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El Maravilloso Evangelio de la Gracia Tommy Moya No se autoriza la reproducción de este libro ni de partes del mismo en forma alguna, ni tampoco que sea archivado en un sistema o transmitido de manera alguna ni por ningún medio electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otrosin permiso previo escrito de la casa editora, con excepción de lo previsto por las leyes de derechos de autor en los Estados Unidos de América. A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la versión Reina-Valera, de la Santa Biblia, revisión 1960. Usado con permiso. Copyright © 2008 por Tommy Moya Todos los derechos reservados Editado por Gisela Sawin Diseño interior por: Diseño de portada por: ISBN: 978-1-59979-140-1 Impreso en los Estados Unidos de América 08 09 10 11 12 * 7 6 5 4 3 2 1

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  • El Maravilloso Evangelio de la Gracia

    Tommy Moya

    No se autoriza la reproducción de este libro ni de partes del mismo en forma alguna, ni tampoco

    que sea archivado en un sistema o transmitido de manera alguna ni por ningún medio –

    electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otro– sin permiso previo escrito de la casa editora,

    con excepción de lo previsto por las leyes de derechos de autor en los Estados Unidos de

    América.

    A menos que se indique lo contrario, todos los textos bíblicos han sido tomados de la versión

    Reina-Valera, de la Santa Biblia, revisión 1960. Usado con permiso.

    Copyright © 2008 por Tommy Moya

    Todos los derechos reservados

    Editado por Gisela Sawin

    Diseño interior por:

    Diseño de portada por:

    ISBN: 978-1-59979-140-1

    Impreso en los Estados Unidos de América

    08 09 10 11 12 * 7 6 5 4 3 2 1

  • Contenido

    Introducción:

    Capítulo 1 - Gracia sobre gracia

    Capítulo 2 - Justificados por la fe

    Capítulo 3 - Misericordia o sacrificio

    Capítulo 4 - El poder la gracia

    Capítulo 5 - La diferencia entre pactos

    Capítulo 6 - Casado, pero Miserable

    Capítulo 7 - La dimensión horizontal de la gracia

    Capítulo 8 - Su gracia lo logrará

  • Introducción

    Este libro es el resultado de una profunda inquietud que ha estado creciendo en mi

    corazón en los últimos años. Como un predicador constituido por Dios para predicar el

    maravilloso evangelio de la gracia me preocupa el estado en el que se encuentran

    muchos creyentes que profesan ser libres, pero viven consumidos por la culpa e

    inseguridad. Me inquieta la falta de gozo, la inseguridad de la salvación, las

    frustraciones internas, la falta de compasión, la actitud continua de juicio y crítica, la

    hipocresía, la intolerancia y la falsa espiritualidad e inflexibilidad. Estas condiciones

    que muchas veces se disfrazan detrás de la religiosidad y espiritualidad superficial

    producen una búsqueda de aceptación a través de las obras de la carne producto de las

    enseñanzas y predicaciones que se emiten desde nuestros pulpitos.

    A causa de las enseñanzas de este libro asumo el riesgo de ser amado y ser criticado.

    Amado por los que serán libres del sistema religioso de la culpa, la vergüenza y la

    inseguridad que producen mensajes llenos de legalismo y criticado por aquellos que

    verán sus sistemas expuestos por la Palabra del Señor.

    Mi misión es libertar a hijos que pudiendo ser libres y productivos, viven en vergüenza,

    temor e intimidación. El Señor mismo tuvo que confrontar a los maestros y

    predicadores de su tiempo (a los fariseos) que eran «Talibanes encubiertos tras la falsa

    piedad». Su sistema promovia una espiritualidad externa y un sistema de reglas y

    dogmas donde el «NO» sustituye al «SI» de Dios y la libertad en Cristo.

    A través de este libro Dios tratará con nuestro «fariseismo» y nos enseñará a disfrutar la

    gloriosa experiencia de ser libres por causa de la verdad. Sacará a la luz aquellas cosas

    que nos han contaminado y que en el proceso hemos mezclado con la gracia del Señor.

    Dios nos libertará para que podamos disfrutar de la experiencia maravillosa de conocer

    el maravilloso evangelio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

  • Todo libro tiene expectativas de parte de su autor. En este caso espero que sucedan

    cuatro cosas a lo largo de estas páginas:

    1. Espero una mayor apreciación del regalo de la gracia de Dios. Que comprenda lo

    que significa para nosotros y también para los demás.

    2. Espero que aprenda a pasar menos tiempo y energía preocupado y criticando las

    decisiones de los otros en vez de concentrarse en la obra del Espíritu en su vida.

    3. Espero que aprenda a tener una mayor compasión por los demás y no entre en

    juicios hacia ellos.

    4. Y que este libro lo ayude a dar pasos gigantescos ante la madurez y hasta la

    madurez que el Señor quiere que experimente en su vida.

    La gracia de Dios nos da permiso para disfrutar quienes somos y lo que tenemos. Nos

    da la oportunidad de ser libres y de disfrutar de la vida. Al leer los Evangelios

    descubrimos a un Cristo del cual emanaba el «SÍ», el permiso para celebrar la vida.

    Diferente a los que le rodeaban, hombres doctos en la letra de la ley, religiosos,

    profesionales en la aplicación de ella , piadosos por fuera pero asesinos por dentro. Sin

    embargo, el veneno del legalismo no penetró en la vida de Cristo. Estaba tan lleno de

    gracia y verdad que no había lugar para el veneno del legalismo en Él.

    Si al finalizar las páginas de este libro usted comienza a amar y a comprender la gracia

    de Dios para con nosotros, he logrado mi objetivo. Porque la Gracia de Dios es

    maravillosa.

  • Capítulo 1

    Gracia sobre gracia

    Un fin de semana prediqué en una iglesia del soleado Puerto Rico. Mi tema de

    predicación aquella tarde era «La gracia». Al iniciar el sermón le pregunté a la

    congregación cuántos de ellos habían visto alguna vez un cuadro de Jesús riéndose.

    Muchos entrecerraron sus ojos intentando concentrarse para pensar o recordar alguno.

    Otros directamente cerraron sus ojos para enfocar su pensamiento y saber dónde habían

    visto una imagen así. Finalmente, la mayoría no respondieron al girar sus cabezas como

    señal de negativa, que nunca lo había visto. Unos momentos después, una pareja se puso

    de pie y comentó haber visto a un Jesús sonriente en un cuadro que prometieron traerlo

    al día siguiente.

    Así sucedió, al finalizar el servicio del siguiente día, la pareja se me acercó con una

    pintura en sus manos de un Cristo sonriente. Al mirarlo, se evidencia una imagen

    totalmente diferente a los retratos mentales que tradicionalmente tenemos grabado en

    nuestra memoria. Solemos pensar en un Cristo muriendo en la cruz o como un niño

    entre los brazos de su madre. Sin embargo Cristo es la expresión máxima de la gracia de

    Dios, la alegría ante el ser humano.

    Él le daba permiso a la gente para celebrar la vida, a diferencia de los que le rodeaban,

    hombres doctos en las letras de la ley, religiosos, profesionales en la aplicación de las

    reglas, piadosos por fuera pero asesinos espirituales por dentro.

    ¿Qué había en el Señor que no permitió que nada de esto lo contamine? Él estaba tan

    lleno de gracia y de verdad que no tenía un lugar vacío para el veneno del legalismo.

    Juan, uno de los doce discípulos capturó en cinco versos la esencia de lo que hacía al

    Señor tan atractivo a las masas.

  • «Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como

    del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad. Juan dio testimonio de él, y clamó

    diciendo: Este es de quien yo decía: El que viene después de mí, es antes de mí; porque

    era primero que yo. Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la

    ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de

    Jesucristo. A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él

    le ha dado a conocer» (Juan 1:14-18).

    El cristiano no es atractivo por su sistema religioso ni por su rigidez espiritual, sino por

    la cantidad de gracia que permita que emane de él por causa de una relación viva con el

    Cristo resucitado.

    Cristo representa la imagen misma de la presencia del Dios. Se caracterizaba porque

    estaba lleno de gracia y de verdad. Su gloria estaba mezclada con la gracia y la verdad,

    que lo distinguía de un mundo de tinieblas y demandas, de reglas y reglamentaciones,

    de requisitos y expectativas demandadas por los líderes religiosos de aquel tiempo. De

    esta forma aparece el Señor en escena, lleno de gracia y verdad. Así lo introduce Juan,

    ministrando en una forma totalmente diferente. Un Cristo viviendo en una forma

    distinta, impactando a las personas de una manera extraordinaria. Él introdujo un estilo

    revolucionario de vida, por eso es que el verso 16 dice: «Porque de su plenitud tomamos

    todos, y gracia sobre gracia».

    Aquella plenitud en Cristo marcó la vida de los primeros discípulos, los marco de tal

    manera que quienes lo aceptaron, recibieron también su compasión. El estilo de Cristo

    se convirtió en su propio estilo. Absorbieron su amor y su misericordia.

    Esto fue tan poderoso que a fines del siglo primero, doce hombres con quienes nadie

    hubiera podido hacer nada, fueron transformados poderosamente por la potencia de la

  • gracia de Dios. Tal era la potencia que ellos tenían que transformaron la Roma imperial

    de aquel momento. ¡Qué gracia maravillosa! Los discípulos no solamente tomaron de su

    plenitud, sino que Juan nos dice que además recibieron gracia sobre gracia. «Porque de

    su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue

    dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (v.17).

    Usualmente tenemos una mentalidad dual, parte con la ley del antiguo testamento y

    parte neo-testamentaria. Nos cuesta entender si somos aceptos o si todavía nos falta algo

    para recibir de Dios. No sabemos si en Él estamos completos o incompletos.

    Juan dijo que la gracia que hemos recibido en Cristo es una gracia sobre gracia. Esto

    explica que la gracia que Cristo trajo e impartió es superlativa. En otras palabras, no se

    puede medir, no se puede cuantificar, porque la gracia del evangelio de Jesucristo es

    grande y más excelente que la gracia que trajo la ley por medio de Moisés. Ya que la ley

    exigía reglas y requisitos. Todo era condición y templo. Todo era acondicionado. Usted

    tenía que hacer algo para recibir, para ser aceptado, porque bajo la Ley de Moisés el

    servicio a Dios no era el resultado de amor, sino de culpa y vergüenza. Esto producía

    ridículas expectativas que incrementaban el fuego de los fariseos y satisfacía su orgullo

    que se concentraba en la conducta externa y una constante vigilancia del bien y el mal,

    especialmente en otros.

    El sistema legalista era tan rígido que llevaba a juicios crueles, inflexibles, intolerantes e

    incapaces de amar legítimamente. La obediencia era un asunto de compulsión en vez del

    fluir motivado por amor. Pero la gracia que el Senor nos vino a impartir consiste en

    perdón, bendición, paz, prosperidad, santificación, redención. La gracia de Dios que

    vino por medio de Jesucristo, es transformadora.

  • Al ser mas excelente y superior la gracia de Cristo abosorbe lo que proveia la ley que

    vino por medio de Moisés. Gracia sobre gracia es compasión. Es un favor superior a la

    ley y no se puede medir. Entonces, cuando llegó la gracia y la verdad a través de Cristo,

    comenzó una revolución que libertaba los cautivos de la religión. El temor motivado por

    la culpa fue remplazado por una simple motivación de seguirlo y amarlo. En vez de

    concentrarse en los logros de la carne, hablaban del corazón. En lugar de demandar que

    el pecador cumpliera con una larga lista de requisitos, enfatizaba en la fe, aunque fuera

    del tamaño de una semilla de mostaza. La religión rígida y estéril fue remplazada por

    una relación motivada por la gracia. Porque la gracia y la verdad trajeron libertad. «Y

    conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32).

    Hay gracia suficiente para que usted sea transportado del legalismo farisaico que los

    sistemas religiosos lo han metido, a la gracia maravillosa. Dentro del sistema legalista

    muchos viven inseguros de su salvación. Acusados por sus propias conciencias no saben

    que mas hacer para sentirce amados y aceptados por el Senor. Sin embargo, usted

    necesita saber que todo lo que usted necesita ya Dios se lo ha provisto a través de la

    persona de Jesucristo y hemos recibido de Él gracia sobre gracia.

    La ley creó en los israelitas una mentalidad de negocio: «Yo hago, tú me das, tú dices,

    yo hago». Era un canje. Por esa razón muchas veces nos encontramos negociando con

    Dios. Los fariseos se alimentaban de la inseguridad de la gente, por esa razón, Cristo los

    confrontó llamándolos: «Tumbas blanqueadas, nubes sin agua, hipócritas, serpientes».

    Porque el resultado de su servicio era motivado por la culpa y la vergüenza, y no por el

    fluir de un corazón agradecido por lo que Dios había hecho por ellos. Los satisfacía el

    orgullo farisaico que se concentraba en la constante vigilancia del bien y del mal.

    Por esa razón el sistema legalista siempre señala, mide su espiritualidad con la del otro.

    Si ora más que él, y va al culto más que él, entonces él es más espiritual, porque está

  • haciendo más. Esto no tiene nada que ver con el corazón ni con una transformación

    interna. La vara de nuestra medida es Cristo. Cuando me mido con Él me doy cuenta de

    lo lejos que estoy del carácter, la santidad, la perfección de Aquel que me amó. Pero

    como tampoco podemos alcanzar tal medida con las fuerzas de la carne, entonces jamás

    podría llegar a ser como Él. Es así que por cuánto todo eso era imposible para la ley, lo

    impartirá en nosotros por gracia. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos

    ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que,

    como está escrito: El que se gloría, gloríese en el Señor.” (1 Corintios 1:30-31)

    Cuando Cristo les enseñaba a sus discípulos acerca de los fariseos, les decía: «Miren lo

    que ellos hacen, y así no harán ustedes. Cuando oren enciérrense para que lo que se

    logró en secreto se vea en público. Tengan cuidado de los que se paran en las orillas de

    las plazas a sonar flauta, a hacer ruido para que la atracción sea hacia ellos. Tengan de

    vosotros cuidado porque mi Padre ve en lo secreto».

    Cristo siempre enfatizó en lo hecho desde el corazón. Cuando encuentra este sistema de

    medidas que declara: «Soy más que otro porque hago más», no lo acepta. Para Cristo

    no es relevante cuántas almas usted alcanza para salvación o cuánta gente se convierte

    cuando les predica, Mientras que eso tiene cierto grado de nobleza y reconocimiento

    entre los hombres la verdad del asunto es que no lo hace más espirituales que otros. No

    es importante a quién usted conoce, quienes son sus contactos, recursos o dónde

    estudió. Eso, en el reino, es irrelevante para la salvación.

    El gran apóstol Pablo fue fariseo de fariseos, circuncidado al octavo día, de la tribu de

    Benjamín, y en cuánto a celo más que todos los demás, tuvo que entender que todo

    aquello debía dejarlo como basura con tal de ganarse el conocimiento de aquél que lo

    había amado, lo había abrazado, de aquél que por gracia lo salvó. ¡Maravillosa gracia!

  • El sistema legalista es tan rígido que no da espacio para el gozo. A causa de esto

    muchas familias han sido destruidas, matrimonios quebrados, hijos que hoy están en el

    mundo como consecuencia del legalismo, que reprimen, que son inflexibles y que no

    permiten disfrutar la vida.

    En el tiempo del Senor no solo existian los mandamientos dados por Dios atravez de

    Moisés, sino que tambien , los fariseos agregaron la dogmática de la interpretación de

    cada uno de ellos. De esa forma comenzaron a limitar la alegría de disfrutar de la

    naturaleza, de los hijos, de los nietos, de la vida misma porque para ellos todo era

    pecado.

    Lamentablemente, aun en nuestro tiempo hay algunos que todavía están envenenados

    por el legalismo y no pueden disfrutar de sus familias por estar envueltos en el

    ministerio. Eso es legalismo. Dios quiere que usted disfrute tanto de la familia como del

    ministerio. Cuando la motivación no es el agradecimiento sino pagar de alguna forma el

    favor de la gracia, eso es legalismo.

    Hay sistemas donde todos los domingos la congregación recibe una palabra de

    condenación por no haber orado una hora cada día de la semana o porque no le hablaron

    a diez personas de Cristo durante esos días.

    ¿Sabe usted por qué los mormones andan en bicicleta por las calles predicando de

    puerta en puerta? Porque eso le acumula puntos en su cuenta del cielo.

    ¿Sabe usted por qué los testigos de Jehová van predicando puerta por puerta? Porque su

    salvación está condicionada por las obras.

    Pero usted debe entender que no puede añadirle nada a su salvación, que lo que hace es

    simplemente por amor. Si yo le preguntara: ¿Por qué cree que Dios lo ama? Muchos

    dirían:

    Yo creo que me ama porque voy a la iglesia.

  • Yo creo que me ama porque lo busco.

    Yo creo que Dios me ama porque doy mucho dinero a la iglesia.

    Si usted cree tener una razón por la cual Dios lo ama, dejó de ser amor. Dios lo ama

    porque lo ama. Eso se llama amor ágape, que es amar sin esperar nada a cambio. Ése es

    el amor que el Espíritu Santo derramó sobre nosotros.

    Si usted le dijera a su esposa: «Yo te amo porque tú… ». Le puso una condición y eso

    no es amor sino cariño. Cuando le dice a su esposo: «Yo te amo porque me

    comprendes», entonces ¿qué sucederá cuando no lo entienda?

    Cuando Pablo comprendió la profundidad, la anchura, la inmensidad de este amor

    exclamó: «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y

    pecados» (Efesios 2:1).

    El sistema legalista ha instalado en nosotros la creencia de que la salvación depende de

    todo lo que hacemos. Pero su salvación no depende de lo que usted haga sino de lo que

    Él hizo en la cruz del Calvario cuando entregó su vida por nosotros y nos rescató.

    Si usted va a la iglesia por temor a perderse, o ha buscar una bendición más de Dios, no

    sirve que haya ido. No se congregue para cubrir su cuota. Pero si usted va al lugar

    donde todos los que aman a Dios se congregan semanalmente y va porque quiere

    expresarle su amor, bien hace.

    El amor de Dios es tan grande que nos ama siempre. Nos ama cuando tenemos dinero

    para dar el diezmo y cuando no tenemos. Nos ama cuando estoy gozoso sirviéndole con

    una devoción extraordinaria, y cuando mis emociones me traicionan y estoy deprimido.

    Me ama cuando estoy en salud como cuando estoy en enfermedad.

  • Muchas personas, en especial nosotros los latinoamericanos, que venimos al Senor en

    muchas ocasiones con una gran influencia de la iglesia católica romana que no permite

    cuestionamientos, se congregan para pagar por sus pecados y culpas.

    Cuando no estamos maduros en la gracia pensamos que atravesar por una prueba es un

    castigo resultado de algún pecado que cometimos hace muchos años. Pero cuando

    llegue ante la presencia de Dios y le pregunte: «Señor, ¿tú te acuerdas del pecado que

    cometí en aquella oportunidad?». Él le dirá: «¿Cuál? ¿De qué pecado me hablas?».

    Lamentablemente, tenemos la capacidad de guardar el recuerdo de nuestros propios

    pecados con fecha. Le ponemos anotaciones, y sabemos quién estaba y quién no.

    Recordamos la hora del día en que pecó y qué era lo que estaba sucediendo en su vida

    en esos momentos.

    Pero cuando usted va a Dios con todos esos detalles, Él le dice: «¿De qué me hablas?

    Porque no solamente dije que te iba a perdonar sino que no me iba a acordar de ellos.

    No tengo memoria de ellos. Te dije que iba a limpiar tu corazón y que quedaría como

    blanca lana. Que serías tan santo que tú mismo te sorprenderías de la obra que iba a

    hacer en ti».

    Es difícil entender esto con una mentalidad legalista, porque somos seres que estamos

    acostumbrados a trabajar por lo que tenemos. Pero esto no depende de voluntad de

    hombre sino de la gracia maravillosa y extraordinaria del Cristo resucitado. Él me ama

    como soy, con imperfecciones, con inseguridades, con temores.

    En los sistemas rígidos las personas no disfrutan la salvación, pelean por ella en lugar

    de recibirla. Nunca están seguros de ellos. Cuando le preguntan: «¿Cómo estás?».

    Responden: «Ahí estoy. Tratando de servir al Señor». Si está tratando de servirlo con la

    fuerza de su carne, nunca podrá alcanzar el nivel. Si le sirve por amor y disfruta el

    hacerlo, celebre su salvación. Si es parte de un sistema religioso donde no puede ser

  • usted mismo, donde reírse mucho es pecado y si no se ríe también lo es, entonces algo

    extraño ocurre. Por eso, el texto comienza diciendo: «a los que le recibieron», para dejar

    bien en claro que a éstos se les dio el derecho, la potestad, la autoridad de ser hechos

    hijos de Dios.

    MENTALIDAD DE GRACIA

    Cuando llegó la gracia y la verdad a través de Cristo comenzó una revolución para

    libertar a los cautivos de la religiosidad. El temor motivado por la culpa fue

    reemplazado por una simple motivación de seguirlo y amarlo. Imagine a Cristo cuando

    llamó a los discípulos y le dijo: «Síganme». En ese momento los fariseos hubieran

    puesto cientos de condiciones para poder calificar la calidad de discípulos, pero Cristo

    los llamó por gracia. Porque en lugar de concentrarse en los logros de la carne, les

    hablaba del corazón. En lugar de demandar que cumplieran con una serie de requisitos,

    Cristo enfatizaba en la fe. La religión rígida y estéril fue reemplazada por una relación

    motivada por la gracia. La gracia y la verdad que Él trajo eran libertadoras.

    Interesante es notar que el Señor nunca utilizó la palabra «gracia» como parte de sus

    enseñanzas, sin embargo, la enseñó y la vivió al máximo, desde la práctica. Por

    ejemplo, a la mujer sorprendida en adulterio, le extendió gracia. Al joven rico lo

    confrontó con su propia ley, exponiendolo de esa forma a la gracia. Al leproso le

    manifestó gracia al tocarlo.

    El término bíblico de la palabra «gracia», expresa la idea de «doblarse, descender» por

    gracia. Se entiende la idea de «favor condescendiente». Quizás podemos comprender

    mejor la idea al pensar en un hombre que recruza en el camino del carruaje del rey

    quien detiene su marcha y desciende con su corona y vestidura para tocarlo y

    bendecirlo. El rey tocó a uno de menos rango, eso es gracia. Es extenderle favor a uno

  • que no se lo merece y nunca podrá ganárselo. Esta gracia es absolutamente gratuita.

    Nunca se pedirá que la pague. Aun si tratara, no podría. Es más, tratar de pagarla es un

    insulto al que la da.

    Lo que Dios hizo fue doblarse hacia nosotros al tomar nuestra forma humana para ser

    parte de nosotros, para sufrir y padecer lo de nosotros, para que fuera por absoluta

    gracia.

    Misericordia y verdad

    «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando

    nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois

    salvos)» (Efesios 2:4-5).

    Al inicio de este texto, el Señor nombra la misericordia, que es la compasión con la que

    nos amó para proveer un Salvador al perdido. Si solo la misericordia hubiera podido

    salvar, la muerte de Cristo hubiera sido innecesaria. Dios tiene suficiente misericordia

    para poder salvar a toda una humanidad sin la necesidad de una muerte. Pero la

    misericordia no era suficiente, tenía que estar mezclada con amor, que era lo que

    movilizaba el plan que Dios trazado para la salvación.

    Pero a la misericordia y al amor todavía le faltaba algo, porque la santidad de Dios

    demandaba que quien ocupara el lugar de la salvación del hombre fuera absolutamente

    perfecto y santo. Y cuando buscaron quién, nadie calificaba para tal requisito.

    Por lo tanto, Dios con su misericordia y su amor no podía hacer nada porque no había

    quién reunieran los requisitos para ocupar ese lugar. Pero un día, en la eternidad, en el

    eterno pasado, en la corte celestial, el Hijo se levantó y dijo: «Yo ocuparé el lugar de los

  • pecadores», por eso es que 2 Corintios 5:21 dice: «Al que no conoció pecado, por

    nosotros lo hizo pecado, para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en él».

    Este texto revolucionó mi vida cuando me respondí al llamado de salvación. Cuando

    enfrenté la realidad de que Él no cometió pecado pero pagó por los míos en la cruz del

    Calvario, me estremecí. No había nadie para que tomara ese lugar, pero el Hijo se dio a

    sí mismo. Fue así que por amor inició un proceso en su economía divina y comienza a

    trazar un plan para señalar un tiempo, un lugar en la historia, donde el Emmanuel habría

    de venir. Dios con nosotros haría su aparición. Entraría en la historia, rompería tiempo y

    espacio para llegar a nosotros.

    El apóstol tratando de comprender esto dijo: «El cual, siendo en forma de Dios, no

    estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo,

    tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de

    hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz»

    (Filipenses 2:6-8).

    En aquel momento, hace más de dos mil años, Cristo apareció en la historia. Nadie

    reunía los requisitos para hacerlo. Nosotros éramos los que debíamos ser castigados, los

    que tendríamos que haber pagado por nuestra paz y haber sido enjuiciados, pero allí

    estaba el Hijo. Él tomó nuestro lugar. Él fue la propiciación por mi pecado. Y aquel

    bendito día, después que resucitó al tercer día, introdujo la gracia maravillosa.

    Entonces el Padre dijo: «Todos los que a ti te reciban, tienen el derecho, la potestad, el

    honor, de ser hechos hijos míos. Ahora todo lo tuyo será de ellos y todo lo de ellos será

    tuyo». Cuando usted abrazó a Cristo alcanzó salvación y santidad imputada, porque

    todo lo que Él hizo y lo que Él era, se le imputó a usted en aquel día en que lo recibió.

  • Porque el amor y la misericordia no podrían operar en gracia hasta que hubiera una

    completa provisión por el pecado que solo se encuentra en Cristo y quien hace posible

    que la gracia sea extendida. Porque la gracia elimina todo mérito humano, sólo se

    requiere fe en el Salvador. Porque no solo provee salvación, sino seguridad y

    preservación para el que la recibe, a pesar de sus imperfecciones humanas. Porque la

    gracia perfecciona al que la recibe.

    Isaías 53 dice:

    «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en

    quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo

    estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y

    nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por

    nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él,

    y por su llaga fuimos nosotros curados. Todos nosotros nos descarriamos como ovejas,

    cada cual se apartó por su camino; mas Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros.

    Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero; y

    como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca. Por cárcel y

    por juicio fue quitado; y su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la

    tierra de los vivientes, y por la rebelión de mi pueblo fue herido. Y se dispuso con los

    impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni

    hubo engaño en su boca. Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a

    padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje,

    vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada. Verá el fruto

    de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho; por su conocimiento justificará mi

    siervo justo a muchos, y llevará las iniquidades de ellos» (v.3-11).

  • Fuimos marcados por el toque de Dios, esto no significa que somos perfectos, sino que

    somos separados. Solemos usar la típica frase de: «Pero... yo no soy ningún santo». Sin

    embargo Pablo escribe: «A todos los santos...», cuando hace referencia a nosotros. Es

    que algo importante sucede al momento de la salvación, no solamente fuimos salvos

    sino también «justificados». Aunque no sea perfecto, soy justificado por la fe del que

    murió por mí. Pablo entonces dice que fuimos «Justificados, pues, por la fe, tenemos

    paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo, por quien también tenemos

    entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza

    de la gloria de Dios»» (Romanos 5:1-2).

    «Gloriarnos en la esperanza» es celebrar lo que vendrá. Usted ya está gloriándose desde

    ahora, que es salvo y que está completo en Él. Usted no tiene que hacer nada para

    sentirse así, Él lo hizo todo. Lo único que debe hacer es recibir lo que hizo por usted,

    nada más. Por eso es gracia sobre gracia. Si usted trata de pagar el favor de la gracia, la

    contamina. Solamente sírvale, no para pagar lo que Dios hizo, sino porque lo ama por lo

    que Él hizo.

    El secreto de la salvación

    El secreto de una vida santa, gozosa, libre, productiva, descansa en el conocimiento de

    la gracia y en la fe en nuestra gloriosa posición en Cristo. Si está apartado de eso usted

    vivirá inseguro, y condenado. Ya no estamos en Adán sino en Cristo.

    Tendremos recompensa por fidelidad y santidad práctica, usted puede ser recompensado

    por su devoción y práctica, pero esto no se puede confundir con nuestra eterna e

    inmerecida salvación. Su salvación es eterna, de lo contrario Cristo tendría que volver a

    morir en la cruz, y Él ya vino una vez.

  • Usted es salvo. A la falta de santidad, Él le imputa santidad. A su falta de misericordia,

    Él le imputa su misericordia. Una vez que es salvo en Él, siempre lo será. Usted solo

    preocúpese por cuidar esta salvación y por seguir creciendo en el conocimiento y la

    gracia del Señor. Viva sin temor.

    Imagino que su pregunta es: «¿Y… si vuelvo al mundo a pecar?». Si yo fuera usted, no

    me tomaría ese atrevimiento. Si eso ocurre, arréglese con Dios, yo no puedo juzgarlo.

    Pero si usted está en Cristo, si no le sirve por temor y vergüenza, si su devoción es

    santa, sencilla, simple y de agradecimiento de amor por lo que Él hizo, ¡gloríese!

    Si usted sabe que no es más por lo hace, sino por lo que Él hizo y que no le puede

    añadir nada a su salvación con su oración, y no ora para ser más, sino para estar con Él.

    ¡Alégrese! Si está en Cristo, ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, ni los ángeles ni

    las potestades, ni ninguna cosa creada, podrá separarlo del amor de Dios que es en

    Cristo Jesús. ¡Celebre su salvación! En Él estamos completos porque Dios anticipó su

    próximo pecado y proveyó Abogado antes de la falta, por eso es: «gracia sobre gracia».

    En Él fuimos perdonados.

    Cuando usted entiende el valor de esta salvación tan grande, cualquier cosa que quiera

    dañarla no lo permitirá, porque si usted tiene que sufrir en la gracia, la gracia lo

    sostendrá. Si tiene que padecer en la gracia, la gracia lo preservará. Si tiene que ser

    perseguido por la gracia, la gracia lo cubrirá. Si tiene que morir por la gracia, la gracia

    lo cubrirá.

  • Capítulo 2

    Justificados por la fe

    La justificación es el acto soberano de Dios por medio del cual declara justo al pecador

    que cree, aun cuando todavía está en su condición de pecador. Dios declaró justo a

    Abraham, aun cuando Él sabía que le iba a fallar. Una cosa era pecar antes de la gracia,

    y otra, pecar después de ser declarado justo. El que pecaba antes de la gracia no padecía

    de remordimiento de pecado porque no tenía relación con Dios. Pero cuando usted peca,

    y seguramente tiene en mente no hacerlo, hay gracia suficiente para cubrirlo, porque

    Dios lo ha justificado porque usted creyó en Cristo.

    Cada día que usted se levanta por la mañana y va a trabajar sabe que al final de la

    semana o del mes, recibirá su paga por lo que ha trabajado. Cuando llega el día de

    cobro, ¿se acerca usted a la oficina del jefe y le dice: «Gracias. ¡Mil gracias por este

    pago! ¡No sé qué haría si no fuera por usted!»? No, usted no hace eso. Simplemente le

    agradece con amabilidad, pero en su interior sabe que su paga es lo que merece por el

    esfuerzo de su trabajo y que si no le pagan, debe accionar judicialmente.

    En Dios esto no funciona así. Todo lo que hemos trabajado y nos hemos esforzado, nos

    trajo muerte y separación de Dios. No importa cuán difícil haya sido la obra ni cuántas

    buenas intenciones haya tenido. No importa sus buenas acciones, ni las velas que haya

    encendido. No importa los rosarios que haya rezado, ni la cantidad de veces que fue a

    misa. No importa lo poco o lo mucho que haya hecho, porque cuando usted se presenta

    ante Dios, Él le dice: «Eres un reo de muerte. Esa es tu paga. Eso es lo que mereces. Ese

    es el castigo por causa de tu pecado». Pero, cuando acepta lo que Jesús hizo en la cruz

    del Calvario, se da cuenta que no puede pagar lo que Él hizo. Eso es gracia, que me

  • atribuye a mí lo que otro hizo, para que yo pueda estar delante de Dios, por pura gracia.

    Cristo pagó la deuda, y yo recibo el beneficio solamente por creer.

    El pueblo hispano ha trabajado mucho para obtener logros, recompensas económicas y

    reconocimiento. Por esa razón es muy difícil para ellos comprender esto, ya que ha

    trabajado mucho para tener lo que lograron, han sudado para alcanzarlo, por eso les

    cuesta comprender que la gracia es un don inmerecido. Esa experiencia resultado del

    trabajo diario se transfiere a nuestra experiencia con Dios.

    Hay quienes dicen: «Tengo que hacer algo para Dios. Tengo que trabajar para Él,

    porque ¿cómo voy a pagarle mis deudas?». Usted debe entender que nunca podremos

    pagarle nada, porque Jesús ya pagó el precio por nosotros. Él justificó nuestras faltas

    delante de su Padre para que seamos aceptos. Justificación es el acto soberano de Dios

    por medio del cual nos declara justos. Él pagó la deuda y yo recibo el beneficio por

    creer en lo que Él hizo.

    Hay una barrera que se llama pecado de la cual nadie es inmune. No hay educación,

    logros, lectura, dinero, religiosidad que lo quite. El mundo está contaminado con él y

    todos necesitamos ayuda, perdón, y salvación.

    Cualquiera que haya alcanzado logros puede gloriarse ante la gente porque los seres

    humanos nos impresionan con sus logros. Nos impresionan las cosas que se han hecho,

    por eso le ponemos su nombre a calles, pueblos y ciudades. Levantamos estatuas en su

    honor, y le damos nombres a edificios de gobierno y escuelas públicas. Una persona que

    ha trabajado mucho y que logró algo en la vida, tiene de qué gloriarse ante otros seres

    humanos, pero ante Dios no importa el logro humano. Ni aún Abraham pudo alcanzar la

    bendición y el favor de Dios en sus propios méritos. No fue lo que él tenía ni lo que él

    logró, sino lo que Dios hizo por medio de su gracia.

  • Abraham era un hombre vacío, espiritualmente muerto, criado por una idólatra. De

    acuerdo al capítulo 24 del libro de Josué, Abraham se casó con una mujer que vivía en

    una región idólatra por nacimiento, por naturaleza y por decisión. Él era un pecador, sin

    embargo Dios traspasó toda esa idolatría, toda esa muerte espiritual, todo lo que lo

    separaba de Él, y por gracia se acercó a Abraham. Cuando creyó todo lo que Dios había

    dicho le fue contado por justicia, y eso en la Biblia se llama: «Justificación».

    El problema del pecado

    «Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la

    muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de

    la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado»

    (Romanos 5:12-13).

    «Por cuanto todos pecaron» significa que nadie es inmune. El problema del pecado no

    se maneja con mejor educación, ni con altos logros. El problema del pecado no se

    soluciona con más lectura, con dinero, ni con religiosidad. Nada de eso sirve. Todos

    fuimos contaminados con ese pecado. Todos necesitábamos ayuda. Todos

    necesitábamos perdón. Todos necesitábamos un Salvador.

    «Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de

    la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida.

    Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos

    pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos.

    Pero la ley se introdujo para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó,

    sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la

    gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro»

    (Romanos 5:18-21).

  • La salvación es un regalo gratuito que no se le puede atribuir a méritos humanos. Usted

    no es más salvo después de cuarenta días de ayuno, ni más salvo después de haber dado

    mucho dinero a la iglesia. No es más salvo porque ora tres horas al día ni por colaborar

    con el ministerio de los desamparados y enfermos. Sus buenas obras no le añaden una

    pizca a su salvación.

    En otras palabras, usted no está haciendo nada que Dios no quiera que haga. Por lo

    tanto, lo que usted está haciendo es una demostración de que por gracia, Dios se ha

    inclinando hacia usted y lo está dirigiendo hacia el camino que Él quiere que usted vaya.

    No es porque usted es más espiritual que otra persona, ni porque tiene más gracia,

    simplemente esa era la obra que Él había preparado desde antes de la fundación del

    mundo para que nosotros caminemos en ella. Es por eso que Cristo mientras hablaba de

    esto en un contexto de gracia dijo: «¿Acaso da gracias al siervo porque hizo lo que se le

    había mandado? Pienso que no. Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que

    os ha sido ordenado, decid: Siervos inútiles somos, pues lo que debíamos hacer,

    hicimos» (Lucas 17:9-11).

    Declaró esto porque en verdad solamente hicimos lo que se nos dijo. Por lo tanto, yo no

    puedo gloriarme de lo que estoy haciendo hoy, ni creer que soy más que usted,

    simplemente estoy haciendo lo que por gracia se me encomendó.

    El propósito de la ley

    La gracia es un regalo gratuito y para que pudiera ser manifiesta, la ley tenía que ser

    enviada, por eso es que el texto bíblico dice: «Pero la ley se introdujo para que el

    pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia» (v.20).

  • El primer propósito de la ley era identificar el pecado y confrontarlo. Luego lo acusará

    de tal manera que usted tendría que buscar a quien pudiera darle libertad.

    El segundo propósito de la ley era intensificar la culpa, porque todo lo que decía la ley

    era «no». Esta declaraba lo que se necesitaba para cumplir con los requisitos de la

    justicia de Dios, pero no tenía provisión para poder cumplirlos, porque en sí misma la

    ley es incapaz de justificar al pecador.

    La ley demandaba de la perfección, pero no ofrecía ayuda o motivación para lograrla.

    Lo único que hacía era identificar el pecado para que se diera cuenta de lo terrible que

    era delante de Dios y buscara la provisión para poder manejar aquella culpa. Todavía es

    igual. La ley nos hace conscientes de nuestra falta.

    ¿Se ha detenido usted frente a una pared que tiene un cartel de advertencia que indica:

    «No toque, pintura fresca»? Antes, usted nunca había visto ese muro, ni hubiera notado

    la pintura. Tal vez pasó por ese lugar siempre, pero recién cuando pusieron el cartel de

    advertencia y lo leyó, algo se le despertó dentro de usted con curiosidad. Algunas

    personas más controladas, pasaron allí, leyeron el cartel, sintieron la tentación de tocar

    la pared recién pintada, pero no lo hicieron.

    Con relación al pecado, la ley no ayuda, porque el propósito de la ley es señalar.

    Cuando usted sabe acerca de la ley se descubre el pecado que está en usted, entonces

    comprende lo perverso y malo que es. Aun haciéndole tanto bien a la gente, está lleno

    de odio, rencor, amargura, envidia, celo, contienda. Aunque asista a su iglesia los siete

    días de la semana, cuando trate de vivir por la ley, jamás podrá satisfacer la demanda de

    una santidad perfecta, de un Dios excelente, que no juega con el pecado. Él tiene

    demandas y exigencias divinas.

    La ley decía: «Esto es santidad: honren mi nombre obedeciendo mi ley», pero nadie lo

    podía hacer. La ley se introdujo para que el pecado se manifieste. Entonces, cuando el

  • pecado abundó, la esperanza era que la gracia sobreabundara. Aunque el pecado se

    podía medir, la gracia no. Cuando el pecado era mucho, la gracia era infinita.

    Cuando el pecado juzgaba, la gracia decía: «Eres justificado porque creíste en lo que

    Dios proveyó a través la persona de Jesucristo». Cuando el pecado condenaba, la ley

    justificaba. Cuando el pecado acusaba, la gracia bendecía.

    El propósito de la gracia

    La gracia excedió las expectativas naturales. Hasta que usted no entienda el significado

    y propósito de la gracia, será un juguete del mismo infierno. El diablo va a jugar con su

    mente, con su pasado, con lo que usted hizo hace más de veinte años atrás. El enemigo

    lo acusará, lo culpará. Pero si usted entiende el propósito de la gracia, dirá ante la

    acusación: «Está equivocado. En verdad yo era un pecador, un adúltero, un borracho.

    En verdad hice cosas de las cuales me avergüenzan aún hablar de ellas, pero la gracia

    cubrió cada una de mis faltas. La gracia cubrió cada uno de mis pecados. Porque cuando

    el pecado abundó, la gracia sobreabundó».

    Un día, miré a la cruz del calvario y comprendí que el que tendría que estar colgando en

    ese madreo, era yo. Él tomó mi lugar y por gracia soy salvo, no por las obras de la

    carne, sino por la justicia de mi Dios. La ley reveló lo malo que éramos, pero la gracia

    nos revela lo bueno que es Dios.

    «Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y

    nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que

    recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros

    corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!» (Gálatas 4: 4-6).

  • Dios nos ha dado el Espíritu de su Hijo por el cuál clamamos: «¡Abba Padre!». Moisés

    no pudo decirlo. Isaías y José tampoco, ya que el término más cercano y afectuosos que

    pudieron decirle a Dios fue: «Jehová».

    Moisés, Abraham y Adán, desearían estar en la dimensión que estamos viviendo. Ellos

    tenían que ir a un lugar para encontrarse con Dios, usted camina con Dios donde quiera

    que vaya. Ellos necesitaban ofrecer sacrificio para poder ser aceptado, pero yo no tengo

    que esperar por el sacrificio, porque Cristo murió una vez y para siempre, y en aquella

    muerte perfeccionó a todos los que creen en su justicia para siempre. Usted es

    justificado.

    La perfección que Él demostró es la misma que nos han imputado a nosotros. Cuando

    Dios mira su vida no lo ve a usted, sino a Jesús. Las debilidades que usted tiene, la ley

    se las resalta, pero si le aplica gracia, la mirada de Dios sobre su vida es otra.

    La ley cumplió con su trabajo: exponer el pecado. Pero la gracia nos habilita para

    agradar a Dios, porque no me dejó solo y no tengo que inventar cómo agradar a Dios,

    sino que el Espíritu del Hijo está en mí. Así como Jesús pudo agradar al Padre a plena

    perfección, la gracia me motiva a acercarme a Él.

    «Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en

    los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al

    príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de

    desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los

    deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y

    éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. Pero Dios, que es rico en

    misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en

    pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)» (Efesios 2:1-5).

  • No es por mérito humano

    Es maravilloso pensar que «justificación» es declararnos justos y santos, aún cuando

    todavía estamos muertos en delitos y pecados. Este es el resultado de que Dios nos haya

    dado vida juntamente con Cristo.

    «Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando

    nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois

    salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares

    celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas

    de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Efesios 2:4-7).

    Somos salvos por gracia. Cuando estemos ante Él en ese glorioso día, usted sabrá que

    no está ante la presencia de Dios por sus obras ni por haber nacido en un hogar

    cristiano. La única respuesta del por qué estamos ahí, es: «Por pura gracia». Cristo lo

    hizo por usted y por mí. Nosotros solo recibimos los beneficios, agradecidos por la

    maravillosa gracia del Evangelio. En esa gracia hemos sido sostenidos.

    La gracia vivifica, fortalece, levanta, y elimina la conciencia de la ley y nos lleva a vivir

    en la cruz. Por eso Pablo decía: «Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo

    yo, mas vive Cristo en mí» (Gálatas 2:20). Porque lo que para la ley era imposible, la

    gracia lo logró. En la gracia no hay logros humanos, no puede atribuirse nada propio.

    Asesinos de la gracia

    Solemos repetir la típica frase: «Buscar a Dios». Pero no puede buscar lo que ya está

    dentro de usted. No podemos buscarlo porque Él ya nos encontró. No busque a Dios,

    relaciónese en intimidad con Él. La palabra dice: « He aquí, yo estoy a la puerta y

  • llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo»

    (Apocalipsis 3:20).

    Cuando nos sentamos a la mesa con alguien, estamos intimando con esa persona, nos

    relacionamos en intimidad con ella. Esa es la forma y la expresión bíblica más profunda

    de tener una relación. Cuando usted invita a alguien a su casa, y lo hace con el propósito

    de venderle algo, eso no es gracia, es manipulación. La gracia me lleva a intimar con

    Dios. Pero hay personas encargadas de que usted no logre esa relación especial con

    Dios. A ellos decidí llamarlos: Asesinos de la gracia. Los encontramos cada generación.

    Sus argumentos son: «Tienes que seguir intentando y esforzándote para ser salvo. Antes

    que puedas hacer esto en tu vida, tienes que dejar algunas cosas para luego ganártelo».

    Pero la gracia ofrece perdón a través de la fe, después que usted lo recibe, el Señor le

    dará fortaleza para dejar, poner, quitarse cosas de encima, y empezar otra vez. Después

    de recibirlo comprenderá que es por gracia. El le dará el poder para eliminar de usted lo

    que no le agrada.

    Pero cuando eso ocurra, no diga: «Yo dejé esto porque hice aquello». Declare que dejó

    eso solamente por gracia, porque en sus fuerzas no hubiera podido abandonarlo nunca.

    Por gracia de Dios recibió la habilidad sobrenatural para que pueda quebrar con todo lo

    que lo alejaba, lo separaba, obstruía y contamina su relación de intimidad con Él.

    ¿Es la gracia la licencia para pecar? ¿Pecaremos para qué la gracia abunde? En ninguna

    manera, porque los que hemos muerto al pecado ¿cómo viviremos aún en Él? Es por

    gracia para que nadie se gloríe.

    No se olvide que su salvación, no es lo que usted le hace a Dios, sino lo que Dios ha

    hecho por usted. Él nos ha dado su provisión. Su matrimonio se restaura por gracia, se

    fortalece por gracia. Su vida se sostiene por gracia.

  • Tal vez usted convive con un sentido de culpa violento, porque de acuerdo a las reglas

    religiosas que le habían estipulado, usted no estaba cumpliendo ninguna o solo unas

    pocas de esas reglas. El problema es que cuando uno vive por la ley, con un solo

    mandamiento que no haya cumplido, es culpable de todos las restantes también. Una ley

    violada crea la misma intensidad de pecado de cien leyes no cumplidas, porque el

    castigo o el precio de cada una es la muerte.

    A medida que usted comprende el verdadero sentido y propósito de la gracia, usted

    puede expresar, vivir y disfrutar lo glorioso de una salvación tan grande. Cuando Dios

    nos dice: «¡Cuídala!». No es caminar con temor a perderla, sino apreciarla en gran

    manera por el alto costó, el precio que se pagó. Si usted realmente entiende la salvación,

    no tendrá deseos de pecar.

    Si vive en un sistema legalista religioso, seguramente sentirá culpa y no disfrutará de la

    salvación. Se alegra durante el servicio del culto pero no puede adorar con libertad. Su

    vida es a medias. A una iglesia que ha sido inundada por la gracia, no hay que decirle

    cuándo adorar. No es necesario animarlos a hacer ejercicios religiosos: «Levanten las

    manos o bajen las manos». Pero cuando usted entiende esto, hay un agradecimiento

    continuo en su interior que se expresa en la alabanza y la adoración.

    Si tal vez usted tiene temor a apartarse y a volver atrás, le aseguro que al conocer la

    gracia de Dios, no disfrutará más del pecado del mundo. Descubrirá entonces que el

    pecado es un estado miserable.

    Dios le asegura que su fe puesta en Él, le será contada por justicia. Cuando el Juez del

    cielo levante su martillo y golpee su escritorio, dirá: « _____________ (ponga su

    nombre en el paréntesis), exonerado de todas sus culpas, de todas sus faltas, de todos

    sus pecados. Queda libre por mi gracia, porque puso toda tu confianza en lo que mi Hijo

    hizo en la cruz del Calvario».

  • Cuando el pecado se podía medir, la gracia no tenía medida.

    Cuando el pecado era infinito, la gracia era infinita.

    Cuando el pecado juzgaba, la gracia justificaba.

    Cuando el pecado condenaba, la gracia libertaba.

    Cuando el pecado acusaba, la gracia bendecía.

  • Capítulo 3

    ¿Misericordia o sacrificio?

    «Dios, rico en misericordia y bondad, nos dio vida cuando estábamos muertos en

    nuestros delitos y pecados. Por gracia nos salvó por medio de la fe; y por el gran amor

    con que nos amó, juntamente con Cristo Jesús nos resucitó y nos sentó en lugares

    celestiales para mostrar en los siglos por venir las abundantes riquezas de su gracia.

    Sabemos que esto no es nuestro, sino don de Dios; pues no es por obras, para que nadie

    se gloríe» (Efesios 2: 1-10)

    En la actualidad conviven algunos sistemas que debilitan, inutilizan y finalmente

    destruyen el gozo y la efectividad que la Iglesia tiene; no por mérito de ella misma, sino

    por don de Dios.

    Si observamos analíticamente la mayoría de las predicaciones de los últimos tiempos,

    concluiremos que están impregnadas de humanismo disfrazado de religiosidad. Los

    heraldos de este tipo de evangelio proclaman propuestas como: «Tienes que ser mejor»,

    «tienes que intentar aún más, «tienes que estar más comprometido», «tienes que amar

    más profundamente», «tienes que ser bueno». De ahí que muchos hayan acuñado la

    expresión: «Ayúdate que Dios te ayudará». Es decir: «Usted tiene que hacer algo para

    que Dios entonces se mueva y responda a su iniciativa».

    El problema radica en que la persona que tiene una conciencia de pecado y está tratando

    de hacer todo lo posible para ser libre y agradar a Dios, recibe un mensaje con leyes sin

    verdadero poder.

  • Como portadora del evangelio, la iglesia se ha comprometido con las personas

    ofreciendo más expectativas de lo que realmente ha enseñado. Tampoco ha provisto las

    herramientas necesarias para alcanzar esas promesas. Se ha ocupado en cumplir las

    reglas, observar las actividades y mantener el trabajo. Por lo que el resultado obtenido

    ha sido miles de creyentes frustrados y desanimados, que no pudiendo hallar alivio a su

    tormento, terminan rechazando la iglesia y todo lo que Dios tenía para ellos.

    Roy Heisson, respetado y reconocido predicador de Gran Bretaña, pronunció: «La

    mayoría de los mensajes son buenos avisos, pero no buenas noticias».

    ¡Qué contraste con el Señor Jesucristo y su calidad de vida! Todos sus actos emergieron

    de lo que atesoraba y guardaba en su interior. Nunca fue víctima de las circunstancias,

    sino que decidió vivir cada instante conforme la voluntad del Padre que así lo había

    predestinado. Su corazón jamás fue preso de amarguras, odios, celos, temores o

    envidias; ni la ansiedad gobernó su mente. No manipuló ni reprimió a nadie para

    obtener algo. Aquellos que caminaron con Él simplemente siguieron al Maestro.

    Vino a dar vida en abundancia, a proclamar libertad a los cautivos, a sanar a los

    enfermos, a echar fuera demonios. Se lo conocía como amigo de pecadores, pues

    delante de su presencia los criminales y las prostitutas no eran condenados ni

    rechazados, sino amados. Vivió sin egoísmo. Su relación con el Padre era más que

    suficiente. Enfrentó al diablo y no fracasó, porque su confianza siempre estuvo en

    Aquel que lo había enviado.

    Jesús fue el hijo amado en quien Dios tuvo complacencia. Él se deleitaba en las cosas

    que su Padre le había encomendado cumplir, y las vivía con pasión y devoción.

  • Religión vs el evangelio de la libertad

    ¿Quién no anhela la vida de Cristo, libre del control de las circunstancias, y siempre un

    paso al frente? Justamente esto no es lo que la gente rechaza cuando se le habla del

    Señor, sino el sustituto que se le presenta como evangelio: una vida de religiosidad.

    Mientras que la religión es un sistema complejo de conceptos teológicos y requisitos de

    comportamiento, el evangelio de Jesucristo es el anuncio de las Buenas Nuevas de

    Salvación, de la Buena Noticia.

    El anuncio del evangelio de la Paz nos habla de calidad de vida en Cristo. No por lo que

    hagamos, intentemos o dejemos de hacer; sino porque Dios nos ama y somos sus hijos.

    Esta clase de vida que las Sagradas Escrituras describen como eterna, no se limita al

    tiempo biológico ni cronológico; sino que es Dios el Eterno quien le da a nuestra vida

    eternidad en Él. Esto trasciende toda limitación humana.

    Algunos viven esta vida esperando la muerte para experimentar su eternidad en Dios.

    Sin embargo, Jesús dijo: «... y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie

    (los) arrebatará de mi mano» (Juan 10: 28). No se trata de que nos dará la vida eterna,

    Él ya nos la dio.

    Por años nos hemos aferrado y enfatizado a que la paga del pecado es muerte. Y esto es

    así; pero también es cierto y nos hemos olvidamos que la dádiva de Dios es vida eterna

    en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 6:23). El regalo, el don, la dádiva, el derecho,

    el privilegio, la bendición de Dios para usted y para mí es la vida eterna en Cristo Jesús.

    Eso es la gracia, es Dios mismo diciéndonos: «Deja de intentar una y otra vez. Yo ya

    hice el trabajo por ti. Ahora es tiempo de descansar y solo trabajar con el poder de mi

    fuerza. Y recuerda que si después de haber realizado absolutamente todo lo que podías

    hacer, aún fracasaras, yo te amo. No hay nada que pueda impedir que te siga amando.

    En mi gracia no importa de dónde vienes, cuál haya sido tu experiencia de vida o qué

  • concepto tengas de ti mismo. Simplemente con amor eterno te amé y te prolongué mi

    misericordia».

    Los fariseos nunca pudieron comprender esta dinámica de Cristo, de cómo Él se sentaba

    a la mesa con los pecadores sin contaminarse. Su religiosidad los cegó de tal manera,

    que se convirtieron en personas inflexibles, arrogantes, carentes de amor y misericordia,

    con una actitud siempre a la defensiva y abusiva de su prójimo. Estas características,

    aún están vigentes en medio nuestro. El evangelio que presentamos no es otra cosa que

    fariseísmo cargado de legalismo. Estos paradigmas también caracterizan a los fariseos

    de este siglo. No estoy refiriéndome a los fariseos del tiempo de Cristo nada más, estoy

    hablando de nosotros hoy.

    Mucho de nuestro llamado evangelio, no es otra cosa que fariseísmo moderno o

    legalismo religioso envuelto en alguna frase de gracia. Sin embargo, nosotros estamos

    peor que los fariseos de la época de Jesús. Hoy por hoy, es más que una secta religiosa,

    es una actitud, una mentalidad, una forma de vida. Es un conjunto de doctrinas e

    institucionalismo puramente religioso y saturado de apariencias. Este sistema con una

    concepción legalista de las cosas reduce a Dios a nuestra humana y limitada

    interpretación.

    En reiteradas oportunidades, Jesús confrontó a los fariseos con sus propias leyes. Pero

    ellos nunca asimilaron la diferencia entre la verdadera misericordia y el sacrificio. Por

    eso nosotros debemos conocer y creer que la gracia de Dios elimina por completo el

    legalismo de nuestras vidas.

    Fariseo vs legalista

    Veamos entonces, dos pasajes de la Escritura que nos ayudarán a diferenciar la

    misericordia del sacrificio y cómo opera la gracia en esto.

  • «Pasando Jesús de allí, vio a un hombre llamado Mateo, que estaba sentado al banco de

    los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y se levantó y le siguió. Y aconteció que

    estando él sentado a la mesa en la casa, he aquí que muchos publicanos y pecadores, que

    habían venido, se sentaron juntamente a la mesa con Jesús y sus discípulos. Cuando

    vieron esto los fariseos, dijeron a los discípulos: ¿Por qué come vuestro Maestro con los

    publicanos y pecadores? Al oír esto Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de

    médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y

    no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al

    arrepentimiento» (Mateo 9:9-13).

    En este pasaje, Jesús estaba sentado a la mesa con Mateo, un cobrador de impuestos.

    Aquellos que recaudaban los tributos públicos no eran bien vistos por el pueblo, pues

    literalmente cobraban lo que no debían haciendo pagar a la gente más dinero del que

    realmente correspondía. Pero allí estaban los fariseos observándolo todo, quienes no

    podían evitar hacer comentarios entre los discípulos de Jesús.

    Para los legalistas, asociarse con un impío significaba una tragedia, más aún resultaba

    inconcebible ver a Jesús comiendo de la misma mesa con publicanos y pecadores. Y en

    medio de ese cuadro aparece la respuesta inmediata del Señor mostrando cuál es la

    actitud que Dios quiere que tengamos hacia la vida: «Los sanos no tienen necesidad de

    médico, sino los enfermos. Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y

    no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al

    arrepentimiento».

  • «En aquel tiempo iba Jesús por los sembrados en un día de reposo; y sus discípulos

    tuvieron hambre, y comenzaron a arrancar espigas y a comer. Viéndolo los fariseos, le

    dijeron: He aquí tus discípulos hacen lo que no es lícito hacer en el día de reposo. Pero

    él les dijo: ¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban

    tuvieron hambre; cómo entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición,

    que no les era lícito comer ni a él ni a los que con él estaban, sino solamente a los

    sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, cómo en el día de reposo los sacerdotes en el

    templo profanan el día de reposo, y son sin culpa? Pues os digo que uno mayor que el

    templo está aquí. Y si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no

    condenarías a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo»

    (Mateo 12:1-8).

    Aquí vemos otro suceso glorioso. Nuevamente los fariseos escandalizados, pues según

    sus leyes los discípulos de Jesús no respetaban el día de reposo. A lo que el Maestro,

    refiriéndose al libro del profeta Oseas 6:6, les dijo: «Y si supieseis qué significa:

    Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenarías a los inocentes; porque el Hijo del

    Hombre es Señor del día de reposo».

    El término «sacrificio» es bien conocido por todas las religiones del mundo. Apela al

    holocausto, muerte, ofrenda y abnegación. Tiene un amplio espectro: desde carbonizar

    niños como ofrenda para aplacar la furia de algún dios, hasta inmolarse con bombas en

    nombre de Alá asesinando así una comunidad completa, un autobús con personas,

    líderes políticos, etc. La idea implícita que representa ese sacrificio es que si hacemos

    algo, solo entonces Dios se moverá a nuestro favor.

  • La realidad es que Dios mismo trajo este concepto de consagración y ofrenda cuando

    hizo sacrificar un cordero en expiación y remisión por los pecados de los hombres. En

    este acto de oblación ofrecemos algo que nos pertenece por otra cosa aún más

    importante y valiosa. Ésta era la práctica conocida en los tiempos bíblicos; y exigía

    derramamiento de sangre. De ahí que las ofrendas fueran siempre de seres vivos.

    Pero cuando entendemos el concepto de sacrificio en los parámetros del nuevo pacto a

    través de Jesucristo, ninguno de nosotros puede entregar una ofrenda verdadera. Dios

    Padre es el único dueño absoluto de todas las cosas. Cada uno de nosotros somos meros

    administradores, mayordomos de lo que Él en su gracia y amor nos confía. Por eso,

    nuestro sacrificio siempre será incompleto. ¿O acaso alguno de nosotros sopló aliento

    de vida a su cuerpo? Lo que podemos ofrecer es el resultado de lo que Dios primero nos

    concedió.

    El Señor sabía que nunca podríamos celebrarle un sacrificio perfecto; por eso se dio a sí

    mismo en la Cruz del Calvario. Jesús fue el Cordero inmolado para perdón de todos

    nuestros pecados. Su sangre derramada selló nuestra salvación. Cristo fue el sacrificio

    perfecto, el mediador de un nuevo pacto. Y sin derramamiento de sangre no hay

    remisión. Somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una

    vez y para siempre. (Hebreos 9: 22; 10: 10)

    El error de los fariseos fue pensar que sus sacrificios pagaban sus bendiciones. Su

    filosofía de vida solo reconocía el lema: «Mientras yo haga, Dios responde». Siempre y

    cuando ofrecieran el sacrificio indicado, ellos creían en su teología que actuaban

    correctamente.

    De ahí que en la Parábola del fariseo y el publicano se mencione a dos hombres que

    subieron al templo a orar. El fariseo, puesto en pie oraba consigo mismo y daba gracias

    a Dios porque no era como los demás, ladrones, injustos, adúlteros, ni aún como el

  • publicano que se hallaba con él en el templo. Ayunaba dos veces a la semana y daba los

    diezmos de todo cuanto ganaba. En cambio el publicano, estando lejos, no quería

    siquiera alzar sus ojos al cielo; así que se golpeaba el pecho pidiendo a Dios su favor,

    pues se reconocía a sí mismo como pecador. Jesús dijo entonces que ese publicano

    había sido justificado antes que el fariseo, pues cualquiera que se enalteciera sería

    humillado (Lucas 18:9-14).

    Nosotros muchas veces actuamos de ese modo. Asistimos a la Iglesia, nos

    congregamos, participamos de algunas disciplinas espirituales, diezmamos, oramos, y

    creemos que por esas actitudes Dios no nos rechazará. Por el contrario, nos aprobará y

    permaneceremos en su redil.

    Otros, maltratan sus cuerpos en señal de sacrificio y aceptación para Dios. En Semana

    Santa caminan de rodillas, descalzos, haciendo oraciones y promesas con un rosario en

    la mano o persignándose con un escapulario, para que la ira de Dios se apacigüe. Y allí

    está Cristo diciéndonos: «No, ustedes no entienden la enseñanza que mi Padre les está

    dando a través del sacrificio».

    El sistema sacrificial fue instituido por Dios; pero no para enseñarnos que Él se

    complace en los sacrificios, sino para que comprendamos que ya no debemos ofrecernos

    en sacrificio vivo para obtener la salvación. La deuda está completamente saldada. Ese

    fue el sacrificio más excelente que el Señor mismo haya provisto para que usted y yo

    pudiéramos disfrutar el regalo de la salvación. No se trata de lesionar, golpear o lacerar

    nuestros cuerpos para sosegar el enojo de Dios. Él no está airado con sus hijos. Dios nos

    ama profundamente. El sacrificio evidenció la seriedad del pecado; y solo con el

    derramamiento de sangre inocente podía tratarse con él. El hecho de que Dios recibiera

    el sacrificio fue un acto de pura misericordia.

  • El Señor nos amó primero proveyendo el medio que nos reconciliara con Él: su propio

    Hijo. No era aceptable cualquier cosa, solo el Cordero de Dios podía quitar los pecados

    de toda la humanidad.

    Los fariseos invalidaron su fe con sus pensamientos legalistas. No lograron entender

    que misericordia es antes que sacrificio.

    Un sistema de vida errado

    El Legalismo como sistema de vida produce conceptos erróneos en el pensamiento de

    las personas. Existen tres características que identifican tanto a los fariseos de la época

    de Jesús como a nuestros contemporáneos. Ellos evitan estar en contacto con los

    pecadores, concientizan a sus seguidores que la institución es más importante que las

    personas y reducen la comunión con Dios a un simple y superficial formulismo.

    1) El contacto con los pecadores

    Los fariseos desarrollaron por años esta corriente filosófica: las tinieblas derrotan la luz,

    la suciedad contamina la limpieza, la muerte es más fuerte que la vida, el pecado arruina

    la justicia. Se han hecho tan expertos de lo exterior y rigurosos de guardar la ley, que

    perdieron de vista el objetivo; es decir, el espíritu de la ley.

    Hoy por hoy, el legalismo no es otra cosa que fariseísmo moderno. Este patrón de

    pensamientos tergiversados lleva a las personas a evitar estar relacionados con la gente

    del mundo, con los pecadores.

    Quizás usted provenga de ese submundo seudo religioso, en el que le arrebataron de en

    medio de la sociedad para incluirlo en un templo a cantar coros, mientras hay miles que

    marchan minuto a minuto hacia el infierno. Se niegan a reírse con ellos, porque

    considera que ni siquiera son dignos de esbozarles su sonrisa. O incluso, ha considerado

  • la posibilidad de cambiar de ámbito laboral, pues está rodeado de pecadores. Necesita

    un lugar donde todos sean creyentes. ¡Qué pensamiento tan bello y espiritual parece

    éste! El único problema es que todo eso no es más que fariseísmo puro y legalismo

    religioso.

    La pregunta es: ¿Cómo entonces vamos a ganar a aquellos que todavía no conocen a

    Cristo?

    Nuestro idioma evangélico y religioso se limita a vocablos como: «Amén, gloria a Dios,

    bendito sea el Señor y aleluya». Nos sentimos tan incómodos entre la gente del mundo

    que ya no sabemos cómo expresarnos ni cómo comportarnos en su presencia.

    Jesús no tenía ningún tipo de prejuicio. Le agradaba estar entre el pueblo, con los

    pecadores, los enfermos, los quebrantados, las prostitutas, los ladrones. Nosotros, en

    cambio, estamos tan pendientes y concentrados en evitar el mal que tampoco hacemos

    el bien.

    Lo que en verdad nos contamina es no conocer al Dios de la gracia. El Señor es el que

    nos ha colocado precisamente en el lugar donde nos encontramos. Somos luz, pero

    también somos la sal que este mundo necesita para no continuar corrompiéndose.

    Es una trasgresión a la gran comisión que Cristo nos encomendó. Debemos ser luz a las

    naciones, pues somos la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5: 13-16).

    La Palabra de Dios nos dice a través del apóstol Juan en su primera carta: «Hijitos,

    vosotros sois de Dios, y los habéis vencido; porque mayor es el que está en vosotros,

    que el que está en el mundo» (1 Juan 4:4). Usted tiene que saber quién es en Cristo y

    dar testimonio de la obra que Dios ha hecho en usted.

  • 2) La institución es más importante que las personas

    Muchos creen que Dios no está en las escuelas por la promulgación de leyes humanas.

    Pero en realidad, mientras nuestros hijos continúen cursando su escolaridad, Dios

    seguirá estando entre nuestros pequeños y jóvenes. No entendemos que en nuestro

    sistema democrático dar espacio a Dios significa que el espiritismo, la brujería, la

    Nueva Era, la pornografía y la perversión tengan también su lugar.

    Es tiempo de enseñar a nuestros hijos a proclamar y anunciar lo que ellos tienen dentro.

    No hay maestro que pueda prohibirles orar y servir al Señor. Es el momento de

    incluirnos en aquellas esferas donde realmente debemos estar.

    La luz brilla afuera, en el colegio, en el trabajo, en su casa, con su familia. El evangelio

    de la gracia prioriza a las personas, no a la institución.

    Si no tenemos nuestra identidad fundamentada en Cristo y no reconocemos la obra de

    Dios en nuestras vidas, no podemos pretender afectar nuestra sociedad. Una iglesia

    atemorizada nunca podrá conmover e influenciar este mundo positivamente.

    El régimen legalista reduce a Dios a reglas, regulaciones y restricciones. Pero Dios no

    está interesado en defender la reputación de una institución; muy por el contrario, su

    celo y su pasión están en dar cumplimiento a su propósito eterno.

    En nombre de la institución se han levantado voces que en vez de dar vida, han

    provocado muerte y dolor en lugar de sanidad. Entonces observamos a personas

    divorciadas ser tratadas como de segunda categoría; a mujeres casadas sometidas a

    situaciones extremas; o a personas con capacidades diferentes, ser rechazadas y

    marginadas. Se las critica, juzga y señala sin ningún tipo de miramiento.

    Nuestros pensamientos y caminos están tan lejos de los pensamientos y caminos de

    Dios, que no logramos comprender el corazón del Señor. Vivimos balanceándonos de

    un extremo al otro, rindiendo más tributo a la organización que honrando a Aquel que

  • merece toda nuestra honra y adoración. Sin embargo, debemos tener presente que todo

    el institucionalismo de los fariseos nunca evitó que Jesús viviera entre el pueblo y

    conociera las necesidades de las personas.

    3) La trivialidad en la relación con Dios

    El pensamiento legalista restringe la relación con el Señor y la intimidad con Él, a una

    mera fórmula completamente vacía. Esto lo hace extensivo a todos sus seguidores,

    enfatizando que la gracia es la licencia que la gente necesita para pecar.

    Algunos creyentes solo asisten los domingos a sus congregaciones procurando hallar

    respuestas para sus situaciones, y no escuchan la voz del Señor.

    Dios no puede circunscribirse a normas o interpretaciones humanas que se activan

    conforme el usuario y la circunstancia así lo requieran. Se pretende experimentar la vida

    sin mayores dificultades. Pero esto es idolatría. Dios se convierte así en el medio por el

    cual se logran objetivos netamente egoístas: librarnos de todos nuestros males y

    sufrimientos. De esta manera, nunca se está seguro de haber hecho y ofrecido lo

    suficiente. El gozo es puro artificio, y fluctúa en intensidad y calidad de acuerdo a la

    cantidad de obras.

    Es similar a lo que ocurre en un concurso de belleza. De las cincuenta finalistas

    iniciales, solo quedan tres; aunque todas se han esforzado en las mismas disciplinas. Se

    toman de las manos fingiendo alegría y se desean buenos augurios para la final del

    certamen. Todas parecen felices; y cuando el jurado anuncia el nombre de la ganadora,

    se abrazan y festejan. No es más que una parodia. Se consuelan pensando que aunque

    no ganaron, no son tan malas como las demás que no llegaron a término.

    Esta clase de creyentes se dice a sí mismos que no son buenos como el pastor, pero

    tampoco viles como los adictos.

  • En este orden de cosas no existe ninguna diferencia entre un creyente y un pecador. Lo

    que los hace distintos es la gracia de Dios. Ésta es una invitación completa a la

    comunión con Aquel que lo creó, donde la solución al pecado no es sacrificio sino

    misericordia. En la relación con Dios profundizo mi intimidad con Él y el conocimiento

    de su persona. Todo lo que recibo de parte del Señor es por fe. Es Dios mismo quien

    nos encuentra y nos ama. Esto produce gozo y regocijo en nuestro corazón; porque ya

    no depende de lo que nosotros hagamos, sino de lo que Cristo hizo por cada uno de

    nosotros en la Cruz.

    Las Escrituras dicen que somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó.

    Y que si perseveramos y permanecemos fieles en Él, obtendremos la corona de la vida.

    Somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios para

    anunciar las virtudes de Aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable (1

    Pedro 2:9) Solo por su gracia, cada uno de nosotros tendrá el gran premio. No por

    nuestro mérito, sino por la victoria de Jesucristo en la Cruz. Somos vencedores no por lo

    que hagamos, sino porque confiamos en lo que Jesús ya hizo. Y eso no se compara

    absolutamente con nada de lo que usted y yo podamos hacer.

    ¿Entendemos acaso que es por misericordia y no por sacrificio? Por su gran amor con

    que nos amó es que hasta aquí hemos llegado. Dios nos ama y quiere darnos la

    oportunidad que le conozcamos en su gracia.

    Con verdad el apóstol Pablo decía que no se gloriaría más que en la Cruz de Cristo,

    pues los latigazos, la corona de espinas, los clavos, la lanza, y todos los padecimientos

    de Jesús tendrían que haber sido para él. El profeta Isaías también dijo que el castigo de

    nuestra paz fue sobre el Señor, y que por su llaga fuimos sanados.

    Es tiempo de pedir perdón si creyó que merecía su gracia, su amor y su misericordia. Lo

    único que podemos hacer es descansar en la obra redentora y expiatoria de la Cruz,

  • sabiendo que el poder de Dios se perfecciona en nuestra debilidad y que su bendita

    gracia nos sostiene.

    Capítulo 4

    El poder la gracia

    ¿La seguridad de la esclavitud o los riesgos de la libertad?

    Uno de los eventos históricos más interesantes en esta nación ocurrió entre los años

    1863 y 1865. Después de su reelección, el entonces presidente Abraham Lincoln, se

    encontraba en un momento decisivo, la guerra civil estaba en su más intenso nivel.

    En aquel momento, una de las objeciones del presidente era la esclavitud de los negros.

    Pero en 1863, específicamente un día de año nuevo, declaró públicamente la conocida

    Declaración de la emancipación, que no es otra cosa que darles libertad a los esclavos.

    Pero recién en 1865, la Constitución de los Estados Unidos formalizó aquella

    declaración oficialmente. Para ese entonces, el presidente Lincoln ya había muerto, pero

    su sueño se había logrado: los esclavos eran libres.

    La voz corrió desde el capitolio hasta Luisana, Missisipi, Georgia, hasta los campos

    más lejanos de los Estados Unidos. Allí se escuchó la voz de que había llegado la

    liberación. Los titulares de los periódicos declaraban: «La esclavitud fue legalmente

    abolida». Sin embargo, algo que nadie esperaba, sucedió. La mayoría de los esclavos

    del sur continuaron viviendo como si nada hubiera pasado, aunque ya eran libres.

    Shelby Foote un conocido historiador americano, en su comentario acerca de la guerra

    civil dijo: «Cuando en 1864 se le preguntaba a un esclavo negro qué pensaba sobre el

    gran libertador decían: “Yo no sé nada sobre ese hombre llamado Abraham Lincoln,

    excepto que nos libertó y tampoco se nada sobre eso”».

  • ¡Qué tragedia! Se había peleado una guerra importante. Un presidente había sido

    asesinado. Se firmó una enmienda a la ley en la Constitución de los Estados Unidos de

    Norteamérica, lo que hoy se conoce como el artículo 13. Los que alguna vez fueron

    esclavizados eran legalmente libres, sin embargo, muchos continuaron viviendo como

    esclavos, en temor y en vergüenza.

    Quizás usted comparte conmigo el asombro de este relato, y se detenga a pensar cómo

    es posible que esta gente por la cual se había pagado un precio tan alto para que ya no

    fueran más esclavos y para que vivieran en libertad, prefirieran seguir en esclavitud.

    ¡No se sorprenda! Hay cristianos en la misma situación. Muchos de ellos, siendo libres,

    viven como esclavos. Jesús pagó un gran precio por esa liberación. Él es el gran

    libertador que dio su vida en la cruz del Calvario, para que no tengamos que ser nunca

    más esclavos del pecado.

    Sin embargo, algunas de las dinámicas que se desatan en el comportamiento, revelan

    que prefieren la seguridad de la esclavitud, que los riesgos de la libertad. Aún hoy hay

    estadísticas que revelan que hay presos en cárceles que prefieren mantener su condición

    de reclusos porque saben que su conducta lo llevará a cometer actos ilícitos

    nuevamente. Afuera de los límites de la cárcel, ellos no pueden controlar sus pasiones y

    deseos, por lo tanto, prefieren permanecer encerrados bajo control. Vivir en libertad

    implica un grado alto de responsabilidad y no todos están dispuestos a asumirla.

    A Satanás le fascina mantenernos ignorantes de la gracia, y obligarnos a vivir bajo la

    culpa, la vergüenza, la ignorancia y la intimidación. Sin embargo, podríamos llamar a la

    carta del apóstol Pablo a los romanos: La Declaración de nuestra libertad. Ella describe

    todo lo que tiene que ver con nuestra liberación en Cristo.

    Acompáñeme a revisar esta declaración para así comprender y nunca olvidar que

    nuestra salvación es por gracia.

  • Declaración de nuestra libertad

    En el capítulo tres del libro a los romanos se presenta el caso para nuestra condena.

    El veredicto fue: Culpable de todas las acusaciones.

    La sentencia: Muerte.

    El capítulo tres toma este caso y lo presenta de la siguiente manera: Son esclavos

    porque «todos están bajo pecado» (v.9).

    La condición: «No hay justo, ni aun uno» (v.10). «No hay quien entienda» (v.11). «No

    hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (v.12). No podíamos llevar delante de

    la presencia de Dios ningún logro que valiera la pena. No importa todo lo que

    intentáramos hacer en la fuerza de nuestra carne para calmar nuestra conciencia que nos

    acusaba, y para calmar la ira de un Dios santo. Nada servía ante la presencia de un Dios

    que es absolutamente santo. Ninguna de nuestras obras valía la pena. Porque estábamos

    sin paz, sin pureza, sin esperanza, sin temor de Dios (v.13-20). No teníamos escape, no

    sabíamos nada sobre libertad. No teníamos idea si podíamos sobrevivir a esa condición.

    Éramos reos de muerte, condenados a la perdición.

    El apóstol Pablo desde verso 21 en adelante declara:

    «Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley

    y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que

    creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de

    la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención

    que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su

    sangre, para manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los

    pecados pasados, con la mira de manifestar en este tiempo su justicia, a fin de que él sea

    el justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús. ¿Dónde, pues, está la jactancia?

  • Queda excluida. ¿Por cuál ley? ¿Por la de las obras? No, sino por la ley de la fe.

    Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley. ¿Es Dios

    solamente Dios de los judíos? ¿No es también Dios de los gentiles? Ciertamente,

    también de los gentiles. Porque Dios es uno, y él justificará por la fe a los de la

    circuncisión, y por medio de la fe a los de la incircuncisión. ¿Luego por la fe

    invalidamos la ley? En ninguna manera, sino que confirmamos la ley».

    Desde el momento que fuimos salvos por la gracia de Dios, luego de haber depositado

    nuestra fe en la persona de Jesucristo, algo dentro de nosotros se manifestó y las cosas

    que antes no entendíamos, comenzamos a comprenderlas.

    Cristo nos libertó

    Nuestra declaración de libertad fue proclamada a través de los cielos y en las

    profundidades del infierno se supo que el pecador era oficialmente libre a través de la

    gracia del evangelio y de lo que Cristo hizo en la cruz del Calvario.

    Doctrinalmente esta verdad es representada por la palabra «redención», que no es otra

    cosa que el comprarnos otra vez. Es el pago de un precio por mi libertad y la suya. Es lo

    que Cristo hizo para que seamos libres.

    La justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo es para todos los que creen en Él, no

    en sus propias habilidades, ni en sus promesas o recursos. No es para aquellos que creen

    en sus contactos, ni en sus esfuerzos, sino para los que creen en Él. Porque todos

    pecamos y fuimos destituidos de la gloria de Dios.

    Para acceder a esta libertad y calificar no se determina por raza, color, lenguaje, ni ser

    educado o tener dinero. No hay distinción entre nosotros, todos somos iguales. Todos

    necesitamos salvación en la persona de Jesucristo, porque todos pecamos y fuimos

    destituidos de la gloria del Señor.

  • Algunas personas creen que por no ser drogadictos, perversos, abusadores, o porque

    nunca mataron, no son grandes pecadores. Pero aunque esos no sean sus pecados, en el

    infierno no hay compartimientos especiales para los pecadores leves. Todos participan

    del mismo fuego, del mismo calor.

    Vivíamos atados como prisioneros. Éramos esclavos de nuestras pasiones, de nuestros

    deseos, lujurias y concupiscencias. Estábamos a merced de la ley que nos declararía

    culpables, reos de muerte. Pero cuando el Señor decidió morir en la cruz fue para

    hacernos libres. No teníamos nada que ofrecerle a cambio, nadie aceptaría tomar nuestro

    lugar. Sin embargo, el Señor dijo: «Yo doy mi vida. Si ustedes aceptan lo que les doy y

    lo que haré, todo lo mío, lo que hice y lo que haré, se les contará como justicia, como si

    ustedes hubieran pagado el precio».

    -------Por ese acto de amor incondicional fue declarada la abolición de mi esclavitud. Ya

    no tenemos que vivir bajo mi antiguo dueño, ahora soy libre para servir a mi Dios el

    resto de mi vida.

    Consciencia de pecado

    La primera analogía que el apóstol Pablo describe es que nacimos en pecado, la segunda

    es que en Cristo la posibilidad de liberación está presente. La tercera analogía es trágica,

    porque empieza a considerar que aunque nacimos en pecado, al recibir a Cristo, somos

    libres. Entonces ¿por qué razón muchos viven como si fueran esclavos?

    Cuando les preguntaban a los esclavos de Alabama por qué no asumían la posibilidad

    de su liberación, ellos respondían que no sabían nada acerca de la libertad. También hay