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  • 7/24/2019 El Polvo Del Saber

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    El Polvo del Saber Julio Ramn Ribeyro. (trascripcin)

    Todos los das al salir de la universidad o entre dos cursos caminaba hasta la

    calle Washington y me detena un momento a contemplar, por entre las verjas, los

    muros grises de la casona, que protegan celosa, secretamente, la clave de la

    sabidura.

    Desde nio saba que en esa casa se conservaba la biblioteca de mi bisabuelo.

    De esta haba odo hablar a mi padre, quien siempre atribuy la quiebra de su

    salid a la vez que tuvo que mudarla de casa, Mientras mi bisabuelo vivi, los diez

    mil volmenes estuvieron en la residencia familiar de la calle Espritu Santo. Pero a

    la muerte del patriarca, sus hijos se repartieron sus bienes y la biblioteca le toco al

    to Ramn, que era profesor universitario.

    Ramn era casado con una seora riqusima, estril, sorda e irritante, que lo

    martiriz toda su vida. Para desquitarse del fracaso matrimonial, la engaaba con

    cuanta mujer le pase por delante. Como no tena hijos, hizo de mi padre su sobrino

    preferido, lo que significaba al mismo tiempo que una expectativa de herencia una

    fuente de obligaciones. Es as que cuando hubo que trasladar la biblioteca de

    espritu santo a su casa de la calle Washington, mi padre fue el encargado de lamudanza.

    Contaba mi padre que en trasladar los miles de volmenes tard un mes. Tuvo

    que escalar altsimas estanteras, encajonar los libros, llevarlos a la otra casa,

    volver a ordenarlos y clasificarlos, todo esto en un mundo de pelusas y polilla.

    Cuando termin su trabajo qued cansado para el resto de su vida. Pero toda esa

    fatiga tena su recompensa. Cuando tio Ramn le pregunt qu quera que le

    dejara al morir, mi padre respondi sin vacilar:

    -tu biblioteca.

    Mientras to ramn vivi, mi padre iba regularmente a leer a su casa. Ya desde

    entonces se familiarizaba con un bien que algn da sera suyo. Como mi

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    bisabuelo haba sido un erudito, su biblioteca era la de un humanista y constitua la

    suma de lo que un hombre culto deba saber a fines del Siglo XIX. Ms que en la

    universidad, mi padre se form a la vera de esa coleccin. Los aos ms felices de

    su vida, repeta a menudo, fueron los que paso sentado en un silln de esa

    biblioteca, devorando cuanto libro caa en sus manos.

    Pero estaba escrito que nunca entrara en posesin de ese tesoro. To ramn

    muri sbitamente y sin testar y la biblioteca con el resto de sus bienes pasaron a

    propiedad de su viuda. Como to ramn muri adems en casa de una querida, su

    viuda guard a nuestra familia, y a mi padre en particular, un odio eterno. Jams

    quiso recibirnos y opt por encerrase en la calle Washington con su soledad, su

    encono y su sordera. Aos ms tarde cerro la casa y se fue a vivir donde unosparientes a Buenos Aires. Mi padre pasaba entonces a menudo delante de esa

    casa miraba la verja, sus ventanas cerradas e imaginaba las estanteras donde

    continuaban alineados los libros que nunca termin de leer.

    Y cuando mi padre muri, yo hered esa codicia y esa esperanza. Me pareca un

    crimen que esos libros que un antepasado mo haba tan amorosamente

    adquirido, coleccionado, ordenado, ledo, acariciado, gozado, fueran ahora

    patrimonio de una vieja, avara que no tena inters por la cultura ni vnculos con

    nuestra familia. Las cosas iban a parar a su a las manos menos apropiadas pero

    como yo crea aun en la justicia inmanente, confiaba en que alguna vez

    regresaran a su fuente original.

    Y la ocasin se present. Supe que mi ta, que haba pasado varios aos en

    Buenos Aires sin dar signo de vida, vendra unos das a Lima para liquidar un

    negocio de venta de tierras. Se hosped en el Hotel Bolvar y despus de

    insistentes llamadas telefnicas logre persuadirla para que me concediera una

    entrevista.

    Quera que me autorizara a elegir aunque sea algunos volmenes de una

    biblioteca que, segn pensaba decirle, haba sido de mi familia.

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    Me recibi en su suite y me invit una taza de t con galletas. Era una momia

    pintarrajeada, enjoyada, verdaderamente siniestra. No abri prcticamente la

    boca, pero yo adivine que vea en mi la imagen de su marido, de mi padre, de todo

    lo que aborreca. Durante los diez minutos que estuvimos juntos, tomo nota de mi

    embarazoso pedido, leyendo mi discurso en el movimiento de mis labios. Su

    respuesta fue tajante y fra: nada de lo que era suyo pasara a nuestra familia.

    Al poco tiempo de regresar a buenos aires falleci. Su casa de la calle Washington

    y todo lo que contena fue heredado por sus parientes y de este modo la biblioteca

    se alej an ms de mis manos. El destino de estos libros, en verdad, era derivar

    cada vez ms, por el mecanismo de las trasmisiones hereditarias, hacia personas

    cada vez menos vinculadas a ellos, chacareros del sur o annimos bonaerensesque fabrican tal vez productos en los que entraba el tocino y la rapia.

    La casa de la calle Washington continu un tiempo cerrada. Pero quien la heredo

    por algn misterio, un mdico de Arequipa- resolvi sacar de ella algn provecho y

    como era muy grande la convirti en pensin de estudiantes. De ello me enter

    por azar, cuando terminaba mis estudios y haba dejado de rondar por la vieja

    casona, perdida ya toda ilusin.

    Un condiscpulo de provincia, de quien me hice amigo, me pidi un da que loa

    acompaara a su casa para preparar un examen. Y sorpresa ma me condujo

    hasta la mansin de la calle Washington yo cre que se trataba de una broma

    impa pero me explico que haca meses viva all, junto con otros cinco

    estudiantes de su terruo.

    Yo entr en la casa devotamente, atento a todo lo que me rodeaba. En el vestbulo

    haba una seora guapa, probablemente la administradora de la pensin, motivo

    que yo desde, para observar ms bien el mobiliario e ir adivinando la

    distribucin de las piezas, en busca de la legendaria biblioteca. No me fue difcil

    reconocer sofs, consolas, cuadros, alfombras, que hasta encontr solo haba

    visto en los lbumes de fotos de familia. Pero todos aquellos objetos que en las

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    fotografas perecan degradacin, como si los hubieran despojado de sus

    insignias, y no eran ahora otra cosa que un montn de muebles viejos, destituidos,

    vejados por usuarios que no se preocupaban de interrogarse por su origen y que

    ignoraban muchas veces su funcin.

    -aqu vivi un to abuelo mo- dije al notar que mi amigo se impacientaba al verme

    contemplar absorto un enorme perchero, del que antao prendan pellizas, capas

    y sombreros y que ahora serva para colgar plumeros y trapos de limpieza-. Estos

    muebles fueron de mi familia.

    Esta revelacin lo impresiono apenas y me conmin a pasar a su cuarto para

    preparar el curso. Yo lo obedec pero me fue imposible concentrarme, mi

    imaginacin continuaba viajando por la casa en pos de los invisibles volmenes.

    -fjate le dije al fin- ; antes de que empecemos a estudiar, puedes decirme

    donde est la biblioteca?

    -aqu no hay biblioteca.

    Yo intent persuadirlo de lo contrario: diez mil volmenes, encargados en gran

    parte a Europa, mi bisabuelo los haba reunido, mi to abuelo ramn posedo y

    custodiado, mi padre sopesado, olido y en gran parte ledo.

    -nunca he visto un libro en esta casa.

    No me deje convencer y ante mi insistencia me dijo que tal vez quedaba alfo en la

    habitaciones de los estudiantes de medicina donde nunca haba entrado. Fuimos a

    ellas y no vi ms que muebles arruinados, ropa sucia tirada por los rincones y

    tratados de patologa.

    -pero en algn sitio tienen que estar!

    Mi amigo era ambicioso y feroz, como la mayora de los estudiantes provincianos,

    y mi problema le interesaba un pito, pero cuando le dije que en esa biblioteca

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    deba haber preciosos libros de derecho utilsimos o para la preparacin de

    nuestro examen, decidi consultarle a doa maruja.

    Doa Maruja era la mujer que haba visto a la entrada y que no me haba

    equivocado- tena a su cargo la pensin.

    -ah los libros! dijo que trabajo me dieron!

    Haba tres cuartos llenos. Eran unas vejeces. Cuando me hice cargo de esta

    pensin, hacer tres o cuatro aos no saba qu hacer con ellos. No poda sacarlos

    a la calle porque me hubieran puesto una multa.

    Los hice llevar a los antiguos cuartos de sirvientes. Tuve que contratar a dosobreros.

    Los cuartos de la servidumbre quedaban en el traspatio.

    Doa maruja me entreg la llave, dicindome que si quera llevrmelos encanada,

    as le desocupara esas piezas, pero claro que era una broma, para ello

    necesitara un camin, que un camin, varios camiones.

    Yo vacil antes de abrir el candado. Saba lo que me esperaba, pero por

    masoquismo, por la necesidad que uno siente a veces de precipitar el desastre,

    introduje la llave. Apenas abr la puerta recib en plana cara una rima de papel

    mohoso. En el piso de cemento quedaron desparramados encuadernaciones y

    hojas apolilladas. A esa habitacin no se poda entrar sino que era necesario

    escalarla. Los libros haban sido amontonados casi hasta llegar al cielo raso.

    Emprend la ascensin, sintiendo que mis pues, mis manos se hundan en una

    materia porosa y polvorienta, que se deshaca apenas trataba de aferrarla. De vez

    en cuando algo resista a mi presin y lograba rescatar un empaste de cuero

    -sal de all! me dijo mi amigo- . Te va a dar un cncer. Eso est lleno de

    microbios.

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    Pero yo persist y segu escalando esa sapiente colina, consternado y rabioso,

    hasta que tuve que renunciar all no quedaba nada, sino el polvo del saber. La

    codiciada biblioteca no era ms que un montn de basura. Cada incunable haba

    sido rodo, corrodo por el abandono, el tiempo, la incuria, la ingratitud, el desuso.

    Los ojos que interpretaron esos signos hacia aos adems que estaban

    enterrados, nadie tomo el relevo y en consecuencia lo que fue una poca fuente

    de luz y placer era ahora excremento, caducidad. A duras penas logr desenterrar

    un libro en francs, milagrosamente intacto, que conserv, como se conserva el

    hueso de un magnifico animal prediluviano. El resto naufrag, como la vida, como

    quienes abrigan la quimera de que nuestros objetos, los ms queridos, nos

    sobrevivan. Un sombrero de Napolen, en un museo, ese sombrero guardado en

    una urna, est ms muerto que su propio dueo.

    (Pars abril de 1974)