El Partido y sus formas de Lucio Magri

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El partido y sus formas Lucio Magri CUADERNOS DE FORMACIÓN Y DEBATE JUVENTUD SOCIALISTA -PARA LA VICTORIA- SERIE B Nº 1 Cuadernos de la Juventud Socialista -Para la Victoria- Serie A - Para un socialismo del siglo XXI 1º Democracia y Socialismo - Arthur Rosenberg 2º Igualdad y libertad en la tradición democrática - Antoni Doménech Serie B - Herramientas de análisis 1º El partido y sus formas - Lucio Magri 2º La cuestión meridional - Antonio Gramsci Serie C - La realidad argentina 1º La larga marcha del socialismo en la Argentina - Pasado y Presente (Aricó y otros) 2º Adrián Patroni, fundador del Partido Socialista- Víctor García Costa Serie D - América Latina y el mundo 1º El hombre y el socialismo en Cuba- Ernesto “Che” Guevara 2º El primer año de gobierno de Allende - Eric Hobsbawm Serie E - Cuestiones del mundo obrero CONTACTATE CON NOSOTROS [email protected] /USPVCAPITAL (011) 4384-6820 WWW.REVISTALAUNIDAD.COM.AR “Los intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teó- ricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le conce- dan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácti- cos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro.” E.P. ompson JUVENTUD SOCIALISTA -PARA LA VICTORIA-

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El Partido y sus formas de Lucio Magri editado por la Juventud Socialista Para la Victoria

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Cuadernos de la Juventud Socialista -Para la Victoria- El partido y sus formas - Lucio Magri

El partido y sus formas

Lucio Magri

CUADERNOS DE FORMACIÓN Y DEBATEJUVENTUD SOCIALISTA -PARA LA VICTORIA- SERIE B Nº 1

Cuadernos de la Juventud Socialista -Para la Victoria-

Serie A - Para un socialismo del siglo XXI1º Democracia y Socialismo - Arthur Rosenberg2º Igualdad y libertad en la tradición democrática - Antoni DoménechSerie B - Herramientas de análisis1º El partido y sus formas - Lucio Magri2º La cuestión meridional - Antonio GramsciSerie C - La realidad argentina1º La larga marcha del socialismo en la Argentina - Pasado y Presente (Aricó y otros)2º Adrián Patroni, fundador del Partido Socialista- Víctor García CostaSerie D - América Latina y el mundo1º El hombre y el socialismo en Cuba- Ernesto “Che” Guevara2º El primer año de gobierno de Allende - Eric HobsbawmSerie E - Cuestiones del mundo obrero

CONTACTATE CON [email protected] /USPVCAPITAL(011) 4384-6820 WWW.REVISTALAUNIDAD.COM.AR

“Los intelectuales socialistas deben ocupar un territorio que sea, sin condiciones, suyo: sus propias revistas, sus propios centros teó-ricos y prácticos; lugares donde nadie trabaje para que le conce-dan títulos o cátedras, sino para la transformación de la sociedad; lugares donde sea dura la crítica y la autocrítica, pero también de ayuda mutua e intercambio de conocimientos teóricos y prácti-cos, lugares que prefiguren en cierto modo la sociedad del futuro.”

E.P. Thompson

JUVENTUD SOCIALISTA-PARA LA VICTORIA-

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LUCIO MAGRI Biografía

Lucio Magri nació en 1932 en Ferrara (Emilia Romaña, Italia). Tras un breve paso por la democracia cristiana, en el año 1950 ingresa en el Partido Comunista Italiano (PCI) donde participa activamente. En el año 1969, con la invasión soviética en Checoslovaquia durante la primavera de Praga, es parte de una corriente que se aleja del PCI, en disenso con el partido ante el hecho ocurrido. Esta corriente, compuesta por reconocidos intelectuales y políticos de izquierda (Rossana Rossanda, Luigi Pintor, Aldo Natoli, etc.), fundará la mítica revista “Il Manifesto” (a partir de 1971 se volverá diario) que dirigirá Magri. Poco a poco se alejará de la publicación y del grupo político que la rodea. Luego de distintas experiencias políticas, vuelve al PCI en 1984.

En el año 1990, ante la cuestión de la disolución del PCI en un partido de izquierda poscomunista, se opone de forma ferviente. Ante la disolución del partido, adhiere al Partido Refundación Comunista. Desde entonces hasta su muerte, transitó por distintas experiencias de unificación del campo comunista italiano. Por estos años, retomó su participación activa en el diario “Il Manifesto”. En el año 2009, publicó “El Sastre de Ulm. El comunismo del siglo XX. Hechos y reflexiones”(Clacso), un libro donde se conjugan sus memorias políticas y sus reflexiones en torno al devenir del Partido Comunista Italiano en el siglo XX. Falleció en el 2011.

Estudio Preliminar

Publicamos este cuadernillo con un texto de Lucio Magri, destacado militante y teórico comunista italiano. El tema tratado, la cuestión de que formas de partido existen y cuál sería el partido necesario a los objetivos de transformación social, nos resulta un problema completamente central para todos aquellos que militamos por la liberación social.

El origen del texto remite a una reunión de los sectores del Partido Comunista Italiano, en 1990, que se negaban a disolver el histórico partido. En ese espacio convergían distintas miradas. Algunas conservadoras respecto a una defensa cerrada de la historia del PCI, otras que no se diferenciaban gran cosa de los que querían disolver el partido pero que disentían con los tiempos en que esto se procesase. También existía una importante izquierda crítica en el PCI en la que contaba Magri.

Lo más interesante del texto, según nuestra visión, es que su desacuerdo con el progresismo insípido de los poscomunistas, es que critica globalmente el proyecto, señalando su carácter reaccionario pero no cae en puntos de vista nostalgiosos con respecto a la tradición comunista. Magri advierte que la vieja estructura de los partidos comunistas tradicionales ha perdido su base material de sustentación y se vuelve necesario reformular un nuevo proyecto transformador, que vaya más allá de la mejora de la sociedad existente. Sobre esto el texto de Magri no da una respuesta. Aunque tampoco es posible hacerle una crítica dura. Es un problema que permanece abierto para las organizaciones de izquierda de todo el mundo.

A pesar de que señalamos esto como una virtud del texto, no nos cabe duda que lo más destacado del planteo de Magri pasa por otro lado. Creemos que esto es la crítica a la concepción de “partido ligero”, de partido que pone su principal esfuerzo en “escuchar a la sociedad”, interpretar lo que esta busca. La consecuencia necesaria de ello es el asentamiento de una sensibilidad política centrada en buscar cuestiones específicas, problemas puntuales por los que la sociedad civil se sienta “afectada”.

El “partido ligero” también implica que la organización distiende y desata en gran parte sus lazos orgánicos con las clases populares. No pierde relación con ellas pero solamente le interesan como mercado electoral. Esta forma de partido “compensa” este problema aumentando el poder personal de los líderes políticos y el aparato funcionarial del partido. Aligerado de esta manera el partido, el interpretar a la sociedad se reduce a postular soluciones congruentes con el consenso imperante. El partido reduce su actividad política a tener las antenas alerta para hacer planteos que adulen a este sentido común. Para la izquierda esto sería lo que Magri llama un “reformismo de bajo perfil”, cuyo destino es perder apoyo electoral si se atreve a postular reformas verdaderamente avanzadas. Este sistema de partidos, en su flanco derecho, se orienta al mantenimiento a rajatabla del programa neoliberal y de la llamada inseguridad como principal bandera. Un sistema político conformado por una izquierda de centro y una derecha de derecha. Es decir, la actual configuración del orden político realmente existente. La cual está en crisis pero sin que existe una certeza firma de hacia dónde se dirige (lo que insinúa el horizonte europeo no es

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nada bueno).La mayoría de la dirigencia del PCI votó por su disolución y por reestructurarlo

en un reciclaje progresista, que hoy es el Partido Democrático, una formación que ni siquiera se reivindica de izquierda y que ha tomado como propia las principales críticas liberales a la izquierda.

Somos concientes que el arsenal teórico-político de un siglo y medio de movimiento obrero está en discusión. Los aportes de Lenin son, posiblemente, el tema más sensible en este corpus. Los que editamos estos cuadernillos pensamos que su aporte sigue siendo relevante a condición de poder rescatarlo de manera crítica y no doctrinaria. Por supuesto que el pensamiento de Lenin en torno a la cuestión partido está lejos de poder dar cuenta de todos los problemas. Pero en la mayoría de los casos que conocemos, las críticas a sus posturas sobre el partido se han originado, en nuestra interpretación, debido a sus implicancias contestarias y no a un replanteo que buscase conservar fines emancipatorios similares.

No es este el caso del texto de Magri. Él piensa una salida por izquierda a los atolladeros históricos del movimiento comunista. Una formulación que no es acabada debido a que en ese momento político e histórico (y quizás tampoco hoy todavía) existían el sustrato de experiencia histórica necesario para que una solución global al problema de la organización política socialista sea posible de instalar de manera clara y distintiva acorde a las condiciones en que vivimos.

Isidoro Cruz Bernal

EL PARTIDO Y SUS FORMASLucio Magri (*)

(*)Fundador del grupo Il Manifesto, y dirigente del PCI, presentó este documento

en la reunión del „Arco del No“, en Trento el 30 de septiembre de 1990 Es sobre la cuestión del partido donde se debe reconocer honestamente la

“svolta” del 12 noviembre tiene más justificaciones, pero también es respecto a esta cuestión que se propone la solución más discutible y peligrosa.

El interrogante, entonces, es: en qué debe consistir la ruptura de continuidad, y en qué dirección debe avanzar? Cuáles son los verdaderos “males” a corregir” y extirpar, y qué partido sirve en la sociedad transformada, para transformarla?

1. Leyendo el documento puesto a consideración de la próxima asamblea sobre el partido, aún más en las elaboraciones de muchos “constituyentes” que justo sobre este tema se han explayado, e interpretando lo que en los hechos se viene con la “svolta”, no es difícil, ni abusivo, individualiar una respuesta precisa a este interrogante.

La respuesta es la del moderno “partido ligero”; no en el sentido del partido de pocos (si bien ésta sería una consecuencia no querida), sino en el sentido de: un partido en el cual afiliados y militantes pierden peso efectivo respecto al electorado y a las asociaciones federadas; que no tiene una identidad político cultural fuerte y caracterizada; que utiliza las aptitudes así como las ofrece el mercado intelectual; que suma fuerzas sobre “cuestiones” y programas específicos; que, en sustancia, se propone escuchar, interpretar la sociedad (una parte de ella), más que transformarla, instrumento más sujeto, sobre todo representación institucional y recolector electoral.

Ahora bien, no hay duda de que esto constituye una ruptura profunda no sólo con algunas formas organizativas de la tradición comunista –aquella sbre la cual más fácil y justamente se ha ensañado la crítica (centralismo democrático, militancia política como práctica absorbente, disciplina, etc.)- sino también con su fundamento teórico.

Aún más, se puede agregar que tal ruptura resulta todavía más radical respecto a la concepción gramsciana (y a la mejor parte de aquella del “partido nuevo” de Togliatti), que respecto al mismo leninismo.

La primera constatación a hacer que nos viene a la cabeza, sin embargo, es que la ruptura no es para nada tal respecto al tipo de partido que domina hoy la política en Occidente, y respecto también a lo que el PCI ha venido siendo a menudo en los

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hechos, y tiene espontáneamente a ser.

La “forma-partido” como hoy se presenta en las modernas democracias occidentales es tendencialmente justo aquella que se propone como “innovación”. Y esto nos ayuda mejor a comprenderla. Porque mirando a los hechos se ve fácilmente que tal “partido ligero” –también cuando es de izquierda- no es ligero para nada, y que su modo de “escuchar a la sociedad” es de un tipo muy particular. Es un “partido ligero” que sustituye la fragilidad de sus lazos con las masas y a la precariedad de su tejido conectivo con una fuerte acentuación del rol personal del líder; que está manejado por aparatos de poder no menos estables y separados que los anteriores (parlamentarios casi inamovibles, técnicos de la información y de la administración, administradores locales, gerentes de cooperativas, burocracia sindical, es decir, pedazos de establishment); que debe construir su consenso prevalentemente con el uso de los medios de comunicación (o mejor, buscando su sostén no desinteresado), y mediando corporaciones varias, de las buenas y de las malas. La consecuenca directa es la “pasivización” política de las clases subalternas a su exterior (el ausentismo al voto) y a su interior (¿cómo puede quien no sabe, quien no tiene poder, convertirse en dirigente?). La consecuencia indirecta es un tpo de consenso electoral que no resiste, que no puede resistir pruebas duras de gobierno; es decir, una necesaria autorreducción de los programas, un “escuchar a la sociedad” que selecciona y respeta las relaciones de fuerza fundamentales que existen. El “reformismo de bajo perfil” se transforma no en una decisión, sino en una necesidad.

2. ¿En qué cosa puede consistir, entonces y en cambio, una innovación verdadera, teórica y práctica?

Un partido “de masas, militante, intelectual, colectivo”, el PCI lo ha sido sólo en parte; desde hace un tiempo no lo es más, y de todas formas, en el modo en que había sido concebido no podría y no debería serlo. Algunos datos son inmediatamente evidentes:

a- La composición por edad. El promedio de los 1.400.000 afiliados supera, prácticamente, los 50 años. Los afiliados con menos de 25 años (1,98%) son menos, en número, a aquellos de más de 80 años. Los que tienen menos de 30 años (esto es, la verdadera fuera dinámica de la sociedad) son menos que aquellos con más de 70 años. La Federación Juvenil, después de un intento de refundación que había dado algún resultado, ha vuelto a declinar.

b- La composición de clase. En apariencias, el partido tiene todavía una amplia base obrera y popular. Su composición parece estable desde hace décadas. Digo, en apariencias, sin embargo, porque creció mucho, obviamente, el porcentaje de los jubilados, y es irrelevante la presencia de las nuevas figuras profesionales del trabajo dependiente.

c- El trabajo de las organizaciones de base se ha vuelto fundamentalmente restringido, se concreta en objetivos de autorreproducción -afiliación- o de propaganda -campañas electorales, fiestas de L`Unitá-; y en los casos de mayor vitalidad -centros pequeños y medianos-, en los avatares de las administraciones locales. Al contrario, la relación con luchas y lugares de conflicto reales aparece deteriorada o delegada: al sindicato, a los movimientos -pacifistas o ecologistas- a cuyas vivencias cotidianas se es relativamente extraño. La única excepción positiva, no casualmente, es la de las mujeres comunistas.

d- Los grupos de dirigentes periféricos viven en crecientes dificultades: su base de selección se restringe; difícilmente provienen de experiencias reales de lucha social y cultural; su vida material es dura, pero sin grandes resarcimientos en cuanto al rol o los ideales. El poder real está dividido por una multiplicidad de aparatos, entre los cuales el del partido no es el más numeroso ni el más valorizado. El grupo dirigente central perdió la autoridad indiscutida, bastante antes de la reciente crisis, y de todas formas se mueve por impulsos, mensajes más que a través de un mecanismo eficaz de discusión, decisiones, verificación de su actuación y de sus resultados.

e- La actividad de formación se ha debilitado mucho, ya sea en relación a los cuadros de base, ya sea como capacidad de elaboración o transformación del sector intelectual. Prácticamente, la forma típica de relación partido/intelectual es la de los independientes, en síntesis, de los „expertos“, separados de la vida política activa. La prensa partidaria vive una crisis evidente; la misma información está mediatizada por los órganos independientes.

La lista podría continuar, pero estas observaciones bastan para convencernos de que, sobre la cuestión del partido, de sus formas organizativas, es necesaria una ruptura.

Sin embargo, querría proponer algún que otro punto, de manera muy problemática y quizás con alguna acentuación personal.

a- Una nueva forma-partido, para existir y con las características que hablamos, necesita de algo que, si no antes por lo menos junto a ella, crezca fuera de ella. Necesita, entonces, de una democracia organizada, de movimientos de masas, autónomos, organizados, que si bien partiendo de temáticas y conflictos precisos, tengan la permanencia y la fuerza necesarias para ser sujetos políticos, y sean reconocidos como tales. Y entonces, la relación entre partido y masas -el llamado carácter de masas del partido- no se presente más como la superposición de una „conciencia general“ a la espontaneidad económico-corporativa, y mucho menos como superposición del aparato político-institucional a una opinión pública atomizada, a la cual sólo se le pide el consenso.

Sin esta dialéctica no existen los „materiales“ sobre los cuales, y gracias a los

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cuales, construir una nueva hegemonía.

b- Pero para esto hace falta, también, crear las condiciones estructurales e institucionales mínimas para el crecimiento de una democracia organizada, de una subjetividad colectiva.

Si no se rompe el carácter centralista-burocrático de la escuela (que la hace prácticamente incapaz de crear algún espíritu crítico, alguna identidad persona, y al mismo tiempo profundiza la diferencia entre elites y clases subalterna), pero sin caer en la lógica de la escuela como instrumento de transmisión de las exigencias del capital y el mercado, no es posible que alguna experiencia de masas supere el confín del particularismo y del grupo de presión. Al mismo tiempo, si no se libera el sistema de medios de comunicación, no sólo de los poderes más pesados que lo dominan, sino también en cuanto a la lógica que los constituye como puro mercado, la constitución de una subjetividad autónoma se hace irresoluble.

c- Esta premisa lleva a novedades radicales en la concepción del „partido nuevo“ de Togliatti, y tanto más en nuestras actuales formas organizativas. La primera de ellas tiene que ver con el significado mismo de la palabra „partido de masas“. En realidad, el „partido de masas“ ha estado caracterizado por la presencia de dos realidades bastante separadas: el partido de cuadros, que a través de un tejido militante muy activo y entusiasta, pero relativamente poco partícipe de la elaboración política general, se dirige a un „pueblo comunista“, principalmente sobre el terreno de las grandes definiciones ideológicas -el antifascismo, el socialismo real- y sobre la práctica reivindicativa inmediata -sindicato, cooperativas, asociaciones profesionales-. Hoy esta separación se ha ido haciendo bastante más grave. La crisis del partido de masas no se mide en la caída del número de los afiliados tanto como en el hecho de que el „partido de cuadros“ es todavía más restringido y profesionalizado, que el tejido militante ha periodo en cantidad y funciones, y que el „pueblo comunista“ tiene una actividad política muy reducida, casi únicamente de pertenencia y electoral. Esto quiere decir que la defensa o la recuperación de un carácter de masas se juega sobre una prioridad: remotivar, dar rol y calidad a ese „partido real“ compuesto por doscientos o trescientos mil compañeros activos, y sobre todo conquistar, a este nivel, nuevas energías juveniles, obreras, intelectuales.

d- Una segunda, pero no menos importante „novedad“, tendría que atender a la relación partido/Estado, partido/instituciones.

La característica común de los partidos de la II y III Internacional fue no sólo el poner demasiado énfasis en el rol del Estado como palanca de la transformación socialista, sino también el haber moldeado sobre esa centralidad su propia estructura, su modo de ser y de trabajar. Ya sea que se propusieran administrar el Estado existente, ya sea que buscaran conquistarlo y derribarlo, la política estaba para ellos subordinada rigurosamente al tema del poder: el socialismo y el comunismo, antes

de ser una teoría de la revolución social, eran una teoría de conquista y ejercicio del poder en nombre y por cuenta de los trabajadores. En los modernos partidos de izquierda „de palabra“ tal prioridad es criticada, se hable de „partido de programa“; en realidad, aquel programa es, siempre, solamente programa de gobierno, define qué se haría si se estuviera en el gobierno, y todavía más, la práctica ha sido moldeada totalmente sobre la presencia en las instituciones, las elecciones son el único horizonte; la ocupación de espacios de poder sería la única medida del éxito, y el único instrumento específico de la política. Liberarse de tal abrazo, que además te transforma en mediocre y al final impotente, no es fácil.

Entonces, hay que distinguir, al menos, entre partido e instituciones, poniendo en acento sobre el partido como agente y organizador de la sociedad, sobre su rol de promotor del conflicto y de estímulo de una „reforma intelectual y moral“. Lo que Gramsci llamaba -espero no estar estúpidamente equivocado- „espíritu de escisión“, no por casualidad lamentando justo en la historia italiana la falta de la Reforma religiosa, o del Iluminismo, como bases principales de una elección genérica de valores fundantes: es la fusión de valores, análisis de la realidad, proyecto de transformación que dé un sentido profundo a la política, y que por eso mismo sea en todo momento, día a día, instrumento de crítica y de transformación de la vida personal. Fundamento ético y no sólo intelectual. ¿No es éste el sentido radical de la crítica de las mujeres a la política masculina? ¿No es ésta la nueva y mayor „miseria“ de los modernos partidos de izquierda y de algunos de nosotros, aunque nos proclamemos comunistas? Finalizado el empuje fácil del populismo, y el otro igualmente falaz del „partido iglesia“, queda la realidad del partido como sector del aparato público.

Pero hace falta, por otra parte y justo por esto, pensar y experimentar los instrumentos nuevos de una autonomía de las instituciones. En última instancia, lo digo provocativamente, un partido así no tiene porqué presentarse a elecciones como tal. Al voto popular no se somete el „comunismo“ o cualquier equivalente: al voto se somete un programa y una lista de candidatos. Pero entonces deben existir mecanismo e instrumentos para elegir esos candidatos, para controlar o sancionar las decisiones, para orientar los comportamientos no sólo en el momento de las elecciones. Es más que la „autonomía“ de los representantes, es la definición de los sujetos organizados y de los procedimientos de representación.

e-La cuestión de la democracia interna no es ajena a todo esto, a lo que el partido es y quiere ser. El tema del centralismo democrático, después de ser tabú por demasiado tiempo, es ahora, más que superado, „removido“. En los hechos, por una parte, es ya demasiado obvio que no existen más las condiciones que hacían al centralismo democrático, de algún modo, democrático: la relativa homogeneidad social y cultural, el fundamento ideológico que hacía de la disciplina también una elección, grupos dirigentes legitimados por una historia y no sólo por un rol. Estas condiciones no volverán a existir, y está bien que no vuelvan a existir.

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Un partido que acepte un límite, que renuncie a representar una totalidad, no puede ser pluralista, transparente, debe descentralizar los mecanismos de la toma de decisión y de la iniciativa. Pero superar el centralismo democrático no es menos difícil que perpetuarlo. La democracia pluralista puede también ser aparente, y además oligárquica, producir una exclusión también fuerte de la gente simple, y sobre todo dificultar así una política coherente, para solicitar luego, paradójicamente, mecanismos de poder todavía más „liderísticos“ e incontrolados. Las corrientes se transforman fácilmente no sólo en fracciones o partidos dentro del partido, sino más que nada en grupos de intereses, pedazos de un aparato que se divide no por política sino por la repartija del poder interno: ésta es la realidad de los mayores partidos (la democracia cristina y el socialismo italiano); las verdaderas corrientes en el sentido cabal pertenecen a la arqueología tanto como el centralismo democrático.