El Señor es pequeño, Él abraza la pequeñez
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12 13BIENAVENTURADOS •• BIENAVENTURADOS
COLUMNA JOCHA
Jocha Castro Videla [email protected]
El mundoUn hombre del pueblo de Neguá, en la
costa de Colombia, pudo subir al alto cielo.
A la vuelta contó. Dijo que había
contemplado, desde arriba, la vida humana.
Y dijo que somos un mar de fueguitos.
-El mundo es eso -reveló- un montón de
gente, un mar de fueguitos. Cada persona
brilla con luz propia entre todas las demás.
No hay dos fuegos iguales. Hay fuegos
grandes y fuegos chicos y fuegos de todos
los colores. Hay gente de fuego sereno, que
ni se entera del viento, y gente de fuego
loco que llena el aire de chispas. Algunos
fuegos, fuegos bobos, no alumbran ni
queman; pero otros arden la vida con
tanta pasión que no se puede mirarlos sin
parpadear y, quien se acerca, se enciende.
Eduardo Galeano,“El Libro de los Abrazos”
En palabras de Martín Descalzo, podemos decir que es en Belén
en donde comienza la gran locura, la gran locura de un Dios, que
ama tanto al hombre que se hizo uno de ellos… un niño recién
nacido, que sólo sabe reír, llorar, alimentarse y dormir… un niño
que necesita de su madre para sobrevivir. Un Dios que decide
nacer en la oscuridad y en el silencio de la noche en un pequeño
pueblo como Belén, en un pesebre utilizado para albergar
animales, rodeado de los pastores (trabajadores nocturnos de
baja clase social). El Hijo de Dios, el Hijo de los hombres, nació entre los hombres y mujeres marginados, nació como un pobre más. No
sólo eso, sino que también podemos decir que Dios eligió nacer
entre la bosta de los animales.
El Señor es pequeño, es un niño indefenso que llora y
mama, y Él abraza la pequeñez, porque la elige. Es este Dios, el
mismo que elige morir para vivir, el que elige ser pobre para ser rico,
ser débil para ser fuerte, ser humano para ser Dios. ¡Escándalo
para los judíos y locura para los paganos!3 ¿Pero cuántas veces
esto es escándalo y locura para nosotros los cristianos? ¿Por
qué nos cuesta tanto, a veces, en nuestra vida, en nuestros
templos, en nuestra pastoral, aceptar la humildad del Emanuel?
¿Qué relación tiene nuestra vida con el escándalo y la locura de
la Navidad? ¿En qué aspectos de nuestra vida dejamos nacer
al Dios-con-nosotros? ¿En cuáles no? ¿Reconocemos la presencia del Emanuel en nuestros silencios, oscuridades, pobrezas, pequeñeces? ¿Somos concientes de que, así como hace 2000 años Dios nació entre bosta, Él quiere nacer entre la bosta de nuestra vida? Si Dios
crea Vida desde la muerte, ¿no deberíamos dejarlo nacer en
nuestros pecados más que en nuestros méritos, en nuestras
heridas más que en nuestras riquezas?
Este Fuego nos enciende, ¡y cómo!, si nos dejamos
encontrar con Él en el lugar donde Él quiere encontrarnos, no
donde nosotros queremos, no donde es cómodo para nosotros.
¡La Navidad no es cómoda! La Navidad nos invita a dejar nacer
a Jesús en aquellos aspectos oscuros de nuestra vida, en
aquellos aspectos que nos avergüenzan, que nos hacen sufrir.
Él no busca nacer en nuestros méritos pastorales, en nuestras
grandes virtudes. El Emanuel quiere nacer en nuestro pesebre, en nuestro corazón herido, siempre y cuando nosotros lo dejemos entrar. El Fuego cicatriza, acerca; el Fuego es Misericordia y es Ternura.
La mayoría de nosotros, aquellos que llevamos algunos
años de vida ya recorridos, sean más, sean menos, hemos
hecho experiencia del fuego. Porque, como cuenta aquí este
escritor uruguayo, “el mundo es eso, un mar de fueguitos”, y
he aquí nuestra experiencia: la de las relaciones personales.
Nos hemos cruzado a lo largo de la vida con cientos o miles de
fuegos; con algunos hemos tenido más relación que con otros,
con algunos somos familia, amigo, compañero o pareja. Con
otros nos peleamos e insultamos, con otros nos enamoramos.
Y todos estos fuegos tienen algo en común. De alguna u
otra manera, su paso por nuestra vida ha dejado una marca; a
veces tan pero tan chiquita que no lo recordamos, otras veces
tan pero tan grande que nos ha cambiado el rumbo de nuestra
vida. Es que es esta una particularidad del fuego: que todo lo
que toca cambia, y ya no puede volver a ser lo que era antes.
Pero, sea el fuego que sea, creo que hay una clave
que debemos seguir: acercarnos a cada fuego sabiendo que
es sagrado, descalzándonos –representación del caminar
despacio, con cuidado y respeto– como Moisés frente a la zarza
que ardía sin consumirse.1 Cada persona es sagrada, cada vida
es sagrada, y en este mar de fueguitos que somos, debemos
acercarnos a cada uno con profundo respeto, reconociendo que
cada persona es misterio, creatura de Dios.
Pero hay un Fuego, con mayúscula, un Fuego muy
particular, que encierra dentro de sí muchas contradicciones. Es un
Fuego muy grande, pero que a su vez puede ser muy pequeño; es
un Fuego que quema lo que está a su paso, pero es abrigo cálido
para el que lo necesita; es un Fuego que brilla como nadie, pero
que puede pasar muy desapercibido; es un Fuego que respeta el
tiempo y el espacio de cada uno, pero que a veces irrumpe en la
vida de uno sin pedir permiso; un Fuego que es uno y que a la vez
es trino. Y este Fuego es el Emanuel, este Fuego es la Navidad.
La Navidad es una fiesta, es la fiesta del Evangelio, es
la fiesta de la contradicción, es la fiesta del compromiso, es la
fiesta de la pequeñez.
¿Qué clase de Dios tenemos? ¿Qué clase de Rey
Todopoderoso? Tenemos un Dios que, siendo de condición
divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que
debía guardar celosamente; al contrario, se anonadó a sí mismo
tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los
hombres (y mujeres).2
1 Éxodo 3, 22 Filipenses 2, 6-8
3 1 Corintios 1, 23
Cada persona es sagrada, cada vida es sagrada, y en este mar de fueguitos
que somos, debemos acercarnos a cada uno con profundo respeto,
reconociendo que cada persona es misterio, creatura de Dios.