EL DESTINO

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Francisco de Sales

“He aquí una prueba para verificar si tu misión en la tierra ha concluido: si estás vivo, no ha concluido.”

(Richard Bach)

“Nunca creas que el destino es algo más que la condensación de la infancia” (Reiner María Rilke)

El destino se va haciendo a cada momento.

(Francisco de Sales)

Creemos que estamos dirigiendo nuestra vida cuando lo que hacemos coincide con lo que tenía previsto el destino.

(Francisco de Sales)

“El Mesías nos vigila, y ríe porque encuentra divertido que las cosas sucedan tal como las hemos planeado”

(Richard Bach)

“El libre albedrío es la capacidad de hacer con alegría aquello que debo hacer”

(Jung)

“Los problemas no resueltos se nos vuelven a presentar y los llamamos destino”.

(Jung)

“A veces no comprendemos el destino y luchamos contra él. Sólo cuando finalmente renunciamos y nos relajamos, creamos la posibilidad de que

llegue algo que nos ayude a superar nuestras dificultades y a dar el paso siguiente para entrar en una nueva fase de la vida”

(Anónimo)

Si es que se puede “leer” el destino, mediante el tarot, videncia, quirología, astrología… es porque tiene que estar ya “escrito” en algún sitio.

(Francisco de Sales)

El destino en la vida sólo concluye con la muerte, o con su cumplimiento consciente.

(Francisco de Sales)

Nos pasan las cosas que nos merecemos

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o las que creemos que nos tienen que pasar. (Francisco de Sales)

No creo en el fatalismo o en lo determinista. Existe, siempre, el libre

albedrío, y la capacidad y el derecho a sublevarse. (Francisco de Sales)

“La manera en que una persona toma las riendas de su destino es más

determinante que el mismo destino.” (Karl Wilhelm Von Humboldt)

Destino, según la RAE, tiene unas acepciones muy curiosas: “fuerza desconocida que se cree obra sobre los hombres y los sucesos” y “encadenamiento de los sucesos considerado como necesario y fatal”, y parece que eso ya nos prepara para la tragedia que se avecina, y nos predispone a sufrir pensando que es imposible escapar a esta pesada “maldición”. El destino no es una cuestión de azar, ni es una condena. En lo que llamamos destino aparecen, entre otras muchas cosas, nuestras necesidades insatisfechas, los conflictos más desconocidos, y las aspiraciones más profundas. Con todo esto, y para nuestro propio bien, se elabora una lista (que puede ser el principio de un Plan de Vida) que incluye avisos (que conviene escuchar aunque no sean agradables), señales (que no se han de evitar, a pesar de su dureza), circunstancias (que más que maldecir se han de amar), y situaciones personales (que no harán sino enriquecernos si las resolvemos).

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En una visión esotérica, o poética, es como si nuestra alma supiera en qué nos necesita para seguir creciendo y nos usara para conseguirlo. Lógicamente, los beneficiados del enfrentamiento y superación de estas “pruebas” del destino, somos nosotros mismos, y ahora. He aprendido que lo que llamamos destino es en realidad sólo una propuesta de destino, y que casi nunca es inevitable. LIBRE ALBEDRÍO: El libre albedrío es una creencia de algunas doctrinas filosóficas que sostienen que los humanos tienen el poder de elegir y tomar sus propias decisiones. Otros, en cambio, son más deterministas, y defienden que el destino del ser humano está marcado, y nadie puede deshacer lo que ya está pre-destinado. Si toda nuestra vida estuviera ya diseñada, lo que va a pasar y lo que no, lo que vamos a sentir y lo que jamás sentiremos, vivir no tendría mucha gracia. Seríamos marionetas haciendo el papel que el destino nos ha reservado, y somos mucho más que eso: somos hijos de Dios, y Él nos da la libertad para aprender, y la responsabilidad de la vida para que la cuidemos y hagamos algo bueno con ella.

¿Realmente existe el libre albedrío, o es que cuando uno hace algo que aparentemente no estaba incluido en el destino es, precisamente, ese no hacerlo lo que estaba previsto en el destino? Si mi destino parece que me propone una buena y larga vida y en cambio, en un acto de

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rebeldía y de desacato a ese destino, para demostrarle que yo mando en mi vida y no él, me suicido… ¿no será el suicidio lo que estaba escrito? No hay respuesta con garantía de certeza para esta pregunta. Lo que sí he comprobado es que sí hay unas experiencias que realmente, y casi inevitablemente, hay que vivir, para el crecimiento personal. Sé que el destino nos las plantea amablemente al principio, pero, si no las resolvemos, nos las vuelve a presentar otra vez, esta vez de un modo más contundente, para que, ahora sí, las afrontemos y aprendamos. Si tampoco de este modo hacemos caso, se tornará en violencia si hace falta, nos pondrá en el camino un hecho muy duro que nos haga reflexionar, una lección muy dolorosa, o una tragedia que nos impida seguir en la inacción. Es impresionante, y cuesta aceptar que es por nuestro bien, pero es así. A veces, no queremos aceptar que lo que nos va pasando en la vida es el resultado tanto de lo que he hemos hecho como de lo que no nos hemos atrevido a hacer, y para quedarnos más tranquilos y eximirnos de la culpa, lo llamamos destino. Pero no es así. El destino es el resultado de los pensamientos, las desatenciones, los silencios, los miedos, las alegrías y de casi todo cuanto hay a nuestro alrededor. Otra cosa es que uno puede recibir “el destino”, sea cual sea, con una actitud negativa, depresiva, optimista, con ilusión, como una opción de superación, o como un castigo. De cómo lo afrontemos dependerá que le adjudiquemos

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un adjetivo u otro, pero también puede suceder al contrario: que dependiendo del concepto que tengamos del destino podemos llegar a creernos que es cierto. Si creo que mi destino es trágico e inevitable, ya estaré rendido, y no tendré intención de cambiarlo ni encontraré fuerza o motivación para hacerlo. VISTO DE OTRO MODO Llamamos destino a muchas cosas a la vez. He observado que casi siempre equivocadamente, porque, en general, llamamos destino a aquellas cosas que suceden sin que, al parecer nosotros tengamos algo que ver. Y no es cierto: llamamos destino a las cosas que nos suceden porque nosotros no hemos querido o podido resolver, prever o modificar; llamamos destino a lo que pasa debido al abandono de la dirección consciente de nuestra propia vida; llamamos destino a nuestro cónyuge, nuestros padres, nuestro jefe, cualquier otra persona; llamamos destino a nuestro no querer decidir. Cuando yo no tomo una decisión, y como la vida sigue en su curso imparable, esa decisión no tomada por mí es tomada por otra persona, o por el tiempo que pasa, y entonces recurrimos a la consoladora frase “será que tenía que ser así, que es mi destino”. Y nos quedamos auto-engañados y casi tranquilos. Hay mucho de comodidad y dejadez en esa creencia universal acerca de que existe un destino inevitable, y hay muchísimo de culpa en el hecho de que, al no reconocer cuál es nuestra responsabilidad en nuestra propia vida, dejamos que nos sucedan las cosas sin intervenir. Yo creo, como ya he dicho, en una “propuesta de destino”, en un sendero provisional trazado por uno mismo de acuerdo a su camino evolutivo y a las experiencias que quiere conocer en esta vida. Yo creo que uno se diseña las

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situaciones por las que quiere pasar. Aunque luego no lo recuerde. Sé que hay destinos más libres, en los que hay más facilidad para no resolver las cosas, en los que las preocupaciones son distintas; que se les da preponderancia a las cosas materiales y terrenales, y no se cuestiona qué hay “más allá”, o cuál es el sentido de la vida. Se va a la practicidad, a disfrutar las cosas que entran por los cinco sentidos y dan un placer inmediato y tangible; “eso que me llevo por delante”, resume su pensamiento de la vida. Hay destinos más inevitables, dentro de que casi todo se puede evitar, pero parece que, afortunadamente, el destino no es tan frágil y tan sensible como para sentirse ofendido con nuestro primer rechazo. Si sabe que es importante para nosotros, se vuelve a repetir una y otra vez hasta que lo dejamos solventado. Yo llego a creer que nuestro Yo Superior puede dirigir lo que llamamos destino, y nos va haciendo ver las mismas cosas o las mismas situaciones en diferentes momentos, cada vez con una intensidad o con una insistencia distinta, hasta que nosotros estamos abiertos y receptivos a notarlas, hasta el momento en que las metemos en el interior y las resolvemos dentro, en el corazón, en la identidad, en lo más central de nuestro ser, porque las que arreglamos “con la cabeza”, en cuanto se nos olvida el pensamiento, en cuanto distraemos la atención de la idea que teníamos, desaparece. VISTO DE OTRO MODO “Hay personas que prefieren creer que todo en la vida es azar, y que todo está sometido exclusivamente a los caprichos de la casualidad. Este es un punto de vista tranquilizador en cierta medida, porque mitiga la carga de la responsabilidad personal. También hay personas que creen

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que la vida fluye totalmente de acuerdo con la predestinación derivada del karma de cada uno, de los efectos de causas que se arraigan en encarnaciones pasadas, y esta posición también es consoladora, porque lo absuelve a uno de responsabilidad en el presente. Finalmente hay quienes creen que la propia voluntad es el factor determinante de nuestro destino, y ésta es una actitud un poco menos reconfortante, porque la vida nos pone frente a algunas cosas que no es posible alterar con un esfuerzo de la voluntad, ni siquiera de la más poderosa. El hombre está atado a la rueda del destino hasta que sobre él amanece la conciencia de la posibilidad de elección que le ha concedido Dios. Tiene entonces un atisbo de la naturaleza paradójica de la fuerza que lo ha atado, pero que le ha dado también el poder de romper sus ataduras. Ya sabemos que hay proyecciones inconscientes que pueden llevar a una persona a enfrentamientos, relaciones y situaciones que, aunque asuman un cariz destino, están reflejando su propia lucha por llegar a la conciencia de sí mismo.” (Del libro Relaciones humanas, de Liz Greene) Llamamos destino a muchas cosas a la vez. He observado que casi siempre equivocadamente, porque, en general, llamamos destino a aquellas cosas que suceden sin que, al parecer nosotros tengamos algo que ver. Y no es cierto: llamamos destino a las cosas que nos suceden porque nosotros no hemos querido resolver, prever o modificar; llamamos destino al abandono de la dirección consciente de nuestra propia vida; llamamos destino a nuestro cónyuge, nuestros padres, nuestro jefe, cualquier otra persona; llamamos destino a nuestro no querer decidir. Cuando yo no tomo una decisión, y dado que la vida sigue en su curso imparable, esa decisión no tomada por mí es tomada por otra persona, o por el tiempo que pasa, y entonces recurrimos a la consoladora frase “será que tenía

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que ser así, que es mi destino”. Y nos quedamos auto-engañados y casi tranquilos. Hay mucho de comodidad y de abandono en esa creencia universal acerca de que existe un destino inevitable, y hay mucho de culpa en el hecho de que al no saber cuál es nuestra responsabilidad en nuestra propia vida, dejamos que nos sucedan las cosas sin intervenir. Yo creo más bien en una “propuesta de destino”, en un sendero provisional trazado por uno mismo de acuerdo a su camino evolutivo y a las experiencias que quiere conocer en esta vida. Yo creo que uno se diseña las situaciones por las que quiere pasar. Y sé que no se debe generalizar. Hay destinos más libres, en los que hay más facilidad para no enfrentar las cosas, en los que las preocupaciones son distintas, se les da preponderancia a las cosas materiales y terrenales, y no se cuestiona qué hay “más allá”, o cuál es el sentido de la vida. Se va a la practicidad, a disfrutar las cosas que entran por los cinco sentidos y dan un placer inmediato y medible. “Eso que me llevo por delante”, resume su pensamiento de la vida. Hay destinos más inevitables, dentro de que casi todo se puede evitar, pero parece que, afortunadamente, el destino no es tan frágil y tan sensible como para sentirse ofendido con nuestro primer rechazo. Si sabe que es importante para nosotros, se vuelve a repetir una y otra vez hasta que lo dejamos solventado. Yo llego a creer que nuestro Yo Superior puede dirigir lo que llamamos destino y nos va haciendo ver las mismas cosas o las mismas situaciones en diferentes momentos, cada vez con una intensidad, hasta que nosotros estamos abiertos y receptivos a notarlas, hasta el momento en que las metemos en el interior y las resolvemos dentro, en el corazón, en la identidad, en lo más central de nuestro Ser, porque las que arreglamos “con la cabeza”, en cuanto se

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nos olvida el pensamiento, en cuanto distraemos la atención de la idea que tenemos, desaparecen. Sí que insisto en la propuesta de destino que está en alguna parte escrita, sugerida, pensada por Alguien, porque a ese destino de “cosas que pueden suceder” acuden, el tarot, la quiromancia, o la videncia, y cualquier persona con un mínimo de sensibilidad y de apertura a recibir esa información puede acceder a ello. Claro, uno piensa que todo está escrito en el destino y entra una enorme frustración por el sentimiento de ser un muñequito que juega el papel que Dios le ha puesto. Es muy pobre si realmente es así; a mí me entra un enorme enojo si yo no puedo renacer con mi esfuerzo, si no son válidos mis despertares, si no tiene algún sentido lo que soy y lo que hago. Sí, ya sé que parece una presunción querer ser algo, cuando dentro de poco moriré y no quedará de mí más de lo que haya quedado de cualquier esclavo que murió hace un siglo, o de un Neandertal que en su momento creyó ser importante, pero yo sé que en algún sitio tiene que quedar mi granito de arena. Creo en un destino en el que, a pesar de lo propuesto, uno, siempre, digo siempre, puede cambiar, puede hacer modificaciones. Hay cosas de las que hacemos que son de mucha importancia para nuestro desarrollo y el cumplimiento de nuestro “destino”; hay otras, en cambio, y lo he podido comprobar muchas veces, en las que no cambia nada con lo que hagamos o no hagamos, hay momentos decisivos y hay momentos intrascendentes, pero también hay situaciones que vivimos y cosas que hacemos que, aunque no tienen importancia para nuestra evolución, sí que la tienen para la de otra persona. Así, a veces, por ejemplo, quizás entretenemos a otra persona hablando por teléfono de cosas banales para que no pueda recibir otra llamada que es mejor que no reciba, o para que salga un poco más tarde a la calle y evitarle un accidente, o para que oiga una tontería nuestra que puede ser esclarecedora para ella,

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etc... Y vuelvo a decir que he comprobado que es así como sucede. Pero, además, sí creo con absoluta seguridad en el destino propuesto, si estoy seguro de que Dios quiere siempre lo mejor para mí, y que las experiencias “inevitables” son porque realmente no se han de evitar. He llegado a la seguridad de que, siempre, lo que nos pasa es lo mejor que nos puede pasar; aunque tardemos en comprenderlo y aceptarlo. Siempre hay un momento de serenidad en que uno razona o siente que aquello que tanto le hizo sufrir le abrió otras posibilidades. Creo que cuando uno es consciente de que eso que llamamos destino es un orden establecido de una perfección asombrosa, que cada paso viene dado en el momento preciso, que no se puede pasar a una cosa hasta resolver la anterior, y que por encima de todo ello hay una Presencia Divina que vigila el correcto desarrollo de cada uno de los destinos, y lo cuida y lo mima con ternura y Amor, entonces uno comprende que es necesaria la rendición para nuestra propia rendición; se comprende la necesidad de aceptar con todo el amor y toda la consciencia el “hágase tu voluntad”; se siente la necesidad interior de decirle a Dios; “de acuerdo, reconozco mis interferencias en Tu deseo de cuidarme y llevarme bien hasta Mí. Te brindo mi Voluntad. Hágase ahora tuya”. DESDE UN PUNTO DE VISTA MÁS ESPIRITUAL Uno está destinado a ser uno mismo. Nada más. Ni nada menos. Nadie puede cumplir nuestro destino, ni nosotros podemos pretender realizar el destino de otros. Claro, uno piensa que todo está escrito en el destino y entra una enorme frustración por el sentimiento de ser un muñequito que juega el papel que Dios le ha adjudicado. Sería muy pobre si realmente fuese así. A Mí me entra un enojo enorme, (digo a Mí, no al ego malo) si yo no puedo renacer con

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mi esfuerzo, si no sirve de nada mi trabajo en la evolución de lo personal, si no tiene algún sentido lo que soy y lo que hago. Sí, ya sé que parece una presunción querer ser algo, cuando dentro de poco moriré y no quedará de mí más de lo que ha quedado de cualquier esclavo que murió hace varios siglos, o de un político que en su momento creyó ser muy importante, pero yo sé que en algún sitio tiene que quedar mi granito de arena. En el destino siempre queda un margen amplio para improvisar, para dar un rodeo… y también para no querer resolverlo. Creo en un destino en el que, a pesar de lo propuesto, uno, siempre, escribo siempre, puede cambiar, puede hacer modificaciones. Algunas cosas de las que hacemos son de mucha importancia para nuestro desarrollo, y para el cumplimiento de nuestro “destino”, pero hay otras, en cambio, y lo he podido comprobar muchas veces, en las que no cambia nada con lo que hagamos o no hagamos, hay momentos decisivos y hay momentos intrascendentes; hay situaciones que vivimos y cosas de las que hacemos que, aunque no tienen importancia para nuestra evolución, sí que la tienen para la de otra persona. Así, a veces, por ejemplo, quizás entretenemos a otra persona hablando por teléfono de cosas banales para que no pueda recibir otra llamada que es mejor que no reciba, o para que salga un poco más tarde a la calle y evitamos un accidente, o para que oiga una tontería nuestra que puede ser esclarecedora para ella… etc... He comprobado que es así como sucede a veces. Pero, además, sí creo con absoluta seguridad en el destino propuesto, sí estoy seguro de que Dios quiere siempre lo mejor para mí, y que las experiencias “inevitables” son porque realmente no se han de evitar. He llegado al convencimiento de que, siempre, lo que nos pasa es lo mejor que nos puede pasar; aunque tardemos en comprenderlo y aceptarlo. Siempre hay un momento de serenidad en que uno razona o siente que aquello que tanto le hizo sufrir le abrió otras posibilidades. Creo que cuando uno es consciente de que eso que llamamos destino es un orden establecido de una perfección asombrosa, que cada paso viene dado en el momento preciso, que no se puede

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pasar a una cosa hasta resolver la anterior, y que por encima de todo ello hay una Presencia Divina que vigila el correcto desarrollo de cada uno de los destinos, y los cuidas y los mima con ternura y Amor, entonces uno comprende que es necesaria la rendición para nuestra propia redención; se comprende la necesidad de aceptar CON TODO EL AMOR Y TODA LA CONSCIENCIA el “hágase tu voluntad”; se siente la necesidad interior de decirle a Dios; “de acuerdo, reconozco mis interferencias en Tu deseo de cuidarme y llevarme bien hasta Mí. Te brindo mi Voluntad. Hágase ahora tuya”. PREGUNTAS

P.- ¿Es el destino el que ha elegido, por ejemplo, que yo tenga

los padres que tengo, que me han hecho lo que soy con la

educación que me han dado?

R.- Desde un punto de vista lógico no tiene explicación ni

credibilidad decir que uno “ha elegido” a sus padres. Desde un

punto de vista más esotérico o espiritual, sí. En la teoría de las

reencarnaciones, se supone que, cuando uno aún es espíritu,

pide “voluntarios” para que sean sus padres en esta

reencarnación, y uno decide el papel que tienen que tener esos

padres: cómo han de ser, cómo han de actuar, qué tipo de

pruebas tienen que sucederle a uno… todo ello encaminado a

realizar el tipo de experiencias que uno necesita para

evolucionar.

P.- Si, según la Teoría de las Reencarnaciones, uno se ha

propuesto un destino. ¿Es inevitable ese destino?

R.- Te has “propuesto” un destino, pero eso es sólo una

propuesta; no quiere decir que se vaya a realizar o se tenga que

realizar, sino que uno se lo propone siendo espíritu. Puede ser

que al llegar a la realidad de la vida las cosas no resulten tan

fáciles como suponíamos (todos tenemos cosas que sabemos

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que tenemos que hacer o cambiar, y no las hacemos o

cambiamos, ¿por qué?) y las aplazamos continuamente.

Eso sí: esa “propuesta de destino” la puedes vivir de un modo

inevitable o puedes decidir hacer otra cosa distinta, y entonces

lo llamamos “libre albedrío”.

P.- ¿Hay situaciones por las que es inevitable pasar, como, por

ejemplo una muerte, una ruptura matrimonial…?

R.- Desde un punto de opinión lógico, creo que no se puede

abarcar esta pregunta. O, como mucho, te diría que esa ruptura

puede ser debida a tu modo de actuar en esa relación.

Desde un punto esotérico, recurriría otra vez a la Teoría de las

Reencarnaciones. En el caso de la muerte, es inevitable porque

la muerte es inevitable, aunque la muerte de ese alguien forme

parte de tu aprendizaje y quizás ese alguien se ofreció a morir en

ese momento o de esa forma porque así se lo pediste o se lo

pidió otra persona. En el caso de la ruptura, pudiera ser que

fuera la otra persona quien te pidiera que estuvieras con ella una

temporada, que os separaseis, que sufrieseis ambos más o

menos, y que después reconstruyeseis vuestra vida de otro

modo. Quizás nunca lo averiguarás, o quizás sí.

P.- ¿Por qué unos destinos parecen “más fáciles” o “menos

complicados” que otros?

R.- Desde una opinión racional, el destino no existe como tal,

sino que es el resultado de las acciones y omisiones de cada

persona. Desde un punto de vista más esotérico o espiritual, te

remito a la Teoría de las Reencarnaciones, en la que se dice que

uno se propone en esta vida evolucionar en lo que necesita, y

para eso tiene que vivir una serie de experiencias que

previamente diseña. Si en esta encarnación pretende avanzar

mucho, o tiene para resolver uno de los asuntos desagradables,

tendrá un “destino” que aparenta ser difícil; si uno pretende

avanzar poco, o lo que se propone hacer es resolver algo

sencillo, “el destino” aparenta ser fácil.

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RESUMIENDO De todo lo que has leído espero que llegues a opinar que el destino, tal como lo entendemos comúnmente, existe y no existe. No puedes llamar destino a que muera alguien: no es destino, es ley de vida. Cambiando la actitud cambias el destino. No te va a suceder lo mismo si afrontas una circunstancia de uno u otro modo. Será distinto el resultado, no el destino. Si el destino no te pone “pruebas duras” posiblemente te estanques y no avances en tu crecimiento personal. Si aparentemente en tu destino está previsto que esta noche duermas en tu cama y, de pronto, para retarle y cambiarlo, decides irte a un hotel, ¿quién puede saber si ir al hotel era, precisamente, lo que tenía previsto el destino? Uno ha de responsabilizarse de su vida, sus circunstancias y el resultado de sus decisiones y no utilizar al destino como culpable de su propia irresponsabilidad. El destino es como llamarás a lo que te va a pasar tanto si prestas atención como si no. Por eso es mucho mejor ser creador de ese destino, ya que tienes la posibilidad de crearlo, y hacer que sea especial. Es tu responsabilidad y tu obligación. Alégrate de que sea así. Sé valiente.

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