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El Quijote y las novelas Arturo Damm Arnal M uchas (al final de cuentas tan- tas como lectores ha tenido, y tantas como las veces que ca- da lector lo ha leído), son las lecturas que tiene El ingenioso hidalgo don Qui- jote de la Mancha. ¿De qué trata? El tema central son las aventuras y desventuras del Caballero de la Triste Figura. Pero no es el único. Hay más, y de ellos depende la riqueza de la obra de Miguel de Cer- vantes. Está, por ejemplo, el tema de la relación entre don Quijote y Sancho Panza. Otro: el de las historias secunda- rias dentro de la historia principal, como es el caso de la primera de aquellas: la de Grisóstomo y Marcela. Más: el de las reflexiones, como la primera de todas, que aparece en el texto al ritmo de “di- chosa edad y dichosos siglos aquellos a quien los antiguos pusieron nombre de dorados…”; recordando la, tal vez, más emotiva: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hom- bres dieron los cielos (…), por la liber- tad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida…”. Al recordar los temas que aparecen en El Quijote, no debemos olvidar el de las gestas de los caballeros andantes, que inspiraron a Alonso Quijano, lo cual me lleva al tema que quiero resaltar: el de los libros. El Quijote es una novela entre cuyos temas encontramos, de manera importante, el de la novela, y el de su poder de transformación, como el que la novela de caballería ejerció sobre Alon- so Quijano, al grado de transformarlo en don Quijote de la Mancha. “Es, pues, de saber que este sobredi- cho hidalgo, los ratos que estaba ocioso –que eran los más del año–, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afi- ción y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza y aun la ad- ministración de su hacienda; y llegó a tanto su curiosidad y desatino en esto, que vendió muchas fanegas de tierra de sembradura para comprar libros de ca- ballerías en que leer, y, así, llevó a su ca- sa todos cuantos pudo haber de ellos”, nos informa el narrador, editor, comen- tarista (que todo esto lo es a lo largo de la historia) Miguel de Cervantes, quien comparte, con Alonso Quijano, el mismo gusto. Al inicio de la segunda parte, al momento de toparse, por casualidad, co- mo debe ser en los asuntos verdadera- mente venturosos de la vida, con el escrito de Cide Hamete Benengeli, Cer- vantes reconoce ser “aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las ca- lles”, dispuesto a dejarse llevar por su inclinación natural. ¿De qué libros se trata? Recuerdo los más importantes, aquellos que fueron ob- jeto, en la biblioteca de Alonso Quijano, del escrutinio, ¡y censura con hoguera, en algunos casos!, del cura y el barbero, sin olvidar la buena disposición que para to- do ello prestaron la sobrina y el ama del hidalgo: Los cuatro libros del virtuoso ca- ballero Amadís de Gaula, de Garci Rodrí- guez de Montalvo; Las sergas de Esplandín, continuación de Amadís, de la pluma del mismo autor; Amadís de Grecia, noveno libro de la serie, obra de Feliciano de Silva; Don Olivante de Laura, de Anto- nio de Torquemada; Florismarte de Hir- cania, de Melchor Ortega; El caballero Platir, obra anónima correspondiente al ciclo de los Palmerín; El caballero de la Cruz, de Alonso de Salazar; Espejo de ca- ballerías, de Pedro López de Santamaría y Pedro de Reinosa; Bernardo del Carpio, probablemente de Agustín Alonso; Ron- cesvalles, de Francisco Garrido Villena; Palmerín de Oliva, atribuido a Francisco Vázquez; Palmerín de Inglaterra, de Fran- cisco de Moraes; Don Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández, y la Historia del famoso caballero Tirante el Blanco, de la pluma, como todo el mundo sabe, de Joa- not Martorell, obra ante la cual, en su ejer- cicio de censor, el cura exclamó: “¡Válgame Dios, que aquí está Tirante el Blanco. Dádmele acá, compadre (le dice al barbero), 1 que hago cuenta que he halla- do en él un tesoro de contento y una mina de pasatiempo”, que es, lo digo yo, lo que se encuentra, entes que cualquier otra co- sa, en los libros: esparcimiento. Lo dice, en algún momento de la historia de Car- denio, don Quijote: “Libros que son el regalo de mi alma y el entretenimiento Libros AGOSTO 2005 ESTE PAÍS 173 14

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El Quijote y lasnovelas ArturoDamm Arnal

Muchas (al final de cuentas tan-tas como lectores ha tenido, ytantas como las veces que ca-

da lector lo ha leído), son las lecturasque tiene El ingenioso hidalgo don Qui-jote de la Mancha. ¿De qué trata? El temacentral son las aventuras y desventurasdel Caballero de la Triste Figura. Pero noes el único. Hay más, y de ellos dependela riqueza de la obra de Miguel de Cer-vantes. Está, por ejemplo, el tema de larelación entre don Quijote y SanchoPanza. Otro: el de las historias secunda-rias dentro de la historia principal, comoes el caso de la primera de aquellas: lade Grisóstomo y Marcela. Más: el de lasreflexiones, como la primera de todas,que aparece en el texto al ritmo de “di-chosa edad y dichosos siglos aquellos aquien los antiguos pusieron nombre dedorados…”; recordando la, tal vez, másemotiva: “La libertad, Sancho, es uno delos más preciosos dones que a los hom-bres dieron los cielos (…), por la liber-tad así como por la honra se puede ydebe aventurar la vida…”.

Al recordar los temas que aparecen enEl Quijote, no debemos olvidar el de lasgestas de los caballeros andantes, queinspiraron a Alonso Quijano, lo cual melleva al tema que quiero resaltar: el delos libros. El Quijote es una novela entrecuyos temas encontramos, de maneraimportante, el de la novela, y el de supoder de transformación, como el que lanovela de caballería ejerció sobre Alon-so Quijano, al grado de transformarlo endon Quijote de la Mancha.

“Es, pues, de saber que este sobredi-cho hidalgo, los ratos que estaba ocioso–que eran los más del año–, se daba aleer libros de caballerías, con tanta afi-ción y gusto, que olvidó casi de todopunto el ejercicio de la caza y aun la ad-ministración de su hacienda; y llegó atanto su curiosidad y desatino en esto,que vendió muchas fanegas de tierra desembradura para comprar libros de ca-ballerías en que leer, y, así, llevó a su ca-sa todos cuantos pudo haber de ellos”,nos informa el narrador, editor, comen-tarista (que todo esto lo es a lo largo de

la historia) Miguel de Cervantes, quiencomparte, con Alonso Quijano, el mismogusto. Al inicio de la segunda parte, almomento de toparse, por casualidad, co-mo debe ser en los asuntos verdadera-mente venturosos de la vida, con elescrito de Cide Hamete Benengeli, Cer-vantes reconoce ser “aficionado a leeraunque sean los papeles rotos de las ca-lles”, dispuesto a dejarse llevar por suinclinación natural.

¿De qué libros se trata? Recuerdo losmás importantes, aquellos que fueron ob-jeto, en la biblioteca de Alonso Quijano,del escrutinio, ¡y censura con hoguera, enalgunos casos!, del cura y el barbero, sinolvidar la buena disposición que para to-do ello prestaron la sobrina y el ama delhidalgo: Los cuatro libros del virtuoso ca-ballero Amadís de Gaula, de Garci Rodrí-guez de Montalvo; Las sergas deEsplandín, continuación de Amadís, de lapluma del mismo autor; Amadís de Grecia,noveno libro de la serie, obra de Felicianode Silva; Don Olivante de Laura, de Anto-nio de Torquemada; Florismarte de Hir-cania, de Melchor Ortega; El caballeroPlatir, obra anónima correspondiente alciclo de los Palmerín; El caballero de laCruz, de Alonso de Salazar; Espejo de ca-ballerías, de Pedro López de Santamaría yPedro de Reinosa; Bernardo del Carpio,probablemente de Agustín Alonso; Ron-cesvalles, de Francisco Garrido Villena;Palmerín de Oliva, atribuido a FranciscoVázquez; Palmerín de Inglaterra, de Fran-cisco de Moraes; Don Belianís de Grecia,de Jerónimo Fernández, y la Historia delfamoso caballero Tirante el Blanco, de lapluma, como todo el mundo sabe, de Joa-not Martorell, obra ante la cual, en su ejer-cicio de censor, el cura exclamó:“¡Válgame Dios, que aquí está Tirante elBlanco. Dádmele acá, compadre (le dice albarbero),1 que hago cuenta que he halla-do en él un tesoro de contento y una minade pasatiempo”, que es, lo digo yo, lo quese encuentra, entes que cualquier otra co-sa, en los libros: esparcimiento. Lo dice,en algún momento de la historia de Car-denio, don Quijote: “Libros que son elregalo de mi alma y el entretenimiento

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de mi vida”, entre los cuales se encon-traba La Galatea, de un tal Miguel de Cer-vantes, gran amigo del cura, segúnconfesión de este último, y “más versa-do en desdichas que en versos”. Cura ybarbero pronunciaron más de un Nihilobstat, ¡que no todo terminó en llamas!,por no haber podido pronunciar, porobvias razones, un Imprimatur.

Recordemos, a manera de adverten-cia, y entre paréntesis que, como lo sen-tenció Heine, “allí donde queman libros,acaban quemando hombres”, extremo alque el cura y el barbero seguramente nohubieran llegado, sin olvidar que, segúnapuntó Emerson, “cada libro quemadoilumina el mundo”, como siguieron ilu-minando la imaginación de don Quijote.

Sin embargo, no todo es regalo para elalma, tesoro de contento, entretenimien-to de la vida, o mina de pasatiempo. Nosiempre la novela es vista de manera tanamable. Al momento en el cual el barbe-ro y el cura, con la buena disposición delama y la sobrina, se dan a la tarea de co-nocer, censurar y castigar a “los librosautores del daño”, la primera, entregán-dole al segundo el hisopo para asperjaragua bendita, le dice: “Tome vuesa mer-ced, señor licenciado: rocíe este aposen-to, no esté aquí algún encantador de losmuchos que tienen estos libros, y nosencanten, en pena de las que les quere-mos dar echándolos del mundo”. Encan-

tadores, de los muchos que tienen los li-bros. Quienes padecemos, yo el prime-ro, la concupiscencia por los libros,sabemos lo acertado que resulta el te-mor del ama: encantadores, de los mu-chos que tienen los libros.

Por respeto a la verdad, y en honor delcura y el barbero, hay que recordar que lacensura y el castigo que llevaron a caboen la biblioteca de Alonso Quijano los hi-cieron más en función de los méritos lite-rarios de cada obra que a partir de losposibles efectos perniciosos (más de unoconsideramos que fueron venturosos,¿pero quiénes somos para contradecir ala sobrina y a la ama, y de paso al cura y albarbero?), que cada uno de aquellos li-bros tuvo sobre el alma de Alonso Quija-

no, a quien, lo dije y lo sostengo, esoslibros, antes que otra cosa, inspiraron.¿Será que toda locura quijotesca (aquílo que importa es el adjetivo, no el sus-tantivo), es una forma de inspiración?

El Quijote de la Mancha es, entre otrasmuchas cosas, una reflexión en torno alpoder de los libros, de la novela, esemaravilloso invento, insuperable, quetanta ocupación y preocupación, gustoy disgusto, ocio y trabajo, nos ha dado.Al final de cuentas, de no haber sidopor la inspiración que las novelas decaballería le proporcionaron, AlonsoQuijano no se hubiera transformado endon Quijote.

¿Qué encontró Alonso Quijano en lasmentadas novelas? Otra vida, tan atrac-tiva, comenzando por los ideales que lainspiraban, que no pudo rehusarse a vi-virla. Cito a Vargas Llosa: “Los hombresno están contentos con su suerte y casitodos –ricos o pobres, geniales o medio-cres, célebres u obscuros–, quisieranuna vida distinta de la que viven. Paraaplacar –tramposamente– ese apetitonacieron las ficciones. Ellas se escribeny se leen para que los seres humanostengan vidas que no se resignan a no te-ner.”2 Quijano encontró en las novelasde caballería una vida que no tenía, co-mo lo hacemos quienes en las aventurasde Athos, Porthos, Aramis y D’ Artagnan;de Sandokan y Yáñez; de Sherlock Hol-

mes y el doctor Watson; de Tarzán; delCapitan Nemo, o de Phileas Fogg, o deArne Saknussemm; de Fantomas, y tan-tos otros, encontramos vidas que no sonnuestras y que, ¡aquí está el peligro!, sonmás atractivas que las nuestras, comobien puede ser la de don Quijote. Peroentre Quijano y todos nosotros hay unadiferencia: nosotros nos conformamoscon vivir esas otras vidas tramposamen-te en la ficción. Quijano no.

“No se escriben novelas para contar lavida sino para trasformarla”,3 nos diceVargas Llosa, transformación que, en elcaso de Alonso Quijano, operó, no demanera tramposa, sino honradamente,

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trascendiendo a la realidad: Quijano setransformó en don Quijote, y don Quijoteterminó por transformar a quienes le ro-dearon, comenzando por Sancho Panza.

Don Quijote de la Mancha no es la úni-ca novela que toca el tema de la influen-cia de la novela en el lector. Otro caso esel de Madame Bovary, de Gustav Flau-bert: Emma se esfuerza por parecerse alos personajes de las novelas que lee, y“su empeño imposible de vivir la ficciónnos parece personificar una actitudidealista que honra a la especie, porquequerer ser distinto de lo que se es ha si-do la aspiración humana por excelen-cia”.4 Pero no solamente ser distinto: sermejor. Eso –la mejora existencial–, es loque las novelas de caballería inspirarona Quijano, no tanto por las aventuras, si-no por los valores y virtudes que lasmismas exigen de quienes las viven.

La lectura invita, y en muchos casosobliga, a la mejora existencial. El lectorpuede desear vivir de acuerdo con losvalores y virtudes de Jean Valjean en Losmiserables (Victor Hugo); del tenienteD´Hubert en Los duelistas (Joseph Con-rad); de Riviere en Vuelo nocturno (An-toine de Saint-Exupéry); de HowardRoark en El manantial (Ayn Rand); deldoctor Bernard Rieux en La peste (AlbertCamus); de Santiago en El viejo y el mar(Ernest Hemigway). El lector puede in-tentarlo y conseguirlo. De allí el podersubversivo de la literatura, de la novela,de la ficción: inspiran a ser, moralmentemejores y eso, en nuestro mundo amo-ral, como en el de Alonso Quijano, es te-rriblemente subversivo.

Pero una cosa es querer vivir cada unosu vida, conforme a los valores y virtudesque forjaron la existencia de Valjean; fra-guaron la de D´Hubert; esculpieron la deRiviere, formaron la de Roark, moldea-ron la de Rieux, y dieron sentido la deSantiago, ¡vidas de ficción!, y otra muydistinta intentar revivir, en la nuestra, lavida de cada uno de ellos. Esto últimoimplica un compromiso con la literaturaque va más allá de lo cuerdo, dando co-mo resultado ese peculiar tipo de locura,la quijotesca, sin olvidar que lo impor-

tante en tales casos es el adjetivo –quijo-tesca–, más que el sustantivo –locura.

Porque una cosa es querer vivir la vi-da de un hidalgo manchego, con pocafortuna y menos ocupación, a no ser lade lector, ¡que ya la quisiéramos algu-nos!, los valores y virtudes del Caballerode la Ardiente Espada, de Bernardo delCarpio, de Reinaldo de Montalbán, yotra muy distinta tener la oportunidadde poner en juego esos valores y esasvirtudes en aventuras como las vividaspor tan encumbrados caballeros andan-tes. Lo primero no es poco, pero lo se-gundo es mucho más, y así le pareció aAlonso Quijano, quien “se enfrascó tan-to en su lectura, que se pasaba las no-ches leyendo de claro en claro, y los díasde turbio en turbio; y así, del poco dor-mir y del mucho leer, se le secó el cele-bro de manera que vino a perder eljuicio, y llenósele la fantasía de todoaquello que leía en los libros, así de en-cantamentos como de pendencias, bata-l las , desafíos, heridas, requiebros,amores, tormentas y disparates imposi-bles; y asentósele de tal modo en la ima-ginación que era verdad toda aquellamáquina de aquellas soñadas invencio-nes que leía, que para él no había otrahistoria más cierta en el mundo”.

Quijano, al leer sus novelas de caba-llería, dejaba de ser el que era habitua-lmente, “hidalgo de los de lanza enristre, adarga antigua, rocín flaco y galgocorredor”, con “una olla de algo más va-ca que carnero, salpicón las más noches,duelos y quebrantos los sábados, lente-jas los viernes, algún palomino por aña-didura los domingos”, que “consumíanlas tres partes de su hacienda”, paraconvertirse en los caballeros andantes,protagonistas de tales aventuras. PeroQuijano no se conformó con convertirseen todos ellos a la manera tramposa,propia de las ficciones, por lo que “re-matado ya su juicio, vino a dar en el másextraño pensamiento que jamás dio locoen el mundo, y fue que le pareció conve-nible y necesario, así para el aumentode su honra como para el servicio de surepública, hacerse caballero andante y

irse por todo el mundo con sus armas ycaballo a buscar las aventuras y a ejerci-tarse en todo aquello que él había leídoque los caballeros andantes se ejercita-ban, deshaciendo todo género de agravioy poniéndose en ocasiones y peligrosdonde, acabándolos, cobrase eterno nom-bre y fama (...), y así, con estos tan agrada-bles pensamientos, llevado del extrañogusto que en ellos sentía, se dio priesa aponer en efecto lo que deseaba”, y se ladio, porque, como lo señala Savater, aquien cito: “leyendo multiplicaba su viday descubría con la imaginación nuevossentimientos, aventuras y escalofríos”, yaque para él “abrir un volumen era comobeberse un elixir mágico que le transfor-maba en seres desconocidos. Era una sen-sación a menudo inquietante, porque depronto le parecía como si hubiese cam-biado de alma.”5

Pero, ¿en qué consiste el más extrañopensamiento que jamás dio loco en elmundo? En la pretensión de ir por el mun-do, no solamente evitando el mal, sino ha-ciendo el bien, y haciéndolo de la maneramás radical: deshaciendo el mal, a favorde los necesitados y desprotegidos. Y eseafán, al inicio del siglo XV, o al principiodel tercer milenio de la era cristiana es,desafortunadamente, el más extraño pen-samiento que jamás dio loco en el mundo.Y todo gracias a las novelas que inspira-ron a Alonso Quijano. Ojalá y Don Quijotede la Mancha inspire en nosotros lo quelas novelas de caballería inspiraron endon Alonso Quijano, inspiración a la cualrespondió con generosidad.

1 Paréntesis mío.2 Vargas Llosa, Mario, La verdad de las

mentiras, Punto de Lectura, Madrid,2003, p. 16.

3 Idem, p. 17.4 Idem, p. 22.5 Savater, Fernando, El gran laberinto,

Ariel, Barcelona, 2005, p. 16.

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