El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

11
 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  1  Háblame de la be lleza...  La belleza es un jar dín  siempre en flor  Khalil Gibran  El primer amor h uele a madre selvas, a flor de habas, a yerba con luna, a margaritas de arroyo... a violetas blancas. Juan Ramón Jiménez EL LEGADO DE LAS AZALEAS Apenas hacía unos meses que había abierto la floristería, cuando ella apareció. Fue como si, de repente, desde la trastienda, viese avanzar mi infancia hasta quedar enmarcada entre un ficus y una cesta de violetas africanas que se hallaban flanqueando el mostrador. Había cambiado mucho durante estos quince años. Parecía haber sufrido una aceleración brutal. Su rostro se asemejaba al de u na planta enr aizada en un substrato poco fé rtil y que acaba adquiriendo un aspecto ralo y lacio. No sé si era el paso del tiempo o que yo la contemplaba bajo una óptica diferente a como se ven las cosas con trece años, pero ya no era aquella mujer que tanto me impresionó. No me reconoció, ni tan siquiera, cuando me atreví a recomendarle que llevara unas azaleas. Se limitó a decirme que no era buena época para ellas y se fue con una flor de pascua, porque estábamos en tiempo de Navidad. La seguí con la mirada y cuando dobló la esquina me arrepentí de no haberme dado a conocer. Pero es que yo soy así: ante las situaciones imprevistas se me hace difícil hilvanar una respuesta y la timidez me bloquea y se apodera de mí. Además, creo que aún tenía miedo de que conociera mis verdaderos sentimientos, aunque yo nunca se los revelé, y me mirase de forma compasiva. Ahora, me parecía grotesco pensar que hubiese estado enamorado de ella, aunque fuese sólo un amor

Transcript of El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

Page 1: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 1/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

1

 Háblame de la belleza... La belleza es un jardín siempre en flor  

Khalil Gibran

 El primer amor huele a madreselvas,

a flor de habas, a yerba con luna,a margaritas de arroyo...a violetas blancas. 

Juan Ramón Jiménez 

EL LEGADO DE LAS AZALEAS

Apenas hacía unos meses que había abierto la floristería, cuando ella apareció. Fue

como si, de repente, desde la trastienda, viese avanzar mi infancia hasta quedar enmarcada

entre un ficus y una cesta de violetas africanas que se hallaban flanqueando el mostrador.

Había cambiado mucho durante estos quince años. Parecía haber sufrido una aceleración

brutal. Su rostro se asemejaba al de una planta enraizada en un substrato poco fértil y que

acaba adquiriendo un aspecto ralo y lacio. No sé si era el paso del tiempo o que yo la

contemplaba bajo una óptica diferente a como se ven las cosas con trece años, pero ya no

era aquella mujer que tanto me impresionó.

No me reconoció, ni tan siquiera, cuando me atreví a recomendarle que llevara unas

azaleas. Se limitó a decirme que no era buena época para ellas y se fue con una flor de

pascua, porque estábamos en tiempo de Navidad. La seguí con la mirada y cuando dobló la

esquina me arrepentí de no haberme dado a conocer. Pero es que yo soy así: ante las

situaciones imprevistas se me hace difícil hilvanar una respuesta y la timidez me bloquea y

se apodera de mí. Además, creo que aún tenía miedo de que conociera mis verdaderos

sentimientos, aunque yo nunca se los revelé, y me mirase de forma compasiva. Ahora, me

parecía grotesco pensar que hubiese estado enamorado de ella, aunque fuese sólo un amor

Page 2: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 2/11

Page 3: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 3/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

3que me uniría a ellos después, porque tenía que ir a hacer unos recados que me había

encargado mi madre. Pero esta vez no hubo partido. Desde las escuelas divisaron la densa

humareda que se iba apoderando de la tarde y que dejaba un aire viciado de fatalidad.

Alarmados por lo extraño de la situación decidieron suspender aquel evento deportivo, tan

importante para ellos, y averiguar qué era lo que provocaba tanta negrura. Nada más enfilar

la calle ya se encontraron a toda la gente movilizada. Habían mandado desalojar las casas de

los alrededores, se había organizado una cadena humana con cubos de agua y más de uno

lloraba de rabia y de impotencia ante la certeza de que aquel enemigo, al que

desesperadamente se pretendía reducir, era demasiado poderoso para las rudimentarias

armas con las que se le combatía. Y es que, cuando llegaron los bomberos –la mayoría de sus

miembros estaban trabajando en la fundición- no pudieron hacer más que salvar parte de

los locales del carbonero y quedarse de retén.

Al anochecer, cuando se supo toda la amplitud de la tragedia, se personaron en el

lugar las autoridades locales. Todo el mundo hablaba entonces de la eficiencia del alcalde

que, de la mano de un niño del barrio, dio personalmente las órdenes pertinentes para que

se alojara provisionalmente a las familias afectadas y convocó un pleno extraordinario y

urgente para buscar soluciones rápidas. Poco importa ahora contar que tales ayudasllegaron tarde y mal. Ni que las casas sociales con su parque al lado, que se comprometió a

realizar en la zona siniestrada, acabaran siendo chalets adosados con zona ajardinada a un

precio inasequible, porque el nuevo plan urbanístico, que se aprobó posteriormente, así lo

aconsejaba.

El caso es que por la noche se durmió poco. La mayoría de los vecinos tenían miedo

de que el viento pudiera reavivar el fuego y decidieron hacer guardia en el garaje de Julián.

Nunca en el barrio hubo tanta gente reunida hasta tan altas horas de la madrugada. Allí se

habló de la situación en la que quedaban los más perjudicados, de la posibilidad de abrir una

cuenta corriente para ingresar fondos, del lugar en donde centralizar la entrega de ropas y

enseres que algunos habían empezado ya a aportar y de numerosas cosas más. Pero, sobre

todo, se discutieron las posibles causas del incendio y nadie llegaba a comprender cómo

podía haberse iniciado en el abuhardillado, justo en el único piso que estaba deshabitado.

Las beatas de turno, encabezadas por mi madre, habían llegado a la conclusión de que

Page 4: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 4/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

4semejante desgracia era consecuencia de no haber querido poner al barrio el nombre de

Santa Gema. Y es que hace ya muchos años encontraron allí, cuando se empezaron a

levantar las primeras casas, una deteriorada talla de algo que se asemejaba a una imagen de

alguna iglesia. En un principio pensaron que pudiera ser la imagen de la santa que

desapareció de una ermita cercana durante la guerra civil, pero con el tiempo se demostró

que era una figura sin valor y de origen desconocido. Para entonces, la gente ya había

mostrado el sentir de bautizar a la nueva barriada con el nombre de Santa Gema y atribuían

a su intercesión la milagrosa curación de más de un vecino.

Pasaron los días y ni siquiera los especialistas de la guardia civil encontraron una

explicación convincente a aquella tragedia. Y a nadie, excepto a mí, se le pasó por la

imaginación relacionar aquel infausto suceso con la inquilina de la buhardilla que hacía dos

semanas había dejado precipitadamente el piso.

No se me ha borrado de la memoria el primer día que la conocí. Salía yo de casa con

el balón en la mano, dispuesto a ser la figura del partido, en aquel improvisado campo de

fútbol en el que el portón del garaje de Julián servía de portería y el asfalto de la

escasamente transitada carretera hacía las veces de remozado césped, cuando la vi.

Sujetaba con dificultad una maleta enorme en una mano y unas bolsas en la otra, en un actoque se me antojaba más propio de un obrero lleno de músculos que de un ser tan delicado y

angelical. Me quedé mirándola fijamente y, por un instante, creí estar metido, por alguna

misteriosa abducción, en el argumento de una película. Aquella mujer era la viva imagen de

la Brigitte Bardot que aparecía en los carteles del cine Principal, bajo el sugestivo título de “Y

Dios creó a la mujer”; aquella Brigitte Bardog que recordaba a los mayores que sacar entrada

para el cine era como hacer la reserva de la primera fila del edén.

Cuando se dirigió a mí y me preguntó que dónde estaba el número seis, no acerté a

hablar. Noté que, repentinamente, se me había olvidado el texto del papel que tenía que

interpretar. Sin embargo, pasados esos primeros instantes de indecisión, me sorprendí a mí

mismo respondiendo con atino a lo que me demandaba y aún fui capaz de ofrecerme a

acompañarla hasta la puerta. Iba por delante, porque tenía miedo de que se percatase de mi

sonrojo si la miraba a la cara. Y es que, hasta aquel momento, las chicas sólo eran para mí

unos seres con unas cualidades innatas poco recomendables. Eran cursis y presumidas como

Page 5: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 5/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

5Rosita, la hija de la tendera de ultramarinos, con sus coletas de lacitos; plastas y acusicas

como la hermana de Andrés, el portero del equipo, que se pasaba el día contándole a su

madre los líos en los que nos metíamos; altivas y distantes como la vecina del segundo, con

su uniforme de colegio privado, su diploma de religión y su banda de honor por buen

aprovechamiento... En fin, toda un elenco de estorbos a quienes los entendidos no dudaron

en juntar en las nacionales femeninas, porque estaba claro que no tenían nada en común

con nosotros.

Pero, de repente, Pilar se convirtió en una obsesión para mí. Una sola palabra suya,

un gracias acompañado de una sonrisa, fue suficiente para que pensase que su presencia

había transformado el barrio. Fue también un motivo para que a las siete y media de la

tarde, cuando ella regresaba a casa, hiciéramos un descanso en el partido de fútbol para

verla pasar. Observábamos atentos cómo aquel cuerpo celestial, que alguien tuvo a bien

colocar en nuestros ratos de asueto, era capaz de fijarse en nosotros y nos dirigía un saludo

que nos daba tema de conversación para un buen rato. Claro, que los amigos nunca se

percataron de que después de aquel ¡hola chicos!, esbozaba una sonrisa que yo sabía que

era única y exclusiva para mí. Ni entendían, tampoco, cómo, tras su llegada y en la segunda

parte del partido, siempre acababa fallando varios goles cantados y el balón parecía estarempeñado en enredárseme entre los pies, como si mis piernas, que momentos antes eran

tan rápidas como si las del mismísimo Francisco Gento se trataran, estuvieran apoyadas en

un firme de médanos y me costase una enormidad moverlas.

Luego venía la noche y de nuevo volvía a verla. Esta vez era en sueños, pero me la

imaginaba allí, en aquella salita minúscula que se extendía nada más abrir la puerta del

abuhardillado. Porque antes, en aquella casa, vivía Emiliano, un chico de nuestra edad y muy

amigo mío. Sus padres se mudaron porque habían comprado un piso más cerca del negocio

familiar. Tenían una pequeña mercería por el centro y trabajaban los dos en ella. Su madre

había estudiado para maestra pero cuando se casó dejó de ejercer, porque su marido no

quería que estuviera cada año de pueblo en pueblo y, además, había trabajo para los dos en

la tienda. Muchas tardes yo iba a su casa y hacíamos las tareas juntos. A mí no se me daban

bien las matemáticas y doña Julia -así se llamaba la madre- volvía a casa una hora antes de

cerrar la tienda y nos ayudaba.

Page 6: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 6/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

6Por aquel entonces, el abuhardillado no tenía ningún interés especial para mí. Sin

embargo, a partir de la llegada de Pilar significó algo que estaba más allá del tiempo y del

espacio. Poseía su propio tiempo y su propio espacio, que eran distintos a los que ocupaban

las matemáticas de doña Julia y los ratos que pasaba con Emiliano. Porque, todo cambió el

día que en que mi madre me mandó ir a llevar unas verduras para el padre de Manuel

Solana, que vivía debajo del abuhardillado y que estaba imposibilitado en la cama desde

hace varios meses. Al acabar el recado que me llevó hasta allí me encontré a Pilar en las

escaleras. Iba muy cargada con varias bolsas y yo me ofrecí a ayudarla. Me invitó a entrar a

su casa y, ya dentro, le hablé de los antiguos vecinos del piso. Al enterarse de que tenía

problemas con las tareas escolares se brindó a echarme una mano. Así fue como, dos tardes

por semana, iba a su casa y hacíamos frente a las fracciones, a las potencias o al área de

cualquier polígono que se nos presentase. Y así fue, también, como descubrí la pasión que

ella tenía por las plantas y la habilidad que poseía para sacar partido a cualquier cacharro

inservible y hacer con él el recipiente idóneo para ellas.

He de reconocer que me gustaba verla en aquella tarea. Lo mismo podaba algún tallo

de la higuera rastrera que había dado utilidad a la antigua mesa de la máquina de coser, que

quitaba las hojas secas de la diminuta palmera que graciosamente había plantado en unatetera de cobre, que regaba la hiedra que fue capaz de dignificar un orinal o atendía las

plantas de flores que habían hecho de su balcón el lugar más admirado del barrio. Una por

una, todas recibían el cuidado necesario para que aquella casa, antes desangelada y fría,

pareciese, por aquel entonces, el mismísimo paraíso terrenal. Únicamente el helecho de

Boston, situado en una esquina de la bañera, se libraba de la diaria ración de mimos y

atenciones, porque parecía sobrarle con la humedad que el ambiente desprendía cuando

Pilar, cada mañana, se sumergía en una intimidad que a los demás nos estaba prohibida.

Con la disculpa de las plantas encontré un motivo para subir diariamente a su casa. Y

ella, al verme tan interesado en el tema, me enseñó un antiguo álbum sobre flores, que

poseía desde que era niña. Me entusiasmó tanto, que me pasaba horas y horas mirando su

páginas. Creo que aún sería capaz de reconocer, por la foto, el nombre de cada planta y las

condiciones más idóneas para su crecimiento. Pero lo que mejor recuerdo son las azaleas.

Casualmente era el único cromo de la colección que le faltaba y yo aproveché aquella

Page 7: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 7/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

7circunstancia para comprarle, el día de su cumpleaños, una maceta con un puñado de ellas.

Ella pareció acoger el detalle con la misma ilusión con la que una novia acepta el primer

regalo de su ser amado. Al momento, transplantó aquellas flores, dispuestas sin ninguna

gracia, a un bol. de cerámica y las rodeó de varias plantas de hojas moteadas, formando así

un espléndido centro de mesa que ubicó en la esquinera del armario de la cocina, junto a la

cortina de la ventana.

Poco a poco, aquellas azaleas crearon un vínculo común que fueron dejando un

legado de intimidades. En los primeros días me iba contando retazos de su historia pasada,

lejos de la ciudad, y al final terminó confiándome su secreto más celosamente guardado. En

una de aquellas tardes dedicadas a la jardinería me habló de Ricardo, un joven apuesto de su

pueblo. Me dijo, mientras cuidaba unos jacintos de color lila que había salpicado de

pequeñas plantas de hiedras, que arrastraban graciosamente sus hojas como si fuesen las

caídas de un vestido de cola, lo que aquel hombre significaba para ella. Y es que hace tiempo

decidieron sellar, desoyendo la opinión de los demás que les consideraban aún muy jóvenes,

lo que fue un amor apasionado. Pero, lo que para ella empezó siendo algo maravilloso, se

tornó en una lucha contra un enemigo que se había interpuesto entre los dos. Que él cayó

en los brazos de la bebida y ésta le exigía permanentemente una rendición total del alma yde la carne, haciéndole insensible a las caricias que le esperaban en casa. Y poco a poco, fue

convirtiendo en un infierno lo que antes era gloria bendita. Me comentó también que, un

buen día, harta de aguantar, decidió huir de aquel martirio y de aquel lo que no puedas

evitar lo debes soportar , que su propia familia le aconsejaba. Pero que ahora, después de un

tiempo de estar separados, él había dado casualmente con su paradero y había vuelto

reformado. Le había jurado y perjurado que aquella vida sin ella no era vida y que había

abandonado aquel vicio que tanto mal le ocasionó. Se le veía diferente. Había cambiado la

arrogancia por la delicadeza, el mal humor por las dulces palabras, las exigencias y reproches

por la calma y la comprensión. Así que decidieron, de mutuo acuerdo, darse otra nueva

oportunidad; empezar de nuevo con aquellas citas a escondidas que ya llevaban varias

semanas realizando y que esperaba terminasen en un nuevo y definitivo reencuentro. Por

eso al siguiente sábado habían quedado en el abuhardillado para comer. Él se había ofrecido

a venir antes de que ella saliera del trabajo. Quería preparar la mesa y, aunque no se lo

Page 8: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 8/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

8había dicho, estaba segura de que traería algún ramo de flores o, incluso, algún anillo con el

fin de sellar aquel nuevo compromiso. Y ella le había dado la dirección de la casa y le iba a

dejar una llave escondida detrás del contador de la luz que estaba junto a la puerta de

entrada.

Aquella íntima confesión me causó un dolor que por entonces no podía catalogar,

porque nunca antes lo había sentido. No era el dolor por tener que compartir algo. Siempre

había considerado que aquella Brigitte Bardot no era sólo mía. Pertenecía a todos mis

amigos, que cada tarde esperaban su llegada con ese primer rubor que asomaba a sus

mejillas y les impedía mirar de frente; pertenecía a todos los hombres de Huerto Alto, que

eran testigos silenciosos de cómo aquel cuerpo, arrebatado al cine y a las revistas, les había

hecho brotar sus deseos de lujuria ya olvidados y pertenecía al barrio, porque, como decía

mi madre, una mujer que es capaz de ennoblecer con flores un mísero balcón de un

abuhardillado, es digna de pasar a la historia.

Quizás por todo ello acabé odiando a aquel hombre que ni siquiera conocía y me

pregunté qué encantos nunca vistos tendría que poseer para hacer que aquella mujer

estuviera dispuesta a perdonar semejante afrenta.

La mañana del sábado me propuse poner rostro a aquel desconocido que vendría aarrebatarnos lo que tanto apreciábamos y que él, anteriormente, había rechazado. Nada

más levantarme me aposenté en la pared de la carretera. Simulaba vigilar los eléctricos

andares de alguna lagartija, que en modo alguno me interesaba, con la esperanza de ver de

cerca a aquel hijo pródigo, al que el perdón magnánimo de Pilar había dado una segunda

oportunidad. Tuvieron que pasar varias horas hasta que le vi llegar. Siempre pensé que

tendría un aire al Marlon Brando que también aparecía en otro de los carteles del cine o a

cualquier galán de la época, pero no fue así. Me pareció poca cosa: tirando a bajo, con aires

de conquistador venido a menos y vestido sin elegancia para la ocasión. Una planta de

anturio, envuelta en un plástico transparente y adornada con un lazo, era el único detalle

que le diferenciaba del común de los mortales. Al pasar a mi altura le saludé con un

movimiento de cabeza y un hola, tan bajito, que no creo que me llegase a oír. Me devolvió el

saludo con cara de chaval te has equivocado y, al instante, dirigió su mirada a la fachada de

Page 9: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 9/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

9la casa. Una ligera sonrisa, al descubrir la borrosa chapa con el número seis, delató cuál era

su verdadero interés.

Le volví a ver al día siguiente. Recuerdo que por la tarde se puso de tormenta y, a

última hora, uno de los múltiples rayos que se dibujaron en el cielo debió partir una nube en

dos. De repente, una tromba de agua se precipitó sobre la ciudad. A mí, desde que leí en el

álbum de flores que el agua de lluvia era bueno para las azaleas, me gustaban los aguaceros.

Salía a la calle y ponía un caldero a la gotera. Cuando se llenaba, caminaba con rapidez a la

casa de Pilar para que regara las plantas. Entonces, ella cogía una toalla y me secaba el pelo.

Eran aquellos los momentos que con más cariño recuerdo y procuraba alargarlos todo lo

posible. Me sentía como el héroe de los tebeos cuando volvía a su patria en busca de

reposo, tras largas y cruentas batallas. Y después, en aquellas noches precedidas de aquel

acto de ternura sublime, soñaba yo que era El Capitán Trueno  y ella mi Sigrid . Yo

conquistaba con mi espada edificios que estaban bajo la tiranía del abandono o de la miseria

y ella los devolvía a la vida llenando sus balcones de begonias, geranios, petunias y

caléndulas.

Antes de que anocheciera fui a llevar el agua y al llegar a la puerta oí que alguien

sollozaba dentro. Al ir a llamar me di cuenta de que habían dejado la llave olvidada en laparte exterior de la cerradura. Supuse que era la copia que había realizado, porque estaba

suelta, sin llavero, y la guardé detrás del contador. En ese preciso instante, aquel Marlon

Brando de pacotilla abrió bruscamente la puerta y apareció frente a mí. Presentaba un

aspecto desaliñado, con la camisa desgarrada y por fuera de los pantalones. Me lanzó una

mirada turbia de animal descompuesto y se marchó a trompicones escaleras abajo. Su

precipitada huida no impidió que dejara en el ambiente un olor a alcohol propio del feligrés

más asiduo de una tasca de tercera categoría. Cuando se alejó de mi vista entré a dejar el

agua. El salón estaba en penumbra, pero me percaté enseguida de la realidad de lo ocurrido.

Pilar estaba echada en el sofá. Lloraba y su cuerpo, tembloroso y medio desnudo en su parte

superior, se parecía al de una delicada flor que ha luchado denodadamente contra el azote

de un huracán. Cuando se dio cuenta de mi presencia intentó disimular la situación con la

mayor dignidad posible. Se volvió de espaldas mientras se abrochaba los botones de la blusa,

se secó las lágrimas con el dorso de las manos y, sin darme la cara, se dirigió al baño. Tardó

Page 10: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 10/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

10un par de minutos en salir. Mientras tanto, yo aún permanecía allí, inmóvil, con el cubo de

agua en la mano. Sólo cuando me dijo que lo dejara en el suelo parecí reaccionar. Ella,

entonces, me puso una toalla sobre la cabeza, me llevó hasta el sofá y, después de frotarme

el pelo, me abrazó con fuerza sobre su pecho. Estuvimos así mucho tiempo... mucho tiempo;

todo el tiempo.

Cuando volví, mi madre andaba ya preocupada por tanta tardanza. Había preguntado

por mí a los vecinos. Tenía un miedo exagerado a los truenos y estaba obsesionada con la

posibilidad de que un mal rayo me hubiera caído encima. Las excusas que di no aminoraron

su enfado y acabé en la cama sin cenar.

Tardé mucho en dormirme. En mi mente se entremezclaba la visión de aquella Pilar

ultrajada con la de aquella otra que me acogió en su regazo. No pude evitar que, una y otra

vez, ambas escenas se repitieran machaconamente como si fuesen instantáneas del anuncio

de una película no apta para menores.

A la mañana siguiente me quedé en la cama hasta muy tarde. Comenzaba a

removerme en mi lecho y estaba en ese momento en el que el sueño lucha contra la vida,

defendiendo su imperio de tinieblas y fantasías, cuando me despertó mi madre. Traía en la

mano algo que enseguida reconocí. Era el álbum de las flores. Pilar hacía ya varias horas quese había acercado a mi casa para despedirse y me lo había dejado como recuerdo. Se había

ido; así, sin más. Se había marchado para siempre, con sus bolsas y su maleta, seguramente

en busca de otra casa triste y solitaria a la que adornar con sus flores.

A partir de entonces, la abulia de las tardes que siguieron a la de su marcha había

creado en mí una sensación de orfandad que sólo se veía aminorada cuando hojeaba el

álbum. Miraba mecánicamente sus páginas y acababa deteniéndome siempre en la misma

hoja. Pilar había pegado, en el hueco en blanco de las azaleas, dos pétalos de la flor que le

regalé. Cada día que pasaba veía con tristeza cómo iban marchitándose poco a poco y,

automáticamente, mi mente se trasladaba al abuhardillado y no podía dejar de pensar en la

crítica situación en la que estarían las plantas que con tanto mimo habíamos cuidado.

Porque, para mí, aquellas plantas tenían más valor que toda la vegetación del mejor jardín

botánico que hubiera en el mundo. Al fin y al cabo, aquel lugar era el único del barrio que

merecía la pena ser conservado: una especie de reserva natural en medio de un universo

Page 11: El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

7/24/2019 El Legado de Las Azaleas. Villa de Colindres

http://slidepdf.com/reader/full/el-legado-de-las-azaleas-villa-de-colindres 11/11

 El legado de las azaleas Vicente Fernández Saiz  

11inhóspito y abandonado de la mano de Dios. Por eso tomé aquella determinación.

Aproveché que mis amigos habían ido a jugar al fútbol, al patio de las nacionales, para entrar

en el piso de Pilar. Subí sigilosamente las escaleras y metí la mano detrás del contador de la

luz. Como supuse, nadie se había dado cuenta de que allí estaba escondida la llave. Luego,

una vez dentro, todo parecía muy fácil. Encendí una vela que había cogido previamente,

porque sabía que habían quitado los plomos y estaría a oscuras con las contraventanas

cerradas, y con un cazo que encontré en la cocina fui regando, una por una, todas las plantas

del interior: el helecho de Boston, la higuera de la máquina de coser, la palmera, la hiedra...

y hasta el anturio que estaba abandonado detrás del sofá. Dejé para el final las azaleas.

Como estaban en alto, coloqué una silla para llegar con más facilidad y, en un difícil

equilibrio, me encaramé hasta ellas con el agua en una mano y la vela en la otra.

Fue algo totalmente fortuito. Cuando quise darme cuenta de que la llama estaba

cerca de la cortina ya era demasiado tarde. No hice nada; no pude hacer nada porque en un

primer momento me quedé paralizado y, después, aunque quise remediar aquel desastre, el

humo me hizo salir corriendo en un ansia vital por encontrar aire puro. Cerré la puerta con

llave, quizás en un vano intento por impedir que aquella negrura asfixiante me persiguiera y,

cuando alcancé la calle, ya salían las llamas por el balcón. Esperé unos instantes, los justospara recuperarme un poco, entré de nuevo en el portal y empecé a gritar: ¡fuego, fuego! 

Todos los vecinos salieron corriendo, asustados y chillando; todos, menos el padre de

Manuel Solana, al que tuvieron que sacar entre varias personas después de derribar la

puerta de su casa. Les vino justo para que no se les ahogara en un ataque de tos con tanto

humo. Entonces, mi madre empezó a decir a los cuatro vientos que yo era un héroe, que si

no es por mí, aquella tarde habría sido una tarde de luto en el barrio de Huerto Alto. Y así se

lo hizo saber al alcalde que, al enterarse, me mandó ponerme a su lado cuando se dirigió a

los vecinos para decirles lo del pleno extraordinario.