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EL ESPAÑOLISMO DE MARCO V ALERIO MARCIAL I El año .mismo en que Nerón prendió fuego a Roma ll egó a la ciudad, caóeza del orbe, un avispado mozo españo l, de Bíl- bilis, templado en el agua •rápida del Jalón, en cuyo raudal, mejor que en ningún otro, templaban los romanos dominadores el hi e- rro insano y el acero vulnífico. Español ele origen, lo era asimis- mo ele aspecto. fEs él mismo quien se pinta : Hispanú ego contnmax capi/lis Hirsntis ego cnf'l'ibns genisqne.. . (r). "Mis cabellos tienen la contumacia ele los rebeldes cabellos de España; velludas son mis piernas y mi cara, engendrado como soy por celtas y por iberos y ciudadano del Tajo." Su nombre, Marco V alerio Marcial. N o iba a la ciudad, en donde, según tes- timonio ele Séneca, se pag:aban más caros que en ninguna otra parte los vicios y las virtudes, a vender elocuencia auténtica, como Marco Fabio Quintiliano; ni hum os ele retórica, como lo s cordobe- ses que le precedieron. N o tenía más fortuna que su ingenio poético. Poeta todo músculo, con miembros el e cazador o ele ba- llestero; poeta ceñido y sucinto, en quien la sal consumió todas las redundancias y tumores. Diríase un bloque arrancado ele lo s montes salinos ele Cardona. Esta abundante sal nativa degeneró en procacidades, que muy merecidamente restaron lectores a su obra. N aclie dañó tanto su fama como él mismo, exagerando puerilmente su perversidad al decir que ninguna ele sus pági- (r) Epigram., X, 65.

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EL ESPAÑOLISMO DE MARCO V ALERIO MARCIAL

I

E l año .mismo en que Nerón prendió fuego a Roma llegó a la ciudad, caóeza del orbe, un av ispado mozo español, de Bíl­bilis, templado en el agua •rápida del Jalón, en cuyo raudal, mejor que en ningún otro, templaban los romanos dominadores el hie­rro insano y el acero vulnífico. Español ele origen, lo era asimis­mo ele aspecto. fEs él mismo quien se pinta :

Hispanú ego contnmax capi/lis Hirsntis ego cnf'l'ibns genisqne.. . (r).

"Mis cabellos tienen la contumacia ele los rebeldes cabellos de España; velludas son mis piernas y mi cara, engendrado como soy por celtas y por iberos y ciudadano del Tajo." Su nombre, Marco V alerio Marcial. N o iba a la ciudad, en donde, según tes­timonio ele Séneca, se pag:aban más caros que en ninguna otra parte los vicios y las virtudes, a vender elocuencia auténtica, como Marco Fabio Quintiliano; ni humos ele retórica, como los cordobe­ses que le precedieron. N o tenía más fortuna que su ingenio poético. Poeta todo músculo, con miembros ele cazador o ele ba­llestero; poeta ceñido y sucinto, en quien la sal consumió todas las redundancias y tumores. Diríase un bloque arrancado ele los montes salinos ele Cardona. Esta abundante sal nativa degeneró en procacidades, que muy merecidamente restaron lectores a su obra. N aclie dañó tanto su fama como él mismo, exagerando puerilmente su perversidad al decir que ninguna ele sus pági-

(r) Epigram., X, 65.

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nas está exenta de lascivia, en contraposición con su vida, que es limpia (r):

At ¡¡¡ea luxnria pagina mtlla vacat (2).

Pero no; el poeta se ofende a sí mismo. Páginas hay que pue· den anclar en manos ingenuas y apacentar claros ojos inocentes. Y hay libros enteros que sin que su inflamable rostro se tiña con el ominoso carmín ele la vergüenza los puede leer un germano verecundo delante ele la propia JVIinerva ateniense:

Qnem Gennanicns ore non ru.bent1: coram Cecropia legat puella (3).

Y es, asimismo, limpio ele toda mancilla el libro VIII. Lo dedi­ca el poeta a la celestial verecundia ele! emperador Domiciano y le dice en la epístola nuncupatoria, entre otros muchos extre­mos de lisonja:

"Por más que mis epigramas, aun los escritos para los perso · najes más austeros y más elevados por la fortuna, parezcan afectar en las palabras la licencia ele los histriones, no he querido que hoy hablasen con su acostumbrada libertad. Refiriéndose el libro ·en su mayor y mejor parte a la majestad ele tu sagrado nombre, tendrá presente que no se entra jamás en un templo sin antes purificarse con previas abluciones." (4)

Y para vencer las reservas mentales con que sus antes escan­dalizados lectores pudieran acoger este insólito ofrecimiento del poeta licencioso, rati-fica y solemniza su promesa en el epigrama liminar que va dedicado A sn propio libro:

Estando para entrar en el alcázar que adornan los laureles victoriosos del Príncipe y Señor, aprende, oh libro. a hablar con santa y reverente boca. Aléjate ele aquí, Venus desnuda! Este libro no es tuyo. Y tú me acorre, tú Yen a mí, ¡oh Palas Cesariana! (5) .

(r) Lasciva est nobis pagina, vita. proba. est. Ep1:gram. I, s. (z) Epigra.m., III , 6g. (3) Ep,:gram., V, 2.

(4) Qua.mvis antem Epigrammata ·sevensSIIIIIS _iuoqu.e et suprema.e forht­nae v iris ista scn:pta si-ut nt mimicmn verbornm licent·iam affectasse videant1w; ego tamen 1:l/is 11on permisi tam lascive loqni qnam volent. Qnum pa.1·s lib1··i et m.ajor et melior ad ma.jesta.tem sa.cri nomin/s tu.i a.llega.ta. sit, meminerü non nisi 1·elig1:on·is pnrificatione lu.stratus a.ccedere a.d templa. debere. Epigram., lib. VIII.

(5) Domiciano afectaba gran veneración hacia Minerva. Dice Suetonio que tenía la pretensión ele ser hijo suyo.

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Pero es un hecho demasiado cierto que sus restantes libros son un hervidero gusaniento ele sordideces y de salaciclacles, mucho más fuertes que aquellos pasajes lutulentos de Horacio que nues­tro severo Quintiliano no quisiera interpretar. Así que nadie ha querido interpretarlas en Valerio Marcial.

Y, no obstante, hurgando en este estercolero se pueden encon­trar preciosas margaritas: lumbres y matices ele dicción, sal in­corruptible y fina, ternezas insospechadas, intactos primores, de­licadezas ele lenguaje que responden a delicadezas de alma, gracejo abundante y sano y argentina y copiosa ri sa, como la que llena la boca ele la j uventucl y descubre rosas frescas y perlas húmedas. En aquel muladar florecen lirios. Abundan allí pensamientos sutilizados tan delicadamente, que diríase te-­jidos por una araña mirífica. Para decirlo con símiles suyos, los estremecería el vuelo lejano ele un cínife, los agitaría el ala ele las más pequeñas ele las mariposas y se los llevaría arro­baclos el humo leve ele un candil ( r ). Así el poeta ele las crasas sordideces y de las feroces obscenidades sabía, cuando que­ría, encerrar el iris dentro ele un soplo hecho cristal.

Pero tal vez en Marco Valerio Marcial el pensamiento do­minante, aquel que Leoparcli cantó :

Dolcisimo, possente, dominator di mía profonda mente; terrible, ma caro dono del ciel; consorte ai lugubri miei giorni Pensier che úmanzi a me si sPesso tond.

dulcísimo, poderoso, dominador de su profunda mente, don del cielo amado y terrible, consorte suyo en los días lúgubres, pensa­miento que con contumaz insistencia volvía a él; aquel pensa­miento que a manera ele torre en solitario campo se erguía gigante y solo en medio ele todos los otros en su espafíolismo, su españolis­mo no negado ni desmentido jamás, afirmado reciamente, con­trastado y aquilatado por el apartamiento y la lejanía, embellecido por las malandanzas que en Roma hubo ele sufrir. A España, a su arriscada Bílbilis y a las márgenes del nativo Jalón volvía sus ojos deseosos como a un campo verde que ele lejos le sonreía.

Agostado en sus esperanzas, ajado en sus ilusiones, clestro-

(r) Illa Potest culicem longe sentire volantem et minimi Penna papilt:onü agi. Exiguae volitat suspe'!'lsa vapore lucernae ... Epigram. VIII, 33.

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zado por la vida, acá hubo de volver a restaurar sus sentidos y a buscar el puerto y el reposo de sus días cansados y el nielo ele su morosa senectud. Y aquí hubo ele morir, lejos ele aquella Roma .fementida, ele cuyo nombre momentos hubo que no quería acor­darse.

II

Hacia el año 40 ele la Era cristiana ( r), mientras Calígula go­bernaba el Imperio, Marco Valerio Ma·rcial nació en Bílbilis (2), cuyas ruinas distan dos mil pasos ele Calatayucl. El mismo lo confiesa inequívocamente. En un epigrama Ad 11'Lunicipes suos bilbilitanos (libro X, 103), escribe:

Munícipes de Bilbilis la Augusta sobre escarpado monte construida y circundada por corriente rauda del 1 alón, ¿ no os halláis alegres, fieros, con vuestro vate? Porque gloria vuestra yo soy, y vuestro honor y nombradía ... (3).

La conquista ele España costó a Roma casi dos siglos ele lu­chas, sostenidas por ambas pa1'tes con bravura igual y con Marte vario, hasta que el empuje obstinado y creciente ele las legiones

(1) Friecllancler, en entre los años 3 8 y 4 I. del 40.

su excelente edición ele Marcial, sitúa su nacimiento Gaston Boissier, precisando más, lo coloca más cerca

(2) Era Bílbilis una colonia fundada por )A\.1gusto, ele donde el título de Augusta que le da Marcial y que se lee, asimismo, en una moneda ele bronce con la efigie de Tiberio. El aragonés Jerónimo Zurita discurre y escribe así acer­ca ele Bílbilis:

"Calatayucl se fundó sobre las riberas del río Xalon, en un lugar muy alto y fuerte ele la otra parte del río, que en aquel lugar se junta con el río Xiloca, cerca de las ruinas ele la antigua Bílbilis, que oy se descubre una legua más abaxo, en la misma ribera del río, sobre un monte muy agrio, que está encima ele Huermecla, y aquel monte, corrompido el nombre antiguo, se llama Bambola, y por la mayor parte le ciñe el río; el qual , aunque en el tiempo que florecía el imperio romano fué muy famoso, por ser en su ribera la mayor ofi­cina ele las armas que se sabe avía en España ... , solamente le conocen por útil, porque su naturaleza es tal, que las vegas y campos que dé! se riegan , por estériles que sean, con sus aguas son grasíssimos y muy fertilíssimos . .. " Anales de Arag6n, lib. I, cap. XL. Cf. Antonio Agustín, Diálogo de las Me­dallas, pág. 93, edición de Tarragona ele I s87' y Descripción de la Aug·usta Bílbilis y la vida de sn hijo el poeta Marco Valerio Mardal, por Felipe Eya­ralar. Calatayucl, 1845. Imprenta ele Celestino Coma.

(3) Citado por la versión ele Víctor Suárez Capalleja, Biblioteca Clásica, tomo CXLI, pág. zs8.

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romanas como una irrcf renable marea llegó a su orilla postrera y a su reducto último, en donde el Cántabro fué domado por Au­gusto con ,tardía cadena. Pero su romanización fué rapidísima y completa. Esto se exDlica por una parte, porque la dominación ele Roma era comprensiva, respetuosa y clemente, y reportaba a los pueblos vencidos bienes que no habían conocido jamás, la paz y el bienestar, y, por otra parte, la conciencia ele la nacionalidad aún había ele nacer en ellos, y el sentido ele la colectividad les era eles­conocido: formaban pequeñas poblaciones que se detestaban mu­tuamente y raras veces se unían para oponerse al enemigo co­mún. Así que aquella sentencia que pone Cornelio Tácito en boca del caudillo romano que clebeló a los Britanos : Owmes quidewt pugnant, singuli vincuntur, "salen a la lucha todos, pero son ven­ciclos ele uno en uno, tuvo también en España su aplicación y verdad. Los pueblos autóctonos sentían casi exclusivamente sus libertades comunales, cosa que no había ele inquietar en nada a los romanos.

Y en este punto quiero intercalar una bella página ele Menén­dez y Pelayo, página ele una elocuencia brillante y torrencial, es­crita allá, en su mocedad pugnaz, cuando la sangre le hervía en las venas y no podía repasarse en aquella serenidad mental que cobró más tarde, cuando el cabello albescente pone en el ánimo sosiego y serenidad ; no de otra manera que Horado, cálido de ju­ventud, siendo Planco cónsul, no tenía paciencia ele esperar en el umbral de la morosa Neera, que nunca terminaba ele apretar en1111 nudo su cabellera copiosa y licenciosa. Dice Menénclez y Pe­layo, en el Epílogo ele su Historia de los heterodoxos españoles :

"Ni por la naturaleza del suelo que habitamos, ni por la raza, ni por el carácter parecíamos destinados a formar una gran na­ción. Sin unidad de clima y producciones, sin unidad ele costum­bres, sin unidad ele culto, sin unidad de ritos, sin unidad ele fami­lia, sin conciencia ele nuestra hermandad, ni sentimiento ele na­ción, sucumbimos ante Roma, tribu a tribu, ciudad a ciudad, hombre a hombre, lidiando cada cual heroicamente por su cuen­ta, pero mostrándose impasible ante la ruina ele la ciudad limítro­fe, o más bien regocijándose de ella. Fuera ele algunos rasgos nativos ele selvática y feroz independencia, el carácter español no comienza a acentuarse sino bajo la dominación romana. Roma, sin anular del todo las viejas costumbres, nos lleva a la unidad legislativa; ata los extremos ele nuestro suelo con una red el~

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vías militares; siembra en las mallas ele esa red colonias y muni­cipios ; reorganiza la propiedad y la familia sobre fundamentos tan robustos que en lo esencial aún persisten ; nos da la unidad de lengua, mezcla ele .sangr.e latina con la nuestra; confunde nuestros dioses con los suyos, y pone en los labios de nuestros oradores y ele nuestros poetas el rotundo hablar ele Marco Tulio y los hexáme­tros virgilianos. España debe su primer elemento de unidad en la lengua, en el arte, en el derecho, al latinismo, al romanismo. " Todo lo dicho es de l\!Ienénclez y Pelayo.

La romanización ele España fué Clebicla en su mayor parte a la escuela. P lutarco refiere hasta qué punto Sertorio se valió de las escuelas para que los .españoles silvestres y bárbaros que él acaudillaba se habituasen a vivir en buena inteligencia con los romanos:

"Lo que principalmente les cautivó la voluntad (ele los espa­ñoles) fué la disposición que tomó con los jóvenes, porque re­uniendo en Huesca, ciudad grande y populosa, a los hijos de los más principales e ilustres entre aquellas gentes y poniéndoles maestros en todas las ciencias y profesiones griegas y romanao, en realidad los tomaba en rehenes ; pero en la apariencia los ins­truía, para que, en llegando a la edad varonil, participasen dd Gobierno y la Magistratura. Los padres, en tanto, estaban suma· mente contentos viendo a sus hijos ir a las escuelas muy enga­lanados y vestidos de púrpura y que Sertorio pagaba por ellos los honorarios, los examinaba por sí muchas veces, les distribuía premios y les regalaba aquellos collares que los romanos llamaban bulas .. . " ( r)

Las escuelas romanas constaban casi exclusivamente ele gra~ máticos y ele retóricos. La gramática, pues, y la retórica gana­ron la barbarie para la civilización. Hicieron lo que en los tiem­pos míticos hizo el sacro Orfeo con su lira, arrancando a los hombres silvestres y primitivos de la Venus vaga, de la matanza y del vivir inhumano. El prímer indicio de civilización ql!e asomaba en los pueblos bárbaros era fundar una escuela y traer contratado a un retórico :

D e condHcendo loquitnr jam ¡·/¡e forc T/11tle.

España, que en los días ele Sertorio y en el primer proceso

(r) Plutarco, S ertorio, Biblioteca Clásica, tomo XXII I, pág. 291. Tra­ducción de Antonio Ranz Romanillos.

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de su romanización debió seguramente importar gramáticos y re­tóricos, asaz pronto estuvo en disposición de exportarlos. En tiempo ele Augusto ocupaba el primer rango entre los orado­res romanos un español, Marco Porcio Latrón, el primer pro­fesor célebre que hubo en Roma y que se granj-eó en la escuela un gran renombre y opinión ( I ), y tenía estilo tan propio e incon­fundible, que Séneca habla ele un retórico que usaba color latronia­no en sus arengas. Y para otro español, Marco Fabio Quinti­liano, el emperador V espasiano fundó la primera cátedra de elo­cuencia pública, y la desempeñó tan a conciencia y con tanta auto­ridad, que el propio Marcial hubo de llamarle moderador de la vaga juventud.

Ignoramos el sitio ele donde Marcial aprendió las que él llama­ba sus litterulas. ¿ Fué en su Bílbilis natal que, asimismo, produjo otros dos personaJes de gran monta, Materno y Liciniano, a quien volveremos a encontrar; o fué en Tarragona, capital ele su provincia? N o lo sabemos, ni el poeta insinúa elato alguno por donde lo podamos rastrear. Lo que sí es cierto que no quedó muy agradecido a sus padres por haberle dedicado a la Litera­tura:

At me litternlas stnlti docnere parentes. Q1tid wm grammat·icis 1·hetoribusqne mihi? ... (z).

Y envidiaba la suerte de un zapatero remendón que con su lezna había hecho mejor fortuna que él con su lira, en un desenfadado epigrama que un traductor anónimo interpretó así:

Estabas acostumbrado con los clientes a extender el cordobán y a morder. del zapato lo enlodado ; mas ahora has heredado a tu difunto señor y con ajeno sudor gozas casas y alquerías, donde, si un rincón tenías ele todos era el peor.

Después ele muy avinaclo, quebrantas el transparente cristal que con el ardiente Falerno se halla ocupado; y viéndote así premiado

(r) Anécdota que cuenta Quintiliano, Inst . Orat. X , s. (z) Epigram., IX, 74.

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piensas que pagar no puedes de otra suerte las mercedes que desperdició tu dueño sino gozando en el sueño ele su amado Ganimecles.

¡ Qué necios mis padres fueron pues a ciencias me inclinaron r gratnática enseñaron y en retórica instruyeron, pues les fuera más barato ocuparse en ese trato ! ¡Oh, Talía, no presutnas, libros rompe, quiebra plumas, si tanto alcanza un zapato!

Y en un epigrama a Valerio Flaco, autor del poema ele los Argonautas y consorte en la pobreza, le dice, asimismo, con un desenfado igual y con no disimulado despecho, cosas muy amar­gas y muy lindas, que doy traducidas, con mucho garbo y donai­re, por un ilustre Anónimo, que encerró los cojeantes dísticos en ágiles y rotundas redondillas, que pueden competir en facilidad y sales con las ele Baltasar del Alcázar:

V alerio, dulce consuelo de mis 'cuidados, en quien tiene su esperanza y bien ele A:ntenor el rico suelo :

Versos y coros dilata ele las hermanas doncellas, porque tú en ninguna ele ellas hallarás un real ele plata.

¿Qué en Febo tu musa espera si a pedir a un pobre viene? Minerva sola es quien tiene y es de los dioses logrera.

Baco ele hiedra aclomaclo nada a dar se determina, mas, Palas su árbol inclina y está ele fruto cargado.

N o hay más que agua en Helicón y liras santas y flores , y aplausos de los mejores; pero, ay, ¡qué estériles son!

Del Permeso en el raudal o ele Cirra, di , ¿qué esperas? Hay riquezas verdaderas de Roma en el tribunal.

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Allí oirás retiñir el oro, la plata y cobre : que en nuestra cátedra pobre sólo besos has de oír (r ).

¿Y el maestro que le enseñó sus ruines letras, sería del mismo jaez que aquel a quien refregó con sal mordaz:

-¿Qué tenemos que ver contigo, maestro infame de escuela, cabeza odiosa a doncellas y a muchachos? Todavía los Cl·estaclos gallos no han roto silencio cuando ya truenas tú con murmullo cruel y con el chasquido ele tus azotes ... (2).

A un padre que se le acercaba frecuentemente y le consulta­ba con ansia sobre a qué maestro debía entregar a su hijo, le avisa ele esta manera:

"Evita todos los gramáticos y los retóricos todos. Despégue­se ele los libros ele Cicerón y ele Marón y abandone a Rutilio a su propia fama. Si hace versos, deshereda al poeta. ¿Quiere aprender las· artes que reportan dinero? Hazle tañedor ele cítara o ele flau­ta. Si el muchacho es ele ingenio duro, hazle pregonero o arqui­tecto." (3)

Seguramente a sus fracasos económicos en Roma y a su crónica e incurable impecuniosiclacl, que él se quiso sacudir con apelaciones no siempre dignas (¡qué lejanos aquellos tiempos del Virgilio, desposeído del paterno agro y exhalando su duelo en quejas mansas y ele Horacio, tan entero y tan altivo en su dig­nidad ele hombre y ele poeta pobre!), hay que atribuír esta acri .. tu el injusta. N o obstante, aquellos estudios literarios ele que él re· negó con tanta virulencia, debió cursarlos con agrado. Siempre guardó ele sus primeros años un recuerdo tierno, que baña con luz ele aurora algunos ele sus epigramas, impregnados ele hechizo virgiliano y ele horaciana y filosófica severidad. ¿Y no parece una evocación ele su vida escolar y libre aquel verso sentencioso :

Aestate, puer·i si valent, satis discunt (4).

Harto aprenden en el estío los muchachos si están buenos. ¿N o sugiere este verso evocador la idea ele correrías infan­

tiles por las márgenes ·del Jalón nativo ?

(r) Epigram., I, 77. (z) Epigram., I , 77. Los oyentes romanos enviaban besos a los profesore;

de su predilección, como ahora les brindamos aplausos. (3) Epigram., V, 56. (4) Epigram., X, 62.

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Jamás renegó Valerio Marcial ele su españolismo. Gente más zumbona que la ele Roma no la había en parte alguna :

i Ay, no conoces ele la altiva Roma el soberbio desdén! ¡Ah, sí!, la raza ele Marte ya se ha hecho muy difícil : mayor zumbón no se hallará en el mundo. Ancianos, mozos, niños y doncellas tienen narices ele rinoceronte (r) .

Una sociedad como ésta ele la Roma contemporánea ele Mar­cial debía reírse ele la barbarie bronca ele los nombres autóctonos que el bilbilitano hacía resonar como si fueran gloriosos timbres o metal precioso. Pero el bravo aragonés no se arredra ni se aver­güenza ele ,ellos, antes los hace sonar con retintín. Escribiendo a Lucio, también celtíbero y conterráneo suyo, el cual por una alusión que Marcial hace a Arpi, lugar veci!10 ele Venusa, patria ele Horacio, podemos colegir que era poeta lírico, cuyas obras han naufragado en un olvido total, hace Marco Valerio esta profesión de españolismo recalcitrante :

¡ Oh tú , decoro de tu tiempo ! , ¡ oh Lucio, que no permites que el antiguo Grayo y nuestro Tajo dense por vencidos del elocuente A:rpi ! Deja, deja, a poetas del Atica que canten a Tebas o Micenas, o a la célebre Roelas o a los atletas, Cástor, Pólux, con quienes goza Esparta licenciosa; nosotros, hijos del Ibero y Celta, cantemos sin rubor en nuestros himnos por gratitud dictados, menos dulces nombres de nuestra ¡)atria. Sí, cantemos a Bílbilis, famosa por su rico metal temible, que es más excelente que el del país de Nóricos y Cálibes; a Platea do suena sobre el yunque el laboreado hierro, y que circunda con su pequeño y turbulento cauce el ] alón, que da temple a las espadas ; Tutela, Rixamaro y sus canciones ; a Cardona y sus festines placenteros ; a Peterón, de rosas refulgente ; a Rigas y a sus viejos escenarios por nuestros ascendientes erigidos ; a Silas y a sus ínco!as tan diestros en arrojar el rápido venablo;

(r) Epigmm., I, 4.

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EL ESPAÑOLISMO DE C\LI.RCO VALERIO MARCIAL 4l"

los lagos ele Turgente, ele Petusia y el agua cristalina ele pequeña V etonisa ; ~ la selva consagrada del Baraclón, por cloncle se pasea hasta el más perezoso ; en fin, el hondo valle ele Matinesa que laboran los becerros fortísimos de Manlio. Delicado lector, ¿te burlas ele estos groseros nombres? ¡ Bah ! ¡ Como tú quieras ! Me gustan más así que tu Bitunto (1).

Así, con este martillazo final aplasta la nariz ele rinoceronte con que el romano escuchaba la bárbara letanía. A expensas del ás­pero nombre del pobre villorrio ele los aledaños ele Bari vindica Marcial la recia aspereza ele los patrios nombres celtibéricos.

Pero en lo que no era español en manera alguna era en el estilo. El estilo de los escritores hispanorromanos hasta entonces, con la sola excepción ele Quintiliano, caracterizábase por su én­fasis y tumor vicioso. N a da ele esto había en Marcial:

A nostr-is procnl est vesica libellis A1usa nec insano syrmate nostra tmnet (2).

Toda turgencia está lejos ele sus libros y su musa no se envuel­ve en las insanas fastuosidades del manto trágico. ¿Dónde estii Séneca con su grande hiato? ¿Y dónde Lucano con su sosteni­do y fatigante énfasis? Así y todo se prometía una robusta in­mortalidad. Marcial se hace decir por su musa :

At, tu Romano lepidos sale tinge libellos ... Angnsta cantm·e licet videaris avena dmn tua multormn vincat avena tnbas (3).

Estas trompas cordobesas iban a ser vencidas por el caramillo aragonés, según creía el no excesivamente modesto bilbilitano.

III

-Dime, Sexto: ¿ele dónde te viene tamaña confianza? ¿Qué esperas hacer en Roma?

-Defenderé pleitos harto mejor que Cicerón; no tendré rival en los Tres Foros.

(1) Epigram., IV, 55 . (2) Epigram., IV, 49· (3) Epigram., VIII, 3.

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-Pero tú conociste a Atestino y a Civis; peroraban muy bien el uno y el otro, y ninguno ele los dos pudo ganar lo preciso para pagar sus vencimientos.

-Bien está; pero si la elocuencia no produce nada, haré versos ; te los vendré a leer, y creerás oír al propio Virgilio.

-¡Pobre iluso! Todos estos desdichados que ves, tiritando ele frío dentro ele sus raídos mantos, son escuálidos Oviclios y Vir­gilios hambrientos.

-Entonces me introduciré en la sociedad de los graneles. -¿En la sociedad ele los graneles? Tres o cuatro, mal conta-

dos, apenas comen, los otros mueren de hambre. -¿Qué quieres que te diga ? Estoy decidido a partir (r). Marcial estaba támbién decidido a partir, y contra el querer

obstinado y la tozuda voluntad bien poco pueden los razonamien­tos. Frisaba Marcial en los veinticuatro años ; era talentoso y pobre:

¡Oh, quantu111, cogis egestas! Lió su hato Valerio Marcial, descendió ele los riscos ele Bílbi­

lis, abandonó las márgenes del Jalón y se marchó a Roma y a las orillas del Tíber.

Harto se ha jugado con los vocablos urbe y orbe. Roma ejer­cía un poder formidable ele atracción, y en el recinto ele los Siete Collados que pluguieron a los dioses reunió a todo el mundo. Séneca describe eficazment-e estos torrentes inmigratorios que de dondequiera con fluían a la ciudad del Tíber. "Contemplad esta muchedumbre -dice-, a la que apenas bastan las viviendas de una ciudad innumerable. Está casi exclusivamente formada por gentes que no nacieron en Roma. De sus municipios, ele sus colonias, ele toda la haz de la tierra se precipitan hacia acá como un río ; a los unos los lleva su ambición; a los otros el desempe­ño ele las funciones públicas ; la gente ele mal vivir busca aquí un lugar cómodo donde saciar con toda libertad sus vicios; no fal­tan quienes desean aquí satisfacer su gusto por las let-ras y las artes, y los hay a quien los lleva la pasión ele los espectáculos. Los unos vienen en seguimiento ele sus amigos ; los otros para ha­cer demostración de sus talentos en un más amplio escenario. Lo3 hay que vienen a vender su belleza; los otros a vender su elocuen­Cia, y, finalmente, el linaje humano todo se da cita en una ciudad

(r) Epigram., III, 38.

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donde se pagan más caros que en ninguna otra parte los vicios y las virtudes." Hasta aquí Séneca.

N o fué a R oma Marcial para subastar su elocuencia ni ven­der vanos humos (I). Llegó a Roma en días bien sombríos; en una de las más graves crisis por que atravesó la historia del Im­perio. E ra el año mismo en que Nerón prendió fuego a la ciu­dad y ardió y se resolvió en humareda y cenizas más de la mitad ele ella. Fué testigo presencial de los dramas apasionados que subsiguieron de muy cerca a la conflagración; es, a saber : la muerte de Nerón, las revoluciones que dieron sucesivamente el Imperio a Galba, a Otón, a Vitelio; asistió al triunfo de la di nastía ele los F lavios. En esta vorágine fué sorbido el pobre poeta bilbilitano. Nada menos que diez y seis años de su vida permane­cen obscuros e ignorados. ¿Qué hacía en medio de tantas ca­tástrofes, mientras en las calles se luchaba, mientras se ponía al Capitolio cerco y fuego? Tampoco sabemos nada de lo que hizo bajo el gobierno ele Vespasiano. ¿Escribió? Si escribió algo, se ha perdido ; aunque no es de creer, pues siendo un autor que muy frecuentemente se cita a sí mismo en su obra ulterior, no hay de ello ningún asomo. ¿Procuró deslizarse en la familiaridad de los grandes? Esto es lo más probable, y con cuán poco éxito, asaz lo deja entender en su obra, lleno de despecho, de derrotismo y de amargura.

Y cuenta que en aquella sazón había en Roma, espléndida­mente situados, muchos paisanos suyos que le hubieran podido proteger con eficacia. Había la docta familia de los Sénecas, que llevaban una vida fastuosa y estaban instalados en soberbios palacios, pero a quienes no les tendría mucho que agradecer (2). Español era, asimismo, español de Mérida, un Deciano, abogado a la vez que filósofo estoico, pero cauto y pl;ecavido. Español era y celtibérico, como él, hijo de Calahorra, Marco Fabio Quintilia­no, moderador ele la torna,cliza juventud y árbitro del buen gusto. Español, y de Gacles, era Canio Rufo, historiador y poeta a sus horas, y conversador tan ameno, que si hubiese estado en el lu­gar de las Sirenas, Ulises no se hubiera tapona,clo con cera los oídos (3). Español, ele una comarca ignorada era el poeta Unico que escribía versos eróticos como los de Catulo a Lesbia y los

(r) Epig1·am., IV, 5, (2) Ep1:gram., I V, 40. (3) Epigram., III, 64.

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ele Oviclio a Corina. Español, y ele Córdoba, era Lucano, quien muy poco hubiera podido hacer por él, malogrado por una muerte tan temprana, y a cuya noble viuda, Argentaría Pola, dedicó tres epigramas, en celebración del día natalicio del gran poeta inmo­lado a la lívida envidia imperial; uno ele los cuales, el más lindo, Iriarte interpretó y versificó ele esta suerte:

Hoy vuelve el célebre día del poeta insigne; honrad tan sacra solemnidad, N infas del Pindo, a porfía. Un día de tanta clase de Lucano siendo oriente, logró que a la Aonia fuente sus aguas Betis juntase (1) .

Había, en fin, en Roma toda una colonia ele andaluces, colo ­nia ele pingüe sonantes, como dijo Cicerón, de exótico y extraño acento, que impresionaba con desagrado las lisas y melindrosas orejas romanas (2).

IV

Lactancia, el profesor de retórica de Nicomeclia y apologista en D e 11W1'tibus peTseottorum, dice que al emperador Dioclecia­no aquej á bale infinita quaedam cupiditas aedificandi. De esta infinita codicia de edificar estuvieron tocados muchos otros em­peradores romanos, y tal vez con una fiebre más aguda que nin­gún otro el emperador Nerón. Como que no faltó quien en sus días sospechara y dijera que el monstruoso, inexplicable y bien di­rigido incendio ele Roma iba enderezado a ampliar el espacio para una enorme fábrica que él calladamente maquinaba, pues ya se sentía estrecho en sus mansiones del Palatino. La realidad vino muy pronto en abono y crédito ele la maligna sospecha. En la gran parte ele la ciudad en que el incendio revolcó su bermeja crin y cebó sus fauces rojas, dejándola igual al suelo y revuelta en ceniza

(1 ) Cordubae natis poetis pingue quiddam so11ant·ibns et peregrinwn .. . Cic. P.ro Archia poeta.

(2) Epigram., VII, 21, ::2, 23 . E l traducido por Iriarte es el 22, cuyo es este dístico, mucho mejor en latín que romanzado:

H aec (dies) memit ·qunm te tenis, Lucane, dedisset J11,:~ctns Castaliae Boetis 1tt esset aquae.

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y humo, comenzó la edificación ele su nuevo palacio, a quien el pueblo llamó Domus a·urea. Mansión toda resplandeciente ele már­moles y ele oro, incrustada ele diamantes, amueblada con una riqueza fantástica, con salas cuyos plafones eran movibles y llo ­vían flores y perfumes. E ncerraba dentro ele su ámbito campos, parques, pórticos, bosques y cacerías; en su centro un gran es­tanque, rodeado ele construcciones, depósitos ele agua que se mt­trían con la del mar ele Ostia; fuentes ele donde brotaba el agua sulfurosa que venía ele Tívoli. En la entrada erguíase una esta­tua colosal de Nerón, ele ciento y veinte pies ele alta. Esta enorme locura y delirio deslumbraron al pueblo romano. Y sus sucesores hubieron ele luchar contra esta admiración tenaz desplegando a sus ojos mayores fastuosidades y una más delirante avidez ele construír. Había que deshacer el trampantojo ele Nerón y neu­tralizar por lo menos su deslumbrador recuerdo. De esta tarea eminent·emente política encargáronse los miembros imperiales ele la Gens Flavia, y singularmente Tito y su hermano Domiciano, que pusieron todo su empeño en desnaturalizar las inmensas cons · trucciones que habían hecho ele la ciudad toda la morada ele un hombre solo y devolver al pueblo lo que era del pueblo. He aquí cómo Marcial describe las mudanzas que en Roma se hicieron :

Aquí donde el espléndido coloso contempla más cercano a las estrellas, donde la ,iía dilatada ofrece mayor espacio a teatrales máquinas, en todo su esplendor brillaba, ha poco, el a lcázar odioso de un ti rano, alcázar que ocupaba a toda Roma. Allí donde hoy se encumbra el imponente soberbio anfiteatro , se veían de Nerón los estanques espaciosos. Aquí donde admiramos las lujosas Termas con tan ta rapidez alzadas se hallaba un campo que ensanchado fuera a expensas de tugurios infelices; y, en fin , aquí do vemos dilatarse el pórtico ele Claudio, te rminaban del palacio imperial las construcciones. De Roma es Roma ya; y aquellos sitios, delicias otro tiempo de un tirano, por ti son, Cés~w, hoy del pueblo goce (1).

(1 ) D e Spectacuiis, 2 . Traducción de Víctor Suárez Oapalleja, que re­f leja pálidamente la eficaz y limpia concisión del postrer dístico:

Redd·ita Roma sibi est et S'/1.111 te preside, c~sa1', Delicia' Populi qu ce fuerat~f domini.

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La inauguración de estas obras imperiales y ele la restitución ele Roma a Roma y ele la devolución al pueblo ele lo que fuera de un tirano, ofreció lugar y coyuntura para unas fiestas que han quedado en el recuerdo ele la memoriosa historia y consignadas casi festejo por festejo en el libro De Spectaculis ele M·arcial, que con ellas inauguró la producción poética que hasta nosotros ha llegado.

N u estro bilbilitano fué el cronista minucioso e ingenioso ele estos jamás vistos espectáculos que duraron cien días. Harta ocasión tuvo el pueblo ele saciar su hambre ele pan y de circen­ses. Ocurría esto el año 8o ele nuestra era, el año postrero ele la vida de Tito, y el sitio era el amphiteatrU111. Flavium., o sea el Co­liseo, cuyas ruinas ingentes -grandia ossa!- aún admiramos con sobrecogimiento.

A estos espectáculos acudió gente ele todo el mundo :

¿Qué pueblo tan salvaje y tan distante, César, habrá que a Roma no haya enviado para admirarla fiel representante? E l ele Róclope y Hemus, adorado ele Orfeo, aquí se acerca presuroso, y el Sármata que embriágase con sangre ele caballo, y el que ansioso del subyugado N ilo en la corriente el agua bebe en su primera fuente y aquel a quien azota furioso el mar en playa muy remota. Del Arabe y Sabeo la delicia es venir con pretnura a ver . a Ron1a y el hijo ele Cilicia aquí se inunda con el patrio aroma. El Sicambro ele pelo ensortijado con el Etíope hirsuto también aquí han llegado. Mil varias lenguas se oyen, mas sincero eco ele todos, César, te proclama ser ele la patria padre verdadero (r).

Para mantener despierto e inquieto .siempre el interés público durante cien días continuos era forzoso dar gran variedad a los espectáculos. Incansablemente los ojos maravillados y ávidos ce­bábanse en combate ele gladiadores, naumaquias, carreras ele ca-

(r) De Spectac·u.lis, 3. Interpretación ele Víctor Suárez Capalleja. Tam­bién aquí el postrer dístico está traducido con gran mengua :

Vo.t' diversa sonat: populorum est vox tamen nna qnmn vents Patriae diceris esse Pater.

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rros, exhibiciones ele bestias fe roces, cacerías en que se llegaban a matar nueve o diez mil alimañas. A esto agregábanse represen­taciones y cuadros plásticos tomados ele la historia o ele la mito­logía: Pasifae ayuntacla al toro en cópula nefanda; la lucha ele Hércules con el león ele Nemea y su abatimiento ; el vuelo ele Dédalo con alas ele cera y su caída; los juegos ele las Nereidas so­bre las ondas; Leanclro pasando a nado las aguas del Bósforo, bravas y nocturnas, a quienes ruega:

Pm·dtc, dnm ProPero; mergite dnm 1'edeo.

" Perclonaclme mientras voy; sepultaclme cuando vuelva." Nada menos que tres epigramas consagra Marcial a una jabalí hembra, que al ser vulnerada por una asta parió por la herida. U no ele estos epigramas tradujo Manuel ele Salinas tan aguda y clonosamente, que Gracián lo cita como ej emplo en Agudeza y Arte de ingenios. Yo no quiero sustraer esta pieza a los lectores, que a la vez conocerán las sales ele Marcial y las ele su feliz in­térprete:

E n los juegos crueles de D-iana preñada jabalí, ele asta liviana. yace ; y si la madre por la herida la muerte halló, el hijuelo halló la vida. ¡ Oh Lucina feroz ! ¿ Quién tal creyera, que un morir tan fatal un nacer fuera? :Morir quisiera a más jaras tan ciertas que a los demás cachorros fueran puestas. ¿Quién negará que fué también Yioleuto rayo a rayo ele Baco al nacimiento? Su madre pereció, y él a ser vino fiera al nacer, si al engendrar divino (1 ).

Y he aquí cómo interpreta y vierte J Úan ele J áuregui en ro­tundas octavas reales los dísticos que Marcial escribe acerca ele una naumaquia y otros espectáculos representados en . el agua:

Fu é Augusto en sumas honras colocado por su trabada lid y la espantosa flota que sobre el golfo alborotado solicitó la t rompa belicosa ; mas fué un ejemplo leve, comparado a la naval contienda poderosa do César hi zo en su fingida guerra del campo mar y ele las ondas t ierra.

( 1) De Spectacnlis, 14.

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Vió Tetis en el agua y Galatea silvestres fieras, y tu reino frío vió que el ferviente carro le parea y alza menudo polvo de rocío ; Tritón, mientras se atiende a la pelea, juzga que de su reino el señorío rompe Neptuno y doma su tridente ele sus cabailos la cerúlea frente.

Cuanto miramos apacible y fiero en circos y teatros populosos, todo concede su lugar primero hoy, César, a tus juegos industriosos. N o se celebran ya de Claudio y N ero navales espectáculos vistosos, que el tuyo sólo con ilustre gloria debe honrar ele los siglos la memoria (r).

Parece que el libro De los Espectáculos nos ha llegado muy incomplets y muy en desorden. Con este librito Marcial conquistó el favor del público y captó el ele los emperadores. Tito, agrade­ciclo a la ayuda que prestaba a la política imperial, le prometió dádivas que no tuvo tiempo ele concederle, porque murió muy poco después ele la terminación ele las fiestas. Su muerte fué el último gran espectáculo. Marcial las solicitó ele su sucesor Domi­ciano, ele quien podía esperarlas con algún fundamento, porque era un hombre que tenía sus puntas y ribetes ele literato y ha­bía hecho versos en sus mocedades; y si cesó ele hacerlos ulterior­mente, fué, según juicio ele Quintiliano, "porque a los dioses les parecía no ser para él gloria proporcionada la ele ser el más gran­ele ele los poetas." El poeta bilbilitano creyó haber dado al fin con su Mecenas, y ya no cesó ele abrumarle con sus pringosas adulaciones y sus pegadizas lisonjas, que con el tiempo se troca · ron en baldones y en sal negra.

LoRENzo RrBER.

(e ontinuará.)

( r) De S pectacttlis, 3 r .