El Lado Negativo Del Optimismo
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Por Sergio C. Fanjul
Publicado en “El País” (7 de septiembre de 2011)
El pensamiento positivo dicta que la actitud influye en la evolución de las enfermedades y en
el logro de los objetivos de las personas, lo cual, a veces, estigmatiza al que fracasa. Porque
querer no siempre es poder ¿Qué es más eficaz cambiar de ideas o de acciones?
Cuando a la escritora Barbara Ehrenreich1 le detectaron un cáncer de mama descubrió, para su
sorpresa, que todo lo que rodeaba a la enfermedad era de color de rosa. Lo importante era
mantener una actitud positiva, eso ayudaría a curarla. Las enfermas no tenían derecho a
sentirse víctimas, sólo a poner buena cara. Los lazos rosas y ositos de peluche, emblemas de
las asociaciones contra este cáncer, acompañaban al tratamiento. Al fin y al cabo, la
enfermedad no era más que un reto y una oportunidad para reinventarse y evolucionar.
Pero Ehrenreich se encontraba asustada, furiosa y, en medio de tanta positividad, bastante
sola. Quería comprensión y no sonrisas. El súmmum de esta perversión, a ojos de la escritora,
son las palabras del ciclista Lance Armstrong (siete veces ganador del Tour de Francia),
cuando, una vez recuperado, declaró: “El cáncer es lo mejor que me ha pasado en la vida”.
El pensamiento positivo dicta, según explica Ehrenreich, que la actitud personal influye en el
desarrollo de la enfermedad y que, en general, determina unívocamente la consecución o no
de los objetivos vitales de los individuos: el éxito o el fracaso dependen exclusivamente de
uno mismo y no del azar o de las circunstancias sociales. Esto produce una estigmatización
del que fracasa: todas las culpas recaen sobre uno mismo. “Cada vez parece que hay menos
excusas para no ser felices, comienza a ser una obligación”, explica Juan Antonio Huertas,
profesor de psicología en la Universidad Autónoma de Madrid.
Apunta Huertas que: “Los enfermos hospitalizados no te piden ser felices, sino que te adaptes
a sus demandas y a sus necesidades. Generalizar la obligación de ser feliz siempre es, en
ocasiones, una obligación tiránica. Hay estudios que demuestran, por ejemplo, que para
mejorar el bienestar y la predisposición de un enfermo no hay que intentar que cambie su
actitud y que empiece a pensar en positivo, sino que es más eficaz cambiar acciones que
ideas: por ejemplo, dejar que pueda controlar algo de su vida en el hospital, cuándo se
despierta, sus visitas, que alguien conteste a sus preguntas,…”
En su ensayo “Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo” (Editorial Turner, 2011),
Barbara Ehrenreich parte de su experiencia con la enfermedad (que superó: es una
superviviente), para dar un repaso a las diferentes facetas de esta ideología, que considera
germen de los libros de autoayuda, de los telepredicadores televisivos estadounidenses, de la
psicología del pensamiento positivo, e, incluso, causante en buena medida de la galopante
1 Barbara Ehrenreich es ensayista, periodista y activista social estadounidense. Es doctora en biología y
pertenece a la cúpula de la organización Democratic Socialists of America
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crisis económica mundial. Todo ello conectado por el hilo de la confianza que Ehrenreich
tiene en el cambio en las estructuras sociales.
Carmelo Vázquez, profesor de psicología en la Universidad Complutense de Madrid y
coautor, junto con Mª Dolores Avia, del libro “Optimismo inteligente”, tiene su propia visión:
“No abogo por el optimismo ilusorio que aboca al desastre, pero sí por un optimismo
inteligente. Los optimistas toman las riendas de su vida, mientras que los pesimistas se rinden
a las circunstancias. Lo realmente necesario es un punto de vista realista, aunque el realismo
es un arduo problema filosófico, pero con la ilusión de la transformación del mundo”.
“La psicología positiva es una aproximación diferente a la psicología tradicionalmente
enfocada en los problemas psicológicos, pues intentamos completar la visión desde el otro
lado, estudiando el gozo, la alegría, no sólo la depresión, sino lo bueno que tenemos”, agrega
Vázquez. Y continúa diciendo: “En autoayuda hay libros malísimos, como los de algunos
gurús de la felicidad. Es lastimoso. Pero sí existen autores dignos en la psicología positiva”.
Por su parte, Ehrenreich arremete contra el negocio editorial de la autoayuda, por ejemplo,
libros como el bestseller “El secreto”, de Rhonda Byrne, y su ley de la atracción, según la
cual la visualización de objetos y situaciones, así como la actitud positiva, conducen a su
consecución de forma casi mágica. Para tener el coche de tus sueños, según Byrne, bastará
con visualizarlo y desearlo con suficiente intensidad.
Al respecto, opina el profesor Huertas: “Los libros de autoayuda se apropian de unos
resultados científicos, aparentemente novedosos, los amplifican y los simplifican. Realmente,
los trabajos científicos de base no tienen tales pretensiones, y la literatura de autoayuda lo que
hace es vampirizar esos estudios. Al pasar del ámbito científico al popular se tiende a
banalizar. ‘El secreto’, en efecto, habla de cosas imposibles físicamente, es pernicioso, crea
ilusiones imposibles”.
La excusa perfecta
El libro “¿Quién se ha llevado mi queso?”, de Spencer Johnson, y que Ehrenreich también
critica duramente, entronca el pensamiento positivo con el mercado laboral. En él se explica
que cuando uno pierde su empleo (su trozo de queso en la metáfora del libro, que
protagonizan unos ratones) no puede cegarse con la protesta o el victimismo, sino que debe
correr rápido en pos de un nuevo trabajo (un nuevo y suculento trozo de queso) antes de que
un competidor se le adelante. Dice Ehrenreich que esto es una justificación de la flexibilidad
laboral, una legitimación de la injusticia.
“Si la psicología del pensamiento positivo se ha instalado tan fuertemente dentro de la cultura
y repercute como lo hace en la vida cotidiana de las personas, no es tanto por su valor de
verdad científica y psicológica, sino porque resulta muy útil a ciertos intereses particulares:
los de las clases dominantes. Uno de los campos al que más práctico le ha resultado esta
postura es al mundo empresarial”. Esto lo afirma Edgar Cabanas, profesor de psicología en la
Universidad Autónoma de Madrid, y añade: “El pensamiento positivo crea ciudadanos
dóciles, menos críticos, reduce a las personas a material de la empresa, se aumenta la
productividad al menor coste posible y se lubrica la salida de los trabajadores de las
empresas”.
Y de ahí, según Ehrenreich, se llega a la crisis económica. Según se explica en “Sonríe o
muere”, durante la época de bonanza era anatema tener previsiones pesimistas: todo iba
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viento en popa y los analistas o asesores financieros que preveían el desastre eran mal vistos
o, simplemente, despedidos. Nada malo podía pasar.
Ehrenreich concluye que más que vivir autoevaluándose constantemente y tratando de ser
positivo puede uno alcanzar el bienestar tratando de mejorar el mundo exterior de forma
práctica, porque el mundo exterior nos afecta a todos: “Habrá que construir diques, llevar
comida a los hambrientos, encontrar remedios,… Quizás todo no nos salga bien, seguramente
no salga bien a la primera, pero podemos intentarlo y ser felices al hacerlo”.
Aquí sí se encuentran mejor los planteamientos de Carmelo Vázquez con los de Barbara
Ehrenreich. Dice el profesor Vázquez: “Si te fijas en el carácter de la gente transformadora, es
optimista. Precisamente, el mérito está en los que somos pesimistas y nos esforzamos en ser
optimistas. En la situación actual del mundo, no podemos permitirnos perder la esperanza”.
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Las ideas de Barbara Ehrenreich en un vídeo:
http://www.youtube.com/watch?v=CVMBljP80-4
A los protestones del mundo entero: ¡que se os oiga!
(Barbara Ehrenreich)
Los únicos interesados en cambiar el mundo son los
pesimistas, porque los optimistas están encantados
con lo que hay. El que es optimista o es estúpido o es
insensible o es millonario.
(José Saramago)