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El diálogo de Fernán Caballero con Platón y Aristófanes en La gaviota

Kevin S. Larsen UNIVERSITY OF WYOMING

LA GAVIOTA ( 1849), LA NOVELA más lograda e importante de doña Cecilia Bohl de Faber (que escribía bajo el nombre de Femán Caballero), figura como una verdadera galería intertextual, luciendo la influencia en ella de otros muchos autores y sus obras. La gran mayoría son «modernos», más o menos contemporáneos suyos, aunque de una nutrida serie de tradiciones culturales. Sin embargo, doña Cecilia también alude varias veces a aspectos de la época greco-latina antigua. En tal contexto, otras alusiones igualmente formativas destacan, aunque no siempre son mencionadas por nombre en su novela ni los autores ni los textos mismos. Una de estas referencias indirectas que se puede señalar corresponde al Simposio de Platón, en especial el discurso de Aristófanes. cuando éste describe cómo antiguamente la raza humana estaba constituida por entes redondos, compuestos de lo que, después que los dioses los dividieron, constituían dos seres, en su mayoría como los que existen ahora:

Hecha esta división, cada mitad hacía esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad. De aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; él nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades (362-63)

Esta parábola ilumina varios aspectos de La gaviota, inclusive la historia de «Medio-pollito», un cuento intercalado en la narrativa. Una «hermosa gallina» cría y aun «quería más» que a los demás a un «pollo deforme y estropeado». Dice la narradora que «no parecía sino que la espada de Salomón había ejecutado en él la sentencia que en cierta ocasión pronunció aquel rey tan sabio». Tal alusión bíblica se compagina con otras al clasicismo pagano: por ejemplo, la autora afirma que el polluelo se considera «el fénix de su casta» y que hasta habla a su madre en latín cuando ésta intenta persuadirle que no deje la seguridad de su corral para ir a «la corte». Por supuesto, Femán Caballero ironiza acerca del postizo saber clásico de la bestezuela, que siempre «la echaba de leído

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y escribido». Pero no cabe duda de que «Medio-pollito» resulta quizá aún más «ignorante» y «palurdo» que sus «hermanos» y «primos» del gallinero. Por su parte, doña Cecilia no se comporta como su personaje, alardeando de su propio conocimiento clásico, sino que sólo lo insinúa. El pollito persiste en su terca ambición, saliendo del corral, rumbo a la ciudad. Durante su viaje se le presentan oportunidades de ayudar a varios otros viajeros, que siempre rehúsa. Más tarde, se ve preso de un cocinero quien lo va a cocer. A los que no fueron ayudados por el «perverso animal», ahora se les pide ayuda , pero no lo hacen. Por fin se encuentra colocado por un fuerte viento «en lo más alto del campanario . Desde entonces ocupa aquel puesto, negro, flaco y desplumado, azotado por la lluvia y empujado por el viento ... Ya no se llama Medio-pollito, sino veleta». Allí en lo alto sigue «pagando sus culpas y pecado, su desobediencia, su orgullo y su maldad» (147-52; ver también Yáñez 124-26; 131-34).

Esta historia recuerda y hasta se compenetra con la de María Santoló (llamada por muchos Marisalada o «gaviota»), la chica campesina que deja su pueblo y pobre padre para ir a la gran ciudad. Sin duda alguna goza de un inmenso talento vocal, pero su mismo canto y en especial su hybris, por fin van a humillarla. Su pretensión a la gloria y su caída precipitada se relacionan así con las de «Medio-pollito», otra ave igualmente egoísta que a su vez merece su infortunio final. Además, la «gaviota» y el polluelo sugieren el mito narrado por Aristófanes, ya que buscan algo o a alguien, esto es, un complemento que las complete, no solamente en lo físico, sino también en lo emocional. Marisalada luce una naturaleza nada domesticada ni domesticable: su pretensión constituye una verdadera amenaza al orden social. Hasta la autora misma se sentía sumamente conflictuada en cuanto a su propia creación y parece que al fin la castiga de acuerdo con su hybris.

Susan Kirkpatrick ha calificado esta condición como algo quo llama un «denying the self», tanto en el caso de Marisalada como en el de doña Cecilia misma (244-78; ver también Johnson 79-92; Charnon-Deutsch 21-22). Seguro que ha acertado esta crítica, pero tal negarse a sí misma al menos insinúa también una división de sí misma. Por otra parte, los seres redondos obraban con una «impía audacia» contra los dioses olímpicos (362-63), por lo cual se ven divididos y así disminuidos en poder. Zeus afirma que si no dejan de luchar contra el orden establecido y si «no quieren permanecer en reposo», que los dividirá otra vez y «se verán precisados a marchar sobre un solo pie, como los que bailan sobre odres en la fiesta do Caco» (363). En efecto, la «gaviota» no deja do alborotar el gallinero con su voz y manera amenazadoras, y por lo tanto se reduce al nivel de «Medio-pollito», el que explícitamente se ve obligado a andar en una sola pata. A su vez María pierde la voz y el aplauso y pronto tiene que volverse a su aldea como otra cualquiera. Como los antiguos entes redondos, ha buscado su otra mitad, pero se halla reducida al aislamiento y a la inanidad. Huelga decir quo su cojera moral se refleja en su impotencia vocal. Además, Marisalada hace pensar en la veleta, señalando el empuje do los vientos, sean «morales» o «inmorales».

Mientras tanto, existen otros personajes de La gaviota que también se prefiguran en la historia de «Medio-pollito», especialmente a la luz de sus mixtas relaciones con Marisalada. Por ejemplo, su marido, Fritz Stein, un médico alemán que se ha refugiado

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en su pueblo después de participar en la primera de las guerras carlistas. El doctor cree haber hallado en ella, y especialmente en su voz, la otra mitad de su romántica «schone Seele». Pero queda del todo (des)engañado, cuando «espía» a María con Pepe Vera, el torero, en lo quo caracteriza como «una verdadera orgía ... tan licenciosa como grosera» (351-56). Stein, efectivamente, la cree su «otra media naranja», la verdadera compañera de su alma, cuando la conoció; pero realmente nunca la conoce hasta esta última revelación tan penosa (Rodríguez-Luis 123-27; Charnon-Deutsch 22; Olson 377-78). Pero en Vera, María halla a su verdadera otra mitad, un ser que es tan burdo y hasta «bestial» como ella misma:

María amaba a aquel hombre joven y hermoso, a quien veía tan sereno delante de la muerte. Se complacía en un amor quo la subyugaba, que la hacía temblar, que le arrancaba lágrimas, porque ese amor brutal y tiránico era, en cambio, profundo, apasionado y exclusivo, y era el amor quo ella necesitaba, como ciertos hombres de tosca organización, en lugar de licores dulces y vinos delicados, necesitan do las bebidas alcohólicas para embriagarse (367; ver también: Rodríguez-Luis 128-29; Olson 387).

Es decir, se incorporan sus naturalezas, tal como si fueran las dos mitades de un mismo ser. Aun el apellido del torero evidencia tal «conexión»: el latín, «vera» o puede ser un adjetivo femenino que indica veracidad; o puede ser un neutro plural, y señala verdades. De cualquier modo, doña Cecilia luce de latinista, subrayando con suma ironía que, para María, Pepe es su verdadera otra mitad. Pero pronto, cuando el matador es matado por un feroz toro, ella de nuevo queda sola y vacía, como si los dioses (o al menos la diosa que es autora de su novela) la castigaran por su rebelión pertinaz. Pierde la voz de una vez por todas, el único vehículo por medio del cual intentaba ascender ad astra.

Al final de la novela, ella se encuentra otra vez en la aldea. Se ha vuelto a casar, esta vez con un tal Ramón Pérez, un barbero igualmente bárbaro y pretencioso, tipo que concuerda bien con Marisalada. Se hace hincapié aquí en el hecho de que «la célebre María Santoló, que ha hecha tanto ruido en el mundo», ahora se ve condenada a escuchar el ruido do sus niños llorones y de un marido quo se cree cantante sin poder llegar más allá de «los graznidos de todos los cuervos del coto» (388-89). Tienen vigencia hasta el final de la narración imágenes de aves, aunque siempre ironizadas. Según Momo, su némesis, ella nunca ha cambiado ni cambiará, reconfirmándole su condición de este modo: «Gaviota fuiste, Gaviota eres y Gaviota serás» (390). Aún la referencia a «los disparatados floreos» del marido le «afectan los nervios» (388) recuerda sus pretensiones a algo que no le corresponde, ya que durante el siglo XIX se suponía que los plebeyos no sufrían (al menos no se los diagnosticaban) males nerviosos como la neurastenia. Aun al acabar su novela, Femán Caballero salpica el texto de alusiones greco-latinas, aunque éstas casi siempre resultan patéticas. Dice que el barbero ha reunido un poco de dinero para hermosear su tienda. Entre los «adornos quo rivalizaban en dar esplendor al establecimiento» figuran unos grabados quo ha colgado en la pared: «un Telémacho muy largo, un Mentor muy barbudo y una Calipso muy

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descarnada» (386). Tales reminiscencias, a la vez clásicas y grotescas, no dejan de señalar lo vil de la vida de «La gaviota», tanto en lo artístico como en lo moral. Muerto Pepe Vera, María se arrima a su nivel apropiado y a sus compañeros, cuyo atractivo no puede resistir.

Estos postulados en lo tocante al trasfondo platónico de La gaviota, en fin, sólo son posibilidades que quizás aclaren algunos aspectos de esta novela. Por otra parte, el que Femán Caballero haya incorporado a su obra algunas de estas ideas atribuidas a Aristófanes por Platón, resulta tan posible y a la vez tan ficticio como es la misma narración platónica. Es decir, quizás ella haya dialogado con los griegos, tal como al parecer ellos dialogaran entro sí, al menos en la literatura. Si doña Cecilia se refiere al discurso del comediógrafo ateniense, según lo recapitula Platón, siempre resulta posible que ella también aluda a algunas de sus comedias. Existen posibles paralelos entre aspectos y personajes de la novela y obras coma Lisistrata y La asamblea de las mujeres. Pero Las aves recuerda más y complementa La gaviota. En esta pieza do Aristófanes participan muchísimas aves de una multitud de especies, inclusive la gaviota. Por ejemplo, Pistétero, uno de los dos aventureros humanos que llegan a la ciudad de los pájaros, afirma que: « ... las aves son ya reyes y a ellas hay que hacer sacrificios antes que ... a los dioses». La gaviota recibirá algunas de tales ofrendas; en vez de dar «pasteles de miel» a Heracles , ofrecerán este pájaro (176-77).

Las aves viven en una utopía que llaman «Nubecucuclecia», apelativo burlesco que alude a otra ave, el cuclillo, que, como es sabido, pone sus huevos en el nido de otras aves, llegando así a ser emblema del adulterio y de la falsedad femenina. Después de hacer cornudo al pobre Stein, celebrando sus orgías adúlteras con el falso Vera, Marisalada se constituye en una ciudadana ejemplar de esta utopía irónica. La ciudad de Las aves, que sin duda recapitula la Atenas del siglo V a.c., en La gaviota acaso se reconstituya en la gran metrópoli de Sevilla o quizá en Madrid. Además, los diversos «pájaros» de la novela española recuerdan algunos de los de la comedia griega. Ésta, por ejemplo, comienza con el diálogo entre dos viajeros que van para Nubecucuclecia; en un sentido, Pistétero y Euelpides hacen pensar, respectivamente, en el duque y en Stein. Aquel ejerce de Orfeo y efectivamente lleva a Marisalada a la gran ciudad. Ella es la sirena, pero el Duque le brinda por primera vez el canto seductor. Llega a convencerla de que será una reina y hasta una diosa, pero resulta quo el Duque, tal coma Stein mismo, la encarcela, en vez de soltarla al aire. Par su parte, el marido de María corre parejas con Euelpides, hasta en su mutua desaparición, cuando desesperados abandonan la escena.

Otros personajes novelísticos también sugieren los de la obra de Aristófanes. En efecto, el bestiario de Femán Caballero se remonta a una aviario costumbrista de la España contemporánea, tal coma la del comediógrafo recalca una verdadera galería de la vida cotidiana ateniense (Garibay 164). Existe una honda conciencia por parte de la novelista de algunas cuestiones dramáticas incluyendo la verosimilitud y la ilusión dramática. Hasta hay gente («pájaros» a su vez) en La gaviota que ejerce de coro al estilo griego, esto es, explicando y comentando la acción. Por ejemplo, la tertulia de la condesa de Algar y el general Santa María del capítulo XXX que elabora lo que le ha

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pasado a Stein y a otros personajes (370-79). Luego, Modesto Guerrero (aquí doña Cecilia muestra su irónica latinidad, ofreciendo un juego con el nombre de un personaje tan señalado de la comedia romana, el «Miles Gloriosus») y Rosa Mística, sus contrafiguras plebeyas, hacen su propio comentario contrapuntístico de los hechos y los personajes (382-86).

Uno de los temas principales de Las aves es la rebelión, desde la de Zeus en contra de su padre Kronos, a la de Prometeo contra las potestades olímpicas, hasta la que aboga Sócrates (al menos, segun Aristófanes) respecto a los dioses y aun a los padres terrestres. En su pieza el comediógrafo pone en evidencia «the impossibility of successfully denying the fundamental requirements of the city» (Strauss 193). Es decir, Nubecucuclecia y la rebelión que representa son una imposibilidad y hasta un absurdo. Asimismo, doña Cecilia señala lo contradictorio y tonto de la hybris que anima a Marisalada a desafiar el orden social y hasta biológico. La gaviota encarna una contradicción, como ser humano quo es también pájaro o mujer que rechaza el hogar tradicional en favor del arte. En otras palabras, María Santoló llega a constituir un emblema de la condición, ambivalente si no verdaderamente conflictiva, de la artista (ver Kirkpatrick 244-78; Johnson 79-92; Herrero 155-65; Martín Gaite 82-83). La división explicitada en la figura que Aristófanes describe en el diálogo de Platón, se insinúa en «la gaviota», que es, de acuerdo con ha antigua tradición cultural, «bird with a human soul» o quizá un ser humano con alma de pájaro (Rowland 7 3-74). Pero sea coma fuese, tal alma, lisiada en su esencia, permanece dividida y hasta divisiva (ver Olson 378-79).

Consta tal dilema bicomio y hasta bisexual en (al menos) el discurso de su propia creadora, a su vez una artista esencialmente conflictiva. Acaso haya buscado algún apoyo artístico en fuentes antiguas) coma los griegos aquí estudiados, para reforzar su personal estructura, igual que para modelarse en otras mitades antes sólo insinuadas. Doña Cecilia se adhiere a una genealogía masculina, ya que no encuentra una femenina. De acuerdo con esta misma perspectiva, Sandra Gilbert y Susan Gubar apuntan el dilema de la escritora durante el siglo XIX. Sugieren que para tales mujeres se trata de lo que llaman «ansiedad de autoría», en vez de la edípica «ansiedad de influencia» que aflige a tantas contra-figuras masculinas suyas; estas críticas reconocen que las autoras de esta época experimentan grandes dificultades al buscar precursoras y, en efecto, temen que al crear su arte se aíslen aún más, ya que tampoco podrán llegar a ser precursoras (48-49). Por lo tanto, se hallarán perdidas para siempre en la gran cadena del ser artístico , sin antecedentes ni descendientes, siempre buscando eslabonarse. Según la alegoría platónica, doña Cecilia busca su otra mitad artística en figuras efectivamente varoniles coma Femán Caballero y Marisalada, junto con Platón y Aristófanes. Al evidenciar así su conocimiento greco-latino, la autora de La gaviota ha confirmado su independencia.

Kirkpatrick afirma que a la gran mayoría de las escritoras contemporáneas suyas se les había negado «training in classical languages», y por lo tanto se veían «forced to depend on male mentors to rid their compositions of the telltale signs of their educational deficiencies» (70) . Aunque no encontrara precursoras, Cecilia Bohl de Faber tampoco tuvo que depender de algún «mentor» masculino en las letras clásicas, al menos uno que todavía viviera.

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ÜBRAS CITADAS

Aristófanes. Las ayes. Las once comedias. Traducidas e introducidas por Ángel Ma. Garibay K. México: Porrúa, 1967: 161-97.

Caballero, Fernán. La gaviota. Ed. Enrique Rubio Cremades. Madrid: Espasa-Calpe, 1995. Charnon-Deutsch, Lou. Narratives of Desire. University Park: Pennsylvania State U. P., 1994. Gilbert, Sandra M. y Susan Gubar. The Madwoman in the Attic. New Haven: Yale U.P., 1979. Herroro, Javier. «The Castrated Bull:Gender in La gaviota». RCEH 21(1996)155-65. Johnson, Roberta. «La gaviota and Romantic Irony ». Cultural Interactions in the Romantic Age.

Ed. Gregory Maertz. Albany: State U.P. ofNew York: 1998: 79-92. Kirkpatrick, Susan. Las Románticas. Berkeley/Los Angeles: U. California P., 1989. Martín Gaite, Carmen. Desde La ventana. Madrid: Espasa-Calpe, 1993. Olson, Paul R. «Reacción y subversión en La gaviota de Fernán Caballero». Actas del VIII

Congreso de la AIH. Providence (1983). 2: 375-81 Platón. Simposia (Banquete) o de la erótica. Diálogos. Ed. Francisco Larraya. México: Porrúa,

1962: 351-86. Rodríguez-Luis, Julio. «La gaviota: Fernán Caballero entre romanticismo y realismo». AG 7

(1973): 123-36. Rowland, Beryl. Birds with Human Souls. Knoxville: U. Tennessee P., 1978. Strauss, Leo. Socrates and Aristophanes. Chicago: U. Chicago P., 1966. Yáñez, María-Paz .. Siguiendo los hilos. Bern/Nueva York: Peter Lang, 1996

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