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El Maravilloso Evangelio de la Gracia
Tommy Moya
No se autoriza la reproducción de este libro ni de partes del mismo en forma alguna, ni tampoco
que sea archivado en un sistema o transmitido de manera alguna ni por ningún medio –
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con excepción de lo previsto por las leyes de derechos de autor en los Estados Unidos de
América.
A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la versión
Reina-Valera, de la Santa Biblia, revisión 1960. Usado con permiso.
Copyright © 2008 por Tommy Moya
Todos los derechos reservados
Editado por Gisela Sawin
Diseño interior por:
Diseño de portada por:
ISBN: 978-1-59979-140-1
Impreso en los Estados Unidos de América
08 09 10 11 12 * 7 6 5 4 3 2 1
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Contenido
Introducción:
Capítulo 1 - Gracia sobre gracia
Capítulo 2 - Justificados por la fe
Capítulo 3 - Misericordia o sacrificio
Capítulo 4 - El poder la gracia
Capítulo 5 - La diferencia entre pactos
Capítulo 6 - Casado, pero Miserable
Capítulo 7 - La dimensión horizontal de la gracia
Capítulo 8 - Su gracia lo logrará
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Introducción
Este libro es el resultado de una profunda inquietud que ha estado creciendo en mi
corazón en los últimos años. Como un predicador constituido por Dios para predicar el
maravilloso evangelio de la gracia me preocupa el estado en el que se encuentran
muchos creyentes que profesan ser libres, pero viven consumidos por la culpa e
inseguridad. Me inquieta la falta de gozo, la inseguridad de la salvación, las
frustraciones internas, la falta de compasión, la actitud continua de juicio y crítica, la
hipocresía, la intolerancia y la falsa espiritualidad e inflexibilidad. Estas condiciones
que muchas veces se disfrazan detrás de la religiosidad y espiritualidad superficial
producen una búsqueda de aceptación a través de las obras de la carne producto de las
enseñanzas y predicaciones que se emiten desde nuestros pulpitos.
A causa de las enseñanzas de este libro asumo el riesgo de ser amado y ser criticado.
Amado por los que serán libres del sistema religioso de la culpa, la vergüenza y la
inseguridad que producen mensajes llenos de legalismo y criticado por aquellos que
verán sus sistemas expuestos por la Palabra del Señor.
Mi misión es libertar a hijos que pudiendo ser libres y productivos, viven en vergüenza,
temor e intimidación. El Señor mismo tuvo que confrontar a los maestros y
predicadores de su tiempo (a los fariseos) que eran «Talibanes encubiertos tras la falsa
piedad». Su sistema promovia una espiritualidad externa y un sistema de reglas y
dogmas donde el «NO» sustituye al «SI» de Dios y la libertad en Cristo.
A través de este libro Dios tratará con nuestro «fariseismo» y nos enseñará a disfrutar la
gloriosa experiencia de ser libres por causa de la verdad. Sacará a la luz aquellas cosas
que nos han contaminado y que en el proceso hemos mezclado con la gracia del Señor.
Dios nos libertará para que podamos disfrutar de la experiencia maravillosa de conocer
el maravilloso evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.
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Todo libro tiene expectativas de parte de su autor. En este caso espero que sucedan
cuatro cosas a lo largo de estas páginas:
1. Espero una mayor apreciación del regalo de la gracia de Dios. Que comprenda lo
que significa para nosotros y también para los demás.
2. Espero que aprenda a pasar menos tiempo y energía preocupado y criticando las
decisiones de los otros en vez de concentrarse en la obra del Espíritu en su vida.
3. Espero que aprenda a tener una mayor compasión por los demás y no entre en
juicios hacia ellos.
4. Y que este libro lo ayude a dar pasos gigantescos ante la madurez y hasta la
madurez que el Señor quiere que experimente en su vida.
La gracia de Dios nos da permiso para disfrutar quienes somos y lo que tenemos. Nos
da la oportunidad de ser libres y de disfrutar de la vida. Al leer los Evangelios
descubrimos a un Cristo del cual emanaba el «SÍ», el permiso para celebrar la vida.
Diferente a los que le rodeaban, hombres doctos en la letra de la ley, religiosos,
profesionales en la aplicación de ella , piadosos por fuera pero asesinos por dentro. Sin
embargo, el veneno del legalismo no penetró en la vida de Cristo. Estaba tan lleno de
gracia y verdad que no había lugar para el veneno del legalismo en Él.
Si al finalizar las páginas de este libro usted comienza a amar y a comprender la gracia
de Dios para con nosotros, he logrado mi objetivo. Porque la Gracia de Dios es
maravillosa.
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Capítulo 1
Gracia sobre gracia
Un fin de semana prediqué en una iglesia del soleado Puerto Rico. Mi tema de
predicación aquella tarde era «La gracia». Al iniciar el sermón le pregunté a la
congregación cuántos de ellos habían visto alguna vez un cuadro de Jesús riéndose.
Muchos entrecerraron sus ojos intentando concentrarse para pensar o recordar alguno.
Otros directamente cerraron sus ojos para enfocar su pensamiento y saber dónde habían
visto una imagen así. Finalmente, la mayoría no respondieron al girar sus cabezas como
señal de negativa, que nunca lo había visto. Unos momentos después, una pareja se puso
de pie y comentó haber visto a un Jesús sonriente en un cuadro que prometieron traerlo
al día siguiente.
Así sucedió, al finalizar el servicio del siguiente día, la pareja se me acercó con una
pintura en sus manos de un Cristo sonriente. Al mirarlo, se evidencia una imagen
totalmente diferente a los retratos mentales que tradicionalmente tenemos grabado en
nuestra memoria. Solemos pensar en un Cristo muriendo en la cruz o como un niño
entre los brazos de su madre. Sin embargo Cristo es la expresión máxima de la gracia de
Dios, la alegría ante el ser humano.
Él le daba permiso a la gente para celebrar la vida, a diferencia de los que le rodeaban,
hombres doctos en las letras de la ley, religiosos, profesionales en la aplicación de las
reglas, piadosos por fuera pero asesinos espirituales por dentro.
¿Qué había en el Señor que no permitió que nada de esto lo contamine? Él estaba tan
lleno de gracia y de verdad que no tenía un lugar vacío para el veneno del legalismo.
Juan, uno de los doce discípulos capturó en cinco versos la esencia de lo que hacía al
Señor tan atractivo a las masas.
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«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como
del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó
diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque
era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la
ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de
Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él
le ha dado a conocer» (Juan 1:14-18).
El cristiano no es atractivo por su sistema religioso ni por su rigidez espiritual, sino por
la cantidad de gracia que permita que emane de él por causa de una relación viva con el
Cristo resucitado.
Cristo representa la imagen misma de la presencia del Dios. Se caracterizaba porque
estaba lleno de gracia y de verdad. Su gloria estaba mezclada con la gracia y la verdad,
que lo distinguía de un mundo de tinieblas y demandas, de reglas y reglamentaciones,
de requisitos y expectativas demandadas por los líderes religiosos de aquel tiempo. De
esta forma aparece el Señor en escena, lleno de gracia y verdad. Así lo introduce Juan,
ministrando en una forma totalmente diferente. Un Cristo viviendo en una forma
distinta, impactando a las personas de una manera extraordinaria. Él introdujo un estilo
revolucionario de vida, por eso es que el verso 16 dice: «Porque de su plenitud tomamos
todos, y gracia sobre gracia».
Aquella plenitud en Cristo marcó la vida de los primeros discípulos, los marco de tal
manera que quienes lo aceptaron, recibieron también su compasión. El estilo de Cristo
se convirtió en su propio estilo. Absorbieron su amor y su misericordia.
Esto fue tan poderoso que a fines del siglo primero, doce hombres con quienes nadie
hubiera podido hacer nada, fueron transformados poderosamente por la potencia de la
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gracia de Dios. Tal era la potencia que ellos tenían que transformaron la Roma imperial
de aquel momento. ¡Qué gracia maravillosa! Los discípulos no solamente tomaron de su
plenitud, sino que Juan nos dice que además recibieron gracia sobre gracia. «Porque de
su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue
dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (v.17).
Usualmente tenemos una mentalidad dual, parte con la ley del antiguo testamento y
parte neo-testamentaria. Nos cuesta entender si somos aceptos o si todavía nos falta algo
para recibir de Dios. No sabemos si en Él estamos completos o incompletos.
Juan dijo que la gracia que hemos recibido en Cristo es una gracia sobre gracia. Esto
explica que la gracia que Cristo trajo e impartió es superlativa. En otras palabras, no se
puede medir, no se puede cuantificar, porque la gracia del evangelio de Jesucristo es
grande y más excelente que la gracia que trajo la ley por medio de Moisés. Ya que la ley
exigía reglas y requisitos. Todo era condición y templo. Todo era acondicionado. Usted
tenía que hacer algo para recibir, para ser aceptado, porque bajo la Ley de Moisés el
servicio a Dios no era el resultado de amor, sino de culpa y vergüenza. Esto producía
ridículas expectativas que incrementaban el fuego de los fariseos y satisfacía su orgullo
que se concentraba en la conducta externa y una constante vigilancia del bien y el mal,
especialmente en otros.
El sistema legalista era tan rígido que llevaba a juicios crueles, inflexibles, intolerantes e
incapaces de amar legítimamente. La obediencia era un asunto de compulsión en vez del
fluir motivado por amor. Pero la gracia que el Senor nos vino a impartir consiste en
perdón, bendición, paz, prosperidad, santificación, redención. La gracia de Dios que
vino por medio de Jesucristo, es transformadora.
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Al ser mas excelente y superior la gracia de Cristo abosorbe lo que proveia la ley que
vino por medio de Moisés. Gracia sobre gracia es compasión. Es un favor superior a la
ley y no se puede medir. Entonces, cuando llegó la gracia y la verdad a través de Cristo,
comenzó una revolución que libertaba los cautivos de la religión. El temor motivado por
la culpa fue remplazado por una simple motivación de seguirlo y amarlo. En vez de
concentrarse en los logros de la carne, hablaban del corazón. En lugar de demandar que
el pecador cumpliera con una larga lista de requisitos, enfatizaba en la fe, aunque fuera
del tamaño de una semilla de mostaza. La religión rígida y estéril fue remplazada por
una relación motivada por la gracia. Porque la gracia y la verdad trajeron libertad. «Y
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32).
Hay gracia suficiente para que usted sea transportado del legalismo farisaico que los
sistemas religiosos lo han metido, a la gracia maravillosa. Dentro del sistema legalista
muchos viven inseguros de su salvación. Acusados por sus propias conciencias no saben
que mas hacer para sentirce amados y aceptados por el Senor. Sin embargo, usted
necesita saber que todo lo que usted necesita ya Dios se lo ha provisto a través de la
persona de Jesucristo y hemos recibido de Él gracia sobre gracia.
La ley creó en los israelitas una mentalidad de negocio: «Yo hago, tú me das, tú dices,
yo hago». Era un canje. Por esa razón muchas veces nos encontramos negociando con
Dios. Los fariseos se alimentaban de la inseguridad de la gente, por esa razón, Cristo los
confrontó llamándolos: «Tumbas blanqueadas, nubes sin agua, hipócritas, serpientes».
Porque el resultado de su servicio era motivado por la culpa y la vergüenza, y no por el
fluir de un corazón agradecido por lo que Dios había hecho por ellos. Los satisfacía el
orgullo farisaico que se concentraba en la constante vigilancia del bien y del mal.
Por esa razón el sistema legalista siempre señala, mide su espiritualidad con la del otro.
Si ora más que él, y va al culto más que él, entonces él es más espiritual, porque está
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haciendo más. Esto no tiene nada que ver con el corazón ni con una transformación
interna. La vara de nuestra medida es Cristo. Cuando me mido con Él me doy cuenta de
lo lejos que estoy del carácter, la santidad, la perfección de Aquel que me amó. Pero
como tampoco podemos alcanzar tal medida con las fuerzas de la carne, entonces jamás
podría llegar a ser como Él. Es así que por cuánto todo eso era imposible para la ley, lo
impartirá en nosotros por gracia. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos
ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que,
como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios 1:30-31)
Cuando Cristo les enseñaba a sus discípulos acerca de los fariseos, les decía: «Miren lo
que ellos hacen, y así no harán ustedes. Cuando oren enciérrense para que lo que se
logró en secreto se vea en público. Tengan cuidado de los que se paran en las orillas de
las plazas a sonar flauta, a hacer ruido para que la atracción sea hacia ellos. Tengan de
vosotros cuidado porque mi Padre ve en lo secreto».
Cristo siempre enfatizó en lo hecho desde el corazón. Cuando encuentra este sistema de
medidas que declara: «Soy más que otro porque hago más», no lo acepta. Para Cristo
no es relevante cuántas almas usted alcanza para salvación o cuánta gente se convierte
cuando les predica, Mientras que eso tiene cierto grado de nobleza y reconocimiento
entre los hombres la verdad del asunto es que no lo hace más espirituales que otros. No
es importante a quién usted conoce, quienes son sus contactos, recursos o dónde
estudió. Eso, en el reino, es irrelevante para la salvación.
El gran apóstol Pablo fue fariseo de fariseos, circuncidado al octavo día, de la tribu de
Benjamín, y en cuánto a celo más que todos los demás, tuvo que entender que todo
aquello debía dejarlo como basura con tal de ganarse el conocimiento de aquél que lo
había amado, lo había abrazado, de aquél que por gracia lo salvó. ¡Maravillosa gracia!
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El sistema legalista es tan rígido que no da espacio para el gozo. A causa de esto
muchas familias han sido destruidas, matrimonios quebrados, hijos que hoy están en el
mundo como consecuencia del legalismo, que reprimen, que son inflexibles y que no
permiten disfrutar la vida.
En el tiempo del Senor no solo existian los mandamientos dados por Dios atravez de
Moisés, sino que tambien , los fariseos agregaron la dogmática de la interpretación de
cada uno de ellos. De esa forma comenzaron a limitar la alegría de disfrutar de la
naturaleza, de los hijos, de los nietos, de la vida misma porque para ellos todo era
pecado.
Lamentablemente, aun en nuestro tiempo hay algunos que todavía están envenenados
por el legalismo y no pueden disfrutar de sus familias por estar envueltos en el
ministerio. Eso es legalismo. Dios quiere que usted disfrute tanto de la familia como del
ministerio. Cuando la motivación no es el agradecimiento sino pagar de alguna forma el
favor de la gracia, eso es legalismo.
Hay sistemas donde todos los domingos la congregación recibe una palabra de
condenación por no haber orado una hora cada día de la semana o porque no le hablaron
a diez personas de Cristo durante esos días.
¿Sabe usted por qué los mormones andan en bicicleta por las calles predicando de
puerta en puerta? Porque eso le acumula puntos en su cuenta del cielo.
¿Sabe usted por qué los testigos de Jehová van predicando puerta por puerta? Porque su
salvación está condicionada por las obras.
Pero usted debe entender que no puede añadirle nada a su salvación, que lo que hace es
simplemente por amor. Si yo le preguntara: ¿Por qué cree que Dios lo ama? Muchos
dirían:
Yo creo que me ama porque voy a la iglesia.
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Yo creo que me ama porque lo busco.
Yo creo que Dios me ama porque doy mucho dinero a la iglesia.
Si usted cree tener una razón por la cual Dios lo ama, dejó de ser amor. Dios lo ama
porque lo ama. Eso se llama amor ágape, que es amar sin esperar nada a cambio. Ése es
el amor que el Espíritu Santo derramó sobre nosotros.
Si usted le dijera a su esposa: «Yo te amo porque tú… ». Le puso una condición y eso
no es amor sino cariño. Cuando le dice a su esposo: «Yo te amo porque me
comprendes», entonces ¿qué sucederá cuando no lo entienda?
Cuando Pablo comprendió la profundidad, la anchura, la inmensidad de este amor
exclamó: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y
pecados» (Efesios 2:1).
El sistema legalista ha instalado en nosotros la creencia de que la salvación depende de
todo lo que hacemos. Pero su salvación no depende de lo que usted haga sino de lo que
Él hizo en la cruz del Calvario cuando entregó su vida por nosotros y nos rescató.
Si usted va a la iglesia por temor a perderse, o ha buscar una bendición más de Dios, no
sirve que haya ido. No se congregue para cubrir su cuota. Pero si usted va al lugar
donde todos los que aman a Dios se congregan semanalmente y va porque quiere
expresarle su amor, bien hace.
El amor de Dios es tan grande que nos ama siempre. Nos ama cuando tenemos dinero
para dar el diezmo y cuando no tenemos. Nos ama cuando estoy gozoso sirviéndole con
una devoción extraordinaria, y cuando mis emociones me traicionan y estoy deprimido.
Me ama cuando estoy en salud como cuando estoy en enfermedad.
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Muchas personas, en especial nosotros los latinoamericanos, que venimos al Senor en
muchas ocasiones con una gran influencia de la iglesia católica romana que no permite
cuestionamientos, se congregan para pagar por sus pecados y culpas.
Cuando no estamos maduros en la gracia pensamos que atravesar por una prueba es un
castigo resultado de algún pecado que cometimos hace muchos años. Pero cuando
llegue ante la presencia de Dios y le pregunte: «Señor, ¿tú te acuerdas del pecado que
cometí en aquella oportunidad?». Él le dirá: «¿Cuál? ¿De qué pecado me hablas?».
Lamentablemente, tenemos la capacidad de guardar el recuerdo de nuestros propios
pecados con fecha. Le ponemos anotaciones, y sabemos quién estaba y quién no.
Recordamos la hora del día en que pecó y qué era lo que estaba sucediendo en su vida
en esos momentos.
Pero cuando usted va a Dios con todos esos detalles, Él le dice: «¿De qué me hablas?
Porque no solamente dije que te iba a perdonar sino que no me iba a acordar de ellos.
No tengo memoria de ellos. Te dije que iba a limpiar tu corazón y que quedaría como
blanca lana. Que serías tan santo que tú mismo te sorprenderías de la obra que iba a
hacer en ti».
Es difícil entender esto con una mentalidad legalista, porque somos seres que estamos
acostumbrados a trabajar por lo que tenemos. Pero esto no depende de voluntad de
hombre sino de la gracia maravillosa y extraordinaria del Cristo resucitado. Él me ama
como soy, con imperfecciones, con inseguridades, con temores.
En los sistemas rígidos las personas no disfrutan la salvación, pelean por ella en lugar
de recibirla. Nunca están seguros de ellos. Cuando le preguntan: «¿Cómo estás?».
Responden: «Ahí estoy. Tratando de servir al Señor». Si está tratando de servirlo con la
fuerza de su carne, nunca podrá alcanzar el nivel. Si le sirve por amor y disfruta el
hacerlo, celebre su salvación. Si es parte de un sistema religioso donde no puede ser
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usted mismo, donde reírse mucho es pecado y si no se ríe también lo es, entonces algo
extraño ocurre. Por eso, el texto comienza diciendo: «a los que le recibieron», para dejar
bien en claro que a éstos se les dio el derecho, la potestad, la autoridad de ser hechos
hijos de Dios.
MENTALIDAD DE GRACIA
Cuando llegó la gracia y la verdad a través de Cristo comenzó una revolución para
libertar a los cautivos de la religiosidad. El temor motivado por la culpa fue
reemplazado por una simple motivación de seguirlo y amarlo. Imagine a Cristo cuando
llamó a los discípulos y le dijo: «Síganme». En ese momento los fariseos hubieran
puesto cientos de condiciones para poder calificar la calidad de discípulos, pero Cristo
los llamó por gracia. Porque en lugar de concentrarse en los logros de la carne, les
hablaba del corazón. En lugar de demandar que cumplieran con una serie de requisitos,
Cristo enfatizaba en la fe. La religión rígida y estéril fue reemplazada por una relación
motivada por la gracia. La gracia y la verdad que Él trajo eran libertadoras.
Interesante es notar que el Señor nunca utilizó la palabra «gracia» como parte de sus
enseñanzas, sin embargo, la enseñó y la vivió al máximo, desde la práctica. Por
ejemplo, a la mujer sorprendida en adulterio, le extendió gracia. Al joven rico lo
confrontó con su propia ley, exponiendolo de esa forma a la gracia. Al leproso le
manifestó gracia al tocarlo.
El término bíblico de la palabra «gracia», expresa la idea de «doblarse, descender» por
gracia. Se entiende la idea de «favor condescendiente». Quizás podemos comprender
mejor la idea al pensar en un hombre que recruza en el camino del carruaje del rey
quien detiene su marcha y desciende con su corona y vestidura para tocarlo y
bendecirlo. El rey tocó a uno de menos rango, eso es gracia. Es extenderle favor a uno
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que no se lo merece y nunca podrá ganárselo. Esta gracia es absolutamente gratuita.
Nunca se pedirá que la pague. Aun si tratara, no podría. Es más, tratar de pagarla es un
insulto al que la da.
Lo que Dios hizo fue doblarse hacia nosotros al tomar nuestra forma humana para ser
parte de nosotros, para sufrir y padecer lo de nosotros, para que fuera por absoluta
gracia.
Misericordia y verdad
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando
nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois
salvos)» (Efesios 2:4-5).
Al inicio de este texto, el Señor nombra la misericordia, que es la compasión con la que
nos amó para proveer un Salvador al perdido. Si solo la misericordia hubiera podido
salvar, la muerte de Cristo hubiera sido innecesaria. Dios tiene suficiente misericordia
para poder salvar a toda una humanidad sin la necesidad de una muerte. Pero la
misericordia no era suficiente, tenía que estar mezclada con amor, que era lo que
movilizaba el plan que Dios trazado para la salvación.
Pero a la misericordia y al amor todavía le faltaba algo, porque la santidad de Dios
demandaba que quien ocupara el lugar de la salvación del hombre fuera absolutamente
perfecto y santo. Y cuando buscaron quién, nadie calificaba para tal requisito.
Por lo tanto, Dios con su misericordia y su amor no podía hacer nada porque no había
quién reunieran los requisitos para ocupar ese lugar. Pero un día, en la eternidad, en el
eterno pasado, en la corte celestial, el Hijo se levantó y dijo: «Yo ocuparé el lugar de los
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pecadores», por eso es que 2 Corintios 5:21 dice: «Al que no conoció pecado, por
nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él».
Este texto revolucionó mi vida cuando me respondí al llamado de salvación. Cuando
enfrenté la realidad de que Él no cometió pecado pero pagó por los míos en la cruz del
Calvario, me estremecí. No había nadie para que tomara ese lugar, pero el Hijo se dio a
sí mismo. Fue así que por amor inició un proceso en su economía divina y comienza a
trazar un plan para señalar un tiempo, un lugar en la historia, donde el Emmanuel habría
de venir. Dios con nosotros haría su aparición. Entraría en la historia, rompería tiempo y
espacio para llegar a nosotros.
El apóstol tratando de comprender esto dijo: «El cual, siendo en forma de Dios, no
estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»
(Filipenses 2:6-8).
En aquel momento, hace más de dos mil años, Cristo apareció en la historia. Nadie
reunía los requisitos para hacerlo. Nosotros éramos los que debíamos ser castigados, los
que tendríamos que haber pagado por nuestra paz y haber sido enjuiciados, pero allí
estaba el Hijo. Él tomó nuestro lugar. Él fue la propiciación por mi pecado. Y aquel
bendito día, después que resucitó al tercer día, introdujo la gracia maravillosa.
Entonces el Padre dijo: «Todos los que a ti te reciban, tienen el derecho, la potestad, el
honor, de ser hechos hijos míos. Ahora todo lo tuyo será de ellos y todo lo de ellos será
tuyo». Cuando usted abrazó a Cristo alcanzó salvación y santidad imputada, porque
todo lo que Él hizo y lo que Él era, se le imputó a usted en aquel día en que lo recibió.
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Porque el amor y la misericordia no podrían operar en gracia hasta que hubiera una
completa provisión por el pecado que solo se encuentra en Cristo y quien hace posible
que la gracia sea extendida. Porque la gracia elimina todo mérito humano, sólo se
requiere fe en el Salvador. Porque no solo provee salvación, sino seguridad y
preservación para el que la recibe, a pesar de sus imperfecciones humanas. Porque la
gracia perfecciona al que la recibe.
Isaías 53 dice:
«Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en
quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo
estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y
nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por
nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él,
y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,
cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.
Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y
como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y
por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la
tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los
impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni
hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a
padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje,
vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto
de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi
siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (v.3-11).
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Fuimos marcados por el toque de Dios, esto no significa que somos perfectos, sino que
somos separados. Solemos usar la típica frase de: «Pero... yo no soy ningún santo». Sin
embargo Pablo escribe: «A todos los santos...», cuando hace referencia a nosotros. Es
que algo importante sucede al momento de la salvación, no solamente fuimos salvos
sino también «justificados». Aunque no sea perfecto, soy justificado por la fe del que
murió por mí. Pablo entonces dice que fuimos «Justificados, pues, por la fe, tenemos
paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos
entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza
de la gloria de Dios»» (Romanos 5:1-2).
«Gloriarnos en la esperanza» es celebrar lo que vendrá. Usted ya está gloriándose desde
ahora, que es salvo y que está completo en Él. Usted no tiene que hacer nada para
sentirse así, Él lo hizo todo. Lo único que debe hacer es recibir lo que hizo por usted,
nada más. Por eso es gracia sobre gracia. Si usted trata de pagar el favor de la gracia, la
contamina. Solamente sírvale, no para pagar lo que Dios hizo, sino porque lo ama por lo
que Él hizo.
El secreto de la salvación
El secreto de una vida santa, gozosa, libre, productiva, descansa en el conocimiento de
la gracia y en la fe en nuestra gloriosa posición en Cristo. Si está apartado de eso usted
vivirá inseguro, y condenado. Ya no estamos en Adán sino en Cristo.
Tendremos recompensa por fidelidad y santidad práctica, usted puede ser recompensado
por su devoción y práctica, pero esto no se puede confundir con nuestra eterna e
inmerecida salvación. Su salvación es eterna, de lo contrario Cristo tendría que volver a
morir en la cruz, y Él ya vino una vez.
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Usted es salvo. A la falta de santidad, Él le imputa santidad. A su falta de misericordia,
Él le imputa su misericordia. Una vez que es salvo en Él, siempre lo será. Usted solo
preocúpese por cuidar esta salvación y por seguir creciendo en el conocimiento y la
gracia del Señor. Viva sin temor.
Imagino que su pregunta es: «¿Y… si vuelvo al mundo a pecar?». Si yo fuera usted, no
me tomaría ese atrevimiento. Si eso ocurre, arréglese con Dios, yo no puedo juzgarlo.
Pero si usted está en Cristo, si no le sirve por temor y vergüenza, si su devoción es
santa, sencilla, simple y de agradecimiento de amor por lo que Él hizo, ¡gloríese!
Si usted sabe que no es más por lo hace, sino por lo que Él hizo y que no le puede
añadir nada a su salvación con su oración, y no ora para ser más, sino para estar con Él.
¡Alégrese! Si está en Cristo, ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, ni los ángeles ni
las potestades, ni ninguna cosa creada, podrá separarlo del amor de Dios que es en
Cristo Jesús. ¡Celebre su salvación! En Él estamos completos porque Dios anticipó su
próximo pecado y proveyó Abogado antes de la falta, por eso es: «gracia sobre gracia».
En Él fuimos perdonados.
Cuando usted entiende el valor de esta salvación tan grande, cualquier cosa que quiera
dañarla no lo permitirá, porque si usted tiene que sufrir en la gracia, la gracia lo
sostendrá. Si tiene que padecer en la gracia, la gracia lo preservará. Si tiene que ser
perseguido por la gracia, la gracia lo cubrirá. Si tiene que morir por la gracia, la gracia
lo cubrirá.
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Capítulo 2
Justificados por la fe
La justificación es el acto soberano de Dios por medio del cual declara justo al pecador
que cree, aun cuando todavía está en su condición de pecador. Dios declaró justo a
Abraham, aun cuando Él sabía que le iba a fallar. Una cosa era pecar antes de la gracia,
y otra, pecar después de ser declarado justo. El que pecaba antes de la gracia no padecía
de remordimiento de pecado porque no tenía relación con Dios. Pero cuando usted peca,
y seguramente tiene en mente no hacerlo, hay gracia suficiente para cubrirlo, porque
Dios lo ha justificado porque usted creyó en Cristo.
Cada día que usted se levanta por la mañana y va a trabajar sabe que al final de la
semana o del mes, recibirá su paga por lo que ha trabajado. Cuando llega el día de
cobro, ¿se acerca usted a la oficina del jefe y le dice: «Gracias. ¡Mil gracias por este
pago! ¡No sé qué haría si no fuera por usted!»? No, usted no hace eso. Simplemente le
agradece con amabilidad, pero en su interior sabe que su paga es lo que merece por el
esfuerzo de su trabajo y que si no le pagan, debe accionar judicialmente.
En Dios esto no funciona así. Todo lo que hemos trabajado y nos hemos esforzado, nos
trajo muerte y separación de Dios. No importa cuán difícil haya sido la obra ni cuántas
buenas intenciones haya tenido. No importa sus buenas acciones, ni las velas que haya
encendido. No importa los rosarios que haya rezado, ni la cantidad de veces que fue a
misa. No importa lo poco o lo mucho que haya hecho, porque cuando usted se presenta
ante Dios, Él le dice: «Eres un reo de muerte. Esa es tu paga. Eso es lo que mereces. Ese
es el castigo por causa de tu pecado». Pero, cuando acepta lo que Jesús hizo en la cruz
del Calvario, se da cuenta que no puede pagar lo que Él hizo. Eso es gracia, que me
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atribuye a mí lo que otro hizo, para que yo pueda estar delante de Dios, por pura gracia.
Cristo pagó la deuda, y yo recibo el beneficio solamente por creer.
El pueblo hispano ha trabajado mucho para obtener logros, recompensas económicas y
reconocimiento. Por esa razón es muy difícil para ellos comprender esto, ya que ha
trabajado mucho para tener lo que lograron, han sudado para alcanzarlo, por eso les
cuesta comprender que la gracia es un don inmerecido. Esa experiencia resultado del
trabajo diario se transfiere a nuestra experiencia con Dios.
Hay quienes dicen: «Tengo que hacer algo para Dios. Tengo que trabajar para Él,
porque ¿cómo voy a pagarle mis deudas?». Usted debe entender que nunca podremos
pagarle nada, porque Jesús ya pagó el precio por nosotros. Él justificó nuestras faltas
delante de su Padre para que seamos aceptos. Justificación es el acto soberano de Dios
por medio del cual nos declara justos. Él pagó la deuda y yo recibo el beneficio por
creer en lo que Él hizo.
Hay una barrera que se llama pecado de la cual nadie es inmune. No hay educación,
logros, lectura, dinero, religiosidad que lo quite. El mundo está contaminado con él y
todos necesitamos ayuda, perdón, y salvación.
Cualquiera que haya alcanzado logros puede gloriarse ante la gente porque los seres
humanos nos impresionan con sus logros. Nos impresionan las cosas que se han hecho,
por eso le ponemos su nombre a calles, pueblos y ciudades. Levantamos estatuas en su
honor, y le damos nombres a edificios de gobierno y escuelas públicas. Una persona que
ha trabajado mucho y que logró algo en la vida, tiene de qué gloriarse ante otros seres
humanos, pero ante Dios no importa el logro humano. Ni aún Abraham pudo alcanzar la
bendición y el favor de Dios en sus propios méritos. No fue lo que él tenía ni lo que él
logró, sino lo que Dios hizo por medio de su gracia.
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Abraham era un hombre vacío, espiritualmente muerto, criado por una idólatra. De
acuerdo al capítulo 24 del libro de Josué, Abraham se casó con una mujer que vivía en
una región idólatra por nacimiento, por naturaleza y por decisión. Él era un pecador, sin
embargo Dios traspasó toda esa idolatría, toda esa muerte espiritual, todo lo que lo
separaba de Él, y por gracia se acercó a Abraham. Cuando creyó todo lo que Dios había
dicho le fue contado por justicia, y eso en la Biblia se llama: «Justificación».
El problema del pecado
«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la
muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de
la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado»
(Romanos 5:12-13).
«Por cuanto todos pecaron» significa que nadie es inmune. El problema del pecado no
se maneja con mejor educación, ni con altos logros. El problema del pecado no se
soluciona con más lectura, con dinero, ni con religiosidad. Nada de eso sirve. Todos
fuimos contaminados con ese pecado. Todos necesitábamos ayuda. Todos
necesitábamos perdón. Todos necesitábamos un Salvador.
«Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de
la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.
Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos
pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.
Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó,
sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la
gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro»
(Romanos 5:18-21).
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La salvación es un regalo gratuito que no se le puede atribuir a méritos humanos. Usted
no es más salvo después de cuarenta días de ayuno, ni más salvo después de haber dado
mucho dinero a la iglesia. No es más salvo porque ora tres horas al día ni por colaborar
con el ministerio de los desamparados y enfermos. Sus buenas obras no le añaden una
pizca a su salvación.
En otras palabras, usted no está haciendo nada que Dios no quiera que haga. Por lo
tanto, lo que usted está haciendo es una demostración de que por gracia, Dios se ha
inclinando hacia usted y lo está dirigiendo hacia el camino que Él quiere que usted vaya.
No es porque usted es más espiritual que otra persona, ni porque tiene más gracia,
simplemente esa era la obra que Él había preparado desde antes de la fundación del
mundo para que nosotros caminemos en ella. Es por eso que Cristo mientras hablaba de
esto en un contexto de gracia dijo: «¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le
había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que
os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer,
hicimos» (Lucas 17:9-11).
Declaró esto porque en verdad solamente hicimos lo que se nos dijo. Por lo tanto, yo no
puedo gloriarme de lo que estoy haciendo hoy, ni creer que soy más que usted,
simplemente estoy haciendo lo que por gracia se me encomendó.
El propósito de la ley
La gracia es un regalo gratuito y para que pudiera ser manifiesta, la ley tenía que ser
enviada, por eso es que el texto bíblico dice: «Pero la ley se introdujo para que el
pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (v.20).
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El primer propósito de la ley era identificar el pecado y confrontarlo. Luego lo acusará
de tal manera que usted tendría que buscar a quien pudiera darle libertad.
El segundo propósito de la ley era intensificar la culpa, porque todo lo que decía la ley
era «no». Esta declaraba lo que se necesitaba para cumplir con los requisitos de la
justicia de Dios, pero no tenía provisión para poder cumplirlos, porque en sí misma la
ley es incapaz de justificar al pecador.
La ley demandaba de la perfección, pero no ofrecía ayuda o motivación para lograrla.
Lo único que hacía era identificar el pecado para que se diera cuenta de lo terrible que
era delante de Dios y buscara la provisión para poder manejar aquella culpa. Todavía es
igual. La ley nos hace conscientes de nuestra falta.
¿Se ha detenido usted frente a una pared que tiene un cartel de advertencia que indica:
«No toque, pintura fresca»? Antes, usted nunca había visto ese muro, ni hubiera notado
la pintura. Tal vez pasó por ese lugar siempre, pero recién cuando pusieron el cartel de
advertencia y lo leyó, algo se le despertó dentro de usted con curiosidad. Algunas
personas más controladas, pasaron allí, leyeron el cartel, sintieron la tentación de tocar
la pared recién pintada, pero no lo hicieron.
Con relación al pecado, la ley no ayuda, porque el propósito de la ley es señalar.
Cuando usted sabe acerca de la ley se descubre el pecado que está en usted, entonces
comprende lo perverso y malo que es. Aun haciéndole tanto bien a la gente, está lleno
de odio, rencor, amargura, envidia, celo, contienda. Aunque asista a su iglesia los siete
días de la semana, cuando trate de vivir por la ley, jamás podrá satisfacer la demanda de
una santidad perfecta, de un Dios excelente, que no juega con el pecado. Él tiene
demandas y exigencias divinas.
La ley decía: «Esto es santidad: honren mi nombre obedeciendo mi ley», pero nadie lo
podía hacer. La ley se introdujo para que el pecado se manifieste. Entonces, cuando el
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pecado abundó, la esperanza era que la gracia sobreabundara. Aunque el pecado se
podía medir, la gracia no. Cuando el pecado era mucho, la gracia era infinita.
Cuando el pecado juzgaba, la gracia decía: «Eres justificado porque creíste en lo que
Dios proveyó a través la persona de Jesucristo». Cuando el pecado condenaba, la ley
justificaba. Cuando el pecado acusaba, la gracia bendecía.
El propósito de la gracia
La gracia excedió las expectativas naturales. Hasta que usted no entienda el significado
y propósito de la gracia, será un juguete del mismo infierno. El diablo va a jugar con su
mente, con su pasado, con lo que usted hizo hace más de veinte años atrás. El enemigo
lo acusará, lo culpará. Pero si usted entiende el propósito de la gracia, dirá ante la
acusación: «Está equivocado. En verdad yo era un pecador, un adúltero, un borracho.
En verdad hice cosas de las cuales me avergüenzan aún hablar de ellas, pero la gracia
cubrió cada una de mis faltas. La gracia cubrió cada uno de mis pecados. Porque cuando
el pecado abundó, la gracia sobreabundó».
Un día, miré a la cruz del calvario y comprendí que el que tendría que estar colgando en
ese madreo, era yo. Él tomó mi lugar y por gracia soy salvo, no por las obras de la
carne, sino por la justicia de mi Dios. La ley reveló lo malo que éramos, pero la gracia
nos revela lo bueno que es Dios.
«Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y
nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que
recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros
corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!» (Gálatas 4: 4-6).
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Dios nos ha dado el Espíritu de su Hijo por el cuál clamamos: «¡Abba Padre!». Moisés
no pudo decirlo. Isaías y José tampoco, ya que el término más cercano y afectuosos que
pudieron decirle a Dios fue: «Jehová».
Moisés, Abraham y Adán, desearían estar en la dimensión que estamos viviendo. Ellos
tenían que ir a un lugar para encontrarse con Dios, usted camina con Dios donde quiera
que vaya. Ellos necesitaban ofrecer sacrificio para poder ser aceptado, pero yo no tengo
que esperar por el sacrificio, porque Cristo murió una vez y para siempre, y en aquella
muerte perfeccionó a todos los que creen en su justicia para siempre. Usted es
justificado.
La perfección que Él demostró es la misma que nos han imputado a nosotros. Cuando
Dios mira su vida no lo ve a usted, sino a Jesús. Las debilidades que usted tiene, la ley
se las resalta, pero si le aplica gracia, la mirada de Dios sobre su vida es otra.
La ley cumplió con su trabajo: exponer el pecado. Pero la gracia nos habilita para
agradar a Dios, porque no me dejó solo y no tengo que inventar cómo agradar a Dios,
sino que el Espíritu del Hijo está en mí. Así como Jesús pudo agradar al Padre a plena
perfección, la gracia me motiva a acercarme a Él.
«Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en
los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al
príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de
desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los
deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y
éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en
misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en
pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)» (Efesios 2:1-5).
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No es por mérito humano
Es maravilloso pensar que «justificación» es declararnos justos y santos, aún cuando
todavía estamos muertos en delitos y pecados. Este es el resultado de que Dios nos haya
dado vida juntamente con Cristo.
«Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando
nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois
salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas
de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:4-7).
Somos salvos por gracia. Cuando estemos ante Él en ese glorioso día, usted sabrá que
no está ante la presencia de Dios por sus obras ni por haber nacido en un hogar
cristiano. La única respuesta del por qué estamos ahí, es: «Por pura gracia». Cristo lo
hizo por usted y por mí. Nosotros solo recibimos los beneficios, agradecidos por la
maravillosa gracia del Evangelio. En esa gracia hemos sido sostenidos.
La gracia vivifica, fortalece, levanta, y elimina la conciencia de la ley y nos lleva a vivir
en la cruz. Por eso Pablo decía: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo
yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). Porque lo que para la ley era imposible, la
gracia lo logró. En la gracia no hay logros humanos, no puede atribuirse nada propio.
Asesinos de la gracia
Solemos repetir la típica frase: «Buscar a Dios». Pero no puede buscar lo que ya está
dentro de usted. No podemos buscarlo porque Él ya nos encontró. No busque a Dios,
relaciónese en intimidad con Él. La palabra dice: « He aquí, yo estoy a la puerta y
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llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»
(Apocalipsis 3:20).
Cuando nos sentamos a la mesa con alguien, estamos intimando con esa persona, nos
relacionamos en intimidad con ella. Esa es la forma y la expresión bíblica más profunda
de tener una relación. Cuando usted invita a alguien a su casa, y lo hace con el propósito
de venderle algo, eso no es gracia, es manipulación. La gracia me lleva a intimar con
Dios. Pero hay personas encargadas de que usted no logre esa relación especial con
Dios. A ellos decidí llamarlos: Asesinos de la gracia. Los encontramos cada generación.
Sus argumentos son: «Tienes que seguir intentando y esforzándote para ser salvo. Antes
que puedas hacer esto en tu vida, tienes que dejar algunas cosas para luego ganártelo».
Pero la gracia ofrece perdón a través de la fe, después que usted lo recibe, el Señor le
dará fortaleza para dejar, poner, quitarse cosas de encima, y empezar otra vez. Después
de recibirlo comprenderá que es por gracia. El le dará el poder para eliminar de usted lo
que no le agrada.
Pero cuando eso ocurra, no diga: «Yo dejé esto porque hice aquello». Declare que dejó
eso solamente por gracia, porque en sus fuerzas no hubiera podido abandonarlo nunca.
Por gracia de Dios recibió la habilidad sobrenatural para que pueda quebrar con todo lo
que lo alejaba, lo separaba, obstruía y contamina su relación de intimidad con Él.
¿Es la gracia la licencia para pecar? ¿Pecaremos para qué la gracia abunde? En ninguna
manera, porque los que hemos muerto al pecado ¿cómo viviremos aún en Él? Es por
gracia para que nadie se gloríe.
No se olvide que su salvación, no es lo que usted le hace a Dios, sino lo que Dios ha
hecho por usted. Él nos ha dado su provisión. Su matrimonio se restaura por gracia, se
fortalece por gracia. Su vida se sostiene por gracia.
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Tal vez usted convive con un sentido de culpa violento, porque de acuerdo a las reglas
religiosas que le habían estipulado, usted no estaba cumpliendo ninguna o solo unas
pocas de esas reglas. El problema es que cuando uno vive por la ley, con un solo
mandamiento que no haya cumplido, es culpable de todos las restantes también. Una ley
violada crea la misma intensidad de pecado de cien leyes no cumplidas, porque el
castigo o el precio de cada una es la muerte.
A medida que usted comprende el verdadero sentido y propósito de la gracia, usted
puede expresar, vivir y disfrutar lo glorioso de una salvación tan grande. Cuando Dios
nos dice: «¡Cuídala!». No es caminar con temor a perderla, sino apreciarla en gran
manera por el alto costó, el precio que se pagó. Si usted realmente entiende la salvación,
no tendrá deseos de pecar.
Si vive en un sistema legalista religioso, seguramente sentirá culpa y no disfrutará de la
salvación. Se alegra durante el servicio del culto pero no puede adorar con libertad. Su
vida es a medias. A una iglesia que ha sido inundada por la gracia, no hay que decirle
cuándo adorar. No es necesario animarlos a hacer ejercicios religiosos: «Levanten las
manos o bajen las manos». Pero cuando usted entiende esto, hay un agradecimiento
continuo en su interior que se expresa en la alabanza y la adoración.
Si tal vez usted tiene temor a apartarse y a volver atrás, le aseguro que al conocer la
gracia de Dios, no disfrutará más del pecado del mundo. Descubrirá entonces que el
pecado es un estado miserable.
Dios le asegura que su fe puesta en Él, le será contada por justicia. Cuando el Juez del
cielo levante su martillo y golpee su escritorio, dirá: « _____________ (ponga su
nombre en el paréntesis), exonerado de todas sus culpas, de todas sus faltas, de todos
sus pecados. Queda libre por mi gracia, porque puso toda tu confianza en lo que mi Hijo
hizo en la cruz del Calvario».
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Cuando el pecado se podía medir, la gracia no tenía medida.
Cuando el pecado era infinito, la gracia era infinita.
Cuando el pecado juzgaba, la gracia justificaba.
Cuando el pecado condenaba, la gracia libertaba.
Cuando el pecado acusaba, la gracia bendecía.
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Capítulo 3
¿Misericordia o sacrificio?
«Dios, rico en misericordia y bondad, nos dio vida cuando estábamos muertos en
nuestros delitos y pecados. Por gracia nos salvó por medio de la fe; y por el gran amor
con que nos amó, juntamente con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en lugares
celestiales para mostrar en los siglos por venir las abundantes riquezas de su gracia.
Sabemos que esto no es nuestro, sino don de Dios; pues no es por obras, para que nadie
se gloríe» (Efesios 2: 1-10)
En la actualidad conviven algunos sistemas que debilitan, inutilizan y finalmente
destruyen el gozo y la efectividad que la Iglesia tiene; no por mérito de ella misma, sino
por don de Dios.
Si observamos analíticamente la mayoría de las predicaciones de los últimos tiempos,
concluiremos que están impregnadas de humanismo disfrazado de religiosidad. Los
heraldos de este tipo de evangelio proclaman propuestas como: «Tienes que ser mejor»,
«tienes que intentar aún más, «tienes que estar más comprometido», «tienes que amar
más profundamente», «tienes que ser bueno». De ahí que muchos hayan acuñado la
expresión: «Ayúdate que Dios te ayudará». Es decir: «Usted tiene que hacer algo para
que Dios entonces se mueva y responda a su iniciativa».
El problema radica en que la persona que tiene una conciencia de pecado y está tratando
de hacer todo lo posible para ser libre y agradar a Dios, recibe un mensaje con leyes sin
verdadero poder.
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Como portadora del evangelio, la iglesia se ha comprometido con las personas
ofreciendo más expectativas de lo que realmente ha enseñado. Tampoco ha provisto las
herramientas necesarias para alcanzar esas promesas. Se ha ocupado en cumplir las
reglas, observar las actividades y mantener el trabajo. Por lo que el resultado obtenido
ha sido miles de creyentes frustrados y desanimados, que no pudiendo hallar alivio a su
tormento, terminan rechazando la iglesia y todo lo que Dios tenía para ellos.
Roy Heisson, respetado y reconocido predicador de Gran Bretaña, pronunció: «La
mayoría de los mensajes son buenos avisos, pero no buenas noticias».
¡Qué contraste con el Señor Jesucristo y su calidad de vida! Todos sus actos emergieron
de lo que atesoraba y guardaba en su interior. Nunca fue víctima de las circunstancias,
sino que decidió vivir cada instante conforme la voluntad del Padre que así lo había
predestinado. Su corazón jamás fue preso de amarguras, odios, celos, temores o
envidias; ni la ansiedad gobernó su mente. No manipuló ni reprimió a nadie para
obtener algo. Aquellos que caminaron con Él simplemente siguieron al Maestro.
Vino a dar vida en abundancia, a proclamar libertad a los cautivos, a sanar a los
enfermos, a echar fuera demonios. Se lo conocía como amigo de pecadores, pues
delante de su presencia los criminales y las prostitutas no eran condenados ni
rechazados, sino amados. Vivió sin egoísmo. Su relación con el Padre era más que
suficiente. Enfrentó al diablo y no fracasó, porque su confianza siempre estuvo en
Aquel que lo había enviado.
Jesús fue el hijo amado en quien Dios tuvo complacencia. Él se deleitaba en las cosas
que su Padre le había encomendado cumplir, y las vivía con pasión y devoción.
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Religión vs el evangelio de la libertad
¿Quién no anhela la vida de Cristo, libre del control de las circunstancias, y siempre un
paso al frente? Justamente esto no es lo que la gente rechaza cuando se le habla del
Señor, sino el sustituto que se le presenta como evangelio: una vida de religiosidad.
Mientras que la religión es un sistema complejo de conceptos teológicos y requisitos de
comportamiento, el evangelio de Jesucristo es el anuncio de las Buenas Nuevas de
Salvación, de la Buena Noticia.
El anuncio del evangelio de la Paz nos habla de calidad de vida en Cristo. No por lo que
hagamos, intentemos o dejemos de hacer; sino porque Dios nos ama y somos sus hijos.
Esta clase de vida que las Sagradas Escrituras describen como eterna, no se limita al
tiempo biológico ni cronológico; sino que es Dios el Eterno quien le da a nuestra vida
eternidad en Él. Esto trasciende toda limitación humana.
Algunos viven esta vida esperando la muerte para experimentar su eternidad en Dios.
Sin embargo, Jesús dijo: «... y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie
(los) arrebatará de mi mano» (Juan 10: 28). No se trata de que nos dará la vida eterna,
Él ya nos la dio.
Por años nos hemos aferrado y enfatizado a que la paga del pecado es muerte. Y esto es
así; pero también es cierto y nos hemos olvidamos que la dádiva de Dios es vida eterna
en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23). El regalo, el don, la dádiva, el derecho,
el privilegio, la bendición de Dios para usted y para mí es la vida eterna en Cristo Jesús.
Eso es la gracia, es Dios mismo diciéndonos: «Deja de intentar una y otra vez. Yo ya
hice el trabajo por ti. Ahora es tiempo de descansar y solo trabajar con el poder de mi
fuerza. Y recuerda que si después de haber realizado absolutamente todo lo que podías
hacer, aún fracasaras, yo te amo. No hay nada que pueda impedir que te siga amando.
En mi gracia no importa de dónde vienes, cuál haya sido tu experiencia de vida o qué
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concepto tengas de ti mismo. Simplemente con amor eterno te amé y te prolongué mi
misericordia».
Los fariseos nunca pudieron comprender esta dinámica de Cristo, de cómo Él se sentaba
a la mesa con los pecadores sin contaminarse. Su religiosidad los cegó de tal manera,
que se convirtieron en personas inflexibles, arrogantes, carentes de amor y misericordia,
con una actitud siempre a la defensiva y abusiva de su prójimo. Estas características,
aún están vigentes en medio nuestro. El evangelio que presentamos no es otra cosa que
fariseísmo cargado de legalismo. Estos paradigmas también caracterizan a los fariseos
de este siglo. No estoy refiriéndome a los fariseos del tiempo de Cristo nada más, estoy
hablando de nosotros hoy.
Mucho de nuestro llamado evangelio, no es otra cosa que fariseísmo moderno o
legalismo religioso envuelto en alguna frase de gracia. Sin embargo, nosotros estamos
peor que los fariseos de la época de Jesús. Hoy por hoy, es más que una secta religiosa,
es una actitud, una mentalidad, una forma de vida. Es un conjunto de doctrinas e
institucionalismo puramente religioso y saturado de apariencias. Este sistema con una
concepción legalista de las cosas reduce a Dios a nuestra humana y limitada
interpretación.
En reiteradas oportunidades, Jesús confrontó a los fariseos con sus propias leyes. Pero
ellos nunca asimilaron la diferencia entre la verdadera misericordia y el sacrificio. Por
eso nosotros debemos conocer y creer que la gracia de Dios elimina por completo el
legalismo de nuestras vidas.
Fariseo vs legalista
Veamos entonces, dos pasajes de la Escritura que nos ayudarán a diferenciar la
misericordia del sacrificio y cómo opera la gracia en esto.
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«Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de
los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que
estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que
habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando
vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los
publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de
médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y
no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al
arrepentimiento» (Mateo 9:9-13).
En este pasaje, Jesús estaba sentado a la mesa con Mateo, un cobrador de impuestos.
Aquellos que recaudaban los tributos públicos no eran bien vistos por el pueblo, pues
literalmente cobraban lo que no debían haciendo pagar a la gente más dinero del que
realmente correspondía. Pero allí estaban los fariseos observándolo todo, quienes no
podían evitar hacer comentarios entre los discípulos de Jesús.
Para los legalistas, asociarse con un impío significaba una tragedia, más aún resultaba
inconcebible ver a Jesús comiendo de la misma mesa con publicanos y pecadores. Y en
medio de ese cuadro aparece la respuesta inmediata del Señor mostrando cuál es la
actitud que Dios quiere que tengamos hacia la vida: «Los sanos no tienen necesidad de
médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y
no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al
arrepentimiento».
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«En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos
tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer. Viéndolo los fariseos, le
dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo. Pero
él les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban
tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición,
que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los
sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el
templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el
templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no
condenarías a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo»
(Mateo 12:1-8).
Aquí vemos otro suceso glorioso. Nuevamente los fariseos escandalizados, pues según
sus leyes los discípulos de Jesús no respetaban el día de reposo. A lo que el Maestro,
refiriéndose al libro del profeta Oseas 6:6, les dijo: «Y si supieseis qué significa:
Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los inocentes; porque el Hijo del
Hombre es Señor del día de reposo».
El término «sacrificio» es bien conocido por todas las religiones del mundo. Apela al
holocausto, muerte, ofrenda y abnegación. Tiene un amplio espectro: desde carbonizar
niños como ofrenda para aplacar la furia de algún dios, hasta inmolarse con bombas en
nombre de Alá asesinando así una comunidad completa, un autobús con personas,
líderes políticos, etc. La idea implícita que representa ese sacrificio es que si hacemos
algo, solo entonces Dios se moverá a nuestro favor.
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La realidad es que Dios mismo trajo este concepto de consagración y ofrenda cuando
hizo sacrificar un cordero en expiación y remisión por los pecados de los hombres. En
este acto de oblación ofrecemos algo que nos pertenece por otra cosa aún más
importante y valiosa. Ésta era la práctica conocida en los tiempos bíblicos; y exigía
derramamiento de sangre. De ahí que las ofrendas fueran siempre de seres vivos.
Pero cuando entendemos el concepto de sacrificio en los parámetros del nuevo pacto a
través de Jesucristo, ninguno de nosotros puede entregar una ofrenda verdadera. Dios
Padre es el único dueño absoluto de todas las cosas. Cada uno de nosotros somos meros
administradores, mayordomos de lo que Él en su gracia y amor nos confía. Por eso,
nuestro sacrificio siempre será incompleto. ¿O acaso alguno de nosotros sopló aliento
de vida a su cuerpo? Lo que podemos ofrecer es el resultado de lo que Dios primero nos
concedió.
El Señor sabía que nunca podríamos celebrarle un sacrificio perfecto; por eso se dio a sí
mismo en la Cruz del Calvario. Jesús fue el Cordero inmolado para perdón de todos
nuestros pecados. Su sangre derramada selló nuestra salvación. Cristo fue el sacrificio
perfecto, el mediador de un nuevo pacto. Y sin derramamiento de sangre no hay
remisión. Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una
vez y para siempre. (Hebreos 9: 22; 10: 10)
El error de los fariseos fue pensar que sus sacrificios pagaban sus bendiciones. Su
filosofía de vida solo reconocía el lema: «Mientras yo haga, Dios responde». Siempre y
cuando ofrecieran el sacrificio indicado, ellos creían en su teología que actuaban
correctamente.
De ahí que en la Parábola del fariseo y el publicano se mencione a dos hombres que
subieron al templo a orar. El fariseo, puesto en pie oraba consigo mismo y daba gracias
a Dios porque no era como los demás, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como el
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publicano que se hallaba con él en el templo. Ayunaba dos veces a la semana y daba los
diezmos de todo cuanto ganaba. En cambio el publicano, estando lejos, no quería
siquiera alzar sus ojos al cielo; así que se golpeaba el pecho pidiendo a Dios su favor,
pues se reconocía a sí mismo como pecador. Jesús dijo entonces que ese publicano
había sido justificado antes que el fariseo, pues cualquiera que se enalteciera sería
humillado (Lucas 18:9-14).
Nosotros muchas veces actuamos de ese modo. Asistimos a la Iglesia, nos
congregamos, participamos de algunas disciplinas espirituales, diezmamos, oramos, y
creemos que por esas actitudes Dios no nos rechazará. Por el contrario, nos aprobará y
permaneceremos en su redil.
Otros, maltratan sus cuerpos en señal de sacrificio y aceptación para Dios. En Semana
Santa caminan de rodillas, descalzos, haciendo oraciones y promesas con un rosario en
la mano o persignándose con un escapulario, para que la ira de Dios se apacigüe. Y allí
está Cristo diciéndonos: «No, ustedes no entienden la enseñanza que mi Padre les está
dando a través del sacrificio».
El sistema sacrificial fue instituido por Dios; pero no para enseñarnos que Él se
complace en los sacrificios, sino para que comprendamos que ya no debemos ofrecernos
en sacrificio vivo para obtener la salvación. La deuda está completamente saldada. Ese
fue el sacrificio más excelente que el Señor mismo haya provisto para que usted y yo
pudiéramos disfrutar el regalo de la salvación. No se trata de lesionar, golpear o lacerar
nuestros cuerpos para sosegar el enojo de Dios. Él no está airado con sus hijos. Dios nos
ama profundamente. El sacrificio evidenció la seriedad del pecado; y solo con el
derramamiento de sangre inocente podía tratarse con él. El hecho de que Dios recibiera
el sacrificio fue un acto de pura misericordia.
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El Señor nos amó primero proveyendo el medio que nos reconciliara con Él: su propio
Hijo. No era aceptable cualquier cosa, solo el Cordero de Dios podía quitar los pecados
de toda la humanidad.
Los fariseos invalidaron su fe con sus pensamientos legalistas. No lograron entender
que misericordia es antes que sacrificio.
Un sistema de vida errado
El Legalismo como sistema de vida produce conceptos erróneos en el pensamiento de
las personas. Existen tres características que identifican tanto a los fariseos de la época
de Jesús como a nuestros contemporáneos. Ellos evitan estar en contacto con los
pecadores, concientizan a sus seguidores que la institución es más importante que las
personas y reducen la comunión con Dios a un simple y superficial formulismo.
1) El contacto con los pecadores
Los fariseos desarrollaron por años esta corriente filosófica: las tinieblas derrotan la luz,
la suciedad contamina la limpieza, la muerte es más fuerte que la vida, el pecado arruina
la justicia. Se han hecho tan expertos de lo exterior y rigurosos de guardar la ley, que
perdieron de vista el objetivo; es decir, el espíritu de la ley.
Hoy por hoy, el legalismo no es otra cosa que fariseísmo moderno. Este patrón de
pensamientos tergiversados lleva a las personas a evitar estar relacionados con la gente
del mundo, con los pecadores.
Quizás usted provenga de ese submundo seudo religioso, en el que le arrebataron de en
medio de la sociedad para incluirlo en un templo a cantar coros, mientras hay miles que
marchan minuto a minuto hacia el infierno. Se niegan a reírse con ellos, porque
considera que ni siquiera son dignos de esbozarles su sonrisa. O incluso, ha considerado
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la posibilidad de cambiar de ámbito laboral, pues está rodeado de pecadores. Necesita
un lugar donde todos sean creyentes. ¡Qué pensamiento tan bello y espiritual parece
éste! El único problema es que todo eso no es más que fariseísmo puro y legalismo
religioso.
La pregunta es: ¿Cómo entonces vamos a ganar a aquellos que todavía no conocen a
Cristo?
Nuestro idioma evangélico y religioso se limita a vocablos como: «Amén, gloria a Dios,
bendito sea el Señor y aleluya». Nos sentimos tan incómodos entre la gente del mundo
que ya no sabemos cómo expresarnos ni cómo comportarnos en su presencia.
Jesús no tenía ningún tipo de prejuicio. Le agradaba estar entre el pueblo, con los
pecadores, los enfermos, los quebrantados, las prostitutas, los ladrones. Nosotros, en
cambio, estamos tan pendientes y concentrados en evitar el mal que tampoco hacemos
el bien.
Lo que en verdad nos contamina es no conocer al Dios de la gracia. El Señor es el que
nos ha colocado precisamente en el lugar donde nos encontramos. Somos luz, pero
también somos la sal que este mundo necesita para no continuar corrompiéndose.
Es una trasgresión a la gran comisión que Cristo nos encomendó. Debemos ser luz a las
naciones, pues somos la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5: 13-16).
La Palabra de Dios nos dice a través del apóstol Juan en su primera carta: «Hijitos,
vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros,
que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Usted tiene que saber quién es en Cristo y
dar testimonio de la obra que Dios ha hecho en usted.
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2) La institución es más importante que las personas
Muchos creen que Dios no está en las escuelas por la promulgación de leyes humanas.
Pero en realidad, mientras nuestros hijos continúen cursando su escolaridad, Dios
seguirá estando entre nuestros pequeños y jóvenes. No entendemos que en nuestro
sistema democrático dar espacio a Dios significa que el espiritismo, la brujería, la
Nueva Era, la pornografía y la perversión tengan también su lugar.
Es tiempo de enseñar a nuestros hijos a proclamar y anunciar lo que ellos tienen dentro.
No hay maestro que pueda prohibirles orar y servir al Señor. Es el momento de
incluirnos en aquellas esferas donde realmente debemos estar.
La luz brilla afuera, en el colegio, en el trabajo, en su casa, con su familia. El evangelio
de la gracia prioriza a las personas, no a la institución.
Si no tenemos nuestra identidad fundamentada en Cristo y no reconocemos la obra de
Dios en nuestras vidas, no podemos pretender afectar nuestra sociedad. Una iglesia
atemorizada nunca podrá conmover e influenciar este mundo positivamente.
El régimen legalista reduce a Dios a reglas, regulaciones y restricciones. Pero Dios no
está interesado en defender la reputación de una institución; muy por el contrario, su
celo y su pasión están en dar cumplimiento a su propósito eterno.
En nombre de la institución se han levantado voces que en vez de dar vida, han
provocado muerte y dolor en lugar de sanidad. Entonces observamos a personas
divorciadas ser tratadas como de segunda categoría; a mujeres casadas sometidas a
situaciones extremas; o a personas con capacidades diferentes, ser rechazadas y
marginadas. Se las critica, juzga y señala sin ningún tipo de miramiento.
Nuestros pensamientos y caminos están tan lejos de los pensamientos y caminos de
Dios, que no logramos comprender el corazón del Señor. Vivimos balanceándonos de
un extremo al otro, rindiendo más tributo a la organización que honrando a Aquel que
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merece toda nuestra honra y adoración. Sin embargo, debemos tener presente que todo
el institucionalismo de los fariseos nunca evitó que Jesús viviera entre el pueblo y
conociera las necesidades de las personas.
3) La trivialidad en la relación con Dios
El pensamiento legalista restringe la relación con el Señor y la intimidad con Él, a una
mera fórmula completamente vacía. Esto lo hace extensivo a todos sus seguidores,
enfatizando que la gracia es la licencia que la gente necesita para pecar.
Algunos creyentes solo asisten los domingos a sus congregaciones procurando hallar
respuestas para sus situaciones, y no escuchan la voz del Señor.
Dios no puede circunscribirse a normas o interpretaciones humanas que se activan
conforme el usuario y la circunstancia así lo requieran. Se pretende experimentar la vida
sin mayores dificultades. Pero esto es idolatría. Dios se convierte así en el medio por el
cual se logran objetivos netamente egoístas: librarnos de todos nuestros males y
sufrimientos. De esta manera, nunca se está seguro de haber hecho y ofrecido lo
suficiente. El gozo es puro artificio, y fluctúa en intensidad y calidad de acuerdo a la
cantidad de obras.
Es similar a lo que ocurre en un concurso de belleza. De las cincuenta finalistas
iniciales, solo quedan tres; aunque todas se han esforzado en las mismas disciplinas. Se
toman de las manos fingiendo alegría y se desean buenos augurios para la final del
certamen. Todas parecen felices; y cuando el jurado anuncia el nombre de la ganadora,
se abrazan y festejan. No es más que una parodia. Se consuelan pensando que aunque
no ganaron, no son tan malas como las demás que no llegaron a término.
Esta clase de creyentes se dice a sí mismos que no son buenos como el pastor, pero
tampoco viles como los adictos.
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En este orden de cosas no existe ninguna diferencia entre un creyente y un pecador. Lo
que los hace distintos es la gracia de Dios. Ésta es una invitación completa a la
comunión con Aquel que lo creó, donde la solución al pecado no es sacrificio sino
misericordia. En la relación con Dios profundizo mi intimidad con Él y el conocimiento
de su persona. Todo lo que recibo de parte del Señor es por fe. Es Dios mismo quien
nos encuentra y nos ama. Esto produce gozo y regocijo en nuestro corazón; porque ya
no depende de lo que nosotros hagamos, sino de lo que Cristo hizo por cada uno de
nosotros en la Cruz.
Las Escrituras dicen que somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.
Y que si perseveramos y permanecemos fieles en Él, obtendremos la corona de la vida.
Somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para
anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1
Pedro 2:9) Solo por su gracia, cada uno de nosotros tendrá el gran premio. No por
nuestro mérito, sino por la victoria de Jesucristo en la Cruz. Somos vencedores no por lo
que hagamos, sino porque confiamos en lo que Jesús ya hizo. Y eso no se compara
absolutamente con nada de lo que usted y yo podamos hacer.
¿Entendemos acaso que es por misericordia y no por sacrificio? Por su gran amor con
que nos amó es que hasta aquí hemos llegado. Dios nos ama y quiere darnos la
oportunidad que le conozcamos en su gracia.
Con verdad el apóstol Pablo decía que no se gloriaría más que en la Cruz de Cristo,
pues los latigazos, la corona de espinas, los clavos, la lanza, y todos los padecimientos
de Jesús tendrían que haber sido para él. El profeta Isaías también dijo que el castigo de
nuestra paz fue sobre el Señor, y que por su llaga fuimos sanados.
Es tiempo de pedir perdón si creyó que merecía su gracia, su amor y su misericordia. Lo
único que podemos hacer es descansar en la obra redentora y expiatoria de la Cruz,
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sabiendo que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad y que su bendita
gracia nos sostiene.
Capítulo 4
El poder la gracia
¿La seguridad de la esclavitud o los riesgos de la libertad?
Uno de los eventos históricos más interesantes en esta nación ocurrió entre los años
1863 y 1865. Después de su reelección, el entonces presidente Abraham Lincoln, se
encontraba en un momento decisivo, la guerra civil estaba en su más intenso nivel.
En aquel momento, una de las objeciones del presidente era la esclavitud de los negros.
Pero en 1863, específicamente un día de año nuevo, declaró públicamente la conocida
Declaración de la emancipación, que no es otra cosa que darles libertad a los esclavos.
Pero recién en 1865, la Constitución de los Estados Unidos formalizó aquella
declaración oficialmente. Para ese entonces, el presidente Lincoln ya había muerto, pero
su sueño se había logrado: los esclavos eran libres.
La voz corrió desde el capitolio hasta Luisana, Missisipi, Georgia, hasta los campos
más lejanos de los Estados Unidos. Allí se escuchó la voz de que había llegado la
liberación. Los titulares de los periódicos declaraban: «La esclavitud fue legalmente
abolida». Sin embargo, algo que nadie esperaba, sucedió. La mayoría de los esclavos
del sur continuaron viviendo como si nada hubiera pasado, aunque ya eran libres.
Shelby Foote un conocido historiador americano, en su comentario acerca de la guerra
civil dijo: «Cuando en 1864 se le preguntaba a un esclavo negro qué pensaba sobre el
gran libertador decían: “Yo no sé nada sobre ese hombre llamado Abraham Lincoln,
excepto que nos libertó y tampoco se nada sobre eso”».
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¡Qué tragedia! Se había peleado una guerra importante. Un presidente había sido
asesinado. Se firmó una enmienda a la ley en la Constitución de los Estados Unidos de
Norteamérica, lo que hoy se conoce como el artículo 13. Los que alguna vez fueron
esclavizados eran legalmente libres, sin embargo, muchos continuaron viviendo como
esclavos, en temor y en vergüenza.
Quizás usted comparte conmigo el asombro de este relato, y se detenga a pensar cómo
es posible que esta gente por la cual se había pagado un precio tan alto para que ya no
fueran más esclavos y para que vivieran en libertad, prefirieran seguir en esclavitud.
¡No se sorprenda! Hay cristianos en la misma situación. Muchos de ellos, siendo libres,
viven como esclavos. Jesús pagó un gran precio por esa liberación. Él es el gran
libertador que dio su vida en la cruz del Calvario, para que no tengamos que ser nunca
más esclavos del pecado.
Sin embargo, algunas de las dinámicas que se desatan en el comportamiento, revelan
que prefieren la seguridad de la esclavitud, que los riesgos de la libertad. Aún hoy hay
estadísticas que revelan que hay presos en cárceles que prefieren mantener su condición
de reclusos porque saben que su conducta lo llevará a cometer actos ilícitos
nuevamente. Afuera de los límites de la cárcel, ellos no pueden controlar sus pasiones y
deseos, por lo tanto, prefieren permanecer encerrados bajo control. Vivir en libertad
implica un grado alto de responsabilidad y no todos están dispuestos a asumirla.
A Satanás le fascina mantenernos ignorantes de la gracia, y obligarnos a vivir bajo la
culpa, la vergüenza, la ignorancia y la intimidación. Sin embargo, podríamos llamar a la
carta del apóstol Pablo a los romanos: La Declaración de nuestra libertad. Ella describe
todo lo que tiene que ver con nuestra liberación en Cristo.
Acompáñeme a revisar esta declaración para así comprender y nunca olvidar que
nuestra salvación es por gracia.
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Declaración de nuestra libertad
En el capítulo tres del libro a los romanos se presenta el caso para nuestra condena.
El veredicto fue: Culpable de todas las acusaciones.
La sentencia: Muerte.
El capítulo tres toma este caso y lo presenta de la siguiente manera: Son esclavos
porque «todos están bajo pecado» (v.9).
La condición: «No hay justo, ni aun uno» (v.10). «No hay quien entienda» (v.11). «No
hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (v.12). No podíamos llevar delante de
la presencia de Dios ningún logro que valiera la pena. No importa todo lo que
intentáramos hacer en la fuerza de nuestra carne para calmar nuestra conciencia que nos
acusaba, y para calmar la ira de un Dios santo. Nada servía ante la presencia de un Dios
que es absolutamente santo. Ninguna de nuestras obras valía la pena. Porque estábamos
sin paz, sin pureza, sin esperanza, sin temor de Dios (v.13-20). No teníamos escape, no
sabíamos nada sobre libertad. No teníamos idea si podíamos sobrevivir a esa condición.
Éramos reos de muerte, condenados a la perdición.
El apóstol Pablo desde verso 21 en adelante declara:
«Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley
y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que
creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de
la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención
que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su
sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los
pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea
el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia?
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Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.
Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios
solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente,
también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la
circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe
invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley».
Desde el momento que fuimos salvos por la gracia de Dios, luego de haber depositado
nuestra fe en la persona de Jesucristo, algo dentro de nosotros se manifestó y las cosas
que antes no entendíamos, comenzamos a comprenderlas.
Cristo nos libertó
Nuestra declaración de libertad fue proclamada a través de los cielos y en las
profundidades del infierno se supo que el pecador era oficialmente libre a través de la
gracia del evangelio y de lo que Cristo hizo en la cruz del Calvario.
Doctrinalmente esta verdad es representada por la palabra «redención», que no es otra
cosa que el comprarnos otra vez. Es el pago de un precio por mi libertad y la suya. Es lo
que Cristo hizo para que seamos libres.
La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen en Él, no
en sus propias habilidades, ni en sus promesas o recursos. No es para aquellos que creen
en sus contactos, ni en sus esfuerzos, sino para los que creen en Él. Porque todos
pecamos y fuimos destituidos de la gloria de Dios.
Para acceder a esta libertad y calificar no se determina por raza, color, lenguaje, ni ser
educado o tener dinero. No hay distinción entre nosotros, todos somos iguales. Todos
necesitamos salvación en la persona de Jesucristo, porque todos pecamos y fuimos
destituidos de la gloria del Señor.
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Algunas personas creen que por no ser drogadictos, perversos, abusadores, o porque
nunca mataron, no son grandes pecadores. Pero aunque esos no sean sus pecados, en el
infierno no hay compartimientos especiales para los pecadores leves. Todos participan
del mismo fuego, del mismo calor.
Vivíamos atados como prisioneros. Éramos esclavos de nuestras pasiones, de nuestros
deseos, lujurias y concupiscencias. Estábamos a merced de la ley que nos declararía
culpables, reos de muerte. Pero cuando el Señor decidió morir en la cruz fue para
hacernos libres. No teníamos nada que ofrecerle a cambio, nadie aceptaría tomar nuestro
lugar. Sin embargo, el Señor dijo: «Yo doy mi vida. Si ustedes aceptan lo que les doy y
lo que haré, todo lo mío, lo que hice y lo que haré, se les contará como justicia, como si
ustedes hubieran pagado el precio».
-------Por ese acto de amor incondicional fue declarada la abolición de mi esclavitud. Ya
no tenemos que vivir bajo mi antiguo dueño, ahora soy libre para servir a mi Dios el
resto de mi vida.
Consciencia de pecado
La primera analogía que el apóstol Pablo describe es que nacimos en pecado, la segunda
es que en Cristo la posibilidad de liberación está presente. La tercera analogía es trágica,
porque empieza a considerar que aunque nacimos en pecado, al recibir a Cristo, somos
libres. Entonces ¿por qué razón muchos viven como si fueran esclavos?
Cuando les preguntaban a los esclavos de Alabama por qué no asumían la posibilidad
de su liberación, ellos respondían que no sabían nada acerca de la libertad. También hay