El pequeño libro de los espejos - Corona Borealis | … Los rostros originales Un anciano que...

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El pequeño libro de los espejos El pequeño libro de los espejos Manuel Arduino Manuel Arduino Ediciones Corona Borealis

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El pequeño libro de los espejosEl pequeño libro de los espejos

Manuel ArduinoManuel Arduino

Ediciones Corona Borealis

45Los rostros originales

Un anciano que tenía la cara torcida se miró en un espejo distor-sionante. El rostro recobró la armonía perdida. Lucía como el de un caballero mayor, apuesto y reflexivo.

Un niño pasó por detrás de él y se miró en el mismo espejo. De la belleza original en el rostro del pequeño no quedó nada, surgió un repentino monstruo de mirada cruel.

Luego el anciano y el niño se miraron cara a cara.El pequeño le dijo al anciano, movido por la compasión:—Puede que ese espejo lo muestre a usted tal cual es.El viejo sonrió por la cortesía y no pudo menos que decir:—Seguramente este espejo muestra lo que tú nunca habrás

de ser.Un psicólogo, concentrado en el caso de uno de sus pacien-

tes, pasó más tarde ante el mismo espejo, y al echar una mirada, pensó: «Esto es lo que necesitaba conocer de él».

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44Los espejos del tiempo

Desde hacía siete años y siete días dos prodigiosos residentes en la misma comarca habían adquirido poder sobre sus respectivos espejos.

Uno de los magos podía contemplar en el espejo todo el pasado y el otro explorar el imprevisible futuro.

El primero de los magos, ya cansado de recorrer siempre lo vivido, ideó un plan: retrocedió en el pasado siete años y nueve días y puso su espejo en el lugar del espejo de su colega, y se llevó consigo el espejo de aquél.

Cuando avanzó inversamente el tiempo y volvió a ser aquel séptimo día del séptimo año, uno de los prodigiosos adquirió poder sobre su espejo, el mismo poder que ya había alcanzado una vez, el poder de ver la repetición del pasado; y el otro mago volvió a emplear el poder que ya había abrazado la primera vez. Sencillamente, este mago, el primer día en que adquirió este poder

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—que es siempre el mismo día en el pasado—, ya había previsto aquel otro posible día del futuro —ahora otro día idéntico—, en que su contendor tramaría una treta para cambiar los espejos. Y había aguardado siete años y siete días para desmantelar el siniestro plan.

Al día siguiente, que en el tiempo de un espejo mágico co-rrespondía a siete años y ocho días —uno antes de cumplirse la hazaña magna por primera vez—, este mago se había anticipado al delito y había recuperado aquel magnífico espejo que sería del futuro, regresando a su lugar el despreciable espejo vocacional del pasado, aquel que cerraría las puertas a toda nueva oportunidad.

Porque el espejo del pasado es idéntico a la fatalidad misma.Siete años y ocho días después, sólo un espejo podría mos-

trar algo nuevo.El espejo del pasado siempre exhibe el fin y el principio de

una frustrada iniquidad.Pero más allá del arte de la magia, lo que esta historia omi-

te, la razón del frustrado engaño, es que la ley de la naturaleza prescribe que el pasado sólo se recorre hacia atrás, es inmutable. Y que el presente es el arma del mago para que el futuro sea dis-tinto o adversamente igual.

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43Encuentro con el espejo

El empleado del supermercado vio con angustia su doble: alguien idéntico a él robaba la cartera de una señora y escapaba.

Con decisión, salió corriendo tras el ladrón. Cuando lo al-canzó, lo arrojó al suelo y lo maniató. Para su sorpresa, descu-brió que era un asiático, un coreano o un chino. Le arrebató la cartera y lo dejó escapar.

Volvió al supermercado. Al llegar, la Policía lo detuvo: to-dos le habían visto robarle la cartera a la señora.

Había querido cambiar de vida, ser diferente, había que-rido volverse temerario. Había querido alcanzar al ladrón. Lo había hecho todo desordenadamente. Había llegado a sentirse un extraño, el otro. Había mutado en el instante en que se des-cubría a sí mismo replicado como en un espejo. Pero la cartera no se había convertido en un cuenco de arroz.

Lo había intentado, lo había intentado con la energía de un aprendiz de domador.

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Pero la cartera era un animal que no se dejaba transformar. Toda cartera es un animal siempre salvaje, y la pérdida de la identidad es considerada un perjuicio menor que el despojamien-to del primoroso cuero labrado que envuelve unos billetes y algu-nas monedas de otro animal mucho más estable y tradicional.

42Harish y el Maestro

Tras encontrar a su Maestro, el joven Harish volvió a sus rutinas diarias. Dedicó el tiempo más valioso a trabajar sobre sí mismo. Desde entonces, cada vez que se miraba al espejo veía un hom-bre distinto.

Cuando volvió a casa del Maestro, éste le dijo:—Estás cambiado,pero no lo suficiente para mí ni para la

diseminación de la verdad.Harish se entregó por completo a sus prácticas espirituales.

El espejo le fue mostrando rostros cada vez más nobles, hasta que un día, al mirarse al espejo, vio al Maestro.

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Inmediatamente, fue al ashrama de su mentor.Para su sorpresa lo recibió un hombre igual al primer Ha-

rish, que le dijo:—Estás idéntico, lo suficiente para mí y para la disemina-

ción de la verdad.Le encomendó la dirección de aquel ashrama y, antes de

partir, observó:—Ten presente que algún día todo vuelve a comenzar.

41El trabajo

El señor de los espejos le hablaba con voz hipnótica al hombre que miraba a través del mágico cristal.

—¿Qué ves ahora? —le preguntó.—Veo a un hombre al pie de una escalera.—Mira más detenidamente. ¿Qué ves?—Veo al mismo hombre subiendo por la escalera.—¿Y ahora?

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—Ese hombre alcanza un remanso junto a una puerta.—¿Y qué más?—El hombre llama a la puerta.La puerta del departamento del señor de los espejos vibró

a causa de unos golpes que llamaban.—Son quinientas rupias —le dijo al cliente.Una vez que las cobró, en el espejo apareció una puerta y

el prodigioso le ordenó a su cliente:—Puede marcharse.El hombre se introdujo en el espejo y atravesó la puerta, y

se perdió en lo profundo.El señor de los espejos dio la vuelta a este espejo y descu-

brió la faz de otro. Abrió la puerta natural e hizo entrar al nuevo cliente.

Después de este cliente, ya no abriría la puerta por ese día.Mañana dará la vuelta a todos los espejos, uno tras otro,

como todos los días, para que no le falte trabajo nunca jamás.

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40La edad de la mente

Un joven que acababa de comprar un gran espejo, el cual carga-ba sobre sus espaldas, se detuvo cerca de un monasterio. El sol estaba en lo alto y sus reflejos en el espejo quemaron el rostro de una talla en madera del Buddha en el monasterio.

Un monje que contempló la escena corrió hacia el mucha-cho y lo reprendió:

—Has cometido un delito, insultaste al Bendito.El joven, mortificado, preguntó qué debía hacer para repa-

rar su mala acción.—Debes quedarte en el monasterio por unos días.Una semana después, el joven tomó el espejo y regresó a

su casa.Su madre, al verlo, le dijo:—Pareces otro hombre, es como si hubieras envejecido.El joven, espantado, se miró al espejo y se asustó por lo que

veía. Regresó al monasterio corriendo e increpó a los monjes, quienes le dijeron con firmeza:

—Pensábamos que habías madurado, pero eres el mismo de antes.

Esperanzado por estas palabras, el joven retornó a su casa y, al contemplarse en el espejo, se puso a reír de contento: era otra vez el joven que ingresó en el monasterio.

—¡Recuperé mi juventud!La madre, que era una mujer devota, le dijo:—Recuperaste tu mente, una mente infantil. Has insulta-

do al Buddha. Deberías quedarte a vivir en el monasterio por unas cuantas semanas. Pero antes tendrías que devolver ese es-túpido espejo, para que las imágenes en la mente no vuelvan a confundirte.

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