El Silencio Del Asesino Lopez Narvaez Concha

download El Silencio Del Asesino Lopez Narvaez Concha

of 77

Transcript of El Silencio Del Asesino Lopez Narvaez Concha

El silencio del asesino

CONCHA LPEZ NARVEZ

Ilustraciones RAFAEL SALMERN

Editado por Editorial Planeta, S. A.

del texto, Concha Lpez Narvez

Espasa Libros, S. L., sociedad unipersonal

de las caractersticas de esta edicin, Editorial Planeta, S. A.

Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona

Ilustraciones de interior: Rafael Salmern Ilustracin de cubierta: Riki Blanco

Octava edicin. Primera en esta coleccin: mayo 2010

Fotocomposicin: Zero preimpresin, S. L.

ISBN: 978-84-08-09064-9

Depsito legal: M. 9.329-2010

Impreso por Brosmac

Impreso en Espaa - Printed in Spain

A mis hermanos

1

ERNEST MORRISON

Ernest Morrison dej vagar su satisfecha mirada por el amplio y cmodo dormitorio y luego la dirigi hacia la ventana. La luz se filtraba por entre las cortinas, una luz clara, de buena maana. Pareca que, al fin, las molestas e interminables lluvias de das anteriores haban decidido marcharse.

Durante algn tiempo permaneci en la cama. No tena ningn motivo para madrugar; lo haba hecho tiempo atrs, y no precisamente por gusto, y ahora disfrutaba abandonando el lecho slo cuando le apeteca. Claro que, precisamente, lo que le apeteca era lo que procuraba hacer a lo largo de toda la jornada. Felizmente, poda vivir de sus rentas, y no tena ningn tipo de obligaciones, ni familia ante la que responder de sus actos. La vieja Ann Mac Nigan, su ama de llaves, se quejaba algunas veces de lo que llamaba falta de organizacin; pero a l le tenan sin cuidado sus protestas. Lo cierto era que, con relativa frecuencia, Ann le pareca fastidiosa; pero se ocupaba con la mayor eficacia de todo lo relacionado con la casa y hubiera supuesto un autntico engorro sustituirla.

Se levant al fin, perezosamente, descorri las cortinas, y un cielo azul, radiante, se le meti en la habitacin. Ms all el jardn resplandeca bajo el sol.

El jardn era su feudo; en l no tena nada que hacer Ann. No se lo permita. Esto haba sido as desde el primer momento, desde el da en que, diez aos atrs, lleg solo a Twin Willows Manor para tomar posesin de su herencia.

Del jardn voy a encargarme exclusivamente yo advirti de manera que no admita rplica; sin embargo, la vieja Ann lo mir con aire severo. Tiene usted algo que objetar? le pregunt irritado.

Ella no respondi directamente a su pregunta.

No es sta la poca de dar labor a las plantas dijo sealando la tierra que l haba removido bajo los dos sauces gemelos durante el fin de semana. En la voz de la mujer haba un tono de duda, como si no estuviera segura de sus mritos como jardinero.

Estaba nervioso y me senta solo; trabajar el jardn me calma... explic l suavizando el tono de su voz.

Si usted me hubiera comunicado la fecha exacta de su llegada, yo hubiera estado aqu para recibirle.

No quera molestarla. Todo el mundo tiene derecho a disfrutar de sus fines de semana, y adems... Bueno, necesitaba poner en orden mis pensamientos y mis emociones; sinceramente, prefera estar solo.

Lo entiendo dijo al fin la mujer con voz entristecida. Y luego pregunt: Sufri mucho?

Quin? pregunt a su vez Ernest Morrison; y la vieja Ann lo mir con asombro.

Quin iba a ser... Mary, mi pobre Mary, su esposa. Fue la suya una muerte dolorosa?

Ah, claro, estaba pensando... Bien, no sufri mucho dijo con sequedad Ernest Morrison, y dio por concluida la conversacin. En aquellos momentos pens que en Ann Mac Nigan no tena precisamente una amiga; pero la necesitaba para no sentirse perdido en aquella casa de la que ella lo saba todo por haber estado a cargo de su cuidado desde haca muchos aos.

Sin embargo, con el paso del tiempo las cosas se haban suavizado, y ahora Ann y l convivan de manera razonable, aunque ella todava, de cuando en cuando, hiciera patentes sus desacuerdos y a l sus protestas continuaran molestndole.

De todas maneras, Ann nunca haba tenido nada que decir en relacin con el jardn. Realmente ste no era grande ni complicado de cuidar. En su mayor parte de terreno pedregoso, bastaba con mantener, en la trasera de la casa y en los laterales, una variedad suficiente de plantas rsticas y resistentes que, prcticamente, sobrevivan por s mismas. En la zona frontal, que era la ms llana y frtil, se extenda una pequea pradera de suave csped, salpicado de alegres prmulas, que iba desde las escalinatas del porche hasta el portaln de entrada. Pero los verdaderos protagonistas del jardn eran los dos sauces gemelos que daban nombre a la propiedad que Ernest Morrison haba heredado a la muerte de su esposa: Twin Willows Manor. Los dos viejos y hermosos rboles se alzaban a un lado y otro de la cespedera, custodindola y dndole sombra. Nadie iba nunca a sentarse bajo ellos, Ernest no lo consenta, ni siquiera l mismo lo haca: aquellos dos sauces eran los emblemticos guardianes del recuerdo de Mary Adams, su fallecida esposa.

Bien, ste era el agradable paisaje que Ernest Morrison divisaba aquella radiante maana del mes de mayo.

Cuando abri la ventana de par en par, esperaba or una alegre algaraba de aves matutinas; sin embargo, se sinti asaltado por un inesperado y molesto ruido metlico que suba desde la calle.

Con un gesto de disgusto alarg la mirada y, algunos metros ms all de la valla de su jardn, descubri la figura de un obrero que se afanaba en destrozar la acera con una mquina de taladrar. Tras l, justo en el centro de la calzada, se alzaba la pesada y amenazante figura de una excavadora.

Maldita sea! mascull malhumorado. No entenda qu era lo que pasaba en la ciudad ltimamente, pareca como si el Ayuntamiento se creyera en la obligacin de levantar, una tras otra, todas las calles.

En fin, tendr que irme a almorzar al Dragon Arms, se dijo con resignacin, aunque tal cosa no le trastornaba demasiado; despus de todo se pasaba media vida all.

El Dragon Arms era un lugar agradable y tranquilo que, sin ser un club, en cierto modo cumpla sus funciones. Realmente era un sucedneo de hogar para un hombre tan solitario como Ernest Morrison, un cmodo y satisfactorio sustituto ya que, para ser sinceros, no echaba en falta las atenciones de ninguna solcita esposa ni, mucho menos, la ruidosa presencia de unos alborotadores hijos. Lo nico que haba deseado a lo largo de su vida era tranquilidad e independencia, tanto personal como econmica, y eso era justamente de lo que ahora disfrutaba.

Ernest Morrison era un hombre satisfecho de su vida. As se defina a s mismo y as lo definan tambin los dems. No se poda decir que tuviera amigos, al menos en el sentido ms profundo de la palabra; sin embargo, la prctica totalidad de las personas que le conocan abrigaban hacia l un sentimiento de solidaridad y simpata, porque era cordial y bien educado y, aunque no hablaba mucho, siempre tena dispuesta una palabra amable. Y sobre todo eso estaba aquella sosegada vitalidad suya que resultaba tan evidente y contagiosa.

En resumen, Morrison era el convecino ideal, ese alguien de quien, en caso de apuro, no se duda en solicitar consejo o ayuda. Precisamente por eso a los habitantes de la pequea ciudad de Wiggfield les cost tanto trabajo admitir que, realmente, no fuera otra cosa que un fro y cruel asesino. Pero aquella maana, cuando abandon su casa y, alejndose del ruido de la taladradora, se perdi en la agradable colonia de chals en la que estaba enclavado su domicilio, Ernest Morrison an segua siendo un correcto y sonriente caballero, y nada haca presagiar que a la vuelta de unas horas su vida dara un giro de ciento ochenta grados y que aquella misma noche ya no dormira en su casa.2

EN EL DRAGON ARMS

La maana transcurri satisfactoriamente: un apacible paseo hasta el campo de golf y un no menos apacible partido. Ernest Morrison distaba mucho de ser un jugador experto, ni tampoco pretenda serlo. Se trataba nicamente de distraerse haciendo unos cuantos hoyos a la par que realizaba un poco de suave ejercicio; pero, sobre todo, de ocupar una parte de su mucho tiempo libre.

Llenar horas vacas era su ocupacin favorita, cosa que en modo alguno supona para l una forma de frustracin; al contrario, no tener nada concreto que hacer constitua uno de sus mayores placeres. An no haba olvidado aquella poca de su vida en la que todas las horas y todos los minutos de su tiempo estaban hipotecados por un trabajo insatisfactorio y mal remunerado.

Aquella maana, como tantas otras, se despidi de sus compaeros de golf alrededor de las doce y media; pero en vez de dirigirse a su casa tom el camino del Dragon Arms. Pareca que sa iba a ser la nica innovacin de una jornada que l imaginaba gozosamente rutinaria.

No se poda decir que en el Dragon Arms la comida fuera exquisita, pero al menos era lo suficientemente sabrosa como para que nadie se lamentara de haber tirado su dinero. Adems, el servicio era el adecuado: la rapidez, unida a unas discretas dosis de amable familiaridad, eran sus notas ms caractersticas.

Ernest Morrison comi solo, aunque no en absoluto silencio, porque Thomas, uno de los camareros ms locuaces, se encargaba de amenizarle la comida comunicndole, de cuando en cuando, alguna divertida noticia local.

Despus del caf fue a hundirse en un cmodo silln de cuero y se parapet detrs del The Guardian. Durante ms de una hora altern la lectura del peridico con el sueo, hasta que, aproximadamente a las tres y media, llegaron sus compaeros de partida.

Jugar a las cartas era otra de sus ms apreciadas formas de llenar el tiempo. A lo largo de casi diez aos haba compartido las primeras horas de la tarde con el mismo pequeo grupo de personas: el doctor Williams, que, aunque ya retirado, continuaba siendo el consejero sanitario de muchos de sus antiguos pacientes; el coronel Hughes, autntica gloria local por ser propietario de una magnfica cuadra que en ms de una ocasin haba dado grandes ganadores en el Derby; y el seor Mac Pherson, director de la oficina local del Midlands Bank; circunstancialmente, tambin se les una Ronald Todd, el comisario de polica.

Pero aquella tarde el comisario no apareci, como tampoco lo hizo el doctor Williams, de manera que el cuarteto que habitualmente formaban, o el quinteto que a veces llegaban a ser, se vio reducido a un terceto. Sin embargo, tal cosa no les alter la partida, ya que solan adaptar el juego al nmero de jugadores.

Ernest Morrison y sus dos compaeros se hallaban disputando una mano de pquer cuando la patrulla policial irrumpi en el Dragon Arms. No era extrao que el sargento Taylor y el agente Smith hicieran un alto en su ronda para tomar una taza de t; Wiggfield era una ciudad tranquila y pequea en la que nunca pasaba nada y en la que todo el mundo se conoca. Por tanto, si alguien los necesitaba, siempre poda saber dnde encontrarlos. Por ello Thomas, el camarero, comenz a disponer diligentemente las tazas. No necesitaba preguntar para saber que al sargento Taylor le gustaba el t solo, mientras que el agente Smith lo prefera con una nube de leche. Pero aquella tarde el solcito camarero observ que ni uno ni otro se acercaban a la barra, sino que se dirigan directamente al grupo de jugadores de cartas.

Querrn hacerles algn comentario y luego se tomarn el t, pens. Pero la actitud de los dos policas le pareci extraa: ni un gesto amistoso, ni una sola sonrisa. Qu pasar?, se preguntaba sorprendido viendo cmo el sargento Taylor y el agente Smith decan algo al seor Morrison y cmo ste, visiblemente turbado, se levantaba y, tras unos momentos de vacilacin, los segua hacia la salida.

Qu suceder?, eso era lo que tambin se preguntaban los dos compaeros de juego de Ernest Morrison y la mayora de las otras personas que se hallaban en el Dragon Arms. Cuando la puerta se cerr a espaldas de los dos policas y el hombre que los acompaaba, todas las miradas se dirigieron hacia la mesa en la que, estupefactos, se hallaban el coronel Hughes y el seor Mac Pherson. Durante unos segundos el silencio fue absoluto, hasta que, desde detrs de la barra, lo rompi la voz asombrada de Thomas:

Qu sucede? Por qu queran los policas que el seor Morrison los acompaara? No ser que est detenido... verdad? Es que le acusan de algo? pregunt con evidente excitacin.

El director del banco se limit a hacer un gesto de ignorancia; pero el coronel Hughes era hablador y siempre le gustaba puntualizar.

Sucede lo que todos ustedes han visto, que la Polica ha solicitado que Morrison los acompae. Pero no sabemos, porque no lo han expresado, los motivos que han tenido para ello, ni tampoco si se le acusa de algo o si est o no detenido.

Pero, exactamente, qu han dicho los policas? Y el seor Morrison, qu ha dicho? insisti el camarero.

Los policas, o mejor dicho, el sargento Taylor, porque Smith apenas si ha hablado, se ha dirigido a Morrison y exactamente ha dicho: Acompenos, seor Morrison explic el coronel, para en seguida aadir, con cierto tono de incredulidad: As, de manera escueta, nada de Por favor, Le importara acompaarnos?, o Sera tan amable de...?, Acompenos!, simplemente, y en un tono muy seco, incluso me atrevera a decir que en la voz de Taylor haba... El coronel se interrumpi para buscar la palabra adecuada. Rencor?, desprecio? dud. No sabra decirlo, o quiz fueran ambas cosas a la vez? pregunt dirigindose al seor Mac Pherson.

En verdad, el tono de la voz del sargento no era amable, ni siquiera se le podra llamar fro, ms bien pareca que tuviera que hacer algn tipo de esfuerzo para no mostrarse violento contest Mac Pherson lentamente, como si le costara trabajo creer lo que estaba diciendo.

S, eso es! dijo con vehemencia el coronel. Precisamente violencia contenida era lo que se adivinaba en la voz del sargento.

Y el seor Morrison qu dijo? volvi a preguntar el camarero.

Nada, no dijo nada... y es extrao, no le parece, Mac Pherson? Se limit a levantarse y a seguirlos; pero ciertamente estaba muy alterado, sus manos temblaban...

Cualquiera se sobresaltara si un polica le pidiera que le acompaara apunt una de las personas que, poco a poco, se haban ido aproximando a la mesa en la que se hallaban el coronel Hughes y el seor Mac Pherson.

No en Wiggfield y si el polica es el bueno de Taylor repuso el coronel. No si uno no tiene nada de que arrepentirse. Su primer sentimiento tena que haber sido de sorpresa y no de sobresalto, y el segundo, al menos, de curiosidad: Para qu se me requiere?, podra haber preguntado; pero Morrison no pregunt, se limit a obedecer, y, repito, estaba muy inquieto.

Y no ser que l ya saba los motivos que los agentes tenan para indicarle que los acompaase? pregunt el camarero sin ocultar la creciente emocin que experimentaba ante tan extrao suceso.

Quiz el seor Morrison haya sido testigo de algn delito, o la Polica desea que reconozca a alguien dijo el director del banco.

Oh, no! se apresur a decir el coronel. Recuerde usted el tono de la voz de Taylor; si se hubiese sido el motivo, el sargento le hubiera rogado, con la mayor amabilidad, que los acompaara... El tono de voz del polica, eso es lo verdaderamente extrao, eso y la propia actitud de Morrison.

El director del banco movi la cabeza con un nuevo gesto de desconcierto.

Tiene que haber algn tipo de error afirm. Morrison es un hombre de vida clara y metdica, un ciudadano respetable que no tiene negocios arriesgados... No es bebedor ni violento; si ni siquiera conduce... Sus nicas aficiones son el golf, la jardinera y estas inocentes partidas de cartas. Por qu tendra que temer algo?... Es nuestro vecino, podemos responder de su conducta, todos le conocemos bien acab diciendo con absoluta perplejidad.

Le conocemos bien? Est usted seguro? pregunt sorprendentemente el coronel Hughes. Qu sabemos de sus ms hondos sentimientos o de su autntica manera de pensar? Qu sabemos realmente de l, a excepcin de que vive en Twin Willows Manor o de que estuvo casado con Mary Adams, nuestra vecina y amiga? Quin era l antes de que ella lo conociera? Cmo la trat durante los aos que vivieron en Brasil? La am hasta el da de su muerte? La respet siquiera?... Cmo podramos saberlo si no estuvimos presentes?... Oh, no, mi querido amigo, no sabemos casi nada de Ernest Morrison, a pesar de haberlo visto casi todos los das a lo largo de casi diez aos, porque en todo ese tiempo lo hemos conocido muy superficialmente; durante diez aos nos hemos limitado a saludarnos con amabilidad y a jugar a las cartas cada da...

En realidad, nadie sabe mucho de nadie musit impresionado el seor Mac Pherson.

Pero reconozca usted que del seor Morrison an sabemos menos, aunque, para ser sincero, nunca me lo haba planteado antes dijo el coronel Hughes. Y, levantndose, se dirigi a la salida.3

LA ACUSACIN

El comisario Todd no se levant para recibir a Ernest Morrison como hubiera sido lo natural, teniendo en cuenta que durante casi diez aos haban mantenido relaciones muy cordiales, ni tampoco respondi tranquilizadoramente a la inquieta y muda pregunta que ley en sus ojos; se limit a sealarle, con manifiesta sequedad, una de las dos sillas que estaban ante su mesa de trabajo.

En cuanto a Ernest Morrison, cualquiera hubiera esperado que con la mayor rapidez manifestara su extraeza y descontento por cuanto estaba sucediendo; sin embargo, no hizo nada semejante, al menos en un primer momento, muy al contrario, obedeci con completa sumisin y evidente cortedad la indicacin del comisario y fue a sentarse en el borde de una de las sillas.

Durante algunos segundos permaneci en silencio con la mirada baja, en una actitud muy semejante a la del nio que, pillado en falta, espera, resignado y temeroso, el castigo del director de su colegio. Al fin consigui reaccionar; pero cuando comenz a hablar, su voz son dbil e insegura.

Qu es esto, Todd? Qu sucede? Me gustara saber por qu causa se me hace venir a comisara cuando me hallaba enfrascado en nuestra habitual partida de cartas pregunt tratando de parecer ofendido.

El comisario Todd lo envolvi en una profunda y larga mirada de no disimulado desprecio y en seguida dijo:

El operario que maniobraba con una excavadora ante su casa perdi, por causas que an desconocemos, el control de la mquina, y sta, precipitndose contra la valla, la derrib y fue a estrellarse luego en uno de los dos sauces gemelos que tiene usted en el jardn; a consecuencia del choque, el rbol tambin cay, arrancado de raz.

El comisario experiment la mayor de las satisfacciones cuando comprob el efecto que sus palabras causaban en el hombre que tena delante, y sonri al verlo palidecer mientras se revolva en el borde de su asiento.

Bien, Morrison dijo, ya veo que sabe usted qu fue lo que encontramos debajo del rbol cado.

Ernest Morrison sepult una angustiosa mirada en el suelo, y sus manos, entrelazadas, temblaron.

El comisario Todd se levant precipitadamente y comenz a pasear arriba y abajo del pequeo despacho, siempre a la espalda del hombre al que interrogaba, como si no pudiera soportar la vista del rostro de aquel a quien, de pronto, consideraba ms repugnante que la peor de las alimaas.

No era slo desprecio lo que Ronald Todd senta, sino tambin ira, una inmensa ira que amenazaba con estallar. Si no se contena, acabara golpeando a aquel miserable... Y pensar que durante tantos aos lo haba considerado como un hombre amable y ponderado; ms que eso, lleg a estarle agradecido por haber hecho feliz a Mary... Pobre Mary Adams...! De qu modo haba sido engaada, de qu modo fueron engaados los que eran sus amigos... Y, por ltimo, de qu modo haba conseguido Morrison engaar tambin a la prctica totalidad de sus vecinos... All lo tena ahora, abatido y tembloroso; pero seguramente no arrepentido. La gente como l nunca se arrepiente, no puede porque carece de corazn. Su nico sentimiento ser el de pesadumbre por haber sido descubierto, se dijo Ronald Todd y, tragando saliva, se dio la vuelta.

Le recuerdo que tiene usted derecho a guardar silencio o a no hablar sin la presencia de su abogado dijo procurando dar a su voz un fro y comedido tono profesional. Luego aadi: Ernest Morrison, queda usted detenido. Se le acusa del asesinato de Mary Adams, su esposa.

Al escuchar aquellas palabras, el cuerpo de Ernest Morrison sufri una brusca sacudida, como si hubiera recibido una descarga elctrica, y en sus ojos se reflej una sorpresa tan absoluta que, durante unos segundos, el comisario se sinti desconcertado.

Pero... balbuce Ernest Morrison, levantndose a medias de su silla. Pero si mi esposa muri en Brasil hace diez aos, si su muerte se debi a causas completamente naturales... Yo puedo probarlo, tengo el certificado de defuncin, est en mi casa...

El comisario Todd lo mir con irritacin: qu eminente actor haba perdido el mundo! Por lo visto, despus de una primera reaccin de abatimiento, haba tenido tiempo para planear una estrategia y estaba decidido a defenderse. Bien, que lo hiciera, de nada iba a servirle, slo l poda haber matado a Mary, por ms que ahora fingiera sorpresa.

Le repito que le asiste el derecho a no declarar volvi a decirle procurando no perder la calma.

De la muerte de mi esposa? Se me acusa de la muerte de mi esposa?... preguntaba con voz sorda y estupefacta Ernest Morrison, hablando tanto para el comisario como para s mismo.

Tan perfecta era la interpretacin de aquel hombre, que alguien desconocedor de lo que haba sucedido aquella misma maana hubiera llegado a pensar que su desconcierto era sincero. Pero Ronald Todd no se dej impresionar.

Su esposa no muri en Brasil hace diez aos debido a causas naturales, sino aqu, hace veinte aos y de forma violenta. Usted la asesin y luego enterr su cadver debajo de uno de los dos sauces gemelos. Encontramos sus restos esta maana.

Encontraron unos restos esta maana? pregunt con voz desmayada Ernest Morrison, dejndose caer de nuevo en la silla. Estn seguros? Verdaderamente encontraron los restos de una mujer en mi jardn?

Completamente seguros respondi el comisario Todd.

Ernest Morrison lo mir con asombro.

No puede ser, no puede ser... musit.

S puede ser! Los restos hallados en el jardn de su casa son los de Mary Adams! vocifer Ronald Todd.

En tal caso, quin es la mujer que muri en Brasil? pregunt entonces Morrison haciendo gala de lo que el comisario consider una inmensa desfachatez, y que acab de exasperarle.

Precisamente sa es una de las cosas que esperamos que usted nos aclare! bram golpeando repetidamente sobre la mesa.

Despus de la explosin de ira del comisario, ste y Morrison se contemplaron en silencio, y Ronald Todd, que trataba de serenarse, descubri de pronto que el temor que se reflejaba en los ojos de Ernest Morrison cuando entr en su despacho haba desaparecido. En sus pupilas haba ahora asombro y, sorprendentemente, tambin inters. S, los ojos de aquel hombre estaban llenos de preguntas. Cree haber encontrado una estrategia, volvi a pensar. Lo que a continuacin dijo Morrison, y, sobre todo, cmo lo hizo, le acabaron de convencer de que estaba en lo cierto.

Crame, Todd, necesariamente tiene que haber un error. De sus palabras deduzco que esta maana encontraron ustedes unos restos humanos en el jardn de mi casa, y, seguramente debido a algo que haba entre ellos, llegaron a la peregrina conclusin de que pertenecan a mi esposa... Pero, mi querido amigo, usted olvida que la casa permaneci cerrada durante casi diez aos, la seora Mac Nigan nicamente limpiaba una vez a la semana; cualquiera, o cualesquiera, pudo, o mejor, pudieron, saltar la valla durante la noche. Por ejemplo, una pareja de desaprensivos, hombre y mujer probablemente, y luego entrar en la vivienda. Forzar una cerradura sin dejar rastro no es algo tan difcil para unos profesionales. Una vez dentro robaran alguna joya sin mucho valor y luego, quin sabe la causa, el hombre mat a la mujer y la enterr en el jardn. Eso fue todo: una srdida historia de maleantes. Han cometido ustedes un error, un lamentable error, que me ha hecho pasar por unos desconcertantes y muy desagradables momentos; pero estoy dispuesto a olvidarlo concluy dando a sus palabras un tono de condescendiente irona mientras haca ademn de levantarse.

Le repito que no hay ningn error dijo con rotundidad el comisario. Los restos encontrados pertenecen a Mary Adams.

Y quin ha reconocido con tan absoluta seguridad esos restos? pregunt Morrison tras unos instantes de nuevo desconcierto.

En primer lugar la seora Mac Nigan, y en segundo lugar todos nosotros: el sargento Taylor, el agente Smith y yo mismo.

Ernest Morrison no pudo contener una sarcstica risa.

Por favor, comisario...

Y, por supuesto, el doctor Williams se apresur a decir Ronald Todd.

Comisario, ha odo hablar usted de determinadas pruebas, algo relacionado con el ADN, por ejemplo?

Por supuesto, Morrison.

No ir usted a decirme que precisamente aqu, en Wiggfield, tenemos el equipo de anlisis ms rpido del mundo...

Hay casos en los que tales pruebas, que por descontado tambin haremos, son slo una necesidad legal. O es que va usted a decirme que ha olvidado tan completamente a Mary como para no recordar determinadas peculiaridades fsicas suyas, tan claras y evidentes que a nadie podran pasrsele por alto?

Ernest Morrison, visiblemente turbado, volvi a dejar caer su mirada, y el comisario Todd no disimul un gesto de regocijado triunfo.4

LO SUCEDIDO DURANTE LA MAANA: ELDESCUBRIMIENTO DEL CADVER DE MARY ADAMS

Aquella maana, cuando algo fall en los frenos de una excavadora y el operario que la manejaba perdi el control de la mquina, Ann Mac Nigan trabajaba apaciblemente en la cocina. La sobresalt el impacto contra el muro y, al mirar por la ventana, contempl estupefacta y horrorizada el enorme monstruo de hierro que zigzagueaba por la pradera para ir a estrellarse contra uno de los sauces gemelos, precisamente el de la derecha.

Los rboles tenan ya muchos aos, un follaje espeso y unas races no muy profundas; adems, haba llovido insistentemente durante toda la primavera y la tierra estaba demasiado hmeda y suelta. Por todo ello, el golpe seco de la excavadora era ms de lo que el viejo sauce poda resistir.

Ann lo vio oscilar y caer luego sobre el csped. Durante unos minutos se sinti incapaz de reaccionar y permaneci en la ventana con las manos sobre los labios ahogando una exclamacin de estupor y tristeza. Aquel rbol era el preferido de Mary, su rbol amigo, y Ann volvi a verla bajo l, pequea y tullida, leyendo o contemplando, a travs de los barrotes de la verja (entonces la casa no estaba rodeada por un alto muro como ahora), los juegos de los otros nios que se divertan en la calle. A veces la pelota se meta en el jardn y Mary se levantaba lo ms rpidamente que poda y, arrastrando el pesado y rgido artefacto metlico que sostena su pierna enferma, se aproximaba a la valla y devolva sonriente la pelota.

A causa de la poliomielitis la mayor parte de los juegos infantiles le estaban vedados; pero Mary disfrutaba observando a los dems. En ocasiones, su madre, la seora Adams, organizaba para ella y sus amigos reuniones tranquilas, que siempre iban acompaadas de suculentas meriendas. Seguramente pensaba que los otros nios se cansaran de permanecer junto a su hija si no haba algo que los compensara de la obligada quietud a la que se vean sometidos; sin embargo, no hubiera hecho falta que se afanara tanto preparando refrescos, pasteles y bollos, porque los nios, sentados alrededor de Mary, escuchaban boquiabiertos las historias que ella misma inventaba. Eran narraciones a veces divertidas, a veces misteriosas, pero siempre emocionantes.

Sobre todo durante el verano la sombra de los sauces acoga las reuniones de Mary y sus amigos, y ella siempre iba a sentarse debajo del rbol de la derecha. Ahora ste yaca en tierra como un gigante vencido, y Ann Mac Nigan lo contemplaba mientras acudan a su memoria antiguas y muy queridas escenas.

Sali bruscamente de sus recuerdos para preguntarse, asombrada, qu era lo que estaba sucediendo en el jardn para que el conductor de la excavadora gritara de aquella forma. Ya se entenda que no era muy frecuente que uno se precipitara en una propiedad ajena y derribara un rbol casi centenario; pero aquel hombre deba de tener los nervios muy frgiles. Qu manera de vociferar! Y qu extrao era aquel acercarse al sauce cado, correr luego en direccin contraria para en seguida regresar junto a ste y echarse las manos a la cabeza como si a sus pies se hubiera abierto la mismsima boca del infierno!

Ann Mac Nigan se apresur cuanto pudo; pero la cocina no tena salida directa al jardn y sus artrticas piernas no avanzaban a la velocidad deseada, de modo que cuando abri la puerta principal de la casa ya haba en el jardn una veintena de personas, la mayora de las cuales no eran obreros.

Pero qu sucede aqu? grit bajando las escalinatas que acababan al borde mismo de la pradera. No os bastaba con hacernos semejante estropicio? Tambin tenais que meternos en el jardn a la mitad de la ciudad? pregunt indignada dirigindose a los obreros. Fuera! Fuera de aqu! Esto es una propiedad privada! volvi a gritar; pero los gritos murieron en sus labios cuando, al llegar junto al sauce, descubri lo que haba en el hueco abierto a sus pies: Dios mo...! exclam estremecida al ver el largo hueso humano que apareca en la tierra. Oh, Dios mo! susurr sorda y dbilmente mirando con ojos desorbitados por el espanto el herrumbroso aparato ortopdico que haba junto a l.

A esa misma hora, en el campo de golf, Ernest Morrison contemplaba satisfecho cmo la bola iba a caer en el hoyo siete.

Cuando el comisario Todd recibi la noticia de que unos restos humanos haban aparecido en el jardn de Twin Willows Manor, estaba muy lejos de imaginar la enorme conmocin que iba a sufrir poco despus. Para empezar, en ningn momento pens en un hecho delictivo, sino en un hallazgo arqueolgico. Quiz, bajo Twin Willows Manor hubiera algn viejo cementerio. Esperaba que no tuviera demasiado inters; no quera ni pensar en las complicaciones que sobrevendran en el caso de que algn organismo oficial se empeara en hacer excavaciones en el jardn de un particular. Qu enorme conmocin sufrira Ernest Morrison...! Pobre hombre, ver destrozada su amada pradera y sus queridsimas flores... Deseaba con el mayor ardor que aquellos restos de que hablaban carecieran de antigedad; si as fuera, bastara con trasladar de lugar los que hubieran aparecido.

Cuando el coche enfil Archery Road, en la calle, habitualmente tranquila, haba un movimiento inusual: se formaban corrillos en las esquinas y junto al jardn de Twin Willows Manor se alineaban los curiosos.

Qu fastidiosas son las personas desocupadas, cmo se aprecia que Wiggfield se est convirtiendo en una ciudad de viejos!, pensaba el comisario mientras se apeaba del coche oficial.

Por favor, tengan presente que estn ante una propiedad privada advirti aproximndose a la porcin de muro que haba derribado la excavadora.

Dios mo!, esto es un autntico desastre. Qu va a decir Morrison?, pens luego, al contemplar los importantes destrozos del jardn. Derrumbada sobre uno de los bancos de piedra descubri a la seora Mac Nigan, que sollozaba con desconsuelo.

No se lo tome as, Ann dijo con amabilidad. Entenda el disgusto de la mujer, ya que durante aos y aos ella haba cuidado de Twin Willows Manor con la mayor de las solicitudes; pero le pareca excesivo su pesar. Vamos, todo se arreglar, no se sofoque tanto. La pradera ser replantada, y quiz el rbol pueda salvarse todava aadi palmendole con suavidad la espalda.

Es Mary, Ronald, nuestra pequea Mary balbuce ella entrecortadamente.

El comisario la mir desconcertado; pero en seguida record aquellos lejanos aos en los que l y otros nios iban a casa de Mary Adams a escuchar cuentos y a merendar: Mary siempre se sentaba debajo de aquel rbol. Vaya por Dios, su rbol amigo, pens mientras acariciaba los blancos cabellos de Ann Mac Nigan.

Bien, querida, lo levantaremos de nuevo y arraigar, ya lo ver prometi.

l la mat, Ronald, la mat!, y luego nos enga; nos ha engaado durante todo este tiempo exclam la anciana, uniendo la ira al dolor.

El comisario Todd movi la cabeza consternado; no tena idea de que la mujer, a la que no vea desde haca algn tiempo, estuviera perdiendo la cabeza; el caso era que no pareca tan vieja...

Lentamente, se separ de ella para aproximarse al rbol cado, al lado del cual se hallaban ya el sargento Taylor y el agente Smith. Cuando mir dentro del hueco que antes albergara las races del sauce, recibi una impresin de tal naturaleza que estuvo a punto de perder el equilibrio.

Ahora entenda los sollozos y las extraas palabras de Ann: aquellos restos slo podan pertenecer a Mary Adams, y a ella nicamente la poda haber asesinado su propio marido, aquel hombre despiadado y cruel, aquel miserable al que, durante aos, haban tenido por un ejemplar vecino.

Invadido por el dolor y la rabia, Ronald Todd volvi sobre sus pasos y fue a dejarse caer en el banco de piedra junto a Ann Mac Nigan.

Y mientras tanto, en el otro extremo de la ciudad, en el Dragon Arms, Ernest Morrison dormitaba tras el peridico, hundido en un cmodo silln de cuero.

Al anciano doctor Williams, el hombre que haba conocido y tratado a Mary desde el mismo da de su nacimiento, no le llev mucho ms tiempo ni menor conmocin que a Ann Mac Nigan y a Ronald Todd reconocer los restos de Mary.

Es ella, verdad, doctor? Estos restos, por extrao que parezca, slo pueden pertenecer a Mary Adams, no es cierto? pregunt el comisario.

Es ella confirm el doctor Williams, profundamente impresionado.

Ese aparato... Hubiera sido muy difcil que otra mujer, igualmente tullida, fuera a morir y a ser enterrada precisamente en esta casa... susurr Ronald Todd pensando en voz alta.

Y no es slo el aparato, Ronald, hay algo ms, su dentadura... La pobre Mary posea unos hermosos dientes, aunque incompletos; slo tena tres incisivos en la mandbula inferior. Recuerdo que la seora Adams se preocupaba pensando que pudiera estar falta de calcio explic el doctor Williams con la voz humedecida por las lgrimas que se esforzaba en contener.5

LA EXTRAA ACTITUDDE ERNEST MORRISON

Ernest Morrison ingres en prisin preventiva aquella misma tarde, mientras que la pequea ciudad de Wiggfield herva de asombros y murmuraciones.

Algunos, los que conocieron a Mary Adams ntimamente, se sentan, sobre todo, doloridos: Ann Mac Nigan, que haba sido su niera y ama de llaves; el doctor Williams, que haba cuidado de su salud a lo largo de todos los das de su vida; las hermanas Stanford, que haban crecido junto a ella, ya que, adems de vivir en la casa de enfrente, fueron sus compaeras de estudios; o el propio comisario Todd, que tambin haba sido condiscpulo de Mary desde el parvulario hasta la juventud.

Otros, los que la conocieron superficialmente o ni siquiera la conocan, se sentan horrorizados y estupefactos.

Por ltimo haba un grupo de personas, bastante numeroso por cierto, cuyo principal sentimiento era de excitacin: en una ciudad pequea, en la que nunca suceda nada, se encontraban de pronto con un suceso estremecedor e inslito, algo que era tan terrible como emocionante.

Pero independientemente del dolor, del horrorizado asombro o de la simple excitacin, todos los habitantes de Wiggfield se sentan unidos por un mismo sentimiento de indignacin: los irritaba pensar que Ernest Morrison los haba engaado, que durante aos haban convivido con l sin sospechar nunca, que incluso le haban considerado alguien especialmente respetuoso y respetable.

No acabo de creerlo. Dicen que los nios tienen un sexto sentido para juzgar a las personas, pues los mos corran a su encuentro cuando nos lo encontrbamos, y l les daba caramelos y los acariciaba deca estremecida y confusa una joven madre.

No lo entiendo, de verdad que no lo entiendo, pareca tan educado y vesta con tanta correccin... deca con pesadumbre una anciana seora.

La mitad de la poblacin sencillamente no poda creerlo; la otra mitad, la que siempre estaba dispuesta a admitir, sin grandes dudas, cualquier hecho, ya que no ignoraban que comportamiento y apariencias no siempre van de la mano, se vea obligada a admitir que Ernest Morrison era la ltima persona en quien hubieran pensado a la hora de sealar a un asesino.

En cuanto a Ernest Morrison, desde el mismo momento de su detencin adopt una extraa actitud que exasperaba a aquellos que se vean en la necesidad de tratar con l, sobre todo al comisario Todd y al abogado que se le haba asignado de oficio, ya que l no mostr ningn inters en procurarse defensa legal. Dicha actitud consista en no decir ni una sola palabra en relacin con el caso: No lo s, o No lo recuerdo; eso era todo.

Evidentemente se trataba de algn tipo de estrategia; pero ni al comisario, ni al defensor, se les alcanzaba de qu podra servirle, si no fuera para dificultarles al uno la investigacin y al otro la ya de entrada complicadsima defensa.

El caso se presentaba absolutamente claro; las pruebas de ADN confirmaron lo que era obvio: los restos encontrados pertenecan a Mary Adams. La mujer haba muerto haca unos veinte aos, a consecuencia de varios golpes que le fueron propinados en la cabeza con un objeto contundente. Y quin poda haberla asesinado sino el hombre que hizo creer a todos que segua estando viva durante diez largos aos, y que se apoder de su dinero falsificando o haciendo falsificar su firma...? Las pruebas eran tantas y tan rotundamente acusatorias que no tena ningn sentido que el presunto asesino se escudara en el silencio.

Si alguien que no fue usted mat a su esposa, por qu no denunci el hecho? Es usted tan comprensivo y condescendiente que no slo no se ofende porque un asesino entre en su casa y mate a su esposa sino que adems le permite que la entierre en su jardn? preguntaba con irritado sarcasmo el comisario Todd cuando Morrison lo nico que deca era que l no haba matado a su esposa.

Por favor, entindalo, seor Morrison suplicaba su abogado. Tiene usted que cooperar, esta actitud suya no nos favorece en nada. Por qu no me dice usted cules fueron sus motivos? Quiz si me indicara en qu circunstancias se produjeron los hechos, cules eran sus relaciones con su esposa o, simplemente, en qu estado emocional se encontraba en aquellos momentos, yo pudiera alegar algn tipo de atenuante, enajenacin mental transitoria, por ejemplo, seguida de miedo insuperable a confesar la verdad... Incluso intentara convencer al jurado de que no hubo intencionalidad por su parte, que todo no fue otra cosa que un desgraciado accidente, seguido de un cmulo de casualidades: dos esposos que, en vsperas de emprender un viaje, discuten por alguna causa ftil, estn tensos por la marcha, l pierde los nervios y, sin saber realmente lo que hace, la golpea... Fatalmente, ella muere; l, asustado, la entierra en el jardn, y luego, para no ser descubierto, se ve obligado a montar toda una farsa que se prolonga a lo largo de los aos... Puede ser coherente, no le parece? Hace falta que nos pongamos de acuerdo, seor Morrison; necesito tener algo en lo que apoyarme para elaborar cualquier tipo de defensa... Pero por qu calla? Es que no lo entiende? se desesperaba el defensor ante el silencio de aquel hombre que se comportaba como si nada de lo que le deca tuviera algo que ver con l.

Y la mujer, Morrison? La otra mujer, la que muri en Brasil, aquella cuyo certificado de defuncin usted present, como si fuera el de Mary Adams, para as conseguir cobrar su herencia. Quin era? Cmo la conoci? Qu parte tuvo en todo esto? Dganoslo!, de todas formas acabaremos averigundolo exiga el comisario Todd, haciendo los mayores esfuerzos para no golpear a aquel ser silencioso e indiferente que miraba al vaco con ojos inexpresivos. Pero qu pretende hacernos creer, que ha perdido la razn o la memoria? acab preguntando indignado.

Las razones del defensor tampoco servan de nada.

Esa mujer tambin est muerta, no puede perjudicarla, dgame quin era; si no lo hace, cmo convencer al jurado de que la muerte de Mary fue fortuita? La llam usted esa misma noche para que le ayudara a montar algn tipo de estrategia?... Procure facilitar en algo mi cometido suplicaba el abogado defensor. Es imposible defender a un hombre ciego, sordo y mudo... Es que no le interesa defenderse? Eso es lo que sucede, que no quiere usted ser defendido?

Pero Ernest Morrison continuaba sin responder, incluso a las preguntas ms elementales y menos comprometidas.

Con quin se relacion mientras vivi en Brasil? Tuvieron amigos, su supuesta esposa y usted? Qu tipo de vida siguieron all? La mujer que se haca pasar por su esposa, muri en casa o en el hospital? Viven los padres de usted todava? Mantiene algn tipo de relacin con ellos? Tiene algunos otros familiares?...

Silencio! Siempre silencio. Ernest Morrison se limitaba a callar.

Conocer todos y cada uno de los detalles y circunstancias de aquel caso se convirti en una especie de obsesin para el comisario Todd. Siempre haba sido un polica concienzudo; pero ahora, adems, el recuerdo de Mary le serva de acicate. Y as aadi horas a las del da y sac de su propio bolsillo una buena cantidad de libras esterlinas que fueron invertidas en algunas investigaciones extraoficiales. Fue as como, apenas tres meses despus, puso en manos del fiscal un abultado dossier con la ms exhaustiva de las informaciones, concernientes no slo a lo que se refera al asesinato en s, sino a todo lo que tena alguna relacin con la vida de Ernest Morrison, antes y despus de la muerte de Mary Adams.6

COMIENZA EL JUICIO

El da en que comenz la vista oral, un variopinto y expectante pblico se agolpaba en la puerta de la Audiencia. Ronald Todd se senta temeroso de que el juicio acabara convirtindose en una cierta forma de espectculo; sin embargo, entenda la excitacin de toda aquella gente, que se pasaban la vida arrastrando monotona, de modo que cualquier acontecimiento, fuera de la clase que fuese, los haca vibrar. Pero era doloroso pensar que iba a ser precisamente Mary Adams, tan dulce y tan sencilla, cuyo principal deseo siempre fue pasar inadvertida, quien les proporcionara fuertes emociones tantos aos despus de su muerte.

Cuando Ernest Morrison apareci en la sala, cesaron los murmullos del pblico y todos los ojos se volvieron hacia l con incredulidad: cmo era posible que aquel hombre fuera un asesino? Pese a marchar custodiado por dos policas, conservaba el porte digno y el aspecto pulcro y cuidado de siempre: traje oscuro de finas rayas, inmaculada camisa blanca, corbata granate con topos y relucientes zapatos negros.

Caminaba con paso gil y seguro, y su mirada no era la de alguien compungido o avergonzado, aunque tampoco poda decirse que fuera insolente o siquiera desafiante. Su marcha era natural, y en sus ojos lo que poda leerse era sencillamente inters. Pareca que, en vez de ser el acusado, fuera una ms entre las muchas personas que aquella maana de principios de septiembre haban acudido a la Audiencia con el deseo de conocer los detalles de un crimen sorprendente.

El comisario Todd, todava sin conseguir dominar la honda irritacin que le produca la actitud de Ernest Morrison, se preguntaba cul sera el comportamiento que mantendra en el juicio: contestara siquiera a alguna de las preguntas de la acusacin o se encerrara en el ms absoluto de los mutismos, como haba hecho hasta entonces? De todas formas, el caso estaba resuelto por completo, por lo que daba lo mismo lo que Morrison dijera o dejara de decir.

La anciana Ann Mac Nigan, despus de dirigir una mirada de dolorido rencor al detenido, se volvi al doctor Williams. ste palme suave y amigablemente su mano y la envolvi en una clida mirada de aliento y comprensin. Junto a ellos, las dos hermanas Stanford tambin intercambiaron miradas de sorprendida indignacin.

Cmo se atreve ese hombre miserable a presentarse con semejante aspecto de respetabilidad? musit indignada Emma al odo de Claire.

Ella sonri levemente y se encogi de hombros: las cosas de Emma, pens, ella pretenda que cada imagen correspondiera a una verdad esencial... Seguramente, si los asesinos siempre lo parecieran, tendran menos oportunidades de asesinar...

Contemplando a Ernest Morrison, Claire Stanford pens en Mary. Pobre Mary!, no era extrao que se hubiera enamorado de l; todava ahora, a punto de cumplir cincuenta aos, continuaba siendo un hombre muy atractivo, y, sobre todo, su aspecto an inspiraba confianza.

Ernest Morrison fue a ocupar su sitio con total calma y compostura. Junto a l, el abogado de oficio no era sino una figura pequea y desdibujada; adems, el pobre hombre, sin nada en lo que apoyar su defensa, apareca confundido y nervioso. Parece como si el acusado fuera l, pensaba el comisario Todd contemplndolo ordenar torpemente sus papeles.

El fiscal Brennan se frotaba las manos: aqul iba a ser su caso. Posea todas las cartas, absolutamente todas, para mandar a prisin, y para siempre, al ser abyecto que tena ante sus ojos. Ya se vera en qu quedaba aquella serenidad de la que ahora haca gala al comprobar cmo la juez Parrish lo condenaba a cadena perpetua.

Cuando, despus de pedir la venia, se dirigi hacia el acusado, todo el mundo tuvo la clara impresin de que no slo estaba decidido a probar la culpabilidad de Morrison, sino que, antes, se propona pulverizarlo con sus preguntas; tal era la energa de sus pasos y la agresividad de su mirada.

El fiscal, hombre corpulento y de elevada estatura, pareca en aquellos momentos un autntico coloso. Sin embargo, el acusado no hizo ni un solo gesto de temor. O aquel hombre tena nervios de acero o padeca alguna clase de enajenacin que le impeda darse cuenta de lo que se le vena encima.

Cundo y dnde conoci usted a Mary Adams? comenz preguntando el fiscal con voz alta y grave.

Hace veinte aos, en Londres, concretamente en la estacin de Waterloo respondi el acusado con amabilidad.

Bien, dganos con exactitud cmo fue.

No lo recuerdo.

Que no lo recuerda? Que no recuerda usted qu dijo ella entonces o qu dijo usted? Tampoco si alguien los present o si se encontraron por casualidad? De verdad que no lo recuerda?

No, no lo recuerdo repiti Ernest Morrison sin alterarse.

Veo que es usted un hombre profundamente desmemoriado; pero, por suerte para todos nosotros, estamos en condiciones de ayudar a su dbil memoria dijo el fiscal con marcada irona, y en seguida aadi: Seora, solicito la presencia de la seorita Emma Elizabeth Stanford.

Seorita Stanford, tenga la amabilidad de subir al estrado indic la juez.

Emma Elizabeth Stanford era una mujer de alrededor de cuarenta y cinco aos, menuda y vivaracha, de sonrisa fcil y chispeantes e ingenuos ojos oscuros. De su pequea figura se desprenda una alegre vitalidad. Era una persona entusiasta y extravertida, que gozaba de cualquier acontecimiento inesperado, aun cuando fuera algo nimio. Y si no hubiera sido porque en aquel caso extraordinario la persona asesinada era la pobre y querida Mary Adams, se habra sentido realmente encantada de su condicin de testigo. Declarar en un verdadero juicio era una de las cosas ms emocionantes que podan suceder, sobre todo si se viva en Wiggfield. Consciente de la importancia del papel que iba a desempear, se alz de su asiento para dirigirse al estrado. Mientras lo haca, se esforzaba en caminar de manera tranquila y digna, para no dar la impresin de ser una persona atolondrada.

De todas formas no pudo evitar un sentimiento de profunda emocin cuando jur sobre la Biblia decir la verdad y slo la verdad de cuanto saba. Tampoco le fue posible evitar una amable sonrisa de saludo cuando el fiscal Brennan se aproxim.

Seorita Stanford, tengo entendido que mantuvo usted una estrecha y larga amistad con Mary Adams, es esto cierto? le pregunt ste.

Completamente cierto. Mi hermana Claire y yo fuimos sus amigas ms ntimas, desde muy nias; tenga en cuenta que ramos unas de sus vecinas ms prximas, vivimos justo enfrente de Twin Willows Manor, y, adems de eso, asistimos al mismo colegio y a la misma aula que Mary. Y, por si fuera poco, nuestros respectivos padres tambin eran amigos y, con mucha frecuencia...

En tal caso interrumpi el fiscal, quiz usted sepa cmo conoci Mary al seor Morrison. Teniendo en cuenta esa amistad que las una, no parece aventurado pensar que ella le hubiera hecho algn tipo de confidencia.

Por supuesto que nos las hizo, a Claire y a m; siempre lo haca, nos contaba casi todo cuanto le suceda, y an ms desde que murieron sus padres.

Entonces dganos, por favor, qu fue lo que les confi en relacin con tal primer encuentro.

Emma Stanford comenz a hablar con voz ntima y sentida, como si estuviera rodeada por un grupo de nios atentos y emocionados.

Una tarde Mary lleg a casa a la hora del t. Vena directamente de la estacin. Nos cont que en Londres haba conocido a un hombre encantador, que la haba ayudado a subir al tren. Ella necesitaba ayuda para subir y bajar, porque de nia sufri de poliomielitis. Durante nuestros aos de universidad, bamos y venamos juntas de Londres, Claire, Mary y yo, y tambin algunos otros amigos; pero cuando nos graduamos, ella se empe en seguir adems un curso de especializacin, y continu yendo a Londres sola, dos veces en semana, martes y jueves. Se empeaba en hacer una vida completamente normal, a pesar de su minusvala, y se las arreglaba bien, excepto en eso de subir y bajar escaleras estrechas y altas, como las del tren. Siempre haba buena gente que se brindaba a ayudarla, y, como era natural, ella no nos comunicaba tal cosa; pero aquella tarde fue distinto, Mary estaba impresionada por la amabilidad del joven que acababa de conocer... Deca que era cordial y clido, sa fue exactamente la palabra que us, clido, y la repiti varias veces. No slo la ayud a subir al tren, sino que tambin se sent a su lado e inici una agradable conversacin. Se interes mucho por lo que ella haca, por sus gustos y por el tipo de vida que llevaba. Se sinti muy impresionado al enterarse de que sus padres haban muerto unos meses atrs, y de que ella, al no tener hermanos, se senta muy sola. Le dijo que la comprenda perfectamente porque l tampoco tena familia. Quiz hablaran de otras cosas, Mary no lo dijo, el caso fue que a los dos se les pas el tiempo sin sentir y que ambos se mostraron pesarosos cuando el viaje llegaba a su trmino; pero tenan esperanzas de encontrarse otro da para continuar charlando, ya que l, por motivos de trabajo, tena que hacer la misma ruta que Mary, aunque continuando hasta Southampton. Cuando el tren lleg a Wiggfield, el joven ayud a Mary a descender, aunque ella le dijo que no haba ninguna necesidad de que lo hiciera, porque John, el viejo mozo de estacin, estaba siempre atento, y era quien habitualmente lo haca. A pesar de eso, l descendi con ella, y a punto estuvo de quedarse en tierra...

Por lo que usted nos ha contado, parece que Mary se sinti atrada hacia el seor Morrison ya desde el primer da apunt el fiscal Brennan.

S, eso nos pareci tambin a Claire y a m. No paraba de hablar de l, deca que era la persona ms sensible que haba conocido aadi Emma, y no pudo evitar dirigir una mirada de dolorido desprecio a Ernest Morrison.

Sus miradas se cruzaron, y ella comprob, sobresaltada y perpleja, que en los ojos de l haba una extraa expresin. Pero no, tena que estar equivocada, no poda ser que a Ernest Morrison, por muy cruel que fuera, le parecieran divertidas sus palabras.7

CLAIRE STANFORD

Claire Stanford era una mujer alta y reposada. La impresin que daba dirigindose hacia el estrado de los testigos era, sobre todo, de serenidad.

La mirada del comisario Todd se dulcific siguindola. La conoca desde que ambos eran muy nios, lo mismo que a Emma y a Mary. Siempre la haba admirado, y no slo por su serena belleza.

No le caba ninguna duda de que su testimonio acabara de aclarar las circunstancias en las que Mary Adams y Ernest Morrison se conocieron, poniendo de manifiesto cules fueron las perversas intenciones que l tuvo desde el primer momento. Quiz de la declaracin de Emma ya pudiera deducirse algo en ese sentido; pero, al contrario que su hermana, Emma era excesiva en todas sus manifestaciones, excesiva y tambin algo dispersa, de modo que quiz el jurado tomara con cierta reserva algunos puntos de lo expuesto por ella. Era probable que el fiscal no hubiera insistido en sus preguntas precisamente por eso.

Seorita Stanford, ratifica usted las declaraciones de su hermana? pregunt el fiscal.

Totalmente repuso Claire. Puede usted aadir algo a lo ya expresado por ella?Creo que s, seor fiscal.

Por ejemplo, recuerda cundo fue la segunda vez que el seor Morrison y la seorita Adams se vieron?

Se encontraron slo una semana despus explic Claire. Mary estaba realmente entusiasmada cuando apareci en casa con la nica intencin de comunicrnoslo: He vuelto a verlo, y no ha sido por casualidad. Me estaba esperando; poda viajar a Southampton cualquier da de la semana, pero record que yo voy a Londres los martes y los jueves, ms o menos sas fueron sus palabras.

Su hermana ha dicho que Mary, en su primer encuentro con Morrison, estaba muy impresionada por la amabilidad de ste. Qu cree usted que sinti ella en ese segundo encuentro?

Creo que empezaba a ilusionarse.

Era Mary una persona dada a las ensoaciones? Quiero decir, tenda a creer que los hombres se enamoraban de ella slo porque se mostraran amables?

De ninguna manera. Mary era realista y no ignoraba que su acusada cojera descompona su figura y entorpeca considerablemente sus movimientos. Para marchar a su lado haba que disminuir el ritmo, como se hace al acompaar a un anciano o a un nio. Realmente no eran muchos los hombres jvenes que la invitaban a salir.

Se senta acomplejada por ello? Era una mujer resentida?

No. Como era natural, se senta dolorida por su problema, pero nunca resentida. Mary era una mujer esencialmente bondadosa.

Y era enamoradiza? Perteneca a ese tipo de personas que, a pesar de no ser amadas, se enamoran con facilidad?

No, no perteneca a ese tipo de personas.

Pero, en alguna ocasin se sentira ilusionada por alguien, un amigo, un compaero...?

Claire hizo un gesto vago y el fiscal insisti.

Recuerda si se enamor alguna vez?

Claire Stanford mir al fiscal con ojos inquisitivos. No entenda por qu haba que revelar algo que nada tena que ver con el caso.

Seorita Stanford, simplemente quiero poner de manifiesto el equilibrio emocional de Mary Adams aclar el fiscal.

Mary se haba enamorado otra vez. Pero era muy joven entonces; an estbamos en el instituto. De todas formas no se hizo ilusiones con respecto a aquel chico. Saba que la estimaba sincera y hondamente, aunque slo como a una buena amiga.

El comisario Todd sinti una punzada en el corazn y baj los ojos entristecido. Se preguntaba con frecuencia por qu no correspondi al amor que Mary le tuvo. Si lo hubiera hecho, no se estara celebrando aquel juicio. Sera por su pierna tullida y sus pasos descompuestos?... Esta era una pregunta que le atormentaba con frecuencia y muy especialmente ahora. Perteneca l al gremio de los miserables para los cuales una mujer es, sobre todo, un hermoso animal?... Pero no, no era se el caso, estaba seguro; no saba por qu se atormentaba: no quiso a Mary, no pudo quererla porque entonces ya amaba a otra chica...

La voz del fiscal interrumpi sus recuerdos.

Bien, podemos concluir por lo tanto diciendo que Mary Adams no era dada a ensoaciones, ni confunda la realidad con sus deseos, y que, adems, saba aceptar el hecho de no ser amada aunque ella amase? Por todo esto parece razonable pensar que el inters mostrado por el joven Morrison hacia ella era de tal naturaleza que, por primera vez, le permiti ilusionarse. No lo cree usted as, seorita Stanford?

S, lo creo.

Y tambin cree usted que en el nimo del acusado entraba la posibilidad de conquistar a Mary, ya desde sus primeros encuentros, y con malvadas intenciones?

Tambin lo creo respondi Claire con rotundidad.

Protesto, seora! exclam el abogado defensor, y en el tono de su voz se adivinaba el alivio que le produca poder intervenir al fin en el interrogatorio. Lo que la testigo pueda creer no tiene mayor valor que el de una mera suposicin.

Aceptada la protesta, que no conste en acta orden la juez.

Bien, seorita Stanford prosigui el fiscal, usted nos ha dicho que Mary era una mujer equilibrada y realista y no ignoraba que su acusada minusvala dificultaba sus relaciones con el sexo opuesto. Cmo explica entonces que admitiera tan rpidamente la posibilidad de que Morrison estuviera interesado en ella?

Mary era realista; pero en modo alguno derrotista. Saba que no le iba a ser fcil encontrar un hombre que la amara; sin embargo, no descartaba esa posibilidad. En algn sitio habr un hombre distinto y maravilloso, sola decir.

Y pens que el acusado era ese hombre coment el fiscal con pronunciado sarcasmo.

Eso creo dijo la testigo.

El fiscal Brennan dej que el silencio siguiera a las palabras de Claire, y luego, con un gesto estudiado, fij una mirada retadora en el acusado; pero l no baj la suya, como hubiera sido natural, de hecho ni siquiera lo miraba. Ernest Morrison tena los ojos clavados en Claire, y en ellos haba apremio e impaciencia: Vamos, prosigue; me interesa extraordinariamente or tu versin de los hechos, parecan decir.

Sabe usted concretamente de qu hablaron Mary Adams y Ernest Morrison aquella tarde en la que se encontraron por segunda vez? pregunt el fiscal volviendo sus sorprendidos e indignados ojos hacia Claire Stanford.

Lo s, Mary nos lo repiti varias veces. Hablaron de la vida y de su sentido; de sus proyectos y de sus ilusiones, y curiosamente coincidan en todo... Ernest le abri su corazn de par en par aquella tarde, eso tambin lo dijo Mary subray Claire, y tampoco ella pudo evitar el sarcasmo; sin embargo, no mir a Ernest Morrison, eso era algo que no resista.

Y no hablaron por casualidad de sus trabajos y de sus situaciones econmicas? pregunt el fiscal, otra vez irnico.

El abogado defensor vio una nueva posibilidad de intervenir y no la desaprovech.

Protesto enrgicamente, seora; no s adnde quiere ir a parar el fiscal.

Yo s, protesta denegada dijo la juez. Prosiga la testigo.

Mary nos explic que Ernest era un joven muy emprendedor que estaba abrindose camino en una empresa internacional de exportacin e importacin, y que precisamente entonces se le presentaba la posibilidad de un ascenso. Tambin nos dijo que haba tenido que hacerse a s mismo porque nunca haba contado con una familia que le apoyara.

Y ella le habl a l de su ms que desahogada situacin econmica? Le dijo que posea las rentas necesarias para no tener que preocuparse el resto de su vida?

Seora, protesto. Me parece que el fiscal est tratando de condicionar las respuestas de la testigo dijo el defensor, aunque sin demasiada conviccin. Como ya se tema, la juez no tuvo en cuenta su protesta.

No lo s, Mary no nos habl directamente de eso prosigui Claire Stanford.

Sin embargo, s habl a Ernest Morrison de la naturaleza de sus cursos de especializacin.

S, as fue.

Y esos cursos de especializacin siempre han sido muy caros. Una persona que no tuviera recursos econmicos suficientes nunca podra permitrselos, no es cierto?

Es cierto, Emma y yo no pudimos permitrnoslos.

Bien, dejmoslo as. Dganos ahora cundo se vieron nuevamente el seor Morrison y la seorita Adams.

Dos das despus, el jueves siguiente; Mary se senta emocionada.

Y qu sucedi a partir de entonces?

Que continuaron vindose en el tren, todos los martes y todos los jueves, a lo largo de ms o menos un mes.

Los viajes de Morrison a Southampton se hicieron muy frecuentes, no cree usted?

Muy frecuentes; Mary nos dijo que se las haba arreglado para hacerse con todas las ventas de la zona.

Y despus de ese mes, qu ocurri?

Morrison cambi de ruta; pero para entonces ya estaban enamorados. Al principio procuraban verse en Londres, y l la llamaba todos los das por telfono; luego Morrison comenz a venir a Wiggfield los fines de semana, fue entonces cuando lo conocimos Emma y yo.

Y qu impresin le produjo a usted entonces?

Entonces me produjo buena impresin. No recel nunca de sus verdaderas intenciones?El abogado defensor hizo un conato de protesta; pero debi de pensarlo mejor y las palabras no salieron de sus labios.

S, recelamos algo Emma y yo; pero eso fue antes de conocer a Ernest, cuando lo conocimos... Claire dud unos momentos, como si estuviera avergonzada de haberse dejado engaar. Nos pareci un hombre prudente y gentil... y adems miraba a Mary de una forma... Sus ojos se iluminaban cuando la contemplaba. S, cremos sinceramente, lo mismo que crea ella, que por fin haba encontrado al hombre distinto y maravilloso con el que soaba... La voz de Claire Stanford haba ido bajando de intensidad y finalmente casi se convirti en un susurro. Cuando call, el fiscal volvi a dejar que el silencio se alargara tras sus palabras.

Es su turno indic por fin al abogado defensor.

Pero ste no se movi.

No har preguntas respondi, y todo el mundo advirti que tambin l se senta conmovido.

8

LA DECLARACIN DE ANN MAC NIGAN

Las dos palabras ms adecuadas para describir a Ann Mac Nigan haban sido siempre fuerza y determinacin, lo mismo cuando era joven que ahora que tena ms de setenta y cinco aos. Determinacin y fuerza que no siempre controlaba.

El comisario Ronald Todd recordaba que cierto da, haca ya muchos aos, a la puerta de la escuela de primaria, dos chiquillos desaprensivos se divertan imitando el andar renqueante de Mary, sin advertir que Ann Mac Nigan se hallaba precisamente detrs de ellos. De pronto se vieron sorprendidos por una furibunda mole que, cogindolos por el cuello de la camisa, los alzaba en el aire y los agitaba como si fueran miserables alfombras.

Ahora la fuerza y la determinacin de Ann se encaminaban hacia el estrado de los testigos, dispuestas a emplearse a fondo para que aquel gusano repugnante, vil asesino de su muy querida Mary, pagara por lo que haba hecho. Los presentes en la sala observaban impresionados la voluminosa figura que, enarbolando una flameante aunque invisible bandera de justa ira, marchaba pasillo adelante.

Seora Mac Nigan, conoca usted bien a Mary Adams? pregunt el fiscal amablemente.

Como si la hubiera trado al mundo. No tena un mes cuando llegu a Twin Willows Manor con la misin de cuidarla. Desde ese momento no volv a separarme de ella.

La familia Adams era para usted algo ms que un grupo de personas para el que trabajaba, no es as?

Mucho ms. Ellos eran algo mo, Mary era... mi nia... La recia voz de Ann se quebr, y el fiscal, contemplndola con simpata, esper unos segundos hasta que ella recobr la entereza. Slo entonces prosigui con el interrogatorio.

De modo que, cuando sus padres murieron, podra decirse que usted se convirti en la nica familia de Mary.

S, seor, porque no tena hermanos ni abuelos, slo algunos parientes en tercer o cuarto grado con los que apenas trataba.

En tal caso, tambin recibira usted las confidencias de Mary en la misma forma que las hermanas Stanford.

Bueno, ella me lo contaba casi todo; pero haba cosas... En fin, Mary deca que yo me preocupaba demasiado por ella, que desde la muerte de sus padres me haba convertido en su perro guardin... De todas formas, yo me di cuenta en seguida de que algo estaba sucediendo: Mary rea por cualquier cosa y cantaba a todas horas. Despus comenzaron las llamadas telefnicas... Advert a Mary que tuviera cuidado; pero ella no quera escucharme, y tampoco yo quera herirla, me entiende usted? No era que yo pensara que nadie poda quererla, era preciosa, preciosa y buena, de lo mejor del mundo; pero tena un defecto, y como los hombres son as... Ya sabe usted cmo son los hombres... El fiscal asinti sonriendo, y Ann, al advertirlo, enrojeci. Quiero decir algunos hombres, y ella tena dinero, y la casa y todo eso... Bien, si hubiera sido pobre no me hubiera preocupado tanto, o si se hubiera enamorado de alguien conocido, de alguno de sus compaeros...

Ann Mac Nigan enmudeci, y Ronald Todd, que segua sus palabras con dolorido inters, volvi a sentir una nueva punzada en el corazn.

Seora Mac Nigan, cundo conoci usted a Ernest Morrison? pregunt el fiscal.

Le conoc quince das antes de la boda.

Cmo es eso? No visitaba a Mary todos los fines de semana?

As era; pero los fines de semana yo no estaba en Twin Willows Manor. Tena que cuidar de mi madre, que se hallaba impedida, porque el resto del tiempo lo haca mi nica hermana, y crame, era una tarea muy pesada; pero no vaya usted a pensar que l se quedaba en casa por las noches, porque no era as. Llegaba a Wiggfield el sbado por la maana y se marchaba por la tarde, y adems Mary tena ya veinticinco aos...

El fiscal volvi a sonrer con condescendencia y en seguida continu haciendo preguntas.

Qu le pareci a usted el seor Morrison cuando lo conoci?

Ann Mac Nigan no respondi en seguida, y cuando lo hizo su voz son seca y contenida. Era evidente que le costaba mantener la calma.

Educado, atento... Pareca querer a Mary. De todas formas yo tena mis dudas, por eso llam a la Wexford Import-Export.

En la sala se produjo un movimiento de expectacin; pero fueron los ojos de Ernest Morrison los que reflejaron un mayor inters.

Era la empresa en la que dijo que trabajaba aclar Ann. Yo quera comprobar si tal cosa era cierta, de modo que un da llam preguntando por l. Pensaba colgar si se pona al telfono; pero me dijeron que estaba de viaje, en Southampton. Confieso que eso me tranquiliz en parte, hubiera querido saber ms cosas de l; pero no poda preguntar si era tan buena persona como Mary deca o si tena tanto porvenir en la empresa como deca l. Si yo hubiera tenido ms tiempo me las habra arreglado para averiguar lo que quera; pero fue una boda muy rpida, apenas seis meses desde que se conocieron, ya ve usted... Se lo advert a Mary y no me hizo caso: Casi no sabemos quin es, no tiene familia y tampoco conocemos a sus amigos.... Slo estaba l para hablar de s mismo... y el dinero es siempre tan goloso... Se lo dije a Mary, al fin se lo dije, aunque no quera lastimarla. Pero ella no cesaba de repetirme que l insista en establecer separacin de bienes. Eso acab de convencerme, qu necia fui!, porque ahora est bien claro que slo era una argucia de ese hombre para que mi pobre Mary no recelara.

Protesto, seora, la testigo est haciendo juicios de valor exclam el defensor procurando poner algo de fuerza en sus palabras.

Ann Mac Nigan lo mir con enfado; pero su disgusto se convirti en incontenible ira cuando advirti la amplia sonrisa que se abra en los labios de Ernest Morrison. Levantndose a medias de su asiento, alarg hacia l las manos en un gesto de amenaza, mientras en sus labios temblaban las palabras sin encontrar sonido, de tan indignadas y doloridas.

Desde la sala se alz un murmullo de asombro, y el fiscal se aproxim a la enfurecida testigo y comenz a hablar con ella en voz baja, hasta que, poco a poco, consigui calmarla.

Seora Mac Nigan, si no puede usted dominar sus sentimientos, me ver obligada a ordenarle que abandone el estrado advirti severamente la juez.

La vieja Ann, todava con los ojos centelleantes de furia, movi la cabeza asintiendo y luego mir al fiscal, animndole a proseguir.

Seora Mac Nigan, dganos, por favor, dnde vivieron los recin casados despus de la boda? pregunt ste.

En Twin Willows Manor repuso Ann procurando no mirar al acusado.

Durante cunto tiempo?

Durante dos meses.

Y qu sucedi pasados esos dos meses?

Que Morrison nos comunic que al fin iban a concederle el tan cacareado ascenso; pero que durante dos o tres aos tendra que residir en Brasil.

Dijo algo ms el seor Morrison en relacin con su traslado a Brasil? No dijo tambin que era mejor que al principio se marchara l solo hasta que consiguiera reunir el dinero suficiente para poder instalarse con comodidad? pregunt el fiscal. Y Ann Mac Nigan le mir con ojos de reproche, como si pensara que lo que iba a responder a continuacin favorecera ms que perjudicara a Morrison; pero l, con una sonrisa de complicidad, la anim a responder. Confe en m, s lo que me hago, pareca decirle.

Bueno, s, l lo dijo; pero Mary no quiso ni or hablar de eso. Ella dijo que tambin podan emplear una parte de su dinero para instalarse cmodamente.

Y estuvo l de acuerdo?

Al principio no; pero slo era...

El fiscal no permiti que Ann dijera que la actitud de Morrison se deba a una artimaa calculada para que Mary confiara en l cada vez ms.

Y cmo se tom Mary ese desacuerdo? pregunt.

Mal, discutieron; ella deca que la postura de l era injusta y machista, que lo que suceda era que no la amaba lo suficiente para aceptar parte de su dinero.

Bien, y al final qu sucedi?

Que qu sucedi? Qu iba a suceder? Que l accedi dijo Ann elevando la voz.

As que l accedi... repiti el fiscal, dando a sus palabras un claro matiz irnico. Y, despus de un breve y expresivo silencio, dijo: Bien, de momento no tengo ms preguntas que hacer. Es su turno aadi con exagerada amabilidad, dirigindose al defensor.

Y esta vez el abogado de oficio decidi interrogar a la testigo.

Seora Mac Nigan, continu usted viviendo en Twin Willows Manor despus de que Mary Adams y mi defendido contrajeran matrimonio? pregunt con amabilidad.

S contest la anciana escuetamente.

Entonces podr usted decirnos cmo se comportaba el seor Morrison con su esposa.

Ann Mac Nigan pareci confusa durante unos segundos.

Se comportaba normalmente acab diciendo.

Quiere decir con eso que era amable y carioso con ella?S.

Y la joven esposa pareca feliz?Lo pareca tuvo que admitir Ann.Cmo de feliz? Sencillamente feliz o muy feliz?

Muy feliz respondi Ann Mac Nigan con voz sorda, esforzndose para no aadir ninguna otra cosa.

Una pregunta ms, seora Mac Nigan. Es cierto que Ernest Morrison no quiso hacer su viaje de novios, que le dijo a su esposa que deseaba esperar hasta que le hubieran ascendido para poder correr con todos los gastos de su luna de miel?

Los ojos de Ann Mac Nigan volvieron a encenderse peligrosamente.

S, eso dijo respondi con aspereza, para en seguida aadir: Pero yo pregunto: si tan digno era, por qu no esper para casarse hasta que lo hubieran ascendido?

Naturalmente, el defensor no respondi a la testigo, y ella prosigui con fiereza.

No lo hizo porque tena prisa por quedarse con su dinero. Pensaba matarla desde el primer momento; pero antes tena que ganarse su confianza. Por eso dijo lo de la separacin de bienes, y lo del viaje de novios, y lo de marcharse solo a Brasil... Yo entonces no sospechaba lo que l se propona, cmo iba a sospecharlo?; pero no entenda aquellas prisas por casarse. Si tanto senta no poder pagar el viaje de novios, por qu no esperaban hasta que l hubiera reunido el dinero necesario? Se lo pregunt a Mary y ella me contest que no podan esperar porque se amaban demasiado, que lo mismo daba tener o no tener un viaje de novios, que lo importante era estar juntos, juntos para siempre!

Ann Mac Nigan call de pronto, brusca y sbitamente; pero el eco de sus palabras se agrand en la sala, sobrecogiendo los corazones de los presentes. Cuando abandon el estrado, todas las miradas la siguieron con emocin y simpata.

9

EL TESTAMENTO DE MARY ADAMS

Claire Stanford se preguntaba por qu cada testigo no era citado una sola vez, aunque el interrogatorio resultase muy largo; eso era preferible a tener que subir varias veces al estrado. Pero suceda que, al negarse el acusado a declarar, el fiscal tena que ir recomponiendo el caso exclusivamente por medio de las declaraciones de los testigos, y, como convena hacerlo de manera cronolgica, no le quedaba otro remedio que llamar a una misma persona en ocasiones diferentes.

Seorita Stanford, saba usted que Mary Adams hizo una transferencia desde su cuenta de Wiggfield a cierta entidad bancaria de Brasil? pregunt el fiscal amablemente.

S, lo saba respondi Claire.

Conoca el seor Morrison este extremo?

S, lo conoca. Como la seora Mac Nigan ha dicho, aunque al principio se negaba a que Mary lo respaldara con su dinero, acab aceptndolo, Slo para que ella viviera como estaba acostumbrada, sas fueron sus palabras dijo Claire, y sus labios se curvaron instintivamente en una sarcstica y amarga sonrisa.

Y tambin saba usted que, pocos das antes del proyectado viaje a Brasil, Mary hizo testamento en favor de su marido?

En la sala se produjo un autntico revuelo.

S, tambin lo saba respondi Claire.

Y no le pareci extrao? Mary era demasiado joven para pensar en la muerte.

Me pareci extrao y as se lo dije. Ella me explic que lo nico que haca era corresponder a Ernest.

Corresponder a Ernest? pregunt el fiscal, y en la sala se produjo un nuevo movimiento de expectacin.

Un da Ernest entreg a Mary un misterioso sobre cerrado. Dentro haba un testamento segn el cual legaba a su esposa una pequea casa en el condado de Sussex y los escasos acres que la rodeaban. No era mucho, pero Mary se sinti emocionada. Perteneci a mis padres; si me sucediera algo quiero que sea para ti, le dijo l.

Y para corresponder a la amorosa generosidad de Ernest, Mary se sinti obligada a hacer un testamento en su favor en el que le dejaba prcticamente todo cuanto posea, que era bastante ms de lo que posea l dijo el fiscal con pronunciada irona. Y luego, mirando directamente al acusado, aadi, con no menor sarcasmo: Si el seor Morrison se hubiera repuesto de su profundo ataque de amnesia, quiz podra decirnos qu ha sido de aquella pequea casita, rodeada de unos pocos acres de tierra, que tena en tanta estima...

Ernest Morrison hizo un leve gesto y sus cejas y sus hombros se alzaron como diciendo Lo ignoro, y el fiscal prosigui.

Ya vemos que todava no se encuentra en condiciones de responder, pero no importa, tambin esto ser aclarado en el momento oportuno. Bien, por mi parte es todo dijo dirigindose a Claire Stanford.

Ella iba a retirarse; pero el defensor reclam su turno.

En la sala se produjo un rumor de fastidio: no tena ningn sentido que aquel hombre se empeara en justificar su sueldo. Nadie iba a reprocharle que permaneciera en silencio. Lo que verdaderamente todo el mundo deseaba era que el fiscal continuara aclarando las cada vez ms excitantes circunstancias que rodeaban la muerte de Mary Adams.

Seorita Stanford, sabe usted si la seorita Adams haba hecho algn otro testamento, anterior al dictado en favor de mi cliente? pregunt el abogado.

Claire le mir sorprendida.

No, creo que no, al menos no me lo dijo respondi.

Tena parientes Mary Adams?

No. Prximos no.

A favor de quin supone usted entonces que hubiera testado en caso de haberlo hecho?

No s, supongo que a favor de alguna institucin benfica.

Pero seguramente no se hubiera olvidado de la mujer que la cri y quiz tampoco de las dos hermanas que eran sus ms ntimas amigas.

En los asombrados ojos de Claire se encendi una chispa de indignacin, y el fiscal salt de su asiento como empujado por un resorte.

Protesto, seora! No s adnde quiere ir a parar el defensor. Protesto enrgicamente.

Qu se propone usted, seor Weller? pregunt la juez Parrish.

Quera apuntar que la evidente animadversin de algunos de los testigos hacia mi defendido podra deberse a otras causas, adems del dolor que sienten por la muerte de Mary Adams.

En la sala se produjo un sonoro rumor de protesta.

No siga usted por ese camino advirti severamente la juez, y aadi que la protesta del fiscal era aceptada.

El abogado de oficio, visiblemente confundido, volvi a tomar asiento, y Claire Stanford abandon el estrado de los testigos. Realmente ya no se senta ofendida, ms bien compadeca al defensor: El pobre hombre no puede hacer otra cosa que dar palos de ciego, pensaba mientras regresaba a su lugar en la sala.

Pocos segundos despus, Michael Thomas Mac Pherson, director de la oficina local del Midlands Bank, juraba solemnemente decir toda la verdad de cuanto saba en relacin con aquel desdichado asunto, que para l supona, adems del consiguiente disgusto por la muerte de alguien a quien haba conocido y estimado, una considerable preocupacin personal y una publicidad no deseada para la entidad financiera que diriga. Tan apesadumbrado estaba que, una vez terminado el juicio, tena pensado retirarse con su esposa a la pequea casita que posean en la costa.

Seor director, recuerda usted si Mary Adams hizo una transferencia de ms o menos cincuenta mil libras a determinada cuenta, abierta a su nombre en una entidad bancaria de Brasil? pregunt el fiscal.

En efecto, la hizo.

Y fue sa la nica vez que su banco transfiri dinero a dicha cuenta?

Desdichadamente no; hubo otras operaciones a lo largo de los aos.

Dgame, quin daba las rdenes para que se realizaran esas operaciones?

Bien, nosotros cremos que era Mary Adams quien lo haca. Claro que...

Claro que, teniendo en cuenta que Mary Adams estaba muerta, es obvio que no pudo dar orden alguna interrumpi el fiscal.

Ahora es obvio; pero entonces nosotros cremos...

El fiscal volvi a interrumpir al testigo.

Ustedes crean, como todo el mundo, que Mary viva felizmente en Brasil; pero no era as, y por tanto, si alguien, desde all, realizaba operaciones en su nombre, tena que ser porque falsificaba su firma.

Efectivamente corrobor el seor Mac Pherson con tanta pesadumbre que el fiscal suaviz su actitud y el tono de su voz.

Supongo que su banco dispone de peritos calgrafos.

Por supuesto! se apresur a decir el seor Mac Pherson, y en seguida aadi: Pero quin iba a pensar...? No tenamos ningn motivo para dudar... En fin, Mary Adams estuvo en el banco para hacer una transferencia a cierto banco de Brasil. La operacin no slo era correcta sino perfectamente natural: era su dinero y lo nico que haca era transferir una parte de l al lugar en el que se propona residir. Ella misma nos advirti que, probablemente, sera necesario transferir algunas otras cantidades, y algn tiempo despus nuestro banco recibi una solicitud en dicho sentido. No nos pareci necesaria la intervencin especial de ningn calgrafo... La firma pareca absolutamente normal...

En cuntas ocasiones se hicieron transferencias desde su banco a la cuenta que Mary Adams tena abierta en Brasil?

En diez o doce ocasiones.

Y qu cantidad de dinero fue transferida?

Prcticamente la totalidad respondi con voz dbil el seor Mac Pherson.

La totalidad? Y tal cosa tampoco les pareci extraa?

Dado que Mary pareca haberse instalado en Brasil indefinidamente... no nos pareci extrao. Tenga en cuenta que Mary tambin era clienta de otros bancos, en Southampton y en Londres, y que adems nosotros continubamos gestionndole un importante paquete de acciones.

Una cosa ms, seor Mac Pherson. Una copia del testamento de Mary Adams estaba depositada en su banco?

S, seor, as era.

Y cuando, hace diez aos, Ernest Morrison se present ante usted con el supuesto certificado de defuncin de Mary, le entreg dicha copia?

Por supuesto, el certificado estaba legalmente expedido, y el seor Morrison era esposo y heredero de la difunta Mary Adams.

Y por ltimo, supongo que, a la vista de los acontecimientos, sus calgrafos habrn examinado las firmas de las peticiones de transferencias cursadas desde Brasil.

Ciertamente, para verificar, como ya sabamos, que eran falsas. Pero los peritos tambin llegaron a la conclusin de que las falsificaciones eran perfectas.

Bien, eso es todo, seor Mac Pherson dijo el fiscal con su voz ms amable.

Cuando el director de la oficina local del Midlands Bank descendi del estrado de los testigos, se senta como alguien que, correctamente vestido, se ve obligado a mostrar en pblico una enorme mancha de salsa de tomate sobre una camisa blanca de la que no va a poder desprenderse al menos durante toda una semana. Sin embargo, nadie en la sala le acusaba de negligencia; el indignado murmullo que sigui a su declaracin estaba exclusivamente dirigido al miserable asesino cuya cruel personalidad estaba siendo descubierta.10

DE NUEVO LAS HERMANAS STANFORD

Seorita Stanford, sera usted tan amable de decirnos cundo fue la ltima vez que vio a Mary Adams? pregunt el fiscal a Emma Stanford.

La tarde anterior a su marcha... Quiero decir, la tarde anterior a su muerte, aunque cre verla a la maana siguiente.

Explquese, por favor pidi el fiscal.

Ver, como ya he dicho, mi hermana Claire y yo nos despedimos de Mary la tarde anterior a su marcha... es decir...

Prosiga, entendemos lo que quiere decir interrumpi el fiscal. Y la confundida Emma, que en esta ocasin estaba verdaderamente nerviosa, hizo un gesto de alivio y disculpa.

Ernest y Mary pensaban partir hacia Londres la maana siguiente, a primera hora. A nosotras no nos hubiera importado levantarnos temprano para decirles adis; pero Mary se opuso, y Ernest la apoy. Ella deca que odiaba las despedidas, que le costaba mucho dejar su casa y sus amigos y que prefera estar sola a la hora de la marcha. l estuvo de acuerdo con ella e insisti en que nos despidiramos por la tarde, y eso fue lo que hicimos.

Seorita Stanford, cmo pensaban marcharse los Morrison a Londres?

En coche, Ernest haba alquilado un coche para que viniera a recogerlos. Ni Mary ni l conducan, y tenan demasiado equipaje como para irse en tren.

Hubo algo que a ustedes les extraara en relacin con el alquiler de ese coche?

Hubo algo que me extra a m, aunque no a Claire.

Dganos qu fue lo que le extra.

Que llamaran a un coche de Southampton. Ahora lo entiendo; pero entonces verdaderamente me sorprendi, porque aqu tambin haba coches de alquiler. Claire dijo que seguramente Ernest tendra amistad o algn tipo de compromiso con el conductor, y eso fue lo que acab pensando tambin yo.

Bien, sera tan amable de decirnos ahora qu fue lo que vio usted a la maana siguiente?

A la maana siguiente me despert muy temprano. Haba dormido mal, pensaba en Mary, me hubiera gustado tanto despedirme otra vez de ella... O el ruido de un coche que se detena y me levant, no pretenda espiar; pero tampoco quera disgustar a Mary, as que no encend la luz de mi habitacin ni descorr las cortinas.

El automvil permaneci en la calle o penetr en el jardn de Twin Willows Manor? interrumpi el fiscal.

Permaneci en la calle. El portaln de entrada no era lo suficientemente ancho, los Adams nunca tuvieron auto explic Emma Stanford.

Bien, prosiga, por favor.

Lo primero que me sorprendi continu diciendo Emma fue comprobar que eran las cinco de la maana. En fin, ellos dijeron que se marcharan temprano; pero de Wiggfield a Londres no hay ms de una hora por carretera, qu podran hacer all a las seis de la maana? Yo tena entendido que su avin no sala tan pronto... Lo segundo que me sorprendi fue que Ernest, despus de haber colocado las maletas en el coche, entr en la casa y regres con Mary entre los brazos. A ella, aunque le costaba trabajo caminar, le gustaba hacerlo por s sola. Nunca haba consentido que Ernest la llevara en brazos, aunque l lo intent varias veces, no recuerdo por qu causa. Pero hubo algo que an me sorprendi ms: las gafas de sol y el sombrero. No entenda por qu Mary llevaba gafas de sol a las cinco de la maana, y en cuanto al sombrero, slo puedo decir que ella odiaba los sombreros. Luego coment todo esto con Claire; pero ella no es amiga de dar demasiadas vueltas a las cosas como suelo hacer yo. Dijo que seguramente Mary se haba pasado la noche llorando y tendra los ojos irritados, y el sombrero se lo habra regalado Ernest, y a lo mejor ella tendra el cabello mal arreglado. Tampoco le extra especialmente el que Ernest llevara a Mary en sus brazos. Se habr torcido un tobillo, eso fue lo que dijo.

Pudo usted ver con claridad el rostro de la persona que Morrison llevaba en brazos?

No, no pude verlo. La calle permanece iluminada toda la noche; pero, aunque nuestra casa est prxima a la de Mary, no es posible distinguir con claridad todos los rasgos de un rostro.

Entonces, usted pens sin ninguna duda que aquella mujer era Mary?

Emma Stanford mir azorada al fiscal y continu.

Vesta la ropa de Mary, tena el mismo color de pelo, Ernest la llevaba en brazos... Entonces no se me ocurri pensar que pudiera no ser ella respondi con voz insegura, como si, en cierto modo, se sintiera culpable.

Seorita Stanford, esto es todo. Sus palabras nos han sido de suma utilidad agradeci el fiscal, y procedi a llamar al estrado a Claire Stanford.

Seorita Stanford pregunt, le pareci completamente natural que Mary Adams prefiriera despedirse de su hermana y de usted la tarde anterior a su anunciada marcha?

Mary era la que se iba y tena derecho a fijar el momento de su despedida. Por eso le dije a Emma que no insistiera.

Tampoco dio usted importancia a los extraos detalles de la marcha, aquellos que tanto sorprendieron a Emma?

Como mi hermana ha dicho, no soy una persona que d vueltas en la cabeza a cosas que puedan tener una sencilla explicacin.

Tambin se aproxim usted a la ventana para ver partir a Mary?

No, no me aproxim, ni siquiera o el zumbido del motor del coche; mi dormitorio est en la parte posterior de la casa.

Bien, dejemos esto y dganos, por favor, si su hermana y usted mantuvieron algn tipo de relacin con la que crean era Mary Adams a lo largo de los diez aos en los que Ernest Morrison y su supuesta esposa permanecieron en Brasil.

Durante los primeros aos mantuvimos contacto de forma relativamente frecuente, por medio de cartas y postales.

Y nunca notaron algo extrao en la letra de esas cartas y postales?

Nos pareci que la letra de Mary haba cambiado ligeramente; pero no le dimos ninguna importancia, pensbamos que se deba al accidente que haba sufrido en la mano derecha.

Un accidente en la mano derecha?

La primera noticia de Mary que recibimos desde Brasil fue por medio de un telegrama. Deca que haban llegado bien y que se sentan muy felices. Ms o menos un mes despus recibimos una larga carta, aparentemente dictada por Mary, pero con letra de Ernest. En ella nos explicaba que haba sufrido un pequeo accidente y se haba roto la mueca derecha. Aproximadamente dos meses ms tarde lleg la segunda, en la que la persona que creamos Mary se disculpaba por su mala letra. Segn deca, la mano an no se le haba restablecido del todo, incluso podra suceder que nunca se le recuperara por completo. Era una carta larga en la que nos hablaba del estupendo trabajo de Ernest, de lo hermoso que era Brasil, y de su nueva casa. Nos adelantaba que Ernest tendra que viajar por todo el pas y que ella pensaba acompaarle.

Continu Mary escribindoles con frecuencia?

Despus de esa segunda carta recibimos algunas otras; pero cada vez de forma ms espaciada. Lo que s continuaron llegando regularmente fueron tarjetas postales, siempre afectuosas, desde distintos lugares de Brasil. Poco a poco tambin stas fueron escaseando, en los ltimos aos llegamos a pensar que Mary haba terminado por olvidarse de nosotras y de Inglaterra; pareca no tener ya el menor deseo de volver. En cierto modo nos alegrbamos por ella: Si no nos necesita ser porque est completamente centrada en Brasil, pensbamos. Claro que tambin lo sentamos, sobre todo por la seora Mac Nigan, de la que tambin pareca haberse olvidado. Esta Mary, ese hombre nos la ha cambiado..., deca la pobre. La voz de Claire se apag en un murmullo tristemente irnico, y el fiscal no hizo ms preguntas.11

ANN MAC NIGAN S ESTABA EXTRAADA

Seora Mac Nigan, encontr usted algo extrao en la marcha de Mary y Ernest? pregunt el fiscal.

Oh, s, para empezar me pareca precipitada; pero eso creo haberlo dicho ya. Haba algunas otras cosas que tambin me extraaban, sobre todo el da elegido, por qu tenan que irse precisamente el sbado por la maana?

Por qu le pareci a usted tan raro que se marcharan el sbado? Era un da como cualquier otro.

Eso mismo dije yo; pero Mary contest que su marido quera comenzar a trabajar inmediatamente, y necesitaban al menos un da para instalarse. Un da? Pero para qu?, si al principio iban a vivir en un hotel... Adems, puestos a estar antes en Brasil, por qu no se fueron el viernes? Ella saba que yo me marchaba durante los fines de semana a Winchester, para cuidar a mi madre. De todas formas, le dije que, si deban irse el sbado, yo me quedara hasta el sbado; pero Ernest Morrison se neg, con el pretexto de que era mucho mejor para todos que nos despidiramos el viernes a medioda. Para m no!, protest yo; pero Mary se puso de su parte, siempre lo haca: Entindelo, Ann, prefiero salir sola de casa. Eso me dijo, lo mismo que a las hermanas Stanford; pero yo no logr entenderlo. Muchas cosas no las ent