico– es un factor fundamental en la creación de una nación, razón por la

cual el progreso en los estudios históricos suele constituir un peligro para el

principio de la nacionalidad.” iv Pero, ¿qué es lo que se olvida?

Fundamentalmente, los actos de violencia, la brutalidad que forma parte de la

fundación nacional.

Del olvido, o mejor dicho, de la negación como forma violenta de

construir olvido se tratarán los análisis de los apartados que siguen en este

trabajo. Intentaremos establecer cómo, a partir de ciertas marcas en la

literatura fundacional argentina, se construyó una negación de una parte

sustancial de la identidad nacional, los pueblos nativos del continente,

relegándola a pura expresión folclórica, y ajena. Los que desfilaron por la

“avenida más ancha del mundo” eran representantes de los mismos pueblos

que, meses más tarde, acamparían sobre ese asfalto en huelga de hambre

para reclamar ser escuchados en tanto parte de una nación que los aplaudió

pero que los niega.v

Como símbolo de esa negación y eje de análisis abordaremos la idea

del desierto, entendiéndolo más como construcción que como descripción. El

estudio analizará marcas en dos obras: La Cautiva, de Esteban Echeverría, y

Martín Fierro, de José Hernández, aunque el recorrido atravesará también el

Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, y el Don Segundo Sombra, de

Ricardo Güiraldes.

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Segunda parte: De los otros, según ellos

El etnocentrismo es uno de los mecanismos de producción de identidad más primitivos de la historia; pero es la primera vez que una pequeña tribu de un remoto rincón de la tierra -que hoy representa a menos de

la quinta parte de la humanidad- reúne la suficiente fuerza y aplica la bastante violencia como para imponer al resto del mundo su visión cerrada y sus costumbres particulares; tanta fuerza y tanta violencia,

tan extendida, tan sin fronteras, que esa visión cerrada ha acabado por parecernos abierta y esas costumbres particulares han acabado por parecernos universales.

vi

CRÍMENES DE GUERRA

Santiago Alba Rico

Cuando en 1837 Esteban Echeverría presenta su poema La Cautiva, lo

hace influido por el Romanticismo en boga entonces. Debemos recordar que el

autor había cursado estudios en Europa, visitando las capitales más

renombradas de la época, como Londres o París. Las características de ese

movimiento artístico imponían el uso del color local, con profusión de detalles

sobre el ambiente natural. Pedían también historias trágicas, amores

imposibles, héroes impecables. Todo eso construye Echeverría en los nueve

cantos que componen la obra estrenada en el Salón Literario de Sastre.vii Pero

no sólo con las corrientes artísticas vuelve deslumbrado el poeta. Todo un

pensamiento filosófico y político, de la mano de autores como Goethe, Shiller,

Cousin o Lerouxviii; toda la carga cultural de un continente colonialista venían

con él en sus baúles. No es que Echeverría fuera un europeísta político. Una

vez clausurado el Salón literario por orden de Juan Manuel de Rosas, funda,

con sus compañeros de la Generación del ’37, la Asociación de Mayo,

agrupación desde la que continuarán las tareas comenzadas en la etapa

anterior: la independencia cultural de España, tomando como insignia la

independencia conseguida por los Hombres de Mayo. Podemos afirmar con

David Viñas que fue esta camada la que comenzó la tarea de emancipación

literaria porque “recién con los hombres del ’37 las palabras coaguladas en la

inmovilidad de la colonia empiezan a vibrar, crujen, giran sobre sí mismas

impregnándose de un humus renovado y adquiriendo otra transparencia, peso

y densidad” ix. Es decir, el español se acriollaba, se hablaba ya una lengua

nueva. Pero debe destacarse que la independencia era de España solamente.

En la lucha simbólica por la identidad del país en gestación, las partes

visibles fueron dos: una que reivindicaba la herencia hispánica, de religión

católica, representada por Rosas; la otra con inclinaciones por Inglaterra y su

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naciente industria y Francia y su ciudad de las luces, de carácter laico y

humanista, cuyos representantes más emblemáticos en lo literario fueron

Echeverría y Sarmiento. Decíamos las partes visibles, que pueden encontrarse

en cualquier análisis literario o histórico sobre la época. De la que vamos

intentar tratar es de la invisible, aunque mejor sería decir invisibilizada: los

pueblos originarios, indígenas, de América del Sur. De cómo el localismo

romántico, el “Desierto, inconmensurable, abierto” x de La Cautiva es en

realidad el comienzo literario de una negación.

Ya Beatriz Sarlo, continuando una afirmación de Canal Feijoó, abordó la

cuestión indígena a partir del uso del desierto como figura ideológica en

Echeverría, porque, más allá de significar lo poco poblado de la llanura, “más

allá de una denominación geográfica o sociopolítica, tiene una particular

consecuencia: implica un despojamiento de cultura respecto del espacio y los

hombres a los que se refiere. Donde hay desierto, no hay cultura; el Otro que lo

habita es visto precisamente como Otro absoluto, hundido en una diferencia

intransitable.” xi Para la afirmación de la propia identidad siempre se necesita

de un otro constituyente. Es a partir del Otro que uno toma conciencia de sí.xii

Ahora, la creación cultural de un Otro que implique una jerarquía entra dentro

de lo que hoy podemos denominar racismo: éste era uno de los bagajes

ocultos en el equipaje del autor argentino. El humanismo europeo era tal que

dignificaba la herencia greco-romana, y las formas de cultura desarrolladas por

aquella. Todos los habitantes de los territorios colonizados por potencias

imperiales europeas fueron sometidos, o bien como mano de obra esclava, o

aniquilados por ocupar un espacio pensado para otros fines. Parafraseando a

Sarmiento, “el mal” que aquejó a los nativos fue “la extensión” xiii: Una llanura

apta para la ganadería no necesitó de mano de obra multitudinaria, como sí

pasó en las minas de Potosí, por ejemplo. Es en función de esta apropiación

dual, del territorio y de la identidad del conquistado, que Santiago Alba Rico

afirma: “Para someter al otro hay primero que "verlo" y verlo es construirlo,

codificar su figura a la medida de nuestros intereses y ambiciones.” xiv Es lo

que De Otto, siguiendo a Franz Fanon, enuncia cuando habla de la

“inadecuación” del cuerpo conquistado: se trata de crear un estereotipo “para

producir un efecto estable en la descripción de lo monstruoso que habita en

quienes serán las víctimas del colonialismo y, por lo tanto, permit[a] justificar

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todas las formas de intervención sobre estas poblaciones pensadas como

degeneradas o carentes de sentido.” xv Entonces, vemos que en la

construcción de ese otro a someter, a eliminar, las obras literarias

fundacionales jugaron un papel principal al crear un relato que diera cuenta de

un estereotipo absolutamente eliminable.

El primer canto de La Cautiva introduce a la llanura en plena explosión de

color por un atardecer. Una vez que llega la noche, “como baladro espantoso”

llega la turba “de aspecto extraño y cruel”. xvi El asignar el tiempo de la noche a

las tribus nómdes de la llanura, con la connotación que suma el sentido de

oscuridad no es marca única de Echeverría. También Sarmiento se refiere al

“desierto” que rodea a la República, y que a ésta, “Al sur y al norte, acéchanla

los salvajes, que aguardan las noches de luna para caer, cual enjambre de

hienas...”. xvii El Otro es, sobre todo, un ser casi animal. Pero la

deshumanizacion no acaba ahí, ya que la animalidad es además, dañina,

agresiva. Puede ser un “sediento vampiro”, una “inmunda ralea”, un “animal

feroz”. xviii Para dejar claro el contraste entre el “Nosotros” del autor y narrador,

y de sus posibles lectores frente a ese “Otro” bestializado, el cuarto canto

describe la matanza de la que es víctima la tribu: los “cristianos” “degüellan,

degüellan, sin sentir horror” ; “ni hembra, ni varón, ni cría / de aquella tribu

quedó.” Los versos que siguen a éstos, establecen la coartada: “La inexorable

venganza, / siguió el paso a la perfidia, / y en no cara y breve lidia / su cerviz al

hierro dio.” xix La hierba, la pampa, el “desierto”, quedó teñido de “sangre

hedionda”. El aniquilamiento de toda una tribu como represalia por un malón

establece una relación de acción y reacción, lo que justifica la venganza ante la

perfidia. En este diálogo de crímenes, queda establecido un orden legitimador,

en el que el primer golpe lo da el indígena. Al parecer sin causas, sin pasado.

Los últimos cantos relatan los sufrimientos de los protagonistas, María y

Brian, hasta su romántico y trágico fin. La sombra del otro, el “salvaje”,

sobrevolará a la pareja, en un plano de peligro natural, como el tigre, o la

quemazón de la llanura. Perdido en el delirio final, Brian recordará a María, y al

lector, lo que el “infiel”, el “traidor”, hizo con el pueblo. Recomendará no confiar:

“Oye, no te fíes, vela...” xx Y definirá al nuevo enemigo de la patria: “Mi brazo ha

sido / terror del salvaje fiero: / los Andes vieron mi acero, / con honor

resplandecer.” xxi

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Para Sarlo, xxii la coronación de la operación ideológica que utilizó la figura

del desierto para negar al habitante de la llanura fue la llamada “Conquista del

Desierto”, campaña de exterminio comandada por Julio Argentino Roca con la

finalidad de extender las fronteras ganaderas de los ricos terratenientes

bonaerenses hacia el sur. De alguna manera, la masacre de miles de

indígenas, la captura de otros tantos para su reclusión en la isla Martín García

en condiciones de campo de exterminio, o la venta de las mujeres y los niños

para uso como servicio doméstico en las principales ciudades, significó

doblegar violenta, aunque temporalmente, las aspiraciones de muchos pueblos

por ser respetados en tanto seres humanos. Vemos que la citada coronación

se facilitó también con la pluma.

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Tercera parte: De las voces y del infierno

Las narraciones imperiales se basaron principalmente en la separación tajante entre los narrados y los narradores.

xxiii

REPRESENTACIONES INESTABLES

Alejandro De Otto

Son incontables los análisis y lecturas del Martín Fierro, de José

Hernández. Desde las tantas ediciones críticas y anotadas, pasando por los

estudios que lo incluyen en un género como la gauchesca, hasta el libro El

“Martín Fierro”, de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, la obra publicada

por primera vez como folletín a fines de 1872 ha sido reflexionada incontables

veces. Nos resulta imposible revisar cada una de ellas, por lo que ciertas ideas

posiblemente hayan sido ya enunciadas. Por la misma causa, elegiremos dos

puntos de análisis solamente, que pueden sumar algo a lo ya estudiado.

Entre el citado volumen de Borges y la introducción a la antología poética

200 años de poesía argentina se establece una discusión: quién es el poeta

que da voz al gaucho. En El “Martín Fierro” se propone como iniciador al autor

de los Diálogos patrióticos quien “maneja deliberadamente el lenguaje oral de

los gauchos y aprovecha los rasgos diferenciales de este lenguaje, opuesto al

urbano. Haber descubierto esta convención es el mérito capital de Bartolomé

Hidalgo...”.xxiv Jorge Monteleone, en cambio, propone al creador de Fierro como

el descubridor: “La diferencia surge cuando Martín Fierro canta, es decir,

cuando Hernández encuentra una voz.” xxv Para los fines del trabajo en curso,

poco importa quién lleva la razón. Sí interesa el fondo de la discusión, que es el

hecho de que, para resultar aceptado, el gaucho necesita de alguien que hable

por él, que lo narre. El epígrafe a esta parte marca una diferencia fundamental:

no es lo mismo ser narrador que ser narrado.

Ya en Sarmiento, a partir de la dicotomía entre civilización y barbarie, se

sentaban las bases de una oposición que, como en La Cautiva, necesitaba de

la construcción de un Otro para consolidar la propia identidad. El gaucho,

simbolizado en toda su posibilidad identitaria por la figura de Quiroga, se

elevaba como el opuesto necesario para el habitante de las florecientes urbes.

Pasaría más de medio siglo desde la aparición del Facundo para que, en el

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Centenario, la pluma de Lugones elevara al Martín Fierro a la categoría de

epopeyaxxvi y de esa manera, el gaucho arquetípico recuperara su prestigio.

Ahora, un dato que puede parecer trivial puede descubrirnos de qué manera la

negación declarada al comienzo siguió su curso en las letras canónicas

argentinas: La sección de la introducción a 200 años... sobre la gauchesca se

llama “Una voz para el desierto argentino” xxvii También en Borges, y en Sarlo,

la recuperación de la estima al gaucho se vincula con la recuperación del

“desierto” de la mano de un nacionalismo centenarista, y la entronización del

texto de Hernández. Puede repararse en que el peligro de abrir las puertas de

las bibliotecas al nomadismo pampeano se había aquietado, ya que pocos

años después Ricardo Güiraldes terminaría de despedirlo definitivamente en

las páginas de Don Segundo Sombra: “Aquello que se alejaba era más una

idea que un hombre” xxviii El gaucho, habitante de las llanuras interminables,

espíritu libre, resereaba ahora vacas por callejones alambrados, con dueño. No

es sin embargo eso lo que nos revela el título en la antología, por más que el

escueto análisis anterior sea cierto. Lo que permite descubrir es el hecho de

que, literariamente, el “desierto” pasó de ser, en Echeverría, un símbolo

localista y herramienta ideológica de negación, para ser, desde Sarmiento a

Hernández, tierra y hábitat del gaucho, único humano en habitarlo. Muchos son

los paralelos que el Facundo establece entre los árabes y los habitantes de la

pampa. De esa manera, la negación en el relato fundacional actuó como

agente deshumanizador que permitió, sí, el genocidio a manos del ejército de

Roca.

Como en La Cautiva, la presencia del “indio” en el Martín Fierro es

innegable, aunque con algunas sutilezas. La obra de Hernández consta de dos

partes: El gaucho Martín Fierro, de 1872, y La vuelta de Martín Fierro, de 1879.

Desde entonces forman una unidad, aunque los siete años que separan la

publicación de ambas signifiquen importantes diferencias en el contexto

sociopolítico. No era lo mismo para el autor que el gobierno estuviera en manos

precisamente de Sarmiento al momento de publicarse la primera entrega. La

historia, en tanto herramienta política, pone en Fierro la responsabilidad de una

decisión tajante: frente a la ciudad, cuna de las instituciones que forjan su

desgracia, el personaje elije, justamente, el desierto, lo salvaje: la barbarie. No

es que Hernández buscara presentar a los indígenas como seres siquiera

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equivalentes. Bastan las descripciones de los mismos durante el ataque al

acantonamiento: “...naides le pida perdones / al indio, pues donde dentra / roba

y mata cuanto encuentra / y quema las poblaciones”.xxix Al igual que en

Echeverría, no hay pasado. El relato cuenta un puro presente en el que el

primer golpe lo da el indígena. Los compara con hormigas, o con tortugas,

aunque sugiriendo cierta admiración de su destreza y resistencia. Pero

insistimos: en El gaucho Martín Fierro, el enemigo principal no es el mismo que

el de La Cautiva. Forma parte del paisaje, como el chajá.

Con La vuelta de Martín Fierro, cambia la situación política, y cambia el rol

del indígena. El habitante originario, de audaz jinete pasó a “bárbaro

inhumano”, capaz de atar las manos a una madre con las “tripitas” del hijo,xxx

volviéndose pura maldad. Recupera su caracterización animal, dañina. La

función de Fierro, ahora, también es otra. El gaucho se reintegra y busca

convertirse en ejemplo. Enmienda sus errores; no pelea, sino argumenta, y

aconseja. La ciudad pierde su malignidad, y el relato recupera los años en las

tolderías como la gesta del héroe en el infierno.

Líneas más arriba proponíamos a la literatura fundacional funcionando

como mito de origen. Graciela Maturo profundiza esta relación: “La literatura no

sólo ha sido una vía de transmisión del pensamiento mítico, sino la vía

específica que ha puesto sus formas de representación propias al servicio de la

expresión y la transmisión de los mitos.” xxxi De esta manera, con La vuelta de

Martín Fierro, la estadía del protagonista y Cruz tierra adentro, tierra de

indígenas, se convierte en una actualización de la gesta de Orfeo en el Hades,

o de la de Maestro Mago/Brujito en la cosmogonía maya. La vida de penurias

de Fierro narradas en un primer momento, en un primer libro, que cantaban de

un gaucho que entiende que la ciudad no tiene nada que darle, pasan a

convertirse con la segunda parte en las pruebas del héroe que toma así su

carácter arquetípicoxxxii, posibilidad que se perfecciona cuando se vuelve

literariamente ( y políticamente, podríamos agregar) inofensivo. Para ello, es

necesario que reniegue de sus desvíos, y de sus orígenes. Tierra adentro deja

de ser un refugio posible a las asimetrías de la civilización para convertirse en

el mal. Solo de esta manera, Fierro puede acceder al sitial literario, y

convertirse en libro canónico, y símbolo.

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Cuarta parte: Del mirar, el mirarse, y algunas de sus

consecuencias

...la mímesis era un proceso extraño que se introduce en la economía de signos culturales del

colonialismo como una de sus operaciones más astutas y a su vez más riesgosas. La idea era que el

colonizado se identifique en las imágenes de identidad que le ofrecían nociones tales como civilización,

progreso, razón, racionalidad, orden, etc. En ese sentido se podía explicar la demanda dirigida a los

nativos para que hagan un esfuerzo mimético con los valores civilizatorios. xxxiii

HISTORIAS DE LA TEORÍA. CRÍTICA POSCOLONIAL Y DESPUÉS

Alejandro De Otto

La construcción de la negación étnica es una acción que implica más que

simples palabras. Forma parte de un proceso mucho más complejo y profundo,

el de la colonialidad. Entendemos aquí la colonialidad como uno de los

elementos constitutivos y específicos del patrón mundial de poder capitalista

[fundado] en la imposición de una clasificación racial/étnica de la población del

mundo como piedra angular de dicho patrón de poder y opera en cada uno de

los planos, ámbitos y dimensiones, materiales y subjetivas, de la existencia

social cotidiana y a escala societal. xxxiv Creemos que el análisis descolonialxxxv

radica en reflexionar sobre dos aspectos del estudio, de acuerdo a las

categorías de narrador/narrado y mímesis, presentadas en sendos epígrafes

citando a Alejandro De Otto.

A diferencia de las realidades analizadas por los fundadores del

movimiento crítico conocido como poscolonial, Franz Fanon, Edward Said y

Homi Bhabhaxxxvi, el caso argentino presenta algunas particularidades.

Repensar la fundación bicentenaria implica desconocer, o ignorar, el carácter

conquistador: volviendo a la primera parte de este trabajo, Argentina se

construye sobre un olvido, el del genocidio indígena. Esa construcción se ve

cimentada y codificada culturalmente a través de extensa literatura, narración a

cargo de autores que, en función de su condición de colonizados, miraron el

“color local” con ojos de otros: los de Europa. En la confrontación simbólica

sobre la mirada, nunca fue una opción el mirarse con ojos propios, ya que la

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disyuntiva versó entre francófilos o hispanistas, “civilización o barbarie”. La

construcción cultural de un Otro constituyente se volcó a la creación de un

enemigo interno: primero los nativos, habitantes deshumanizados que, sin

causa aparente, por maldad inherente, asolaban a las poblaciones blancas;

después los gauchos, salvajes y nómadas como aquellos, hasta que el alambre

los encarriló volviéndolos, pararadojalmente, símbolo. Tanto unos como los

otros, narrados por narradores que a la vez fueron narrados por otro. Voces

mimetizadas con los valores de la conquista. La negación de la gran presencia

indígena y originaria en las raíces de la identidad nacional tienen que ver con el

sentimiento de vergüenza que se despierta en aquél que quiere verse reflejado

en una imagen ajena.

Quizás todo este análisis pueda resumirse en una relectura crítica a todo

lo que esconde en realidad el título elegido por Jorge Monteleone, ya citado en

estas páginas, y publicado en la antología que festeja el Bicentenario: “Una voz

para el desierto argentino”. El desierto como gran arquetipo nacional, el del

espacio vacío a ser cargado de contenido, en todas sus formas. La fundación

de un país sobre un pasado heroico en un escenario que fue la nada, el gran

olvido. Nunca se trató, en definitiva, de escuchar, o de mirar la posibilidad de la

propia expresión. Se trató y se trata, teniendo en cuenta la permanencia del

enemigo interno en cada disputa política; teniendo en cuenta el no lugar de las

comunidades campesinas y su realidad de extranjeros en la propia tierra, de

crear una voz para aquellos a los que no se quiere dejar expresar la propia, por

ambición, codicia, o vergüenza.

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Notas

i RENAN, Ernest, ¿Qué es una nación?, en BHABHA, Homi K., Nación y Narración, Buenos

Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2010. p. 35

ii ELÍADE, Mircea, Mito y realidad, Barcelona: Editorial Labor S.A. 1992 p. 28

iii DE OTTO, Alejandro, Historias de la Teoría. Crítica poscolonial y después (Pasado por-venir,

Revista de Historia 2007-2008). Aquí propone a Homi Bhabha y a Edward Said como los

precursores en esta idea, seguido luego por Walter Mignolo, a partir de los textos de Enrique

Dussel y Aníbal Quijano. De hecho, el colectivo de pensamiento que reúne a estos últimos se

denomina “Modernidad/Colonialidad”.

iv RENAN, Ernest, op. cit. p. 25

v http://lavaca.org/notas/qom-huelga-de-hambre-en-la-9-de-julio/

vi ALBA RICO, Santiago, Crímenes de Guerra, Comité de Solidaridad con la Causa Arabe,

Madrid, 2003 (Extracto en Rebelion.org)

vii Marcos Sastre fue dueño de la “Librería Argentina”, en cuyos cuartos anexos se organizó el

Salón Literario, cuna de la luego denominada Generación del ’37. (Introducción a La Cautiva,

Norma, 2003)

viii ROJAS, Ricardo, “Vida de Esteban Echeverría”, en Historia de la literatura argentina, pp.

165-166

ix VIÑAS, David, Literatura argentina y política I. De los jacobinos porteños a la bohemia

anarquista, Buenos Aires: Santiago Arcos Editor, p.16

x ECHEVERRÍA, Esteban, La cautiva – El matadero, Buenos Aires: Grupo Editorial Norma,

2003 p.45

xi SARLO, Beatriz, En el origen de la cultura argentina: Europa y el desierto, en Escritos sobre

literatura argentina, Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores

xii Para un desarrollo detallado del camino intelectual alrededor del binomio “Yo-Tú”, ver

ADAMOVSKY, Ezequiel, La alteridad de lo propio: el conocimiento y el “otro” en la constitución

de identidades. Apuntes teóricos para el trabajo historiográfico, en Entrepasados Nº 15, 1998

xiii En referencia a la frase “El mal que aqueja a la República Argentina es la extensión...” en

SARMIENTO, Domingo Faustino, Facundo, Buenos Aires: Colihue, 2002 p. 29

xiv ALBA RICO, Santiago, en Edward Said: La palestina afónica, CSCA:

http://www.nodo50.org/csca/agenda2003/alba_10-10-03_said.html

xv DE OTTO, op. cit pp. 91 y 102

xvi ECHEVERRÍA, Esteban, op. cit. p. 50

xvii SARMIENTO, D.F., op. cit, p. 30

xviii ECHEVERRÍA, E. op. cit. pp. 57, 59 y 62

xix Íbid., p 81

xx Íbid., p. 108

xxi Íbid., p. 113

xxii SARLO, B. op. cit. p 25

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xxiii citado en FANCHOVICH, Miguel, Ríos que fluyen hacia la jungla, Ensayo de maestría.

xxiv BORGES, Jorge Luis y GUERRERO, Margarita, El “Martín Fierro”, Madrid: Alianza Editorial,

1999 p. 13

xxv 200 años de poesía argentina / edición liteararia a cargo de Jorge Monteleone, Buenos

Aires: Aguilar, Altea, Taurus, Alfaguara, 2010 p.16

xxvi BORGES, J.L. op. cit. p. 31

xxvii 200 años..., p. 15

xxviii GÜIRALDES, Ricardo, Don Segundo Sombra, Buenos Aires: Editorial Losada S.A., 1955 p.

198

xxix HERNÁNDEZ, José, Martín Fierro / ilustrado por Roberto Fontanarrosa, Buenos Aires:

Ediciones de la flor, 2004

xxx Íbid, p. 92

xxxi MATURO, Graciela, La razón ardiente. Aportes a una teoría literaria latinoamericana. Ed.

Biblos p. 50

xxxii De acuerdo al significado que da a este término Graciela Maturo, siguiendo a C.G. Jung.

Op. cit. p. 32

xxxiii DE OTTO, op. cit. p. 92

xxxiv QUIJANO, Aníbal, Colonialidad del Poder y Clasificacion Social, en Journal of World-

Systems Research, 2000 (Disponible en Internet)

xxxv La categoría de “descolonial” para referirse a un actuar que reconstruya un saber a partir de

categorías propias se usa de acuerdo al uso que le da Walter Mignolo en Últimas noticias de

Colón, revista MU Nº 44, mayo de 2011

xxxvi De acuerdo a De Otto, Mignolo y otros.