El liderazgo de Juan XXIII

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EL LIDERAZGO DE JUAN XXIII “Es importante mantenerse siempre en movimiento y no aferrarse a lo tradicional. Debemos continuar buscando nuevos contactos, siendo receptivos a los legítimos desafíos que nos propone la época que nos toca vivir, de modo que Cristo pueda ser proclamado y reconocido de cualquier manera” (Juan XXIII a los 80 años…) Un muchacho de pueblo Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte, un pequeño pueblo cercano a Bérgamo el 25 de noviembre de 1881. Sus padres, como el resto de los mil doscientos habitantes del pueblo, trabajaban la tierra y vivían en casas muy modestas que compartían con las vacas. Giuseppe fue el cuarto hijo del matrimonio de Giovanni y Mariana, pero el primer hijo varón, por lo cual Giovanni estaba satisfecho de saber que alguien lo sucedería en el trabajo del campo y de los viñedos. Los Roncalli trabajaban cinco hectáreas de tierra que pertenecía a los “patrones”, quienes se quedaban con la mitad de la producción. Ya elegido Papa, Roncalli recordaba su niñez con afecto: “Éramos pobres, pero felices porque confiábamos plenamente en la ayuda de la Providencia. Nunca había pan sobre la mesa, solo polenta. Solo para celebrar Navidad y Pascuas, una tajada de torta casera. Las ropas debían durar años y años…Pero, sin embargo, mi madre se las arreglaba para darle un plato de sopa a algunos chicos del pueblo que eran más pobres que nosotros” i Dos personas jugaron un rol decisivo en esos primeros años: su tío abuelo Zaverio, un hombre muy religioso que participó en los orígenes de la Acción Católica de Bérgamo y devoto colaborador de la obra salesiana de Don Bosco. Zaverio influyó mucho en Angelo tanto con sus palabras como con el ejemplo y con el poder de su espíritu religioso. La otra persona, naturalmente, fue su madre Mariana, protagonista del primer recuerdo de su infancia. Sesenta y siete años después de ocurrido, Roncalli le contó la anécdota a un grupo de peregrinos: “La imagen de la Madonna de mi pueblo estaba al final de un sendero entre los árboles que sigue siendo un punto de peregrinaje en la actualidad. Cuando tenía cuatro años, mi madre me llevó a ver la imagen, me levantó en brazos y

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El artículo es un homenaje a la vida de uno de los Papas más extraordinarios que ha tenido la Iglesia Católica. Un verdadero modelo de liderazgo.

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EL LIDERAZGO DE JUAN XXIII

“Es importante mantenerse siempre en movimiento y no aferrarse a lo tradicional. Debemos continuar buscando nuevos contactos, siendo receptivos a los legítimos

desafíos que nos propone la época que nos toca vivir, de modo que Cristo pueda ser proclamado y reconocido de cualquier manera” (Juan XXIII a los 80 años…)

Un muchacho de pueblo

Angelo Giuseppe Roncalli nació en Sotto il Monte, un pequeño pueblo cercano a Bérgamo el 25 de noviembre de 1881.Sus padres, como el resto de los mil doscientos habitantes del pueblo, trabajaban la tierra y vivían en casas muy modestas que compartían con las vacas.Giuseppe fue el cuarto hijo del matrimonio de Giovanni y Mariana, pero el primer hijo varón, por lo cual Giovanni estaba satisfecho de saber que alguien lo sucedería en el trabajo del campo y de los viñedos.Los Roncalli trabajaban cinco hectáreas de tierra que pertenecía a los “patrones”, quienes se quedaban con la mitad de la producción. Ya elegido Papa, Roncalli recordaba su niñez con afecto:“Éramos pobres, pero felices porque confiábamos plenamente en la ayuda de la Providencia. Nunca había pan sobre la mesa, solo polenta. Solo para celebrar Navidad y Pascuas, una tajada de torta casera. Las ropas debían durar años y años…Pero, sin embargo, mi madre se las arreglaba para darle un plato de sopa a algunos chicos del pueblo que eran más pobres que nosotros”i

Dos personas jugaron un rol decisivo en esos primeros años: su tío abuelo Zaverio, un hombre muy religioso que participó en los orígenes de la Acción Católica de Bérgamo y devoto colaborador de la obra salesiana de Don Bosco. Zaverio influyó mucho en Angelo tanto con sus palabras como con el ejemplo y con el poder de su espíritu religioso.La otra persona, naturalmente, fue su madre Mariana, protagonista del primer recuerdo de su infancia. Sesenta y siete años después de ocurrido, Roncalli le contó la anécdota a un grupo de peregrinos:“La imagen de la Madonna de mi pueblo estaba al final de un sendero entre los árboles que sigue siendo un punto de peregrinaje en la actualidad. Cuando tenía cuatro años, mi madre me llevó a ver la imagen, me levantó en brazos y me dijo: `Mira, Angelino. Mira qué hermosa que es la Madonna. Yo te he consagrado a ella`. Ese es el primer recuerdo claro que tengo de mi infancia”.ii

Giovanni, el padre de Angelo no tuvo una gran influencia. Estuvo eclipsado por otras figuras paternas (como el Tío Zaverio) y era el miembro menos demostrativo de la familia. Angelo lo recordaba como un ejemplo de laboriosidad y de bondad.Pero hay un recuerdo asociado con su padre que lo acompañó hasta su muerte. Cuando Angelo tenía ocho años, caminaron juntos los seis kilómetros hasta el Puente San Pietro para participar de una festividad de la Acción Católica. La gran iglesia, resplandeciente por una enorme cantidad de velas era un espectáculo fascinante para los chicos. Como Angelo era muy pequeño, su padre lo subió a los hombros para que pudiera ver lo que ocurría.

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El Papa recordó el incidente en 1958 cuando apareció en la sedia gestatoria (silla papal portable):“Una vez más, estoy siendo llevado en andas por mis hijos. Hace más de setenta años, mi padre me llevó en sus hombros en el Puente San Pietro… El secreto de todo está en dejarse llevar en andas por Dios, y de esa manera, poder llevar en andas a nuestro prójimo”iii

Los años de formación

A los doce años, Angelo ingresó al Seminario de Bérgamo, más famoso por la piedad de sus sacerdotes que por su nivel académico.La vida ascética del seminario le resultó muy dura a una personalidad tan espontánea y vital como la de Roncalli. Al cabo de un tiempo, tuvo que abandonar temporariamente el seminario para cumplir con el servicio militar.Aunque esa etapa le resultó dura y desagradable, sus superiores se mostraron conformes con su desempeño, al punto que fue ascendido a sargento.Angelo no fue un alumno brillante, pero se destacó lo suficiente como para ser enviado a estudiar a Roma en 1900.En ese momento de la historia llegaban a Roma las mareas del modernismo. El obispo de Bérgamo, Monseñor Giundani, apoyaba a un líder católico de su ciudad en su participación en las elecciones italianas, en contra del mandato del Papa Pio IX: “Nada de política. No conviene”. El Seminario de Bérgamo se alineó con su obispo y logró llevar al Parlamento al primer diputado católico en 1904.El seminarista Roncalli debió afianzar sus propias convicciones sobre la vida pública, y la participación en ella de la Iglesia, el sentido disciplinario eclesial, la obediencia a Roma y la esperanza contra toda esperanza: el no dar a una negativa o a unas circunstancias adversas un valor definitivo.En el mismo Colegio que Roncalli estudiaba Ernesto Buonaiutti, el padre del modernismo italiano, una corriente teológica que adaptaba la formulación de la fe para adecuarla a los tiempos modernos. En esta concepción, la razón se imponía a lo sobrenatural. Roncalli siempre permaneció alejado de esta corriente de opinión, porque su fe sencilla rechazaba por instinto ese tipo de sofisticados planteos intelectuales.Angelo no era un intelectual ávido de ideas nuevas, ni lo llegó a ser nunca.Dios sabe a través de qué caminos este hombre, lo más opuesto a un revolucionario en todos los sentidos, resultaría un día el Papa más profundamente revolucionario de la historia moderna de la Iglesia.

Los primeros años de sacerdocio

En julio de 1904 Roncalli recibió su Doctorado en Teología, rindiendo su último examen ante quien luego se convertiría en el Papa Pio XII.El 10 de agosto, en la Iglesia romana de Santa María in Monte Santo, una de las dos iglesias gemelas de la hermosa Piazza del Popolo, Angelo Roncalli fue ordenado sacerdote y al día siguiente celebró su primera misa en la Cripta de San Pedro, donde sería enterrado sesenta años más tarde.

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Sus padres y su tío Zaverio no pudieron asistir porque no podían afrontar el costo de los pasajes de tren, pero tuvieron su recompensa cinco días más tarde, cuando Angelo celebró la misa en la iglesia de Sotto il Monte, su pueblo natal.Al volver a Roma, Roncalli se inscribió en la escuela de Derecho Canónico, pero nunca pudo cursar ya que tuvo que viajar a Bérgamo para asistir a la asunción del nuevo obispo de la ciudad, Monseñor Radini Tedeschi quien le propuso ser su asistente.Así comenzaron diez años de estrecha colaboración material y espiritual.Radini Tedeschi era un sacerdote elegante, progresista, miembro de una familia suizo-alemana y con un carácter autoritario e irascible, pero con un corazón de oro.Radini Tedeschi estaba convencido que su diócesis necesitaba un gobierno con mano dura. Angelo tenía un temperamento muy diferente, pero tuvo la posibilidad de observar de cerca la forma en que Radini Tedeschi ejercía la autoridad episcopal.Esta experiencia fue fundamental para su educación, ya que comprendió que incluso los hombres santos pueden diferir entre sí y que la lealtad y la obediencia son esenciales, pero no resuelven mágicamente los problemas.El nuevo obispo, acompañado por el secretario Roncalli, visitó 352 parroquias de su diócesis en los primeros cuatro años. Se ocupó de reconstruir iglesias decrépitas, de remodelar la Catedral y de instalar agua corriente y calefacción en el Seminario.Para Roncalli, este proceso constituyó una gran experiencia de aprendizaje acerca de la vida pastoral moderna y de cómo solucionar problemas terrenales.Monseñor Radini Tedeschi no solo fue el mentor de Roncalli, sino también una figura paterna y un modelo a seguir que modeló su destino.En el verano de 1914 muere el Papa Pio X y lo sucede Benedicto XV, amigo cercano del Cardenal Radini Tedeschi, quien muere solo unos pocos días después.A la muerte del obispo, su secretario Roncalli escribió su biografía con lágrimas en los ojos. El recuerdo de ese hombre justo lo acompañó toda la vida.Pocas semanas después, se desencadena la Primera Guerra Mundial y las tropas de la monarquía austro-húngara derrotan varias veces a las italianas. Las iniciativas de paz del Papa Benedicto no tuvieron eco y la población comenzó a pasar hambre.Roncalli se alista en el ejército, llegando a ocupar el rango de Teniente Capellán de una división médica. La experiencia fue dura, pero enriquecedora ya que se contactó de primera mano con el mundo “exterior”.Cuando terminó la guerra, en 1918, el Papa le encargó al Padre Roncalli (que rondaba los cuarenta años) el trabajo de modernizar e internacionalizar el servicio misionero llamado Propaganda Fide.Este es el despertar de la vocación diplomática de Angelo Roncalli.

El camino al obispado

Roncalli tuvo un tremendo éxito en su nuevo puesto: las donaciones se multiplicaron y se difundieron notablemente las iniciativas a través de la prensa internacional.De todos modos, no medía el éxito en términos burocráticos, sino por la posibilidad de ayudar al Papa (el “padre de la familia”) a satisfacer las necesidades de todas las misiones diseminadas por el mundo.En esa época llegó a ocupar un puesto de profesor de historia de la iglesia en la afamada Universidad Lateranense, en donde su simpleza y su apertura mental causaron una gran impresión.

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Ese impacto fue tan notable que hasta llamó la atención de la Inquisición Romana (antecesora de la actual Congregación de la Fe), institución que investigaba a Roncalli por un supuesto vínculo con el rebelde Buonaiutti.Cuando ya era Papa, y como tal, jefe de la Inquisición, buscó por diversión su propio archivo, en el cual encontró muchas cartas que databan de varias décadas con la advertencia: “Angelo Roncalli, sospechoso de modernismo”.

Cerca de 1920, un nuevo Papa asumió en San Pedro: Pio XI, quien sostenía que la Iglesia no debía meterse en política. Ideológicamente, estaba tan lejos de los fascistas como de los bolcheviques.Roncalli conocía a Pio XI de Bérgamo y lo consideraba un buen hombre y sumamente inteligente, pero, al mismo tiempo, comenzó a tener cierto disgusto por los manejos de la curia. Llegó a decirle a un amigo: “Cada vez que tengo que entrar a los pasillos del Vaticano, siento un escalofrío en la espaldaiv”.En esa época, Roncalli conoció a un brillante joven estudiante, llamado Giovanni Battista Montini. La amistad continuó a través de los años y a pesar de los destinos que los separaron. En 1963, cuando Montini (Paulo VI) sucedió a Roncalli, todo el mundo daba por hecho que era el heredero natural del trono de Pedro.

En 1924, Roncalli es nombrado Obispo de un antiguo episcopado en tierras palestinas: Areópolis. Para el lema de su escudo episcopal, eligió las palabras “obediencia y paz”.

Los inicios de la carrera diplomática

“Donde quiera que me toque ir, le presto más atención a lo que tenemos en común que a lo que nos separa”. Obispo Roncalli

El Papa Pio XI le encomienda al poco tiempo la delicada misión de ser el primer embajador romano luego de más de mil años en la Bulgaria gobernada por el Rey Boris.La situación político-religiosa de Bulgaria era extremadamente compleja y representaba un enorme desafío para un diplomático con poca experiencia.El Rey Boris profesaba la fe ortodoxa y estaba resentido con Roma debido a la intransigencia que había mostrado el Papa León XIII con su padre.La comunicación del nuevo destino la realizó el Secretario de Estado, Monseñor Gasparri, quien, frente a las dudas de Roncalli, no le aclaró demasiado el panorama, sino todo lo contrario, ya que le dijo:“La situación en Bulgaria es muy confusa. No puedo decirle con exactitud qué es lo que está pasando. Pero se pelean todos contra todos: los musulmanes contra los ortodoxos, los católicos griegos contra los latinos y los latinos entre ellos. ¿Podría ir para allá y averiguar lo que ocurre?”v

.Entre las tareas de Roncalli estaba la de interesarse por la suerte de cuatrocientos mil refugiados de Tracia y Macedonia, de distintas religiones. En esa zona, la caridad cristiana era mucho más importante que las cuestiones teológicas.

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Roncalli recorrió todo el país y conmovió a la gente con su sencillez y devoción, al mismo tiempo que era conmovido por la miseria del pueblo y su propia fe. Los búlgaros comenzaron a llamarlo diado, que significa “buen padre”.Al poco tiempo eligió como obispo al joven y humilde sacerdote Esteban Kurtev, hijo de ortodoxos, con el objetivo de ir cimentando una jerarquía católica nativa.Kurtev demostraría con el tiempo una inquebrantable lealtad a Roma, a pesar de las presiones que recibiría de los gobiernos comunistas.Bulgaria le llegó al alma a Monseñor Roncalli y se fue de allí en 1934 con la tristeza de no haber tenido tiempo de aprender el idioma. Las autoridades búlgaras lo despidieron con todos los honores y con la presencia de enviados del Rey y del Arzobispo, en contraste con lo que había pasado en su anónima llegada diez años antes. Juzgado por este criterio, su misión fue exitosa.

No queda demasiado claro por qué Pio XI designó a Roncalli como Delegado Apostólico en Grecia y Turquía en 1935. Pero lo que era evidente es que se trataba de otro destino peligroso y alejado de los centros de poder.Lo primero que tuvo que hacer al llegar a Turquía fue presentarse en la policía. A partir de ese momento, vivió la experiencia kafkiana de ser considerado sospechoso en todos los lugares a los que acudía.En Estambul tuvo que pasar días difíciles y penosos, pero se mantuvo impávido ante la ofensiva del dictador Ataturk contra escuelas, iglesias y comunidades cristianas. Incluso se vistió sin problemas de civil cuando fueron prohibidos los trajes religiosos. No iba a abandonar su tarea ni a disgustar a un pueblo profundamente nacionalista por cosas como estas. Una vez más, desdramatizó la situación gracias a su sentido del humor cuando le dijo a sus colaboradores: “Veamos el lado positivo. Yo estoy feliz de estrenar mi primer chaqueta”.En este caso se trataba de la vestimenta religiosa, pero se tratase de lo que se tratase, Roncalli siempre pensó que si alguien tenía que ceder o perder un poco, no deberían ser ciertamente “los demás”.Ese siempre fue su estilo negociador, del mismo modo que la sinceridad impregnó su estilo diplomático.En 1939 se produjo otro cambio en la cúpula de la Iglesia debido a la muerte de Pio XI y a la elección del refinado aristócrata Eugenio Pacelli, coronado con el nombre de Pio XII.Cuando Mussolini invadió Abisinia, el Vaticano se mantuvo en silencio. Por el contrario, Monseñor Roncalli expuso claramente su posición: “El mundo está envenenado por un nacionalismo insano basado en la sangre y en la raza, que contradice de manera flagrante al Evangelio”.vi

Durante la Segunda Guerra Mundial, Roncalli fue el centro de atención de los diplomáticos de las grandes potencias beligerantes, porque todos ellos encontraban en la profundidad de su corazón y de su inteligencia un profundo compromiso con la causa del hombre y de la paz, y en él hallaban una esperanza.La guerra no llegó a Turquía, pero no perdonó a Grecia y el representante del Vaticano tuvo que ser ante todo el paño de lágrimas y, en medio de mil viejos rencores religiosos, tratar de superarlos con la amistad y la cortesía.Al cabo de su estadía en los Balcanes había abierto una brecha de comprensión en el corazón de los ortodoxos, para quienes, por lo menos este Obispo Roncalli no era un

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enemigo, ni un diplomático astuto ni un imperialista espiritual como habían pensado en un principio debido a sus prejuicios y a las amargas experiencias previas.Por otra parte, muchos años después se supo que Atenas no fue bombardeada y todo su tremendo legado cultural destruido, gracias a la intervención de este sacerdote amable y extrovertido, a quien no parecían interesarle demasiado estas cuestiones.

Una difícil misión en Francia

“Mis ventanas están abiertas de par en par y mis oídos están listos para escuchar. Pero en muchas cuestiones, mis labios están sellados”. Obispo Roncalli

A fines de 1944, Roncalli vuelve a Roma después de veinte años. El Papa Pio XII había decidido destinarlo como nuncio apostólico en Francia.La sorpresa fue grande, al punto de despertarle ciertas dudas acerca de si podría llevar a cabo con éxito su misión en ese ámbito tan sofisticado y mundano, diametralmente opuesto a sus destinos anteriores.Se ha dicho que el nombramiento de Roncalli fue un gesto de desprecio de Pio XII hacia el General De Gaulle, ya que este había expulsado al nuncio anterior por su cercanía con los colaboracionistas.Por ello, el Vaticano enviaba a un campesino que no acreditaba grandes pergaminos diplomáticos y cuyo estilo personal era el opuesto al de la curia francesa.En realidad, Monseñor Roncalli fue enviado una vez más a un avispero, ya que la relación entre De Gaulle y la Iglesia francesa estaba en crisis.La mayoría del episcopado francés veía con buenos ojos, e incluso había apoyado al gobierno colaboracionista. Una vez que Francia fue liberada de los alemanes, el pueblo católico e incluso algunos sacerdotes le reprocharon esta actitud a la jerarquía de la Iglesia francesa.Pio XII no estaba dispuesto a soportar estas críticas, por lo que aceptó a regañadientes el reemplazo del nuncio anterior, pero les envió a Roncalli (quien no era santo de su devoción) y lo expuso a una situación sumamente incómoda.El nuevo nuncio fue recibido con abierta hostilidad, al punto de hacerlo esperar mucho tiempo antes de ser atendido por las autoridades.Años más tarde, les contaba a unos sacerdotes amigos: “Cuando llegué a París tuve una inspiración del Espíritu Santo: Angelito, dadas las circunstancias, hay una sola manera de salir airoso aunque eso no halague tu amor propio: hazte el imbécil”. vii

Roncalli cumplió el papel al pie de la letra, al punto de humillarse con la mayor de las naturalidades al punto de hacer desaparecer su verdadero yo. Pero se las ingenió para mantener excelentes relaciones con personajes políticos, incluido el Presidente Auriol.La bondad del nuncio era interpretada como ingenuidad y su apertura humana como una especie de inconsciencia dispuesta a cualquier componenda.Se dice que Pio XII lo vigilaba de cerca, como temiendo la explosión de aquel volcán, que no lo apreciaba demasiado y que le prohibió hacer lo que más le gustaba: pasear a pie por París y hablar con la gente común.De hecho, se comenta que previamente al viaje hacia París, Roncalli le pidió una audiencia a Pío XII. Este comenzó de manera cortante diciéndole que le podía dedicar solo siete minutos. Roncalli le contestó amable pero de manera firme: “En ese caso, los restantes seis minutos son superfluos”. Y se retiró del salón.

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Roncalli no era un erudito, pero se mantenía al tanto de los avances intelectuales del siglo XX y apresó lo esencial como solo un hombre genial es capaz de hacerlo.El nuncio Roncalli viajó por toda Francia, peregrinó a los lugares santos, invitó a desayunar a muchísimas personas e hizo amigos cada día, aunque su francés no era muy bueno.Muchos franceses se sorprendieron cuando fue elegido Papa porque no supieron apreciar la simpleza de su espíritu. Solo algunos pocos lo lograron. Entre ellos el Embajador francés ante la Santa Sede, quien vaticinó en 1954 (cuatro años antes de la muerte de Pio XII) que “Roncalli tendría muy buenas perspectivas en la próxima elección papal”.viii

Roncalli tenía la intención de volver a Roma para ser lo que siempre quiso ser: un pastor. Ya había traspuesto la barrera de los setenta años y parecía que la misión francesa iba a ser su última etapa. Sin embargo, el destino le tenía reservada más de una sorpresa. El Patriarca de Venecia

En 1952 recibió un telegrama de su amigo Montini en el que le contaba que el arzobispo de Venecia estaba en su lecho de muerte y le preguntaba si estaba dispuesto a asumir esa responsabilidad.En enero de 1953 es nombrado Cardenal y recibe el capelo cardenalicio de manos del Presidente Auriol. Dos meses después, estaba asumiendo su nueva posición.Venecia era un destino soñado para un historiador de la Iglesia y para alguien que, como Roncalli, había pasado décadas tratando de armar puentes entre la Iglesia de Oriente y la de Occidente.En Venecia se sentía con las manos más libres y su espontaneidad pudo florecer más ampliamente en esa misión pastoral que en los puestos diplomáticos.Sus primeras palabras públicas fueron: “Procederé como un padre. Procuraré ponerme en contacto con todos ustedes de una manera simple. Esa es la tarea del pastor: contar las ovejas de a una”.ix

Los venecianos lo adoraban y no dejaban de sorprenderse cuando se encontraban con él en el transporte público (vaporetto), tomando un vaso de vino blanco en algún bar de la Plaza San Marcos o conversando con los gondolieri a orillas del Gran Canal.Roncalli era un trabajador y un viajero incansable. En sus cinco años como Patriarca de Venecia fundó treinta nuevas parroquias, sobre todo en zonas industriales.En una oportunidad invitó a Igor Stravinsky a estrenar una obra suya en la Catedral de San Marco, a pesar de la oposición del Vaticano porque el artista no era católico.Durante su estadía en Venecia, en 1955, una carta a sus primas revela que Roncalli tenía en mente a su amigo Montini (el futuro Paulo VI) como sucesor de Pio XII:“Miren lo que le ha ocurrido al pequeño Angelo, el hijo del granjero Batista Roncalli: me he convertido en el Patriarca de Venecia y en un Cardenal de la Iglesia Católica. Lo único que falta es que me elijan Papa, pero eso no sucederá porque el próximo Papa va a ser el Obispo Montini”x

El problema era que Montini aún no era Cardenal, por lo que estaba excluido del futuro Cónclave.Los años en Venecia fueron una experiencia de aprendizaje muy valiosa para su posterior papado. Se conectó con personas de todas las condiciones y culturas, participó de los asuntos nacionales en forma activa e incluso controversial, viajó

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mucho, hizo nuevos amigos y demostró que, a pesar de los treinta años de exilio, podía manejar una diócesis italiana con habilidad, tacto y un estilo de liderazgo que le permitía crecer a sus colaboradores.El Patriarca se disponía a salir para Iesolo en una de sus habituales visitas pastorales cuando recibió la noticia de la muerte de Pio XII en 1958. Roncalli resaltó las cualidades del Papa fallecido y partió para el cónclave.

El Cónclave de 1958 “Cuando era niño me llamaban Angelo. En el ejército me ordenaban como Giuseppe. Y ahora soy Giovanni”. Juan XXIII

Tradicionalmente, el Patriarca de Venecia es uno de los posibles candidatos a ser Papa. Pio X había sido Cardenal en Venecia, al igual que Juan Pablo I, el “Papa de los 33 días”.Pío XII prefería trabajar en soledad, y esa fue una de las razones por las cuales nombró muy pocos cardenales. En el momento del cónclave, 24 de los 51 cardenales eran más viejos que Roncalli, al punto que muchos de ellos percibían a Roncalli como un “joven alegre”, a pesar de sus 76 años.Por otro lado, después de veinte años de Pío XII, la mayoría prefería un sucesor que no fuera eterno y que no gobernara con mano de hierro.El obispo de Siena, Giuseppe Siri era el hombre de confianza de Pio XII, pero sus 53 años lo hacían demasiado joven para ser Papa. Por esta razón, los conservadores pusieron en carrera al Cardenal Masella, de 79 años.Por el lado de los progresistas, la apuesta era por el armenio Gregory Agagianian, una figura muy interesante por su perfil ecuménico.Montini era el candidato de muchos, pero nadie se atrevería a romper la tradición y elegir a un obispo que no era cardenal.Luego de las votaciones iniciales quedaron formados dos bloques: los conservadores que apoyaban a Siri y a Masella y los progresistas que apoyaban al armenio.Durante las siguientes votaciones, los conservadores y los progresistas se bloquearon mutuamente. Finalmente, los franceses propusieron a Roncalli como una alternativa moderada y aceptable para la mayoría.Sus colegas italianos apreciaban su vasta experiencia diplomática, pero no era de esperar que Roncalli fuera una solución de emergencia, ni un anciano fácil de manipular. En varias oportunidades, había manifestado que el sucesor de Pio XII tenía que ser alguien que produjera un cambio de rumbo para mantener a la Iglesia joven y en sintonía con los tiempos.Roncalli, el hijo del granjero lombardo, con su mezcla de modestia y enorme realismo no creía que tenía que ser el Papa, pero tenía claro que podía serlo.Finalmente, fue electo en la undécima ronda de votaciones, con 38 de los 51 votos. El decano del Colegio Cardenalicio se acercó a la silla de Roncalli para preguntarle si aceptaba el cargo y como quería ser nombrado.Eligió el nombre de Juan, en honor a su padre y al nombre de la modesta iglesia en la cual fue bautizado.Roncalli sabía exactamente qué quería desde el primer día de su papado. Sus planes incluían una apertura de la Iglesia a las cuestiones mundanas, un estilo de liderazgo participativo y la humanización de la Santa Sede.

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A la ceremonia de coronación acudieron varios de sus hermanos y familiares de Sotto il Monte y fue el primer Papa que dio un sermón en su coronación, como si la interminable ceremonia de cinco horas no le hubiera bastado.Sus palabras tuvieron un sentido opuesto a la fastuosidad de la ceremonia:“Voy a decepcionar a todos los que piensan que el Papa debe ser un estadista, un diplomático o un erudito. Solo quiero ser un buen pastor. Las otras cualidades (educación, diplomacia inteligente, talento organizacional) pueden embellecer y enriquecer el pontificado, pero no pueden reemplazar el hecho de ser un buen pastor para todo el rebaño” xi

El Papado“Si alguien esperaba que Roncalli fuera un Papa de transición

hasta el próximo reinado, destruyó esa noción en los minutos posteriores a la elección. Irrumpió en el Vaticano como el dueño de la casa, abriendo las ventanas y cambiando los muebles de lugar”.

(Time Magazine, 17 de noviembre de 1958)

Angelo Roncalli había soñado con ser un cura rural, pero esa ilusión se había desvanecido porque la voluntad de Dios lo había hecho transitar por otros caminos.Era alguien que amaba la vida: le gustaban los quesos franceses, el vino y los cigarros y confesaba que dormía perfectamente, como el trabajador que ha cumplido con su tarea.Poseía una contextura muy fuerte y su temperamento era eufórico y vital. No era un teólogo brillante, ni siquiera un intelectual. La mayor parte de las decisiones las tomaba basándose en su intuición y tenía una gran inclinación a generar vínculos con las personas.Pio XII había vivido un cristianismo de tensión, una fe llena de carga intelectual y dramática. Tenía un sentido trágico de la misión pontifical, agudizado por las terribles circunstancias que le tocó vivir y en las que hubo de hacer las más difíciles opciones cristianas. Por otra parte tenía un estilo de conducción centralizado y autoritario. No quería colaboradores, sino ejecutores, según sus propias palabras.Juan XXIII, por el contrario, fue un hombre de fe sencilla, popular, sin complicaciones intelectuales, sin dramatismo alguno. Hubo en él mucho de la espiritualidad de Francisco de Asís: optimista, espontáneo, humilde y obediente.Y porque siempre se inclinó ante cada hombre, ante cada circunstancia, ante cada problema de su tiempo, es por lo que el mundo se sintió a gusto con él y disfrutó cada uno de sus gestos y palabras. Un mundo que estaba cada vez más alejado de una iglesia anquilosada.El Secretario de Estado de Pio XII, Tardini, le dijo un día después de la coronación que no quería colaborar con él porque nuevos métodos necesitan nuevos hombres y, además, ambos solían pensar de manera muy diferente. Juan XXIII lo escuchó con una sonrisa y le dijo que quería tenerlo en su equipo sin admitir otra posibilidad: “Ambos somos curas, usted y yo. Y debemos obedecer la voluntad de Dios”.xii

Años después, ambos reconocieron que su trabajo en común había sido muy fructífero.Juan XXIII abolió las tres genuflexiones que indicaba el protocolo vaticano para las audiencias privadas (“¿Qué piensan? ¿Qué no les creí la primera vez?”xiii)

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Su lema era: “Simplifica lo complicado y no compliques lo simple”.Pio XII paseaba por los jardines vaticanos siempre a la misma hora y cuando la cúpula de San Pedro estaba cerrada a los turistas. Juan XXIII lo hacía cuando tenía ganas, sin problemas de ser observado, ya que “no voy a hacer nada inapropiado”.No quería usar las tradicionales sandalias de seda roja y convocó a un zapatero para que le hiciera un par de robustos zapatos de calle.Desde el primer día desmitificó el papado. Odiaba comer solo y le encantaba salir a pasear por la ciudad.Hasta pocos meses antes de su muerte, todos los domingos celebraba la Misa en una parroquia distinta y, de regreso al Vaticano, tenía la costumbre de detenerse en la calle para dar un sermón improvisado a los transeúntes.En su primera Navidad, sin ningún anuncio previo, celebró la Misa de Gallo en el Hospital de Niños de Roma.Su jornada comenzaba a las cuatro de la mañana y difícilmente se iba a la cama antes de las diez de la noche.En uno de sus ensayosxiv, la socióloga judía Hannah Arendt le dedica un capítulo con mucho respeto. En el mismo recuerda que cuando Roncalli yacía en su lecho de muerte, un sacerdote le dijo: “Señora, este Papa fue un cristiano real. ¿Cómo es posible? ¿Cómo pudo un cristiano real llegar a sentarse en el trono de San Pedro? ¿Cómo puede haber seguido siendo un cristiano real luego de ser nombrado obispo, arzobispo, cardenal y finalmente Papa?”.Un cardenal le dijo francamente un día que a muchos cristianos con mentalidad evangélica les disgustaba el lujo del Vaticano. Juan XXIII le contestó: “Mi familia es pobre. ¿Ud. cree que yo no estoy sufriendo aquí en el Vaticano?. Pero no puedo cambiar todo en tan poco tiempo”xv

En una ocasión posterior a una cena, reprendió en privado a su secretario Capovilla, un sacerdote muy delgado y de hábitos frugales. “Usted no puede poner su mano sobre la copa cuando alguien le quiere servir vino. Ese gesto puede interpretarse como un alardeo por sus compañeros de mesa, quienes pueden pensar que usted está tratando de ser mejor que ellos, lo cual me consta que no es así. La próxima vez, deje que le sirvan vino y, si no quiere tomarlo, déjelo en su vaso”xvi. Sabiduría, simplicidad y sensibilidad.Tampoco tenía problemas en mostrar sus emociones. Así, por ejemplo, el atardecer de la jornada inaugural del Concilio Vaticano II miró la luna y se acordó de los niños que estarían en casa esperando a sus padres y dijo a la multitud: “Les hablo como un hermano, quien gracias a la voluntad de Dios se convirtió en Padre. Les doy mi bendición y me permito desearles una buena noche. Cuando lleguen a casa, denle un beso a sus hijos y díganles que se lo manda el Papa. El Papa está con ustedes”

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El Concilio Vaticano II“No estamos en la tierra para ser guardianes de un

museo, sino para atender un floreciente jardín lleno de vida”(Juan XXIII al inaugurar el Concilio Vaticano II)

El Papa Juan creyó siempre que las diferencias teológicas eran, más que nada, pretextos para la separación, cuando ya esa separación estaba consumada en el corazón de unos y otros. Y que el principal desafío era reconstruir el amor cristiano sobre todo y ante todo: amarse y charlar juntos antes que debatir conceptos teológicos en el plano intelectual.Tuvo, sin embargo, que luchar denodadamente con mentalidades arcaicas y sensibilidades cerradas, y fue tan comprensivo y respetuoso que su propia actitud a veces lo ataba de manos.En 1959 el Papa Juan sorprendió a los asistentes a una ceremonia en San Pablo Extramuros comunicando su decisión de realizar un evento doble y solemne: un sínodo de Obispos y un Concilio Ecuménico.La idea causó mucho revuelo y no fue bien recibida por los obispos, alguno de los cuales criticaron la convocatoria y la atribuyeron a la “inexperiencia” del Papa.El Concilio Ecuménico es una especie de asamblea general del catolicismo y un gigantesco foro de discusión al que acuden varios miles de obispos, los superiores de las órdenes religiosas y teólogos de todo el mundo.En ese foro se discutiría la crisis religiosa de los tiempos modernos y cuestiones tales como la carrera de armamentos, la guerra nuclear y la lucha contra el hambre entre otros.La Iglesia posee una antigua tradición de gobierno colegiado, que se había perdido en occidente, pero permanecía poderosamente viva en el Oriente. Nadie conocía mejor esta realidad que el Papa Juan, por su condición de ex diplomático en los Balcanes.El Primer Concilio Vaticano nunca finalizó en forma oficial. Fue interrumpido en 1870 cuando las tropas piamontesas invadieron Roma en el marco de la guerra franco-prusiana y continuó hasta 1950.Uno de sus principales temas fue la relación entre el Papa y los obispos. El Concilio había centralizado el poder en el Papa y había definido su infalibilidad. Además, corrigió numerosos errores, tomado posición contra el comunismo y decretando el dogma de la Asunción de María.Se habían formado comisiones para tratar cuestiones como el psicoanálisis, el rol de los sindicatos y la teoría darwiniana, pero el Papa Pio XII no permitió que se avanzara en esos temas.Juan XXIII tenía una idea absoluta distinta de lo que debía ser un Concilio. El creía que un evento de tal magnitud debía ser capaz de alcanzar logros que ninguna persona individual o comisión pudiera lograr.Su principal preocupación era encontrar la mejor manera de cumplir la vocación de la Iglesia. Puso en marcha su plan sin demasiado entusiasmo de sus colaboradores, con el foco puesto en sus objetivos: el redescubrimiento y renovación de la Iglesia en un mundo cambiante, el diálogo con los desafíos de la época y el acercamiento a los cristianos separados.Juan encontró mucha oposición, pero estaba determinado a realizar el Concilio “a pesar de la Curia”.

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En una ocasión, en los inicios de su pontificado, estaba hablando con unos cardenales y les dijo repentinamente: “¿Por qué no hacemos un Concilio?”. Cuando alguno de ellos objetó que era imposible organizar semejante evento para 1963, como el Papa había sugerido, Juan les replicó: “Muy bien, entonces hagámoslo en 1962”.En la apertura del Concilio, Juan dio algunas señales de cambio: lució una mitra como el resto de los obispos y llegó caminando al altar. Quería mostrar que más allá de su condición, fundamentalmente era un obispo más.Este gesto estaba inspirado en su convencimiento que la Iglesia debía ser una comunidad de hermanos en vez de una pirámide jerárquica. Los hombres de Dios transcurriendo por la historia, aprendiendo y desarrollándose, santos y pecadores, con una actitud de servicio hacia los demás.San Pedro se transformó en una especie de parlamento gigantesco. Cerca del altar principal se ubicaron los observadores de las Iglesias no católicas, presentes por una invitación que no tenía precedentes, y los enviados de ochenta y seis gobiernos e instituciones internacionales.En las filas de atrás se ubicaron los obispos, los asesores teológicos y los periodistas.La tarea principal del Concilio consistía en preservar y presentar las enseñanzas cristianas de una manera más efectiva.Cuando se compara el texto del discurso del Papa en la inauguración del Concilio con la versión oficial publicada en los medios, surge claramente que se omitió la palabra balzo, que significa “salto para adelante”. La Curia había puesto en movimiento sus mecanismos de censura.Consciente de ello, el Papa exigió que se publicara la versión original, no porque se sintiera orgulloso de ella, sino para hacerse responsable de todas y cada una de las palabras que contenía.El Papa seguía los debates por un circuito cerrado de televisión, para que su presencia no inhibiera a nadie de expresar libremente su opinión.Juan no definía el nuevo dogma como “progreso”, sino como “aggiornamento”, un concepto que tenía que ver con la capacidad de percibir el trabajo de Dios a lo largo de las vicisitudes de la historia.Los obispos del Concilio rara vez veían al Papa, por lo que se sorprendieron cuando, a fines de 1962 tuvo que suspender las audiencias por “problemas estomacales”.Los doctores no le dijeron la verdad ni al Papa ni a la opinión pública. Pero los dolores seguían incrementándose y Juan tenía la certeza que estaba enfermo de cáncer, enfermedad que se había llevado a su madre y a cinco de sus hermanos.La noche del 2 de junio de 1963, previa a la muerte del Papa Juan XXIII, miles de personas se reunieron en la Plaza de San Pedro a orar por el Papa. Lo mismo ocurrió en todas las ciudades. El Cardenal Montini, querido amigo del Papa y futuro pontífice, estuvo entre la multitud que pasó la vigilia frente a la catedral de Milán.Dijo Montini: “No debemos olvidar su herencia y su mensaje de paz. Quizás nunca antes en nuestra época hubo un ser humano, un maestro, un líder, un profeta o un papa que tuviera una voz tan clara y fuerte y que haya sido tan querido a lo largo de todo el mundo”. xvii

Para el momento de la muerte de Juan, había finalizado la primera de las cuatro sesiones del Concilio y las cosas estaban en el camino que Juan había previsto: el reconocimiento de las otras comunidades cristiana como iglesias, la libertad religiosa,

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la mayor participación de los obispos en el gobierno de la Iglesia, la reforma de la liturgia y la solidaridad con los que sufren.La Iglesia posterior al Concilio Vaticano II no debía una iglesia que viviera en un ghetto, sino una comunidad comprometida con sí misma y con el mundo. Una Iglesia que en vez de condenar y castigar, brindara un ejemplo atractivo.

El legado de Juan XXIII

“No es el Evangelio el que cambió. Lo que pasa es que recién ahora estamos comenzando a entenderlo mejor”

(Juan XXIII en su testamento)

Para celebrar el 70mo. aniversario del documento sobre el que se fundó la doctrina social de la Iglesia, la encíclica Rerum Novarum (“Cosas nuevas”) de León XIII, el Papa Juan escribió una encíclica de contenido social, llamada Mater et Magistra (“Madre y Maestra”).En la misma explicitó las bases de un orden económico centrado en el hombre y resaltó la importancia de la economía como un instrumento para la satisfacción de las necesidades de los hombres.En la encíclica habla de “socialización”xviii, un concepto que generaba rechazo en los ambientes eclesiásticos en general y en el Vaticano muy en particular y deja la puerta abierta a la capacidad cristiana de invención de nuevas estructuras socio-económicas cada vez más justas.La Mater et Magistra acepta que el estado de bienestar es una expresión del bien común y lo define como la creciente intervención del estado para garantizar ciertos derechos fundamentales como la salud, la educación, etc.Otra innovación que contiene la Mater et Magistra está relacionada con el nuevo rol de la educación católica en el mundo.El lenguaje directo y sencillo de la encíclica fue una de las razones de su éxito. La encíclica Pacem in Terris (“Paz en la tierra”) produjo un enorme impacto en la opinión pública, porque contenía todo lo que el Papa había querido decir hasta el momento. De alguna manera fue su última voluntad y su testamento.Pacem in Terris completa y lleva adelante el proceso iniciado con la encíclica Mater et Magistra. El Papa Juan se sintió libre de hablar del mundo moderno de manera seria y positiva. Comienza, por ejemplo, con una confesión de fe en la ciencia: “El maravilloso orden que prevalece en el mundo de los seres vivientes y en las fuerzas de la naturaleza es una clara lección que emerge de la investigación científica moderna”.xix

Cuando habla de la dignidad del ser humano, afirma: “Cada hombre tiene el derecho de adorar a Dios según lo que le dicte su conciencia y de profesar su religión, tanto en privado como en público”.xx Pero la verdadera innovación de Pacem in Terris se aprecia cuando afirma: “Hay tres cosas que caracterizan a nuestra época moderna: una mejora progresiva de la condición social y económica de los trabajadores, la toma de conciencia de las mujeres respecto de su dignidad natural y su creciente participación en la vida política y, por último, el hecho cierto que el imperialismo se está convirtiendo rápidamente en un

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anacronismo, dado que la mayoría de los pueblos han obtenido independencia política o están en camino de lograrla.” xxi

Juan no solo enuncia estas realidades, sino que las valora de manera positiva como un “signo de los tiempos”.La Constitución Pastoral Gaudium et Spes (“Gozo y esperanza”) se nutre del pensamiento de Juan para afirmar: “Con la ayuda del Espíritu Santo, es la tarea de todos los hombres de Dios, especialmente de los pastores y teólogos, escuchar, distinguir e interpretar las diversas voces de nuestra era, y juzgarlas a la luz de la palabra de Dios”.xxii

Juan vivió ochenta y un años y medio, fue sacerdote cincuenta y ocho años, obispo durante treinta y ocho años y Papa un poco menos de cinco años, en el pontificado más breve del siglo XX. Sin embargo, a través de él, tanto la Iglesia como el mundo fueron prodigiosamente bendecidos.El 5 de julio de 2013 el papa Francisco firmó el decreto que autorizó la canonización de Juan Pablo II y de Juan XXIII. El 30 de septiembre del mismo año, se anunció la ceremonia conjunta de canonización de ambos papas, que tuvo lugar el 27 abril de 2014.La gigantesca figura de este hombre bueno y simple logró para siempre, y pase lo que pase, que el mundo sea diferente. Nos introdujo en una nueva época histórica en la que el hombre se sentirá reconfortado y esperanzado con su solo recuerdo. Juan XXIII ya ocupa un lugar de privilegio en el corazón de los hombres, no solo como uno de los logros más nobles de la especie humana, que la hace sentirse confiada en sí misma luego de tantas decepciones, sino como testigo del amor de Cristo a la humanidad, en un momento histórico tan crucial y oscuro, como lo fue el siglo XX.

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i Giovanni XXIII. (1968). Lettere ai familiari. Editadas por Loris Capovilla. Storia e Letteratura. Romaii Giovanni XXIII (1979). Il Rosaria con Papa Giovanni. Editadas por Loris Capovilla. Storia e Letteratura. Romaiii Giovanni XXIII (1970). Quindici letture. Editadas por Loris Capovilla. Storia e Letteratura. Romaiv JImenez Lozano, José (1985). Juan XXIII. Salvat. Barcelona, España. v Corriere della Sera. 29 de marzo de 1959. El Papa Juan XXIII en conversación con Indro Montanelli.vi Giovanni XXIII (1970). Quindici letture. Editadas por Loris Capovilla. Storia e Letteratura. Romavii Feldman, Christian (2000). Pope John XXIII. A spiritual biography. Crossroads Publishing Company. New York, USAviii Hebblethwaite, Peter (2000). John XXIII. Pope of the Century. Continuum. London, UK.ix JImenez Lozano, José (1985). Op cit.x Giovanni XXIII. (1973). Lettere. Editadas por Loris Capovilla. Storia e Letteratura. Romaxi Feldman, Christian (2000). Op. cit.xii Hebblethwaite, Peter (2000). Op. cit.xiii Algisi, Leone (1960). Johannes XXIII. Marietti. Torino, Italia. xiv Arednt, Hanna (1989). People in dark times. Crossroads. New York, USA.xv Feldman, Christian (2000). Op. cit.xvi Bonnot, Bernard (1979). Pope John XXIII. An astute pastoral leader. Alba House. New York, USAxvii Capovilla, Loris (1963). Ite Missa Est. Messaggero, Padua and Grafica y Arte. Bergamo, Italia.xviii El término “socialización” es definido por Juan XXIII como el “incremento de las relaciones sociales y el desarrollo de la vida social”. La confusión y las críticas surgen porque el término “socialización” no figura en el original, sino en las traducciones. El término original “socialium” puede traducirse también como “socialismo”. Por eso surgieron las críticas de parte de la iglesia. (Nota del Autor)xix Juan XXIII. Pacem in Terris (2).xx Juan XXIII. Pacem in Terris (14).xxi Juan XXIII. Pacem in Terris (39-45)xxii Gaudium et Spes (44)