El Fumador - Martin Catalano

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El fumador Sentado sobre el cordón de la vereda había un fumador. Estaba completamente solo, toda la cuadra dormía bajo el frío de la madrugada. Las casas tenían varias luces encendidas, pero por dentro nada se movía. El hombre estaba absolutamente solo y en silencio. Desde donde estaba levantaba la cabeza para ver los astros tiritando en la fría inmensidad. La luna brillaba esplendorosa y muy bella, y quizá era él el único espectador que había contemplándola. Su piel era oscura y su semblante era nostálgico. Entonces respiró hondamente y sintió en su interior un deseo conocido, un impulso por corresponder a una acción que no le era para nada ajena. Entonces inclinó la cabeza y comenzó a buscar en el bolsillo de su gabán. Del interior extrajo una pequeña cajita con algunos cigarrillos. Tomó azarosamente uno entre sus dedos y lo sujetó con sus labios. Luego dejó la caja y levantó en alto un encendedor. Su dedo activó entusiastamente el mecanismo, y tras dos pequeños destellos luminosos, la mecha se encendió vivaz. Sólo fue luego cuestión de aproximar el extremo del cigarro al fuego y realizar la acostumbrada inhalación inicial. Ahora el cigarrillo estaba encendido, y aquel hombre, el fumador, fumaba. Con su experimentada mano derecha empuñaba el pequeño cilindro de papel y lo sostenía delicadamente entre sus dos dedos. La secuencia se le antojaba exquisita. Aproximaba el pequeño extremo a su boca, lo apretaba levemente con sus labios, luego inhalaba una bocanada de humo, dejaba caer aquella mano que sostenía el cigarrillo, y entonces sentía aquel hálito humeante en su interior, recorriéndole lentamente los pulmones, llenándolos, haciéndole sentir que su pecho se expandía ardientemente. Entonces retenía aquel aire durante algunos segundos, y luego lo liberaba lentamente, mientras sus ojos veían con cierto regocijo aquel vaho blancuzco que se elevaba y se perdía en el gigantesco cielo de la noche. De repente creyó oír una voz que lo saludaba. -¡Buenas noches! Entonces volteó hacia atrás, pero a sus espaldas no había nadie. Luego miró a su alrededor, pero tampoco había persona cerca. No llegó a ocurrírsele que hubiera alucinado aquel saludo, pues antes de que pudiera reaccionar de modo alguno, el saludo volvió a repetirse. -¡Buenas noches! Lamento molestarte… ¡Eh, aquí…, en tu mano! Miró fijo y con incredulidad. El cigarrillo le estaba hablando. Aún sin poder creer lo que ocurría, dijo: -Buenas noches. -¿Qué tal estás, fumador? – Decía una simpática voz que emanaba del extremo ardiente del cigarrillo. – Esta es una muy bonita noche.

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El fumador

Sentado sobre el cordón de la vereda había un fumador. Estaba completamente solo, toda la cuadra dormía bajo el frío de la madrugada. Las casas tenían varias luces encendidas, pero por dentro nada se movía. El hombre estaba absolutamente solo y en silencio. Desde donde estaba levantaba la cabeza para ver los astros tiritando en la fría inmensidad. La luna brillaba esplendorosa y muy bella, y quizá era él el único espectador que había contemplándola. Su piel era oscura y su semblante era nostálgico. Entonces respiró hondamente y sintió en su interior un deseo conocido, un impulso por corresponder a una acción que no le era para nada ajena.

Entonces inclinó la cabeza y comenzó a buscar en el bolsillo de su gabán. Del interior extrajo una pequeña cajita con algunos cigarrillos. Tomó azarosamente uno entre sus dedos y lo sujetó con sus labios. Luego dejó la caja y levantó en alto un encendedor. Su dedo activó entusiastamente el mecanismo, y tras dos pequeños destellos luminosos, la mecha se encendió vivaz. Sólo fue luego cuestión de aproximar el extremo del cigarro al fuego y realizar la acostumbrada inhalación inicial. Ahora el cigarrillo estaba encendido, y aquel hombre, el fumador, fumaba. Con su experimentada mano derecha empuñaba el pequeño cilindro de papel y lo sostenía delicadamente entre sus dos dedos. La secuencia se le antojaba exquisita. Aproximaba el pequeño extremo a su boca, lo apretaba levemente con sus labios, luego inhalaba una bocanada de humo, dejaba caer aquella mano que sostenía el cigarrillo, y entonces sentía aquel hálito humeante en su interior, recorriéndole lentamente los pulmones, llenándolos, haciéndole sentir que su pecho se expandía ardientemente. Entonces retenía aquel aire durante algunos segundos, y luego lo liberaba lentamente, mientras sus ojos veían con cierto regocijo aquel vaho blancuzco que se elevaba y se perdía en el gigantesco cielo de la noche.

De repente creyó oír una voz que lo saludaba.- ¡Buenas noches!Entonces volteó hacia atrás, pero a sus espaldas no había nadie. Luego miró a su alrededor, pero

tampoco había persona cerca. No llegó a ocurrírsele que hubiera alucinado aquel saludo, pues antes de que pudiera reaccionar de modo alguno, el saludo volvió a repetirse.

- ¡Buenas noches! Lamento molestarte… ¡Eh, aquí…, en tu mano!Miró fijo y con incredulidad. El cigarrillo le estaba hablando. Aún sin poder creer lo que ocurría,

dijo:- Buenas noches. - ¿Qué tal estás, fumador? – Decía una simpática voz que emanaba del extremo ardiente del

cigarrillo. – Esta es una muy bonita noche. - Ci… ciertamente es muy bonita. – Todavía no podía creer que un cigarrillo le hablara, pero

guardó sus inseguridades y forzó la conversación, cualquier cosa hubiera dado por seguir oyendo aquella voz tan mágica.

- Noto que estás incómodo al hablarte, ¿te molesto si converso contigo, o preferirías que esté callado mientras me fumas? – Increíble… Además parecía tener buenos modales.

- No, no… Disculpa, es que nunca antes me había hablado un cigarrillo. Es más, jamás creí concebible que hablaran. – A esto rió el cigarrillo.

- Es que nunca nadie tiene interés en escucharnos, no podrían aunque quisieran, de modo que te aconsejo que no gastes energías diciéndole a alguien que intente conversar con un cigarrillo, no lo lograría nunca, y entonces te tomarían por loco.

- ¿Es que no todos pueden escucharlos hablar? ¿Por qué yo puedo? – Ya no tenía miedo el fumador, ahora disfrutaba saber lo que el pequeño cilindro decía.

- No es que sólo tú puedas escuchar a un cigarrillo, todos los fumadores en realidad pueden.- Ah, pero yo conozco muchos fumadores, y nunca ninguno me comentó de un cigarrillo que

hablara.

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- Oh, claro. Pero esos que tú conoces no son fumadores, de seguro son viciosos. Los fumadores son muy raros en realidad.

- ¿Viciosos? – Nunca se le ocurrió que hubiera diferencia entre quienes fumaran.- Sí, viciosos. Verás, hay gente que recurre a los cigarrillos con frecuencia, pero no para fumarlos,

sino simplemente para aniquilarlos, para no pensar en lo que no quieren pensar. De esa manera, inhalan nuestro humo para distraerse de sus anteriores pensamientos, pero tampoco piensan en nosotros al fumar. No les importamos. Ellos son viciosos, lo único que hacen es mecanizar el acto de tenernos en sus bocas y de darnos rápidas muertes indiferentemente. Los fumadores no son como los viciosos, no tienen ese tonto impulso por aniquilar decenas de nosotros de un solo golpe; los fumadores fuman. – Entonces el hombre se dio cuenta de que debía realizar una pregunta que nunca había hecho a nadie, pues la daba por obvia, pero ahora que oía esto, no lo veía de ese modo.

- ¿Y qué entiende usted por fumar, señor cigarrillo? – Se sintió un poco extraño al pronunciar “Señor cigarrillo”.

- Fumar es crear un vínculo con tu cigarrillo. Es como generar una intimidad con él. Entonces no sólo lo liquidas, sino que lo incorporas, lo haces parte de ti. Entonces estás en verdaderas condiciones de conversar con él, aunque raras veces hablamos, lo cierto es que no es necesario que hablemos para que conversen con nosotros. Lo que ocurre es que el fumador, a diferencia del vicioso, no hace a un lado sus pensamientos, ni tampoco ignora al cigarrillo que fuma, sino que fusiona ambos. – El fumador callaba fascinado por las cosas que aprendía. – Es entonces que el fumador y el cigarrillo se hacen uno. ¿Has pensado eso alguna vez?

- Pues no, lo cierto es que no. Y creo que ni siquiera lo entiendo, ¿cómo es que se hacen uno? - Pues que el cigarrillo se fusiona con tu alma, pasa a ser parte de tu alma, y al final se convierte

en una representación exacta de la misma, un símbolo. ¿Lo entiendes?- Eso creo, pero necesito que te explayes aun más. – La atención del hombre era inmensa, y su

curiosidad igual.- Bueno, todo fumador, aunque quisiera negarlo si se lo preguntaran, siempre piensa en aquello

que le aqueja el alma al fumar. Es más, si ha comenzado a fumar es porque aquellos pensamientos le han generado la necesidad. Tú estabas pensando en cosas que aquejan tu alma, ¿no es así?

- Sí…, eso es verdad. Pensaba en cosas del pasado, en algunas desilusiones que me ha traído la vida. Pensaba en muchas cosas. Pensaba en el lugar en el que estoy. Pensaba en ella. Pensaba tantas cosas… - Ahora sentía un pesar en su interior mientras conversaba.

- Pues bien, notarás que tu alma se ha fusionado conmigo, yo la represento. Al sufrir inmensos dolores, del tipo de los que no parecerían tener consuelo, el alma se consume del mismo modo en que el ardor desgasta mi extensión. Y lo que queda después de ese tormento son cenizas, cenizas del alma. Cada vaho de humo que sale de tu interior y se pierde en la noche infinita es también un fragmento de esa alma quemada por el dolor, son los pensamientos que dejas volar y le regalas a esta noche, son versos que no has escrito, pero que llegan a donde quieres, aunque no estén hechos de palabras. – Quedó fascinado el fumador entonces. Preguntó en un impulso de admiración:

- ¿Tienes nombre, pequeño cigarrillo? - Oh, no, no lo tengo. Si quieres puedes darme un nombre, esa es una de las cosas más bellas que

pueden hacer con algo o con alguien. Significa que representas algo valioso para otra persona, y en consecuencia quiere condecorarte con una distinción, algo con lo cual designarte a ti, y sólo a ti, entre tantas miles de otras cosas por sobre las que te valora. Me encantaría que me dieras un nombre.

- Bueno, en ese caso te llamaré Luz. ¿Te gusta ese nombre? Serás Luz. - Ah, es tan bonito. Luz… Luz… Luz… - Repetía y repetía el cigarrillo para degustar la palabra

hermosamente. - Siento gran admiración por ti, Luz. Nunca creí que un cigarrillo pudiera ser tan elocuente. - Somos tan elocuentes como el fumador que nos fuma. No olvides que fumar es fusionar el alma.

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- Sí, sí, no lo olvido. Pero aun así hay algo que siempre me ha inquietado de los cigarrillos, Luz, lo que comúnmente siempre se dice de ellos: hacen daño, no son recomendables para la salud. ¿Tú qué piensas respecto a ello?

- Pues es verdad, lo cierto es que somos altamente nocivos, ¿tenías alguna duda de ello? Podemos llegar a provocar inmensos males en las personas, enfermedades de lo más tormentosas, muertes inigualables.

- Oh, entonces es un alto precio el que hay que pagar por fumar un cigarrillo. - Sí, desde luego, lo mismo pasa con las personas. – Aquello no pudo entenderlo el fumador. - No entendí eso.- Bueno, si lo piensas, tú conoces a muchas personas, pero hay algunas que significan para ti más

de lo que significan otras, ¿no es eso verdad?- Sí, es verdad.- Bien, es porque también las fumas, a ellas también las has fusionado con tu alma. Aquellas

personas que significan mucho para ti, significan porque alguna vez las has sufrido, has inhalado el mal que te causaran y se han convertido en una representación de tu alma. Si lo piensas con más cuidado todavía, a las personas se las conoce para tener con ellas conflictos, para padecerlas, para sentir el ardor de su ser, del mismo modo en que enciendes un cigarro para sentir su ardor en tu garganta. Pero claro, no se trata de ser vicioso con las personas, sino fumador, hay que fumarlas, no simplemente inhalarlas. Al fumarlas logras sacar dulce goce de ese conflicto que con ellas tienes.

- Eso creo que es verdad, nunca lo había pensado. Ahora que lo veo así, me doy cuenta de que siempre he pretendido significar algo en las personas que más quiero, y eso ha implicado conflictos y desafíos que me demandaron grandes padecimientos y placeres.

- Pues claro. De eso se trata estar vivo, de gastar los días, gastar a las personas, consumir las circunstancias y las emociones. Se trata de fumar. Tú eres un fumador, bien deberías saber todo eso. Y desde luego que fumar tiene altos riesgos, principalmente la muerte, y me refiero a la de ambos: cuando me haya consumido por completo, moriré, naturalmente, pero fumado y ya fusionado contigo, y eso me da mucho placer. Y tú también morirás algún día, y probablemente sea por causa de todos aquellos cigarrillos que has fumado (o quizá, por descuido, también inhalado). Los fumadores hacen eso al fumar, buscan la muerte, aunque no lo sepan. Cada cigarrillo que fumas es una promesa de una muerte certera, una muerte que en pequeñas fracciones está en tus manos, y que no te atrapa simplemente, sino que la fumas. Siempre es más bello sentir que se convoca a la muerte en lugar de sentir que nos atrapa sin aviso. Claro que de esto pocas veces se es consciente.

- Oh, Luz, es tan hermoso todo lo que me has enseñado esta noche. Puedo ver que te queda poco para consumirte por completo, quisiera que no tuvieras que morir esta noche. Pero será mejor que mueras hoy, en este mismo instante en que te fumo, antes que pases días enteros en una cajita sin significar nada, ¿verdad?

- Ciertamente. No debes tener tanto rechazo por la muerte, es uno de los motores de la vida, y es en realidad más bella de lo que pudieras creer. Lo que ocurre es que los hombres le temen porque no pueden ver más allá de ella, y es normal, tiene velos muy oscuros. La cosa es que la muerte en realidad es amante de los hombres, y sufre mucho por ese amor, pues cuando anhela besarlos, ellos escapan despavoridos.

- Jamás lo hubiera pensado de ese modo; es cierto, nos da mucho miedo. Ay, casi te has consumido por completo. Nunca olvidaré las cosas que me has enseñado, Luz.

- Qué bueno. Quisiera contarte una pequeña historia antes de morir. Los cigarrillos también podemos contar historias, ¿sabías?

- ¿Y qué historia es esa?- Pues bien, ¿conoces aquel antiguo relato que circulaba entre las generaciones griegas, esas

historias increíbles sobre los más ávidos guerreros aqueos que embarcaron a tierras lejanas para pelear en la legendaria Troya y dejarla en llamas?

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- Sí, conozco esas historias.- Bien, entonces coloca mi extremo ardiente en las sombras. – Así lo hizo el fumador. – Dime qué

ves.- Tus cenizas calientes.- No, no, olvida que se trata del extremo de un cigarrillo, concéntrate sólo en lo que tus sentidos

te dicen. – Vació entonces su mente el hombre y comenzó a describir lo que veía. - Veo siluetas oscuras y grisáceas, cosas que se retuercen ardientes en la lejanía. También huelo

humo y percibo el insoportable calor que emana de tal aparición. - Perfecto, entonces aquí va mi historia; - Casi se había consumido por completo, se notaba

incluso en su voz que Luz moría. – es muy sencilla, y consiste sólo en una imagen: Si hubieras vivido tú en aquella época, en los tiempos de esos grandes héroes, en los días de tales batallas, y hubieras estado parado en una lejana colina la noche correspondiente a la quema de la ciudad, así se habrían visto arder en la distancia los muros de la orgullosa Troya. Ese es mi último regalo para ti, un viaje en el tiempo, una pequeña ventana a mundos increíbles. Ahí tienes Troya ardiendo ante tus ojos, mientras para tantos otros ha sido un relato que sólo podrían ver suceder en sueños.

Entonces las cenizas de Luz cesaron de destellar, y murió para siempre.