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    JULIAN

    MARIAS

    EL

    OFICIO

    DEL

    PENSAMIENTO

    B I B L I O T E C A N U E V A

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    Este nuevo l ibro de

    JULTN MARAS

    so br e te m as ta n di ve rs os y si em p re 691508000001

    apas ionantes , t iene una doble uni

    dad: la de la s i tuacin actual y la

    de ejercitar sobre todos ellos, con

    penetracin y lucidez, el oficio del

    pensamiento. Directa o indire cta

    mente, se refieren a las circunstan

    c ias espaolas en cua nto forman par

    te de la s i tuacin total del mundo.

    E intenta "al menos perforar ese te

    ln de fondo que cubre el porvenir

    inmedia to" .

    MARAS cree que, frente a tantos mo

    tivos como exis ten para sentirse des

    alentado, hay uno que nos conforta :

    las capacidades del pensamiento,

    al l donde de verdad puede actuar

    con la debida eficacia. Para l, "des

    de el siglo xvii, no ha tenido una

    hora tan inc i tante , tan apas ionante ,

    este abandonado oficio del pensa

    miento" . Y animado por es ta con

    fianza se lanza a realizar en este

    libro,

    como ya en tantos otros , en

    serio y a fondo, lo que es hoy ms

    arr iesgado, ms aventurado, ms d i

    ver t ido , ms esperanzador: pensar

    sobre las cosas sin otro fin ni otro

    l mite que la verdad.

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    EL OFICIO DEL PENSAMIENTO

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    OBRAS DE JULIAN MARIAS

    Historia de laFilosofia

    (10. edicin, Revista de Occidente, Madrid, 1958).

    Introduccin a la

    Filosofa(4. edicin, Revista de Occidente, Madrid, 1956).

    Biografia de la F ilosofa

    (2. edicin, Emec, Buenos Aires, 1956).

    Idea de la Filosofa (2. edicin, Columba, Buenos Aires, 1956).

    La filosofa del P. Gratry

    (2.* edicin, Sudamericana, Buenos Aires, 1948).

    Miguel de Unamuno

    (3 .

    a

    edicin, Emec, Buenos Aires, 1953).

    Ortega y tres antpodas

    (Revista de Occidente Argentina, Buenos Aires, 1950).

    Fosofia actual y

    exlstenclalismo

    en EspoAa

    (2.

    a

    edicin, Revista de Occidente,

    Buenos Aires, en prensa).

    San Anselmo y el insensato

    (2. edicin, Revista de Occidente, Madrid, 1954).

    Ensayos de teora

    (Barna, Barcelona, 1954).

    Ensayos de convivencia

    (Sudamericana, Buenos Aires, 1955).

    Aqu y ahora

    (Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1954).

    Los Estados Unidos en escorzo (2.* edicin, Emec, 1957).

    El mtodo histrico de lasgeneraciones

    (2. edicin, Revista de Occidente, Ma

    drid, 1958).

    La imagen de la vida humana

    (Emec, Buenos Aires, 1955).

    La estructura social

    (Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1955).

    El intelectual y su mundo

    (Atlntida, Buenos Aires, 1956).

    El oficio del pensamiento

    (Biblioteca Nueva, Madrid, 1958).

    Comentario a las ^Meditaciones del Quijote* de Ortega

    (Ediciones de la Uni

    versidad de Puerto Rico, Revista de Occidente, Madrid, 1957).

    ANTOLOGAS:

    El tema del hombre

    (2. edicin abreviada, Espasa-Calpe, Buenos Aires, 1952).

    La fosofia en sus textos

    (2. edicin, 3 vols., Labor, Barcelona, en prensa).

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    JULIAN MARIAS

    E L O F I C I O

    D E L P E N S A M I E N T O

    E N S A Y O S

    B I B L I O T E C A N U E V A

    A L M A G R O , 3 8 - M A D R I D

    9 5

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    Et propiedad

    Qued hecho el depsito que

    marea la ley

    Depsito legal:

    M.

    5.247

    1953

    Grfica dentares

    Orellana,

    7

    Madrid

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    I N D I E

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    PRLOGO 7

    El oficio del pensam iento 11

    Qu es la filosofa? 21

    Ata raxia y alcionismo 31

    La interpretac in visual del mundo 49

    Sobre Europa 59

    Hispanoam rica: Dram as personae 73

    La magia de les nombres 83

    Paulistas 89

    Religin y seguridad en Occidente 95

    Morir con los ojos abierto s 107

    Sacrificios humano s 113

    Tiempo y argum ento 117

    Desesperacin y desesperanza 123

    La insolencia 131

    Solencia e insolenc ia 137

    Holgura 145

    Tener buena prensa 151

    El extranjero y el turista 159

    Los otros mundos 167

    La generacin de 1856 175

    Etimologas 183

    La historia de la literatura empieza a ser historia 191

    La representacin de la obra clsica 199

    Don Quijote visto desde San cho Panza 205

    El otro en la isla : Robinson Crusoe y Pedro Serrano 213

    El paisaje y la imaginacin exac ta 223

    Historia de un silencio 229

    Dos dedicatorias 235

    El mundo es ans 243

    Ramn y la realidad 251

    La adivinacin 259

    Plate ro y yo o la soledad comunicada 265

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    Los artculos que componen este libro, por debajo

    de la diversidad de sus temas, tienen una profunda

    unidad, que les viene de una doble referencia co

    mn a todos ellos: la presencia de una situacin

    concreta, desde la cual y en vista de la cual estn

    escritos, y la preocupacin por la funcin especfica

    del pensamiento. He elegido para ttulo de este

    volumen el de su primer captulo, porque en l se

    plantea el problema que todos los dems intentan

    resolver de hecho: las condiciones y las formas en

    que el pensamiento puede operar realmente para

    comprender las cosas.

    La poca en que vivimos significa, como todas las

    dems, un a innovacin y transform acin; sera un

    espejismo pueril creer que su inseguridad y proble-

    matismo es patrimonio exclusivo suyo. Pero sera

    tambin falta de imaginacin no ver que presenta

    algunas peculiaridades

    :

    la amplitud de esa tranfor-

    macin, nacida del hecho de que el mundo empieza

    a funcionar como una totalidadaunque todava

    no

    como una unidad, y por tanto que "nuestra" si

    tuacin es de magnitud desconocida antes

    ;

    el ritmo

    acelerado de ese cambio, que permite ver como po

    cas veces su figura; por ltimo, el que esa variacin

    afecta, y simultneamente, a estratos muy profun-

    _ 7 _

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    dos de la vida en distintas dimensiones

    :

    la tcnica,

    la estructura poltico-social, las formas y posibilida

    des del saber, la sensibilidad bsica ante la vida

    misma.

    Una parte considerable de estos ensayos se refie

    re directamenteindirectamente, todosa las cir

    cunstancias espaolas, si bien nunca aisladamente,

    sino en cuanto forman parte de la situacin total de

    nuestro mundo. Lo que podemos llamar con rigor la

    "poca actual" empieza en Espaa sin duda con la

    generacin del 98, la ms antigua de las que hoy

    son todava plenamente presentes, mientras que

    todo lo anterior es ya nu estro pretrito

    ;

    en qu me

    dida este nivel concuerde con el general de Europa

    es uno de los ms delicados problemas de esa si

    tuacin histrica. Esta poca muestra ya su figura y

    su sentido, y cabe preguntarse si pervive an o es

    tamos pasando a otra

    ;

    y este pregun ta envuelve una

    interrogacin por nuestro futuro, por lo que puede

    ser el argumento de nuestra vida colectiva. No se

    me oculta que la oscuridad respecto a l, lo que

    parece en ocasiones obturacin del horizonte hist

    rico,

    es uno de los factores ms inquietantes que

    actan en la vida espaola a mediados del siglo xx.

    Intentar descorrer ese velo, o al menos perforar ese

    teln de fondo que cubre el porvenir inmediato

    parece una empresa urgente y que se justifica por

    s misma.

    Frente a tantos motivos como existen para sen

    tirse desalentado, hay uno que nos llevara estric-

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    tamente a lo contrario: las capacidades del pensa

    miento, tal como hoy es posible, como funciona all

    donde de verdad funciona. "Todo es problemtico

    he escrito, y por consiguiente todo est por ha

    cer; pero se sabequiz slo esocmo hay que

    hacerlo. Yo creo que desde el siglo xvn no ha teni

    do una hora tan incitante, tan apasionante, este

    abandonado oficio del pensamiento." Creo que entre

    nosotros ha alcanzado ste, en nuestra poca, cali

    dades antes desconocidas. Quisiera que estas pgi

    nas,

    en quecon bien modestos recursosse inten

    ta movilizar el pensamiento en torno a temas ma

    ysculos o minsculos, pero siempre reales y no

    convencionales, sirvieran de estmulo para hacer,

    en serio y a fondo, lo que hoy es ms arriesgado,

    ms aventurado, ms divertido, ms esperanzador :

    pensar sobre las cosas, sin otro fin ni o tro lmite que

    la verdad.

    J. M.

    Madrid, noviembre de 1957.

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    EL OFICIO 'DEL PENSAMIENTO

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    A Jos Luis Aranguren

    Cunto piensan los intelectuales? La pregunta parece extraa,

    si no impertinente; se supone que la principal ocupacin de los inte

    lectuales es pensar; algunos son llamadoscon trmino que ahora

    usa insistentemente Heidegger"pensadores". Y sin embargo, mu

    chas veces me he parado a pensar en el pensamiento que ejercitan

    sus titulares por excelencia, me he preguntado, a mis solas, por su

    cuanta, su intensidad y sus formas.

    Diversas consideraciones me han empujado hacia esa preocupa

    cin. Una de ellas, la comparacin de la figura humana dominante

    hoy entre los intelectuales y las usadas en otros muy varios tiem

    pos.

    Hasta hace pocos decenios, y salvo excepcionesindividuales

    o de breves periodos, las vidas de los hombres dedicados al me

    nester intelectual solan ser sencillas, hechas de calma, holgura

    skhol, otium, loisir, leisure, tiempo libre, tal vez aburrimiento

    al menos cierto aburrimiento. Ms de una vez, mirando las peque

    as, encantadoras, conmovedoras ciudades universitarias alemanas,

    con sus casas de madera, sus tejados agudos, su plaza con una fuen

    te ,

    su ro lento sombreado de olmos, robles o castaos, su sociedad

    limitadsima, sus breves das grises y sus largas noches tantos meses

    al ao, he soado el ttulo de una posible y sabia disertacin sobre

    Die Langew eile ais Triebfeder der deutschen Gelehrsam keit und

    Wissenschaft ("El abu rrim iento como reso rte de la erudicin y la

    ciencia alemana"), que alguien debera escribir. Cuando a las cinco

    o las seis de la tarde caen las sombras, fuera llueve o hace fro, cada

    uno se refugia en su casa, qu hacer? Encendida la estufa, tem

    plada la habitacin, bajo la lmpara qu cosa ms natural que

    inventar geometras no euclidianas, establecer la cronologa de los

    dilogos platnicos, poner en claro los orgenes de los etruscos, ana

    lizar los sonidos o segregar, como capullos, sin perder el hilo, enma-

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    J U L I A N M A R I A S

    raa dos sistemas filosficos? Y as ha sido ; aun qu e par a ello ha sido

    menester algo ms que aburrimiento.

    Los intelectuales de nuestro tiempo hacen demasiadas cosas.

    Tienen cargos pblicos, hacen vida social, presiden comisiones, hacen

    declaraciones a los periodistas, hablan por la radio, aparecen en la

    televisin, forman parte de innumerables asociaciones, intervienen

    en la poltica de su pas y de los otros. Temo que les falte en muchos

    casos tiempo, ms an calma para pensar. El pensamiento supone

    siempre un repliegue, un retraimiento o retiro a las soledades de

    uno mismo, a su intimidad silenciosa. Es esencial ese movimiento

    hacia atrs y hacia adentro; quiero decir que hay que estar en las

    cosas para poder retraerse de ellas

    ;

    en ocasiones es necesaria hasta

    la inmersin en la accin, desde la cual se ejecuta la sutil retirada que

    pone distancia y deja lo real en la perspectiva justa para ser cono

    cido.

    Pe ro con qu frecuencia? Pu ede nadie pens ar en serio que

    tal operacin se realice a cada instante? A un nmero muy alto de

    intelectuales contemporneos les faltan las posibilidades radicales,

    la actitud primaria que hace posible llegar al pensamiento.

    Por otra parte, con frecuencia me sorprende cuantas cosas saben

    los intelectuales, sobre todo los que son relativamente "tranquilos"

    De cuantas cosas estn enterados, cuantsimas revistas leen, qu

    tremendas bibliografas exhiben, cuantos libros citan en sus notas

    al pie de pgina. Todo eso lleva tiempo, mucho tiempo. Cuando se

    desea, quiz durante aos, un poco de holgura para leer un libro

    que se tiene al alcance de la mano, en el estante, y que espera su tur

    no, admira, un poco envidiosamente, el increble nmero de cosas

    que tantos saben. Pero a la admiracin sucede una inquietud: todo

    el tiempo que se consume repasando y revisando revistas, huronean

    do en las bibliotecas, leyendo tantos libros, llenando tantas fichas,

    son horas que se restan de las escasas de cada da. El tiempo que

    en eso se invierte, no se invierte en otra cosa, por ejemplo en pen

    sar. Hay que elegir; hay que buscar un equilibrio entre la informa

    cin y el pensamiento, porque nuestros das estn contados, y ava

    ramente contadas las horas de cada uno. Los que tanto saben no

    ser que piensan menos? No deber justificar el intelectual su pro

    pio saber, su informacin, su erudicin? Bien sabido es que si el

    saber no ocupa lugar, ocupa tiempo. Y no slo tiempo, sino atencin,

    energa, dedicacin, puesto en la perspectiva vital, capacidad de

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    orientacin de nuestra alma. Toda la figura de una mente dedicada

    a los menesteres intelectuales est condicionada por su pondus, por

    aquello hacia lo que gravita y que es su amor. Ante una cuestin

    cualquiera qu hace primariamente el intelectual? Se pone a bus

    car bibliografa, se pone a leer viejos libros, busca el ltimo artculo,

    se pone a pensar?

    Unamuno opinaba que muchos se dedican a contarle las cerdas

    al rabo de la esfinge, por miedo a mirarla a los ojos. La informacin

    y la erudicin son, por otra parte, las grandes simuladoras, porque

    fingen vida intelectual donde slo hay manejo de inertes objetos

    intelectuales. Hablar de las cosas es un medio excelente de evitarlas

    ;

    barajar problemas y teoras es un cmodo expediente para quedarse

    a cien leguas de ellos. Lo grave es que, a la larga, se pierde el

    hbito del pensamiento; no se es capaz de pensar ni de repensar,

    sino,

    a la sumo, de "traspensar"hay pases enteros que no hacen

    otra cosa. Llega un momento en que ni siquiera se distingue. "A

    distinguir me paro las voces de los ecos", deca Antonio Machado,

    formulando, sin saberlo, una admirable divisa intelectual. No se sos

    pecha hasta qu extremo est embotada la capacidad de apreciar lo

    que es autntico y lo que es mero "hacer que se hace", cmo se

    resbala sobre eso mismo que se lee y cita, en qu medida falta la

    reaccin adecuada ante la produccin intelectual. Otras veces he

    hablado de los aspectos morales de esto; ahora me refiero a lo espe

    cficamente intelectual y terico, a la fcil deglucin del errorcuan

    do no es un dato equivocado, sino una idea falsa, a la aceptacin

    de las confusiones, a la insensibilidad para lo que es nuevo y origi

    nal, sobre todo para lo que es efectivo pensamiento, rigurosa y clara

    teora. Hay algunas excepciones de intelectuales que viven alerta,

    sumergidos en la delicia de su vocacin, atentos a la verdad o la

    agudeza que cruzan su horizonte visual; con menos precisin y hon

    dura, se da tambin esta actitud en bastantes hombresy sobre

    todo mujeresque no son productores sino gozadores, que son lo

    que suelo llamar "los intelectuales marginales" que tantas cosas

    esplndidas hacen posibles. Pero algn da, si tengo humor, acaso

    cuando sea algo ms viejo, me entretendr en hacer una lista de las

    innovaciones, de los hallazgos de teora que se encuentran en libros

    recientes y que estn en manos de todos, pero de las que apenas

    algn intelectual profesional se ha enterado.

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    Por qu ocurre as? Por qu el pensamiento ha pasado, de ser

    el atributo esencial y constitutivo del intelectual, a ser un fenmeno

    relativamente infrecuente? No debemos pasar por alto las razones

    econmicas que en ello influyen, y que son bastantes retorcidas y

    complicadas. El crecimiento de la vida en todos los rdenes y el

    advenimiento de masas considerables a los rdenes que antes esta

    ban reservados a muy pocos han hecho que la condicin econmica

    del intelectualescritor, profesor, funcionario de culturasea me

    nos precaria de lo que ha sido en otras pocas, aunque siempre in

    ferior a la de los profesionales de vala anloga en otros campos. Esto

    ha hecho que se dediquen a menesteres especficamente intelectuales

    muchas personas de vocacin mnima o vacilante, que en otro caso

    habran rehuido los sacrificios que tal dedicacin impona, y que los

    intelectuales aceptaban por la compensacin que para ellos significa

    ba la fruicin de su ejercicio. E n lar ga s. etapa s de la historia, h a

    sido intelectual slo el que no tena ms remedio: el que se senta

    impelido con tal fuerza a esa forma de vida, que no estaba en su

    mano pesar sus inconvenientes, desde la pobreza hasta el despresti

    gio o la persecucin. Pero ahora, al no ser tan penosa su situacin,

    abrazan el oficio intelectual muchos hombres cuyas apetencias ms

    sinceras van por otros caminos y que, por tanto, aspiran a un bie

    nestar econmico que al intelectual de raza ha solido importar muypoco; y entonces tratan de mejorar su rendimiento, lo cual los lleva

    a las formas secundarias e inautnticas de actividad, las que pueden

    hacerse de modo inerte, por acumulacin de trabajo o tal vez de pa

    labras, sin inspiracinsiempre problemtica e insegura, sin ese

    riesgo de fracaso que es inseparable del pensamiento que se lanza

    deportivamente entre los cuernos agudos de los problemas. Y como

    a los hombres de este linaje les importa tambin la estimacin so

    cial, sobre todo por lo que tiene de "cotizacin", se esfuerzan por

    imponer la aceptacin de la forma en que ejercitan su actividad y,

    por consiguiente, la confusin y hasta la descalificacin social del

    pensamiento y de la teora estricta.

    Una segunda razn es poltica. Vivimos en una pocahe escrito

    sobre ello amplia y claramente en El intelectual y su mundo y en

    otros lugaresdefinida por la penetracin de la poltica en mbitos

    donde no sola entrar. La consecuencia ineludible ha sido una men

    gua sensible de la libertad en los pases ms afortunados, su desapa-

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    ricin o poco menos en otros muchos. Si el gremio intelectual hubie

    se estado compuesto slo por hombres de verdadera vocacin, la

    consecuencia de ello habra sido la resistencia activa, la catacumba o

    el silencio total; como no es as, muchos han desviado su actividad

    hacia los menesteres de una informacin ms o menos slida, pero

    que por no encararse con los problemas resulta inofensiva y no des

    pierta recelosy de ah el resurgimiento a destiempo de la erudi

    cin, cuando ya pareca definitivamente superada; y como en mu

    chos casos el favor poltico es requisito imprescindible para la pros

    peridad, no ha bastado con soslayar el pensamiento, sino que ha

    sido menester suplantarlo, sustituirlo con un remedo de l que, le

    jos de buscar arriesgadamente la verdad, exponindose a perderse

    sin hallarla, proporcione argumentos a todos los poderes.

    Hay una tercera razn, bastante sutil, y que lleva a evitar el

    pensamiento. Est en conexin con el politicismo de nuestro tiempo,

    es su repercusin en los contenidos mismos de la vida intelectual.

    Me refiero al carcter "partidista" que toman las ideas, a la propen

    sin a reducirlo todo a "ismos" y slogans. El pensamiento siempre

    matiza y distingue; siempre veal revs que la polticael otro

    lado de la cuestin; en lugar de petrificarse en frmulas, pasa a

    travs de ellas y si las conserva es modificndolas, renovndolas,

    hacindolas vivir; sobre todo, ponindolas perpetuamente en cues

    tin. Ahora bien, como el pensamiento en sentido estricto no es vi

    gente, no hay probabilidad de que sea socialmente atendido y seguido.

    Las ideologas formulizadas y convertidas en un "ismo", o aquellas

    revestidas de una terminologa que funciona automticamente, son

    "recibidas" por el pblico, que se "alista" en ellas o dispara sin

    inteleccin directa los resortes de sus frmulas. Ocurre as con el

    marxismo, el existencialismo, el psicoanlisis, el neoescolasticismo y

    algunas otras ideologas; tal esquematismo no ha sido ajeno al xito

    de obras individuales como la de Toynbee, en grado menor la de

    Riesman y algunas otras. No quiere esto decir que todas estas doctri

    nas no tengan valor intelectual, a veces alto, sino que su aceptacin

    fcil no viene de l, sino de su carcter. Es, en cambio, improbable

    que sea. "adoptada" m ultitudinariam ente una doctrina constituida

    por un pensamiento alerta y siempre fiel a la estructura varia y cam

    biante de la realidad. (Otra cosa es, por supuesto, la perduracin y

    la fertilidad de unas y otras; es muy probable que las frmulas

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    2

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    vayan siendo abandonadas sbitamente, por mero cansancio, como

    suelen caer de repente los best-sellers, mientras el pensamiento si

    gue operando durante decenios o siglos.)

    Por ltimo, una cuarta razn, acaso la decisiva, es que la infre

    cuencia del pensamiento lo hace cada vez ms infrecuente. Quiero

    decir quesalvo excepciones individuales tocadas de genialidadel

    pensamiento surge en cada mente individual suscitado por el espec

    tculo de su ejercicio, "contagiado", podramos decir. Esa, y no otra,

    es la autntica funcin de la "escuela", del "seminario" en su acep

    cin literal de semillero. Cuando ser intelectual quera decir dedi

    carse a pensar y los que lo hacan eran muy pocos, la transmisin

    de ese quehacer extrao que llamamos pensamiento terico era nor

    mal; hoy es poco probable que un joven tenga la experiencia au

    tntica de lo que es verdaderamente pensamiento, y en cambio es

    seguro que asistir mil veces a su suplantacin o a su elusion. Esta

    dificultad, muy seria y difcilmente superable, viene multiplicada

    por el fenmeno contemporneo de los "nacionalismos", cuyo efecto

    es, en esta poca de ir y venir, trasiego y comunicacin, el aislamien

    to en los estratos ms profundos de la vida. El nacionalismo, en

    efecto, reduce arbitrariamente el mbito de la posible ejemplaridad

    Se habla de todo, pero a la hora de la verdad, esto es, de acercarse

    al pensamiento en su germinacin, en su realidad internay slo

    en esto consiste el magisterio, se rehusa lo que no se juzga "pro

    pio".

    Cuando el carcter del pensamiento es su maravillosa aptitud

    para ser "apropiado " La consecuencia es el emp obrecimiento, la

    debilitacin progresiva de la funcin terica. A veces se observa

    que un pas modesto, sanamente interesado por lo que ocurre ms

    all de sus fronterascasi todo, a medida que va prosperando

    econmicamente se va envaneciendo y pretende, cada vez ms, aten

    der slo a s mismo y hablar de s mismo, camino seguro hacia la

    indigencia mental. El nacionalismo, en ocasiones, da un curioso ro

    deo: en la imposibilidad de buscar la ejemplaridad intelectual en lo

    propio, busca lo remoto, rechazando obstinadamente lo prximo y

    afn. Pero ocurre que el contagio intelectual tiene sus requisitos:

    slo se produce en la cercana personal o cuando hay una comunidad

    de supuestos. El contacto con un maestro lejano podr ser fecundo;

    es inverosmil que por mera lectura una doctrina originada en un

    mbito muy distinto provoque ms que un mimetismo, eso que los

    18

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    EL O F I C I O DEL P E N S A M I E N T O

    franceses llaman singer. Por eso el mundo se ha llenado en treinta

    aos de "monos" de Freud, Heidegger o Sartre; y los monos saltan

    de rama en rama, pero no van a ninguna parte .

    La participacin en las formas de pensamiento ajeno slo se hace

    en virtud de una previa "apropiacin"; pero sta ha de ser activa,

    quiero decir, desde un pensamiento personal, nunca receptivamente.

    Cuando se compara a los "ilustrados" espaoles del siglo xvm con

    los hombres de la generacin del 98 y la siguiente, se comete un

    grave error: nuestros admirables abuelos fueron slo receptivos;

    conocan muy bien el pensamiento europeo, lo comunicaban, lo trans

    mitan; no lo hicieron germinar'en nuestro suelo, porque ellos no

    tenan pensamiento propio. Los hombres de nuestro siglo han lo

    grado la aclimatacin de buena porcin del pensamiento occidental

    en Espaa porque han sido creadores, porque se han apoderado de

    l desde el suyo, con ese instrumento, nico eficaz. Para aduearse

    del pensamiento de mbitos histricos o sociales distantes, no hay

    ms remedio que pasar por la ejemplaridad de un pensamiento crea

    dor cercano, perteneciente a la misma sociedadal menos en sentido

    lato,

    acaso a la misma lengua, que es el gran supuesto previo de

    toda intrepretacin.

    Y el caso es que el pensamiento, l, est en una de sus sazones

    mejores. En todas las disciplinasy en las de humanidades esto es

    una novedad, la aproximacin a la realidad ha sido prodigiosa; y

    la invencin de instrumentos para su aprehensin, comparable a la

    de las pocas ms felices. Al acercarse a la realidad, se ha visto que

    es problemtica en grado superior a lo que se imaginaba, y esto ha

    espantado a muchos; pero no hay tentacin comparable para un

    intelectual "pura sangre", para el que alguna vez haya gustado la

    spera y penosa delicia del pensamiento. Todo es problemtico, y

    por consiguiente todo est por hacer; pero se sabequiz slo eso

    cmo hay que hacerlo. Yo creo que desde el siglo xvn .no ha tenido

    una hora tan incitante, tan apasionante, este abandonado oficio del

    pensamiento.

    Soria, 1957.

    19

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    I

    DILOGO CON HEIDEGGER

    En agosto de 1955, hace ahora un ao, Heidegger fupor pri

    mera veza Francia. Cuando lleg al Chteau de Cerisy, en Nor-

    manda, traa an en sus ojillos vivos y penetrantesdos ojos de

    hombre astuto, como en el verso de Machado un reflejo del Pars

    que acababa de ver. Ojos escrutadores, de los que han entrado ms

    hondamente en lo real, en un rostro atezado, campesino, tal vez de

    guardabosques alemn, siempre alerta entre las malezas tupidas y los

    senderos que se pierden y acaso no van a ninguna partesus Holz-

    wege

    . Al tercer da abandon su traje de ciudad para recobrar

    su habitual chaqueta montaera de verdoso gris con verdes hojas

    en las solapas: se sinti ms l mismo, le ayud a vencer su recelo,

    su conmovedora timidez aldeana"Soy tmido, dijo con una son

    risa al despedirse, porque vengo de aldeanos, ich komme aus den

    Bauern".

    Martin Heidegger iba a entrar en dilogo con un grupo de perso

    nas, en su mayora no alemanas. Un intento de comunicacinel

    gran problema de su filosofa, como subray Gabriel Marcelen torno

    a la cuestin misma en que todas ellas estaban personalmente impli

    cadas: "Qu es la filosofa?" No se trataba, como Heidegger mismo

    dijo, de llegar a unas conclusiones, a un

    Protokoll,

    sino de unir

    las voces en una consonancia, en un dilogo donde lo que importaba

    era la Zttstimmung. Al iniciar los dilogos, He ideg ger formul su s

    principios rectores

    :

    1) Las preguntas ms estpidas son las mejores.

    2) Olvidarlo todo. 3) Inte nt ar en este coloquio no arg um enta r, no razo

    nar, sino abrir los odos y los ojos.

    Heidegger evoc, con frenada emocin, los aos de su formacin

    intelectual, de 1906 a 1914, los ms estimuladores en Alemania. Aos

    de la traduccin alemana de Kierkegaard, de la edicin completa

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    J U L I A N M A R I A S

    de Der Wille zur Macht de Nietzsche, de la publicacin por Husserl

    de su artculo Philosophie als strenge Wissenschaft. "Desde mis die

    cisiete aosrecord Heideggerme he ocupado de Aristteles"; y

    evoc al viejo Brentno y a Trendelenburg, que volvieron a traer de

    la mano a Aristteles, "padre de este pensamiento".

    Una conferencia inaugural, discusiones, otras conferencias con

    otros puntos de vista

    ;

    pero, sobre todo, tres seminarios dirigidos por

    Heidegger: un texto de Kant, otro de Hegel, un poema de Hlder-

    lin. Heidegger, archiprofesortambin lo fueron Aristteles y Hegel

    ;

    no hay mengua en ello, sino destino, Schicksal, como l gusta de

    decir. Heidegger, hombre quiz de no demasiadas lecturas, qu

    hondo y tenaz lector de sus griegos, de sus idealistas alemanes, de

    su Ho lderlin Qu fruicin casi infantil an te los tex tos Qu ma

    ravillosa entrega a la tarea de desmontarlos, descomponerlos y ver

    cmo son por de ntr o El taller de He idegg er Delicia intelectu al de

    entrar en l y pasarse dentro las horas muertasno le importa que

    el seminario salte sobre la hora del t y se estire hasta que se pone

    el sol, vindolo operar, aflojar y reajustar los rodajes y las piezas,

    feliz cuando alguien le seala el tornillo decisivo, el eslabn preciso,

    o mueve la palanca oportuna. Embriagado en la labor, olvidado de

    todos y de todo, absorto en su propia visin, escuchando la voz del

    ser y la voz de sus clsicos entraables, sin poder transmigrar, ge

    nial y sencillo, limitado por su propia grandeza, "monstruo de su la

    berinto".

    Ahora, Heidegger acaba de publicar la conferencia inaugural de

    estos dilogos de Cerisy: Was ist das die Philosophie" Pidi que al

    gunos, aparte del coloquio que sigui, expusisemos nuestros pun

    tos de vista o nuestras discrepancias en breves conferencias inde

    pendientes. As lo hicimos Marcel, Ricoeur, Goldman y yo. Prefer

    partir de donde l lo haba hecho y plantear la cuestin tal como yo

    la veo, dentro de nuestra mnima tradicin filosfica espaola. Pien

    so que, publicado el texto de H eidegger, se justifica q ue trad uzc a aqu

    al espaol el que le en Cerisy. El lector que me siga asiduamente

    si hay algunoencontrar ideas ya formuladas por m en los lu

    gares que cito ms abajo. Creo que, de todos modos, vale la pena

    lograr una resonancia ms del dilogo con Heidegger.

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    QUE ES L A F I L O S O F I A ?

    I I

    QU ES LA FILOSOFA?

    Si hablamos de filosofa, hablamos ante todo de un nombre, y de

    un nombre griego:

    philosopha.

    Esto nos remite pues a una tradi

    cin, que es la de Grecia y de Occidente. Se habla, en efecto, de

    filosofa desee hace unos veinticinco siglos: hay u na continuidad de

    una "misma" actividad humana, por lo menos de una serie de acti

    vidades que encierran elementos comunes y que responden a una

    situacin igual o anloga. Pero por otra parte, puesto que hay que

    hacer filosofa, esto significa que no est hecha y acabada, sino que

    es algo por hacer, un quehacer o tarea, es decir, que tenemos que

    hacer otra filosofa que las que nos han precedido. Hay, pues, a

    nuestra espalda toda una serie de relaciones de alteridad, cuyo sis

    tema es la historia de la filosofa. Nuestra situacin propia es estric

    tamente inversa de la de los presocrticos

    :

    ellos tuvieron que hacer

    filosofa porque no la haba; nosotros tenemos que hacerla porque

    la encontramos en nuestra tradicin, pero la que existe no nos basta

    y tenemos que hacer otra, precisamente la nuestra. (Si no tuvise

    mos que hacer otra filosofa, no tendramos que hacer filosofa, por

    que sta ya estara hecha; el hacer filosofa cuando no se hace

    otra es literalmente "hacer que se hace".)

    El nombre filosofa no significa gran cosa. Ocurre algo parecido

    con el nombre metafsica. Metafsica (he insistido varias veces en

    este detalle elemental y significativo) no es una palabra griega, sino

    cuatro

    :

    t met t physik. La palabra latina metaphysica, a su vez,

    no es una traduccin, sino una simple fusin y transliteracin. El

    nombre metafsica no significa nada en latn y nada interesante en

    griego. Su funcin es ms bien retrica y potica: es una palabra

    tomada en prestado a otra lengua, que no es ante todo una significa

    cin oBedeutung, sino un signo bastante misterioso, al cual se atribu

    ye un sentido bastante vago: lo que hay ms aU de la fsica o de la

    naturaleza. Es decir, el nombre metafsica promete y no compromete,

    y sta es la razn de su excepcional fortuna yme atrevera a decir-

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    J U L I A N M A R I A S

    lode su valor y su inters. Se podra decir casi otro tanto del nom

    bre filosofa, designacin algo tarda de cierta actividad griega (sospe

    chosa e inquietante durante mucho tiempo), que result necesaria,

    al menos para algunos hombres, en una situacin muy concreta de

    la historia antigua.

    Si eso que se llama filosofa tiene alguna funcin en la vida hu

    mana, es menester descubrir su origen y su justificacin en una ne

    cesidad humana que anteriormente era satisfecha por alguna otra

    realidad homologa, y de la cual la filosofa resulta vicaria. Si tuvi

    ramos tiempo, creo que sera interesante estudiar desde este punto

    de vista la idea de

    mora,

    en la cual he credo encontrar hace mucho

    tiempo un anlogon preteortico de la physis, y tambin la funcin

    de los orculos. Para citar algo preciso, recordar que en la

    Teogo

    nia (v. 27-28), las Musas dicen: "Sabemos decir muchas mentiras

    semejantes a las cosas verdaderas pero sabemos, cuando queremos,

    proclamar verdades". Hay una doble contraposicin en Hesiodo:

    psedea se opone por una parte a tymalas cosas verdaderas o

    autnticas, por otra parte a alethalas verdades que se dicen o

    proclaman, que son manifestadas, desveladas o descubiertas. Este

    pasaje de Hesiodo coincide casi exactamente con un verso de la Odi

    sea (XIX, 203), en que Ulises dice "muchas mentiras semejantes a

    cosas verdaderas"

    (psedea poll lgon etymoisin homoa),

    es decir,

    verosmiles (vero-smiles). Y las Musas son en Hesiodo artipeiai,

    "veraces", mejor dicho "de palabra exacta", que dicen de una ma

    nera justa y adecuada.

    Aristteles dice de la sopha que los hombres la han buscado di

    t phegein tn gnoian, por huir de la ignorancia o por ahuyentar

    la, para saber a qu atenerse, para escapar a esa perplejidad e

    incluso vrtigo de que habla Platn en su Carta VIL Saber a qu

    atenerse. Pero ahora hay que pre gu nta rse: acerca de qu?

    Cuando las cosas estn presentes, el hombre las usa vitalmente

    de muy diversas maneras. Cuando no estn presentes, plantean pro

    blemas. Pero hay que recordar que hay tres maneras bien diferentes

    de no-presencia:

    1) Cuando la cosa que necesito, que m e es m enes ter o simple

    mente deseo no est en el espacio o en el tiempo en que me encuen

    t ro . Me acuerdo de cosas de que he podido disponer en otro tiempo,

    o bien imagino situaciones posibles en las cuales necesitara dispo

    ;

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    QUE ES L A F I L O S O F I A ?

    ner de cosas que actualmente no existen. El conjunto de las reac

    ciones humanas a esta forma de no-presencia es lo que se puede lla

    m ar

    tcnica.

    2) Otra forma d e no-disponibilidad d e las cosas es el fracaso o

    el fallo. Empiezo (esto es esencial).por tener las cosas; despus dejo

    de tenerlas, o bien las tengo de una manera precaria y deficiente,,

    que altera la situacin. Iba andando tranquilamente y de repente el

    suelo me falta debajo de los pies o por lo menos se vuelve inestable

    ;

    estaba viendo las cosas (instalado sin ms en esa visin, sin reparar

    siquiera en ella), y ahora estoy en la oscuridad, porque el sol se ha

    puesto o se ha apagado la luz que me alumbraba. El hombre con

    quien estaba hablando se ha quedado inmvil, ha enmudecido, ya

    no responde, definitivamente. Y yo no s ya a qu atenerme. Es

    el thaumzein, el asombro o ex tra eza : estoy fuera de mi situacin

    previa, me he vuelto extrao y, como deca Aristteles, no hago

    nada. nicamente, decir esto no es decir bastante: no hago nada

    porque ya no soy dueo de mi situacin, y en lugar de proseguir la

    accin en la que estaba empeado, inicio otra (en principio entera

    mente diferente de la anterior, y por eso puedo decir que no hago

    nada, se entiende, nada de aquello que estaba haciendo), otra accin

    consistente en preguntarme qu ha sucedido, cul es mi nueva si

    tuacin, cmo es posible que eso le haya sobrevenido a aquella cosa.

    En otros trminos, qu es esa cosa. Dejo de ocuparme de la cosa

    misma, y me preocupo de su ser, en el sentido de su consistencia.

    Y ste es el origen de esa forma de pensamiento que llamamos co

    nocimiento o, si se quiere, "ciencia", (a la pre-ocupacin acerca del

    ser corresponde el carcter de pre-cosa que pertenece al ser de

    la cosa.)

    3) Per o hay un a tercera forma, ms radical, de no-presencia, de

    "no estar aqu". Es la de lo que est latente. Lo que est latente

    declara y al mismo tiempo niega su presencia. Estamos en un bosque,

    es a n de da, vemos con clarida d; pero la noche es inminente. Dn

    de est la noche? En ninguna parte, por supuesto

    ;

    pero nos acecha,

    contamos con ella, nos comportamos en vista de ella. Mientras estoy

    vivo,

    mi muerte no tiene realidad ninguna, no est en ninguna parte,

    no puedo hacer nada con ella; pero me aguarda, no s dnde, no s

    cundo, y cuento con ella. El futuro es lo latente por excelencia, y

    justamente no tengo ms modo de vivir que en vista del futuro, an-

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    J U L I A N M A R I A S

    ticipndolo. Y el ms all, y Dios mismo, a quien "nadie ha visto

    nunca" (Deum nemo vidit unquam), pero sin el cual no s a qu

    atenerme, quiero decir, no s a qu atenerme en absoluto si no s

    a qu atenerme acerca de l.

    Esta tercera forma de no-presencia me conduce a la exigencia de

    considerar la totalidad de mi vida y de mis circunstancias. Lo que es

    latente cerca mi vida, la rodea y envuelve, le da un horizonte, le

    confiere as su unidad y su carcter de totalidad. Mi actitud frente

    a lo que est latente, en su conjunto, tiene que ser por eso total, ra

    dical. El pensamiento no es ya tcnico o cognoscitivo o cientfico; ha

    de hacerse radical y ltimo. Pero con ello no est an decidido si

    se trata estrictamente de

    conocimiento

    (en el sentido riguroso que

    da Ortega a esta palabra en sus Apun tes sobre el pensam iento) o de

    otra forma de pensamiento; si lo que va a nacer es la filosofa u

    otra cosa.

    Originariamente, en efecto, el hombre no puede hacer nada para

    llegar al fondo latente de las cosas

    ;

    es ese fondo latente el que ha de

    revelarse de una forma o de otra. En la medida en que el hombre

    tiene fe en las fulguraciones de lo reallos orculos, la adivinacin,

    etctera, est orientado y sabe a qu atenerse. Cuando, tras mul

    titud de experiencias histricas, de ensayos, de fracasos, de contactos

    con otros sistemas de creencias, esa fe se quebranta, sobreviene una

    incertidumbre. Recurdense los pasajes de Herodoto referentes al

    "examen de orculos" de Creso, y los de Jenofonte en la Anabasis

    a propsito del conflicto entre la evidencia de la razn y la orienta

    cin de los sacrificios. Pero hay un momento en que comienza a

    surgir una nueva creencia: la creencia en que las cosas son "en el

    fondo" lo mismo, que no derivan unas de otras por generacin, que

    hay cierta

    consistencia

    en, n

    acerca de la cual puede uno in

    terrogarse.

    La situacin se invierte: ya no se trata de esperar pasivamente

    la revelacinpor ejemplo del orculo; se trata ms bien de diri

    girse a la realidad y obligarla a responder. Es el hombre mismo el

    que puede

    desvelar

    la realidad. Hay un camino doble: de lo que

    est latente a lo que est manifiesto, y de lo que est patente y ma

    nifiesto a la realidad latente y oculta. Dicho con otras palabras, hay

    u n mtodo. La verdad no es ya lo que se dice verazmente al hombre,

    es lo que el hombre mismo hace con las cosas, es decir, lo que des-

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    QUE ES L A F I L O S O F I A ?

    cubre en ellas. Se trata de un averiguar, de un verificare o verum

    facer.

    Y lo que el hombre hace con las cosas es una

    interpretacin

    que le permite saber a qu atenerse acerca de ellas y as hacer su

    vida en medio de ellas y con ellas, en su circunstancia o mundo.

    Ahora bien, el nombre de la interpretacin ms ilustre de la rea

    lidad, de aquella que ha sido el fundamento de la filosofa occiden

    tal durante veinticinco siglos, es el Ser. Y ahora se plantea el pro

    blema radical de saber a qu atenerse acerca de la realidad misma,

    por debajo y ms all de todas sus interpretaciones (y por tanto

    del ser), dando al mismo tiempo razn de estas. Y esto equivale, en

    mi opinin, a pla ntea r la cuestin que nos ha reunid o aq u : Qu

    es la filosofa?

    NOTA.Sobre la interpretacin de la verdad como altheia o

    apoklypsis, descubrimiento, desvelacin, vase Ortega y Gasset:

    Meditaciones del Quijote (Madrid 1914). Sobre los pasajes de Hesiodo

    y de la Odisea y sobre el nombre metafsica, vase J. Maras: Idea

    de la Metafsica (Buenos Air es 1954). Sobre el origen de la filosofa,

    Biografa de la Filosofa (Buen os Aires 1954) y sobre todo Introduc

    cin a la Filosofa (Madrid 1947), donde se enco ntrar tam bin un a

    interpretacin de la mora y precisiones sobre las relaciones entre

    la realidad y el ser. Sobre este punto puede verse tambin el artcu

    lo "Realidad y ser en la filosofa espaola" (La Nacin, Buenos

    Aires, 7-VIII-1955). Cf. Filosofa actual y existencialismo en Espaa

    (Madrid 1955). H e aad ido algun as frases (en tre parntesis) al tex to

    ledo en Cerisy el 1 de setiembre de 1955.

    Soria, 1956.

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    ATARAXIA Y ALCIONISMO

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    J U L I A N M A R I A S

    suficiente y por eso no necesita de los dems. Claro est que, al me

    nos, necesita de esa hacienda

    ;

    no escap esta dificultad a la agudeza

    de los griegos, y por eso en la fase helenstica el "sabio" se va des

    pojando cada vez de ms cosas, y su ideal, en manos de los cnicos,

    se aproxima inquietantemente al del mendigo. Y a ltima hora surge

    un a preg unta decisiva y, claro est, no menos inq uieta nte : no

    ser esto una fcil simplificacin? Ser de verdad independiente

    y dueo de s mismo el mendigo cnico que no necesita de nada y

    a quien todo es indiferente, a quien nada importa? No habr re

    ducido tanto su propia realidad, no la habr empobrecido de tal

    manera, que ya no tenga de qu ser dueo

    Nuestro tiempo asiste, por el contrario, a una exaltacin de la

    angustia.Desde el Romanticismocomo era de esperar, desde Kier

    kegaard (1813-55), con un frondoso rebrote en todos los "existencia-

    lismos", la angustia ha gozado de excelente Prensa. Se la considera

    como una situacin extrema y privilegiada del hombre, en la cual

    slo, tal vez, es ste propiamente hombre; aparece a muchos como

    la condicin de la autenticidad. En otros lugares (1) me he ocupado

    de esta predileccin contempornea por la angustia. Por otra parte,

    son frecuentes, y sin duda certeras, las aproximaciones entre nuestro

    tiempo y la crisis del mundo antiguo, aquella sazn histrica en que

    el hombre hizo frente a la situacin apremiante con una "moral para

    tiempos duros", hecha de imperturbabilidad o ataraxia, con un ideal

    humano que es, precisamente, el sabio sereno y acaso indiferente

    No ser oportuno volver los ojos con algn rigor a esta vieja idea

    de la

    ataraxia"

    Ha sido decisivo que la doctrina clsica de la ataraxia se encuen

    tre en las escuelas escpticas, sobre todo en Pirrn (ca. 360-270 a.

    de C), y en forma escrita en las

    Hipotiposis pirrnicas

    de Sexto Em

    prico, que vivi en el siglo n de nuestra era. Conviene ver en de

    talle qu entenda Sexto por ataraxia.

    "El escepticismoescribe Sexto Empricoes una facultad que,

    de cualquier modo, opone fenmenos y nomenos, y partiendo de la

    (1) Eso que se llama angustia, El pensamiento y la inseguridad (enEn

    sayos de convivencia.

    Buenos Aires, 1955).

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    A T A R A X I A Y A L C I O N I S M O

    cual vamos, por el equilibrio de las cosas y de las razones opuestas,

    primero a la abstencin (epokh), y despus a la imperturbabilidad

    (ataraxia).

    Lo llamamos "facultad", no de un modo superfluo, sino

    pura y simplemente en el sentido de "poder". Por "fenmenos" en

    tendemos ahora las cosas perceptibles por los sentidos, y por eso

    les oponemos lo inteligible... Por razones "opuestas" entendemos no

    la afirmacin y la negacin en absoluto, sino simplemente las que

    estn en pugna. Llamamos "equilibrio" a la igualdad en crdito y

    desconfianza, de suerte que ninguna de las razones en pugna aven

    taja a otra en credibilidad. "Abstencin" (epokh) es una posicin

    estable de la mente (stsis dianoas), en virtud de la cual ni afirma

    mos ni negamos cosa alguna. "Imperturbabilidad"

    (ataraxia)

    es laserenidad y la calma del alma

    (psykhs aokhlesia kai galentes)

    (2).

    Un poco ms adelante, Sexto Emprico define el fin de la

    skpsis

    :

    "Sera consecuente con esto explicar tambin el fin del escepticismo.

    Es fin aquello por lo cual se hacen o se consideran todas las cosas y

    l mismo por n ada, o la' ltim a d e las cosas deseadas. Decimos ha sta

    ahora que el fin del escptico es la imperturbabilidad (ataraxia.)en

    lo que depende de la opinin, y la moderacin en las pasiones (me-

    trioptheia) en lo necesario. En efecto, empieza a filosofar intentan

    do juzgar y decidir qu fantasas son verdaderas y cules falsas, con

    el fin de alcanzar la imperturbabilidad, pero cae en la discrepancia

    (diaphona) de que hemos hablado y, no pudiendo decidir sobre

    ella, se abstiene. Ms a esta abstencin suya sigue inmediatamente

    entonces, como por azar, la tranquilidad

    (ataraxia)

    en lo opinable.

    En efecto, el que cree que algo es bueno o malo por naturaleza, est

    en continua turbacin, y cuando no tiene lo que a su parecer es

    bueno, se cree acosado por lo que es malo por naturaleza, y persigue

    el bien, a su entender. Pero una vez conseguido ste, incurre en

    ms turbaciones an, porque se excita irrazonable y desmedidam ente,

    y, temiendo un cambio, lo hace todo por no perder lo que le parece

    un bien.

    En cambio, el que no decide sobre los bienes y los males

    naturales, ni rehuye ni persigue nada intensamente, y, por lo tanto,

    est libre de perturbacin (ataraktei). Sucede, pues, al escptico lo

    que se cuenta del pintor Apeles. Dicen de l que, pintando un caballo

    y queriendo imitar en la pintura la espuma del caballo, fracas de tal

    (2) Sexto Emprico:

    Hipotiposis pirrnicas,

    I, 4.

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    A T A R A X I A Y A L C I O N I S M O

    curo.

    Segn el testimonio de Sexto Emprico (5), "Epicuro deca

    que la filosofa es una actividad que procura con discursos y razo

    namientos la vida feliz". Cmo lo consigue?

    Tranquilizando

    al

    hombre respecto a sus temores religiosos, en especial acerca de la

    clera de los dioses, y sobre todo acerca de la muerte. Cuando Epi

    curo se ocupa minuciosamente de fsica, y muy particularmente de

    los meteoros, siempre da varias explicaciones de cada fenmeno;

    porque en rigor no le interesa ninguna, sino la posibilidad de hallar

    una explicacin natural. Se trata siempre de un "saber a qu ate

    nerse", pero en este caso puramente negativo: no le importa saber

    qu produce los terremotos o el granizo, sino simplemente que

    no

    es nada sobrenatural, que

    no hay que preocuparse

    (6). La

    ataraxia

    epicrea es una liberacin del temor. Cuando Lucrecio expone esta

    doctrina, pone el bien supremo en la superacin del temor a los dio

    ses ; presenta la vida humana oprimida por el peso de la religin,

    hasta que un griego, Epicuro, se atreve a enfrentarse con ella y ven

    cerla (7). Y por eso la verdadera pietas no consiste en los actos que

    se consideran religiosos, sino en poder contemplarlo todo con mente

    serena, pacata posse omnia mente tueri (8).

    En el estoicismo, por su parte, la virtud (arete) estriba en la

    conformidad racional con el orden de las cosas. El fin del hombre

    (5)

    Adversus mathematicos,

    XI,

    169 :

    Extoopo fXqt

    rrv

    iXooopt

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    J U L I A N

    M A R I A S

    es homologoumnos ti physei zn (9), convenienter naturae vivere,

    vivir de acuerdo con la naturaleza. De Zenon y Crisipo a Cicern,

    Sneca y Marco Aurelio, la misma idea resuena a lo largo de medio

    milenio en las escuelas estoicas de Grecia y de Roma. La naturaleza

    coincide con lo que es racional; lo que importa es que el hombre se

    comporte segn la razn, le pase lo que le pase. Casi todas las cosas

    son indiferentes (adiphora), aunque a ltima hora la presin de la

    realidad obliga a reconocer que algunas son "preferibles"; en rigor,

    las cosas no son ni buenas ni malas; nada afecta al estoico, que es

    suficiente, se basta a s mismo, soporta y renuncia (sustine et obsti

    n)', la ataraxia es el estado propiamente humano. Sneca llega a

    decir que el

    no conmoverse

    es un estado soberano, grande y muy

    prximo al de un Dios; es lo que Demcrito llamaba thy ma y l

    prefiere llamar, en latn, tranquilinas: Quo d desideras autem, m ag

    num est Deoque vicinum, non concuti. Hanc stabilem animi sedem

    Graeci Ouplav vocant, de qua Dem ocriti volumen egregium est;

    ego tranquillitatem voco (10).

    El hombre tranquilo, el que contempla las cosas con mirada se

    rena a qu precio compra su tranquilidad? Acaso al de desintere

    sarse. La libertad del epicreo y el estoico es una liberacin de las

    cosas, de los intereses, de los temores, quiz tambin

    e

    lag espe

    ranzas. Es, sin duda, un empobrecimiento del mundo, una invitacin

    a la inactividad, a la "suspensin" escptica. No se olvide que la

    aptheia, tan frecuentemente identificada con la ataraxia, ha venido

    a adquirir, por debajo de su significacin literalausencia de pasio

    nes, la de "apata". Los epicreos suelen emparejar la ataraxia con

    la apona, lo cual revela su carcter negativo

    ;

    ausencia de perturba

    cin, ausencia de dolor, ni inquietud ni dolor. De todo eso se libera el

    sabio. Pero es suficiente? Por debajo de la libertad de no es lo

    decisivo la libertad

    paral

    Es posible una interpretacin positiva,

    activa, afirmativa de la ataraxia, la tranquilidad, la calma?

    (9) Ya en Heraclite- se encuentra la expresin roietvxax

    pwiv

    wxfovr; que

    preludia la estoica, ^X^OO^VUK *t

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    A T A R A X I A Y A L C I O N I S M O

    I I I

    LA ATARAXA COMO "ESTAR ALERTA"

    Los sentidos ms antiguos y originarios de la ataraxia remiten

    a otros .conceptos, funcionan en lo que Ortega llamara otros "cam

    pos pragm ticos". Pro bablem ente, el texto filosfico m s a ntiguo en

    que aparece es una doxografa de Demcrito (hacia 460-370 a. de C),

    conservada en Estobeo. Platn y Demcrito, refiere Estobeo, ponen

    la felicidad en el alma; y Demcrito "a la felicidad

    (eudaimona)

    l lama tambin euthyma (buen tem ple, nim o, confianza) y euest

    (bienestar, prosperidad) y harmona (buen temperamento) y symme-

    tra (proporcin, equilibrio) yataraxia; consiste en la distincin y dis

    cernimiento de los placeres, y esto es lo ms hermoso y lo ms con

    veniente para los hombres" (11).

    Aqu tenemos un contexto enteramente positivo y activo de la

    ataraxia. El buen temple, la alegra y contento, la jovialidad, el equi

    librio armonioso. No se trata de ninguna abstencin, de ninguna sus

    pensin del juicio o de la actividad, sino de la distincin (diorisms)

    y el discernimiento

    (dikrisis)

    entre los placeres. No se trata de

    "aguantar" pasivamente o de desinteresarse con indiferencia, sino de

    considerar la situacin en que se encuentra uno y las cosas en ella

    con mirada alerta, para discernir, distinguir y hallar la prosperidad

    y bienestar. En su interpretacin de la ataraxia es Demcrito, en

    efecto, el risueo filsofo de la tradicin.

    Si dejamos de lado un testimonio pitagrico en que se empareja

    la ataraxia con la pureza (atrakto te kai katharo) (12), y un pasaje

    aristotlico de las Historias de los animales (13), de inters secun

    dario, encontramos una confirmacin del punto de vista positivo en

    (11) H. Dlels

    : Die Fragmente derVorsokratiker

    6. AuL, n, 129 (Demokritos

    A. 167

    : x^v

    '

    (e8at|iovtav xol) e&0('av xal s s c w xai pjiovav, ooyi|UTptav T xai drapattav

    xaXst, oovtaraoOai 'aoxjv Ix TO iSiopteri.o3 xai xffi iaxpwsux; TV ijov&v, xat TOUT'IvatT

    xXXiorv Te xai o(i

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    J U L I A N M A R I A S

    la Etica a Nicmaco de Aristteles. En el libro IV, a propsito de

    la apacibilidad o praites, aparece la ataraxia en un contexto de

    equilibrio y moderacin: el hombre apacible quiere ser

    atrakhos.

    es decir, vivir libre de alteraciones o perturbaciones, y no dejarse

    llevar por las pasiones ms que en la medida y durante el tiempo

    que la razn manda (14). Es decir, la ataraxia consiste en un tr

    mino medio (mestes), y no, en modo alguno, en la falta de reaccin,

    impasibilidad o ausencia de indignacin y coraje, que es expresa

    mente censurada. No es, pues, la falta de emocin, sino su mesura.

    E l atrakhos siente indignacin, enojo o clera, pero es dueo de

    ellos, los refrena y domina, no se "altera".

    No es ste, sin embargo, el ms interesante de los textos en que

    Aristteles se ocupa de la ataraxia; en el libro III aparece referida

    expresamente a la valenta o fortaleza andrea) ; el hombre valiente

    (ndreos) es el que en los peligros (phober) se mantiene atrakhos

    y se porta como es debido (hos de). Aqu, pues, la ataraxia no es

    "apata", no es propiamente imperturbabilidad en el sentido nega

    tivo de la palabra, sino ms bien impavidez (15). Se trata de con

    servar la calma en el peligro, de afrontarlo sin alterarse. Tanto es

    as, que un poco antes Aristteles empareja los adjetivos phobon

    kai atrakhon, sin miedo ni inquietud, animoso y sereno, y por ello

    insiste en que es ms valiente el que se mantiene as, impvido e

    imperturbable, en los peligros sbitos e imprevistos (en tos aiphni-

    dois phbois), que el que lo es en los ya conocidos y manifiestos

    (en tos

    prodlois);

    pues entonces la valenta procede ms de hbito

    que de preparacin (16).

    Con otras palabras, la ataraxia consiste en un estado de alerta.

    que es serenidad y clarividencia en orden a la accin. El valor en

    los peligros, y sobre todo en los peligros sbitos, inesperados e im

    previstos, es una actitud hecha de serenidad, de calma perspicaz,

    que permite obrar con prontitud y acierto, aun sin una preparacin

    previa. La voz "alerta", tan expresiva, traduce inmejorablemente

    esta disposicin. Con la interjeccin all' erta (de erta, subida), se

    invitaba a los soldados a "levantarse y ponerse en guardia en caso

    (14) Aristteles:

    Etica

    o

    Nicmaco, TV,

    5, 1125 b 33 ss.

    (15)

    Ibid.

    HI, 9, 117 a 29 ss.

    (16)

    Ibid.

    Ill, 8, 1117 a 17 ss.

    40

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    A T A R A X I A Y A L C I O N I S M O

    de ataque" (17). Advirtase la enorme distancia semntica entre la

    abstencin o suspensin de los escpticos, la "apata", la ausencia

    de perturbacin y dolor de los epicreos, y este sereno y tenso estado

    de alerta frente a todo peligro inesperado.

    I V

    E L

    SOSIEGO ESPAOL

    A pesar de ello, la fortunala mala fortuna, diramosde la idea

    de ataraxia ha subrayado casi siempre su lado negativo. Clara con

    ciencia tiene de ello Montaigne, siempre tan perspicaz. "Les pyrrho-

    niensescribe, quand ils disent que le souverain bien c'est Yata-

    raxie, qui est l 'immobilit du jugement, ils ne l 'entendent pas dire

    d'un e faon affirmative ; m ais le mm e bran sle de leur am e, qui

    leur faict fuyr les precipices, et se mettre couvert du serein, celuy

    l mesme leur presente cette fantaisie, et leur en faict refuser une

    aultre" (18).

    La forma afirmativa de la ataraxia aparecera ms bien en su

    clsica versin espaola: el sosiego. Hace unos aos, en un artculo

    titulado "Los nombres de la angu stia" (19), me ocup brevem ente de

    los diferentes modos de entenderla e interpretarla, segn se reflejan

    en las diversas denominaciones que ha recibido: angustia, congoja,

    tribulacin, ansiedad, zozobra, desazn, desasosiego (y, naturalmente,

    las palabras opuestas, cuando las hay). Agrupaba yo estos nombres

    en tres distintos ncleos significativos. En el primero domina la vi

    vencia de estrechez: ang ustia como ango stura, y de ah opresin o

    falta de aire, ahogo; congoja como compresin; tribulacin como

    la opresin ejercida activamente por algo o alguien, y padecida por

    el atribulado; ansiedad como la angustia permanente o duradera.

    En la zozobra sub-suprano hay estrechez, sino inestabilidad, fiuc-

    (17) Vase J. Corominas: Dicciona rio critico etimolgico de la lengua cas

    tellana,

    Madrid 1954, vol. L

    (18) Montaigne:

    Essais,

    livre n , chapitre X II.

    (19) En

    Ensayos de convivencia.

    Buenos Aires 1955.

    41

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    J U L I A N M A R I A S

    tuacin, oscilacin arriba y abajo, inseguridad, incertidumbre, discor

    dia, peligro de naufragio. Los ltimos nombres, finalmente, son pa

    labras negativas, privativas: des-sazn, des-asosiego

    :

    falta de sazn,

    inoportunidad, destiempo o contratiempo. Y el des-asosiego?

    "Desasosiegodeca yoes privacin o falta de sosiego; pero

    sosiego viene del verbo sosegar; parece, pues, que para tener sosiego

    hay que sosegarse, que en el sosiego no se est ya, que no es regala

    do. Y sosegar, de la misma raz que sentarse, es calmar, dar asiento,

    firmeza, seguridad, serenidad. El desasosiego es la prdida del so

    siego,

    del asiento y la calma que el hombre haba conseguido, que

    se haba procurado al sosegarse.

    "Entre todos los nombres de la angustia, ste es el que prefiero;tan espaol, que en otras lenguas no se encuentrasalvo si fu im

    portado de la nuestra, tan propio de lo mejor que hemos sido; tan

    exacto

    :

    porque nos muestra que la angustia es slo una privacin,

    que lo propio del hombre no es ella, sino el sosiego; pero que ste,

    a su vez, no le es dado de balde, sino que el hombre tiene que con

    quistarlo y ganarlo; que para tener sosiego tiene primero que so

    segarse."

    El hombre, aun en las situaciones ms apretadas, es capaz de

    retraerse a s mismo y

    sosegarse,

    acaso mediante un enrgico esfuer

    zo.

    Es siempre algo que el hombre hace, que tiene que lograr, pero

    cuando lo consigue no ha llegado a otra cosa, sino a s mismo. E l

    sosiego es la autenticidad conquistada desde la alteracin o el ena

    jenamiento.

    Admirablemente recoge este matiz San Juan de la Cruz en la

    Subida del Monte Carmelo:

    En una noche oscura

    con ansias en amores inflamada,

    oh dichosa ventura

    sali sin ser notada,

    estando ya mi casa sosegada.

    A oscuras, y segura

    por la secreta escala disfrazada,

    [oh dichosa ventura

    a oscuras, en celada,

    estando ya mi casa sosegada.

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    A T A R A X I A Y A L C I O N I S M O

    Lo decisivo es el ya que confiere al "sosegada" su carcter de

    participio: el trmino de una accin de sosegar es el estado a que

    llega

    el

    a lma ;

    al

    cabo

    del

    penoso esfuerzo,

    la

    casa est

    ya

    sosegada.

    El comentario

    de San

    Juanaunque

    con

    frecuencia

    sus

    comentarios

    quitan algo de la inmediata eficacia de sus versos, es bien reve

    lador: Y esto "Estando ya su casa sosegada", conviene a saber, la

    parte sensitivaque es la casa de todos los apetitos, sosegadaya por

    el vencimiento

    y adormecimiento de todos ellos. Porque hasta que

    los apetitos

    se

    adormezcan

    por la

    mortificacin

    en la

    sensualidad,

    y

    la misma sensualidad est

    ya

    sosegada

    en

    ellos,

    de

    manera

    que

    nin

    guna guerra haga alespritu,

    no

    sale

    el

    alma

    a la

    verdadera libertad

    para gozar

    de la

    unin

    de su

    Amado"

    (20). Y ms

    adelante habla

    de

    "la mayor dificultad que hay en sosegar esta casa de la parte espi

    ritual,

    y

    poder entrar

    en

    esta oscuridad interior,

    que es la

    espiritual

    desnudez

    de

    todas

    las

    cosas" (21).

    Y

    todava insiste

    en el

    "sobrenatu

    ral sosiego"

    y en que

    "siempre

    ha de

    procurar estarse

    con

    sosiego

    de entendimiento" (22).

    Pero

    el

    pasaje clsico

    que

    ilustra

    el

    sosiego como forma

    de ser

    espaola

    en el

    siglo

    xvn es

    aqul

    de la

    vida

    de don

    Francisco

    Ma-

    nuelde Melo,el portugus espaol autorde la Historia

    de los

    movi

    mientos, separacin y guerra de Catalua en tiempo de Felipe IV

    que tanto gustaba

    de

    recordar Ortega. Melo, apenas llegado

    a la

    edad

    juvenil, embarca

    en la

    capitana

    San

    Antonio,

    al

    mando

    del

    general

    don Manuel

    de

    Meneses,

    el 24 de

    setiembre

    de 1626,

    para marchar

    a Flandescon dos tercios levantados en Portugal. "Apenas se haba

    separado de la costa, cuando empez a arreciar de tal manera una

    tempestad, que segn los prcticos, jams se haba visto semejante

    lucha devientosy mares ; y as todo anunciaba a losafligidosy se-

    parados navegantes

    un

    prximo

    e

    inevitable naufragio, como

    se ve-

    rific por l t i m o

    a los

    19

    das de borrasca en las aguas de San Juan

    de

    Luz

    en una

    pequea abra

    de

    este puerto

    en la

    costa

    de

    Francia.

    En este conflicto cerr la noche, la que se pas en confusin, votos

    y tes tamentos, mas sin embargo de no ignorar el general el sumo

    (20)

    Obrasdel Mstico DoctorSan Juan de la Cruz,Kd. del P.

    Gerardo

    de

    San Juan

    de la

    Cruz. Toledo

    1912, vol. I, p.

    94-95.

    (Los

    subrayados

    son

    mos).

    (21) Ibid. p. 97.

    (22) Ibid. p. 206-207, nota. Pasaje de autenticidad discutida.

    43

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    J U L I A N M A R I A S

    peligro en que se hallaba, tom la estraa resolucin de ponerse los

    mejores vestidos que tena; como a su imitacin lo ejecutaron todos,

    para que muriendo como esperaba, fuese la vistosa mortaja recomendacin para una honrada sepultura. En medio de esta obra sac el

    general unos papeles que traa consigo, y abriendo uno se dirigi

    a don Francisco Manuel, que le haba acompaado casi toda la no

    che, y sosegadamente le dijo: Este es un soneto de Lope de Vega,

    que l mismo me dio cuando vine ahora de la corte: alaba en l

    al cardenal Barbarino, legado a latere del sumo pontfice Urbano VIII.

    Le ley, y empez a decir su juicio acerca de l, como si le estuviera

    examinando en una serena academia; pero al llegar a un verso que

    le pareci ocioso, discurri enseando a nuestro autor los defectos

    que en l adverta; sin duda con el objeto de distraerlo del gran

    peligro en que le vea" (23).

    Tal es el pasaje. Tempestad, borrasca, seguridad de naufragio y

    muerte probable; no se olvide que la noche "se pas en confusin,

    votos y testamentos"; pero en medio del peligro y sin embargo de

    no ignorarlo, el general de la armada don Manuel de Meneses se

    pone sus mejores vestidoslos dems lo imitany sosegadamente

    es decir, despus de haberse sosegado, se dirige a Melo, con el

    soneto de Lope en la mano, y se dispone a hacer crtica literaria en

    medio de la tempestad. Este es el sosiego espaol, que Velzquez

    debi pintar.

    V

    E L

    MITO DEL ALCIN

    El estado de incertidumbre y desorientacin, el "no saber a qu

    atenerse", conduce con frecuencia, cuando el hombre se abandona a

    l,

    a la

    angustia.

    Cuando lo quiere evitar sin superarlo, cuando pre

    tende obrar como si supiera sin saber, sobre todo sin esforzarse por

    saber, cae en el fanatismo. El fantico se echa tierra en los ojos y

    trata de anular su confusin intelectual con una confusin emocio-

    (23) tNoticias de la vida de don Francisco Manuel de Melo (en

    Tesoro

    de

    los historiadores espaoles.

    Pars 1840, p . 277-278).

    44

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    A T A R A X I A Y A L C I O N I S M O

    nal. Es el calamar que, para no ver que el agua est turbia, descarga

    su tinta. Angustia y fanatismo son dos de las dolencias capitales de

    nuestro tiempo, como lo fueronen distintas formasdel final del

    mundo antiguo. El intento de ir ms all de ellas fu la ataraxia,

    quiero decir (como hemos visto) la versin negativa de la ataraxia,

    la "suspensin" o "abstencin", el desinters y la indiferencia. Pero

    ya hemos visto que esto no es sino una degeneracin del sentido

    ms radical y antiguo de la ataraxia, cuyas formas positivas son el

    estado de alerta y el activo y tenso sosiego.

    Cuando hace unos aos se inici la actividad del Instituto de Hu

    manidades, escribi Ortega estas palabras clarividentes: "Cuando

    en tiempos recientes se hizo por vez primera con energa y peren

    toriedad la pr eg un ta: Qu es el hom bre?, se descubri mu y p ronto

    que no era nada de lo que hasta ahora se haba presumido. La con

    secuencia de este descubrimiento debi ser la admisin de que no

    sabemos lo que es el hombre y un animoso empeo en ir averigun

    dolo. Pero el tipo de hombre que hoy predomina est posedo por

    la bsica creencia de que l lo sabe ya todoes, por definicin, no

    "el hombre d la calle" sino el hombre "al cabo de la calle", el hom

    bre que no sabe no saber, el fantico. De aqu que en su mente

    la averiguacin de que el hombre no era nada de lo que se haba

    credo hasta ahora se transubstanci, sin ms, en la firme doctrina

    de que el hombre no es nada, y se desemboc con velocidad inopor

    tuna, con injustificado atropellamiento, en un nihilismo tan radical

    como arbitrario. Frente a ello el Instituto de Hum anidades siente

    el orgullo de su pro pia ignorancia, la cual es incuestionable privilegio

    del hombre y mximo aperitivo que nos mueve a emprender una

    serie de esfuerzos en comn para intentar ir respondiendo a aquella

    desesperada pregunta. Y todo ello con calma jovialun temple tan

    "existencial" como puedan serlo iracundias, acedas y angustias, sobre

    tener la ventajadira un "humanista"de ponernos bajo la protec

    cin directa de Jove, ya que de l procede la jovialidad. Esta calma

    humana lleva signo contrario a la que suele atribuirse al bovino, la

    cual, si nos arrojamos a afirmar que el animal la siente, sera un

    sosiego regalado, hecho de insensibilidad para el peligro. Ms la cal

    ma del hombre es la que l mismo briosamente se crea en medio de

    la congoja y del apuro, cuando al sentirse perdido grita a los dems

    o a s m ismo : Calma No parece asentarse en fundamento bastan te

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    J U L I A N M A R I A S

    la calidad privilegiada que algunos pensadores de hoy quieren con

    ceder a las "situaciones extremas", rehabilitando cierto romntico

    frenes de Kierkegaard. No es en la "angustia" sino en esa "calma"

    que la supera y pone en ella orden, donde el hombre puede verda

    deramente tomar posesin de su vida y, en efecto, "existir"; en

    ella propiamente se humaniza. Lo nico que hay que decir contra la

    calma es lo mismo que hay que decir contra la angustia y contra toda

    otra emocin pura en que el hombre quiera radicar su existencia: que

    cada cual lleva en s el germen de una viciosidad particular. Todo

    temple humano puede "ser en forma" o en modo deficiente. As, la

    calma puede degenerar en cotidianeidad, mera adaptacin y confor

    mismo, como la angustia, degradada en mana o pavor, frenetiza y

    envilece al hombre" (24).

    Y esta calma activa, esta ataraxia positiva, jovial y alerta, tiene

    su mito: el mito del alcin. El alcin o alcedn, una de las ms be

    llas aves acuticas, de fuerte y agudo pico, cola corta, brillantes colo

    res, verdiazul en lo alto, blanco y castao en el pecho. El alcin,

    martin pescador, kingfisher, Eisvogel, venerado en las islas del Pa

    cfico, tema de leyendas medievales, ave mtica y mitolgica. En la

    Edad Media se pensaba que haba adquirido sus brillantes plumajes

    antes era un vulgar pjaro grisal volar hacia el sol cuando sali

    del arca de No

    :

    tom por arriba los matices del cielo, se chamusc

    por debajo el plumaje con el calor del sol poniente. Colgado del

    techo, su pico, como una veleta, apuntaba al cuadrante de donde

    soplaba el viento.

    Pero el mito ms significativo es el mito clsico, que cuentan

    Apolonio Rodio, Higino, Ovidio (25), y que apareca ya en Simni-

    des y recoga Aristteles. Alcyone, hija de Eolo, y su esposo Ceyx,

    por haberse llamado a s mismos Zeus y Hera, fueron convertidos

    en alciones; segn otra variante, Ceyx se ahog, y Alcyone encon

    tr su cuerpo, arrojado por el mar a la orilla; los dioses, movidos

    a compasin, los convirtieron a ambos en alciones. Yste es el

    ncleo ms significativo del mito, por mandato de Zeus o de Eolo.

    los vientos cesaban de soplar en los siete das anteriores y siete pos-

    (24)

    Instituto de Hum anidades,

    organizado por Jos Ortega y G asset y Ju

    lin Martas. M adrid 1948, p. 16-17.

    (25)

    Metamorfosis,

    XI, 410 ss.

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    A T A R A X I A Y A. L C I O N I S M O

    teriores al solsticio de invierno, para que los alciones pudieran hacer

    sus nidos, sin que la tempestad arrastrara sus huevos. Eran los que

    se llamaban "das alcinicos",

    alkyondes hemrai

    (26).

    En medio del invierno, sazn de tormentas y tempestades, en el

    tiempo ms crudo, los vientos cesan de soplar y se hace la calma

    En la quietud, sobre las olas quietas, sosegadas, que volvern a agi

    tarse, vuela el alcin, se afana, construye diestramente su nido, pone

    sus huevos, para que siga la vida a pesar de todas las tormentas. En

    este mito del alcin, que podra ser el animal totmico de nuestro

    mundo, me parece ver la culminacin de la interpretacin activa,

    lcida y humana del sosiego.

    Madrid, 1856.

    (26) Vase Ari stt ele s: De animalbus historiae, V, 8, 542 b, donde habla de

    las Xxuov&c %pot y cita los versos de Simnides donde se llama multicolor

    al alcin: ~ou0.ac Xxovo.

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    LA INTERPRETACIN VISUAL DEL MUNDO

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    A Benjamin Palncia

    Siempre han acompaado al conocimiento imgenes y metforas

    visuales. Por lo menos en el mundo occidental, el hombre ha solido

    entender o suponer que conocer algo es, en definitiva, verlo. El

    nous

    griego, de traduccin tan problemtica cuando se quiere expresar su

    sentido estrictamente cognoscitivo, es por lo pronto visin; sea lo

    que quiera de las significaciones ms escondidas de noen, su sentido

    obvio, en que se basan los dems mediante diversas transposiciones,

    es ver. Lo mismo ocurre con la palabra, tan ilustre, theora, y los

    latinos recogensi bien con sabrosas diferencias de matizla misma

    metfora visual para hablar de

    contemplatiu

    y traducir como

    vita

    contemp lativa el bos theoretiks helnico. Idea y edos, dos tr

    minos tomados de la esfera de la visualidad, "aspec to", "lo que se ve" ,

    tienen la ms larga proliferacin en el vocabulario del conocimiento

    :

    idea como realidad, idea como instrumento mental, idea inglesa,

    identificada casi a representacin; en versin latina, species, con la

    raz visual correspondiente y todo su linaje: especulacin, inspec

    cin, aspecto, respecto, y, por otra parte, escpticoel que mira

    desconfiadamente a uno y otro lado; y un poco ms lejos, consi

    derar. A qu seguir?

    Todo ello culmina naturalmente en la identificacin del saber con

    la metfora de la luz. Phs y sus derivados phanesthai y phainme-

    non,

    la dualidad de la luz y las sombras en el mito platnico de la

    caverna, la doctrina del lumen naturale, las imgenes luminosas que

    se acumulan cuando el hombre tiene la impresin de que conoce de

    veras,

    como en el siglo xvuiIlustracin, Aufklarung, Enlighten

    ment, y lo contrario en las pocas opuestas: oscurantismo, Dark

    Ages.

    Sin embargo, con frecuencia se ha sentido la insuficiencia de lo

    visual, la injustificacin de ese exclusivismo o al menos absoluto

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    J U L I A N M A R I A S

    predominio de las metforas visuales como explicacin del conoci

    miento. La necesidad de integrar lo que nos dan los ojos con lo que

    nos brindan los dems sentidos es demasiado evidente para que

    haya que insistir sobre ella; y se cae en la cuenta de que la inter

    pretacin metafrica unilateral del conocimiento como realidad pti

    ca omite dimensiones decisivas, que deberan quedar incluidas en

    una vivencia total de l. La relacin de la fe con el odo fides ex

    auditu, la insistencia de Aristteles en el fenmeno del tacto, la

    conexin del saber con el sabor y del sapiens con el discernimiento

    de los sabores, las imgenes gustativas, olfativas, auditivas en la alu

    sin al conocimiento mstico, desde los "dichos indecibles" rrheta

    rhmatade San Pablo o la "soledad sonora" de San Juan de la

    Cruz hasta el "mosto de granadas" de este ltimo o la versin se

    xual del "conocer", son otros tantos momentos en que se palpapara

    usar una significativa metfora tctilla insuficiencia de lo visual.

    Pero no se olvide que San Pablo, que habla, es cierto, de buscar a

    Dios "a tientas", cuando se refiere a su hallazgo, a su conocimiento

    efectivo, acude una vez ms a imgenes visuales, ya sea "en espejo

    y enigma", durante esta vida, o "cara a cara" en la otra; y de las

    perfecciones invisibles de Dios dice expresamente que, a travs de

    las cosas creadas, intellecta conspiciuntur.

    Este predominio de la concepcin visual o visiva del conocimien

    to ,

    no es abusivo? No es evidente que hay en ella una dimensin

    de arbitrariedad, tal vez de capricho? Parece indudable que hay

    que hacer entrar en la nocin y aun en la vivencia del saber otros

    aspectos que tienen analoga con otros sentidos distintos del de la

    vista. Y sin embargo, las cosas que sonquiero decir, aristotlica

    mente, las que no son simplemente un da, o dos, o tres, sino las

    que duran y perduransuelen ser justificadas. Hay alguna razn

    que explique la abrumadora preponderancia de la interpretacin

    visual del saber, y por tanto de la realidad sabida?

    Aristteles, en las primeras lneas de su Metafsica, tropieza con

    la preferencia de la percepcin visual sobre las dems, y da una ex

    plicacin de ella: "muestradicemuchas diferencias" (pollas de-

    lo diaphors). Si la funcin primordial del saber es distinguir, dis

    cernir, discriminar, parece que es la vista el sentido que ms se

    acerca a ello, el que en su esfera sensible realiza ms acabadamente

    esa faena de discernimiento, de cernido o criba, en que consiste, por

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    LA INTERPRETACIN VISUAL DEL MUNDO

    su parte, el juicio y el juzgar

    (crisis,

    krnein). Pero esto no parece

    suficiente; ni, por otra parte, es lo decisivo. Hay, a mi entender,

    otra dimensin mucho ms radical, y que hace que el sentido de la

    vista sea, efectivamente, privilegiado; que se justifique, por consi

    guiente, la interpretacin visual, si no exclusiva, al menos prepon

    derante, del saber acerca de la realidad.

    La vista es, en efecto, especficamente, el sentido del mundo o.

    si se prefiere, de la mundanidad. Los dems sentidos nos ofrecen

    "cosas" o elementos de cosas, procedentes de ellas; su corporeidad

    de bulto, su temperatura, su suavidad o aspereza, su consistencia,

    la "voz" que viene de ellas, el olor que "desprenden" o "exhalan", o

    el olor difuso como tal; su sabor, etc. Y estos modos de presencia

    se enlazan y combinan de las formas por todos conocidas. La vista

    funciona tambin as; desde luego, opera muchas veces como un

    sentido ms; en general, se suele estudiar el fenmeno de la visin

    en cuanto se puede asimilar a esa funcin de presentacin de "cosas"

    o elementos suyos, concretamente aspectos. Pero esa funcin no es

    la nica ni la primaria

    ;

    sobre todo, no es la funcin peculiar e irre

    ductible de la vista. Lo caracterstico de los dems sentidos es que

    nos dan en cada caso una cosa individual o algo procedente de ella;

    la manzana que toco, el olor de la rosa, la voz del amigo o el ruido

    del autom vil que pasa, el sabor del vino que estoy bebiendo. Cuan

    do los sentidos nos presentan una pluralidad de cosas, ha de ser

    en forma sucesiva o, por lo menos, en alguna manera aislada

    :

    puedo

    palpar sucesivamente las manzanas de un cesto, escuchar las voces

    de varias personas en conversacin, etc. Tambin puedo tocar si

    multneamente con mi mano derecha los dedos de la izquierda o los

    de una mano ajena, atendiendo a

    cada uno

    de ellos. Cuando no ocu

    rre as, se produce una confusin, como cuando llega hasta m el

    rumor de las olas o el de una muchedumbre, o bien cuando escucho

    una orquesta sin distinguir los diversos instrumentos, o entro en una

    habitacin impregnada de un olor difuso, por ejemplo llena de humo.

    La vista se comporta as, pero secundariamente, es decir, cuando

    funciona de un modo abstracto y artificial. Porque en circunstancias

    normales presenta una pluralidad de elementos simultneamente; y

    no slo una adicin o suma de ellos, ni un mero "conjunto", sino un

    contexto. Los ingredientes de "lo visto" aparecen trabados por un

    sistema de relaciones mutuas. En otras palabras, constituyen un

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    campo visual; y cada cosa surge, cuando se atiende a ella individual

    y exclusivamente, con un halo u orla de realidades visualesy en

    alguna medida vistas

    desatendidas.

    Podemos decir que la vista va

    siempre ms all de los objetos, que trasciende de las cosas como

    tales para ir a su contexto o campo visual. Pero lo que ms interesa

    de ste no es la simple pluralidad de elementos que lo componen,

    sino su carcter de aparecer como previo a ellos. En otros trminos,

    la estructura que pertenece al campo visual no es la del conjunto,

    sino la del "en"y por eso la del "con"; es decir, la del mbito.

    La vista descubre las diversas cosas en su campo visual, y por ello

    estn unas con otras, en contexto. Esta es la estructura originaria

    del mundo como realidad distinta de las cosas y previa a todas ellas

    Y no es esto slo. El mero "mbito" no agota los caracteres de la

    visualidad; sta proporciona al mismo tiempo una organizacin de

    sus ingredientes. La perspectiva es la estructura misma de la visin

    real. Mientras la audicin simultnea de sonidos plurales propende

    a la confusin, y slo un odo ejercitado y una atencin suficiente

    consiguen introducir un orden en esa multiplicidad, el campo visual

    se organiza en funcin de una perspectiva determinada, y est cons

    tituido por ella. Esta es otra de las condiciones de la mundanidad

    en cuanto tal. Cuando se subraya el carcter "espectral" que puede

    tener la percepcin visual, su "irrealidad" frente a la realidad que

    acompaa al palpar o el gustar, cuando se advierte que lo "visto"

    se reduce en principio a mero "objeto", se propende a olvidar dos

    cosas

    :

    primera, que la "realidad" con que se presentan los objetos de

    la percepcin tctil, por ejemplo, viene en considerable medida de

    su asociacin con la percepcin visual; quiero decir que el hallazgo

    visual de las cosas en un campo o mundo, a distancia, en una pers

    pectiva organizada, les confiere una realidad que luego el tacto viene

    a confirmar o poseer, si vale la expresin; es la insercin en un

    mbito o contexto, manifestada primariamente en la visin, la que

    da realidad a las cosas odas o tocadas o gustadas, cuyo encuentro no

    suele ser primariamente por estas vas; la segunda cosa que se

    tiende a olvidar o desatender es que la visin no es exclusivamente

    un fenmeno visual; quiero decir que la visin efectiva como acti

    vidad humana, no como fenmeno de laboratorio psicolgico, tiene

    una componente muscular: acomodacin, movimientos de los ojos y

    aun de la cabeza para orientarse y para recorrer el campo visual, re-

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    LA INTERPRETACIN VISUAL DEL MUND O

    gulacin de la luz, esfuerzo de la atencin, etc. Cuando el hombre

    habla de idea, intuicin o evidencia, cuando se refiere a la luz del

    entendimiento o utiliza cualesquiera img