EL EÜCODEIIADO - UAB Barcelonano pertenece la corona por ser producto del hurto y el ultraic, está...

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r R* PONS A, VtLAOOT ROUTE, hebdomadaire de la (J¡.3.&.£. en <J>tanee Année Vil Prix 12 francs 29 JULIO 1951 Rédaction el Administration 4, me Belfort, 4 TOULOUSE (Haute-Garonnc) QitM a G'aUo Ibenaipei C.C. Postal N- 1328-79 Toulousi (H*e-Gne) &dQcun& de \a i j£® que l&aiyt que emaekaz^ le al eáelaú-ú- eá que al%<&~ zzeáea ÁÍI @álad& $ ¿s d@á~ pizeeie tyj, áe imdig.ne P a que awie la lihettad tmáá qme a áíi 0-idao RAFAEL BARRET flCRAS CiRUELES FRANCO encuentra en Estados Unidos PREMIO A svs JRAICIOHES O ereemos que nuestros lectores manifiesten sorpresa algu- j na ante la orientación que van tomando los aconteci- mientos relacionados con España. Sorpresa deben mani- rá festarla—aunque sólo saa por ficticio escrúpulo de conciencia— L quienes año tras año han venido cantándonos las virtudes de j N EL EÜCODEIIADO la democracia estadounidense- Las gestiones que está realizando en torno al «caudillo» el almirante norteamericana-Sherman son algo asi como el coro- lario lógico de la política seguida por Estados Unidos acerca de España. El ((borrón y cuenca nueva» decretado por Truman y sus amigos, a la sombra de los nubarrones stalinianos que se extienden sobre el mundo, no es otra cosa que una manifes- tación más de la asombrosa cobardía que caracteriza a los hom- bres de Estado. La realidad es triste para los exilados políticos, y doblemen- te triste para aquellos de entre ellos que, a ciegas, sin razones ni lógica, sin motivos y sin saber qué, consideraron necesario (¡esperar» porque los líderes habían decidido «esperar». Franco, en el terreno de la diplomacia, ha venido ganando batalla tras batalla. Era evidente que llegaría a ganar las ba- tallas más importantes si una acción enérgica y decidida de todas las fuerzas antifascistas no se llevaba a efecto. Y como esa acción no llegó, como era más cómodo esperar, como sólo el movimiento libertario intentaba romper los muros de con- tención de las ansias populares, ha surgido hoy un almirante Sherman dispuesto a abrir las puertas de las Naciones Unidas al dictador más odioso de los tiempos modernos. Si sólo sobre los exilados pesase la desgracia, si sólo sobre quienes vivimos fuera de España recayese el peso de la vil arción que lleva a cabo Estados Unidos, la mayoría de los emigrados lo tendrían merecido, y de euire la mayuri» > con mayor razón aquellos hombres públicos que quisieron vencer a Franco con piruetas de saltimbanqui. Pero no es asi; la mayor parte de la tragedia recae sobre la mayoría del Pueblo español, que no ha podido escapar a las garras del fascismo, sobre los hogares españoles, sobre los proletarios de España, sobre los que han tenido que ¡(esperar» obligados por un cerco de bayo- netas. Y en tales condiciones, no es posible conformarse, ni dejarse abatir, ni permitir que flaquee nuestro ánimo. En tales condiciones es necesario luchar, aportar un esfuerzo más am- plio que nunca a la España martirizada, afrontar gallardamen- te las responsabilidades de esta hora y procurar que el Pueblo, pese a quien pese, reaccione con todas las consecuencias, con- tra la monstruosa maquinación de que es objeto. Franco se siente seguro de su triunfo. Y abofetea a las Na ciones Unidas situando en el ministerio de la Guerra al fatí- dico general Muñoz Grande: a aquel mismo general que mandó la División Azul a las órdenes de Hitler. Reconstituye cínica- mente el ministerio de Falange. Y sitúa en su gobierno ((de- mocratizante» a Fernández Cuesta, Salvador Moreno, Martin Artajo... ¡Pero qué importa! Estados Unidos no se para en con- templación de tan nimios detalles. Son los puertos y los aeró- I dromos españoles, los soldados y el Pirineo lo que cuenta. Para el Pueblo español se inicia una grave fase, que es ló- gica consecución de la política seguida por los enemigos de Franco, de la política de derrota de quienes se sintieron derro- tados ya el 19 de Julio: y en esa nueva fase todos los esfuer- zos serán pocos, todas las aportaciones morales y materiales , serán pocas, hará falta para vencer un espíritu indomable, una acerada voluntad, y una linea de conducta que es la que el \ movimiento libertario ha seguido desde 1945. t i ¡ do, ¡ no es a nosotros, a los libertarios, trazar para los demás lineas j \ de actuación. Cada cual debe saber cuál es el camino a seguir, , \ y quienes hasta ahora no lo han sabido, razones tienen para ¡ ! aprenderlo: las razones que hoy les brindan Truman, Sherman, ¡ ¡ Franco, y, sobre todo, la tragedia de nuestro Pueblo son tan < ¡ elocuentes, que ni aun la ceguera voluntaria puede eludirlas. ¡ La situación internacional, el cúmulo de problemas que han ¡ ¡ creado los futuros contendientes, la perspectiva guerrera que \ \ amenaza al mundo, son factores que han acudido en apoyo del ' dictador hispano. Pero hay otros factores que están frente a ¡ ¡ la dictadura franquista, y es a ellos a los que debemos prestar j ^ atención, para dejarlos que nos orienten en nuestras determi- , I w r OY a decirlo decididamente: M" \t tamos retenidos en el tiempo; quietos; no avanzamos; nos han encarcelado al Progreso y no tenemos fuerza y valor para libertarlo de las ca- denas que le ha impuesto la clase social dominante. De cuya condena participa- mos todos. Me quieren hacer creer lo contrario. Pero por muy potentes que se estimen, ¿qué fuerzas humanas son capaces de oscurecer la luz del sol? La realidad fa- tal surge a la vista. Este «progreso» que los egoístas me presentan no es el verdadero. Es un hermano gemelo de opuestos sentimien- tos. El que sufre prisión es el bueno. El liberto, el malo. Tiránico; usurpador. Mientras sus funciones propias son las de hacer aprovechamiento del genio de la ciencia con fines benéficos a la hu- manidad, el suplantador lo utiliza paia ia matanza y opresión de los hombres. Todos los inventos (posibles salvadores de la especie) los ha puesto a disposi- ción exclusiva de la guerra. Los maravi- llosos templos que a fuerza de trabajo inteligente había levantado su hermano sobre la tierra en honor de la grandeza humana, él los ha entregado a 'as Va- mas destructoras o a los efectos de la metralla que se ha encargado de atsc minarlos sin dejar el menor rastro de ¡us hermosas lineas arquitectónicas. Las le- tras y las artes han corrido la misma suerte. Y en consecuencia, la esclavitud, el hambre y la desesperación, han lle- gado a un extremo insufrible. Esie ha sido el resultado de su imperio nefando. El Príncipe encadenado clama toda- vía por su liberación. Su sangre guie- rosa y rebelde, le hierve juvenil en el cuerpo. Su espíritu y su majestad real están intactos; sólo falta libertad; permi- tirle que nos guie por el venturado ca- mino de su felicidad que es la de todos. ¿Qué es lo que nos Impide alcanzar nuestra felicidad? Fácil es aatviuutl >. La sociedad presente, establecida su- hre fundamentos tan pobres y bajo el mando supremo de una potencia a quien no pertenece la corona por ser producto del hurto y el ultraic, está predestinada naciones y en nuestras actuaciones. Otra batalla ha ganado Franco en los salones de un pala- i ció. Y aun ganaría otra más importante, quizás definitiva por ¡ largos años, si el exilio no reacciona y - A suicida- i abandona su ESPERA \ i i i La hora no es de lamentaciones, ni de lágrimas de coco- i drilo. Ha llegado el momento, el último momento, en que pue- ¡ den definirse los que del error y de la claudicación han hecho ¡ su propia religión. BARCELONA, julio. Hace unos días han sido destituidos—«agradecién- doles los servicios prestados» según la fórmula oficial—los concejales del Ayuntamiento de Barcelona Alfonso Sa- la y barón de Esponella. Este último era teniente de Alcalde, encargado de la Sección de Transportes, y como tal extendía las patentes o autorizaciones a los coches de servicio publico. Median- te una combinación con las Empresas de taxis—se sabe por lo menos concre- tamente de una de ellas denominada «Transportes David»—el citado barón a cambiar rotundamente de estructura dentro -de un plazo seguro no muy lar- go;a perecer ahogada en sus fundimen- tos para que de sus ruinas, con nuevos y brillantes moldes, resurja primoroso el Sol de la Libertad. Y la maravillosa sociedad futura que levantará su limp.do vuelo de justicia y bondad infinitas, con el apoyo de las alas majestuosas de acracia. La superstición orgawMda contra el Progreso verdadero, tiene la marca pé- tenle de la derrota. Sus horribles tentá- culos se extienden sobre la faz de la tierra, pero el Príncipe vive. Fué creído de Esponella se embolsaba dichas pa- tentes. Se señala que ha hecho esta «operación» con más de 500 vehículos lucrándose así con varios cientos de mi- les de pesetas. Pero por lo visto algún colega, celoso de tan espléndido «ne- gocio», denunció lo que ocurría al nue- vo gobernador civil, don Felipe Acedo, quien un día a las siete de la mañana hizo concentrar en Montjuich a todos los taxis de la referida empresa, y al Í iasar personalmenet revista comprobó as irregularidades del barón; que ha (Pasa a la pág. 2). EL ÍDOLO N O comprendo de dónde salen tan- tos ídolos. Hemos llegado a un punto en que son más comunes que las cajas de fósforos. Se encuentran a cada paso: en la calle, en el teatro, en la ciudad y en el campo. Me can- san; los tengo atragantados. Idolas de pelota, de cine, de política, de guerra, del aire y del mar. Surgen de todas las cosas (importantes y su- pérfluas) entes adorados por la multi- tud insconciente que los crea. Como si no tuviera nada más importante que ha- cer. Son tantos que a veces pienso a fon- do si acaso yo y todos no lo seremos también. ídolos de algo. De idiotez; de barbarismo; de] hambre; del vino; o de la natación. Pues ya que la idolatría se manifiesta claramente en el rostro de casi todas las gentes que me rodean, no me parece aceptable ser una excepción al género humano. Hay que ver cómo se vitorean unos a otros los hombres: ¡Viva!, ¡viva!, ¡vi- va! En eso pasan la mayor parte del tiempo. No es extraño que nos vaya tan mal. Que estemos tan agotados. Que nos rodeen tantas calamidades. Pero quisiera aclarar un concepto: ¿Qué de particular tiene que un indi- viduo que se ejercita constantemente pueda resultar sobresaliente? Nada. Es lógico que así suceda. ¿Y por ese moti- vo lo voy a elevar al cielo como si se tratase de un nuevo Dios? ¿Para que desde allí se ría y se aproveche de mi sensiblería? No seáis tontos. Daos cuen- ta de la gran torpeza que supone crear seres superiores con el miserable barro de la tierra. Porque lo artificial no es duradero; es utópico. Y perjudica gran- demente. El hombre tiene derecho a sobresalir y por ello debo respetarlo y conside- rarlo. Claro que sí. Pero no perjudicar- lo haciéndole creer que ya está libre de falta, que sus deseos serán cumplidos aún a costa de mi vida. Que es único; dueño y señor. ¡No! Eso supone conde- narme. Puesto que con esa seguridad, el triste ídolo queda expuesto a creér- selo de verdad; a considerarse endio- sado. Y entonces, si le ocurre despeñar- me barranco abajo' en un abismo, se creerá con derecho a obligarme a! cum- Í ilimiento de sus indiscutibles órdenes; e darán deseos de exterminar a quie- nes le discutan o se resistan; se habrá convertido en un destructor potente de lo que fué causa de su encumbramien- to. Será un enemigo mortal de todos, y de mismo. El ídolo termina así por culpa de sus creadores. En fin de cuentas él no es más que un inocente. Con la ventaja de saber que fueron más inocentes to- (Pasa a la pág. 3) w wAY vuelta de cambio, vuelta a lo r t mismo (vuelta a empezar), vuel- ta sobre si mismo, vuelta de Francia. Nosotros estamos, aún, por la «segun- da vuelta». Malhumorado, el «refugiado» de nues- tro admirado dibujante Juan Cali, daba también la vuelta al país galo con o sin maleta, pero sin olvido de la herramien- ta de trabajo. Y nadie le hizo caso a pesar de desarrollar su marcha sobre ru- tas holladas por aplaudibles bicicletas. «Routier» a pierna libre, cualquiera de nosotros se ha sentido interpretado por el lápiz calliano. La carretera fran- cesa, como antaño la española, ha pa- sado en cinta móvil por debajo las soe- las de nuestros zapatos reflejando la pe- lícula de nuestra vida, no poblada de novelerías, pero sí de despreocupaciones, de íntimas alegrías, de árboles y pájaros (en paisaje de destierro), y... de perros; de perros, y de guardias civiles en uni- forme de allá, de acá y de acullá. Está en nuestra retina y probable- mente en la aguda punta del lápiz de Cali la imagen sin agrado del pro JOAN DEL Pl pietario que defiende su huerta contra la destartalada presencia del refugiado trashumante, al cual se le afronta con un letrero enrejado que es todo un poe- ma en síntesis canalla: Chien méchant. y cierto, el perro no está pero el pro- pietario sí. Simple cuestión de colmillos, finura cuenta, de anatomías. La vuelta de una peseta, o de un bi- llete de cien francos, muy interesante hace años, no interesa en el presente, y es de prever que la vuelta requerida por un papel de mil pesetas o de diez mil francos pronto equivaldría al consabido «quédese usted con el resto» y a la con- versión del papel diario en papel mone- da para facilitar las operaciones fiducia- rias del Estado. La vuelta a ¡as andadas es atríbuíble a nuestros ufanos políticos que tantos éxitos al revés obtuvieron fugando a go- biernos o gobiernillos para pasar el exi- lio lo más amerengadamente posible. Dis- puestos y depuestos a todo y en todo, los juzgamos capacitados para dar vuel- tas a la noria, para avanzar en juego de polea, para desempeñar la recader'vi París-Méjico con práctico olvido de Ma- drid. La vuelta a España se hará por vo- luntad del pueblo que está en ella sin estar por ahora en ella. Armonioso y agralable, lo es el girar sobre si mismas las danzarinas, en her- mosa y vaporosa estabilidad. Pero los «ministros» entes igualmente de can- dilejas llevan plomiza la sangre y ar- cilla en la mollera, siendo poco inteli- gente considerarlos motivo de regreso. ¡La vuelta! La del ciclista es el girar sobre mismo con la vuelta en perro-, cansado, lo que no reza, por ley de es- tética, para las bailarinas. Corre el co- rredor sin objetivo, no resolviendo nada cuando le aventaja al viento un minuto. Es el suyo un círculo vicioso en el cual hemos entrado también los refugiados. Con la agravante de que, sin enmien- da, nosotros arriesgamos dar la vuelta de campana, que debe ser la peor de to- das. de vida eterna y nada teme. Este estan- camiento momentáneo, aunque doloroso y demasiado extenso, no por eso lo des- truye. Por tanto, los hombres, no tienen motivos de desesperanza. No obstante que el deber les obligue a surgir va- lientemente en su defensa. Ya no es un misterio para nadie el camino a seguir, no disponerse a mar- char es cosa de cobardes. Y esos no cuentan. Porque la cobardía es un vicio, no es un síntoma creador de vida ya que nadie puede sustraerse al ocaso de su cuerpo con la muerte. Y saber morir es tanto como resucitar. Es también vida eterna y ejemplar. Se dice que estamos adelantados. One vivimos mejor que las tribus salvajes. Dejémonos de tonterías. Estamos peor. Un elevadísimo tanto por ciento de los hombres del presente (en el mundo) no tienen siquiera un pedazo de tierra don- de su cuerpo descanse en paz el sueño desintegrante del olvido. Si acaso lo re- ciben en su hora postrera es de limos- na. Y los salvajes (sin pretender liacer una defensa de su situación, perdonable dado sus completos rudimentos menta- les), si lo tenían. Y mucho más que nosotros; y mayor tranquilidad; rrayor grado de libertad; mejor «modus uUen- di». Lo anteriormente dicho no estará cla- ro para todos. No dudo que al leer tal afirmación aquellos que rebosan de ri- quezas usurpadas, se apresuren a calum- niarme y a negar tal esencia. Ya lo sé. Porque comprendo que muchos felices a quienes la fortuna les sonríe en forma tan completa y desconcertante (mien- tras sus semejantes mueren de inanición) no tienen ojos para ver estas cosas; ni mentalidad limpia de pasiones para c. m- prenderlas. Es más: doy por seguro que presencian la actual alevosía con la mis- ma naturalidad de Nerón que viendo arder Roma, sentía en ello ¡a más per- fecta felicidad (convencido de su ti-rpe derecho) que le habría impedido acep- tar cualquier acusación contra su cri- men, tomándola por infame y falsa. En llegando el caso, ellos también defien- den con todas sus fuerzas, su brutal e inconsciente derecho pretendido. C. P. DEL TORO ASI ANDA El MUNIDO M^W^V^^^AWS^ VIVIR PARA TRABAJAR POBRES MILLONARIOS!... Y MILLONARIOS POBRES EL HOGAR y EL DESPACHO S mejor que me envíe ese «sou- venir» a la oficina; en realidad vivo más en mi despacho que en casa. Así me hablaron todos, sin excepción, los amigos norteamericanos a quienes amenacé con enviarles alguna chuchería a guisa de recuerdo personal, en vís- peras de salir de Estados Unidos en pos del azar y la aventura... ¡como hace 25 años! Fué la primera vez que palpé, directamente, una de las facetas de la vida norteamericana, tal vez la más ge- neralizada y la más de acuerdo con este pueblo empeñado en enriquecerse a to- da costa, puesto que la posesión de la riqueza es lo único que le proporciona la dulce ilusión de la libertad, de la prosperidad y de la felicidad. Con excepción de los que heredan de su familia o de la suerte, no es verdad que sea posible hacer fortuna sin pasar grandes trabajos, unos materiales, mora- les o intelectuales los otros. El norte- americano, como descendiente de inglés, aunque sea histórica y lingüísticamente, sabe que el trabajo es la única manera de llegar a la conquista de la riqueza; tal vez por esta convicción subconscien- te, el trabajo se considera aquí lo más sagrado, lo más respetable de la vida del hombre; el ocio es el delito mayor; nada pierde la reputación de cualquie- ra, por trabajar en forma poco decorosa según los cánones de la ética clásica de Europa en general y de España e His- panoamérica en particular; un empleado de joyería manda a paseo a su patrón, por cualquier motivo, y se le encuentra a la semana, barriendo la estación de como la cosa *&ffqA&t%&*40f^pfGQ*^0r^nf4+ M«M^/WW^/V«-^ Decir verdades mintiendo P OR haber leído a Quevedo en su «Sueños», estoy a estas horas algo despierto. Hoy, he vuelto a releerlos. Y a estas altas horas nocherniegas, debido a ellos, encuénirome en vela y en vilo. Podría recomendaros su sabrosa prosa o sus agudos versos, y quedarme tan tranqui- lo, seguro de haber ganado el tiempo Mas mi carnet se quedaría en blanco y preciso es ennnegrecerlo, aunque sea con borrones o pálidos reflejos queve- deños. Mentir, valiéndose de la verdad, ha- brá quien crea que es el distintivo de nuestros tiempos. No, ni siquiera tal orí- Plácido BRAVO ginalidad podemos reclamar, esto tiene orígenes remotos; nosotros, a lo sumo, podemos recabar cierto progreso en el arte de la ficción o el disimulo. Gentes que se visten con trajes de ga- la, con festones que cuelgan y galones que adornan, siempre los hubo. Y quien sabe si, a la postre, no es la mejor ma- nera de desnudarse ante los linces. Pues que no mostrando lo que se quiere ocultar pero exhibiendo afanosamente aquello que interesa que se vea, es una muestra que mucho demuestra. Se es inocente cuando se miente con sencillez, sin pretenderle dar visos de veracidad, y culpable, en sumo grado, si la verdad más pura se expresa sin re- cato o con ayuda del subterfugio. Es la peor de las falsías.No en si misma, lo es, gracias al desparpajo de quienes la citan, en boca de los que la expli- can. Ruñarse de lo que otros veneran, o despecharse contra aquello que para ios demás es objeto de inofensiva adoración, quizá, en el fondo, sea la demostración palpable, aunque nunca plausible, de nuestras inconfesadas devociones. Y la idolatría no tiene cara y cruz, dos pesos o dos medidas. Quien es capaz de largas caminatas para visitar el Santo Sepulcro, y quien dispuesto está, para seguir la comit'va fúnebre del héroe popular caído, a pa- sarse el día a la intemperie, son dos peregrinos. Y menos mal si su fe es de verdad sentida. Lo repudiable es aquello de adorar al santo para luego largarse con la limosna que otros dieran. El sacerdote qhe en su suntuoso tem- plo predica la templanza entre sus fie- les; llega inclusive a cantar loas a la consentida pobreza, lo que no impide que arremeta furioso contra los infieles y se arrastre ante la riqueza; tiene un parecido, casi idéntico, con aquel dipu- tado ateo que induciendo a las multi- tudes a la quema de conventos, a de- rruir templos de barro o de piedra ro- queña, preparaba el zócalo de su pro- pio monumento; y pide luego suscriban en la lista de donativos, sus esquilmados adeptos. Sin cuidado deben tenernos las lágri- mas inútiles, en veces necesarias al des- ahogo de nuestros tormentos, aunque sean por ídolos celestes o terrenos; más preocupados, los lloriqueos al son, com- pás y diapasón de la amargura ajena. Estos que sollozan por la madre, y se ríen luego sin compasión de la huér- fana. Porque hoy la sonrisa es de moda, y aun el mejor modo de hacerse amante dichosa. Las hay que son invite y burla a la vez; seductoras, que implican odio o complicidad. La ramera fina ya no guiña el ojo al adolescente errante, en- treabre sus labios que es tanto como mostrar sus agudos dientes. Sonrisas que son muecas, ninguna de ellas digna de ser tomada en serio. Encontraréis quien elogie vuestros gustos para después darse el suyo a ex- pensas vuestras. Quien agudice vuestro» apetitos para saciar su voracidad, ha- ciendo de vosotros delicado bocado para su festín. Quien excite vuestro incipiente heroís- mo para adueñarse cobardemente de vuestras conquistas o despojos. En fin, quien intente, sólo un instante, hacer aquello que él sabe que os tienta, para que seáis vosotros quienes lo hagan y quienes lo paguen, y él lo cobre y a él sólo satisfaga. Es que el disfraz es de rigor en estos siglos de comedia intensa; y es al caer el telón, en el camerino, entre bastido- res, en la trastienda, cuando caen las máscaras y empieza la vida sin afeites que es tragedia. Lo que dicen no es lo que forzosa- mente piensan, ni lo que hacen aquello que desean e intentan. Mienten escu- dándose en la verdad, y es tarea ingrata el desenmascarar tanto demagogo. Y ¿si en lugar de levantar caretas nos dedicá- ramos a abrir los ojos de los espectado- res somnolientos? Porque en verdad, ¡ni aun caídas, aciertan a verlasl un tren subterráneo, uniformado, nume- rado... ¡y tan campante! No se le ocu- rrirá a este señor, esconderse de sus amistades, ni disimular, ni engañar a nadie; con un admirable desparpajo, ha- bla de su nueva labor más natural del mundo. —Aquí me tienes—dirá el quídam—, «haciendo una experiencia» muy intere sante... Y a continuación dará pelos y señales de su trabajo, sin olvidar el salario y las nuevas amistades que se ha procurado. Todo esto ocurre, no porque los nor- teamericanos sean más trabajadores que los otros; esto sucede, sencillamente, porque el norteamericano, rico o pobre, no sabe cómo vivir sin trabajar. En esto Alejandro SUX se parece al inglés; por eso los anglo- sajones son los inventores de los juegos de fatiga, como si se tratara de traba- jos forzados que ellos ejecutaban volun- tariamente. El ajedrez, la baraja, las da- mas, el dominó... ¡juegos de mujeres o de ancianos! E n los clubs de ajedrez, que los hay y muy buenos, predomina el elemento extranjero todavía no asi- milado por el ambiente. Cuando se jue- ga a las baraja:... ¡so trabaja para ganar diueio! Los millonarios norteamericanos tra bajan más que sus empieados y sus obreros; muy tarde, a veces pasada la media noche, se ven centenares de ofi- cinas iluminadas; son los jefes y los patrones, que continúan bregando por el engrandecimiento y la prosperidad de la Empresa, estado^ totalitario en pequeño, al que se sacrifican existencias enteras. Recientemente se publicaron los consa- bidos datos estadísticos sobre los «eje- cutivos» de las compañías que acaban en el cementerio, en la casa de locos, en la de salud o en la de reposo, al cabo de algunos años de trabajo. La Empresa los exprime... ¡y los arroja a la basura de la vida! Personalmente conozca a una media docena de millonarios... ¡Y da lástima verlos vivir! El sueño lo consiguen a fuerza de drogas; el descanso, a fuerza de trucos gimnásticos; la paz del espí ritu a fuerza de auto-engaños y alcohol. La gente no conoce más que la cara brillante de la vida millonaria; la otra, la opaca, no la muestran ni en el cine- matógrafo, para no desmoralizar al pue. blo que, como los soldados de Napo- león, creen que, en vez del clásico bas- tón de mariscal que llevaban en la mochila, según el Emperador, llevan en el bolsillo saquero de la derecha, la libreta de cheques y los números de las acciones que poseerán algún día. El mi- llonario es el héroe en civil de Estados Unidos; por eso nada se hace ni se hará para desacreditarlo; todo el ritmo de prosperidad depende de que haya mu- chísimos jóvenes convencidos de que pueden llegar a millonarios. La inmensa mayoría del pueblo nor- teamericano sacrifica toda su vida al trabajo; los días de asueto no sabe qué hacer con sus pobres cuerpos y sus po- bres cerebros; entonces ensayan una hui- da en automóvil por esas magníficas ca- rreteras que no conducen a ninguna par- te, porque todo fin de excursión es igual a otro, y todo cortijo semejante a otro, y todo paisaje desnudo de sorpresa por- que lo vemos todo el año en los car- teles publicitarios. Estos ¡pobres millonarios! (con excla- maciones) son, de todas maneras, menos desgraciados que sus colegas franceses. Pierre Seize nos revela, efectivamente, en una serie de artículos sobre la vida íntima de Francia en la actualidad, que los «millonarios» de su país no mueren de hambre gracias a la protección del Estado; los millones de francos apenas adquieren ahora un puñado de abichue- Ias, y si la Administración no conside- rara a estos rentistas en la categoría de los «económicamente débiles», los pedi- güeños y limosneros pulularían en la belle France. Tal vez sea explicación válida, estas dos circunstancias, para no escandalizar- nos ante el hecho, insólito y absurdo al parecer, de los millonarios comunis- tas, que hallamos en todas partes, aun- que el comunismo de esos caballeros sea puramente verbal. El mundo está tan empobrecido de gracia e interés, que hasta los millonarios se aburren... por- que el exceso de trabajo mató en ellos la imaginación, fuente de todo goce, aun de aquellos en los que no parece intervenir más que los groseros sentidos con los que venimos al mundo.

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P O N S A, VtLAOOT

ROUTE, h e b d o m a d a i r e

de la (J¡.3.&.£. en <J>tanee

Année V i l Prix 1 2 francs

2 9 J U L I O 1951

R é d a c t i o n e l A d m i n i s t r a t i o n 4, me Belfort, 4 — TOULOUSE (Haute-Garonnc)

QitM a G'aUo Ibenaipei

C . C . P o s t a l N- 1 3 2 8 - 7 9 T o u l o u s i (H*e-Gne) &dQcun& de \a

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a que awie la lihettad tmáá qme a áíi 0-idao

RAFAEL BARRET

f lCRAS CiRUELES

FRANCO encuentra en Estados Unidos

PREMIO A svs JRAICIOHES O ereemos que nues tros l ec tores m a n i f i e s t e n sorpresa a lgu- j

n a a n t e l a or i en tac ión que v a n t o m a n d o los acontec i ­m i e n t o s r e l a c i o n a d o s con E s p a ñ a . S o r p r e s a deben m a n i ­

rá f e s tar la—aunque sólo saa por ficticio e scrúpulo de c o n c i e n c i a — L quienes a ñ o t r a s año h a n v e n i d o c a n t á n d o n o s las v i r t u d e s de j

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EL EÜCODEIIADO

IÍ la d e m o c r a c i a e s t a d o u n i d e n s e -Las g e s t i o n e s que e s t á r e a l i z a n d o e n t o r n o al «caudi l lo» e l

a l m i r a n t e n o r t e a m e r i c a n a - S h e r m a n s o n a l g o as i c o m o el coro­lario l óg i co de la po l í t i ca s egu ida por E s t a d o s U n i d o s a c e r c a de E s p a ñ a . El ((borrón y cuenca n u e v a » d e c r e t a d o por T r u m a n y sus a m i g o s , a la s o m b r a d e los n u b a r r o n e s s t a l i n i a n o s que se e x t i e n d e n sobre el m u n d o , n o es o t r a cosa que u n a m a n i f e s ­tac ión m á s de la a s o m b r o s a cobardía que carac ter i za a los h o m ­bres d e Es tado .

La rea l idad es t r i s te p a r a los ex i lados pol í t icos , y d o b l e m e n ­te tr i s te para aquel los de en tre e l los que , a c iegas , s in r a z o n e s n i lóg ica , s in m o t i v o s y s in saber qué, c o n s i d e r a r o n n e c e s a r i o (¡esperar» porque los l íderes h a b í a n dec id ido «esperar» .

F r a n c o , e n el t e r r e n o de la d i p l o m a c i a , h a v e n i d o g a n a n d o b a t a l l a t r a s bata l la . Era ev idente que l l egar ía a g a n a r l a s ba­t a l l a s m á s i m p o r t a n t e s si u n a a c c i ó n e n é r g i c a y dec id ida d e todas l a s fuerzas a n t i f a s c i s t a s n o se l l e v a b a a e fecto . Y c o m o esa a c c i ó n n o l legó , c o m o era m á s c ó m o d o esperar , c o m o só lo el m o v i m i e n t o l ibertar io i n t e n t a b a r o m p e r los m u r o s d e c o n ­t e n c i ó n de las a n s i a s populares , h a surg ido h o y un a l m i r a n t e S h e r m a n d i s p u e s t o a abrir l a s p u e r t a s d e las N a c i o n e s U n i d a s al d i c tador m á s odioso de los t i e m p o s m o d e r n o s .

Si só lo sobre l o s ex i lados p e s a s e l a d e s g r a c i a , s i só lo sobre qu ienes v i v i m o s fuera d e E s p a ñ a recayese el p e s o d e l a vil a r c i ó n que l l eva a cabo Es tados Unidos , la m a y o r í a d e los e m i g r a d o s lo t e n d r í a n merec ido , y d e e u i r e l a m a y u r i » > c o n m a y o r razón aquel los h o m b r e s públ icos que qui s i eron vencer a F r a n c o con p i r u e t a s de s a l t i m b a n q u i . Pero no es a s i ; la m a y o r parte de la t r a g e d i a recae sobre la m a y o r í a del P u e b l o e s p a ñ o l , que n o h a podido e scapar a las garras de l f a s c i s m o , sobre los h o g a r e s e spaño les , sobre los pro le tar ios d e E s p a ñ a , sobre los que h a n ten ido que ¡(esperar» ob l igados por u n cerco d e b a y o ­n e t a s . Y en t a l e s cond ic iones , n o es pos ib le c o n f o r m a r s e , ni dejarse abatir , ni permi t i r que flaquee n u e s t r o á n i m o . E n t a l e s c o n d i c i o n e s e s n e c e s a r i o luchar , a p o r t a r un esfuerzo m á s a m ­pl io que n u n c a a la E s p a ñ a m a r t i r i z a d a , a f r o n t a r g a l l a r d a m e n ­te las responsab i l idades de e s t a h o r a y procurar que el Pueblo , pese a quien pese , reacc ione c o n t o d a s las c o n s e c u e n c i a s , con­t r a la m o n s t r u o s a m a q u i n a c i ó n de que es objeto .

F r a n c o se s i e n t e s eguro d e su tr iunfo . Y abofe t ea a las N a c iones U n i d a s s i t u a n d o e n el m i n i s t e r i o d e l a G u e r r a a l fa t í ­dico genera l Muñoz G r a n d e : a aquel m i s m o genera l que m a n d ó la D iv i s ión Azul a las órdenes d e Hit ler . R e c o n s t i t u y e c ín ica­m e n t e el m i n i s t e r i o de F a l a n g e . Y s i t ú a e n su gob ierno ((de­m o c r a t i z a n t e » a F e r n á n d e z Cuesta , S a l v a d o r M o r e n o , Mart in Artajo. . . ¡Pero qué i m p o r t a ! Es tados U n i d o s n o se p a r a e n con­t e m p l a c i ó n d e t a n n i m i o s d e t a l l e s . Son los puertos y los aeró-

I d r o m o s e spaño le s , los so ldados y el P ir ineo lo que c u e n t a .

Para el Pueb lo e s p a ñ o l se in i c ia u n a g r a v e fase , que es ló­g ica c o n s e c u c i ó n d e la po l í t i ca seguida por los e n e m i g o s d e Franco , d e la pol í t i ca de d e r r o t a de quienes se s i n t i e r o n derro ­t a d o s y a el 19 d e J u l i o : y e n e s a n u e v a f a s e t o d o s los es fuer­zos s erán p o c o s , t o d a s las a p o r t a c i o n e s m o r a l e s y m a t e r i a l e s

, serán p o c a s , h a r á f a l t a p a r a vencer un espír i tu i n d o m a b l e , u n a acerada vo luntad , y u n a l i n e a de c o n d u c t a que es la que el

\ m o v i m i e n t o l ibertar io h a segu ido d e s d e 1945. t i

¡ do, ¡ n o es a noso tros , a los l ibertar ios , t razar para los d e m á s l i n e a s j \ de a c t u a c i ó n . Cada cual d e b e saber cuál es el c a m i n o a seguir , , \ y q u i e n e s h a s t a a h o r a n o lo h a n sabido , razones t i e n e n para ¡ ! a p r e n d e r l o : las r a z o n e s que hoy les b r i n d a n T r u m a n , S h e r m a n , ¡ ¡ F r a n c o , y, sobre todo , l a t raged ia d e n u e s t r o Pueblo s o n t a n < ¡ e l o c u e n t e s , que ni a u n l a ceguera v o l u n t a r i a puede e ludir las . ¡

La s i tuac ión i n t e r n a c i o n a l , el c ú m u l o d e p r o b l e m a s que h a n ¡ ¡ c reado los fu turos c o n t e n d i e n t e s , la p e r s p e c t i v a guerrera que \ \ a m e n a z a al m u n d o , son fac tores que h a n acudido e n a p o y o de l ' d i c tador h i s p a n o . Pero h a y o tros f a c t o r e s que e s t á n frente a ¡ ¡ l a d i c t a d u r a f r a n q u i s t a , y es a e l los a los que d e b e m o s pres tar j ^ a t e n c i ó n , para de jar lo s que n o s o r i e n t e n en n u e s t r a s de termi - , I

w r OY a decirlo decididamente: M" \ t tamos retenidos en el tiempo;

quietos; no avanzamos; nos han encarcelado al Progreso y no tenemos fuerza y valor para libertarlo de las ca­denas que le ha impuesto la clase social dominante. De cuya condena participa­mos todos.

Me quieren hacer creer lo contrario. Pero por muy potentes que se estimen, ¿qué fuerzas humanas son capaces de oscurecer la luz del sol? La realidad fa­tal surge a la vista.

Este «progreso» que los egoístas me presentan no es el verdadero. Es un hermano gemelo de opuestos sentimien­tos. El que sufre prisión es el bueno. El liberto, el malo. Tiránico; usurpador. Mientras sus funciones propias son las de hacer aprovechamiento del genio de la ciencia con fines benéficos a la hu­manidad, el suplantador lo utiliza paia ia matanza y opresión de los hombres. Todos los inventos (posibles salvadores de la especie) los ha puesto a disposi­ción exclusiva de la guerra. Los maravi­llosos templos que a fuerza de trabajo inteligente había levantado su hermano sobre la tierra en honor de la grandeza humana, él los ha entregado a 'as Va-mas destructoras o a los efectos de la metralla que se ha encargado de atsc minarlos sin dejar el menor rastro de ¡us hermosas lineas arquitectónicas. Las le­tras y las artes han corrido la misma suerte. Y en consecuencia, la esclavitud, el hambre y la desesperación, han lle­gado a un extremo insufrible. Esie ha sido el resultado de su imperio nefando.

El Príncipe encadenado clama toda­vía por su liberación. Su sangre guie-rosa y rebelde, le hierve juvenil en el cuerpo. Su espíritu y su majestad real están intactos; sólo falta libertad; permi­tirle que nos guie por el venturado ca­mino de su felicidad que es la de todos. ¿Qué es lo que nos Impide alcanzar nuestra felicidad? Fácil es aatviuutl >.

La sociedad presente, establecida su-hre fundamentos tan pobres y bajo el mando supremo de una potencia a quien no pertenece la corona por ser producto del hurto y el ultraic, está predestinada

n a c i o n e s y e n n u e s t r a s a c t u a c i o n e s . Otra b a t a l l a h a g a n a d o F r a n c o en los s a l o n e s d e un pa la - i

ció. Y aun g a n a r í a o t r a m á s i m p o r t a n t e , qu izás de f in i t iva por ¡ largos años , si el ex i l io n o r e a c c i o n a y -

A suicida-i

a b a n d o n a su E S P E R A \ i i i La h o r a n o es de l a m e n t a c i o n e s , n i d e l á g r i m a s de coco- i

dri lo . H a l l egado el m o m e n t o , el ú l t i m o m o m e n t o , en que pue- ¡ d e n def inirse los que del error y d e la c l a u d i c a c i ó n h a n h e c h o ¡ su propia re l ig ión .

BARCELONA, julio. — Hace unos días han sido destituidos—«agradecién­doles los servicios prestados» según la fórmula oficial—los concejales del Ayuntamiento de Barcelona Alfonso Sa­la y barón de Esponella. Este último era teniente de Alcalde, encargado de la Sección de Transportes, y como tal extendía las patentes o autorizaciones a los coches de servicio publico. Median­te una combinación con las Empresas de taxis—se sabe por lo menos concre­tamente de una de ellas denominada «Transportes David»—el citado barón

a cambiar rotundamente de estructura dentro -de un plazo seguro no muy lar-go;a perecer ahogada en sus fundimen-tos para que de sus ruinas, con nuevos y brillantes moldes, resurja primoroso el Sol de la Libertad. Y la maravillosa sociedad futura que levantará su limp.do vuelo de justicia y bondad infinitas, con el apoyo de las alas majestuosas de acracia.

La superstición orgawMda contra el Progreso verdadero, tiene la marca pé­tenle de la derrota. Sus horribles tentá­culos se extienden sobre la faz de la tierra, pero el Príncipe vive. Fué creído

de Esponella se embolsaba dichas pa­tentes. Se señala que ha hecho esta «operación» con más de 500 vehículos lucrándose así con varios cientos de mi­les de pesetas. Pero por lo visto algún colega, celoso de tan espléndido «ne­gocio», denunció lo que ocurría al nue­vo gobernador civil, don Felipe Acedo, quien un día a las siete de la mañana hizo concentrar en Montjuich a todos los taxis de la referida empresa, y al

Íiasar personalmenet revista comprobó as irregularidades del barón; que ha

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EL ÍDOLO N O comprendo de dónde salen tan­

tos ídolos. Hemos llegado a un punto en que son más comunes

que las cajas de fósforos. Se encuentran a cada paso: en la calle, en el teatro, en la ciudad y en el campo. Me can­san; los tengo atragantados.

Idolas de pelota, de cine, de política, de guerra, del aire y del mar. Surgen de todas las cosas (importantes y su-pérfluas) entes adorados por la multi­tud insconciente que los crea. Como si no tuviera nada más importante que ha­cer.

Son tantos que a veces pienso a fon­do si acaso yo y todos no lo seremos también. ídolos de algo. De idiotez; de barbarismo; de] hambre; del vino; o de la natación. Pues ya que la idolatría se manifiesta claramente en el rostro de casi todas las gentes que me rodean, no me parece aceptable ser una excepción al género humano.

Hay que ver cómo se vitorean unos a otros los hombres: ¡Viva!, ¡viva!, ¡vi­va! En eso pasan la mayor parte del tiempo. No es extraño que nos vaya tan mal. Que estemos tan agotados. Que nos rodeen tantas calamidades.

Pero quisiera aclarar un concepto: ¿Qué de particular tiene que un indi­viduo que se ejercita constantemente pueda resultar sobresaliente? Nada. Es lógico que así suceda. ¿Y por ese moti­vo lo voy a elevar al cielo como si se tratase de un nuevo Dios? ¿Para que desde allí se ría y se aproveche de mi sensiblería? No seáis tontos. Daos cuen­ta de la gran torpeza que supone crear seres superiores con el miserable barro de la tierra. Porque lo artificial no es duradero; es utópico. Y perjudica gran­demente.

El hombre tiene derecho a sobresalir y por ello debo respetarlo y conside­rarlo. Claro que sí. Pero no perjudicar­lo haciéndole creer que ya está libre de falta, que sus deseos serán cumplidos aún a costa de mi vida. Que es único; dueño y señor. ¡No! Eso supone conde­narme. Puesto que con esa seguridad, el triste ídolo queda expuesto a creér­selo de verdad; a considerarse endio­sado. Y entonces, si le ocurre despeñar­me barranco abajo' en un abismo, se creerá con derecho a obligarme a! cum-

Íilimiento de sus indiscutibles órdenes; e darán deseos de exterminar a quie­

nes le discutan o se resistan; se habrá convertido en un destructor potente de lo que fué causa de su encumbramien­to. Será un enemigo mortal de todos, y de sí mismo.

El ídolo termina así por culpa de sus creadores. En fin de cuentas él no es más que un inocente. Con la ventaja de saber que fueron más inocentes to-

(Pasa a la pág. 3)

w wAY vuelta de cambio, vuelta a lo r t mismo (vuelta a empezar), vuel-

ta sobre si mismo, vuelta de Francia.

Nosotros estamos, aún, por la «segun­da vuelta».

Malhumorado, el «refugiado» de nues­tro admirado dibujante Juan Cali, daba también la vuelta al país galo con o sin maleta, pero sin olvido de la herramien­ta de trabajo. Y nadie le hizo caso a pesar de desarrollar su marcha sobre ru­tas holladas por aplaudibles bicicletas.

«Routier» a pierna libre, cualquiera de nosotros se ha sentido interpretado por el lápiz calliano. La carretera fran­cesa, como antaño la española, ha pa­sado en cinta móvil por debajo las soe-las de nuestros zapatos reflejando la pe­lícula de nuestra vida, no poblada de novelerías, pero sí de despreocupaciones, de íntimas alegrías, de árboles y pájaros (en paisaje de destierro), y... de perros; de perros, y de guardias civiles en uni­forme de allá, de acá y de acullá.

Está en nuestra retina — y probable­mente en la aguda punta del lápiz de Cali — la imagen sin agrado del pro

JOAN DEL Pl pietario que defiende su huerta contra la destartalada presencia del refugiado trashumante, al cual se le afronta con un letrero enrejado que es todo un poe­ma en síntesis canalla: Chien méchant. y cierto, el perro no está pero el pro­pietario sí. Simple cuestión de colmillos, finura cuenta, de anatomías.

La vuelta de una peseta, o de un bi­llete de cien francos, muy interesante hace años, no interesa en el presente, y es de prever que la vuelta requerida por un papel de mil pesetas o de diez mil francos pronto equivaldría al consabido «quédese usted con el resto» y a la con­versión del papel diario en papel mone­da para facilitar las operaciones fiducia­rias del Estado.

La vuelta a ¡as andadas es atríbuíble a nuestros ufanos políticos que tantos éxitos al revés obtuvieron fugando a go­biernos o gobiernillos para pasar el exi­lio lo más amerengadamente posible. Dis­puestos y depuestos a todo y en todo, los juzgamos capacitados para dar vuel­tas a la noria, para avanzar en juego de polea, para desempeñar la recader'vi París-Méjico con práctico olvido de Ma­drid.

La vuelta a España se hará por vo­luntad del pueblo que está en ella sin estar — por ahora — en ella.

Armonioso y agralable, lo es el girar sobre si mismas las danzarinas, en her­mosa y vaporosa estabilidad. Pero los «ministros» — entes igualmente de can­dilejas — llevan plomiza la sangre y ar­cilla en la mollera, siendo poco inteli­gente considerarlos motivo de regreso.

¡La vuelta! La del ciclista es el girar sobre sí mismo con la vuelta en perro-, cansado, lo que no reza, por ley de es­tética, para las bailarinas. Corre el co­rredor sin objetivo, no resolviendo nada cuando le aventaja al viento un minuto. Es el suyo un círculo vicioso en el cual hemos entrado también los refugiados.

Con la agravante de que, sin enmien­da, nosotros arriesgamos dar la vuelta de campana, que debe ser la peor de to­das.

de vida eterna y nada teme. Este estan­camiento momentáneo, aunque doloroso y demasiado extenso, no por eso lo des­truye. Por tanto, los hombres, no tienen motivos de desesperanza. No obstante que el deber les obligue a surgir va­lientemente en su defensa.

Ya no es un misterio para nadie el camino a seguir, no disponerse a mar­char es cosa de cobardes. Y esos no cuentan. Porque la cobardía es un vicio, no es un síntoma creador de vida ya que nadie puede sustraerse al ocaso de su cuerpo con la muerte. Y saber morir es tanto como resucitar. Es también vida eterna y ejemplar.

Se dice que estamos adelantados. One vivimos mejor que las tribus salvajes. Dejémonos de tonterías. Estamos peor.

Un elevadísimo tanto por ciento de los hombres del presente (en el mundo) no tienen siquiera un pedazo de tierra don­de su cuerpo descanse en paz el sueño desintegrante del olvido. Si acaso lo re­ciben en su hora postrera es de limos­na. Y los salvajes (sin pretender liacer una defensa de su situación, perdonable dado sus completos rudimentos menta­les), si lo tenían. Y mucho más que nosotros; y mayor tranquilidad; rrayor grado de libertad; mejor «modus uUen-di».

Lo anteriormente dicho no estará cla­ro para todos. No dudo que al leer tal afirmación aquellos que rebosan de ri­quezas usurpadas, se apresuren a calum­niarme y a negar tal esencia. Ya lo sé. Porque comprendo que muchos felices a quienes la fortuna les sonríe en forma tan completa y desconcertante (mien­tras sus semejantes mueren de inanición) no tienen ojos para ver estas cosas; ni mentalidad limpia de pasiones para c. m-prenderlas. Es más: doy por seguro que presencian la actual alevosía con la mis­ma naturalidad de Nerón que viendo arder Roma, sentía en ello ¡a más per­fecta felicidad (convencido de su ti-rpe derecho) que le habría impedido acep­tar cualquier acusación contra su cri­men, tomándola por infame y falsa. En llegando el caso, ellos también defien­den con todas sus fuerzas, su brutal e inconsciente derecho pretendido.

C. P. DEL T O R O

ASI ANDA El MUNIDO M ^ W ^ V ^ ^ ^ A W S ^

VIVIR PARA TRABAJAR POBRES MILLONARIOS!... Y MILLONARIOS POBRES

EL HOGAR y EL DESPACHO S mejor que me envíe ese «sou-

venir» a la oficina; en realidad vivo más en mi despacho que

en casa. Así me hablaron todos, sin excepción,

los amigos norteamericanos a quienes amenacé con enviarles alguna chuchería a guisa de recuerdo personal, en vís­peras de salir de Estados Unidos en pos del azar y la aventura... ¡como hace 25 años! Fué la primera vez que palpé, directamente, una de las facetas de la vida norteamericana, tal vez la más ge­neralizada y la más de acuerdo con este pueblo empeñado en enriquecerse a to­da costa, puesto que la posesión de la riqueza es lo único que le proporciona la dulce ilusión de la libertad, de la prosperidad y de la felicidad.

Con excepción de los que heredan de su familia o de la suerte, no es verdad que sea posible hacer fortuna sin pasar grandes trabajos, unos materiales, mora­les o intelectuales los otros. El norte­americano, como descendiente de inglés, aunque sea histórica y lingüísticamente, sabe que el trabajo es la única manera de llegar a la conquista de la riqueza; tal vez por esta convicción subconscien­te, el trabajo se considera aquí lo más sagrado, lo más respetable de la vida del hombre; el ocio es el delito mayor; nada pierde la reputación de cualquie­ra, por trabajar en forma poco decorosa según los cánones de la ética clásica de Europa en general y de España e His­panoamérica en particular; un empleado de joyería manda a paseo a su patrón, por cualquier motivo, y se le encuentra a la semana, barriendo la estación de

como la cosa

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Decir verdades mintiendo POR haber leído a Quevedo en su

«Sueños», estoy a estas horas algo despierto.

Hoy, he vuelto a releerlos. Y a estas altas horas nocherniegas, debido a ellos, encuénirome en vela y en vilo. Podría recomendaros su sabrosa prosa o sus agudos versos, y quedarme tan tranqui­lo, seguro de haber ganado el tiempo

Mas mi carnet se quedaría en blanco y preciso es ennnegrecerlo, aunque sea con borrones o pálidos reflejos queve-deños.

Mentir, valiéndose de la verdad, ha­brá quien crea que es el distintivo de nuestros tiempos. No, ni siquiera tal orí-

Plácido BRAVO ginalidad podemos reclamar, esto tiene orígenes remotos; nosotros, a lo sumo, podemos recabar cierto progreso en el arte de la ficción o el disimulo.

Gentes que se visten con trajes de ga­la, con festones que cuelgan y galones que adornan, siempre los hubo. Y quien sabe si, a la postre, no es la mejor ma­nera de desnudarse ante los linces. Pues que no mostrando lo que se quiere ocultar pero exhibiendo afanosamente aquello que interesa que se vea, es una muestra que mucho demuestra.

Se es inocente cuando se miente con sencillez, sin pretenderle dar visos de veracidad, y culpable, en sumo grado, si la verdad más pura se expresa sin re­cato o con ayuda del subterfugio. Es la peor de las falsías.No en si misma, lo es, gracias al desparpajo de quienes la citan, en boca de los que la expli­can.

Ruñarse de lo que otros veneran, o despecharse contra aquello que para ios demás es objeto de inofensiva adoración, quizá, en el fondo, sea la demostración palpable, aunque nunca plausible, de nuestras inconfesadas devociones. Y la idolatría no tiene cara y cruz, dos pesos o dos medidas.

Quien es capaz de largas caminatas para visitar el Santo Sepulcro, y quien dispuesto está, para seguir la comit'va fúnebre del héroe popular caído, a pa­sarse el día a la intemperie, son dos peregrinos.

Y menos mal si su fe es de verdad sentida. Lo repudiable es aquello de adorar al santo para luego largarse con la limosna que otros dieran.

El sacerdote qhe en su suntuoso tem­plo predica la templanza entre sus fie­

les; llega inclusive a cantar loas a la consentida pobreza, lo que no impide que arremeta furioso contra los infieles y se arrastre ante la riqueza; tiene un parecido, casi idéntico, con aquel dipu­tado ateo que induciendo a las multi­tudes a la quema de conventos, a de­rruir templos de barro o de piedra ro­queña, preparaba el zócalo de su pro­pio monumento; y pide luego suscriban en la lista de donativos, sus esquilmados adeptos.

Sin cuidado deben tenernos las lágri­mas inútiles, en veces necesarias al des­ahogo de nuestros tormentos, aunque sean por ídolos celestes o terrenos; más preocupados, los lloriqueos al son, com­pás y diapasón de la amargura ajena. Estos que sollozan por la madre, y se ríen luego sin compasión de la huér­fana.

Porque hoy la sonrisa es de moda, y aun el mejor modo de hacerse amante dichosa. Las hay que son invite y burla a la vez; seductoras, que implican odio o complicidad. La ramera fina ya no guiña el ojo al adolescente errante, en­treabre sus labios que es tanto como mostrar sus agudos dientes. Sonrisas que son muecas, ninguna de ellas digna de ser tomada en serio.

Encontraréis quien elogie vuestros gustos para después darse el suyo a ex­pensas vuestras. Quien agudice vuestro» apetitos para saciar su voracidad, ha­ciendo de vosotros delicado bocado para su festín.

Quien excite vuestro incipiente heroís­mo para adueñarse cobardemente de vuestras conquistas o despojos. En fin, quien intente, sólo un instante, hacer aquello que él sabe que os tienta, para que seáis vosotros quienes lo hagan y quienes lo paguen, y él lo cobre y a él sólo satisfaga.

Es que el disfraz es de rigor en estos siglos de comedia intensa; y es al caer el telón, en el camerino, entre bastido­res, en la trastienda, cuando caen las máscaras y empieza la vida sin afeites que es tragedia.

Lo que dicen no es lo que forzosa­mente piensan, ni lo que hacen aquello que desean e intentan. Mienten escu­dándose en la verdad, y es tarea ingrata el desenmascarar tanto demagogo. Y ¿si en lugar de levantar caretas nos dedicá­ramos a abrir los ojos de los espectado­res somnolientos?

Porque en verdad, ¡ni aun caídas, aciertan a verlasl

un tren subterráneo, uniformado, nume­rado... ¡y tan campante! No se le ocu­rrirá a este señor, esconderse de sus amistades, ni disimular, ni engañar a nadie; con un admirable desparpajo, ha­bla de su nueva labor más natural del mundo.

—Aquí me tienes—dirá el quídam—, «haciendo una experiencia» muy intere sante...

Y a continuación dará pelos y señales de su trabajo, sin olvidar el salario y las nuevas amistades que se ha procurado.

Todo esto ocurre, no porque los nor­teamericanos sean más trabajadores que los otros; esto sucede, sencillamente, porque el norteamericano, rico o pobre, no sabe cómo vivir sin trabajar. En esto

Alejandro SUX se parece al inglés; por eso los anglo­sajones son los inventores de los juegos de fatiga, como si se tratara de traba­jos forzados que ellos ejecutaban volun­tariamente. El ajedrez, la baraja, las da­mas, el dominó... ¡juegos de mujeres o de ancianos! E n los clubs de ajedrez, que los hay y muy buenos, predomina el elemento extranjero todavía no asi­milado por el ambiente. Cuando se jue­ga a las baraja:... ¡so trabaja para ganar diueio!

Los millonarios norteamericanos tra bajan más que sus empieados y sus obreros; muy tarde, a veces pasada la media noche, se ven centenares de ofi­cinas iluminadas; son los jefes y los patrones, que continúan bregando por el engrandecimiento y la prosperidad de la Empresa, estado^ totalitario en pequeño, al que se sacrifican existencias enteras. Recientemente se publicaron los consa­bidos datos estadísticos sobre los «eje­cutivos» de las compañías que acaban en el cementerio, en la casa de locos, en la de salud o en la de reposo, al cabo de algunos años de trabajo. La Empresa los exprime... ¡y los arroja a la basura de la vida!

Personalmente conozca a una media docena de millonarios... ¡Y da lástima verlos vivir! El sueño lo consiguen a fuerza de drogas; el descanso, a fuerza de trucos gimnásticos; la paz del espí ritu a fuerza de auto-engaños y alcohol. La gente no conoce más que la cara brillante de la vida millonaria; la otra, la opaca, no la muestran ni en el cine­matógrafo, para no desmoralizar al pue. blo que, como los soldados de Napo­león, creen que, en vez del clásico bas­tón de mariscal que llevaban en la mochila, según el Emperador, llevan en el bolsillo saquero de la derecha, la libreta de cheques y los números de las acciones que poseerán algún día. El mi­llonario es el héroe en civil de Estados Unidos; por eso nada se hace ni se hará para desacreditarlo; todo el ritmo de prosperidad depende de que haya mu­chísimos jóvenes convencidos de que pueden llegar a millonarios.

La inmensa mayoría del pueblo nor­teamericano sacrifica toda su vida al trabajo; los días de asueto no sabe qué hacer con sus pobres cuerpos y sus po­bres cerebros; entonces ensayan una hui­da en automóvil por esas magníficas ca­rreteras que no conducen a ninguna par­te, porque todo fin de excursión es igual a otro, y todo cortijo semejante a otro, y todo paisaje desnudo de sorpresa por­que lo vemos todo el año en los car­teles publicitarios.

Estos ¡pobres millonarios! (con excla­maciones) son, de todas maneras, menos desgraciados que sus colegas franceses. Pierre Seize nos revela, efectivamente, en una serie de artículos sobre la vida íntima de Francia en la actualidad, que los «millonarios» de su país no mueren de hambre gracias a la protección del Estado; los millones de francos apenas adquieren ahora un puñado de abichue-Ias, y si la Administración no conside­rara a estos rentistas en la categoría de los «económicamente débiles», los pedi­güeños y limosneros pulularían en la belle France.

Tal vez sea explicación válida, estas dos circunstancias, para no escandalizar­nos ante el hecho, insólito y absurdo al parecer, de los millonarios comunis­tas, que hallamos en todas partes, aun­que el comunismo de esos caballeros sea puramente verbal. El mundo está tan empobrecido de gracia e interés, que hasta los millonarios se aburren... por­que el exceso de trabajo mató en ellos la imaginación, fuente de todo goce, aun de aquellos en los que no parece intervenir más que los groseros sentidos con los que venimos al mundo.

Page 2: EL EÜCODEIIADO - UAB Barcelonano pertenece la corona por ser producto del hurto y el ultraic, está predestinada nacione s y en nuestra actuaciones. Otr a batall h ganad o Franc e

R U T A P d g . 2

DEL SISTEMO CAPITALISTA E

L sistema capi ta l is ta h a llegado al ocasG de su vida aventurera.

Ya no puede da r de sí la que diera en sus tiempos mozos, cuando pletórico de esperanzas y dotado de «buenas intenciones» impúsose la mi­sión de ins taurar un régimen demo­crático sobre los escombros de las viejas monarquías . Entonces consti­tuía una fuerza generosa, afianzada en la razón, el derecho y la dignidad, y t raducía el anhelo de los pueblos oprimidos, que sent ían aletear en las penumbras de su calvario, las ansias de libertad, igualdad y fraternidad.

Con toda buena fe dio un buen im­pulso vigoroso a las normas de con­vivencia social, salpicándolas de li­beralismo.

Las fuerzas vivas y conscientes que estaban apris ionadas en las garras del feudalismo sin poder manifestarse hal laron un campo propicio para des­plegar sus actividades, eexpresar sus inquietudes y ensayar sus iniciativas. Fué así que sobre las ru inas de una organización desp¿tica surgió esbelta, majestuosa y dinámica una sociedad que si bien so era del todo perfecta, tenía por lo menos un aspecto salu­dable y reconfortante, ya que se ba­saba en la l ibertad individual y en ios derechos del hombre. Pero la bur­guesía, envanecida por el triunfo y cegada por el delito de grandeza, hi­zo derroches de energia y ostentación descarada de las riquezas mal adqui­ridas, sin apercibirse que al margen de su desarrollo prepotente iba ges-cándose una situación delicada, que tcrnar íase gravísima para sus pro­pios intereses con el correr del tiem­po.

Con la desfachatez que caracteriza a todos los gobiernos, empezó por desconocer los principios más elemen­tales de la democracia, desviándose de la ru ta que se había programado doctr inariamente. Hizo del esclavo un mísero asalariado, exponiéndolo a las vicisitudes de la oferta y la deman­do. Lo libertó de las cadenas que lo sujetaban a la servidumbre, pero lo colocó frente a un porvenir incierto, bajo la amenaza constante de la mi­seria y el hambre .

Cerró los ojos y puso oídos de mer­cader an te los clamores de los desam­parados aprovechándose descarada­mente de les primorosos resultados que a r rancaba el progreso de las en t r añas de la t ierra, de la cieincia y las ar tes, de la química y la mecáni­ca, las industr ias y la electricidad.

Del esfuerzo colectivo hizo una fuente de especulación pa ra beneficio exclusivo de unos pocos privilegia­dos.

Así como la burguesía fué creando a lo largo de su trayectoria fantás­tica, infinidad de problemas de orden económico, político y social, sin pres­tarles la debida atención que mere­cen, razón por la cual se h a n agra­vado de tal forma, que ya no es po­sible t razar un plan de solución efi­caz sin al terar profunda mente la es­tabilidad del sistema vigente.

De nada sirven los medios emplea­dos por los totali tarios en su cam­paña de un «Nuevo Orden», como tampoco los que se llevan entre ma­nes los astutos burgueses que pro­meten revivir los sanos principios y las nobles concepciones de la Demo­cracia.

El terror de las dic ta turas , las pro mesas de los liberales, los mismo que el cientifismo persuasivo de los polí­ticos de izquierda, que l imitan sus

accicnes a prácticas pa r lamenta r ias , es tán destinadas al fracaso, por la sencilla rázon que no se avienen con los fundamentos expresados en los anhelos de los productores y en las necesidades de los pueblos. Este em­pecinamiento en aferrarse a viejas modalidades para resolver los pro­blemas que plantea el progreso en sus múltiples manifestaciones, coloca a la burguesía en una situación en ex­tremo delicada.

Es ya convicción en la mayoría, que ñaua ni nadie puede evitar su caída, y que será t an to más espan­tosa cuanto más empeño se ponga en querer perpetuar la , porque el he-cno de t r abar la evolución y obsta­culizar el curso de la historia, impli­ca un acto de violencia, que provoca la revolución inevitablemente.

Pero, claro está, los defensores del sistema capitalista, que no son cor­tos ni mancos, pero sí bas tan tes des­memoriados para no recordar que la burguesía abr ió profundas brechas en las vetustas fortalezas, que la in­genuidad de los feudales petulantes les hacía suponer invulnerables, y que sustituyó a la nobleza en los ma­nejos de la adminis t ración pública y en las directivas del Estado, median­te la acción revolucionaria, preten­den oponer ahora , p a r a vencer las razones que exponen los desheredados y oprimidos, las mismas conclusiones arbi t rar ias a que a r r ibaban en los conciliábulos los panegir is tas del Feudalismo: Dictadura, Total i tar is­mo.

Pero así como fué vana la ilusión de aquellos infelices, nulas serán las esperanzas que a l imentan los testa­rudos reaccionarios de hoy con sus métodos represivos.

La humanidad, sufriendo y san­grando, se abre paso en las malezas del despotismo selvático en procura de un claro luminoso.

A veces se extravía en la espesura y se ar r incona en las sombras de la desesperación con señales de fatiga y desaliento; pero pronto se repone, reinicia la ma rcha y avanza, avanza, avanza venciendo obstáculos y derri­bando tí teres con furia des aluvión incontenible...

LA PREHISTORIA L C S l i b r o s q u e se o c u p a n del p a s a d o del M u n ­

d o e n lo re f erente a la e x i s t e n c i a h u m a n a , todos e m p i e z a n a re la tar h e c h o s d e h a c e

unos c i n c o mi l a ñ o s . Las c iv i l i zac iones e g i p c i a y ca ldea e n c a b e z a n l a His tor ia . Anter ior a e s to , s e p ierden los t r a t a d i s t a s en un laber in to d e va ­g u e d a d e s , y n o s h a b l a n del h o m b r e d e l a s caver ­n a s y d e las edades d e la p iedra t a l l a d a , d e la p iedra pul ida y d e los m e t a l e s .

A qu ien e s t o escribe s i e m p r e le h a s o r p r e n d i d o la e x i s t e n c i a d e s e m e j a n t e e sca lón , o sa l to , que de un e s t a d o r u d i m e n t a r i o p a s a s e l a H u m a n i d a d , de pronto , a u n a o r g a n i z a c i ó n perfec ta y a u n espír i tu de creac ión grandioso .

E s t u d i a n d o el caso , h e l l e g a d o a la c o n c l u s i ó n de que los h i s t o r i a d o r e s n o se h a n d e t e n i d o a es tudiar la Geo log ía , c i e n c i a que t r a t a de la evo­lución d e n u e s t r o p l a n e t a , y as i c o m o H e r c u l a n o y P o m p e y a pudieron p e r m a n e c e r o l v i d a d a s u n a porción d e s ig los , c u b i e r t a s por las c e n i z a s del Vesubio, es s eguro que e x i s t e n m i l pob lac iones , h i jas de m i l c iv i l i zac iones suces ivas , e n t e r r a d a s en tre los p l iegues de l a corteza terrestre , o sen­c i l l a m e n t e en el f ondo d e e s a s d e p r e s i o n e s d e . t erreno l l e n a s de a g u a l l a m a d a s m a r e s , en las que t a n e s c a s a s e x p l o r a c i o n e s se h a n real izado.

Fué el geó logo f r a n c é s Alberto L a p p a r e n t , muy r e c i e n t e m e n t e (1839-1908), el que creó u n a n u e v a c i enc ia geo lóg ica , l a uPaleo-Geograf ia» , nombre que dice « A n t i g u a s Geograf ías» , y c o m o «Geo­grafía» es l a d e s c r i p c i ó n y c o m e n t a r i o d e las formas terres tres y m a r í t i m a s c o m b i n a d a s , retro­

c e d i e n d o d e p a s o e n paso , y d i b u j a n d o d e f o r m a en forma, es c o m o se l l e g a a l a c o m p r e n s i ó n del or igen del t r e m e n d o vac io que e v i d e n t e m e n t e se observa entre l a s d o s é p o c a s que c o r r i e n t e m e n t e se l l a m a n la P r e h i s t o r i a y la His tor ia .

La idea de que en los g r a n d e s m a r e s , el Paci ­fico y el A t l á n t i c o , y a u n e n los m a r e s m e n o r e s , como n u e s t r o Medi terráneo , h a n e x i s t i d o e x t e n ­sos c o n t i n e n t e s , n o es d i s p a r a t a d a , ni m u c h o m e ­nos , s ino que es p e r f e c t a m e n t e l ó g i c a ; n o que h a y a n ex i s t ido u n a so la vez y en la f o r m a idea­l i zada por el p o r t e n t o s o p o e t a J a c i n t o Verdaguer , s i n o que se t r a t a d e u n a suces ión d e f o r m a s des ­a p a r e c i d a s y v u e l t a s a aparecer con carac teres s i e m p r e var iados .

P e r m i t i d m e que m e i m a g i n e r e i n t e g r a d o a Es­p a ñ a y con el a p o y o suf ic iente para dir ig ir labo­

res n u e v a s d e Cienc ia . P u e s bien: lo p r i m e r o (o a c a s o lo segundo) que e m p r e n d e r í a h a b í a d e ser la i n v e s t i g a c i ó n m e d i t e r r á n e a , i n v i t a n d o a o t r a s n a c i o n e s que i n v e s t i g a s e n la s cubetas m a r í t i m a s v e c i n a s .

E s t o s igni f ica u n g a s t o , y h a s t a un g a s t o c u a n ­t ioso , a c a s o ascend ie se a u n c i n c o o a u n d iez por c i e n t o de lo que se g a s t a en guerras , pero su r e n d i m i e n t o ser ia m u y otro , t a n t o bajo el a spec ­to financiero c o m o h u m a n o y c ient í f ico , pues al loca l i zarse a n t i g u o s pueblos o n a c i o n e s se l l ena­r ían t o d o s l o s m u s e o s d e e j e m p l a r e s , todos los l ibros d e d a t o s concre tos , t o d a s las c a j a s d e di­nero (que por o t r a p a r t e p a r a n a d a lo neces i ta ­r íamos) , y, finalmente, la P r e h i s t o r i a y la His­tor ia e n c o n t r a r í a n ese i n t e r e s a n t e e s l a b ó n que les f a l t a de c o n t i n u i d a d t a n a c u s a d a , y los h o m ­bres s a b r í a m o s a qué a t e n e r n o s e n c u e s t i ó n t a n p r i n c i p a l c o m o l a d e n u e s t r o o r i g e n y d e todos los h e c h o s que c o n s t i t u y e n la c a d e n a d e la civi­l i zac ión , ro ta g r o s e r a m e n t e y s in l ó g i c a e n l a a c t u a l i d a d .

Hoy se lucha sobre el p l a n e t a porque t i e n e dueño; es decir, que el e g o í s m o pers igue el i n t e ­rés y la riqueza. N o s o t r o s l a b o r a r í a m o s por lo que es libre; es decir , que el a l t r u i s m o perseguir ía lo d e s c o n o c i d o y la verdad .

¿Que s o m o s v i s i onar io s y a t r e v i d o s ? Más vis io­n a r i o y a trev ido fué Colón y c o n s i g u i ó ver su s u e ñ o conver t ido en rea l idad . B a s t ó que u n a m u ­jer v a c i a s e el cofreci l lo d e sus joyas y que u n o s c u a n t o s h o m b r e s d e b u e n a fe se a d h i r i e s e n a su e m p r e s a . N o s o t r o s t e n e m o s a l g o m á s que un co­freci l lo d e joyas: t e n e m o s l a v o l u n t a d d e todo un Pueblo; t a m b i é n t e n e m o s a n u e s t r a d i spos i ­ción a l g o m á s que unos c u a n t o s h o m b r e s d e bue­n a fe: t e n e m o s m i l o n e s de cerebros c o n s c i e n t e s y de corazones dec id idos a mejorar la Cienc ia , s in perder su c o n d i c i ó n d e h u m a n o s ; a l c o n t r a r i o , pues só lo por e l h e c h o de cons iderarse h e r m a n o s los h o m b r e s l a Cienc ia a u t o m á t i c a m e n t e adquie­r e n toda su t r a s c e n d e n c i a y se e l e v a n a la cús­pide de su ca tegor ía .

H o j e e m o s los l ibros de pape l m i e n t r a s espera­m o s ho jear el g r a n l ibro d e roca . E s t a h a d e ser u n a de n u e s t r a s a s p i r a c i o n e s p a r a c u m p l i r nues ­tro ideal d e cul tura , a u n q u e o tros s o s t e n g a n

ELÉVATE Y ANDA ¡V

idea les o p u e s t o s que n o p u e d e n que r e p u g n a n c i a y desprec io .

produc irnos m a s

Alberto C A R S I .

IVIR mucho, muchol... ¿Vivir, pa­ra qué? ¿Qué hay de hermoso en la vidí, que me invite a go­

zarla? ¿Cómo gozarla, si el mundo no es más que el caos de las arbitrarieda­des, en continuo aleteo mortal con la exageración de los acontecimientos, con los hechos que diariamente se suceden y alternan en el círculo infernal del ma­léfico poder del Estado?

¡Vivir mucho...! ¡Oh, síl Vivir hasta el último gece de la dicha. No dete­nerse en la contemplación de un minu­to, sino contemplad daht¿amente la grandiosa inmensidad del espacio. Vivir no un instante, sino todos los instantes; no un día sino todos los días, con la ilusión de gozar la realidad del magni­fico universo, preñado de sublimidades grandes.

Vivir, para embellecer la vida. Vivir, para no empobrecerla y aspirar siempre a su elevación moral y espiritual, sin recurrir a absurdas complicaciones de tipo sentimental.

Vivir, para alcanzar la etapa feliz de nuestros deseos sublimes, y hacer de las pequeñas cosas una Universidad popu­lar.

¡Vivir!... Y otra vez me pregunto: ¿Vivir, para

ser esclavo de uno mismo? ¿Para ser una víctima más del martirologio de la inclemencia de los hombres? ¿Para ser una mísera cosa en esta sociedad en­febrecida y envilecida por el desmesu­rado afán de predominio? No, no. Vivir de esa forma no es vivir, no contiene ningún excelente aliciente, para el que; sueña con ser algo más que un juguete de las circunstancias en mano de los i" sensatos destinos de la mente torturada.

¿Qué hay pues, en mí? ¿Qué fenó meno mental o cerebra] guía mis pasos? ¿Adonde me lleva? ¿Dónde, y cómo es, y está mi voluntad? Contestadme quien pueda. Decidme en qué mundo vegeto y por dónde y cómo discurro, para po­derme comprender y conocer, alborean­do la dicha de lo desconocido, viendo !a luz que busco y no encuentro en ningún lugar de los que visito.

Yo, quiero ser justo, peio no sé cómo serlo, ni dónde. Por todos los lados que miro a mi conciencia, y miro al mundo con sus virtudes y sus defectos; graci is y contradicciones, tropiezo con profun­didades sin fin que atraen con sus for­midables bocas externas e internas, de rugidos feroces, permanentes que tala­dran todos los sentidos, y torturan y michacan rabiosamente los instintos car-

¡CRIS1I4 ,*t)f**+~*/ll*^»*/ll*^»**\f*m>**flf**+***)f**+»**lf*»+»*tlf**

Tiempo hubo en que ser cristiano era ser revolucionario, puesto que la revo­lución es todo lo que tiende a trans­formar. El cristianismo luchó en su fun­damento contra las tiranías y la causa de Cristo ganó adeptos. Era revolucio­nario, el cristiano, porque creía en aquella doctrina, la que defendía cre­yendo que ella le daría la libertad y la igualdad, aboliendo todo despotismo, ofreciendo a la humanidad alegría y amor.

Bajo el punto de vista de esa religión, el vocablo cristiano, es el que se aplica a los seres plenos de bondad, de senti­mientos nobles e ideas elevadas. Cristia­no es aquel que no regatea el máximo esfuerzo por ayudar al desvalido, que se distingue por su amor al prójimo, por su desinterés material, no concibiendo las injusticias y combatiéndolas hasta siempre.

Para nosotros el que creyó y sintió todas estas cosas, lo era. Pero no asi los aprovechadores que con sus textos se contradicen. Estos malintencionados, sa­bían, que los pueblos sufrían, y que bajo esa nueva religión que ofrecía paz y tranquilidad, iban a montar el nego­cio más fabuloso que hasta hay se co­noce. Con la fé de creer sin ver, el pueblo ignorante y supersticioso les ayudó creyendo que su bienestar iba a venir por encantamiento.

Infinidad de pruebas podríamos ofrecer, para evidenciar a los que con­tinúan creyendo sin ver, que la realidad ha aprobado la falsedad e hipocresía que invistió a sus fundadores, ya que desvistieron a otros para vestirse ellos, dejando con sus continuadores una pla­ga de falsos y traidores al Cristo.

Los que creyeron de buena fe y pa­garon con su vida el nacimiento de esa

NUESTRO TEATRO No es la primera vez que enfoco esc

l( ina. Cabe reconocer que el teatro, esto es,

lo que por medio del escenario puede lograrse, no es de despreciar y debería­mos aprovechar ese elemento de propa­ganda muy estimable por lo que tiene de exposición de la vida, por lo que se presta la critica social, por lo yue, ade­más, ofrece como elemento artístico y cultural para la difusión ideológica.

Hemos contado siempre con grupos de aficionados con mayor o menor capaci­dad y habilidad adecuadas, pero siem­pre con su buena voluntad de realiza­ción y de más o menos competencia, la que suele adquirirse a medida de la práctica con obras de valor y de méritos para nuestra comprensión de militantes.

Estimular, pues, esas disposiciones, de hería constituir una faz de nuestra ac­ción, y procurar sacar el mejor partido de ello, debería ser una finalidad. Per­qué, reconozcamos que no siempre, casi mejor diríamos nunca, la orientación, la dirección, el resultante, marcan el pro­pósito de los esforzados actores, impli-

can la selección de obras que cumplan el deber artístico, cultural, de critica y de propaganda social e ideolégicu co­rrespondientes.

No basta con organizar un programa. No basta con tramar una función. No basta con la velada de beneficio

o de expansión. Es necesario que a todo esto y en

cada caso, se agregue una labor eficaz y resulte un alegato cooperante a la tenaz

ALBANO ROSELL

lucha del periódico, de la revista, de la conferencia, del libro, esto es, un com­plemento de cuanto venimos haciendo o intentando hacer en los medios en que actuamos.

Los que llevamos más de medio si­glo de esta clase de inquietudes, reci­bimos triste decepción cuando leemos en nuestra prensa la realización de ac tos, veladas, funciones con el pomposo título de Nuestro Teatro y observamos los programas, las obras y el conjunto del espectáculo.

El teatro por el teatro, es de resorte completamente burgués.

El teatro como pasatiempo, cabe en los medios mediocres.

El teatro como diversión, es cosa sim­plemente capitalista y comercial.

El teatro nuestro debe ser vibración rebelde, plataforma educadora, piqueta destructora, crisol donde se fundan mol­des nuevos. Sin esa condición fracasare­mos siempre o pasaremos desapercibi­dos, porque el capitalismo cuenta con elementos muy superiores y abundan­tísimos a los nuestros y sería y es ab­surdo competirle.

Nuestros autores, porque ¡os tenemos, vense privados de representar sus obras, porque el teatro comertial, de empresa, burgués, especulador, opio para el pú­

blico que a él concurre, no va a darlas, y si lo hace es por excepción y rara­mente, sin persistencia, justamente par­que es nuestro y porque ellos son de empresa, comerciales, burgueses, capita­listas y no pueden dar lo que les comr bata.

Es de un mal gusto imperdonable lia-blar de nuestro teatro cuando integran los programas obras de autores burgue­ses, y a la vez, malograr el esfuerzo de los aficionados con aspiración de contri­buir a lo nuestro por el arte.

No es con Muñoz Seca, con Linares Ricas, con Benavente, con los Quintero, con las obras del montón, de empresa, que pondremos a buen tono el esfuerzo ni logramos un gramo de propaganda, sino por el contrario, no haremos sino hacer perdurar el mal gusto y subrayar lo que nuestros enemigos hacen, contri­buyendo a la estupidización pueblera par medio de lo que debería darnos un apoyo en nuestros afanes.

¿Es que no contamos con autores y obras meritorias a nuestro objeto?

Por el contrario, contamos con ello en abundancia, como veremos en el pró­ximo bosquejo de lo que podemos hacer en bien del Ideal por medio del teatro.

farsa, merecen nuestro respeto, pero no así los que a su costa viven haciendo todo lo contrario, de ese cristianismo que quería y quiere imponerse al mun­do.

Hora es ya de que lleguemos a ver sus maniobras. Hora es ya que no olvi­demos el ejemplo que dieron y dan. Sabido es las vidas inocentes que se-

garon en tiempos de la Inquisición, ba­jo el manto de Cristo. Su amor al pue­blo se distinguía, en que si algún, hijo de este pueblo veíase apurado por lla­mar a la libertad, acudían a él para ahogarlo. Varias veces intervinieron con­tra el pueblo a sangre y pólvora, vio­lándolo, atrepellándolo, cometiendo con él todas las vejaciones más inimagina­bles, por creer, como aquellos cristia­nos de buena fé, en la libertad y la justicia, sin mito divino.

Es eso lo que nosotros queremos. Amor, alegría, vivir. Esto tiene derecho a gozarlo todo el mundo y eso es lo que ellos no quieren, que se den cuenta los que continúan creyendo sin ver. Que se puede ser bueno, viendo, que los que ven, no quieren otra cosa que el bien­estar común, sin patrimonios, que su lucha es orientada hacia una humanidad libre de sofismas y de clases.

Y el día que esa parte de mundo vea,

se acabó la gloria para ellos, ya que la gloria pertenece a todos.

Sólo hay que hacer un llamamiento a la razón para llegar a ello. Hay que sustituir en aquellos principios cristia­nos, el mito divino, por la verdad Ra­zón. Con el mito divino no se ha lle­gado ni se llegará a ningún fin, puesto que hay que creer sin ver, y cuando no se ve, se está ciego. Por la verdad ra­zón, se llega a conclusiones las cuales nos alumbran para ver. Y esto es sen­cillo..

Por ejemplo y hablando de nuestro país, ¿quién, ignora la participación que, cristianos y religiosos, han tomado en el desastre de nuestro pueblo? ¿Quién ignora que fueron ellos e] aliento de las matanzas, puesto que su Dios estaba confirme en que se castigara a los mal­vados y herejes cuyo delito era pedir pan y libertad? ¿Quién no ve lo que ha

llegado a nuestro país en sus manos? Hambre, miseria, depravación.

El que no lo ve es porque no quiere ver. La sangre está aun caliente y para esa clase de cristianos quizás sea una cosa divina porque para ellos todo vie­ne por mandato de Dios, pero para aquellos cristianos que pagaron con su sangre, quizás fuera un motivo de rebe­lión pidiéndole a ese Dios el por qué de tanta ignominia. Pero la verdad Ra­zón pone al descubierto, que no hay cristianismo, según la acepción que ellos mismos dan a la palabra en esa religión. Religión que está siempre al lado del fuerte, que es cómplice en to­dos sus desmanes, que sofoca el clamor del pueblo en unión con los tiranos que sufre la humanidad.

Esta es la parte que juega el cristia­nismo y si los que no ven quieren verlo, que razonen.

niceros de las fieras de todos ios siglos. Y siempre, siempre, que quisiera vi­

vir sin vivir poco, porque viviendo «e vive más. No quiero que'nadie me pre-gupnte cómo, porque él es el cómo y el todo, para hacer lo mismo que yo hago, sin mezclarme en vidas ajenas. ¿Vivir así es el todo? ¿Qué es entonces la sociedad? Pregunto, pero no me con testo. Que me contesten los sabios y los filósofos: la ciencia y la sabiduría, y, hasta la ignorancia. ¡Sil Que me res­pondan los que viviendo mueren en medio de un charco de sangre. Que me contesten los que sin exponerse a per­der la libertad, legislan fárragos y fá­rragos de leyes atentando contra la vei darera libertad del hombre. ¿Qué po-, deis decirme vosotros que aterrorizáis con vuestra legislación al mundo ente­ro, que no se base en el principio de autoridad, que es el desorden del or­den?

¿Callo? ¡No! ¡Callar, jamás! Mi pro­testa ha de oirse en todos los hogares que carecen de pan y justicia. Mi pro­testa es mía. Mía solamente, porque arranca de mi pensamiento, de mi ce­rebro, de mi alma; de mi espíritu gran­de y consecuente. Mi protesta es la ra­zón de mi existencia... ¡Loco...! ¡Sí, sí, está loco!... Ese hombre está loco. Es un demente peligroso. Hay que ence­rrarlo en el manicomio. No debe andar suelto por las calles. Su peligrosidad es contagiosa en esta época de absurdo* sin cuento.

Eso dijeron y dicen los que sólo sou hombres de nombre. Eso mismo repi tieron y repiten aún, para servir y ad vertir el peligro que en forma impalpa ble amenaza desde el recóndito rincón del ser, pero hay en ese peligro el ex­celso despertar de la conciencia, y, ést i es quien se rebela contra el mal engen­drado en esta sociedad de comerciante» y fariseos.

¡Vivir mucho más! ¡Más y más vivir, para comprender mejor lo esencial de la vida natural, distinguiéndola de la otra vida: de la ficticia, de la adultí; rada... porque, ¿qué es todo cuanto Dan r::dea fuera de. esa vida natural si Bd la mentira cubierta de oropeles y «gran dezas» mundanas, males eternos de la humanidad empobrecida, raquítica y miserable? Sin embargo, un minuto do esperanza vale por toda una vida, por­que en ese minuto está condensada la inquietud de la existencia en continua excitación con el exterior que se empe­queñece a medida que lo interno se en­sancha, formando el luminoso horizonte de perspectivas risueñas y trabajos em­bellecedores.

Dejadme, sí. Dejadme pues, con esa ilusión por compañera, y no vengáis más a interrumpir el suspiro de la pro­longada soledad. Dejadme solo con este pensamiento mío, que asciende libre­mente desde las entrañas de mi ser, en grado perenne y constante de elevación, buscando la caravana del amor univer­sal. Dejadme, sí. Dejadme en este retiro de meditación y descanso, que no des­canso y todo ansia renovadora de la sociedad, que pronto, muy pronto se empezará a sembrar la hombría y la dignidad por el mundo de la inconsis­tencia y de la vacuidad.

¡Dejadme vivir! ¡Vivir! Sólo ansio vi­vir, y para vivir quiero, no vivir en un mundo de desafecciones y libertinaje; de impurezas y maldades de todo géne­ro, que mortifican cruelmente al hom­bre pensador, porque si piensa es que siente y padece sus rigores. El mundo en el que yo quiero vivir es en el de de las aspiraciones máximas, que colo­quen al humano en el lugar que le per­tenece como ser racional y libre.

¿Dónde está el mundo? Callóse e] desconocido: Su boca se

cerró, y en la calle se oyó un reloj que daba doce campanadas. ¡Un nuevo día comenzaba a nacer!

MINO©

FACETAS IDIE 1A\ KEWCUJCION

LA EDUCACIÓN

Concejales

destituidos (Viene de la pagina 1)

perdido el cargo, sin más sanción por supuesto.

El otro concejal destituido, Arturo Sala—que es presidente del Gremio de Hoteleros—ha caído también por inmo­ralidades parecidas, en la especulación de fincas propiedad del municipio. Por cierto que los negocios privados del se­ñor Sala están en quiebra, lo que no obsta para que aquel lleve una vida opulenta y de escándalo. A su paso por el Ayuntamiento no perdió el tiempo.

El Estado jamás respetará en su integridad y menos en la libertad de sus pensamien­tos y de sus acciones.

« Esprit ».

Sobre tiene C.

el Espíritu de la educación O. Bunge una sentencia poco

afortunada, diciendo: «No es posible or­ganizar el Estado sino por medio de la educación; no es posible organizar la educación sino por medio del Estado...» (Cuando el Estado se organiza por en­cima de esos imposibles bungerianos). Hemos de advertir que Bunge vino a Europa, a estudiar el espíritu y cuerpo de los institutos y rumbo de la educa­ción por encargo del Estado Argentino, lo que puede explicar en parte el por qué de la sentencia... El doctor Osval­do Magnasco, ministro de Instrucción Pública supo descoger su hombre. Ro­dolfo González Pacheco hubiera dicho de otra manera. Estamos seguros: Ahí están sus Carteles y la respuesta que diera a uno de esos Doctores encarga­dos de sobornar a hombres de valer para ponerlos al servicio del gobierno:

Es claro como la luz que el mal social tiene raices intelectuales y éticas puestas al des­cubierto reiteradamente y es claro también que los remedios deben operar en todo el frente intelectual, ético y material.

DR. MA\ NE1TLAU

— Y, a usted, que era un excelente médico y que ahora se da a la misión de malear a los hombres con salud, le aconsejo que vuelva a sus ocupaciones de antaño para contribuir a la curación de las dolencias humanas... (Se contri­buye más y mejor a la curación de las dolencias humanas desde el trabajo den­tro de la conciencia de hombre, que en la política fuera de ella).

Bunge en su libro da la sensación de ser un diestro pescador de caña; su frase es anzuelo tentador para los que siendo educadores se abrogan facultades de go­bierno. Unamuno se adhiere de lleno en el prólogo del Espíritu de la Educación. Errores lamentables, inexcusables en un espíritu como el de Unamuno, máxime cuando a la vez se adhiere a Bunge echando un nudo a sus ambiciones, lan­za sus dardos envenenados contra la Escuela Moderna, en la persona de Fe-rrer y Guardia. Poco afortunado por de­más... (El Estado español no se organi­zó por la educación sino que se impuso por la fuerza que es la única que le sostiene. De su fruto amargo gustó Unamuno, en la famosa frase de Millán Astray: ¡Abajo la inteligencia!). El im­posible bugeriano está negado en todas y en cada una de sus formas en que se organiza. Ahí están las frases de uno de sus componentes, el analfabetismo cada día más creciente, los decretos, y la falsa educación están ahí para negar­los. No nos ruboriza lo que tendría que ruborizarno, porque como dice Tagore: «No se puede enseñar nada más que lo que se ama, ni decir nada más que lo que se siente.» Basta solo con echar una mirada hacia los Estados que organizan la educación para comprobar lo dicho-Los maestros de escuela, se dice, nos liberarán, no los soldados. Pero el Esta­do obliga a los maestros de escuela a

que sean soldados. A que instruyan co­mo soldados. En las escuelas como en los cuarteles se oye resonar el canto de guerra: (Caifas y Pilatos miran hacia las cunas con intención de abortar el hombre. ¿Quién se opondrá a ello?) No veo sino un recurso, contesta Alain; lo veo en algunos millares de maestros in-jur'ados todos los días por Pilatos y Caifas, que ni siquiera hacen atención a ello, cuidosos solamente de no dejar entrar en el tierno cerebro del niño, los pensamientos de viejo que desde hace tantos siglos hacen abortar al hombre. Los innovadores pues, deben de romper los viejos moldes. Esto es, hacer la re­volución; necesaria por demás. Las ideas de civilización, de progreso, de cultura y de educación están estrechamente li­gadas a las de libertad. Sin libertad no es posible organizar la educación; no es posible organizar la educación sino por medio de la libertad. (La libertad es la

(Pasa a la pág. 3)

F.L DE CAEN Esta Federación Local comunica i

todas las Federaciones Locales y al Movimiento en general, la expulsión del afiliado Antonio Navas, con carnet 9.087 R. N. y 27 R. L. que pertenecien­do a estas JJ. LL. había ingresado en las Juventudes Socialistas. Lo que ha­cemos público para general conoci­miento.

Journal imprimé sur les presses de la SOCIETE GENÉRALE D'IMPRESSION (Coopérative Ouvriére de Production) Siége social : 26, rué Buffnn, Toulouse Ateliers 61, rué des Amidonniers

Téléphone : CApitole 89-73

Page 3: EL EÜCODEIIADO - UAB Barcelonano pertenece la corona por ser producto del hurto y el ultraic, está predestinada nacione s y en nuestra actuaciones. Otr a batall h ganad o Franc e

RUTA P á g . 3

FORMACIÓN DE La TIERRA Otilan da La fridci

y, dai fr&mbta

EL Sol es el an tepasado de nuestrr.

vieja madre la Tierra . Con un pequeño esfuerzo de la imagina­

ción podemos representarnos el ori­gen, la creación de nuestro p laneta .

Ent re la mul t i tud de astros y de nebulosas, nuestro Sol, globo de gas en fusión, avanza a una velocidad loca; de pronto comienza a bri l lar y a lanzar part ículas ardientes; una de ellas será más tarde la Tierra . ¡Con qué pront i tud (una pront i tud de varios millones de años) el mi­núsculo p laneta pierde su luz y su calor, se reviste de una costra sólida! | Periódicamente la costra, poco espe­ía, se desgarra; de las profundidades salen chorros inflamados, que se ex­tienden sobre vastos terr i torios. Las enormes masas liquidas que formarán más tarde los océanos de ese mundo flotan alrededor del as t ro , bajo la forma de una espesa capa de vapor.

Cuando la tempera tura de la capa de aire desciende a 600 grados, el hidrógeno y el oxígeno se combinan: el agua hace su aparición. Durante muchos siglos, enormes t rombas de agua precipitadas desde lo alto de la atmósfera se aplas tan , con silbidos estridentes, sobre la costra aun ca­liente de la estrella apagada, y se condensan nuevamente en vapor: es el nacimiento del océano primitivo, y en el interior del astro se produ­cen gigantescos acercamientos, le­vantamientos, hundimientos.

En el t ranscurso de millones de años surgen del mar primitivo los fragmentos que consti tuirán la tiern* firme, se van formando los lechos en donde se agi ta rán los futuros océa­nos. Las olas del mar naciente, al chocar contra las rocas, las roen y las desgastan, disuelven poco a poco las capas sucesivas y el barro que se forma es t ranspor tado por las aguas: así nace la t ierra nut r i t iva donde la vida echará raíces.

El enfriamiento prosigue, y causa presiones y tensiones en la epider­mis de piedra, que se a r ruga aquí y allí, se levanta, se hunde, se abre: es el origen de las montañas y de los valles.

Así como la piel de una manzana se a r ruga al pasar de la madurez, se vuelve demasiado grande pa ra el fruto, así la piel rocosa del cuerpo celeste, la costra formada sobre el emplazamiento de los mares en ebu­llición se encoge a causa del enfria­miento progresivo del as t ro , cuyo vo­lumen ha disminuido. El aire y el

agua, el viento, el calor y las hela­das a t acan a las piedras de las mon­tañas , las t r ans forman en polvo, en arena , en limo; las amon tonan en las l lanuras , donde Flora creará su reino multicolor.

En los primeros t iempos surgen montañas volcánicas, estal lan erup­ciones, los campos de lava se van extendiendo. El globo antes ardiente va tomando de más en más el as­pecto de un globo «terrestre».

¡Y la vida aparece! G A R C Í A - M I R A N D A .

(Seguirá.)

EL ÍDOLO ( V i e n e d e l a p á e . 1)-

davía quienes, pretendiendo hacer lo imposible, lo postularon.

Es un producto falso; y por lo tanto terrible. Es preciso, amigo lector, que evites su creación si te estimas en algo; no fanatizarte. Ello acarrea muy malas consecuencias.

Ningún hombre que sea sobresalien­te, honrado y comprensible, aspira a la efímera gloria de la dolatría. Por el contrario. Quien es verdaderamente grande, huye de ella como del peor de ios contagios. Cuantos más conocimien­tos de las cosas humanas adquiere el hombre, tanto más sencillo es, porque sabe lo que puede significar para sus experimentos (su única ansia) el grave estorbo del engreimiento y comprende mejor que nadie su falta de perfección. Que tiene sus vicios y sus virtudes. Y que para defenderse contra ellos nece­sita de la libertad que da el mantener­se fiel a sí mismo; a su talento; a su dominio personal. Lejos de de la auto­cracia sobre los demás que, tarde o temprano, despertarán su ambición con fuerza arrolladora. Su soberbia y todos los demás brutales vicios de la carne putrefacta.

Nada desprecia el genio. Y este mis­mo sentimiento se extiende por sobre todos los talentos; sobre los artistas. Y de la misma manera llega su influjo a cuantas personas bondadosas y amigas de dominarse pueblan la tierra.

Esa lacra tiene sus servidores en la casta inferior humana; en los equivoca­dos; en los rústicos; en los supersticio­sos, en aquellos que todavía creen en la existencia de las brujas o ea los cuentos de hadas. Este es su campo de acción.

Alguna vez, genios y hombres valien­tes y generosos, han sido empujados por los ignorantes a caer en las redes mortales de este enemigo de los emi­nentes; pero estos ejemplos son todavía mayor motivo a la idolatría. Mi deber y el tuyo, compañero, es oponernos a ella con todas las fuerzas a nuestro al­cance.

Cosme Paules del TORO

liMli El hecho de que hayáis conside­

rado el Esperanto como cosa propia es naturalmente, tal como podemos imaginarnos, una consecuencia lógi­ca de vuestras convicciones sobre la solución de los problemas y dife­rencias en el orden político, econó­mico, social, etc. Habéis visto el Es­peranto como medio eficaz para una mejor comprensión entre todos los pueblos de la tierra con su diversi­dad de lenguas. Mediante un con­tacto recíproco tenéis la posibilidad de intercambiar pensamientos direc tumente con vuestros compañeros y obreros del exterior, aprender a co­nocer sus sentimientos, no depen­diendo por más tiempo de los infor­mes facilitados por aquellas perso­nas efue hablan varias lenguas y que, muy a menudo, tienen mucho que desear. Vosotros, esperantista'!, conocéis bien estos motivos, por lo tanto, no es necesario que continue­mos extendiéndonos sobre el parti­cular.

Lo que debemos comunicaron i;.> que muchos esperantistas libertarlos vieron a la sazón la necesidad de editar independientemente un pe­riódico en Esperanto, a saber ; SENSTATANO. Con este fin se <or mó un comité compuesto de tres per­sonas encargadas de la aparición de este paladín. Ello se llevó a cabo y, después de un periodo en e> que dudamos de si podríamos sentir manteniendo nuestra publicación, podemos jactarnos ahora de que nuestro órgano aparezca mensual-mente con regularidad, y de que cada vez hay más compañeros que lo leen.

Sin embargo, hay aún muchos compañeros que no se han suscrito todavía a nuestro órgano, sea por motivos personales o porque ignoran su existencia, cosa que lamentamos mucho. Os llamamos laatención pa­ra recordaros que necesitamos la ayuda de todos para llegar a la rea­lización de nuestros ideales.

Pensad que se trata de la duul-gacin de las ideas libertarias y para celebrar, cuanto antes posible, con­gresos libertarios en Esperanto, asi como la publicación en Esperanto de las noticias para la prensa liber­taria internacional.

Esto podremos s ólo conseguirlo aumentando considerablemente el número de lectores de SENSTATA­NO y también mediante vuestra ac­tividad personal en la propagación del Esperanto en nuestros medi s

An pues, tomad conocimiento con SENSTATAO por medio de algunos números de prueba y finalmente lo más importante, subscribiros des­pués.

El precio es de 200 fran;o<¡ por año.

Escribid a : Ad Smit, Nw. 11e-rengr. 35 Amsterdam C. (Holanda).

Donativos pro F. I. J. L. De catorce compañeros de Montpel-

lier, 1.200 francos, y del Grupo Artís­tico de la misma localidad, 2.000.

LA REVOLUCIÓN y la técnica militar

S IN querer por esto afirmar que la transformación de la sociedad ac­tual podrá ser operada por me­

dios pacíficos y humanos; sin llegar a soñar que por el solo hecho de la cul­tura proletaria, en un momento dado ¡as clases estatales y capitalistas podrán ve­nir a nosotros y reincorporarse volun­tariamente a la gran tarea de renova-

las afirmaciones del compañero Bal-kansky, ya que la misión de los sindi­catos, así como las de los anarquistas creemos que es un poco más elevada de la que este les confiere; en nosotros po­demos convertirnos en términos milita­res, habida cuenta de nuestra repulsión a los mismos, ni los sindicatos pueden convertirse en escuelas militares, lo que

ción social; con más influenciación en sería convertirlos en escuelas de pillaj» mi conciencia Bakuninista que Tolsío-yana, nacida de la comprensión, de que en tanto perdure el sistema económico actual, las clases privilegiadas, intenta­rán defender las ventajas poseídas, en detrimento de las clases productoras, por todos los medios a su alcance; si llego a la conclusión de que los ensa­yos militaristas que nos propone el com­pañero Balkansky en su artículo apare­cido en el número 6 de «Cénit », inti­tulado «Guerra y revolución», lejos de reportarnos un beneficio como así éste nos asegura, sólo nos produciría un re­troceso vital en el normal desarrollo de la revolución, conduciéndola hacia los cauces dictatoriales, las enseñanzas de

y asesinato; desde el punto de vista mo ral, lo rechaza nuestra ética concepción de la vida; desde el punto de vista prác­tico, los conocimientos deducidos de nuestra trastocado Revolución, como los de todas aquellas en que llegó a fun­damentarse la hegemonía militar, en de­trimento de la popular, de la civil. Los sindicatos tienen una misión por la que laborar, la capacitación de sus compo­nentes, al objeto de predisponerlos para en el primer momento pasar a tomar las riendas de la producción de las ma­nos de sus eternos explotadores y lan­zarlos a la defensa de sus derechos re­conquistados por via de la revolución social y los anarquistas la fomentación

LO ÚNICO AMBICIÓN de la Iglesia

la revolución rusa, ateniéndonos sólo a de la cultura de la clase trabajadora a ésto, por hallarnos sufriendo sus más di- más de velar por los intereses revolu-rectas consecuencias, son argumentos de- cionarios de la misma, procurando en cisivos con que apoyar mi tesis. todo momento de que ésta no degenere

En un largo artículo, en el que cada y sirva solo para una trastocación de línea es una contradicción de la anterior personajes en el camino de la opresión, y dejando esto a un lado así como cier- impulsando y estimulando las conquis­tas gratuitas afirmaciones que se nos tas revolucionarias de la clase trabaja hacen, carentes de fundamento y que dora. creemos hechas, más bien, con el ánimo No precisa el pueblo de una técnica embargado por la actualidad de ciertos militar, para lograr el triunfo de la Re­hechos que apoyados en la sensatez del volución, sino al contrario, el fervor y ,ibre examen, lejos de absurdas impo- el espíritu combativo y edificador que

fc* MARSELLA El d o m i n g o 29 d e j u l i o , a l a s n u e v e de l a m a ñ a n a , G R A N

M I T I N e n el C i n e LA P L A I N E , c o n l a p a r t i c i p a c i ó n d e

F A U C H O I S , p o r l a C.N.T. f r a n c e s a ; P A B L Ó B E N A I G E S , y S A N S S I C A R T , p o r l a C.N.T. d e E s p a ñ a e n el Ex i l io .

¡ E x i l a d o s e s p a ñ o l e s ! ¡ A n t i f a s c i s t a s ! A c u d i d t o d o s a e s t e i m p o r t a n t e a c t o e n c o n m e m o r a c i ó n d e l d e c i m o q u i n t o a n i v e r ­s a r i o d e l a R e v o l u c i ó n e s p a ñ o l a .

siciones, que tanto perjudican, la liber­tad de exposición, como la de discerni­miento. Ateniéndonos solo a lo que di­rectamente nos afecta, estamos obliga­dos a refutar como contraproducentes

LA EDUCACIÓN (Viene de la página 2)

salud del espíritu). Un espíritu sano no puede conciliarse con convencionalismos dominantes...

Son los espíritus sanos... Esos millares de maestros injuriados por Pilatos y Cai­fas los que tienen que romper los vie­jos moldes, o dogmas: Políticos, religio­sos, o económicos.

...Revolución es, como dice Mella, en el más alto sentido de la palabra, une transformación o una serie de transfor­maciones, un cambio o una serie en las ideas morales, en los sistemas políticos, en las creencias religiosas, en la orga­nización de las sociedades, ya afecte a sus costumbres, ya a sus formas guber­namentales, jurídicas o económicas... Se pueden precipitar éstas de manera vio­lenta y abortar la verdadera revolución, como Caifas y Pilatos abortan el hom­bre: La revolución está ahí mismo espe­rándonos, necesaria de nuevas ideas mo­rales, por la que ha de ser fecundad i la conciencia humana. No ese cambio de gobernantes, dejando los gobernantes; el cambio de saludo... de banderas, o de figuras en las barajas y dejar las barajas, no — como continúa Mella —...mientras en la mentalidad humana y en la evo­lución social no hayan abierto brecha profunda en el espíritu de justicia que es recíproco respeto, y el sentimiento vivo de libertad y la clara percepción de solidaridad humana, que es igualdad y amor, no será posible el salto revolu­cionario en el desconocido porvenir...

LIBERTAD. Salud necesaria al espí. ritu, en la que el hombre adquiere se­guridad: En la que se ejercita. Y, a la que hemos de hacerle espacio en esta sociedad para poder ejercitarnos...

José MOLINA.

la impulse; las mismas verdaderas vio torias conseguidas por el pueblo espa­ñol, en el período de 1936-39 fueran aquellas obtenidas en los primeros me­ses, en que éste impulsado por su vo­luntad, se lanzó a la reconquista de sus inalienables derechos, con hombres salidos del corazón del pueblo, sin preparación militar alguna y nuestra verdadera derrota en el trágico momen­to en que las milicias militarizadas, pa­saron a formar un ejército regular, guiado por téonicos y jefes, aunque és tos fueran salidos de su misma base, los que tras de hacerle perder su confianza en la lucha, consiguieron debilitar su combatividad al convertir la lucha de reivindicación social, en una guerra ci­vil, sangrienta y repudiable.

Sin conocimientos técnicos militares, el pueblo español, guiado por su amor a la libertad, en ningún momento por técnicos, que solo lo llevaron a la mu-sacre, ha sabido imponerse siempre a las fuerzas agresoras, cayendo unas veces, para alzarse con más ímpetu más tarde, y avanzando siempre por la senda pro­gresiva de su reivindicación.

«El poder corrompe tanto al que lo ejerce, como a quien lo sufre», tenga­mos fe en el espíritu progresivo de la clase trabajadora y entre tanto contri­buyamos a su formación social y cul­tural, que es tanto como laborar por el triunfo de la revolución social, que nos lleve al fin, lejos de militarismos co­rrompidos y estados opresores, a la con­secución ideal de la sociedad hermana y evolucionista que anhelamos.

Francisco OLAYA.

través de los siglos, cual ave de rapiña insaciable, ha venijo la Iglesia hincando su zarpa

dominadora en generación tras genera­ción intentando imponer por la tuerza su dominio, mientras se oponía a todo avance social o científico que tendiese a emancipar a la clase trabajadora en beneficio de la incalculable riqueza de la cual la Iglesia es dueña y señora, producto del robo descarado que siem­pre y en todo tiempo ha efectuado, abusando de la ignorancia que sume a los pueblos en las tinieblas de la su­perstición.

Pruebas de su constante y premedita­da rapiña, de su abuso de dominio y de los crímenes que ha cometido cie­ga por la ambición de dominio de «cuerpo y alma» de todos Los seres que poblamos el planeta Tierra, existen in­contables y a ellas acudiremos para constatar la realidad de cuanto venimos diciendo. Y es por el dominio que ha ejercido el imperio papal en los empe­radores que Gregorio VII (1073-1085) obligó al emperador Enrique IV a que se encontrase con él en Canosa como acto de penitencia a su «desviación re­ligiosa» y esperara su absolución du­rante tras días con sus tres noches, en el patio del castillo, vestido con tela de aspillera y con los pies descalzos en la nieve.

Por la misma razón, en Vei:ecia, en 1176, el emperador Federico — Fede­rico Barbarroja — se arrodilló ante el Papa Alejadrn II claudicando ante éste prestándole «juramento de fidelidad». Y en el siglo III consiguió la Iglesia que los clérigos no pagaran tributo a los reinados o principados aludiendo lo pa­gaban a Roma y aun reclamó el oere-cho de exigir a los laicos un diezmo sobre sus propiedades, aparte de los impuestos que satisfacían a sus prínci­pes.

La historia de todos los países domi­nados por la Iglesia romana reflejan idéntica fase, pues en el siglo XI — fase de lucha a muerte entre la Iglesia y el Estado, y que generalmente siem­pre terminaba la contienda con ¡a vic­toria papal —, usaba como atracción hacia su seno de lobos hambrientos la excomulgación de los principios «rebel­des» y liberación de los subditos de ia fidelidad y vasallaje de sus soberanos. Con estas armas les fué posible a los papas extender su dominio por donde hallaban campo abonado a sus preme­ditadas ambiciones y así lograron do­minar a los príncipes más «rebeldes» s intimidar a los pueblos más inquietos bajo la amenaza de . no casar a las gentes, de no enterrar a los muertos y aun formando cruzadas contra los prín­cipes que no se sometían a su poderlo. Así, cuando allá por el siglo II intentó un tal Waldo por el sur de Francia predicar la vuelta a la sencillez a imita, ción del «maestro», cuando de ello se enteró la Iglesia puso todas sus fuerzas en movimiento y una vez segura no le iba a fallar el golpe se lanzó furiosa contra los waldoneses secuaces de Wal­do, matándoles a fuego y espada, des­pojando de todos los bienes mientras

31 LL DE CAEN Esta F . L. par t ic ipa a todas las

Federaciones Locales y al Movimien­to en general la anulación del car­net 8.882 R. N.-17 R. L., a nombre del compañero José Coll, por haberlo éste extraviado.

Al mismo tiempo ruega a los com­

pañeros que se ci tan a continuación se pongan en relación con esta F . L. al siguiente domicilio: J . Fernández, chez M. Calleja, Caserne du Chá-teau, Caen (Calvados): José Guironio, Damián Flores, Ramón Tomás, F ran­cisco García, Nicolás Sastre , Antonio Fernández.

llevaba a cabo las crueldades más abo­minables e igualmente cuando el faná­tico Francisco de Asis quiso también im tar a su «maestro» levantóse la Igle­sia ebria de venganza contra todos aquellos que se «desviaban» y desobe­decían las «órdenes de Roma», llegan­do a quemar vivos en pleno Marsella a cuatro secuaces de Asis (1181-1226) mientras encarceló, persiguió sin compa­sión al resto de la cofradía.

Del mismo modo apoyó Inocencio III a los dominicos en la terrible orden de la creación de un organismo, la Inqui­sición, destinado a perseguir los «here­jes» y llevaba como único fin la per­secución del libre pensamiento e inter­ponerse a todo progreso social que ten­diese a favorecer a las clases pobres. A continuación, siglo y medio después de la destrucción de los «franciscanos» y creación de la secta inquisitiva por los dominicos, aparece un tal Wyclifíe (1320-1348), ilustre doctor de la univer­sidad de Orfort, el cual, muy avanzada su vida, comenzó a criticar a la Iglesia y a exponer la corrupción del sacerdo­cio, llegando a organizar un grupo de curls pobres y consiguiendo, dado a que el tal Wycliffe era un hombre cultísi­mo, captarse muchas simpatías y aun­que Roma se irritó contre él ordenando le persiguieran y encarcelaran, a pesar de todo murió sin claudicar ante -=\ imperio papal. Pero la Iglesia, dando rienda suelta a su condición de ave de rapiña, hincó sus sangrientas garras ec la tumba del muerto — decreto salida del Concilio de Constanza (1415) — or­denando que sus huesos fueron exhu­mados y quemados, orden que ejecutó en 1428 el obispo Fleming, por manda­to del papa Martín V y en este acto execrable, como todos, no fué el de un fanático aislado, fué un acto oficial de la Iglesia.

Como hemos podido constaatr a tra­vés de todo cuanto hemos expuesto, du­rante los precedentes y actual siglo, «la única ambición de la Iglesia» ha sid» y continúa siendo la de llegar a do­minar el mundo en que vivimos bajo la sórdenes de Roma, pruebas de ello las hallamos de todas clases y de va­riadas formas, mirando en derredor nuestro y constatando de qué forma tan «suave y delicada» va infiltrando la Iglesia por todas partes ejerciendo pre­dominante influencia en la cosa pública.

El «año santo» no ha sido ni más ni menos que una nueva cruzada de Ro­ma como demostración de su poderío y la ida a la «ciudad santa» de millares de feligreses pertenecientes a las cla­ses privilegiadas a postrarse de rodillas ante el «santo padre» es igualmente una prueba concreta de cuanto venimos, afir­mando. Y terminaremos diciendo que Franco es en la actualidad el último de los dotadores que se ha inclinado de rodillas juramentando fidelidad y su­misión a Roma ante Pío XII, permi­tiendo que sea la Ielesia la que dirija los destinos «materiales y espirituales» de España, convirtiendo Roma el pueblo ibérico en un valle de dolor v miseria y por lo cual ha sido premiado el cri­minal Franco con ser reconocido por Roma, «por la gracia de Dios».

Afortunadamente las clases laboriosas vamos progresivamente despojándonos de toda influencia supersticiosa mien­tras continuamos independizándonos de v luntades ajenas al mismo compás que orgánicamente unidos vamos adquirien­do esa personalidad propia que nos permite saber a qué atenernos en dife­rentes conceptos, cosa que preocupa de gran manera a Roma y formemos la única e irrompible barrera que se opone a su única ambición.

A. L Á M E L A .

t+tt^j*^*,*,*!*,»!*****************************^^

(Continuación)

En todas las cartas que recibimos entonces, resalta el total desamparo de su situación, pero al mismo tiempo su indomable decisión de no abandonar la lucha deses­perada. En cada una de sus líneas sentimos cómo san­graba su alma torturada, y justamente la conciencia pa­ralizante de su completa impotencia hacía más desespe­rado todavía su estado. Una de sus cartas, nos llegó en diciembre de 1933 a Denver; contenía las siguientes pa­labras estremecedoras: «... Estoy cansada mortalmente, pero no puedo dormir. En las largas noches está ante mis ojos su figura desencajada y ensangrentada, y no puedo hallar sosiego. Algunas veces grito como una lo­ca, no puedo evitarlo, queridos míos. La angustia me mata. Cada nuevo día tengo la representación horrible de que quizás se le ha aplastado ya. Estoy tan débil, tan mísera y, sin embargo, no puedo ser débil. Si sucumbo, él pierde todo lo que le queda. No, tengo que resistir, no queda otro remedio. Querido Rudi, querida Milly, es difícil soportar tanta desgracia, pero no hay más salida, tengo .. Escribidme a menudo desde el viaje. Vuestras cartas son tan cálidas y amorosas, y el amor no existe ya aquí. Todo es frío como una morgue. Pienso a me­nudo que nosotros mismos somos quizá ya cadáveres y no lo sabemos aún. No me olvidéis; os necesito. Ambos os necesitamos...»

Lo que tuvo que soportar Erich en Brandenburg, se desprende de la descripción de uno de sus compañeros de prisión de entonces, que nos envió Zensl después. El autor fué liberado más tarde y huyo a Praga, donde en­contró a Zensl y le hizo a pedido de ésta el siguiente relato: ,

«En octubre de 1933 encontré en Brandenburg, en la limpieza de las escaleras, a Erich Müuhsam, que debía hacer ese trabajo diariamente. Como nos conocíamos personalmente desde 1928, Se confió a mí. Le dije al oído que haría conocer al público su martirio en cuanto fe me ofreciese la primera oportunidad para ello. Me dijo entonces: «Pero no olvides las torturas que tienen que soportar millares de prolltarios sin nombre. Este martirio es asunto de todo el proletariado, de los anti­fascistas. ¡No hagas ninguna cuestión de personas!» Yo babfa admirado ya su heroica firmeza, que resistía los castigos y las torturas más humillantes, pero entonces se me apareció en toda su grandeza, en su abnegación ili­mitada en favor de todos los desheredados y de todos los oprimidos. Le confesé abiertamente que, ddaa la magnitud de los toarmentos que tuve que sufrir ininte­rrumpidamente, dudaba si pondría fin por mí mismo a la vida. Me respondió textualmente: «No debemos ha­cerlo bajo ninguna circunstancia. Si nos matan esos cor­chetes inhumanos...»

»En ese momento llegó corriendo un miembro de las S.S. singularmente bestial, conocido de todos los presos

El camino de pasión de Zensl Müsham como camarada Zackig, y tras él otro más con el penado Dimitrev, un nazi ruso, a quien se había llevado al cam­pamento para maltratar a los judíos. Los tres sujetos se arrojaron de inmediato contra Erick Mühsam. Propina­ron al hombre indefenso puñetazos, en especial en la región de los ríñones, le tiraron del pelo y de la barba y le obligaron a lamer en el suelo el agua sucia de la limpieza. Ensangrentado y extenuado, tuvo Mühsam que subir y bajar corriendo las escaleras cinco veces. Y mientras lo hacía, golpeaba sobre el hombre tambalean­te toda una cantidad de miembros de las S.S., que ha­bía acudido entretanto, junto con los penados Dimitrev, Alex mder Rubach y un rufián llamado Stark, conocido en el campamento entero como Tarzán, con toda la fuer­za de sus puños y con escobas.

«Cuando volví a mi puesto, estaba tan conmovido que no pude hablar siquiera con mis compañeros de sufri­miento. Sentí que se habían pisoteado en Erick Müh­sam todos los derechos humanos.

»E1 12 de octubre fué arrastrado Mühsam al patio, donde los presos tuvimos que formar un círculo a su alrededor. El jefe del campamento, un S.S., Schmidt, hizo el siguiente discurso: «¡Ved bien a esta figura de blanco de tiro! ¡Estos son vuestros jefes! ¡Este es Erick Mühsam, de la República bávara de los consejos! Müh­sam, ¿estás ahí? —Sí, estoy—dijo Mühsam—. ¡Ved, este cerdo judío todavía está orgulloso de ello!—gritó Sch­midt, y asestó a Mühsam un terrible puñetazo en el rostro que le hizo caer a tierra.

»E1 24 de octubre fué llevado Mühsam al patio 5. Todos los presos judíos fueron reunidos y obligados a pegar a Mühsam. ¡Ay del pobre que no golpease bas­tante fuerte en opinión de los S.S.! Tenían que pegar espantosamente por ello. Los presos judíos estaban ex­puestos sobre todo a las torturas más irritantes. Así vi una vez cómo doce presos judíos tuvieron que limpiar con las manos lo s pozos negros. A uno de ellos se le obligó a pegar con un gran listón de madera a los ca­ntaradas que trabajaban, para incitarles a la tarea.

»El 11 de noviembre vimos c¡mo pasaba Mühsam su hora libre en el patio, casi ciego y sordo. Estaba enton­ces en la B-umkerstatkm, una celda subterránea en don­de los presos eran torturados día y noche. Como Müh­sam era demasiado débil para andar por sí mismo, le sostenía un compañero de prisión, un cierto Lewin. De repente apareció el comandante Tank en compañía de un S.S. Se dirigió a Mühsam y le leyó algo de una revista. Mühsam movió la cabeza. Luego se alejó Tank.

Poco después se oyó e] grito: «¡Cerrad las ventanas!» Era un signo de que la atmósfera estaba limpia y los S.S. podían hacer lo que quisieran. Catorce S.S. se arro­jaron sobre Mühsam y le pegaron horrorosamente. Lo empujaron a la entrada de la iglesia de la prisión, dón­de el guardia del patio asestó a Mühsam en las espaldas, con la culata del fusil, un golpe tan fuerte que le hizo caer al suelo. Seoyó sólo un único quejido. Mühsam no gritaba nunca. Incluso cuando se le quebraron los dos dedos pulgares, sólo hizo oír un reprimido suspiro (1).

»Lo que ocurrió en el patio 5, no pudimos verlo nos­otros. Pero los internados del lazareto, cuyas ventanas daban al patio 5, nos contaron después que los S.S. ha­bían apaleado a Mühsam con grandes listones de ma­dera. Cuando se cansaron, pusieron al poeta maltrecho.

RUDOLF ROCKER que no podía estar ya en pie, contra el muro y se de­dicaron al placer sádico de disparar hacia él las pistolas para infundirle la angustia de la muerte. En el paseo encontré después entre sangre y astillas un vidrio de los lentes de Mühsam, que recogí.

»A1 día siguiente vi a Mühsam en la puerta del la­zareto, cuando pedía que lo viera el médico. Causaba horror. Del oído derecho, que manaba siempre sangre, sobresalía un gran bulto de pus. Estos son sucesos que tuvieron lugar delante de mis propios ojos.»

Todos estos terribles acontecimientos fueron conoci­dos con exactitud por Zensl; le fueron transmitidos en parte por Erich mismo, en parte por compañeros de pri­sión liberados despus. Cómo pudo soportar durante die­cisiete meses esos tormentos espantosos del alma, es para mí todavía hoy el mayor milagro. Sólo la férrea decisión de mantenerse firme hasta el fin pudo darle tanta fuerza. En una de sus cartas de entonces nos men­cionó un par de palabras de Erich, que le dijo en voz baja en una visita a Brandenburg: «Has de saber, Zensl, que no temo a la muerte, pero este asesinato lento, es espantoso». Estas palabras me trajeron a la memoria una conversación con Erich, que habíamos tenido antes sobre el fin horroroso de Landauer. Me dijo entonces: «La muerte no es ningún arte, pero ser aplastado lite­ralmente por bestias brutales, sin espíritu, es un pen­samiento que no puedo tolerar». ¡Qué habría podido

sospechar en aquel instante que ese terrible destino le estaba deparado a él mismo-

ORANIENBURG

El 2 de febrero de 1934 fué trasladado Erich al cam­pamento de Oranienburg. Ese campamento había sido hasta allí el mejor de toda Alemania. La disciplina era estricta, pero raramente se producían malos tratos. Zensl fué bien informada por antiguos presos sobre eso; se puede imaginar lo bien que la afectó el traslado de su esposo. Animada por nuevas esperanzas, estuvo pen­diente de la primera visita a Erich en Oranienburg. Pero ya esa primera visita fué para ella una amarga de­cepción. Erich le hizo saber que había sido maltratado también allí. Cuando le acariciaba las manos y quiso darle un termo con café calliente, se precipitó el S.A. Petscher, un sujeto bestializado, rudo, conocido en todo el campamento como Himelstoss, y le arrancó el frasco de la mano, gritándole: «¡Déme aquíl ¡Para que el puerco judío no tome licor!» Olió el frasco y se lo de­volvió.

El campamento de Oranienburg no era ya el mismo; también allí se había producido un gran cambio después del decreto de Goering, bajo el cual tuvieron que sufrir gravemente sobre todo los presos judíos. Se les cortó el pelo al rape; tuvieron que llevar desde entonces un brazalete blanco. Se les dedicó a realizar los trabajos más asqueantes y, a menudo, a la orden de dos verdu­gos, Himelstoss y Stahlkopf, a limpiar el lodo de los retretes con las manos desnudas. Cuando la columna judía debía dirigirse al trabajo, sonaba siempre el ama­ble grito de mando: «¡Compañía de la mierda, march, march!»

La breve esperanza de Zensl cedió paso a una amar­ga desesperación, que se volvió cada vez más grande cuanto más se agudizó la situación en Alemania y tuvo que reconocer que estaba excluida toda mejora en la condición de Erich.

Y sin embargo, apareció otra vez, unas semanas des­pués de la primera visita de Zensl a Oranienburg, una breve chispa de esperanza. La prensa extranera, espe­cialmente en Inglaterra y Francia, se ocupó en aquel tiempo a menudo de la situación de los presos políticos de Alemania, mencionando repetidamente, como por ejemplo en «Le Matin» parisién y en el «Manchester Guardian», el nombre del poeta Erich Mühsam. El mo­tivo lo dio el libro «Oranienburg» del ex diputado so-

cial-demócrata y actual redactor del «Neuen Volkszei-tung» de New York, Gerhard Seeger. Este, que había estado internado en Oranienburg, logró escapar del cam­pamento y refugiarse en el extranjero. Su libro produjo considerable expectación y fué utilizado con frecuencia entonces por la prensa extranjera. En aquella época, el tercer Reich no estaba aún tan firme como para igno­rar simplemente esas voces, de gran importancia en el exterior. Así ocurrió que e] gobierno de Hitler dio per­miso a una comisión de prensa extranjera para visitar Oranienburg, a fin de que se convenciese por propia cuenta que todos los rumores difundidos malévolamente en el extranjero por los enemigos del nuevo gobierno, r.o tenían una sola palabra de verdad.

El día antes de que apareciera la comisión, fué lla­mado Mühsam repentinamente ante el comandante Schae-fer, quien le dijo bruscamente: «Señor Mühsam. he sa­bido por casualidad que usted ha sido maltratado por Stahlkopf. Mañana viene una comisión de periodistas extranjeros a Oranienburg Si usted no informa a esa comisión de los malos tratos que ha recibido, le doy mi palabra de oficial de que en el futuro ni usted ni los otros presos serán maltratados.»

En esas circunstancias encontró Mühsam conveniente admitir la propuesta. Probablemente vio en ella el úni­co medio para procurarse un alivio a sí mismo y a sus camarades. Una protesta pública habría tenido valor si hubiese partido de la mayoría del campamento. Pero en s circunstancias imperantes no había que pensar en ella. La mayoría de los presos estaba intimidada y tenía que tener en cuenta a sus familiares; además le faltaba toda posibilidad de entendimiento mutuo, que era lo que podía dar la presión necesaria a una protesta co­lectiva.

En todo el campamento se trabajó entonces con prisa febril para suprimir todo lo que pudiera despertar la menor sospecha. Cuando al día siguiente llegaron al campamento los periodistas extranjeros, todo estaba bien preparado para darles una impresión lo más favorable posible. Con ello se logró el propósito perseguido.

(1) Se trata aquí de un episodio que, según el rela­to de Zensl, tuvo lugar unos días antes. Erich había presentado hiña solicitud para que se le permitiera es­cribir a su mujer. Cuando fué a pasear al patio, apa­reció de repente un S.S. con el nazi ruso Dimitrev. Este le dijo: «¡Mühsam, dame la mano!» Como Mühsam se negara, el S.S. ordenó dar la mano a Dimitrev. Entonces tomó el pillastre sus manos y le quebró los pulgares en las articulaciones. Después de haber realizado esa lia-zaña, le dijo imicamenie: «Ahora puedes escribir a tu mujer».

(Continuará).

Page 4: EL EÜCODEIIADO - UAB Barcelonano pertenece la corona por ser producto del hurto y el ultraic, está predestinada nacione s y en nuestra actuaciones. Otr a batall h ganad o Franc e

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Jfc\ül Monín le preguntó a U|L su mamá: j f W - ¿Es cierto que es ne~

^> cesario respetar las ca­nas? ~ ¡Naturalmente, hijitoí - Entonces ¿por qué te las tines?

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Kiko se presenta con un amiguito en casa de un fotógrafo: - Puede Vd. retratar a dos hermanos gemelos.

- Naturalmente ¿Cuál es el otro? ~ ¡Oh! como son muy iguales he traido solo a uno.

HERMANOS

LA forét polonaise est silen-cieuse- Tout est blanc. Seule, l'humble masure d'un büche-

ron tranche d'une tache sombre. Un petit garcon attend devant la porte, la f i g u r e ceinte d'une echarpe de laine rouge. C'est Ja-nek Wozniakowski. Son pere est parti a !a ville chercher ce qui lui est dévolu aprés la mort de l'on-cle Wladislaw. Dans la cabane. sa sirur Bronila et sa maman pré-tent l'oreille, l'espoir au coeur, car la famille Wozniakowski est pauvre et tout le monde compte beaucoup sur l'hérltage. L'oncle Wladislaw était riche, dit-on... II serait si bon de diré enfin adieu á la misere, au froid, á la faim, á la peine.

Soudain Janek ouvre bruyam-ment la porte et lance joyeuse-ment :

— Voici pére! II part á sa rencontre en cou-

rant. En voyant l'enfant, le visa-ge du pere se rembrunit. II porte une boite oblongue sous le bras.

— Nous t'attendions! dit sim-plement le petit garcon.

L'homme s e m b l e ignorer la question qui se lit sur les visa-ges, et, ayant posé la boite sur la table, 11 se dirige vers la che-minée. Peu á peu, le sang colore ses j o u e s et l'irritation crispe maintenant ses traits. II se re-tourne vers sa femme et ses en-fants et tend un index tremblant vers la boite qui git sur la table.

— Voici tout l'héritafce de l'on­cle Wlaflislaw!

La mere, que sa colére inquie­te, questionne doucement :

— Que contient cette boite ? — Regarde, mais regarde done !

glapit le bücheron, au comble de la fureur.

Avec des gestes méfiants et pré-cautionneux, sa femme souléve lentement le couvercle luisant. Reposant sur une doublure de ve-lours rouge, un violón apparait a ses yeux.

— Un instrument de musique? gémit-elle.

— Un violón! Oui. Voilá ce que ce vieil avare nous laisse. Un vio-Ion dans la maison d'un büche­ron ! Mais que voulait-il que nous en f assions ?

Poursuivant ses imprécations, l'homme s'approche de la table et saisit á pleines mains la cros-se polie et bien cirée, faisant vi-brer les cordes.

— Je ne veux plus jamáis voir ce sot objet. Voilá ce que j'en fais de son violón!

La main se tend vers la chemi-née oü luisent des braises arden-tes. Mais Janek prévient le geste et, s'accrochant au bras vengeur, crie :

— Papa! Papa! Ne le détruis pas'. Donne-le-moi'.

— Te le donner ? Pourquoi ? — Cela me f e r a i t tellement

plaisir. L'homme semble surpris de l'in-

tervention de son fils. Mais la maman lui prend doucement le violón des mains et murmure :

— Nous sommes trop pauvres pour offrir des jouets á ees en-fants. Donnons-le-lui. II sera si heureux!

Vaincu, l'homme incline la tete et, s'asseyant au bord de l'átre, il murmure seulement :

— Soit. Mais alors, que Janek ne s'amuse pas avec devant moi. Je ne veux plus jamáis avoir cet instrument stupide sous les yeux.

— Je te le promets, pere, dit Janek en serrant la caisse sonore sur sa préle poitrine.

Le lendemain, le petit garcon s'enfuit dans la forét, la boite sous le bras. II fait tres froid, mais le ciel est d'un bleu tres pur. Sur les branches, les paquets de neige luisent de mille cristaux brillants. Un tronc d'arbre git en plein milieu d'une clairiére. Ja­nek s'en sert comme siége et pose la boite prés de lui. II lance un coup d'oeil circulaire. II est seul et il ne cherche pas á masquer l'é-motion qui s'empare de lui lors-que le violón lui apparait, bril­lan! au soleil. II le prend sur ses genoux, caresse avec respect la crosse ouvragée, s'extasie devant le délicat dessin du chevalet-Puis, timidement, avec dévotion, il pince une corde. Un son grave jaillit, résonnant sous la haute voüte des arbres.

Au viliage voisin, Janek a vu souvent Szabo-le-Musicien faire danser les couples, les soirs de noces. Szabo met l'instrument sous son mentón et ráele les cor-des avec un archet. Un archet ? Le petit garcon en voit un, glissé dans le couvercle. II le saisit, glisse le violón contre sa joue et, copiant les gestes du musicien, le frotte sur les cordes. U«e plainte s'éléve, discordante et inharmo-nieuse, pourtant non dépourvue de charme. Le coeur de Janek bat tres fort. II découvre bientót qu'en appuyant ses doigts gau­ches sur les cordes, il fait varier le son de la plainte.

— J'apprendrai seul á percer le mystére des sons, se dit-il. Bientót, je saurai jouer aussi bien que Szabo. J'y parviendrai, et de cela je suis sur.

Six mois ont passé. Le prin-temps a redonné aux arbres leur parure naturelle. Janek a tenu sa promesse intime.

(A suivre)

LAS AYCNTURAS BE NCIN© QhílUúá

Ei A N » nv ENDIZAIE

LA ARDILLA Y... Mirando estaba una Ardilla

A un generoso Alazán, Que, dócil a espuela y rienda, Se adiestraba en galopar.

Viéndole hacer movimientos Tan veloces y a compás, De aquesta suerte le dijo Con muy poca cortedad:

Señor mío, De ese brío, Ligereza, Y destreza No me espanto; Que otro tanto

Suelo hacer, y acaso más. Yo soy viva, Soy activa; Me meneo, Me paseo; Yo trabajo, Subo y bajo,

No me estoy quieta jamás» El paso detiene entonces

(Continuación) bía crecido. Tal como la recibió del do­nante, así había quedado, con la única diferencia de q\ie había perdido parte de su brillo con el frote del bolsillo.

¿Había perdido acaso sus antiguas propiedades?

Nono deseó comidas pantagruélicas para hartar su hambre, blando lecho para reposar sus doloridos miembros, carros encantados que le llevasen a ca­sa de sus padres, a Autonomía, lejos de aquel país de pena y miseria.

Pero nada le movió de aquel guarda­cantón, ni un mal mendrugo se ofreció a sus afilados dientes. Manadio le había engañado en todos conceptos, y en su despecho estuvo a punto de arrojar le­jos de sí aquel engañoso objeto.

Un movimiento practicado para po­ner en ejecución su pensamiento, le hi­zo fijarse en una tiendecilla de platero en cuyo escaparate se velan objetos de oro y plata.

Un rayo de esperanza le inspiró este pensamiento:

— Puesto que en este país se da tan­to valor a estos metales, quizá de este pedazo de oro saque alguna moneda o con ella pueda obtener comida y casa por el momento.

Y se dirigió a la platería. El platero estaba en su mostrador

componiendo una arracada: su aspecto era altamente antipático, un viejectllo pequeño, de ojos chispeantes y nariz de pico de ave de rapiña. Levantó los ojos sobre el visitante y como su porte no era de comprador, le preguntó con mal gesto y peor tono:

— ¿Qué quieres, muchacho? Nono le presentó su brote de oro

preguntando si quería comprarle. El platero, mirándole con desconfian­

za le preguntó cómo había ven'do aquel objeto a su poder.

Nono Je explicó en qué circunstan-ciasse lo dio Monadio, y con la idea de aumentar su valor no descuidó la Cir­cunstancia de que estaba desprendido de la varita del rey y de detallar las propiedades maravillosas que, según la real promesa, debía poseer.

A todo eso respondió el platero to­mando un aire desdeñoso y tanteando el peso del brote; además explicó a Nono que había argirocracias que po­seían de esas varitas maravillosas, mas para que poseyesen la propiedad pre­ciosa de reproducirse por si mismas ne­cesitaban tener sometidos genios escla­vos-, sin ellos, las varitas quedabm re­ducidas al valor intrínseco del uro y no tenían más propiedad que la de poder cambiarse con otros objetos. Si Nono quería dejarle su brote, le daría por él dos piezas de plata asegurando que no ganaría nada con ello y que lo hacía únicamente por la piedad que le ins­piraba su corta edad.

Claro está que eso era falso, y que ganaría diez veces las dos piezas de pla­ta, pero Nono, que no tenia noción al­guna del valor, tomó con alegría las monedas y corrió a una tahona a com­prar pan.

A una anciana que pasó vendiendo manzanas le compró algunas, comió y un poco confortado pensó que era pre­ciso tratar de buscar un refugio para la noche.

Caminaba por las calles buscando la muestra de una posada, cuando oyó unos gritos desesperados. Se trataba de un niño de cinco o seis años que había rodado desde la acera al medio de la calle en ocasión de que un coche que corría al galope estaba a punto de aplastarle. La madre, paralizada de es­panto a la vista del peligro que corría III hijo, levantaba los brazos al cielo lanzando gritos desgarradores sin po­der moverse en su socorro.

Nono* de un salto, tuvo el tiempo preciso para arrastrar al niño hacia si, aunque los dos rodaron por el arroyo, ianos y salvos, porque el coche pasó sin tocarles.

Cuando se levantanron estaba la ma­dre sobre ellos, colmándoles de caricias, riendo y llorando a su vez.

Como el joven salvador se había en­suciado en el arroyo, la madre se lo llevó a su casa, que era una tiendecilla. en frente, donde el padre, que era sas­tre, componía los vestidos de su clien­tela.

El padre, lleno de ansiedad, viendo a su hijo y a otro niño mayor rodar por el suelo, se informó de lo que ha­bía ocurrido.

Su mujer, llorosa aún, le refirió el ac­cidente y presentó al salvador de su hijo.

El padre dio brevemente las gracias a Nono, y regañó a su hijo, acusándole de insoportable, de pilluelo, de no sa­ber estar quieto y de inventar a cada

momento algo para molestar y contra­riar a sus padres, concluyendo por man­darle sentar en un rincón dándole por añadidura y para recuerdo un par de pescozones.

La madre hizo desnudar a Nono pa­ra lavar su vestido . Mientras se secaba vióse obligado Nono a contar una vez sus aventuras y explicar por qué se encontraba solo en las calles de Monu-dia, en busca de colocación.

Los habitantes de la tiendecilla se extasiaron oyendo el maravilloso relato que les hizo de Autonomía, haciéndose dar mil explicaciones sobre los más mí­nimos detalles.

El sastre dijo que había oído hablar de aquel país por obreros de paso, pero que hasta aquel momento le había pa­recido aquello completamente fabuloso y bueno a lo sumo para distraer la imaginación-

También observó Nono, mientras ha­blaba, que el sastre y su mujer tenían aquella fisonomía de borregos que ya había notado en la mendiga conducida ante el prevoste.

El hombre y la mujer se consultaron y propusieron a Nono tenerle en casa, donde le darían comida y cama; ayu­daría ai sastre, éste le enseñaría el oficio, y si era aplicado y asiduo al trabajo se le daría con tiempo un jor-nálito.

Nono aceptó con alegría: salía de pe­nas y el sastre economizaba un obrero

XVII

El sastre despertó temprano al día siguiente a Nono para dedicarse al tra­bajo.

Le hizo sentar a su lado en su banco de trabajo, le enseñó a cruzar las pier­nas para ocupar menos sitio y le dio dos trozos de paño para coserlos, con las instrucciones y observaciones preci­sas paar el manejo de la aguja.

Para amenizar el trabajo, le envió a llevar a los clientes algunos trajes ter­minados.

Cuando llegó la noche, Nono, que nn se había detenido un instante más que

'; 1

¡ — lilDRili

I N Italia no existía una lenguas

común antes de la funda > ción de Roma. Cada región ¡

tenía su dialecto peculiar, con no i jpocls afinidades, entre las cuales ti- ¡ ' guraba el latín. La conquista suce-J ¡ vva de toda la península por los ro-^

i • t

Jel latín. Por eso ninguno de ellos t ¡ tuvo una verdadera literatura y se-» i guramente hubiérale acontecido 'oI» ¡ mismo al latín, si el contacto con la ¡ i Grecia no hubiese inoculado en los i

I

jco, el ombrio, el oseo, el sabelio, -I 4 griego y luego el latín, como last

lenguas más generalizadas. Otrosfe 4 dialectos, como el celta, el calabrés,

ligurino, el volseo, etc., son de

' manos, ahogó por completo aquellos t dialectos e hizo florecer sobre ellos

romanos la afición a las letras. Hallamas, pues, en Italia el etrus

poca importancia para nuestro ob­jeto.

El etrusco era hablado en la Etru-na, el ombrio en la Umbría.

El oseo, que no es otra cosa que ijun latín más concentrado, abarcaba

tres regiones: oseo del Norte, ha­blando por los sabelios (pequeños sabinos), comprendían los sabinos, pelignos, marrucinos, marsos y ves-

j tinos; oseo del centro: la Campania i y el Samnio; oseo del Sur: Lucania.

Apulia, Brucio y Sicilia. Era el oseo la lengua más exten

dida en la Italia meridional. Su gran semejanza con el latín hacía que fue­se entendido por los latinos, al pun­to que en Roma se fijaban en las casas, inscripciones en oseo, como arse verse (arsionem averte), y no pocas veces, aun en tiempos del ¡m perio se representaban farsas en os­eo muy de] agrado del pueblo.

El griego tenía su sede en la Mag­na Grecia, pero también era conocí do en la mayor parte de la penínsu la. Todas estas lenguas fueron poco i a poco suplantadas por el latín, len- ¡ gua que nació en el Lacio. Del latín t proceden el 90 '/« de las palabras ¡ que hablamos en el español o caste llano.

t t m m w ^ m . . t n w T . . . ^

para comer, lo que se hacia muy rá­pidamente para continuar en seguida el trabajo, estaba extenuado.

¿Y las comidas? Se acabaron las buenas frutas, lii

abundancia y la alegría de Autonomía. Por la noche una mala sopa de legum­bres cuidadosamente escatimadas, con un poco de grasa y otro poco de pan moreno. A medio día patatas, y algunos días por extraordinario se añadía tocino o carne de calidad inferior.

Y no era que el sastre y su mujer fuesen malos, era su comida ordinaria, de la que participaba; ni tampoco que fuesen avaros y deseosos de amontonar dinero, sino que los víveres eran caros en Monodia, los alquileres abrumadores y el trabajo mal pagado, y por tanto era preciso trabajar con exceso y que­dar con gana para estirar los recursos hasta cubrir las más apremiantes nece­sidades.

Tal era la existencia de los que se veían obligados a trabajar por y para los otros.

Y aun el sastre se consideraba rela­tivamente feliz, porque su oficio le per­mitía entenderse directamente con «u clientela.

No asi los que trabajaban en las fá­bricas, encerrados en grandes edificios sin ventanas, iluminados por una cla­raboya en el techo y dominados por grandes chimeneas humeantes siempre; los sufrimientos de aquéllos eran mu­cho peores: encerrados todo el día, vi­gilados constantemente, debían produ­cir sin cesar, sin levantar la cabeza un segundo, sin poder hablar entre sí y su­friendo la multa a la menor infracción del reglamento.

Dichas fábricas pertenecían a los in­dividuos que Nono había visto pasear­se en lujosos carruajes. Por cierto que no se les veía jamás en ellas, y para sustituirles y representarlos, escogían entre los mismos obreros algunos a quie­nes pagaban un poco más, y con el nombre de capataces, regentes, mayor­domos, hombres de confianza, etc., les imponían la obligación de vigilar a sus excompañeros.

Nono, que tuvo ocasión después de tropezar con algunos de esos encarga­dos, les encontró un fisonomía que participaba de hombre y de mastín.

De aquellos señores, los que no po­seían fábricas, eran propietarios de cam­pos, prados, etc., que daban a cultivar a otros intendentes que yacían trabaiur a los campesinos, y cuando éstos habían segado, vendimiado o realizado la reco­lección general de los frutos, se pre­sentaba el intendente del amo que to­maba la mayor y la mejor parte de la coescha, dejándoles lo preciso para no morir de hambre.

Otros poseían casas. El propietario de la en que vivía el sastre, poseía má, de cien en Monodia; y los que no lu tenían pagaban la cantidad exigida en moneda corriente pra tener el derecho de habi-tar un rinconcillo.

Otros no tenían fábricas, ni campos, ni casas, pero compraban unos géneros necesarios para la vida y los vendían después, obteniendo un beneficio sobre cada operación, y al final se hacían ri­quísimos también.

Ante estas explicaciones Nono movía la cabeza reflexionando si los genios es­clavos que formaban el poder de las va­ritas de oro, serían acaso aquellos hom­bres que trabajaban en las fábricas y en los campos pagando el diezmo por co­mer, vestirse, distraerse y alojarse.

Acaso diréis que esas reflexiones eran demasiados profundas para un niño de nueve años; pero se ha de considerar que Nono comenzaba a haber visto ya muchas cosas, y la experiencia madura el entendimiento antes que los años.

Así pasaban los días e ncasa del sas­tre, trabajando y hablando.

Nono conoció también la ciudad, yen­do a entregar trabajo hecho a los clien­tes o a comprar material a las tiendas o almacenes.

A veces, cuando el trabajo no era muy urgente, salía el sastre a paseo con su hijo, y Nono le acompañaba, o se diri­gían a las calles principales, admirando las riquezas amontonadas en los alma­cenes.

Con el tiempo, el joven aprendiz hizo progresos en su oficio, beneficiando con ello a la familia, y el ordinario se filé mejorando insensiblemente.

Un día que el sastre pudo arrinconar una moneda de oro, dio a Nono una moneda de plata, y aunque creyó con ello realizar un gran acto de generosi­dad, lo cierto es que apenas represen­taba la vigésima parte de lo que con el aprendiz economizaba.

(Continuaré)

EL viernes, como todos los días, hizo el padrino su pregunta cuando los dos chicos regre­

saron alborozados del colegio: —¿Qué queréis q u e os pinte

hoy?—les dijo. —¡Unos pollitos, unos pollitos!

—respondieron, muy contentos, Botón y Azulita.

Cogió un papel y un lápiz el padrino, y mientras los iba pin­tando iba dándoles asi la expli­cación de su dibujo:

—Los pollos, cuando son chiqui­tines, cuando están recién salidos del cascarón, todavía conservan la forma del huevo. Por eso, para pintarlos, lo primero que hay que hacer es dibujar un huevo de ga­llina; en la parte más estrecha se pintan el ojillo redondo y el pico triangular, colocados según convenga a la postura del bicho, y abajo, en la parte ancha, las patitas con esas estrellas que ha­cen sus dedos chiquitines.

A los pollos se les quiere, no porque sean más o menos bue­nos, sino sólo con verlos. Lo mis­mo agrada mirarles cuando están medio dormidos, cerrando de vez en vez su parpadito, que cuando están muy despabilados, corrien­do alocadamente todos a la vez porque la madre ha visto una mi­ga de pan y la ha hecho saltar para que la vean bien y se la co­man sus polluelos.

En fin, siempre se les quiere y sólo con verlos.

Además, estos pollitos del dibu­jo... Yo os contaré lo que les pasó a estos pollitos del dibujo y a sus hermanos; porque habéis de sa­ber que en total eran nada me­nos que veinticuatro.

Primero he de deciros quién era Ernestina. Ernestina era una muchacha de doce años, tan afi­cionada a la música, que ya daba conciertos de piano delante de esos públicos que están llenos de caras desconocidas, de señores calvos y de señoronas canosas que miran con impertinentes.

Con los dineros que ganaba, se la Ocurrió comprar una incuba­dora por el deseo que tenia de poseer unos cuantos pollitos, y en ella metió dos docenas de hue­vos que compró en una huevería.

La verdad es que a la chiquilla le daba un poco de pena el si­lencio de la caja aquella, pensan­do en que los pollos que crecían dentro del cascarón iban a salir muy tristes porque no sentían a la gallina madre. Fué la niña en­tonces y se ponía a hacer labor al lado, y tosía o canturreaba alguna cancioncilla para que los animalitos se sintieran acompa­

ñados y no pasaran miedo ni tris­teza.

Al fin nacieron aquellos veinti­cuatro polluelos pequeñejos, y Er­nestina los cuidaba mucho: les ponía agua más limpia que el es­pejo, les daba de comer en la ma­no, los señalaba con un nombre a cada uno y hasta los adornó con unos lacitos verdes en la pa­tita derecha, que parecía casi casi que llevaban reloj de pulsera.

Resultó que Ernestina estaba entusiasmada: los sacaba al sol cuando al sol se estaba calentito, y los ponía brasero en casa si hacia frío; y para que se vea lo bonísima que era con ellos, basta decir que los dejaba entrar en el cuarto cuando la infantil pianis­ta ensayaba, y unos en los res­paldos de las sillas y otro», en los candelabros del piano, los «pispa­jos» veían cómo las manos de la niña, igual que dos lindas arañi-tas de cinco patas, recorrían aquel teclado, que parecía una dentadura. Y tocaba tan admira­blemente la muchacha, que los pollos inclinaban un poquito la cabeza, como las personas que quieren oír con mucha atención alguna sinfonía.

De este modo se fueron aficio­nando a la música los veinticua­tro, y a la hora en que iba a en­sayar Ernestina se agolpaban a la puerta del cuarto para entrar a escucharla cuando la chica abriera.

Estas cosas dieron una gran idea a la chiquilla, que lo que hizo fué ensayarlos la voz, o sea el «pío-pío», a todos ellos. Y ad­virtió que el «pío-pío» de unos pollos coincidía con el «do» del piano; el «pío-pio» de otros, con el «re», y asi sucesivamente, de modo que entre todos los «píos-píos» podían hacer la escala: Do-Re-Mi-Fa-Sol-La-Si-Do.

¡Qué maravilla había descu­bierto!

Ernestina los ponía en grupos; ¡na tocando con una eran pluma de ave al grupo que cada ve* te­nia que hacer el «pío», y consi­guió que con aquellos pollos se pudieran tocar todas las músicas, como esos que tocan con un alambrito y una bola de corcho a la punta, en una fila de cris­tales de diferente tamaño y so­nido.

Tan admirablemente resuuaba y tanto gustó a la gente, que hasta dieron grandes conciertos de pago, y acudían los aficiona­dos para aplaudir a los veinti­cinco con entusiasmo. Y digo veinticinco, porque hay que con­tar con la profesora.

(Continuará)

..EL CABALLO El buen Potro, y muy formal En los términos siguientes Respuesta a la Ardilla da:

Tantas idas Y venidas, Tantas vueltas Y revueltas, Quiero, amiga, Que me diga,

¿Son de alguna utilidad? Yo me afano, Mas no en vano. Sé mi oficio, Y en servicio De mi dueño Tengo empeño

De lucir mi habilidad.

Con que algunos escritores Ardillas también serán, Si en obras frivolas gastan Todo el calor natural.

SAMANIEGO.