El secreto y las voces. (Gamerro)

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA FACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADES ESCUELA DE LETRAS LETRAS MODERNAS TEORÍA Y METODOLOGÍA II El secreto y las voces. Miedo colectivo, silencio y complicidad. 1

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Aproximación sociocrítica.

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UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBAFACULTAD DE FILOSOFÍA Y HUMANIDADESESCUELA DE LETRASLETRAS MODERNASTEORÍA Y METODOLOGÍA II

El secreto y las voces.

Miedo colectivo, silencio y complicidad.

Colombetti, Florencia.

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“Pinta tu aldea y pintarás el mundo”

León Tolstoi

El murmullo del Discurso Social se inscribe en los textos literarios, reabsorbido y

transformado. De este modo, el discurso literario abre nuevas alternativas para narrar lo

decible y lo indecible en una sociedad dada. El secreto y las voces aparece en la escena

del discurso literario postdictatorial con una propuesta de complejización tanto de la

revisión de los procesos históricos como de la construcción de una memoria colectiva.

En la novela de Carlos Gamerro que conforma nuestro corpus así como en los

ensayos seleccionados, el cuestionamiento a la última dictadura militar en la Argentina

no se focaliza en la oposición victima/victimario, sino que se extiende a todas las zonas

de la vida social, en la búsqueda de responsabilidades materiales y éticas. Esta

perspectiva que arraiga en la actuación de la sociedad civil durante el período

dictatorial, es posible gracias a la distancia temporal, que permite ver desde otros

ángulos lo acontecido, sin obstaculizar la reconciliación social. De esta manera, las

ficciones dan lugar al relato de lo ominoso, a través de la (re)construcción de la

experiencia del pasado que cuestiona y redefine la propia identidad nacional.

Con este propósito, en El secreto y las voces se construye, como estrategia

discursiva global, un micro escenario que permite entrever las complejas relaciones

sociales que hicieron posible los crímenes de Estado a lo largo y ancho de todo el país.

Este micro escenario dará cuenta de todas las aberraciones de la dictadura: asesinatos y

desaparición de personas, reapropiación ilícita de bienes, vigilancia represiva de la

ciudadanía, transacciones entre el poder político y económico determinadas por

intereses particulares y personales, entran en la incontable lista.

La obra se sitúa en Malihuel un pueblo del interior de la provincia de Santa Fe de

tres mil habitantes. Un pueblo importante, que aparece en el mapa, gracias a la laguna,

su mejor atractivo, y que participó activamente en la construcción de la Nación, como se

deja ver a partir de la articulación del discurso histórico y geográfico. “MALIHUELE-

MALIHUEL: cuatro gatos locos, cuatro pobres diablos, una pobre colección de

individuos de carácter patético y/o despreciable.” (Gamerro, 2002; 217) Esta cita no es

inocente, ya que en Malihuel se ha cometido un crimen, el asesinato y posterior

desaparición de uno de sus vecinos en manos de la policía. Pero no es eso lo que

atormenta mientras leemos la tercera novela de Gamerro, sino la visibilidad infame con

que se lleva a cabo: dicho crimen es sostenido por una “consulta popular” que asiente en

silencio, o no, dando vía libre al horror.

Este planteamiento del texto, nos lleva a preguntarnos por la responsabilidad civil en

torno a los crímenes cometidos dentro del sistema de represión y control social del

régimen militar. Héctor Schmucler en su ensayo Los usos políticos del miedo sostiene

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que en el “estado de guerra”, que instaló la ultima dictadura militar, toda la sociedad

argentina ha participado como espectador al margen, paralizado en cualquier intento de

reclamo y sumergido en el miedo colectivo. Pero también que esta concepción de lo

acontecido no permite reconocer las responsabilidades civiles ni el proceso de

construcción colectiva de dicho sistema. Ahora bien, ¿qué hicieron o qué no hicieron los

argentinos para que el terror inunde cada uno de los rincones del país?

Alrededor de esta pregunta gira nuestra hipótesis de sentido, que tiene que ver

también con las formas de la verdad, o más bien, de las posibilidades de verdad.

Postulamos que, en El secreto y las voces, la disposición intercalada y fragmentada de

las voces ajenas se impone como estrategia discursiva y narrativa rectora que hace

posible la visión global de una verdad que no es única, sino que se construye mediante

la articulación de múltiples versiones de una misma realidad. Esta visión global de una

verdad multifacética hace posible entrever la serie miedo colectivo, silencio y

complicidad como matriz que permite dar cuenta del tema de la responsabilidad civil

durante la última dictadura militar.

El secreto y las voces presenta una voz narrativa homodiegética en tanto se percibe

“un narrador presente como personaje” (Genette, 1972; 26). Fefé, Felipe Felix, regresa

a Malihuel con el propósito de desentrañar una verdad adormecida y trastocada durante

veinte años. Con el pretexto de buscar y recopilar información para una supuesta

novela policial, el personaje intenta integrarse a la vida social de Malihuel y así

conseguir el testimonio desinteresado de los vecinos. Para ello, el narrador pone en

escena diversas estrategias sobre el eje ser/parecer que le permiten entrar en relación

con los demás personajes y con los relatos sobre este hecho histórico particular, en un

movimiento discursivo que recorre las dimensiones de la verdad, la mentira y el secreto.

En primer lugar, la condición de forastero en el pueblo aparece como una dificultad

para el narrador en su empresa de hacer hablar, hacer contar. Además, Fefé es de

Buenos Aires, lo cual acentúa las diferencias con los personajes pueblerinos. Podemos

reconocer las oposiciones capital/interior y ciudad/pueblo chico en los enunciados de

algunos de los personajes, que configuran un tópico que se puede deducir de las

siguientes citas: “¡Me llamaré Carmen, pero soy más macho que todos ustedes juntos,

que viene un porteño de mierda y andan todos detrás besándole el culo y pidiéndole

perdón!” (Gamerro, 2002; 159); “Aparte - don León ataca de nuevo (…) – para entender

estas cosas hay que ser de acá. Es fácil para el que viene de afuera…” (Gamerro, 2002;

233) Sin embargo, esta condición se supera apelando a la historia familiar del narrador:

Fefé es nieto de los Echezarreta, ciudadanos reconocidos de Malihuel y ha pasado todos

los veranos de su infancia en el pueblo.

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La historia familiar da paso a otra condición del narrador que dificultaría el

testimonio desprejuiciado, porque Fefé es hijo de Darío Ezcurra, es hijo de un

desaparecido de la última dictadura militar. Por lo tanto, el personaje-narrador oculta su

verdadera identidad y asume el rol temático ficticio de escritor para hacer hablar a los

demás personajes a fin de dar forma al pasado, a su pasado. De esta manera, el secreto

se desdobla: no sólo envuelve la verdad que Fefé intenta develar, sino que lo

descubrimos alrededor de este personaje-narrador. El secreto se vuelve, entonces, un

mecanismo de defensa de la propia identidad, tanto colectiva como individual. Por eso,

hacia el final de la novela, podemos ver cómo se opera un movimiento que convierte la

indagación por la identidad colectiva en la búsqueda de la identidad individual del

narrador. El narrador, que es también excombatiente de Malvinas, se descubre hijo de

desaparecidos, integrándose en un nuevo colectivo producto de los crímenes de la

dictadura militar. El recorrido por la trayectoria histórica y los imaginarios de

representación de una comunidad se conjuga con la necesidad personal del narrador de

conocer parte de su origen: las condiciones, tanto materiales como morales, que

posibilitaron la muerte y desaparición de su padre. La experiencia actual de Fefé en

Malihuel revive un pasado incompleto, recuerdo entre la realidad y la fantasía, que

pretende ser consumado mediante la intervención de la palabra de los otros. En El

secreto y las voces lo que se pone en escena es un tipo particular de recuerdo, definido

por Marianne Hirsch con la categoría posmemoria, “la reconstrucción memorialística de

la memoria de hechos recientes que no fueron vividos por el sujeto que los reconstruye”

(Sarlo; 2005, 129), es decir, la construcción de un relato de la memoria a través de

mediaciones: Fefé accede a la historia de su padre desaparecido por medio de las voces

ajenas que van enmarcando sus difusos recuerdos infantiles.

El relato, es decir, el discurso que asume la sucesión de los acontecimientos, está a

cargo del narrador, y se va construyendo a partir de articulación de los diálogos1 entre

éste y los diferentes personajes. La narración en la novela es simultánea, prevalece el

tiempo presente y el futuro como forma del presente, lo cual convoca a la palabra como

acción, acción de recordar. “Todo lo que alguna vez existió en Malihuel permanece,

como permanece en el recuerdo de los pobladores, que hacen del ejercicio tenaz de la

memoria una distracción cotidiana” (Gamerro, 2002; 48) La historia que se narra, la

sucesión de acontecimientos, refiere al asesinato y desaparición de Darío Ezcurra y de

su madre, Delia de Ezcurra, en 1977, miembros de una de las familias tradicionales de

Malihuel.

1 El movimiento narrativo de la novela de Gamerro se funda sobre lo que Genette llama escena, ritmo dramático en tanto que diálogo continuo que da forma al relato. Las escenas están enmarcadas por pausas descriptivas donde el narrador da cuenta de los espacios por los que circula, de los gestos y movimientos de los demás personajes, así como de sus propias acciones y pensamientos.

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Mediante el uso del discurso directo, el narrador cede la palabra a los demás para que

expongan su versión de los hechos, para que cuenten lo que saben, lo que vieron y

escucharon. Los personajes se convierten en narradores en segundo grado, que por

medio de distintos procedimientos se configuran como testigos de distinto tipo.

Podemos reconocer en este punto una de las estrategias de penetración del

plurilingüismo social en El secreto y las voces. Los lenguajes de los personajes dan

cuenta de “la estratificación interna de una lengua nacional en dialectos sociales, en

grupos, (…), en lenguajes de generaciones, de edades, de corrientes; lenguajes de

autoridades (…)” (Bajtin, 1989; 81)

No obstante, la inclusión de estas voces ajenas no es arbitraria. El narrador cumple

una función reguladora, selectiva y organizativa de los diversos enunciados de los

personajes. Vemos cómo las conversaciones son fragmentadas y reordenadas, a fin de

producir ciertos efectos de sentido. Esta estrategia narrativa se percibe en la continuidad

fragmentada textualmente de los diálogos: se realizan recortes de los relatos de los

personajes que se van incorporando de manera diferida a lo largo de la obra, regidos por

el hecho particular al que se refiere la información brindada y ordenados de modo que

refuerzan, en la mayoría de los casos, las diversas opiniones. Además, esta estrategia es

acompañada por procedimientos textuales a nivel gráfico: cada vez que se emplaza un

nuevo cambio de voz, de espacio o de tema, las primeras palabras del párrafo nuevo

aparecen remarcadas con negrita; además, estos casos, están precedidos por grandes

espacios en blanco.

Las voces que ingresan en el relato y su disposición en el mismo son de gran

significación. La organización de los enunciados responde a una especie de orden

cronológico de los “momentos” del crimen, en los que podemos reconocer causas y

consecuencias. Esto también está marcado gráficamente a partir de la división en

capítulos de la novela. En cada uno de estos “momentos”, los cuales no sólo incluyen

acciones sino también la caracterización de los personajes de la historia narrada,

aparecen diversas voces estrechamente vinculadas con los hechos de la historia, porque

mantienen una fuerte relación con los personajes o porque han estado presentes en los

hechos y, por ello, resultan privilegiadas en la concesión de la palabra. Se van

configurando así distintos mecanismos de acceso a la verdad que articulan y se

corresponden con las diversas versiones de la misma.

El testimonio directo se convierte en fuente del relato. La voz de un testigo directo se

torna relevante ya que posee un saber experiencial, porque estuvo ahí, participó de los

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hechos y puede dar conocimiento de ello sin intermediarios. Esta posición enunciativa

cobra gran importancia en relación a las condiciones materiales del asesinato. El

encuentro con Carmen Sayago, el no tan ex-policía, incorpora la perspectiva del

subalterno durante la dictadura. Sin embargo, en el relato de muerte, el personaje se

incluye en un colectivo, las fuerzas policiales, a través de un nosotros inclusivo, que

resalta la responsabilidad y complicidad, pero que no se manifiesta en su enunciado. La

culpabilidad se descarga contra los superiores, el comisario Neri y el subcomisario

Greco, quienes ejecutan el tiro de gracia. La voz del subordinado queda amparada por la

obediencia debida, lo cual le permite relatar sin remordimientos los acontecimientos a

cambio de unas copas de caña.

Este tipo de situaciones, en las que el narrador debe comprar o dar algo a cambio por

el diálogo, hacen aparecer al relato como una mercancía y a la enunciación como un

proceso de transacción, de intercambio que se da en espacios delimitados. En este

sentido, el bar Los Tocayos se presenta como el lugar privilegiado de elaboración de

enunciados, en donde circulan las diversas versiones sobre el pasado y donde se entabla

una pugna por el poder de la palabra. Todos los personajes quieren decir algo, detentan

el discurso y buscan imponer ese discurso a otro. Por medio de su decir se legitiman y

son reconocidos por los demás. Esta idea se concretiza en la novela cuando Guido se

enfrenta a don León, “Está contento, pero no sólo por mí. La mesa de Los Tocayos ha

cambiado de dueño”. (Gamerro, 2002; 234)

Esta lucha en y por el discurso genera nuevas formas de relatos que se alejan del

testimonio directo. Aparecen formas de construir la verdad que no se sostienen

solamente en la experiencia directa, sino que se conforman a partir de un artificio que se

opera en relación a lo que se escucha, a lo que dicen los otros que vieron. El chisme2 se

va constituyendo a través de la circulación y reapropiación de enunciados, donde la

información inicial es tergiversada y trastocada. Así, lo real deviene un conjunto de

enunciados anónimos que se actualiza en cada voz con un matiz particular. En El

secreto y las voces, el chisme se convierte en un elemento más en la construcción de la

verdad, poniendo en juego contradicciones, lecturas múltiples de un solo hecho,

adulteraciones por intereses propios, e incluso, el encubrimiento. Malihuel es descrito

por sus vecinos como un pueblo de chismosos, se realiza una estereotipificación del

pueblo chico en el que todos se conocen y todo se sabe, sostenida por tópicos como “el

2 Etimológicamente, el término equivalente “potin, en francés, indica no tanto el enunciante cuanto la textura misma del enunciado: originalmente designa una aleación, mezcla de elementos. (Molloy, 2009; 778)

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rumorear de las malas lenguas”, “el qué dirán” o “la importancia de la apariencia”.

“Hablar mal del prójimo es una adicción, acá, y en vos sólo ven una oreja. (…) Las

lenguas se excitan cuando las ven venir, se ponen a viborear en la boca como locas.”

(Gamerro, 2002; 67)

Sobre este murmullo pueblerino, armazón de los lenguajes de los personajes, se

construye el relato. Estos lenguajes, marcados por rasgos de oralidad, se caracterizan

por pertenecer a un dialecto en tanto pertenecen a habitantes del interior de la provincia

de Santa Fe y a una generación determinada, podríamos aproximar que la mayoría de

los personajes que hablan tienen más de cuarenta años, dadas las relaciones temporales

entre el tiempo del relato y la historia. Además, la presentación de cada personaje va

acompañada por su rol temático, lo cual define a su vez una jerga profesional, que varía

del lenguaje culto al bajo, como se puede ver en las escenas con el profesor Gagliardi,

en oposición con el guardián de la plaza. El lenguaje de la mayoría de los personajes

malihuenses se caracteriza por el uso de refranes y dichos tradicionales, en tanto que

enunciados fijos que circulan en la doxa y que sirven a estos personajes como medio de

legitimación de su decir. De este modo, las voces que ingresan dan cuenta de las

particularidades socio-ideológicas, que manifiestan la penetración del plurilingüismo

social y plurifonismo individual, tendiente a descentralizar el lenguaje único,

hegemónico, que estaría dado por la variante culta proveniente de la capital y

representada por el personaje-narrador.

Este chismorreo circulante y desperdigado, que corre de boca en boca y de oído en

oído, converge, en uno de sus aspectos, en lo que podríamos llamar la leyenda rural.

Nos referimos a la dimensión legendaria popular que ofrece la historia de una

comunidad y que comprende elementos residuales de los hechos históricos, como un

desvío de la verdad histórica producido por la distancia temporal y las sombras que la

velan. La tumba de paso de Darío Ezcurra deviene espacio sacro, una especie de

santuario construido también a partir de restos y residuos (botellas de plástico, latas

oxidadas, papeles desleídos, etc.) que visitan los creyentes, ya que son “muy

milagrosos”: se produce una sustitución, en lugar de una imagen de Darío la cruz

sostiene una imagen añeja de una madre joven con su hijo. El discurso mágico-

supersticioso es introducido en la novela por ña Agripina, la curandera del pueblo, y

sirve para explicar las desgracias de Malihuel desde otro tipo de saber: “Vos viste lo que

fue la inundación, ni la iglesia se salvo. Dicen que fueron las lluvias, las rutas, el

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declive. Pero yo sé, y no soy la única que sabe, que la laguna nos vomitó al muerto que

le tiramos.” (Gamerro, 2002; 196)

Por otro lado, en la novela también se hace referencia a otros tipos de discursos que

sirven como fuente de la investigación que realiza el narrador. El discurso histórico que

va trazando el pasado y la vida de Malihuel, se articula y complementa con el discurso

geográfico, el discurso periodístico, el discurso popular así como con el discurso

vivencial de sus habitantes. Se incorpora en este punto el archivo escrito como modo de

acceso a la verdad: artículos del diario “La Chicharra”, los ensayos del profesor

Gagliardi y su voluminosa carpeta titulada “Registro de las inequidades de Malihuel”.

Esta estrategia de interdiscursividad permite conservar las condiciones particulares de la

historia local en su integración al proceso histórico nacional que opera el texto;

integración que permite trasladar los significantes sociales de desaparecido, hijo y

madre de desaparecido, entre otros, al relato. De esta manera, el período dictatorial con

su sistema de control y represión social aparece como el marco de posibilidad en el que

un conflicto inicialmente personal (entre Rosas Paz y Ezcurra) puede convertirse en un

crimen de Estado, sumando un nombre más a la lista de desaparecidos.

En este sentido, nos interesa retomar la noción de secreto que trabaja el texto, en

relación a una pregunta fundamental que recorre toda la trama: ¿Cómo mantener en

secreto un asesinato en un pueblo en donde todos se conocen? La estrategia utilizada es

clara. El secreto sobrepasa los límites del ámbito privado al que normalmente es

asignado y adquiere carácter público. La “consulta popular” que realiza el comisario

Neri entre los vecinos de Malihuel hace participar a toda la comunidad de la sentencia

de muerte de Ezcurra, articulando así los poderes civiles y policiales/militares en el

funcionamiento del sistema represivo. De este modo, el secreto se convierte en secreto a

voces3 y sólo permanece reservado para la víctima. “Era cómo una escondida pero al

revés, contaban todos y uno se escondía. El que se escondía “era Ezcurra” (…) ¿Te das

cuenta Fefé, cómo era la cosa? (…) Hasta los chicos sabían.” (Gamerro, 2002; 88)

Esta participación se consigue de manera indirecta, mediante la no oposición por vía

del silencio o la indiferencia. Comportamientos sociales que son posibles dentro de un

estado de miedo colectivo instaurado por el sistema dictatorial a nivel nacional, el cual

se hace también presente en Malihuel, el pueblo chico, a través de diversos enunciados

circulantes en dicha época. “- Detrás de cada pregunta del comisario - afirma don

3 En tanto “secreto que se confía a muchos”, pero que no se contrapone con la primera definición como “cosa que cuidadosamente se tiene reservada y oculta”. (RAE)

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Augusto Noel (…) – había una amenaza velada. ¡Sabe lo que sugirió, cuando quedó

clara mi reticencia a darle el aval que me pedía? Que si no lo resolvíamos nosotros por

las nuestras iban a venir los milicos desde Rosario e iban a terminar pagando el pato

unos cuantos más. “Justos por pecadores” (…).” (Gamerro, 2002; 82) El miedo

colectivo aparece entonces como una forma de ejercer el poder político, el terror en

manos del Estado esparcido en toda la población “trastorna, interrumpe cualquier

regularidad, descoloca, derriba y paraliza” (Schmucler; 2006, 291)

El miedo no sólo es impuesto verticalmente sino también de manera horizontal. La

vigilancia social se construye por y entre los mismos vecinos de Malihuel manteniendo

en silencioso secreto las determinaciones del jefe de policía: “(…) y yo ahí no me

aguanté más y dije me dije yo le digo y que sea lo que Dios quiera, cuando veo que

detrás sin que él [Ezcurra] lo vea empieza a pasar un patrullero, así despacito por las

tres puertas fue pasando y por la última Chacón el de acá del quiosco que iba atrás me

hace el gesto de silencio con el dedo.” (Gamerro, 2002; 121) El miedo colectivo, que

genera este tipo de control social, quiebra los vínculos comunitarios y conduce a un

estado de no solidaridad para con la víctima como mecanismo de defensa del resto del

grupo. Para Schmucler, el miedo colectivo se asienta en culpabilidades no evidentes al

liberar a los sujetos de sus responsabilidades. En El secreto y las voces el silencio, es

decir, la no acción, se inserta en el espacio de la complicidad, en tanto que colaboración

indirecta por omisión, podríamos hablar de una traición muda. De acuerdo con esto,

todo el conjunto de la comunidad malihuense se convertiría en responsable, aunque sea

moralmente, del asesinato de Ezcurra. “– Todo el pueblo es responsable – determina

Mauro Mendoca (…) – Neri se encargó muy bien de ello, de hacernos a todos

cómplices.”, “(…) porque si el recorrido de Neri nos vinculaba, era para separarnos…”

(Gamerro, 2002; 54-55)

Sin embargo, en las voces de los personajes pocas veces aparece el reconocimiento

y el arrepentimiento; excepto cuando la noticia de que Fefé, el narrador, es el hijo de

Darío ya ha recorrido el pueblo. Antes bien, resurge nuevamente el miedo, el miedo a

enfrentar el pasado que “genera una memoria distorsionada o, simplemente, prefiere el

olvido.” (Schmucler; 2006, 293) Los juicios de valor que encontramos en los relatos de

los personajes con respecto al asesinato y desaparición de Ezcurra apelan a diversas

excusas, vaguedades y versiones contradictorias4 que intentan eximirlos de

responsabilidad. Aparecen así tópicos en los relatos del pasado que permiten dar cuenta

de esta necesidad de amparo y defensa de sí mismo. La idea de un precio que hay que

pagar; que remite a la figura del chivo expiatorio, se combina con la tópica de dar a

cada uno lo que se merece, la cual es importante porque caracteriza a la víctima como

4 El relato del Dr. Alexander, colaborador material del crimen, asegura que a Ezcurra lo mató la guerrilla en un “juicio revolucionario”.

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culpable, marcando la positividad de la acción propia. Esta misma se entrelaza con la

del cumplimiento del deber permitiendo integrarlas en una lógica de represión y control

que se ejerce sobre todas las dimensiones de la vida individual y social.

El recorrido que acabamos de explicitar permite establecer la serie miedo colectivo,

silencio y complicidad como un modo de abordar el tema de la responsabilidad civil en

un intento de (re)construcción de la memoria colectiva. El secreto y las voces recupera

el pasado traumático de la Nación, desenterrándolo del olvido, para integrarlo al

presente en busca de una revisión histórica que haga posible la reconciliación social a

través de la redefinición de identidades presentes tanto individuales como colectivas.

Bibliografía

BAJTIN, Mijail (1989): “La palabra en la novela” (caps. 1 y 2). Teoría y estética de la

novela. Taurus, Madrid.

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GENETTE, G (1972) Discurso del relato- Ensayo de método- Figuras III, Ed. Du Seil,

París. Traducción del francés: José M. García, junio de 1978, UNC. Apuntes de cátedra

Teoría y met. del estudio. Lit. I, Esc. de letras, FFYH, UNC.

GAMERRO, Carlos (2002), El secreto y las voces, Grupo Editorial Norma, Buenos

Aires, Argentina.

SARLO, Beatriz (2005): Tiempo pasado, Bs. As., Siglo XXI (126-157): “Posmemoria,

reconstrucciones”.

SCHMUCLER, Héctor, (2006) “Las políticas del miedo”, en AA.VV: Miedos y

memorias en las sociedades contemporáneas, CEA-Núcleo memoria, Córdoba.

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