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    tl t iempeq u e pasa

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    EI dia es gris EI dia es triste ...... Imp reg-nado el ambiente de fina humedad, que penetra,

    que mordisquea la epidermis como la punta deuna pluma. EI cielo, aborregado de brumas, parecetan cargado que de un momento a otro esperase sedesate en lIuvia. La noche anterior ha diluviado.Por la ventanilla del tren se domina el campo, hu-medo todavia, luciente despues del proiongado ba-fio. EI paisaje tiene, a veces, precisiones de pinturaholandesa; otras, difumidades en la lejania, vague-dades e imprccisiones de acuarela.

    Pecos viajeros: a 10 sumo, en el vagon de pr i-mera, catorce 0 quince personas. Eramos los ulti-mos en abandonar la ciudad. Ayer han salido lostrenes abarrotados de gente que se dirigia al balnea-rio de la laguna de Coatepeque, a a alguno de lospueblecitos que forman gracioso rosario a 10 largode la via Ierrea. Otros, los mas poltrones, se hanido, en autornovil, a las riberas del lago de Ilopan-

    go. San Salvador se queda solo, a la inversade 10que antafio acontecia, cuando nuestra may honradaciudad era insuficiente para contener el crecido 111.1-mero de forasteros que de los cuatro rurnbos delpais acudia. IC6mo cambian los tiemposl Y las per-sonas [Cuando se hubiera visto, en esa epocahoy rememorada con lntensa melancolia, como se IlU-biera, ni concebido tan siquiera, que un sansalvado-reno abandonase asi como asi, por capricho, su ca-sa, la ciudad, huyendo de las festividades de la Se-mana Santa? [En [arnas de los jarnasesl Se la espe-raba con ansia: los catolicos, can el alma contrlta,conmovidos retrospectivamente POf el recuerdo de lacruenta tragedia; contando los dlas, dedo par dedo,los estudiantes, a los cuales se abria la puerta dela [aula el propio Viernes de Dolores; el bolsillobien provisto de dineros, el padre de familia parahacer frente a los gastos que los

    estrenosocasiona-

    ban. Era la lIegada de los dias santos un gran, uninconmensurable acontecimiento. Y eran entonces lospueblos, a los que ahara vamos nosotros, los que'se vaciaban, los que en caravan a acudian a nuestra

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    ciudad, colmandola. En esos dias San Salvador noera nuestro San Salvador; sus calles eran de ellos ,no nuestra s ; en los Parques, eIIos los que ahi im-peraban como propietarios. EI absolutismo del fo-rastero era total. Por todos lados veiamos carasdesconocidas; a la vueita de cada esquina, nos da-bamos encontronazos con los bajados, cuyos boti-nes rechinaban estruendosamente en las aceras ycuya ropita despedia todavia el clo r de alcanfor del

    armario poblano. San Salvador les pertenecia du-rante ocho dias, de domingo a domingo. Nosotrosquedabamos reducidos a desernpenar, quieras queno, el triste papel de comparsas.

    Ahora, como digo, los papeles se han trastroca-do. EIlos ya no vienen a nosotros: se quedan tran-quilamente en casa. En nuestras aceras, ya no re-chinan estruendosamente sus botines nuevos, ni tras-pira el alcanfor de los trajecitos del repique. gordo.Somos nosotros los que, aburridos, desesperados,tomamos el tren, y nos vamos en busca suya, ,i 'in-vadir sus casas, . a importunarles cpn nuestra pre-sencia.

    II

    Cuantas caIIes hay en el pueblo? Dos, cuatro,seis, No 10 se. Nunca he tenido la ocurrencia decontarlas. Se que tiene una iglesia, dos, porque lashe visto con misi propios ojos. Una, la Parroquia,tiene la pared trasera casi derruida; el portico in-concluso, con una torre sin rematar, y la otra sinprirrcipiarse siquiera. Sobre las tejas musgosas deltecho, en el crucero en que los plastes de cal hantornado los matices del plomo, sestean los zopilo-

    tes, La otra, el Calvario, esta alla, lejos, en los ale-dafios .del pueblo, arrimada al panteon c1ausuradocuyas tapias destejadas yacen casi todas por tierra.La.'iglesia, sin encalar, con su campanario en arrna-z a n de,horconesy vigas ermegrecidas, en que dor-mna, muda, la campanita oxidada y sin badajo; la

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    iglesia, en cuyas paredes agrietadas los mosconeshan hecho nido, permanece cerrada durante to do el

    ano. Sus puertas, descascaradas, carcomidas, se handesplomado. Las ararias diligentes han tejido sobreelIas sus redes resplandecientes. En el dintel cuel-gan restos de viejas banderolas de papel, descolo-ridos andrajos, que un dla, frescos, alegres, conme-moraron la fiesta titular. En las jambas ha florecidoturbamulta de hongos color de ladrillo, color debronce. En el panteon, los hierbazos han desarro-lIado, dejando 'a duras penas despuntar los fragilescalices de las macollas de lirios silvestres. En unextremo, un angel broncineo, descalabrada un ala,rofioso bajo la costra de polvo pertrificado, alza alcielo un resto de trompeta. Una potranca tordilla,sonta, el tronco de la cola comido por una enormechira, va, despuntando, despaciosa, con golosidadesde gourmet, 10 tierno y sabroso del pasto. EI pue-blo posee un CabiIdo; y frente al Cabildo, un ran-

    cherlo de teja, en galeras, al que pomposamente sellama el Mercado. EI Cabildo es de un piso, bajo,demasiado bajo. ~I portal es ancho, baldosado deladrillos bermejos. Orillando la pared, hay unas ban-cas. Y en elias, dormitan los alguaciles. A la unade la tarde, la puerta se abre i la ventanita se abretam bien. LIega un hombrecillo bajito, fIaco, vestidode dril de canarno y sombrero de junco sin listen.LIeva unos legajos bajo el brazo, y con un pa-

    fiuelo rojo, se limpia el sudor del cuello. Ese hom-brecillo es el Secretario municipal. Penetr3}( Se oyeel rastrear de una silla, el timbre de una cerraduraque se abre, una tos seca. Luego, nada. EI Se-cretario trabaja. Luego lIega otro senor. Este otrosenor es gordo, zapaton, barbado. EI pantalon demezclilla sujetado a la cintura por una banda dehila azul y blanco. Sombrero de fieltro, abolladoa la cima, Solcmnemente lleva en mana un bas-otn de cuyo mango penden unas borlas de lana.Es el senor Alcalde. Penetra. Se oye el rastrearde una siIla, una retazo de convcrsacion, una toscavernosa, -tos de rico. Y luego, nada. EI Alcal-

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    de, en su silla de brazos, prosigue el suefio inte-rrumpido en su casa para dirigirse al Cabildo a lle-nar su -sagrada mision.. El Mercado cobra vidaal amanecer. Es una colmena humana. Toda laactividad del pueblo se concentra en aquellas cua-renta varas cuadradas. Luego, al medio dia, todose acaba. Todo el mundo se va. Los ranchos deteja, que dan solos. Los perros husmean, escarbanlos montones de basura. El rescoldo de la hornilla

    de alguna cocina, humea atm. En el pueblo haytarnblen una plaza, plantada de arboles, y en el cen-tro, a la sombra de esos arboles, una pita. A lapita, mafiana y tarde, acuden las muchachas con suscantaros, a buscar el agua. V en los charcos quelos rebalses forman, unos cerdos se revuelcan a susanchas. El pueblo tiene su herrero. V cuando entrais,viniendo de la Estaci6n ferrocarrilera, 10 primeroque os da la bienvenida es el canto de los marti-llos en el yunque. El herrero es de las personasmas viejas del pueblo. Es toda una personalidad. Alamanecer, ya esta el junto a la fragua, caldeandoelhierro. El herrero es todo un hombre honrado.Tambien 10 es el barbero, que tiene su tienda en lasvecindades de la Botica. La tienda del barbero esuna de las curiosidades del pueblo. Tiene sus cua-tro -paredes tapizadas completamente de cromos,

    toda la gama de cromos: desde los del hombredel bacalao- hasta los finos, sonrientes, de las-Pll-doras Rosadas, y de las estampas exoticas de laguerra ruso-japonesa, a las tarjetas postales ilumi-nadas. El barbero es cosmopolita. El barbero esun gran hombre. El 10 sa be todo; a el se 10 cuen-tan todo. Para el no hay secretos; Hi podria haber-los [amas, El es el que patrocina todos los rumo-res que corren. -El barbero 10 dijo . - Ya esta,No hay apelaci6n posible, rectificacion alguna. A-quello es el Evangelio en cuatro palabras. El curadel pueblo es tambien. un buen hombre.. Poqui-ta cosa, con su balandran raido, con su rostro ave-llanado, con su boca de labios hundidos y finoscomo rasgos de lapiz. Todas las tardes le vereis

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    con su breviario enclntado bajo el braze, salir delConvento, y lento, despacioso, como numerando lospasos, irse hasta el Calvario; y luego, can el mis-rno paso lento , despacioso, volver a donde salio,sin abrlr el breviario, sin cruzar una palabra con na-die, sin levan tar los ojos del suelo, Las comadrcs,sentadas a las puertas, suspenden sus barboteos alverle atravesar. Las comadres son rcligiosas, cum-plen can la iglesias I pero la Iengua las tira:Murmuran de todo. La hora crepuscular es su

    hora, -su momento. Por nada del mundo vdeja-rian de sentarse a la puerta, y hacer 10 que haceuahora precisamente. EI boticario es el hombre depro. EI rnangonea en las clccclones, 61 marca elcurso de la vida edilesca, 61 dirige

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    lamentos que se elevan, sin consuelo, implorandoel socorro divino. Detenemos el paso. Recostados

    al vano de una puerta cerrada, observamos el zurn-bante enjambre que se ace rca. Percibimos c1aramen-te una voz que c1ama:

    - [esucristo fue obediente hasta la muerte!Y luego otras, en cora, que contestan:- Ora pro nobis!Y luego, como un rugido, todas las voces juntas:- Padre nuestro que estas en los cielostPor nuestra vertebra corre un agudo escalofrio

    de pavor. Nuestro cigarro se apaga.Al final de la calle, un grupo de lucernitas sefia-

    la el terrnino de la jornada. Tras esas lucernitas,que parpadean como fuegos Iatuos, estan las des-moronadas tapias del panteon abandonado. Para aliaes para donde se encamina el grupo de mujeres, re-zando a grito herido. Las plafiideras se pierden enla intensa sombra de la noche, apenas manchada a

    largos trechos por los brochazos sangrientos delos faroles. Sus siluetas iantastlcas se borran y,a la vez, se apagan los funebres y vacilantes pabl-los de sus velas y se extingen las llorosas plega-rias. En nuestro oido repercute por largo rato toda-via la voz cascada de una vieja que clama: [esucristofue obediente hasta la muerte I y hasta cincuenta vo-ces, en coro estruendoso, que responden, como uneco: ora pro nobis!

    IV

    EI mismo sitio, la misma calle, en que anochepresencia el paso de las estaciones.

    EI sol cae a plomo sobre la densa capa de arena,que chispea y refulge, refulge como el iluminadoIilo de un acero, of usc ante, segadora. Hace un ca-lor insoportable, uno de esos calores que sofocan,y para los cuales parece no habra lenitivo alguno.La reverberaci6n del sol en las calles de las pare-des, es intensa i intenso tambien el espejeo de los

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    cristales de los faroles en las esquinas. De trechoen trecho, la uniforme blancura caliza de la callese interrumpe: una gran mancha carbonosa denotael sitio en que la loza, principal y nunca bien pon-derada industria del pueblo, ha sido quem ada diasantes. Algunos tizones se entreveran a la mezclaque la ceniza y el polvo han formado. Los trasco-rrales, a uno y otro lado, exhiben desvergonzada-mente, sus tapias llenas de resquebrajaduras; lastejas bermejas. intensan sus tonos, medio cubiertaspor chorretes de musgo invasor. Los vecinos hanclavado postes, y a ellos han amarrado, alineadas,matas de platano y haces de cohollo de cafia; enalgunos parajes, el piso ha sido salpicado de hojasde marney, cubierto de mullidas alfombras de pinodespenicado. En el Cocal/ los grupos de cocoteros,altos, esbeltos, flexibles, sacuden con marcada indo-

    lencia sus gran des plumeros.v' La pradera, en quealgunos bueyes pacen reposadamente, se dilata has-ta perderse, a 10 lejos, entre las lomas que amura-lIan el horizonte y que el sol difumina al i1uminar.Es el que me rodea un paisaje igneo. Todo, unifor-memente, parece arder. AI traves de las suelas delos zapatos, la tierra quema como una parrilla cal-deada. Las flores de los ramilletes colocados antelos altares de los pasos en que el Cristo detendraperi6dicamente su marcha, y que simbolizan la se-rie de divinas caidas, se marchitan. Las pobrecitas sedoblan sobre los tall os, como cabezas de dormidosniflos. Por sobre las tapias de adobes, los fo-lIajes de los arboles despiden reflejos cristalinos.Las caperuzas de paja de los ranchos, parecen hu-mear. El aspecto de la calle, tan lugubre, tan ago-rero, por la noche, es otro completamente. Cuando

    yo lIego, ya reboza el gentio, que va y viene delCalvano a la Parroquia y viceversa. Pero a pesardel alegre colorido de los chales de las mujeres,del estruendoso rumor de la chacharra, la impre-si6n de la noche persiste. EI grupo de sombras queclamaba plafiideramente: ora pro nobis, revive enmi. Olgo de nuevo el nocturno c1amoreo.

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    La procesion ha salido de la iglesla. Se Ita de-

    tenido en el primer paso, frente a la Cruz del Per-don, pintada de verde sobre su poyo cltorreteado demugre. Ya se acerea. Ya se percibe el olor del in-dense de la cazoleta bamboleada por el t05CO mo-nago. Ya se aye, estridente, monocorde, el golpe-teo de la rnatraca, que casi ahoga en su torrentede ruido las notas de la insegura marcha funebrede la murga. Ya se columbra al Cristo, agobiadopor el peso de la cruz. EI sol, batiandole a toda

    plenitud, Ie da prestigios de rajah. La pobre vesti-menta morada, en cuyos borrosos bordados ni lasornbra del oro persiste, se les antoja a los humil-des ficles que de rodillas Ie yen pasar, mas opu-lenta y mas fastuosa que todos los mantes reales dela tierra. Las manos del Cristo, atadas a la cruz canburdo pedazo de cuerda, cstan avioletadas par losgolpes: las urias estan cnncgrecidas, y las venas,hinchadas, parece que van a reventar. En la faz,par cuyas rnejillas desencajadas chorrca la sangremezclada al sudor y al polvo, se refleja la mas hon-da de las angustias. Los ojos, sumidos entre lascuencas, circuidos de profundas ojeras, vidrean, yvagarosos, doloridos, van clavados en 10 alto, comoimplorando el auxilio del Padre Celestial.

    La procesion pasa. La procesion se aleja. AI fi-nal de la calle, destc11an las cales de la iglesita del

    Calvano, y tras ella, las tapias derruidas del pan-teon viejo parecen Ievantar una muralla de bronce.La matraca golpetea con persistente rudeza. Un ras-tro penetrante de incienso queda, flotando, en elambiente inilamado. Los cocoteros sacuden can masindolencia todavia sus desplegados abanicos, y delos madrecacaos que exornan las calles cae, comouna of renda, una lluvia de capullos.

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    v

    De nuevo en el tren. Durante media hora hemosesper ado en la pequetia estacion, a la sombra delos barnbues. Hemos esperado tranquilamcntc, sinimpacientarnos, como debe hacerse cada vez queuno se decide a abandonar las comodidades de sucasa para correr en busca de aventuras y deincomodidades. El dia ha despuntado como de ve-rano.Alii! en e! cielo, csrneralda en ios foliajes,cristal en el arnbiente. Persiste la alegr ia de los es-truendosos rcpiqucs del Sabado de Gloria. En lospalos de pito de los cercos prop.ncuos, las guacal-chias arrnan la gran alharaca, Una chiltota de caje-ta, flautea menudas notas entre las flores azurrosas

    de un huachipil in que presta servicios de poste tele-ionico. EI tren ha lIegado despacioso , jadeante, casiderrengado. Ha cruzado el puente, entre cl cstruen-do del herraje. Ha pitado largamcntc , !argamentc,alterando el profundo si lencio del campo. Se haacercado, ruidoso, humcante. Se ha dctenido, fren-te a la plataforma de la estacion, en la que se amen-tonan y revuelven la carga y 105 pasajeros.i--j At trent- En el vagon, como hace cuatro dias: excursionis-tas, nada mas que cxcursionistas que regrcsan, Yopenetro, polvoso, cansado, y me echo en un rincon,cerca de una abierta vcntanilla. El inmcnso cortede un cerro, proyecta su dcnsa sornbra sobre elconvoy. El tren arranca, En la banqueta de enfrcn-te, he colocado, prirnero, los tres libros de Azorin.Esos tres libros, que he lei do en el pueblo y en elcampo, son: Castilla, La Ruta de Don Quijote y Los

    Pueblos.J

    Azorin eSJel pequefio fil6sofo de las pcque-ficces de la vida Despues de los libros, lin tantodescabalados por el manejo constante, he colocadoambos pies y estir ando las plcrnas, he buscadouna postura cornoda. Al rededor mio, los rostrosde los temporadistas que regresan reflejan satis-faccion, salud, alegria. Vuelven a sus faenas cita-

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    dinas, a la diaria lucha por la existencia, al tornodel fastidio. En un rincon, un gringo, en alto laspiernas cruzadas y en un angulo de la boca el ro-llizo humeante puro, despJiega ruidosamente unWorld, nutrido como un volumen. Mas lejos, el co-do apoyado en el vano de la ventanilla, una seno-ra de edad dorm ita, abierta la boca, en la narizuna mosca que sube y baja sin alterar en 10 masminimo su reposo. EI tren corre, enfilando terra-plenes, bordeando oteros, cruzando canadas. EI pal-

    saje desfila, veloz, rapido, sobre el cristal le-vantado. EI sol arde sobre el campo. EI cielo esde ani! intenso. Ni una nube. A la sombra de unossauces plateados un exiguo riachuclo dibuja susmeandros. Vuelvo la vista al interior del vagon. EIgringo sigue sepulto en su hidropico World. La se-110ra de cdad, ha cambiado de postura. La moscaha volado. Colgadas en sarta n la redecilla, unascuantas langostas del lago de Coatepeque muevenlas patas en el aire, se revuelven, elasticas, anudan-dose cada vez mas en sus contorciones. Bajo losasientos, sobre los asientos, por todas partes endonde sobra un hueco, se amontonan las vaJijas delos viajeros, incomodando. Torno el breve volurnende Azorin: Castilla, y 10 rehojeo, rebuscando 10que mi lapiz marco de notable en el curso de lalectura. Levantando la vista de las paginas, yeo altraves del cristal, y a la vuelta de un recodo, en lalejania limpida, como apunta la torre de la iglesiay los tech os bermejos de un puebleciIJo. Luego des-aparece todo tras la cortina de arboles apretuja-dos. Cruzamos una carretera. Unas carretas se handetenido al borde de la via, y los carreteros, la lar-ga puya en tierra a manera de lanza, yen pasar eltren con curiosidad. De pronto, a un lado del cami-no que avecina la via Ierrea, surgen de una hondo-

    nada unos cuantos alambres negros, gruesos comocables, que se anudan a un poste de hierro. Y lue-go a otro poste de hierro. Y a otro. La fila depostes de hierro no nos abandon a ni un momento.Son los alambres conductores de la fuerza electrica

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    que nos anuncian la proximidad de la capital. Cru-zamos,veloces, otro pueblo. El tren silba larga,desgarradoramente. Cruzamos otra carretera. Por elcristal de la ventanilla pas an : los Encuentros, elMeson Merazo, la Casa Mata. El tren pita de nuevo.A 10 lejos, rematando la via, se descubre elcara-pacho gris de la Estacion, EI tren disminuye Sll ve-locidad. La campana tantanea. Hemos llegado. He-

    co]o mis tres volurnenes de Azorin, mi valija demano, y salto a tierra. A duras penas me abro ca-mino entre la muchedumbre, y asalto 1 1 1 1 carruaje.Dando tumbos, entre el estruendo de tablas y deherrajes del vehiculo, cruzo las calles, colmadas dela alegria del Sabado de Gloria. El carruaje se de-tiene. Hemos llezado. I Gracias aDios!

    Marzo de 1913.

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    SEGURAMENTE algunos de nuestros lectores, quecomprenden la importancia que para la historia Ji-teraria tiene la parte anecd6tica en la vida de losgrandes hombres, habran leido en alguna parte queVictoria no Sardou triunf6 en el teatro, antes que co-mo maestro drarnaturgo, como consumado caligrafo.

    Es el caso que el autor de Fedora tenia una obra.En ello no hay nada de particular. Todos, gran desy chicos, gigantes y .cabezudos, han guardado canatnore, encerrado en una gaveta de escritorio, 0

    sencillamente en el fonda de un baul, ese dichosomanuscrito en el cual esta, agazapado, oculto, ungran escritor, 0 un imbecil. Pero la obra de Sardou,habia perdido ya la virginidad de las grandes obrasp ar a divina r. Habia rodado por los bufetes de mu-chos directores de teatro, los cuales, como era deesperarse para que el cuento resultara feliz, habianrechazado de plano la obra. Sardou no se habiadescorazonado ..... y ahi guardaba el rr.anuscrito,atado con unos balduques, y convenientemente al-canforizado por mor de la polilla. Pero dicen queel hombre prop one y Dios dispone; y el buen SenorQue esta en los cielos, dispuso premiar la paciencia

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    y la constancia de Victoriano, que era todo un buenrnozo. Una mafiana, este se levanto resuelto a jugarsu ultimo albur. Dcsenterro el mauuscrlto, diole sumana de limpieza, ernbalducole de nuevo, y Ie envio ala direccion del Odeon, por si socaba, Pero quisola mala estrella del futuro autor de Madame SansGene , que el Director del Odeon participase, conrespecto de las obras nuevas, el mismo r ancio cri-tcrio de sus demas colegas de Iiteratura teatral. Laobra, tan zarandeada la pobrecil!a, fue a parar, noal cesto (I valgame Dios la herejia 1) pero st al mon-tort anonim o, en donde la indiferencia, 0 la desidiade algunos buenos sefiores, hace dormir, por afiosde afios, al verdadero genio. La obra, ahl cayo, pa-ra cubrirse del polvo del olvido, y sin tan siquieracon la esperanza de ser convenientemente archivada,Paso a la categoria de los manuscritos rodantes, de

    esos papelotes que se encuentran sobre todas lasmesas, los que se toman al acaso, y se trashojan,negligentemente, para hacer espera, 0 ayudar la de-gustaci6n de un cigarro. Por una de esas mesas ro-daba, sin esperanza de oficial lectura, cuando la ca-sualidad quiso, habiendolo dispuesto Dios anticipa-damente por supuesto, que cierto dia la Beranger,una de las actrices de la casa, que para el caso re-vcstia las solemnes apariencias de una Providencia,echase ojo sobre el atado de papeles, tan mano-seado, y tornandolo en manos exclamase: c Q ue esesto? Trashojandolo, el caracter de la letra de quelos pliegos estaban bien apretujaditos, llarno la aten-cion de la Hada ..... digo, de la actriz, que excla-m o : i que bonita tetra! Ese t Q ue bonita Ietra l entan bonitos labios fueron el golpe de varita: la con-sagracion de Sardou. La obra paso al Cornite delectura, fue leida, y unanimernente aceptada. Conlos anos, gracias a la curiosidad, y al buen gustografologico de la Beranger, el autor del menospre-ciado manuscrito lIeg6 a ser casi dictador absolutodel teatro frances, con la aquiescencia, se entiende,del terrible Oncle, su copartlcipe de prebenda.

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    II

    La anecdota referida retrotrae algun recuerdo enel que por necesidad ..... 0 simple de porte, borro-nea cuartillas para la imprenta, con mas 0 menosbuen exito.

    l Quien no ha temblado de ernocion al copiar suprimer trabajo literario? l Quien, al enviarlo parasu publicacion, no ha quedado con el alma en un

    hilo, temeroso del rechazo? Es ernocion esa, quegran des y chicos, hemos experimentado; trance porel cualtodos, gigantes y cabezudos, hemos pasado.I EI primer articulo! j Cuanta esperanza cifrada enel l i Cuantos ensuefios ! j Cuantos proyectos, que elbuen 0 mal humor de un hombre (el director delperi6dico) derriba en un solo instante! Si los direc-tores de peri6dico pudieran adivinar 10 que el prin-cipiante sufre cuando su producci6n va, bajo cu-bierta, en busca de su proteccion, sedan mas indul-gentes. De mi se decir, que cuando mi real volun-tad me ha puesto al frente de un periodico (que ya10 ha sido repetidas veces) nunca, I pew nunca I hedejado de publicar 10 que se me ha enviado, tocan-do a las puertas de mi generosidad de Villemessant.Si 10 publicado es bueno, si es el anuncio de ungran escritor, el esbozo de un buen poeta, el publi-

    co me 10 agradecera, y yo sentire la satisfacci6n dehaber sido, alguna vez, iniciador ; si 10 publicado,por el contrario es malo, el publico me echara laculpa; tendra por mala, por nociva mi benevolenciade director de peri6dico; pero en carnbio, el pobreprincipiante me 10 agradecera con el alma, y yo sen-tire la satisfacci6n de que i hay uno! Que me quierebien entre los cientos que gozarian inconmensura-blemente viendorne pendiente de una soga 0 destripa-

    do por un tranvia.Por mi parte confesare, que cuando escribi y

    maude et primero de mis artlculos, me parecio queaquel acto, par 10 insolito, por 10 audaz, traspasabalos Iimites del prodigio!

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    Con la claridad de magnesio que el recuerdoproyecta en el cerebro, traigo ami, esta maflana,aquel solemne suceso, sin igual en los acontecirnien-tos de mi ya, muy en breve, cuarentona existcncia.

    III

    Erase alia por el ano de 90, el ultimo de la adrni-nistracion de aquel Patriarca que se llamo don ChicoMenendez. Ruben Dario acababa de regresar de Chi-le, lIeno del doble prestigio que su residencia dedos anos en la tierra de don Eduardo de la Barra,y las dos benditas cartas que sobre Azul. .... Iediriglera des de Madrid el ultraamable don Juan Va-lera. Protegido por el paternal Presidente, Rubenemprendio la publicacion de un diario, unionista, li-

    terario,y por afladidura, semi - oficial. EI era el Di-rector. Nuestro querido y res pet ado sabio Barbere-na el Redactor en Jefe. En sus columnas, Dario re-producia los cuentos y las poesias de su celebradolibro, el hermosisimo prologo con que Ie Iavorecioel gran don Eduardo (Q. D. D. G.), las dos cartasdel ironico don Juan, la coleccion de Rimas, prernia-das en un concurso poetico de Valparaiso; su A. deGilbert, en que inventaba exquisito artista al hijodel ex-Presidente Balmaceda; el Prologo para unlibro de poesias de Narciso Tondreau (libro que noIleg6 a publicarse) y que no era, el tal prologo, masque un relato, un tanto miliunochesco, de su afano-sa residencla en aquel lejano pais. Y esos cuentos,r . esos versos, y esos prologos, y esas cartas de hidillgo, y esa monografia Iantastica (que Canas patro-cinabacon una carinosa carta), constituian, poraquel entonces, nuestra unica, capital lectura. EIaroma capitoso de aquella literatura, se nos subiaal eerebro en oleadas y nos producia el efecto deuna borrachera; era un sello que dejaba su huellaen [a cera, blanda y ductil de nuestra alma, virgende Ieeturas perturbadoras, ajena a influencias extra-flas que tiranizan. Aquel papel vespertino era nues-

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    tro brevlarto de emoclones , Todas las tardes, ala hora en que el hombre de la escalera pasaba

    encendiendo los faroles de gas de las calles, y enel Bolivar, las golondrinas tomaban por as alto losnaranjos, nosotros nos encaminabamos a la adml-nistracion del diario, situada frente a Perez y Pa-rraga, donde hoy esta ubicado el Casino Salvadoretio,y con mano temblorosa compramos, y doblamosciudadosamente nuestro ejemplar. i Con que ansi adesplegabamos el periodico, y con que curlosldadrecorriamos sus columnas I Con voracidad de ham-briento caiamos sobre la lecture de nuestra prefe-rencia. Asi, por nuestros ojos deslumbrados desfil6ese cuadrito holandes que se llama El Fardo, esaluminosa fantasia que se llama EI Rubi, esa confe-sian tierna e ingenua de Palomas blancas y garzasmorenas. Nuestro rubendarismo era de esas pasio-nes que arraigan, y las que se nos antoja pensarque por siempre vamos a lIevar enraizadas en elalma. A la sombra de ese laurel glorioso, al amor deese sol, en ese huertecito en que las rosas fioreclancon la impetuosldad y abundancia de las ortigas enun erial, antojoserne un dia de tantos plantar mialbahaca, y hacerla f1orecer. La planta escogida erahumilde; pero cada cual no esta obligado a hacermas de 10 que puede. Plante y regue, sollcito, miplanta. Y un dia Iosado sin igual I cuando recogila primera florecilla, ernpapada en el rocio de la

    noche, en lugar de tomarla y encerrarla entre laspaginas de un Iibro favorito, tuve la osadia de en-viarla ..... j Dios mio, todavia tiemblo al recordarlo Ituve la osadia sin igual de cnviarla en busca de si-tio aVregio buearo de alabastro en que las garde-nias, las carnelias, las azaleas de Ruben despedian,como manirrotas, todo el perfume de sus opulentascorolas.

    J Con que cuidado, can que prim or copie miarticulo J Que lujo de mayusculas l I Que simetria derenglones I Papel fino. Tinta morada (que todaviausa, y que Aleman Bolaiios llama tinta arzobispal ).Era una prosa de un lirismo infantil, estupendo;

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    VIta prosa, (dos carillas de bloc corriente) en quecantaba la venida del mes de mayo, a traves deBecquer y de lose Selgas, y la que Tofio Solorzanohabia declarado, cuando se la lei, digna del mismoRuben Dario l l l j Con que meticulosidad doble elpapel, y 10 meti en un sobre! Temblaba. Temblaba.No acertaba a decidirme. Una vez rotulado: SenorDirector de La Union, vino el problema i arduo porcierto! del envio. ~ Como enviar aquello? Por correo,

    naturalmente. ~ Pero si se extraviaba? No. MejorlIevaria personalmente, entregarsela yo mismo al pro-pio Ruben Dario, y rogarle su publicacion l Aquelloera 10 mismo que querer lIegar en una maquina deIa Auto- Taxi Company al Boqueron sin romperse elalma. La solucion llego, como siempre, a la horanecesaria, lIega el auxilio al necesitado. De noche,despues del concierto, pasaria por la oficina, y la des-Hzarfa en el buzon, Dicho y hecho. Alla fui y ... elacto se con sumo. Saque del bolsillo el sobre. Levantela tapa del buzon. Deslize la carta. Senti el ruido alcaer dentro, el golpe del buzon al cerrarse de nuevo,y por ultimo, el ruido de mis pisadas al alejarme,i La gran osadia! Aquella noche no pegue .lillrpado.i Lo que discurri! Mi cerebro era una gr~ra. Enmis venas, la sangre galopaba con Ia impetuosidadde una cabalgata walquiriana. Y pensaba, sin poder

    dormirme: ya es la hora en que el Director haregresado, Va a acostarse. Antes practica una tourneepar su oficina. Enciende la lampara de su escritorio.Recoge los periodicos deslizados bajo la puerta.&Habra telegramas, habra cartas en el buzon ? EIDirector 10 abre. Efectivamente. Hay cartas de loscorresponsales de los departamentos. Hay telegramas.Pero tambien hay unacubierta asaImonada, cubiertafemenil,que abulta un tanto. Al Director le llama

    da atenci6n. Le toma en mano, le sopesa, le davuettas, Vaseguramente a abrirlo. De pronto sedetlere. iQue pasa? La deja a un lado, cerca deun hldr6pico Diccionario de la Real Academia y uncenieero de porcelana en el que apesta una punta degruesC) cigarro exhornado de rojizo anillo. IUn puro

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    de don Santiago, que calada la capucha de cenizase jala un bonito suefiecito I (_Va a quedarse ahi,

    abandonado, por siempre, mi enfundado articulito!El Director, sentado, dandole en la cara todo elreflejo verde de la pantalla en cono, rasga telegramas,abre sob res, desgarra cartas, margina papeles conIapiz azul, cambia de sitio un libro, abre una gaveta,cierra otra. Se levanta. Extingue la lampara. Sale.Se aleja. Va a acostarse. Y a la vera del hidr6picoDiccionario, pegado al helado puro de don Santiago,(al que un movirniento brusco del Director ha derri-bade su capucha de ceniza ) mi pobre articuli to sequeda abandonado, rezongando de su ya prolongadoencierro.

    Al dia siguiente, a la hora en que el diario era!anzado a la circulaci6n callejera, como siempre fuipor el. Serenidad, serenidad ante todo. Hay que saberser hombres. Los grandes trances templan la volun-tad I A 10 largo de las calles, los faroles se iban

    encendiendo uno a uno. EI hombre de la escalera-pasaba, cargado de su artetacto, su lampara auto-matica en mano. La turba de golondrinas del Bolivararmaba el gran escandalo, Bajo los naranjos sacudi-dos por las embestidas, pasaba el tio , vestido decuero del diablo, arrastrando la charpa moho sa, ypersiguieudo a los zipotes, cuyas perversas hondillasdisparaban sus perdigones contra las inotensivasinquilinas del paseo. De la Sastreria de Viaud losoperarios sallan en grupos, A la puerta de la Can-deleria de Perez y Parraga, un coche destartaladoestaba detenido, mientras dos conocidos sefioronesque iban camino del Casino, conversaban a [a orillade la acera. Frente a las oficinas de La Union, habiamucha gente estacionada. Unos entraban. Otros salian,con peri6dicos en la mano. EI viento agitaba y haclacrugir las hojas de papel, Vi que salia el sabio

    Barberena, apretujando sus ojos de miope tras losgruesos cristales de los anteojos. Vi que sali6 RobertoBone, el administrador, todo oloroso a pomadas ypuesto de veinticinco alfileres. En su solapa seesponlaba un clavel de olor y por el bolsillo

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    superiordesu chaque , apuntaba la alba punta de unpafiuelo. Vi que salio Belisario Calder6n, el buenBelisario, con su coraz6n de nifio que no Ie cabeen el pecho. EI grupo que obstruia la puerta, ibaaclarandose. Me decidi. - Un animo recto hace unavida feliz - pense. Y penetrando, pedi un ejemplar.No tuve el valor suficiente para desplegarlo aliimismo, de recorrer sus columnas, y no se comoencontre la serenidad suficiente para doblarlo y des-lizarlo en el bolsillo. En mi casa, ya solo, 10 saquey vi. .. , i Nada! Dios mio i que desilusi6n! Todos-mis ensuefios venianse, ruidosamente, a tierra. Hastacreo que en mi pupila amag6 una lagrima,

    I Y nada tampoco al siguiente dia! i Y nada el otro,y el otro, yel otro! Nada! Nada! Nada! Mi fracasoera completo!

    Mi pobre articulo (_se habria quedado el pobre-eillo haciendole compafiia al Diccionario de la RealAcademia, y a la punta de cigarro de don Santiago?lHabria rod ado hasta la cesta de papeles Inutiles,hecho cuatro tiras?

    Mas tarde, cuando los hados, y mi alan de rodartierras me lIevaron hasta el opulento y lejano BuenosAires, una noche, en compariia de Ruben Dario,tornabamos una taza de te en el Luzio. LJeg6 JoseIngegnieros. LJeg6 Jose Leon Pagano. LJeg6 Alberto

    Giraldo. LJeg6 Eugenio Diaz Romero. LJeg6 RobertoPayro. Se hablo de todo, desordenadamente, comosiempre. Las rodelas de crin de los bocks consumidosse apilaban a un extremo de la mesa. EI humo delos cigarros se aplafonaba, sofocando el ambiente,tejiendo halos vaporosos a las cabezas de los cir-cunstantes. Las cucharillas hacian tintinear ritmica-mente las fraglles porcelanas de las tazas. De prontose hablo de como habia comenzado su carrera deescritor Sicardi, cuyo tercer tome del Libra extratiodaba mucho de que hablar a los circulos intelectualesde Buenos Aires. Entonces, cada uno relato algunaanecdota referente a su iniciacion en la carrera.I cada uno se conmovi6 al hacerlo. Yo conte, inge-nuamente, mi historia; mi primer articulo rodandc

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    ARTU RO .AM BROGI

    al cesto, Ruben clavaba con insistencia en ml aquellosisus ojos que parece que no miran.

    Y su boca enigmatica, sonreia. De pronto dejade sonreir .... l Se encenderia, subito, en su cerebroalgiin recuerdo? Recordarla la cubierta asalmonadaque en la noche de un lejano dia centroamericano,recogio de su buzon, entre telegramas y sobres llenosde timbres postales, y arrojo indiferente al cesto delos papeles inutiles ? No puede ser. Pero mi anecdotatuvo la fuerza de emocionarle. Vi que sus ojos bri-llaron. Sus parpados aletearon, cerrandose brevesinstantes. Su boca enigrnatica dejo de sonreir, Algunrecuerdo estaba eslabonado a aquel tiempo. No habiaduda. Sentla pasar algo por su alma, que la sacudla.Declaro que me senti satisfecho. Y hasta llegue apensar que aquella era mi mejor venganza: hacerconmoverse al glorioso poeta, Sumo Pontifice de lapose, y as! entregarle, atado como un Nazareno, altruculento titeo de los miembros de La Siringa,

    Marzo de 1913.

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    A ALfONSO QUIN6NEZ M.

    ! f A Svisitado alguna vez [O Salrededores del Mer-cado en este dia? ~ me pregunt6, al entrar en miescritorio, Alberto Imery.

    - Este dia? GY que de nuevo hay este dia enlos alrededores del Mercado? - pregunte al brillantecolorista, que tan matinalmente me visitaba, mientrasabandonaba sobre el marmot de la mesa el tomo deL' Ene rve e, de Maxime Formont, que leta en csosprecisos momen tos,

    ~ Tit te haces el' tonto ... , 0 que?'.- No. Palabra!- Pues hoy es la vispera del Dia de la CflIZ.- Ah I Ya caigo ... , I La vlspera de la fiesta de

    la Santa Cruz! Hoy es dos de mayo - objcte, fijandola mirada .en el popular calendario cervantino en elque, entre la figura de un obeso Sancho y Ia de undesmirriado don Quijote, lucia un morrocotudo 2,en tin ta roja, un 2 que tendia su gancho a una foto-gratia de la joconda, de y a una caricature de Sem,desfoliada de un album.

    Confieso con toda la sinceridad de que soy capaz,que me produjo cicrto ruborcillo eJ contestar al buen

    Alberto, que jarnas, en los treinta y oeho aDOS que

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    me lIevo ya bien vividos, nunca me habia pasado porla mente la peregrina idea de apuntar mi respetable

    nariz por los alrededores del Mercado en ocasion tansolemne y propicia como la de hoy, para observar ydeleitarse en uno de los mas caracteristicos y pinto-rescos espectaculos de nuestra vida regional. Aunqueen descargo de eso, que por ahora me permito cali-ficar de grave lalla, imperdonable tal vez, alegareque, a pesar de haber nacido en el corazon del SanSalvador destruido por la ruina del 73 (en el mlsrni-simo sitio en que hoy esta el Parque Bolivar) nadiees menos conocedor de su ciudad que este cura.Con decir, que fuera de una media docena de callescentrales y de dos 0 tres rlncones de San Salvador,la existencia del resto me es desconocida, y metiene sin cuidado, Hay sitios de los que ni sospechatengo, y los cuales se pasaran sin el honor de quemi vista les caiga encima.

    - Quieres que vayamos? - me pregunto Alberto,

    abandonando una revista ilustrada que al caprichohabia cogido de entre otras que sobre un veladorestaban y la que distraidamente trashojaba.

    - Al Mercado? Ya 10 creo! En el acto ....Y alia fuimos los dos, como dos estudiantes que

    liacen novillos rnatinales.Declaro que no me arrepenti de la escurcion. Lo

    que si no me perdonaba a mi misrno, era el habetpasado tanto tiempo sin sospechar que en un dia delatlo, en medio de la monotonia y de la aridez de lavida de San Salvador, ados pasos de casa y demis: libros, pudiera gozarse de un momcnto , unashoras apenas, de tan fuerte cmocion.

    Parecia que en aquel sitio, en aquella tresca y lumi-nosa manana de mayo, toda la campiila se hubieradesbordado sobre San Salvador en estupenda ava-lancha,

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    Humedo todavia por la lluvia de la noche ante-rior, el copioso don dela Naturaleza se ofrece a lavista y al olfato del paseante. Sientese palpitar tavida con mas ardor, con mas intensidad, estirnuladapor la conternplacion de aquel magico espectaculo;y a los labios del iniciado puede muy bien asornar,sin peligro de caer en falta de anacronismo,el mo-tivo de alguna egloga virgiliana ... , 0 cuando menos,una estrofa cualquiera de Juan Dieguez, nuestropoeta mas virgiliano. EI profane, el paseante indife-rente, la dama extranjera, sueltan un I que bonito I que resume toda la intensidad de su irnpresion. Ese,que bonito l pucde ser tarnbien la sintesis de unaegloga que no pudo lIegar a escribirse, que rnuereen embrlon, por impotencia. No comprendo que puedapasarse de largo por aquella floresta decapitada ....EI espectaculo atrae .... y sujeta. Por muy esteril deserrtimiento arttstleo que se sea, por muy poco poetica

    que una persona se sienia, tiene que conmoverseante aquel espectaculo. Seria curiosisimo recoger enaquel instante, de palabra, y anotar una a una, for-rnando una enquete originalisima, la impreslon sufridapor los distintos presenciadores de aquel cuadrotropical, y la declaracion de las ideas que aquelloles sugiriera. Porque alguna idea debe sugerirle a losque por alii discurren, la presencia de aquel despojode los campos .... aunque sea el i cuiinto verde! delbayunco legendario.

    En canastas, apifiadas enel suelo, ordenadas sobrelechos de hojas, diversidad de frutas, maduras 0verdes, despiden provocadores aromas, mas 0 menosintensos. EI sol de la manana haee destellar aquelloscotores en amalgama, y dar efectos y cambiantesinusitados, que de querer ser trasladados al Iienzo,causarian la desesperacion del mas empingorotado

    colorlsta. Las flores, en ramilletes,0

    en montones,se agazapan, en vergonzosa minoria, entre montanasde ram as de pino, entre manojos de palmas, 0 bra-zadas de. hojas de paca/la 0 de .bejuco de chiliI/o,constelado de las guirnaldas que forman las capsulasrosadas de SI.lS capullos. La ruda carga el ambiente

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    matinal con sus acres efluvios tonlficantesvmlentrasel pie de nino luce el metal. repujado de sus hojasen forma de lanceta. En "un puesto ", los cuchillohacen pensar en un enmadejamiento de grandes Ian-gostas de mar, 0 en un erizarniento de lanzas in-dlgenas, frescas despues de una grandiosa carni-ceria. EI carmin y la laca de los mangos contrastancon 'el oro encendido de las naranjas, cl esmalteverde de las limas y el rojo de cardenal de las sabre-sas pitahayas. Los cocos se amontonan, sueltos a en

    racimos, como pilas de bombas de una artilleria de glo-tones, junto a una espesa y nutrida alfombra de gilis-coyotes, de un negro cambiante de azabachc.' Lasgranadas rajan su cascara, como estuche de cuero.amarillo. que dejase ver, sabre la seda del fondo,prendidos y orden ados en ringlas, los rubies de suspepitas. Los terrosos mameyes, y los granulentos za-potes funden sus aromas mielosos en la onda fuerte,acre y obstlnada de los melones de Castilla. De lasentrecruzadas canabravas de una ramada lmprovisa-da, cuelgan en hamaca, las sartas de flores de , Lacruz, ya de un blanco amarfilado, ya de un tinte dehez de vino tin to'. Las ramas de aceituno, apiladassobre una accra, subiendo casi hasta la mitad de lapared de una tienda turca, muestran, entre las hojasmenudas y Iucientes, las chibolas de sus frutos, delmismo color azuloso de las. ciruelas maduras. El

    ruido es ensordecedor. Van y vienen, atareadas lassirvientas, acabando de colmar sus canastas. Unamujer, con una "tombilla" colgada al braze, anuncia,a. grito pelado :

    - Oro y plata! Oro y plata! -, al que contestaal otro extreme de la calle, una voz masculina:

    - La chipiona I .. E1fresco de Jerusa lem ! ..Ame4ioel vasal cQuienquiere?

    Y luego :

    :-lAs cruces, senora !ofrecea una dame. que pasa una vendedora, desdesu "puesto" en que, arregladas sobre una mesa, sealzan crl1ces de madera pintadas de un verde chill6n,uaas desnudas por complete, otras ribeteadas de unoro todavia mas detonante que el verde; otras, sos-

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    teniendo, cruzadas sobre los brazos labrados a esco-plo, una tira de Iienzo blanco, con su pie de cornizapintada de rojo, como si conservara, al traves delos siglos, el juga de la sangre del redentor.

    Por aquel sitio desfila San Salvador, recogiendo,acopiando de todo aquello 10 mas propio y de S1lgusto para adornar la Cruz.

    Va, poco a poco, desapareciendo la costumbre deponer cruz. EI hacerlo, ha quedado reducido ahoraa los barrios de la Capital, y apenas tal cual cas a delcentro, sigue fiel a la tradicion. Antes era una obli-gacion cl hacerlo, y cada uno trataba de superar alvecino en el adorno y esplendor de la suya. Hablacruces tarnosas, a las que la gente iba en peregrina-cion, y en las que los muchachos haclamos nuestroagosto. La tarde de la vispera eran anunciadas lascruces con un estruendoso cargador, y en esos mo-

    mentes, la atmosfera atronaba de detonaciones: eraun bombardeo que ponia alegria en nuestros espir itusinfantiles, y sumia a los viejos en honda melancolia.

    Mas detalles sedan inoficiosos por ahora, ydificilde dar los a la vez, en la brevedad de una cr6nicahecha al galope y en medio de los apuros del cajista.

    Contorrnemonos con la vision que todavia perpetuaen nuestra retina, can el recuerdo de esa orgia decolores y de perfumes; y agradezcamos a AlbertoImery los ratos verdaderamente deliciosos que nosfue dado gozar en su cornpanla en esta deliciosamanana. Nadie mejor que el prestigioso colorista,pudo ser nuestro iniciador en aquel culto de Belleza;nuestro cicerone al traves de aquella estupenda ,orgiade colores y de aromas.

    Borrajeada la ultima cuartilla .... dejo la plum a,y prosigo la lectura del libro de Formant, interrum-

    pida para seguir a mi amigo.

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    1:ROPIAMENTt, sus horas- van de doce y mediadel dia a tres de la tarde, las horas de bochorno; ysu campo de acci6n se circunscribe a los barrios ylos alrededores de los Mercados; rnuy raras veces,se extiende a algunas calles centrales. ,

    Entonces cae el sol a plomo, aturdiendo a losescasos viandantes que transitan, buscando paraprotejerse la escasa faja de sombra que los alerosde las casas proyectan sobre las aceras. Por la calle

    alguncarreton va, cargado hasta los topes. Un coche,desvencijado y polvoriento, traquetea, camino de laEstaci6n de Occidente. Las aristas de las piedras,despiden chispazos. En la tuberla de cristal de lospostes del telegraio, cuya tendida red de alambresse confunde en la fulguracion de la atmosfera, elsol enciende ramilletes de chispas. Un perro dormitaen el quicio de un zaguan ; mientras otro, el lomopelado por el jiote, caidas las desholladas orejas, yla cola tiflosa entre las patas, trotajadeante, unpalmo de Iengua fuera. Es el pobre perro vagabundo,el perro sin dueno, que va camino del Mercado arevolver los montones de basuras en busca de algunbueso queroer. El hambre Ie atenacea las entranas,

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    L05ojos re vidrean. EI desdichado perro, aturdidoel-tamblen por el fuego solar, busca refugio en fa

    escasa faja de sombra que los aleros de las casas,proyectan sobre las aceras. EI perro se aleja, tro-tando, deteniendose de cuando en vez en las esqui-nas: husmea, levanta la pata ..... y prosigue su ca-mino, indiferente, la cola tifiosa recogida y un pal-mo de lengua fuera. Todo dormita bajo el sopor dela hora. Por el cielo, de un azul despejado y cen-tellante, cruzan, uno, dos, tres zopilotes, poniendosu nota negra como una mancha en la Iirnpidcz delraso celeste. De pronto el pitazo prolongado de unalocomotora, rasga el silenclo canicular. EI sonidorepercute estridente por los cuatro arnbitos de laciudad, y luego se apaga. EI silenclo vuelve a rei-nar. Por la calle, tranquil a, no pasa ahora ni carre-t6n desvenciiado, ni carruaje traqueteante, ni tran-seunte atareado, ni perro hambriento. Las aristasde las piedras chispean con mas furia; la pirotecniade la tuberia telegrafica, es mas intensa cada vez.Los zopilotes han ido aproximando a tierra su pe-rezosa ronda de noria, y se detienen por fin en elcrucero de un techo de zinc.

    De pronto, al extremo de la calle solitaria. sue-na el repique cascado de una campanilla. Un carrc-toncito, tirade por un hombre, despunta.

    EI carretoncito avanza, tropezando en los bachcsde la calle, dando turnbos, EI repique cascade dela campanilla, insiste,. porfiado.

    EI carretoncito se ace rca. Esta pintado de vc rdc,de un verde rabioso de loro. La Ion a del toldo,amarilleada por la accion de las lIuvias y del :'01,va ingenua y toscamente ilustrada, Una rosa, desa-rrollada, frondosa y fresca como una col, esponjasus petal os de lacre, al lado de un vaso, despro-porcionado como un balde, Ileno de agua carrninosa,El dibujo es todo un sirnbolo. La frescura prirnave-ral de la rosa, junto a la amable y salutifera fres-cura de la minuta . EI mituitero es todo un modernis-ta: entiende a maravilla el rec lame.

    EI carretoncito pasa. Un z aguan se abre. Una

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    mujercita, defendiendose del sol con la telamantc-cosa de un delantal de cuadros, sale, Ilevando unvaso. Pero el carretoncito ha pas ado ya. Tropezan-do en los baches de la calle, tambaleando su tol-do pintarrajeado, se aleja. La mujercita grita, 11a-mando. El minutero no la oye, porque en esos mo-mentos, a unas poeas varas de la bocacalle, la cam-panilla cascada, parece haberse vuelto loca. El re-"pique es estridente, ensordecedor, como un jocundorepique de Sabado de Gloria.

    El carretoncito se detiene en la esquina, en ple-no sol. El minutero esta habituado; el ardor solarno le haee mella. lmpasible, agita la campanilla. Lacampanilla llama, clama, alborota; parecc decir agritos:

    - Aqui esta la minutalAl conjuro de la campanilla, acuden, presurosos,

    los chicos. Un bullieioso corro se ha formado alre-dedor del carretoncito. Cada chico alarga su vaso,y el nikel. Cada cual quiere qEC se le despache elprimero.

    - No apurarse! Tcngan paciencia IEl tninutero es un buen hombre, cachazudo, acos-

    tumbrado a tratar con chicos.-- No hay que apurarse t - repite, mientras par-

    te el hielo, que va envuelto en un pedazo de chivachapina, y sacando el raspador, le hace saltar en

    virutas cr istalinas, con las euales colma el vaso. Ter-minada la operaciun, torna una de las botcllas alinea-das en su easillero, y vicrte sobre el hielo, un cho-rro de jarabe de un colorido rabioso (r ojo, de pita-haya; verde, de eardenillo; amarillo, de chilindron,como el exigente consumidor prefiera) y con unalarga cucharilla deslustrada rernueve el contenido.Los ojos avidos de los ehieos, siguen la maniobra;no pierden el menor detalle. Y en las bocas golo-

    sas, de pringosos labios, se dibujan vagos gestosde glotoneria impaciente.

    La banda se desperdiga, ruidosa, pr ovista ya dela sabrosa conieccion; y el earretoncito pintado deverde, de un rabioso verde de loro, y toldo de 10-

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    na, amarilleada por la acci6n de las lIuvias y delsol, en que un primitivo .plncel ha fijado prodigiost.:e colorido, sigue su camino, alterando con el es-tridente repique de su campanili a la tranquilidad delos barrios arnodorrados bajo el sol.

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    A SANTIAGO LETONA H.

    J UVE anoche la fortuna de presenciar un espec-taculorle costumbres nacionales, de 10 mas curiosaque puede darse y de los que ya, desgraciadamente,van desapareciendo. Desde nino, siempre que hevenido a este pedazo de campo, sito en el valle delas Tres Ceibas, he oldo a todo el mundo hablar conentusiasmo de tanta famosa velaci6n. La de SanJer6nino no es la mas brillante; 10 es la de SantaCatarina, la Virgen de la cirnitarr a y de la rueda decuchillos, patrona de estos lugares. Cuando ella

    lIega, de paso, a alguna casa, est a es arrojada porla ventana 6 por la puerta, si no hubiere ven-tana. Tarnbien se vela a San Antonio del Monte,con su nino en brazos; a San Sebastian, con unchiquero de f1echas atravesandole pecho y piernas;a San Jose, con su varita florecida; a Santa Lucia,ofreciendo a Dios sus ojos de cristal en un platode lat6n .

    Anora, cuando el tiempo que rueda y pasa sin

    detenerse un instante (como en la balada del poetaaleman), ha rnarchitado estas fiestas, cuando hanperdido muchisimo del brillo tradicional, es cuandome he decidido a presenciar una de elias. Y me hahecho identico efecto que el encontrar un dia, revol-

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    viendo el fonda' de un cofre claveteado y recinchado,un ramillete de flores de genero, en un tiempo vis-tosas y esplendidas, y cuyos colores frescos en aquelentonces, se han tornado ahora palidos bajo el pol-vo y cuyos petalos de olan tenido, se han apabulladoo desaparecido devorados por la polilla implacable .

    . . .

    * *Como a escasa media legua, de aqui, ha pernoc-

    tado el honorable San Jeronimo, y desde hace algu-nos dias, recorre los rancherios y fincas deestevalle. Antes, la visita del Santo era gratis, espon-tanea ; Ilegaba como a su casa, sin anunciarse ysin ocasionar mayores gastos. Hoy cuesta doce rea-les...... .fuera de todo 10 demas,

    Ayer manana 10 vimos pasar en brazos de sumandadero, implorando llmosnas, Delante de elmarchaba un zipote, tocando un lento redoble en sutambor y cargando a la espalda el matate en que seconfundian las dadivas de los ereyentes eampesinos.Ahi, candelas, huevos de gallina, tusas de cuajada,botellitas de mantequi l la , atarugado el pescuezoconolotes ; tortas de pan, aguacates, motates, blancoscomo el marmot nuevo. De todo. Y por remate, col-gada al hombro por las patas, una soberbia gallinaabria el pico bajo el calor del sol y. a intervaloscacareaba afUgida, como sospechando su fatal desti-no. Eldemandadero es hombre decuerpo, gordo yIleno de salud. iCon presentes asl, el hijito de SanJeronimo debe de. pasarla muy bien!

    Despues de nuestra limosna, un reaiito chapin,Iiso a fuerza de correr por manos desconfiadas, secree el buen hombre en el imprescindible deber deinvitarnos.

    =Cerca deaqui, arribita donde las Guerrero.-lreinos. Muchas gracias, amigo.La velaclon principia hasta despues de las echo,

    al aviso del tambor que. haee aqui las veces decampana convocando Ii losfieles.

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    Con una noche obscura, pero estrellada, hicimosel viaje desde Tarascon. Eramos cinco los de lapartida. Ibamos todos con el espiritu alegre, dis-

    puestosa

    divertirnos y....... hasta rezar; 10 cual notiene nada de estrano, lector, pues todos eramosbuenos cat6licos ....... de los que cumplen.

    Al pasar por el rio, que a la sombra de susarboles y chaparrales hacla lucir opacamente supanza de agua, alguien record6 a la Sigiicnaba. Es-to di6 margen a ' que, pian pianino, sobre el polvoy entre los brefiales del camino vecinal que ascendia,caprichoso como el rastro de una cascabel , se rei a-taran anecdotas referentes a esta m uy resp e ta ble se-nora nue stra .

    De pronto oimos el redoble de un tambor. Eseredoble, aislado, perdido a 10 lejos, sonando en lasombra de la noche, y despues de una conversaci6nsobre trasgos, tenia algo defantastico. Sugerla millocas fantasias aquel tambor, redoblando en la sorn-bra. EI paso de algun ejercito de duendes.: ..... Lasbrujas,

    ahorcajadas sobre sus palos de escoba .....

    EI Zipitillo, con su gran sombrero puntiagudo, comoel de los rurales mejicanos ....... EI Cadejo, con susojos redondos y grandes como pesos y rojos comobrasas, y su tufo de macho cabrio que tira dees-paldas.

    Redoblaba, redoblaba el tambor en la sombra,mientras sublamos.

    De pronto rasg6 el espacio, iluminandolo, la

    cauda de un cohete, y sus petardos estallaron, re-percutiendo por todos los ambitos del valle.EI tambor ces6 de subito ; y conforme nos acer-

    cabamos, percibimos, sonando, un pito de cana, pas-tori! casl, que urdia torpemente algo como una an-tlcuada mazurca plebeya.

    Un grupo de perros que se abalanz6 sobre nos-otros y al cual recibimos a palos, anunci6 nuestroarribo a los de adentro. Los dueilos de casa acudie-ron milagrosamente a librarnos de aquellos ani-males, que ya habian emprendido sobre nuestraspantorillas un nuevo ataque de dientes. Sus ladridos,

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    estrepltosos y continuos, nos hacian el efecto dealgun coro marcial saludando nuestra entrada, algocomo en el segundo acto de Aida: Satvator dellaPatria ....... entre trompetas y tambores.

    Todo el patio espacioso estaba Ileno de invitados.Unos, sentados en el suelo, formando corro, conver-saban y fumaban. Otros, pelaban con sus machetesalgunas cafias, sentados sobre las piladeras y enlas canoas, 6 aislados, entablaban algun dialogoamoroso, al resguardo de la sombra. Sonaban losacordeones. Los cantadores hacian charranganear lasguitarras. Alguna carcajada resono, contagiando losdernas humores. En un corro, un viejecito relatabaalguna historia picante, pues los mozos sonreian yrnaliciosarnente dirigian miradas a las rnuchachasacicaladas que, en el corredor, formaban su socie-dad alegre y expansiva tam bien. A 10 lejos, ladra-ban los perros de la vecindad, tal vez viendo laluna amarillenta que asomaba tras el cerro deTonacatepeque, a la inversa de como en la baladade Musset: como un parentesis invertido por ca-pricho sobre las jorobas de una m. En uno de losamates confinados al extremo del patio, un gallolanzo una ciarinada de alarrna, a la que contest6un violento y agitado cacareo de gallinas, removerde plumas, oseo de patos, algun vuelo torpe de las

    surnidades al suelo. "j EI gato !"- grito alguien; yun grupo acudio al gallinero. Poco a poco volvio areinar la tranquilidad en el serrallo de los sultanesde la pluma que enfundaron sus clarines y se dur-mieron. EI ruido de la fiesta no interrunpia Stlsuefio reparador.

    En et rancho del centro se habia instalado alSanto. --h

    Sobr e una mesa, cubierta por una cortina, ydentro un tosco carnarin de tablas pintado de verde

    'yadornado de rojas molduras, San Jeronimo - elaustero fundador del Monasticismo - alzaba dos de-dos de su mano derecha para bendecir a las pobrescarnpesinas que rodeaban su altar, mientras con laizquierda sosteniaun gruesa Vulgata. Sobre el pe-

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    cho, Ie cala la zalea de su gran barba despeinada'y la calva del solitario de la gruta de Belen, espe

    jeaba a la luz de los candiles y de las tnechonas decebo como una bola de billar. EI, que cdio con tan-ta fuerza a las mujeres, y euyo recuerdo atormen-taba sus soledades, se ve constantemente rodeadny agasajado por elias; y es ley, que es uno de loSsantos preferidos por las faldas. i Tal vez porquelas trato tan mal, ellas acuden a ell Vimos de cercaal Santo y Ie besamos los pies. Observando su fiso-nomia, nos parecio que la cornpafiia desagradaba almonge que vlvlo entre las piedras de una gruta, enla sola union de una Biblia (que el mismo hablatraducido del he breo al latin), su conocida Vulga-ta, un crucifijo y una estera en que tenderse .pero que segurarnente no tejia el mismo como SanAntonio.

    Cada vez iban Ilegando mas invitados. Cuandoen alguna parte hay velacion, todo el mundo se

    cree con derecho a asistir. Nadie, ni el rnismo quepaga la fiesta, se inrnuta por ello,De los grupos que Ilegaban, las mujeres pene-

    traban en el recinto del Santo, mientras los hom-bres permanecian en el patio; 0 silenciosos: comoescurr iendose, iban a aumentar el numero de losque, en corro, a la luz de una vela pegada a untejo, jugaban al chivo 0 a la baraja pur os 0 reso-bados reales. Esa es la costumbre,

    La hora del rezo se anuncio con repiques decampanilla. Todo el mundo acudio, arrodillandoseen el corredor,en el patio, por todos lados, y prin-cipiaron las oraciones. Quien ensena , como dicenestas gentes, quien lIeva la voz, es el mismo de-mandadero, a quien pagan un peso por este servi-cio, adernas de los dace reales por derecho de ve-lar el Santo en su casa. A una or acion, cuyo final

    acornpafian todos los oyentes, siguc un canto a lagloria del patron; luego nueva oracion y nuevo can-to, y vuelta a la carga, La tarca dura larga mediahora. Los arrodillados siguen con fervor la cere-monia.

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    Terminado el rezo, se desocupo el recinto. EItambor sono de nuevo: [tan! ..... [tan! ..... [tan! .....i tan! ; y a cada golpe de palillo sobre el parche,cada uno de los individuos presentes desfilo ante elSanto y Ie beso los pies. No se quedo ni uno solosin hacer dicha operacion, .

    EI altar del Santo era todo un ramillete de flo-res, luces y papeles de color. Parecia, por el lujo,un altar de Corpus, en cuyo atavic se ha bia echado

    e l resto. Del techo del rancho colgaban guirnaldasde flores de la cruz, blancas y rojas, alternando,slmetricamente, con cadenetas de papel. Palmas decoco, arnarradas a las cuatro pat as de la mesa, unianlos extremos de sus plumones, formando patio so-bre el camarin. Gruesos racimos de be juco de chi-lillo despedian el olor de membrillo de sus floreslilas, juntando sus prestigios a las barbonas, amari-lias como el azufre, 0 a los heliotropos blancos deazucarado aroma, a las ramas de para iso , salpica-das de manchas avioletadas, a las fla res de San An-tonio, de un color vinoso, y a las del madrecacao ,en gajos, rosadas como las del almendro. Habiacierto prirnor, cierta intuicion artistica, en aquelarreglo desordenado. Se habia amontonado to do 10verde, 10 alegre, 10 que da perfume 0 cautiva Ill.vis-ta con sus colores.

    Despues del rezo comenzo Ia fiesta.Las duefios de la casa llevaban gran des bateas de

    tamales humeantes, juntos congrandes batidores deca fe negro. Se formaron circulos diferentes alrede-dor del sencillo agape, segun las simpatias. Circu-laron vasos de verdadero chachacaste , mas rico queun wiskeyla mejor marca, Sobre platos de lata, des-bordaban las torrejas de torta seca , 0 las tusas dedorados sa/pores de arroz, que se deshacen en la

    boca como una crema.Reinaba la mas franca cordialidad, esa que solose encuentra alIi, entre esa pobre gente.

    Los campesinos masticaban, beblan, char laban yreian. Los perros husmeaban, metiendo la cabezaentre las piernas, y cuando algo cachaban, se iban

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    al trote para atravesarselo en 10 oscurito, sin quenadie les estorbase.

    Cuand6 la cena term inn, principio el baile.Las guitarras, parecian querer romper las cuer-das, rasgueadas como eran con tanto brio y entu-slasmo, Las parejas valsaban, arremolinandose so-bre el suelo barrido y lustroso como una rusia, gol-peando el suelo con los talones de sus pies desnu-dos. jBailaban de una manera tan curiosa! Lentos,sin Iastidiar a su pareja, con cierta correcclon ce-remoniosa que deberian aprender muchos de nues-tros senoritos de socledad, a quienes unlcamente eluso del hac 0 del smocking da apariencias de gen-te educada.

    De tanto en tanto, se suspendia el baile, y al-guna de las parejas danzadoras, cantaba a duo unade esas tonadas planideras, senclllas, pero olorosascomo un fresco ramillete de flores de Maria, y quea un citadino, no acostumbrado a estas cosas, ha-rian soltar la risa.

    Nosotros nos retiramos despues de media noche,1uzgando que nuestra presencia les era molesta, apesar del respeto que los campeslnos siernpre guar-dan a los patrones. Quieren gozar solos, entre ellos,sin ojos que encuentran en sus regocijos motivo deentretencion.

    La luna habia cobrado un intenso brillo de an-timonio por sobre el horlzonte montanoso ; y enci-

    rna de nuestras cabezas, el cielo profundoherviadeestrellas. EI silencio era apenas turbado por elruido del viento deslizandose entre las hojas de losarboles, suavemente, pero muy suavemente, tal co.mo el race de la seda sabre la morbidez de UI}3altombra.

    Hicimos el mismo camino de cuatro horas antes,pero sin ganas de charlar, cada uno par su lado,como que si nos .hubiese invadido repentina tristeza.

    En efecto, la alegria verdadera, la sencilla ale-gria saludable, de que no podemos gozar los quetuvimos la desgracia de. nacer en una ciudad, y aha-ra, aburrido, queremos hacer una vida de campo,

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    quedaba atras, entre aquellos arnates, bajo la pajade aquellos ranchos, que surgian de la tierra fecun-da como un florecimiento de hongos de barro.

    Y atras quedaba el sendero, entre brefiales, cu-lebreando polvoso y blanco bajo Ia luz de la luna,como un prolongado rastro de cascabel.

    Y atras quedaba el rio, bajo los arboles desca-bellados y los tupidos chaparrales, brillando suslintas rodantes como el desdoblamiento de alguna

    pieza de terciopelo de plata f1amante.

    * *Cuando ya en la cama quisimos leer, para con-

    ciliar el suefio, algunas paginas de nuestros morbo-sos Iibros, tuvimos que arrojarle sin poder darnoscuenta de una sola linea Ieida. La fiesta apenas+en-trevista, llenaba nuestra cabeza de ideas raras y deextravagantes propositos. Los principales motivosde la alegria campesina se interponian, cobrandorelieve tentador, entre la paglna del libro y nues-tros ojos,

    Noviembre de 1908.

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    1lIDI, PAGLlACCIO.La frase de Cannio en la opera sugestiva de Leon-

    cavallo, queda vibrando en el alma del oyente y lasumerge en un pielago de amargas reflexiones.Reir! Y mas reir! Siempre reir! .Y en el casu del poverino Cannio, reir Ilorando,

    como Garrik. La risa bajo la mascara; la lagrirnaempapada en el reflejo de una falsa alegria.

    Rie, payaso I Rie!EI publico 10 quiere; el publico aplaude; el pu-

    blico se 'dlvierte : el publico es quien paga; pero esepublico no alcanza la profundidad i bien amarga l dela filosofia vestida de carnaval de Cannio:

    - "No creais que porque somos unos pobrespayasos, y vivimos de las risas de vosotros, no,..te-nemos corazon " .....

    Tarnbien ellos, los pobres payasos vagabundos,los pobres payasos hambrientos, los pobres paya-sos desarrapados, tieneu su corazoncito, que se ca-

    Iienta (10 mismislmo que el nuestro) al rescoldo deuna afecci6n, 0 se enciende en la hoguera de unodio.

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    Tambien ellos, los pobres payasos miserables,lospobres payasos desamparados, los pobres payasosrnartires, tienen sus lagrimas, junto con sus risaspasajeras. T'ambien para ellos, por mementos, lavida tiene sonrisas.

    Y sus risas, en su brevedad, tiencn tres puntos,como los triangulos, Uno de ellos, converge al co-raz6n; y su contacto, 10 despierta y 10 anima. EIrniraje es pintoreseo. Se parodia a la [ovialidad.

    Rien al amor los pobrecitos payasos, como a laEsperanza, 5610 que esta, a veces, esta tan lejana,que pierde su color risuefio y se tizna de melancoIia,o de imposible; 10 fatal; 10 inabordable. .

    De la audici6n de la opera de Leoncavallo se salecon el alma fuertemente oprimida; con los nervioshechos rrizas ; enfermos de emoci6n; anonadados porla intensa fuerza drarnatica del poema. Nos pone en

    las fronteras de las lagrimas. Y un motivo retenidoen la memoria y repetido en el camino, entre lassombras y el frio de la noche, sugiere un mundo dereflexiones pesimistas.

    Y ahi, a las primeras horas, Cannio es feliz,muy feliz.

    EI carret6n entoldado; Arlequino, il Dottore, Co-lombina, Pierrot: son su todo. La blancura tragica,y el Dolor que va a surgir y a mancharse de sangre,ruedan por los caminos polvorosos, sin saber quesu huella la sigue la Fatalidad. La Pantomima, lIenala vida, y la hace menos pes ada. La Farsa, tienemucho de consoladora, algo de santa.

    Pierrot ve el claro de luna, por costumbre, peroya ha dejado de amar a Selene, la princesa clorotica,Ha corporizado su amor etereo. Colombina es unafanciulla sana, de carne y hueso, napolitana de colorfresco y manos diminutas, y que se ric de una ma-

    .nera loea y alborotadora. Pierrot- Tonnio ama, tras-pasando el velo de la ficci6n pantomimesca, a lamujer que la encarna. Ama a Nedda, la mujer deCannio. EI eterno drama I Para gozar la vida, quees breve, y que resulta una carga abrumadora, esnecesario tinturarla de amor. EI am or es un color puro;

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    y se rnatiza a la luz, en mil cambiantes tenta-

    dares.Rueda el carreton desvencijado. Rueda par la ca-rretera polvorienta y accidentada. Rueda par lasaldeas silenciosas. Rueda par las estepas slberianas,par los africanos desiertos, par los ardientes paramosargelinos, par las soledades de la Crimea, par losanimados villorrios espanoles. EI carreton va partodos lados. Tomasso Bescape es un empresariogenial.' Su tosca piqueta hace brotar de la pen a masarida, copiosa vena de centimos, y fiorecer, comolos helechos, las coles y los nabos,

    Despues de una larga corre ria, como etapa deun costoso traslado, estacionan par la noche en elrincon de una pradera, ba]o el pabellon del grancielo estrellado, cerca de un riachuelo que murmura,y en el que Hercules pesca hermosas truchas canque enriquecer la cena exigiia.

    Mientras tanto, Tonnio hace una pirueta, al bos-tezar ; Nedda, remienda sus mayas.: junto al fogonde ramas secas; Cannio, Ilene de felicidad, da debeber .. en un cuba de madera, al cabaile]o queestirasu pata acalambrada. Ladra el perro saltarin en sujaula de madera. EI burrosabio ramonea placida-mente sus hierbas, al compas del balanceo de susgrandes orejas peludas. Y sobre el zinc del techodel carret6n, Mimo, el mono, se rasca la barriga

    con movimientos comlcos, Y mas arriba, desde elcielo, la luna lIena, como cara de anciana bien ce-bada, incrustada entre millones de estrellas, les miracon ojos maternales. Son sus hijos, los pobres va-gabundos de las barracas, los tristes sotiadoresdesamparados.

    He ahi como la vida es feliz con tan poco. A esahora, las primeras del poema leoncavalesco, todo esde rosa, en media de la negrura de la vida.

    En habiendo amor, el puchero sabe a gloria. Losbesos 10 sazonan como el mas rico y mas viejoBurdeos de las bodegas francesas.

    Cannio se ve, todo entero, alma y cuerpo, en losojos de Nedda. Esos ojos, para el, son tan limpios,

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    dicen tanto 1 Negros son; pero en ese lago de sornbras,todavia no ha naufragado ninguna alma incauta, nininguna rMaga de brisa pliega la tranquilidad desus ondas.

    Van de pueblo en pueblo, de aldea en aldea.Ella echa la suerte, toea el pandero, pone la mesaen la pantomima, desdefia a Arlequino, y rie , ric,rie, en una serie indescriptible de escalas crista-linas y con una jovialidad estupenda, EI (Ia blan-cura que es por ahora solamente comics), da lospasos festivos y quiebra las elasticidades felinas dela pantomima. Hay momentos en que tiene algo deLtigre. No ternais nada de el! Es soLamente un gatoque se descoyunta entre su traje bornbacho, bajoBtl gorro puntiagudo que remata lin sonoro cascabel.Es un gato que ronronea, se aliza los pelos, y que,enroscandose entre Las cenizas, se duerme tranqui-lamente.

    La vida tarnbien es una pantomima, en que Pie-rrot lleva mascara y Colombina se disfraza de milmaneras. Siempre el final de esa pantomima esbufonesco. Rarisimas veces 'tiene el valor de acabartefiida en sangre, 0 de extinguirse con dignidad.La cobardia se disfraza de valor. EI mono se ponefrac y condecoraciones, y adquiere un titulo acade-rnico, 0 es "Padre de la Patria". EI as no siernpre

    es y sera asno, a pesar de 10 cual, a veces, suelenllamarle "Grande hombre", y merecer honores in-con tables. Asi es el mundo: sin plan preconcebido;en pleno desbarajuste: tristemente comico y triste-mente despreciable. No hay por donde poder to-mario a 10 serio ; y si se tiene, por casualidad, lacandidez de hacerlo asi, se cae en el ridiculo.

    Y llega el momenta en que en la opera de Leon-cavallo, ya no es todo alegria.

    Los celos no han despuntado todavia. EI maridorie tranquilo y da de beber al caballejo, monda laspatatas del puchero, retuerce el pescuezo al polio,rifie con el trombonista, arma y desarma la tienda,entre risas y bromas. La sospecha se queda a lapuerta de La barraca. Vacila sin traspasar el urnbral,

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    o echar pie atras. No tiene nada que entrar ahacer ; no tiene aun vida que turbar ni paraiso quetrocar en intierno.

    Pero la venganza, en la sornbra, acecha la oca-sion. No usara del puilal clasico ; pero pondra enjuego algo peor que el pufial: el soplo.

    Tonnio, que ama como solo el puede amar, yque es despreciado; Tonnio, cuyo amor a Neddaes pagado a fuetazos; Tonnio, un Yago de barr aca,cuyo querer es visto con des den por ser "un amor

    de payaso", como si bajo un jubon de colorines nopudiese latir un gran corazon, como si una pasionno pudiera ir embadurnada de harina y hacer ca-briolas; Tonnio, el tarnbien poverino Tonnio, va avengarse, va a ser vengado. Su figura insignificantede paciente aguantador de puntapies y de bofeto-nes, se alza. Toma proporciones de heroe,

    Bajo la listada lona de la tieuda, a la sombrade la noche, la culpa llega, de puntillas. Neddacae; y ante ella el cielo del amor prohibido rompeen mil albas de encantos desconocidos. i Oh I EIbeso rob ado al abrigo del misterio! La mirada afurto! La caricia a mansalva! La honra, pisoteadapor morboso capricho I

    Y desde entonces en la pantornirna, la risa deColornbina tiene mil flexibilidades nuevas, mil gor-geos desconocidos, mil matices imprevistos. Es un

    pajaro , ebrio de felicidad, picoteando al sol unafruta madura, henchida de miel. La coqueteria delguitiapo tiene su elegancia inconsciente. Las mayasse tifien de nuevo, se rejuvenecen en la tina deltefiidor; las lentejuclas cunden; la enagililla alrnido-nada, cruje con malicia; sobre el pecho, a Ia cfrilladel escote, las rosas abren sus broches, munca 10hubieran hecho l, y sc desmayan en la intensa locu-ra de su calido perfume. Nedda se vuelve coqueta.Nedda ama. Nedda es feliz. Y Tonnio, ronda, ron-da, como un lobo hambriento su presa. Sus ojostienen vidreos de dernente : sus labios sequedadesde canicula; en su pecho sc ha clavado la sospecha;y la ocaslon, j esa terrible ocasion l, va a enclavar-

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    Ie en una cruz, como los leones en el tragico pasajede Salammbo: Tonnio comprende una noche queNedda no puede amarle nunca. Aquel corazon demujer es ajeno; otro ha sembrado Sus flores enaquel tiesto. Otro succe, con labios glotones, lasgotas de roclo de aquellas corolas humanas; otrorecoge aquellos suspiros de extasis, aquellas pala-bras balbuceadas en pie no paroxismo, que el buscay persigue a traves de las miserias de la barraca.

    Estalla entonces la gran torrnenta. EI corazon deTonnio rebosa de hie!. Exige. EI ruego es ya grito.La risa se convierte en m ueca v sardonlea. i A otro10 suyo I Nunca! ..... La muerte es preferible a esetormento de condenado l I De otro.l Pues ira a lamuerte..... y no solo. i Suya ..... 0 de nadie I ,:,Looyes, Nedda? ..... EI color de rosa primerizo del idiliose macula; se pone de luto. EI rencor se agazapa,como un tigre que va a cazar, esperando la sinies-

    tra oportunidad de apagar su sed de exterminio.Todo va tifiendose de rojo. Huelc a sangre. Lacareta cae ; y el hombre, el Cannio confiado, el Can-nio feliz, tiene mucho de fiera entonces. Ya no esgato que duerme entre las cenizas. La blancura dePierret ya no es la blancura cornica, se trueca enblancura tragica, en sudario, Se tifte de purpura,porque tiene necesidad de marcnarse ; porque esnecesario que asi sea. La cara, a traves de Ia ha-rina, tiene contracciones Iunebres. Su palidez esde cirio.

    Y en medio del desperdigamiento de las risasde la pantornima, la punta del pufial busca los co-razones traidores,

    Ya no es el poverello payaso que canta sus clansdesde 10 alto de la engalanada carreta, entre lamuchedumbre agrupada ; es el Vengador que se alza,

    blanco, enorrne, triste, sollozante entre dos cada-veres. Tonnio sonrie. i pero que sonrisa! Pareceuna mueca. La sangre de Nedda y de Silvio Ie hasalpicado. No podra [amas volver a reir con fran-queza; no sabra ya mas 10 bueno de la risa. Surisa tendra pliegues ; sera una risa mortuoria.

    3 - ARTURO AMBROGl, El tiempo que pasa .....

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    La frase final: la commedia e finita, es de unefecto terrible.

    La comedia ha terrninadol ..... EI pufial, tin to ensangre, rueda por los suelos. Es odioso, pero essanto; es Redentor.

    Pobre Pierrot! Ahora Selene te ha recobrado porcomp!eto.Puede verte de nuevo, lloroso, desenca-[ado, vagar indiferente, cuerpo viviente con almamuerta, huyendo de! Ideal que tanto ambicionaste yque nunca lograste poseer. Pero ahora puede otre-

    certe el consuelo de sus besos misteriosos , puedederramar sobre tus heridas dolorosas el balsamo desus cancias irnpalpables. Tu blancura ha entradopor fin en la sombra, como un claro de luna quese borra.

    Enero de ]905.

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    J;STABAMOS en el taller de Ferracuti aquella mafia-na, Alberto dibujaba sobre un trozo devitela asal-monada un marco de ornamentacion rococo. Sulapiz corrta ligero y ondulante, produciendo apenasun aspero rumorcillo que denunciaba sus evolucionescreadoras. Hojeaba yo, con calmosa lentitud, uno delos albums de las Exposiciones Veneclanas. Dandolas espaldas a la ventana, de codos en et velador;la luz flula de lleno sobre la pagina, iluminandolacon prestigios cristalinos. Mi acompanante, prirneri-zo en visitas a aquel sitio, revisaba las acadernlasde. yeso y los trozos de tela, llenos de apuntes, queesmaltaban las paredes. Sobre un caballete, un SanJose, de AsH; sobre un estante, con algunos IIbrosy portafolios, el perfil de un Apolo gallardo ; unacabeza de Jupiter, barbuda y cefiuda; varios trozosde yeses, patin ados per el polvo y el uso. Mi ami-go 10 curioseaba todo, con curtosidad femeni!.De pronto detuvose ante el molde de una mano.

    - Preciosa mano.l - exclamo, interrumpiendo miagradable tarea (en aquel memento examinaba LaTentaeion de San Antonio, de Moreli, tocada de lasuntuosidad del libro maravilloso de Flaubert).

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    Y luego agrego :- i. Recuerdas las manos de Imperia del divino

    Theo?Simultanearnente, por una confluencia sentimental

    los versos de Gautier surgieron en nuestras mentesy en Ia punta de los labios se detuvieron, comopalomas al borde del cano de un alero:

    Chez un sculpteur, moulee en platre,rai vu I'autre jour une mainD'Aspasie ou de Cleopatre .

    Estabamosetectlvamente en casa de un artista,y aquella mano, vaciada en yeso, podia muy bienser la de la Imperia del poeta miliunochesco.

    Mi amigo, de pie ante la academia, sentlase comohipnotizado. Su mirada acariciaba aquella forma concierta tujuria sorda e impotente. Le seducia la blan-cura de aquel yeso, que daba toda la llusion de unamorbidez extrema, supina, tal, que rechazaria lapresion mas leve de los dedos que intentaran profa-narla. Tentabale la gracia de aquellas Iineas; aquellosdedos, finos y largos; aquellas yemas que hacianpensar en 10 dulce que seria morderlas hasta ha-cerlas sal picarse de gotas de sangre, como un liriode gotas de rocio. E idealmente besaba, con besohurnedo y prolongado (un beso agotante, que se pegaba a la carne como un pulpo) aquel dorso en queJas venas se dibujaban, en azul, como tras un cristaIel agua del mar.

    Y proseguia, fijos los ojos en la provocadora aca-demia:

    A-t-eUe [oue dans les bouclesI' es cheveux lustres de don Juan,Ou sur son caftan d'escarboucles

    Peigne la barbe du Sultan .......

    Cuando mas tarde nos despedimos de Ferracuti,mi amigo lIevaba, envuelta en una Tribuna romana,

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    bajo el brazo, la mana .de Imperia, Con el cuidadocan que un devoto sopesaria la mas sagrada de lasreliquias.

    Caminando me dijo :- Iremos, si te parece, a tomar algo. Tengo sed,

    mucha sed. Mi contemplaci6n estetica me ha cansa-do. Me parece que acabo de concluir una jornadade veinte leguas ....... Te contare una historia queahora, estirnulada por el hallazgo de esta mano deyeso, revive en mi.

    Fuimos al cafe. Y alii, en un rinc6n de la salitainterior, y despues de desenvolver la mana y acari-ciar, en silencio, con el dedo indice, todos sus con-tornos, mi amigo solto la espita, mientras yo Ie oiaen silencio, observandole a la cara, 6 garrapateandocon mi lapiz la esquina de un diario que alii estaba.Nos encontrabamos solos, por fortuna .......

    - ..... i. Sabes tu cual es y sera mi mayor deseoPOl' ahora, algo que de noche, s610 en las sombrasde rni dorrnitorio, deseo de una manera vivisima?Que esas dos manos suyas (mi amigo estaba ena-morado de una de nuestras mas hermosas rnujeres,de la cual corrian historias un poco gal antes, y conquien sostenia activa correspondencia), que esas dosmanecitas que tu has visto en misa, sosteniendo eldevocionario, resaltando en candide relieve sobre lapasta, se queden abandonados, por largo rata, entrelas mias ..... lIll largo rato un largo rato abando-nadas entre las mias Asi, aprisionadas esas dosmanos! Asi mias! Un suefio todo. Manos blan-cas en la sombral Fija la atenci6n, cornpenetra-da en esa idea, lIegan a tomar cuerpo, a palpitaresas dos rnanecitas ....... Dos lirios aparejados .......Tengo la obsesi6n de las manos. Las manos perfec-tas me hacen delirar, Lo primero que yeo en unarnujer, imprescindiblemente, casi de una rnanera in-voluntaria, son las manos. La mano desnuda, libre;esas manos que, como a Dechartre, en Le Lys Rougede Anatole France, Ie parecia qu' elles etaient nuespar volupte. Y te contesare que odio los guantes; esuna invencion necia y estupida Alguna mujer

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    que tuvo manos feas, trato de ocultarlas asi a losojos de su amante Te hare una confidencia: undata, rnorboso tal vez, pero que a mi no me 10 parece,

    Y esta es la historia que te prornetla. Escucha, siquieres .......

    Y removiendo con la cucharilla el .fonda de sucopa-ybebiendose de un sorbo todo el vermouth,prosiguio :

    - Una mujet me habia heche ilusion. Era casadaCOn un abogado, un buen hombre, maduro, que pa-recia quererla ....... pero a quien la ataxia inutiliza-ba. Sabes tti, esa azotadora de hombres que losmedicos nombran Enfermedad de Duchenne. Sufriamucho el pobre viendose acabado, imitil, una ruina,,:/a su mujercita, en todo el esplendor de su otono,que es cuando la rnujer es mas provocadora .......Despues de los cuarenta anos cuando en esalira todas las cuerdas estan prestas y no hayque trabajar en prepararlas ....... Cuando la boca hamadurado, C0l110 la uva al sol, y ofrece a nuestros

    labios sedientos toda la embriaguez de su juga.La veia en un paseo todas las tardes. Cierto ami-go me dio minuciosas referencias suyas. La mirelarga, profu!1damente, muchas veces ~ y la mirada,como tu sabes, pocas veees miente: todo 10 den un-cia. La mia Ie decia que. la deseaba ardienternente .....Mi mirada era una mirada de toma anticipada deposesion: la "mirada desnudadora" de rOctave Mir-beau. La segui; fui su sombra; concurr! con fre-cuencia al teatro a que ella iba, Y durante toda lanoche, desde mi butaca, no Ie quitaba ojo de enci-rna. Mi mirada buscaba su cuello, mas blanco quelas perlas de su collar, y pen saba en los besos quepodria humedecerlo ....... Llegue hasta a esperar hechoun bobo, muchas veces, a la puerta de la Casa Para,al lado de su carruaje, para verla subir, Ella se fijopor fin en mi, una tarde de concierto ...... Recuerdo

    que tocaban la obertura de Les Mucisiens- deFlotow ....... una preciosidad I ..... Me mire algunasveces, fijamente, como desafiando la .insolente insis-tencla de la mia. Me rniro ....... por sobre las cla-

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    viculas de su marido, que se dibujaban, con seque-dad geornetrica, bajo el cheviot de su levita. Alen-tado por 10 acontecido, fui un poco mas lejos. Pase,y repase su calle (No caviles, querido, que 10haras lnutilmente Esa escena erotica, mejor,erotomaniaca,no acontecio aqui, a pesar del disfraz).Las primeras veces, in uti! aquel bureo ....... La ave-nida en que ella vivla era ancha, y bajo la sombra

    de los alamos, en plena frondosidad entonces, 'habiaringlas de bancos de piedra. Me estacionaba en uno,frente a su casa, y leia los diarios de la tarde .... 6veia correr el agua en los canales. Un dia ella seasom6 ....... como por casualidad (pero tras los vi-drios habia percibido su sllueta todas las tardesque yo lIegaba). Esa vez senti su mirada gravitandofrancamente sobre mi; mis nervios vibrando, comoque se exasperaban bajo aquella indignaci6n, pa-recia que iban a sal tar hechos anicos, Me fije, Susojos eran negros, y eran grandes ....... pero no erande ensuefio, de esos ojos en que la luz se diluye y,como que se duermen, y que hacen divagar. ...... Erannegros, y eran grandes, aquellos ojos, fijos en mides de un segundo piso ..

    Y otras tardes iguales Y otros diarios leidossin darme cuenta siquiera Servian de trincheraaquellos pobres papeles impresos, en los que a ve-ces habia articulos mios.

    Un dia la casualidad quiso que en una kermesseen la Quinta Normal, ella estuviese con una amiga,al frente de un puesto de f1ores. Sobre la mesa, enlas bandejas, habia tal aglomeraci6n de flores, quesu busto, acorazado en un corpino de sed a magenta,deslumbrante al sol como un broquel de pedreria,hacla pensar en una hada de la Primavera que emer-

    giera de entre los restos de aquel jardin decapitado ........ Yo iba con un amigo, de esos que comprometen(y yo soy poco amigo de ridiculas genuflexionessociales). Al vernos acercar, al reconocerme, sonrio ....(su sonrisa era carnal. ...... la pulpa se ensangrentabacon el brillo de la humedad que la punta de la len-gua le prestaba al repasar continuamente los la-

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    bios ...... Nada, ni remotamente, habia de espiritualen aquella sonrisa. EI contraste de esas sonrisastenues, casi lmpalpables, que recuerdan a las con-valescientes a qulenes can carino, con delica-deza surna, se les hace beber una tizana, 6 se lesacornoda mejor entre los almohadones). Sonri6 a!verrne Cerca ya, el brillo de su sonrisa queprovocaba, casi me hizo sufrir un vertigo Des-pues oi su voz. Algo de recuerdo lejano de musica ;pero rnuy lejano .. , .... Voz de una pastosidad encan-

    tadora. A rni amigo Ie alargo un erlsantemo blanco;a mi, un clavel raja, sangre de toto, 6 lacre infla-mado. ~ Habria un sirnbolo en ello? En es(movirniento de donacion, mis ojos buscaron losdedos, la rnano tocla que- alargaba una flor. Er2pequeftina, cargada de sortijas que la iluminaban,con los destellos de sus gemas, de una manera tan-tastlca, La mancha sanguinolenta de la flor espanoladetonaba bizarramcnte sobre aquella suntuosidad .

    ....... Que mano! Larga, estrccha, perfecta casi. .... Acualquiera menos rebuscador de necias esteticas, lehublcra parecido deliciosa, digna de mojase a besos.En rni fue una decepci6n ..... No