EL RETRATO DE JESÚS

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EL RETRATO DE JESÚS: LA CARTA DE LÉNTULO AL CÉSAR. "Tengo entendido, oh, César! que, hay por aquí un hombre que practica grandes virtudes, y se llama Jesucristo, a quien las gentes tienen por un gran Profeta y sus discípulos dicen que es el Hijo de Dios. (...). "Todos los días se oyen cosas maravillosas de este Cristo; resucita a los muertos y sana a los enfermos con una sola palabra. Es un hombre de buena estatura, hermoso rostro y tanta majestad brilla en su persona que, cuantos le miran, se ven obligados a amarlo. Sus cabellos son de color de avellana no madura, extendidos hasta las orejas y, sobre las espaldas, son del color de la tierra, pero muy resplandecientes. La nariz y los labios no pueden ser tachados de defecto alguno: la barba es espesa y semejante al cabello, algo corta y partida por en medio. (...) "Tiene los ojos como los rayos del sol, y nadie puede mirarle fijamente al rostro por el resplandor que despide. Tiene las manos y los brazos muy bellos. Su conversación agrada mucho, pero se le ve muy poco y, cuando se presenta, es modestísimo en su aspecto; en fin, es el hombre más bello que se puede ver e imaginar; muy parecido a su madre, que es la mujer más hermosa que se ha visto por estas tierras. Si Vuestra Majestad, ¡Oh César!, desea verlo, como me escribiste en cartas anteriores, dímelo, que no faltará ocasión para enviarlo. En letras asombra a toda la ciudad de Jerusalén. Él nunca. ha estudiado, pero sabe todas las ciencias. Muchos se ríen al verlo, pero en su presencia callan y tiemblan. Dicen que jamás se ha visto ni oído a hombre semejante. (...). Algunos se me quejan de que es contrario a V. Majestad. Me veo molestado por estos malignos hebreos. ( ...). "En Jerusalén, séptima, luna undécima." CARTA DE LÉNTULO A OCTAVIO (Manuscrito de la Biblioteca de Madrid) Léntulo a Octavio, salud. En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad.Sus discípulos le apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos. Es de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde éstas un poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según

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EL RETRATO DE JESÚS: LA CARTA DE LÉNTULO AL CÉSAR. 

"Tengo entendido, oh, César! que, hay por aquí un hombre que practica grandes virtudes, y se llama Jesucristo, a quien las gentes tienen por un gran Profeta y sus discípulos dicen que es el Hijo de Dios. (...). "Todos los días se oyen cosas maravillosas de este Cristo; resucita a los muertos y sana a los enfermos con una sola palabra. Es un hombre de buena estatura, hermoso rostro y tanta majestad brilla en su persona que, cuantos le miran, se ven obligados a amarlo. Sus cabellos son de color de avellana no madura, extendidos hasta las orejas y, sobre las espaldas, son del color de la tierra, pero muy resplandecientes. La nariz y los labios no pueden ser tachados de defecto alguno: la barba es espesa y semejante al cabello, algo corta y partida por en medio. (...) "Tiene los ojos como los rayos del sol, y nadie puede mirarle fijamente al rostro por el resplandor que despide. Tiene las manos y los brazos muy bellos. Su conversación agrada mucho, pero se le ve muy poco y, cuando se presenta, es modestísimo en su aspecto; en fin, es el hombre más bello que se puede ver e imaginar; muy parecido a su madre, que es la mujer más hermosa que se ha visto por estas tierras. Si Vuestra Majestad, ¡Oh César!, desea verlo, como me escribiste en cartas anteriores, dímelo, que no faltará ocasión para enviarlo. En letras asombra a toda la ciudad de Jerusalén. Él nunca. ha estudiado, pero sabe todas las ciencias. Muchos se ríen al verlo, pero en su presencia callan y tiemblan. Dicen que jamás se ha visto ni oído a hombre semejante. (...). Algunos se me quejan de que es contrario a V. Majestad. Me veo molestado por estos malignos hebreos. ( ...).

"En Jerusalén, séptima, luna undécima."

CARTA DE LÉNTULO A OCTAVIO

(Manuscrito de la Biblioteca de Madrid)                                                                                  Léntulo a Octavio, salud.En nuestros tiempos ha aparecido y existe todavía un hombre de gran virtud llamado Jesús Cristo y por las gentes Profeta de la verdad.Sus discípulos le apellidan Hijo de Dios, el cual resucita a los muertos y sana a los enfermos.                                                                                                                     Es de estatura alta, mas sin exceso; gallardo; su rostro venerable inspira amor y temor a los que le miran; sus cabellos son de color de avellana madura y lasos, o sea lisos, casi hasta las orejas, pero desde éstas un poco rizados, de color de cera virgen y muy resplandecientes desde los hombros lisos y sueltos partidos en medio de la cabeza, según la costumbre de los nazarenos.La frente es llana y muy serena, sin la menor arruga en la cara, agraciada por un agradable sonrosado. En su nariz y boca no hay imperfección alguna.       Tiene la barba poblada, mas no larga, partida igualmente en medio, del mismo color que el cabello, sin vello alguno en lo demás del rostro. Su aspecto es sencillo y grave; los ojos garzos, o sean blancos y azules claros. Es terrible en el reprender, suave y amable en el amonestar, alegre con gravedad.Jamás se le ha visto reír; pero llorar sí.

La conformación de su cuerpo es sumamente perfecta; sus brazos y manos son muy agradables a la vista. En su conversación es grave, y por último, es el más singular y modesto entre los hijos de los hombres.                                              Fuente: Diario del Plata, Montevideo, Uruguay, Marzo de 1921                                                                                                  CARTA DE LÉNTULO A OCTAVIO

(Manuscrito de la Biblioteca de los Lazaristas, de Roma)Publius Lentulus, gobernador de Judea, al César romano:He sabido ¡oh César! que deseas tener noticias detalladas respecto a ese hombre virtuoso llamado Jesucristo, a quien el pueblo considera como Profeta, y sus discípulos como Hijo de Dios y creador del cielo y de la tierra.El hecho es que todos los días se oye contar de él cosas maravillosas, sana a los enfermos y resucita a los muertos. Este hombre es de mediana estatura y su fisonomía se halla impregnada a la vez de una

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dulzura y de una dignidad tal, que quien le mira se siente obligado a amarle y a temerle a un mismo tiempo.Su cabellera hasta la altura de las orejas es del color de la nuez madura, y desde ahí hasta los hombros, de un color claro y brillante, hallándose dividida en dos partes iguales por una raya, al estilo de los nazarenos. La barba, de un mismo color que la cabellera, es rizada y partida; sus ojos, severos, tienen el brillo de un rayo de sol y nadie puede mirarle de frente.Cuando reprende inspira temor, pero al poco tiempo las lágrimas asoman a sus pupilas; hasta en sus rigores es afable y bondadoso. Dícese que jamás se le ha visto reír, y en cambio llora con frecuencia. Sus manos son bellas como sus brazos. Todos encuentran su conversación agradable y seductora. Pocas veces se le ve en público, y cuando aparece, se presenta con singular modestia. Su aire es muy distinguido y bellas sus facciones; no es extraño, pues su madre es la mujer más hermosa que se ha visto en este país.Si quieres conocerle ¡oh César!, según ya me lo han dicho una vez, dímelo y te lo enviaré.                                                                                                                         Aun cuando no ha seguido estudios, conoce todas las ciencias. Anda descalzo y lleva la cabeza descubierta. Muchos se ríen al verle desde lejos, pero al acercarse a él se sienten poseídos de respeto y admiración. Los hombres dicen no haber visto jamás un hombre semejante, ni haber oído una doctrina como la suya. Muchos creen que es Dios, otros aseguran que es tu enemigo ¡oh César! Dícese que jamás ha hecho daño a nadie, y que, por el contrario, se esfuerza en hacer feliz a todo el mundo. Fuente: Diario del Plata, Montevideo, Uruguay, Marzo de 1921.  CARTA DE PONCIO PILATOS A TIBERIO

CARTA DE PONCIO PILATOS A TIBERIO

A Tiberio César, apareció en Galilea un hombre joven que en nombre del dios que lo envío predicaba humildemente una nueva ley, primero temí que su intención era sublevar al pueblo contra los romanos. Pero pronto se borraron mis sospechas Jesús de Nazaret habló más bien como un amigo de los romanos que no de los judíos. Cierto día observé en un grupo de personas a un hombre joven que apoyado en un tronco de un árbol hablaba tranquilamente a las personas que lo rodeaban. Se me dijo que era Jesús, esto podía haberlo supuesto fácilmente por la gran diferencia que había entre él y aquellos que lo escuchaban, su pelo y su barba le confirieron a su apariencia un aspecto celestial parecía tener unos treinta años, nunca antes había visto una faz tan amable o simpática, que diferencia tan grande había entre él y los que lo escuchaban, con sus barbas negras y su tez clara, como no deseaba molestarle con mi presencia proseguí mi camino indicándole sin embargo a mi secretario que se uniera al grupo y escuchara, mas tarde mi secretario me informó que jamás había leído en las obras de los filósofos nada que se pudiera compararse con las enseñanzas de Jesús. Me informó que Jesús no era ni seductor ni agitador, por ello decidimos protegerle. Era libre de actuar de hablar y de reunir al pueblo, ésta libertad ilimitada provocaba a los judíos y los indignaba y los irritaba, no a los pobres sino a los ricos y poderosos, mas tarde escribí una carta Jesús y le pedí una entrevista con él en el pretorio, acudió, cuando el Nazareno apareció estaba dando yo mi paseo matinal y al mirarle mis pies parecían aferrados con correas de hierro al piso de mármol, temblando yo con todo el cuerpo, cual ser un culpable a pesar de que él estaba tranquilo sin moverme admire durante un rato a este hombre excepcional nada había en él y en su carácter que fuera repulsivo pero en su presencia sentí un profundo respeto, le dije que él y su personalidad estaban rodeadas de una contagiosa sencillez que le situaba por encima de los filósofos y maestros de su tiempo, a mí y a todos nos causó una onda impresión debido a su amabilidad sencillez humildad y amor. Estos nobles soberano son los hechos que atañen a Jesús de Nazaret, y me tomé tiempo para informarte de los pormenores acerca de este asunto, opino que un hombre que sabe transformar el agua en vino que cura los enfermos resucita los muertos y apacigua a la mar embravecida no es culpable de un acto criminal como otros han dicho, debemos admitir que es realmente él, hijo de Dios.

Tu obediente servidor Poncio Pilatos.

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CARTA DE PILATO A CÉSAR

Relación de Pilato (Anaphora)

Relación del gobernador Pilato acerca de Nuestro Señor Jesucristo, enviada a César Augusto a Roma

En aquellos días que siguieron a la crucifixión de Nuestro Señor Jesucristo, en tiempo de Poncio Pilato, gobernador de Palestina y de Fenicia, se compusieron en Jerusalén estas memorias que refieren lo que hicieron los judíos contra el Señor. Pilato, pues, juntamente con su correspondencia particular, envió estas memorias al César, residente en Roma, después de escribir así:

«Al excelentísimo, piadosísimo, divinísimo y terriblísimo César Augusto, el gobernador de la provincia oriental, Pilato.

I. Excelencia: La relación que voy a haceros es causa de que me sienta cohibido por el temor y por el temblor. Pues habéis de saber que en esta provincia que gobierno, única entre las ciudades en cuanto al nombre de Jerusalén, el pueblo en masa de los judíos me entregó un hombre llamado Jesús, acusándole de muchos crímenes que no pudieron demostrar con la afluencia de las razones. Había entre ellos una facción enemiga suya porque Jesús les decía que el sábado no era día de descanso ni fiesta de guardar. Él, en efecto, obró muchas curaciones en tal día: devolvió la vista a los ciegos y la facultad de andar a los cojos; resucitó a los muertos; limpió a los leprosos; curó a los paralíticos, incapaces en absoluto de tener impulso corporal ni erección de nervios, sino sólo voz y articulaciones, dándoles fuerzas para andar y correr. Y extirpaba la enfermedad con sola su palabra. Otra nueva acción más portentosa, deconocida entre nuestros dioses: resucitó a un muerto de cuatro días con sólo dirigirle su palabra; y es de notar que el muerto tenía ya la sangre corrompida y estaba putrefacto a causa de los gusanos salidos de su cuerpo y depedía un hedor de perro. Viéndole, pues, yacente como estaba en el sepulcro, le mandó que echara a correr; y él, como si no tuviera lo más mínimo de cadáver, sino más bien como un esposo que sale de la cámara nupcial, así salió del sepulcro, rebosante de perfume.

II. Y a unos extranjeros, endemoniados a todas luces, que tenían su domicilio en los desiertos y comían sus propias carnes, portándose como bestias y reptiles, incluso a ellos les hizo honrados ciudadanos, les volvió cuerdos con su palabra y les preparó para ser sabios, poderosos y gloriosos, comensales de todos los que odiaban los espíritus inmundos y perniciosos que habitaban anteriormente en ellos, a quienes arrojó a lo profundo del mar.

III. Había, además, otro que tenía la mano seca. Mejor dicho, no sólo su mano, sino la mitad entera de su cuerpo estaba petrificada, de manera que no tenía figura de varón ni dilatación de músculos. E incluso a éste le curó con una palabra y le dejó sano.

IV. Y había otra mujer hemorroísa, cuyas articulaciones y venas estaban agotadas por el flujo de sangre, que no llevaba ya consigo ni cuerpo humano siquiera, que se asemejaba a

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un cadáver y que, finalmente, se había quedado sin voz. Tal era su gravedad, que ningún médico del territorio encontró manera de curarla y ni esperanza siquiera de vida le quedaba. Mas una vez que Jesús pasaba en secreto por allí, tomó fuerzas de la sombra de éste y tocó por detrás la orla de su vestido; inmediatamente sintió que una fuerza henchía su orquedades y, como si jamás hubiera estado enferma, empezó a correr ágilmente camino de su ciudad, Cafarnaúm, estando a punto de igualar la marcha de seis jornadas.

V. Y esto que acabo de relatar con toda circunspección, lo hizo Jesús en día de sábado. Obró, además, otros milagros mayores que éstos, de manera que he llegado a pensar que los portentos suyos son mayores que los que hacen los dioses venerados por nosotros.

VI. Este es, pues, aquel a quien Herodes, y Arquelao, y Filipo, Anás y Caifás, me entregaron en connivencia con todo el pueblo, haciéndome mucha fuerza para que lo juzgara. Y así, aun sin haber encontrado a su cargo causa alguna de delitos o malas acciones, mandé que le crucificaran después de someterle a la flagelación.

VII. Y mientras le crucificaban, sobrevinieron unas tinieblas que cubrieron toda la tierra, quedando obscurecido el sol a mediodía y apareciendo las estrellas, en las que no había resplandor; la luna cesó de brillar, como si estuviera teñida en sangre, y el mundo de los infiernos quedó absorvido; incluso lo que era llamado santuario desapareció, a la caída de éstos, de la vista de los mismos judíos; finalmente, por el eco de los truenos repetidos, se produjo una hendidura en la tierra.

VIII. Y, cuando todavía cundía este pánico, aparecieron algunos muertos que habían resucitado, como atestiguaron los mismos judíos, y dijeron ser Abrahán, Isaac, Jacob, los doce patriarcas, Moisés y Job, las primicias de los muertos, como ellos dicen, que fallecieron hace tres mil quinientos años. Y muchísimos de ellos, a los que yo pude ver también aparecidos corporalmente, se lamentaban a su vez a causa de los judíos: por la prevaricación que estaban cometiendo, por su perdición y por la de su ley.

IX. Duró el miedo del terremoto a partir de la hora sexta del viernes hasta la hora nona. Y, al llegar la tarde del primer día de la semana, se oyó un eco procedente del cielo, mientras éste adquiría un resplandor siete veces más vivo que todos los días. Y a la hora tercia de la noche apareció incluso el sol brillando más que nunca y embelleciendo todo el firmamento. Y de la misma manera que los relámpagos sobrevienen de repente en el invierno, así apareceiron súbitamente unos varones, excelsos por su vestidura y por su gloria, que daban voces semejantes al fragor de un enorme trueno, diciendo: «Jesús, el que fue crucificado acaba de resucitar. Levantaos del abismo los que estáis presos en los subterráneos del infierno». Y la hendidura de la tierra era tal, que parecía no había fondo, sino que dejaba ver los mismos fundamentos de la tierra, entre los gritos de los que estaban en el cielo y paseaban corporalmente en medio de los muertos que acababan de resucitar. Y aquel que dio vida a los muertos y encadenó al infierno decía: «Dad este encargo a mis discípulos: Él va delante de vosotros a Galilea; allí podréis verle».

X. Por toda aquella noche no cesó la luz de brillar. Y muchos de los judíos perecieron absorvidos por la hendidura de la tierra, de manera que al día siguiente no compareció gran

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parte de los que habían estado en contra de Jesús. Otros veían apariciones de resucitados, a quienes ninguno de nosotros había visto. Y en Jerusalén mismo no quedó ni una sola sinagoga de los judíos, pues todas desapareieron en aquel derrumbamiento.

XI. Así, pues, fuera de mí por aquel pánico y cohibido por un temblor horrible en extremo, he hecho a vuestra excelencia la relación escrita de lo que mis ojos vieron en aquellos momentos. Y, poniendo además en orden lo que hicieron los judíos contra Jesús, lo he remitido a vuestra divinidad, ¡oh Señor!»