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EL PIRATA «ILUSTRADO» Martín Paredes O. «¡Maldito sea quien en las futuras reimpresiones de mis obras cambie a sabiendas cualquier cosa, ya sea una frase o una sola palabra, una sílaba, una letra, un signo de puntuación!» Schopenhauer (GORRO) La piratería editorial es, en el Perú, un negocio próspero, paralelo al formal y con características de mafia. Los piratas han puesto en grave riesgo la subsistencia de autores, editores, distribuidores y libreros, pues se han apropiado, a la brava y en pleno asfalto, del 40% del mercado editorial. ¿Cómo solucionar este problema si las leyes no se hacen cumplir? Peor aún, si la inercia que muestra el Estado se convierte en acicate para la proliferación de este patente delito. Las razones que lo explican (económicas, culturales, sociales) no por ello lo justifican. Parecen, pero no son. A veces hay que aguzar la vista para encontrarle ese defecto casi imperceptible, quizá una línea de más en la carátula, o un tono de color como palidecido por un sol inexistente. Sin embargo, el precio termina por convencernos de que es un libro pirata. Dos, cuatro veces menos que el original. Para ese universitario ávido de leer, o que simplemente tiene que rendir un examen urgente, resulta un «ahorro enorme». Sin pensarlo dos veces, paga la minúscula suma. El círculo está cerrado, la cadena concluida. Lo demás son leyes incumplidas, negligencia, buenas intenciones, protestas baldías e infructuosas. EL «SÍNDROME VARGAS LLOSA» Hace tres años, en un artículo periodístico, el escritor Alfredo Bryce protestaba contra la indolencia del gobierno por la piratería

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EL PIRATA «ILUSTRADO»

Martín Paredes O.

«¡Maldito sea quien en las futuras reimpresiones de mis obras cambie a sabiendas cualquier cosa, ya sea una frase o una sola

palabra, una sílaba, una letra, un signo de puntuación!»

Schopenhauer

(GORRO)

La piratería editorial es, en el Perú, un negocio próspero, paralelo al formal y con características de mafia. Los piratas han puesto en grave riesgo la subsistencia de autores, editores, distribuidores y libreros, pues se han apropiado, a la brava y en pleno asfalto, del 40% del mercado editorial. ¿Cómo solucionar este problema si las leyes no se hacen cumplir? Peor aún, si la inercia que muestra el Estado se convierte en acicate para la proliferación de este patente delito. Las razones que lo explican (económicas, culturales, sociales) no por ello lo justifican.

Parecen, pero no son. A veces hay que aguzar la vista para encontrarle ese defecto casi imperceptible, quizá una línea de más en la carátula, o un tono de color como palidecido por un sol inexistente. Sin embargo, el precio termina por convencernos de que es un libro pirata. Dos, cuatro veces menos que el original. Para ese universitario ávido de leer, o que simplemente tiene que rendir un examen urgente, resulta un «ahorro enorme». Sin pensarlo dos veces, paga la minúscula suma. El círculo está cerrado, la cadena concluida. Lo demás son leyes incumplidas, negligencia, buenas intenciones, protestas baldías e infructuosas.

EL «SÍNDROME VARGAS LLOSA»

Hace tres años, en un artículo periodístico, el escritor Alfredo Bryce protestaba contra la indolencia del gobierno por la piratería

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editorial, que denominó «síndrome Vargas Llosa», pues desde 1990 el presidente Fujimori sufre una suerte de «patología que lo hace detestar, desde que tuvo como encarnizado rival electoral al más famoso de los novelistas peruanos, no sólo las novelas, sino los libros en general».

Para Germán Coronado, director gerente de la editorial Peisa, «el año noventa se desata el crecimiento de la piratería, básicamente por dos razones: una, las leyes que gravan al libro con el 18% del IGV, y el arancel ciego a la importación de libros». Entonces, el libro pirata aparece como una suerte de panacea para grandes sectores del público, si tenemos en cuenta el paquetazo del año 90 en que el libro, más que nunca antes, se convirtió en un artículo de lujo.

La considerable merma del poder adquisitivo de los peruanos hizo que prefirieran ejemplares hasta por menos de la mitad del precio de uno original. «Durante los años 90 al 95 los piratas tienen todo el territorio a su disposición, entonces es allí donde crecen explosivamente», acota Coronado.

La razón de la piratería para Patricia Arévalo, representante de la editorial Alfaguara en el Perú, «es la impunidad y la falta de conciencia de que es un delito. Tú puedes aducir que los libros son caros, pero eso es secundario. Tú también puedes aducir que un televisor es muy caro, pero no por eso lo vas a robar. Lo que pasa es que so pretexto del tema cultural es que se acepta el hecho».

En una economía como la nuestra, recesada, ¿son los libros caros? «Es cierto, los libros son caros -continúa Arévalo-. Pero es un círculo vicioso. Tú tienes libros caros porque tienes tirajes más cortos. No puedes tener tirajes más grandes porque las 3/4 partes del negocio se lo llevan los piratas. Y si tú podrías vender 20 mil, terminas vendiendo 5 mil, porque 15 mil están vendiendo los piratas. Tus márgenes de ganancia tienen que ser mayores porque tu tiraje es más pequeño y tienes que asegurarte. La piratería genera, sin duda, sobreprecios».

Pero no solamente sobreprecios. Otra de las secuelas de la piratería es que las editoriales ya no arriesguen por nuevos escritores. Pues ésa es también otra función de los editores: tener ojo, instinto para encontrar escritores noveles. Los grandes autores-vendedores, los escritores de éxito de una editorial, son los que de alguna manera financian a los nuevos. Pero si estos

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libros son los más pirateados, perjudican el negocio completo: lo seguro y lo nuevo.

CHACALES EN MALAMBITO

Mira con desconfianza, acomoda sus libros, con un plumero les sacude el polvo. Carlos no quiere hablar. Vende libros piratas en Malambito, esa lúgubre calle que desemboca en la cuadra dos de la Colmena, y que ocupan unos veinte vendedores de libros usados y pirateados. «Mejor agarra otro tema más trascendente, como el Sida, la prostitución; acá no hay antecedentes», dice. Nos da la espalda. Insistimos, persuadimos, y Carlos, creyéndonos de su parte, sentencia: «estás defendiendo algo ilegal», y regresa a sacudir a Kundera, Saramago y Bryce, golpea con energía ahuyentando el polvo. De pronto, se acerca un muchacho cargando un maletín preñado de libros piratas y tercia en la conversación: es un chacal y no quiere decir su nombre. Rebusca en su cerebro un seudónimo y se bautiza: «Byron».

Para él, la razón de la piratería es que «la gran mayoría de las obras contemporáneas no están al alcance del pueblo». Y pone como ejemplo la edición conjunta de Los jefes y Los Cachorros, de Vargas Llosa: «al por mayor lo compramos a 14 soles el original», y pregunta como justificando su negocio, «tú, ¿a cuánto lo venderías?»

Para Byron, las causas son «socioculturales y económicas», y explica: «porque la gente prefiere lo informal, está predispuesta a ir a un lugar informal y sabe que le va a costar menos. También está lo cultural, porque el público está acostumbrado a eso, y económico porque la gente no tiene plata y acude a lo más barato». «¡Qué cultural, ni social; lo informal es lo más barato!», irrumpe Carlos y añade que ésa es la idiosincracia del peruano: le gusta lo barato, lo informal.

-¿Cuánto inviertes en mercadería?

-Invierto poco, 100 soles -dice Byron. Pero algún día tendré mis chacales y podré progresar.

Progresar es para ellos tener gente a su mando, dejar de depender de alguien, no sólo vender, dejar de ser un «chacal». Chacales son aquellos que trabajan comprando libros piratas al impresor y luego los venden al ambulante; es decir, un intermediario. Hasta que este chacal adquiere experiencia, junta

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dinero y consigue a otros para «chacalizarlos».

Según su lógica, piratear a ciertos autores no constituye delito: «Ña Catita, el Mío Cid, el Lazarillo de Tormes, Shakespeare»; pero sí está penado piratear a escritores nacidos o muertos en este siglo.

Byron abre su maletín y saca una copia de Donde el corazón te lleve, de Susanna Tamaro, una novedad en 8 soles -precio al público.

-Vas a perder tu chamba- le dice Carlos, pero Byron cierra su maletín y se pierde hacia la Colmena.

EL PROCESO KAFKIANO

«Lo que hace Indecopi es indignante. En primer lugar, uno tiene que pagar 150 soles por cada denuncia. En segundo lugar, tengo que acreditar que soy titular de la obra, tengo que registrar mi contrato (180 soles más). Y luego te dicen, nítidamente y con todas las palabras: toda denuncia es de cuenta, costo y riesgo de quien la presenta. Es de mi cuenta el que yo tenga que hacer la investigación y señalar al culpable. Yo tengo que convertirme en policía. Además, tengo que pagarle a Indecopi la tasa que han establecido para las intervenciones fuera de su local. Cada salida es un costo», explica Germán Coronado al relatar su travesía para denunciar la piratería de uno de sus libros.

Pero este proceso kafkiano no termina allí, «si le ponen una multa al que pirateó, la multa va a favor de Indecopi. Es decir, yo le voy a hacer la investigación, les voy a pagar por salir y encima ellos se quedan con el monto de la reparación civil, prácticamente en términos administrativos», añade Coronado.

Del catálogo de Peisa, que consta de más de 300 títulos, por lo menos 40 están pirateados. Casi la totalidad pertenece a escritores consagrados; es decir, no hay pierde.

Si existen tantos inconvenientes para denunciar un delito tan evidente, es porque al Estado le importa muy poco la industria editorial: el «síndrome Vargas Llosa», el dejar hacer, una patológica indolencia.

Según el artículo 168 del D.L.822, Ley sobre el Derecho de Autor, se dispone que «la Oficina de Derechos de Autor del Indecopi es la autoridad nacional competente responsable de cautelar y

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proteger administrativamente el derecho de autor y los derechos conexos, posee autonomía técnica, administrativa y funcional para el ejercicio de las funciones asignadas a su cargo».

Pero, ¿por qué se ha avanzado tanto en el campo de la piratería de videos, de software y hasta de música, y no se ha hecho lo mismo en el campo de los libros? ¿Acaso no es un negocio lo bastante grande como para que amerite una acción del Estado, a diferencia del negocio del software y video en el que hay detrás intereses internacionales y presiones a nivel de gobierno?

Como manifiesta Chachi Sanseviero, dueña de la librería El Virrey: «pienso que Indecopi surge para proteger los grandes monopolios. Indecopi no sirve. A Indecopi no le interesa y eso está clarísimo. No le interesa al gobierno, no le interesa a Indecopi que fue creada para eso. Entonces, ¿qué pueden hacer los editores? No pueden hacer nada».

EL HABLADOR, JUNTO AL RÍMAC

En el campo ferial Amazonas, la «primera librería popular del Perú», hay 200 puestos de libros usados. La cuarta parte vende, además, libros piratas. En cada puesto piden a los chacales, según la capacidad económica del librero, desde 2 hasta 100 o más ejemplares si se trata de pedidos de provincia: de Huánuco, Huancayo, Ayacucho, Trujillo, Cusco.

El margen de ganancia es de 1 o 2 soles por libro. La ganancia del chacal es de 50 céntimos en promedio por cada uno, según la cantidad de libros vendidos. El reparto se realiza diariamente, y se «sondea» la demanda del público en base a la cantidad de ejemplares y títulos pedidos. Así, pueden saber cuántos y qué títulos re-imprimir. Cuando se piratea una novedad -sucedió con Guía triste de París, de Alfredo Bryce - la distribución se realiza en lapsos muy cortos de tiempo, porque «la cosa es botarlo rápido», según nuestro informante. Y como este negocio no está fuera de las leyes del mercado, una novedad puede tener un precio alto, pero cuando deja de serlo el precio baja 5 soles o más y se vuelve uniforme. Esa ganancia fugaz depende de quién lo tenga primero.

Sin embargo, hay diferencias de precios en el territorio comanche de la piratería. Si un libro cuesta 6 soles en Malambito o en los alrededores de la Universidad Villarreal, sube a 10 o 12 soles en Quilca, Camaná o la Plaza Francia, mientras que en Amazonas lo

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conseguimos a 8. Pero si salimos del centro y vamos hasta las intersecciones de la Javier Prado (San Isidro, San Borja, La Molina), en Larco, Miguel Dasso o en las puertas de los supermercados, el precio se eleva a 20 o 25 soles. Es la segmentación del mercado, con «ediciones de lujo para San Isidro», para otro público, y eso cuesta más. Para ellos está bien claro hacer dos clases de copias: una idéntica al original en papel y tamaño; y otra, más pequeña, en papel periódico y letras diminutas. Entre una y otra la diferencia es de 4 o 5 soles, según el título.

Además, están los clásicos resumidos para escolares en editoriales fantasmas. Una modalidad para despistar a los incautadores: ponen nombre, direcciones y registros falsos. Así, se puede encontrar ejemplares de La Ilíada o de Romeo y Julieta en la insólita Editorial Rosa Salvaje.

CÁMARA ... ¿ACCIÓN?

La Cámara Peruana del Libro (CPL) congrega a 110 editores y, aunque hay muchos fuera de ella, a la mayoría de los afectados por la piratería. Sin embargo, cuando se pregunta qué es lo que ha hecho la Cámara frente a este problema, la respuesta es: «lo suficiente que sus recursos le permiten». «Lamentablemente -afirma Enrique Capelletti, presidente de la CPL- no todos los asociados quieren colaborar para luchar contra la piratería. No quieren poner tiempo ni dinero. Creen que a Indecopi, a la Fiscalía o a la Policía les corresponde la obligación de salir a combatir la piratería. La Cámara, sin recursos, no puede hacer milagros. Hay negligencia de parte de los asociados».

-¿Indecopi ha hecho una buena labor frente a la piratería de libros?

-Aparte de la docencia, no ha hecho ninguna otra labor.

Indecopi no tiene los recursos necesarios para llevar a buen fin sus metas, dice Capelletti. Y añade: «educación y represión no se dan en conjunto porque no hay voluntad política de parte del gobierno. Si no hay voluntad política, esto va a ser muy difícil que cambie».

Según Capelletti, el porcentaje del mercado editorial ganado por los piratas es de 30 o 40%, lo que en términos económicos significa (tomando como promedio $12 cada libro, por 3 mil libros

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dejados de editar y por 500 títulos pirateados) unos $18 millones. Libres de impuestos. Si seguimos multiplicando esos 3 mil ejemplares dejados de editar por los 500 títulos pirateados en estos últimos años, tenemos un millón y medio de libros piratas en el mercado. ¿Cuántas editoriales podrían decir lo mismo?

A estas alturas, no nos sorprendería que se exportara piratería a Bolivia, Chile y Uruguay. Fue el caso de Los Cuadernos Don de Rigoberto, de Vargas Llosa. Esa fue, aquí, una co-edición de Alfaguara y Peisa, y sólo la edición peruana llevaba en la carátula el logotipo de las dos empresas. Esa edición estaba en los tres países, pirateada.

TRES EN RAYA

Cuando se piratea un libro, además de cometer un delito contra los derechos de autor, se incurre en el de falsificación y se viola la propiedad intelectual de una persona. Dante Mendoza, de la Defensoría del Pueblo, cree que «el problema del derecho de autor es un problema de dinero, de negocio. ¿Qué es lo que sucede con la persona a la que le violan su derecho de autor? ¿Qué daño le están haciendo? Le están haciendo un daño económico. ¿Le restituyen ese daño al meter preso a alguien? No señor, el daño económico se lo restituyen devolviéndole lo que ha dejado de ganar o percibir».

¿Es sólo un problema de dinero? ¿Se puede cometer un delito, pagar una indemnización y seguir «trabajando»? Piratear un libro es un robo, eso está claro. Y todo delito acarrea una pena. La tercera Disposición Final del Decreto Legislativo 822, modificó el Código Penal estableciendo sanciones para los autores de este tipo de delitos de hasta 8 años de pena privativa de la libertad.

El Dr. Oscar Zevallos Palomino, titular de la 38 Fiscalía Provincial Penal de Lima, dice que la piratería «no es solamente un problema que se pueda solucionar desde un punto de vista penal, represivo. Esa no es la solución. Nosotros hemos hecho infinidad de operativos, pero mientras no cortemos el nexo del productor del libro con el distribuidor, no vamos a tener éxito. Lo que a nosotros nos interesa es llegar a las cabezas». ¿Y por qué no hay algunas cabezas sentenciadas a condenas efectivas? «Porque todavía hay el concepto de que estos delitos no afectan el interés social. Nosotros no aplicamos las penas. En muchos casos hemos solicitado 4, 5 años de pena privativa, pero en el juzgado no las han dado», dice Zevallos.

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A pesar de que Indecopi ha realizado programas de capacitación a fiscales, jueces y magistrados en cursos especiales, no hay, al parecer, resultados tangibles: ¿hay alguien encarcelado por este delito?

El Ministerio Público ha recibido, en lo que va del año, 12 denuncias sobre piratería de libros. De ellas, 10 son denuncias de oficio y 2 de parte. El año pasado se llegó a 48 denuncias.

Por su parte, Indecopi ha realizado, desde el 8 de marzo de 1993 hasta el 31 de diciembre de 1998, 169 procedimientos por infracción a la ley de autor sobre obras literarias: 61 en el 93, 50 en el 94, 10 en el 95, 13 en el 96, 12 en el 97, 23 en el 98. Como consecuencia, se ha impuesto multas por un valor total de 639 UIT`s.

Sin embargo, involucrados y perjudicados por la piratería señalan a Indecopi como la entidad con responsabilidad en el tema. Rubén Trajtman, de la Oficina de Derechos de Autor, delimita su área de acción: «a Indecopi le corresponde un rol promotor para crear una conciencia de cultura y de respeto a la propiedad intelectual. Nosotros no somos un anexo del Poder Judicial, nosotros tenemos un rol fundamentalmente educativo. No perseguimos delincuentes. Nuestra función como entidad técnica no es la de salir a una cacería de brujas. Yo soy abogado, no soy policía».

Esta oficina está facultada por el D.L.822 para imponer sanciones que van desde la amonestación, multas de hasta 150 UITs, cierre temporal o definitivo del establecimiento, hasta la incautación del material ilícito. Las multas son abonadas a Indecopi dentro del término de cinco días. Y sabemos que, a veces, el material incautado regresa al mismo lugar de venta. A esto se le llama «copias de bajada».

Entonces, ¿sirve de algo denunciar, investigar, incautar, si al poco tiempo saldrá a las calles otro lote de libros, nadie es condenado, y todo sigue igual? «Si queremos acabar con la piratería, lo primero es educar a la gente» -piensa Dante Mendoza, de la Defensoría. «Hacerle entender que en el momento que compra un libro pirata está cometiendo un delito, está siendo cómplice de un delito. Cuando la gente entienda que eso es un delito, la piratería va a bajar».

Recordemos la ley de oferta y demanda. Si una persona tiene en una mano un libro original que cuesta 45 soles y en la otra una

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copia, fallas más o fallas menos, a 15 soles, ¿pensará esa persona que al comprar la copia está perjudicando al autor, al editor, al fisco, a la economía nacional?

Lamentablemente, como señala Chachi Sanseviero: «los piratas están cumpliendo una función, un servicio que el país no le está dando al usuario del libro».

TINTA INDELEBLE

Ante este desolador escenario, donde contribuye resueltamente -por omisión- este pragmático Estado, lobotomizado para la cultura; donde violar las leyes es una diversión más; donde la lenidad es la divisa de las autoridades; donde hasta el Código Penal y la Constitución son pirateados; donde existen a lo sumo 10 librerías para una ciudad de 8 millones de habitantes; le pedimos a Germán Coronado ensayar algunas soluciones para abolir la piratería editorial. Para él hay tres opciones:

1- Salir provisto de unas flechas con curare y exterminar a los vendedores callejeros; pero es ilegal.

2- Contratar investigadores privados y desentrañar a los grandes piratas y, de paso, a algunas autoridades vinculadas con este ilícito negocio.

3- Lograr una concertación nacional en la que participen las máximas autoridades de la sociedad civil y del gobierno: el Presidente de la Corte Suprema, el Fiscal de la Nación, el jefe máximo de Indecopi, el Defensor del Pueblo, el Director de la Policía Nacional.

¿Y los consumidores? ¿Por qué no regresar a esas ediciones masivas como Populibros o Biblioteca Peruana, ésas de tapas azules que aún se venden en librerías? «Sí se puede -responde Coronado. Pero ésos son los proyectos más difíciles de hacer. Te aseguro que yo saco esa colección de libros ahora y quiebro. Si yo lo vendo a 15 soles, el pirata lo va a hacer más barato, porque yo pago impuestos, le pago al autor. Una campaña de publicidad puede costar 120 mil dólares. El pirata va a vivir de mi publicidad. No, yo no voy a sacar ni un libro de ese género mientras no erradiquemos la piratería. Y nadie lo va a hacer. ¿Quién se jodió finalmente? El propio público, que se supone beneficiado por los piratas».

Entonces, ¿cómo solucionar urgentemente este problema? «Yo

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estoy dispuesto -concluye Coronado- a co-editar con cualquier ente estatal. Y de la próxima novela de algún autor importante que yo publique, decirle al Estado: hago 20 mil ejemplares para el circuito comercial, cómprame tú 20 mil más para distribuir en bibliotecas públicas. El precio del libro se verá enormemente favorecido para los que tengan que comprarlo. Y yo se lo vendo al Estado a precio de costo».

EDUCACIÓN, REPRESIÓN, ¿INDEMNIZACIÓN? (RECUADRO)

Dante Mendoza (Defensoría del Pueblo):

-¿Usted cree que sólo con educación se combate la piratería?

-Yo pienso que la mayoría de los problemas de nuestro país se pueden superar con educación antes que con represión.

-Pero mientras tanto, las editoriales quiebran.

-Ahí está el problema.

-Si las editoriales quiebran, ¿qué van a piratear?

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-Las editoriales peruanas me merecen el mayor respeto y admiración porque están haciendo negocio en situaciones muy difíciles. Lo que le estoy diciendo es que el Estado está haciendo su parte: se está atendiendo quejas, se está tramitando, se está actuando de oficio. Pero, ¿cuánto se está invirtiendo en educación, en hacer campañas de difusión?

-¿Cuándo habrá un pirata en la cárcel?

-Hay que trabajar mucho en la educación de jueces, de fiscales, de la policía, para que entiendan que lo que tienen en las manos es un delito grande, fuerte. Aunque ya le digo mi particular visión: el castigo tiene que ir por el bolsillo. Usted dañó, usted indemnice.

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OPINIONES

Verónica Pradel Salinas. Economista. Ejecutiva de cuentas AFP Unión.

No estoy a favor de la piratería. Sin embargo, eventualmente me veo obligada a recurrir a esa opción. Es lamentable que la mayoría de los lectores no pueda adquirir un determinado libro por lo costoso que éste resulta (el precio en librería es cuatro veces mayor que el de una edición pirata).

El libro pirata no es lo óptimo para un lector coleccionista y exquisito, cuyo gusto incluye no sólo la calidad de la lectura sino además el material impreso (el papel es corriente, la impresión defectuosa y, muchas veces, el empastado y la presentación son muy pobres). Sin embargo, es un sustituto que satisface la necesidad de un lector asiduo que se niega a rendirse frente a la realidad de no poder acceder a la información y la cultura a causa de su falta de recursos económicos, y por qué no decirlo, como consecuencia del escaso ingenio de los agentes involucrados para hacer del libro un producto al alcance de las grandes mayorías.

Silvia Elizabeth Cordero. Estudiante de Economía UNMSM. 9no.ciclo

Sí compro libros piratas. Por los precios, porque los libros originales tienen un costo muy alto, además son necesarios más de un libro. Eso acarrea un costo aún mayor. La calidad del papel o el empastado de los libros piratas es más simple y ordinario. Pero lo importante es el contenido del libro. Además, no doy valor al trabajo original del autor.

Compro en las librerías que hay dentro de la Universidad de San Marcos, dos libros mensualmente.

Martín Beaumont. Sociólogo. Profesor universitario.

Los mercados informales son la mejor manera de equilibrar un orden que de otro modo, sin ellos, haría del Perú una sociedad de castas. La piratería da trabajo a millones, incluyendo al presidente.

Que yo no compre libros piratas es, por tanto, perderme una de las tantas posibilidades que me brinda el Perú. Si no lo hago es por una mezcla de amor por los libros y desconfianza frente al

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producto pirata. Sucede que me gusta el libro cosa, lo físico del libro. No sólo los leo: los toco, los huelo; los leo con las manos y con los ojos. Las letras adquieren todo su peso en el volumen que las contiene.

Sé que hay basura impresa en alta calidad y maravillas reproducidas en talleres de pacotilla, pero eso es otra cosa. Porque los piratas venden también los excelentes textos que nuestra damnificada industria gráfica produce, pero siempre a condición de convertirlos en material desechable, en algo que parece un libro por su forma, por las hojitas compaginadas adentro, y por la exterior que simula bien la carátula de los originales, pero que ha dejado de ser lo que era en el proceso tan común y nuestro de robar lo que es de otro y venderlo en la calle para beneplácito de tantos bolsillos esquilmados por las crisis y los piratas que las producen.

Alonso Rabí. Poeta y periodista.

No compro libros piratas porque, sencillamente, eso me convertiría en cómplice de un delito contra la propiedad intelectual. No sé si la ley especifica así el caso, pero ética y personalmente he hecho mía esta norma.

Me es imposible negar, sin embargo, que más de una vez me he sentido tentado por la evidente ventaja que ofrece en el precio una edición pirata -debería decir bastarda-. Caer en la tentación hubiera implicado alimentar las arcas de unos editores clandestinos a quienes la ley contempla, yo diría, con gracia y hasta cierto paternalismo. Lo más asombroso, en todo caso, es la impunidad con que estas ediciones son comercializadas en medio de la calle, a plena luz, a vista y paciencia de unas autoridades que frente a este problema parecen sufrir repentinamente un ataque de parálisis.

Dudo que terminar con la piratería sea una tarea titánica. Me imagino que la policía sabe perfectamente quién o quiénes están detrás de ella. Lo que preocupa -y aterra- es su inacción, su complacencia con una mafia capaz de quebrar un venerable negocio como el editorial, lucrando con el sacrificado trabajo de mentes ajenas. No estaría de más que las autoridades competentes en el tema asumieran el compromiso de dar un buen ejemplo. Lo necesitamos.

Por último, no compro libros piratas porque no son agradables al

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tacto ni a la vista.

Cuánto cuesta leer

Las diferencias de precios son abismales según el lugar de venta. En las dos primeras columnas se trata de libros piratas. Competir así es imposible.

Amazonas Camaná Librerías

Quilca

S/. S/. S/.

VARGAS LLOSA

El Hablador 7 12 29

Cartas a un novelista 8 13 42

Cuadernos de Don Rigoberto 10 13 45

BRYCE

Amigdalitis de Tarzán 10 11 45

Guía triste de París 7 15 45

A trancas y barrancas 12 16 65

Un mundo para Julius 7 13 35

Reo de nocturnidad 7 10 45

SARAMAGO

El Evangelio según Jesucristo 13 15 70

Todos los nombres 10 18 55

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Casi un objeto 8 10 50

Ensayo sobre la ceguera 10 16 79

El año de la muerte de Ricardo Reis 14 18 75

Viaje a Portugal 12 20 75

El cuento de la isla desconocida 5 7 25

SABATO

Antes del fin 7 10 69

BAYLY

Fue ayer y no me acuerdo 6 12 40

La noche es virgen 6 10 40

No se lo digas a nadie 8 15 40

KUNDERA

La identidad 7 10 49

GOLEMAN

La inteligencia emocional 10 15 74

SERRANO

El albergue de las mujeres tristes 10 16 45

BENEDETTI

La tregua 8 13 56

PAZ SOLDÁN

Amores imposibles 8 14 52

COELHO

El alquimista 7 12 80

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TAMARO

Donde el corazón te lleve 8 10 50

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TODOS SOMOS PIRATAS

Abelardo Oquendo

- Como editor, ¿cuál es su apreciación del problema de la piratería?

- Mire, los instrumentos que hoy tenemos a mano para reproducir material impreso o grabado de cualquier naturaleza ponen la piratería al alcance de todos.

¿Quién no ha copiado alguna vez música de grabaciones comerciales o videos o textos de revistas o libros, cuando no la publicación íntegra?

Cualquiera de estos actos es ilegal; violamos con ellos propiedades, derechos diversos. Aunque aparentemente no haya, como sí en el pirata formal, ánimo de lucro con lo ajeno, nos ahorramos el dinero que no gastamos en la cinta o el disco, el vídeo, la revista o el libro. Es decir, ganamos plata echándole mano a lo que no nos pertenece. Y hay quienes pierden lo que nosotros, ciudadanos decentísimos, ganamos; hay quienes pierden lo que debieron percibir por su trabajo y su inversión.

No sé si usted, pero yo me acuso de piratería eventual. Y veo en torno a mí muchísimos otros piratas informales lo mismo que yo. Como a nosotros no va a llegar el brazo de la ley, nos creemos inocentes y nuestra serenidad no deja resquicio alguno a la mala conciencia. Tanto es así que acepté muy suelto de huesos y dispuesto a incriminarlos, esta entrevista acerca de los otros piratas, de los que se corren el riesgo de trabajar formalmente, a tiempo completo, en esa modalidad de la apropiación ilícita; la acepté sin ver todavía el parentesco que a tantísimos nos vincula con ellos. Pues, ¿quién hay tan limpio como para lanzar la primera piedra?

- Parece que no va usted a incriminar a los piratas. Aunque Mosca Azul no se mantenga editorialmente tan activa como antes, ¿no le parece insostenible esa actitud en un editor?

- Ahora que me he puesto a considerar el tema, le diré que estoy algo perplejo. Sin embargo, por encima de editor, soy lector y no puedo dejar de tener en cuenta a los miles de lectores que, sin los piratas, no accederían al libro. Pienso sobre todo en países no sólo pobres sino empobrecidos como el nuestro. ¿Cuántos pueden

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en el Perú comprar libros? ¿Está el libro al alcance de las mayorías o, siquiera, de las medianías? La escasez y mediocridad de nuestras librerías (Mosca Azul incluida) contesta a estas preguntas. El Perú debe ser el único país del mundo que tiene más universidades que librerías merecedoras de ese nombre: búsquelas usted en provincias (las librerías, no las universidades, que sí las encontrará en abundancia).

- Las universidades tienen bibliotecas...

- Ha puesto el dedo en la llaga: las tienen, pero, salvo contadas excepciones, tan pobres como la mayoría de sus profesores, e igual de improvisadas y desactualizadas. La realidad del libro en el país es patética. Por todo esto, no puedo mirar con sangre en el ojo a los piratas. En un medio así, en lo que se refiere al libro, puede sonar extravagante o, peor, escandaloso, que se diga que los piratas cumplen una función cultural importante, que llenan un vacío del cual el Estado se desentiende hoy más que nunca, dada la primacía del capitalismo salvaje y el darwinismo económico. En una realidad así, habría que preguntarse si el pirata recorta el mercado del editor legal o saca a flote un mercado sumergido, si sirve a un mercado que la creciente pauperización viene alejando de las librerías.

- Entre tanto, usted se va acercando cada vez más a los piratas.

- Ya se lo dije al principio: el pirata es mi prójimo, es nuestro prójimo. (No sé si el suyo, pero sí el de casi todos).

- ¿Entonces, habría que cruzarse de brazos y dejar hacer a la piratería?

- La dificultad está en que eso no es admisible. En verdad, el problema de nuestro tiempo es que casi nada es plenamente admisible. Pero si nos concretamos y miramos hacia el bien común en lo concerniente a los libros, podría pensarse en una alianza de editores dispuestos colectivamente a tirajes especiales de calidad modesta destinados a quienes quieren leer y les falta plata. Planteo la alcanzable utopía de tirajes simultáneos: uno para el mercado con poder adquisitivo y otro para disputarle el mercado a los piratas, y de este modo disuadirlos. Si ellos pueden abaratar el libro, ¿por qué no lo van a poder hacer los productores y empresarios de la cultura? La mejor manera de lograr la vigencia de la legalidad es cuidando los intereses de la sociedad

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en su conjunto; incorporando, no marginando; sobre todo cuando, como ocurre habitualmente, los marginados constituyen la mayoría. Lástima que el significado de globalización que hoy se aplica no tenga que ver con esto.

- Hay piratas que se van a sentir muy contentos si leen esta entrevista.

- No me interesa quien se alegre o se enfurezca. En lo que he venido pensando es en los lectores, en la difusión del conocimiento, de los libros, en la superación colectiva. Y en la doble moral que manejamos, tan cómoda, tan despreciable, tan contaminante.

Pero hay un tipo de piratas que no quisiera contentar: los cultos que hacen antologías o compilaciones de trabajos ajenos sin pedir permiso a los autores para incluirlos en un libro que tampoco les envían. En esta indecencia son cómplices compiladores o antólogos y editores. Lo grave, lo deprimente, es que no pocas veces los editores son instituciones supuestamente serias: universidades, centros de investigación, oenegés. Esto es: entidades y personas siempre dispuestas a defender los derechos del autor, la propiedad intelectual, etc., sin advertir sus contradicciones. Lo digo porque tales violadores y ciegos preterintencionales abundan por estos lares.

- ¿Y los autores así maltratados no protestan?

- Es raro que lo hagan. Los más, se sienten halagados por su inclusión en un libro. Así, pues, si todos somos piratas y hasta hay esas violaciones que causan contentamiento, ¿cómo empezar a hablar honestamente de un tema que suele simplificarse y enmascararse tanto?

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A LA SOMBRA DE SIR FRANCIS DRAKE

Abelardo Sánchez León

En el reciente boom de la narrativa peruana el mayor temor de los editores radica en que le pirateen el libro, y el de los autores, por cierto, en que no lo vayan a hacer. Ser un autor pirateado tiene, sin duda, una aureola de éxito comercial. Los únicos novelistas peruanos pirateados son Alfredo Bryce, Jaime Bayly y Mario Vargas Llosa. Al llegar a la cuarta edición, no olvidemos, también fue pirateado Luis Jochamowitz, con su ya clásico Ciudadano Fujimori. Esta cruda realidad ha llevado con justicia a un estado de nervios al dinámico editor de Peisa, Germán Coronado.

Los tirajes nacionales suelen ser de dos mil ejemplares. Esto suena a chiste en una ciudad de siete millones y en un país de veinticinco millones de habitantes. Las librerías se concentran en tres o cuatro distritos -Lima, Miraflores, San Isidro, Barranco- por decir algo. En principio, cada autor recibe un 10% por libro vendido. Si el precio de tapa es de 50 soles, recibe 5 por cada ejemplar. Para ser un autor «pirateable» debe haber un tiraje cercano a los diez mil ejemplares y demostrar una sólida capacidad de reedición. Con dos mil ejemplares, que es el promedio, el autor conserva el digno perfil bajo del peruano. Como la crisis económica golpea a las librerías, ellas se toman su tiempo para cancelarle al distribuidor y la editorial se toma el suyo para cancelarle al autor. Los escritores más optimistas suelen frecuentar las oficinas del editor cada tres meses, los realistas dos veces al año (en julio y diciembre) y los escépticos una vez al año. Hay, por supuesto, quienes deciden no ir nunca de pura dignidad, perfil bajo y orgullo peruano.

Uno escribe una novela ayudado por la computadora cada tres o cuatro años y decide ir donde un editor. Ahora hay tres editores literarios en franca actividad: Peisa, Alfaguara y El Santo Oficio. La esperanza de publicar en la metrópoli se esfuma con la despiadada competencia existente y, sobre todo, por la aparición de las filiales regionales de las grandes editoriales españolas. La gran mayoría de los novelistas peruanos son escritores locales; es decir, de dos mil ejemplares no «pirateables», perfil bajo y dignidad literaria. Los editores, comprensivamente, dicen que con ellos amplían su cartera, pero que de ellos no podrían vivir como empresa. Los autores más dinámicos siguen siendo Bryce, Bayly y

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Vargas Llosa. En ese orden, además. Y aquella locomotora literaria es justamente la que toman por asalto los piratas del mundo uníos, que, incluso, antes de que salga la edición formal ya venden la suya en las esquinas de los cuatro distritos que tienen librería.

Quien acompaña últimamente a los novelistas en estas lides prestigiosas de los «pirateables» es, nada menos, Carlos Boloña con sus Lecciones de Economía. No se trata de literatura, pero se le parece en el éxito. Su rostro sonriente en la carátula y aquel título de connotación estudiantil garantizan la pirateada sin contemplaciones. Entre Guía triste de París y La noche es virgen, surge este reciente best seller de la economía nacional en las esquinas del movimiento urbano.

No debemos olvidar que el autor que evade osadamente el esquema perfil bajo y digna postura nacional -sombra solapa de por vida- le caerá, de todas maneras, el peso de la bandera negra de Francis Drake. ¿Qué más quieres?, podría decirle al joven escritor uno de estos delincuentes de la clandestinidad, conectadísimo con todas las imprentas de Lima... A los poetas no los compra nadie porque sus ridículos tirajes atentan contra el negocio de los piratas; pero un joven novelista, escúchame bien, se haría famoso si lo venden, a diestra y siniestra, en las esquinas de los cuatro distritos con librería. ¿Qué más quieres, fanfa? No olvides que un autor pirateado tiene la aureola del éxito, y ese aspecto favorece tus intereses. Te conviene ser pirateado, mocoso. O te gustan tus dos mil ejemplares, de repente sólo mil... que no alcanza para el lonche.

Claro, si uno fuera un novelista que publica en España, qué importa ser pirateado en estas costas del océano Pacífico, donde antaño merodeaban tantos piratas, bucaneros y corsarios. Pero aquí, con un mercado deprimido hasta la depresión, los piratas se ríen cuando los artistas les hablan de talento, de tiempo invertido, de horas de trabajo, de horas de inspiración, de horas de investigación, de horas robadas a la chamba, al ocio y a la mujer, porque a todo ello, sin duda, el editor le añade los costos de la edición formal. Este profundo proceso humano, no lo olvidemos, es robado, sustraído, pirateado.

Ante esta situación los jóvenes novelistas de mercado local deprimido -aquellos de los ya míticos dos mil ejemplares- tienen la gran oportunidad de hacer la literatura que les sale del forro, sin tener que hacer grandes concesiones. Escribir sin pensar en el

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mercado. Escribir como si uno estuviera muerto, olvidado, exiliado. Escribir sin pensar en el público. Escribir para no ser pirateado. Y en caso de que llegara el día en que Drake nos tocase la puerta, ir a España o simplemente festejarlo con unos vodkas con tu editor y amigo.

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Leyendas

1. Germán Coronado: “El público nos tiene que respaldar: no comprar libros piratas”.

2. Patricia Arévalo: “La piratería genera, sin duda, sobreprecios. Hace que los precios sean mayores.”

3. Campo Ferial Amazonas. 5 veces menos que en librerías.

4. Chachi Sanseviero: “Es una decisión del gobierno de apoyar la edición del libro, de crear una industria editorial, de promover las ediciones populares”.

5. Enrique Capelletti: “Educación y represión no se dan en conjunto porque no hay voluntad política del gobierno”.

6. Oscar Zevallos: “No es sólo un problema que se solucione desde el punto de vista penal, represivo, que no es la solución”.

7. Amazonas. Libros originales o piratas, según los bolsillos del público.

8. Rubén Trajtman: La mano de Indecopi no llega a los piratas. “Yo soy abogado, no soy policía”.