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EL POPOCATEPETL. Nació en los montes de Anáhuac, hermoso y gigantesco, se incautó en los días de la creación, asombrando á la naturaleza con su magnificencia. Los ángeles mismos lo admiraron cuando disipadas las sombras del caos, apareció como desafiando en el azul del cielo, cubierto por todas partes de umbrosos bosques, erizado de rocas gigantescas, resplandeciendo con la corona de nieve con que cilio el Señor su frente excelsa. Desde entonces domina con imponente majestad á cuanto le rodea, y la vista del hombre no se sacia jamás de contemplarlo. Su mole es enorme, su sombra, cuando cae sobre la tierra, cubre á distancia dé muchas leguas los collados, los valles y montañas. De su cima baja la tempestad rugiente y formidable; las densas nubes lo cubren de oscuridad y los rayos serpentean, arrastrándose por su falda como unos ríos de fuego. Algunas veces la cándida niebla cae sobre él como una gasa de plata transparente; y cuando el sol despedaza con sus destellos este velo que baja de los cielos, el Popocatépetl aparece en toda su grandeza. Entonces se ve descollar su enorme mole, cubierta con el verdor sombrío de sus espesos bosques, y la nieve de su sublime cumbre centellea como una corona de diamantes. En la tarde, el magnifico monte se enrojece con la luz del crepúsculo, y las rocas de velo que lo coronan, enrojecidas también, brillan como un hermoso turbante de rubíes sobre su frente. La noche se acerca, y al hundirse en sus sombras el Popocatépetl, la nieve se emblanquece, y cuando toma un ligero tinte azul, aparece como una magnifica diadema de perla. Así se presenta el excelso volcán, cuando se desvanece á nuestra vista, como una gigantesca aparición que vimos en un sueño. Monumento grandioso de la naturaleza: la imaginación se pierde al contemplar cuantas catástrofes y cuantos prodigiosos acontecimientos han pasado alrededor de ti sin conmoverte. Tú viste las ondas del diluvio arrastrarse espumosas á tus pies en los últimos días de aquella horrorosa inundación, cuya memoria será eterna entre los hombres. Tú viste á los mares rodar desde los valles y montañas hasta sumergirse en las cavidades en que Dios encerró sus aguas turbulentas. Tú viste resplandecer por la primera vez el iris de los cielos, cuando el dedo de Dios trazó en el fondo tenebroso de la tempestad sus franjas de topacio y de esmeralda, sus zonas de oro y fuego. ¡Cuántas veces abras visto vagar en el cielo de México ese cometa que nos sorprendió por su magnificencia, cuando apareció como un arcángel, en cuya frente resplandecía una ráfaga de argentada luz, destello del fulgor de un Dios Omnipotente! Y ese cometa espléndido no lo vieron jamás nuestros abuelos, no lo verán quizá muchas de las generaciones que han de sucedernos. Pero los siglos

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EL POPOCATEPETL.

Nació en los montes de Anáhuac, hermoso y gigantesco, se incautó en los días de la creación, asombrando á la naturaleza con su magnificencia. Los ángeles mismos lo admiraron cuando disipadas las sombras del caos, apareció como desafiando en el azul del cielo, cubierto por todas partes de umbrosos bosques, erizado de rocas gigantescas, resplandeciendo con la corona de nieve con que cilio el Señor su frente excelsa.

Desde entonces domina con imponente majestad á cuanto le rodea, y la vista del hombre no se sacia jamás de contemplarlo. Su mole es enorme, su sombra, cuando cae sobre la tierra, cubre á distancia dé muchas leguas los collados, los valles y montañas. De su cima baja la tempestad rugiente y formidable; las densas nubes lo cubren de oscuridad y los rayos serpentean, arrastrándose por su falda como unos ríos de fuego. Algunas veces la cándida niebla cae sobre él como una gasa de plata transparente; y cuando el sol despedaza con sus destellos este velo que baja de los cielos, el Popocatépetl aparece en toda su grandeza.

Entonces se ve descollar su enorme mole, cubierta con el verdor sombrío de sus espesos bosques, y la nieve de su sublime cumbre centellea como una corona de diamantes. En la tarde, el magnifico monte se enrojece con la luz del crepúsculo, y las rocas de velo que lo coronan, enrojecidas también, brillan como un hermoso turbante de rubíes sobre su frente. La noche se acerca, y al hundirse en sus sombras el Popocatépetl, la nieve se emblanquece, y cuando toma un ligero tinte azul, aparece como una magnifica diadema de perla. Así se presenta el excelso volcán, cuando se desvanece á nuestra vista, como una gigantesca aparición que vimos en un sueño.

Monumento grandioso de la naturaleza: la imaginación se pierde al contemplar cuantas catástrofes y cuantos prodigiosos acontecimientos han pasado alrededor de ti sin conmoverte. Tú viste las ondas del diluvio arrastrarse espumosas á tus pies en los últimos días de aquella horrorosa inundación, cuya memoria será eterna entre los hombres.

Tú viste á los mares rodar desde los valles y montañas hasta sumergirse en las cavidades en que Dios encerró sus aguas turbulentas. Tú viste resplandecer por la primera vez el iris de los cielos, cuando el dedo de Dios trazó en el fondo tenebroso de la tempestad sus franjas de topacio y de esmeralda, sus zonas de oro y fuego.

¡Cuántas veces abras visto vagar en el cielo de México ese cometa que nos sorprendió por su magnificencia, cuando apareció como un arcángel, en cuya frente resplandecía una ráfaga de argentada luz, destello del fulgor de un Dios Omnipotente!

Y ese cometa espléndido no lo vieron jamás nuestros abuelos, no lo verán quizá muchas de las generaciones que han de sucedernos. Pero los siglos vuelan ante ti como parvadas de aves pasajeras; las generaciones han desaparecido a tu presencia como las hojas secas que arrebata en su furor el viento del Otoño; y como se desliza tu sombra, al amanecer, sobre los valles, así has visto desvanecerse mas de una vez la gloria y el poder de los imperios.

Luis de la Rosa.Miscelánea de los Escritos Descriptivos.

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