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El mundo del Nuevo Testamento
Editado por
JAMES I. PACKER
Licenciado en Humanidades y Doctor en Filoso a, COLEGIO
UNIVERSITARIO REGENT
MERRILL C. TENNEY
Licenciado en Humanidades y Doctor en Filosofía
ESCUELA DE WHEATON PARA ESTUDIANTES GRADUADOS
WILLIAM WHITE, JR.
Licenciado en Teología y Doctor en Filosofía
ISBN 0-8297-1418-9
Categoría: Historia bíblica
Este libro fue publicado en inglés con el título
World of the New Testament por omas
Nelson, Inc., Publishers
© 1982 por omas Nelson, Inc., Publishers
Edición en idioma español
© 1985 por EDITORIAL VIDA Miami, FL
33166-4665
Reservados todos los derechos
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Indice
Introducción
1. Historia del Nuevo Testamento
2. Cronología del Nuevo Testamento
3. Los griegos y el helenismo
4. Los romanos
5. Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento
6. Jesucristo
7. Los apóstoles
8. La Iglesia primitiva
9. Pablo y sus viajes
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Introducción
circunstancias inmediatas de los tiempos del Nuevo Testamento y de la situación en
que fue escrito. El Nuevo Testamento no fue creado en un vacío. Más bien fue escrito
como continuación de la larga historia de la relación entre Dios e Israel. El
conocimiento de esa historia nos ayudará a entenderlo más claramente. Por ejemplo,
la enseñanza del Nuevo Testamento sobre la salvación no se puede entender, a
menos que uno esté familiarizado con los hechos de la creación y de la caída del
hombre. Las enseñanzas de Cristo se estudian mejor en la Ley de Moisés. La persona
del Mesías debe ser considerada en relación con David y con las promesas que se le
hicieron a él.
En El mundo del Nuevo Testamento se estudia la historia del Nuevo Testamento,
desde la perspeciva de la forma en que afectó a los sucesos del Nuevo Testamento.
Esta historia se remonta al período transcurrido entre los dos Testamentos bíblicos,
ya que sus acontecimientos influyeron en el mundo del Nuevo Testamento.
El estudio de la cronología, que consiste en asignar fecha y orden cronológico
adecuado a los sucesos, es fundamental para una interpretación adecuada de la
Palabra de Dios. En este volumen se estudia este tema con algún detalle. Los griegos
y su programa de helenización ayudaron a establecer la base para la cultura de la
época del Nuevo Testamento. Muchos de los conflictos y luchas que existieron en los
días de Jesús y de la Iglesia primitiva, fueron consecuencia del gobierno de Alejandro
y de sus sucesores. Los romanos influyeron en la situación inmediata. Cuando
controlaron el gobierno y las fibras económicas de la nación, también afectaron las
prácticas culturales y religiosas de ese tiempo.
El conocimiento de las costumbres y prácticas de los judíos nos ayuda a entender
los conflictos a que se enfrentó Jesús durante su ministerio. Por el hecho de que los
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conflictos de Jesús con los fariseos juegan un papel tan prominente en los Evangelios,
para algunos es sorprendente descubrir que muchas de las facciones y sectas del
judaísmo eran muy distintas de los fariseos legalistas, y tenían una comprensión
espiritual de la Ley.
Los capítulos que se dedican a Jesús, a los apóstoles, a Pablo y a la Iglesia primitiva
reúnen los hechos históricos que se registran en el Nuevo Testamento. Puesto que
es frecuente que estos hechos se hallen esparcidos por todo el Nuevo Testamento,
creemos que a muchos lectores de la Biblia les parecerá sumamente útil esta
presentación ordenada.
El mundo del Nuevo Testamento debe ser una obra de consulta útil. Se insta al
estudioso de la Biblia a que tenga este manual como un volumen de continua
consulta en el estudio del Nuevo Testamento.
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Historia del Nuevo Testamento
que Jesús naciera. De hecho, muchos de los incidentes que se registran en el Nuevo
Testamento sólo pueden entenderse mejor cuando se conoce esa larga historia.
Comienza con la creación del mundo, en la cual están incluidos Adán y Eva, el
primer hombre y la primera mujer. Cuando ellos pecaron y desobedecieron el
mandamiento de Dios, se echó a perder el ambiente perfecto en que habían sido
creados. Así comienza la historia de la redención de la humanidad por parte de
Dios, la cual culmina en la vida, la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret.
Esta historia continúa con el llamamiento de Dios a Abraham en algún momento
alrededor del año 2000 a.C. Abraham fue llamado para que dejara su hogar y viajara
a una nueva tierra, donde llegaría a ser “una nación grande” (Génesis 12:2, 3). Esa
nación sería Israel.
Sin embargo, al cabo de un tiempo relativamente corto, los descendientes de
Abraham se hallaban en Egipto. Pronto, el número de ellos se convirtió en una
amenaza para Faraón, el rey de Egipto, quien ordenó que se los convirtiera en
esclavos.
Durante este tiempo fue llamado Moisés—el personaje más decisivo en la historia
del Antiguo Testamento—para que sacara a Israel de la esclavitud de Egipto y lo
llevara hacia Canaán, la Tierra Prometida. Después de salir de Egipto (cerca del 1450
a.C.), Israel recibió la Ley; es decir, las leyes y las instituciones sociales que debían
observarse en la nueva nación, entre ellas los Diez Mandamientos. Cuando los
atemorizados israelitas se negaron a entrar en la Tierra Prometida como Dios les
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había mandado, el Señor los condenó a vagar por el desierto del sur de Canaán
durante otros cuarenta años.
Josué, el sucesor de Moisés, fue quien introdujo a Israel en la Tierra Prometida.
La conquista fue una época de violencia. El libro de Josué nos narra con detalles esta
historia.
Después de la muerte de Josué, “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jueces
21:25), y fue necesario que Dios levantara jueces. Estos pintorescos personajes
llamaban al pueblo al arrepentimiento y derrotaban a los opresores de Israel. El libro
de los Jueces nos narra la historia de ellos.
Saúl fue el primer rey de Israel. David, su sucesor, escogió a Jerusalén como
capital, y la convirtió en el centro político y espiritual de la nación.
Salomón, el hijo de David, lo sucedió en el trono. Consolidó el reino de su padre y
construyó el gran templo de jerusalén. Aunque fue reconocido por su gran sabiduría,
también fue un líder necio. Su amor hacia el lujo, hacia las mujeres hermosas y hacia
las alianzas políticas produjo efectos desastrosos en la nación.
Al morir Salomón se produjo una sangrienta guerra civil, y la nación se dividió en
dos: Israel en el norte, y Judá en el sur. Tanto Israel como Judá cayeron en la idolatría
y en el pecado. Dios levantó profetas—hombres que declaraban la voluntad de Dios
a su pueblo—para que los llamaran al arrepentimiento. Ambas naciones pasaron por
alto las advertencias de los profetas, y finalmente las dos fueron destruidas por sus
enemigos: Israel por Asiria en el 723 a.C., y Judá por Babilonia en el 586 a.C. Los
líderes de ambas naciones fueron llevados al cautiverio y desterrados.
Posteriormente, muchos de los descendientes de los exiliados regresaron a
Palestina. Un grupo regresó en el 538 a.C., y reconstruyó el templo; otro regresó en
el 444 a.C. Este reconstruyó los muros de Jerusalén bajo la dirección de Esdras y
Nehemías. Volvió a aparecer la antigua tendencia de los judíos a deslizarse hacia las
prácticas pecaminosas y hacia la indiferencia. Al terminar el período del Antiguo
Testamento oímos la voz del profeta Malaquías que condena sus caminos
pecaminosos.
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Efeso. Pablo visitó el puerto marítimo de Efeso en su segundo y tercer viajes misioneros.
Una de las atracciones principales de la ciudad era su teatro, hecho por los romanos, con
capacidad para unas 25.000 personas. En este sitio, el platero llamado Demetrio levantó una
revuelta contra los predicadores cristianos (Hechos 19:24–29).
El período intertestamentario
Los cuatrocientos años que transcurrieron entre el tiempo en que escribió
Malaquías y la venida de Cristo, se conocen con el nombre de “Período
intertestamentario”. Las principales fuentes de información de este período son los
libros de los Macabeos, los cuales describen la revuelta de los macabeos y el caos de
Palestina; y los escritos de Josefo, un historiador del siglo primero d.C.
El libro de Daniel ofreció una visión anticipada de estos años. A través de la
perspectiva profética, Daniel pudo esbozar los principales sucesos políticos de este
período. Daniel vivió durante el ascenso de Babilonia al poder mundial. Vio que ese
reino pasaría de la escena y sería sustituido por el imperio medo-persa. En su visión
profética, Daniel vio el surgimiento de otros grandes poderes que dominarían el
período que transcurriría entre los dos Testamentos bíblicos: Alejandro, los
ptolomeos de Egipto, los Seléucidas de Siria, los macabeos y los romanos.
A. El período persa tardío (hasta 331 a.C.). Cuando termina el Antiguo
Testamento, el imperio persa se halla aún en el poder. Ciro había permitido que los
judíos regresaran a su tierra y reedificaran el templo (538 a.C.). Ester, una judía, había
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llegado a la prominencia en el palacio del rey persa (470 a.C.). Esdras (456 a.C.) y
Nehemías (443 a.C.) habían regresado a su tierra y habían instituido sus reformas.
En Palestina no sucedió nada de mucho interés político internacional durante el
resto del dominio persa. El sumo sacerdote judío gobernaba la región, y esta posición
llegó a ser altamente codiciada. Ocurrieron varias competencias desafortunadas para
lograr dicha posición. En una ocasión, un sumo sacerdote mató a su hermano, cuando
éste buscaba para sí tal posición. El gobernador persa se consternó tanto por este
acto, que impuso una fuerte multa a la población.
B. El período de Alejandro Magno (335–323 a.C.). Después del dominio persa
llegó al poder Alejandro sobre un inmenso imperio, en el cual estuvo incluida
Palestina. Su padre, Filipo de Macedonia, había extendido su dominio sobre toda
Grecia, y se preparaba para una gran guerra contra Persia, cuando fue asesinado. Lo
sucedió su hijo Alejandro, quien sólo tenía veinte años de edad, y éste en corto
tiempo hizo trizas el poder de Persia.
En 335 a.C. comenzó Alejandro su memorable reinado de doce años. Luego de
establecer el dominio en su propia patria, marchó hacia el Oriente, y conquistó a Siria,
Palestina, Egipto y finalmente a la misma Persia. Trató de conquistar tierras más hacia
el Oriente, pero sus tropas se negaron a seguir extendiéndose. Murió en Babilonia en
el 323 a.C. En sus 32 años de vida, dejó una marca indeleble en la historia.
C. La época de los ptolomeos (323–204 a.C.). No hubo quien sucediera a
Alejandro. Con el tiempo, cuatro de sus generales se dividieron el imperio. Dos de
ellos, Ptolomeo y Seleuco I, tendrían parte en el dominio sobre Palestina.
Después de algunas luchas entre estos generales, Egipto cayó en manos de
Ptolomeo Soter. Palestina también se añadió a la parte que le correspondió a él. Al
principio, Ptolomeo Soter fue duro para con los judíos. Más tarde, los utilizó en varias
partes de su reino, a menudo en altos cargos.
Su sucesor, Ptolomeo Filadelfo, fue uno de los ptolomeos más eminentes. Se
manifestó amigo de los judíos, promovió las artes y desarrolló su imperio en todos
los aspectos. Durante su reinado se tradujeron al griego las Escrituras hebreas, en la
ciudad egipcia de Alejandría. La Septuaginta, o versión de los Setenta, como es
llamada esta versión, podía entonces ser leída en todo el imperio.
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Con el tiempo, se desarrollaron rivalidades entre los reyes de Egipto (los
ptolomeos) y los de Siria (los Seléucidas). Esta rivalidad Uegó a su climax durante los
reinados de Ptolomeo Filopáter (222–204 a.C.) y Antíoco el Grande de Siria (223–187
a.C.). Filopáter logró vencer a Antíoco en una batalla cerca de Gaza. Al regresar de la
batalla, Filopáter visitó a Jerusalén y decidió entrar en el Lugar Santísimo del templo.
Aunque el sumo sacerdote trató de disuadirlo, él hizo el intento. Josefo informa que
cuando llegó al Lugar Santo, se apoderó de él un temor tan grande, que abandonó el
templo.
Por el hecho de que los judíos se le habían opuesto, Filopáter les retiró los
privilegios, les impuso multas y comenzó a perseguirlos con dureza. Habiendo de
reunir a todos los judíos que pudo hallar en Alejandría, los encerró en un hipódromo
que estaba lleno de elefantes borrachos. Esperaba que los animales cayeran sobre
los judíos y los despedazaran, pero en vez de esto, los elefantes escaparon airados, y
en la huida mataron a muchos de los espectadores. Filopáter tomó esto como una
señal de que Dios estaba a favor de los judíos y dejó de perseguirlos. Cuando murió
en el 204 a.C., fue sucedido por su hijo Ptolomeo Epífanes, quien sólo tenía cinco
años de edad. Fue entonces cuando Antíoco el Grande de Siria aprovechó la
oportunidad para arrebatarle a Egipto el control de Palestina.
D. El período sirio (204–166 a.C.). Los egipcios enviaron una embajada a Roma
para pedir que les ayudaran en la lucha contra Antíoco. Roma aceptó esta petición y
envió un ejército, aunque al principio éste no tuvo éxito. Con el tiempo, sin embargo,
este ejército obligó a Antíoco a evacuar todo el país que se extendía al oeste y al norte
de los montes Tauro. Mientras Antíoco realizaba una incursión para financiar su
guerra, fue muerto por los habitantes de la provincia de Elymais, mientras saqueaba
un templo de Júpiter.
En el reinado de su sucesor, Seleuco Filopáter no hubo sucesos notables, pero con
el surgimiento de Antíoco Epífanes (“la manifestación de Dios”), comenzó una de las
épocas más oscuras de la historia judía.
Cuando Epífanes comenzó su reinado, el sumo sacerdocio de Jerusalén estaba en
manos de Onías, un hombre digno. Por el hecho de que los griegos deseaban
helenizar a los judíos, Epífanes vendió el sumo sacerdocio al hermano de Onías por
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360 talentos. Onías huyó de la ciudad. El usurpador, que se llamaba Jesús, se cambió
el nombre por Jasón, y así colaboró con el esfuerzo de Antíoco por imponer a los
judíos la cultura y la religión griegas. Se trataban de echar a un lado las antiguas
costumbres y prácticas religiosas de los hebreos; se enviaba a los judíos a Tiro para
que participaran en los juegos en honor al dios pagano Hércules, y se hacían
sacrificios en su altar. Con el tiempo, Menelao, otro hermano, ofreció más que Jasón
por el sacerdocio, e intensificó el ataque contra el judaísmo.
Cuando Antíoco Epífanes fue a Egipto a reprimir un levantamiento, circuló el
rumor de que lo habían matado, y los judíos comenzaron a celebrar el
acontecimiento con gran gozo. Cuando él oyó esto, regresó a Jerusalén, sitió la ciudad
y la tomó, y mató a cuarenta mil judíos. Para demostrar su desprecio hacia la religión
judía, entró en el Lugar Santísimo, sacrificó una cerda en el altar y roció la sangre por
todo el edificio. Por mandato de él, el santuario se convirtió en templo de Zeus
Olímpico; se prohibieron la adoración y los sacrificios judíos, y se sustituyeron por
ritos paganos. Se prohibió la circuncisión, y el solo hecho de poseer un ejemplar de
la Ley era un delito capital.
Los judíos resistieron. Un hombre llamado Eleazar, anciano escriba de alta
posición, fue muerto porque no quiso comer carne de cerdo. A una madre y a sus
siete hijos varones, uno tras otro, les amputaron la lengua y los dedos de las manos
y de los pies, y luego los echaron en una vasija cuyo líquido hervía sobre el fuego. Un
grupo de la resistencia, que alcanzaba a unos mil judíos, fue atacado en día de reposo.
Como se negaron a quebrantar las prohibiciones relacionadas con el día de reposo,
los mataron sin que hubiera batalla.
Una familia de la clase sacerdotal, la de los Asmoneos, se opuso enérgicamente a
los edictos. Cuando los emisarios de Siria intentaron imponer los edictos de Epífanes,
Matatías, el padre de la familia de los Macabeos, se negó a adorar a los dioses
paganos. Cuando otro ciudadano se presentó en el altar para sacrificar a los dioses
paganos, Matatías lo mató. Luego huyó a la cabeza de un grupo hacia la zona
desértica donde David había eludido a Saúl durante muchos años.
De manera gradual fue creciendo el número de los que estaban con los Macabeos.
Los sirios lanzaron tres campañas contra estos fieles judíos, una de las cuales dirigió
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el mismo Antioco Epífanes, pero ninguna tuvo éxito. A su debido tiempo, Epífanes
murió y brotó la guerra civil. Judas Macabeo, quien había sucedido a su padre
Matatías, extendió su dominio a gran parte de Palestina, incluso sobre algunos
sectores de Jerusalén. Tres años después de la profanación del templo, éste fue
purificado, y los sirios hicieron la paz con los judíos.
Antíoco III. Este rey seléucida les arrebató Palestina a los egipcios en 198 a.C. pero los romanos
lo sometieron en el 190 a.C., y se apoderaron de gran parte del territorio que él había
conquistado.
E. La época de los macabeos (166–37 a.C.). A Judas Macabeo no se le concedió la
paz durante largo tiempo, y él apeló prontamente a los romanos para que lo
ayudaran en su lucha contra Siria. Judas murió en la batalla antes que llegara la
ayuda. Fue sucedido por su hermano, Jonatán. Debido a la debilidad de Siria, Jonatán
logró tomar control de Judea. Al morir éste, lo sucedió otro hermano, Simón, quien
también acudió a Roma en busca de ayuda. Los romanos nombraron a Simón
gobernador de Judea, y su trono se convirtió en hereditario.
Por este tiempo tuvieron rivalidades los partidos de los fariseos y los saduceos.
Juan Hircano, hijo de Simón, lo sucedió, y se unió primero a uno de los partidos, y
luego, al partido opuesto. Pronto hubo una guerra civil al morir Juan Hircano, y
entonces los dos nietos de Simón lucharon por obtener el trono que había quedado
vacante. Los romanos prefirieron a Hircano, y Pompeyo, el general romano, tomó a
Jerusalén, que estaba en manos de Aristóbulo.
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Los sitios, batallas, asesinatos y matanzas que siguieron, marcan un período de
agitación social en la historia judía. Aunque se les había presentado la oportunidad
de restaurar a Israel a una posición de gran poder e influencia, la desperdiciaron a
causa de las luchas internas.
F. El dominio romano (desde el 37 a.C., y a través de todo el período del Nuevo
Testamento). Pompeyo, Craso y Julio César constituyeron el primer triunvirato que
gobernó a Roma; pero pronto se convirtió Julio César en el único gobernante. Este
restauró en el trono de Jerusalén a Hircano y designó a Antipáter, un ciudadano de
Idumea, como procurador bajo la autoridad de Hircano. Los dos hijos de Antipáter,
Faselo y Herodes, se convirtieron en gobernadores de Judea y Galilea. Al año
siguiente fue envenenado Antipáter; tres años más tarde fue asesinado Julio César
en Roma.
Entonces gobernó a Roma un nuevo triunvirato: Octavio (sobrino de César),
Marco Antonio y Lépido. A Marco Antonio le correspondió el dominio sobre Siria y el
Oriente. El favoreció a Herodes, y esta amistad condujo a que esta familia idumea
ascendiera al poder. Herodes se casó con Mariamne, la nieta de Hircano, y así llegó a
constituir parte de la familia de los macabeos.
Por este tiempo surgió un nuevo conflicto en la tierra de Palestina. Antígono, hijo
de Aristóbulo, logró un éxito temporal al hacer que se le cortaran las orejas a Hircano,
el sacerdote reinante, de tal modo que no pudiera desempeñar el oficio de sacerdote.
En la lucha que siguió, Antígono presionó a Herodes, y éste tuvo que huir a la fortaleza
de Masada en busca de seguridad. Después de esto, Herodes se marchó a Roma, les
describió el desorden a los romanos y fue designado rey. Antígono fue condenado a
muerte. Con esto terminó para siempre el dominio de los macabeos o asmoneos.
Poco después, cuando Marco Antonio se suicidó en Egipto, Herodes extendió su
poder en Judea. El vivía con el temor de que se levantara algún descendiente de los
macabeos para apoderarse del trono. Cuando Aristóbulo, hermano de Mariamne, fue
designado sumo sacerdote, la popularidad de éste hizo que Herodes lo mandara a
ahogar. Cuando Mariamne se airó por esto, la hizo ejecutar. En los años que
siguieron, Herodes se volvió cada vez más vengativo, y sus sangrientas obras
provocaron la ira de los judíos.
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Para apaciguar la hostilidad de los judíos, inició un programa de obras públicas.
La empresa principal fue la reconstrucción del templo.
No obstante, los problemas de Herodes, y los de la nación, no se acabaron. Estaba
rodeado por un grupo de hombres que explotaban su paranoia. Dos de sus hijos, al
igual que Mariamne, la madre de ellos, cayeron víctimas de su ira y fueron
estrangulados. En una ocasión, un gran número de fariseos halló el mismo destino.
Otras obras igualmente sangrientas continuaron produciéndose a través de todo su
reinado. Hacia el fin de su vida, este gobernante lleno de temor, con motivo de que
había nacido Jesús, el Rey de los judíos, y por tanto un rival, mandó a matar a los
infantes de Belén.
Corinto, en la encrucijada
Corinto surgió de las cenizas y llegó a ocupar una posición de
prominencia en la encrucijada del comercio del antiguo mundo. La
ciudad original fue destruida en 146 a.C., en una revuelta griega contra
el imperio romano. Fue reconstruida en la época de Julio César
(alrededor del 46 a.C.), y pronto volvió a adquirir su antigua posición
como centro del comercio. Al cabo de 21 años, esta metrópoli que crecía
tan rápidamente llegó a ser la capital de la provincia de Acaya, en Grecia.
Corinto fue una de las ciudades más ricas e influyentes de su tiempo.
Situada en una estrecha faja de tierra, entre la Grecia continental y el
Peloponeso (la península del sur de Grecia), Corinto tenía dos puertos
principales que le daban acceso al mar Egeo y al mar Jónico. Esta
situación estratégica le permitió controlar el tráfico de los mares
orientales y occidentales, en la ruta principal de comercio del imperio
romano. Corinto fue, en cuanto a población, la cuarta ciudad del imperio
(después de Roma, Alejandría y Antioquía), y contaba con casi medio
millón de habitantes.
Estaba también situada en una encrucijada cultural. Los residentes de
todos los rincones del mundo mediterráneo emigraban hacia esta zona
que se desarrollaba rápidamente. Los egipcios, sirios, orientales y judíos
que se establecieron allí, llevaron una amplia variedad de influencias
culturales.
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Bien pudiera uno llamar a Corinto una ciudad pecaminosa. Mientras
el gran público romano mantenía unos valores romanos más bien bajos,
Corinto tenía la reputación de haber abrazado lo más bajo de lo bajo.
Aun antes de la época del apóstol Pablo, la declaración: “vivir como un
corintio”, era un modismo que denotaba una conducta desenfrenada e
inmoral.
Aunque parezca extraño, la religión contribuyó a esta atmósfera de
corrupción moral. En muchos de los cultos a la fertilidad que existían en
la ciudad se incluían actos de magia y de perversión sexual como parte
de la adoración. En un tiempo, el templo de Corinto, dedicado a Afrodita,
la diosa del amor, albergó mil sacerdotisas prostitutas dentro de sus
confines.
Esta fue la compleja ciudad a la que llegó Pablo. Más o menos llegó
allí por el año 52 d.C., y permaneció alrededor de año y medio, sirviendo
a una de las iglesias más grandes de Jesucristo. Esta ciudad, situada en
una encrucijada tanto sica como espiritual, oyó el Evangelio de Cristo por
medio del ministerio de Pablo.
Después de los terremotos de 1858 y 1928, Corinto fue reconstruida.
Las columnas dóricas de un antiguo templo dedicado a Apolo
constituyen uno de los pocos recuerdos de los primeros días de Corinto
que quedan sobre la tierra. Hoy, Corinto tiene una población de unos
20.000 habitantes. Aún es un pueblo marítimo importante que exporta
aceite de oliva, seda y pasas.
El período del Nuevo Testamento
Cuatro capítulos que aparecerán posteriormente en este libro volverán a narrar
los hechos bíblicos de la historia del Nuevo Testamento (Jesucristo, Los apóstoles, La
Iglesia primitiva, Pablo y sus viajes). En esta sección lanzaremos una mirada sobre la
historia política del período del Nuevo Testamento.
Los romanos permanecieron como gobernantes supremos de Palestina a través
de los tiempos del Nuevo Testamento. La familia de Herodes, junto con los
procuradores romanos designados, gobernaban bajo la autoridad de Roma.
El Nuevo Testamento comienza con el nacimiento de Jesús. El rey era Herodes el
Grande, pero su dominio se aproximaba a su fin. Los últimos años de su reinado
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habían estado llenos de conspiraciones de un lado y de otro, en la medida en que los
miembros de la familia rivalizaban por el poder. Poco después del nacimiento de
Cristo, él había ejecutado a los dos hijos que había tenido con Mariamne. Otro hijo,
Antipáter, conspiró contra él, y fue ejecutado sólo cinco días antes de la muerte de
Herodes, ocurrida en el año 4 a.C.. Para los romanos, Herodes había sido un rey
vasallo capaz y digno de confianza, pero para los judíos, había sido un tirano que sólo
buscaba lo suyo.
Lo sucedieron sus hijos. Arquelao (4 a.C.–6 d.C.) gobernó en Judea. Fue el menos
apreciado de los hijos de Herodes, cruel y despótico. Las quejas de los judíos contra
él provocaron finalmente su exilio. Herodes Antipas (4 a.C.–39
d.C.) fue designado tetrarca de Galilea y Perea. Este gobernante astuto y orgulloso
fue menos cruel que Arquelao (Lucas 13:32); pero fue quien asesinó a Juan el
Bautista, por haber denunciado éste su matrimonio con Herodías. Fue favorecido por
el emperador romano Tiberio (14–37 d.C.), y en el año 39 d.C. fue desterrado por
Calígula (37–41 d.C.).
Felipe (4 a.C.–34 d.C.), el tercer hijo de Herodes, fue tetrarca de las regiones de
Iturea y Traconite (Lucas 3:1). Parece que Felipe fue un gobernante relativamente
justo y benevolente. Su capital fue Cesarea de
Filipo (Mateo 16:13; Marcos 8:27), y sus monedas fueron las primeras monedas
judías que llevaron una imagen humana (la de Augusto o Tiberio). Felipe murió en el
34 d.C., y su territorio fue al fin anexado al de Herodes Agripa I.
Después que fuera desterrado Arquelao, su tetrarquía (Judea Samaría e Idumea)
fue gobernada por procuradores romanos (6–41 d.C.). Cirenio, el prefecto de Siria,
llegó a Judea en el año 6 d.C. para empadronar al pueblo, con el propósito de fijar los
impuestos. Este acto provocó a los patriotas de Judea, pero momentáneamente
fueron calmados por las autoridades judías. Sin embargo, Judas el galileo dirigió al
pueblo en una revuelta contra los romanos y contra Herodes. Pronto fue muerto
(Hechos 5:37). Es posible que sus seguidores llegaran a conformar el partido de los
zelotes (Lucas 6:15; Hechos 1:13).
Los procuradores de Judea eran responsables directamente ante Roma. Como
vivían en Cesarea, sólo acudían a Jerusalén en ocasiones especiales, como por
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ejemplo en las fiestas anuales. Augusto nombró a sus procuradores por períodos
cortos, pero Tiberio los dejó más tiempo en el oficio, a fin de que el pueblo no fuera
víctima con tanta frecuencia de nuevos explotadores. Pilato fue el quinto procurador,
y también fue el más conocido, porque crucificó a Jesús. Fue un gobernante inflexible
y duro, cruel con los judíos. El hecho de que mató injustificadamente a unos
samaritanos que estaban adorando, y otras ejecuciones, le acarrearon la caída en el
36 d.C.
Fue entonces cuando llegó a la prominencia Herodes Agripa I, del 37 al 44
d.C. Este despojó a los procuradores de sus poderes. Como era heredero de la familia
de los macabeos o asmoneos, y por cuanto observaba la Ley, se hizo muy popular
entre los fariseos. Esta popularidad se fortaleció a causa de la hostilidad de Agripa
contra los cristianos (Hechos 12). Murió repentinamente en el 44 d.C., y su reino
volvió al dominio de los procuradores. Bajo el gobierno de los procuradores, las
condiciones empeoraron, hasta que precipitaron la rebelión judía contra el dominio
romano ocurrida entre los años 66 y 70 d.C.
Fado (44–46 d.C.) cometió el error de reclamar la custodia de las vestiduras
del sumo sacerdote, lo cual dio como resultado una breve rebelión. Estas vestiduras
habían estado en manos de los romanos desde el 6 hasta el 36 d.C., pero habían
estado en manos judías desde el 36 d.C. hasta el tiempo de Fado. Alejandro (46–48
d.C.) crucificó a dos hijos de Judas el galileo, Jacobo y Simón, por rebelión. Cumano
(48–52 d.C.) gobernó durante una época mucho más tumultuosa. Cuando un soldado
romano hizo un gesto indecente durante la Pascua, brotaron disturbios y murieron
varias personas. En otra ocasión, cuando un soldado rompió un rollo de la Ley, una
multitud de judíos acudió a Cesarea para objetar esta acción, y Cumano se vio
obligado a ejecutarlo. Tales incidentes, con el correr del tiempo, hicieron que
Cumano fuera desterrado.
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Sinagoga de Capernaum. Este es uno de los ejemplos mejor preservados de la arquitectura de
una sinagoga en Palestina. El estilo de las columnas demuestra que los arquitectos judíos copiaron
los modelos griegos cuando reconstruyeron esta sinagoga, en el siglo segundo o en el tercero d.C.
Félix (52–60 d.C.) se opuso abiertamente a los judíos, y al fin sus acciones
condujeron a la guerra. Sus drásticas medidas para frenar a los zelotes, un grupo de
judíos patriotas que abogaban porque se hiciera la guerra contra los romanos, sólo
aumentaron la popularidad de ellos entre el pueblo. De en medio de estos zelotes
surgieron los sicarios, es decir, los asesinos. Estos judíos fanáticos asesinaron a
muchos, incluso a Jonatán, el sumo sacerdote. El gobierno de terror y asesinato de
Félix unió a los fanáticos con las masas, y finalmente esto condujo a que él fuera
llamado a Roma para ser destituido.
Festo (60–62 d.C.) heredó una situación que estaba fuera de control. Trató de
pacificar el medio rural, pero el fervor de los fanáticos religiosos y políticos creció.
Cuando murió Festo, estando en el desempeño de sus funciones, la anarquía reinaba
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por completo en Jerusalén. Fue durante este tiempo cuando se dio muerte a Jacobo,
el hermano de Jesús. Surgieron entonces sumos sacerdotes rivales que competían
para lograr la autoridad, y sus seguidores libraron batallas campales en las calles.
Cuando Albino (62–64 d.C.) llegó a Jerusalén, agravó intencionalmente la situación
para promover su propia posición, en vez de hacer el intento de restaurar el orden.
Arrestó a muchos, pero dejó en libertad a aquellos que pagaron un soborno
suficientemente grande.
Josefo informa que Floro (64–66 d.C.), el sucesor de Albino, fue tan malo y
violento, que hizo que la imagen de Albino luciera como la de un benefactor público.
Saqueó pueblos enteros. Permitió que los bandidos que le pagaban sobornos
duplicaran su negocio a voluntad. Fue así como la nación judía cayó en un estado
deplorable. Del año 68 al 70 d.C., Se libró una heroica guerra que terminó en la trágica
derrota del año 70 d.C., cuando la ciudad y el templo fueron invadidos y destruidos.
La vida de Jesucristo
El Nuevo Testamento nos lleva al clímax de la obra redentora de Dios, por cuanto
nos presenta al Mesías, Jesucristo, y el comienzo de su Iglesia. Los escritos de Mateo,
Marcos, Lucas y Juan nos hablan acerca del ministerio de Jesús. Estos escritores
fueron testigos oculares de la vida de Jesús, o escribieron lo que les dijeron testigos
oculares; pero no nos ofrecen una biogra a completa de Jesús. Todo lo que ellos
registraron sucedió realmente, pero ellos se centraron en el ministerio de Jesús, y
dejaron lagunas en los demás aspectos de la historia de su vida.
Imaginemos que alguien le escribe una carta a un amigo para presentarle a una
persona importante. ¿Podría el que envía la carta describir todo lo relacionado con
la vida de dicha persona? Claro que no. Sólo escribiría acerca de lo que sabe; y
probablemente tampoco diría todo eso. El que escribe se centraría en lo que piensa
que su amigo quiere y necesita saber.
Los hombres que escribieron los Evangelios hicieron lo mismo. Se propusieron
explicar la Persona y la obra de Jesús, al registrar lo que El hizo y dijo. Cada escritor
presenta un concepto levemente diferente de Jesús y de lo que El hizo. Los escritores
de los evangelios no trataron de relatar todos los acontecimientos de la niñez de
18
Jesús, porque esa tampoco era la razón por la cual escribían. Tampoco trataron de
ofrecernos un diario de la vida de Jesús. Se apegaron a lo que tiene importancia en
relación con la salvación y el ser discípulo.
En esta sección nos dejaremos guiar por los escritores de los evangelios.
Simplemente esbozaremos los principales sucesos de la vida de Jesús, y resumiremos
la manera como El llevó a su clímax la historia de la redención. Si usted desea más
información acerca de la vida de Jesús, lea el capítulo 6 de esta obra, que se titula:
“Jesucristo”.
Muchas personas saben los datos relacionados con el nacimiento y la infancia de
Jesucristo. Todas las navidades oímos los bien conocidos villancicos que se refieren a
la virgen María (la madre de Jesús), al viaje de ella a Belén montada en un asno, y al
nacimiento del niño Jesús, verdadero hombre y verdadero Dios, quien vino a la tierra
a salvar al pueblo de Dios. Oímos la conocida historia de cómo Jesús nació en Belén,
del pesebre donde fue acostado, y de los ángeles que anunciaron su nacimiento a los
pastores.
Sabemos que los ángeles declararon que Jesús era el Rey davídico que estaba
prometido desde hacía mucho tiempo.
Los magos que le trajeron dones al niño Jesús son personajes misteriosos. No
sabemos de qué país (o países) vinieron; sólo sabemos que eran “del oriente” (Mateo
2:1). Bien hubieran podido venir de los grandes imperios orientales de Mesopotamia:
Babilonia o Persia. Estudiaron las estrellas y comprendieron que un nuevo rey había
nacido entre los judíos; así que acudieron a Jerusalén, la capital judía, a presentarle
sus respetos. ¡Cómo se sorprendieron cuando supieron que el rey Herodes no tenía
nuevos hijos! Después, siguieron la clara profecía de Miqueas 5:2, la cual los guió
hacia Belén, donde hallaron al niño Jesús.
La Biblia no dice que los magos que vinieron fueron tres, pero los artistas han
pintado por lo general tres, para representar los tres presentes que ellos ofrecieron:
oro, incienso y mirra (Mateo 2:11). Es obvio que los magos llegaron para ver a Jesús
varios meses después que nació. Algunos eruditos piensan que Jesús pudo haber
tenido hasta unos dos años de edad cuando ellos llegaron.
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Después que nació Jesús, sus padres lo dedicaron en el templo de Jerusalén (Lucas
2:22–28). Comenzaron a enseñarlo a vivir “en gracia para con Dios y los hombres”
(Lucas 2:52).
El rey Herodes quiso estar seguro de que el pueblo no se congregara en torno al
Rey infante para iniciar una rebelión; así que ordenó a sus soldados que mataran a
todos los niñitos de Belén (Mateo 2:16). La familia de Jesús huyó a Egipto para
escapar del perverso decreto. Después que Herodes murió, regresaron a Palestina y
se establecieron en el pueblo de Nazaret.
La Biblia no dice nada acerca de Jesús hasta que tuvo unos doce o trece años de
edad. Fue entonces cuando, para asumir el papel que le correspondía en la
congregación judía, El tuvo que hacer una visita especial a Jerusalén y ofrecer un
sacrificio en el templo. Mientras estaba allí, habló con los líderes religiosos acerca de
la fe judía. Demostró una comprensión extraordinaria del verdadero Dios, y sus
respuestas asombraron a los líderes.
Posteriormente, cuando sus padres iban de regreso al hogar, descubrieron que Jesús
no estaba con ellos. Lo hallaron en el templo, hablando aún con los eruditos judíos.
De nuevo, la Biblia guarda silencio hasta presentamos los sucesos con los cuales
comenzó el ministerio de Jesús, cuando El tenía unos treinta años de edad. En primer
lugar, vemos a Juan el Bautista, que sale del desierto y predica en las ciudades de la
orilla del río Jordán, e insta al pueblo a que se prepare para recibir a su Mesías (Lucas
3:3–9). Juan había nacido en una familia piadosa, y cuando creció llegó a amar y servir
a Dios con fidelidad. Dios hablaba por medio de Juan, y las multitudes del pueblo
clamaban por oír su predicación. El les decía que se volvieran a Dios y comenzaran a
obedecerle. Cuando vio a Jesús, proclamó que este Hombre era “el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Juan bautizó a Jesús; y cuando Jesús
subía del agua, Dios envió su Espíritu Santo en forma corporal como paloma, que se
posó sobre El.
El Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto, donde ayunó cuarenta días. Mientras se
hallaba en este débil estado, el diablo se le acercó y trató de tentarlo de varias
maneras. Jesús rechazó al diablo y le dijo que se apartara de El. Entonces llegaron los
ángeles a servirle y a confortarlo.
20
Al principio, Jesús fue un hombre popular. En la región que rodea al mar de
Galilea, asistió a una fiesta de bodas y convirtió el agua en vino para servir a los
invitados. Este es el primero de sus milagros que la Biblia menciona. Demostró que
El era verdaderamente Dios, tal como también lo demostraron sus milagros
posteriores. De Galilea, El se dirigió a Jerusalén, y allí sacó del templo a un grupo de
mercaderes. Por primera vez afirmó públicamente su autoridad sobre la vida religiosa
de su pueblo. Esto hizo que muchos líderes religiosos se volvieran contra El.
21
La puerta dorada. Esta estructura del siglo quinto d.C., situada en el muro oriental de la zona del
templo, según se cree, fue construida en el lugar por el cual hizo Cristo su entrada triunfal en
Jerusalén (vea Mateo 21:8–11). El gobernador turco de Jerusalén cerró definitivamente esta
puerta en 1530.
Uno de esos líderes, Nicodemo, comprendió que Jesús estaba enseñando la
verdad acerca de Dios. Acudió a El una noche, y le preguntó cómo podía entrar en el
22
reino de Dios, que es el reino de la redención y de la salvación. Jesús le dijo a
Nicodemo que tendría que “nacer de nuevo” (Juan 3:3); en otras palabras, tenía que
llegar a ser una nueva persona. De esta conversación entre Jesús y Nicodemo,
aprendemos que un cristiano es una persona que ha nacido de nuevo.
Cuando Juan el Bautista comenzó a predicar y a atraer grandes multitudes en
Judea, Jesús regresó a Galilea. Allí realizó muchos milagros y fue rodeado por
inmensas multitudes. Infortunadamente, las multitudes estaban más interesadas en
los milagros que en las enseñanzas de Jesús.
Sin embargo, Jesús continuó enseñando. Entraba en hogares particulares, acudía
a las fiestas públicas y adoraba con los demás judíos en las sinagogas de ellos.
Denunció a los líderes religiosos de su tiempo, por cuanto la fe de ellos era fingida.
No rechazó la religión formal de ellos; al contrario, respetó el templo y la adoración
que allí se rendía (vea Mateo 5:17, 18). Los fariseos y otros líderes no comprendieron
que El era el Mesías. Ellos no se sentían satisfechos con lo que Dios les había revelado
en el Antiguo Testamento; se mantenían agregándole y revisándolo. Creían que su
laboriosa versión propia de las Escrituras les daría la única religión verdadera. Jesús
los llamó a volver a las palabras originales de Dios. El tuvo mucho cuidado al citar las
Escrituras, y estimuló a sus seguidores para que la entendieran mejor. Enseñó que
aun un conocimiento básico de las Escrituras debía bastar para que la persona
supiera que la voluntad de Dios era su salvación por medio de la fe en El.
Cerca de Galilea, Jesús realizó el más asombroso milagro que había realizado
hasta ese momento. ¡Tomó siete panes y dos peces, los bendijo y los partió en
suficientes pedazos para alimentar a cuatro mil personas! Sin embargo, este milagro
no atrajo más personas a la fe en Jesús; de hecho, más bien se apartaron de El por
cuanto no podían entender por qué ni cómo quería El que ellos comieran su cuerpo
y bebieran su sangre (Juan 6:52–66).
Los doce discípulos permanecieron fieles a Jesús, y El comenzó a centrar sus
esfuerzos en la preparación de ellos. De modo progresivo les fue enseñando lo
relativo a su propia muerte y resurrección, y les fue explicando que ellos también
podrían esperar sufrir la muerte, si continuaban siguiéndolo.
Esto nos lleva hasta el fin de la vida de Jesucristo en la tierra. Judas
23
Iscariote, uno de los doce discípulos, lo entregó a los hostiles líderes de Jerusalén, y
ellos lo hicieron clavar en una cruz de madera para que muriera entre los criminales
comunes, pero El resucitó del sepulcro y se apareció a muchos de sus seguidores, tal
como lo había prometido, y a sus más íntimos discípulos les dio instrucciones finales.
Mientras ellos veían que ascendía al cielo, un ángel se apareció y les dijo que del
mismo modo, El volvería. En otras palabras, El regresaría visiblemente y con su
cuerpo sico.
El ministerio de los apóstoles
La historia bíblica termina en el libro de los Hechos, el cual describe el ministerio
de la Iglesia primitiva. En Hechos vemos cómo se extendió el mensaje concerniente
a Jesús, el mensaje de la redención, de Jerusalén a Roma, el centro del mundo
occidental. El libro de los Hechos nos muestra la expansión de la Iglesia de Cristo (a)
en Jerusalén; (b) desde Jerusalén hacia Judea, Samaria y la región circundante; y (c)
desde Antioquía hasta Roma. A. En Jerusalén. Las primeras experiencias de los
discípulos de Jesús en Jerusalén nos permiten entender mucho acerca de la Iglesia
primitiva. El libro de los Hechos nos muestra la intensa manera como estos cristianos
difundieron las noticias acerca de Jesús.
El libro comienza en la ladera de un monte cerca de Jerusalén, donde Jesús estaba
a punto de ascender al cielo. El les dijo a sus discípulos: “recibiréis poder, cuando
haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en
toda Judea, en Samaría, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Este es el plan de
Jesús para evangelizar al mundo.
Unos pocos días después, los discípulos buscaron un sustituto para Judas, quien
se había suicidado después de traicionar a Jesús. Escogieron a Matías para completar
el grupo de doce.
Luego, el Cristo resucitado le dio a su Iglesia el Espíritu Santo, quien capacitó a los
cristianos para cumplir su tarea universal (Hechos 1:8).
Pedro habló a nombre de la Iglesia el día de Pentecostés; desarrolló el tema de la
importancia de Cristo como el Señor de la salvación (Hechos 2:14–40). El Espíritu
Santo le dio poder a la Iglesia para realizar señales y maravillas que confirman la
24
veracidad de su mensaje (Hechos 2:43). Especialmente significativo fue el hecho de
que los apóstoles curaron a un limosnero que estaba en la puerta del templo (Hechos
3:1–10), lo cual los puso en conflicto con las autoridades judías.
La Iglesia mantenía una íntima comunión entre sus miembros. Compartían las
comidas en sus hogares; también adoraban juntos y compartían sus riquezas (Hechos
2:44–46; 5:32–34). Unos esposos llamados Ananías y Safira trataron de engañar a la
Iglesia. Vendieron su propiedad y afirmaron que daban todo el producto de la venta
al Señor; pero sólo estaban dando una parte. Dios los hirió de muerte por mentir
(Hechos 5:1–11).
A medida en que la Iglesia continuó creciendo, las autoridades gubernamentales
comenzaron a perseguir abiertamente a los cristianos. Cuando Pedro y algunos de
los apóstoles fueron encarcelados, un ángel los libró; pero volvieron a ser llamados
ante las autoridades, quienes les ordenaron que no predicaran más acerca de Jesús
(Hechos 5:17–29). No obstante, los cristianos se negaron a dejar de predicar, a pesar
de que los líderes religiosos judíos los azotaron y los pusieron en la cárcel varias
veces.
La Iglesia creció tan rápidamente, que los apóstoles necesitaron ayuda en algunos
asuntos prácticos de administración, especialmente en el ministerio a las viudas.
Ordenaron siete diáconos para esta tarea. Uno de los siete, llamado Esteban,
comenzó a predicar en las calles. Más tarde, las autoridades religiosas lo mataron a
pedradas (Hechos 7:54–60).
B. Desde Jerusalén hacia toda Judea. La segunda etapa del crecimiento de la
Iglesia comenzó con una violenta persecución contra la iglesia de Jerusalén. Casi
todos los creyentes huyeron de la ciudad (Hechos 8:1).
Dondequiera que iban los cristianos, daban testimonio; y el Espíritu Santo usaba el
testimonio de ellos para ganar a otras personas para Cristo (Hechos 8:3 y siguientes).
Por ejemplo, otro de los siete ayudantes de los apóstoles, llamado Felipe, le habló a
un funcionario etiope, quien se convirtió a Cristo y llevó las buenas nuevas a su patria
(Hechos 8:26–39).
En este punto, la Biblia describe la conversión de Saulo de Tarso. Antes de su
conversión, Saulo perseguía a la Iglesia. Obtuvo cartas de los líderes judíos de
25
Jerusalén, que lo autorizaban para seguir a Damasco con el fin de asegurarse de que
los cristianos de allí fueran encarcelados y sentenciados a muerte. En el camino,
Cristo lo derribó y lo amonesto. Saulo se rindió y así comenzó una vida nueva en la
cual habría de usar su nombre romano, Pablo, en vez de su nombre judío, Saulo. Dios
lo condujo ciego a Damasco, y allí le envió a un cristiano llamado Ananías. Por medio
de Ananías, Pablo recuperó la vista y fue lleno del Espíritu Santo. Comenzó a predicar
a Jesús en la sinagoga de los judíos, y sus líderes lo obligaron a irse de Damasco. En
algún momento posterior, fue a Jerusalén (vea Gálatas 1:17–2:2), donde estableció
una relación de trabajo con los apóstoles.
La calle llamada Derecha. Un pequeño arco es lo único que queda de la antigua puerta de la
ciudad que había en Damasco en la época de Pablo. Por este arco se entra hacia “la calle llamada
Derecha”, donde estuvo Pablo inmediatamente después de su conversión.
También debemos poner atención al ministerio de Pedro, que se caracterizó
especialmente por los milagros. En Lida, sanó a un hombre llamado Eneas (Hechos
9:32–35). En Jope, Dios lo usó para resucitar a Tabita (Hechos 9:36–42). Finalmente,
Dios le dio una visión mediante la cual lo envió a Cesárea, donde les presentó el
Evangelio a los gentiles (Hechos 10:9–48).
26
Pedro fue el principal líder de los apóstoles, y su ministerio reanimaba el
entusiasmo de la Iglesia primitiva. Un apóstol era una persona a quien Cristo había
escogido a fin de prepararla de manera especial para el ministerio (Gálatas 1:12). Los
apóstoles colocaron el fundamento de la Iglesia al predicar el Evangelio de Cristo (vea
Efesios 2:20; 1 Corintios 3:10, 11; Judas 3, 20. Vea también el capítulo 7 de esta obra,
que se titula “Los apóstoles”).
En este punto, el registro de la historia bíblica se vuelve brevemente hacia la
expansión del Evangelio entre los gentiles de Antioquía (Hechos 11:19–30). Luego
leemos acerca del martirio de Jacobo en Jerusalén, y de la manera como Pedro fue
milagrosamente librado de la cárcel (Hechos 12:1–19).
C. Desde Antioquía hasta Roma. El resto del libro de los Hechos describe la
expansión de la Iglesia por medio del ministerio del apóstol Pablo. Bernabé llevó a
Pablo a Antioquía (Hechos 11:19–26). Fue allí donde el Espíritu Santo llamó a Bernabé
y a Pablo para que fueran misioneros, y la iglesia los ordenó para esta tarea (Hechos
13:1–3).
El mapa titulado “El primer viaje misionero de Pablo” traza la ruta de la primera
campaña de los misioneros para fundar iglesias. (Vea también todo el capítulo 9, que
se titula: “Pablo y sus viajes”.) Por lo general, Pablo y Bernabé comenzaban
predicando en una sinagoga judía de la localidad. Así que la iglesia primitiva se
componía fundamentalmente de los judíos que se convertían, y de los “temerosos
de Dios”, los cuales eran gentiles que adoraban a Dios junto con los judíos. En el
primer viaje hubo una dramática confrontación con el mal, cuando Dios usó a Pablo
para derrotar al mago Elimas (Hechos 13:6–12). El joven Juan Marcos acompañó a
Pablo y Bernabé, pero en Perge decidió volverse. Esto tuvo que haber desilusionado
mucho a Pablo (vea Hechos 15:38).
Lea el sermón que Pablo pronunció en la sinagoga de Antioquía de Pisidia (Hechos
13:16–41). En él da un breve resumen de la historia de la redención, y destaca su
cumplimiento en Jesucristo. Declara que creer en Cristo es la única manera de
librarse del pecado y de la muerte (versículos 38, 39).
En Listara, los judíos hostiles alborotaron a las multitudes de tal modo que
apedrearon a Pablo y pensaron que estaba muerto (Hechos 14:8–19). El viaje terminó
27
cuando Pablo y Bernabé regresaron a Antioquía, donde informaron acerca de todo
lo que Dios había hecho por medio de ellos, y cómo se había extendido la fe a los
gentiles (Hechos 14:26–28).
Más tarde surgió un serio desacuerdo en la Iglesia. Algunos cristianos sostenían
que los gentiles que se habían convertido debían seguir las leyes del Antiguo
Testamento, particularmente la que se refiere a la circuncisión. Finalmente, el asunto
fue presentado ante una asamblea de dirigentes de la iglesia de Antioquía y la de
Jerusalén. Dios dirigió a este concilio, que se reunió en Jerusalén, a fin de que
declarara que los gentiles no tenían que guardar la ley para ser salvos. Se indicó que
los nuevos convertidos se abstuvieran de comer cosas sacrificadas a los ídolos, sangre
y animales estrangulados (Hechos 15:1–29), a fin de no ofender a los judíos
convertidos. El concilio envió una carta a la iglesia de Antioquía, la cual la leyó y la
aceptó como voluntad de Dios.
Pronto decidió Pablo ir a visitar todas las iglesias que él y Bernabé habían fundado
en el primer viaje misionero. Fue así como comenzó el segundo viaje misionero
(Hechos 15:40, 41). Notemos especialmente la visión que Dios le dio a Pablo en Troas,
mediante la cual los llamó a él y a sus compañeros para que fueran a Macedonia
(Hechos 16:9, 10). En Macedonia, ellos guiaron hacia la fe en Cristo a los “temerosos
de Dios” (gentiles que habían creído en El) y a los judíos.
Un día, los misioneros encontraron a una esclava que estaba poseída por
el demonio. Los propietarios de ella obtenían gran ganancia por cuanto ella tenía la
capacidad de adivinar la suerte.
Pablo echó los demonios fuera de la muchacha, y ella perdió sus facultades de
adivinar; así que los propietarios de ella arrestaron a los misioneros (Hechos 16:19–
24). Mientras estaban en la cárcel, por medio del testimonio de Pablo y sus amigos,
se convirtió el carcelero. Fueron puestos en libertad por la mañana, y se marcharon
a Tesalónica, donde se convirtieron muchas personas por el ministerio de ellos. Luego
pasaron a Berea, donde también tuvieron un gran éxito (Hechos 17:10–12). En
Atenas, Pablo predicó un extraordinario sermón a los filósofos griegos, en el
Areópago.
28
Corinto. Estas son las ruinas del templo dedicado a Apolo, las cuales constituyen un mudo
testimonio del culto pagano que había en Corinto. A la iglesia de este lugar dirigió Pablo dos de
sus primeras epístolas. Situada en el estrecho istmo de Acaya, Corinto tenía dos puertos: uno en
el mar Egeo y otro en el mar Adriático. Era una importante encrucijada del mundo antiguo.
La siguiente parada fue Corinto, donde Pablo y sus amigos permanecieron año y
medio. De allí volvieron a Antioquía, pero de regreso pasaron por Jerusalén (Hechos
18:18–22). Durante todo este tiempo, Pablo y sus compañeros continuaron
predicando en las sinagogas, y se enfrentaron a la oposición de algunos judíos que
rechazaban el Evangelio (Hechos 18:12–17).
29
En el tercer viaje misionero, Pablo fue a muchas de las ciudades que había visitado
en el segundo. También hizo una rápida visita a las iglesias de Gatada y Frigia (Hechos
18:23).
En Efeso bautizó en agua a doce creyentes, y ellos redbieron el bautismo del
Espíritu Santo. Enseñó allí en la escuela de Tirano por casi dos años (Hechos 19:1–
10).
De Efeso, pasó a Macedonia y finalmente regresó a Filipos. Luego de una breve
estadía en Filipos, viajó a Troas. Allí un joven llamado Eutico se quedó dormido
mientras escuchaba uno de los sermones de Pablo; cayó al suelo desde la ventana de
un tercer piso y murió. Dios obró por medio de Pablo para resucitarlo (Hechos 20:7–
12). Desde allí, los misioneros pasaron por Mileto, hacia Cesarea, donde el profeta
Agabo predijo que a Pablo lo esperaba el peligro en Jerusalén.
En Jerusalén, Pablo se enfrentó a la aflicción y a la cárcel. En la Biblia se registra
un discurso que él pronundó allí en defensa de la fe cristiana (Hechos 22:1–21). Al
fin, fue enviado a Roma para ser juzgado. En el viaje a Roma, el barco que lo llevaba
naufragó en la isla de Malta (“Melita”). Allí una víbora mordió a Pablo, pero él no
redbió ningún daño (Hechos 28:3–6). Después sanó al padre de Publio, el líder
político de la isla (Hechos 28:7, 8). Después de pasar tres meses en Malta, Pablo y los
soldados que lo custodiaban se hicieron a la vela para dirigirse a Roma.
El libro de los Hechos termina con las actividades de Pablo en Roma, Leemos que
les predicó a los prindpales judíos allí (Hechos 28:17–20). Vivió dos años en una casa
alquilada, y les predicaba continuamente a las personas que lo visitaban (Hechos
28:30, 31). Si quiere una descripción más detallada de la vida de Pablo, vea el capítulo
9 de esta obra: “Pablo y sus viajes”.
Con esto termina la historia bíblica de la redención. El Evangelio había sido
plantado eficazmente en suelo gentil, y ya se habían escrito la mayor parte de las
Epístolas del Nuevo Testamento. La Iglesia se hallaba en el proceso de separarse de
la sinagoga judía y de convertirse en una organizadón con características propias.
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2
Cronología del Nuevo Testamento
del tiempo. Necesitamos saber las fechas de los acontecimientos bíblicos, a fin de
que nos ayuden a comprender la relación de estas revelaciones divinas con otros
sucesos históricos.
La palabra cronología viene del término griego clásico jrónos, que significa
tiempo, considerado como una corriente que fluye, que no puede detenerse, pero
que puede medirse. La cronología es sencillamente la fijación de fechas para los
sucesos históricos dentro de la “corriente” del tiempo. La Biblia dedica mucho
espacio a lo relacionado con la cronología.
Por ejemplo, los profetas pusieron fecha a sus escritos para indicar el marco
histórico de su mensaje. Los datos cronológicos que ellos nos ofrecen nos ayudan a
comprender por qué Dios dijo lo que dijo, y por qué hizo lo que hizo en cada ocasión
en particular.
El pueblo judío seguía su calendario con gran cuidado. El antiguo Israel tenía un
calendario lunar que fijaba las fiestas religiosas en ciertas estaciones del año. Los
israelitas recogían la cosecha de cebada en la primavera, durante el mes de Abib, el
primer mes del año religioso (Exodo 23:15). Después del exilio, le llamaron a este mes
Nisán. Celebraban la fiesta de las Semanas durante el mes de Siván, en el cual
comenzaba la cosecha del trigo correspondiente al verano (Exodo 34:22). La fiesta de
la Cosecha, o de los Tabernáculos, coincidía con la cosecha general que ocurría en el
otoño, en el mes de Etanim, que posteriormente se llamó Tisri (Exodo 34:22). Por lo
general, los meses de ellos tenían 30 días de duración. No obstante, puesto que cada
mes se contaba a partir del día de la luna nueva, algunas veces el calendario exigía
31
un mes de 29 días. El calendario lunar tenía once días menos que el año solar, y sin
embargo, tenía que igualarse con las estaciones del año; así que los israelitas tenían
que agregarle al año algunas veces un decimotercer mes. Esto les concedía algunos
días extra, como en los años bisiestos. Esta norma de insertar días en años bisiestos
se repetía en ciclos de 19 años.
Cuando llegamos al Nuevo Testamento, hallamos que se incluye un número
importante de detalles cronológicos. Ahora bien, tal como ocurrió en el Antiguo
Testamento, el Nuevo no nos ofrece fechas que pudiéramos tomar en la misma
forma como tomamos las de nuestro calendario.
La vida de Jesús
Por el hecho de que el pueblo judío—al igual que todos los pueblos antiguos—no
se regía por el calendario que se usa hoy, tenemos que tener mucho cuidado al fijar
la fecha de los acontecimientos de la vida de Jesús.
Afortunadamente, se pueden usar el Nuevo Testamento y varias fuentes seculares
para hallar las fechas aproximadas de dichos sucesos.
A. Su nacimiento. Cuando nadó Jesús, Herodes el Grande era el rey de Judea
(Mateo 2:1). Josefo, en su obra Antigüedades, dice que hubo un eclipse de luna
precisamente antes de la muerte de Herodes (libro XVII, capítulo xiii, sección 2). Esto
pudiera referirse a cualquiera de los tres eclipses que ocurrieron entre el 5 y el 4 a.C.;
lo más probable es que se refiera al del 12 de marzo del año 4 a.C. Además, este
historiador judío afirma que el rey murió exactamente antes de la Pascua (libro XVII,
capítulo vi, secdón 4), y que la Pascua ocurrió el 11 de abril del año 4 a.C. Así que
tenemos que llegar a la conclusión de que Herodes murió a prindpios de abril de ese
año.
Los sabios del Oriente acudieron a adorar al Mesías de Dios, pero cuando ellos no
regresaron para informar a Herodes, éste ordenó a sus soldados que mataran a los
niños menores de dos años que hubiera en Belén (Mateo 2:16). Esto sugiere que
Jesús nació en el año 6 ó en el 5 a.C., y que tenía uno o dos años de edad cuando
Herodes murió. Probablemente, Jesús nadó en el 5 a.C., y fue llevado a Egipto en
algún momento del 4 a.C.
32
No sabemos cuál fue el mes exacto ni el día preciso en que Jesús nació. No es muy
probable que haya nacido el 25 de diciembre. La iglesia de Roma escogió ese día para
celebrar su nacimiento, en el siglo segundo o tercero, con el objeto de opacar
completamente una festividad pagana que tradicionalmente se celebraba ese día.
Antes de esa fecha, la iglesia ortodoxa oriental había decidido celebrar el nacimiento
de Cristo el 6 de enero, día de la Epifanía. Pero, ¿por qué establecer una fecha en el
invierno? Lo menos probable habría sido que los pastores hubieran estado cuidando
sus rebaños en esa época del año, en las laderas de las montañas. Es más probable
que Jesús nadera en otoño o en primavera.
Muchos eruditos piensan que la estrella de Belén (Mateo 2:2) fue un suceso
astronómico. Dicen que tal vez aquel fuera el momento en que los planetas Saturno
y Júpiter cruzaron sus órbitas en el firmamento. Eso ocurrió en el año 7 ó en el 6 a.C.
Otros anotan el hecho de que en los registros chinos se habla de una estrella muy
brillante, o cometa, que apareció allá entre el 5 y el 4 a.C., pero la teoría de ellos
presenta grandes problemas. La Escritura dice que la estrella guió a los magos en su
camino y aun les indicó la casa, de tal modo que ellos no se equivocaran (Mateo 2:9,
10). Aunque la estrella en verdad despertó el interés de estos magos, no nos ayuda a
determinar cuándo nació Jesús.
B. El comienzo de su ministerio. El Nuevo Testamento nos dice mucho acerca del
ministerio público de Jesús; pero de nuevo tenemos que correlacionar estas
afirmaciones con fuentes externas para determinar las fechas.
La carrera de Juan el Bautista se cruzó con la de varios personajes históricos de
Judea y del imperio romano (Lucas 3:1). Para nuestros propósitos, la figura más
importante fue Tiberio César, quien según Lucas, tenía cuatro años en el desempeño
de sus funciones cuando comenzó el ministerio de Juan. Josefo indica que Tiberio
llegó a ser emperador a la muerte de Augusto, en el 14 d.C. (Antigüedades, libro XVIII,
capítulo ii, sección 2). Así que su año 15 hubiera sido el 28 ó 29, lo cual depende de
si Josefo basó su sistema de fechas en el día de la ascensión al trono o en un día
distinto. Juan y Jesús comenzaron su ministerio más o menos al mismo tiempo.
Supongamos que Jesús desarrolló un ministerio de tres años y medio, y que tenía
33
como treinta años de edad, tal como lo dice Lucas 3:23, cuando lo comenzó. De
inmediato surge un problema: la fecha que da Josefo para
Tiberio nos exige que coloquemos la muerte de Jesús entre el año 31 y el 32 d.C.; y
que cambiemos la fecha de su nacimiento al año 3 ó al 2 a.C., la cual, como ya vimos,
es una fecha muy tardía.
Sin embargo, este problema no es insuperable. Sabemos que Tiberio gobernó
junto con Augusto César durante unos dos o tres años antes de la muerte de éste.
Esto significa que él comenzó a ejercer sus obligaciones oficiales alrededor del año
11 ó 12 d.C.; y si calculamos de este modo, el año decimoquinto de su imperio llegaría
a ser el 26 ó el 27 d.C. Es probable que la mejor fecha que se pueda fijar para el
comienzo del ministerio de Juan el Bautista y de Jesús sea el año 26 a.C., por cuanto
así cuadra con la fecha del nacimiento alrededor del 5 ó 6 a.C.
La Biblia dice que Jesús tenía como treinta años de edad cuando comenzó su
ministerio inmediatamente después de ser bautizado (Lucas 3:1, 2, 21–23). Pero,
¿qué significan las palabras “como de treinta años”? Los sacerdotes comenzaban su
ministerio a los treinta años de edad, pero Jesús no era un sacerdote levítico, ni
estaba atado a esta norma. Por otra parte, era una edad respetable. Desde el punto
de vista judío, un hombre de treinta años de edad no era demasiado joven para
desempeñar una posición de autoridad espiritual, y sin embargo, no era demasiado
viejo para desarrollar un ministerio vigoroso. Debemos aceptar el hecho de que Jesús
comenzó su ministerio muy cerca de la edad de 30 años.
EL PERIODO INTERTESTAMENTARIO
PALESTINA/JUDEA Fecha
a.C.
PERSIA
Regreso de Esdras a Jerusalén 458
Regreso de Nehemías a Jerusalén 444
Comienzo del ministerio de Malaquías 430
GRECIA
332 Toma de Jerusalén por Alejandro
34
323 Muerte de Alejandro
EGIPTO
323 Comienza gobierno de Ptolomeo Soter
Simón es nombrado sumo sacerdote 300
Eleazar es nombrado sumo sacerdote 291
285 Comienza gobierno de Ptolomeo
Filadelfo
Onías II es nombrado sumo sacerdote 250
247 Comienza gobierno de Ptolomeo
Evergetes
222 Comienza gobierno de Ptolomeo Filopáter
204 Comienza gobierno de Ptolomeo Epífanes
SIRIA
198 Anexión de Palestina a la jurisdicción de
Antioco el Grande
187 Comienza gobierno de Seleuco IV
Onías III es nombrado sumo sacerdote 180
175 Comienza gobierno de Antíoco Epífanes
Jasón compra el sumo sacerdocio 170
Se intensifica la opresión contra los judíos 168
Profanación del templo
Comienzo de la revuelta de los Macabeos
contra el dominio Sirio. Judas
Macabeo
167
asume liderazgo de la revuelta 166
35
164 Comienza gobierno de Antíoco V Eupátor
162 Comienza gobierno de Demetrio I Soter
Muerte de Judas Macabeo
Jonatán Macabeo sucede a Judas
161
Asesinato de Jonatán
Simón Macabeo sucede a Jonatán
144
143 Comienza gobierno de Antíoco VII Sideto
Asesinato de Simón 135
Juan Hircano sucede a Simón
130 Expulsión de los sirios
Aristóbulo I sucede a Juan Hircano 104
Alejandro Janeo sucede a Aristóbulo I 103
Muerte de Alejandro Janeo
Alejandra, esposa de Alejandro Janeo,
lo sucede.
78
Muerte de Alejandra
Hircano II sucede a Alejandra
69
Conflicto de Aristóbulo II con Hircano II
(68–40 a.C.)
68
ROMA
Caída de Judea en manos de Roma 63 Pompeyo establece el protectorado
romano
59 El primer triunvirato: Pompeyo, César y
Craso
54 Saqueo del templo por parte de Craso
48 Muerte de Pompeyo
Comienza gobierno de Julio César
Antípater designado gobernador de Galilea 47
44 Asesinato de Julio César
36
Muerte de Antípater
Herodes llega a rey de Judea
37
33 Estalla la guerra entre Octavio y Antonio
31 Suicidio de Antonio y Cleopatra
Herodes mata a Mariamne 29
27 Octavio se convierte en el César Augusto
Herodes comienza reconstrucción del
templo
19
Nacimiento de Juan el Bautista 6
Nacimiento de Jesucristo 5
Cuadro 1
El tiempo de la reconstrucción del templo por parte de Herodes confirma nuestra
fecha para el comienzo del ministerio de Jesús. La historia romana indica que Herodes
llegó a ser rey de Judea en el 37 a.C. Josefo dice que los judíos comenzaron a restaurar
el segundo templo en el año 18 del reinado de Herodes, o sea en el 19 a.C. (37 a.C.,
menos 18). Cuando Jesús acudió a la Pascua en Jerusalén, el pueblo le dijo que ya
tenían 46 años de estar en su reconstrucción (Juan 2:13, 20). Esto colocaría la primera
visita de Jesús a Jerusalén en el 27 d.C. Suponemos que Jesús ya había comenzado su
ministerio cuando visitó a Jerusalén; así que habría comenzado ese ministerio en
algún momento del otoño del 26 d.C.
C. La duración de su ministerio. Muchos sucesos ordinarios de la vida judía
aparecen en el ministerio de Jesús. El más prominente de éstos era la fiesta de la
Pascua. El Evangelio según Juan menciona tres pascuas durante el ministerio de Jesús
(Juan 2:13; 6:4; 12:1). A. T. Robertson, en su obra Harmony of the Gospels (Armonía
de los evangelios), señala que Juan 5:1 se refiere también a la fiesta de la Pascua.
Puesto que Jesús comenzó su ministerio antes de la primera de las cuatro pascuas, la
duración de su rninisterio fue de tres años y medio: comenzó en algún momento del
otoño del 26 d.C., y concluyó en la Pascua de la primavera del 30 d.C.
37
¿Podemos lograr mayor precisión con respecto a la fecha de la muerte de Jesús?
Tal vez sí. El calendario judío indica que la Pascua se celebró el 7 de abril del 30 d.C.
La tradición dice que Jesús fue crucificado en viernes; eso colocaría la celebración de
la Pascua el jueves al anochecer, el 14 de Nisán en el calendario judío. Algunos
eruditos, sin embargo, piensan que la crucifixión ocurrió el jueves, o aun el miércoles.
Y hay otro problema: ¿Comió Jesús realmente una cena de Pascua, o sólo cierta
clase de cena significativa? Es inconcebible que Jesús hubiera enviado a sus discípulos
a preparar la Pascua (Lucas 22:8, 13), sin esperar que ellos ofrecieran el sacrificio
apropiado en el templo y sirvieran una verdadera mesa de Pascua. Cualquier otra
fiesta hubiera sido inconcebible en esa época del año.
El ministerio de Jesús
Nota:Esta división de su ministerio
sigue las sugerencias de A. T.
Robertson en su obra
Harmony of the Gospels
© omas Nelson, Inc.
38
¿Y cómo calculaba el pueblo judío la luna nueva, que es la que establece la fecha
para comer la Pascua? (Ellos celebraban la fiesta de la Pascua catorce días después
de la luna nueva del primer mes, es decir Nisán.) Si establecieron el día de la luna
nueva mediante un cálculo astronómico, es posible que celebraron la Pascua el 7 de
abril del 30 d.C.) pero si utilizaron la observación visual de la luna nueva para
determinar la fecha de la Pascua, pueden haber cometido algún error. A. T.
Robertson defiende la fecha tradicional de la Pascua—7 de abril de 30 d.C.—por
cuanto esta nos permite armonizar las narraciones de los evangelios sinópticos
(Mateo, Marcos y Lucas) con el Evangelio según Juan. El cuadro 3 indica cómo se
entrelazan estas fechas con las diversas fases del ministerio de Jesús.
El ministerio de Pablo
La cronología de la vida de Pablo no puede determinarse con tanta precisión como
la de Jesús, pero podemos lograr una buena aproximación, Las alusiones a la vida de
él que se hallan en el libro de los Hechos y en sus epístolas, especialmente la epístola
a los Gálatas, nos dan mucha información útil. Pablo nació en Tarso, probablemente
durante los últimos días de Herodes, o en los primeros años de su hijo Arquelao. A
través de su padre, quien era un judío estricto de la tribu de Benjamín, recibió el gran
privilegio de la ciudadanía romana. Según la costumbre, se le enseñó un oficio, el de
hacer tiendas, y fue bien educado a los pies de Gamaliel.
Un cambio conmovedor se produjo en la vida de Saulo—posteriormente conocido
con el nombre de Pablo—en el 36 d.C., mientras viajaba hacia Damasco para
perseguir a los cristianos. Oyó la voz de Jesús, que le hablaba desde una luz cegadora
que descendía del cielo, y quedó ciego. En los sucesos que siguieron, volvió a recibir
la vista, fue “lleno del Espíritu Santo”, fue bautizado y confesó a Jesús como el Hijo
de Dios (Hechos 9:17–20). Los siguientes tres años los pasó en Arabia. De allí regresó
a Damasco. El primer viaje que hizo a Jerusalén, ya siendo cristiano, ocurrió en el 40
d.C. Los siguientes años de su vida los pasó en Siria y Cilicia, la mayor parte de ese
tiempo en Tarso, sitio donde se hallaba su hogar (Gálatas 1:21).
Bernabé, un líder de la iglesia primitiva, fue enviado por los creyentes de Jerusalén
para observar la situación en Antioquía. Allí un gran número de gentiles estaba
39
respondiendo al Evangelio. Bernabé, quien probablemente sabía muy bien que Pablo
había sido llamado para predicar a los gentiles, lo buscó y lo llevó de Tarso a Antioquía
en el 46 d.C. Cerca de un año después, la iglesia de Antioquía envió un donativo a la
de Jerusalén por mano de Pablo y de Bernabé. Este fue el segundo viaje de Pablo a
Jerusalén después de ser cristiano.
CRONOLOGIA DEL NUEVO TESTAMENTO
SUCESOS BIBLICOS Fecha SUCESOS POLÍTICOS a.C.
Nacimiento de Juan el Bautista 6
Nacimiento de Jesús 5
4 Muerte de Herodes
Reinado de Arquelao, Herodes
Antipas y Herodes Felipe d.C.
7 Anás es nombrado sumo sacerdote
Visita de Jesús al templo 8
14 Muerte de Augusto
14 Muerte de Augusto
Exaltación de Tiberio César
17 Caifás es nombrado sumo sacerdote
Juan el Bautista comienza ministerio 27 Encuentro de Herodes Antipas con
de predicación Herodías en Italia
Bautismo de Jesús Herodías en Italia
Comienzo del ministerio de Jesús
Encarcelamiento de Juan el Bautista 28 Matrimonio de Herodes Antipas con
Herodías
Decapitación de Juan el Bautista 29
Crucifixión de Jesús 30
Martirio de Esteban 36
40
Conversión de Pablo
Dispersión de los cristianos
37 Muerte de Tiberio
Exaltación de Caligula
Visita de Pedro a las iglesias 39
Saulo completa tres años de 40
permanencia en Arabia
Visita de Saulo a Jerusalén
Conversión de Comelio 41 Muerte de Calígula
Exaltación de Claudio
Extensión del Evangelio a Antioquía 42
43 Herodes Agripa I llega a rey
Martirio de Jacobo, hijo de Zebedeo 44 Muerte de Herodes Agripa I
Bernabé lleva a Saulo para Antioquía 46
Saulo y Bernabé llevan las 47
contribuciones de Antioquía a la
iglesia de Jerusalén
Primer viaje misionero de Pablo y 48–49
Bernabé
Concilio de Jerusalén 50
Se escribe el evangelio según Marcos
El segundo viaje misionero 51–53
Se escriben las dos epístolas a los
Tesalonicenses
52 Félix es nombrado procurador de
Judea
Cuarta visita de Pablo a Jerusalén 54 Muerte de Claudio
Exaltación de Nerón
41
Tercer viaje misionero de Pablo comienza
Llegada de Pablo a Efeso
Se escriben las dos epístolas a los Corintios 54–57
Llegada de Pablo a Corinto
Se escribe la epístola a los Romanos
Se escribe la epístola a los Gálatas
57
Arresto de Pablo 58
Se escribe el evangelio según Lucas 58–63
Pablo es enviado a Roma 60 Festo sucede a Félix
Llegada de Pablo a Roma 61
Se escriben las epístolas a Filemón,
Colosenses, Efesios y a los
Filipenses
62 Albino sucede a Festo
Liberación de Pablo en Roma
Se escriben los Hechos de los
Apóstoles
Visita de Pablo a Filipos (¿y Asia
Menor?)
Viaje de Pablo a España (¿?)
63
Se escribe la primera epístola de Pedro 64 Floro sucede a Albino
Regreso de Pablo a Asia Menor
Se escribe la segunda epístola de Pedro
66
Viaje de Pablo a Macedonia
Se escribe la primera epístola a
Timoteo
Visita de Pablo a Creta
Se escribe la epístola a Tito
67
Segundo encarcelamiento de Pablo 68 Muerte de Nerón
Se escribe la segunda epístola a
Timoteo
42
Martirio de Pablo
Se escribe la epístola a los Hebreos
70 Destrucción de Jerusalén y del templo
por los romanos
Dispersión de los judíos por todo el imperio
romano.
Se escribe el evangelio según Mateo 75
Se escribe la primera epístola de Juan 85–90
Se escribe el evangelio según Juan 90–100
Se escribe el Apocalipsis 96
Se escribe la segunda epístola de Juan
Se escribe la tercera epístola de Juan 97
Cuadro 2
Después de regresar a Antioquía, Pablo y Bernabé salieron en un viaje misionero
que los llevó a Chipre, Perge, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe (Hechos 13,
14). Esto ocurrió por los años 48 y 49 d.C. Este primer viaje misionero fue el esfuerzo
misionero más fructífero que la Iglesia había hecho hasta ese momento.
El crecimiento de la Iglesia gentil en Antioquía y la respuesta de los gentiles en
otros lugares hicieron que surgiera la pregunta sobre la relación que debía haber
entre los gentiles y la Ley. Los visitantes que llegaban de Jerusalén causaban
perturbación en la iglesia de Antioquía, y Pablo y Bernabé fueron enviados a
Jerusalén para que se resolviera el problema. Este concilio ocurrió alrededor del 50
d.C.
La biblioteca de Alejandría
Alejandro Magno llegó a Egipto en noviembre del 332 a.C. El 20 de
enero del 331 a.C., el mismo Alejandro hizo en las arenas un croquis para
una nueva ciudad que habría de ser el centro de su armada y de la
cultura griega: la ciudad de Alejandría. Incorporaría dentro de sus muros
al antiguo pueblo egipcio de
43
Ratotis y a Neópolis (ciudad nueva). Se encargó a Dinócrates, el
arquitecto de Rodas, la construcción del proyecto.
Alejandría llegó a ser el sitio donde se hallaban tres maravillas del
mundo antiguo: el Faro, que era una gran torre de mármol blanco
colocada en la isla de Faros, la cual estaba conectada con el continente
por medio de una calzada; el Soma, que albergaba el ataúd de oro de
Alejandro; y la más famosa biblioteca del antiguo mundo, la Biblioteca
alejandrina.
La idea de una biblioteca en Alejandría parece haber sido original de
Ptolomeo I Soter (muerto en el 283 a.C.), quien comenzó a reunir
manuscritos para ella. El edificio mismo de la biblioteca probablemente
fue erigido por Ptolomeo II Filadelfo (285–246 a.C.). La mayor parte de
las evidencias arqueológicas de Alejandría que datan de este período se
han perdido, aunque los eruditos que acompañaron a Napoleón
Bonaparte escribieron en 1799 que las ruinas de la ciudad (que habían
servido durante siglos como cantera para nuevas edificaciones) aún
constituían un complejo considerablemente grande. La Alejandría
moderna fue construida en el mismo sitio, y arrasó la mayor parte de las
ruinas, incluso las de la biblioteca.
La librería fue parte del Museo (Mouseion, o Casa de las Musas, una
casa de artes y ciencias), que se hizo según el modelo del liceo de
Aristóteles en Atenas. El Museo era un complejo de edificios conectados
entre sí por medio de largas columnatas. En estos peristilos había cuartos
para estudio, salones para leer y oficinas administrativas donde los
eruditos podían enseñar e investigar. Entre los eruditos que usaron la
biblioteca estuvieron los matemáticos Euclides y Apolonio de Perge, el
geógrafo Eratóstenes (el primero que dijo que el mundo era redondo),
el astrónomo Aristarco de Samos y los investigadores médicos Ersístrato
y Eudemo.
El edificio de la biblioteca tenía dos partes: “la biblioteca dentro del
palacio” (Brucheion) y la “biblioteca fuera del palacio” (Serepheum), que
era más pequeña. En el año 250 a.C., el Brucheion tenía 400.000
“volúmenes mixtos” (rollos largos que contenían más de una obra) y
90.000 volúmenes que contenían una sola obra. En el Serepheum había
42.800 volúmenes. Este servía a los estudiantes y ciudadanos ordinarios.
Ptolomeo II también dio órden a sus soldados de que se apoderaran
de cualesquiera libros que hallaran en los barcos que descargaban en
44
Alejandría. Estos libros eran entonces copiados y se devolvía una copia a
los propietarios. Los libros que se recibían de esta manera estaban
marcados con las palabras “de los barcos”. El antiguo escritor Galeno
contó que Ptolomeo III Evergetes consiguió de modo fraudulento que los
atenienses le prestaran las copias de las tragedias—las que los actores
usaban para sus representaciones—, y luego, como castigo perdió el
depósito de garantía que era de quince talentos, al quedarse con la copia
original y también con la que había hecho.
Los libros se guardaban primero en depósitos hasta que pudieran ser
procesados. Los trabajadores de la biblioteca tenían gran cuidado en
marcar las copias, a fin de indicar la fuente de cada manuscrito. Los libros
se podían clasificar por su origen geográfico, por el nombre del corrector
o editor de la copia, o por el nombre del propietario. Se dice que
Calímaco, quien pudo haber sido uno de los principales bibliotecarios
compiló un documento que llamó Pinates, para los usuarios de la
biblioteca. El Pinakes tenía el siguiente subtítulo: “Listas de aquellos que
fueron notables en todo aspecto de la cultura, y de sus escritos.”
La decadencia del Museo y de la biblioteca parece haber comenzado
alrededor del 100 d.C., en medio de las guerras y de la intranquilidad
civil. Parece que el Brucheion fue quemado, de manera accidental, por
Julio César, en la guerra de Alejandría, que ocurrió en el 48 a.C. Aunque
se perdió mucho material cuando fue destruido el Brucheion, Marco
Antonio compensó la pérdida al dar a Cleopatra 200.000 manuscritos
procedentes de la biblioteca de Pérgamo. A partir de este tiempo, el
Serepheum tomó el lugar del Brucheion como la biblioteca real.
La biblioteca cayó en una decadencia aún mayor después del
comienzo de la era cristiana. La volvió a incendiar el emperador romano
Aurelio, en el 273 d.C., cuando reconquistó a Egipto. Lo que quedó de la
biblioteca fue destruido finalmente por Omar, el conquistador
musulmán, en el 645 d.C.
Cuando Pablo y Bernabé regresaron a Antioquía, planearon otro viaje. No
pudieron ponerse de acuerdo en cuanto a llevar o no a Juan Marcos con ellos; por
tanto, decidieron separarse. Pablo escogió a Silas como compañero y emprendió su
segundo viaje misionero. Este viaje por Galacia, Macedonia y Acaya abarcó los años
51 a 53 d.C. Pablo se detuvo unos dieciocho meses en Corinto, desde donde escribió
las dos epístolas a la iglesia de Tesalónica.
45
Cuando salió de Corinto, llevó consigo a Priscila y Aquila, a quienes dejó en Efeso.
De allí viajó a Jerusalén, para realizar allá su cuarta visita, en el 54 d.C. Luego de
cumplir unas apresuradas visitas a Jerusalén y Antioquía, inició su tercer viaje
misionero. Parece que pasó cerca de tres años en Efeso (54–57 d.C.). Aunque tuvo
un gran éxito, su experiencia en este lugar estuvo llena de oposición y peligro. El
problema que había en Corinto aumentaba sus preocupaciones. Las dos epístolas que
dirigió a los corintios las escribió desde este lugar.
El templo de Herodes. El doctor Conrad Shick construyó este modelo a escala del templo de
Jerusalén, tal como pudo haberse visto después del programa de restauración total de Herodes
(19 a.C.–63 d.C.). El modelo refleja información tomada de escritores judíos antiguos y
procedente de los hallazgos arqueológicos en la zona del templo.
Al salir de Efeso, viajó a Corinto para permanecer allí tres meses. Tal vez escribió
desde allí la epístola a los Gálatas, y con seguridad escribió en este tiempo su Epístola
a los Romanos. Poco después hizo su quinta visita a Jerusalén.
46
Pronto fue arrestado en Jerusalén, y enviado a Cesarea, donde fue encarcelado
durante dos años (58–60 d.C.). Como no vislumbraba ninguna solución a los cargos
que se le hacían, apeló a César y fue enviado a Roma. Mientras estaba custodiado—
parte del tiempo en su propia casa alquilada (Hechos 28:30)—escribió las epístolas a
los Efesios, Colosenses, Filipenses y a Filemón. Después de dos años de
encarcelamiento en Roma (61–63 d.C.), tal como se menciona en Hechos 28:30, no
tenemos ningún registro objetivo que nos diga a dónde fue ni qué hizo. La tradición
dice que predicó el Evangelio en “el extremo Oeste”, supuestamente en España. Se
cree que visitó Creta (Tito 1:5), Efeso (1 Timoteo 1:3) y Nicópolis (Tito 3:12), en
Macedonia, desde donde le escribió a Tito.
La primera epístola de Clemente, que fue escrita poco antes del año 200 d.C.,
afirma que Pablo fue tomado prisionero en Macedonia una vez más alrededor del 67
d.C., y fue enviado a Roma, donde padeció un segundo período de encarcelamiento.
Se cree que desde allí escribió su última epístola, la segunda a Timoteo, y que murió
mártir por mandato de Nerón en la primavera o el verano del 68 d.C.
Entre las claves para establecer las fechas del ministerio de Pablo se incluyen la
sucesión de Félix por Festo (Hechos 24:27; 25:1), la cual ocurrió aproximadamente
en el 60 d.C., y el fin de las funciones de Galión como procónsul de Acaya, alrededor
del 56 d.C. La mayor parte de su ministerio transcurrió durante la relativa paz del
reinado de Claudio (41–54 d.C.). Algunos colocan su muerte antes del año 68 d.C. Hay
eruditos que no creen que él saliera libre de su primer encarcelamiento en Roma;
creen que fue sentenciado a muerte en la época en que concluye el libro de los
Hechos, alrededor del 64 d.C.
3
47
se llamaban helenos. La más influyente de las ciudades-estado de los griegos fue
Atenas, la cual dio la mayor inspiración a las hazañas del imperio griego, que pronto
habría de extenderse a través de territorios casi tan amplios como los que hoy
constituyen los Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando hablamos de la cultura helénica nos referimos a los logros culturales de
los griegos, los cuales llegaron a su punto culminante en Atenas, en el siglo quinto
a.C. La expresión “cultura helénica” se refiere a las artes, el comercio y el
pensamiento de la Grecia continental, tal como había sido influida por Atenas. La
“cultura helenística” es el subsiguiente desarrollo de la cultura griega entre otros
pueblos situados al este del Mediterráneo, en los cuales se reflejó la cultura que
comenzó en Atenas. Este sistema de vida griego fue llevado hasta la India por los
ejércitos de Alejandro Magno. Permaneció suficiente tiempo en Egipto, Palestina,
Asia Menor y Persia como para influir en su religión, su gobierno, su lengua y su arte.
Historia griega primitiva
La guerra y la intriga política rompieron la uniformidad en la historia primitiva de
Grecia. La capacidad de los griegos para vencer estos problemas indicó su fuerte
carácter y la visión llena de esperanza que tenían de lo futuro.
A. Raíces de la cultura griega. Las islas del mar Egeo y la Grecia continental fueron
habitadas por un pueblo llamado egeo, alrededor del 3000
a.C. Los minoicos habitaban en la isla de Creta. Los pueblos que llamamos griegos no
comenzaron a llegar hasta alrededor del 1900 a.C. Parece que llegaron de la región
de los Balcanes que ahora se llama Bulgaria.
48
Estos pueblos migratorios se trasladaron gradualmente hacia el norte, y llevaron
consigo la lengua; allí se transformó en la lengua germana. También se movieron
hacia el occidente, hacia Italia, donde su lengua se convirtió en la de los romanos. Se
movieron hacia el sur, donde su lengua se convirtió en el griego. Se movieron hacia
el oriente a través de los montes Himalaya hasta la India, donde su lengua se preservó
en el sánscrito. Estos nómadas, con su lengua indoeuropea proveyeron un origen
común para un gran número de civilizaciones. Las palabras que aún permanecen en
las lenguas de una serie de pueblos ampliamente separados dan a entender que tales
lenguas tuvieron un origen común.
Cerámica con figuras en negro. La lucha entre guerreros que aparece en un lado de esta ánfora
(tinaja de dos asas) data de alrededor del 540 a.C. Esta tinaja decorada en negro sobre un fondo
de color claro es un magnifico ejemplo de la cerámica con figuras en negro que se desarrolló en
Atenas, y que fue muy popular hasta que fue suplantada por la cerámica con figuras en rojo en
525 a.C. En este punto de la evolución del arte griego, los dos guerreros están aún en forma
estilizada, pero la cerámica con figuras en negro estaba comenzando a tomar alguna forma de
realismo, relacionada con el mejor arte griego.
El primer grupo de esta gran familia llegó a la península griega alrededor del 1900
a.C.; fueron los llamados aqueos. Algunos se establecieron en las llanuras de Tesalia.
Otros avanzaron hacia la parte que se encuentra más al sur de esa tierra, que se llama
el Peloponeso. Por el 1200 a.C. surgió el rey Agamenón de Micenas, poderosa ciudad-
estado situada en la parte nororiental del Peloponeso, como el líder más destacado
de estos pueblos. Agamenón dirigió una fuerza de ataque contra Troya, ciudad
49
situada en la costa asiática sobre el mar Egeo. El hecho de que él destruyó a Troya
abrió la puerta para que más aqueos emigraran hacia el Asia Menor, donde fundaron
ciudades con pueblos de habla griega.
La emigración de los aqueos con destino al Asia Menor fue probablemente
impulsada por invasiones de otras tribus procedentes de los Balcanes. Los dorios se
movieron hacia Grecia a lo largo de un período de tres siglos (15000–1200 a.C.). Estos
hablaban también una forma del griego, pero era hostiles a los pueblos que se habían
establecido en la península griega. Quemaron a Micenas y otras ciudades, incluso la
ciudad de Cnosos, en Creta (el centro de la civilización minoica). Así destruyeron la
cultura y el comercio que se habían desarrollado firmemente a través de unos 2.000
años.
Sin embargo, los jonios se movieron hacia el lado oriental del Egeo y preservaron
su herencia. Se esparcieron hacia el norte y hacia el sur por el borde de Asia Menor,
en una región que con el tiempo llegó a llamarse Jonia. Homero, el gran poeta griego,
produjo sus grandes obras maestras en esta región en algún momento entre el 900 y
el 700 a.C.
El siguiente pueblo que invadió a Grecia y se estableció allí fue el de los eolios,
quienes ocuparon el oeste de la Grecia central, el norte del Peloponeso y las islas de
mar adentro. No hay seguridad en cuanto al momento exacto en que aparecieron
estos invasores en Grecia.
Mientras Grecia era invadida por pueblos procedentes de los Balcanes a lo largo
de un período de ocho siglos (1900–1100 a.C.), los israelitas se estaban convirtiendo
en una nación. Este período abarca el tiempo de los patriarcas Isaac y Jacob, la estadía
de Israel en Egipto y su salida de Egipto (1446 a.C.), la conquista de Canaán (1339
a.C.) y una gran parte del período de los jueces, el cual terminó en el 1043 a.C.,
cuando Saúl fue ungido rey.
B. Epoca de los reyes. La siguiente etapa en la historia griega primitiva puede
llamarse “época de los reyes” (más o menos entre el 1000 y el 750 a.C.). Las oleadas
de nuevos pueblos que llegaban a Grecia se establecieron a menudo en pueblos y
aldeas junto con sus habitantes originales. Centenares de valles y zonas planas
50
ofrecieron lugares convenientes para establecer centros. Estas ciudades-estado eran
gobernadas por reyes.
La región que se llamaba Atica incluía a Atenas, ciudad que con el tiempo absorbió
las muchas unidades territoriales que estaban alrededor de ella y tenían gobierno
propio. Dice la leyenda que el rey Teseo unificó el Atica bajo el gobierno ateniense, y
obligó a todos a que pagaran impuestos y se inscribieran como ciudadanos de Atenas.
Atenas llegó a ser una ciudad-estado prominente alrededor de 700 a.C. También
otras se desarrollaron, como Megara, Corinto, Argos y Esparta hacia el este y hacia el
sur, y Tebas en el norte. La palabra griega polis que se traduce ciudad, se refería a
todo el estado político que era regido por una ciudad.
Las ciudades-estado luchaban constantemente entre sí, algunas veces una con
otra, y otras veces en grupos que se llamaban ligas. Además de guerrear,
desarrollaban un amplio comercio y hacían exploraciones en todo el Mediterráneo y
aun en lugares tan distantes como las islas Británicas.
Tácticas de guerra de los griegos
El dominio de Grecia sobre el mundo antiguo, y la difusión de la
lengua griega por toda la región del Mediterráneo son dos de los hechos
más asombrosos de la historia. La Grecia moderna sólo es un poco más
grande que el estado de Nueva York. Está llena de montañas y su suelo
es más bien improductivo. Fue muy poca la unidad política que hubo en
la antigua Grecia. Entonces, ¿cuál fue el secreto del gran éxito militar de
los griegos? A continuación se ofrecen unas pocas de las respuestas
posibles:
Los griegos antiguos eran criados para que fueran soldados. En
Esparta, los hijos pertenecían al estado. Los varones defectuosos eran
abandonados en las laderas de las montañas para que murieran. Los
fuertes eran educados por el estado, y la mayor parte de la educación
era sica. A los muchachos se los enseñaba a correr, a luchar, a soportar
dolor sin acobardarse, a vivir con raciones reducidas, a obedecer
órdenes; y también se les enseñaba a gobernar. Se les enseñaban,
además, matemáticas, filoso a, música y amor a la lectura.
51
Estas cualidades pueden verse en algunas famosas batallas griegas.
Cuando Darío I de Persia pensó que era tiempo de conquistar a Grecia,
reunió un numeroso ejército y 600 embarcaciones. Embriagado por el
éxito (acababa de destruir a Mileto), Darío tenía la confianza de que
podía someter a Grecia en el término de unos días.
Los persas desembarcaron en el lado oriental del Atica, en un sitio
cercano a Maratón. Las noticias sobre la batalla que se aproximaba
alarmaron a Grecia. Los esclavos y los libertos fueron reclutados en
Atenas, y se los obligó a marchar a través de las montañas hacia
Maratón. Cuando se reunieron los griegos, sólo eran 20.000. (Los
ejércitos de Esparta se habían demorado, y no llegaron a tiempo.) Los
persas, por su parte, tenían 100.000 fuertes veteranos. Los persaB
llenaron el aire de flechas, pero éstas tuvieron poco efecto, pues los
griegos estaban bien protegidos. Bajo la dirección de Mildades, los
griegos atacaron en grupos. El combate en grupos era algo que los persas
no entendían; ellos peleaban individualmente.
La batalla fue un desastre para Darío. Según los registros griegos,
6.400 persas perdieron la vida, y sólo cayeron 192 griegos.
Al fin de la batalla, llegaron los retardados espartanos y alabaron a los
vencedores. Darío no logró conquistar a Grecia, pero su hijo Jerjes tuvo
el mismo sueño. Este reclutó tropas y reunió materiales de guerra. En el
481 a.C., ya estaba listo. Según Herodoto, este ejército tenía 2.641.000
soldados, además de los esclavos, ingenieros y otros.
Cuando el numeroso ejército marchó hacia el occidente, es decir,
hacia Grecia, pasó por Tracia y por Filipos y Macedonia. En el camino,
tmuchos griegos se rindieron, por temor o ante los sobornos. Estos
griegos permitieron que sus ejércitos llegaran a formar parte del ejército
persa.
En aquella ocasión, se levantó Temístocles, comandante del
contingente ateniense, y pidió a sus marinos que pintaran en las rocas
inmensos avisos que pudieran ser vistos por la flota persa al pasar. Estos
avisos imploraban a los griegos que estaban en la flota enemiga que
desertaran o se negaran a pelear contra su tierra natal. Temístocles sabía
que aunque los marinos griegos no desertaran, Jerjes tendría temor de
emplearlos.
Finalmente, las flotas rivales chocaron y pelearon hasta que las
tinieblas los detuvieron. Muchos griegos se volvieran traidores y les
52
señalaron a los persas los pasos secretos a través de las montañas. El
impávido rey Leónidas de Esparta reunió trescientos espartanos para
custodiar el paso en las Termópilas. Como él sabía que esta acción era
extremadamente peligrosa, sólo escogió hombres que tuvieran hijos
varones, de tal modo que los nombres de sus familias no se extinguieran.
Contando otras guarniciones, su ejército sólo constaba de 6.000
hombres.
Cuando arreció la batalla, la mayoría de los griegos escaparon, pero
Leónidas y todos sus espartanos, con excepción de dos, murieron
luchando. Los persas perdieron 20.000 hombres; ios griegos, 300. (Uno
de los dos espartanos que sobrevivieron cayó posteriormente en una
batalla en Platea; el otro sobreviviente se ahorcó, para evitar la
vergüenza.)
Al año siguiente, un ejército de 110.000 griegos atacó a los persas.
Aunque el enemigo los superaba en número, mataron 260.000 persas.
Transcurridos 123 años después de la muerte de Jerjes, el rey Filipo
de Macedonia tuvo un hijo llamado Alejandro. Este llegó a ser el general
griego más grande de todos los tiempos. Inspirado por la Ilíada de
Homero, pronto decidió conquistar el mundo. La preparación que se
daba a los macedonios y la falange de Alejandro fueron factores
esenciales en las victorias griegas.
En una falange había 9.000 hombres divididos en escuadras. Había
dieciséis hombres en cada lado de la escuadra. Cada hombre estaba
protegido con armadura y tenía una lanza de cuatro metros de longitud.
Se colocaban a una distancia aproximada de un metro, colocaban sus
escudos en posición, y así formaban un tanque humano.
Además de la falange y de la caballería, Alejandro tenía máquinas de
guerra diseñadas por Díades, un ingeniero griego. Estas máquinas que
tenían forma de arco podían disparar inmensas flechas, o lanzar 22
kilogramos (50 lb.) de piedras a una distancia de más de 180 metros (200
yardas). El ejército de Alejandro también llevaba grandes torres con las
cuales podían escalar los muros enemigos.
Alejandro fue un maestro de la propaganda. Le encantaba aterrar a
los enemigos esparciendo enormes bocados de frenos de caballerías
donde pudieran verse fácilmente. ¡Esto daba la impresión de que él
poseía caballos de tamaño extraordinario!
53
Así que los griegos usaban la sicología de la astucia y también el genio
mecánico para derrotar a sus enemigos. Así vencieron enormes
obstáculos para consolidarse como señores del mundo mediterráneo.
Durante la época de los reyes, los griegos desarrollaron distintos patrones de arte
y comercio. Las habilidades comerciales las aprendieron de los fenicios, quienes
dominaban el comercio mediterráneo en ese tiempo. También tomaron el alfabeto
de los fenicios y le agregaron algunas vocales. La literatura griega de este período se
conserva mejor en los poemas épicos titulados la Ilíada y la Odisea, que por lo general
se le atribuyen a Homero.
Este período de la historia griega, en sentido general, es paralelo con la monarquía
de Israel, la cual comenzó cuando Saúl se convirtió en el primer rey de Israel en el
1043 a.C., y terminó cuando los asirios derrotaron a Israel en el 722 a.C.
C. Surgimiento de la democracia. El dominio de los reyes griegos fue usurpado
lentamente por los nobles, quienes disfrutaban de gran riqueza y poder a expensas
de los labriegos. Este período de injusticia estableció el tono de la religión posterior
griega, y pavimentó el camino para que el Evangelio fuera recibido en el mundo
gentil.
Los nobles desaparecieron de la escena por el año 600 a.C, y los mercaderes se
convirtieron en los líderes más importantes de las ciudadesestado de los griegos. A
comienzos del siglo seis se había adoptado un sistema de acuñación de moneda, de
tal modo que entonces la riqueza se acumulaba en tierras, esclavos y dinero. Todas
estas ganancias no servían de ayuda para los labriegos, azotados por la pobreza; así
que las ciudades-estados aprobaban leyes para limitar el poder de los ricos tiranos.
Por el año 500 a.C., la democracia tenía una firme posición en Grecia.
La democracia griega concedía a los ciudadanos voz en sus propios asuntos. Esta
era una innovación respecto del antiguo gobierno. Entre los egipcios y los
mesopotámicos no se tenía la idea de ciudadanía; ni siquiera entre los judíos del
Antiguo Testamento. Cuando algún profeta hebreo denunciaba los males sociales,
apelaba a la justicia de Jehová, y no a la justicia del hombre. Los griegos fueron los
54
primeros que desarrollaron un sistema de gobierno que garantizaba las libertades
civiles y se centraba en las obligaciones cívicas.
Alejandro Magno. Este joven rey de Macedonia (alrededor de 356–323 a.C.) cambió el mundo
desde el punto de vista militar y cultural. Destruyó el imperio persa y arrasó con Siria, Palestina y
Egipto. Marchó hasta el río Ganges en la India, antes que sus tropas se le amotinaran y lo hicieran
regresar. Alejandro difundió la cultura helenística y estableció el griego como lengua dominante
en todo el mundo conocido.
Durante este período, la cultura griega produjo la poesía lírica, la arquitectura, la
escultura y el pensamiento religioso que continuarían afectando al mundo durante
los siglos que vendrían. Píndaro, Tirteo y Safo fueron poetas bien conocidos de este
período. Los arquitectos griegos abandonaron el estilo plano de construir que tenían
los egipcios y diseñaron edificios con altas columnas, techos inclinados y frisos
esculpidos. Los escultores griegos esculpieron sus obras en mármol, el cual duraría a
través de los siglos.
Ya no se pensaba que los dioses griegos actuaban de manera injusta o caprichosa.
Los filósofos griegos proclamaron la justicia social. Comenzaron a enseñar que las
obras de los hombres serían juzgadas después de la muerte en el tribunal de Minos
y de Radamanto.
Mientras Grecia lograba estos grandes avances culturales, los judíos se
enfrentaban a un futuro sombrío. El pueblo de Judá había sido llevado al exilio por
sus enemigos babilonios en 586 a.C. Persia conquistó a Babilonia en 539 a.C., y
aunque Ciro el Grande permitió que los judíos regresaran a su patria, el nacionalismo
55
judío no pudo resurgir realmente hasta el tiempo de los Seléucidas, los cuales
heredaron parte del dominio de Alejandro Magno.
D. La breve unificación de Grecia. Las ciudades estados eran tan celosas unas con
otras, y tan ferozmente independientes, que no podían unirse sino por breve tiempo
para pelear contra algún enemigo común. Al fin, esto condujo a su caída.
Ciro el Grande conquistó el Asia Menor y convirtió a Persia en la potencia militar
más fuerte del mundo. Un ejército persa intentó invadir a Grecia en el 490 a.C., pero
los atenienses lo derrotaron en Maratón. Una segunda invasión persa por tierra y
mar penetró hasta Atenas en el 480 a.C. La ciudad quedó parcialmente destruida.
Precisamente en esta invasión fue cuando Leónidas, el rey espartano, hizo su heroica
resistencia en el paso de las Termopilas. Los atenienses formaron una liga de
ciudades-estado y echaron a los persas en el 479 a.C., después de haber infligido una
aplastante derrota a la armada persa en Salamina.
E. Las guerras del Peloponeso. Por el hecho de que Atenas había dirigido esta
victoria militar, se convirtió en la potencia dominante del mundo griego. Esparta se
resintió de este poder, y acicateó a Corinto y Megara para que formaran una liga y
aplastaran a Atenas. La serie de batallas entre Atenas y Esparta se produjo en dos
períodos (459–446 y 431–404 a.C.). Se las llamó las “guerras del Peloponeso”.
A este período también se lo ha llamada “La Edad de Oro de Atenas”. Bajo el
gobierno de Pericles, Atenas superó su gloria anterior. Los edificios de la Acrópolis,
incluso el famoso Partenón, pertenecen a este período. Los más grandes escritores
griegos vivieron en la era de Pericles: Esquilo, Sófocles, Eurípides y Aristófanes. Los
debates de Sócrates iniciaron la tradición filosófica griega a la que Platón y Aristóteles
habrían de hacer honor en el siglo siguiente. La flota ateniense dominaba el mar
Egeo, y con esa superioridad llegaron la riqueza y el poder.
Sin embargo, Esparta derrotó a Atenas en el 404 a.C., y los victoriosos espartanos
usaron métodos crueles para dominar el territorio continental helénico. Corinto,
Atenas, Argos y Beocia formaron una liga para resistir a Esparta, pero la guerra de
Corinto, como se la llamó, terminó cuando Esparta hizo una alianza con Persia. Con
este apoyo extraordinario, Esparta obligó a Atenas y a sus aliados a reconocer la
autoridad espartana sobre el territorio continental helénico. Al fin convinieron y
56
firmaron un acuerdo llamado la Paz de Antálcidas o Paz del Rey, en el 386 a.C. Por
medio de este tratado se entregaron las ciudades helénicas del Asia Menor al
gobierno persa, se permitió que las islas del Egeo permanecieran independientes, y
se colocó en manos de Esparta el absoluto dominio militar del territorio continental.
El poder espartano no duró mucho. En el 378 a.C., el pueblo de Tebas, una ciudad-
estado situada unos 48 kilómetros al norte de Atenas, volvió a capturar su ciudadela.
Fueron dirigidos en esta batalla por Epaminondas, quien desarrolló una nueva táctica
militar que revolucionó la guerra helénica. Hasta ese momento, las batallas se habían
peleado en líneas paralelas: los ejércitos enemigos se encontraban de frente, y los
soldados acudían hacia el frente, oleada tras oleada. Epaminondas creó el orden de
batalla oblicuo. Dividió su ejército en dos unidades: una para la defensiva, y otra para
la ofensiva. El ala ofensiva estaba fortalecida con mayor número de hombres.
Mientras el ala defensiva avanzaba lentamente hacia el enemigo, el ala ofensiva
avanzaba por la izquierda para penetrar en determinado punto. Con esta táctica, los
tebanos sorprendieron a los ejércitos espartanos, y aplastaron sus unidades en
Leuctras, alrededor del 371 a.C. Esta victoria le dio a Tebas el dominio sobre Grecia.
Mientras Tebas peleaba contra Esparta, unas unidades se movilizaban a 160
kilómetros al norte de Atenas y de Tebas, en una región llamada Tesalia. El líder de
esta creciente amenaza era Jasón de Feres, quien convirtió a Tesalia en un poderoso
campamento armado, pero fue asesinado antes que pudiera moverse contra Tebas.
En el 362 a.C., Epaminondas de Tebas ganó otra victoria sobre los espartanos. Sin
embargo, Epaminondas murió en la batalla. Tebas no pudo dominar a Grecia sin él.
Atenas tampoco era capaz de asumir el liderazgo, pues había sido debilitada por las
guerras del Peloponeso, y Tesalia había perdido a Jasón de Feres. En pocas palabras,
ninguna de las ciudades-estado era suficientemente fuerte para unificar a Grecia; así
el escenario estaba listo para el surgimiento de Alejandro Magno de Macedonia. Este
hecho se produjo en el período transcurrido entre los dos Testamentos bíblicos,
cuando los judíos, bajo la dirección de Nehemías, reconstruían los muros de
Jerusalén, con permiso de Persia.
57
El surgimiento de los macedonios
En el 359 a.C., un joven llamado Filipo II se convirtió en el nuevo rey de
Macedonia. Antes de ascender al trono, Filipo había sido capturado en una batalla
contra Tebas. Mientras se hallaba prisionero, aprendió las tácticas de guerra de
Epaminondas y planificó su propia variedad del orden oblicuo de batalla. Tal variedad
es la que ahora se conoce con el nombre de falange.
Filipo creó un nuevo y poderoso ejército macedonio. Su caballería consistía en
unos dos mil jinetes divididos en ocho escuadrones. Estableció la escolta real, tanto
de jinetes como de soldados de infantería, y seis batallones de infantería de 1.536
hombres cada uno. Filipo también inventó una formación impresionante para sus
máquinas de sitio, a fin de tomar los muros de las ciudades por asalto. Sus soldados
estaban fuertemente armados. Además de pequeños escudos, yelmos y corazas, la
línea de enfrente de la infantería, la cual guiaba a la falange, que tenía forma de cuña,
llevaba lanzas de cuatro metros de longitud. La caballería y otros soldados de
infantería portaban escudos más grandes, y además, espadas y lanzas cortas para
arremeter directamente.
A fin de quedar libre para la conquista, Filipo hizo un tratado de paz con Atenas
en el 358 a.C. Luego, conquistó rápidamente a An polis y a Pidna, ciudades-estado de
Macedonia. Por el 352 a.C., penetró en la península griega hacia el sur, y tomó las
Termópilas, que sólo se hallaban a 112 kilómetros de Atenas. En el 348 a.C., hizo una
nueva alianza con Atenas, y puso fin a lo que se ha llamado las “Guerras Sagradas”.
Durante los siguientes diez años, Macedonia estableció su dominio sobre gran parte
de la península helénica. Macedonia—una nación que los helenos habían
considerado como bárbara—habría de esparcir pronto la cultura griega a muchas
tierras.
La edad de oro de la cultura griega había terminado cuando Macedonia asumió el
poder. Uno de los últimos grandes personajes políticos en Atenas fue Isócrates (436–
338 a.C.). Este fue un gran orador, y sus discursos públicos dominaban el
pensamiento político de Atenas. Su pasión era derrotar a Persia. Isócrates veía que
el poder oriental era una amenaza para la sociedad helénica. Pensaba que los persas
58
eran viles y repugnantes, y pasó la vida incitando al odio y la hostilidad hacia ellos. Su
más notable seguidor fue el propio Filipo II de Macedonia.
A. El avance del imperio helenístico. No fue necesario que transcurriera mucho
tiempo para que las ciudades-estado griegas se movilizaran contra los macedonios.
Los atenienses y los tebanos se unieron para hacerles frente, y en el 338 a.C., las dos
fuerzas trabaron combate. Los macedonios derrotaron con firmeza a las unidades
helénicas en Queronea, y asumieron el dominio de Grecia. En esta lucha, apareció
por primera vez en el campo de batalla un joven oficial de la caballería macedonia.
Era Alejandro, el hijo de Filipo.
Filipo convocó en Corinto una asamblea de representantes de las ciudades-estado
de los griegos, con excepción de Esparta. Los delegados que llegaron a Corinto para
formar esta liga, se reunieron en un concilio llamado Synhedrion (compare esta
palabra griega con la que designa al concilio o Sanhedrin, judío, cuya transliteración
al castellano es sanedrín). La representación estaba basada en la población de los
distritos de las ciudadesestado. Filipo fue elegido como el hegemón (gobernante) de
la Liga Helénica. Por vez primera desde las guerras persas, las ciudades helénicas se
unificaron bajo la dirección de un poderoso gobernante.
Es interesante, sin embargo, que los griegos conquistados aún consideraban que
los macedonios eran extranjeros, principalmente por cuanto no hablaban uno de los
dialectos helénicos. Sin embargo, los macedonios absorbieron pronto la cultura y los
dialectos helénicos. El griego ático—la lengua que se hablaba en Atenas—fue
adoptado como lengua oficial del estado gobernado por Filipo. Así, por primera vez,
todo el pueblo comenzó a hablar una lengua común en la península helénica. A esta
lengua se la denominaba koiné, que significa común; es decir, griego común. Cuando
Alejandro marchó, llevó consigo esta lengua koiné, la cual influyó en las comunidades
circundantes que él conquistó.
B. Alejandro Magno. Alejandro nació alrededor del 356 a.C. La madre era de linaje
real, y también el padre, Filipo II. Cuando Alejandro tenía catorce años de edad,
estudió bajo la dirección de Aristóteles, el filósofo ateniense. Tal vez ninguna cultura
haya producido jamás una mente más grande que la de Aristóteles. Su obra fue tan
penetrante y profunda, que en los siglos doce y trece d.C., gran parte de la Iglesia
59
cristiana consideraba que sus enseñanzas habían sido inspiradas por Dios. Su
contemplación no dejó ningún tema sin tocar. La filoso a, la botánica, la geogra a, la
zoología, la astronomía y el arte fueron todos temas de profundo interés para él.
Aristóteles fue alumno de Platón y maestro de Alejandro Magno. Cualquiera de estos
dos papeles le hubiera dado un puesto importante en la historia.
Muy probablemente Aristóteles instruyó a Alejandro mediante la lectura y
comentario de las obras de Homero y de las tragedias griegas. También lo preparó
en política. A través de Aristóteles, Alejandro adquirió su profundo amor hacia la
cultura helenística. Esto lo llevó hasta el Lejano Oriente con el objeto de difundir el
“espíritu” helenística. La tradición dice que incluso llevaba consigo una copia de la
llíada en sus campañas a través de Persia y el Oriente.
Una de las más acariciadas posesiones de Alejandro fue el caballo que adiestró
cuando él era joven. Se llamaba Bucéfalo. En él montó en todas sus principales
60
batallas y conquistas. El caballo murió en la India, y Alejandro construyó la ciudad de
Bucéfala en el río Hidaspes, en memoria de su caballo.
En el 336 a.C., cuando Alejandro tenía veinte años de edad, su padre Filipo fue
asesinado en misteriosas circunstancias; y Alejandro fue nombrado nuevo rey de
Macedonia. Sus rivales difundieron rumores de que el mismo Alejandro había
muerto, y él pasó mucho tiempo del año siguiente sofocando las revueltas que
provocaron estos rumores. En este proceso, Alejandro destruyó a Tebas. Con esto
logró el dominio indiscutible de la península helénica.
1. La marcha hacia Persia. En la primavera del 334 a.C., Alejandro condujo su
ejército de 40.000 hombres a través de los Dardanelos con destino al Asia Menor. Se
enfrentó por primera vez a los persas en el río Gránico. La guardia persa de avance,
que estaba levemente armada y no estaba acostumbrada a las tácticas macedonias,
fue aplastada. Alejandro sólo había planeado librar las ciudades griegas que en ese
tiempo estaban bajo el dominio persa; pero la resonante victoria que obtuvo lo
estimuló a dar un golpe directo en el corazón del mismo imperio.
Esta no fue una aventura alocada. Darío III, el rey persa, era un líder incapaz, y no
podía confiar en los oficiales de sus provincias. El inmenso imperio, tan di cil de
manejar, estaba a punto de volverse trizas. La victoria lograda en el río Gránico abrió
rápidamente los pueblos de Sardis, Efeso y Mileto para que Alejandro los
conquistara. Mileto había sido el lugar tradicional de origen de la filoso a helénica;
Sardis y Efeso desempeñarían papeles significativos en la Iglesia del Nuevo
Testamento (vea Apocalipsis
1:11; 3:1, 4).
En el 333 a.C., Alejandro marchó contra Gordium, la capital de Frigia. La meta de
esta ofensiva era llegar a las Puertas Cilícicas, un estrecho paso montañoso que
conducía a Siria y Palestina. Alejandro avanzó por este paso hacia una llanura cerca
de la aldea de Sollioi. El líder de los mercenarios griegos de Darío le aconsejó al rey
persa que mantuviera sus fuerzas en el llano abierto, pero Darío estableció una
posición defensiva en el río Pniauro. Allí se produciría el primer encuentro entre las
unidades reales macedonias y persas. Las falanges de los macedonios volvieron a
61
demostrar que eran demasiado poderosas ante el ejército persa. Darío se retiró
rápidamente, y cedió el Asia Menor al conquistador macedonio.
Durante el año 332 a.C., Alejandro se apoderó rápidamente de Siria, Palestina y
Egipto. Capturó la base naval fenicia de Tiro, de la cual se había pensado alguna vez
que era invulnerable a un ataque por tierra. (La ciudad estaba en una isla, pero
Alejandro construyó una calzada hasta ella. Algunos consideran que esta fue su
62
mayor victoria.) Egipto lo recibió como el libertador que lo había librado de sus
señores persas.
Mientras pasaba el invierno en el valle del Nilo, escogió el sitio para un nuevo
centro comercial que tomara el lugar de Tiro. Alejandría, como se llamó la nueva
ciudad, ocupó una posición sumamente favorable para eslabonar el comercio del
Mediterráneo con la India y el Lejano Oriente.
Como resultado de las conquistas de Alejandro, cambió en el sentido cultural y
económico, el centro de la civilización occidental. Alejandría reemplazó a las ciudades
de Grecia como centro de la vida cultural y artística de los griegos.
En el 331 a.C., Alejandro reanudó su marcha hacia el este, y éste fue tal vez el
período más significativo de su carrera. Cruzó el desierto de Siria para enfrentarse a
los persas en una épica batalla final. A esta batalla se le han dado dos nombres:
batalla de Arbela, o batalla de Gaugamela. En los llanos abiertos, Darío III se enfrentó
a Alejandro con lo que le quedaba de sus ejércitos y una línea de elefantes de batalla.
Las tropas de Alejandro se asombraron al principio cuando aparecieron las bestias;
pero no se asombraron lo suficiente como para que esto le sirviera de ayuda a Darío
III. Al rey persa lo mataron sus propias tropas, cuando intentaba huir de la batalla.
Las tácticas de la falange y de la caballería volvieron a hacerse cargo del día, y los
macedonios lograron la victoria. Después de la batalla, Alejandro fue coronado rey
de Asia. Así se consumó la campaña de venganza helénica. El imperio persa fue
firmemente derrotado.1
2. Alejandro y el Oriente. Después que Alejandro derrotó a Darío III en la batalla
de Arbela, capturó inmediatamente los antiguos asientos del poder persa que
1 En años posteriores sin embargo, los restos de los reinos persas atormentarían al imperio
romano occidental. Los partos se liberaron a sí mismos del dominio griego alrededor del
235 a.C., y arrebataron a Persia del domino de los Seléucidas alrededor del 155 a.C.
Alrededor del 225 a.C., un persa llamado Artajerjes o Artaxir derrocó a los partos y
estableció la dinastía sasánida. Los reinos sasánidas se convirtieron en el contexto cultural
para el surgimiento de la religión islámica.
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estaban en Susa, Babilonia y Ecbatana. Cuando capturó a Susa, tomó suficiente botín
para financiar todas sus expediciones posteriores.
De este modo, el primer capítulo de la gran conquista helenística abrió un
segundo capítulo.
Mientras Alejandro se hallaba en Ecbatana, decidió explorar el Oriente. Durante
largo tiempo, los persas habían sostenido que los territorios del oeste de la India eran
parte de su imperio. En realidad, habían traído sus elefantes de guerra de la región
de la India. Sin embargo, el nuevo plan de Alejandro para conquistar y explorar fue
el primer caso conocido de aventuras de un europeo en el misterioso Oriente.
En el 330 a.C., Alejandro comenzó, desde las capitales cercanas al golfo Pérsico,
la marcha hacia el norte y hacia el este. En el 329 a.C., sus fuerzas habían cruzado el
macizo Hindu-Kuch, se abrían camino a través de Afganistán e invadían las provincias
de Bactriana y Sogdiana. Necesitaron dos años para pacificar la región. Mientras
Alejandro estaba allí, se casó con Roxana, una princesa de notable hermosura.
En este movimiento hacia el este, Alejandro pasó por algunos cambios personales
más bien profundos. Comenzó a adoptar las costumbres persas y orientales de vestir.
También introdujo la costumbre oriental de la proskynesis, es decir, adoración. En
otras palabras, exigió que sus tropas hicieran una manifestación de adoración,
tirándose a tierra delante de él, según la usanza oriental. Esto causó resentimiento
en las unidades macedonias. Aunque respetaban a su rey, sin embargo, lo
consideraban como un ser mortal, no como un dios. Por oponerse a esta política, fue
arrestado, juzgado y ejecutado Calístenes, por órdenes de Alejandro. Calístenes era
el historiador de las campañas de Alejandro y sobrino de Aristóteles. Tal vez esto
marque el período de mayor decadencia en la carrera de Alejandro.
En la última parte del 327 a.C., Alejandro comenzó a mover sus unidades hacia el
sur. Volvió a cruzar las montañas del Hindu-Kuch. Cuando él se acercaba al río Indo,
el pueblo de la aldea de Taxila se enfrentó a su ejército con un impresionante asalto
de elefantes de guerra. Los macedonios ganaron la batalla, pero quedaron agotados
y aterrados ante la perspectiva de pelear con otros ejércitos de elefantes en el otro
lado del Indo. Durante este conflicto murió Bucéfalo, el apreciado caballo de
Alejandro. El ejército se amotinó y se negó a proseguir hacia el este. Alejandro no
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tuvo otra alternativa que conducirlos de regreso a través del terrible desierto de
Gedrosia, en el cual se encuentran hoy Paquistán e Irán.
Alejandro regresó a Ecbatana, y luego a Babilonia, su capital, donde comenzó a
prepararse para la conquista de Arabia y la organización del imperio. Como se hallaba
debilitado por el exceso de bebidas alcohólicas, no pudo sobrevivir a un ataque de
malaria. Murió en el 323 a.C., a la edad de 32 años. Su cuerpo fue colocado en un
bello sepulcro en Alejandría.
Ptolomeo I. Como general de Alejandro Magno, Ptolomeo recibió Egipto al ser dividido el imperio
griego, luego de la muerte de Alejandro. Sus descendientes gobernaron a Egipto desde el 323
hasta el 30 a.C., infundieron la cultura helenística en la tierra de los faraones y manejaron el
estado basados en los negocios, cuyos beneficios se pagaban a la corona. Los Ptolomeos también
dominaron Palestina hasta que los Seléucidas de Siria pelearon con ellos y se la arrebataron.
Máscara de oro. Heinrich Schliemann descubrió esta máscara de oro que representa la muerte
en un sepulcro griego de Micenas, Grecia, en 1876. Pensó que era una máscara de la cara de
Agamenón, un héroe de la guerra troyana, pero este artefacto cuidadosamente trabajado en oro
data realmente de algún momento entre los siglos dieciséis y diecinueve
a.C., mucho tiempo antes de la guerra troyana.
3. Los judíos bajo el dominio de Alejandro. Según la tradición, Alejandro trató de
modo favorable a los judíos, y ellos llegaron a formar parte del ejército de él y pelear
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a su favor. Tanto el historiador Josefo como el Talmud judío mencionan este hecho,
cuando describen el ataque de Alejandro contra Tiro. Alejandro ordenó a los judíos
que le ayudaran con tropas y provisiones, pero el sumo sacerdote, Simón el Justo, se
negó a esto, por cuanto tenía que ser leal a Persia. Sin embargo, después que Tiro y
Gaya cayeron en poder de Alejandro, Simón tuvo un sueño en el cual se le dijo que
saliera con el pueblo a recibir al vencedor. Cuando el sumo sacerdote hizo esto,
Alejandro se inclinó ante el nombre divino que estaba en la tiara del sacerdote, por
cuanto él también había tenido un sueño en que había visto la tiara. Luego Alejandro
adoró en el templo y les concedió a los judíos cierta autonomía para gobernar su
territorio.
Palestina quedó incluida en la provincia de Coele-Siria, cuyo gobernador,
Andrómaco, vivía en Samaria. Los samaritanos tuvieron celos por los privilegios que
Alejandro les concedió a los judíos, y quemaron al gobernador en su propia casa. En
represalia, Alejandro expulsó a la población de Samaria y estableció macedonios en
la ciudad. Ellos reconstruyeron la antigua ciudad semita y la convirtieron en un
puesto de avanzada de la civilización griega, con un teatro y enormes edificios
públicos.
Las referencias de los libros deuterocanónicos a Alejandro se hallan en 1
Macabeos 1:1–8; 6:2. Daniel 7:6 y 11:3, 4 también se refieren a Alejandro Magno.
Algunos eruditos piensan que Zacarías 9:1–8 se refiere a la conquista de Palestina por
parte de Alejandro.
4. El legado de Alejandro. Las campañas de Alejandro influyeron profundamente
en la historia posterior. Sus hazañas personales fueron mayormente militares, pero
él estableció los fundamentos para el desarrollo cultural de la civilización occidental.
El matrimonio que realizó Alejandro entre la cultura del Oriente y la cultura helénica
del Occidente se puede ver en la estatuaria de Gautama Buda de los siglos cuarto y
tercero a.C., la cual tiene sorprendentes características helénicas, especialmente en
los rostros.
Por medio de sus conquistas, Alejandro se las arregló para difundir la lengua koiné
griega entre los pueblos de muchas tierras y culturas. El koiné griego llegaría a
dominar esta parte del Mediterráneo y las regiones orientales hasta el período del
66
imperio bizantino (395 d.C.). Esta lengua común facilitó el esparcimiento del
Evangelio de Cristo durante el tiempo de Pablo. De hecho, los primeros manuscritos
del Nuevo Testamento se escribieron en este dialecto koiné.
Alejandro construyó varias ciudades a lo largo de la ruta de su conquista. Estas
ciudades irradiaban la lengua, las artes y el gobierno griegos, y produjeron un
profundo impacto en las regiones que las circundaban.
5. Consecuencias de la muerte de Alejandro. Sin embargo, no todo anduvo bien
en el imperio helenístico. Cuando murió Alejandro, no dejó sucesor. El hijo que tuvo
con Roxana no nació hasta después de su muerte. Así que sus mariscales de campo
riñeron para reclamar las tierras que habían conquistado. Estos generales y sus
sucesores, especialmente los Ptolomeos de Egipto y los Seléucidas de Siria,
guerrearon entre sí hasta que comenzaron las conquistas romanas en el 197 a.C.
Estas luchas produjeron un profundo efecto en los judíos.
Antíoco III, del imperio seléucida, murió alrededor del 187 a.C. Fue sucedido por
Antíoco IV Epífanes en el 175 a.C. Bajo su liderazgo, el imperio seléucida llevó a cabo
una completa reconstrucción helenística de las tierras que dominaban. Los judíos
fueron particularmente afectados por esta nueva campaña.
El helenismo en Palestina
Cuando Antíoco IV heredó la parte seléucida del imperio griego en el 175 a.C.,
tenía la ardiente pasión de unificar todo su territorio mediante la difusión del
helenismo en todas partes. Este rey es conocido como uno de los tiranos más crueles
de todos los tiempos. Usó métodos crueles, que despertaron oposición,
especialmente en Jerusalén. Los moradores de la ciudad estaban atrapados entre
sacerdotes rivales e infieles que contendían por el liderazgo de la ciudad. Antíoco
aplastó la lucha civil, asesinó a millares de personas y despojó el templo de sus
tesoros. El gobernador a cuyo cargo dejó la ciudad de Jerusalén, también fue cruel.
El pueblo se sentía exacerbado bajo su dominio.
67
Influencia sobre la historia bíblica
No es mucha la historia bíblica que nos viene del período que siguió al siglo VI a.C.
Mucha de la literatura judía que afirma ser un informe de este período ha sido
clasificada como apócrifa (encubierta, fingida) y seudoepigráfica (que tiene nombre
falso). Sin embargo, algunos de estos escritos encajan en la historia de este período
tal como la veían los helenistas. Estos escritos tienen evidencias de ser más
helenísticos que judíos.
Los judíos no se sometieron fácilmente a los modos de ser de sus conquistadores,
como lo hicieron los persas y los griegos. Aunque algunas naciones adoptaron las
costumbres de sus vencedores, los judíos trataron de resistir esa tentación.
No todos los judíos regresaron a Judea. Muchos se esparcieron por todo el
imperio persa, en busca de posiciones oficiales, y establecieron nuevas comunidades.
Se ha aludido a este esparcimiento de la raza judía y de su cultura mediante el
término griego diáspora, que significa dispersión.
Una comunidad judía más bien grande se estableció en Alejandría, Egipto, en la
época de los ptolomeos. Los ptolomeos se aseguraron de que Alejandría se
convirtiera en un centro de cultura helenística igual a Atenas. Las obras de arte y
literatura abundaban en la ciudad metropolitana. La arquitectura de Alejandría fue
famosa: desde el faro colocado en la isla de Faros, en la entrada de la bahía oriental,
hasta el museo de la ciudad y la gran biblioteca. Los ptolomeos recogieron gran
cantidad de la literatura existente. El aire seco del desierto de Egipto ayudó a
preservar este gran cuerpo de literatura antigua.
Una notable hazaña literaria que ocurrió en el tiempo de los ptolomeos fue la
traducción de las Escrituras hebreas al dialecto koiné griego. A esta traducción se le
dio el nombre de Septuaginta o versión de los Setenta. Se dice que el proyecto de
traducción fue patrocinado por Ptolomeo II Filadelfo alrededor del siglo tercero a.C.
Según la tradición, fueron llamados 72 eruditos judíos (seis de cada tribu) para
trabajar en este proyecto, y la obra se terminó en 72 días; luego fueron despachados
los eruditos judíos con muchos presentes. Puede que este relato no sea más que una
68
leyenda; pero la traducción se produjo en realidad como resultado de la decisión
alejandrina de preservar los grandes escritos de ese tiempo en griego.
La Septuaginta ofreció un puente entre los pensamientos y el vocabulario del
Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento.
Los judíos alejandrinos adoptaron el griego koiné como lengua propia. En su
intento de persuadir a sus vecinos gentiles de que el Dios de los judíos era el
verdadero Dios, usaron palabras del koiné, formas literarias helenísticas y estilos de
pensamiento gentiles. Todos estos elementos se reflejan en la Septuaginta y en
muchos otros escritos judíos, como los de Filón: Contra Flaco y Embajada a Calígula.
El helenismo también influyó en la escritura de las obras llamadas libro Segundo de
los Macabeos, libro Tercero de los Macabeos, y en el Nuevo Testamento. El escritor
Filón el Judío fue el principal pensador filosófico de ese tiempo. El fue quien dijo que
el Dios de los hebreos era el Dios de los filósofos, y equiparó las enseñanzas de las
Escrituras hebreas con las ideologías y éticas de la filoso a griega, y con el platonismo
en particular.
Alejandría también jugó un papel importante en el cristianismo primitivo. Allí
hubo una escuela cristiana que fue dirigida por Padres de la iglesia tan famosos como
Clemente y Orígenes. Floreció desde el siglo segundo hasta el cuarto d.C. Esta escuela
enseñaba que la Escritura tenía tres significados: el literal, el moral y el espiritual. El
más fundamental de éstos era el significado espiritual, y el uso que hizo esta escuela
de la alegoría para la interpretación bíblica sobrepasó en complejidad a los métodos
similares utilizados por los judíos helenistas anteriores.
Antíoco IV regresó a Jerusalén en el 168 a.C., y destruyó la ciudad, mató la mayor
parte de los hombres y vendió como esclavos a las mujeres y los niños. Sólo unos
pocos hombres escaparon hacia las montañas bajo la dirección de Judas Macabeo.
Este organizó una revuelta que logró un breve período de independencia para
Judea. Los libros Primero de Macabeos y Segundo de Macabeos nos ofrecen una
detallada descripción de esta lucha, en la cual los habitantes de Judea formaron una
alianza con Roma. Este retroceso en Judea produjo con el tiempo el colapso de los
demás reinos helenistas ante el creciente poder de Roma.
69
Alrededor del 165 a.C., los gobernantes griegos ya habían sido expulsados de
Palestina. La Judea propiamente dicha era gobernada por el sumo sacerdote, la figura
más destacada de la religión y la sociedad judías. El nuevo estado de Judea estaba
dominado por los funcionarios del culto religioso.
Alrededor del 143 a.C., Simón, descendiente de los Macabeos, fue nombrado
como sumo sacerdote y etnarca. (Etnarca, “jefe del pueblo”, era una posición muy
parecida a la del rey vasallo medieval. El etnarca era el gobernador real de
determinado distrito; sin embargo, su gobierno era autorizado por alguien que
gobernaba una región más grande, de la cual era parte el distrito del etnarca.) Simón
y los Macabeos se resistieron a los intentos de convertir a Judea en un estado
helenístico, pero los esfuerzos de ellos sólo tuvieron éxito en parte. Pronto se halló
Judea bajo el gobierno de la rica secta de los saduceos, un grupo organizado por
sumos sacerdotes que tendían hacia las influencias helenizantes. (Vea un estudio
sobre los fariseos y los saduceos en el capítulo 5 de este libro: “Los judíos en los
tiempos del Nuevo Testamento.”)
El Partenón de Atenas es uno de los ejemplos más excelentes de la
arquitectura clásica griega. Representa sicamente el antiguo enfoque
racional y armonioso de la vida que tenían los griegos. Además, es una
maravilla de diseño arquitectónico.
Los griegos habían erigido antes por lo menos una estructura en el
sitio del Partenón, en el 488 a.C., cuando construyeron una estructura
masiva como ofrenda de gratitud por la victoria que lograron sobre los
persas en Maratón. El fundamento de piedra para este edificio llegó a
una profundidad de seis metros en la roca de la Acrópolis. Sin embargo,
la mayor parte de la obra que estaba sobre tales bases en este sitio fue
destruida cuando los persas saquearon la Acrópolis en el 480 a.C.
70
Se comenzó a construir el Partenón en el 447 a.C., y se terminó en el
438 a.C., cuando fue dedicado a Atenea Partenos, diosa patrona de
Atenas. Los fondos para la construcción de este edificio fueron provistos
por el gobierno de Pericles.
El edificio se diseño con el objeto de crear una ilusión óptica. La parte
superior de las columnas dóricas del Partenón se va inclinando hacia el
centro de cada columnata, las gradas forman una curva hacia arriba en
el centro, y las columnas están más ampliamente espaciadas en el centro
de cada fila, que en los lados. Esto hace que parezca que las columnas
están equidistantes. (Si verdaderamente hubieran quedado
equidistantes, el ángulo de perspectiva hubiera hecho que no se viera un
espacio igual entre ellas.)
Hay ocho columnas por el frente y ocho por la parte de atrás del
Partenón, y diecisiete por cada lado. El Partenón tiene una parte central,
o cella, que a su vez se divide en cámaras. Una columnata interna
sostenía originalmente la gran estatua de Atenea, que fue obra maestra
del escultor Fidias. Esta estatua no sobrevivió, pero tenemos
conocimiento sobre su apariencia general por medio de copias más
pequeñas y por sus representaciones en monedas antiguas. El viajero
griego Pausanias, en el siglo segundo d.C., la vio y la describió.
Todo el Partenón fue hecho de mármol, incluso las baldosas del
techo. Los griegos no usaron argamasa ni cemento en la estructura;
hicieron cuadrar los bloques de mármol con la mayor exactitud y los
aseguraron con grapas de metal y clavijas.
Una banda ornamental de esculturas en bajorrelieve (friso) decora el
Partenón. Estas decoraciones representan combates entre dioses como
Zeus, Atenea y Poseidón. También representan jinetes, grupos de
carrozas y ciudadanos de Atenas.
Los griegos usaron el color para destacar la belleza del Partenón. El
techo raso del peristilo lo pintaron de rojo, azul y oro o amarillo. Una
banda que corre junto al friso la pintaron de rojo, y el color acentuaba la
escultura y los accesorios de bronce dentro del Partenón.
El Partenón tuvo una historia variada. Ya en el año 298 a.C., Lachares
despojó a la estatua de Atenea de las placas de oro. En el 426 a.C., el
Partenón se convirtió en una iglesia cristiana, y los turcos la convirtieron
71
en una mezquita en el 1460. En 1687, los venecianos, mientras estaban
combatiendo a los griegos, usaron el Partenón como depósito de
explosivos. En esta época se produjo accidentalmente una explosión que
destruyó la parte central del edificio. No se hicieron reparaciones
fundamentales hasta el 1950, cuando los ingenieros volvieron a colocar
las columnas caídas en su puesto y repararon la columnata del norte.
La sutil influencia helenizante penetró en muchos aspectos de la vida palestina.
Uno de los aspectos en que penetró fue en la arquitectura. El templo de Jerusalén
construido por Herodes el Grande fue uno de los mejores ejemplos de helenismo en
la arquitectura local. Fue construido como otros templos helenistas orientales: se
levantaba dentro de una red de atrios rodeados por pórticos que se sostenían sobre
columnatas corintias.
La ciudad de Cesarea, que llegó a ser la capital oficial de Palestina en tiempos de
los procuradores, tenía los edificios característicos de una ciudad helenística: un
teatro, un anfiteatro, una calle con columnatas, un hipódromo (un circo para luchas)
y un templo.
Es di cil identificar el arte original de los judíos, por el hecho de que fue muy
vigorosamente influido por el helenismo. También tenemos que recordar que la Ley
de Moisés prohibía hacer imágenes (Exodo 20:4). Esto inhibió a los judíos de tal
modo, que no pudieron desarrollar obras notables de arte pictórico.
Influencia en el Nuevo Testamento
El Nuevo Testamento se refiere a algunos cristianos “griegos” (Hechos 6:1; 9:29;
en el texto original se les llama “helenistas”). No sabemos exactamente qué se quiso
dar a entender con esta palabra. (Algunos eruditos piensan que estas personas eran
judíos de la diáspora que habían adoptado el estilo de vida helenista.) En todo caso,
los otros cristianos desatendían a estos helenistas en la ayuda que se distribuía a las
viudas (Hechos 6:1 y siguientes). La tensión entre los helenistas y los demás cristianos
amenazó con dividir la Iglesia primitiva. Los apóstoles resolvieron este problema al
72
escoger siete diácono, entre ellos a Esteban, líder helenista, para que supervisaran la
distribución de los bienes.
Algunos comentaristas creen que los cristianos helenistas hicieron gran parte de
la primitiva obra misionera en las tierras gentiles (vea Hechos 8:1–3; 11:19–30). Esto
hubiera sido un desarrollo lógico, pero la Escritura no nos da pruebas concretas de
que así sucediera.
Hallamos un gran número de influencias helenistas en las epístolas de
Pablo. Parece que Pablo absorbió una considerable cantidad de la sabiduría griega
mientras estuvo en Tarso, pues fue capaz de expresar el Evangelio en términos tales,
que la mente griega los podía entender de inmediato.
En todas sus epístolas, Pablo trata de articular “lo profundo de Dios” (1 Corintios
2:10). Usó frecuentemente los conceptos filosóficos griegos para hacer esto. Por
ejemplo, describió cómo Cristo había unido a gentiles y judíos en “un solo y nuevo
hombre” que podía tener comunión con Dios (Efesios 2:15). Habló de que Cristo,
“siendo en forma de Dios”, sin embargo, “tomó forma de siervo” (Filipenses 2:6, 7).
También dijo que El era “la imagen” es decir, la expresión visible, del “Dios invisible”
(Colosenses 1:15). Estas afirmaciones prendían la chispa en la mente de los lectores
griegos que estaban familiarizados con las enseñanzas de Platón acerca de las formas
visibles y las ideas invisibles.
Algunas veces, Pablo interpretó los sucesos del Antiguo Testamento de un modo
alegórico, como lo hacían comúnmente los escritos judíos helenistas. El mejor
ejemplo es su interpretación de la historia de Sara y Agar. Explica que la experiencia
de ellas era una alegoría de que había quienes aún vivían bajo el antiguo Pacto,
mientras otros vivían bajo el Nuevo Pacto de Cristo (Gálatas 4:21–31). Como ya
vimos, los pensadores helenistas de Alejandría desarrollaron hasta su apogeo este
método de interpretación.
Sin embargo, la filoso a griega no proveyó la sustancia de las enseñanzas de Pablo.
Este difirió profundamente de los pensadores griegos; de hecho, algunas veces fue
hostil hacia ellos. El fue quien les dijo a los colosenses: “Mirad que nadie os engañe
por medio de filoso as y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres,
conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo” (Colosenses 2:8).
73
El erudito clásico William M. Ramsay notó que “la influencia del pensamiento
griego en Pablo, aunque real, es puramente externa. El helenismo nunca toca la vida
ni la esencia del sistema de Pablo … pero sí afecta vigorosamente a la expresión de
su enseñanza …”
Un mundo romano; una cultura griega
Después que Judea cayó en poder de los romanos en el 63 a.C., Egipto fue lo único
que quedó de los reinos helenistas. Permaneció como estado soberano hasta el 31
a.C., cuando los generales romanos Octavio (Augusto) y Marco Antonio pelearon la
batalla de Accio. Marco Antonio se había casado con Cleopatra, la reina ptolomea,
así que su derrota colocó a Egipto bajo el dominio efectivo de Roma.
La fuerzas romanas introdujeron unidad militar y gubernamental en el fracturado
imperio helenístico. Roma se convirtió en el centro del gobierno. El nombramiento
formal de Augusto como emperador romano en el 27 a.C. señaló el fin del período
helenístico y el comienzo del período imperial romano.
Grecia ya no era una potencia política; pero su cultura y su espíritu constituían los
fundamentos de la cultura imperial romana. Sucedió lo que observó Horacio, el
escritor romano: “La Grecia cautiva cautivó a su fiero conquistador.” El arte, la
literatura y el gobierno helenísticos prosperaron a lo largo de gran parte del período
romano. Incluso el griego koiné siguió siendo la lengua oficial en los negocios en el
Cercano Oriente, y la literatura del Nuevo Testamento fue escrita en este dialecto.
Las escuelas griegas de filoso a florecieron durante el período romano. Cada una
ofrecía un sendero hacia la felicidad personal, pero tales senderos iban en
direcciones opuestas. Los estoicos pensaban que el cuerpo debía ser controlado,
negado y aun pasado por alto a fin de liberar la mente. Los epicúreos enseñaban que,
para que la mente experimentara la felicidad, había que satisfacer al cuerpo. De ese
modo, los filósofos de Alejandría perpetuaron el espíritu y la cultura de la Atenas del
siglo V a.C., al hacer esto, perpetuaron el espíritu de la antigua Grecia.
74
4
Los romanos
mundo antiguo. Estableció su cultura en la tierra que ahora conocemos con el
nombre de Italia, pero se expandió hasta cubrir la mayor parte del mundo conocido.
Esta cultura habría de producir una significativa influencia sobre Palestina, en el
período intertestamentario y en la época del Nuevo Testamento.
Historia primitiva (3000–1000 a.C.)
Alrededor del 3000 a.C., tribus de diferentes partes de Europa y Asia formaron
pequeños pueblos y comunidades agrícolas en las zonas montañosas de la península
italiana. La forma quebrada de los montes Apeninos permitió que muchas de estas
pequeñas tribus existieran separadamente. Algunas de ellas habían emigrado de las
regiones norteñas del mar del Norte y del mar Caspio hacia Italia. Los historiadores
llaman a estos pueblos indoeuropeos, es decir, que venían de Europa, del suroeste
de Asia y de la India. Muchos de estos indoeuropeos fueron influidos por la cultura
griega de su tiempo.
Entre esos pueblos estaban los etruscos, los cuales procedían de la región del Asia
Menor que hoy ocupa la Turquía moderna. Por el 800 a.C. (cuando Joacaz ocupaba
el trono de Israel y Joás el trono de Judá), los etruscos habían formado la primera
ciudad-estado de Italia. Sabemos muy poco acerca de los etruscos; sólo que hacían
herramientas y armas con cobre, bronce y hierro. Lograron el dominio sobre la ciudad
que ahora se llama Roma alrededor del siglo sexto a.C., cuando los judíos estaban en
el exilio.
Mientras se desarrollaba la cultura etrusca al oeste de los Apeninos, los fenicios
habían comenzado a moverse a través del mar Mediterráneo. La patria de éstos se
75
hallaba en la costa marítima situada al norte de Siria. Los fenicios construyeron una
gran ciudad-estado llamada Cartago, en la costa norte de Africa, al otro lado de
Sicilia. Los historiadores llaman púnica a esta civilización. Esta palabra viene del
latín púnicus, que significa de Cartago.
Por la misma época, Grecia dominaba las colonias de Sicilia, Cerdeña y el sur de
Italia. El territorio griego de Italia se llamaba la Magna Grecia.
El surgimiento de la república romana (750–133 a.C.)
Mientras los griegos y los fenicios trataban de resistir a los persas, perdieron su
dominio sobre las tierras del Mediterráneo. En este ambiente político surgió la ciudad
de Roma.
El nacimiento de Roma está nublado por la leyenda. Una leyenda decía que Eneas,
el guerrero troyano, fundó Roma después de la caída de Troya en el 1100 a.C. Otra
leyenda sostenía que dos de sus descendientes, Rómulo y Remo, fundaron Roma en
el 753 a.C. Esto habría acontecido mientras Azarías (Uzías) reinaba en Judá y Zacarías
y Salum reinaban en Israel.
Los arqueólogos nos dicen que Roma se pareció mucho a otros centros tribales
de su tiempo, aunque tenía más tiempo de fundada. Según la tradición, los reyes
etruscos gobernaron Roma hasta que las tribus latinas unificadas derribaron a
Tarquino el Soberbio, el último rey, en el 510 a.C. (Esto habría ocurrido seis años
después de haberse terminado la construcción del segundo templo de Jerusalén.)
Con esta rebelión se estableció la república romana. En esta república hubo dos
clases de ciudadanos: patricios y plebeyos. Los patricios eran personas nobles del más
elevado rango social; los plebeyos eran personas de clase baja. La república asignó
dos jueces para decidir los casos civiles de los patricios, mientras los plebeyos elegían
tribunos que les sirvieran de funcionarios. Roma sufrió una intensa lucha de clases
entre los patricios y los plebeyos.
Roma absorbió los pequeños reinos latinos que la rodeaban, pero continuó
luchando contra los etruscos en el norte, y contra las ciudades griegas en el sur.
Con el tiempo, formuló una política que habría de llevarse a cabo a través de la
estructuración de su imperio. Al absorber a otros pueblos, bien de manera pacífica
76
o por guerra, les concedía la ciudadanía y los trataba como aliados. De este modo,
Roma absorbió incluso algunas de las grandes colonias griegas, como Nápoles. Por
el año 400 a.C., Roma dominaba toda la Italia central y comenzó a utilizar sus
ciudadanos-soldados para pelear contra los griegos del sur. (Esto ocurrió alrededor
de la época en que Esdras llevó la Ley a Jerusalén.) Los romanos aprendieron de los
griegos a leer y escribir, y a apreciar los puntos más elevados de la cultura y la
sociedad.
A. La primera contienda armada. Mientras los griegos y los fenicios peleaban
contra el imperio persa, retiraron sus tropas del Mediterráneo occidental. Con la
ausencia de la potencia extranjera, Roma se hizo más fuerte, y basaba su fuerza en
el ciudadano-soldado. El ejército romano preparaba a sus hombres para que
actuaran según reglas normales. Todo comandante, arquero y soldado de infantería
sabía exactamente lo que se esperaba de él. La guerra romana exigía muchos
embalses, muros de defensa y armas; con frecuencia, estos preparativos tomaban
más tiempo y esfuerzo que la misma batalla. Un reclutamiento universal proveía
constantemente nuevas tropas a los romanos. Este ejército bien adiestrado también
era utilizado para construir excelentes caminos y acueductos. Estos eran muros que
llenaban los espacios entre las montañas y se usaban para transportar por encima de
ellos agua desde las montañas hasta las ciudades romanas. Estas obras les
permitieron a los romanos moverse de una parte a otra de manera más rápida que
nunca antes.
Durante este primer período del crecimiento del poder romano, los romanos
estuvieron en guerra constante. Los galos invadieron Italia en el 390 a.C. y ocuparon
Roma durante siete meses. Sólo se retiraron después de recibir un gran rescate de
parte de los romanos. Luego, en el 340 a.C. (cuando los judíos se hallaban en el
período intertestamentario), los romanos lucharon hasta repeler una invasión de los
miembros de la Liga Latina, quienes habían sido sus aliados, pero estaban celosos del
poder de Roma. Tuvo también que conquistar a los samnitas, una tribu que se hallaba
en los Apeninos centrales, en el 290 a.C.
77
Rómulo y Remo. Según la leyenda, Roma fue fundada por Rómulo, hijo del dios Marte y de una
mujer llamada Rea Silvia. Rea había hecho voto de virginidad. Como castigo por haberlo violado,
sus infantes gemelos, Rómulo y Remo, fueron abandonados en las riberas del desbordado río
78
Tíber. Allí una loba los halló y los amamantó. Al llegar a la vida adulta, en el 753 a.C., Rómulo trazó
el croquis de Roma con un arado, y se convirtió en su primer rey.
Fue entonces cuando Roma estuvo lista para desafiar a las ricas ciudades de la
Magna Grecia. Mientras los sucesores de Alejandro Magno peleaban para dividirse
entre sí los inmensos territorios conquistados por él, los romanos vencían a los
griegos en el sur de Italia. En el año 270 a.C., ya los romanos dominaban toda Italia.
B. Guerras en el extranjero. El pueblo de Cartago había contendido con los
griegos por el dominio de Sicilia durante más de un siglo. Entonces, el gobernador
griego de Siracusa invitó a Roma a fin de que se uniera a él en la lucha para lograr el
dominio. Durante los 64 años siguientes (264–201 a.C.), Roma peleó una serie de
largas guerras contra Cartago, las cuales se conocen con el nombre de Guerras
Púnicas. Finalmente, los romanos derrotaron a Aníbal, el famoso general cartaginés,
en el 201 a.C. Después de anexarse a España como territorio conquistado, Roma se
volvió hacia el este.
Los reyes griegos de Siria (los seléucidas) y de Egipto (los ptolomeos) lucharon
constantemente por mantener el dominio del pequeño estado de Judea. Entraron en
guerra los unos contra los otros en el 169 a.C. Al mismo tiempo, Roma trataba de
conquistar Grecia. Quería evitar que hubiera un gobierno de los seléucidas, tanto en
la región de Siria y Palestina, como en Egipto; así que envió embajadores para que
hicieran un pacto con el rey seléucida, Antíoco IV.
Mientras Antíoco IV luchaba contra Egipto, tuvo noticias de una revuelta de los
judíos en Jerusalén. Se vió obligado a regresar a Jerusalén, donde colocó una imagen
griega en el templo judío y asesinó a millares de judíos (1 Macabeos 1:44–64). Un
sacerdote judío llamado Matatías, de la casa de
Asmón, se marchó a las montañas con sus cinco hijos e inició una revuelta. El tercer
hijo de Matatías fue Judas Macabeo, quien dirigió una serie de incursiones contra
Antíoco (1 Macabeos 3:1–9, 42–60; 4:1–61). En el 160 a.C., los líderes de la casa de
Asmón, llamados los asmoneos, fueron aceptados como gobernantes de Judea.
79
Los romanos entran en Judea (166–67 a.C.)
Gran parte de lo que conocemos de la conquista de Judea por parte de los
romanos nos viene de la obra Historia de las guerras judías, escrita por Flavio Josefo,
soldado judío y hombre de estado. Esta historia comienza con la conquista de
Jerusalén por parte de Antíoco IV (Epífanes) en el 170 a.C., y termina con la victoria
final de los romanos en el 70 d.C.
Aunque los líderes de la familia de los asmoneos habían logrado una buena
medida de gobierno propio, se mantenían en funciones con permiso de los
seléucidas. El libro de los Macabeos nos habla del regocijo de los judíos por las
victorias asmoneas; pero estas victorias fueron pequeñas y sin importancia. Los
judíos no constituían una amenaza real para los seléucidas. Los gobernantes griegos
les tenían más temor a los partos, pueblo que ocupaba la región que ahora se llama
Irán. Los partos heredaron gran parte de Persia, después que este imperio cayó en
manos de Alejandro Magno. Incursionaban y amenazaban a los seléucidas por el
norte y el este, y posteriormente pelearon muchas guerras con los romanos.
A. El gobierno asmoneo. Durante el gobierno de la familia de los asmoneos, los
judíos devotos tuvieron fuertes desavenencias con aquellos que aceptaban las
maneras de los griegos. Los asmoneos combinaron las funciones de rey y de
sacerdote en una sola familia. Para mantener este doble papel, tenían que mantener
un cuidadoso equilibrio entre las diversas sectas del judaísmo. Apelaron al Senado
romano en el 161 a.C., para que los defendieran de los seléucidas y de los ptolomeos
(1 Macabeos 8). Roma prometió ayudar a la familia de Asmón y a su pueblo en caso
de que fueran atacados.
El verdadero linaje de reyes asmoneos comenzó con Juan Hircano, quien llegó a
ser jefe del estado después que fueran asesinados su padre Simón y sus hermanos
Matatías y Judas (1 Macabeos 16:16) en el 135 a.C. Hircano capturó la región de
Galilea y la región del sur conocida, con el nombre de Edom, o Idumea. Nombró a
Antípater gobernador de Galilea y obligó a todos los pueblos de alrededor a hacerse
judíos.
Los sucesores de Hircano no tuvieron capacidad para gobernar la Judea ampliada.
Más influidos por Grecia que por su tradición hebrea, adoptaron las maneras y las
80
ideas de la cultura griega. Aristóbulo, el hijo mayor de Hircano, sucedió a su padre en
el 104 a.C. Murió en el término de un año; pero antes de morir, empujó los límites de
Judea hasta Galilea, la que había sido conocida como “Galilea de los gentiles”. La
viuda de Aristóbulo, Salomé Alejandra, se casó con el hermano menor de Aristóbulo,
Alejandro Janneo. Este llegó así a ser rey y sumo sacerdote. Janneo amplió aún más
los límites de Judea y persiguió severamente a los fariseos, con lo cual causó una
guerra civil que duró seis años. Cuando murió, su viuda Salomé reinó en su lugar
durante los siete años siguientes. Salomé apoyó a los fariseos y separó las funciones
de rey y sumo sacerdote. Murió en el 69 a.C.
81
El Senado. Este edificio construido en el foro romano en el tiempo de Diocleciano (alrededor del
300 d.C.), albergaba el senado romano. Durante el período imperial, el senado cayó bajo el
dominio de los emperadores y perdió la mayor parte de sus poderes.
82
Julio César (100–44 a.C.). César fue un brillante soldado y hombre de estado que extendió las
fronteras de Roma por el norte hasta el río Rin, y por el oeste hasta Bretaña. Entre 49 y 45 a.C.,
eliminó a todos su rivales políticos y se convirtió en el único gobernante de Roma. Su ansia de
poder lo llevó a ser asesinado en el 44 a.C.
B. Julio César. Hasta este tiempo, los romanos habían estado interesados
esencialmente en los dos reinos influidos por la cultura griega: el de los seléucidas y
el de los ptolomeos. Los historiadores nos dicen que fue entonces cuando ocurrieron
los grandes cambios. Al derrotar a Cartago, Roma llegó a ser la señora de todas las
antiguas colonias semitas: las regiones que antes se conocían con los nombres de
Acad, Babilonia, Asiria, Fenicia y Canaán. También adoptó dos de las principales
tradiciones púnicas: el establecimiento de enormes plantaciones operadas por
esclavos, y el uso de medidas crueles, tales como la crucifixión, para dominar a los
esclavos. La propagación de estas plantaciones obligó a muchos campesinos romanos
a irse de sus tierras para vivir en la ciudad de Roma. El antiguo gobierno republicano
no podía dominar las amplias colonias que Roma estaba adoptando; se necesitaba
un gobierno ejecutivo más fuerte. La primera persona que asumió este poder
absoluto fue un general llamado Julio César. Este demostró las ventajas de
manifestarse amigo de los pueblos tribales que estaban en las fronteras de Roma, y
de llamamientos para apaciguar a las turbas en Roma. Julio César fue el modelo del
político popular de hoy. Fue un líder brillante y capaz, que demostró su fuerza al
extender las fronteras de Roma por el norte hasta el Rin y por el oeste hasta Bretaña.
83
El principal gobernante de Roma en el Oriente era un general llamado Pompeyo.
Este limpió el Mediterráneo de piratas y derrotó a Mitrídates IV, rey del Ponto, en
Asia Menor. Capturó la costa de Siria-Palestina, y en el 63 a.C., tomó por asalto a
Jerusalén. capturó al rey de Jerusalén, Aristóbulo II, y puso fin al gobierno
independiente de la familia de los asmoneos. Aristóbulo II fue llevado por las calles
de Roma detrás de la carroza de Pompeyo. Este general libró a muchos territorios
asmoneos del dominio judío y dividió los reinos de Judea en cinco distritos: Jerusalén,
Gadara, Amatos, Jericó y Séforis.
El primer triunvirato
En el 59 a.C., César, Pompeyo y Craso (un rico especulador en bienes raíces)
unieron sus fuerzas para formar un triple liderazgo que se llamó el Primer Triunvirato.
Los gobernadores de los estados y colonias de Roma sospechaban que pronto
emergería un solo hombre como líder absoluto. Antípater, rey de Idumea, mientras
buscaba el favor de estos gobernantes, los puso el uno contra el otro. En el 54 a.C.,
Craso invadió Jerusalén y robó el tesoro del templo, mientras estallaba la guerra
entre Pompeyo y César. Antipáter se colocó del lado de Pompeyo hasta que éste fue
derrotado; entonces cambió su lealtad y se la dio a César. César eliminó los cinco
distritos y nombró a Antípater procurador de toda Judea en el 47 a.C. Este fue muerto
en el 43 a.C., poco después de la muerte del mismo César.
Antonio, el amigo de César, derrotó a los enemigos de éste en el norte de Grecia.
Luego nombró a los hijos de Antípater, Herodes y Fasael, como tetrarcas
(gobernadores de cuartas partes) de Galilea (ver Mateo 14:1; Lucas 3:1, 19). Cuando
los partos invadieron Siria-Palestina en el 40 a.C., para ayudar a los asmoneos en su
intento de volver a ganar el poder, Herodes huyó a su fortaleza de Masada, situada
en la costa occidental del mar Muerto. Su hermano mayor, Fasael, fue capturado y
se suicidó.
Herodes viajó a Roma, donde el senado romano lo nombró rey de Judea. Antonio
y sus tropas dominaron finalmente a los partos y a sus aliados, los seléucidas, y
Antonio se estableció en Jerusalén en el 37 a.C.
84
El esfuerzo de expansión imperial fue tan grande, que Roma no tomó nuevos
territorios por lo menos durante cincuenta años después del nacimiento de Julio
César. Dominaba la mayor parte de Grecia, Siria, Judea y el norte de Africa. Sólo
permanecía intacta una gran nación influida por los griegos. Esta nación era Egipto,
que estaba gobernada por la reina Cleopatra.
Escuelas griegas y romanas
Los antiguos romanos y griegos tenían complicados sistemas de
escuelas. No era obligatorio acudir a ellas, ni eran manejadas por el
gobierno. Aun así, la instrucción era popular.
En el sistema griego, se enviaba a los varones a la escuela a los seis
años de edad. El maestro era propietario y administrador de la escuela.
Aparentemente, los griegos no tuvieron internados.
Los griegos no enseñaron lenguas extranjeras. (¡Consideraban que la
lengua de ellos era la suprema!) Su educación se extendía a tres aspectos
principales: música, gimnasia y escritura. A todos los niños griegos se les
enseñaba a tocar la lira. Las madres griegas enseñaban a sus hijas a leer
y escribir, y también les enseñaban a tejer, danzar y tocar un
instrumento musical. Aunque parezca extraño, las pocas mujeres griegas
bien educadas eran por lo general prostitutas que buscaban riquezas.
Los conferenciantes griegos se ganaban la vida enseñando en las salas
de las escuelas o aun en las calles. Algunos de estos maestros errantes—
Sócrates, por ejemplo—se volvieron famosos. Los muchachos griegos
podían asistir a la escuela hasta los 16 años de edad. Después, lo normal
era que se entrenaran en deportes.
A diferencia de los griegos, los romanos utilizaron personas de otras
nacionalidades para enseñar a sus hijos. Con frecuencia era una nodriza
griega quien comenzaba a darle la instrucción al hijo. Los muchachos y
muchachas entraban formalmente a la escuela a la edad de siete años.
Si habían marchado bien, a los 13 años de edad entraban en la educación
secundaria. En el año 30 d.C., había más de veinte escuelas secundarias
en Roma. Aun la educación secundaria romana se ofrecía en griego, y los
maestros eran por lo general esclavos o libertos griegos. Tal como lo
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hicieron los griegos, los romanos tenían maestros más avanzados que
viajaban de escuela en escuela.
El segundo triunvirato
Después de la muerte de Pompeyo, Cleopatra se hizo amiga de Julio César.
Cuando César fue asesinado, Cleopatra trató de escoger al que saldría ganador en la
lucha por el poder que tendría lugar. Los principales contendientes eran Antonio,
Lépido (quien había servido a las órdenes de Julio César), y Octavio, sobrino e hijo
adoptivo de César. Estos tres mantuvieron una paz temporal al formar otra triple
dictadura, el segundo triunvirato.
Antonio conoció a Cleopatra en el 41 a.C. en Cilicia, una región del sur del Asia
Menor. Cleopatra no era una belleza cautivadora (como algunos relatos modernos
quieren que creamos), ni tampoco era egipcia. Era macedonia y sagaz política, por lo
que trató de preservar su reino a toda costa. Se casó con Antonio y conspiró junto
con él para dominar el imperio romano.
Cuando estalló la guerra civil entre Antonio y Octavio, Cleopatra convenció a
Antonio de que enviara a Herodes a pelear contra los árabes (nabateos), en vez de
apoyarlo a él. Ella tenía la esperanza de que cada nación debilitaría a la otra. Luego,
Egipto podría absorberlas a ambas. Este movimiento salvó el reino de Herodes, pues
Octavio chocó con las fuerzas de Antonio y Cleopatra en la batalla de Accio en el 31
a.C., y los sentenció a muerte.
Los judíos bajo la dominación romana
A principios del año 30 a.C., Herodes se encontró con Octavio y regateó con él
para que le concediera la vida y el trono. A través de los años, Herodes se había
librado de cualesquiera posibles aspirantes al trono. Como quien “juega”, había
ahogado a su joven cuñado Aristóbulo, había ejecutado a su tío José por adúltero, y
había hecho condenar fraudulentamente a Hircano II por conspirar junto con los
nabateos. Cuando Herodes ordenaba el asesinato de amigos y familiares, era porque
estaba pasando por períodos de profunda depresión. Por ejemplo, ordenó la
86
ejecución de su esposa favorita, Mariamne, y luego se quedó cavilando con tristeza
sobre la muerte de ella.
Herodes quebrantó muchas de las leyes judías. Introdujo en su reino juegos y
competencias al estilo griego y ordenó la construcción de muchos edificios grandes.
Entre estos hubo los templos griegos, fortalezas y un palacio. Su mayor proyecto fue
un nuevo templo en Jerusalén, que comenzó en el 20 a.C. (Mateo 4:5; 24:1; Marcos
11:27; 13:1; Lucas 19:45; 20:1; Juan 2:14).
En el 27 a.C., Octavio tomó el título de Augusto y gobernó todo el imperio romano.
César Augusto trajo la paz al imperio romano por medio del control estricto de su
ejército y tierra; fue él quien creó la imagen de la edad de oro de Roma. (Jesús nació
durante el gobierno de Augusto, quien murió en el 14 d.C.)
En el 22 a.C., Herodes envió sus hijos a Roma para que fueran educados allí y
presentaran sus respetos a Augusto. Augusto visitó Siria en el 20 a.C., y dio aún más
tierras a Herodes. Por temor a que se produjera una revuelta, Herodes prohibió las
grandes reuniones en público durante esta visita.
Herodes tuvo que hacer frente al poder de funcionarios influidos por los griegos
en Asia, y también al poder de Augusto en Roma. Otro problema que tenía Herodes
era el descontento de las sectas y los partidos judíos. Recordaba que los Macabeos
habían echado a los simpatizantes griegos del templo de ellos en Jerusalén, en el 165
a.C. Estaba decidido a impedir esta clase de revolución.
El judaísmo fue la única religión que sobrevivió a las fuertes influencias del estilo
de vida de los griegos. Por medio de la traducción del Antiguo Testamento al griego,
el judaísmo en realidad aumentó su influencia durante el período helenístico, pero la
popularidad del judaísmo despertó la envidia de Herodes. Aunque él no era judío por
nacimiento, gastó grandes sumas de dinero en el nuevo templo, con la esperanza de
ganarse la lealtad de los judíos.
Las conspiraciones y el contraterrorismo caracterizaron los últimos años del
reinado de Herodes. En total, Herodes se casó con diez esposas, y sus numerosos
hijos pelearon para obtener su trono. Una y otra vez, Herodes promovía a uno de sus
hijos, descubría un complot, y luego mataba al hijo. Cuando se acercaba a los setenta
años, Herodes se obsesionó con el plan de destruir a todos los herederos, menos al
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que él había escogido. Poco antes de su muerte, oyó las perturbadoras noticias de
que un Rey de Israel que había sido esperado durante largo tiempo, había nacido en
Belén. Ordenó a sus soldados que mataran a todos los infantes recién nacidos de
aquel lugar, en forma muy parecida a como había asesinado a los rivales de su propia
familia (vea Mateo 2).
La paz romana
Los historiadores han dado el título de Pax Romana al período que
transcurrió desde el 30 a.C. hasta alrededor del 180 d.C., cuando floreció
Roma en un tiempo de grandeza imperial. Durante este período, el
imperio romano trajo paz, prosperidad y buen gobierno a una región que
se extendió desde Bretaña hasta el Eufrates, y desde el mar del Norte
hasta el Sáhara. La paz romana comenzó con el gobierno de Octavio,
quien se convirtió en emperador de Roma después de derrotar al último
de sus oponentes que buscaba ese título en la batalla de Accio, en el 31
a.C. Después de un siglo de lucha civil, Roma quedó al fin unificada bajo
la dirección de un solo gobernante. Octavio, a quien el senado romano
dio el título de Augusto, se centró en los problemas internos de su
imperio y estableció el fundamento para dos siglos de gobierno fuerte y
pacífico.
La paz romana trajo un gran incremento en el comercio y la
prosperidad de Roma. La armada imperial limpió de piratas el
Mediterráneo. Estos ponían en peligro la navegación entre Roma, las
provincias de Asia Menor y la costa de África. Los grandes caminos
romanos fueron construidos primordialmente como rutas militares hacia
las provincias, pero también permitieron la llegada de granos a la ciudad
de Roma, y la salida de vino y aceite de oliva hacia las provincias más
lejanas. Al comercio se le eliminaron los impuestos y muchas otras
barreras artificiales. Un sistema monetario estable y métodos mejorados
de bancos y créditos estimularon la expansión económica. Brotaron las
manufacturas en las provincias romanas y pronto podían hallarse en
Roma cerámicas de las Gallas, textiles de Flandes y cristal de Alemania.
Una clave para el mantenimiento de la paz fue la disposición de
Augusto de permitir que las provincias tuvieran su propio gobierno local,
88
junto con el rápido uso que él hacía de la fuerza militar para sofocar la
rebelión o el terrorismo. Augusto permitió que las naciones
conquistadas mantuvieran su lengua, sus costumbres y su religión,
mientras el pueblo permaneciera en relaciones pacíficas con Roma.
Durante la época de la paz romana, la agricultura permaneció como
la actividad económica básica del imperio; pero en este período también
se vio el rápido crecimiento de las ciudades y la creación de un estado
mundial cosmopolita, en el cual se mezclaban las razas y las costumbres.
Cuando estuvo en su apogeo, el imperio romano tuvo más de cien
millones de habitantes, entre los cuales se incluían italianos, griegos,
egipcios, germanos, celtas y otros pueblos. En la época de Adriano (117–
138 d.C.), el imperio abarcaba una extensión de más de tres millones y
cuarto de kilómetros cuadrados.
Augusto encauzó la riqueza de las provincias hacia Roma por medio
de los impuestos. Reconstruyó a Roma hasta transformarla, desde una
ciudad de ladrillos, en una ciudad de mármol. El estado también sostenía
a muchos artesanos, quienes pertenecían a collegia, es decir, gremios.
Los espectáculos y los deportes llegaron a jugar un gran papel, cuya
importancia fue creciendo en la vida pública de los ciudadanos romanos.
La paz romana había llegado a su fin cuando Roma tuvo una
verdadera crisis monetaria en el siglo tercero d.C., momento en que la
anarquía política y la inflación monetaria causaron el colapso de la
economía del imperio.
Herodes vivía en Jericó, y ordenó que cuando él muriera se diera muerte a unos
cuantos líderes judíos, para asegurar que hubiera un tiempo de luto nacional. Hizo
matar a su hijo Antípater a comienzos del año 4 a.C. Cinco días después, murió el
mismo Herodes. Otro de sus hijos, Arquelao, quedó para heredar el trono. Arquelao
trató de ganarse al pueblo con bondad y paciencia, pero la rebelión se levantó, no
tanto contra Arquelao, sino contra el Herodes que había muerto. En la Pascua,
mientras Arquelao viajaba a Roma para ser confirmado en su puesto, estalló una
nueva revuelta. Los soldados romanos saquearon el templo de Herodes, y cuando
Arquelao regresó, muchos judíos y samaritanos fueron muertos. Roma expulsó a
89
Arquelao de la tetrarquía de Judea y lo sustituyó por un procurador llamado Coponio
en el año 6 d.C.
El hermano menor de Arquelao, Antipas, fue tetrarca de Galilea y Perea desde 4
a.C. hasta 39 d.C. El fue el que hizo decapitar a Juan el Bautista y el que es
mencionado con frecuencia en los Evangelios.
El Coliseo. Entre los años 72 y 80 d.C., los emperadores Vespasiano y Tito edificaron el Coliseo,
una estructura monumental en la cual había filas de asientos que se iban elevando alrededor de
un espacio abierto. Las batallas de gladiadores—batallas entre animales o entre hombres y
animales—constituían el deporte favorito de los espectadores romanos. Una vasta red de túneles
subterráneos proveía espacios para los animales enjaulados y para los humanos que participaban,
los cuales peleaban a muerte en el circo. Los ingenieros romanos diseñaron incluso un método
para llenar de agua el circo a fin de simular batallas marinas.
90
César Augusto (63 a.C.–14 d.C.). Octavio, quien fuera sobrino e hijo adoptivo de Julio César, tomó
el título honorario de Augusto (es decir, el exaltado) cuando llegó a ser único emperador de Roma,
después de haber derrotado a Marco Antonio en Accio. (Augusto llegó a ser el título oficial de los
emperadores romanos posteriores) El reinado de Octavio César Augusto fue un período de paz y
prosperidad para el imperio.
Antipas tuvo el temor de que Jesús fuera Juan el Bautista que había resucitado
(Mateo 14:1, 2; Marcos 6:14–16; Lucas 9:7–9). Los fariseos le aconsejaron a Jesús que
huyera de esa región, porque Antipas estaba haciendo planes contra El (Lucas 13:31–
33). Durante la semana de pasión, Antipas trató a Jesús con menosprecio, y luego
entregó todo el asunto en manos de Pondo Pilato (Lucas 23:6–12).
Augusto organiza el imperio
Mientras la familia de Herodes gobernaba en Judea, Augusto organizaba el
imperio. La Roma que él heredó de Julio César era un semillero político de clases
rivales y de contendientes que luchaban por el poder. Augusto había visto el ascenso
de César al poder y la horrible manera en que había terminado su gobierno, así que
transformó gradualmente la estructura del gobierno romano para asegurar su
dominio.
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En primer lugar, introdujo un sistema llamado principado, el cual aparentemente
siguió el antiguo orden republicano y el poder del senado. En realidad, sometió la
república al dominio personal de Augusto. El principado sólo duró dos años (29–27
a.C.), antes de dar paso al imperio.
La ciudadanía romana
Durante la época en que se escribió el Nuevo Testamento, Roma
dominaba el mundo mediterráneo. Su dominio se extendía por el norte
hasta las fronteras de la Galia (Francia) y la Germanía bárbaras y rodeaba
el mar Mediterráneo. Egipto estaba bajo su dominio, y también las
ciudades del norte de África.
Sin embargo, dondequiera que iban los romanos, llevaban buenos
caminos y obras públicas, funcionarios de gobierno, soldados y algunas
veces colonias enteras de ciudadanos romanos.
A pesar de que se habla de la crueldad romana, los romanos no fueron
conquistadores vengativos. Su objetivo consistía en convertir a los
nuevos súbditos en buenos romanos. Esto era en verdad un desa o, por
cuanto el pueblo conquistado ardía de odio hacia Roma.
El senado romano decidió permitir a cada región un gobierno propio
como la prudencia lo permitiera. En Judea, esto significó que al rey nativo
(Herodes el Grande) se le permitiera gobernar a los judíos. Cuando él
murió, su reino se dividió entre los tres hijos que le quedaban: Felipe,
Arquelao y Herodes Antipas. Los judíos nacionalistas no aceptaron esto,
y finalmente acudieron a César Augusto para abolir la monarquía en
Judea. Esto lo hizo Augusto en el 6 d.C. Aunque Palestina estaba aún
llena de soldados romanos y de cobradores de impuestos, a los judíos se
les permitió manejar sus propias disputas internas.
Roma también consolidó el imperio al conceder la ciudadanía romana
a ciertos individuos que no eran romanos. “Nunca antes ni después—
dice el historiador Will Durant—, se ha custodiado tan celosamente, o se
ha apreciado tan altamente la ciudadanía.” Un hombre que tuviera la
ciudadanía romana tenía vínculos con el grupo selecto gobernante,
aunque por otra parte pudiera no ser una persona importante. Bajo las
92
tolerantes leyes de Roma, la persona podía tener doble ciudadanía. Fue
así como el apóstol Pablo pudo disfrutar de los derechos civiles tanto de
Tarso como de Roma.
Los beneficios de la ciudadanía romana eran claros. No se valoraba
sólo por el derecho al voto, Sino también por la protección que ofrecía.
Un ciudadano romano no podía ser atado ni encarcelado sin haber sido
sometido a juicio No podía ser azotado (el método común de obtener la
confesión de un prisionero). Si él pensaba que el gobierno local no le
estaba administrando justicia, podía apelar a Roma.
¡No es extraño que las autoridades romanas de Filipos se
estremecieran cuando supieron que Pablo y Silas no eran sólo un par de
agitadores judios! Estos hombres insistieron en que ellos eran
ciudadanos romanos, lo cual podía ser comprobado mediante una
simple revisión de las listas del censo. El emperador Claudio ejecutó
hombres que afirmaban falsamente tener la ciudadanía romana. Así que
esa no era una afirmación que se podía hacer con liviandad. No, los
filipenses inadvertidamente habían atado, azotado y encarcelado a
ciudadanos romanos, pero Pablo y Silas estuvieron dispuestos a arreglar
el asunto si estaban dispuestos a pedir disculpas. Pablo sugirió que,
puesto que los magistrados los habían echado en la cárcel, ahora ellos
mismos podían sacarlos públicamente. Con mucho gusto, los
magistrados cumplieron con esto, y les rogaron a los injuriados
misioneros que salieran de la ciudad (Hechos 16:12–40).
Más tarde, estando Pablo en Jerusalén, volvió a usar sus conexiones
con Roma. Cuando los gritos de sus enemigos judíos atrajeron a la milicia
romana, ésta lo tomó bajo su protección.
Cuando Pablo supuso que estaba a punto de ser azotado—
probablemente por haber perturbado la paz—, mencionó su ciudadanía
romana. Esto no sólo lo salvó de ser azotado, sino que le garantizó una
salida segura de Jerusalén.
El libro de los Hechos concluye con la afirmación de que Pablo vivió
dos años en Roma bajo arresto domiciliario. Se le permitía predicar y
ganar convertidos. Se dice que el emperador Nerón crucificó a Pedro,
como eran ejecutados siempre los criminales; pero Pablo fue decapitado
Esta muerte se consideraba como más honorable y misericordiosa. Esa
93
fue la prerrogativa final de Pablo, por haber nacido como ciudadano
romano.
En la época del imperio, Augusto sólo gobernó directamente unas pocas
provincias. Una de estas fue Judea. Los romanos veían a Siria-Palestina como una
parte pequeña, pero enfadosa de su imperio.
Guardia pretoriana. Este relieve representa a los pretorianos, quienes servían al emperador
como guardia personal. La unidad fue instituida por Augusto, quien convirtió a sus hombres en
tropas de represión destacadas en Roma. La guardia pretoriana constituía parte del gran ejército
que primero expandió el imperio romano y luego vigiló sus fronteras.
Augusto llevó la Pax Romana a todas las provincias que estaban dentro de las
fronteras del imperio. En la época de Jesús, no hubo guerras grandes dentro del
94
imperio romano; sólo pequeñas escaramuzas en las fronteras, pero el emperador aún
dependía de su ejército para mantener la paz.
Por las inscripciones y otros escritos sabemos que los soldados eran reclutados
por todo el imperio y se les exigía que se hicieran ciudadanos romanos. En las legiones
había bretones, españoles, eslavos, germanos, griegos, italianos y aun judíos. Los
soldados menos afortunados eran asignados a puestos solitarios de avanzada en las
distantes fronteras. Hallamos un ejemplo de esto en Hechos 10:1, donde se nos habla
de “la compañía llamada la Italiana”, que estaba en Palestina. Cuando Augusto llegó
a asumir el poder pleno, la intranquilidad y la guerra civil habían agrandado el ejército
hasta llegar a casi veinticuatro legiones, es decir, medio millón de hombres. Puesto
que la misma Roma estaba segura de no ser atacada durante la primera parte del
período del imperio, los italianos nativos evadían por lo general el servicio militar.
El pueblo de las colonias conquistadas comprendió que el servicio voluntario era
un camino para lograr la ciudadanía romana y otros beneficios. El gobierno
garantizaba la ciudadanía inmediata a los que se ofrecían voluntariamente al ejército,
y les pagaba una pensión de retiro. Los grupos militares que se componían de
soldados que no eran romanos se llamaban auxiliares; el número de ellos era más o
menos igual al número de soldados del ejército regular.
Cómo se construía una vía romana
Los romanos fueron prodigiosos constructores de caminos. Pasaron
cinco siglos contruyendo un sistema de vías que se extendía a todo
rincón de su imperio y cuando lo hubieron terminado, cubría una
distancia que era igual a diez veces la circunferencia de la Tierra en el
Ecuador. La red de vías incluía más de 80.000 kilómetros de caminos de
primera clase y unos 320.000 kilómetros de caminos menores.
Antes de construir un camino, los romanos hacían un estudio de los
terrenos. Podían calcular distancias hasta puntos inaccesibles, establecer
niveles con precisión, medir ángulos, proyectar túneles y perforarlos
desde ambos lados con su pozo de ventilación vertical. Los agrimensores
de los caminos tenían en cuenta el declive de la tierra y las cuestiones
relacionadas con la defensa. Donde fuera necesario (como en las
95
regiones de Cumas y Ñapóles), hacían túneles a través de las montañas
con una habilidad que despertó admiración durante siglos. Por el hecho
de que trataban de hacer caminos rectos—con frecuencia por encima de
los cerros y no alrededor de ellos—, las inclina-ciones eran muchas veces
muy pendientes; era común que tuvieran un grado del diez por cientó.
Cuando los ingenieros romanos construían un camino importante,
perforaban una zanja que abarcaba todo el ancho de la vía y la
ahondaban entre 1,2 y 1,5 metros de profundidad. Este lecho de la vía
era rellenado con sucesivos estratos de piedras grandes y pequeñas y
grava apisonada. Algunas veces colocaban una capa de concreto.
Normalmente, los caminos estaban cubiertos con grava, la cual podía
colocarse sobre una capa de argamasa. Cerca de las ciudades, en
aquellos lugares donde el tráfico era abundante, o cuando construían un
camino importante, los ingenieros pavimentaban la superficie con
piedras grandes que ajustaban con cuidado, las cuales tenían unos
treinta centímetros de espesor y unos 45 de anchura.
El tipo de constnicdón variaba según el movimiento que se esperaba,
el terreno y los materiales disponibles. Los caminos montañosos sólo
podían tener entre 1,5 y 1,8 metros de anchura; pero tenían algunos
lugares más amplios para dar paso. Los caminos principales medían de
4,5 a 6 metros de anchura. La Vía Apia tenía alrededor de 5,5 metros de
anchura—sufidente para que dos carrozas pasaran por ella la una junto
a la otra—, y estaba pavimentada con lava basáltica.
Por lo general, cuando los caminos atravesaban ríos, se construían
puentes de piedra. Tal construcción era posible porque los romanos ya
tenían una clase de concreto muy parecido al que se usa hoy. Para hacer
que la argamasa hecha con cal fraguara bajo el agua y resistiera su
acción, los ingenieros de caminos tenían que agregarle sílice a la mezcla.
Los romanos tenían grandes cantidades de arena volcánica (pozzolana),
en la cual había una mezcla de sílice en proporciones adecuadas.
Infortunadamente, los registros no nos dicen cuánto tiempo se
empleaba en la construcción de las vías romanas, ni cuántos individuos
había en las cuadrillas que las construían. La Vía Apia—“Reina de las vías”
y precursora de muchas otras vías romanas en tres continentes—fue
comenzada en el 312 a.C., como un camino que había de ser usado en
96
las guerras samnitas. Los 211 kilómetros que tiene este camino hasta
Capua tuvieron que ser construidos en el término de una década.
Finalmente, la Vía Apia se extendió hacia el sur 576 kilómetros, desde
Roma hasta Brundisium, localidad situada en el mar Adriático. El sistema
de vías se fue extendiendo gradualmente por medio de los esfuerzos de
numerosos emperadores romanos. Entre los que desarrollaron grandes
proyectos de vías se pueden contar los siguientes: Augusto, Tiberio,
Claudio y Vespasiano.
Algunas vías romanas se siguieron usando en toda la Edad Media y en la era
moderna. La Vía Apia, por la cual viajó Pablo hada Roma (vea Hechos 28:13–15), es
aún una arteria importante en el ocddente de Italia. Es un mudo recuerdo de la
gloria de aquellos tiempos en que todos los caminos conducian a Roma.
Acueducto. Esta vista aérea de una estructura arquitectónica construida por los romanos en Pont
du Gard, Provenza, Francia, muestra el acueducto, o canal de agua, en el nivel superior, y un
camino en el nivel inferior. Los romanos construían acueductos para llevar agua corriente de las
montañas a sus ciudades. Esta obra da testimonio de las monumentales hazañas de ingeniería de
Roma.
El ejército estaba organizado de la manera siguiente: el grupo activo de rango más
bajo era el contubernium, que se componía de ocho soldados. Estos compartían una
tienda de cuero que abarcaba unos nueve metros cuadrados en el campo. A cada
medio contubernium (cuatro hombres) se le asignaban pequeños detalles de trabajo
y servicio de patrulla. Diez contubernio (plural de contubernium) componían una
centuria. Aunque en sentido estricto, centuria significa cien, en Roma por lo general
sólo constaba de setenta u ochenta hombres. Seis centurias componían una cohorte,
97
y diez cohortes formaban una legión. La legión romana promedio tenía alrededor de
seis mil hombres, con sus animales de carga, caballos para los jinetes, y siervos.
En dos ciudades romanas de Palestina fueron acantonadas legiones: en
Sebaste, Samaría; y en Cesárea, principal puerto marítimo de Herodes (Hechos 10:1).
Esto colocaba a las legiones en un contacto mucho más estrecho con Roma. Sabemos
que un gran número de soldados romanos subían a Jerusalén para asistir a las fiestas
y mantener el orden entre las sectas judías y los peregrinos. Las sectas judías tenían
bajo su mando pocos hombres, posiblemente no más de quinientos. También tenían
una guardia del templo que era semi-militar (a la cual se refieren probablemente
Mateo 26:47 y Juan 18:31).
Las fuerzas romanas que se hallaban acantonadas en Palestina estaban aún
directamente bajo la dirección de Roma. Un tribuno militar romano actuaba como
jefe de policía y sus hombres tenían la responsabilidad de mantener el orden público.
Estos hombres estaban destacados en la fortaleza Antonia (que servía para custodiar
el templo) y en el palacio de Herodes (el cual ocupaba un sitio prominente, un poco
al sur de la moderna puerta de Jaffa en Jerusalén).
Julio César y Augusto dieron a los judíos mucha libertad religiosa, de lo cual dan
testimonio los mismos acontecimientos de la Semana Santa. (Tales acontecimientos
ocurrieron durante la observación judía de la Pascua.) No obstante, las relaciones
entre los romanos y los judíos de Judea continuaron desmoronándose a lo largo del
siglo primero. Los romanos aún escogían al jefe del sanedrín, que era la principal
asamblea política de los judíos, y aún escogían el sumo sacerdote. El sanedrín era el
tribunal religioso del judaismo, y el sumo sacerdote era el jefe de la estructura
religiosa de los judíos (Mateo 26:57, 58; Lucas 22:66–71; Hechos 22:30). Para la
mayoría de los funcionarios romanos, la religión judía era tan compleja que no valía
la pena molestarse con ella.
Los romanos eran muy prácticos, e introdujeron muchas innovaciones griegas en
el mercado. Superaron a las culturas anteriores en su éxito económico y político.
Desarrollaron un código completo de leyes y elaboraron toda una estructura de
funcionarios para hacerlas cumplir. Roma exigía fundamentalmente dos cosas a su
pueblo; que pagaran los impuestos y que aceptaran el dominio de Roma (Juan 18:19;
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Romanos 13:1–7). A cualquier rebelión o revuelta se le hacía frente con terrible
violencia. De esto vemos pruebas en los escritos de Josefo, y también en el Nuevo
Testamento (Lucas
13:1). Sin embargo Judea, con sus inmensas regiones desérticas, no tenía límites
naturales por tres de sus lados; así que para los romanos era di cil mantener el orden
en esta zona.
Mauda. Esta vista aérea muestra los restos de Masada que han sido excavados. Esta fortaleza
está situada en la costa occidental del mar Muerto. Los rebeldes judios que acamparon allí,
mataron a sus mujeres y a sus hijos y luego se mataron unos a otros, antes que dejarse capturar
por las trapas romanas en el año 73 d.C.
99
La adoración al emperador
Los romanos hallaron numerosas y diferentes lenguas, religiones y
culturas entre los pueblos que conquistaron. El imperio romano fue
absorbiendo gradualmente estos credos extranjeros, incluso la
adoración que se rendía a los líderes políticos.
Las provincias del Oriente tenían la costumbre de adorar a sus
gobernantes. Los egipcios creían que los faraones eran descendientes
del dios Sol, mientras que los griegos adoraban a sus grandes guerreros
que habían muerto. Alejandro Magno estableció un culto para sí, y tenía
sus adoradores en Alejandría. Los Seléucidas de Siria y los ptolomeos de
Egipto siguieron esta tradición, y decían de sí mismos que ellos eran
dioses que vivían en la tierra. Cuando el poder de Roma comenzó a
reemplazar a estos monarcas, la adoración a Roma (una deificación del
estado romano) comenzó a suplantar estos cultos. Los pueblos
conquistados comenzaron a adorar a los grandes personajes romanos:
Sila, Marco Antonio y Julio César.
Al principio, los romanos desdeñaron esta adoración al emperador.
Sin embargo, ellos reverenciaban a los espíritus de sus antepasados (los
lares) y el espíritu divino del que había sido cabeza de la familia (el
paterfamilias).
Augusto César combinó las ideas de adoración al gobernante y
adoración al antepasado en el culto imperial. En las provincias, sus
subditos adoraban a Roma y a Augusto conjuntamente como señal de
lealtad al emperador.
En todo el imperio, los súbditos romanos incorporaron la adoración
del emperador a la religión local. En las provincias, los ciudadanos
prominentes se convirtieron en sacerdotes del culto imperial a fin de
cimentar sus vínculos con Roma. Sin embargo, Augusto exceptuó a los
judíos del culto imperial.
El emperador romano Calígula (37–41 d.C.) se proclamó dios; edificó
dos templos para sí: uno a expensas del tesoro público, y otro por su
propia cuenta. Se vestía como Júpiter y pronunciaba oráculos. Habiendo
convertido el templo de Cástor y Pólux en vestíbulo de su propio palacio,
aparecía entre las estatuas de los dioses para recibir adoración. A él se
100
lo acusó de seguir la costumbre de los ptolomeos de casarse con su
hermana. En el 40
d.C., posiblemente provocado por el hecho de que los judíos habían
destruido un altar que había sido erigido en su honor, Calígula ordenó
que se colocara en el templo de Jerusalén una estatua de Júpiter con los
propios rasgos del emperador. Los judíos respondieron diciendo que “si
él colocaba la imagen entre ellos, primero tendría que sacrificar a toda
la nación judía” (Flavio Josefo, Guerras, vol. 2, libro 10, sección 4).
Petronio, el gobernador de Siria, tuvo el éxito de hacer que se rescindiera
la orden.
Claudio, el sucesor de Calígula, restauró la exención religiosa de los
judíos y rehuyó los intentos de adorarlo. “Porque no deseo parecer
vulgar a mis contemporáneos—dijo—, y yo sostengo que los templos y
sus similares, durante siglos sólo se han atribuido a los dioses.”
El más famoso relato sobre la política de los romanos hacia los
cristianos se halla en la correspondencia que se produjo entre Plinio el
Joven (62–113 d.C.) y el emperador Trajano, quien gobernó entre el 98 y
el 117a.C. Plinio fue enviado a Bitirua (la moderna Turquía) para que
investigara acusaciones de mal gobierno. Los bitinios denunciaron a sus
vecinos cristianos, pero Plinio no estaba seguro sobre la manera como
debía tratarlos, así que le escribió al emperador:
“El método que he observado hacia aquellos que han sido
denunciados como cristianos es éste: les pregunté si eran cristianos; si
confesaban, les volvía a repetir la pregunta dos veces, y agregaba la
amenaza de castigo capital; si ellos perseveraban, ordenaba que fueran
ejecutados … Aquellos que negaron ser o haber sido cristianos, que
repetían conmigo una invoca-dón a los dioses, y ofrecían adoración con
vino e indenso a tu imagen … y que finalmente maldecían a Cristo—
ninguno de los cuales actos, según se dice, se les pueden imponer por la
fuerza a los que son verdaderamente cristianos—, a estos pensé que era
correcto dejarlos en libertad … En cuanto a este asunto, me paredó que
bien merecia referírtelo, especialmente al tener en cuenta que son
muchos los que están en peligro. Personas de todas las clases y edades
y de ambos sexos son y serán objeto de esta persecudón, porque esta
contagiosa superstición no se confina sólo a las ciudades, sino que se ha
101
extendido por las aldeas y los distritos rurales; parece posible, sin
embargo, detenerla y curarla” (Epístola X, 96).
La respuesta de Trajano resume esta política: “El método que has
proseguido, mi querido Plinio, para selecdonar los casos de aquellos que
te han sido denunciados como cristianos, es sumamente apropiado … No
se debe buscar a este tipo de personas; cuando sean denunciadas y se
las halla culpables, tendrán que ser castigadas; sin embargo, si niegan ser
cristianas, y dan pruebas de no serlo (es decir, adoran a nuestros dioses),
se les debe conceder el perdón basado en el arrepentimiento” (Epístola
X, 97).
La adoración al emperador continuó como religión oficial pagana del
imperio hasta que el cristianismo fue reconocido por el emperador
Constantino, quien reinó entre el 305 y el 337 d.C.
El gobierno romano ejerció el poder de imponer la pena capital en sus colonias, y
muchos judíos fueron muertos como alborotadores (ver Lucas 23:18, 19). El conflicto
principal entre judíos y romanos surgió en torno a los impuestos romanos. Los judíos
habían pagado impuestos a Roma desde el año 63 a.C., pero cuando Judea fue
anexada a una provincia romana, se esperaba que los judíos también pagaran
impuestos provinciales. Los romanos pensaron que era prudente escoger para los
cargos más bajos del sistema de recolección de impuestos a personas nativas del país.
El odio de los que pagaban impuestos se volvería contra estos “traidores”, y no contra
los mismos romanos. (Vea en el capítulo 7 de este mismo libro, “Los apóstoles”, la
sección que trata sobre Mateo.)
El pueblo de Judea tenía que pagar tres impuestos principales. El primero era el
impuesto sobre la tierra, llamado tributum soli. El segundo era el impuesto general
del imperio, o vectigalia, que incluía el impuesto por los bienes importados que
llegaban a los puertos. Es probable que Mateo les cobrara esta clase de impuesto a
los pescadores de Capernaum, pueblo situado en la costa noroccidental del mar de
Galilea. El último era el impuesto personal, o tributum capitis, el “tributo” a que se
refieren los Evangelios. Augusto comenzó a cobrar este impuesto, y Cirenio,
gobernador de Siria, intentó hacer que se cumpliera. Les ordenó a todos los nativos
102
de Judea que volvieran al pueblo de su familia a fin de ser censados para un nuevo
impuesto. Fue así como María y José viajaron a Belén (Lucas 2:1–3) cuando nació
Jesús.
El asunto de los impuestos continuó siendo un punto sensible para los judíos, y
muchos grupos pequeños intentaron rebelarse. Durante el ministerio de Jesús, los
impuestos eran aún un asunto serio (Mateo 17:24–27; Marcos 12:13–17; Lucas
20:21–26).
El último acto de Cirenio como gobernador fue el de instalar un nuevo sumo
sacerdote, Anas (Lucas 3:2; Juan 18:13, 14). Este tomó posesión de su oficio en el año
7 d.C., y fue obligado a renunciar después de la muerte de Augusto en el 14 d.C.
Después de la muerte de Augusto, se convirtió en emperador su yerno Tiberio
(14–37 d.C.). Este escogió a Grato como nuevo gobernador de Judea. Grato
seleccionó varios sumos sacerdotes antes de seleccionar a Caifás alrededor del 18
d.C. Caifás desempeñó este oficio hasta el 36 d.C. Durante este tiempo fue cuando
halló a Jesús culpable de blasfemia y lo envió a Pilato para que lo sentenciara (Mateo
26:3, 57; Lucas 18:13, 14, 24, 28).
Poncio Pilato había sustituido a Valerio Grato como gobernador en el año 26 d.C.
Pilato había tenido un mal comienzo, por haber ordenado a la legión de soldados de
la fortaleza Antonia que desfilaran con un busto del emperador Tiberio como
emblema. Los judíos consideraron que este emblema era un ídolo; cuando los
soldados desfilaron por las calles el día de la Expiación, ellos se rebelaron.
El juicio a que fue sometido Jesús en el 32 d.C. fue otra escaramuza más dentro
de una larga serie de encuentros entre Pilato y los judíos. Este temió que si tenía
clemencia con Jesús, los judíos montarían otra revuelta; así que lo hizo crucificar
(Mateo 27:11–26; Marcos 15:1–15; Lucas 23:1–25; Juan 18:28–19:16). Pilato fue
quitado de su cargo en el año 36 d.C., cuando reaccionó con demasiado vigor contra
una reunión de samaritanos en el monte Gerizim. El viaje de Pilato a Roma para
recibir el castigo fue suspendido al morir Tiberio, en el año 37 d.C.
Tiberio y sus sucesores—Calígula, Claudio y Nerón—son conoddos como la
dinastía julioclaudiana. Calígula (37–41 d.C.) era demente. Una vez nombró a un
caballo como funcionario de su gobierno. Como estaba convencido de que él era
103
divino, mandó a hacer una estatua suya para que fuera colocada en el templo de
Jerusalén. Fue asesinado antes que se ejecutara su orden.
Claudio (41–54 d.C.) al comienzo de su reinado (vea Hechos 11:28; 18:2) trató de
suprimir las actividades que Calígula había iniciado contra los judíos, pero más tarde
se volvió contra ellos. Suetonio dice que Claudio “expulsó de Roma a los judíos,
quienes constantemente se amotinaban bajo la dirección de Chrestus”.
La conducta inmoral de Nerón (54–68 d.C.) es bien conocida. Este ordenó matar
a su esposa y su propia madre, y persiguió a los cristianos durante su gobierno. El
rumor que hubo de que Nerón había resucitado, tal vez sea mencionado
simbólicamente en Apocalipsis 13:3.
Vespasiano tomó el trono imperial en el 69 d.C. Había sido comandante del
ejército que estaba en la frontera siria, cuando se presentó la lucha final entre
romanos y judíos en el 66 d.C. En el verano de ese año, los terroristas judíos
asesinaron a los soldados romanos que estaban destacados en Masada, y se
prepararon para una fuerte defensa. El líder del templo de Jerusalén suspendió las
ofrendas que se hacían a diario por el bien del emperador. A Vespasiano se le
encomendó la tarea de someter la revuelta judía. En el verano del año 68 d.C.,
Jerusalén estaba cerca de la derrota, y Vespasiano fue nombrado emperador. El
permitió que su hijo Tito hiciera el asalto final. En el año 70 d.C., fue destruida
Jerusalén. El templo de Herodes fue incendiado y su sagrado mobiliario fue llevado a
Roma. Los guerrilleros judíos que quedaron fueron derrotados en los dos años
siguientes. Por el año 73 d.C., se habían borrado todas las huellas de autogobierno
de la nación judía.
Las contribuciones de Roma a la cultura
Los romanos no fueron muy originales en su pensamiento abstracto, pero fueron
rápidos para adaptar las buenas ideas de los pueblos que conquistaban. Por ejemplo,
tomaron las sencillas columnas dóricas de la arquitectura griega y las convirtieron en
el estilo corintio, que es más ornamental. Lo que queda de las vías, muros, puentes,
anfiteatros y basílicas aún impresiona a los turistas de hoy.
104
El arco de Tito. El emperador Tito de Roma (que gobernó del 79 al 81 d.C.) construyó este
imponente monumento para conmemorar sus victorias. Entre las escenas que aparecen
representadas en el arco está el saqueo del templo de Jerusalén por parte de los romanos (70
d.C.). Tito era el comandante del ejército romano en ese momento.
Los romanos mantuvieron la ley y el orden por encima de todas las cosas. Trataron
a los pueblos conquistados con justicia y tacto. Instituyeron las tres ramas del
gobierno—legislativa, ejecutiva y judicial—que llegaron a ser la base de la
democracia. Muchos aspectos de la ley romana sobreviven en los gobiernos
modernos de todo el mundo.
La lengua latina floreció en el siglo primero a.C., y nos dio poesía y prosa clásica.
Plinio el Viejo y otros escritores latinos redactaron excelentes historias del imperio.
Durante siglos, el latín influyó en las lenguas y en la literatura de Europa, aun en
aquellas que no son hijas directas de él; mucho más en los idiomas “romances”, como
el castellano y otros, que son en realidad sus formas modernas.
105
Los romanos tenían poco interés en una religiosidad complicada: sólo invocaban
a los dioses para que ayudaran a su familia o al estado. Sus principales dioses fueron:
Júpiter, quien dominaba el universo; Marte, dios de la guerra; Juno, diosa patrona de
las mujeres; y Minerva, diosa de la guerra, la sabiduría y la habilidad.
Fueron ellos quienes hallaron la manera de construir cúpulas de concreto, lo cual
les permitió encerrar grandes espacios. Probablemente fueran los que crearon los
primeros hospitales y las primeras escuelas de medicina. Muchas de las
contribuciones de Roma a la cultura aún afectan la vida occidental. El orden romano
del mundo fue la influencia mayor que ejercieron sobre la vida de los judíos en la
época del Nuevo Testamento.
5
Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento
n la época de Jesús, el judaísmo había llegado a ser una religión
dividida en sectas. Los judíos de diversas creencias pasaban muchas horas
discutiendo asuntos di ciles de la Ley, de la historia y de la política. Debatían
cuestiones como las siguientes: “¿Quién es el verdadero judío?” “¿Qué demanda Dios
de su pueblo?” “¿Cuál es el destino de Israel?” Sus conflictivas respuestas ponían de
manifiesto las agudas diferencias que había entre las diversas sectas judías de los
tiempos del Nuevo Testamento.
106
El marco histórico del Antiguo Testamento
Al revivir la historia del Antiguo Testamento, hallamos muchos factores que
contribuyeron a la hostilidad entre los partidos judíos de la época de Jesús.
A. Diferencias entre las doce tribus. Los muchos siglos transcurridos habían
desdibujado las características individuales de los doce hijos de Jacob (vea Génesis
49). Sin embargo, la nación que surgió de los doce hermanos, conservó
inevitablemente algunas de las características de ellos. Las divisiones sectarias
siguieron a menudo el linaje familiar, pues los descendientes de los doce hermanos
continuaron su amarga rivalidad.
En la época de Jesús, las personas estaban interesadas en aclarar su genealogía,
a lo menos por cuatro razones; para establecer sus derechos en el pacto a reclamar
una posición o propiedad; para identificarse con el Mesías prometido; para
identificarse con sacerdotes famosos; o simplemente, para aclarar sus “raíces”
familiares.
El hecho de que alguien conociera cuál había sido el origen de su familia, le ofrecía
cierta tranquilidad y estabilidad en los convulsionados tiempos del siglo primero. Sin
duda alguna, ésta fue la razón por la cual muchos judíos tuvieron el cuidado de
conservar un registro de su árbol familiar. Se sentían orgullosos de identificarse con
una tribu hebrea que tuviera una larga y noble tradición. Aun Pablo se jactó de los
antepasados de su familia (2 Corintios 11:22; Filipenses 3:5, 6). Nación, tribu, crianza
y lugar de nacimiento: estas eran las normas que usaban los judíos del siglo primero
para evaluarse.
B. El exilio: Dios les da la espalda. Para poder apreciar plenamente el carácter de
cada secta judía, tenemos que repasar los sucesos que ocurrieron en Israel después
del exilio. En el 734 a.C., el rey asirio Tiglat-pileser III despachó al exilio a los primeros
israelitas. Esta fue la primera de una serie de deportaciones que continuaron hasta
el 70 d.C. Cuando llegaron a ser conocidos como la diáspora, estaban esparcidos por
todo el mundo.
En el 723 a.C., los asirios deportaron a otro grupo de israelitas de la Tierra
Prometida, y en su lugar colocaron colonos asirios. Los babilonios conquistaron el
reino del sur, Judea, en el 597 a.C. Cuando los líderes judíos de Palestina se rebelaron
107
contra sus señores babilonios, éstos volvieron a atacar el reino del sur en el 586 y en
el 581 a.C. Después de este último ataque, los babilonios enviaron al exilio a más de
setenta mil judíos.
El exilio produjo efectos profundos y duraderos en Israel. Los judíos de la diáspora
se vieron tentados a comer alimentos no autorizados por la religión (Daniel 1:5, 8), y
a quebrantar otras leyes ceremoniales. Sus captores les exigían algunas veces que
adoraran ídolos (Daniel 3:4–7). A medida que la cautividad continuaba, más judíos
abandonaban la fe de sus antepasados. Esto creó tensiones entre los judíos que
adoptaron estilos de vida paganos y aquellos que no lo hicieron; y eso hizo que,
después del exilio, los judíos se dividieran en varias facciones. Algunos líderes judíos
pensaban que los que regresaban debían renunciar a sus prácticas paganas (vea
Esdras 9, 10), mientras otros pensaban que debían suavizar algunas exigencias de la
Ley.
Durante el exilio, muchos judíos se sintieron confundidos y se volvieron
escépticos. La lengua hebrea estaba agonizando, y con ella, aquellos que le tenían
cariño a la Tora. El templo había sido destruido y se habían detenido los sacrificios de
animales. Ya no estaba claro qué era lo que Dios demandaba de su pueblo.
C. El misticismo judío. Los elementos de la religión pagana comenzaron a llenar
los vacíos creados por el escepticismo y la duda. Algunos judíos entorpecieron su fe
al chapotear en la astrología y en el ocultismo. Se movieron hacia tales actividades
de modo lento, y los líderes judíos, al principio, no se dieron cuenta de lo que estaba
ocurriendo, pero los místicos judíos comenzaron a interpretar las enseñanzas judías
tradicionales a la luz de las creencias paganas que habían aceptado.
Por ejemplo, los judíos de la diáspora llegaron a fascinarse con el tema de los
demonios y de los ángeles. Restringieron la fe bíblica en un Creador que tiene
dominio soberano sobre su creación, al adoptar el punto de vista persa de un
universo en el cual hay un complejo mundo espiritual y una guerra en marcha entre
las fuerzas de la luz y las de las tinieblas.
Los místicos judíos compilaron estas creencias en un grupo de escritos religiosos
que se conocen con los nombres de deuterocanónicos y pseudoepígrafes. Algunos de
los libros deuterocanónicos, como el libro de Tobías, promovían la astrología y las
108
enseñanzas del zoroastrismo, que venían de Persia. La historia de Tobías afirma la
victoria de Dios sobre los demonios paganos; pero en el proceso, reconoce el poder
de los demonios paganos. Además, describe a Dios como una gran fuerza que está
detrás de los sucesos de la vida, y no como una Presencia personal que está en medio
de su pueblo. Esta erosión de la fe judía hizo que fuera más di cil para los judíos creer
que Jesús era “Emanuel, … Dios con nosotros” (Mateo 1:23). Muchos judíos aún se
aferraban a la creencia pagana de que Dios se había alejado de la vida diaria del
hombre.
D. La respuesta ortodoxa. No todos los judíos sucumbieron ante las creencias
paganas durante el exilio. Muchos líderes judíos comprendieron que estas ideas
amenazaban la supervivencia de la Tora. Sin la Ley, los judíos no tendrían esperanza.
Las componendas religiosas los apartarían cada vez más de la Palabra de Dios, hasta
perderse entre las culturas circundantes.
Los líderes judíos respondieron a esta amenaza estableciendo sinagogas,
instituyendo la función de los rabinos y haciendo hincapié en la necesidad de que
hubiera un remanente fiel. Estos cambios garantizaron la supervivencia del
judaísmo, pero también ayudaron a crear nuevas facciones entre los judíos.
1. La sinagoga. La palabra griega cuya transliteración al castellano es sinagoga
significa asamblea. Denota la reunión de los judíos de la diáspora para adorar y
estudiar fuera del templo. El Antiguo Testamento no menciona la adoración en la
sinagoga; pero Filón, Josefo y el Midrash afirman que Moisés comenzó esta
institución en el desierto. Es más probable que los exiliados judíos la crearan cuando
se reunían para orar, cantar y estudiar la Tora mientras vivían en tierras extrañas.
Después que regresaron del exilio, hicieron de la sinagoga una institución formal.
Cuando los babilonios destruyeron el templo de Jerusalén, y pusieron fin al
sistema judío de sacrificios de animales, los judíos llegaron a entender que la oración
era el “sacrificio del corazón”. Así hicieron de la oración el acto central del culto de la
sinagoga.
Tal vez fuera Esdras quien inauguró el culto de las sinagogas en Israel cuando
convocó la gran asamblea en Jerusalén (Nehemías 8). Las actividades de la asamblea
se parecieron mucho a las de las sinagogas, incluso la reunión de “los cabezas de las
familias de todo el pueblo” para estudiar la Tora (Nehemías 8:13).
109
Se duda que los judíos intentaran alguna vez sustituir el templo por la sinagoga,
pero su experiencia en el exilio los hizo comprender que podían ser fieles a Dios sin
adorar en el templo. Era fácil formar una sinagoga; sólo se necesitaban diez hombres
judíos, y la sinagoga era un ambiente natural para la instrucción teológica.
Mientras el templo restaurado permaneció en Jerusalén, el culto de la sinagoga
jugó un papel secundario en la vida de los judíos. Aun así, los arqueólogos han hallado
los restos de cincuenta sinagogas por lo menos, fuera de Palestina: once de ellas en
Roma. El libro de los Hechos identifica sinagogas en ocho ciudades de Asia Menor
(Hechos 9:2, 20; 3:5, 15; 14:1; 17:1, 10; 18:4, 26; 19:8).
Las sinagogas promovieron el crecimiento de las sectas judías. Los grupos que
tenían intereses especiales podían usar la sinagoga como plataforma para proclamar
sus opiniones cuando estuvieran en desacuerdo con los líderes del templo de la
nación.
110
La estrella de David. Esta estrella de seis puntas se usa ampliamente como símbolo del judaísmo.
Se desconoce la historia de su origen, pero ya decoraba la arquitectura judía del siglo III d.C.
Posteriormente se la llamó “sello de Salomón”. Aparentemente, este símbolo es mencionado por
vez primera en la literatura judía del siglo XIV d.C. Parece que no se usó en los tiempos bíblicos.
2. La institución rabínica. Cada sinagoga tenía unos pocos miembros que eran
excepcionalmente bien versados en la Tora. Por esta causa, se les permitía exponer
sus puntos de vista a la comunidad de la sinagoga. A este tipo de lider lo llamaron
los judíos rabino, nombre que en hebreo significa maestro.
Cada sinagoga tenía sus propias normas para seleccionar rabinos, de tal modo
que no se podía predecir la calidad de la enseñanza rabínica. Después que los judíos
111
quedaron bajo la influencia del pensamiento helenístico, comenzaron a organizar y
a poner por escrito las enseñanzas de varios rabinos.
A una de estas colecciones se le dio el nombre de Mishna, palabra hebrea que
significa repetición. Contenía las opiniones legales de respetados rabinos, que habían
pasado oralmente a través de muchas generaciones. La Mishna citaba algunas veces
la Tora para apoyar la posición de algún rabino, pero no intentaba analizar las
Escrituras en sí. Los eruditos judíos creen que la primera Mishna fue compilada
alrededor del año 5 a.C.
Una colección más antigua de tradiciones rabínicas es el Midrash, término hebreo
que significa comentario. El Midrash contenía interpretaciones rabínicas de las
Escrituras. Los soferim (escribas) compilaron el primer Midrash en el siglo IX a.C. Por
el hecho de que el Midrash era más antiguo que la Mishna, y estaba directamente
vinculado con la Escritura, los judíos del siglo primero confiaban más en él que en la
Mishna. Sin embargo, las sectas judías preferían usar la Mishna de sus propios
rabinos, pues eso elevaba las ideas de su grupo a la condición de escrito sagrado.
Después del exilio, los persas utilizaron a los escribas judíos para hacer cumplir
las leyes civiles en Palestina. Esto creó conflictos de lealtades entre los líderes judíos,
quienes descubrieron que tenían que alinearse con los intermediarios del poder
político a fin de sobrevivir. Este procedimiento continuó en la época de los romanos.
Jesús y Pablo entendieron los conflictos que producía el sistema rabínico. Jesús
les dijo a sus discípulos: “No queráis que os llamen Rabí” (Mateo 23:8). y
Pablo amonestó a su vez a los corintios para que dejaran de alinearse en pos de sus
maestros predilectos (1 Corintios 3:3–9).
3. La teología del remanente. Los judíos de la línea más conservadora también
combatían la desviación hacia el paganismo con la teología del remanente. En otras
palabras, declaraban que Dios conservaría un remanente fiel de su pueblo, que sería
la semilla del nuevo Israel. Por primera vez albergaron la idea de que no todos los
judíos eran escogidos por Dios. Para que alguien fuera un verdadero israelita, tenía
que obedecer la Ley de Moisés.
Desde el mismo comienzo, Dios había revelado que su pueblo tenía que
obedecerle. La historia demostraba que cualquiera de los descendientes de Abraham
112
que se rebelaba contra Dios, dejaba de recibir la bendición de El (por ejemplo, Esaú
e Ismael). Dios siempre había exigido obediencia, pero el exilio les hizo acabar de
comprenderlo.
Más de un grupo se consideró como el fiel remanente del pueblo de Dios. La
teología del remanente generó varios cultos secretos, que tenían misteriosos ritos
de adoración, diseñados para que los separaran de la mayoría corrupta de los judíos.
Cuando Ciro el Grande permitió que los judíos regresaran a Palestina, les dio a
elegir: ¿Querían regresar a la Tierra Prometida, o se conformarían con vivir en las
tierras donde estaban exiliados? Los judíos que decidieron regresar, creían que los
que se habían quedado eran menos fieles. Se consideraban como el remanente fiel
que Dios usaría para fundar su reino en la tierra.
El helenismo y los judíos
Los ejércitos de Alejandro Magno introdujeron otro factor que dividió a los judíos:
la influencia cultural del helenismo.
113
Escuela de una sinagoga. Durante el exilio babilónico, los judíos no podían hacer sacrificios, por
cuanto vivían en una tierra inmunda y lejos del templo. La necesidad que tenían de una
comunidad para adorar los condujo al establecimiento de la sinagoga, un lugar para leer y estudiar
el Antiguo Testamento. Los muchachos judíos aprendían la ley con su rabino, o maestro, en la
escuela de la sinagoga.
Alejandro promovió la cultura griega en toda tierra que conquistaba. Cuando sus
ejércitos tomaron Palestina de manos de los persas en el 332 a.C., exigieron que los
judíos adoptaran la lengua y las costumbres de Grecia. (Vea el capítulo 3 de este libro,
titulado “Los griegos y el helenismo”.) Los eruditos judíos comenzaron a leer la filoso
a griega en las bibliotecas de Alejandría y de otras ciudades que Alejandro construyó
por donde iba avanzando.
114
Quedaron intrigados con las ideas de Aristóteles y de otros pensadores griegos,
especialmente cuando vieron el éxito de la civilización de Alejandro, basada en lo
griego.
Los filósofos griegos querían respuestas lógicas para los interrogantes de la vida.
Se atrevían a pensar en conceptos abstractos, en vez de referirse sólo a objetos sicos.
Los eruditos judíos abrazaron estos métodos, y cayeron en la persuasión de que la
lógica griega les ayudaría a desenredar las complejas tradiciones de los rabinos.
Después de la muerte de Alejandro en el 323 a.C., sus generales se dividieron
entre sí el imperio que él había conquistado. Ptolomeo I estableció una dinastía en
Alejandría. Capturó Jerusalén y llevó judíos cautivos para que colonizaran la zona que
estaba alrededor de su capital, en Egipto. Les dio plena ciudadanía en su nuevo
imperio, e invitó a los eruditos judíos a usar la famosa biblioteca de Alejandría. Su
sucesor, Ptolomeo II, encargó que se hiciera la traducción del Antiguo Testamento al
griego para la biblioteca. Esta traducción se conoció con el nombre de Septuaginta.
Los judíos de los tiempos del Nuevo Testamento usaban la Septuaginta en lugar de
los manuscritos hebreos, ya que el griego había llegado a ser su lengua común.
Alejandría produjo varios eruditos judíos que introdujeron en sus escritos las
ideas helenísticas. El más famoso de estos fue Filón (alrededor del 20 a.C. al 50 d.C).
Filón creyó que las Escrituras contenían la verdad más alta que estaba disponible para
la humanidad; pero también creyó que las filoso as griegas presentaban facetas de la
verdad que complementaban las Escrituras.
Otro de los generales de Alejandro, Seleuco I, estableció una dinastía en Siria. Con
el tiempo, sacó a los ptolomeos de Palestina. Sin embargo, los seléucidas fueron
perdiendo gradualmente el dominio de la frontera palestina, hasta que el rey
seléucida Antíoco III fue derrotado por los romanos en la batalla de Magnesia, en el
190 a.C. Los romanos convirtieron al imperio de los seléucidas en satélite de su propio
imperio, que iba creciendo. Por causa de su tradición griega, los seléucidas
continuaron imponiendo el estilo de vida griego sobre sus súbditos judíos.
Antíoco IV tuvo que pagar un fuerte tributo al gobierno romano. Para recaudar
este dinero, decidió vender el oficio de sumo sacerdote de los judíos. En primer lugar,
115
se lo entregó a Jasón, un hermano del sumo sacerdote Onías III (2 Macabeos 4:7–17).
Dos años más tarde, Menelao, amigo de Jasón, ofreció pagar trescientos talentos más
por el cargo. Antíoco depuso a Jasón y colocó a Menelao en su lugar (2 Macabeos
4:23). Menelao pasó por alto las leyes judías, al hacer en Jerusalén un gimnasio donde
se reunían los atletas desnudos para realizar competencias deportivas griegas. De
hecho, Menelao y sus amigos “rehicieron sus prepucios” (1 Macabeos 1:14, 15),
probablemente mediante métodos quirúrgicos, de tal modo que tuvieran apariencia
de griegos al entrar en los baños públicos. Al parecer, muchos judíos helenistas se
sentían avergonzados por su circuncisión, pues posteriormente esto se convirtió en
tema de discusión en la iglesia de Corinto (1 Corintios 7:18).
Después que Antíoco instaló a Menelao como sumo sacerdote, se comportó con
violencia. Confiscó las propiedades de los ciudadanos de Jerusalén y saqueó el templo
para llenar su propio tesoro. Luego levantó en el templo un altar pagano, donde
sacrificó una cerda, lo cual era una abierta violación de la Ley mosaica. Ordenó a sus
subditos que hicieran altares griegos en todas las aldeas de Palestina. Proscribió los
ritos mosaicos, y castigó a los que intentaban observarlos (1 Macabeos 1:29–62).
A. Los macabeos. Los atropellos de Antíoco IV enfurecieron a los judíos de
Palestina. En el 166 a.C., un grupo de judíos rebeldes se reunió en torno a Matatías y
sus cinco hijos en la aldea de Modein, situada a unos pocos kilómetros al noroeste
de Jerusalén. Comenzaron una serie de ataques contra Antíoco y sus sucesores. Los
historiadores llaman a este conflicto “Guerras de los Macabeos”, aplicándoles el
nombre del hijo de Matatías llamado Judas Macabeo. Las guerrillas judías pelearon
contra sus gobernantes helenistas desde el 166 hasta el 143 a.C. Matatías hizo un
llamamiento: “Todo aquel que sienta celo por la Ley y mantenga la alianza, que me
siga” (1 Macabeos 2:27). No sabemos con seguridad cuántos judíos compartieron su
suerte con los macabeos; pero parece que los rebeldes tuvieron un amplio apoyo
popular. Se nos dice que el ejército de Antíoco mató a 1.000 guerreros judíos porque
se negaron a pelear en el día de reposo (1 Macabeos 2:29–38). Este desastre hizo
que los Macabeos suavizaran su observancia del día de reposo, por lo menos durante
la guerra.
116
Josefo y otros historiadores de este tiempo anotan que un grupo llamado hasidim
unió sus fuerzas con los Macabeos. Los hasidim, llamados, asideos, eran “israelitas
valientes y entregados de corazón a la ley” (1 Macabeos 2:42). Evidentemente, los
hasidim (palabra hebrea que significa santos) se dedicaban piadosamente a observar
la Ley de Moisés. Querían tener el derecho de volver a obedecer esta Ley en su propia
tierra natal, pero no estaban interesados en restablecer el estado político para lograr
esto. En el 163 a.C., Judas Macabeo persuadió al rey Demetrio de que les volviera a
dar libertad religiosa a los judíos. Pronto dejaron de pelear los asideos, pero el nuevo
sumo sacerdote, llamado Alcimo, ordenó que sesenta asideos fueran ejecutados en
venganza por el éxito de los macabeos. Esto hizo que los asideos volvieran a tomar
las armas (1 Macabeos 7:13–20).
Mientras rugían las guerras de los Macabeos, los rebeldes judíos fueron
apoderándose de una porción cada vez mayor de Palestina. El sucesor de Judas,
Jonatán, hizo un nuevo tratado con Roma para asegurar que los romanos
intervinieran si los sirios lanzaban una guerra total contra los judíos. Al fin, los
Macabeos dominaron la mayor parte de la Tierra Prometida, y nombraron a su líder,
Simón, “hegumeno (gobernador) y sumo sacerdote para siempre hasta que
apareciera un profeta digno de fe” (1 Macabeos 14:25–49). Al hacer esto,
establecieron a la familia de Simón como nuevo linaje de sacerdotes.
B. Los asmoneos. Los descendientes de Simón fueron conocidos con el nombre
de “casa de Asmón” o asmoneos. El tercer hijo de Simón, Juan Hircano, se nombró a
sí mismo rey y sumo sacerdote en el 135 a.C. Así comenzó la nueva dinastía judía,
que duraría hasta que los romanos invadieran a Palestina.
Antíoco IV murió en una campaña contra los romanos en el 128 a.C. Esto les
permitió a los judíos gobernarse por sí mismos en Palestina. Volvieron a instaurar el
sistema de sacrificios establecido por la Ley de Moisés, con la esperanza de producir
una nueva era dorada para Israel, pero la Tora (la Ley escrita) no fue la forma directa
del nuevo estado judío. En vez de eso, el pueblo siguió la tradición oral, recibida de
los rabinos que la habían enseñado a sus antepasados durante el exilio. A lo largo de
seiscientos años, los judíos de la diáspora habían desarrollado muchas
interpretaciones diferentes de la Ley, adaptadas a las situaciones en que vivían.
117
Ahora, estas ideas conflictivas chocaron de frente en Palestina. Esto preparó el
escenario para el judaísmo del Nuevo Testamento.
El general romano Pompeyo, invadió Palestina en el 63 a.C. (Vea el capítulo 4 de
este libro, que trata sobre “Los romanos”.) Capturó la ciudad de Jerusalén y obligó a
los asmoneos a convertirse en gobernantes títeres de Roma. Los asmoneos
continuaron en esta condición hasta el 47 a.C., cuando los romanos permitieron que
Antípater asumiera el control del gobierno de Judea. Antípater separó las funciones
del sumo sacerdote de las del rey. El mismo se constituyó en el primer gobernante
de un linaje de reyes, el de los herodianos.
Las sectas judías en los tiempos del Nuevo Testamento
Cuando nació Jesús, los judíos de Palestina estaban divididos en tres facciones
principales: fariseos, saduceos y esenios. Dentro de cada uno de estos partidos, había
pequeños grupos de judíos que se agrupaban en torno a las enseñanzas de algún
rabino en particular o de su escuela rabínica. Así que, cuando estudiamos a los tres
partidos principales del judaísmo en el Nuevo Testamento, debemos recordar que
los judíos de cada grupo tenían una amplia gama de conceptos.
A. Los fariseos: expertos en la ley. Durante la época de Juan Hircano, emergieron
los fariseos del antiguo partido de los asideos. Los fariseos eran los maestros
intérpretes de las tradiciones orales de los rabinos. La mayoría de ellos provenían de
familias de artesanos y comerciantes de la clase media (por ejemplo, el apóstol Pablo
era fabricante de tiendas). Ejercían una poderosa influencia sobre las masas
campesinas. Josefo observó que, cuando el pueblo judío se enfrentaba a una decisión
importante, confiaba en la opinión de los fariseos, y no en la del rey ni en la del sumo
sacerdote (Antigüedades, libro XII, capítulo X, sección 5). Por el hecho de que el
pueblo confiaba en ellos, los fariseos eran escogidos para las altas posiciones de
gobierno, entre las cuales se incluía el sanedrín. Josefo estima que, en el tiempo de
Jesús, sólo unos 6.000 fariseos vivían en Palestina, de modo que necesitaban el apoyo
popular. Tal vez esta fue la razón por la cual ellos le temían a la atracción que ejercía
Jesús sobre las multitudes.
118
Los fariseos enseñaban que las personas justas volverían a vivir después de la
muerte (Hechos 23:8), mientras las perversas serían castigadas por la eternidad.
Entre los demás grupos de judíos no había muchos que aceptaban este concepto.
Más bien abrazaban la idea de griegos y persas de que la muerte separaba
permanentemente el alma del cuerpo.
Esto también puede ayudarnos a explicar por qué las multitudes seguían a Jesús.
El era un pobre carpintero; sin embargo, era un maestro consumado de la Ley (Mateo
7:28, 29). Además, enseñaba que los muertos resucitarían (Lucas 14:14; Juan 11:25).
Las enseñanzas de Jesús acerca de los alimentos de la persona (Marcos 7:1–9), del
respeto hacia los ancianos (Marcos 7:10–13), de la observancia del día de reposo
(Mateo 12:24–32), estaban de acuerdo con las de los fariseos. Además, El hablaba
con frecuencia acerca de ángeles, demonios y otros espíritus como los que habían
descrito los místicos judíos. Esto atraía el interés del pueblo común.
B. Los saduceos: guardianes de la Tora. Después que los Macabeos sacaron a los
sirios de Palestina, los judíos helenistas se escondieron. El judío erudito ya no tenía
seguridad cuando respaldaba las ideas griegas. Sin embargo estos judíos
intelectuales continuaron aplicando la lógica de los griegos a los problemas del día,
y formaron una nueva secta judía que se conoció con el nombre de saduceos.
No estamos seguros en cuanto a lo que significó originalmente el término
saduceo. La mayoría de los eruditos creen que se derivó de la palabra hebrea saddig
(justo), o bien, que viene del nombre del sacerdote Sadoc, ya que los saduceos
estaban relacionados con el sacerdocio del templo.
Los saduceos rechazaban la tradición oral de los rabinos. Sólo aceptaban la Ley
escrita de Moisés, y condenaban cualquier enseñanza que no estuviera basada en la
Palabra escrita (Josefo, Antigüedades, libro XIII, capítulo X, sección 6). Veían muchas
influencias persas y asirias en las enseñanzas de los fariseos, y pensaban que los
fariseos eran traidores a la tradición judía. Rechazaban la fe de éstos en los ángeles,
en los demonios y en la resurrección después de la muerte (Mateo 22:23–32; Hechos
23:8), así que se oponían a Jesús cuando El estaba de acuerdo con los fariseos (Mateo
22:31, 32).
119
El sanedrín. Durante la mayor parte del período romano, el gobierno interno de Judea estuvo
dominado por el sanedrín, el tribunal supremo de los judíos. El sanedrín era un grupo de ancianos,
presidido por el sumo sacerdote, y pudo condenar a la pena capital hasta unos cuarenta años
antes de la destrucción de Jerusalén. Después de ese tiempo, ya no pudo condenar a muerte sin
que esta condena fuera confirmada por el procurador romano. Esta fue la razón por la cual Jesús
tuvo que ser juzgado ante Pilato (Juan 18:31, 32).
120
Los saduceos adoptaron las creencias del filósofo griego Epicuro, quien dijo que el
alma muere con el cuerpo (Josefo, Antigüedades, libro XVIII, capítulo II, sección 4).
Enseñaban que cada persona es dueña de su propio destino.
Les encantaba discutir cuestiones de teología y filoso a. Esta era otra clave que
indicaba sus intereses de tipo griego. Sus complicadas ideas no atraían a las masas,
de modo que en política, tenían que unirse a los fariseos. De hecho, los saduceos
hubieran podido desaparecer de la escena antes de los tiempos del Nuevo
Testamento, si no hubiera sido por un extraño giro en los acontecimientos de la
política judía:
Los fariseos se opusieron a la decisión de Juan Hircano de convertirse en sumo
sacerdote, por cuanto ellos habían oído que la madre de Hircano había sido violada
durante el reinado de terror de Antíoco IV. Hircano probó que aquello era una
mentira, pero el tribunal fariseo castigó al mentiroso con sólo unos pocos azotes. Esto
provocó la ira de Hircano, quien desvió su apoyo hacia los saduceos.
El hijo de Hircano, Alejandro Janneo (104–78 a.C.), había estudiado bajo la
dirección de tutores griegos en Roma. Simpatizaba con las ideas griegas y
secretamente favorecía a los intelectuales saduceos. Josefo informa que Janneo se
embriagó una vez en la fiesta de los Tabernáculos, y derramó una ofrenda de agua a
sus propios pies, en vez de derramarla sobre el altar. (Tal vez esta fue la manera como
Janneo demostró su desprecio hacia los fariseos, quienes derramaban agua sobre el
altar para simbolizar la necesidad de lluvia.) Se produjo un alboroto. Los soldados de
Janneo restauraron el orden, pero sólo después que seis mil personas habían muerto
(Josefo, Antigüedades, libro XIII, capítulo V, sección 13). Los fariseos libraron una
amarga guerra civil contra Janneo (94–88 a.C.), a la cual puso término el rey asmoneo
mediante la crucifixión de los líderes fariseos y de ochocientos de sus seguidores.
La esposa de Hircano, Salomé, tuvo una actitud más tolerante hacia los fariseos
durante su reinado (78–69 a.C.), pero los fariseos y los saduceos nunca se perdonaron
este episodio sangriento.
C. Los esenios: los justos radicales. Los esenios también emergieron del
movimiento piadoso de los asideos. Josefo nos dice que había dos grupos de esenios
(Guerras, libro II, capítulo VIII; sección 2), mientras Hipólito, obispo del siglo tercero,
121
dice que había cuatro grupos de esenios (vea su obra Refutación de todas las
herejías). Pudo haber habido aún más.
La palabra esenio viene de un término hebreo que significa piadoso o santo.
Aunque los demás judíos los distinguían con este nombre, probablemente los esenios
mismos rechazaran tal título. No pensaban que eran especialmente santos ni
piadosos; pero se consideraban como los guardianes de las misteriosas verdades que
gobernarían la vida de Israel cuando apareciera el Mesías.
La mayoría de los eruditos creen que unos documentos que se hallaron en una
sinagoga de El Cairo alrededor de 1896, llamados Documentos de Sadoc, fueron
escritos por un grupo de esenios. Estos documentos describen la lucha final entre el
bien y el mal que prepararía el camino para el Mesías.
Los esenios planificaron mantener este tipo de información en secreto hasta el
tiempo apropiado. Probablemente se identificaran a sí mismos con los maskilim,
término hebreo que se podría traducir los entendidos, de quienes el profeta Daniel
había dicho que guiarían a los judíos en su tiempo de perturbación (Daniel 11:33;
12:9, 10).
La mayoría de los esenios vivían en comunidades situadas en zonas remotas del
desierto. Otros vivían en un barrio de Jerusalén; e incluso había hasta una “Puerta de
los esenios”. Practicaban complicados ritos para purificarse, sica y espiritualmente.
Su escritos (es decir, los rollos del mar Muerto, que la mayoría de los eruditos
consideran que son esenios) demuestran que ellos tenían mucho cuidado de no
dejarse corromper por la sociedad que los rodeaba, con la esperanza de que Dios
honraría su fidelidad. Llamaban a su líder “el Maestro de justicia”.
Los rollos del mar Muerto no identifican a las personas que vivieron en la
comunidad de Qumran, donde se escribieron dichos rollos; pero Plinio, el historiador
romano, dice que esta región fue la sede de la secta de los esenios.
En 1947, un joven pastor beduino lanzó una piedra hacia una cueva en Khirbet
Qumrán (lugar situado en la costa noroeste del mar Muerto), y oyó que se quebraba
una jarra de arcilla. El muchacho entró en la cueva y halló varias jarras que contenían
antiguos manuscritos. Los eruditos los identificaron como el libro de Isaías, un
comentario sobre Habacuc, y varios documentos que contenían las enseñanzas de la
122
secta de Qumrán. Con el correr del tiempo, hallaron once cuevas que contenían rollos
y fragmentos antiguos. En estas cuevas había fragmentos o copias de todos los libros
del Antiguo Testamento, excepto Ester. La mayor parte de los manuscritos datan de
la época de los macabeos. Este descubrimiento despertó el interés de los
arqueólogos en las ruinas de Khirbet Qumrán en sí, donde hallaron una gran sala
dedicada a la copia de manuscritos.
Los eruditos aún debaten si los habitantes de Qumrán eran realmente esenios,
puesto que sus escritos no están de acuerdo en varios puntos con conocidas
enseñanzas esenias. Algunos creen que los fariseos que huyeron de la ira de Janneo
(88 a.C.) se establecieron en Qumrán. (Un comentario sobre el libro de Nahum, que
se halló en Qumrán, parece referirse al estilo de vida de los fariseos.) Ahora bien, si
los habitantes de Qumrán eran sencillamente otro grupo de esenios que se dividió,
eso explicaría su ocasional apartamiento de la corriente principal de las enseñanzas
esenias.
La colonia judía de Elefantina
“En aquel tiempo habrá altar para Jehová en medio de la tierra de
Egipto, y monumento a Jehová junto a su frontera” (Isaías 19:19). Esta
profecía se cumplid, por lo menos en parte, cuando los soldados que
marchaban bajo el estandarte del rey Asurbanipal de Asiria tomaron por
asalto a Egipto en el 663 a.C. Entre las tropas asirias había centenares de
judíos mercenarios; soldados que eran conocidos por su valentía y por
su lealtad al Dios vivo.
Estos hombres disfrutaban de la mayoría de las libertades de la vida
civil. Se casaban, tenían familia y participaban de la política local y los
negocios. Con el tiempo, algunos de ellos llegaron a ser prominentes
comerciantes, que participaban en el negocio del marfil, el que dio su
nombre a Elefantina.
Su número aumentó grandemente en el 587 a.C., cuando
Nabucodonosor asoló a Jerusalén después de una revuelta que se
produjo allí, y llevó a sus habitantes hacia el exilio. Durante este
lamentable período, muchos judíos huyeron a Egipto, y unos cuantos de
ellos se sintieron felices al hallar que una próspera comunidad judía los
123
aguardaba en Elefantina. En aquellos momentos había incluso un
magnífico templo en la ciudad de la isla.
El templo había sido construido alrededor del año 600, y había
costado mucho. Era un edifido impresionante, que tenía inmensas
columnas de piedra y cinco puertas con goznes de bronce. Adentro
estaban guardados unos tazones de oro y plata. Estos eran sólo para ser
usadas en la adoración a Jehová.
Aunque Jehová continuaba siendo supremo en la adoradón de los
judíos egipdos, sin embargo llegó a ser considerado como uno de los
muchos dioses. En realidad, creían que las diosas Eshembethel y Anath-
bethel compartían el templo con El. Se supone que las consideraban
como esposas de El; es probable que la introducción de éstas en la
adoración surgiera de las propias mezclas matrimoniales de los judíos
con la población local.
El templo de Elefantina fue destruido en el 410 a.C. por los sacerdotes
del dios Khnum. Los judíos apelaron a Jerusalén para que les ayudaran a
reconstruirlo, pero se sorprendieron por la reprensión que recibieron.
Los sacerdotes de Jerusalén consideraban la existencia de un segundo
templo como algo rayano en la blasfemia. A pesar de la ausencia del
templo, la comunidad judía de Elefantina prosperó hasta poco después
de los tiempos de Cristo. Con la difusión del cristianismo, Elefantina
simplemente se desvaneció del mapa. La actual ciudad de Asuán fue
construida en su mayor parte con materiales tomados del sitio donde
estaba Elefantina.
Es interesante notar que las mujeres de Elefantina disfrutaban de una
condición mejor que en cualquier otra parte del mundo hebreo. Podían
divorciarse du sus maridos, por ejemplo, y podían negarse a casarse con
alguno. Estas prácticas eran inauditas en la mayor parte de la sociedad
judía de ese tiempo.
Los arqueólogos han descubierto docenas de papiros manuscritos en
Elefantina, los cuales constituyen valiosos indicadores de los cambios en
la escritura hebrea durante el período intertestamentario. Estos
manuscritos demuestran que los escritores judíos fueron fuertemente
influidos por las técnicas de los escribas arameos y (posteriormente) por
las de los griegos.
124
D. Los zelotes. La invasión de Palestina por parte de Pompeyo en el 63 a.C.
destruyó las esperanzas judías de restaurar su propio gobierno, pero algunos grupos
insistieron obstinadamente en que los judíos tenían que repeler a los invasores
romanos. Estos “zelotes” trataron de promover la rebelión entre los judíos.
Los Herodes
La familia de los Herodes fue agente de Roma en el dominio de
Palestina durante los tiempos de Cristo y la fundación de la Iglesia
cristiana. Esta familia reinó con tiranía—ya menudo con violencia—
durante unos cien años.
La familia que sería conocida como herodiana, era idumea por
nacimiento. Idumea era una región situada al sur de Belén y de Jerusalén,
poblada por los edomitaa, antiguos judíos que se habían negado a
habitar en la tierra de Canaán. Juan Hircano I, el líder Macabeo, había
conquistado a los idumeos alrededor del 126 a.C., y los había obligado a
aceptar el judaismo ortodoxo. La familia de los Herodes gobernaba en
Idumea cuando la dinastía de los Macabeos comenzó a perder el
dominio sobre Palestina.
La familia de los macabeos había dirigido a los judíos en una lucha
heroica para librarse del dominio extranjero. Sin embargo, las intrigas
políticas y las envidias que había en la familia de los macabeos dejó el
estado judío muy debilitado, y lo convirtió en presa de Roma. El último
gobernante fuerte del linaje de los macabeos (que posteriormente se
llamaron asmoneos) fue
Alejandro Janneo. Cuando él murió (alrededor del 78 a.C.), le dejó el
reino a su viuda, Alejandra Salomé. Esta nombró sumo sacerdote a su
hijo mayor, Juan Hircano II, y tenía la esperanza de prepararlo para el
trono, pero ella se enfermó de repente y murió, y Aristóbulo, su hijo
menor, se proclamó rey. Los Herodes aprovecharon esta situación
confusa.
Antípater I de Idumea, padre de Herodes el Grande, era sagaz, rico y
ambicioso. Se alió con Juan Hircano II en un esfuerzo por derrocar a
Aristóbulo. Atrajeron a los romanos a la lucha, y ganaron. Antipáter
125
volvió a instalar a Hircano II como sumo sacerdote, y Julio César nombró
posteriormente a Antipáter como gobernador de Judea.
Antipáter dio a dos de sus hijos posiciones en el gobierno: Fasael fue
nombrado prefecto de Jerusalén y Herodes fue gobernador de Galilea.
Herodes (“el Grande”) en inteligente, de personalidad muy arráyente y
muy capaz en la política. Como su padre, era muy ambicioso. Sin
embargo, el sanedrín (el concilio legal de los judíos) se volvió contra el
joven gobernante cuando éste ejecutó a algunos judíos sin
consentimiento oficial; de hecho, pidió la pena de muerte para él.
Herodes apeló al gobernador romano de Siria, quien declaró sin lugar las
acusaciones de los judíos y extendió la gobernacion de Herodes a Coele-
Siria y a Samaría.
Cuando Casio, uno de los asesinos de Julio César, se convirtió en
gobernante del sector oriental del imperio romano, Herodes y su padre
Antípater colaboraron con él totalmente. Muchos grupos judíos se
opusieron al gobierno de ellos, y Antípater murió envenenado en el 43
a.C., precisamente después de pagar un gran impuesto a Casio.
Luego asumió el control de las provincias orientales Marco Antonio,
y los líderes judíos clamaron para denunciar a Herodes como un tirano.
No obstante, Antonio confirmó a Herodes y a Fasael como tetrarcas (es
decir, cada uno gobernador de una cuartal parte de la región) de Judea.
En el 40 a.C., Antígono, un líder asmoneo (nieto de Juan Hircano I),
expulsó a Herodes del poder, y fue proclamado rey de Judea. Ordenó a
sus hombres que le cortaran las orejas a Hircano II, a fin de que no
pudiera seguir siendo sumo sacerdote. (Era ilegal que una persona
mutilada sirviera como sacerdote.) Herodes acudió a Antonio en busca
de ayuda. Octavio y Antonio aconsejaron al senado romano que
escogiera a Herodes como rey de los judíos; pero Herodes necesitó tres
años de dura lucha para volver a ganar el reino. Desde entonces hasta su
muerte, que ocurrió 33 años más tarde, Herodes gobernó como aliado
real de Roma.
Cuando Octavio derrotó a Antonio y a Cleopatra en Accio en el 31
a.C., Herodes sometió con sabiduría el reino a su nuevo señor. Octavio
confirmó a Herodes como rey de Judea y agregó aún más territorio a su
dominio.
Herodes el Grande se casó con diez mujeres en total: Doris,
Mariamne I, Mariamne II, Malhace, Cleopatra, Pallas, Fedra, Elpis, y otras
126
dos cuyos nombres son desconoddos (en ese orden). Entre todas ellas le
dieron por lo menos quince hijos.
Se divorció de Doris a fin de casarse con Mariamne (conocida
históricamente como Mariamne I). Ella era de la familia de los asmoneos,
y Herodes tenia la esperanza de lograr derto nivel político por medio de
este matrimonio. Con el tiempo, les ordenó a sus hombres que
ejecutaran a Mariamne I y al abuelo de ella, Juan Hircano II. Al hacer esto,
exterminó la familia de los asmoneos.
Herodes el Grande trató de ganarse el favor de los judíos,
reconstruyendo el templo de ellos con gran esplendidez. Sin embargo,
también hizo templos dedicados a los dioses paganos. El pueblo judío
estaba resentido por los antepasados idumeos de Herodes y por su
matrimonio con Maltace, que era samaritana.
Los últimos años de la vida de Herodes fueron desconsoladores y
llenos de dolor; se fue deteriorando mental y sicamente. Su loca envidia
hizo que ordenara ejecutar a muchos. Tres de sus hijos: Antípater II,
Alejandro y Aristóbulo I, cayeron entre las víctimas.
La muerte de Herodes en el 4 a.C. trajo una nueva era para Judea. Precisamente
antes de su muerte, Herodes le dio formalmente poder al emperador romano para
que supervisara su reino. (Roma había sido la que realmente dominaba a Palestina
desde el momento en que fue depuesto Aristóbulo, en el 63 a.C.; pero ahora podía
ejercer más directamente su dominio.) En su testamento, Herodes el Grande
dividió su reino entre tres de sus hijos. Arquelao recibió Judea, Samaría e Idumea;
Antipas II recibió Galilea y Perea; y Herodes Felipe II recibió los territorios
nororientales.
Herodes Arquelao reinó “en lugar de Herodes su padre” (Mateo
2:22), aunque sin el título de rey. Era el hijo mayor de Herodes y Maltace,
y tenía la peor reputación entre todos los hijos de Herodes. Hizo airar a
los judíos al casarse con Glafira, la viuda de su medio-hermano
Alejandro. Los rivales judíos y samaritanos enviaron una delegación
unida a Roma, y amenazaron con promover una revuelta si Arquelao no
era destituido. En consecuencia, fue depuesto y desterrado en el 6 d.C.
Entonces Judea se convirtió en provincia romana, y era administrada por
gobernadores designados por el emperador.
Herodes Antipas II fue el hijo menor de Herodes y Maltace. Los
evangelios lo describen como un hombre completamente inmoral. Se
divorció de su esposa para casarse con Herodias, la mujer de su medio-
127
hermano Herodes Felipe I. Como Herodías era también sobrina de él, la
unión de ellos era indudablemente pecaminosa. Encarceló a Juan el
Bautista por denunciar este matrimonio (Marcos 6:17, 18). Herodias
aprovechó por completo la promesa que su marido le había hecho a su
hija (posiblemente Salomé II), de darle cualquier cosa que ella quisiera
(Marcos 6:19–28). La joven pidió la cabeza de Juan el Bautista en una
bandeja, así que Antipas lo hizo ejecutar. Sin embargo, Herodes Antipas
II fue el más capaz de los hijos de Herodes; en el 22 d.C. construyó la
ciudad de Tiberias, a orillas del mar de Galilea. El emperador Caligula lo
desterró en el 39 d.C., después que Herodes Agripa I lo acusó de rebelión
contra Roma.
Herodes Felipe II fue distinto al resto del clan herodiano, pues era
pausado, moderado y justo. Reinó durante 37 años como “tetrarca de
Iturea y de la provincia de Traconite” (Lucas 3:1). Se casó con Salomé II,
hija de Herodes Felipe I, su medio hermano.
Herodes Agripa I fue hijo de Aristóbulo I y nieto de Herodes el Grande.
El emperador Calígula le dio el título de rey en el 37 d.C. Sus territorios
se hallaban al nordeste de Palestina. Cuando fue desterrado Antipas II
en el 39 d.C., se anexaron al reino de Agripa I los territorios de Galilea y
Perea. Posteriormente, el emperador Claudio extendió el territorio de
Agripa, al concederle Judea y Samaria en el 41 d.C. Agripa I mató al
apóstol Jacobo y persiguió a la Iglesia primitiva. Por causa de su
arrogancia, Dios le quitó la vida (Hechos 12). Entre sus hijos se nombran
los siguientes: Berenice II, Herodes Agripa II y Drusila (quien se casó con
Félix, el gobernador romano de Judea; vea Hechos 24:24).
El emperador Claudio le dio a Herodes Agripa II el titulo de rey. Sus
territorios estaban al norte y al nordeste de Palestina; estos territorios
le fueron aumentados por el emperador Nerón en el 56 d.C. Su relación
incestuosa con su hermana Berenice II fue un escándalo entre los judíos.
El Nuevo Testamento menciona el hecho de que él y Berenice oyeron a
Pablo (Hechos 25:13–26:32). Instó a sus compatriotas a permanecer
leales a Roma durante las revueltas judías. Cuando cayó la nación, él se
marchó a Roma, donde murió alrededor del año 100 d.C.
Herodes Felipe I fue el hijo de Herodes el Grande y de Mariamne II.
Durante algún tiempo estuvo incluido en el testamento de Herodes; pero
el rey revocó posteriormente esta concesión. Felipe quedó como un
ciudadano particular, y la historia de su vida no está clara. Su esposa
128
Herodias lo abandonó para ir a vivir con su medio-hermano Antipas II
(vea Marcos 6:17,
18).
Cristo, los apóstoles y los primeros cristianos vivieron durante los
turbulentos días de los Herodes. Aunque éstos construyeron muchos
edificios espléndidos y fortalecieron a Judea en el sentido militar, el
veredicto de sus súbditos fue que ellos eran culpables en máximo grado
de opresión, de tiranía y de imponerles cargas.
El zelote mejor conocido fue Judas el Galileo (Hechos 5:37). Cuando Augusto
decretó que “todo el mundo fuese empadronado” (Lucas 2:1), Judas dirigió contra
los romanos una revuelta que tuvo mal fin. Josefo observó que éste fue el comienzo
de los conflictos de los judíos con el imperio romano, los cuales terminaron con la
destrucción del templo en el 70 d.C. (Antigüedades, libro VIII, capítulo VIII).
A Judas y sus seguidores les molestaba todo control extranjero de su gobierno. Es
posible que su forma de pensar inspirara la pregunta que uno de los fariseos le hizo
a Jesús: “¿Es lícito dar tributo a César, o no?” (Marcos 12:14).
Durante el tiempo en que Félix gobernó como procurador de Judea (52–60 d.C.),
los zelotes formaron un grupo radical que se conoció con el nombre de sicarii (los
que usan daga). Los sicarii circulaban entre las multitudes durante las fiestas y
mataban a los simpatizantes de Roma con dagas que escondían en la ropa.
Durante la guerra contra Roma (66–70 d.C.), los sicarü escaparon a la antigua
fortaleza judía de Masada y la convirtieron en su centro de operaciones. Dos años
después de la caída de Jerusalén, una legión romana puso sitio a Masada. En vez de
morir en las manos de los gentiles, los sicarii se suicidaron y mataron a sus familias:
un total de novecientas sesenta personas.
E. Los herodianos. Durante la era romana emergió otra facción judía, la de los
herodianos. Eran un grupo político que incluía a judíos de varías sectas religiosas.
Respaldaban a la dinastía de Herodes el Grande; de hecho, parece que preferían el
gobierno opresor de Herodes, que era local, a la supervisión extranjera de los
romanos. Los herodianos son mencionados tres veces en el Nuevo Testamento
129
(Mateo 22:16; Marcos 3:6; 12:13); pero ninguno de estos pasajes nos ofrece una clara
imagen de lo que creían los herodianos
Algunos eruditos creen que pensaban que Herodes era el Mesías, pero no hay
fuertes evidencias que apoyen esta teoría.
F. Los samaritanos. Los samaritanos eran descendientes de los judíos que
permanecieron en Palestina después que los asirios derrotaron a Israel.
Procedían de matrimonios mixtos entre judíos y colonos asirios que se establecieron
en la Tierra Prometida, de modo que su misma existencia era una violación de la Ley
de Dios.
Adoraban a Dios en el monte Gerizim, donde construyeron su propio templo y
sacrificaban animales. Los samaritanos eran despreciados por los judíos que
regresaron del exilio. Los llamaban “el pueblo nedo que mora en Siquem”
(Eclesiástico 50:25, 26). En el 128 a.C., Juan Hircano destruyó el templo del monte
130
Gerizim. Desde aquel momento, judíos y samaritanos no se reladonaban entre sí (vea
Juan 4:9).
En algunos sentidos, Jesús también estaba apartado de los samaritanos. El les dijo
a sus discipulos que se mantuvieran retirados de los gentiles y de las ciudades de
Samaria (Mateo 10:5–7). Declaró indebida la práctica samaritana de adorar sólo en
el monte Gerizim (Juan 4:19–24). Sin embargo, estuvo dispuesto a visitar una aldea
samaritana (Lucas 9:52), y hablar con una mujer samaritana (Juan 4:7–42). Su
parábola sobre el buen samaritano sugiere que en su criterio, los samaritanos podían
ser más fieles a la Ley que los mismos judíos (Lucas 10:25–37). Cuando sanó a los diez
leprosos, un leproso samaritano fue el único que regresó para darle las gracias (Lucas
17:11–19), y cuando Jesús comisionó a sus discípulos para predicar el Evangelio, los
envió específicamente a la tierra de Samaria (Hechos 1:8).
G. Los seguidores de Juan el Bautista. Juan el Bautista nació de una anciana
pareja, de la familia sacerdotal de Aarón. Algunos eruditos creen que se fue al
desierto a vivir con los esenios cuando sus padres murieron (vea Lucas 1:80).
También es probable que sus padres lo hubieran llevado al desierto para que
escapara de la matanza de los niños pequeños ordenada por Herodes (Mateo 2:16).
De cualquier modo, los esenios pueden haber influido en la familia de Juan.
El Bautista proclamó que el Mesías estaba a punto de aparecer en Israel, y exhortó
al pueblo a prepararse para recibir al Redentor que venía. Esto atrajo la atención del
pueblo común; y acudían a Juan para ser bautizados, pero Herodes tenía temor de
que Juan estuviera tratando de inspirar una rebelión (Josefo, Antigüedades, libro
XVIII, capítulo V, sección 2).
131
Tetradracma de Barcoqueba. Después de la caída de Jerusalén en el 70 d.C., muchos grupos de
judíos continuaron luchando contra los romanos, ayudándose entre sí para volver a lograr la
independencia. Simón Barcoqueba se proclamó a sí mismo como el Mesías y declaró la
independencia de Judea. Esta moneda macabea muestra la fachada del templo y tiene una
leyenda que dice Simeón; es decir, Simón (Barcoqueba). Este se apoderó de Jerusalén en el 132
d.C., pero los romanos volvieron a tomar la ciudad y aplastaron la rebelión en el 135 d.C. La tierra
fue profanada y saqueada; los judíos fueron torturados, asesinados o vendidos como esclavos en
el mercado libre, y el sitio donde estaba el templo fue arado. Desde entonces, Jerusalén sería una
ciudad cada vez más gentil.
Las enseñanzas de Juan parecían en verdad revolucionarias. Amonestaba a sus
seguidores para que compartieran su comida y su ropa (Lucas 3:11). Condenó el
matrimonio de Herodes con su cuñada, puesto que el hermano de él aún estava vivo.
No tuvo miedo de desafiar el statu quo político. Finalmente, fue ejecutado por
órdenes de Herodes Antipas.
Muchos de los seguidores de Juan creyeron que él mismo era el Mesías. Aunque
no formaron una secta en el sentido más estricto de la palabra, constituyeron un
importante movimiento religioso de la época de Jesús. En el Cercano Oriente
132
moderno hay una pequeña secta, los mandeos, los cuales afirman ser descendientes
de estos seguidores de Juan el Bautista.
La respuesta de Cristo a las sectas
En el siglo primero, las sectas de Israel habían cambiado la personalidad de la fe
judía. La senda recta y estrecha que Dios había colocado delante de Israel, se había
convertido en un camino ancho hacia el misticismo oriental, hacia el humanismo
griego y hacia las tradiciones rituales. Jesús trató de poner en orden la confusión de
las sectas judías. Pasó mucho tiempo respondiendo a las extraviadas ideas de estos
grupos. Se enfrentó a estas fuentes tradicionales de autoridad con un conocimiento
más verdadero de la Ley. Le presentó a Israel la salvación y el amor de Dios, junto con
su autoridad. Se enfrentó a la justicia que proclamaba de sí mismo cada uno de estos
grupos, declarando que todos los miembros de las sectas eran pecadores.
Jesús dijo que la justicia de una persona debía superar a la de los fariseos (Mateo
5:20). Les advirtió a sus discípulos: “Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos y
de los saduceos” (Mateo 16:6). Denunció a los escribas y a los fariseos por su
hipocresía y su autojustificación (Mateo 23:1–36). Especialmente reprendió a los
fariseos por sus métodos superficiales de observar el día de reposo (Marcos 2:23–
3:6).
Una y otra vez, desafió a las autoridades religiosas de sus días. Dijo que no había
venido a abrogar la Ley, sino a cumplirla; con lo cual sugirió que los fariseos y los
saduceos ya habían intentado abolir la Ley mediante sus interpretaciones.
El Nuevo Testamento nunca nos presenta a Jesús en el momento de hablar
directamente con esenios, pero es probable que el propio sistema de autoridad de
ellos hubiera desplazado la autoridad de Dios y del Mesías venidero, tal como había
ocurrido con las demás sectas judías. Los esenios necesitaban oír el mensaje de
verdad de Jesús; no lo necesitaban menos que los demás judíos.
6
133
información procedente del siglo primero, sobre la vida de Jesús. Casi no se hace
mención de El en la literatura judía y romana de aquel tiempo.
Flavio Josefo, historiador judío del primer siglo, escribió un libro sobre la historia
del judaísmo, en el cual intentó demostrar a los romanos que el judaísmo en realidad
no estaba muy distante del sistema de vida griego y romano. En él escribió:
“Ahora bien, por esa época vivió Jesús, un hombre sabio, si es legítimo llamarlo
hombre, pues fue un hacedor de maravillas, un maestro de aquellos hombres que
reciben la verdad con placer. Atrajo a muchos, tanto judíos como gentiles. El era (el)
Cristo. Cuando Pilato, por sugerencia de los principales de entre nosotros, lo condenó
a la cruz, los que lo amaron al principio no lo abandonaron; pues él se les volvió a
aparecer vivo al tercer día, en conformidad con las cosas divinas relacionadas con él,
y la tribu de los cristianos, así llamados en nombre de él, no se ha extinguido hasta
hoy.”1
El biógrafo romano Suetonio escribió durante el gobierno de Nerón lo siguiente:
“(Nerón) castigó a los cristianos, una clase de hombres entregados a una nueva y
dañina superstición.”2
1 Flavio Josefo, Antigüedades de los judíos, libro XVII, capítulo III, sección 3. Algunos
eruditos piensan que los cristianos manipularon el relato de Josefo para presentar a Jesús
con una luz favorable. 2 Suetonio, Nero (Nerón). Nueva York: G. P. Putnam’s Son, 1935, pág. 111.
Un distinguido historiador del siglo segundo, Tácito, observó que Nerón intentó
echar la culpa del incendio de Roma a los cristianos. “Pero la perniciosa superstición,
134
que fue reprimida por algún tiempo, volvió a irrumpir, no sólo en Judea, donde se
originó este mal, sino también en la ciudad de Roma …”2
El escritor romano Luciano despreciaba a los cristianos y describió a Cristo como
“el hombre que fue crucificado en Palestina por haber introducido este nuevo culto
en el mundo”.4
Tengamos en mente que estas observaciones respecto de Cristo y del cristianismo
procedían de hombres que se oponían al cristianismo y que no estaban bien
informados con respecto a él. Sin embargo nos indican que el cristianismo estaba
ampliamente difundido al principio del siglo segundo d.C., y que la existencia
histórica de Cristo era aceptada como un hecho, aun por los enemigos. Es obvio que
lo consideraban como un fanático religioso que había ganado más seguidores de los
que realmente merecía.
Belén. Esta pequeña ciudad, situada diez kilómetros al sur de Jerusalén, fue el lugar de nacimiento
de David y de Jesús. En el Antiguo Testamento, el profeta Miqueas habla predicho que el Mesías
nacería en ella (Miqueas 5:2).
2 Tácito, Annals (Anales). Nueva York: Harper and Brothers, 1858, pág. 423. 4
Luciano, e Passing of Peregrinus (El paso de los peregrinos). Londres: William
Hernemann, Ltd., 1936, págs. 13, 15.
135
Los cuatro evangelios sólo son fuentes primarias de información acerca de
Jesucristo. No presentan una biogra a que abarque su vida, sino un cuadro de su
Persona y de su obra. Desde su nacimiento hasta sus treinta años de edad, casi no se
dice nada de El.
Incluso el relato sobre su ministerio no es exhaustivo. Gran parte de lo que Juan
sabía y vio, por ejemplo, quedó sin escribir (Juan 21:25). Lo que está escrito, algunas
veces se halla comprimido en unos pocos versículos. Todos los Evangelios dan un
relato considerablemente más amplio de los sucesos de la última semana de la vida
de Cristo, que de cualquier otra cosa.
Por el hecho de que cada escritor deseaba destacar un aspecto algo diferente de
la Persona y de la obra de Cristo, los relatos varían en detalles. Es evidente que los
autores originales seleccionaron los hechos que servían mejor a sus propósitos, y que
no siempre observaron un estricto orden cronológico. (Por lo general se supone que
Lucas se acerca más al orden real de los acontecimientos.) Los evangelios son más
interpretaciones que crónicas; pero no hay razón para dudar de que todo lo que dicen
es completamente cierto.
El relato sobre la vida de Jesús
Aunque cada Evangelio fue escrito para que se sostuviera por sus propios méritos,
los cuatro evangelios se pueden armonizar, para formar un solo relato sobre la vida
de Cristo. Jesús vivió en una sociedad judía, que se guiaba por el Antiguo Testamento
y que básicamente se hallaba bajo la influencia de la interpretación farisaica de la
Ley. (Vea el capítulo 5 de este libro: “Los judíos en los tiempos del Nuevo
Testamento.”)
Los judíos de la época de Jesús vivían en la expectación de grandes
acontecimientos. Estaban oprimidos por los romanos, pero también estaban
vigorosamente convencidos de que el Mesías vendría pronto. Los diversos grupos
pintaban al Mesías de manera diferente, pero casi ningún judío de ese tiempo vivía
sin esperanza de alguna clase. Algunos dentro de la nación tenían verdadera fe y
esperaban la venida de un Mesías que sería su Salvador espiritual; por ejemplo,
Zacarías y Elisabet, Simeón, Ana, José y María (Lucas 1:2; Mateo 1:18 y siguientes). A
136
tales corazones eles vinieron los primeros impulsos del Espíritu, que los prepararon
para el nacimiento del verdadero Mesías de Dios, Jesucristo (Lucas 2:27, 36).
Alrededor del año 6 a.C., hacia el final del reinado de Herodes en Israel, el
sacerdote Zacarías estaba oficiando en el templo de Jerusalén. Se hallaba quemando
incienso en el altar durante la oración de la tarde cuando se le apareció un ángel,
quien le anunció el próximo nacimiento de su primer hijo, un varón. Este niño
prepararía el camino para el Mesías; el espíritu y el poder de Elías reposarían sobre
él (vea Lucas 3:3–6). Sus padres habrían de llamarlo Juan. Zacarías era un hombre
verdaderamente piadoso, pero para él fue di cil creer lo que oía, y en consecuencia
quedó mudo hasta que Elisabet (su esposa) dio a luz. El niño nació, fue circuncidado
y se le dio el nombre en conformidad con las instrucciones de Dios. Luego Zacarías
volvió a recibir su voz y alabó al Señor; este cántico de alabanza es llamado el
Benedictus (Lucas 1:5–25, 28–80).
Tres meses antes del nacimiento de Juan, el mismo ángel (Gabriel) se apareció a
María. Esta joven estaba comprometida con José, un carpintero descendiente del rey
David (vea Isaías 11:1). El ángel le dijo a María que ella concibiría un Hijo del Espíritu
Santo, y que su nombre sería Jesús. Para asombro suyo, María supo que, aunque ella
era virgen, tendría un hijo que sería el mismo Hijo de Dios y el Salvador de su pueblo
(Lucas 1:32–35; comparar con Mateo 1:21). Sin embargo, ella aceptó este mensaje
con gran mansedumbre, y se alegró por estar viviendo en conformidad con la
voluntad de Dios (Lucas 1:38).
Gabriel también le dijo que su prima Elisabet estaba encinta; y María se apresuró a
compartir este gozo común. Cuando se encontraron estas dos mujeres piadosas,
Elisabet saludó a María como la madre del Señor (Lucas 1:39–45). María también
prorrumpió en un cántico de alabanza (el Magníficat, Lucas 1:46–56). Después se
quedó tres meses con Elisabet antes de regresar a su hogar.
José, quien estaba desposado con María, se sintió totalmente sacudido por lo que
parecía ser el fruto de un pecado terrible por parte de María (Mateo 1:19). Decidió
dejarla secretamente. Luego, en un sueño, un ángel le explicó la situación, y le indicó
que se casara con su prometida, tal como lo tenían planeado.
137
Jesús nació en Belén, pueblo al cual los recién casados habían sido llamados por
edicto del emperador Augusto César (Lucas 2:1). Fue así como se cumplió la profecía
de Miqueas 5:2.
De todas partes del imperio, los judíos tuvieron que regresar a las ciudades de sus
antepasados para ser inscritos a fin de imponerles contribuciones. Este censo se hizo
cuando Cirenio (Quirinius) fue gobernador de Siria por primera vez. Cuando María y
José llegaron a Belén, no pudieron hallar hospedaje sino en un establo (tal vez una
cueva que se usaba para albergar ganado). Allí nació el eterno Hijo de Dios. La madre
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre. Poco después de su nacimiento,
unos pastores acudieron para ver al niño; mientras ellos atendían sus rebaños, los
ángeles les habían anunciado el nacimiento de Jesús. De otro modo, la humanidad
no se habría dado cuenta de este acontecimiento.
A. Los primeros años. Sabemos algo acerca de cinco sucesos que ocurrieron en la
niñez de Jesús. En primer lugar, en conformidad con la Ley judía, fue circuncidado y
se le puso nombre cuando cumplió ocho días de nacido (Lucas 2:21). Es significativo
el hecho de que el inmaculado Hijo de Dios se sometiera a este rito que lo obligaba a
obedecer el pacto divino y que lo identificaba con Israel, el pueblo de Dios.
En segundo lugar, Jesús fue presentado en el templo para sellar la circuncisión.
También fue “redimido” mediante el pago de una ofrenda de cinco siclos. María
ofreció, para su purificación, la ofrenda de los pobres (Levítico 12:8; comparar con
Lucas 2:24). En aquella circunstancia, dieron testimonio de la misión de Jesús dos
piadosos personajes: Simeón y Ana (Lucas 2:25–38).
En tercer lugar, en algún momento posterior, apareció en Jerusalén un grupo de
magos (tal vez sacerdotes y astrólogos babilonios), los cuales preguntaban: “Dónde
está el rey de los judíos, que ha nacido?” Ellos habían visto su estrella en el cielo
(Mateo 2:2). El cruel Herodes se alarmó de inmediato. Cuando los escribas le
informaron dónde decía la profecía que había de nacer el Mesías, él envió a los magos
a Belén, y les pidió que si hallaban al Mesías allí, regresaran. Afirmó que él también
quería adorarlo. Realmente, lo que quería era localizar al Cristo niño, a fin de poder
eliminar a otro rival más. Sin embargo, un ángel les dijo a los magos que no
138
regresaran a Herodes. Antes que ellos llegaran a Belén, la estrella volvió a aparecer y
se posó sobre el lugar donde vivían Jesús y sus padres (Mateo 2:9).
En cuarto lugar, después que los magos se fueron, Dios le ordenó a José que
huyera a Egipto con su familia. Herodes había ordenado la ejecución de todos los
niños menores de dos años que hubiera en Belén y en sus alrededores. Pronto murió
Herodes, y Dios le indicó a José que regresara a Nazaret.
El quinto suceso fue el viaje de Jesús con sus padres al templo cuando tenía doce
años de edad (Lucas 2:41–52). Allí, en la Pascua, Probablemente se le hiciera entrar
en el atrio de los hombres por vez primera, presentándolo a los líderes religiosos. A
diferencia de sus compañeros, Jesús regresó al templo y continuó discutiendo con los
maestros religiosos (rabinos). Estaba tan absorto, que no supo que su familia se había
ido a casa. En medio de la confusión de un gran grupo de personas con las cuales
ellos habían viajado, los padres no se dieron cuenta de inmediato de que El estaba
ausente. Cuando descubrieron que no estaba con ellos, regresaron a Jerusalén y lo
hallaron en el templo. Cuando le preguntaron por qué se había quedado, El les dijo
que estaba en la casa y en los negocios de su Padre.
Sitio tradicional de las tentaciones de Jesús. Un antiguo monasterio ortodoxo griego parece
colgar del precipicio en Jebel Qarantal, el monte en que, según la tradición, fue tentado Jesús;
está situado al oeste de Jericó. Qarantal es una corrupción árabe de la palabra latina
quarantana—cuarentena, cuarenta días—; y se le dio tal nombre a este sitio para conmemorar
el ayuno de cuarenta días que observó Cristo allí cuando fue tentado (Mateo 4:1–11).
139
La fecha de la Navidad
Hace casi dos mil años, en un campo cercano a Belén, los pastores
despertaron asombrados ante nubes tormentosas se dividieron y un
coro celestial prorrumpió en majestuoso canto. Un ángel proclamó:
“Estamos aquí para anunciar la primera Navidad, que de aquí en
adelante se celebrará en todo el mundo el 25 de diciembre.”
¿Es esto lo que sucedió? ¡Claro que no!
Lucas escribe que los ángeles sí anunciaron el nacimiento de “un
Salvador, que es Cristo el Señor”. Y es cierto que los pastores recibieron
estas noticias. ¿Pero se hizo alguna declaración relacionada con el 25 de
diciembre?
El hecho es que la Navidad, tal como la conocemos, es más bien una
innovación moderna. EL nacimiento de Cristo no se celebró hasta
después de haber transcurrido más de trescientos años. En esos años se
habían perdido los registros exactos del nacimiento (en caso de que haya
habido alguno). La Iglesia primitiva recordaba y celebraba la resurrección
de Cristo, que era más importante, pero actuó con lentitud en cuanto a
añadir la Navidad a su lista de fechas dignas de reconocimiento.
Lucas indica la época en que Cristo nació, al decir que Augusto era el
emperador de Roma. La historia romana indica que Augusto nació 691
años después de la fundación de la ciudad de Roma. En Lucas 2 se nos
dice, además, que Cirenio era el gobernador de Siria. Otra vez, gracias al
exhaustivo registro romano de nombres y sucesos, los historiadores han
determinado cuál fue el censo que menciona Lucas. Estos datos tienen
pequeñas discrepancias; sin embargo, la historia secular nos ofrece el
año casi exacto del nacimiento de Cristo.
Ahora bien, ¿cuál fue el mes? ¿Cuál fue el día? El invierno es húmedo
y frió en Judea. No es probable que los pastores hubieran pasado una
noche de diciembre en el campo abierto, sometidos a la lluvia y al viento.
Es más probable que Cristo naciera en la estación de primavera, en que
paren las ovejas, cuando las noches son tibias, y los pastores habrían
necesitado estar despiertos para atender a las ovejas.
Entonces, ¿por qué hemos celebrado el nacimiento de Cristo el
25 de diciembre? Había una ruidosa fiesta pagana llamada Natalis Invicti,
que celebraban los romanos el 25 de diciembre, cuando el sol se hallaba
en su solsticio de invierno. Los adoradores del dios romano del sol,
140
inducían entusiastas a sus amigos cristianos a festejar con ellos. En el 386
d.C., los líderes de la Iglesia establecieron La celebración de la Venida de
Cristo; para que los cristianos pudieran unirse a las actividades de la
fiesta, sin inclinarse al paganismo.
Después que se disolvió el imperio romano, los cristianos continuaron
la costumbre de celebrar el 25 de diciembre su nacimiento. En aquellos
tiempos, el 25 de diciembre parecía más adecuado que cualquier otra
fecha.
Las Escrituras dicen que durante su juventud, “Jesús crecía en sabiduría y en
estatura, y en gracia para con Dios y los hombres” (Lucas 2:52).
Juan el Bautista, el hijo de Elisabet y primo hermano de Jesús, habría de preparar
el camino para el ministerio de Jesús. Era conocido como “el Bautista” porque les
predicaba a sus compatriotas judíos que debían arrepentirse y ser bautizados. Juan
era nazareo (alguien que prometía negarse a sí mismo y a los lujos de la sociedad y a
las comodidades humanas para demostrar su amor hacia Dios). Cuando Jesús tenía
unos treinta años, fue a encontrarse con Juan para ser bautizado. Sin embargo, El no
se arrepintió de ningún pecado, pues no tenía ninguno; se identificó con los
pecadores a fin de llevar el pecado de ellos. Cuando Jesús salía del agua, el Espíritu
Santo descendió visiblemente sobre El en forma de una paloma. Por lo menos Jesús
y Juan (y tal vez también los que los observaban) oyeron la voz de Dios, cuando le
manifestaba su aprobación a Jesús (Mateo 3:13–17; Marcos 1:9–11; Lucas 3:21, 22;
Juan 1:32, 33).
El Espíritu Santo llevó a Jesús de inmediato al desierto para que se enfrentara a
las tentaciones del diablo (Mateo 4:1–11; Marcos 1:12, 13; Lucas 4:1–13). Jesús
estuvo solo con su Padre y con el Espíritu Santo mientras ayunó, pero el diablo
también estaba allí, y lo tentó a (1) satisfacer su propia hambre, con lo que
demostraría desconfianza en el Padre; (2) tomar el dominio del mundo antes que el
Padre se lo diera; y (3) probar a Dios para ver si El lo salvaba de un peligro en el cual
se hubiera metido él mismo para satisfacer su propio capricho.
B. Comienzo de su ministerio en Judea. Sólo el Evangelio según Juan describe
este período de la vida de Jesús. Juan relata primero la relación entre Cristo y Juan el
141
Bautista. Juan el Bautista les dijo a los delegados que le enviaron las más altas
autoridades religiosas que él no era el Mesías, aunque les indicó que el Mesías estaba
presente (Juan 1:19–27). El siguiente día, al ver que Jesús se aproximaba, lo distinguió
como el Mesías (Juan 1:30–34). Dijo: “He aquí el Cordero de Dios …” con lo cual
indicaba que sus propios discípulos debían seguir a Jesús (Juan 1:35–37).
Este comenzó a reunir sus propios discípulos (Juan 1:38–51). Como resultado del
testimonio de Juan el Bautista, Juan y Andrés lo siguieron. Pedro se convirtió en
seguidor de Cristo como resultado del testimonio de su hermano. El cuarto
seguidor, Felipe, cuando Jesús lo llamó, obedeció inmediatamente. Felipe trajo a
Natanael (Bartolomé) ante Cristo, y cuando éste le demostró que El conocía sus
pensamientos más profundos, Natanael también se unió al grupo.
Pronto viajó Jesús a Galilea. En una fiesta de bodas que se realizó en Caná,
convirtió el agua en vino (el primer milagro suyo que se registra). Este acto les reveló
a sus discípulos la autoridad que tenía sobre la naturaleza. Después de un breve
ministerio en Capernaum, Jesús y sus seguidores fueron a Jerusalén para celebrar la
Pascua. Allí declaró públicamente su autoridad sobre la adoración de los hombres al
purificar el templo.3 En esta circunstancia, Jesús se refirió a su propia muerte y a su
resurrección: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19).
Uno de los líderes judíos, un fariseo llamado Nicodemo, acudió a Jesús de noche
para preguntarle acerca de las cosas espirituales. La bien conocida conversación
entre ellos se centró en la necesidad de nacer de nuevo (Juan 3).
En los seis meses siguientes hallamos a Jesús realizando su ministerio fuera de
Jerusalén, pero aún en Judea, donde también estaba trabajando Juan el Bautista.
Poco a poco, la gente fue abandonando a Juan para seguir a Jesús. Esto molestó a los
discípulos de Juan, pero no molestó al mismo Juan; sin duda alguna, él se regocijó al
ver que el Mesías ganaba la atención (Juan 3:27–30).
3 En este punto, el relato de Juan parece no concordar con los evangelios sinópticos, los
cuales dicen que Jesús purificó el templo al final de su ministerio. Algunos eruditos creen
que lo hizo en ambas ocasiones. Otros piensan que Juan relata el suceso en un orden
diferente para destacar la autoridad de Jesús.
142
Hacia el final de estos seis meses, el Bautista fue encarcelado, por haber
denunciado a Herodes Antipas por haber tomado éste la mujer de Felipe su hermano
(Mateo 14:3–5).
Tal vez el encarcelamiento de Juan impulsó a Jesús para que fuera a Galilea a
desarrollar su ministerio. Comoquiera que fuese, se marchó hacia allí. En el camino,
habló con una mujer samaritana que encontró en un pozo. Esta mujer y algunos de
los hombres del pueblo de ella aceptaron a Jesús como el verdadero Mesías y
Salvador. Esto fue algo sumamente notable (Juan 4:1–42). (Vea el tema sobre el odio
entre los samaritanos y los judíos en el capítulo 5 de este libro: “Los judíos en los
tiempos del Nuevo Testamento”.)
C. El ministerio en Galilea. La primera parada de Jesús en su regreso a
Galilea fue Caná. Allí sanó al hijo de un noble. El fervor del noble persuadió a Jesús
de que le concediera esta petición (Juan 4:45–54). En Nazaret, fue al culto de la
sinagoga en el día de reposo. Allí se le pidió que leyera (en hebreo) y explicara (tal
vez en arameo) una porción de las Escrituras. Al principio, sus parientes y vecinos se
sintieron complacidos, pero cuando comprendieron que El se estaba proclamando
como Mesías, se airaron. Lo llevaron fuera de la ciudad para lanzarlo por un precipio,
pero Jesús “pasó por en medio de ellos, y se fue” (Lucas 4:30).
Luego fue a Capernaum. Parece que este pueblo fue su centro de operaciones
(vea Mateo 9:11). Allí llamó oficialmente para que viajaran con El a los discípulos
Pedro, Andrés, Jacobo y Juan. Parece que éstos habían regresado a sus hogares y
ocupaciones. Jesús enseñaba en la sinagoga cada sábado, y allí sanó a un
endemoniado. También sanó a la suegra de Pedro (Mateo 8:14, 15; Marcos 1:29–31;
Lucas 4:38; comparar con 1 Corintios 9:5). En seguida se reunió una multitud de
enfermos, “y él, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanaba” (Lucas
4:40).
En la siguiente etapa del ministerio de Jesús, vemos que adquirió gran
popularidad entre el pueblo. Ahora, la misión principal de Jesús era la de enseñar, así
que dio la espalda a los que querían mantenerlo encadenado a un solo aspecto de su
ministerio: el de sanar (Lucas 4:42–44; comparar con Marcos 1:35, 37). El pueblo
aclamó sus milagros y su enseñanza. Un milagro típico de su obra en esta región fue
143
la sanidad de un leproso (Lucas 5:12–15; comparar con Marcos 1:40–45). Este
incidente puso de manifiesto la sumisión de Jesús a la Ley, su compasión hacia los
hombres y el interés que tenía en llevarlos a la salvación. (Le mandó al leproso que
hiciera el largo viaje hasta Jerusalén y se presentara en el templo para que cumpliera
con la purificación prescrita, y de ese modo se sometiera a Dios.)
Al regresar a Capernaum, Jesús demostró su autoridad para perdonar pecados al
curar a un paralítico y llamar a Mateo, un cobrador de impuestos muy odiado, para
que fuera su discípulo (Lucas 5:16–29). Mateo respondió inmediatamente. Durante
la fiesta que hubo en la casa de Mateo, los escribas y los fariseos criticaron a Jesús y
a sus discípulos porque estaban banqueteando. Jesús respondió que ellos se
regocijaban por la presencia del Mesías, y que no estaban simplemente gozando de
la comida y la bebida. Aludió a su muerte y a la lamentación que la acompañaría, pero
prometió que la lamentación sería breve, pues el espíritu del Evangelio no podría
confinarse a los “odres viejos” del legalismo judío (Lucas 5:30–39).
Durante este período, Jesús comenzó a enfrentarse a una creciente hostilidad de
parte de los altos funcionarios judíos. Mientras estaba en Jerusalén para asistir a una
de las fiestas anuales, fue atacado por haber sanado a un paralítico en día de reposo
(Juan 5:1–16). De este modo, afirmó su autoridad sobre el día de reposo, y los judíos
entendieron de inmediato que ésta era una afirmación de autoridad divina. Jesús dijo
que El conocía la mente de Dios, que juzgaría el pecado y que resucitaba a los
muertos. Sus críticos señalaron que sólo Dios puede hacer tales cosas.
144
Inscripción de Pilato. Esta inscripción, descubierta en 1961 en las ruinas del teatro romano de
Cesarea, menciona los nombres del emperador Tiberio y de Pondo Pilato, quien fue gobernador
de Judea del 26 al 36 d.C. La inscripdón más reciente de esta piedra es la siguiente: “En honor a
Julio Tiberio/Marcos Poncio Pilato/prefecto de Judea.”
Al regresar a Galilea, continuó la controversia sobre el día de reposo, pues
145
Jesús defendió a sus discípulos por el hecho de recoger espigas en día de reposo.
Finalmente, afirmó ser el Señor de ese día. Las autoridades religiosas de los judíos
comenzaron a conspirar para destruirlo (Mateo 12:1–14; Marcos 2:23–3:6; Lucas
6:1–11).
Ahora Jesús escogió a doce de sus discípulos, quienes habrían de llevar adelante
de manera oficial su ministerio. La selección de los doce inauguró un nuevo período
en el ministerio de Cristo, que comenzó con nuestra versión del gran Sermón del
Monte. Jesús predicó este mensaje—llamado también el Sermón del Llano—cuando
descendió del monte con sus discípulos recién elegidos (Lucas 6:20–49; comparar con
Mateo 5:1–6:29).
Ahora leemos varios incidentes entrelazados. Tal vez el mismo día en que predicó
el Sermón del Monte, Jesús sanó al siervo del centurión. Este centurión, un soldado
romano, simpatizaba con la religión judía (Lucas 7:5) y aceptó abiertamente a Jesús
como el verdadero Mesías. El siervo fue curado “en aquella misma hora” en que el
centurión hizo su petición (Mateo 8:5–13; comparar con Lucas 7:1–10).
En Capernaum, pueblo situado tal vez como a unos 11 kilómetros del lugar donde
Jesús predicó el Sermón del Monte, la multitud continuó presionándolo. Para escapar
de esta presión, salió para Naín (y muchos lo acompañaron). Al entrar a la ciudad,
resucitó al hijo de una viuda. Este suceso despertó la emoción de las multitudes
(Lucas 7:11–15).
Por aquel tiempo, unos mensajeros de Juan el Bautista llegaron a preguntarle a
Jesús si El era realmente el Mesías. Juan estaba aún en la cárcel y le aumentaba la
perplejidad con respecto al curso del ministerio de Jesús; era pacífico y
misericordioso, en vez de ser drástico, dominante y criticón. Jesús habló a favor de
Juan y denunció a las autoridades judías que se le había opuesto; en realidad, indicó
que las ciudades de Galilea que habían oído a Juan no se habían arrepentido. No
habían acudido realmente a El (Mateo 11:20–24; Lucas 7:18–35; comparar con
10:12–21).
En una de las ciudades que Jesús visitó (tal vez Naín), fue ungido por una mujer
pecadora. Le perdonó sus pecados en presencia de su anfitrión, Simón el fariseo. Este
146
se escandalizó, pero Jesús recibió con agrado su amor y gratitud (Mateo 26:6–13;
Marcos 14:3–9; Lucas 7:36–50).
Esto nos lleva al segundo viaje de Jesús por las ciudades de Galilea (Lucas 8:1–4).
Lo acompañaron los doce apóstoles y ciertas mujeres devotas (María Magdalena;
Juana, la mujer del intendente de Herodes; Susana y “muchas otras”). En este viaje,
sanó al endemoniado, y los fariseos lo acusaron de estar aliado con el diablo. Por
esto, Jesús los reprendió fuertemente (Mateo 8:28–34; Marcos 5:1–20; Lucas 8:26–
39). Insistió en la bendición que reciben aquellos que “oyen la palabra de Dios, y la
hacen” (Lucas 8:21). Ese mismo día, relató muchas parábolas desde la barca. La
parábola llegó a ser el principal instrumento de enseñanza de Jesús, ya que a la vez
revelaba y escondía las verdades que El quería comunicar (Marcos 4:10–12; Lucas
8:9, 10). Sin duda, repitió éste y otros dichos parabólicos en diferentes contextos, en
forma muy parecida a la manera como los predicadores de hoy repiten sus sermones
e ilustraciones.
Después de predicar desde la barca, Jesús cruzó el mar de Galilea rumbo a la costa
occidental. Antes de marcharse, se le acercaron dos hombres que le rogaron que les
permitiera ser discípulos de El (Mateo 8:18–22), pero cada uno de ellos hizo su
petición de un modo irrealista e indigno, y Jesús los censuró.
Mientras cruzaban el mar, la vida de Jesús fue amenazaba por una terrible
tormenta. El estaba en la popa durmiendo sobre un cabezal, y sus discípulos lo
despertaron. De inmediato, calmó la tempestad y sus discípulos exclamaron: “¿Quién
es éste, que aun a los vientos y a las aguas manda, y le obedecen?” (Lucas 8:25;
comparar con Marcos 4:35–41).
En el otro lado de Galilea, Jesús se encontró con un endemoniado del cual sacó
los demonios, que envió a una piara de cerdos. Los cerdos se lanzaron al mar y allí se
ahogaron. Cuando la gente del pueblo salió a ver a Cristo, hallaron al que había
estado endemoniado completamente vestido y en su juicio cabal. Es sorprendente el
hecho de que ellos le rogaron a Jesús que se fuera. Así lo hizo El, después de haber
enviado al hombre a decir a sus amigos lo que el Mesías había hecho con él (Mateo
8:28; Marcos 5:1–20).
147
Se nos habla de dos milagros que Jesús realizó cuando regresó a Capernaum:
resucitó a la hija de Jairo y curó a una mujer que tenía flujo de sangre, cuando ésta
tocó el borde de sus vestiduras (Mateo 9:18–26; Marcos 5:21–43; Lucas 8:40–56).
Jesús hizo un tercer viaje por Galilea, en el cual realizó varios milagros y fue
rechazado por segunda vez en Nazaret. Anhelaba que hubiera más obreros para
recoger la cosecha espiritual. Envió a sus discípulos de dos en dos, a que llamaran a
las ciudades de Israel al arrepentimiento, y les dio poder para sanar y echar fuera
demonios. De este modo, el ministerio de ellos extendió el propio ministerio de El
(Mateo 10:5–15; Marcos 6:7–13); Lucas 9:1–6).
En este punto leemos el informe sobre la muerte de Juan el Bautista. Herodes
Antipas había vacilado mucho tiempo antes de matar a Juan, pues le tenía temor al
pueblo; pero su mujer Herodías planificó la muerte de Juan. Usó a su hija Salomé a
fin de que lograra su propósito. La atribulada conciencia de Herodes lo llevó a
preguntarse si Jesús era Juan que había resucitado.
Afligido por la muerte de Juan, acosado por las multitudes y extenuado del
trabajo, Jesús reunió a sus doce apóstoles y cruzó el mar de Galilea. Sin embargo, las
multitudes llegaron al lugar antes que ellos, y les enseñó todo el día. La reunión llegó
a su clímax cuando Jesús alimentó a toda la multitud (5.000 hombres). Para esto,
partió y multiplicó cinco panes y dos peces. Al recoger los pedazos que sobraron, con
éstos se llenaron doce cestas (Mateo 14:13–21).
Inmediatamente después de este milagro, Jesús colocó a los doce apóstoles en la
barca y los envió a cruzar el mar de Galilea, aunque amenazaba tormenta. El se retiro
a las montañas para escapar del entusiasmo desbordante de la multitud, que quería
hacerlo rey por la fuerza. Tres horas después de la medianoche, los discípulos estaban
atrapados en una violenta tempestad en medio del lago. Estaban aterrados, pero
cuando el desastre parecía seguro, Jesús se acercó a ellos andando sobre el agua
(Mateo 14:22–36; Marcos 6:45–56). Después que calmó los temores de ellos, Pedro
le preguntó si le permitía salir sobre el agua a encontrarse con El. En el camino, Pedro
perdió el ánimo y comenzó a hundirse. Jesús lo tomó por la mano y lo llevó de nuevo
a la embarcación. El agua se calmó inmediatamente.
148
En Capernaum, Jesús comenzó a sanar a los enfermos que acudían a El de todas
partes. Pronto llegó la multitud que El había alimentado. Al hallar a Jesús en una
sinagoga, lo oyeron explicar que El era el verdadero pan del cielo.
Ahora se enfrentaban al problema de aceptar la autoridad de esta enseñanza,
expresada en función de la necesidad de comer la carne de Jesús y beber su sangre.
Esto ofendió a muchos de ellos y lo abandonaron (Juan 6:22–26). Jesús les preguntó
a los doce apóstoles si ellos también iban a dejarlo. Esto produjo la bien conocida
confesión de Pedro: “Señor, ¿a quién iremos?… Nosotros hemos creído y conocemos
que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:69).
Después de su discurso sobre el pan de vida, Jesús se apartó de la enseñanza
pública y se dedicó a instruir a sus discípulos (Mateo 15:1–20; Marcos 7:1–23). Las
autoridades judías se resintieron por el hecho de que Jesús rechazaba sus ceremonias
religiosas y censuraba el derecho que ellos afirmaban tener para ejercer autoridad.
Jesús se movía de un lugar a otro, tratando de evadir el exponerse en público; pero
no siempre lo pudo lograr. En la región de Tiro y Sidón, sanó a la hija de una gentil
(Mateo 15:21–28), y en Decápolis sanó a muchos que le fueron llevados por las
multitudes (Mateo 15:29–31). Alimentó a cuatro mil personas mediante la
multiplicación de unos panes y unos pocos peces (Mateo 15:32–39; Marcos 8:1–10).
Volvió a la región de Capernaum. Otra vez lo trataron de asediar los funcionarios
religiosos de los judíos. Para escapar, se subió a una barca y cruzó otra vez el mar de
Galilea. Mientras hacía la travesía les hizo advertencias a los doce apóstoles con
respecto a los fariseos, los saduceos y Herodes (Mateo 16:1–12; Marcos 8:11–21). En
Betsaida, sanó a un ciego (Marcos
8:22–26). Luego, El y sus discípulos viajaron hacia el norte, a la región de Cesárea de
Filipo, donde Pedro confesó que El era el Mesías, “el Cristo, el Hijo del Dios viviente”.
Jesús replicó que la fe de Pedro lo convertía en roca, y que El edificaría su Iglesia
sobre esta roca, es decir, sobre una fe como la que Pedro tenía (Mateo 16:13–20;
comparar con Marcos 8:27–9:1). En este punto, Jesús habló acerca del sufrimiento
que se le aproximaba, de su muerte y de su resurrección.
149
Como una semana más tarde, tomó a Pedro, Jacobo y Juan, los llevó a un monte
y allí les manifestó su gloria celestial (la Transfiguración). Ante los ojos de ellos,
conversó con Moisés y Elias (Mateo 17:1–13; Marcos 9:2–13; comparar con Lucas
9:28–36). Al pie del monte, Jesús sanó a un muchacho que estaba poseído por el
demonio, y a quien los discípulos no habían podido ayudar (Mateo 17:14–23; Marcos
9:14–32; Lucas 9:37–44).
Jesús regresó otra vez a Galilea, pero esta vez en secreto. Volvió a hablar a los
doce apóstoles sobre su muerte y resurrección, y de nuevo ellos no pudieron
entender lo que les decía.
Pagó el impuesto del templo con dinero que proveyó de manera milagrosa. En el
camino hada Capernaum, les enseñó a sus discípulos la verdadera naturaleza de la
grandeza y del perdón (Mateo 17:22–18:35).
Después de muchos meses, Jesús fue a Jerusalén a celebrar la fiesta de los
Tabernáculos. Se había negado a ir con su familia, pero posteriormente hizo el viaje
en privado. En Jerusalén, las opiniones del pueblo acerca de El estaban divididas.
Afirmó públicamente que El había sido enviado por el Padre; que era el Mesías, el
Salvador del mundo. Las más altas autoridades religiosas enviaron guardas para que
lo arrestaran, pero ellos quedaron tan impresionados por El, que no pudieron cumplir
su misión. Luego las autoridades religiosas intentaron desacreditarlo, haciendo que
violara la Ley, pero no tuvieron éxito. Le presentaron a una mujer que había sido
sorprendida en adulterio, y El cambió totalmente el incidente contra ellos (Juan 8:1–
11).
Durante este período, Nicodemo trató de calmar el odio del sanedrín (el concilio
supremo de las autoridades religiosas judías), pero mientras Jesús estaba en
Jerusalén, sanó a un ciego en día de reposo. Esto provocó una gran controversia y el
hombre fue echado de la sinagoga (un terrible descrédito). Jesús halló al hombre, y
éste lo reconoció como el Mesías (Juan 9). Fue allí donde Jesús pronunció su famoso
discurso sobre el Buen pastor (Juan 10:1–21).
D. El ministerio en Perea. Mientras Jesús regresaba a Galilea transcurrieron unos
dos meses. Tal vez fue este el tiempo en que envió setenta discípulos a las ciudades
150
de Israel para que declararan que el reino se había acercado y que El era el Mesías
(Lucas 10). Jesús intentó pasar por Samaria cuando iba para Jerusalén, pero el pueblo
lo rechazó, así que cruzó el Jordán y viajó por Perea. En cierto punto, un intérprete
de la Ley le preguntó qué necesitaba él para heredar la vida eterna. Jesús le dijo que
amara a Dios y a su prójimo, a lo cual el intérprete respondió: “¿Y quién es mi
prójimo?” (Lucas 10:28). Fue entonces cuando Jesús pronunció su famosa parábola
del buen samaritano. Durante este viaje, Jesús realizó muchos milagros, como sanar
a una mujer con espíritu de enfermedad y a un hombre hidrópico en día de reposo
(Lucas 13:11–17; 14:1–6). Los milagros que El hacía en día de reposo despertaban
aun más la hostilidad entre los fariseos.
Luego, el escenario cambió para Judea. Tal vez éste fue el tiempo en que Jesús
visitó Betania y el hogar de María y Marta. María se sentó a los pies de Jesús mientras
Marta preparaba la comida. Esta se quejó de la ociosidad de su hermana, pero Jesús
contestó que María había escogido “la buena parte”, es decir, la de oír las enseñanzas
de El mientras estaba aún sobre la tierra (Lucas 10:42). En Jerusalén, en la fiesta anual
de la Dedicación, Jesús declaró abiertamente que El era el Mesías. Los judíos
consideraron que esto era una blasfemia, y volvieron a tratar de prenderlo. Entonces
Jesús se retiró a Betábara, al otro lado del Jordán, pero la oposición de las
autoridades religiosas continuaba creciendo.
Hueso del tobillo atravesado por un clavo. Un clavo de hierro atraviesa el hueso del tobillo de un
hombre de 32 años de edad, como resultado de una crucifixión realizada en el siglo primero. Esta
práctica la adoptaron los griegos y los romanos de los fenicios. Los ciudadanos romanos estaban
exentos de este cruel castigo, el cual se reservaba para esclavos y rebeldes. La muerte venía de
manera muy dolorosa y lenta; en ocasiones tardaba hasta nueve días.
151
Los proscritos de la sociedad se reunían para oír sus enseñanzas. De nuevo, volvió
a enseñar principalmente en parábolas. En privado, Jesús les explicaba el verdadero
significado de sus parábolas a los doce apóstoles, a quienes continuaba dando una
preparación especial. Un día le llegó un mensaje urgente de la casa de María y Marta:
Lázaro, el hermano de éstas, estaba mortalmente enfermo. Cuando Jesús llegó a
Betania, ya hacía cuatro días que Lázaro había muerto y había sido enterrado, pero
Jesús lo resucitó del sepulcro. Este milagro aumentó en las autoridades religiosas el
firme interés por deshacerse de El (Juan 11:1–46).
Jesús volvió a retirarse de las multitudes por algún tiempo. Luego, afirmó su rostro
para ir a Jerusalén y a la muerte (Juan 11:54–57). El viaje a Jerusalén se caracterizó
por las obras milagrosas, la enseñanza y la confrontación con los fariseos. Mientras
avanzaba en su viaje, varias personas le presentaron a sus hijos para que Jesús los
bendijera (Lucas 18:15–17); instó a “un hombre prinripal” a que abandonara sus
riquezas y lo siguiera a El (Lucas 18:18–30), y volvió a hablarles a sus discípulos acerca
de su muerte que se aproximaba (Lucas 18:31–34). Ante la cercanía de estos
acontecimientos, les describió a sus disdpulos las recompensas del reino y les ordenó
que fueran siervos de los suyos (Mateo 20:1–16). Cerca de Jericó, Jesús sanó a
algunos hombres ciegos, entre los cuales estaba Bartimeo, quien reconoció que El
era el Mesías (Marcos 10:46–52). Comió en la casa de Zaqueo el publicano, quien
también recibió la salvación por medio de la fe en El (Lucas 19:1–10). De Jericó, Jesús
se fue al hogar de Lázaro, María y Marta, en Betania.
E. La última semana. La última semana antes de la crucifixión de Jesús ocupa una
gran parte de los Evangelios. Jesús asistió a una fiesta en Jericó, en el hogar de Simón
el leproso, donde María lo ungió con costosos perfumes y le limpió los pies con sus
cabellos. Judas protestó este acto porque él pensaba que eso era un derroche de
dinero, pero Jesús alabó a la mujer. Indicó que lo estaba ungiendo para la sepultura
que se le aproximaba (Mateo 26:13; Marcos 14:3–9).
Al siguiente día (domingo), montó en un pollino sobre el cual sus seguidores
habían colocado sus mantos, y entró en Jerusalén (Juan 12). Los peregrinos que
habían llegado para celebrar la Pascua se alinearon en el camino, agitando hojas de
palma, y aclamaron a Jesús como el Mesías. Cuando los fariseos le dijeron que
152
reprendiera a sus seguidores, El respondió que si sus seguidores callaban, las piedras
clamarían. Esa noche, Jesús y los doce apóstoles regresaron a Betania (Mateo 21:1–
9; Marcos 11:1–10; Lucas 19:28–38).
Al día siguiente fueron una vez más a Jerusalén. En el camino, El maldijo a una
higuera por no tener fruto cuando El fue a buscarlo (Mateo 21:18, 19; Marcos 11:12–
14). A la mañana siguiente, la higuera se había secado.
El martes, los líderes judíos le exigieron a Jesús que explicara la autoridad que le
permitía actuar así. Jesús respondió con varias parábolas. Logró desbaratar las
trampas de los fariseos para hacer que El contradijera a Moisés y se desacreditara
ante las multitudes. En una ocasión, denunció directamente a los escribas y los
fariseos (Mateo 23:1–36). Después de esto, expresó su interés y anhelo de que lo
amaran a El (Mateo 23:37–39). También hizo un elogioso comentario sobre el gran
sacrificio de la viuda que había ofrendado un cuadrante (Marcos 12:41–44), y habló
con algunos griegos que solicitaron una entrevista (Juan 12:20). Pronunció un
discurso sobre las cosas finales (Mateo 24:4–25:15; Marcos 13:5–37). Tal vez fuera
en la noche del martes, cuando Judas se presentó ante el concilio del sanedrín, e hizo
el contrato de vender a Jesús por treinta piezas de plata. Esta gratificación equivalía
a menos de lo que en el día de hoy son veinte dólares. Era el precio de un esclavo en
los tiempos de Jesús.
Este pasó el miércoles descansando en Betania. Cuando llegó la noche del jueves,
comió la Pascua con sus discípulos (Mateo 26:17–30; Marcos 14:12–25). Envió a
Pedro y a Juan a buscar el lugar donde habrían de comer la Pascua. Esta fiesta
consistía en sacrificar un cordero en el templo y comerlo sentado a la mesa junto con
la familia. Les dijo a dos de sus discípulos que fueran a encontrarse con un hombre
que llevaba un cántaro; que lo siguieran y que él los llevaría a la casa donde debía
prepararse la fiesta. Ellos siguieron las instrucciones de Jesús, y el hombre los condujo
a una casa cuyo propietario ya tenía preparado un salón para este propósito.
Durante la comida de esa noche, los discípulos comenzaron a discutir en cuanto
a cuál de ellos sería el más importante. Jesús se levantó, les lavó los pies y trató de
enseñarles que debían servirse mutuamente (Juan 13:1–17). Después de comer,
Jesús instituyó la cena del Señor, una ordenanza que debe observarse hasta cuando
153
El vuelva. Esta comida simbólica consistía en comer pan (que representa su cuerpo)
y beber vino (que representa su sangre).
Judas salió de la cena para finalizar sus arreglos a fin de vender a Jesús. Este les
advirtió a los demás discípulos que esa noche ellos perderían su fe en El, pero Pedro
le aseguró que sería leal. Jesús le respondió que lo negaría tres veces antes que el
gallo cantara al amanecer.
Jesús y el resto de sus discípulos salieron del Aposento Alto, y se dirigieron al
huerto de Getsemaní. Mientras Jesús oraba en agonía, los disdpulos se quedaron
dormidos. Tres veces regresó, y los halló durmiendo. Finalmente, aquietó su alma y
estuvo listo para enfrentarse a la muerte y a todo lo que significaría (Mateo 26:36–
46; Marcos 14:32–42). En ese momento, llegó Judas con una compañía de hombres
armados, e identificó a Jesús ante los soldados con un beso (Mateo 26:47–56; Marcos
14:43–52; Lucas 22:47–53; Juan 18:1–14).
Jesús fue sometido a juicio, tanto ante las autoridades religiosas como ante las
civiles. El enjuiciamiento religioso se realizó ilegalmente durante la noche; pero la
decisión fue confirmada después de rayar el día. Aun así, todo el asunto fue una farsa
de justicia (Mateo 26:59–68; Marcos 14:55–65; Lucas 22:65–71).
El juicio civil ocurrió el viernes por la mañana ante Pilato, quien no halló amenaza
ni crimen en Jesús. Lo envió ante Herodes, quien se burló de El y lo devolvió a Pilato
(Lucas 23:6–16). El funcionario romano tenia la esperanza de libertar a Jesús por
petición popular; pero la multitud gritó que pusiera en libertad a Barrabás (ladrón y
homicida). Insistieron en que crucificara a Cristo. Pilato propuso, para apaciguar a la
multitud, azotarlo y dejarlo en libertad, y le infligió otras burlas y castigos. Sin
embargo, la multitud volvió a gritar: “¡Crud cale, cruci cale!” Finalmente, Pilato se dio
por vencido y envió a Jesús a la muerte. En medio de todo este tumulto, Jesús
permaneció con calma y compostura (Mateo 27:11–31; Marcos 15:2–20; Lucas 23:2–
25; Juan 18:28–19:15).
Treinta piezas de plata
Una de las más infames historias que aparecen en la Biblia es la de
Judas Iscariote, el discípulo que vendió a Cristo por treinta piezas de
154
plata. Aunque es di cil determinar exactamente el valor de treinta piezas
de plata, sabemos que no constituían una fortuna.
El denario romano era la moneda más común que se usaba en
tiempos de Jesús. Esta moneda se hacía de plata, y tenía impresa la
cabeza del emperador. Por esta razón, al pueblo judío no se le permitía
usar monedas como ofrendas en los servicios religiosos. Ellos cambiaban
sus monedas por piezas de plata. Los cambistas cambiaban el denario o
siclo por plata, operación por la cual cobraban unos honorarios del doce
por ciento.
Según el peso de la plata que tenía un denario, en el comercio
de hoy valdría alrededor de unos veinte centavos de dólar, pero en aquel
tiempo, un denario equivalía al salario de un trabajador en un día, así
que tenía un significativo poder adquisitivo. Aun así, según este cálculo,
hallamos que Judas vendió a Cristo por el salario de un mes, y eso di
cilmente podría ser considerado una fortuna.
En el libro de Zacarías estaba profetizado que tal cantidad seria
pagada por el Mesías (Zacarías 11:12). Cuando Judas aceptó las treinta
piezas de plata por la vida de Cristo, cumplió la profecía (Mateo 26:15).
Esa cantidad era también el precio típico de un esclavo o siervo en aquel
tiempo.
Del tribunal de Pilato, Jesús fue sacado más allá fuera de los muros de Jerusalén,
a la colina llamada Gólgota, donde fue crucificado a las nueve de la mañana del
viernes. Los relatos sobre la ejecución de Jesús se hallan en Mateo 27:32–56 y en los
relatos paralelos.
Nicodemo y José de Arimatea tomaron el cuerpo de Jesús y lo colocaron en la
tumba de José. Pilato selló el sepulcro y puso una guardia para asegurar que el cuerpo
no fuera robado por sus discípulos.
Jesús fue sepultado antes de oscurecer el viernes (ese fue el “primer día” que
estuvo sepultado, pues los judíos calculaban los días desde la hora en que caía el sol
hasta la misma hora del día siguiente). Su cuerpo permaneció en el sepulcro desde el
atardecer del viernes hasta el del sábado (ese fue el “segundo día”), y desde el
atardecer del sábado hasta el alba del domingo (“tercer día”). En la mañana del tercer
día, los asombrados soldados sintieron un terremoto, vieron cuando un ángel quitaba
155
la piedra que sellaba el sepulcro y huyeron del escenario. Pronto llegó un grupo de
mujeres para ungir el cuerpo de Jesús con especias aromáticas, pero hallaron el
sepulcro vacío y regresaron corriendo a la ciudad para darles la noticia a los discípulos
de Jesús. Pedro y Juan fueron al sepulcro y lo hallaron tal como ellas habían dicho
(Mateo 27:57–28:10 y pasajes paralelos). Jesús había resucitado de entre los
muertos.
Después de su resurrección, Jesús se apareció a sus seguidores en diez ocasiones
que han quedado escritas. En una de estas apariciones, comisionó a los once
apóstoles que le quedaban a ir por todo el mundo y hacer discípulos, bautizándolos.
Este acto se conoce con el nombre de “Gran Comisión” (Mateo 28:19, 20). La última
vez que Cristo se apareció a sus apóstoles, ascendió al cielo (Lucas 24:49–53; Hechos
1:6–11). Prometió regresar de la misma manera como ascendió: en forma visible y
sica. (Después de la resurrección, Jesús tenía un cuerpo real, aunque no estaba
limitado por el tiempo ni por el espacio.) Volvió a prometer también la venida del
Espíritu Santo. Aunque el Espíritu Santo vino, la Iglesia espera aún la segunda venida
de Cristo.
La doctrina acerca de Cristo
La Cristología trata acerca de la Persona y la obra de Cristo, es decir, la doctrina
acerca de Cristo.
A. Su persona. Entender la persona de Cristo no es tarea fácil; pero hay acuerdo
general en la mayoría de los aspectos de su naturaleza y de su personalidad.
Cinco títulos de Jesús reflejan algo significativo sobre su persona y su obra. El
nombre Jesús (que es una variación del nombre Josué, y significa Dios es Salvador)
destaca su papel como el Salvador de su pueblo (Mateo 1:21). El título Cristo del
Nuevo Testamento equivale a Mesías, palabra hebrea que significa “el Ungido” (vea
Hechos 4:27; 10:38). Este título destaca el hecho de que Jesús fue escogido por Dios
para su misión; que El tenía una relación oficial con Dios Padre. Es decir, que tenía un
trabajo que hacer y un papel que cumplir por disposición del Padre.
El título Hijo del Hombre fue el que usó de manera más exclusiva el mismo Jesús
(Mateo 9:6; 10:23; 11:19). Algunos piensan que El lo usó porque era el que distinguía
156
de manera más clara su condición de Mesías, respecto de las ideas erróneas de sus
tiempos.
El nombre Hijo de Dios también se le aplicó a Jesús en un sentido oficial o mesiánico
(vea Mateo 4:3, 6; 16:16; Lucas 22:70; Juan 1:49). Hace notar que El es una Persona
del trino Dios, que nació como ser humano de manera sobrenatural.
Sepulcro labrado en la roca. Este sepulcro es similar a aquel en que fue colocado el cuerpo de
Jesús. Está excavado en roca suave. El sepulcro probablemente tuviera una primera cámara en la
cual había un saliente todo alrededor, que servía para sentarse, y una segunda cámara, en la cual
había un nicho labrado en la pared para colocar el cuerpo. Cuando se necesitaba el nicho para
otros cuerpos, los restos del primero eran colocados en un hueco que estaba en el piso. Los
evangelios declaran que el sepulcro de Cristo era nuevo (Mateo 27:60; Juan 19:41); no era sólo
una vieja tumba que había quedado vacia.
El nombre Señor se le aplicó a Jesús, tanto como un sencillo título (algo así como
el tratamiento de cortesía que se usa cuando se dice: señor Fulano) como también
en forma de título de autoridad o posesión, o (algunas veces) como indicación de la
igualdad entre El y Dios (por ejemplo, Marcos 12:36, 37; Lucas 2:11; Mateo 7:22).
Hoy los cristianos creemos que Jesús es Dios y Hombre: es decir, que El tiene dos
naturalezas distintas unidas “de manera inconfundible, incambiable, indivisible e
inseparable” en su persona (Credo de Calcedonia, 451 d.C).
157
Esta doctrina no se basa en la razón humana, sino en la revelación bíblica. En la
Biblia hay muchas pruebas de que Jesús es Dios. Las Escrituras afirman que sólo hay
un Dios, y que no hay dioses menores (vea Exodo 20:3–5; Isaías 42:8; 44:6); sin
embargo, afirma claramente que Jesús es Dios (por ejemplo, en Juan 1:1; Romanos
9:5; Hebreos 1:8). La Biblia informa que Jesús fue adorado por mandato de Dios
(Hebreos 1:6), mientras que los seres espirituales inferiores se niegan a ser adorados
(Apocalipsis 22:8, 9), por cuanto la adoración debe rendirse sólo a Dios. Sólo el
Creador divino puede ser adorado por sus criaturas. Jesucristo, el Hijo de Dios, es
Creador juntamente con su Padre (Juan 1:3; Colosenses 1:16; Hebreos 1:2); por
tanto, los dos tienen que ser adorados. Por otra parte, las Escrituras declaran que
Jesús fue el Salvador de su pueblo (Mateo 1:21), aunque Jehová era el único Salvador
de su pueblo (Isaías 43:11; Oseas 13:4). La Biblia declara que el mismo Padre llamó
Dios de manera clara a Jesús. (Hebreos 1:8).
Las Escrituras también enseñan la verdadera humanidad de Jesús. El Cristo del
Nuevo Testamento no es una ilusión ni un fantasma; es humano en todo sentido. El
se llamó a sí mismo Hombre, y los demás también lo llamaron hombre (por ejemplo,
Juan 8:40; Hechos 2:22). Vivió en la carne (Juan 1:14; 1 Timoteo 3:16; 1 Juan 4:2);
poseyó una mente y un cuerpo humanos (Lucas 23:39; Juan 11:33; Hebreos 2:14);
experimentó las necesidades y los sufrimientos humanos (Lucas 2:40, 52; Hebreos
2:10, 18; 5:8). Sin embargo, la Biblia hace hincapié en que Jesús no participó en el
pecado que caracteriza a todos los seres humanos (vea Lucas 1:35; Juan 8:46;
Hebreos 4:15).
B. Su personalidad. Cristo tiene dos naturalezas distintas, pero es una misma
persona; no hay en El dos personas bajo la misma piel. El es el Logos eterno (el Verbo
divino), la segunda Persona de la Trinidad; sin embargo, asumió la naturaleza
humana de tal modo, que no hubo cambio esencial en la naturaleza divina. Podemos
dirigirnos a Cristo en oración a través de los títulos que reflejan sus dos naturalezas,
aunque su naturaleza divina es la base final de nuestra adoración. La encarnación
manifestó al Dios trino (tres en Uno), al indicarnos la relación entre el Padre, el Hijo
y el Espíritu Santo (vea Mateo 3:16, 17; Juan 14:15–26; Romanos 1:3, 4; Gálatas 4:4,
5; 1 Pedro 1:1–12). Por el hecho de que Jesús es una persona, y por cuanto la unidad
158
de su vida personal abarca todo su carácter y todos sus poderes, las Escrituras hablan
de El como un ser que tiene tanto la naturaleza divina como la humana. Estas
atribuyen actos y cualidades divinas a Cristo, el eterno Hijo de Dios (Hechos 20:28).
C. Su posición. Cuando tratamos de entender a Cristo, debemos examinar su
posición ante la Ley. El mismo se humilló ante ella; como resultado, Dios lo exaltó por
encima de ella. Esta es una ironía interesante.
El Hijo dejó a un lado su divina majestad y asumió la naturaleza humana. Se
sometió a todos los sufrimientos de su vida terrenal, incluso a la misma muerte. Hizo
esto para cumplir el plan de Dios de redimir a la humanidad del pecado.
Cuando el Logos divino se hizo carne, no dejó de ser lo que era antes. Por la misma
razón, la encarnación como tal—es decir, la existencia corporal del Verbo—continúa
mientras El está sentado a la diestra de Dios.
Cristo estuvo rodeado por el pecado. El diablo lo atacó repetidamente. Su propio
pueblo lo odió y se negó a creer que El era el Salvador. Sus enemigos lo persiguieron.
Finalmente, al término de su vida terrenal, soportó la ira de Dios contra el pecado.
Ninguna otra persona ha sufrido tan intensamente como Jesús.
Dios Padre exaltó a Cristo al resucitarlo de entre los muertos, llevarlo al cielo, y
sentarlo a su derecha. Desde ese lugar de honor, Cristo regresará para juzgar a los
vivos y a los muertos.
D. Su oficio profético. El Antiguo Testamento describe al profeta como una
persona que recibe la Palabra de Dios (revelación) y la pasa a su pueblo. Para poder
funcionar como profeta, la persona tenía que recibir un claro mensaje de Dios. Se
levantaba en representación de Dios delante del pueblo, y Dios usaba su boca para
comunicar lo que El deseaba decir.
El Antiguo Testamento prometió un gran profeta, que comunicaría a su pueblo la
Palabra de Dios de manera final y decisiva (Deuteronomio 18:15).
Jesús fue ese profeta (Hechos 3:22–24). El actuó proféticamente aun antes de venir
a la tierra como Hombre, ya que habló a través de los escritores del Antiguo
Testamento (1 Pedro 1:11). Durante su ministerio terrenal, les enseñó a sus
seguidores las cosas de Dios por medio de palabras y de obras. Ahora, continúa su
obra profética desde el cielo al operar por medio del Espíritu Santo.
159
E. Su oficio sacerdotal. Mientras el profeta del Antiguo Testamento representaba
a Dios delante del pueblo, el sacerdote representaba al pueblo delante de Dios. De
igual manera, Cristo representa a su pueblo ante el Padre (Hebreos 3:1; 4:14).
La Biblia nos dice que el sacerdote tiene que ser escogido por Dios. Tiene que
actuar a favor de los hombres en las cosas que pertenecen a Dios. Por ejemplo, tiene
que hacer sacrificios y ofrendas por los pecados, interceder por el pueblo que
representa y bendecirlo (Hebreos 5:1; 7:25; comparar con Levítico 9:22).
El Calvario de Gordon. El nombre Calvario (Lucas 23:33) es una traducción latina de una palabra
aramea, Gólgota, que aparece en Mateo 27:33, y significa calavera. La Biblia dice sencillamente
que el Calvario estaba localizado fuera de Jerusalén, que sobresalía claramente, y que cerca había
un huerto donde estaba la tumba. Hay dos lugares que son presentados como posibles sitios de
la crucifixión: la iglesia del Santo Sepulcro y el calvario de Cordón La iglesia señala el sitio más
antiguo, que según la tradición se remonta por lo menos al siglo cuarto. El calvario de Gordon,
cuya fotogra a aparece aquí, tiene una formación rocosa que se parece a una calavera. El sitio
concuerda con otros datos bíblicos, pero no hay ninguna tradición que lo apoye.
Jesús se presentó a sí mismo como un sacrificio sacerdotal. Los sacrificios del
Antiguo Testamento eran expiatorios (por cuanto “quitaban” el pecado, y así le
restauraban al adorador las bendiciones y los privilegios que Dios tenía para él) y
160
vicarios (porque se ofrecía otra vida por el pecado en vez de la vida del adorador). El
sacrificio de Cristo, hecho de una vez por todas, fue a la vez expiatorio y vicario, y
logró la eterna salvación para los suyos.
Cristo reconcilia al pecador con Dios. El Padre expresó su amor hacia la
humanidad al enviar a Cristo para que nos redimiera de nuestros pecados (Juan 3:16).
En todas las circunstancias, Dios ha intentado atraer a sus criaturas para que regresen
a El, de modo que cuando Cristo vino al mundo, no hubo cambio en el mismo Dios;
sólo hubo un cambio en su relación con los pecadores. El sacrificio de Cristo cubrió la
culpa que se interponía entre los pecadores y Dios.
Cristo también intercede por su pueblo (Hebreos 7:25). El entró en el lugar
Santísimo del cielo por medio del sacrificio perfecto y completamente suficiente que
ofreció al Padre. Al hacer esto, representó a aquellos que ponen su fe en El y los
rehabilitó delante del Padre (Hebreos 9:24).
En la presencia de Dios, Cristo responde ahora a las constantes acusaciones del
diablo contra los creyentes (Romanos 8:33, 34). Nuestras oraciones y nuestros
servicios están contaminados con el pecado y la imperfección; Cristo los perfecciona
ante los ojos del Padre, pues constantemente le habla a favor de nosotros.
Finalmente, ora por los creyentes. Ruega por las necesidades que no mencionamos
en nuestras oraciones: por las cosas que ignoramos, que subestimamos o que no
comprendemos. El hace esto para protegernos del peligro y para sostenernos en la
fe hasta que logremos la victoria final. También ora por aquellos que aún no han
creído. Constantemente hace esta obra intercesora.
F. Su oficio de rey. Como segunda persona de la Trinidad, como Creador junto
con el Padre, Cristo es el rey eterno de todas las cosas. Como Salvador, El es el rey de
un reino espiritual; es decir, El reina en el corazón y la vida de los suyos. En razón de
su reinado espiritual, es llamado la “cabeza” de la Iglesia (Efesios 1:22).
Cristo reina y gobierna sobre todas las cosas a favor de su Iglesia. El no permitirá
que al final se frustren sus planes. Recibió este reinado universal cuando Dios lo
exaltó a un puesto de honor en el cielo. Cuando obtenga la victoria final sobre el mal,
le entregará este reino al Padre (1 Corintios 15:24–28). Es decir, cuando El destruya
el orden de este mundo de una vez por todas y lo haga nuevo, dejará de existir el
161
universo tal como lo conocemos. Ningún rey humano ni potencia diabólica podrá
reinar. Sólo Cristo y su reino quedarán en pie.
7
para que viajaran con El. Estos hombres tendrían una responsabilidad importante.
“En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios. Y cuando era
de día, llamó a sus discípulos, y escogió a doce de ellos, a los cuales también llamó
apóstoles” (Lucas 6:12, 13).
La mayoría de los apóstoles eran de la región de Capernaum, que era despreciada
por la culta sociedad judía por cuanto era el centro de una parte del estado judío (que
sólo recientemente se había agregado a él), y era conocida, de hecho, con el nombre
de “Galilea de los gentiles”. El mismo Jesús dijo: “Y tú, Capernaum, que eres
levantada hasta el cielo, hasta el Hades serás abatida” (Mateo 11:23). Sin embargo,
Jesús moldeó a estos doce hombres hasta convertirlos en fuertes líderes y voceros
capacitados de la fe cristiana. El éxito de ellos da testimonio del poder transformador
del señorío de Jesús.
Ninguno de los escritores del Evangelio dejó ninguna descripción sica de los doce.
Sin embargo, nos dan pequeñas claves que nos ayudan a hacer “conjeturas
razonables” sobre la apariencia de los apóstoles y su manera de actuar. Un hecho
muy importante que tradicionalmente se ha pasado por alto en incontables
162
representaciones artísticas de los apóstoles, es su juventud. Si comprendemos que la
mayoría de ellos entraron con vida en la tercera y en la cuarta parte del siglo primero,
y que Juan entró en el siglo segundo, entonces deben haber sido sólo adolescentes
cuando aceptaron el llamamiento de Cristo por primera vez.
Los diferentes relatos bíblicos enumeran a los doce apóstoles por pares. No
estamos seguros si esto indica relaciones de familia, funciones de equipo, o alguna
otra clase de asociación entre ellos.
Andrés
El día después que Juan el Bautista vio que el Espíritu Santo descendía sobre Jesús,
lo identificó ante dos de sus discípulos cuando dijo: “He aquí el Cordero de Dios”
(Juan 1:36). Intrigados por este anuncio, los dos hombres abandonaron a Juan y
comenzaron a seguir a Jesús. Este se dio cuenta de que ellos lo seguían y les preguntó
qué buscaban. Inmediatamente respondieron: “Rabí, ¿dónde moras?” Jesús los llevó
a la casa donde estaba hospedado, y ellos pasaron la noche allí. Uno de estos
hombres se llamaba Andrés (Juan 1:38–40).
Pronto Andrés fue a buscar a su hermano, Simón Pedro. Le dijo: “Hemos hallado
al Mesías …” (Juan 1:41). Por medio de su testimonio, ganó a Pedro para el Señor.
El nombre Andrés es una transliteración del nombre griego Andreas, que significa
varonil. Hay otros indicios en los evangelios que nos indican que Andrés era
sicamente fuerte y un hombre fiel y devoto. Entre El y Pedro poseían una casa
(Marcos 1:29). Eran hijos de un hombre llamado Jonás o Juan, quien era un próspero
pescador. Los dos jóvenes habían seguido a su padre en el trabajo de la pesca.
Andrés nació en Betsaida, población situada en las costas del norte del mar de
Galilea. Aunque el evangelio según Juan describe el primer encuentro de Andrés con
Jesús, no lo menciona como uno de los discípulos hasta mucho más tarde (Juan 6:8).
El evangelio según Mateo dice que cuando Jesús andaba por el mar de Galilea, saludó
a Andrés y a Pedro y los invitó para que fueran sus discípulos (Mateo 4:18, 19). Esto
no contradice el relato de Juan; simplemente agrega un nuevo rasgo. Si leemos
163
detenidamente Juan 1:35–40, este pasaje nos mostrará que Jesús no llamó a Andrés
y a Pedro para que lo siguieran cuando se conocieron.
Andrés y otro discipulo llamado Felipe le presentaron a Jesús un grupo de griegos
(Juan 12:20–22). Por esta razón podemos decir que Andrés y Felipe fueron los
primeros misioneros de la fe cristiana entre extranjeros.
La tradición dice que Andrés pasó sus últimos años en la Esdtia, región situada al
norte del mar Negro. En cambio, un pequeño libro titulado los Hechos de Andrés
(probablemente escrito alrededor del 260 d.C.) dice que él predicó prindpalmente en
Macedonia y murió mártir en Patras.
La tradición católica romana dice que Andrés fue crucificado en una cruz que tenía
forma de X, razón por la cual ese símbolo religioso se conoce con el nombre de “cruz
de san Andrés”. Se cree que fue crucificado el 30 de noviembre, de manera que la
Iglesia Católica Romana y la Iglesia Ortodoxa Griega observan su fiesta en ese día. Se
le considera el santo patrón de Escocia. La Orden de San Andrés es una asociación de
ujieres de iglesias que hacen un esfuerzo espedal por ser corteses con los extraños.
Bartolomé (Natanael)
Carecemos de información acerca de la identidad del apóstol llamado Bartolomé.
Sólo es mencionado en las listas de los apóstoles. Además, mientras los evangelios
sinópticos están de acuerdo en que su nombre era Bartolomé, Juan lo llama Natanael
(Juan 1:45). Algunos eruditos creen que Bartolomé era el sobrenombre de Natanael.
La palabra aramea bar significa hijo; así que el nombre Bartolomé significa
literalmente hijo de Talmai. La Biblia no nos da la identificación de Talmai, pero su
nombre pudo ser inspirado por el rey Talmai de Gesur (2 Samuel 3:3). Algunos
eruditos creen que Bartolomé tenía relación con los ptolomeos, la familia reinante
de Egipto. Esta teoría se basa en una afirmación de Jerónimo, según la cual Bartolomé
era el único apóstol de noble cuna.
Si suponemos que Bartolomé es el mismo Natanael, aprendemos un poco más de
su personalidad en el evangelio según Juan. Jesús dijo que Natanael era “un
verdadero israelita, en quien no hay engaño” (Juan 1:47).
164
La tradición dice que Natanael trabajó como misionero en la India. Beda el
Venerable (inglés) dijo que Natanael fue decapitado por el rey Astriages. Otras
tradiciones dicen que fue crucificado con la cabeza hacia abajo.
Jacobo, hijo de Alfeo
Los evangelios sólo mencionan de manera pasajera a Jacobo, el hijo de Alfeo
(Mateo 10:3; Marcos 3:18; Lucas 6:15). Muchos eruditos creen que Jacobo era
hermano de Mateo, puesto que la la Escritura dice que el padre de Mateo también
se llamaba Alfeo (Marcos 2:14). Otros creen que era el mismo “Santiago el menor”;
pero no hay pruebas de que estos dos nombres se refieren al mismo hombre (ver
Marcos 15:40). (N. del E. en castellano: En nuestro idioma existen varias palabras
derivadas de la forma latina “Iacobus”: Jacobo, Jaime, Diego, Yago y Santiago. Esta
última es una transformada de la forma medieval “Sanctus Iacobus”, y es la más
usada en el habla popular.)
Si el hijo de Alfeo fue el mismo Santiago el menor, pudo haber sido primo
hermano de Jesús (vea Mateo 27:56; Juan 19:25). Algunos comentaristas bíblicos
tienen la teoría de que este discípulo se parecía mucho a Jesús sicamente, lo cual
explica por qué Judas Iscariote tuvo que identificar a Jesús la noche que lo traicionó
(Marcos 14:43–45; Lucas 22:47, 48).
Las leyendas dicen que este Jacobo predicó en Persia y allí fue crucificado, pero
no tenemos información concreta acerca de su ministerio posterior ni de su muerte.
Jacobo, hijo de Zebedeo
Después que Jesús llamó a Simón Pedro y a su hermano Andrés, siguió un poco
más adelante por la costa del mar de Galilea y llamó a “Jacobo hijo de Zebedeo, y a
Juan su hermano, también ellos en la barca, que remendaban las redes” (Marcos
1:19). Como lo hicieron Pedro y Andrés, así Jacobo y su hermano respondieron
inmediatamente la invitación de Cristo.
Jacobo fue el primero de los doce apóstoles que sufrió el martirio. El rey Herodes
Agripa I ordenó que fuera ejecutado a espada (Hechos 12:2). La tradición dice que
165
esto ocurrió en el 44 d.C. En esos momentos, Jacobo habría sido muy joven. (Aunque
el Nuevo Testamento no describe el martirio de ningún otro de los apóstoles, la
tradición dice que todos, con excepción de Juan, murieron como mártires por su fe).
Los Evangelios nunca mencionan a Jacobo solo; siempre hablan de “Jacobo y
Juan”. Aun cuando se registra su muerte, el libro de Hechos se refiere a él como
“Jacobo, hermano de Juan” (Hechos 12:2). Jacobo y Juan comenzaron a seguir a Jesús
el mismo día, y los dos estuvieron presentes en su transfiguración (Marcos 9:2–13).
Jesús los llamó “hijos del trueno” (Marcos
3:17).
La persecución que le quitó la vida a Jacobo inspiró un nuevo fervor entre los
cristianos (vea Hechos 12:5–25). Sin duda alguna, Herodes Agripa tenía la esperanza
de aplastar el movimiento cristiano al ejecutar a líderes como Jacobo, “pero la
palabra del Señor crecía y se multiplicaba” (Hechos 12:24).
Es raro que el evangelio según Juan no mencione a Jacobo. Juan era reacio a
mencionar su propio nombre, y pudo haber tenido la misma clase de modestia en
cuanto a informar sobre las actividades de su hermano. Una vez se refiere a sí mismo
y a su hermano con las palabras “los hijos de Zebedeo” (Juan 21:2). El resto del
tiempo, guarda silencio acerca de la obra de Jacobo.
Las leyendas dicen que Jacobo (Santiago) fue el primer misionero cristiano que
estuvo en España. Las autoridades católicas romanas creen que sus restos están
sepultados en la ciudad de Santiago de Compostela, en el noroeste de España.
Juan
Afortunadamente, tenemos una considerable cantidad de información acerca del
discípulo llamado Juan. Marcos nos dice que fue hermano de Jacobo, e hijo de
Zebedeo (Marcos 1:19). El mismo Marcos nos informa que Jacobo y Juan trabajaban
como “jornaleros” de su padre (Marcos 1:20).
Algunos eruditos especulan que la madre de Juan fue Salomé, quien observó
directamente la crucifixión de Jesús (Marcos 15:40). Si Salomé fue hermana de la
madre de Jesús, como lo sugiere el evangelio según Juan (19:25), Juan pudo haber
sido primo hermano de Jesús.
166
Jesús halló a Juan y a su hermano Jacobo cuando remendaban sus redes junto al
mar de Galilea. Les ordenó que echaran sus redes al lago para pescar. Consiguieron
así una gran cantidad de peces. Este milagro los convenció del poder de Jesús. “Y
cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron” (Lucas 5:11). Simón
Pedro fue con ellos.
Parece que Juan era un joven impulsivo. Tan pronto como él y Jacobo entraron en
el círculo intimo de los discípulos de Jesús, el Maestro los apellidó “hijos del trueno”
(Marcos 3:17). Parece que los discípulos relegaban a Juan a un puesto secundario en
su grupo. Todos los evangelios lo mencionan después de su hermano Jacobo; en la
mayoría de las ocasiones, según parece, Jacobo era el que hablaba por los dos
hermanos. Cuando Pablo menciona el hecho de que Juan estaba entre los apóstoles
en Jerusalén, lo sitúa al final de la lista (Gálatas 2:9).
Las emociones de Juan brotaban con frecuencia en sus conversaciones con Jesús.
En una ocasión, se disgustó porque alguien estaba echando demonios en el nombre
de Jesús, y le dijo: “Se lo prohibimos, porque no nos seguía” (Marcos 9:38). Jesús le
respondió: “No se lo prohibáis … Porque el que no es contra nosotros, por nosotros
es” (Marcos 9:39, 40). En otra ocasión, Jacobo y Juan sugirieron con ambición que se
les concediera sentarse a la derecha y a la izquierda de Jesús en el cielo. Los demás
discípulos se opusieron a esta idea (Marcos 10:35–41).
Sin embargo, la osadía de Juan le fue útil en los momentos de la muerte y
resurrección de Jesús. En Juan 18:15 se nos dice que Juan “era conocido del sumo
sacerdote”. Una leyenda franciscana dice que la familia de Juan proveía el pescado
para la casa del sumo sacerdote. Esto lo hubiera hecho especialmente vulnerable al
arresto cuando los guardas del sumo sacerdote prendieron a Jesús. Sin embargo,
Juan fue el único apóstol que se atrevió a estar de pie ante la cruz, y Jesús le
encomendó el cuidado de su madre (Juan 19:26, 27). Cuando los discípulos oyeron
que ya el cuerpo de Jesús no estaba en el sepulcro, Juan corrió delante de los demás
y llegó primero al sepulcro. Sin embargo, permitió que Pedro entrara adelante de él
en la cámara mortuoria (Juan 20:1–4, 8).
Si en verdad Juan escribió el cuarto evangelio, las epístolas de Juan y el
Apocalipsis, eso significa que él escribió más en el Nuevo Testamento que cualquiera
167
de los otros apóstoles. No tenemos ninguna razón sólida para dudar que Juan fuera
el autor de estas obras.
La tradición dice que Juan cuidó a la madre de Jesús mientras pastoreaba la
congregación de Efeso, y que ella murió allí. Tertuliano dice que fue llevado a Roma
y “sumergido en aceite hirviente, pero no le pasó nada, y entonces fue desterrado a
una isla”. Esta fue probablemente la isla de Patmos, donde se escribió el Apocalipsis.
Se cree que Juan vivió hasta avanzada edad y que su cuerpo fue devuelto a Efeso para
ser sepultado.
Judas (no el Iscariote)
Juan llama a uno de los discípulos “Judas (no el Iscariote)” (Juan 14:22). No es fácil
determinar la identidad de este hombre. Jerónimo le dio el sobrenombre de Trionius,
es decir, el hombre de tres nombres.
El Nuevo Testamento se refiere a varios hombres que se llamaban Judas: Judas
Iscariote (vea la sección que sigue), Judas el hermano de Jesús (Mateo 13:55; Marcos
6:3), Judas de Galilea (Hechos 5:37), y Judas (no el Iscariote). Es claro que Juan quería
evitar una confusión al referirse a este hombre, especialmente por el hecho de que
el otro discípulo que se llamaba Judas tenía una horrible reputación.
Mateo se refiere a este hombre con el nombre de Lebeo, “por sobrenombre
Tadeo” (Mateo 10:3). Marcos se refiere a él simplemente con el nombre de
Tadeo (Marcos 3:18). Lucas lo menciona con las palabras “Judas, el hijo de
Jacobo” (Lucas 6:16; Hechos 1:13). La versión Reina-Valera y la del rey Jaime (en
inglés) traducen incorrectamente esta porción de Lucas con las palabras “hermano
de Jacobo”.
No tenemos seguridad sobre quién fue el padre de Tadeo. Algunos piensan que
fue Jacobo, el hermano de Jesús. Si así fue el caso, entonces Judas fue sobrino de
Jesús. Esto no es probable, pues los historiadores de la Iglesia primitiva informan que
este Jacobo nunca se casó. Otros piensan que su padre fue el apóstol Jacobo, hijo de
Zebedeo. No podemos tener seguridad.
William Steuart McBirnie sugiere que el nombre de Tadeo era un diminutivo de
Teudas, el cual viene del nombre arameo tad, que significa pecho. Así pues, Tadeo
168
pudo haber sido un apodo que significaría literalmente uno que está cerca del
pecho. McBirnie cree que el nombre Lebeo pudo haberse derivado del nombre
hebreo leb, que significa corazón.
El historiador Eusebio dice que Jesús envió una vez a este discípulo para que fuera
al rey Abgar de Mesopotamia y orara para que fuera sanado. Según su relato, Judas
fue a visitar a Abgar después de la ascensión de Jesús al cielo, y permaneció allí para
predicar en varias ciudades de Mesopotamia.4 Otra tradición dice que este discípulo
fue asesinado por unos magos en la ciudad de Suanir, Persia. Se dice que lo mataron
con garrotes y piedras.
Judas Iscariote
Todos los evangelios colocan al final de la lista de los discípulos de Jesús a Judas
Iscariote. Sin duda alguna, esto refleja la mala reputacíón de Judas como traidor de
Jesús.
La palabra aramea Iscariote significa en sentido literal hombre de Queriot. Este
era un pueblo que estaba cerca de Hebrón (Josué 15:25). Juan nos dice que Judas era
hijo de Simón (Juan 6:71).
Si Judas era en verdad de Queriot, eso quiere decir que él fue el único de los
discípulos de Jesús que era de Judea. Los nativos de Judea despreciaban a los de
Galilea, porque los consideraban como rudos colonos de frontera. Esta actitud pudo
haberlo alejado de los demás discípulos.
4 Eusebio, e History of the Church (Historia de la Iglesia). Oxford: Penguin Classics,
1965, pág. 65.
169
Fresco de las catacumbas. Este fresco que data del 200–220 d.C., es una de las pinturas más
antiguas que hasta ahora se hayan descubierto en las catacumbas. Representa los sucesos de
Juan 21, cuando siete discípulos (es decir, Pedro, Tomás, Natanael, los hijos de Zebedeo y otros
dos discípulos) comieron pan y pescado.
Los evangelios no nos dicen exactamente cuándo llamó Jesús a Judas Iscariote
para que se uniera al grupo de sus seguidores. Tal vez eso ocurrió en los primeros
días, cuando llamó a muchos otros (vea Mateo 4:18–22).
Judas actuó como tesorero de los discipulos, y por lo menos en una ocasión
manifestó una actitud de tacañería hacia la obra de ellos. Cuando una mujer llamada
María se presentó para derramar un rico ungüento sobre los pies de Jesús, Judas se
quejó: “¿Por qué no fue este perfume vendido por tresdentos denarios, y dado a los
170
pobres?” (Juan 12:5). Juan comenta que Judas dijo esto, “no porque se cuidara de los
pobres, sino porque era ladrón” (Juan 12:6).
Cuando los discípulos compartían su última comida con Jesús, el Señor les reveló
que El sabía que estaba a punto de ser traicionado, y señaló a Judas como el culpable.
Le dijo a Judas: “Lo que vas a hacer, hazlo pronto” (Juan 13:27). Sin embargo, los
otros discípulos no sospecharon lo que Judas estaba a punto de hacer. Juan informa
que “algunos pensaban, puesto que Judas tenía la bolsa, que Jesús le dería: Compra
lo que necesitamos para la fiesta …” (Juan 13:28, 29).
Los eruditos han ofrecido varias teorías acerca de la razón por la cual Judas
traicionó a Jesús. Algunos piensan que fue una reacción ante El por la reprensión que
le dio cuando criticó a la mujer que lo ungió. Otros dicen que Judas actuó por avaricia,
es decir, por amor al dinero que los enemigos de Jesús le ofrecieron. Lucas y Juan
dicen sencillamente que Satanás inspiró las acciones de Judas (Lucas 22:3; Juan
13:27).
Mateo dice que Judas, por remordimiento, intentó devolver el dinero a los
captores de Jesús. “Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se
ahorcó” (Mateo 27:5). En las obras más modernas se describe a Judas como un zelote
o patriota extremista que se desilusionó por el hecho de que Jesús no condujo un
movimiento de masas o rebelión contra Roma. Sin embargo, hay muy pocas
evidencias a favor de este punto de vista.
Mateo
En la época de Jesús, el gobernador romano cobraba varios impuestos al pueblo
de Palestina. Los derechos del transporte de bienes por tierra y por agua eran
recibidos por cobradores privados de impuestos, quienes pagaban un derecho al
gobierno romano por la autorización que les daba para imponer estas recaudaciones.
Los cobradores de impuestos lograban ganancias excesivas al cobrar un impuesto
mayor del que la ley exigía. Los cobradores autorizados contrataban con frecuencia
funcionarios de menor rango, llamados publicanos, pata que fueran ellos quienes
realmente recaudaran los impuestos. Los publicanos extraían sus propias pagas al
cobrar una fracción más de lo que exigía el que lo había contratado. El discípulo
171
Mateo era un publicano que cobraba impuestos en el camino que iba de Damasco a
Acco [N. del E. en castellano: generalmente identificada con Tolemaida, Hechos 21:7
y con la Acre de los cruzados]; su cabana estaba ubicada al salir de la ciudad de
Capernaum, y también es posible que cobrara impuestos a los pescadores por su
pescado.
Normalmente, el publicano cobraba el cinco por ciento del precio de venta en los
artículos de comercio normal, y hasta el doce y medio por ciento en los artículos de
lujo. Mateo también les cobraba impuestos a los pescadores que trabajaban en el
mar de Galilea y a los hombres que transportaban en barcas sus productos desde las
ciudades que estaban en el otro lado del lago.
Los judíos consideraban que el dinero de un cobrador de impuestos era inmundo,
así que nunca pedían que les dieran el vuelto. Si un judío no tenía la cantidad exacta
que le exigía el cobrador de impuestos, le pedía prestado a un amigo. El pueblo judío
despreciaba a los publicanos como agentes del odioso imperio romano y del rey
títere judío. A los publicanos no se les permitía dar testimonio ante un tribunal, ni
podían dar los diezmos de su dinero al templo. Un buen judío ni siquiera se asociaba
con un publicano en la vida privada (ver Mateo 9:10–13).
Sin embargo, los judíos dividían a los cobradores de impuestos en dos clases. En
primer lugar estaban los gabbai, quienes cobraban al pueblo los impuestos generales
de la agricultura y el censo. El segundo grupo eran los mokhsa, quienes eran los
funcionarios que les cobraban dinero a los viajeros. La mayoría de los mokhsa eran
judíos, así que estos eran despreciados, pues los consideraban traidores a su pueblo.
Mateo perteneció a esta clase de cobradores de impuestos.
El evangelio según Mateo nos dice que Jesús se acercó un día a éste, que no
parecía tener probabilidades de convertirse en discípulo, mientras estaba sentado al
banco de los tributos públicos. Le ordenó sencillamente: “Sígueme”, y Mateo dejó el
trabajo para seguir al Señor (Mateo 9:9).
Según parece, Mateo tenía bastante prosperidad material, pues ofreció un
banquete en su propia casa. “Y había mucha compañía de publicanos y de otros que
estaban a la mesa con ellos” (Lucas 5:29). El sencillo hecho de que Mateo poseyera
su propia casa indica que era más rico que el publicano típico.
172
A causa de la naturaleza de su obra, nos sentimos muy seguros de que Mateo
sabía leer y escribir. Los papiros en que se hallan documentos de impuestos que
datan de alrededor del año 100 d.C., indican que los publicanos eran bastante
eficientes en el manejo de las operaciones aritméticas. (En vez de usar los
desatinados números romanos, preferían los símbolos griegos, que eran más
sencillos.)
Mateo pudo haber tenido algún parentesco con el discípulo Jacobo, puesto que
de cada uno de ellos se dice que fue “hijo de Alfeo” (Mateo 10:3; Marcos 2:14). Lucas
usa algunas veces el nombre de “Leví” para referirse a Mateo (vea
Lucas 5:27–29). Por esto, algunos eruditos creen que el nombre de Mateo fue Leví
antes que decidiera seguir a Jesús, y que Jesús le dio el nuevo nombre, que significa
“don de Dios”. Otros sugieren que Mateo era miembro de la tribu sacerdotal de Leví.
Aunque uno que había sido publicano se había unido a sus filas, Jesús no suavizó
su condena contra los cobradores de impuestos. Los colocó en la misma categoría
que las prostitutas (Mateo 21:31); y más tarde el mismo Mateo clasifica a los
publicanos como pecadores (Mateo 9:10). De todos los evangelios, el de Mateo ha
sido probablemente el más influyente. La literatura cristiana del siglo segundo cita
más el evangelio según Mateo, que cualquier otro. Los Padres de la Iglesia colocaron
el Evangelio según Mateo al comienzo del canon del Nuevo Testamento,
probablemente a causa de la importancia que le atribuían. El relato de Mateo destaca
el cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento en Jesús. Hace hincapié en
que Jesús era el Mesías prometido, quien había venido para redimir a la humanidad.
173
Un cobrador de impuestos. Aunque los romanos dominaban Palestina, contrataban comerciantes
locales para que cobraran los impuestos. Estos comerciantes escogían escribas, conocidos con el
nombre de publicanos, para que hicieran el trabajo de cobrarlos directamente. Los publicanos
cobraban más de la cantidad que exigía la ley, y el exceso lo guardaban para ellos y sus empleados.
La ley romana no limitaba la cantidad que ellos podían cobrar; así que la mayoría de los publicanos
le cobraban al pueblo un impuesto tan exagerado, que llegaba a ser un fuerte gravamen. Por esta
razón, los judíos que observaron cuando Jesús llamó a un publicano llamado Mateo para que fuera
uno de sus discipulos, se escandalizaron (Lucas 5:27–31).
174
Cáliz de Antioquía. Esta gran copa de plata (19 cm de altura) fue descubierta en Antioquía en
1916. Al principio, muchos eruditos pensaron que era la verdadera copa que se usó en la última
cena del Señor, Sin embargo, el estudio subsiguiente de la obra de arte que hay en la copa condujo
a las autoridades a creer que data de un tiempo que no se remonta más allá del siglo cuarto o
quinto de nuestra era. El revestimiento interno de metal pudiera ser sustituto de un vaso original
de vidrio. En 1954, la compañía Warner Brothers Studios produjo una película de largo metraje
acerca de la historia de esta copa, titulada “El cáliz de plata”, en la cual figuraron como estrellas
Paul Newman y Jack Palance.
No sabemos lo que le ocurrió a Mateo después del día de Pentecostés. John Foxe,
en su obra Book of Martyrs (Libro de los mártires), afirma que Mateo pasó sus últimos
años predicando en Partía y Etiopía. Foxe dice que Mateo murió mártir en la ciudad
de Nadabah en el 60 d.C. Sin embargo, no sabemos de qué fuente sacó esta
información (aparte de las fuentes griegas medievales), ni podemos juzgar si tal
afirmación es digna de crédito.
Felipe
El evangelio según Juan es el único que nos ofrece alguna información detallada
acerca del discípulo llamado Felipe. (No debe confundirse este
Felipe con Felipe el evangelista; vea Hechos 21:8.)
175
Jesús se encontró con Felipe por primera vez en Betábara, al otro lado del río
Jordán (Juan 1:28). Es interesante el hecho de que lo llamara individualmente,
mientras que llamó a la mayoría de los otros discípulos por pares. Felipe fue quien le
presentó a Natanael (Juan 1:45–51), y Jesús también llamó a Natanael (o Natanael
Bartolomé) para que fuera su discípulo.
Cuando se reunieron 5.000 personas para oír a Jesús, Felipe le preguntó a su
Señor como podrían ellos alimentar a la multitud. “Doscientos denarios de pan no
bastarían para que cada uno de ellos tomase un poco”, dijo (Juan 6:7).
En otra ocasión, un grupo de griegos acudieron a Felipe y le pidieron que los
presentara a Jesús. Felipe consiguió la ayuda de Andrés y juntos llevaron a los griegos
para que vieran a Jesús (Juan 12:20–22).
Mientras los discípulos comían la última cena con Jesús, Felipe dijo: “Señor,
muéstranos al Padre, y nos basta” (Juan 14:8). Jesús le respondió que ellos ya habían
visto al Padre en El.
Estos tres breves relatos constituyen todo lo que vemos de Felipe en los
evangelios. La Iglesia ha conservado muchas tradiciones acerca de su ministerio
posterior y de su muerte. Algunos dicen que predicó en Francia; otros, que predicó
en el sur de Rusia, Asia Menor y aun en la India. En el 194 d.C., el obispo Polícrates
de Antioquía escribió: “Felipe, uno de los doce apóstoles, duerme en Hierápolis.” Sin
embargo, no contamos con evidendas firmes que apoyen estas informaciones.
Simón Pedro
El discípulo llamado Simón Pedro fue un hombre de contrastes. En Cesarea de
Filipo, Jesús preguntó: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón
Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Mateo 16:15, 16). En cambio,
siete versículos después, leemos: “Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a
reconvenirle …” Pedro tenía la característica de que iba de un extremo al otro.
Cuando Jesús intentó lavarle los pies en el aposento alto, el impulsivo discípulo
exclamó: “No me lavarás los pies jamás.” Sin embargo, cuando Jesús insistió, le dijo:
“Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza” (Juan 13:8, 9).
176
La última noche que estuvieron juntos Pedro y Jesús, Pedro le dijo: “Aunque todos
se escandalicen, yo no” (Marcos 14:29). No obstante, a las pocas horas, Pedro no sólo
negó a Jesús, sino que maldijo (Marcos 14:71).
¿Dónde está enterrado Pedro?
La tradición católica romana sostiene que Pedro está sepultado
debajo de una magnífica estructura de Roma que lleva su nombre: la
basílica de San Pedro. Aunque el Nuevo Testamento no nos informa
acerca de ninguna visita de Pedro a Roma, hay evidencias históricas de
que él pasó por lo menos un período de la última parte de su vida allí.
También hay referencias en otros libros no bíblicos (como en los Hechos
de Pedro), y numerosas alusiones en los escritos de los eruditos de la
Iglesia de los siglos segundo y tercero, las cuales confirman que Pedro
murió en Roma. Eusebio da el 68 d.C. como el ano aproximado de la
muerte de Pedro.
Tertuliano y Orígenes, apologetas de la Iglesia primitiva, afirman que
Pedro fue ejecutado por crucifixión con la cabeza hacia abajo en Roma.
Dicen que él fue uno de los millares de cristianos que murieron en la
persecución del emperador Nerón. Con toda probabilidad, Pedro fue
ejecutado en los Jardines Neronianos, donde ahora se halla ubicada la
Ciudad del Vaticano. Según Tertuliano y Orígenes, fue sepultado cerca
de esta, al pie de la colina del Vaticano. Gayo de Roma (siglo III d.C.)
menciona este sepulcro.
Se dice que los restos de Pedro fueron llevados a una bóveda ubicada
en la Vía Apia, cuando el emperador Valerio comenzó su persecución
contra los cristianos (258 d.C.) Allí reposaron junto con los de Pablo,
resguardados de la amenaza de profanación de los cementerios
cristianos por parte del emperador. Posteriormente, los restos de Pedro
fueron devueltos a su tumba original, y alrededor del 325 d.C.,
Constantino erigió una magnífica basílica sobre el lugar situado al pie de
la colina del Vaticano. En el siglo dieciséis, esta basílica fue reemplazada
por la actual basílica de San Pedro.
Durante muchos siglos, la basílica de San Pedro ha sido el santuario
más reverenciado en el mundo católico occidental. Millares de fieles
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viajan a Roma cada año para orar en el sitio donde se dice que Pedro fue
sepultado. Sin embargo, en años recientes los eruditos han puesto en
duda la afirmación de que Pedro está sepultado bajo la basílica. Los
arqueólogos del Vaticano hicieron varias excavaciones al comienzo de
los años sesenta, para investigar esta afirmación sostenida a través de
los siglos. Hallaron un cementerio romano del siglo primero en el cual
había un sepulcro excavado apresuradamente, que pudo haber sido el
de Pedro. Los investigadores del Vaticano pensaron que era una
conclusión razonable.
Gayo escribió que los sepulcros de los apóstoles estaban cerca del
Vaticano, en el camino hacia Ostia; esto Bugiere otro sitio posible.
Este temperamento volátil e impredeáble, metió con frecuencia a Simón Pedro
en problemas. Sin embargo, el Espíritu Santo moldearía a Pedro hasta hacerlo un líder
estable y dinámico de la Iglesia primitiva, un hombre de roca (Pedro significa roca) en
todos los sentidos.
Los escritores del Nuevo Testamento usaron cuatro nombres diferentes para
referirse a Pedro. Uno de ellos fue el nombre hebreo Simeón (Hechos 15:14 texto
griego), que pudiera significar el que escucha. Un segundo nombre es Simón, que es
la forma griega de Simeón. El tercer nombre es Cefas, arameo, que significa también
roca. El cuarto nombre fue Pedro, griego, que significa roca. Los escritores del Nuevo
Testamento le aplican más este nombre que cualquiera de los otros tres.
Cuando Jesús halló a este hombre por primera vez, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de
Jonás; tú serás llamado Cefas” (Juan 1:42). Jonás era el nombre hebreo de la
paloma (vea Mateo 16:17; Juan 21:15–17). Algunas versiones modernas traducen
este nombre como Juan.
Pedro y su hermano Andrés eran pescadores en el mar de Galilea (Mateo 4:18;
Marcos 1:16). Hablaba con el acento galileo, y sus modales lo identificaban como un
rústico habitante de la frontera de Galilea (vea Marcos 14:70). Su hermano Andrés lo
condujo a Jesús (Juan 1:40–42).
Mientras Jesús colgaba de la cruz, Pedro estaba probablemente entre el grupo de
Galilea que “estaban lejos mirando estas cosas” (Lucas 23:49). En 1 Pedro 5:1,
escribió: “Yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo …”
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Simón Pedro encabeza la lista de los apóstoles en cada evangelio, lo cual sugiere
que los escritores del Nuevo Testamento lo consideraron como el más importante de
los doce. No escribió tanto como Juan o Mateo, pero al principio fue el líder más
influyente de la Iglesia primitiva. Aunque 120 seguidores de Jesús recibieron el
Espíritu Santo el día de Pentecostés, las Escrituras sólo registran las palabras de Pedro
(Hechos 2:14–40). Fue él quien sugirió que los apóstoles buscaran un sustituto para
Judas Iscariote (Hechos 1:22). El y Juan fueron los primeros discípulos que realizaron
un milagro despúes del Pentecostés: sanaron a un cojo en la puerta la Hermosa del
templo de Jerusalén (Hechos 3:1–11).
El libro de los Hechos destaca los viajes de Pablo; sin embargo, Pedro también
viajó ampliamente. Visitó a Antioquía (Gálatas 2:21), Corinto (1 Corintios 1:11), y tal
vez Roma. Eusebio declara que Pedro fue crucificado en Roma, probablemente
durante el gobierno de Nerón.
Pedro se sintió libre para cumplir su ministerio entre los gentiles (vea Hechos 10),
pero es mejor conocido como el apóstol de los judíos (vea Gálatas 2:8). Cuando Pablo
tomó un papel más activo en la obra de la Iglesia, y cuando los judíos se volvieron
hostiles hacia el cristianismo, Pedro se fue desdibujando y pasó a un segundo plano
en el relato del Nuevo Testamento.
La Iglesia Católica Romana basa la autoridad del papa en Pedro, pues sostiene que
Pedro era obispo de la iglesia de Roma cuando murió. Su tradición dice que la
basílica de San Pedro en Roma está edificada sobre el sitio donde Pedro fue
sepultado. Las excavadones modernas que se han hecho debajo de la antigua
iglesia muestran un cementerio romano muy antiguo y algunos sepulcros hechos
apresuradamente para enterrar cristianos. Una lectura detenida de los evangelios y
de la primera parte de Hechos, tendería a apoyar la tradición de que Pedro fue al
principio el personaje líder de la Iglesia primitiva. La tradición de que Pedro fue
inicialmente el líder de la Iglesia apostólica cuenta con un fuerte apoyo.
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La basílica de San Pedro. Según la tradición católica, Pedro fue ejecutado en el circo de
Nerón, donde millares de cristianos sufrieron el martirio. En el 319 d.C., el emperador Constantino
destruyó el circo y construyó sobre la parte norte de sus cimientos la primera basílica de San
Pedro. La estructura actual se comenzó a construir en 1450 y se necesitaron 178 años para
terminarla. Miguel Angel diseñó su magnifica cúpula. El tamaño de la basílica de San Pedro la hace
la iglesia más grande del mundo.
Simón Zelote
Mateo y Marcos se refieren a un discípulo llamado “Simón el cananista”, a quien
Lucas y el libro de los Hechos se refieren con el nombre de “Simón Zelote”. Estos
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nombres se refieren al mismo hombre. El término Zelote es transliteración de una
palabra griega que significa el celoso; de modo que parece que este discípulo
pertenecía a la secta judía conocida con el nombre de los zelotes. (Vea el capítulo 5
de esta obra: “Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento.”)
Las Escrituras no indican cuándo fue invitado Simón Zelote para unirse a los
apóstoles. La tradición dice que Jesús lo llamó en los mismos días que llamó a Andrés
y a Pedro, a Jacobo y a Juan, a Judas Iscariote y a Tadeo (vea Mateo 4:18–22).
Tenemos varias historias conflictivas con respecto al ministerio posterior de este
hombre. La iglesia copta de Egipto dice que él predicó en Egipto, Africa, Gran Bretaña
y Persia; otras fuentes primitivas están de acuerdo en que realizó su ministerio en las
Islas Británicas, pero esto es dudoso. Nicéforo de Constantinopla escribió: “Simón,
nacido en Caná de Galilea, quien … fue apodado Zelote, después de haber recibido el
Espíritu Santo, viajó por Egipto y Africa, luego por Mauritania y Libia, predicando el
Evangelio. La misma doctrina enseñó en el mar Occidental y las islas llamadas
Británicas.”
La Ultima Cena. Leonardo de Vínci (1452–1519) comenzó a trabajar en 1496 en la que muchos
críticos de arte consideran que es su obra maestra más grande. Muestra a Cristo en el centro de
la mesa. Acaba de manifestar que uno de ellos lo entregaría. Los discípulos murmuran entre sí,
preguntando cuál de ellos haría esto (Lucas 22:21–23). Judas, el segundo personaje que aparece
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del centro hacia la izquierda, permanece en silencio, asiendo fuertemente la bolsa en que tiene
el dinero de los discípulos (vea Juan 12:4–6).
Tomás
El evangelio según Juan nos ofrece del discípulo llamado Tomás un cuadro más
completo que el que obtenemos en los evangelios sinópticos o en el libro de los
Hechos. Juan nos dice que también se llamaba Dídimo (Juan 20:24). Este nombre es
la palabra griega que traduce gemelo, así como la palabra hebrea t’hom significa lo
mismo. La Vulgata Latina usó el término Dídimo como nombre propio, y esa práctica
la han seguido la mayoría de las versiones bíblicas hasta el siglo veinte. Varias
traducciones recientes usan las palabras “Tomás, llamado el Gemelo.”
No sabemos quién pudo haber sido Tomás, ni sabemos nada acerca de sus
familiares, ni cómo fue invitado a entrar en el grupo de los apóstoles. Sin embargo,
sabemos que se reunió con otros seis discípulos que volvieron a los botes pesqueros
después que Jesús fue crucificado (Juan 21:2, 3). Esto sugiere que pudo haber
aprendido el oficio de la pesca cuando era joven.
En una ocasión, Jesús les dijo a sus discípulos que tenía la intención de volver a
Judea. Estos le advirtieron que no fuera, a causa de la oposición que había allí contra
El. En cambio, Tomás dijo: “Vamos también nosotros, para que muramos con él”
(Juan 11:16).
Sin embargo, los lectores modernos olvidan a menudo la valentía de Tomás; con
más frecuencia se le recuerda por su debilidad y su duda. En el aposento alto, Jesús
dijo a sus discípulos. “Y sabéis a dónde voy, y sabéis el camino.” Entonces Tomás le
replicó: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?”
(Juan 14:4, 5). Después que Jesús resudtó, Tomás les dijo a sus amigos: “Si no viere
en sus manos la señal de los clavos, y metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y
metiere mi mano en su costado, no creeré” (Juan 20:25). Unos pocos días después,
Jesús se aparedció a Tomás y a los demás discípulos para darles pruebas sicas de que
El estaba vivo. Fue entonces cuando Tomás exclamó: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Juan
20:28).
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Los Padres de la Iglesia primitiva respetaron el ejemplo de Tomás. Agustín
comentó: “El dudó para que nosotros no dudemos.”
La tradición dice que Tomás fue misionero finalmente en la India. Se dice que allí
murió mártir y que fue enterrado en Milapur, sitio que ahora es un suburbio de
Madrás. Su nombre se conserva en el nombre mismo de la Martoma, o iglesia “del
Maestro Tomás”.
El sustituto de Judas
Después de la muerte de Judas Iscariote, Simón Pedro sugirió que los discípulos
escogieran a alguien que sustituyera al traidor. Las palabras de Pedro esbozaron
ciertas características que debía tener el nuevo apóstol (vea Hechos 1:15–22). El
apóstol que se iba a nombrar, tendría que haber conocido a Jesús “desde el bautismo
de Juan hasta el día en que de entre nosotros fue recibido arriba”. También tendría
que ser “un testigo con nosotros, de su resurrección” (Hechos 1:22).
Los apóstoles hallaron dos hombres que satisfacían estos requisitos: José, quien
tenía por sobrenombre Justo, y Matías (Hechos 1:23). Echaron suertes para decidir
el asunto, y la suerte recayó en Matías.
El nombre de Matías es una variante del nombre hebreo Matatías, que significa
don de Dios. Infortunadamente, las Escrituras no nos dicen nada acerca del ministerio
de Matías. Eusebio especuló que Matías pudo haber sido uno de los setenta
discípulos que Jesús envió a predicar el Evangelio (vea Lucas 10:1–16). Algunos lo han
identificado como Zaqueo (vea Lucas 19:2–8). Una tradición dice que predicó en
Mesopotamia; otra dice que los judíos lo mataron por lapidación. Sin embargo, no
hay evidencias que apoyen ninguna de estas tradiciones.
Algunos eruditos han sugerido que Matías fue descalificado, y que los apóstoles
eligieron a Jacobo, el hermano de Jesús, para que tomara su lugar (vea Gálatas 1:19;
2:9). Sin embargo, parece haber habido más de doce hombres a los cuales la Iglesia
primitiva consideraba como apóstoles; y las Escrituras no nos da indicación de que
Matías se hubiera separado del grupo.
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ekklesía transliteración del término griego ekklesía que se deriva del verbo griego
ekkaleo, el cual se traduciría yo que se deriva del verbo griego ekkaleo, el cual se
traduciría yo llamo, o yo convoco. En la literatura secular, la palabra ekklesía se refería
a cualquier asamblea, pero en el Nuevo Testamento tiene un significado más
específico. La literatura secular podía usar la palabra ekklesía para hablar de una
revuelta, una concentración política, una orgía o una reunión para cualquier otro
propósito. En cambio, el Nuevo Testamento usa el término ekklesía para referirse a
la reunión de los creyentes cristianos con el objeto de adorar a Cristo. Esta es la razón
por la cual los traductores de la Biblia traducen dicha palabra mediante nuestro
término iglesia, en vez de usar un término más general, como asamblea o reunión.
¿Qué es la Iglesia? ¿Qué personas componen esta reunión? ¿Qué quiere dar a
entender Pablo cuando llama a la Iglesia “el cuerpo de Cristo”?
Para responder estas preguntas de manera completa, necesitamos entender el
contexto social e histórico de la Iglesia del Nuevo Testamento. La Iglesia primitiva
brotó en la encrucijada de las culturas hebrea y helenística. Ya hemos echado un
vistazo a estas culturas en dos capítulos anteriores: “Los judíos en los tiempos del
Nuevo Testamento” y “Los griegos”.
En este capítulo dedicamos nuestra atención a la historia de la Iglesia primitiva en
sí. Veremos lo que los primeros cristianos entendieron que era su misión, y qué
concepto tuvieron de ellos los incrédulos.
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La fundación de la Iglesia
Cuarenta días después de su resurrección, Jesús les dio las instrucciones finales a
sus discípulos y ascendió al cielo (Hechos 1:1–11). Los discípulos regresaron a
Jerusalén y se recluyeron durante varios días para ayunar, orar y esperar al Espíritu
Santo, de quien Jesús les dijo que vendría. Unos 120 de los discípulos de Jesús
constituían el grupo que esperaba.
Cincuenta días después de la Pascua, el día de Pentecostés, un estruendo como
de un viento recio llenó la casa donde el grupo estaba congregado. Lenguas de fuego
se asentaron sobre cada uno de ellos, y comenzaron a hablar en otras lenguas
distintas a la de ellos, según el Espíritu Santo les daba que hablasen. Los visitantes
extranjeros se sorprendieron al oír que los discípulos hablaban las lenguas de ellos.
Algunos se burlaron del grupo y dijeron que estaban borrachos (Hechos 2:13).
En cambio, Pedro silenció a la multitud y les explicó que eran testigos del
derramamiento del Espíritu Santo que los profetas del Antiguo Testamento habían
predicho (Hechos 2:16–21; compare con Joel 2:28–32). Algunos de los observadores
extranjeros preguntaron qué debían hacer para recibir el Espíritu Santo. Pedro dijo:
“Arrepentios, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para
perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38). Unas tres
mil personas aceptaron a Cristo como su Salvador ese día (Hechos 2:41).
Durante varios años, Jerusalén fue el centro de la Iglesia. Muchos judíos creyeron
que los seguidores de Jesús eran sólo otra secta más dentro del judaismo.
Sospecharon que los cristianos estaban tratando de iniciar una nueva religión
mistérica en torno a Jesús de Nazaret.
Es cierto que muchos de los primeros cristianos continuaron adorando en el
templo (Hechos 3:1), y que algunos insistieron en que los gentiles convertidos debían
circuncidarse (vea Hechos 15). Sin embargo, pronto comprendieron los líderes judíos
que los cristianos eran más que una secta. Jesús les había dicho a los judíos que Dios
haría un Nuevo Pacto con las personas que fueran fieles a El (Mateo 16:18); había
sellado este Pacto con su propia sangre (Lucas 22:20). Así que los primeros cristianos
proclamaban osadamente que ellos habían heredado los privilegios que una vez tuvo
Israel. Ellos no eran simplemente una parte de Israel, sino que eran el nuevo Israel
185
(Apocalipsis 3:12; 21:2; compare con Mateo 26:28; Hebreos 8:8; 9:15). “Los líderes
judíos tenían un temor estremecedor, porque esta extraña enseñanza nueva no era
judaismo estricto, sino que fusionaba los privilegios de Israel con la alta revelación
de un Padre de todos los hombres.”
A. La comunidad de Jerusalén. Después de Pentecostés, los primeros cristianos
formaron una comunidad cerrada en Jerusalén. Esperaban que Cristo regresara
pronto.
Los cristianos de Jerusalén compartían entre sí todos sus bienes materiales
(Hechos 2:44, 45). Muchos vendieron sus propiedades y dieron todos sus ingresos a
la Iglesia, la cual distribuía estos recursos entre el grupo (Hechos 4:34, 35).
Aún acudían al templo para orar (Hechos 2:46), pero comenzaron a compartir la
Cena del Señor en sus propios hogares (Hechos 2:42–46). Esta comida simbólica les
recordaba el Nuevo Pacto con Dios, que Jesucristo había hecho al ofrecer en sacrificio
su propio cuerpo y su propia sangre.
Dios hacía milagros de sanidad por medio de ellos. Los enfermos se reunían en el
templo para que los apóstoles los tocaran cuando pasaran de camino a la oración
(Hechos 5:12–16). Estos milagros convencieron a muchas personas de que los
cristianos estaban sirviendo verdaderamente a Dios. Los funcionarios del templo
arrestaron a los apóstoles, en un esfuerzo por suprimir el interés del pueblo en la
nueva religión, pero Dios envió un ángel a librarlos de la cárcel (Hechos 5:17–20), lo
cual despertó mayor entusiasmo.
La Iglesia crecía tan rápidamente, que los apóstoles tuvieron que nombrar a siete
hombres para que distribuyeran los bienes entre las viudas necesitadas. El más
destacado de estos hombres fue Esteban, “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”
(Hechos 6:5). Aquí vemos el comienzo del gobierno de la Iglesia. Los apóstoles
tuvieron que delegar algunos de sus deberes en otros líderes. Con el paso del tiempo,
los oficios en la Iglesia se arreglaron en una estructura más bien compleja.
186
Anfiteatro de Efeso. Colonizada por los griegos cerca del año 1000 a.C., Efeso disfrutaba de una
larga historia como ciudad importante del Asia Menor. Ocupaba una amplia zona y contaba con
una población de más de 330.000 habitantes. El teatro de la ciudad tenía lugar para que se
sentaran entre 25.000 y 50.000 personas. El cristianismo llegó a Efeso probablemente cuando
Pablo visitó la ciudad en su segundo viaje misionero (Hechos 18:18,
19).
B. El asesinato de Esteban. Un día, un grupo de judíos prendieron a Esteban y lo
llevaron ante el concilio del sumo sacerdote, donde lo acusaron de blasfemia.
Esteban defendió con elocuencia la fe cristiana y explicó que en Jesús se habían
cumplido las antiguas profecías acerca del Mesías que libraría a su pueblo de la
esclavitud del pecado. Denunció a los judíos como “entregadores y matadores” del
Hijo de Dios (Hechos 7:52). Levantó los ojos al cielo, y exclamó que veía a Jesús a la
diestra de Dios (Hechos 7:55). Esto enfureció a los judíos, quienes lo sacaron de la
ciudad y lo mataron por apedreamiento (Hechos 7:58–60).
Con esto comenzó una ola de persecución que sacó a muchos cristianos de
Jerusalén (Hechos 8:1). Algunos de estos cristianos se establecieron entre los
187
gentiles de Samaría, donde lograron que muchos se convirtieran al Señor (Hechos
8:5–8). Establecieron congregaciones en varias ciudades gentiles, como Antioquía
de Siria. Al principio, los cristianos vacilaron en cuanto a recibir a los gentiles en la
Iglesia, por cuanto la veían como el cumplimiento de las profecías judías. Sin
embargo, Cristo había dicho a sus seguidores: “Id, y haced discípulos a todas las
naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”
(Mateo 28:19). Así que la conversión de los gentiles fue “sólo el cumplimiento de la
comisión del Señor, y el resultado natural de todo lo que había ocurrido antes …”
De modo que el martirio de Estaban fue el comienzo de una época de rápida
expansión para la Iglesia.
Esfuerzos misioneros
Cristo había establecido su Iglesia en la encrucijada del mundo antiguo. Las rutas
del comercio llevaban a los mercaderes y a los embajadores a través de Palestina,
donde se ponían en contacto con el Evangelio. Así vemos en el libro de los Hechos la
conversión de oficiales romanos (Hechos 10:1–48), de funcionarios de Etiopía
(Hechos 8:26–40), y de personas de otras tierras.
Poco después de la muerte de Esteban, la Iglesia comenzó un esfuerzo sistemático
para llevar el Evangelio a todas las naciones. Pedro visitó las principales ciudades de
Palestina, y predicaba tanto a judíos como a gentiles. Otros fueron a Fenicia, Chipre
y Antioquía de Siria. Cuando la iglesia de
Jerusalén oyó que el Evangelio era bien recibido en estos lugares, envió a Bernabé
para que animara a los nuevos cristianos de Antioquía (Hechos 11:22, 23). Este fue
después a Tarso para buscar a un nuevo convertido que se llamaba Saulo. Lo llevó a
Antioquía, donde los dos enseñaron en la iglesia durante más de un año (Hechos
11:26).
Un profeta llamado Agabo predijo que el imperio romano padecería una gran
hambre en la época del emperador Claudio. Herodes Agripa estaba persiguiendo a la
iglesia de Jerusalén; ya había ejecutado a Jacobo, el hermano de Jesús, y había puesto
en la cárcel a Pedro (Hechos 12:1–4). Así que los cristianos de Antioquía recogieron
una ofrenda para enviarla a sus amigos de Jerusalén, y despacharon a Bernabé y a
188
Pablo con aquella ayuda. Bernabé y Pablo regresaron de Jerusalén con un joven
llamado Juan Marcos (Hechos 12:25).
Por aquellos tiempos, habían surgido varios predicadores dentro de la iglesia de
Antioquía; así que la congregación envió a Bernabé y a Saulo en un viaje misionero al
Asia Menor (Hechos 13, 14). Este fue el primero de tres grandes viajes misioneros
que Saulo (posteriormente llamado Pablo) realizó para llevar el Evangelio a los
lugares más distantes del imperio romano. (Vea el capítulo 9 de este libro: “Pablo y
sus viajes”.)
Los primeros misioneros cristianos centraron sus enseñanzas en la Persona y la
obra de Jesucristo. Declararon que El era el Siervo inmaculado e Hijo de Dios, que
había dado su vida para expiar los pecados de todos cuantos pusieran su confianza
en El (Romanos 5:8–10). El era Aquel a quien Dios había levantado de entre los
muertos para derrotar los poderes del pecado (Romanos 4:24, 25; 1 Corintios 15:17).
El gobierno de la Iglesia
Al principio, los seguidores de Jesús no vieron la necesidad de desarrollar un
sistema de gobierno para la iglesia. Esperaban que Cristo regresara pronto; así que
trataban los problemas internos según surgieran, generalmente de un modo muy
informal.
Cuando Pablo escribió sus epístolas a las iglesias, los cristianos ya comprendían
que tenían la necesidad de organizar su obra. El Nuevo Testamento no nos ofrece un
cuadro detallado de este primitivo gobierno de la Iglesia. Aparentemente, uno o más
ancianos (presbíteros) presidían los asuntos de cada congregación (vea Romanos
12:6–8; 1 Tesalonicenses 5:12; Hebreos 13:7, 17, 24), en la misma forma como lo
hacían los ancianos en las sinagogas judías. Estos ancianos eran escogidos por el
Espíritu Santo (Hechos 20:28); sin embargo, los apóstoles los nombraban (Hechos
14:23). Así obraba el Espíritu Santo por medio de los apóstoles para constituir líderes
en el ministerio. Algunos predicadores que se llamaban evangelistas parecen haber
viajado de congregación en congregación, como lo hacían los apóstoles. La palabra
evangelistas significa hombres que manejan el Evangelio. Algunos han pensado que
eran delegados personales de los apóstoles, así como Timoteo lo fue de Pablo; otros
189
suponen que ganaron este nombre al manifestar un don especial de evangelización.
Entre las visitas de estos predicadores, los ancianos asumían los deberes normales
del pastorado.
En algunas congregaciones, los ancianos nombraban diáconos para que
distribuyeran el alimento a los necesitados, o para que se encargaran de otras
necesidades materiales (vea 1 Timoteo 3:12). Los primeros diáconos fueron “varones
de buen testimonio” que los ancianos de Jerusalén escogieron para que se
encargaran del cuidado de las viudas de la congregación (Hechos
6:1–6).
Algunas epístolas del Nuevo Testamento mencionan la palabra obispos en la
Iglesia primitiva. Esto causa un poco de confusión, puesto que estos “obispos” no
formaban un nivel superior en el liderato de la Iglesia, como ocurre en algunas iglesias
donde tal título se usa en el día de hoy. Pablo les recordó a los ancianos de Efeso que
ellos eran “obispos” (Hechos 20:28); y parece haber usado los términos anciano y
obispo en forma intercambiable (Tito 1:5–9). Tanto los obispos como los ancianos
tenían a su cargo la supervisión de la congregación. Es evidente que ambos términos
se refieren a los mismos funcionarios de la Iglesia primitiva; es decir, a los presbíteros.
Pablo y los demás apóstoles reconocieron que el Espíritu Santo les daba
capacidades especiales de liderazgo a ciertos individuos (1 Corintios 12:28). Así que
cuando le conferían un título oficial a algún hermano en la fe, o a alguna hermana,
estaban confirmando lo que el Espíritu ya había hecho.
En la Iglesia primitiva no había un centro terrenal de poder. Los cristianos
entendían que Cristo era el centro y la fuente de todos sus poderes (Hechos 20:28).
Cuando Pablo escribió sus epístolas pastorales, ya los cristianos reconocían la
importancia de preservar las enseñanzas de Cristo por medio de maestros que se
dedicaran a usar “bien la palabra de verdad” (2 Timoteo
2:15).
La Iglesia primitiva no ofrecía poderes mágicos a los individuos por medio de ritos
ni de ningún otro modo. Los cristianos invitaban a los incrédulos a que entraran en
su grupo, el cuerpo de Cristo (Efesios 1:23), el cual sería salvo en su conjunto. Los
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apóstoles y los evangelistas proclamaban que Cristo regresaría por su pueblo, “la
esposa” de Cristo (vea Apocalipsis 21:2; 22:17). Negaban que una persona pudieran
obtener de Cristo poderes especiales para sus propios fines egoístas (Hechos 8:9–24;
13:7–12).
Normas de adoración
A medida que los primeros cristianos iban adorando en conjunto, fueron
estableciendo normas de adoración muy diferentes a las que se observaban en los
servicios de la sinagoga. No tenemos una imagen clara de la adoración de los
cristianos primitivos hasta el año 150 d.C., cuando Justino Mártir describió en sus
escritos los cultos típicos de adoración. Sabemos que tenían sus servicios en
domingo, el primer día de la semana. Lo llamaban “el día del Señor”, por ser el día en
que Cristo resucitó. Los primeros cristianos se reunían en el templo de Jerusalén, en
las sinagogas o en hogares particulares (Hechos 2:46; 13:14–16; 20:7, 8). Algunos
eruditos creen que el hecho de que se mencione que Pablo enseñó en la escuela de
“uno llamado Tiranno” (Hechos 19:9), indica que los primeros cristianos algunas
veces tomaban en alquiler escuelas y otros edificios públicos. Durante más de un siglo
después de la época de Cristo, no hay evidencias de que los cristianos construyeran
edificios especiales para sus servicios de adoración. Cuando eran perseguidos, tenían
que reunirse en lugares secretos, como las catacumbas (cementerios subterráneos)
de Roma.
Los eruditos creen que los primeros cristianos adoraban los domingos al anochecer,
y que su servicio se centraba en la Cena del Señor. Sin embargo, en algún
momento, comenzaron a tener dos servicios los domingos, como lo indica Justino
Mártir: uno temprano por la mañana, y el otro cuando ya la tarde estaba bien
avanzada. Las horas se escogían para poder tener los cultos en secreto y para
favorecer a las personas que trabajaban, las cuales no podían asistir a los cultos de
adoración durante el día.
A. El orden del culto de adoración. Por lo general, el servicio de la mañana era un
tiempo que se dedicaba a la alabanza, la oración y la predicación. El servicio cristiano
de adoración que se produjo el día de Pentecostés de manera improvisada, sugiere
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para el culto de adoración una norma que pudo haber sido generalizada. En primer
lugar, Pedro leyó una porción de las Escrituras. Luego, predicó un sermón en que
aplicó las Escrituras a la situación actual de los adoradores (Hechos 2:14–42). Las
personas que aceptaron a Cristo fueron bautizadas, con lo cual siguieron el ejemplo
del mismo Cristo. Los adoradores participaron con cantos, testimonios y palabras de
exhortación para terminar el servicio (1 Corintios 14:26).
B. La Cena del Señor. Los primeros cristianos participaban en una comida
simbólica llamada la Cena del Señor, para conmemorar la última cena en que Jesús y
sus discípulos observaron la tradicional fiesta de la Pascua de los judíos. El tema de
los dos sucesos era el mismo. En la Pascua, los judíos se regocijaban porque Dios los
había librado de sus enemigos, y miraban con expectación hacia lo futuro, como hijos
de Dios. En la Cena del Señor, los cristianos celebraban la manera como Jesús los
había librado del pecado, y expresaban su esperanza de que algún día volvería (1
Corintios
11:26).
Al principio, la Cena del Señor era una comida completa que los cristianos
compartían en sus hogares. Cada invitado llevaba un plato de comida a la mesa
común. La comida comenzaba con una oración común, después de la cual comían
pequeños pedazos de una sola hogaza de pan, que representaba el cuerpo
quebrantado de Cristo. La comida terminaba con otra oración, después de la cual
compartían entre todos una copa de vino, que representaba la sangre que Cristo
derramó.
Algunas personas especularon que los cristianos, al observar la Cena del Señor,
participaban en un rito secreto, e inventaron historias raras acerca de estos servicios.
El emperador romano Trajano prohibió tales reuniones secretas alrededor del año
100 d.C. En esa época, los cristianos comenzaron a observar la Cena del Señor
durante el servicio de adoración de la mañana, el cual estaba abierto al público.
C. El bautismo. En los tiempos de Pablo, el bautismo era un suceso común en la
adoración cristiana (ver Efesios 4:5). Sin embargo, los cristianos no fueron los
primeros que usaron el bautismo. Los judíos bautizaban a los gentiles que se
convertían; algunas sectas judías practicaban el bautismo como símbolo de
192
purificación, y Juan el Bautista hizo del bautismo una parte importante de su
ministerio. El Nuevo Testamento no dice si Jesús bautizaba sistemáticamente a los
que se convertían; pero por lo menos en una ocasión, antes que Juan fuera
encarcelado, lo hallaron bautizando. (Sin embargo, tal vez El pudo haber estado
administrando el bautismo de Juan.) En todo caso, los primeros cristianos se
bautizaban en el nombre de Jesús; es decir, para seguir el ejemplo de El (vea Marcos
1:10; Gálatas 3:27).
Parece que interpretaban el significado del bautismo de diversas maneras: como
símbolo de la muerte de la persona al pecado (Romanos 6:4; Gálatas 2:12), de
purificación del pecado (Hechos 22:16; Efesios 5:26), y de la nueva vida en Cristo
(Hechos 2:41; Romanos 6:3). Ocasionalmente se bautizaba a la familia del nuevo
convertido (vea Hechos 16:33; 1 Corintios 1:16), lo cual pudo haber significado que
la persona tenía el deseo de consagrar todo lo que tenía a Cristo.
D. El calendario de la Iglesia. En el Nuevo Testamento no hay evidencias de que
la Iglesia primitiva observara días de fiesta, con excepción del hecho de que celebraba
sus cultos de adoración el primer día de la semana (Hechos 20:7; 1 Corintios 16:2;
Apocalipsis 1:10). Los cristianos no observaron el domingo como día de reposo hasta
el siglo cuarto d.C., cuando el emperador Constantino designó el domingo como día
de fiesta religiosa para todo el imperio romano. Los cristianos primitivos no
confundieron el domingo con el día de reposo de los judíos, ni hicieron el intento de
aplicar la legislación del día de reposo al domingo.
El historiador Eusebio dice que los cristianos celebraban la resurrección desde los
tiempos apostólicos; 1 Corintios 5:6–8 pudiera referirse a tal celebración. La tradición
dice que los primeros cristianos celebraban la resurrección en el tiempo
correspondiente a la Pascua. Alrededor del 120
d.C., la iglesia de occidente cambió tal celebración para el domingo que sigue a la
Pascua. La iglesia oriental continúa celebrándola en el día correspondiente a la
Pascua.
Conceptos del Nuevo Testamento sobre la Iglesia
193
Es interesante estudiar los diversos conceptos que ofrece el Nuevo Testamento
sobre la Iglesia. Las Escrituras se refieren a los primeros cristianos como la familia de
Dios, el templo, el rebaño de Cristo, su esposa, sal, levadura, pescadores, baluarte
que sostiene la verdad de Dios, y de muchas otras maneras. Se pensaba que la Iglesia
era una sola confraternidad universal de creyentes, de la cual cada congregación local
era un afloramiento y una muestra. Los primeros escritores cristianos se refirieron
con frecuencia a la Iglesia como “el cuerpo de Cristo”, y “el nuevo Israel”. Estos dos
conceptos dan a entender mucho sobre la comprensión que tenían los primitivos
cristianos acerca de su misión en el mundo.
La isla de Patmos. El apóstol Juan recibió su visión acerca del juicio de Dios, en esta pequeña isla
rocosa situada en la costa suroeste del Asia Menor. La tradición dice que el emperador romano
Domiciano (81–96 d.C.) desterró a Juan a la isla de Patmos, por cuanto se negó a honrar la religión
del estado romano. El Apocalipsis confirma que la visión fue recibida en Patmos (Apocalipsis 1:9),
y parece indicar que él escribió allí el libro (Apocalipsis 1:11, 19; 10:4).
A. El cuerpo de Cristo. Pablo describe a la Iglesia como “un cuerpo en Cristo”
(Romanos 12:5), y como “su cuerpo” (de Cristo; Efesios 1:23). En otras palabras, la
Iglesia abarca en una sola comunión de vida divina a todos aquellos que están unidos
con Cristo por el Espíritu Santo y a través de la fe. Estos comparten su resurrección
(Romanos 6:8), y son a la vez llamados y capacitados para continuar su ministerio de
servir y sufrir para bendecir a otros (1 Corintios 12:14–26). Están unidos en una
comunidad para dar cuerpo al reino de Dios en el mundo.
Por el hecho de que estas personas estaban unidas a otros cristianos, entendían
que lo que nacían con su cuerpo y capacidades era muy importante (Romanos 12:14;
194
1 Corintios 6:13–19; 2 Corintios 5:10). Entendían que las diversas razas y clases
habían llegado a ser una sola cosa en Cristo (1 Corintios 12:3; Efesios 2:14–22), y
tenían que aceptarse y amarse los unos a los otros de una manera que demostrara
que esto era una realidad.
Al describir a la Iglesia como el cuerpo de Cristo, los cristianos primitivos hacían
hincapié en que Cristo era la Cabeza de la Iglesia (Efesios 5:25). El dirigía sus acciones
y merecía cualquier alabanza que ella recibiera. Todo poder que ella tuviera para
adorar y servir era un don de El.
B. El nuevo Israel. Los primeros cristianos se identificaban con Israel, el pueblo
escogido de Dios. Creían que la venida y el ministerio de Jesús constituían el
cumplimiento de la promesa que Dios había hecho a los patriarcas (vea Mateo 2:6;
Lucas 1:68; Hechos 5:31), y sostenían que Dios había establecido un Nuevo Pacto con
los seguidores de Jesús (vea 2 Corintios 3:6; Hebreos 7:22; 9:15).
Sostenían que Dios había establecido su nuevo Israel, el cual se basaba en la
salvación personal, y no en la relación familiar. Su Iglesia era una nación espiritual
que trascendía todas las herencias culturales y nacionales. Cualquiera que colocaba
su fe en el Nuevo Pacto de Dios mediante el acto de rendir su vida a Cristo, se
convertía en descendiente espiritual de Abraham, y como tal, parte del “nuevo Israel”
(Mateo 8:11; Lucas 13:28–30; Romanos 4:9–25; 11; Gálatas 3, 4; Hebreos 11, 12).
C. Características comunes. De las muchas imágenes de la Iglesia que hallamos en
en Nuevo Testamento emergen algunas cualidades comunes. Todas ellas nos
demuestran que la Iglesia existe porque Dios le dio el ser. Cristo comisionó a sus
seguidores para que continuaran la obra de El, y esa es la razón por la cual existe la
iglesia.
Las diversas imágenes de la Iglesia que aparecen en el Nuevo Testamento
destacan el hecho de que el Espíritu Santo le da el poder y determina su dirección.
Los miembros de la Iglesia comparten una tarea común y un destino común bajo la
dirección del Espíritu Santo.
La Iglesia es una entidad activa y viviente. Participa en los asuntos de este mundo,
muestra el camino de vida que Dios tiene para todo el pueblo, y proclama la Palabra
de Dios para la era presente. La unidad espiritual y la pureza de la Iglesia están en
195
marcado contraste con el antagonismo y la corrupción del mundo. Es responsabilidad
suya, en todas las congregaciones locales en que ella se hace visible, practicar la
unidad, el amor y la solicitud, de una manera que demuestre que Cristo vive
verdaderamente en aquellos que son miembros de su cuerpo, de tal modo que la
vida de ellos es la vida de El en ellos.
Doctrinas del Nuevo Testamento
La Biblia expone las enseñanzas fundamentales de la fe cristiana. La Iglesia
primitiva vivió en conformidad con estas doctrinas, y las conservó para nosotros.
Centremos nuestra atención en la manera como el Nuevo Testamento presenta al
cristianismo.
A. Un Cristo vivo. Ante todo, se nos dice que Dios Padre atrae a los cristianos a
una comunión con El mismo, como hijos de una familia, por medio de la muerte y la
vida resucitada de Jesucristo, el eterno Hijo de Dios. Pablo escribió: “Dios estaba en
Cristo reconciliando consigo al mundo” (2 Corintios 5:19). Fue así como el eterno Hijo
de Dios asumió carne humana. Jesús de Nazaret, quien es Dios en sentido pleno y
hombre en sentido pleno, reveló el Padre al mundo. Los primeros cristianos se
consideraban a sí mismos como personas que habían creído en Dios por medio de
Cristo (1 Pedro 1:21). Habían hallado nueva vida en Jesucristo, y habían llegado a una
unión con el Dios viviente, por medio de El (Romanos 5:1).
Jesús prometió que, al nacer de nuevo, los seres humanos hallarían su propia
relación con Dios, y entrarían con seguridad en su reino (Juan 3:5–16; 14:6). Los
primeros cristianos proclamaban este mensaje sencillo, pero sorprendente, acerca
de Jesús.
Todas las principales religiones del mundo han afirmado que su fundador tuvo un
discernimiento único de las verdades de la vida. Los cristianos afirmamos mucho más,
pues el mismo Jesús nos dijo que El es la Verdad, y no sólo un maestro de la verdad
(Juan 14:6). Los cristianos del siglo primero rechazaron las religiones y filoso as
paganas de su tiempo, para aceptar al Verbo de Dios encarnado.
B. La enseñanza de la doctrina. La religión pagana de Roma era un rito, y no una
doctrina. En efecto, el emperador declaraba: “Esto es lo que tienen que hacer, pero
196
pueden pensar lo que quieran.” Los romanos creían que sólo necesitaban realizar las
ceremonias religiosas debidas, las entendieran o no. En lo que a ellos se refería, un
escéptico hipócrita podía ser tan religioso como un verdadero creyente, mientras
ofreciera sacrificios enlos templos de los dioses.
Los himnos de los cristianos primitivos
Es imposible determinar cuál fue el primer himno cristiano. Los
cristianos adoptaron el canto de la fe judía como expresión de acción de
gracias y de regocijo. Las Escrituras nos dicen que Jesús cantó un himno
con sus disdpulos, al terminar la Cena del Señor (Marcos 14:26). Muy
probablemente lo que entonaron fueron los cánticos que se hallan en los
Salmos 113–118, los cuales se cantaban tradicionalmente en la cele-
bradón de la Pascua. El Nuevo Testamento registra otras ocasiones en
que los apóstoles y otros cristianos cantaron. Pablo y Silas, por ejemplo,
oraron y cantaron himnos en la cárcel de Filipos (Hechos 16:25).
¿Cuáles fueron estos cantos e himnos? Es imposible decirlo con
certeza, pero hallamos algunos fragmentos de estos cantos primitivos en
diversos lugares del Nuevo Testamento. En Efesios 5:14 se registra parte
de lo que pudo haber sido un himno de penitencia.
“Despiértate, tú que duermes,
Y levántate de los muertos,
Y te alumbrará Cristo.”
Un himno sobre la gloria del martirio pudo haber sido la fuente de lo
que se dice en 2 Timoteo 2:11–13: “Si somos muertos con él, también
viviremos con él …” Otros ejemplos se hallan en los siguientes pasajes:
en Tito 3:4–7, sobre la salvadón; en Apocalipsis 22:17, una invitadón; en
Filipenses 2:6–11, sobre Cristo como el Siervo de Dios; y en 1 Timoteo
3:16, sobre la encarnación de Jesús y su triunfo sobre la muerte.
Además de servir como cantos de alabanza, estas canciones con frecuencia
tenían el propósito de enseñar a los nuevos convertidos las verdades básicas de la
fe cristiana y de la vida.
Los primeros cristianos cantaban doxologías, es decir, himnos de
alabanza a Dios, de los cuales quedaron escritos algunos fragmentos. Por
ejemplo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder;
197
porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron
creadas” (Apocalipsis 4:11).
Lucas registra varios cantos espontáneos, los cuales estaban tan
llenos de gozo, que a menudo eran repetidos por los primeros cristianos.
Estos cánticos se han abierto camino hasta convertirse en himnos que se
cantan hoy. Entre estos se incluyen los siguientes: el Magníficat, canto
de alabanza de María, al redbir el saludo de su prima Elisabet (1:46–55);
el Benedictus, cántico de gozo de Zacarías por la llegada del Mesías
(1:68–79); el “Gloria in excelsis
Deo”, que fue el cántico de alabanza de los ángeles a Dios (2:14); y el
“Nunc dimi is”, gozoso canto de acción de gracias de Simeón porque el
Salvador al fin había venido (2:29–32).
Otros himnos cristianos primitivos fueron escritos después de la
época en que fue escrito el Nuevo Testamento. El cántico titulado “Un
himno al Salvador” se le atribuye a Clemente, maestro y escritor del siglo
segundo d.C. La tradidón literal de la primera línea de este canto es la
siguiente: “Rienda de corceles bravios”. Este fue induido al final de la
obra de tres volúmenes que escribió Clemente sobre Cristo, con el título
“El Tutor”. La traducdón que se hizo de esta línea a los idiomas modernos
dice de la siguiente manera: “Pastor de tierna juventud”. Este himno usa
numerosa metáforas para describir a Cristo: Pescador de almas, Verbo
eterno, Luz eterna, y así por el estilo. Servía para instruir a los paganos
recien convertidos sobre la naturaleza de Cristo.
El “Lucernario”, o “Himno para encender las lámparas” se escribió
más o menos por la misma época, aunque se desconocen la fecha exacta
y el autor. Sabemos con seguridad que los cristianos del siglo segundo se
reunían al amanecer y otra vez al anochecer para cantar himnos, y este
himno hubiera sido ciertamente apropiado. Aún lo usa la Iglesia
Ortodoxa Griega como el himno de las Vísperas, al atardecer.
Por su parte, los primeros cristianos insistieron en que tanto la fe como la
conducta eran vitales; que las dos iban de la mano. Tomaban en serio las siguientes
palabras de Jesús: “Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad” Juan 4:23). Lo que un cristiano creía con la mente y sentía en el corazón, eso
hacía con las manos. Así que los primeros cristianos obedecían a Dios (1 Juan 3:22–
198
24), y contradecían a los cristianos fingidos que trataban de difundir falsas
enseñanzas (vea 1 Timoteo 6:3–5).
Esto es esencialmente lo que queremos dar a entender cuando hablamos de
cristianismo. Es una nueva vida en Jesucristo, la cual trae genuina obediencia a sus
enseñanzas.
El capítulo 6 de este libro, titulado “Jesucristo”, se dedica al estudio de sus
enseñanzas en detalle. Aquí señalaremos las diferencias básicas entre lo que
enseñaron Jesús y sus seguidores y lo que enseñaban sus vecinos paganos.
1. La doctrina acerca de Dios. Casi todas las religiones principales enseñan que
un Ser Supremo rige el universo, y que la naturaleza muestra a este Ser todopoderoso
en acción. Estas religiones describen con frecuencia a tal Ser en función de fuerzas
naturales, como el viento y la lluvia. En cambio, los primeros cristianos no miraban
hacia la naturaleza en busca de la verdad acerca de Dios; miraban a Cristo. Los
cristianos creían que Jesús revelaba plenamente al Padre celestial (Colosenses 2:9).
De modo que ellos entendían a Dios al entender a Jesús, y basaban su doctrina acerca
de Dios en la vida de Cristo.
a. La Trinidad. Muchos eruditos creen que la doctrina de la Trinidad es
el elemento más decisivo en la comprensión cristiana de Dios. Los primeros cristianos
confesaban que ellos conocían a Dios en tres Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo;
y que estas tres Personas compartían plenamente la naturaleza divina.
Muchos textos bíblicos demuestran que estos cristianos de la época apostólica
entendían a Jesucristo en función de la Trinidad. Por ejemplo, Pablo dijo: “Porque por
medio de él [Cristo] los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al
Padre” (Efesios 2:18). Así describe nuestra relación con las tres Personas de la
Trinidad. El Nuevo Testamento contiene muchas declaraciones como ésta.
La doctrina cristiana de la Trinidad no concuerda de ningún modo con las
enseñanzas paganas de los egipcios, los griegos y los babilonios. Tampoco coincide
con las filoso as abstractas de Grecia. Ninguna de estas ideas—religiosas o
filosóficas—podría compararse con la comprensión cristiana de Dios, pues los
primeros cristianos sabían que Dios no era un caprichoso héroe de leyendas de
ficción, ni una fuerza impersonal (1 Corintios 1:9). Ellos sabían que era un Creador y
199
Señor viviente y personal; de hecho, se les manifestaba como tres Personas; sin
embargo, seguía siendo un solo Dios.
b. Dios como un Padre personal. Jesús enseñó a sus discípulos que Dios es: “Mi
Padre y … vuestro Padre” (Juan 20:17). En otras palabras, les enseñó que Dios se
preocupaba por ellos personalmente, en la misma forma que un padre humano se
preocupa por sus hijos. Se atrevió a hablarle al Dios Creador como un hijo le habla a
su padre, y les dijo a sus discípulos que Dios le había entregado a El “todas las cosas”
(Mateo 11:27).
Explicó que Dios ama a las personas que lo aceptan a El (a Jesús) en su vida Juan
17:26). Les recordó a sus seguidores que su Padre Dios tenía cuidado de los más
pequeños detalles de sus necesidades diarias (Mateo 6:28–32).
Jesucristo enseñaba que su Padre es santo, y que El y el Espíritu Santo comparten
la misma santidad divina y actúan en conformidad con ella (Juan 15:23–26). A
diferencia de los dioses de los mitos griegos y romanos, quienes tenían mal
temperamento y eran inmorales, el verdadero Dios es justo y recto (Lucas 18:19).
Interviene para salvar a su pueblo del pecado. Jesús explicó que con este propósito,
Dios envió a su Hijo al mundo: para que trajera la misericordia a la humanidad
pecadora y agonizante; y en El, vemos que se cumplió el propósito santo de Dios
(Juan 6:38–40). ¡Así que este Dios no está apartado de los asuntos de los hombres!
Sufre con el dolor de ellos, y hasta se somete al poder de la muerte para salvar a sus
hijos (Juan 15:9–14). De nuevo, vemos que Jesús hace hincapié en el amor personal
que Dios tiene hacia todo ser humano.
Jesús demostró este amor en su propio ministerio. Se salía de su propio camino
para buscar personas que estaban sufriendo los efectos del pecado, a fin de poderlas
librar. C. G. Montefiore dice: “Los rabinos recibían a un pecador cuando se arrepentía.
En cambio, buscar al pecador … era … algo nuevo en la historia religiosa de Israel.”
Jesús estaba dispuesto a pagar cualquier precio—aun el precio de la muerte—para
salvar a la humanidad de las garras del pecado. De hecho, cuando uno de sus
discípulos le aconsejó que no hiciera eso, le respondió: “¡Quítate de delante de mí,
Satanás!” (Mateo 16:23). Así probó que Dios es el gran Rescatador que habían
descrito los profetas del Antiguo Testamento (vea Isaías 53).
200
También derribó los restringidos límites nacionales que los judíos habían erigido
en torno a Dios. Extendió el amor de Dios a todo pueblo, toda raza y nacionalidad.
Envió a sus discípulos “por todo el mundo” a ganar hombres para Dios (Marcos
16:15). Los cristianos primitivos obedecieron su mandamiento, y llevaron el
Evangelio “al judío primeramente, y también al griego” (Romanos 1:16).
2. La doctrina de la redención. Jesús enseñaba que Dios redime a los individuos,
además de redimir a las naciones. Este era un pensamiento radicalmente nuevo en
el mundo judío. Sin embargo, la doctrina de la salvación personal es el corazón de la
enseñanza cristiana.
a. El Dios Creador. La doctrina cristiana de la salvación se basa en el hecho de que
Dios creó a la raza humana. Aun ésta no era una idea popular en la época de Jesús.
Muchos filósofos y sectarios griegos insistían en que Dios podía no haber hecho
malo este mundo, y que éste emanaba de Dios por algún proceso natural, así como
las ondas del agua se extienden cuando se lanza una piedra en una laguna. En cambio,
el Antiguo Testamento enseña que Dios creó el mundo por iniciativa propia. El fue
quien decidió hacerlo. Puesto que decidió crearlo, podía tratarlo de cualquier manera
que deseara (Isaías 40:28; compare con Romanos 1:20). Los sectarios de los cultos
enseñaban que las fuerzas del mal habían deformado las emanaciones de Dios, y así
habían corrompido el mundo. La Biblia enseña que Dios creó bueno al mundo e hizo
al hombre a su propia imagen; pero el hombre decidió rebelarse contra El (Génesis
3). Los griegos creían que las fuerzas del bien y las del mal mantenían al mundo en
estancamiento; pensaban que el mal había corrompido al bien, y que el bien impedía
que el mal lograra el dominio absoluto del mundo. Los cristianos rechazaron tal idea;
enseñaron que el mundo aún pertenece a su Creador, y que finalmente las fuerzas
del mal no podrán prevalecer. El mal sólo tiene la influencia que Dios le permite tener
(Romanos 2:3–10; 12:17–21).
b. El hombre caído. Jesús le dio al mundo una nueva comprensión del hombre.
Sus seguidores llegaron a comprender que cada ser humano es un hijo de Dios que
está perdido y que el Padre está tratando de restaurar a la familia por medio de Cristo
(Juan 1:10–13; Efesios 2:19).
201
Claudio. Claudio, emperador de Roma de 41 al 54 d.C., habla padecido un ataque de parálisis
infantil, que lo había dejado con dominio parcial de su cuerpo. Su boca babeante, sus miembros
tambaleantes y su paso vacilante le daban un aspecto débil; pero en realidad fue uno de los
emperadores romanos más ingeniosos y poderosos. Claudio expulsó de Roma a los judíos por
organizar revueltas. Probablemente este sea el incidente que se refiere en Hechos 18:2.
Los mitos griegos decían que el hombre es una extraña mezcla de espíritu
y carne, movida por las impredecibles fuerzas cósmicas. Los mitos órficos
(relacionados con el dios griego Orfeo), insistían en que el hombre tiene una
naturaleza interna semejante a la de los dioses. Platón había recogido esta idea en
su filoso a sobre el mundo-alma; él pensaba que los seres humanos tenían una chispa
de inteligencia divina, y que el hombre llega a parecerse más a Dios cuando desarrolla
su intelecto y su capacidad para razonar. Las Escrituras contradicen esta idea griega
del hombre. Saben que la prueba más importante del carácter del hombre es su fibra
moral, no su intelecto; y al hablar en esos términos, ¡ciertamente el hombre no podía
afirmar que era como Dios! “Como está escrito—les dijo Pablo a los cristianos de
Roma—: No hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Los primeros cristianos creían
que, aunque el hombre es totalmente indigno del amor de Dios, éste se mantiene
tratando de alcanzar al hombre y devolverlo a la santa comunión con El (Romanos
5:6–8).
Los primeros predicadores cristianos decían claramente que el hombre había
caído del favor de Dios en el huerto del Edén. “Reinó la muerte desde Adán—escribió
Pablo—aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán …”
202
(Romanos 5:14). “Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos
serán vivificados” (1 Corintios 15:22; compare con 15:45). Los cristianos creían que
el pecado que cometió Adán en el Edén fue el primer acontecimiento clave de la
historia humana. Significaba que el hombre era una criatura caída que necesitaba
volver a Dios.
c. La naturaleza del pecado. Los escritores griegos y romanos criticaban la
inmoralidad del mundo antiguo, pero no tenían un concepto definido del pecado.
Temían que el desenfreno en la vida destruiría la armonía de su sociedad, pero de
ninguna manera pensaban que la inmoralidad ofendería a los dioses. ¿Por qué debían
pensarlo? Según sus mitos, los dioses eran más lujuriosos y avaros de lo que el
hombre pudiera imaginarse jamás.
Jesús enseñó que el pecado (que se define en 1 Juan 3:4 como “transgresión de
la ley”) es la rebelión contra Dios; es la decisión que toma el hombre de abusar del
amor de Dios y de rechazar su camino, lo cual trae sobre él el juicio.
Jesús predijo que el Espíritu Santo convencería al mundo de pecado, “por cuanto
no creen en mí” (Juan 16:9). El hombre escoge el pecado, y es completamente
responsable de su posición ante los ojos de Dios.
d. La muerte de Cristo en sacrificio por el pecado. Los sacerdotes del Antiguo
Testamento sacrificaban animales y rociaban la sangre de ellos sobre el altar por los
pecados del pueblo. Jesús les dijo a sus discípulos que El derramaría su sangre “para
remisión de los pecados” (Mateo 26:28). El mismo Dios, en la Persona de Jesucristo,
estuvo dispuesto a entregarse a sí mismo para morir por los pecados del hombre. De
este modo, colocó un puente sobre el vacío que el pecado había abierto entre El y el
hombre. La encarnación del eterno Hijo de Dios lo capacitó para convertirse en el
sacrificio definitivo por el pecado.
El destino de las siete iglesias
De las siete iglesias a las cuales Juan se dirigió en el Apocalipsis, cuatro
están ahora en ruinas. Las ciudades de Efeso, Pérgamo, Sardis y Laodicea
están desoladas; pero Esmirna, Tiatira y Filadelfia existen aún como
ciudades modernas.
203
Cuando Juan escribió a Efeso (Apocalipsis 2:1–7), le advirtió a la
iglesia sobre las influencias paganas y la instó a volver al “primer amor”.
Efeso era un gran centro comercial, a menudo llamado “el mercado de
Asia”. El templo de Artemisa—una de las siete maravillas del mundo
antiguo—, se hallaba en Efeso. En el 262
d.C., los godos destruyeron el templo y toda la ciudad. Esta nunca volvió
a ganar la gloria de su “primer amor”. Un grupo de obispos cristianos
tuvo un concilio en Efeso en el 431 d.C., pero posteriormente la ciudad
fue atacada por los árabes, los turcos y finalmente los mongoles en el
1403. Hoy, el puerto es un pantano cubierto de juncos y la ciudad está
desolada.
En el mensaje a Esmima (Apocalipsis 2:8–11), Juan alabó a la
iglesia por ser una comunidad fuerte de creyentes, pero les advirtió que
sufrirían persecución. A partir de la época de Juan (alrededor del 90 d.C.)
hasta alrededor del 312 d.C., los cristianos fueron continuamente
perseguidos. En Esmirna fue quemado el famoso mártir cristiano
Policarpo en el 155 d.C. La ciudad fue destruida por un terremoto en el
178 d.C., pero fue rápidamente reconstruida. Esta fue una de las pocas
ciudades asiáticas que resistieron los ataques turcos, y una de las últimas
que cayeron en las manos de los musulmanes. Era un centro cultural y
su supervivencia ayudó a estimular el Renacimiento. Esmirna es ahora la
moderna ciudad de Izmir, una de las ciudades más grandes de Turquía, y
tiene una población de medio millón de habitantes.
Según Juan, los cristianos de Pérgamo moraban donde “está el trono
de Satanás” Les advirtió que serían absorbidos por esta mundana ciudad
(Apocalipsis 2:12–17). Pérgamo era la capital de la provincia romana de
Asia, y tenía magníficas estatuas de Zeus, Dionisios y Atenea. Los
cristianos de Pérgamo sufrieron, pero en el 312 d.C., Constantino se
convirtió en emperador y ordenó poner fin a la persecución contra los
cristianos. Más tarde el mismo emperador profesó el cristianismo y
comenzó a mezclar la Iglesia con el estado. Pérgamo llegó a ser un centro
importante de la religión cristiana del estado. Fue atacada por los árabes
en 716 y 717 d.C., y perdió su poder político. Gradualmente fue cayendo
en la ruina, y ahora es un desolado escenario.
Cuando Juan le escribió a la iglesia de Tiatira (Apocalipsis 2:18–29), le
advirtió acerca de la adoración a los ídolos. No había grandes estatuas
de los dioses en la ciudad, pero las sociedades comerciales promovían la
204
idolatría y el exceso con las bebidas alcohólicas. Los árabes y los turcos
atacaron repetidamente a Tiatira a través de los años; pero en cada
ocasión fue reconstruida. Por el hecho de que las nuevas estructuras se
erigían sobre las ruinas, es di cil trazar la historia de la ciudad. En la
actualidad, es un pueblo turco de 50.000 habitantes que se llama
Akhisar, en el cual hay muy pocas evidencias de lo que era el lugar
durante la época apostólica.
Juan condenó a la iglesia de Sardis por no tener vida ni espíritu
(Apocalipsis 3:1–6), Después de ser destruida por un terremoto en el 117
d.C., fue reconstruida con dinero provisto por el imperio romano. La
ciudad fue perdiendo lentamente su influencia, y fue atacada y
conquistada por los árabes en el 716 d.C. Según algunos informes, Sardis
volvió a ser habitada, después de haber sido reconstruida por Tamer-lán
(líder de los tártaros) en 1403. Hoy una pequeña aldea a la cual se le
volvió a dar el nombre de Sart, se halla en medio de las ruinas de Sardis.
Juan alabó a la iglesia de Filadelfia por su paciencia (Apocalipsis 3:7–
13). Filadelfia se hallaba situada en una falla geológica importante y
estaba sometida a frecuentes terremotos; así que la ciudad fue destruida
y reconstruida en varias ocasiones. Aunque los turcos y los musulmanes
pasaron como una avalancha por el Asia Menor, Filadelfia siguió siendo
durante mucho tiempo una ciudad cristiana; de hecho, Filadelfia era la
última ciudad cristiana que quedaba en Asia Menor cuando cayó en
1390. La dudad aún existe como un pueblo turco moderno de 25.000
habitantes, y se llama Alashehir, nombre que significa “Ciudad de Dios”.
Laodicea se hallaba situada en una ruta principal de comercio que la
convirtió en centro importante de la banca. En el siglo IV era la sede
episcopal del Asia Menor. Los obispos cristianos tuvieron allí un famoso
concilio en el 361 d.C. La provisión de agua de Laodicea llegaba a la
ciudad procedente de ciudades vecinas por medio de un complicado
sistema de acueductos. El calor del sol entibiaba el agua. En esto se basó
la sorprendente analogía que se halla en Apocalipsis 3:14–22. Durante
las guerras entre los musulmanes en la Edad Media, Laodicea fue
destruida y abandonada. Por el siglo XVII, los viajeros observaban que la
ciudad sólo estaba habitada por lobos y zorros. Sus espectrales ruinas
permanecen desoladas.
205
Jesús se entregó a las autoridades judías que estaban resentidas por el mensaje
que El trajo al mundo. Su acusación era: “Pervierte a la nación” al enseñar a sus
seguidores que es el Mesías esperado durante largo tiempo (Lucas 23:2). Jesús no
había quebrantado ninguna ley romana, pero Poncio Pilato, el gobernador romano,
permitió que sus soldados lo ejecutaran, para apaciguar a los líderes judíos. Jesús no
fue culpable de haber quebrantado la ley de Dios, ni la ley del hombre. Aun su traidor,
Judas Iscariote, confesó: “Yo he pecado entregando sangre inocente” (Mateo 27:4).
Sin embargo, los centuriones romanos lo clavaron en una cruz, como si fuera un
criminal común. Así se convirtió en el sacrificio puro de Dios por el pecado del
hombre, y los primeros cristianos hacían hincapié en esto en su predicación y en su
enseñanza (vea Hebreos 10).
e. La resurrección de Jesús. Los primeros cristianos declararon que el ministerio
de Jesús no terminó en la cruz, porque Dios lo resucitó de la tumba. Después ministró
entre los discípulos durante varias semanas, hasta que Dios lo hizo ascender para
sentarlo a su mano derecha en el cielo (Hechos 7:56).
Los primeros cristianos le dijeron al mundo que ellos eran testigos de la muerte,
de la resurrección y de la ascensión de Cristo. Esto electrizó al imperio romano, e hizo
que muchas personas pensaran que los cristianos eran un grupo de fanáticos (Hechos
17:6). Sin embargo, Pablo les decía a sus amigos cristianos: “Si Cristo no resucitó,
vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que
durmieron en Cristo perecieron” (1 Corintios 15:17, 18).
206
Sardis. Lo único que queda del templo de Artemisa (o Diana) en Sardis son unas pocas de sus
magníficas columnas. Sardis fue una vez la rica capital del reino de Lidia, y estaba situada en una
importante ruta comercial en el valle de Hermus. En el período romano, la ciudad había perdido
la prominencia que había tenido siglos antes. La carta a la iglesia de Sardis (Apocalipsis 3:1–6)
sugiere que los cristianos de allí tenían el mismo espíritu de la ciudad, y confiaban en su pasado,
sin preocuparse por las realizaciones del presente.
3. El reino de Dios. Hemos notado que Jesús se centró en la salvación de la
persona de Dios; pero también enseñó que Dios convierte a los suyos en una gran
comunidad de redimidos, que es el reino donde el Dios salvador es soberano, y al
cual Jesús llama “el reino de Dios”, En este reino, que actualmente está representado
por la Iglesia, Dios exige que su pueblo viva en amor fraternal. Los cristianos habían
de practicar la moral de Cristo y trabajar por la redención de toda la humanidad. Jesús
no limitó el Reino a los judíos. Explicó que todo aquel “que produzca los frutos de él”
pertenece al Reino de Dios (Mateo 21:43). El evangelio según Mateo, en particular,
registra muchas parábolas (ilustraciones tomadas de la realidad) acerca del Reino.
Vea especialmente las que se hallan en Mateo 20:1–16; 22:2–14; 25:1–30.
Notemos que muchas de estas parábolas señalan hacia el final de los tiempos,
cuando Dios recogerá a todos lo que forman su Reino eterno, para que reinen con
207
El para siempre. Los predicadores cristianos primitivos hacían hincapié en el
mensaje de Jesús acerca del final de los tiempos, porque creían que vivían en los
últimos días. Esto impulsó a los cristianos a llevar el Evangelio hasta los más
apartados rincones del imperio romano. Tenían un ardiente deseo de ganar almas
perdidas para Jesucristo, antes que llegara el fin.
9
halla en un libro apócrifo del siglo segundo, titulado Hechos de Pablo—, parcialmente
calvo; tenía las piernas torcidas, era de un sico vigoroso, los ojos los tenía cerca el
uno del otro, y la nariz aguileña.” Si esta afirmación es digna de confianza, dice un
poco más acerca de este hombre de Tarso que vivió durante casi siete décadas
repletas de sucesos después del nacimiento de Jesús. Lo que acabamos de anotar
cuadraría con las propias palabras de Pablo en relación con una burla que se
murmuró contra él en la iglesia de Corinto. “Porque a la verdad, dicen, las cartas son
duras y fuertes; mas la presencia corporal débil, y la palabra menospreciable” (2
Corintios 10:10).
Su apariencia real, tendremos que dejarla a la imaginación de los artistas, pues no
podemos tener seguridad al respecto. En cambio, hay asuntos más importantes que
atraen la atención: lo que creyó, lo que pensó, lo que hizo.
208
Sabemos que este hombre de Tarso llegó a creer en la Persona y en la obra de
Cristo, y en otros temas decisivos para la fe cristiana. Las epístolas que él escribió, las
cuales se conservan en el Nuevo Testamento, dan testimonio elocuente de la pasión
de sus convicciones y del poder de su lógica.
En diferentes partes de estas epístolas se hallan pequeños detalles de su biogra
a. También hallamos un amplio bosquejo de sus actividades en el libro de los Hechos,
escritas por Lucas, médico e historiador gentil del siglo primero.
De modo que, mientras el teólogo tiene suficiente material para crear
interminables debates acerca de lo que Pablo creyó, lo que ha quedado escrito para
el historiador es escaso. El biógrafo de Pablo descubre pronto vacíos en la vida del
apóstol que no puede llenar con nada que no sean conjeturas.
Como un fulgurante meteoro, Pablo aparece ante la vista de repente como un
adulto en crisis religiosa, y ésta se resuelve mediante la conversión. Desaparece
durante muchos años, que son años de preparación. Vuelve a aparecer con el papel
de líder misionero, y durante algún tiempo podemos seguir sus movimientos por el
horizonte del siglo primero. Antes de su muerte, su ardor lo hace iluminar las sombras
que están más allá de los límites de nuestra vista.
El joven Pablo
Antes que podamos entender a Pablo, el misionero cristiano enviado a los
gentiles, es necesario pasar algún tiempo con Saulo de Tarso, el joven fariseo. En los
Hechos hallamos la explicación que da Pablo de su identidad: “Yo de cierto soy
hombre judío de Tarso, ciudadano de una ciudad no insignificante de Cilicia” (Hechos
21:39). Esto nos ofrece la primera hebra para tejer el telón de fondo de la vida de
Pablo.
A. De la ciudad de Tarso. En el siglo primero, Tarso era la ciudad principal de la
provincia de Cilicia, situada en la parte oriental del Asia Menor. Aunque se hallaba a
unos 16 kilómetros de la costa, era un puerto principal, pues tenía acceso al mar por
el río Cydnus, el cual pasaba por ella.
Precisamente al norte de Tarso se elevaban las altas montañas del Tauro,
cubiertas de nieve, las cuales proveían la madera que constituía uno de los
209
principales objetos de comercio para los mercaderes de Tarso. Un importante camino
romano pasaba al norte de la ciudad, y seguía por un estrecho desfiladero en las
montañas conocidos con el nombre de “Puertas Cilícicas”. Muchas batallas se
libraron en la antigüedad en este paso montañoso.
Tarso era una ciudad fronteriza, un lugar de encuentro entre el este y el oeste,
una encrucijada del comercio que fluía en ambas direcciones por mar y tierra. Tenía
una atesorada herencia. Los hechos y la leyenda se entremezclaban para hacer que
sus ciudadanos se sintieran ardientemente orgullosos de su pasado.
El general romano Marco Antonio le concedió la condición de líbera cívitas
(ciudad libre) en el 42 a.C. Así que, aunque formaba parte de una provincia romana,
tenía gobierno propio, y no se le exigía que pagara tributo a Roma. Las tradiciones
democráticas de la ciudadestado griega eran algo muy antiguo y sólido en los días de
Pablo.
En esta ciudad creció el joven Saulo. En sus escritos hallamos reflejos de vistas y
escenarios de Tarso cuando él era un muchacho. En marcado contraste con las
ilustraciones rurales de Jesús, las metáforas de Pablo brotan de la vida de la ciudad.
El resplandor del sol mediterráneo sobre los yelmos y las lanzas de los romanos debe
haber sido un espectáculo corriente en Tarso cuando Pablo era un muchacho. Tal vez
este fue el fondo que él uso para su ilustración concerniente a la lucha del cristiano,
donde insistió en que “las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas
en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10:4).
Pablo se refiere en sus escritos a unos que “naufragaron” (1 Timoteo 1:19); al
“alfarero” (Romanos 9:21); al hecho de que Dios “nos lleva siempre en triunfo en
Cristo Jesús” (2 Corintios 2:14). Compara “este tabernáculo” de su vida con “un
edificio, una casa no hecha de manos, eterna, en los cielos” (2 Corintios 5:1). Toma la
misma palabra griega que el castellano traduce teatro, y osadamente la aplica a los
apóstoles, quienes han llegado “a ser espectáculo (zéatron) al mundo” (1 Corintios
4:9).
Tales declaraciones reflejan la vida típica de la ciudad en que Pablo pasó los años
formativos de su niñez. De modo que lo que él vio y oyó en este bullicioso puerto
marítimo forma un telón de fondo que nos permite entender mejor su vida y
210
pensamiento. No es nada extraño que él se refiriera a Tarso con el calificativo de “una
ciudad no insignificante”.
Mileto. De las grandes ciudades griegas, Mileto era la que estaba más al sur en la costa oeste del
Asia menor. Floreció como centro comercial antes que fuera destruida por los persas en el 494
a.C. Cuando Pablo llegó allí (Hechos 20:15; 2 Timoteo 4:20), la ciudad formaba parte de la
provincia romana de Asia, y su comercio se hallaba en decadencia a causa de que su puerto se
estaba llenando de cieno. Más allá del teatro está el antiguo puerto, que ahora es un pantano.
El método que usaba Pablo para predicar
Pablo era un predicador persuasivo. Los estudios que hizo en la niñez
a los pies de Gamaliel habían fortalecido su ortodoxia hebrea.
Reorientado por Jesucristo, exhortaba a sus oyentes a que creyeran y
fueran salvos.
Presentaba su propia vida y su obra como prueba de su mensaje (2
Corintios 12:12). Era heraldo de las buenas noticias que había
experimentado personalmente (Filipenses 3:12). Escribió: “Porque para
mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21).
A sus oyentes les parecia que Pablo era franco, valientemente celoso,
equilibrado y compasivo. A sus oyentes judíos les recordaba la historia
hebrea, su lengua y sus costumbres (Hechos 13:14–23; 22:2; 23:6–9).
Entre los gentiles, apelaba a la curiosidad griega en relación con las
211
nuevas enseñanzas (Hechos 16:37; 17:22 y siguientes). Atraía la atención
de ellos con palabras, gestos, acciones enérgicas y advertencias (Hechos
13:16, 40; 14:14, 15).
El único objetivo de Pablo era el de ganar a los hombres para
Cristo. Sus exhortaciones y advertencias eran cordiales y emotivas (1
Corintios 15:58). También utilizó argumentos convincentes, resúmenes
bien desarrollados (1 Corintios 10:31–33) y aplicaciones personales
(Filipenses 3:17; 1 Corintios 11:1).
La predicadón de Pablo correspondía muy de cerca con el modelo que
usó Pedro para predicar en Pentecostés. Pedro había destacado cinco
puntos: (1) Un varón “aprobado por Dios entre vosotros” (Hechos 2:22);
(2) A éste vosotros “prendisteis y matasteis … crudficándole”; (3) “al cual
Dios levantó … A este Jesús resudtó Dios” (Hechos 2:24, 32); (4) “a este
Jesús … Dios le ha hecho Señor y Cristo” (Hechos 2:36); (5) “recibiréis el
don del Espíritu Santo” (Hechos 2:38).
Pablo declaraba: (1) “Dios escogió a nuestros padres … de la
descendencia de éste … levantó a Jesús por Salvador” (Hechos 13:17,
23); (2) “pidieron a Pilato que se le matase” (Hechos 13:28); (3) “Dios le
levantó de los muertos. Y él se apareció durante muchos días a los que
habían subido juntamente con él” (Hechos 13:30, 31); (4) “Dios ha
cumplido a los hijos de ellos, a nosotros, resudtando a Jesús” (Hechos
13:33). En otras partes, Pablo revela la salvación de Dios para los gentiles
(Hechos 14:15–17; 17:22–31).
Refleja las enseñanzas de Jesús, aunque raras veces lo dtó. Predicó
con amor pastoral y con compasión. Su mensaje le ganó muchos amigos
y algunos enemigos, pero no permitió componendas. Su teología se
centraba en la Persona y en la obra de Cristo. Creía que debían cumplirse
las demandas morales de la Ley judía; pero también creía que el nuevo
hombre, con el poder del Espíritu, realizaba por motivación interna lo
que las demandas de la Ley no habían logrado por la fuerza.
Los filósofos de Tarso eran estoicos en su mayoría. Las ideas estoicas, aunque
esencialmente eran paganas, produjeron algunos de los pensadores más nobles del
antiguo mundo. Atenodoro de Tarso es un espléndido ejemplo.
212
Cuando Atenodoro se retiraba de la vida pública en Roma para regresar a su
ciudad natal, le dio el siguiente consejo de despedida a Augusto César: “Cuando estés
airado, César, no digas ni hagas nada hasta que hayas repetido las letras del
alfabeto.” A él también se atribuyen las siguientes palabras: “Vive con los hombres
como si Dios te viera; habla con Dios como si los hombres estuvieran escuchando.”
Aunque Atenodoro murió en el 7 a.C., cuando Saulo no era sino un muchachito,
durante largo tiempo siguió siendo un héroe de Tarso. Es muy di cil que el joven Saulo
haya escapado de oír algo acerca de este hombre.
¿Qué contacto tuvo precisamente el joven Saulo con la filoso a de este mundo en
Tarso? No lo sabemos. No nos lo dijo. No obstante, cuando llegó a hombre, estaban
en él las características de una amplia educación y de un contacto con la cultura
griega. El sabía tanto de tales cosas, que podía defender la causa que representaba
ante toda clase de hombres. También estaba enterado de los sutiles peligros que
estaban presentes en las filoso as religiosas especulativas de los griegos. Les advirtió
a los hermanos de Colosas: “Mirad que nadie os engañe por medio de filoso as y
huecas sutilezas … conforme a los rudimentos del mundo, y no según
Cristo” (Colosenses 2:8).
B. Ciudadano romano. Pablo no sólo era “ciudadano de una ciudad no insigni
cante”, sino también ciudadano romano. Esto nos ofrece una clave más para
entender el ambiente de su niñez.
En Hechos 22:24–29, se nos presenta a Pablo en una conversación con un centurión
y un tribuno romano. (El centurión era un capitán al mando de cien hombres en el
ejército romano; el tribuno en este caso debe haber sido un comandante militar.)
Por órdenes del tribuno, el centurión estaba a punto de azotar a Pablo, pero el
apóstol protestó: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido
condenado?” (Hechos 22:25). El centurión llevó esta noticia al tribuno, quien
averiguó el asunto. Ante él, Pablo no sólo afirmó su ciudadanía romana, sino que
explicó cómo la obtuvo: “Yo lo soy de nacimiento” (Hechos 22:28). Esto significa
que su padre había sido ciudadano romano.
La ciudadanía romana podía obtenerse de varias maneras. El tribuno a que se
refiere este relato dijo: “Yo con una gran suma adquirí esta ciudadanía” (Hechos
213
22:28). Con más frecuencia, sin embargo, la ciudadanía se recibía como recompensa
por algún servicio extraordinariamente distinguido al imperio romano, o se concedía
cuando un individuo era librado de la esclavitud.
La ciudadanía romana era muy apreciada, pues significaba derechos y privilegios
especiales, como por ejemplo, la exención de ciertas formas de castigo. Un ciudadano
romano no podía ser azotado ni crucificado.
Sin embargo, la relación de los judíos con Roma no era completamente feliz. Los
judíos raras veces llegaban a ser ciudadanos romanos. La mayoría de los que lograban
la ciudadanía vivían fuera de Palestina.
C. De antepasados judíos. También debemos pensar en los antepasados judíos
de Pablo, y en el efecto que la fe religiosa de su familia produjo en él. En una epístola
a los cristianos de Filipos, él se describe a sí mismo: “Del linaje de Israel, de la tribu
de Benajamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo” (Filipenses 3:5). En otra
ocasión escribió: “Porque también yo soy israelita, de la descendencia de Abraham,
de la tribu de Benjamín” (Romanos
11:1).
Así que Pablo era de un encumbrado linaje que se remontaba al progenitor de su
pueblo, Abraham. De la tribu de Benjamín había venido el primer rey de Israel, Saúl,
cuyo nombre llevaba el mismo Saulo de Tarso.
La escuela de la sinagoga ayudaba a los padres judíos a pasar la herencia religiosa
de Israel a sus hijos. El muchacho comenzaba a leer las Escrituras cuando tenía cinco
años de edad. Cuando tenía diez años, ya estaba estudiando las interpretaciones de
la ley en la Mishna. De este modo, se empapaba en la historia, las costumbres, las
Escrituras y la lengua de su pueblo. El vocabulario posterior de Pablo estuvo
fuertemente matizado con el lenguaje de la versión llamada Septuaginta, que era la
que usaban los judíos helenistas.
De los principales partidos que había entre los judíos, los fariseos eran los más
estrictos. (Vea el capítulo 5, “Los judíos en los tiempos del Nuevo Testamento”.)
Estaban decididos a resistir los esfuerzos de los conquistadores romanos por
imponerles nuevos credos y modos de vida. En el siglo primero, ellos se habían
convertido en la aristocracia espiritual de su pueblo. Pablo era fariseo, “hijo de
214
fariseo” (Hechos 23:6). Así podemos estar seguros de que su formación religiosa tuvo
raíces en la lealtad a las regulaciones de la Ley, tal como eran interpretadas por los
rabinos judíos. A los trece años de edad, se esperó de él que asumiera la
responsabilidad personal de obedecer la Ley.
Saulo de Tarso pasó su juventud en Jerusalén “a los pies de Gamaliel”, donde fue
enseñado “estrictamente conforme a la ley” (Hechos 22:3). Gamaliel era nieto de
Hillel, uno de los más grandes rabinos judíos. La escuela de Hillel era la más liberal de
las dos principales escuelas de pensamiento que hubo entre los fariseos. En Hechos
5:33–39 se nos da una vislumbre de Gamaliel, de quien se dice que “era venerado de
todo el pueblo.”
A los estudiantes rabínicos se les exigía que aprendieran un oficio para que, con
el tiempo, enseñaran sin convertirse en una carga para el pueblo. Pablo seleccionó
una típica industria de Tarso: la de hacer tiendas con tela de pelo de cabras. Su
capacidad para este trabajo demostró ser un gran beneficio para él en su obra
misionera.
Al terminar sus estudios con Gamaliel, este joven fariseo probablemente regresó a
su hogar en Tarso donde pasó unos pocos años. No hay evidencias claras que
indiquen que se haya encontrado con Jesús o que lo haya conocido durante el
ministerio del Señor en la carne.
215
Muro de Damasco. Cuando Saulo de Tarso iba hacia Damasco pan perseguir a los cristianos, al
acercarse a la ciudad fue derribado a tierra y oyó una voz del cielo (Hechos 9:1–9). Este es el sitio
tradicional del muro de Damasco por el cual fue bajado Pablo en una canasta para que escapara
de la persecución, después de haber predicado en las sinagogas de la ciudad (Hechos 9:23–25).
Había regresado a Damasco después de un período de soledad en Arabia (Gálatas 1:17).
Por los mismos escritos de Pablo, y también por el libro de los Hechos, sabemos
que luego regresó a Jerusalén y dedicó sus energías a perseguir a los judíos que
aceptaban las enseñanzas de Jesús el Nazareno. Pablo nunca pudo perdonarse lo
suficiente el odio y la violencia que caracterizaron su vida durante estos años.
“Porque yo soy el más pequeño de los apóstoles—escribió más tarde—, que no soy
digno de ser llamado apóstol, porque perseguí a la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9).
En otros pasajes se califica como “perseguidor de la iglesia” (Filipenses 3:6), uno “que
perseguía sobremanera a la iglesia de Dios, y la asolaba” (Gálatas 1:13).
Una referencia autobiográfica de Pablo en su primera Epístola a Timoteo derrama
luz sobre cómo pudo un hombre de conciencia tan sensible llegar a participar en esta
violencia contra su propio pueblo: “Habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e
injuriador [de Cristo, representado por su pueblo]; mas fui recibido a misericordia
porque lo hice por ignorancia, en incredulidad” (1 Timoteo 1:13). La historia de la
religión está repleta con casos de otros que cometieron el mismo error. En el mismo
pasaje, Pablo se refiere a sí mismo como “el primero” de todos los pecadores (1
Timoteo 1:15), sin duda alguna porque persiguió a Jesucristo y a sus seguidores.
D. La muerte de Esteban. Si no hubiera sido por la manera como murió Esteban
(Hechos 7:54–60), el joven Saulo hubiera podido retirarse inmutable de la lapidación,
en la cual él había tenido a su cuidado las ropas de los ejecutores. Esa hubiera sido
simplemente otra ejecución legal más.
Sin embargo, cuando Esteban se arrodilló y las piedras que lo martirizaron
llovieron sobre su indefensa cabeza, dio testimonio de que veía a Cristo en la gloria y
oró: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado” (Hechos 7:60). Aunque esta crisis
lanzó a Pablo a su carrera de perseguidor de los herejes, es natural suponer que las
palabras de Esteban permanecieron con él de tal manera que él también llegó a
sentirse abrumado por su conciencia.
216
E. Una carrera de persecución. Los sucesos que siguieron al martirio de Esteban
no constituyen una lectura agradable. La historia se narra en un solo lapso de
respiración: “Y Saulo asolaba la iglesia, y entrando casa por casa, arrastraba a
hombres y a mujeres, y los entregaba en la cárcel” (Hechos 8:3).
La conversión de Saulo en el camino a Damasco
La persecución en Jerusalén realmente sirvió para esparcir la semilla de la fe. Los
creyentes se dispersaron, y pronto la nueva fe se estaba predicando por todas partes
(Hechos 8:4). Sin embargo, “Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los
discípulos del Señor” (Hechos 9:1), decidió que era hora de llevar la campaña a
algunas de las ciudades extranjeras en las cuales habían fijado su residencia
discípulos esparcidos. El largo brazo del sanedrín podía llegar hasta la sinagoga más
apartada del imperio en lo referente a la religión judía. En esos momentos, a los
seguidores de Cristo se los consideraba aún como una secta herética judía.
Así que Saulo salió para Damasco, ciudad situada a unos 240 kilómetros (150
millas) de distancia, armado con credenciales que le daban poder “a fin de que si
hallase algunos hombres o mujeres de ese Camino, los trajese presos a Jerusalén”
(Hechos 9:2).
¿Qué había en su mente mientras caminaba, día tras día, en medio del polvo del
camino y bajo el calor de un sol ardiente? La intensa manifestación personal que él
hace con respecto a sí mismo en Romanos 7:7–13 puede darnos una clave. Aquí
vemos una lucha consciente de un hombre por hallar paz a través de la observancia
de las diminutas ramificaciones de la Ley.
¿Eso lo libertó? No, era la respuesta de Pablo por experiencia. Más bien se le
convirtió en una carga y una tensión intolerables. No se debe pasar por alto la
influencia del ambiente helenista que recibió Pablo en Tarso, al tratar de hallar la
razón de su frustración interna. Después de regresar a Jerusalén, tiene que haber
hallado un rígido fariseísmo exasperante, aunque él profesaba aceptarlo de todo
corazón. Había respirado un aire más Ubre la mayor parte de su vida, y no podía
renunciar a la libertad a la cual había estado acostumbrado.
217
Sin embargo, la razón profunda de su aflicción era espiritual. El había tratado de
guardar la Ley, pero había descubierto que no podía hacerlo, debido a su naturaleza
caída y pecaminosa. ¿Cómo, entonces, podría alguna vez estar bien con Dios?
Cuando ya tenía a Damasco a la vista, sucedió algo trascendental. En medio de
una luz cegadora, Saulo se vio despojado de todo orgullo y pretensión, como
perseguidor del Mesías de Dios y de su pueblo. Esteban había estado en lo cierto, y
Pablo había estado equivocado. Ante la presencia del Cristo viviente, Saulo capituló.
Oyó una voz que le decía: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues … Levántate y entra en
la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (Hechos 9:5, 6). Y Saulo obedeció.
Durante su permanencia en la ciudad, “estuvo tres días sin ver, y no comió ni
bebió” (Hechos 9:9). Un discípulo que estaba en Damasco, llamado Ananías, se
convirtió en su amigo y consejero; un hombre que no tuvo temor de creer que la
conversión de Saulo había sido genuina.5 Por medio de su oración, Dios le restauró la
vista a Pablo.
La primera parte de su ministerio
Pablo comenzó a dar testimonio de la nueva fe que había hallado, en la sinagoga
de Damasco. La esencia de su mensaje con respecto a Jesús era la siguiente: Jesús es
“el Hijo de Dios” (Hechos 9:20). No obstante, tenía que aprender amargas lecciones
antes de poder emerger como un líder cristiano eficaz y digno de confianza.
Descubrió que la gente no olvida fácilmente; los errores que cometa un hombre
pueden perseguirlo durante un largo tiempo, aun despúes que él mismo los haya
olvidado. Muchos de los discípulos sospechaban de Pablo, y sus antiguos compañeros
de persecución lo odiaban. Predicó brevemente en Damasco, luego se marchó a
Arabia, y de allí regresó a Damasco.
5 La tradición dice que Dios le dio a Saulo el nombre helenista de Pablo, cuando éste se
convirtió. Las Escrituras nos dicen si Pablo adoptó el nombre o se lo dieron; ni tampoco
dice cuándo ocurrió este cambio de nombre. El es aún llamado “Saulo” durante su primer
viaje misionero (Hechos 13:19), pero por conveniencia, a partir de este punto nos
referiremos a él con el nombre de “Pablo”.
218
El segundo intento que hizo Pablo de predicar en Damasco tampoco salió bien.
Habían pasado uno o dos años desde su conversión, pero los judíos recordaban que
él había desertado de su misión original en Damasco. El odio contra él se inflamó de
nuevo, y “los judíos resolvieron en consejo matarle” (Hechos 9:23). La historia sobre
la osada fuga de Pablo por el muro de Damasco en una cesta ha cautivado la
imaginación de muchos jóvenes.
Los días de preparación de Pablo no habían terminado. El informe que él les da a
los gálatas continúa diciendo: “Después, pasados tres años, subí a Jerusalén …”
(Gálatas 1:18). Allí encontró la misma recepción hostil de Damasco. Una vez más tuvo
que huir.
Pablo se perdió de vista durante varios años. Estos años de aislamiento le trajeron
las convicciones maduras y la estatura espiritual que necesitaría para su ministerio.
En Antioquía, los gentiles se estaban convirtiendo a Cristo. La iglesia de Jerusalén
tuvo que decidir cómo iba a cuidar a estos nuevos convertidos. Fue entonces cuando
Bernabé se acordó de Pablo y fue a Tarso a buscarlo (Hechos 11:25). Ya Bernabé había
servido de instrumento para presentar a Pablo en Jerusalén, pues hizo un esfuerzo a
fin de apaciguar las sospechas que había contra él.
A estos dos hombres se les encomendó la tarea de llevar la ofrenda de amor a
Judea, donde los seguidores de Jesús estaban sufriendo de hambre. Cuando Bernabé
y Pablo regresaron a Antioquía, con su misión cumplida, llevaron consigo a Juan
Marcos, el sobrino de Bernabé (12:25).
Los viajes misioneros
La próspera iglesia joven de Antioquía envió entonces a Bernabé y a Pablo como
misioneros. El primer puerto al que llegaron en el primer viaje misionero, fue
Salamina, en la isla de Chipre, patria de Bernabé. Este hecho, junto con la frecuente
manera bíblica de mencionar a estos dos misioneros: “Bernabé y Pablo”, indica que
Pablo estaba desempeñando el papel inferior. Este viaje era dirigido por Bernabé;
Pablo era el segundo jefe, y los dos “tenían también a Juan (Marcos) de ayudante”
(Hechos 13:5). El éxito de sus empeños misioneros en esa isla inspiró a Pablo y a sus
compañeros a proseguir hacia territorio más di cil. Esta vez hirieron una navegación
219
más larga, y pasaron por Perge, lugar situado en el territorio continental de Asia
Menor. De allí, Pablo se propuso viajar tierra adentro, hacia Antioquía de Pisidia, para
cumplir una peligrosa misión.
Precisamente en este punto, sucedió algo que fue causa de mucho dolor para los
tres. El ayudante, Juan Marcos, “apartándose de ellos, volvió a Jerusalén” (Hechos
13:13), su ciudad. No se nos dice por qué, aunque es natural suponer que el valor y
la confianza le fallaron. El repentino cambio de planes de Marcos causó posteriores
fricciones entre Pablo y Bernabé.
En Antioquía, Pablo se convirtió en el vocero y así se desarrolló una norma bien
conocida. Algunos creían su mensaje y se regocijaban; otros lo rechazaban y
promovían la oposición. Esto sucedió primero en Antioquía y luego en Iconio. En
Listra, fue apedreado, y lo dejaron como muerto (Hechos 14:19); pero sobrevivió
para continuar hacia una ciudad más: Derbe.
Con la visita de Pablo y Bernabé a Derbe se completó su primer viaje misionero.
Pronto decidió Pablo regresar por la misma ruta di cil por la cual había venido, a fin
de fortalecer, animar y organizar a los grupos cristianos que él y Bernabé habían
establecido.
En esto discernimos el plan que tenía Pablo de plantar congregaciones en las
ciudades principales del imperio romano. El no dejaba a los que se convertían sin
organizarlos y sin un adecuado liderazgo; por la misma razón, no permanecía mucho
tiempo en un lugar.
Los judíos con frecuencia lograban que se convirtieran algunos de los gentiles,
pero a estos gentiles convertidos al judaismo los mantenían en una posición de
segunda clase. A menos que los convertidos estuvieran dispuestos a someterse a la
circuncisión y aceptar la interpretación farisaica de la Ley, permanecían en los límites
de la congregación judía, aunque llegaran hasta ese punto, el hecho de que no habían
nacido judíos, les seguía sirviendo de barrera que les impedía una completa
comunión.
Entonces, ¿cuál sería la relación de los convertidos gentiles con la comunidad
cristiana? Pablo y Bernabé viajaron a Jerusalén para conferenciar con los líderes de
allí respecto de este asunto fundamental.
220
En Jerusalén, Pablo expresó sus convicciones y tuvo éxito. La descripción que hizo
él mismo de esta controversia en su epístola a los Gálatas6 declara que a él y a
Bernabé se les dio “la diestra en señal de compañerismo”. Los ancianos de Jerusalén
convinieron en que estos hombres fueran “a los gentiles” (Gálatas 2:9).
Después de la conferencia en Jerusalén, Pablo y Bernabé “continuaron en
Antioquía, enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio con otros
muchos” (Hechos 15:35). En esta ciudad se produjeron dos incidentes que
provocaron fuertes tensiones en las relaciones de trabajo entre Pablo, Pedro y
Bernabé.
El primero de estos incidentes surgió de los mismos problemas que fueron
llevados a la conferencia de Jerusalén. La conferencia había liberado a los gentiles de
la obligación judía de circuncidarse. Sin embargo, no había decidido si los cristianos
de tradición judía podían comer con los convertidos gentiles. Pedro se colocó al lado
de Pablo en esta práctica, lo cual envolvía un relajamiento de las regulaciones judías
relacionadas con la comida. De hecho, Pedro había dado el ejemplo al comer con los
gentiles, pero más tarde “se retraía y se apartaba” (Gálatas 2:12); “Bernabé fue
también arrastrado por la hipocresía de ellos” (versículo 13).
Pablo consideró que estos actos constituían una nueva amenaza para su misión a
los gentiles, y recurrió a una acción drástica. “Pero cuando Pedro vino a Antioquía, le
resistí cara a cara, porque era de condenar” (Gálatas 2:11). Hizo esto “delante de
todos” (versículo 14). En otras palabras, recurrió a una reprensión en público.
Este incidente nos ayuda a entender el segundo incidente, que Lucas registra en
Hechos 15:36–40: Bernabé quería que Marcos los acompañara en el segundo viaje
misionero; Pablo se opuso a tal idea. El relato dice que “hubo desacuerdo entre ellos”
(Hechos 15:39).
No sabemos si Pablo y Bernabé se volvieron a encontrar alguna vez. “Estuvieron
de acuerdo en que no estaban de acuerdo” y cada uno se embarcó por separado. Sin
duda alguna, el Evangelio fue promovido más de lo que
6 Si en verdad es a esto a lo que se refiere el pasaje, pudiera describir una visita
221
anterior a Jerusalén.
hubiera sido si hubieran permanecido juntos.
Luego, “Pablo, escogiendo a Silas, salió encomendado por los hermanos a la gracia
del Señor, y pasó por Siria y Cilicia, confirmando a las iglesias” (Hechos 15:40, 41).
Después de visitar Derbe, que había sido el último punto visitado en el viaje anterior,
Pablo y sus compañeros se apresuraron hacia Listra para ver a los que se habían
convertido en ese lugar. Fue allí donde halló a un joven cristiano llamado Timoteo
(Hechos 16:11), y comprendió que era un posible sustituto de Marcos.
Lo que ocurrió allí, salvó a Pablo de cualquier acusación en el sentido de que él no
estaba dispuesto a poner su confianza en hombres que fueran más jóvenes que él.
En 1 Timoteo 1:2, Pablo se dirigió a Timoteo, y lo llama su “verdadero hijo”; y en la
segunda epístola habla de Timoteo con las palabras “amado hijo” (2 Timoteo 1:2). En
la segunda epístola también leemos:
“Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu
abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy seguro que en ti también” (2 Timoteo
1:5). El hecho de que Pablo mencionara estas cosas, podría significar que la familia
222
de Timoteo había sido ganada por Pablo y Bernabé en su primer viaje. Ciertamente,
cuando Pablo volvió, quiso que Timoteo “fuese con él” (Hechos 16:3). Este mismo
versículo agrega que Pablo, “tomándole, le circuncidó por causa de los judíos que
había en aquellos lugares.” ¿Era esto inconsecuente con el juicio anterior que Pablo
pronunció sobre la conducta de Pedro? ¿O sería que él había aprendido la sabiduría
de no abordar situaciones innecesarias? De cualquier modo, puesto que Timoteo era
mitad judío, esta decisión evitaría problemas muchas veces. Pablo sabía pelear para
defender un principio, y sabía rendirse por conveniencia cuando no estaba en juego
ningún principio. El sostenía que la circuncisión no era necesaria para la salvación
(vea Gálatas); sin embargo, estuvo dispuesto a circuncidar a un judío cristiano por
motivos de conveniencia.
223
Una calle de Efeso. Las palabras que pronunció Pablo incitaron a una turba de airados efesios,
que armaron un alboroto en el teatro que estaba situado al final de esta calle de mármol (Hechos
19:21–41). Demetrio, quien hacía pequeños modelos de plata del gran templo de Diana, promovió
el conflicto cuando descubrió que la predicación de Pablo ponía en peligro su arte. Pablo salió de
la ciudad, escogió a Timoteo para que se quedara allí y previno a la iglesia para que no se dejara
corromper por las falsas doctrinas (1 Timoteo 1:3).
Cuando el grupo de evangelizadores (dirigido en alguna manera no especificada
por el Espíritu Santo; Hechos 16:6–8), llegó a Troas, y se quedó mirando a través del
angosto estrecho, tienen que haber pensado detenidamente en la perspectiva de
avanzar con sus campañas hacia el continente europeo. La decisión se produjo
cuando “se le mostró a Pablo una visión de noche: un varón macedonio estaba en
pie, rogándole y diciendo: Pasa a Macedonia y ayúdanos” (Hechos 16:9). La respuesta
de Pablo fue inmediata. El grupo salió hacia Europa. Muchos escritores han sugerido
que este “varón macedonio” pudo haber sido Lucas, el médico. En todo caso, parece
que él entró en el ajetreo de los viajes en este punto, pues de aquí en adelante,
siempre usa el verbo en primera persona de plural para referirse a los misioneros:
“procuramos”, “nos llamaba”, “que les anunciásemos”, etc.
El viaje continuó por la gran vía romana que se dirigía hacia el oeste a través de
las principales ciudades de Macedonia: de Filipos a Tesalónica, y de Tesalónica a
Berea. Durante tres semanas, Pablo habló en la sinagoga de
Tesalónica; luego avanzó hasta Atenas, centro de la cultura griega, y “ciudad
entregada a la idolatría” (Hechos 17:16). Sin descansar, prosiguió el viaje hacia
Corinto.
224
Su primera misión principal hacia el mundo gentil se extendió durante casi tres
años. Luego regresó a Antioquía.
Después de una corta permanencia en Antioquía, salió a su tercer viaje misionero,
en el 52 d.C. Esta vez, sus primeras paradas fueron en Galacia y en Frigia. Después de
visitar las iglesias de Derbe, Listra, Iconio y Antioquía, decidió realizar una intensa
obra misionera en Efeso. Esta era la capital de la provincia romana de Asia. Estaba
situada estratégicamente y sólo Roma, Alejandría y Antioquía la superaban en
tamaño e importancia. Como resultado de las labores de Pablo allí, llegó a ser la
tercera ciudad importante en la historia del cristianismo: primero Jerusalén, luego
Antioquía y después Efeso.
Pablo llegó a Efeso para emprender lo que llegó a ser el esfuerzo misionero más
amplio y de más éxito de todos los suyos en cualquier lugar, pero éstos fueron años
arduos para él. Como se sostenía trabajando en su oficio, sus días laborales eran
largos. Siguiendo la costumbre de los trabajadores en aquel clima caliente, se debe
haber levantado antes del alba y trabajar en su oficio. Las horas de la tarde las
dedicaba a enseñar y predicar, y de igual manera las primeras horas de la noche. Esto
lo hizo diariamente durante dos años. Cuando habla acerca de estas labores, agrega
que no sólo enseñaba en público, sino “por las casas” (Hechos 20:20). Tuvo un éxito
extraordinario. Se nos dice que ocurrieron “milagros
extraordinarios” (Hechos 19:11) durante estos emocionantes días que pasó en Efeso.
La nueva fe produjo una sacudida tan grande en la ciudad, que “muchos de los que
habían practicado la magia trajeron los libros y los quemaron delante de todos”
(Hechos 19:19). Esto despertó el odio de los adoradores paganos, quienes temían
que los cristianos socavaran la influencia de su religión.
225
La antigua Vía Apia. Pablo viajó hacia Roma por esta gran vía, que es la más antigua y famosa de
Italia (Hechos 28:14–16). Apio Claudio comenzó su construcción en el 312 a.C. Alineadas junto al
camino y a lo largo de muchos kilómetros, se hallan tumbas romanas, catacumbas y altos cipreses.
Después de pasar tres inviernos en Efeso, Pablo pasó el siguiente en Corinto, en
conformidad con la promesa que hizo y la esperanza que expresó en 1 Corintios 16:5–
7. Allí adelantó más sus preparativos para una visita a Roma. Escribió una carta en la
cual les decía a los cristianos de Roma: “Porque deseo veros … muchas veces me he
propuesto ir a vosotros” (Romanos 1:11, 13); “cuando vaya a España, iré a vosotros”
(Romanos 15:24).
No tuvo en cuenta las advertencias acerca de los peligros que lo amenazaban si
volvía a presentarse en Jerusalén. Pensaba que era indispensable que él regresara en
persona, a llevar las ofrendas de las congregaciones gentiles. Dijo: “Porque yo estoy
dispuesto no sólo a ser atado, mas aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor
Jesús” (Hechos 21:13). Así que Pablo volvió a Jerusalén, y Lucas escribe: “Los
hermanos nos recibieron con gozo” (Hechos 21:17). En cambio, había un comité de
recepción con intenciones diferentes, escondido entre las sombras.
Encarcelamiento y enjuiciamiento de Pablo
Los cristianos de Jerusalén se sintieron felices al oír el informe de Pablo sobre la
difusión de la fe cristiana. Sin embargo, algunos de los cristianos judíos dudaban de
la sinceridad de él. Para demostrar su respeto a la tradición judía, Pablo se unió a
226
cuatro hombres que tenían obligación de cumplir el voto nazareo en el templo.
Algunos judíos de Asia lo atraparon y lo acusaron falsamente de introducir gentiles
en el templo (Hechos 21:27–29). El tribuno de la guarnición romana lo tomó bajo su
custodia para evitar una revuelta. Al saber que Pablo era romano, le quitó las cadenas
y les pidió a los judíos que convocaran al sanderín para interrogarlo.
Pablo comprendía que la acalorada turba podía enviarlo a la muerte, así que le
dijo al sanedrín que había sido arrestado porque él era fariseo y creía en la
resurrección de los muertos. Esto dividió al sanedrín en dos facciones: los fariseos y
los saduceos; y el tribuno romano tuvo que volver a rescatar a Pablo.
Cuando el tribuno oyó que los judíos estaban conspirando para ponerle una
emboscada, lo envió de noche a Cesarea, donde quedó encarcelado en el palacio de
Herodes. Pablo cumplió allí dos años de arresto.
Cuando llegaron los judíos que iban a acusar a Pablo, dijeron que el apóstol había
tratado de profanar el templo y había creado un tumulto civil en Jerusalén (Hechos
24:19). Félix, el procurador romano, exigió más evidencias de parte del tribuno de
Jerusalén, pero antes que llegaran las evidencias, Félix fue sustituido por el nuevo
procurador, Porcio Festo. Este nuevo funcionario solicitó que los acusadores de Pablo
volvieran a Cesarea. Cuando llegaron, Pablo ejerció su derecho de ciudadano romano
y apeló al César.
Mientras esperaba el barco que lo llevaría a Roma, tuvo la oportunidad de
defender su causa ante el rey Agripa II, quien llegó para visitar a Festo. En Hechos 26
se recoge el discurso de Pablo, en el cual volvió a contar los sucesos de su vida hasta
ese momento.
Festo despachó a Pablo a cargo de un centurión llamado Julio, quien llevaba una
nave llena de prisioneros hacia la ciudad imperial. Después de una turbulenta
navegación, naufragó en la isla de Malta. Tres meses después, Pablo y los demás
prisioneros abordaron otra nave para seguir viaje a Roma.
Los cristianos de Roma viajaron unos cincuenta kilómetros desde la ciudad para
ir a recibir a Pablo (Hechos 28:15). Julio entregó a Pablo al prefecto militar (Hechos
28:16). Este lo colocó bajo arresto domiciliario. En Hechos 28:30 se nos dice que
227
Pablo tomó una casa en alquiler durante dos años, mientras esperaba que el César
oyera su caso.
El Nuevo Testamento no nos da ningún informe sobre la muerte de Pablo. Muchos
eruditos modernos creen que César dejó en libertad a Pablo, y que el apóstol
prosiguió su obra misionera, antes de ser arrestado por segunda vez y ejecutado.
Dos libros escritos antes del año 200 d.C.—la primera Epístola de
Clemente y los Hechos de Pablo—afirman que sucedió esto. Indican que Pablo fue
decapitado en Roma cerca del final del período del emperador Nerón (alrededor del
67 d.C.).
La personalidad de Pablo en sus epístolas
Las epístolas de Pablo son el espejo de su alma. Revelan sus motivos internos, sus
más profundas pasiones, sus convicciones básicas. Sin las epístolas de Pablo que aún
sobreviven, éste sólo sería una pálida figura para nosotros.
228
Pablo se interesó más en las personas y en lo que les ocurría que en las
formalidades literarias. Cuando leemos sus escritos, notamos que sus palabras deben
haber salido a borbotones, con una prisa acalorada, como en el primer capítulo de su
epístola a los Gálatas. Algunas veces se interrumpe abruptamente para meterse en
una línea de pensamiento completamente nueva. En otras ocasiones, respira
profundamente y dicta una declaración de un solo período gramatical que casi no
tiene fin.
En 2 Corintios 10:10 se nos da un indicio sobre cómo eran recibidas y consideradas
las cartas de Pablo. Aun sus enemigos y críticos reconocían la fuerza de lo que él
229
decía, pues se sabía lo que comentaban: “Las cartas son duras y fuertes …” (2
Corintios 10:10).
Los líderes fuertes, como Pablo, tienden a atraer o repeler a aquellos sobre
quienes tratan de influir. Pablo tenía a la vez devotos seguidores y amargos
enemigos. En consecuencia, sus contemporáneos tenían opiniones ampliamente
diferentes respecto de él.
Los primeros escritos de Pablo fueron hechos antes que la mayor parte de los
evangelios. Tales escritos lo presentan como un hombre de valor (2 Corintios 2:3), de
integridad y altas metas (versículos 4, 5), humilde (versículo 6), y bondadoso
(versículo 7).
Los herejes del Nuevo Testamento
Desde el siglo primero, la Iglesia ha sido plagada por individuos que
han tratado de deformar la verdad para que se adapte a sus propias
fantasías, o de “retinarla” para que sea más aceptable o “sensible”. De
especial preocupación para la iglesia primitiva fueron tres grupos de
herejes: los judaizantes, los gnósticos y los nicolaítas.
Los judaizantes. Al principio, la Iglesia se componía enteramente de
judíos que se convertían, y que reconocían que Jesús era el Mesías, el
Ungido de Dios. Cuando Pablo comenzó su ministerio entre los gentiles,
algunos de los cristianos judíos advirtieron que un gentil no podía llegar
a ser cristiano, a menos que primero se hiciera judío. Decían que los
gentiles que se convertían debían practicar ritos sicos como la
circuncisión, y adherirse a la Ley que los judíos habían guardado durante
centenares de años (Hechos 15:1–31).
A medida que el ministerio de Pablo se expandió, pronto se hizo
evidente que los gentiles estaban entrando en la Iglesia con este
adoctrinamiento judío. Los líderes cristianos judíos le seguían los pasos
a Pablo, para exigir a los creyentes gentiles que se conformaran con las
creencias de ellos. Usaban las Escrituras del Antiguo Testamento para
sostener su punto de vista. Algunas veces, estos judaizantes llegaron aun
antes que Pablo en sus viajes misioneros. En tales casos, causaban tanto
230
tumulto que era escasa o nula la obra de evangelización que se podía
realizar.
Los gnósticos. Estos enseñaban que Jesús no era realmente Hijo de
Dios. Para ellos, la materia era mala y el espíritu bueno. Puesto que Dios
era bueno (y era espíritu), no podía haber creado un mundo material
(malo). Luego argüían que, puesto que el espíritu y la materia no podían
entrelazarse, Cristo y Dios no podían haberse unido en la Persona de
Jesús. Tomaron su nombre del término griego gnosis (conocimiento), y
profesaban tener un discernimiento especial de las verdades de la vida.
Los arqueólogos han hallado en Egipto varios manuscritos gnósticos
escritos en papiros. Algunos de ellos son escritos pseudoepígrafes, como
la “Sabiduría de Jesucristo” y los “Hechos de Pedro”. Tal vez el libro
gnóstico mejor conocido sea la Pistis Sophía (El conocimiento fe), el cual
se ha traducido al inglés y al francés.
Muchas comunidades gnósticas pequeñas estaban esparcidas por
todo el Medio Oriente. Cada cual desarrollaba doctrinas únicas por su
propia cuenta. Hoy tenemos que confiar en sus propios manuscritos para
averiguar las creencias de cada comunidad, y en muchos casos es di cil
determinar si algún grupo particular fue gnóstico o una secta religiosa
completamente diferente. Un ejemplo notable de esto es la comunidad
de escribas de Qumrán.
Pablo menciona tres hombres que se apartaron de la fe y se
marcharon en pos de esta herejía: Himeneo, Alejandro y Fileto (1
Timoteo 1:20; 2 Timoteo 2:17, 18). Ellos sostenían que la resurrección ya
había pasado, y tal vez creyeran que lo que queda del espíritu cuando
muere un hombre es absorbido de nuevo en Dios.
Los nicolaítas. Juan centró su atención en una forma más extrema de
gnosticismo agresivo que se había metido en la Iglesia del siglo primero
(1 Juan; 2 Juan; Apocalipsis 2:6, 14, 15). Estos eran los nicolaltas. Los que
sostenían esta mortal doctrina afirmaban que, puesto que su cuerpo era
sico (y por tanto malo), sólo era importante lo que su espíritu hiciera. Así
que se sentían libres para complacerse en relaciones sexuales
indiscriminadas, para comer alimentos sacrificados a los ídolos y para
hacer cualquier cosa que agradara a su cuerpo.
La Iglesia primitiva hizo frente de manera firme a los que se desviaban
de las preciosas verdades de Cristo. No permitían que los herejes
231
entraran en compañerismo con ellos y oraban por la salvación de éstos.
Pablo los reprende abiertamente. (Incluso se vuelve contra ellos en un
punto, cuando Pedro se negó a comer con los cristianos gentiles en
presencia de los cristianos judíos; Gálatas 2:12–15). El pensaba que a los
herejes había que cortarlos de la Iglesia antes que esparcieran sus
ruinosas ideas.
Ireneo, Tertuliano y otros Padres de la Iglesia denunciaron a los
nicolaítas, juntamente con los gnósticos. Ireneo informó que la secta
había tomado su nombre de Nicolás, un diácono de la primera
comunidad de nicolaítas, quien se complacía en el adulterio.
Pablo sabía distinguir entre su propia opinión y el “mandamiento del Señor” (1
Corintios 7:25). Era suficientemente humilde para decir: “a mi juicio” (1 Corintios
7:40), cuando se trataba de ciertos asuntos. Estaba muy consciente la urgencia de su
misión (1 Corintios 9:16, 17), y del hecho de que él no estaba fuera del peligro de ser
“eliminado”, si sucumbía ante la tentación (1 Corintios 9:27). Recuerda con tristeza
que una vez persiguió a “la iglesia de Dios” (1 Corintios 15:9).
Lea Romanos 16, y ponga especial atención a la generosa actitud de Pablo hacia
sus colaboradores. Era un hombre que amaba y apreciaba a la gente, y apreciaba la
fraternidad con los creyentes. En la epístola a los Colosenses, vemos lo cordial y
amistoso que Pablo podía ser, aun con los cristianos a quienes no había conocido.
“Porque quiero que sepáis cuán gran lucha sostengo por vosotros … y por todos los
que nunca han visto mi rostro” (Colosenses 2:1).
232
Anfiteatro de Pérgamo. Los ciudadanos de Pérgamo fueron los primeros que establecieron el
culto al emperador romano, Augusto César. Juan se refirió a esta ciudad con las palabras “el trono
de Satanás” (Apocalipsis 2:13). Está situada a 80 kilómetros al norte de Esmirna, en la Turquía
actual. En el corazón de la ciudad, los griegos construyeron su magnífico anfiteatro con 78 filas
de asientos. Detras de la fila de columnas estaba el Asclepieum, donde el pueblo de Pérgamo
adoraba al dios de la sanidad, Esculapio.
Gamaliel
Gamaliel sólo es mencionado dos veces en el Nuevo Testamento
(Hechos 5:34; 22:3), pero puede haber ejercido en la marcha del
cristianismo una influencia más profunda que lo que estas breves
referencias indican. El fue uno de los pocos líderes judíos que ganaron el
233
título de Rabbán (nuestro maestro, nuestro grande), en vez del título
ordinario de Rabbi (mi maestro). Gamaliel tenía un puesto respetable en
el sanedrín, el cuerpo gobernante de la religión judaica. La alta estima
en que lo tenían los judíos se demuestra en el comentario que hizo uno
de los rabinos cuando murió: “Cuando el Rabbán Gamaliel el Mayor
murió, la gloria de la Ley cesó y la pureza y la abstinencia murieron.”
Hallamos indicios de la influencia de Gamaliel sobre el cristianismo
en los dos pasajes bíblicos que se refieren a él. Según el primero (Hechos
5:34), el sanedrín se reunió en sesión especial para hacer frente a los
cristianos, quienes insistían en que el sanedrín había sido responsable de
la muerte del Mesías. En esta sesión, emocionalmente acalorada,
Gamaliel se levantó y pidió que sacaran a Pedro y a los demás cristianos
por un momento, para poder hablar él. Cuando se hizo esto, procedió a
expresar unas palabras sorprendentemente agudas, las cuales
obviamente hicieron que se estremeciera el sanedrín: “Varones
israelitas, mirad por vosotros lo que vais a hacer respecto a estos
hombres … Y ahora os digo: Apartaos de estos hombres, y dejadlos;
porque si este consejo o esta obra es de los hombres, se desvanecerá;
mas sí es de Dios, no la podréis destruir; no seáis tal vez hallados
luchando contra Dios” (Hechos 5:35, 38, 39) En vez de la flagelación que
Pedro y los apóstoles estaban esperando, se les hizo una severa
advertencia y se los dejó en libertad.
La segunda referencia (Hechos 22:3) la hizo el apóstol Pablo, quien
había sido su discípulo. Pablo estaba apelando a la turba judía, y no vaciló
en vincularse con el gran maestro.
La grandeza de Gamaliel estaba en su devoción a Dios y a la Ley. Estos
incidentes pintan por lo menos un cuadro parcial de su personalidad, y
la tradición judía nos dice que este anciano dirigente del estado hizo
hincapié en la importancia del arrepentimiento y no en las obras. Tal vez
el hincapié de Pablo en esta gran doctrina cristiana tenía sus raíces en
las enseñanzas de Gamaliel.
La influencia posterior de Gamaliel en Pablo sólo se puede conjeturar. Ciertamente,
el gran celo de Pablo—primero por la ley, luego por Cristo—lo recibió de Gamaliel.
Su amor hacia la verdad y su exhaustiva comprensión de las Escrituras, también
pudieran atribuírsele a su maestro. Con esta enseñanza, y ungido por el Espíritu
Santo, Pablo estructuró los tratados que permanecen en el Nuevo Testamento
234
sobre la fe cristiana, la Iglesia, la justificación y la regeneración. La manera clara y
lógica como Pablo explicaba las grandes doctrinas de la fe Cristina, sin duda alguna
fue resultado, por lo menos en parte, de que había estudiado “a los pies de
Gamaliel”.
En la epístola a los Colosenses leemos también acerca de un hombre llamado
Onésimo, un esclavo que se había fugado (Colosenses 2:10, 18), quien
evidentemente, además del delito de abandonar a su dueño Filemón, evidentemente
había cometido un robo. Ahora Pablo lo había ganado para la fe cristiana y lo había
persuadido para que regresara a su señor. Como sabía la severidad del castigo que
se le infligía al esclavo que se escapaba, quiso persuadir a Filemón de que tratara a
Onésimo como a un hermano. Aquí vemos, pues, a Pablo como reconciliador.
Maniobró para asegurarle a Onésimo una recepción cristiana al regresar a casa de
Filemón. Colocó a Filemón en situación comprometida frente a la iglesia y en función
de su relación personal con Pablo, e hizo todo esto a favor de un hombre que se
hallaba en el peldaño más bajo de la jerarquía social de los romanos. Contrastemos
esto con la conducta del joven Saulo, cuando cuidó las ropas de los que apedrearon
a Esteban. Observemos cuan profundamente había cambiado la actitud de Pablo
hacia las personas.
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Escena en una calle de Nazaret. Nazaret era un pequeño pueblo de mala reputación. Sin
embargo, los padres de Jesús vivieron allí, y fue el lugar donde pasó su niñez el Salvador (Lucas
2:39–51). Este angosto y sinuoso callejón de Nazaret se parece mucho a las calles que había en
tiempos de Jesús.
En estos escritos vemos a Pablo como un amigo cordial y generoso, un hombre
de gran fe y valor, aun cuando se halló en medio de las circunstancias más extremas.
Estaba absolutamente consagrado a Cristo, en la vida o en la hora de la muerte. Dio
testimonio de estar firmemente anclado en las realidades espirituales: “Sé vivir
humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para
estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer
necesidad.
Todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:12, 13).