Isa Solana

El terapeuta-sanador

“Si yo no por mí ¿quién? Pero si sólo por mí ¿para qué? Y si no ahora ¿cuándo?” Talmud

Apuntes para el curso de iniciación a la sanación espiritual para terapeutas

Inspirado en las enseñanzas de Un Curso de Milagros y en el Anexo a Un Curso de Milagros: Psicoterapia. Propósito, proceso y práctica. El canto de la oración. La oración, el perdón, la curación

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Este curso aspira a enriquecer tu labor terapéutica con el poder de la sanación. Deberemos revisar el paradigma relativo a los conceptos de enfermedad y curación. Si te sientes atraída por él, tal vez signifique que otra manera de sanarse y de sanar está abriéndose paso en tu mente. Al replantearnos el origen de las enfermedades aprenderemos que hay otros métodos de curación donde el amor es la medicina.

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La Mirada que Cura es equivalente al “perdón” de Un Curso de Milagros, que, a su vez, es la clave de ese camino espiritual, su verdadero centro.

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La curación no está en manos del terapeuta sino en las de Dios.

El terapeuta-sanador que realmente sana ha aprendido a escuchar y a obedecer. El verdadero remedio consiste en unir y curar allí donde la enfermedad se originó. El trapeuta-sanador ofrece su propia mente, su propia curación y su propia vida. El diagnóstico es siempre el mismo y el remedio, por lo tanto, también. Este método de curación no se estudia, no se compra ni se vende: consiste, sencillamente, en tratar de hacer llegar la luz del perdón a todos los aposentos clausurados siguiendo el hilo de la relación trapeuta-sanador-paciente, escuchando los propios miedos y las propias resistencias que se generan en dicho encuentro, y liberándose de todo ello al ponerlo a la luz de la conciencia. El trapeuta-sanador se provee a sí mismo de una visión clara para aportarla en el hermoso encuentro que la vida ha dispuesto. Con cada encuentro, con cada paciente, el trapeuta-sanador ahonda más y más en su ego. Cada destello de su libertad iluminará a su paciente ya que no hay separación entre ambos. Como están unidos, la curación de uno es la curación del otro.

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Prepárate para que tu sesión como terapeuta-sanador te acerque un poco más a tu propia liberación. Seguro que entiendes que este curso no se puede tomar a la ligera. En cualquier momento vas a tener la tentación de olvidarte de sus conceptos, pero también vas a sentir con claridad que puede ser la respuesta a tus dudas. Este breve curso enfocado a terapeutas que quieren desplegarse como sanadores no pretende ser más que una iniciación, queda todo el resto de la vida para desarrollar una mirada especial que ve nada más que presente y, por lo tanto, inocencia y vida. La misma mirada que usarás para verte a ti mismo. Una mirada transparente que sana el mundo porque lo liberamos de nuestras opiniones, de nuestro pasado y de nuestros miedos.

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La enfermedad es la expresión más aparente del ego. Identificarnos con nuestra personalidad o ego nos encierra en un espacio limitado y sin luz en el que nos sentimos profundamente confundidos, lo que hace que el miedo nos atenace. Buscamos, desorientados, en los demás quiénes somos, un error cuya primera consecuencia es que la conciencia de nuestro ser verdadero permanezca oculta. Tarde o temprano la frustración aflorará. La enfermedad es una petición de ayuda que se manifiesta en el cuerpo. En la falsa construcción de la falsa identidad la enfermedad juega un papel fundamental: confirma que somos nada, que no tenemos ningún poder o control sobre nosotros mismos, que somos un cuerpo decadente y mortal. La enfermedad es una prueba incontestable de esto. El terapeuta que se deja engañar por ese punto de vista se hace cómplice de otorgar realidad a la máscara que oculta el ser real del paciente y de retrasar el encuentro de ambos con la verdad.

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El objetivo de este curso es orientarte para que progreses en la concienciación de un paradigma no dualista que postula la creencia de que eres perfecto en tu ser, y que esta perfección se propaga como amor verdadero y se expresa en el cuerpo como salud y dicha. Practicar con tus pacientes te dará la disciplina y la confirmación de que tu mente espiritual es capaz de obrar milagros.

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Como terapeuta te verás invitado a sanar tu propia mente, tu falsa identificación con el ego, lo que hará que el proceso terapéutico conlleve tu propia sanación. Aprenderemos juntos a entregarnos a La Mirada que Cura, a la visión de la verdad. Aprenderemos, al permitir que ésta ilumine nuestro entendimiento, a detener, por un instante, la confianza en nuestros prejuicios y limitaciones. Este salto perceptivo es la pieza fundamental para el progreso del paciente y del terapeuta. En el momento en que el terapeuta libera en su propia mente al paciente encerrado en su ego, el terapeuta se libera también y a ambos les es revelado quiénes son. Esta epifanía acaece cuando dos personas se encuentran honestamente dispuestas a cambiar de mentalidad.

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Nadie llega a ti por casualidad.

Que miedo y amor se unan en una celebración gozosa enfocada a que el auténtico perdón cure todas las heridas y colme todas las carencias, es el auténtico propósito de la terapia y el motivo por el cual tu paciente te buscó. De un modo misterioso que no alcanzamos a comprender, el paciente ha llegado hasta ti; es ahora cuando la curación verdadera puede comenzar para ambos. El miedo y la culpa, desplegadas en nuestra mente en innumerables capas, se irán encontrando con la luz.

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El terapeuta que, al superar sus propios errores de percepción, aprende a perdonar al paciente, le ofrece a él y a sí mismo el antivirus que disuelve toda enfermedad. Enseña el verdadero perdón perdonando; y ayuda a reconocerlo y aceptarlo reconociéndolo y aceptándolo primero en él. Es solo una mirada, pero una Mirada que Cura. No necesita palabras ni consejos.

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El yo se daña a sí mismo en este mundo hostil cuando cree que su identidad ha sido atacada. El paciente muestra su dolor en forma de enfermedad e, inconscientemente, invita al terapeuta al drama de su vida para reforzar sus defensas. De ningún modo un terapeuta consciente de ello, y avisado por su propia experiencia, dará por válidas las maquinaciones del ego del paciente. Las defensas son inútiles ya que no ponen al paciente a salvo del sufrimiento y, por el contrario, le impiden la visión de la luz; pero como esas defensas son el modo que ha encontrado para sobrevivir, el terapeuta, que sabe cuánto dolor hay detrás de ellas, las mirará con respeto por más que sepa que su función es contraproducente. Qué suerte tenemos de disponer de tanto amor para deshacer la necesidad de defendernos.

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Si el paciente supiera quién es no necesitaría pedir ayuda. Si el terapeuta supiera quién es no creería necesitar una técnica para sanar.

Ambos estamos en el proceso de vuelta a casa y nos ayudamos mutuamente. El paciente, al pedir ayuda, reconoce que él solo no puede y así colabora con su sanación. Porque efectivamente necesitamos que alguien nos vea tal y como somos para que comience la restitución de la verdad en nuestras vidas. A su vez, el terapeuta pide ayuda a su Guía interior. Esa cadena de honestas peticiones de ayuda desata la fuerza sanadora que todo lo puede.

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El terapeuta se confunde si piensa que son sus recursos terapéuticos lo que el paciente está buscando. Las terapias pueden funcionar momentáneamente, pero hasta que el perdón llegue radiante a la mente, y con él la visión de la verdadera identidad, la sanación definitiva no puede producirse. Para ambos, paciente y terapeuta, el proceso emprendido es un camino espiritual que conduce a la libertad. Es a los terapeutas que ya saben o intuyen eso a los que va dirigido este curso.

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Abandonar las metas y los intereses separados terapeuta-paciente.

La curación es una prueba irrefutable de la fuerza sanadora del perdón. La enfermedad saca a la luz los pensamientos rencorosos anclados en el pasado. El terapeuta no necesita conocer cuáles son esos pensamientos en la mente del paciente sino en su propia mente. La curación que no proviene del perdón y de la liberación del ser, del encuentro con la verdadera identidad, puede facilitar una remisión temporal de los síntomas, que aparecerán tal vez más tarde en la misma forma o tomando otra apariencia. La curación definitiva sucede cuando dejamos de fabricar defensas. El terapeuta-sanador liberará al paciente de sus defensas cuando él mismo lo haga con las suyas. Ningún terapeuta está en condiciones de procurar esa sanación del todo, pero cualquiera puede emprender con su paciente el camino que acerque a ambos a ese objetivo. La relación paciente-terapeuta es una relación santa cuando quien está en el papel de brindar ayuda se ampara en el amor verdadero. El terapeuta puede reforzar o inaugurar un lazo muy íntimo y cotidiano con Dios en cualquiera de las formas que esa luz que disuelve la ignorancia adopte para él. Curar con Dios produce un avance extraordinario y genera confianza y alegría. En realidad, es lo único que supone un avance real.

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El cuerpo es neutro, no tiene voluntad propia.

Es la mente la que le da sentido al cuerpo; éste responde obedeciendo los mandatos de la parte de la mente que elabora estrategias para ocultarse de la luz, pero puede optar por esa otra que compartimos con Dios y que impulsa a la Vida.

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Comprender que terapeuta y paciente son exactamente iguales, que ambos son presas de los señuelos de la culpa, provoca por sí mismo un avance vertiginoso. Tendremos que reconocer cómo a ambos nos engaña un ego que aprisiona en la cárcel de los conceptos falsos al ser que somos. Pero el paciente te ha pedido ayuda, lo que te pone en situación de sanarte a ti mismo y, al hacerlo, crear un entorno puro gracias al cual pueda recordar quién es él. La enfermedad se origina en la idea de separación; la curación emana de la idea de unidad.

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Un terapeuta unido en amor a su paciente abre para ambos el camino hacia la curación definitiva.

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«Un terapeuta no cura, sino que deja que la curación ocurra espontáneamente. Puede señalar la obscuridad, pero no puede traer luz por su cuenta, pues la luz no es de él. No obstante, al ser para él, tiene que ser también para su paciente. El Espíritu Santo es el único Terapeuta. Él hace que la curación sea evidente en cualquier situación en la que Él es el Guía. Lo único que puedes hacer es dejar que Él desempeñe Su función. No necesitas ayuda para llevarla a cabo. Te dirá exactamente lo que tienes que hacer para ayudar a todo aquel que Él te envíe en busca de ayuda, y le hablará a través de ti si tú no interfieres. Recuerda que eres tú el que elige el guía que ha de prestar la ayuda, y que una elección equivocada no constituirá ninguna ayuda. Pero recuerda asimismo que la elección correcta sí lo será. Confía en Él, pues ayudar es Su función, y Él es de Dios. A medida que despiertes otras mentes al Espíritu Santo a través de Él, y no a través de ti, te darás cuenta de que no estás obedeciendo las leyes de este mundo. Sólo las leyes que estás obedeciendo dan resultado. ”Lo bueno es lo que da resultado” es una afirmación acertada, pero incompleta. Sólo lo bueno puede dar resultado. Nada más puede hacerlo.» (Un Curso de Milagros)

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El miedo lo invade todo, pero eso se puede cambiar. Todos tenemos dentro luz suficiente para deshacer las tinieblas del miedo. El paciente ha venido a ti pidiendo ayuda y, para que eso ocurra, le ofreces tu propia salvación. Requiere muchos siglos encontrar el terapeuta adecuado. En cada relación terapéutica se invita a tu mente al poder del amor. No minusvalores su alcance ya que, si está bien orientado, es infalible. Observa detenidamente y sin culpa todos esos pensamientos y creencias de tu mente que encierran a tu paciente en el pasado y libérale a él y a ti de esas cadenas.

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El encuentro terapéutico es la ocasión perfecta para que superes la creencia en la necesidad de la enfermedad, del miedo y de la culpa. Experimentarás un súbito cambio de nivel que no requiere un proceso. La luz llega de repente a la mente que quiere conocerse a sí misma y liberarse de las falsas interpretaciones. Ese momento de realización de la verdad ocurre instantáneamente y deja un fulgor que se va propagando hacia el pasado y hacia el futuro.

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Toda enfermedad es autodestrucción y una petición de ayuda. Alguien ha puesto su esperanza en tus manos para que tú te encuentres a ti mismo y, de paso, puedas ayudarle. ¿Puede haber una responsabilidad más hermosa y verdadera? ¿No es cierto que habías pedido con insistencia que eso ocurriera? ¿Puedes recordarlo? ¿Quieres seguir retrasando este momento?

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« La psicoterapia es la única forma de terapia que existe. Puesto que la mente es lo único que puede enfermar, es asimismo lo único que puede ser sanado. Sólo la mente tiene necesidad de curación. Esto no parece ser así, pues las manifestaciones de este mundo ciertamente parecen reales. Por ello, la psicoterapia es necesaria para que el individuo comience a cuestionar su realidad. En algunos casos, puede comenzar a abrir su mente sin ayuda profesional, pero incluso entonces es siempre algún cambio en su manera de percibir las relaciones interpersonales lo que le permitirá hacerlo. Algunas veces, no obstante, necesita una relación más estructurada y extensa con un terapeuta “oficial”. En ambos casos, la tarea es la misma: al paciente se le debe ayudar a cambiar de parecer acerca de la “realidad” de las ilusiones.» (Anexo a Un Curso de Milagros: Psicoterapia. Propósito, proceso y práctica. El canto de la oración. La oración, el perdón, la curación.)

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La mente es lo único que puede enfermar, algo que sucede cuando pierde de vista al ser real. La terapia es necesaria para que paciente y terapeuta se cuestionen su identidad. El terapeuta, orientado por su guía interno, al ofrecer la mirada que trasciende el ego recuerda y hace recordar a su paciente el remedio que cura todo mal. La relación purificada tiene tal poder que curará todo lo que toque. Eso es posible y se acelera cuando el terapeuta invierte en su propia sanación. Ayudamos al paciente a cambiar su sistema fijo de creencias haciendo uno lo propio.

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La enfermedad es causada por tener fe ciega en un erróneo sistema de creencias. Si el terapeuta comparte esa misma fe su terapia confirmará la enfermedad. Es cierto que a veces la terapia parece curar, por lo que toca preguntarse: ¿estás dispuesto a poner en duda esos éxitos y si el paciente se curó de verdad del origen profundo de sus dolencias? El terapeuta sólo puede convertirse en un auténtico sanador cuando aporta la antorcha que se abre paso en la oscuridad hasta llegar al propio ser. Pero, ¿podría ofrecer esa luz si no la hubiera encendido antes en sí mismo?

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La terapia puede cumplir provisionalmente la función de generar una fe falsa, pareciéndose en esto al ilusionista que con sus trucos distrae la atención, mientras afloran los miedos y las culpas a la luz y aún no adviene la verdadera sanación. Tal vez es que necesitamos confiar en que las terapias sirven hasta que asentamos nuestra mente en el poder que cura en profundidad. No importa si por un tiempo pareciera que le otorgamos a la terapia la responsabilidad de la sanación, siempre y cuando no perdamos de vista que la curación definitiva se produce cuando se llega a la raíz del perdón tanto en la mente del terapeuta como en la del paciente.

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La relación terapeuta-paciente, y la petición de ayuda implícita en ella, es una oportunidad que el amor va a aprovechar para demostrar su inequívoco poder curativo. Pedir ayuda es abrirse al cambio. Y el cambio desbloquea las barreras que impedían que la luz y el miedo se encontraran. Un terapeuta inspirado descubrirá en sí las mismas resistencias y el mismo miedo y la misma necesidad de ayuda y procurará que, en efecto, la luz y el miedo se encuentren. Cuando esto suceda el terapeuta lo sabrá sin ningún género de dudas. Su confianza en el amor saldrá infinitamente reforzada. Una curación tras otra, cuando amor y miedo se vayan encontrando en la mente del terapeuta, éste se irá convirtiendo en un sanador de mayor poder. Las curaciones parecerán ser el resultado de la terapia. Tal vez, al menos en ese momento, es mejor que así lo parezca para no generar más temor e incredulidad tanto al paciente como al terapeuta. El terapeuta puede actuar en dos niveles a la vez: con una mano ofrece la terapia en la que se formó; con la otra bendice ambas mentes actuando sobre el verdadero origen de la distorsión.

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Toda enfermedad es autolesión.

El yo que se ataca a sí mismo y a los demás para defenderse del miedo y de la culpa es una construcción falsa que se genera por una creencia equivocada: la creencia de que, efectivamente, con ese daño se alcanzará la perfecta defensa y la dicha. Terapeuta y paciente están amorosamente implicados y secretamente confabulados para salir de ese error. Si el terapeuta no estuviera encerrado en un error semejante al del paciente no se hubiera producido el encuentro. No hay paciente que no te traiga una mayor profundización en tu propio proceso de juntar amor con miedo o culpa con Dios. Si lo evitas, lo evitarás para él y para ti. Si los unes, os liberáis ambos.

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Cuando pongas a prueba y experimentes esta manera de engrandecer tu terapia podras intuir la plenitud y la dicha que va a traer a tu vida. Esta confirmación gozosa te proveerá del entusiasmo y la certeza para seguir por ese camino.

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Si no albergáramos miedo y culpa no tendríamos enfermedades de ningún tipo y la muerte la viviríamos como un delicioso tránsito. Las mentes unidas se sanan las unas a las otras; basta que una de ellas haya llegado al fin del proceso para que las dos avancen juntas hasta alcanzar ese fin. Eso ha ocurrido ya. Nosotros sólo tenemos que compartir la mente del sanador absolutamente sanado, la de Jesús, que es quien nos orienta y nos ilumina. Jesús representa la inteligencia Crística. La estrategia del amor como medicina que todo lo cura. Y es quien encarna el hecho de que es en nuestras relaciones donde encontramos el sendero hacia la verdad de quienes somos y para qué somos.

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La Mirada que Cura es aceptar que todo lo que ocurre no son más que proyecciones de la mente y descubrir que hemos vivido en un mundo ilusorio donde parecían no existir la libertad ni el amor.

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No es necesario creer en Dios, ni en Jesús ni en el Espíritu para avanzar puesto que, si realmente creyéramos, ya estaríamos al final del camino; pero sí es necesario aprender a discriminar la falsedad de la verdad. Elegir sin flaquezas el amor en vez del miedo y la culpa produce un efecto sanador que no se detiene en uno mismo, que se propaga mucho más lejos.

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La velocidad de la propagación de la luz en las mentes del paciente y del terapeuta es regulada por el Maestro interior de manera que no produzca miedo. Un paso en falso y volveríamos instantáneamente a precipitarnos en lo ilusorio y a levantar nuevas defensas. Pero es imposible que la mente espiritual incurra en ese error, así que podemos confiar en la guía que se abre paso a través de la ignorancia.

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«La curación está restringida tanto por las limitaciones del psicoterapeuta como por las del paciente. El objetivo del proceso es, por lo tanto, trascender esos límites. Ninguno de los dos puede hacer esto por su cuenta, pero cuando se unen, se les proporciona el potencial para trascender toda limitación. La medida de su éxito depende ahora de cuánto de ese potencial estén dispuestos a utilizar. Al principio, la buena voluntad puede proceder de cualquiera de ellos, y según el otro la comparta, aumentará. Su progreso se convierte en un asunto de decisión: pueden llegar casi hasta el Cielo o no alejarse más que a uno o dos pasos del infierno.» (Anexo a Un Curso de Milagros: Psicoterapia. Propósito, proceso y práctica. El canto de la oración. La oración, el perdón, la curación.)

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¿Cómo sabemos que estamos guiados por el Maestro interior que no se equivoca?Porque su voz es benevolente y poderosa como ninguna otra. El terapeuta se convertirá en un experto en reconocer dentro de su mente, donde se entrecruzan muchas voces, cuál es la que habla en nombre de la verdad. Hasta que el terapeuta no desarrolla esta maestría sus pasos serán erráticos. Pero no es difícil de experimentar cuando se toma partido de manera honesta y firme en favor del amor. Toda terapia conduce a Dios. Todos somos terapeutas de Dios. Todos somos pacientes de Dios, la única curación segura.

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La Mirada que Cura facilitará cambiar el modo en el que paciente y terapeuta se ven a sí mismos. Abre paso a que la realidad de quienes somos se establezca en nuestra mente; este es el mayor logro posible y el detonante de la verdadera curación. La función del sanador de Dios consiste en ayudar al paciente a comprender que la ira y las defensas que ha construido no consiguen de modo alguno protegerle. Y esa ayuda puede ofrecerse a medida que esa verdad se va consolidando en la mente del terapeuta-sanador. Esta es la función porque esta es la medicina que cura y ¿no es curación lo que el paciente ha pedido? Él no conoce de qué medios te vas a valer pues, si los conociera, ya no requería tu ayuda; además, no es necesario.

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No es necesario para conseguir el éxito que el terapeuta conozca de qué modo y en qué momento se ha producido la sanación.

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El paciente defenderá con uñas y dientes la ilusión de que puede conseguir la salud y la paz sin cuestionarse la idea que tiene de sí mismo.

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Irán apareciendo sin esfuerzo ni dudas destellos de la identidad verdadera, tanto la del paciente como la del terapeuta, gracias a la relación establecida entre ambos. A medida que vamos avanzando acudirán a nosotros nuevos pacientes que se ajustarán a nuestro nuevo nivel.

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Puede ser que, al avanzar la terapia, aparezcan nuevas estrategias de defensa. Las resistencias pueden generar un cambio falso, el ego puede adoptar una nueva forma. Esos cambios que no cambian nada en lo fundamental limitan el alcance de la terapia. El amor no lucha; si paciente y terapeuta se esconden tras falsas mejorías y máscaras, solo queda esperar que uno de los dos se haga consciente de ello y ofrezca a la relación la verdad de su ser. El terapeuta-sanador que obedece a su Guía avanzará paso a paso hacia su propia liberación.

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El terapeuta-sanador puede estar en cualquier fase de su proceso: en los inicios, a medio camino o cerca del final. Sea como sea, se encontrará con pacientes que estén en condiciones de asimilar lo que él les puede ofrecer. La Mirada que Cura emana de un terapeuta que cree en el perdón y no en la condena y la culpa, y que ha avanzado de manera significativa por ese camino. Para ello no es necesario creer en Dios, aunque sí lo es creer en el poder infinito del amor. El perdón lo es todo porque éste conduce al final de las tinieblas que ocultan la verdad.

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El éxito de la terapia se basa en que, en la relación terapeuta-paciente, se hayan disuelto los límites del ego como intereses separados. Es el terapeuta el que, aunque todavía no sabe quién es del todo, al haber avanzado un poco más puede ofrecer ese amor a la relación. Y, con ello, que se disuelvan las resistencias y la curación de la mente traiga la curación del cuerpo. No se trata de creer en Dios sino en su medicina. Compartir las necesidades abre la mente a nuevos horizontes. Trascender los límites es el objetivo para encontrar La Mirada que Cura. La curación, por tanto, se puede reducir hasta casi nada o llegar a la curación absoluta. El terapeuta perfecto no existe. Todos aquí tenemos dudas respecto al alcance del amor, pero estamos todos en el proceso.

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La Mirada que Cura nos permite avanzar hacia la completa restitución de la paz, siendo el lugar donde eso puede ocurrir una relación terapéutica. La fortaleza de la relación terapéutica estriba en que, en ese caso, a diferencia de otro tipo de relaciones, hay una petición de ayuda explícita por donde se puede filtrar la luz del perdón. La terapia avanza a la velocidad y con la profundidad según la visión de la inocencia que se establezca en las mentes Unidas paciente-terapeuta. El terapeuta se convierte en el paciente de su paciente al usar sus límites para encontrar sus propios límites al perdón.

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La enfermedad, que se origina en los juicios que limitan, es una expresión del miedo y de la culpa. Pero no hay nada que un cambio de mentalidad no pueda hacer. La Mirada que Cura del terapeuta verá la verdad del paciente. Pero debe estar preparado porque el paciente no aceptará sin resistencias la desaparición de esa imagen auto-creada donde se albergan los miedos y las culpas. El paciente defenderá con todas sus fuerzas su identificación con las sombras y, al hacerlo, con la enfermedad que ellas provocaron. Se defenderá del terapeuta. El terapeuta debe dejarse guiar para hacer frente a ese ataque sin atacar, demostrando de esa manera que la mejor defensa es la indefensión, que las defensas no son necesarias y que la fortaleza llega del amor. Que la culpa no ofrece ninguna seguridad. La culpa, y el miedo que ella originó, es una carga insoportable que oculta la esencia armoniosa del ser. Al liberarnos de esa carga, la curación aparece pues estar sanos y felices es lo natural, y es simple, y para todos.

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Perdonar es interpretar aquello que vemos con la mente espiritual, que sabe que el sufrimiento, la culpa y la separación son completamente inútiles. Perdonar es mirar con los ojos del Amor para ver en tu paciente su inocencia y su verdad y pasar por alto su ego y aquello que te provoca. Es evidente que ese concepto nos atrae y nos llena de esperanza, pero también que no está firmemente arraigado en nuestra mente. En la medida en que vayamos avanzando para consolidarlo será automáticamente entregado a tus pacientes, quienes podrán incorporarlo en sus propias mentes cuando internamente se lo permitan a sí mismos y, con ello, liberarse del sufrimiento. La curación llegará como resultado de dicho logro.

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Protocolo para cultivar La Mirada que Cura

- Observar, un minuto antes del encuentro terapéutico, para descubrir qué resentimientos y emociones suscita el paciente. Experimentarlos y entregarlos al vacío del Amor, preparándonos así para poder mirarlo con transparencia.

- Recibirlo mirándolo a los ojos con la mente silenciosa y el corazón abierto, sin intimidarlo.

- Durante la sesión terapéutica mantener el contacto visual. y estar atento para ir limpiando las perturbaciones que aparecieran en nuestra mente. El contacto visual debe ser aceptado y bienvenido. No sobrepasar este punto; es mejor quedarse corto.

- Al finalizar la sesión despedir al paciente con calidez y contacto.

- Cuando ha terminado el encuentro terapéutico, aquietarse unos minutos en silencio para observar los pensamientos y sentimientos que han quedado resonando. Si tu mente está tranquila y tu corazón en paz, agradece sinceramente el encuentro y sus frutos. Si encuentras perturbaciones, observarlas para aprender de ellas sobre ti mismo y perdonarlas dejando que se disuelvan en el vacío del amor.

Los obstáculos en la mente del terapeuta-sanador:

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- creer que está separado - creer que sus opiniones no interfieren - creer que sus opiniones son de ayuda - creer que las técnicas son más eficaces que el amor - creer que sabe resolverlo - creer que es un proceso - creer que es difícil - creer que hay niveles de dificultad- creer que está solo - creer que es casualidad que ese paciente le haya elegido- creer que es especial - creer que el amor es una emoción

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