EL SIMBOLO DE LA SOMBRA EN LA LITERATURAaparece la palabra sombra y son 294, con autores que van...
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EL SIMBOLO DE LA
SOMBRA EN LA
LITERATURA
José García Parreño
G oethe, Buenaventura, Ibn Arabi, Swedenborg, vienen a coincidir en algo que parece ser una intuición universal. Ibn Arabi, el filósofo hispano musulmán
del siglo XI lo resume expresivamente: «la existencia es un folio desplegado y el mundo un libro». Es decir, el universo y nuestra propia vida tienen un significado no aparente, un significado sólo comprensible en una especie de lectura macroscópica de los acontecimientos, en un desciframiento de los objetos. Este es un planteamiento sumamente atractivo que linda con disciplinas bien distintas, como la magia adivinatori y la semiótica. Presupone, entre otras cosas, la existencia de un contenido simbólico no ya del sueño o del discurso, como sabe el psicoanalista, sino de la propia materia. Este preámbulo viene a cuento no sólo porque la sombra sea un símbolo, sino porque fue después de estas reflexiones cuando empecé a interesarme por la sombra. Antes de seguir adelante tal vez sea pertinente puntualizar lo que entiendo por signo y por símbolo. El signo corresponde arbitrariamente a su significado. El símbolo, sin embargo, representa el sentido de su significado. Por ejemplo, un triángulo invertido de interior blanco y bordes rojos significa «ceda el_paso», pero una esfera pulida simboliza la totalidad y una cadena rota simboliza la libertad. El símbolo, pues, no es producto de una convención sino que, esto lo dice Jung, es una forma inconsciente del pensamiento, una «hormona del sentido», escribe poéticamente Bachelard.
La sombra es un símbolo y es también un fenómeno cotidiano regido por leyes físicas elementales. Dejemos de lado por hoy las relaciones entre las leyes físicas y las leyes generales del pensamiento, que considero más bien promiscuas, y veamos simplemente a qué llama sombra un tratado de óptica. Sombra es «la proyección oscura que un cuerpo lanza en dirección opuesta a aquella por donde recibe la luz». En fin, lo que simboliza la sombra es bastante más complicado. De momento basta fijarse en la cantidad de expresiones que en castellano utilizan la palabra sombra: mala sombra, estar a la sombra, el que a buen árbol se arrima ... , hacer sombra, no ser ni la sombra, no estar ni a sol ni a sombra, ser la sombra de, etcétera. Y en la literatura su presencia no es menos frecuente. O quizá por la misma razón que cuando uno se enamora de una mujer pelirroja no hace más
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que ver pelirrojas por todas partes, yo encuentro la palabra sombra con una frecuencia que me parece, precisamente, asombrosa. He realizado un recuento de los títulos de libros publicados en castellano hasta enero de 1986 en los que aparece la palabra sombra y son 294, con autores que van desde Paul Eluard a Eugenio Trías, desde Octavio Paz a Peter Weiss.
El estudio del simbolismo de la sombra puede orientarse fundamentalmente en dos direcciones. Por un lado la sombra es utilizada como sinónimo de oscuridad, de tiniebla. En este sentido tendremos que relacionarla con una estructura simbólica fundamental: la dualidad, los opuestos. Pienso que es una estructura fundamental y no sólo en el terreno de lo simbólico: desde la lógica binaria de los ordenadores a la pareja humana, pasando por el bipartidismo, el Gordo y el Flaco, y la dialéctica de Hegel, muchas soluciones, concepciones y sistemas de interpretación se han resuelto en base dos. Decir que todas estas parejas de opuestos existen por analogía, por consecuencia, o más bien, por sugerencia, que así se forman los nexos en este terreno, de la sencilla experiencia humana de la sucesión de la noche y el día, puede parecer una exageración. Pero hay algo que vale la pena saber. Hay un símbolo muy conocido de oposición-complementación: el Yin-Yang chino que representa por excelencia el dualismo, todo dualismo: muerte-vida, femenino-masculino, pasivo-activo, húmedo-seco y oscuridad-luz, o sombra-luz, como prefieran. Y resulta que Yin-Yang en chino significa literalmente «ladera en sombra - ladera en claridad», refiriéndose a una montaña. Es decir, que los chinos, pueblo de proverbial sutileza, han elegido como símbolo de oposición-complementación justamente la pareja luz-sombra y no cualquier otra. No en balde. Analizar las resonancias del símbolo nocturno, la compacta armonía de sus sugerencias, nos llevaría demasiado lejos. Basta decir que la noche es el momento de la pasividad frente a la actividad de la jornada, de la liberación del inconsciente al margen de la férula siempre «luminosa» de la razón, de la cóncava penumbra femenina frente a la incisiva claridad del varón.
La sombra, en tanto en cuanto es sinónimo de oscuridad, se asociará a las connotaciones más típicas de ésta: muerte, maldad, ignorancia ... y por antífrasis, también al conocimiento extrarracional. Ejemplo de esto último es el murciélago colocado en el escudo de Valencia, emblema de «aquel que está ciego a las cosas del día» pero comprende, a diferencia de los demás, las ocultas a la luz. La sombra tiene, sin embargo, significados más específicos. Contiene una clara alusión a lo espiritual. Como decía Wilde, «la sombra es el cuerpo del alma». Esta idea de la sombra como alma la comparten muchos de los pueblos llamados primitivos. Los esquimales del Estrecho de Bering, tras matar a una ballena, pasan unos días temiendo que «la sombra» de la
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ballena, es decir, su alma, les cause algún mal y por eso procuran no hacer ruido ni utilizar instrumentos incisopunzantes, para no enfurecerla ni herirla por descuido. Es frecuente que el salvaje considere su sombra en el suelo y su propio reflejo en el agua o en un espejo como su alma y en otros casos, como parte vital de sí mismos. De hecho en muchas lenguas indígenas de América del Sur, la misma palabra designa sombra, alma e imagen. Los Dogon de Malí, unos brutos que sin la ayuda del telescopio habían descubierto un planeta de Sirio trescientos años antes de que lo hicieran los europeos, creen que el ser humano existe por la unión de una sombra con su cuerpo y que la muerte no será más que la separación de ambos. Una separación tal vez solo transitoria. Los Shuswapa, los Kurnai, los Yuin, saben que si se daña la sombra se pone en peligro la vida del hombre. Los guerreros Mangaínos creen que al crecer y descrecer su sombra a las diferentes horas del día, crece y merma también su fuerza y su salud. Tras conocer estas noticias que nos brinda la antropología no resulta sorprendente comprobar cuán frecuente es la utilización de la sombra en la literatura para representar espíritus y almas de difuntos. Y a en el Canto XI de la Odisea, Ulises, necesitando de consejo, consulta a la sombra de Tiresias, el célebre adivino, que habita ahora en el país de los muertos. En la literatura clásica china la sombra del muerto, su espíritu, es un personaje tan frecuente como en la nuestra el pícaro. Y en el sentido ya comentado de que la
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sombra detenta la esencia del ser es como mejor podemos entender ese fantástico fenómeno que es el teatro de sombras. Desde Turquía a Sumatra ha sido durante siglos un teatro auténticamente popular aunque cada vez más debilitado. En él la figuración de la realidad se lleva a cabo con una de las realidades menos consistentes pero más metafóricas. Sombras de colores en algunos casos, pues usan materiales traslúcidos coloreados, sombras minuciosamente recortadas con las que se representan en ocasiones obras que duran toda una noche y en las que intervienen decenas y decenas de personajes.
Hay otro símbolo encerrado en la sombra, un símbolo central en la cultura de occidente: la ausencia de realidad, la degradación de la realidad. Platón lo plasmó de una vez para siempre en aquella genial novela de ciencia ficción titulada La República. En el Mito de la Caverna se nos presenta a unos individuos que han tomado por la realidad lo que eran solamente sombras. Trasladar este principio a otras esferas es lo que ha hecho la mística del Islam. En esta doctrina toda la creación se considera una mera sombra de Dios. Toda forma visible no es sino una proyectada gracias a una luz superior. La mayor belleza humana no es, dice Ruzbahan, sino la sombra de Dios sobre la tierra. Es decir, para los Sufis nuestra luz no es sino la sombra de otra luz más intensa.
Finalmente veamos qué dice el psicoanálisis de la sombra. Jung, estudioso de los símbolos y su relación con el inconsciente, llamó sombra a los aspectos de la personalidad inconsciente que nos negamos a conocer y a aceptar. Cuando un individuo hace intento de ver su sombra se da cuenta, a veces con vergüenza, de cualidades e impulsos que niega en sí pero que puede ver claramente en otras personas: egoísmo, pereza mental, sensiblería. Si se siente una furia insoportable cuando un amigo te reprocha una falta se puede estar seguro de que se está hablando de una parte de tu sombra. Pero si podemos rechazar las críticas que los demás nos hacen, es más difícil soportar las que nos hacen nuestros propios sueños. Con frecuencia en los sueños aparece «la sombra» personificada en un ser de nuestro mismo sexo. Un problema adicional es que «la sombra» en sentido jungiano no sólo es una parte de nosotros que rechazamos, sino que es también una parte que nos es necesaria. Es esa mitad inaceptable que nos completa, que nuestra consciencia precisa integrar para alcanzar su plenitud. Hay que resaltar, por fin, que la sombra de cada uno es activada enérgicamente por el contacto con las sombras de los demás hasta puntos inimaginables. Manifestaciones colectivas de odio, de maledicencia, impensables si actuara aisladamente cada individuo, son ejemplos de este fenómeno. Todo esto nos conecta directamente con la cuestión del doble, un tema muy fértil en la literatura. Recordemos El Doctor Jekyll y Mister Hyde, magnífica inter-
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pretación de lo que es un ser humano y su sombra. Por cierto, a Stevenson el argumento de esta novela se le ocurrió durante un sueño. ·
A modo de recapitulación de lo expuesto hasta ahora podemos decir que la sombra simboliza una serie de valores negativos, como la maldad y la muerte. Por otro lado, la sombra es lo espiritual del ser humano, la imagen de su alma.
Ahora por fin puedo abordar el asunto de la sombra y la literatura. Para ello estudiaremos tres cuentos maravillosos, o que al menos a mí me parecen maravillosos. Son de Chamisso, de Andersen y de Galdós. Curiosamente, tres autores del siglo XIX. Pero esto no es una casualidad. Precisamente fue el Romanticismo del XIX el que nos presentó toda esa caterva de súcubos, hadas y apariciones que hizo posible que por las brechas de la razón monolítica se colase la sombra. Es muy significativo comprobar cómo en la historia del arte y la literatura las bancarrotas de la razón permiten siempre la aparición de las sombras. Echen un vistazo a su alrededor. Desde mediados del presente siglo, coetáneos a libros tan explícitamente titulados como «El asalto a la razón» de Lukács o «El adiós a la razón» de Feyerband, aparecían las epopeyas de Tolkien en las que se lucha contra unos jinetes que son propiamente sombras montando caballos negros. O Peter Pan, que pierde su sombra para ser eternamente joven. O incluso «la guerra de las galaxias», en la que el Imperio es una organización interplanetaria, sigilosa, cuyos emblemas son siempre negros y contra la que hay que luchar sin odiarla, porque entonces te conviertes en uno de ellos, que justamente es lo que habría recomendado Jung. Pero volvamos a nuestros cuentos.
Adelbert von Chamisso publica en Berlin y en 1835 una narración que le ha hecho mundialmente famoso: «La maravillosa historia de Peter Schlemihl», Escrita para distraerse y para distraer a los hijos de la familia que había requerido sus servicios de botánico es, entre otras cosas, una sutil autobiografía. Chamisso, que nació en Francia, se hizo alemán por adopción. Tuvo una juventud problemática y sin horizonte, y una vida entera incierta, erizada de humillaciones. Fue en muchas ocasiones objeto de burla y desprecio sobre todo para aquella gente de buena situación que, como decía Chamisso, «arroja una ancha sombra». El, experto en la inestabilidad e irrealidad de la existencia, finaliza el prólogo de la novelita diciendo «pensad en algo sólido». lQué era ese algo sólido? Paradójicamente, la sombra. Esto lo explicaré después o se explicará por sí solo cuando conozcan el cuento. La narración se inicia: dentro de las normas más estrictas del realismo un joven sin oficio visita la magnífica mansión de un burgués al cual ha sido recomendado. Allí conoce a un hombre viejo, delgado, elegante, extraordinario. Este individuo, que comienza sacando de un bolsillo de su levita, a requerimiento de una da-
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ma, una tira de emplasto, y continúa con un catalejo, sigue con una tienda de campaña, y termina con tres caballos, sí, tres caballos grandes, negros, preciosos, con silla y arreos de montar... este hombre se le acerca y, sonrojándose, le propone comprarle la sombra. Porque le parece una sombra bellísima, magnífica y que se desperdicia ahí arrojada a sus pies. Les ahorraré a ustedes el regateo. Nuestro protagonista vende su nombre a cambio de la llamada «Bolsa de Fortunato», una bolsa de la que sale dinero siempre que metes la mano. Alegre y feliz y sintiéndose extraño sale a caminar y se ve constantemente interrumpido por los que le advierten que ha perdido su sombra, por los que le aconsejan que tenga cuidado, hasta que los chiquillos le arrojan piedras y escuche decir «la gente decente se preocupa de llevar su sombra cuando sale al sol». Y con esa lógica demente se articula el resto del relato. Y esa es, precisamente, la gracia del libro. Nuestro joven es ahora rico, tiene posesiones magníficas, tiene criados ( que por cierto, ocultan con sus corpulentas sombras la ausencia de la de su amo). Pero todos le reprochan su falta de sombra. Unos le acusan de desidia y descuido, otros se sienten humillados por ser vecinos de un hombre sin sombra. En una ocasión se enamora de una muchacha, la dulce Mina, por la que también es amado. Todo marcha viento en popa. Por su riqueza y generosidad es bien considerado en el pueblo, los padres de la muchacha se sienten honrados por la elección del señor Schlemihl... pero acaban descubriendo que no tiene sombra. Esto les parece tan indignante que no le vuelven a dirigir la palabra ni a permitir que vea a su hija. Hay un nuevo encuentro con el anciano exquisito que le compró su sombra y esta vez nos damos cuenta de que es el diablo, porque le ofrece devolverle su sombra a cambio de entregarle su alma. Schlemihl no acepta y nuevamente se sucederán las desgracias. El final de la historia es de una trágica serenidad. Alejado de todo, el protagonista recorre el mundo con sus botas, las de Siete Suelas, que hacen posible que dedique sus años a investigaciones científicas y que viva en cierta paz, aunque marginado de la sociedad. La narración termina diciéndonos: «Amigo mío, si quieres vivir entre los hombres, aprende a honrar primero a la sombra y luego al dinero. Y si quieres vivir contigo y con lo mejor de tí mismo, no necesitas consejo ninguno». Bien, lqué simboliza la sombra en este extraño cuento? Desde luego, al leerlo, su autor nos ha convencido del valor, la importancia de una sana sombra para la honestidad de una persona. Y hablar de su falta como de un «triste secreto» no nos parece exagerado. Por causa de esa falta será dado siempre de lado por sus semejantes y es que la sombra que ha creado Chamisso es, sobre todo, la representación de los atributos sociales del individuo, la representación de la «solidez» burguesa. Pero hay una lectura más profunda: la sombra que
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Peter Schlemihl cambia por dinero porque no le concede importancia, la sombra que todos echan en falta, es la mitad oscura de nosotros que nos hace plenamente humanos. Y hay, finalmente, otra justificación para la aversión de la gente por un hombre sin sombra. Es tradición de orígenes altomedievales que el cuerpo del condenado al infierno no proyecta sombra sobre la tierra. Lo cuenta, entre otros, Berceo en el Milagro XXIV.
El otro cuento es de Hans Christian Andersen y se llama, escuetamente, «La sombra». En este brevísimo relato de apenas quince páginas se lleva a cabo una magnífica ilustración de lo que se ha llamado «el doble», de esa «sombra» hirviente de pasiones y vicios que nuestro consciente se resiste a aceptar. Andersen, maestro del patetismo, en pocas ocasiones como ésta desarrolla con tanta austeridad y transparencia el proceso de sumisión de un hombre condescendiente a un bruto caprichoso que es ... él mismo. La historia es la siguiente: un sabio de la Europa fría viaja al sur, a las tierras meridionales. Allí su sombra se hace más pequeña, se debilita, acostumbrada a las penumbras relajantes y a las nieblas. El mismo científico se resiente, vive más de noche qu� de día debido a las incomodidades que le produce la excesiva luz. Frente a su casa se alza una fachada con un balcón y tras él, una habitación siempre oscura. Excitada su curiosidad, pasa las horas de vela tratando de atisbar su interior. Una noche, tras una aparición femenina resplandeciente, es tal su empeño por conocer el secreto de la casa, que consigue que su sombra, proyectada desde su balcón sobre el de enfrente, se cuele por el batiente entreabierto. Al día siguiente, sorprendentemente, su sombra
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le ha abandonado. Pero pasan los días y, como si no hubiese sido arrancada de raíz, una nueva sombra le va creciendo desde los pies. Para cuando regresa a su país ya tiene de nuevo una sombra normal. Por eso le maravilla abrir un día la puerta de su departamento y encontrarse, ataviado como un hombre, a su antigua sombra. El lujoso traje es, precisamente, lo que la hace parecer más humana, como si fuera más propio de la sombra la desnudez, y tal vez la franqueza. A partir de un intercambio de saludos, la situación se vuelve cada vez más disparatada. La sombra es altiva y ruega a su antiguo dueño que, antes que nada, la trate de usted. Tras narrarle sus aventuras le pide al sabio que le acompañe en su próximo viaje, pero desde luego, cambiando los papeles. Aunque inicialmente al sabio le parece una propuesta inaceptable, como su salud y su situación económica empeoran día a día (hasta sus amigos le dice que no es «ni su propia sombra»), se decide por fin a acompañarle como sombra de su sombra. Llegan a un balneario y allí la sombra deslumbra a todos por sus conocimientos y agilidad. Una de las cosas que más admiración suscitaba era su sombra, el propio sabio, ya que parecía extraordinariamente viva, y todos pensaban que alguien que tuviera una sombra como aquella debía ser un individuo verdaderamente extraordinario. Cuando, tras seducir a una princesa, llega el momento de responder a una serie de preguntas de gran complejidad y probar así su actitud como marido, la sombra asegura que para sí son cuestiones tan sencillas que hasta su misma sombra las podría contestar. Es curioso comprobar cómo la sombra trata a su sombra con el desprecio y la frialdad con que los peores humanos tratan a la
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suya, sin embargo, es una paradigma de la bondad y la prudencia. Es decir, se ven claramente caricaturizados los opuestos encerrados en una única personalidad. En el momento de ir a la boda, el sabio, horrorizado por lo que se va a cometer, amenaza con descubrir a todos la impostura. Su sombra se ríe de él y le pregunta si cree que alguien creería una historia semejante. Para cuando los nuevos esposos salen a saludar al balcón del Palacio, el resto ha sido ya encerrado y poco después se le ejecutará. El cuento ejemplifica a la perfección el triunfo de lo mezquino sobre la bondad, una bondad, por otra parte, insuficiente, débil, necesitada de cierta agresividad y energía que le sobre a su sombra. Es decir, necesitada de complementarse con su opuesto.
Nuestro tercer y último cuento, el de Benito Pérez Galdós, se titula también únicamente «La sombra», y sabiendo lo que ya sabemos sobre la sombra, es de un interés extraordinario. Para empezar, el realista y racionalista Don Benito, se excusa en el prólogo de haber cometido una obra fantástica. De hecho, la narración apareció por vez primera en la Revista de España en 1870, pero no mereció ser publicada en un libro hasta veinte años después. Dice Galdós: «el carácter fantástico de esta composición reclama la indulgencia del público... es divertimento, un juguete, un ensayo de aficionado y puede compararse al estado de alegría, el más inocente por ser el primero, en la gradual escala de la embriaguez». O sea, que imaginación y fantasía sólo son tolerables en la inconsciencia etílica. Recordemos otra vez lo dicho: la sombra se abre paso cuando se derrumba la razón. El cuento comienza con un retrato del protagonista, el Doctor Anselmo, y una descripción de su fantástica vivienda. El es un gran extravagante, un «imaginativo» que vive apartado de la vida social. En esa época se dedica a los experimentos químicos, como él dice «para atar a la loca», una manera bastante expresiva de llamar a la imaginación (así también la han llamado durante siglos los curas: la loca de la casa). Quiere liberarse de las torturas a las que su imaginación le somete, pues la exuberancia de ésta, más que una facultad, se ha convertido en una enfermedad. El narrador dice que una noche Don Anselmo accedió a revelarle el secreto de su vida. Le cuenta que tras un matrimonio feliz con una hermosa joven, comenzó a obsesionarse con los celos. Día tras día más desconfiado, llega en una ocasión a ver una sombra escapando del cuerpo de su esposa. Sale a perseguirla y la ve esconderse en el interior de un pozo que se apresura a cegar con tierra y rocas, hasta sentarse sobre lo que cree el cadáver de su rival. Cuál será su sorpresa al ver aparecer al día siguiente en su despacho a un apuesto joven, la sombra que había creído asesinar. Cuando le pregunta su identidad, el visitante contesta: «yo soy lo que usted piensa, su idea fija, su pena íntima. Esa desazón
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inexplicable soy yo». Le viene a explicar que existe desde el principio del mundo y que su edad es la del género humano, que aparece siempre que los hombres instituyen una sociedad o fundan una familia. El narrador de nuestro cuento, que escuchaba todo esto por boca de Don Anselmo, no tarda en decirnos: «es indudable que este caballero no era otra cosa que la personificación de una idea». Don Anselmo cuenta que amenazó al joven con prender fuego a la casa para librarse de su presencia, pero el joven contestó: «ifuego!, iyo vivo en el fuego, es mi elemento! es mi alimento, mi palabra, mi mirada». En fin, a esas alturas hemos comprendido a lo que se refiere Jung cuando dice que la sombra es esa tendencia inconsciente que no queremos reconocer. La sombra de este cuento es el inexistente joven seductor que Don Anselmo teme que exista en la realidad. Pero aún hay más. Varias personas, su suegro, sus amigos, le dicen a Don Anselmo que se habla de él en los corrillos, que se dice que su honor está en peligro. A esto se refiere Jung cuando dice que la sombra de los demás activa la propia hasta límites imprevisibles. La proyección del inconsciente de los demás hace más consistentes tus propias fantasías, más difícil de afrontar tu dilema interior. Pero sigamos con nuestra historia. Se rumorea que entre las visitas de la casa hay un joven de dudosa reputación y así las cosas, si se le prohibe volver se confirmarán las sospechas de una relación ilícita y si se le sigue tolerando, quedarán expuestos al deshonor. No parece, pues, que haya salida en el terreno de los hechos, y así es. Queda claro que la sombra no abandonará a don Anselmo hasta que éste no deje de recelar de su esposa, de considerar a cada hombre como un posible rival. La solución no va a venir del exterior ya que la sombra es la materialización de un temor. Poco hace falta añadir a este cuento que tan bien se explicó por sí solo. Señalar que parece escrito precisamente para ejemplificar algunas de las teorías expuestas. En concreto, sigue hasta tal punto el proceso de pensamiento de Jung que habría que preguntarse si éste leería a Galdós.
Finalmente quiero recordar sólo de pasada la importancia del símbolo de la sombra, la riqueza de sentidos con que se emplea, en autores como García Lorca u Octavio Paz. Y también resaltar cómo otros escritores la han utilizado como símbolo de significado personal, al margen de las interpretaciones comunes. Borges con su «Elogio de la sombra» en el que se refiere a la ceguera, y Hofmannsthal con «La mujer sin sombra» refiriéndose a la esterilidad, son dos ejemplos. Todo un vasto mundo de sugerencias nacido de nuestro oscuro y eterno acompañante, testigo mudo de ..-.. todos nuestros actos, metáfora domés- �tica sobre la que les propongo meditar. .,,..