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233 EL MISMO RÍO HERÁCLITO Salman Rushdie C uando el caricaturista Charles M. Schulz anunció que dejaría de dibujar las tiras de Charlie Brown, al parecer recibió una avalan- cha de peticiones en las que todos los lectores solicitaban lo mismo: «Por favor, sólo una más. Deje que Charlie Brown consiga chutar la pelota». Pero Schulz se opuso resueltamente a los deseos de sus lecto- res, y en lugar de ello siguió la lógica de sus personajes. Si Lucy van Pelt permitía que Charlie Brown chutase la pelota, si no la apartara en el último momento de sus siempre confiados y siempre traicionados pies, dejaría de ser Lucy. Si Charlie Brown consiguiese chutar la pelo- ta, dejaría de ser Charlie Brown. Para Charlie Brown y Lucy, su ethos, como dijo Heráclito hace dos mil quinientos años, su forma de ser en el mundo, es su daimon, el principio guía que conforma sus vidas.Y el autor, que los ha creado, ya no es omnipotente, sino que está ligado por su propia creación. Pi- nocho ha dejado de ser una marioneta; alguna vez tuvo hilos, pero ahora es libre. Es un niño real, tiene vida propia. www.elboomeran.com

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EL MISMO RÍO

HERÁCLITO

Salman Rushdie

Cuando el caricaturista Charles M. Schulz anunció que dejaría dedibujar las tiras de Charlie Brown, al parecer recibió una avalan-

cha de peticiones en las que todos los lectores solicitaban lo mismo:«Por favor, sólo una más. Deje que Charlie Brown consiga chutar lapelota». Pero Schulz se opuso resueltamente a los deseos de sus lecto-res, y en lugar de ello siguió la lógica de sus personajes. Si Lucy vanPelt permitía que Charlie Brown chutase la pelota, si no la apartara enel último momento de sus siempre confiados y siempre traicionadospies, dejaría de ser Lucy. Si Charlie Brown consiguiese chutar la pelo-ta, dejaría de ser Charlie Brown.

Para Charlie Brown y Lucy, su ethos, como dijo Heráclito hace dosmil quinientos años, su forma de ser en el mundo, es su daimon, elprincipio guía que conforma sus vidas.Y el autor, que los ha creado,ya no es omnipotente, sino que está ligado por su propia creación. Pi-nocho ha dejado de ser una marioneta; alguna vez tuvo hilos, peroahora es libre. Es un niño real, tiene vida propia.

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El propio Heráclito se perdió para siempre, y todo lo que queda deél son las citas de sus sentencias en las obras de otros escritores, algu-nas en el original griego, otras parafraseadas o traducidas al latín, sólorestos de tablillas, numerados del 1 al 130 como fragmentos de cerá-mica en el cajón de un museo. En ellas el filósofo da la impresión deser variopinto, mitad sabio, mitad galleta de la fortuna:

51 El asno prefiere la paja al oro*.

69 El camino hacia arriba y el camino hacia abajo son uno y el mismo.

70 El principio es el fin.

84 También la bebida se desintegra si no se la agita.

99 El mono más hermoso es feo comparado con la raza de loshombres.

Es difícil tomarse todo esto en serio, aunque haya mucha gente eru-dita que sí se lo toma en serio. Estoy tentado a decirles:

109 La ignorancia es mejor ocultarla que mostrarla.

heráclito

* El autor del presente artículo usa como referencia y fuente de las sentencias deHeráclito el libro de Haxton Brooks: Fragments: The Collected Wisdom of Heraclitus,Penguin Books, Nueva York, 2003. Las traducciones de Brooks difieren mucho decualquier otra versión directa del griego, tanto al inglés como al español, y algunas son unainterpretación muy libre de los fragmentos del filósofo griego. Por ello, he usado siempreque he podido una versión directa del griego al español, menos en los fragmentos 14, y 17en que traduzco directamente del texto de Rushdie, pues la divergencia es tal que seperdería el sentido del comentario que le sigue. (N.de la T.)

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Y a pesar de todo, Heráclito era una persona brillante en todos losaspectos, un buscador genuino de la verdad. Como Buda, nació prín-cipe –en su caso en Éfeso y de Éfeso– y, como Buda, renunció alpoder para buscar lo que él habría llamado sabiduría (sophos), y queBuda llamó iluminación. Y algunos fragmentos me dicen mucho.Por ejemplo:

4 Malos testigos son los ojos y los oídos para los hombres que tienen almasbárbaras.

O:

13 Lo que se puede ver, oír y entender, eso prefiero.

Aunque me decepciona evidentemente cuando afirma:

14 Ahora que podemos viajar a cualquier lugar, ya no necesitamos a los poetas y a los creadores de mitos para que den fe de los hechospolémicos.

Y tenemos el fragmento 121, que ha alcanzado la condición deuna de las magnas verdades sobre la vida y que nos dice, como ledijo a Charlie Brown, que el ethos de un hombre es su daimon, o,como Saul Bellow escribe en el primer párrafo de Aventuras deAugie March: «El carácter de un hombre es su destino». Carácter esdestino. La clave del arte de la novela en siete sílabas, o eso es lo quela gente ha creído durante mucho tiempo. El carácter del capitánAhab, emprendedor, tenaz, obsesionado con la ballena hasta elpunto de vender su alma a cambio del derecho a matarla –«desde elcorazón del infierno te hiero»–, hace que su fin sea inevitable. Ter-mina ahogado, atado a su presa por los cabos del arpón, ligados unoal otro, hombre y ballena, inseparables en la vida y en la muerte. Elsuperviviente del naufragio del Pequod, el que vivió para contarlo,el menos comprometido de los personajes, es Ismael, o al menos ése

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creemos que es su nombre. «Llamadme Ismael», nos dice, no «soyIsmael», o «me llamo Ismael». Ismael puede ser un alias, como elnombre de «Alias» que adoptó el personaje que encarnaba BobDylan en el gran western de Sam Peckinpah Pat Garret y Billy theKid. «Llámame Alias», dice Dylan, haciendo del Ismael al Ahab dePat Garret (supongo que Billy the Kid sería la ballena cazada), ycuando Garret le pregunta si ése es su nombre, él responde, conuna enigmática leve sonrisa de Bob Dylan: «Llámame así». Portanto, el llámame-Ismael –el outsider, el que no es preso de la pasióny el fervor, de la gran obsesión, de la búsqueda de Moby Dick–, Is-mael sobrevive, porque la supervivencia es su juego, es su carácter,por tanto, su destino. Ahab, porque es lo que desea, porque es sudestino, sigue llamando a las puertas del cielo.

Existe también el carácter como negativa, la negativa, por ejemplo,de Bartleby, el escribiente, que prefería no hacerlo, sin dar siquiera unarazón ni un atisbo de explicación. ¿Puede decirse que Bartleby es uncarácter, o simplemente es esa negativa, enigmática, desesperante, im-portante por su efecto en los demás y no por sí misma? Me parece quees cierto lo primero, pues las negativas de Bartleby no son aleatorias,son coherentes. Bartleby tiene sus necesidades, es un sin techo y notiene un céntimo y está viviendo clandestinamente en la oficina dondetrabaja, y cuando su patrón una mañana lo sorprende en déshabillé,prefiere no dejarlo entrar hasta no estar presentable. Además, tambiénse tiene en alta estima de sí mismo como trabajador, que copia sin des-canso, pero que prefiere no repasar su trabajo con nadie. Su orgulloprofesional podría no venir al caso, pero éste revela que este es un hom-bre que marca límites en su vida. Hará esto, no hará aquello, y amable-mente seguirá sus propias reglas, cualesquiera que sean las consecuen-cias que ello pueda acarrearle. ¿Es pues una especie de fanáticopasivo-agresivo? No lo creo, porque no tiene ideas que imponer a losdemás. Ante las puertas de la miseria y de la muerte, ha elegido el ca-mino de la dignidad, y prefiere no desviarse de él, aceptando su desti-no. Por tanto, si carácter es destino, la característica de la aceptación estan convincente como la de la negativa. Bartleby rehúsa y acepta a un

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mismo tiempo. Preferiría no hacerlo, pero también, silenciosamente,prefiere.

Todo esto me hace recordar otra negativa, la de Michael Kohlhaas,el tratante de caballos, en la magnífica novela de Heinrich von Kleistdel mismo nombre, que no acepta que no se haga justicia. Sólo insis-te en que se cumpla lo que la ley ha decretado: que los dos bellos, lus-trosos, y saludables caballos, que injustamente le ha confiscado JunkerWenzel von Tronka, y que éste ha permitido que se convirtiesen en «unpar de jamelgos decrépitos y esqueléticos», le sean devueltos en lasmismas condiciones en que le fueron arrebatados, junto al resto de suspertenencias perdidas, un fular, algunos florines imperiales y su cola-da; cuando su pequeño agravio no es atendido, se embarca en una ca-rrera tan violenta que casi destruye su mundo y a él mismo. Su carác-ter se convierte en el destino de toda su comunidad, así como en elsuyo propio. Pero cuando al final de la historia, y después de que secometan actos de gran violencia, obtiene la plena restitución de suspérdidas, acepta que la justicia le castigue por sus propios actos.Cuando ha sido satisfecho, Kohlhaas está dispuesto a dar satisfacciónal Estado y se somete sin discusión al hacha del verdugo. Una vez más,la negativa va de la mano de la aceptación.

Un siglo y medio después de escrita, Michael Kohlhaas inspiró al no-velista estadounidense E. L. Doctorow, que basó el personaje de Coal-house Walker de Ragtime en Kohlhaas. Coalhouse Walker, el guapitoafroamericano con su lujoso coche que termina destrozado por unosracistas, insiste, como Michael Kohlhaas, en la restitución; insiste tran-quila y cortésmente cuanto puede, más allá de los límites de la pacien-cia de muchos hombres, y sólo adopta medidas extremas cuando lasmás moderadas no dan resultado. La sensación de injusticia puede lle-var al hombre al extremo –muchos descontentos del mundo actualpueden atribuirse a ello–, pero lo que hace únicos a estos hombres,Kohlhaas, Coalhouse, Bartleby, es su fe en la cortesía, su rechazo a pro-ceder con descortesía o violencia hasta que todas las otras vías se hanagotado, su preferencia por la no violencia, a pesar de que, en dos deestos tres ejemplos, haya mucha violencia escondida bajo la superficie

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La disposición casi kármica de aceptar lo que la vida nos depara estambién la naturaleza de Mr. Leopold Bloom, Odiseo refundido comoun pícaro moderno, como el errante, aunque también irlandés, quijo-te judío. Mr. Leopold Bloom, que come con deleite las vísceras de lasbestias y las aves de corral, que ama a su mujer, a pesar de la preferen-cia de ésta por Blazes Boylan, y que, después de su estancia en Night-town, devuelve a Stephen a casa en el capítulo «Ítaca» del Ulysses*, elhijo perdido que Bloom nunca tuvo y que va en busca de la madreperdida, «Ah, no es más que Dedalus, al que se le ha muerto su madrecomo una bestia», y después, en la cama con Molly, le habla de él, selo presenta para que disfrute, dejándola que intuya lo que él mismo nosabe, «es escritor y va a ser profesor universitario de italiano». Mollycavila acerca de Stephen, «y yo voy a tomar lecciones qué pretendeahora enseñándole mi foto», refiriéndose a Bloom, qué pretendeBloom, «me pregunto si se la regalaría del todo y a mí también… su-pongo que tiene veinte años o más no soy demasiado vieja para él sitiene veintitrés o veinticuatro».

Qué conmovedor es, al final del largo viaje de un día de Bloom enla larga noche, al acabar el largo catecismo del capítulo, y justo antesde que la arrolladora voz de Molly caiga sobre nosotros, descubrir quehay una negativa de Bloom, también, una negativa bajo su aceptación:acepta la infidelidad de ella porque se niega a perderla, se mete en lacama de matrimonio y encuentra la huella de otro cuerpo, de otrohombre, no la suya, y, tendido junto a su esposa que duerme, pasa re-vista a los nombres de los amantes de su mujer, lista en la que él ni si-quiera ocupa el último lugar, y experimenta sucesivamente «envidia,celos, abnegación, ecuanimidad», y a pesar de lo que sabe, ella lo exci-ta y la ama. Es entonces cuando, en un hermoso gesto, la humildad delcornudo se mezcla con la lujuria del marido, y «besa los gruesos blan-dos amarillos aromáticos melones de su trasero, en cada grueso he-misferio melonoso, en su blando amarillo surco, con oscura prolonga-da provocativa oscilación».Y en lo que respecta a Molly Bloom, Molly

* Ulises, versión en español de José María Valverde, 1.ª ed., Barcelona, 1976. (N.de la T.)

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la Sí, no es más que un carácter-como-destino, es Molly soliloquios,nada sino Destino, tumbada en su cama, durmiendo, despertando, ha-ciendo y recordando. Ningún carácter fue nunca más Destino queella, el destino de todos así como el propio inocente y sensual.

Entonces: juego, set y partido para Heráclito, pensará el lector. Ca-rácter, destino, el uno lleva al otro, y aquí lo tienen, eso es todo.

Ah, pero hay algo más, porque la sentencia de Heráclito no tiene encuenta las cosas acerca de la gente y las historias, el lenguaje y la per-cepción, y sí valores morales que no se sostienen, que no son cimien-tos firmes. James Joyce, el creador de caracteres fuertemente predesti-nados, agenbitten by inwit*, conocía los límites de la carne así como detodo lo demás, era un maestro de lo cambiante, de lo mutable, y casial principio del Ulises invocaba al metafórico viejo padre del océano,Proteo: «cuidado», como nos previene el libro, «con las imitaciones».

Hay, por ejemplo, otra cuestión: el azar. En el Mahabharata, el reyYudhisthira, un jugador adicto, pierde su fortuna, su reino, la libertadde sus hermanos, e incluso su esposa en sucesivas tiradas de dados.Por lo tanto, está claro que su carácter crea su destino; pero persiste laidea sobre lo que habría ocurrido si los dados hubieran caído de formadistinta. El carácter de Yudhisthira no explica el resultado aleatorio, ylo que sugiere el Mahabharata de que su oponente, Shakuni, era unmaestro de los dados mientras que Yudhisthira era un novato no esconvincente; no hay forma de ser un maestro de los dados. Una expli-cación de los asuntos humanos que no tenga en cuenta la influenciade lo impredecible, de lo caótico, de lo que no tiene ninguna razón deser, nunca será una explicación cabal. Una batalla puede perderse poruna nimiedad; un niño puede caer desde un tercer piso y levantarse,milagrosamente intacto; el mismo niño puede caer de la misma venta-na en otra ocasión y morir en el acto; si una noche durante una fiestacruzamos el gentío en una dirección determinada y encontramos al

* «Agenbite of inwit» locución en inglés medieval que tiene el sentido de «remordimientode conciencia» popularizada por James Joyce en el cap. 10 de Ulises. (N.de la T.)

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hombre o a la mujer que será nuestra pareja, podemos pensar que sihubiéramos tomado otra dirección nunca nos hubiésemos encontra-do. Una casa es arrastrada por un tornado con una niña dentro, ycuando aterriza aplasta a una bruja cuya escoba devuelve a la niña acasa. Pero, ¿y si la bruja no hubiese estado allí en ese momento?

El escritor creyente ve en el azar la mano divina. En el Puente de SanLuis Rey,Thornton Wilder se plantea la tarea de comprender el senti-do de las muertes de cinco individuos, no relacionados entre sí, queestaban cruzando el puente en el momento en que se derrumbó. ¿Porqué estas personas y no otras? El libro rechaza casi heroicamenteaceptar la respuesta de que no había razón alguna, de que sólo se tra-taba de mala suerte, e intenta comprender los designios divinos. Hastacierto punto, todos hacemos lo mismo, no nos gusta la idea de quenuestras vidas estén al albur de los caprichos de la fortuna, de la buenao la mala suerte, de las cosas que están más allá de nuestro control.Pero el azar existe. Paul Auster y Jerzy Kosinski son escritores que, deforma distinta, prestan mucha atención a este tema. Auster, comoVyasa, la figura mítica a quien se atribuye el Mahabharata, usa a pla-cer la metáfora del juego –la catastrófica partida de póquer que jueganlos principales personajes, Nashe y Pozzi, contra los solitarios de Pen-silvania, Flower y Stone en La música del azar, en realidad nos recuer-da el desastre de Yudhisthira– que cambia la vida de sus personajes,mientras Kosinski en su mejor libro, Desde el jardín, deja que su dulceidiota, Chauncey Gardiner* –cuyo nombre verdadero no es éste sinoque se lo ha dado el azar– ascienda en la escala social desde su condi-ción de ingenuo sirviente de un hombre rico a la de consorte de losgrandes y consejero de los poderosos. (En la película basada en la no-vela, Bienvenido Mister Chance, Peter Sellers, en su mejor papel, tieneuna extraña semejanza con el vicepresidente de los Estados Unidos,Dick Cheney, por lo que quizá la novela de Kosinski fue más proféti-ca de lo que creyó.)

* Chance, the gardener.En inglés chance tiene el sentido de casualidad, suerte,oportunidad;y gardener el de jardinero. (N.de la T.)

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El cine de Hollywood casi dejaría de existir, por supuesto, si a los di-rectores les estuviese prohibido basar sus obras en el azar –la picaduraaccidental de una araña que convierte a Peter Parker en Spiderman, eldescubrimiento azaroso que hace Bilbo Bolsón de un misterioso anillode poder (para ser justos, J. R. R.Tolkien, miembro de la escuela de la«mano oculta» de Thornton Wilder, hubiera argüido que el anillo que-ría ser encontrado, y escogió a Bilbo para ello: su carácter era su desti-no), por no mencionar toda la industria cinematográfica sobre «fortui-tos» encuentros románticos de hombres y mujeres: Meg Ryan y TomHanks que se conocen por internet, Meg Ryan y Billy Crystal que setopan accidentalmente media docena de veces en la misma película:parece que la gente en las películas nunca es presentada con propiedad,prefieren vestirse de mujer para escapar de una banda de hampones ydar de narices con Marilyn Monroe en un tren, o conocerse en unbarco que se hunde, o tras un accidente de coche o de tren, o en unatragedia aérea o como náufragos en una isla desierta, u obligados a ca-sarse para heredar una fortuna, o a causa de una ley de un cuento dehadas para que siga existiendo Santa Claus.

La importancia de lo impredecible en los asuntos humanos –unarevolución, una avalancha, una enfermedad repentina, el colapso de labolsa, un accidente– nos obliga a aceptar que el carácter no es el únicofactor determinante en nuestras vidas. Es más, el carácter ya no es loque era hace dos mil quinientos años. Cuando Heráclito afirmó que elethos del hombre es su daimon, ambas palabras, ethos y daimon se re-ferían a conceptos que en aquel momento se consideraban estables. Elcarácter no era mutable, sino fijo. El espíritu que guiaba nuestras vidasno cambiaba. Como Popeye el marino dijo sucintamente: «Soy lo quesoy y es todo lo que soy»*. En la actualidad, sin embargo, tenemos unconcepto mucho más resbaladizo, más fragmentario de lo que es el ca-rácter. Discutimos mucho acerca de qué parte de nuestro comporta-miento está determinada desde el exterior y cuál desde nuestro inte-

* En español no puede reproducirse la connotación que implica la pronunciación deeste personaje: «I yam what I yam and tha’s all I yam». (N.de la T.)

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rior. No estamos seguros de la existencia del alma, y sabemos quesomos distintos según las circunstancias: nos comportamos de formadistinta en casa y en el trabajo. Somos más inestables y metamórficosque lo que suponían nuestros antepasados. Sabemos que en nuestroyo hay un bullicio de yoes diferentes empujándose para hacerse unhueco, que pasan a primer plano, retroceden, crecen, se encogen,hasta desaparecer, mientras que nuevos yoes crecen. A lo largo denuestras vidas podemos cambiar tan profundamente hasta el punto de no reconocer a nuestra identidad juvenil. El último emperador dela China, Pu Yi, al principio de su vida creía que era un dios y termi-nó, bajo el comunismo, como un jardinero que afirmaba ser feliz.¿Puede un hombre cambiar tanto y estar contento? ¿Se trata de un la-vado de cerebro o de una transformación? Es una pregunta sin res-puesta. Pero la naturaleza del yo, y la medida en que éste determinanuestros actos, son temas más problemáticos que antaño. Carácterpuede ser destino, pero ¿qué es el carácter?

Una tercera respuesta a Heráclito la encontramos en la esfera po-lítica o al menos en la creciente penetración de los asuntos pú-

blicos en nuestras vidas. La brecha que hay entre lo privado y lo públicoha disminuido hasta el punto de dejar de existir.

En gran parte del mundo la niñez misma ha sido abolida, la niñezcomo una época segura, un periodo protegido durante el cual un serhumano puede crecer, aprender, desarrollarse, jugar; en el que unser humano puede ser inocente, infantil, y ser consentido y ahorrar-se las penalidades del adulto. En nuestros días la miseria mundiali-zada obliga a los niños a trabajar en la fábrica y en el campo, los con-vierte en golfillos callejeros y los lleva al crimen o a la prostitución.Mientras, la inestabilidad política no sólo se cobra muchas de susvidas, en Sudán, Ruanda, India o Irak, sino que también les convier-te en asesinos.Vemos en la televisión a niños soldado de África dis-parando sus armas automáticas y hablando con pavorosa familiari-dad sobre la muerte. En un tiempo en que las presiones externassobre nosotros son tan grandes, en Palestina, Israel, Afganistán, Irán,

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muchos artistas se han sentido obligados a tener en cuenta la terribleverdad de que para una gran mayoría de la población mundial, suscaracteres, fuertes o débiles, tienen muy pocas posibilidades de de-terminar su destino. La miseria es destino, la guerra es destino, losantiguos odios étnicos, religiosos o tribales son destino, una bombaen un autobús o en la plaza del mercado es destino, y el carácter tieneque ocupar su lugar en la lista. Un especulador financiero multimi-llonario ataca la moneda del país, se derrumba, y entonces pierdes tuempleo; no importa quién seas o si eres buen trabajador: estás en lacalle. No se trata siquiera de un problema del Tercer Mundo. El 11de septiembre de 2001, miles de personas murieron por causas queno tenían nada que ver con su carácter. En aquel trágico día, su ethosno fue su daimon.

Hasta los catorce años, cuando fui enviado desde Bombay a unaescuela privada en la lejana Inglaterra, yo era un individuo más

homogéneo de lo que soy ahora. Había vivido siempre en la mismacasa y en la misma ciudad, en el seno de mi familia, entre gente cuyascostumbres conocía inconscientemente, hablaba las lenguas que lagente hablaba en aquella ciudad, en aquel país y en aquella época.Éstas son las cuatro raíces del yo: la lengua, el lugar, la comunidad ylas costumbres. Pero en nuestra época –la gran época de las migracio-nes– a muchos de nosotros nos han arrancado una de esas raíces.Hemos abandonado el lugar que conocemos, la comunidad que nosconoce, para ir a un lugar donde las costumbres son diferentes y,quizá, no dominamos la lengua más común, o si la hablamos, es conincorrección, y no podemos expresar las sutilezas de nuestros pensa-mientos y de lo que somos. En mi caso, fui criado en el multilingüis-mo, y mi inglés era bueno, era la única raíz plantada en la tierra, perolas demás habían desaparecido.

En la mitología escandinava, el árbol de la vida, el gran fresno Ygg-drasil, tiene tres raíces. Una se hunde en el estanque de la sabiduríacerca del Valhalla, el estanque del que bebe Odín, pero las otras sondestruidas poco a poco; una roída por el monstruo Nidhogg; la otra

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paulatinamente consumida por las llamas de Muspelheim, la regióndel fuego. Cuando estas dos raíces son destruidas, el árbol cae y el Göt-terdämmerung comienza. El emigrante al principio también es comoun árbol sin raíces que intenta mantenerse en pie. La emigración es unacto existencial, que nos despoja de nuestras defensas, y nos exponedespiadadamente a un mundo que no nos comprende, como si la tie-rra fuera despojada de su atmósfera y el sol cayese sobre ella con todasu fuerza despiadada.

Ésta es una época de escritores emigrados, emigrantes voluntariosy exiliados y refugiados involuntarios. Para ellos, la inestabilidad se dapor supuesta, la inestabilidad de la residencia, del futuro, de la familia,del yo. Para semejantes escritores la ausencia de un tema inevitable seda por supuesto también.Algunos, como el largamente exiliado soma-lí Nuruddin Farah, lleva a Somalia consigo, igual que Joyce llevaba aDublín con él, y nunca recurre a lugares o a temas distintos. Otros,como la escritora india Bharati Mukherjee, en la diáspora se redefinena sí mismos según sus alteradas circunstancias, pensando y escribien-do, en su caso, como una estadounidense. Otros más, como yo, esta-mos en medio, a veces mirando a Oriente, otras a Occidente, pero sin-tiendo siempre el carácter provisional de toda verdad, la mutabilidadde todo carácter, la incertidumbre de todo tiempo y lugar, no importalo asentadas que parezcan las cosas. No puedo sino envidiar profun-damente a los escritores con hondas raíces, como William Faulkner oEudora Welty, que dan por supuesta su parcela y la explotan de porvida. El emigrante no tiene suelo donde pisar hasta que lo inventa. Ellotambién agudiza la sensación de precariedad de todo y lo conduce ala literatura de la precariedad, en la que ni el destino ni el carácter pue-den darse por sentados, ni tampoco la relación entre ellos. Borgessabía que la historia es un jardín de senderos que se bifurcan, y que apesar de que las cosas hayan ocurrido en un sentido, podían haber su-cedido en el sentido opuesto, y, entonces, ¿quiénes seríamos?, ¿cuándiferentes hubieran sido nuestros pensamientos o nuestros actos? ¿Nodebería nuestro destino haber moldeado nuestro carácter y no a la in-versa?

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La literatura estadounidense, como corresponde a la literatura deun país hecho de inmigrantes, conoce bien los procesos proteicos de cambio de formas por los cuales los inmigrantes, como individuosy como comunidad, se rehacen a sí mismos y son rehechos, y no es ca-sual que las más prestigiosas obras maestras, El gran Gatsby, por ejem-plo, traten de la comedia y la tragedia del yo reinventado. La literatu-ra de Estados Unidos está atrincherada en la actualidad, no llega detierras del otro lado del océano como ocurrió en el pasado (aunquehay siempre nuevas historias estadounideses que se añaden a la mul-titud, ya empezamos a oír hablar de los afganoamericanos, por ejem-plo: lean la novela de Khaled Hosseini Cometas en el cielo), pero esbueno saber que muchos de los autores jóvenes como los de la selec-ción de Granta de los mejores jóvenes novelistas estadounidenses de2007, adoptan las tradiciones proteicas de Estados Unidos.

En el corazón de la novela está y siempre estará la figura humana,pues la naturaleza de la novela es mostrar la figura humana en movi-miento, a través del tiempo, del espacio y de los acontecimientos. Si nonos interesa el carácter, difícilmente nos interesará la novela, así desimple; pero los seres humanos no lo son todo, de hecho ni siquierason los héroes de la historia que se nos cuenta, tienen sólo un papel se-cundario en sus propias vidas. Incluso los personajes de ficción máspoderosos tienen que enfrentarse en algún momento a la absoluta ex-trañeza del mundo.

El carácter puede conformar el destino con mucha fuerza y en lanovela debe permitirse siempre que sea posible, pero lo surreal tam-bién es parte de lo real. Lo surreal es la extrañeza del mundo hecha vi-sible: es un procedimiento legal que parece no tener fin, como el de lanovela Casa desolada de Charles Dickens; es la Oficina del Circunlo-quio que existe con el fin de no hacer nada, son los montones de polvode Nuestro amigo mutuo, las pilas de desechos que se acumulan parallegar a ser Alpes de basura, Pirineos de basura, Himalayas de basuraque se yerguen sobre la ciudad que los ha creado como una metáforao como un juicio. Heráclito, que nos enseña que el ethos de un hom-bre es su daimon, también escribió:

salman rushdie

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Page 14: EL MISMO RÍO HERÁCLITO - elboomeran.com · tanto, el llámame-Ismael –el outsider, el que no es preso de la pasión y el fervor, de la gran obsesión, de la búsqueda de Moby

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17 Pitágoras recogió más información que todos los demás hombres, inclusoafirmaba que recordaba detalles de vidas anteriores, en que fue pepino ysardina.

Aquí estoy de acuerdo con Pitágoras. Me gusta la historia del Pitá-goras total, el del cuadrado de la hipotenusa así como el de la suma delos cuadrados de los catetos, y no podría sentir que conozco a Pitágo-ras debidamente si no supiera también acerca de sus secretos, susvidas anteriores lejos de las matemáticas en que fue pepino y sardina. ■

Traducción de Victoria Pradilla

heráclito

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