El Toro y La Lanza - Michael Moorcock

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Corum Jhaelen Irsei, el Príncipe de laMano de Plata, también conocido comoPríncipe de la Túnica Escarlata, haperdido a Rhalina, su esposa mabden, yvive sumido en la melancolía y eldesconsuelo. Pero Corum, comoencarnación del Campeón Eterno, no es unser destinado a conocer ninguna clase dereposo, y aun en medio de su desdicha seve arrastrado a un nuevo conflicto que learranca de su propio tiempo. Muchodespués de la muerte de todos los dioses,el pueblo de los mabden se enfrentadesesperadamente a la terrible amenazade los Fhoi Myore, una raza monstruosaexiliada en el Limbo que está destruyendo

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su mundo mediante el frío. Corum esllamado en su auxilio y conoce al reyMannach y a su hermosa hija Medhbh. Yasí, el destino de ambos y de todos losmabden queda en manos de un príncipevaghagh que se encuentra acosado por supropia e ineludible desesperación.

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Michael MoorcockEl toro y la lanza

Trilogía de Corum I

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ePUB v1.0Dyvim Slorm 05.01.12

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Autor: Michael MoorcockEditorial: Martinez RocaTítulo Original: The Bull and the SpearAño 1ª Edición Original: 1973Nº de páginas: 192ISBN 10: 84-270-1875-4ISBN 13: 9788427018754

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Para Marianne.

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PrólogoEn aquellos tiempos había océanos de

luz y ciudades en los cielos, y bestias debronce que volaban. Había rebaños dereses carmesíes que rugían y eran másaltas que castillos. Había criaturas verdesde voces estridentes que moraban en ríososcuros. Era una época de dioses que semanifestaban sobre nuestro mundo entodos sus aspectos; una época de gigantesque caminaban sobre las aguas; deespíritus sin mente y criaturas deformesque podían ser invocadas por unpensamiento imprudente, pero a las queluego sólo se podía expulsar mediante el

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dolor de algún temible sacrificio; demagia, fantasmas, naturaleza inestable,acontecimientos imposibles, paradojasdisparatadas, sueños convertidos enrealidad y sueños retorcidos eincontrolables; de pesadillas que sevolvían reales.

Era una época maravillosa y unaépoca oscura; la época de los Señores delas Espadas; cuando los vadhagh y losnhadragh, enemigos desde hacía eras,agonizaban; cuando el ser humano, elesclavo del miedo, acababa de aparecersin ser consciente de que una gran partede los terrores que experimentaba erameros resultados del hecho de que élmismo había cobrado existencia. Ésa era

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una de las muchas ironías relacionadascon los seres humanos (que en aquellostiempos llamaban mabden a los miembrosde su raza).

Sus vidas eran breves, pero losmabden se reproducían a un ritmoprodigioso. Les bastaron unos cuantossiglos para dominar el continente orientalen el que habían evolucionado. Duranteuno o dos siglos, la superstición lesimpidió enviar un gran número de susembarcaciones hacia las tierras de losvadhagh y los nhadragh; pero el que no seles ofreciera ninguna resistencia hizo quese fueran envalentonando poco a poco.Empezaron a sentir celos de las razas másantiguas, y la maldad comenzó a florecer

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en sus almas.Los vadhagh y los nhadragh no eran

conscientes de esto. Llevaban un millónde años o más viviendo sobre el planeta,que ahora por fin parecía hallarse en paz.Conocían la existencia de los mabden,pero no consideraban que se diferenciasendemasiado de las otras bestias salvajes.Los vadhagh y los nhadragh seguíanpermitiéndose sentir los odiostradicionales que siempre se habíaninterpuesto entre sus razas, pero ahoradedicaban las horas de sus largas vidas alexamen de las abstracciones, la creaciónde obras de arte y otras empresassimilares. Racionales, sofisticadas y enpaz consigo mismas, las razas más

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antiguas eran incapaces de creer en loscambios que se habían producido y poreso, como ocurre casi siempre, pasaronpor alto las señales y los portentos.

Las dos razas enemigas habían libradosu última batalla hacía ya muchos siglos,pero a pesar de ello no había ningúnintercambio de conocimientos entre ellas.

Los vadhagh vivían en gruposfamiliares que ocupaban castillos aisladosesparcidos por un continente al quellamaban Broan-Vadhagh. Apenas existíaninguna clase de comunicación entre esasfamilias, pues los vadhagh habían perdidoya hacía mucho tiempo el impulso deviajar. Los nhadragh vivían en ciudadesconstruidas en las islas de los mares que

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se extendían al noroeste de Bro-an-Vadhagh. También habían reducido almínimo los contactos entre ellos, e inclusolos parientes más cercanos rara vezllegaban a verse. Las dos razas seconsideraban invulnerables. Las dosestaban equivocadas.

El ser humano, ese presuntuoso reciénllegado, estaba empezando a reproducirsey se extendía sobre el mundo igual queuna plaga. Cada vez que entraba encontacto con las viejas razas, la plagaacababa con ellas; y el ser humano nosólo traía consigo la muerte, sino tambiénel terror. Queriendo, convertía el mundoantiguo en ruinas y huesos. Sin querer,traía consigo un trastorno psíquico y

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sobrenatural de tales magnitudes que nilos Grandes Dioses Antiguos erancapaces de comprenderlo.

Y los Grandes Dioses Antiguosempezaron a conocer el miedo.

Y el ser humano, esclavo del miedo,arrogante en su ignorancia, siguióavanzando con paso tambaleante. Estabaciego a las enormes alteraciones ytrastornos causados por sus aparentementediminutas y mezquinas ambiciones. El serhumano también padecía una agudacarencia de sensibilidad, y no eraconsciente de la existencia de la multitudde dimensiones que llenaban el universoen las que cada plano se intersectaba convarios otros. No ocurría así con los

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vadhagh o los nhadragh, quienes habíansabido lo que era desplazarse a voluntadentre las dimensiones a las que llamabanlos Cinco Planos. Los vadhagh y losnhadragh habían tenido atisbos y habíancomprendido la naturaleza de muchosotros planos aparte de los Cinco a travésde los que se movía la Tierra.

En consecuencia, el que esas razasperecieran a manos de criaturas quetodavía eran poco más que animalesparecía una terrible injusticia. Era comosi unos buitres discutieran entre ellos paraquedarse con los mejores bocados delcuerpo paralizado de un joven poeta quesólo podía contemplarles con ojos llenosde perplejidad mientras los buitres, que

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nunca llegarían a saber qué le estabanarrebatando, le iban despojando poco apoco de una existencia exquisita quenunca podrían apreciar.

«Si hubiesen valorado lo que robaban,si hubieran sabido qué estabandestruyendo —dice el anciano vadhagh enla historia "La única flor del otoño" — ,eso me habría consolado.»

Era injusto.Creando al ser humano, el universo

había traicionado a las razas antiguas.Pero se trataba de una injusticia tan

perpetua como familiar. Los seresconscientes pueden percibir el universo yamarlo, pero el universo no puedepercibir y amar a los seres conscientes. El

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universo no ve distinción alguna entre lamultitud de criaturas y elementos quecomprende. Todos son iguales, y ningunoes favorecido por encima de los demás.El universo, equipado únicamente con losmateriales y el poder de la creación,continúa creando: un poco de esto, unpoco de aquello... No puede controlar loque crea y, al parecer, no puede sercontrolado por sus creaciones (aunquealgunas puedan engañarse a sí mismascreyendo lo contrario). Quienes maldicenel funcionamiento del universo maldicenalgo que está sordo a sus maldiciones.Quienes se enfrentan al universo luchancontra aquello que no puede ser afectadoo violado. Quienes agitan sus puños los

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agitan ante las estrellas ciegas.Pero esto no significa que no haya

algunos que intentarán enfrentarse encombate a lo invulnerable y destruirlo.Siempre habrá criaturas que no podránsoportar el vivir en un universoindiferente, y a veces serán criaturas deuna gran sabiduría.

El príncipe Corum Jhaelen Irsei erauna de ellas, quizá el último de losvadhagh, a veces llamado el Príncipe dela Túnica Escarlata.

Ésta es la segunda crónica que narrasus aventuras. La primera crónica,conocida como «Los Libros de Corum»,contó cómo los seguidores mabden delconde Glandyth-a-Krae mataron a los

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parientes del príncipe Corum y a susfamiliares más cercanos y enseñaron conello al Príncipe de la Túnica Escarlatacómo odiar, cómo matar y cómo desear lavenganza. Hemos oído contar cómo elconde Glandyth torturó al príncipe Corumy le despojó de una mano y de un ojo, ycómo Corum fue rescatado por el Gigantede Laahr y llevado hasta el castillo de lamargravina Rhalina, un castillo edificadosobre una montaña rodeada por el mar.Rhalina era una mabden (de las gentesmás amables y civilizadas de Lwym-an-Esh), pero Corum y ella se enamoraron.Cuando Glandyth puso en pie de guerra alas Tribus del Pony, los bárbaros delbosque, para atacar el castillo de la

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margravina, ella y Corum buscaron ayudasobrenatural y debido a ello cayeron enmanos del hechicero Shool, señor de laisla llamada Svi-an-Fanla-Brool, elHogar del Dios Saciado. Corum por fintuvo una experiencia directa de aquellospoderes malévolos que actuaban en elmundo con los que hasta entonces nohabía mantenido ninguna clase decontacto. Shool le habló de sueños y derealidades. («Veo que estás empezando ahablar y argumentar como un mabden —ledijo a Corum—. Mejor para ti, si es quedeseas sobrevivir en este sueño mabden.»«¿Es un sueño...», preguntó Corum. «Esalgo parecido a un sueño, pero es lobastante real. Es lo que podrías llamar el

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sueño de un dios, y también podrías decirque se trata de un sueño al que un dios hapermitido que se convirtiera en realidad.Me refiero al Caballero de las Espadas,naturalmente, quien tiene poder sobre losCinco Planos...».)

Con Rhalina prisionera suya, Shoolpodía hacer un trato con Corum. Le diodos objetos mágicos —la Mano de Kwll yel Ojo de Rhynn — para que sustituyerana los órganos que había perdido. Entiempos pasados, esos artefactosenjoyados habían sido propiedad de dosdioses hermanos, conocidos como losDioses Perdidos porque se habíandesvanecido tan repentina comomisteriosamente.

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Armado con esos objetos, Coruminició su gran empresa, que le llevaría aenfrentarse con los tres Señores de lasEspadas —el Caballero, la Reina y el Reyde las Espadas—, los poderosos Señoresdel Caos. Y Corum hizo muchosdescubrimientos concernientes a esosdioses, la naturaleza de la realidad y lanaturaleza de su propia identidad. Seenteró de que era el Campeón Eterno, y deque era misión suya luchar contra esasfuerzas que atacaban la razón, la lógica yla justicia, y supo que debía enfrentarse aellas bajo mil apariencias y en mil erasdistintas sin importar qué forma adoptaransus enemigos. Y, finalmente, Corumconsiguió vencer a esas fuerzas (con la

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ayuda de un aliado misterioso) y expulsara los dioses de su mundo.

La paz reinó en Bro-an-Vadhagh yCorum llevó a su prometida mortal hastasu viejo castillo, que se alzaba sobre unacantilado dominando una ensenada.Mientras tanto, los pocos vadhagh ynhadragh que habían sobrevividovolvieron a ocuparse de sus asuntos, y latierra dorada de Lwym-an-Esh floreció yse convirtió en el centro del mundomabden, y se hizo famosa por suseruditos, sus bardos, sus artistas, susarquitectos y sus guerreros. Los mabdenconocieron el amanecer de una gran era, yprosperaron; y a Corum le complació laprosperidad del pueblo de su esposa. En

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las raras ocasiones en que un grupo deviajeros mabden pasaba cerca delCastillo Erorn, Corum lo acogíaespléndidamente y su corazón se llenabade alegría cuando les oía hablar de labelleza de Halwyg-nan-Vake, capital deLwym-an-Esh, cuyas murallas se hallabancubiertas de flores durante todo el año; ylos viajeros hablaban a Corum y Rhalinade los nuevos navíos que traían granprosperidad a todas las tierras, por lo queen Lwym-an-Esh nadie sabía lo que era elhambre. Después les hablaban de lasnuevas leyes gracias a las que todostenían voz y voto en la dirección de losasuntos de Lwym-an-Esh, y Corumescuchaba y se sentía orgulloso de la raza

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de Rhalina.Durante una conversación con uno de

esos viajeros, Corum decidió exponerlealgunas opiniones suyas.

—Cuando el último vadhagh y elúltimo nhadragh hayan desaparecido deeste mundo —dijo—, la raza de losmabden escalará tales cimas que sugrandeza dejará pequeña a la quealcanzaron nuestras razas en el pasado.

—Pero nunca tendremos vuestrospoderes de hechicería —dijo el viajero, ysus palabras hicieron que Corum riese acarcajadas.

—¡Nunca tuvimos ningún poder dehechicería! Ni siquiera disponíamos deese concepto... Nuestra «hechicería» no

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era más que nuestra observación ymanipulación de las leyes naturales, asícomo nuestra percepción de otros planosdel multiverso, y se puede decir que ahorahemos perdido todo eso. Son los mabdenquienes imaginan la existencia de algollamado hechicería, los que siempreprefieren inventar lo milagroso ainvestigar lo ordinario y descubrir lomilagroso que oculta en su interior. Esacapacidad imaginativa hará que vuestraraza llegue a ser la más excepcional queha conocido la Tierra hasta el momento,¡pero también podría destruiros!

—¿Acaso inventamos a los Señoresde las Espadas a los que combatisteis demanera tan heroica?

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—Sí —respondió Corum—.¡Sospecho que eso es precisamente lo quehicisteis! Y sospecho que podríais volvera inventar otros dioses en el futuro.

—¿Inventar fantasmas? ¿Bestiasfabulosas? ¿Dioses de inmensos poderes?¿Cosmologías enteras? —replicó elasombrado viajero—, ¿Me estáisdiciendo acaso que ninguna de esas cosases real?

—Eran lo suficientemente reales —dijo Corum—. Después de todo, en elmundo no hay nada más fácil de crear quela realidad. Es en parte una cuestión denecesidad, en parte una cuestión detiempo, en parte una cuestión decircunstancias...

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Corum enseguida lamentó haberdejado tan confuso a su invitado, y volvióa reír y pasó a hablar de otros temas.

Y así fueron transcurriendo los años yRhalina empezó a mostrar las señales dela edad mientras Corum, quien era casiinmortal, no mostraba ninguna. Peroseguían amándose el uno al otro, y quizácon una intensidad todavía mayor alcomprender que se iba aproximando eldía en el que la muerte la separaría de él.

Su vida era agradable, y su amor erafuerte. Necesitaban muy poco aparte de lacompañía del otro.

Y Rhalina murió.Y Corum lloró su muerte, pero lo hizo

sin la tristeza que sienten los mortales

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(que, en parte, es tristeza por ellosmismos y miedo a su propia muerte).

Habían transcurrido casi setenta añosdesde la derrota de los Señores de lasEspadas, y las visitas de los viajeros sefueron haciendo cada vez más y más rarasa medida que Corum de los vadhagh seiba convirtiendo más en una leyenda yLlwym-an-Esh iba dejando de recordarlecomo una criatura de carne y hueso. ACorum le divirtió enterarse de que enalgunas comarcas alejadas de la capitalhabían surgido altares consagrados a él ytoscas imágenes suyas a las que la genterezaba tal como habían rezado a susdioses. No habían tardado mucho enhallar nuevos dioses, y resultaba irónico

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que convirtieran en una divinidad a lapersona que les había ayudado a librarsede las divinidades antiguas. Habíanmagnificado sus hazañas, y al hacerlo lesimplificaron como individuo. Leatribuyeron poderes mágicos, y contabanlas mismas historias sobre él que habíancontado en tiempos pasados sobre susdioses anteriores. ¿Cuál podría ser larazón de que los mabden nunca tuvieranbastante con la verdad? ¿Por qué siempretenían que embellecerla y oscurecerla?¡Ah, qué llena de paradojas estaba aquellaraza!

Corum se acordó del día en el que sehabía despedido de su amigo Jhary-a-Conel, quien se llamaba a sí mismo el

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Compañero de los Campeones, y lasúltimas palabras que éste le habíadirigido. «Siempre se pueden crearnuevos dioses», le había dicho Jhary, peropor aquel entonces Corum no podíaimaginar a partir de quién se crearía unode esos nuevos dioses.

El haberse convertido en divino a losojos de muchos hizo que los habitantes deLwym-an-Esh empezaran a rehuir elpromontorio sobre el que se alzaba lavieja mole del Castillo Erorn, pues sabíanque los dioses no disponen de tiempo queperder escuchando la estúpida charla delos mortales.

Y, como resultado, Corum se fuesintiendo todavía más solo, y la

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perspectiva de viajar por las tierras delos mabden se le fue haciendo cada vezmás desagradable, pues aquella nuevaactitud de sus moradores le resultaba muyincómoda.

Todos los habitantes de Lwyn-an-Eshque le habían conocido bien, y que sabíanque Corum era tan vulnerable como ellosmismos y que sólo se diferenciaba deellos en que vivía mucho más tiempo, yahabían muerto también, y en consecuenciano quedaba nadie que pudiera negar lasleyendas.

Corum había acabadoacostumbrándose a las costumbres de losmabden y a estar rodeado de gentes deaquel pueblo, y no tardó en descubrir que

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ya no encontraba mucho placer en lacompañía de su raza, pues los vadhagh nohabían perdido su altivez distante y suincapacidad de comprender su situaciónreal, y perseverarían en su actitud hastaque toda la raza de los vadhagh hubieraperecido. Corum les envidiaba su falta depreocupaciones, pues aunque no tomabaparte alguna en los asuntos del mundo,seguía sintiéndose lo bastante involucradoen ellos como para especular sobre eldestino de las distintas razas.

Una especie de ajedrez al que solíanjugar los vadhagh ocupaba una gran partede su tiempo (Corum jugaba contra símismo, y utilizaba las piezas comoargumentos para enfrentar un

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razonamiento contra otro y averiguar asícuál era el más lógico). Cuando meditabasobre los distintos conflictos que habíavivido en el pasado, había momentos enlos que llegaba a dudar de que hubieranocurrido. Se preguntaba si las puertas quedaban acceso a los Quince Planos habíanquedado cerradas por siempre jamásincluso para los vadhagh y los nhadragh,quienes con tanta libertad habían entradoy salido por ellas en el pasado. De serasí, eso significaba que esos planoshabían dejado de existir a todos losefectos prácticos; y como consecuenciasus peligros, sus temores y susdescubrimientos fueron adquiriendo pocoa poco la cualidad de algo que apenas es

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más que una abstracción. Se convirtieronen factores dentro de una discusiónconcerniente a la naturaleza del tiempo yde la identidad, y la discusión no tardó endejar de interesarle.

Tuvieron que pasar casi ochenta añosdesde la derrota de los Señores de lasEspadas antes de que Corum volviera ainteresarse por asuntos concernientes alos mabden y sus dioses.

LA CRÓNICA DE CORUM Y LAMANO DE PLATA

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Libro primeroEn el que el Príncipe Corum es visitado

por un sueño tan extraño comohorrible...

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Primer capítulo

Temiendo el futuro mientras el pasado sevuelve borroso

Rhalina había muerto a los noventa yseis años de edad cuando aún erahermosa, y Corum la había llorado. Sieteaños después, Corum seguía echándola demenos. Cuando pensaba en los quizá milaños de existencia que aún le quedabanpor vivir envidiaba la brevedad de susexistencias a la raza de los mabden, peroaun así rehuía la compañía de esa razaporque la presencia de los mabden

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siempre hacía que se acordara de Rhalina.Los vadhagh, su raza, habían vuelto a

morar en aquellos castillos aislados cuyasformas eran tan parecidas a las de lospromontorios rocosos que creaba lanaturaleza que muchos mabden quepasaban junto a ellos eran incapaces deverlos como edificaciones, y los tomabanpor riscos de granito, caliza y basalto.Corum rehuía la compañía de los vadhaghporque en vida de Rhalina había acabadoprefiriendo la compañía de los mabden.Era una ironía sobre la cual solía escribirpoemas, pintar cuadros o componermúsica en los varios salones del CastilloErorn que habían sido reservados paratales propósitos.

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Y así fue cambiando y volviéndosecada vez más extraño, allí en el CastilloErorn junto al mar.

Se volvió distante. Su servidumbre,entre la que ya no había nadie que nofuese vadhagh, se preguntaba cómo podríaexpresarle su opinión de que quizádebería tomar una esposa vadhagh de lacual pudiera tener hijos a través de loscuales podría llegar a descubrir un interésrenovado en el presente y el futuro; perono conseguían hallar forma alguna deatravesar la muralla de silencio y lejaníaque se interponía entre ellos y su señorCorum Jhaelen Irsei, Príncipe de laTúnica Escarlata, quien había ayudado aderrotar a los dioses más poderosos,

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librando con ello al mundo de una granparte de cuanto había temido.

Los sirvientes empezaron a conocer elmiedo. Acabaron temiendo a Corum,aquella silueta solitaria con un parche quecubría una órbita vacía, con su surtido demanos derechas artificiales, cada unacreada mediante la artesanía másexquisita (fabricadas por Corum para supropio uso), aquel caminante silenciosoque recorría los salones a medianoche,aquel jinete ceñudo y melancólico quecabalgaba a través de los bosquesinvernales.

Y Corum también conoció el miedo.Empezó a sentir el temor a los díasvacíos, a los años de soledad y a tener

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que esperar que el lento girar de lossiglos acabara trayéndole la muerte.

Pensó en poner fin a su vida, pero sinque supiera muy bien por qué tenía lavaga sensación de que ese acto sería uninsulto al recuerdo de Rhalina. Pensó eniniciar alguna clase de nueva empresa,pero ya no había tierras que explorar enaquel mundo cálido, apacible y tranquilo.Incluso los bestiales seguidores del reymabden Lyr-a-Brode habían vuelto a susocupaciones habituales, convirtiéndosenuevamente en granjeros, comerciantes,pescadores y mineros. No había enemigosamenazadores, no existía ningunainjusticia que hiciese evidente supresencia. Una vez liberada de los dioses,

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la raza de los mabden se había vueltosabia, pacífica y bondadosa.

Corum recordó las antiguasocupaciones de su juventud. Habíacazado, pero el paso del tiempo le habíaarrebatado todo el placer que sentía entiempos pasados yendo de cacería.Durante sus batallas con los Señores delas Espadas había sido acosado con tantafrecuencia que ahora sólo podía sentirangustia por los perseguidos. Habíacabalgado. Había disfrutado con lacontemplación de los hermosos yexuberantes panoramas que se extendíanalrededor del Castillo Erorn, pero suamor a la vida se había ido marchitando.Aun así, Corum seguía montando a

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caballo de vez en cuando.Cabalgaba a través de los frondosos

bosques que cubrían las laderas delpromontorio sobre el que se alzaba elCastillo Erorn. A veces llegaba aaventurarse hasta los páramos deprofundas ciénagas verdosas que habíamás allá y que le ofrecían sus matorralesde aulagas, sus halcones, sus cielos y susilencio. A veces volvía al Castillo Erornpor el camino de la costa, y cabalgabapeligrosamente cerca del precario bordedel acantilado. Las olas coronadas deblancura se alzaban muy por debajo de él,gruñendo y siseando sin cesar. A veceszarcillos de espuma golpeaban el rostrode Corum, pero apenas sentía su contacto.

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Hubo un tiempo en el que aquellasensación le había hecho sonreír deplacer.

Lo habitual era que no saliese delcastillo. Ni el sol, ni el viento ni elrepiqueteo de la lluvia eran capaces dehacer que Corum abandonara lashabitaciones y las salas sumidas en lapenumbra que habían estado llenas deamor, luz y risas aquellos días en queestaban ocupadas por su familia y, mástarde, cuando Rhalina vivía en ellas.Había días en los que ni siquiera llegabaa levantarse de su sillón. Su alta y esbeltasilueta se reclinaba sobre losalmohadones y Corum apoyaba suhermosa y delgada cabeza sobre su

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robusto puño, y el óvalo almendrado de suojo amarillo y púrpura contemplaba elpasado, un pasado que se iba volviendomás y más borroso con el paso deltiempo, y su desesperación se ibaintensificando poco a poco mientras seesforzaba por recordar hasta el últimodetalle de su vida con Rhalina. Unpríncipe de la gran raza vadhaghconsumiéndose de pena por una mujermortal... Antes de la llegada de losmabden, el Castillo Erorn nunca habíaconocido la presencia de los fantasmas.

Y a veces, cuando no echaba demenos a Rhalina, deseaba que Jhary-a-Conel no hubiese decidido marcharse deaquel plano; pues al igual que él, Jhary

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parecía ser inmortal. El Compañero delos Héroes, como se llamaba a sí mismo,parecía capaz de moverse a voluntad portodos y cada uno de los Quince Planos deexistencia, y actuaba como guía,compañero de armas y consejero paraalguien que, en opinión de Jhary, siempreera Corum bajo varias aparienciasdistintas. Había sido Jhary-a-Conel quienhabía dicho que él y Corum podían ser«aspectos de un héroe más grande», aligual que había conocido a otros dosaspectos de ese héroe, Erekosë y Elric, enla torre de Voilodion Ghagnasdiak. Jharyhabía afirmado que eran Corum en otrasencarnaciones, y que Erekosë tenía quecargar con la maldición de ser consciente

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de la existencia de la gran mayoría deesas encarnaciones. IntelectualmenteCorum podía aceptar semejante idea, peroemocionalmente la rechazaba. Él eraCorum, y ésa era la maldición y el destinocon los que tenía que cargar.

Corum poseía una colección decuadros de Jhary (casi todos ellos eranautorretratos, pero algunos eran retratosde Rhalina y de Corum, y del gatitoblanquinegro alado que Jhary siemprellevaba consigo donde quiera que fuese,al igual que siempre llevaba consigo susombrero). Durante sus momentos demelancolía más mórbida, Corumcontemplaba los retratos y se acordaba delos viejos tiempos, pero poco a poco

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hasta los cuadros acabaron convirtiéndoseen retratos de desconocidos. Se esforzabapor pensar en el futuro y hacer planessobre su destino, pero al final sus buenasintenciones nunca daban ningún resultadoconcreto. Por muy detallado o razonableque fuese, no había plan que durase másde uno o dos días. El Castillo Erornestaba lleno de poemas, ensayos, cuadrosy composiciones musicales inacabadas. Elmundo había convertido a un hombre depaz en un guerrero y después le habíadejado sin nada por lo que luchar. Ése erael destino de Corum. No tenía ningunarazón para trabajar la tierra, pues losalimentos de los vadhagh eran cultivadosdentro del recinto del castillo. La carne y

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el vino abundaban, y el Castillo Erornproporcionaba a sus escasos habitantestodo cuanto éstos pudieran llegar anecesitar. Corum había pasado muchosaños trabajando en un gran número demanos artificiales basadas en lo que habíavisto en la casa del médico en el mundode lady Jane Pentallyon. Ahora contabacon un surtido de manos, todas perfectas,que funcionaban tan satisfactoriamentecomo su mano de carne y hueso lo habíahecho en el pasado. Su favorita, y la quellevaba casi todo el tiempo, era una quetenía la forma de un guantelete de platafinamente trabajado con numerosasfiligranas, y que era una copia exacta dela mano que el conde Glandyth-a-Krae le

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había amputado hacía ya casi un siglo. Erala mano que podría haber usado parasostener su espada o su lanza o su arco, dehaber existido alguna necesidad de queempuñara aquellas armas. Los casiimperceptibles movimientos de losmúsculos del muñón de su muñecabastaban para que la mano hiciese todocuanto podía hacer una mano corriente, ytodavía más que eso, pues la presa de esamano era más fuerte. Además, Corum sehabía vuelto ambidextro, y era capaz deusar su mano izquierda tan bien comohabía usado la mano derecha. Pero ni todasu habilidad era capaz de proporcionarleun nuevo ojo, y había tenido quecontentarse con un parche cubierto de

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seda escarlata que la aguja más delgadade Rhalina había adornado con uncomplicado bordado. Corum habíaadquirido la costumbre inconsciente dedeslizar con frecuencia los dedos de sumano izquierda sobre el bordado mientrasmeditaba sentado en su sillón.

Corum empezó a darse cuenta de quesu taciturnidad había iniciado el cambioque podía acabar convirtiéndola en locuracuando oyó voces una noche estandoacostado en su cama. Eran vocesdistantes, un coro que cantaba un nombreque podía ser el suyo en una lengua que separecía a la de los vadhagh pero que, almismo tiempo, era muy distinta. Pormucho que se esforzara no podía acallar

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las voces, de la misma manera que noconseguía comprender más que unascuantas palabras de lo que decían pormucho que aguzara el oído. Después dehaber oído las voces durante variasnoches, Corum empezó a gritarpidiéndoles que se callaran. Gemía, serevolcaba entre las sedas y las pieles eintentaba taparse los oídos, y de día sereía de sí mismo y cabalgaba durantehoras y horas para agotarse y poder caeren un profundo sopor en cuanto llegara elmomento de acostarse. Pero las vocesseguían hablándole cada noche, y despuésllegaron los sueños. Siluetas envueltas ensombras se alzaban en un claro de unfrondoso bosque. Se cogían de la mano

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formando un círculo, y parecían rodearle.Corum hablaba con ellas en sus sueños yles decía que no podía oírlas, que nosabía qué deseaban de él. Les pedía quecallaran y le dejaran en paz, pero lassiluetas seguían con su cántico. Tenían losojos cerrados y las cabezas echadas haciaatrás, y se balanceaban de un lado a otro.

—Corum. Corum. Corum. Corum.—¿Qué queréis de mí?—Corum. Ayúdanos. Corum.Corum se abría paso a través del

círculo, huía a la carrera por el bosque yacababa despertando. Sabía qué le estabaocurriendo. Su mente se había vueltocontra sí misma. No tenía nada en quéocuparse, por lo que había decidido

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empezar a crear fantasmas. Corum nuncahabía oído hablar de que algo así lehubiese ocurrido a un vadhagh conanterioridad, aunque era bastantefrecuente entre la raza de los mabden.¿Sería posible que aún estuviese viviendodentro de un sueño mabden, tal como lehabía dicho el hechicero Shool en unaocasión? ¿Sería quizá que el sueño de losvadhagh y los nhadragh había llegado a sufin y, como resultado, estaría soñando unsueño dentro de otro sueño?

Pero aquellos pensamientos no leayudaban en nada a recobrar la corduraque se le iba escapando, y Corum intentóexpulsarlos de su mente. Empezó a sentirla necesidad de pedir consejo, pero no

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había nadie a quien pudiera recurrir. LosSeñores de la Ley y el Caos ya nogobernaban el mundo, y ya no quedabanen él sirvientes suyos a los queimpartieran aunque sólo fuese unapequeña parte de su sabiduría. Corumsabía más sobre asuntos filosóficos quecualquier otra persona, pero había sabiosvadhagh que habían llegado hasta allíprocedentes de Gwlas-cor-Gwrys, laCiudad en la Pirámide, que tenían algunosconocimientos sobre esas cuestiones.

Corum decidió que si los sueños y lasvisiones seguían, emprendería el viajehasta alguno de los castillos en que vivíanlos vadhagh y buscaría ayuda allí, y seconsoló con el razonamiento de que había

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una buena posibilidad de que las voces nole siguieran si se marchaba del CastilloErorn.

Sus cabalgadas se fueron volviendotan largas y salvajes que todas susmonturas acababan agotadas. Corum sefue alejando cada vez más y más delCastillo Erorn como si albergara laesperanza de que con ello encontraríaalgo que le ayudara, pero no encontrónada salvo el mar al oeste de él y lospáramos y los bosques al este, al sur y alnorte. Allí no había aldeas mabden, ytampoco había granjas y ni siquiera laschozas de los tramperos o de los quefabricaban carbón de leña, pues desde queel rey Lyr-a-Brode había sido derrotado

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los mabden no sentían el más mínimodeseo de vivir en las tierras de losvadhagh. Corum se preguntó qué estababuscando en realidad. ¿La compañía delos mabden? ¿Representarían quizá susvoces y sus sueños meramente el deseo devolver a compartir aventuras con losmortales? La idea le resultaba dolorosa.Durante un momento vio con toda claridada Rhalina tal como había sido en sujuventud, radiante, orgullosa y fuerte.

Desenvainó su espada y lanzó unmandoble contra los helechos. Atacó lostroncos de los árboles con su lanza.Disparó sus flechas contra las rocas. Fuela parodia de una batalla. De vez encuando se desplomaba sobre la hierba y

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sollozaba.Y las voces seguían llamándole.—¡Corum! ¡Corum! ¡Ayúdanos!—¿Ayudaros? —gritó él—. ¡Es

Corum quien necesita ayuda! —Corum.Corum. Corum...

¿Había oído aquellas voces conanterioridad? ¿Se había encontrado algunavez en una situación semejante?

Corum tenía la vaga impresión de queasí había sido, pero le bastaba conrecordar todos los acontecimientos de suvida para comprender que no podía serasí. Nunca había oído aquellas voces, ynunca había tenido aquellos sueños y, sinembargo, estaba seguro de que losrecordaba de otra época. ¿De otra

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encarnación, quizá? ¿Sería verdad que erael Campeón Eterno?

Corum volvía al Castillo Erorn por elcamino del mar —cansado, a veces con laropa destrozada, a veces sin sus armas, aveces llevando de la brida un caballo quecojeaba—, y el retumbar de las olas quese agitaban en las cavernas que habíadebajo del castillo era como el palpitarde su corazón.

Sus sirvientes intentaban consolarle yretenerle en el castillo, y le preguntabanqué le tenía tan trastornado. Corum norespondía a sus preguntas. Se mostrabacortés, pero no decía ni una sola palabrasobre su tormento. No podía hablarles deaquello, y sabía que aunque hubiese

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conseguido hacerlo ellos no habríanpodido comprenderle.

Y un día Corum cruzó con pasotambaleante el umbral del patio delcastillo sintiéndose tan agotado queapenas conseguía mantenerse en pie, y lossirvientes le dijeron que un visitanteacababa de llegar al Castillo Erorn y quele estaba esperando en una de las salas demúsica, la misma que Corum habíamantenido cerrada desde hacía unoscuantos años porque la hermosura de lamúsica le recordaba demasiado a Rhalina,que siempre la había considerado su salafavorita.

—¿Cómo se llama? —murmuróCorum—. ¿Es mabden o vadhagh? ¿Qué

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propósito le ha traído hasta aquí?—No ha querido decirnos nada, amo,

salvo que era vuestro amigo o vuestroenemigo..., y que vos sabríais cuál de lasdos cosas es.

—¿Amigo o enemigo? ¿Acaso es unbufón que propone acertijos y charadas?Tendrá que esforzarse mucho aquí...

Pero Corum acogió aquel misterio concuriosidad y casi con gratitud. Antes de ira la sala de música se lavó, se cambió deropa y tomó unos sorbos de vino hasta quepor fin se sintió lo suficientementerevivido como para enfrentarse aldesconocido.

Las arpas, órganos y cristales de lasala de música ya habían iniciado su

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sinfonía. Corum oyó las débiles notas deuna melodía familiar que subíanrevoloteando hasta sus aposentos, yapenas llegaron a sus oídos se sintióabrumado por la depresión y decidió queel desconocido no se merecía el quetuviese la cortesía de ir a verle. Perohabía una parte de su ser que queríaescuchar aquella música. La habíacompuesto él mismo para el cumpleañosde Rhalina, y expresaba una gran parte deltierno amor que había sentido hacia ella.Rhalina había cumplido noventa años, ysu mente y su cuerpo seguían tanvigorosos como en su juventud. «Memantienes joven, Corum», le había dicho.

Las lágrimas inundaron su único ojo.

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Corum se las limpió con la manga ymaldijo al visitante que había revividoaquellos recuerdos. Aquel entrometido sehabía presentado en el Castillo Erorn sininvitación previa, y había abierto una salade música que estaba cerrada por deseoexpreso del señor del castillo. ¿Cómopodía justificar semejantes acciones?

Después Corum se preguntó si setrataría de un nhadragh, pues había oídocomentar que éstos todavía le odiaban.Los que habían quedado con vida despuésde las conquistas del rey Lyr-a-Brodehabían degenerado hasta caer en un estadode semibestialidad. ¿Y si alguno de elloshabía recordado una parte suficiente de suodio como para buscar a Corum con el

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objetivo de matarle? Aquel pensamientohizo que Corum sintiera algo que seacercaba bastante al júbilo, y se dijo quedisfrutaría del combate si llegaba ahaberlo.

Y, por esa razón, se puso la mano deplata y cogió su espada de hoja esbelta yafilada antes de bajar por la rampa quellevaba a la sala de música.

La música fue aumentando de volumeny se fue volviendo mas compleja yexquisita a medida que se aproximaba a lasala. Corum tuvo que luchar contra ellapara seguir avanzando, tal como habríatenido que luchar contra un vendaval.

Entró en la estancia. Sus coloresgiraban y bailaban con la música. Había

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tanta luz que Corum quedó cegado duranteun momento. Después parpadeó y recorrióla sala con la mirada buscando a suvisitante.

Por fin logró verle. El hombre estabasentado entre las sombras, absorto en lamúsica. Corum avanzó por entre lasenormes arpas, órganos y cristales,acallándolos con un roce de sus dedoshasta que todo quedó en silencio. Loscolores se esfumaron. El hombre quehabía estado sentado en un rincón selevantó y empezó a ir hacia Corum. Noera muy alto, y caminaba con un visiblecontoneo. Llevaba un sombrero de alaancha y había una deformidad sobre suhombro izquierdo, quizá una joroba. Su

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rostro quedaba totalmente oscurecido porel ala del sombrero, pero aun así Corumempezó a sospechar que conocía a aquelhombre.

Reconoció al gato antes que a suvisitante. El felino estaba acurrucadosobre el hombro izquierdo, y era lo que alprincipio Corum había confundido conuna joroba. Sus ojos redondos se clavaronen el príncipe. El gato empezó aronronear. El hombre alzó la cabeza, y elgesto reveló el rostro sonriente de Jhary-a-Conel.

Corum había quedado tan asombradoy estaba tan acostumbrado a vivir encompañía de los fantasmas que tardó unpoco en reaccionar.

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—¿Jhary? —murmuró por fin.—Buenos días, príncipe Corum.

Espero que no te haya molestado queescuchara tu música... Creo que no habíaoído nunca esa pieza.

—No. La escribí mucho tiempodespués de que te marcharas.

La voz de Corum sonaba distanteincluso en sus oídos.

—¿Te ha trastornado el que la hicierasonar? —preguntó Jhary poniendo cara depreocupación.

—Sí, pero no debes sentirte culpablepor ello. La escribí para Rhalina, yahora...

—Rhalina está muerta. He oído decirque su vida fue envidiable y llena de

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felicidad.—Sí, y también fue muy corta —

replicó Corum con la voz impregnada deamargura.

—Fue más larga que la de la inmensamayoría de mortales, Corum. —Jharydecidió cambiar de tema—. Tienes malaspecto... ¿Has estado enfermo?

—Mi cabeza quizá lo haya estado.Aún lloro por Rhalina, Jhary-a-Conel.Aún no he superado la pena y el dolor deperderla, ¿comprendes? Desearía queella... —Corum miró a Jhary e intentósonreír sin mucho éxito—. Pero no debopensar en lo imposible.

—Así pues, ¿existen lasimposibilidades?

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Jhary concentró su atención en su gatoy acarició sus peludas alas.

—En este mundo sí.—Existen en la gran mayoría de

mundos, cierto, pero lo que es imposibleen uno es posible en otro. Ése es el granplacer que se experimenta al viajar entrelos mundos, tal como yo hago.

—Fuiste en busca de dioses. ¿Losencontraste?

—Encontré a unos cuantos, y tambiéna unos cuantos héroes de los que podía sercompañero. Desde que hablamos porúltima vez, he presenciado el nacimientode un mundo nuevo y la destrucción deuno muy viejo. He visto muchas formas devida muy extrañas y he oído muchas

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opiniones peculiares sobre la naturalezadel universo y de sus habitantes. La vidasurge y se extingue, como ya sabes... Nohay tragedia alguna en el hecho de lamuerte, Corum.

—Aquí sí la hay —observó Corum—.Cuando hay que seguir viviendo durantesiglos antes de poder reunirte de nuevocon el ser amado, y cuando lo único quese consigue con eso es unirse a él en lanada y el olvido...

—¡Qué conversación tan ridícula ymorbosa! No es digna de un héroe... —Jhary se rió—. No es de hombresinteligentes hablar de estas cosas, amigomío, y digo eso por no emplear palabrasmás fuertes. Oh, vamos, Corum... Si tu

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compañía se ha vuelto tan aburrida comoempiezo a temer, acabaré lamentandohaberte hecho esta visita.

Y Corum sonrió por fin.—Tienes razón. Me temo que es el

triste destino de los hombres que rehuyenla compañía de los demás. Se les embotael ingenio, ¿verdad?

—Ésa es la razón por la que siemprehe preferido la vida de las ciudades —dijo Jhary.

—¿Y acaso la ciudad no te varobando poco a poco el alma? Losnhadragh vivían en ciudades y acabarondegenerando.

—El espíritu puede ser nutrido casi encualquier sitio. La mente necesita

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estímulos. Todo es cuestión de encontrarel equilibrio, y supongo que eso es algoque también depende del temperamento decada uno. Bien, pues en lo que respecta alo temperamental yo he nacido para viviren las ciudades... ¡Y cuanto más grandes,más sucias y más densamente pobladas,tanto mejor! He visto unas cuantasciudades tan ennegrecidas por la mugre,tan vastas y tan repletas de vida que si tecontara todos los detalles nunca mecreerías... ¡Ah, qué hermosas eran!

Corum volvió a reír.—¡Me alegra mucho que hayas vuelto,

Jhary-a-Conel, y que hayas traído contigotu sombrero, tu gato y tu ironía!

Y después se abrazaron el uno al otro

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y rieron a carcajadas.

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Segundo capítulo

La invocación de un semidiós muerto

Aquella noche hubo un banquete y elcorazón de Corum olvidó la melancolíaque se había adueñado de él, y pudodisfrutar de la carne y del vino porprimera vez en siete años.

—Y después me vi involucrado en lasaventuras más extrañas imaginablesconcernientes a la naturaleza del tiempo— dijo Jhary, quien ya llevaba casi doshoras contando lo que había hecho desdesu separación—. Supongo que te

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acordarás del Bastón Rúnico, que acudióen nuestra ayuda durante el episodio de latorre de Voilodion Ghagnasdiak, ¿verdad?Bien, pues mis aventuras estuvieronrelacionadas con el mundo que se hallamás influido por ese báculo tan peculiar...Conocí a una manifestación de ese héroeeterno, del que tú mismo eres unamanifestación, que se llamabaHawkmoon. Si piensas que tu tragedia esgrande, te parecería que no es nadadespués de conocer la tragedia deHawkmoon, quien obtuvo un amigo yperdió una compañera, dos hijos y...

Y Jhary-a-Conel pasó la horasiguiente contándole la historia deHawkmoon.

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Después le aseguró que había muchashistorias más que podía contarle si Corumdeseaba oírlas. Había historias sobreElric y Erekosë, a los que Corum ya habíaconocido, sobre Kane y Cornelius yCarnelian, sobre Glogauer y Bastable ymuchos más. Jhary le juró que todos elloseran aspectos del mismo campeón y quetodos eran amigos de Corum (esosuponiendo que no fueran él mismo), yhabló de asuntos tan graves e importantescon tal buen humor y adornándolos contantas bromas que Corum se fue alegrandocada vez más y más hasta que acabóincapaz de contener las carcajadas ybastante embriagado por el vino.

Faltaba poco para que amaneciese

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cuando Corum confesó su secreto a Jharyy le dijo que temía haber enloquecido,

—Oigo voces, tengo sueños...Siempre es el mismo sueño. Me llaman,me suplican que me una a ellos. ¿Debofingir ante mí mismo que es Rhalina la queme llama? Nada de cuanto hago puedelibrarme de ellos, Jhary. Por eso habíavuelto a salir del castillo hoy... Albergabala esperanza de agotarme hasta talextremo que luego no soñaría.

Y el rostro de Jhary se fue poniendomás y más serio mientras le escuchaba, ycuando Corum hubo acabado de hablar elhombrecillo puso la mano sobre elhombro de su amigo.

—No temas —le dijo—. Quizá hayas

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estado loco durante estos últimos sieteaños, pero se trataba de una locura muchomás callada y discreta. Has oído voces, ylas personas a las que viste en tu sueñoeran reales. Estaban llamando a sucampeón, o al menos eso es lo queintentaban hacer. Estaban intentandoconseguir que acudieras a ellos. Ya hacemuchos días que lo intentan.

Corum volvía a tener bastantesdificultades para entender lo que le estabadiciendo Jhary.

—¿Su campeón...? —murmuró.—En su época tú eres una leyenda —

le dijo Jhary—, o como mínimo unsemidiós. Para ellos eres Corum LlawEreint..., Corum el de la Mano de Plata,

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un gran guerrero y campeón de su pueblo.¡Hay ciclos enteros de historias quenarran tus hazañas y demuestran tudivinidad! —Los labios de Jhary securvaron en una sonrisa levementesardónica—. Al igual que ocurre con lainmensa mayoría de dioses y héroes, tunombre está unido a una leyenda queafirma que volverás cuando tu pueblo tenecesite más desesperadamente. Y nocabe duda de que ahora te necesitandesesperadamente, Corum...

—¿Quiénes son esas personas a lasque llamas «mi pueblo»?

—Son los descendientes de las gentesde Llwym-an-Esh... El pueblo de Rhalina.

—¿El pueblo de Rhalina...?

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—Son buena gente, Corum. Lesconozco. —¿Estabas con ellos antes devenir a verme? —No exactamente.

—¿Y no puedes hacer que pongan fina sus cánticos? ¿No puedes conseguir quedejen de aparecer en mis sueños?

—Su fuerza se debilita a cada día quepasa. Pronto habrán dejado de torturarte, ycuando eso haya ocurrido podrás volver adormir en paz.

—¿Estás seguro de ello?—Oh, estoy segurísimo. No pasará

mucho tiempo antes de que el Pueblo Fríohaya vencido la escasa resistencia queaún son capaces de oponer, y el Pueblo delos Pinos no tardará en esclavizar oaniquilar a los restos de su raza.

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—Bien, como tú mismo has dicho soncosas que ocurren... —murmuró Corum.

—Cierto —dijo Jhary—. Pero seríauna pena ver cómo los últimosrepresentantes de esa raza luminosasucumben ante los oscuros y salvajesinvasores que ahora mismo estánavanzando a través de sus tierras,trayendo consigo el terror donde anteshabía paz, imponiendo el temor dondeantes reinaba la alegría...

—Eso me suena familiar —replicósecamente Corum—. Así que el mundogira y vuelve a girar, ¿eh?

Corum se dijo que ahora ya estabaseguro de entender por qué Jhary habíainsistido tanto en hablar de aquel tema.

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—Y vuelve a girar —asintió Jhary.—Jhary, no podría ayudarles incluso

suponiendo que quisiera hacerlo. Ya nosoy capaz de viajar de un plano a otro. Nisiquiera puedo ver lo que hay en otrosplanos... Además, ¿qué ayuda podríaprestar un solo guerrero a ese pueblo delque me estás hablando?

—Un guerrero podría ayudarlesmuchísimo, y si no opones resistencia aella su misma invocación te llevará hastaellos. Pero están muy débiles, y no puedenllevarte allí en contra de tu voluntad. Teestás resistiendo, y no se necesita una granresistencia para que la invocaciónfracase. Cada vez son menos, y su poderestá a punto de esfumarse. Hubo un tiempo

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en el que fueron un gran pueblo, e inclusosu nombre deriva del tuyo. Tuhana-CremmCroich... Así es como se llaman a símismos.

—¿Cremm?—O Corum en algunas ocasiones. Es

una forma más antigua de tu nombre. Paraellos significa simplemente «Señor»...Señor del Túmulo. Te adoran bajo laforma de una gran piedra que se alzaencima de un túmulo. Se supone que vivesdebajo de ese túmulo y que escuchas susplegarias.

—Son muy supersticiosos.—Sí, un poquito; pero no se dejan

obsesionar ni dominar por los dioses.Adoran al Hombre por encima de todo lo

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demás, y en realidad todos sus dioses noson más que héroes muertos. Hay quienescrean dioses a partir del sol, la luna, lastormentas o los animales, pero estasgentes sólo divinizan lo que hay de nobleen el Hombre y sólo aman aquello que hayde hermoso en la naturaleza. Corum, teaseguro que si llegaras a conocer a losdescendientes de tu esposa te sentiríasmuy orgulloso de ellos.

—Ya... —dijo Corum entrecerrandosu único ojo y mirando de soslayo a Jhary.Sus labios esbozaban una débil sonrisa—.Y ese túmulo... ¿Está en un bosque derobles?

—Sí, está en un bosque de robles.—Es el mismo que vi en mi sueño. ¿Y

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por qué está siendo atacado ese pueblo?—Una raza del otro lado del mar

(algunos dicen que llegada del fondo delmar) ha aparecido viniendo del este.Todas las tierras que eran conocidascomo Bro-an-Mabden han quedadoocultas bajo las olas o yacen bajo elmanto del invierno perpetuo. El hielo locubre todo, y ha sido traído por esasgentes del este. También se ha dicho quese trata de un pueblo que habíaconquistado aquellas tierras en el pasadoy que fue expulsado de ellas. Otrossugieren que se trata de una mezcla de doso más razas muy antiguas que se aliaronpara destruir a los antepasados de losmabden de Lwym-an-Esh. Allí no se habla

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del Caos ni de la Ley. Si esas gentestienen algún poder, procede de ellosmismos. Pueden crear fantasmas, y sushechizos son muy poderosos. Puedendestruir mediante el fuego o mediante elhielo, y también tienen otros poderes. Lesllaman los Fhoi Myore y controlan alViento del Norte. También son conocidoscomo el Pueblo Frío, y pueden hacer quelos mares del norte y del este obedezcan asu voluntad. Hay quienes les conocen conel nombre de Pueblo de los Pinos, y loslobos negros son sus sirvientes yobedecen sus órdenes. Son un pueblobrutal, y algunos afirman que han nacidodel Caos y de la Vieja Noche. Quizá seanlos últimos vestigios del Caos que todavía

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perduran en este plano, Corum.Corum ya estaba sonriendo

abiertamente.—¿Y estás intentando convencerme de

que me enfrente a ellos por un pueblo queno es el mío?

—Es tuyo por adopción. Es el pueblode tu esposa.

—Ya tomé parte en un conflicto queno era mío —dijo Corum, dando laespalda a Jhary y sirviéndose más vino.

—¿Que no era tuyo? Todos losconflictos lo son, Corum. Es tu destino.

—¿Y si me resisto a ese destino?—No podrás seguir resistiéndote a él

durante mucho tiempo. Lo sé, créeme. Esmejor que aceptes tu destino de buena

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gana..., con humor, incluso.—¿Humor? —Corum bebió el vino y

se limpió los labios—. Eso no es nadafácil, Jhary.

—No, pero es lo que hace que todoresulte soportable.

—¿Y qué arriesgo si respondo a estallamada y ayudo a ese pueblo?

—Muchas cosas. Tu vida.—Que no vale mucho. ¿Qué más?—Tu alma, quizá.—¿Y qué es mi alma?—Si te embarcas en esta empresa,

quizá descubras cuál es la respuesta a esapregunta.

Corum frunció el ceño.—Mi espíritu no me pertenece, Jhary-

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a-Conel. Tú mismo me lo has dicho.—Yo nunca he dicho eso. Tu espíritu

es únicamente tuyo y te pertenece. Puedeque tus acciones sean dictadas por otrasfuerzas. Eso es un asunto muy distinto...

Corum sonrió y el fruncimiento deceño se esfumó.

—Me recuerdas a esos sacerdotes deArkyn que tanto abundaban en Lwym-an-Esh.. Creo que la moralidad es un tantodudosa, pero siempre he sido unpragmático. La raza de los vadhagh es unaraza pragmática.

Jhary enarcó las cejas, pero no dijonada.

—¿Permitirás que el Pueblo deCremm Croich te invoque? —Me lo

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pensaré.—Bueno, por lo menos háblales...—Lo he intentado. No me oyen.—Quizá sí te oigan, o quizá sea

preciso que tu mente se halle en un estadodeterminado para que tu respuesta puedaser oída.

—Muy bien, lo intentaré. Ah, Jhary, ysi permito que me transporten a esefuturo... ¿Estarás allí?

—Posiblemente.—¿No puedes darme más garantías al

respecto?—Soy tan poco dueño de mi destino

como tú lo eres del tuyo, Campeón Eterno.—Te agradecería que no utilizaras ese

título —dijo Corum—. Siempre que oigo

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esas palabras me siento bastanteincómodo.

Jhary se rió.— ¡No puedo decir que te culpe por

ello, Corum Jhaelen Irsei!Corum se puso en pie y estiró los

brazos. La luz del fuego se deslizó sobresu mano plateada e hizo que brillara condestellos tan rojizos como si hubieraquedado repentinamente empapada ensangre. Corum contempló su mano y lahizo girar a un lado y a otro como si nuncase hubiera fijado en ella hasta aquelmomento.

—Corum de la Mano de Plata —dijocon voz pensativa—. Supongo quepiensan que la mano es de origen

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sobrenatural...—Tienen más experiencia de lo

sobrenatural que de lo que tu llamarías«ciencia». No les desprecies por eso.Viven en un lugar donde están ocurriendocosas muy extrañas, y a veces las leyesnaturales son una creación de las ideashumanas.

—He meditado a menudo en esateoría, Jhary. Pero ¿cómo encontrarpruebas que la apoyen?

—Las pruebas también pueden sercreadas. No cabe duda de que haces bienestimulando tu pragmatismo de todas lasmaneras posibles. Yo creo en todo, aligual que no creo en nada.

Corum bostezó y asintió.

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—Sí, me parece que es la actitud másrecomendable... Bien, me voy a la cama.No sé qué saldrá de todo esto, Jhary, perodebes saber que tu aparición ha mejoradoconsiderablemente mi estado de ánimo.Volveré a hablar contigo mañana. Anteshe de ver qué tal paso esta noche.

Jhary rascó a su gato debajo de labarbilla.

—Ayudar a los que te están llamandopodría resultarte muy beneficioso.

Casi daba la impresión de estarhablando con el gato.

Corum había empezado a ir hacia lapuerta y se detuvo antes de llegar a ella.

—No es la primera alusión a eso quedejas escapar —dijo—. ¿Podrías decirme

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de qué manera me beneficiaría?—He dicho que «podría» resultarte

beneficioso, Corum, pero no puedo añadirnada más. Sería una estupidez por miparte, y también sería una muestra deirresponsabilidad. De hecho, quizá ya hehablado demasiado, pues veo que te hedejado un poco perplejo.

—Expulsaré ese asunto de mi mente...Y te deseo que pases una buena noche,viejo amigo.

—Buenas noches, Corum, y que tussueños estén libres de sombras.

Corum salió de la habitación yempezó a subir por la rampa que llevaba asu dormitorio. Era la primera noche desdehacía muchos meses en que la perspectiva

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de conciliar el sueño no le inspiraba tantomiedo como curiosidad.

Se quedó dormido casi de inmediato,y las voces empezaron a hacerse oírapenas lo hubo hecho. En vez deoponerles resistencia, Corum se relajó ylas escuchó.

—¡Corum! Cremm Croich... Tu pueblote necesita.

La voz podía oírse con toda claridad apesar de que hablaba con un acento muyextraño, pero Corum no podía ver el coroni el círculo de siluetas cogidas de lasmanos que se alzaban sobre un túmulo enun bosque de robles.

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—Señor del Túmulo, Señor de laMano de Plata... Sólo tú puedessalvarnos.

Corum oyó su voz antes de darsecuenta de que había hablado.

—¿Cómo puedo salvaros? —preguntó.

—¡Al fin has respondido! —exclamóla voz, ahora claramente emocionada—.Ven a nosotros, Corum de la Mano dePlata, Príncipe de la Túnica Escarlata...Sálvanos tal como nos has salvado en elpasado.

—¿Cómo puedo salvaros?—Puedes encontrar el Toro y la Lanza

y ponerte al frente de nosotros paraguiarnos contra los Fhoi Myore.

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Muéstranos cómo combatirles, pues ellosno pelean como nosotros.

Corum se removió. Ahora podíaverles. Eran hombres y mujeres altos,jóvenes y apuestos cuyos cuerposbronceados brillaban lanzando cálidosdestellos dorados del color del trigo enotoño, y el oro había sido trabajado hastaformar dibujos tan complejos comohermosos. Brazaletes, tobilleras, collares,ajorcas... Todo era de oro. Las túnicasque vestían eran de lino teñido con suavestonos rojos, azules y amarillos. Todoscalzaban sandalias. Su cabello era rubio otan rojo como las bayas del serbal. Nocabía duda de que eran de la misma razaque las gentes de Lwyman-Esh. Las

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siluetas se alzaban en el bosque de robles,los ojos cerrados y cogidas de la mano, ytodas hablaban al unísono como si fueranuna sola.

—Ven a nosotros, Señor Corum. Vena nosotros.

—Pensaré en ello —dijo Corumadoptando un tono de voz lo más afable ybondadoso posible—, pues hatranscurrido mucho tiempo desde quecombatí por última vez y he olvidado lasartes de la guerra.

—¿Mañana?—Si vengo, vendré mañana.La escena se esfumó y las voces se

desvanecieron, y Corum durmióapaciblemente hasta la mañana siguiente.

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Cuando despertó, Corum ya sabía queno había nada que discutir. Mientrasdormía había decidido que de poderhacerlo respondería a la llamada de lassiluetas del bosque de robles. La vida quellevaba en el Castillo Erorn no sólo erahorrible, sino que no resultaba útil anadie..., ni siquiera a él mismo. Iría hastaellos atravesando el plano ydesplazándose a través del tiempo, e iríahasta ellos orgullosamente y por voluntadpropia.

Jhary le encontró en la sala de armas.Corum había escogido llevar el peto deplata y el casco cónico de acero con su

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nombre completo grabado en la cima.También había apartado unas grebas debronce dorado y su túnica de gruesa sedaescarlata y la camisa de seda y lino azul.Un hacha de guerra vadhagh de mangolargo estaba apoyada en un banco, y a sulado había una espada forjada en un lugarque no se hallaba sobre la faz de la Tierray que tenía la empuñadura de ónice rojo ynegro; una lanza cuyo astil estabaadornado de un extremo a otro conminiaturas de escenas de cacería quemostraban a más de un centenar de figurasdiminutas, todas ellas talladas conconsiderable detalle; un buen arco y unaaljaba llena de flechas cuyas plumashabían sido colocadas una por una. A su

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lado había un escudo de guerra redondohecho con varias capas de madera, cuero,bronce y plata que luego habían sidorecubiertas con la fina y resistente piel delrinoceronte blanco que en tiempos habíavivido en los bosques que se extendían alnorte de las tierras de Corum.

—¿Cuándo irás a ellos? —preguntóJhary inspeccionando el despliegue dearmas.

—Esta noche. —Corum sopesó lalanza que sostenía en su mano—. Si suinvocación tiene éxito, claro... Irémontado sobre mi caballo rojo. Mepresentaré ante ellos cabalgando.

Jhary no le preguntó cómo llegaríahasta ellos, y Corum tampoco había

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pensado en aquel problema. Ciertas leyesmuy peculiares regirían lo que ocurriese,y eso era todo lo que sabían o lo quedeseaban saber; y era mucho lo quedependía de la invocación del grupo queaguardaba en el bosque de robles.

Rompieron su ayuno juntos y despuésfueron a los baluartes del castillo. Desdeallí podían ver el inmenso océano que seextendía hacia el oeste y los enormesbosques y páramos que se extendían haciael este. El sol brillaba con fuerza, y elcielo estaba azul y despejado. Hacía undía hermoso y lleno de paz. Hablaron delos viejos tiempos, y se acordaron deamigos muertos y de dioses muertos oexpulsados del mundo y de Kwll, quien

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había sido más poderoso que cualquierade los Señores de la Ley o de los Señoresdel Caos y que no parecía temer a nada.Se preguntaron dónde habrían ido Kwll ysu hermano Rhynn, si había otros mundosmás allá de los Quince Planos deExistencia y si aquellos mundos separecerían a la Tierra en algún aspecto.

—Y después, naturalmente —dijoJhary—, está el asunto de la Conjuncióndel Millón de Esferas y lo que ocurrirádespués de que esa conjunción hayaterminado. ¿Crees que todavía no hallegado a su fin?

—Después de la Conjunción seestablecen nuevas leyes. Pero ¿qué yquién las establece? —Corum se apoyó en

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el parapeto y su mirada fue más allá de laangosta franja de agua del estuario—.Sospecho que somos nosotros quienescreamos esas leyes. Y, sin embargo, lohacemos tan a ciegas... Ni siquieraestamos seguros de qué es bueno y qué esmalo o, a decir verdad, de si realmenteexiste algo que sea bueno o malo. Kwll notenía creencias semejantes, y yo se loenvidiaba. ¡Qué insignificantes ydiminutos somos! ¡Cuán digno decompasión soy al no poder soportar lavida sin lealtades! ¿Es la fuerza lo que mehace decidir ir en ayuda de esas gentes, oes la debilidad?

—Hablas del bien y del mal y dicesno saber qué son. Bien, pues ocurre

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exactamente lo mismo con la fuerza y ladebilidad... Esos términos carecen designificado. —Jhary se encogió dehombros—. El amor sí significa algo paramí, al igual que el odio. La fuerza físicaes algo que se nos concede a algunos denosotros, y algunos son físicamentedébiles. Puedo verlo, desde luego, pero¿por qué igualar los elementos delcarácter de un hombre con semejantesatributos? Y si no condenamos a unhombre sólo porque la suerte ha queridoque no sea físicamente fuerte, ¿por quécondenarle si, por ejemplo, su voluntad esdébil y le falta decisión? Esos instintosson los instintos de las bestias salvajes, yson instintos satisfactorios para las

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bestias; pero los hombres no son bestias.Son hombres, y eso es todo.

La sonrisa de Corum mostraba unahuella de amargura casi imperceptible.

—Y no son dioses, Jhary.—No son dioses..., y tampoco son

demonios. No son más que hombres ymujeres. ¡Cuánto más felices seríamos siaceptáramos esa verdad! —Jhary echó lacabeza hacia atrás y dejó escapar unacarcajada—, ¡Pero entonces quizátambién seríamos mucho más aburridos!Nuestra conversación está empezando aresultar demasiado virtuosa, amigo mío.¡Somos guerreros, no hombres santos!

Corum decidió repetir una preguntaque había hecho la noche anterior.

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—Tú conoces esa tierra a la que hedecidido ir —dijo—. ¿Irás también allí...esta noche?

—No soy dueño de mí mismo. —Jhary empezó a ir y venir sobre las losasdel baluarte—. Tú ya lo sabes, Corum.

—Espero que lo hagas.—Tienes muchas manifestaciones en

los Quince Planos, Corum. Cabe laposibilidad de que otro Corum necesite aun compañero en algún lugar, y de quedeba ir con él.

—Pero ¿no estás seguro de ello?—No estoy seguro.Corum se encogió de hombros.—Si lo que dices es verdad, y

supongo que debo aceptar que lo es,

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entonces quizá llegaré a conocer otroaspecto tuyo, uno que ignore su destino.

—Como ya te he dicho en otrasocasiones, mi memoria suele fallarme. Aligual que a ti te falla la tuya en estaencarnación...

—Espero que nos encontraremos enese nuevo plano y que nos reconoceremosel uno al otro.

—Yo también albergo esa esperanza,Corum.

Aquella noche jugaron al ajedrez yhablaron muy poco, y Corum se fue aacostar temprano.

Cuando llegaron las voces, Corum

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respondió con voz lenta y tranquila.—Vendré armado y con armadura —

dijo—. Llegaré cabalgando sobre uncaballo rojo. Debéis llamarme con todovuestro poder. Ahora os doy tiempo paradescansar. Haced acopio de fuerzas yempezad la invocación dentro de doshoras.

Una hora después Corum se levantó ybajó por la rampa para ponerse laarmadura y vestirse con las prendas deseda y lino, y ordenó a su mozo de cuadraque llevara su caballo al patio de armas.Y cuando estuvo preparado, con lasriendas en su mano izquierda enguantada ysu mano de plata sobre la empuñadura deun puñal, se volvió hacia sus sirvientes y

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les dijo que iba a iniciar una nuevaempresa, y que si no regresaba debíanabrir las puertas del Castillo Erorn acualquier viajero que necesitara cobijo yque debían acoger a esos viajeros lomejor posible y agasajarles en nombre deCorum. Después salió por la gran puertadel castillo, bajó la cuesta y se internó enel gran bosque, tal como había hecho casiun siglo antes cuando su padre, su madre ysus hermanas aún vivían. Entonces era demañana, pero esta vez Corum cabalgóbajo la luna y envuelto en las tinieblas dela noche.

De todos aquellos a los que elCastillo Erorn cobijaba bajo su techo,sólo Jhary-a-Conel no había aparecido

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para despedir a Corum.Las voces fueron haciéndose más

claras en sus oídos mientras avanzaba através de la oscuridad y los venerablestroncos del bosque.

—¡Corum! ¡Corum!Su cuerpo empezó a experimentar una

extraña sensación de ligereza. Corum rozólos flancos de su montura con lasespuelas, y el caballo se lanzó al galope.

—¡Corum! ¡Corum!—¡Voy hacia vosotros!El galope se hizo más rápido, y los

cascos del caballo golpearon la blandatierra internándose más y más en laoscuridad del bosque.

—¡Corum!

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Corum se inclinó hacia adelante y seencogió sobre la silla de montar sintiendoel roce de las ramas en su rostro.

—¡Ya llego!Vio al grupo de siluetas oscuras

inmóviles en el claro. Le rodeaban, peroaun así seguía cabalgando y la velocidada la que avanzaba se hizo todavía mayor.Corum empezó a sentirse un pocomareado.

—¡Corum!Y Corum tuvo la impresión de que ya

había cabalgado así con anterioridad, deque entonces había sido llamado deaquella misma manera y de que ésa era larazón de que hubiese sabido lo que debíahacer.

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Su montura galopaba tan deprisa quelos árboles se convirtieron en un manchónborroso.

—¡Corum!Una neblina blanca empezó a hervir a

su alrededor. Los rostros del grupo desiluetas que entonaban el cántico yapodían ser vistos con más claridad. Lasvoces se debilitaron, volvieron a cobrarfuerza y volvieron a debilitarse después.Corum espoleó al caballo que piafabalanzándolo hacia la neblina. Aquellaneblina era historia, era leyenda y eratiempo. Corum captó fugaces atisbos deedificios que no se parecían a ningunaconstrucción que hubiera visto jamás yque se alzaban centenares de metros en el

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aire. Vio ejércitos de millones dehombres y armas de un poder aterrador.Vio máquinas voladoras y vio dragones.Vio criaturas de todos los tamaños yformas imaginables. Todo parecíavolverse hacia él y llamarle con gritosestridentes mientras Corum pasabacabalgando con la rapidez del rayo.

Y vio a Rhalina.Vio a Rhalina bajo la apariencia de

una muchacha, de un muchacho, de unhombre, de una anciana. La vio viva, y lavio muerta.

Y fue esa visión la que hizo queCorum gritara y la razón por la que aúngritaba cuando de repente entró al galopeen un claro del bosque, abriéndose paso a

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través de un círculo de hombres y mujeresque habían permanecido inmóvilescogidos de las manos alrededor de untúmulo y que habían estado entonando uncántico como si todas sus voces fueranuna sola voz.

Corum seguía gritando cuandodesenvainó su espada centelleante y laalzó con su mano de plata mientras tirabade las riendas de su caballo hastadetenerlo en lo alto del túmulo.

—¡Corum! —gritaron las siluetas delclaro.

Y Corum dejó de gritar y bajó lacabeza aunque su espada seguía en alto.

La roja montura vadhagh tembló bajosus arreos de seda, escarbó la hierba que

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cubría el túmulo con una pata y volvió apiafar.

—Soy Corum y os ayudaré —dijoCorum con voz grave y tranquila—. Perorecordad que no sé nada sobre esta tierray este tiempo.

—Corum —dijeron ellos—, CorumLlaw Ereint...

Y señalaron su mano de platamostrándosela los unos a los otros, y susrostros estaban llenos de alegría.

—Soy Corum —repitió él—. Debéisdecirme por qué he sido invocado.

Un hombre de mayor edad que losdemás cuya barba roja estaba recorridapor venas de blancura y que llevaba ungran collar de oro dio un paso hacia él.

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—Corum —dijo—. Te hemos llamadoporque eres Corum.

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Tercer capítulo

Los Tuha-na-Cremm Croich

Corum aún se sentía confuso. Podíaoler el aire de la noche, ver a las personasque le rodeaban y sentir la presencia delcaballo debajo de él, pero seguía teniendola impresión de que soñaba. Hizo que sumontura bajara lentamente del túmulo.Una suave brisa se enredó en los plieguesde su túnica escarlata y la alzó haciendoque la tela se arremolinase alrededor desu cabeza. Corum intentó comprender queahora se hallaba separado de su propio

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mundo por un milenio como mínimo, ymientras lo intentaba se preguntó si nosería posible que aún estuviera soñandoen su cama. Sentía el mismodistanciamiento tranquilo queexperimentaba en algunas ocasionescuando estaba soñando. Cuando sucaballo hubo bajado del túmulo cubiertode hierba las altas siluetas de los mabdenretrocedieron respetuosamente. Lasexpresiones de sus rostros de rasgoshermosos y bien formados dejaban muyclaro que ellos también se sentíanperplejos ante lo ocurrido, como si enrealidad no hubieran esperado que suinvocación tuviera éxito. Corum sintió unarepentina simpatía hacia ellos. No eran

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los bárbaros supersticiosos que habíasospechado iba a encontrar. Aquellosrostros estaban llenos de inteligencia, susmiradas eran límpidas y vivaces, y suporte estaba impregnado de dignidad apesar de que creían estar en presencia deun ser sobrenatural. Sí, no cabía duda deque parecían ser los verdaderosdescendientes de lo mejor que había en elpueblo de su esposa; y Corum pensó queno lamentaba haber respondido a sullamada.

Se preguntó si sentirían el frío comolo estaba sintiendo él. El aire cortaba conuna mordedura helada, y sin embargo losque le habían llamado sólo vestíandelgadas túnicas que dejaban sus brazos,

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sus pechos y sus piernas al descubiertosalvo por los adornos de oro, las tiras decuero y las sandalias que llevaban todos,tanto los hombres como las mujeres.

El hombre de edad más avanzada quehabía dirigido la palabra a Corum era deconstitución muy robusta y tan alto comoel vadhagh. Corum tiró de las riendas desu caballo haciendo que se detuvieradelante de él y desmontó. Los dos secontemplaron en silencio durante unosmomentos.

—Mi cabeza está vacía —dijo, y lepareció que su voz llegaba de muy lejos—. Debéis llenarla.

El hombre clavó la mirada en el suelocon expresión pensativa y acabó alzando

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la vista hacia Corum.—Soy Mannach, un rey —dijo, y

sonrió levemente—. Soy algo así como unhechicero. Algunos me llaman druida,aunque sólo poseo algunas de las artes delos druidas y muy poco de su sabiduría.Pero soy lo mejor de que disponemos enestos momentos, pues hemos olvidadocasi todo el saber antiguo. Puede que ésasea la razón por la que ahora nosencontramos en una situación tan apurada—añadió en un tono casi avergonzado—.Creíamos que ya no lo necesitábamospara nada..., hasta que regresaron los FhoiMyore,

Después contempló a Corum confranca curiosidad, como si no pudiera

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creer en el poder de su propia invocación.Corum había decidido casi de

inmediato que el rey Mannach le caíabien, y aprobaba el escepticismo de aquelhombre (suponiendo que se tratara deeso). Estaba claro que la invocación habíaquedado muy debilitada por el simplehecho de que Mannach —y probablementetambién los demás— sólo creía en ella amedias.

—¿Me invocasteis cuando todos losotros recursos habían fallado? —preguntó.

—Así es. Los Fhoi Myore nos handerrotado en una batalla tras otra porqueno luchan como lo hacemos nosotros. Alfinal no nos quedó nada salvo nuestras

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leyendas. —Mannach vaciló durante unosmomentos antes de seguir hablando—.Hasta hace unos momentos no tenía muchafe en esas leyendas —admitió por fin.

Corum sonrió.—Puede que hasta hace unos

momentos no hubiese verdad alguna enellas.

Mannach frunció el ceño.—Habláis más como un hombre que

como un dios..., o incluso que como ungran héroe. No pretendo faltaros alrespeto.

—Son los otros los que convierten endioses y los héroes a los hombres comoyo, amigo mío. —Corum contempló a losotros hombres y mujeres que se habían

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congregado en el claro—. Ahora debesdecirme lo que esperáis de mí, pues noposeo poderes místicos.

Esta vez fue Mannach quien sonrió.—Puede que antes no tuvierais ningún

poder místico.Corum alzó su mano de plata.—¿Os referís a esto? Es de

fabricación terrenal. Si posee losconocimientos y la habilidad necesaria,cualquier hombre puede crear una igual.

—Tenéis poderes —dijo el reyMannach—. Los poderes de vuestra raza,vuestra experiencia, vuestra sabiduría...Sí, y también vuestras artes, Señor delTúmulo. Las leyendas afirman que antesdel Amanecer del Mundo luchasteis con

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dioses muy poderosos.—Sí, luché con dioses.—Bien, pues ahora tenemos gran

necesidad de alguien que pueda lucharcon los dioses. Los Fhoi Myore sondioses. Están conquistando nuestrastierras. Roban nuestros objetos sagrados.Capturan a nuestras gentes, y en estosmomentos incluso nuestro Gran Rey esprisionero suyo. Nuestros GrandesLugares caen ante ellos, y Caer Llud yCraig Don ya han sucumbido. Dividennuestra tierra y de esa manera separan anuestra gente. Una vez separados, nosresulta más difícil volver a unirnos parapresentar batalla a los Fhoi Myore.

—Esos Fhoi Myore deben ser muy

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numerosos —dijo Corum.—Son siete.Corum no dijo nada, y permitió que el

asombro que había sido incapaz deocultar sirviese como respuesta en vez delas palabras.

—Son siete —repitió el rey Mannach—. Y ahora, Corum del Túmulo,acompañadnos hasta nuestro fuerte deCaer Mahlod, donde podréis compartir lacarne y el hidromiel con nosotros mientrasos explicamos por qué os hemos hechovenir.

Y Corum volvió a montar sobre sucaballo, y permitió que le guiaran a travésdel bosque de robles cuyas cortezasestaban recubiertas de escarcha hasta lo

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alto de una colina que dominaba el marsobre la que la luna arrojaba una claridadleprosa. Muros de piedra se alzabanalrededor de la cima y sólo había unapuerta de reducidas dimensiones, enrealidad un túnel que después volvía asubir poco a poco y por el que un visitantepodía entrar para llegar a la ciudad.Aquellas piedras también eran blancas.Era como si el mundo entero estuvieracongelado y todo lo que había en élhubiera sido tallado a partir del hielo.

Una vez dentro de ella, la ciudad deCaer Mahlod recordó a Corum lasciudades de piedra de Lyr-a-Brode,aunque se habían hecho algunos intentospara pulir el granito de las paredes de las

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casas, tallar los aleros y adornar losmuros con frescos. Era mucho másfortaleza que ciudad, y todo tenía unaapariencia triste y lúgubre que Corum noconsiguió relacionar con las personas quele habían invocado.

—Estos fuertes son muy antiguos —leexplicó el rey Mannach—. Fuimosexpulsados de nuestras grandes ciudades ynos vimos obligados a encontrar un hogaraquí, donde se dice que moraron nuestrosantepasados. Al menos los baluartes comoCaer Mahlod son sólidos y resistentes, ydurante el día se puede ver hasta muchoskilómetros a la redonda.

Se inclinó para cruzar un umbralprecediendo a Corum al interior de uno de

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aquellos enormes edificios que estabailuminado con lámparas de aceite yantorchas de juncos. Quienes habíanestado con Mannach en el claro delbosque también les siguieron.

Acabaron llegando a una estancia detecho no muy alto amueblada con bancos ymesas de madera pesadas y de aspectotosco, pero sobre las mesas había algunosde los trabajos en oro, plata y bronce másdelicados que Corum había visto en todasu vida. Cada cuenco, cada copa y cadabandeja eran exquisitas y, suponiendo queeso fuera posible, de una artesanía aúnmás soberbia que los adornos quellevaban aquellas personas. Los muroseran de piedra sin desbastar, pero la

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estancia estaba iluminada por los reflejosbailoteantes de las llamas que sereflejaban en la cubertería y la vajilla ylos adornos del Pueblo de Cremm Croich.

—Esto es todo lo que queda denuestro tesoro —dijo el rey Mannach, y seencogió de hombros—. Y la carne queservimos en nuestras mesas no esdemasiado buena, pues la caza escaseamás a cada día que pasa... Los animaleshuyen ante los Sabuesos de Kerenos, queinician su cacería apenas se ha puesto elsol y no la interrumpen hasta que vuelve asalir. Tememos que un día el sol noasomará por encima del horizonte ypronto en todo el mundo no habrá nadavivo salvo esos sabuesos y los cazadores

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que son sus amos, y cuando eso ocurra elhielo y la nieve impondrán para siempresu dominio sobre todas las cosas en uneterno Samhain.

Corum reconoció aquella palabraporque era muy parecida a la palabra quelas gentes de Lwym-an-Esh habíanutilizado para describir los días másoscuros y terribles del invierno, ycomprendió qué quería decir el reyMannach al emplearla.

Tomaron asiento en la larga mesa demadera y los criados trajeron la carne. Lacena que se sirvió no era muy apetitosa, yel rey Mannach volvió a pedirle disculpaspor ello. Pero aquella noche la atmósferade la gran estancia no tardó en alegrarse y

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volverse luminosa en cuanto los arpistastocaron alegres melodías, honraron lasglorias del pasado de su pueblo ycompusieron nuevas cancionesdescribiendo cómo Corum Jhaelen Irsei sepondría al frente de ellos para presentarbatalla a sus enemigos, destruirles y hacerque el verano volviera a las tierras de losTuha-na-Cremm Croich. A Corum lecomplació ver que había una igualdadabsoluta entre los hombres y las mujeres,y el rey Mannach le explicó que lasmujeres luchaban al lado de los hombresen sus batallas y que eran particularmentediestras en el uso del lazo de guerra, unatira de cuero con pesos en los extremosque podía ser lanzada a través de los aires

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para que rodeara la garganta del enemigoy lo estrangulara o para que le rompiera elcuello o los miembros.

—Habíamos olvidado todas esashabilidades, pero hemos tenido quevolver a aprenderlas durante los últimosaños —le explicó Mannach mientrasllenaba una gran copa dorada conhidromiel espumeante y se la entregaba—.Las artes de la guerra habían llegado a serpoco más que un ejercicio, unacompetición de destreza con la que nosentreteníamos durante nuestrascelebraciones.

—¿Cuándo llegaron los Fhoi Myore?—preguntó Corum.

—Hace unos tres años. No estábamos

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preparados. Aparecieron en las costas deleste durante el invierno y no hicieron nadapara revelar su presencia. Cuando laprimavera no llegó a esas comarcas, sushabitantes empezaron a tratar de averiguarcuál era la causa. Cuando nos llegaron lasprimeras noticias de qué había sido de losmoradores de Caer Llud, al principio nolas creímos. Desde entonces los FhoiMyore han ido extendiendo su poder, yahora toda la mitad este de nuestrastierras se encuentra bajo su dominioindiscutido. Han ido avanzando poco apoco en dirección oeste. Primero lleganlos Sabuesos de Kerenos, y despuésllegan los Fhoi Myore.

—¿Los siete? ¿Siete hombres?

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—Siete gigantes deformes, dos deellos del sexo femenino. Y tienen extrañospoderes, pues pueden controlar a lasbestias, las fuerzas de la naturaleza yquizá incluso a los demonios.

—Vienen del este... ¿De qué lugar deleste?

—Algunos dicen que del otro lado delmar, de un gran continente misteriosoacerca del cual sabemos muy poco, uncontinente que actualmente estádesprovisto de vida y que ha quedadototalmente cubierto por el hielo. Otrosdicen que han surgido del fondo del mar,de una tierra en la que sólo ellos puedenvivir. Nuestros antecesores llamabanAnwyn a esos dos lugares, pero no creo

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que sea un nombre de los Fhoi Myore.— ¿Y Lwym-an-Esh? ¿Sabéis algo

sobre esas tierras?—Es el sitio del que las leyendas

afirman que vino nuestro pueblo. Pero enépocas muy antiguas, en el pasadoenvuelto en la niebla, hubo una batallaentre los Fhoi Myore y las gentes deLwym-an-Esh, y Lwym-an-Esh se hundióbajo las olas y se convirtió en parte de latierra de los Fhoi Myore. He oído decirque ahora sólo perduran unas cuantas islasy unas cuantas ruinas sobre esas islas, loque parece confirmar la verdad queencierran esas leyendas. Después de esacatástrofe, nuestro pueblo derrotó a losFhoi Myore..., con ayuda mágica bajo la

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forma de una espada, una lanza, uncaldero, un corcel, un carnero y un roble.Todas esas cosas se guardaban en CaerLlud bajo la protección de nuestro GranRey, quien tenía poder sobre todos lospueblos que habitan estas tierras y queimpartía justicia una vez al año en elsolsticio de verano, resolviendo cualquierdisputa que pudiera haber llegado a serexcesivamente complicada para los reyescomo yo. Pero ahora nuestros tesorosmágicos han sido dispersados, algunosdicen incluso que se han perdido parasiempre, y nuestro Gran Rey es esclavo delos Fhoi Myore. Ésa es la razón de que ennuestra desesperación acabáramosacordándonos de la leyenda de Corum y te

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suplicáramos que nos ayudaras.—Habláis de cosas que pertenecen al

reino de lo místico —dijo Corum—, ynunca he conseguido entender muy bien lamagia y todo lo relacionado con ella, perointentaré ayudaros.

—Qué extraño es todo lo que nos haocurrido... —murmuró el rey Mannachcon expresión pensativa—. Estoycomiendo al lado de un semidiós ydescubro que a pesar de la prueba quesupone su propia existencia, ¡tiene tanpoca fe en lo sobrenatural y lo encuentratan poco convincente como yo! —Meneóla cabeza—. Bien, Príncipe Corum de laMano de Plata, ahora los dos debemosaprender a creer en lo sobrenatural. Los

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Fhoi Myore tienen poderes quedemuestran que lo sobrenatural existe.

—Y al parecer vosotros también lostenéis —añadió Corum—. ¡No cabe dudade que he sido traído hasta aquí por unainvocación de naturaleza inequívocamentemágica!

Un guerrero pelirrojo muy alto yrobusto sentado al otro lado de la mesa seinclinó sobre ella y alzó su copa de vinopara brindar por Corum.

—Ahora derrotaremos a los FhoiMyore. ¡Ahora sus perros demoníacoshuirán a la carrera! ¡Por el príncipeCorum!

Y todos se pusieron en pie yrepitieron el brindis.

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—¡Por el príncipe Corum!Y el príncipe Corum aceptó el brindis,

y replicó a él con otro.—¡Por el Pueblo de los Tuha-na-

Cremm Croich!Pero en lo más profundo de su corazón

no podía evitar el sentir cierta inquietud.¿Dónde había oído un brindis similar? Noen vida suya, desde luego, por lo quedebía recordar otra existencia, otrotiempo en el que fue un héroe y unsalvador para un pueblo que debíaparecerse bastante a aquel. Así pues, ¿dedónde surgía aquella vaga sensación detemor? ¿Habría traicionado acaso a esepueblo? Por mucho que se esforzara,Corum no conseguía librarse de aquellos

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pensamientos.Una mujer se levantó del banco en el

que había estado sentada y fue hacia élbalanceándose un poco a un lado y a otroal caminar. Le rodeó con un brazo fuertepero de piel suave y delicada, y le besóen la mejilla derecha.

—Yo te saludo, héroe —murmuró—.Ahora nos devolverás nuestro toro, nosguiarás a la batalla empuñando la lanzaBryionak y nos devolverás nuestrostesoros perdidos y nuestros GrandesLugares. ¿Y también nos darás hijos,Corum? ¿Nos darás héroes?

Y volvió a besarle.Corum sonrió con amargura.—Haré todo eso si está en mi poder,

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mi dama —replicó—. Pero hay una cosa,la última, que no puedo hacer, pues losvadhagh no pueden tener hijos de losmabden.

Sus palabras no parecieron afectar ala joven.

—Creo que también existe una magiapara remediar eso —dijo.

Después le besó por tercera vez antesde volver a ocupar su sitio en el banco, yCorum la deseó, y aquella sensación dedeseo hizo que se acordara de Rhalina, ydespués volvió a entristecerse y quedóabsorto en sus pensamientos.

—¿Os cansamos? —preguntó el reyMannach un rato después.

Corum se encogió de hombros.

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—Llevo demasiado tiempodurmiendo, rey Mannach —replicó Corum—, y he hecho acopio de energías más quesuficientes. No debería estar cansado.

—¿Durmiendo...? ¿En el túmulo?—Quizá —respondió Corum como en

sueños—. No lo había pensado, peroquizá he estado durmiendo en el túmulo.Vivía en un castillo desde el que sedominaba el mar, y malgastaba mis díasdejándome consumir por la pena y ladesesperación..., y entonces recibí vuestrallamada. Al principio no quise escucharla,y después un viejo amigo vino a verme yme pidió que respondiera a ella; y por esohe venido. Pero es posible que eso fuerael sueño... —Corum estaba empezando a

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pensar que quizá había abusado delhidromiel. Era una bebida muy potente. Sele había nublado la vista, y se sintiórepentinamente invadido por una peculiarmezcla de melancolía y euforia—. ¿Osimporta mucho cuál sea mi lugar deorigen, rey Mannach?

—No. Lo que importa es que Corumesté en Caer Mahlod, que nuestra gentepueda verle y que eso les dé ánimos.

—Contadme más cosas sobre los FhoiMyore y sobre cómo fuisteis derrotados.

—Es poco lo que puedo contarossobre los Fhoi Myore, salvo que se diceque no siempre estuvieron unidos contranosotros y que no todos son de la mismasangre. No hacen la guerra tal como la

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hacemos nosotros. Nuestra forma depelear era escoger campeones entre lasfilas de los ejércitos que iban aenfrentarse. Esos campeones luchaban pornosotros en un combate de hombre contrahombre, y el combate duraba hasta queuno de ellos era vencido. Si el vencido nohabía quedado malherido durante elcombate, se le perdonaba la vida. Enmuchas ocasiones no se llegaba a utilizarninguna clase de arma, pues un bardo seenfrentaba a otro componiendo versossatíricos contra sus enemigos hasta que elde ingenio más mordaz y acerado hacíaque los otros huyeran avergonzados. Perocuando se enfrentaron a nosotrosdescubrimos que los Fhoi Myore tienen un

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concepto muy distinto de lo que es unabatalla, y ésa es la razón de que fuéramosderrotados con tanta facilidad. No somosasesinos, pero ellos sí lo son. Quieren laMuerte, anhelan la Muerte y siguen a laMuerte, y le suplican a gritos que sevuelva para mostrarles Su rostro. Esepueblo, el Pueblo Frío... Son así. ElPueblo de los Pinos galopa en pos de laMuerte y anuncia la llegada del Reino dela Muerte, del Señor del Invierno queextenderá su dominio sobre todas loslugares que vosotros los de la antigüedadconocíais con el nombre de Bro-an-Mabden, la Tierra del Oeste..., esta tierra.Ahora tenemos gente en el norte, el sur yel oeste, y el único lugar en el que no hay

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gente es el este, pues todas esas tierrashan sucumbido al frío y han caído ante elavance del Pueblo de los Pinos.

La voz del rey Mannach parecía haberempezado a entonar un cántico funerario,un lamento por la derrota de su pueblo.

—Oh, Corum, no nos juzguéis por loque estáis viendo ahora —siguió diciendo—. Sé que hubo un tiempo en el quefuimos un gran pueblo con muchospoderes, pero caímos en la pobreza pocodespués de nuestros primeros combatescon los Fhoi Myore, cuando nosarrebataron la tierra de Lwym-an-Esh ytodos nuestros libros y nuestra sabiduríacon ella...

—Eso suena más bien a leyenda para

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explicar un desastre natural —dijo Corumcon afabilidad.

—Lo mismo pensaba yo hasta ahora—replicó el rey Mannach, y Corum notuvo más remedio que aceptar la verdadque había en sus palabras—. Somospobres —continuó diciendo el rey— yhemos perdido una gran parte de nuestrocontrol sobre el mundo inanimado, peroseguimos siendo el mismo pueblo desiempre. Nuestras mentes no hancambiado. No es la inteligencia lo que nosfalta, príncipe Corum.

Corum no había pensado ni por unmomento que andarán escasos de ella y,de hecho, había quedado asombrado antela agudeza mental del rey, tanto más

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cuanto que había esperado encontrarsecon una raza de ideas mucho másprimitivas. Aquel pueblo había acabadoaceptando la magia y la hechicería comorealidades tangibles, pero por lo demásno tenía nada de supersticioso.

—Vuestro pueblo es noble yorgulloso, rey Mannach —dijo Corum, yno podía ser más sincero—, y le servirélo mejor que pueda. Pero ahora sois vosquien debe decirme cómo puedoayudaros, pues vosotros sabéis muchomás que yo acerca de los Fhoi Myore.

—Los Fhoi Myore sienten un grantemor hacia nuestros antiguos tesorosmágicos —dijo el rey Mannach—. Paranosotros habían acabado siendo poco más

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que objetos a los que su antigüedad hacíainteresantes y dignos de ser conservados,pero ahora creo que significan algo másque eso... Creo que tienen poderes, y querepresentan un peligro para los FhoiMyore. Además, y eso es algo en lo quetodos los presentes están de acuerdoconmigo, lo cierto es que el Toro deCrinanass ha sido visto recientemente enlos alrededores.

—Ya se había hablado antes de esetoro.

—Cierto. Es un gigantesco toro negroque matará a quien intente capturarle...,salvo a una persona.

—¿Y esa persona se llama Corum? —preguntó Corum sonriendo.

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—Los viejos textos no mencionan sunombre. Lo único que dicen es que iráarmado con la lanza llamada Bryionak, yque la sostendrá en un puño tanresplandeciente como la luna.

—¿Y qué es la lanza Bryionak?—Es una lanza mágica que fue forjada

por el herrero sidhi Goffanon y que ahoravuelve a estar en su poder. Después deque los Fhoi Myore llegaran a Caer Llud ycapturasen al Gran Rey, un guerrerollamado Onragh al que se le habíaconfiado la misión de proteger losantiguos tesoros huyó en un carrollevándolos consigo; pero mientras huíalos tesoros fueron cayendo uno por unodel carro. Hemos oído decir que los Fhoi

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Myore que le perseguían se adueñaron dealgunos, y otros fueron encontrados pormabden. En cuanto al resto, y si se puedeconfiar en los rumores, fueronencontrados por un pueblo más antiguoque los mabden o los Fhoi Myore: lossidhi, que nos habían regalado esosobjetos en un principio. Echamos muchasrunas y nuestros hechiceros buscaron elconsejo de muchos oráculos antes de quenos enterásemos de que la lanza llamadaBryionak volvía a estar en posesión deese sidhi misterioso, el herrero llamadoGoffanon.

—¿Y sabéis dónde vive ese herrero?—Se cree que habita en un lugar

llamado Hy-Breasail, una misteriosa isla

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de encantamientos que se encuentra al surde las costas del este de nuestra tierra.Nuestros druidas creen que Hy-Breasailes cuanto perdura actualmente de Lwym-an-Esh.

—Pero ese lugar se encuentra bajo eldominio de los Fhoi Myore, ¿no?

—Los Fhoi Myore evitan acercarse ala isla, pero ignoro por qué lo hacen.

—El peligro debe ser grande siabandonaron una tierra que en tiempos fuesuya.

—Eso pienso yo también —asintió elrey Mannach—. Pero ¿podemos suponerque el peligro sólo afectaba a los FhoiMyore? Ningún mabden ha vuelto jamásde Hy-Breasail. Se dice que los sidhi

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tienen vínculos de sangre con los vadhagh,y muchos afirman que son del mismolinaje. Quizá sólo un vadhagh pueda ir aHy-Breasail y volver...

Corum dejó escapar una carcajada.—Quizá. Muy bien, rey Mannach, iré

a esa isla y buscaré vuestra lanza mágica.—Podríais ir a vuestra muerte.—No es la muerte lo que temo, rey.El rey Mannach asintió con expresión

sombría.—Tenéis razón y creo que os

comprendo, príncipe Corum. Y recordadque en estos días oscuros que nos hatocado vivir, hay cosas mucho mástemibles que la muerte...

Las llamas de las antorchas ya habían

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empezado a perder altura y estabanchisporroteando. La celebración se habíavuelto más calmada y mucho menosruidosa. Un solo arpista seguía tocando,arrancando a las cuerdas de suinstrumento una melodía melancólicamientras entonaba una canción sobreamantes condenados que Corum, en suebriedad, identificó con su propia historiay con el amor que había vivido al lado deRhalina. La penumbra hizo que tuviera laimpresión de que la muchacha que lehabía hablado antes se parecía mucho aRhalina. Corum clavó la mirada en ellamientras la muchacha hablaba con uno delos jóvenes guerreros sin ser conscientede que la estaba observando, y empezó a

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sentir nuevas esperanzas. Albergó laesperanza de que Rhalina se hubiesereencarnado en algún lugar de aquelmundo, de que conseguiría dar con ella enalguna parte y de que aunque ella no lereconocería volvería a enamorarse de éltal como había hecho antes.

La muchacha volvió la cabeza en sudirección, se dio cuenta de que Corum laestaba mirando y le sonrió acompañandola sonrisa con una leve inclinación decabeza.

Corum alzó su copa de vino y se pusoen pie.

—¡Sigue cantando, bardo, pues bebopor Rhalina, mi amor perdido! —exclamóalzando la voz hasta casi gritar—. Y rezo

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para poder encontrarla en este mundoterrible...

Después inclinó la cabeza con lasensación de haberse puesto en ridículo.Si se la observaba con atención y bajo laluz, la muchacha apenas se parecía ennada a Rhalina. Pero los ojos de lamuchacha siguieron clavados en él cuandoCorum volvió a dejarse caer sobre suasiento, y al cabo de unos momentosCorum volvió a contemplarla con francacuriosidad.

—Veo que mi hija os parece digna devuestra atención, Señor del Túmulo —dijo de repente el rey Mannachinclinándose hacia Corum, y había un levetono sardónico en su voz.

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—¿Vuestra hija...?—Se llama Medhbh. ¿Es hermosa?—Sí, es hermosa. Es magnífica, rey

Mannach.—Ha compartido las tareas del

gobierno conmigo desde que su madremurió en nuestra primera batalla con losFhoi Myore. Es mi mano derecha, misabiduría... Medhbh es una gran líder enel combate, y también es la que tiene máspuntería con el lazo de guerra, la honda yel tathlum.

—¿Qué es el tathlum?—Una bola muy dura hecha con los

sesos y los huesos machacados denuestros enemigos. Los Fhoi Myore latemen, y ésa es la razón por la que lo

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utilizamos. Los sesos y los huesos sonmezclados con cal que se endureceenseguida. Parece un arma bastanteefectiva contra los invasores, y hay pocasarmas que resulten efectivas contra ellos,pues su magia es muy poderosa.

—Antes de que parta en busca devuestra lanza, me gustaría mucho poderver con mis propios ojos cuál es lanaturaleza de nuestros enemigos —dijoCorum en voz baja mientras tomaba unsorbo de hidromiel.

El rey Mannach sonrió.—Es una petición que no nos costará

satisfacer, pues dos de los Fhoi Myore ysus jaurías de caza han sido divisados nomuy lejos de aquí. Nuestros exploradores

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creen que vienen hacia Caer Mahlod paraatacar nuestro fuerte, y deberían haberllegado aquí mañana a la hora del ocaso.

—¿Esperáis poder vencerles? Noparecéis muy preocupado...

—No podremos vencerles. Creemosque esa clase de ataques son como unaespecie de diversión para los Fhoi Myore.En algunas ocasiones han conseguidodestruir el fuerte que han atacado, pero suobjetivo principal es inquietarnos.

—¿Entonces permitiréis que siga aquíhasta mañana a la hora del ocaso?

—Lo haré, siempre que me prometáisque huiréis y pondréis rumbo a Hy-Breasail en el caso de que el fuerte no semuestre capaz de resistir su ataque.

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—Lo prometo —dijo Corum.Corum se encontró contemplando de

nuevo a la hija del rey Mannach. La jovenestaba riendo y había echado hacia atrássu abundante melena pelirroja mientrasapuraba su copa de hidromiel. Los ojos deCorum recorrieron sus esbeltos miembrosadornados con brazaletes de oro y susilueta de contornos firmes y bienproporcionados. Era la viva imagen deuna princesa guerrera, y sin embargohabía algo más en ella que le hizo pensarque era algo más que eso. Sus ojosestaban iluminados por la hermosa llamade la inteligencia y el sentido del humor...¿O acaso sería todo fruto de suimaginación porque deseaba tan

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desesperadamente descubrir a Rhalina encualquier mujer mabden?

Corum acabó obligándose aabandonar la estancia, y el rey Mannach leescoltó hasta el aposento que había sidopreparado para acogerle. Era unahabitación sencilla y con muy pocomobiliario que contaba con un lecho demadera y tiras de cuero, un colchón depaja, y pieles para que pudiera cubrirse yquedar protegido del frío; y Corumdurmió muy bien en aquel lecho, y no fuevisitado por ningún sueño.

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Libro segundoNuevos enemigos, nuevos amigos, nuevos

enigmas.

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Primer capítulo

Siluetas entre la niebla

Y llegó el amanecer de la primeramañana, y Corum contempló aquellastierras.

El hueco de la ventana estabaprotegido con un pergamino impregnadode aceite que dejaba pasar la luz y ofrecíaun panorama oscurecido del mundoexterior, y a través de él Corum vio quelos muros y techos de la rocosa CaerMahlod centelleaban debido a la capa deescarcha reluciente que se había

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acumulado sobre ellos. La escarcha seaferraba a las grises piedras graníticas, laescarcha se endurecía sobre el suelo, y laescarcha convertía los árboles del bosqueque se extendía debajo del fuerte enobjetos muertos de contornos tan nítidosque parecían cortar el aire.

Un fuego de leños había ardido en lachimenea de la habitación de techo bajodonde había sido alojado Corum, peroahora sólo quedaban de él poco más quecenizas calientes. Corum se estremeciómientras se lavaba y se vestía.

Y Corum pensó que aquello era laprimavera en un lugar donde en tiempospasados la dorada primavera llegabapronto y el invierno apenas podía ser

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percibido, y sólo era un intervalo entrelos tibios días del otoño y los frescosamaneceres de la primavera.

Corum creyó reconocer el paisaje. Dehecho, no se encontraba lejos delpromontorio sobre el que se alzaba elCastillo Erorn. El panorama que se podíadivisar a través del pergaminoimpregnado de aceite de la ventanaquedaba todavía más oscurecido por lasugerencia de una niebla marina que sealzaba desde el otro lado de la ciudad-fortaleza, pero en la lejanía podíadistinguirse a duras penas el perfil de unrisco, que era casi con toda seguridad unode los riscos que había cerca de Erorn.Corum sintió el deseo de ir hasta allí para

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averiguar si el Castillo Erorn aún seguíaen pie y, de hacerlo, si estaba ocupadopor alguien que supiese algo sobre lahistoria del castillo. Se prometió queantes de abandonar aquella parte del paísvisitaría el Castillo Erorn, aunque sólofuese para poder contemplar un símbolode su propia mortalidad.

Corum se acordó de la joven esbelta yorgullosa que había estado riendo en lasala del banquete la noche anterior.Seguramente el admitir que se sentíaatraído hacia ella no podía ser ningunatraición a Rhalina, y estaba muy claro queella se había sentido atraída por Corum.Así pues, ¿por qué le costaba tantoadmitir aquella realidad? ¿Porque tenía

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miedo? ¿A cuántas mujeres podía amar yver después cómo envejecían y perecíanantes de que su larga existencia devadhagh hubiese terminado? ¿Cuántasveces podría experimentar la angustia dela pérdida? ¿O empezaría a sucumbir alcinismo, y tomaría a las mujeres duranteun breve período de tiempo y luego lasabandonaría antes de que pudiese llegar aamarlas demasiado? Tanto por el bien deellas como por el suyo propio, aquéllaquizá fuese la mejor solución a lasituación profundamente trágica en que sehallaba.

Expulsó de su mente el problema y laimagen de la hija pelirroja del rey con uncierto esfuerzo de voluntad. Si el día que

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acababa de amanecer era un día parahacer la guerra, entonces más valdría queconcentrara toda su atención en aquelasunto antes que en cualquier otro siquería impedir que el enemigo silenciarasu conciencia cuando silenciara surespiración. Corum sonrió y se acordó delas palabras del rey Mannach. Mannachhabía dicho que los Fhoi Myore seguían ala Muerte, que cortejaban a la Muerte...Bien, ¿acaso no era cierto lo mismo deCorum? Y, si era cierto, ¿acaso eso no leconvertía en el más temible enemigo delos Fhoi Myore?

Salió de su habitación inclinándosepara cruzar el umbral, y atravesó una seriede pequeñas estancias redondas hasta que

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llegó al salón en el que habían cenado lanoche anterior. El salón estaba vacío. Lavajilla y la cubertería habían sidoguardadas, y una débil claridad grisáceaentraba de mala gana por los angostosventanales para iluminar el salón. Laestancia era fría, desnuda y austera.Corum pensó que era un lugar en el quelos hombres podían arrodillarse a solas ypurificar su mente preparándola para labatalla. Flexionó su mano de plata,estirando y curvando los dedos y losnudillos de plata, y contempló la palma deplata, tan detallada que en ella estabanreproducidas todas las líneas de una manode carne y hueso. La mano estaba unidamediante pequeños remaches al hueso de

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la muñeca. Corum había llevado a cabo laoperación necesaria personalmente,usando su otra mano para hundir el taladroa través del hueso. Era una copia tanperfecta de la mano de carne y hueso queno resultaba extraño que alguien la tomasepor una mano mágica. Corum dejó que lamano cayera junto a su flanco mientrastorcía el gesto en una repentina mueca dedisgusto. La mano era lo único que habíacreado en dos tercios de siglo, el únicotrabajo que había llegado a terminardesde el final de la aventura de losSeñores de las Espadas.

Sintió repugnancia de sí mismo y nofue capaz de analizar la razón de aquellaemoción. Corum empezó a ir y venir sobre

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las grandes losas del suelo, olisqueandoel aire frío y húmedo como si fuera unsabueso impaciente por iniciar la cacería.¿O no era cierto que estuviera impacientepor iniciarla? Quizá en vez de eso estabahuyendo de algo. ¿Huía quizá delconocimiento de su propia e inevitablecondenación, aquella a la que tanto Elriccomo Erekosë habían hecho algunasalusiones?

—¡Oh, por mis antepasados, queempiece la batalla y que sea feroz yencarnizada! —gritó.

Desenvainó su espada con un salvajetirón y la hizo girar en el aire poniendo aprueba su temple y evaluando suequilibrio. Después volvió a enfundarla

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con un estrépito metálico que resonó entodo el salón.

—Y que termine con la victoria paraCaer Mahlod, Campeón y Señor delTúmulo.

La voz melodiosa e impregnada dediversión pertenecía a Medhbh, la hija delrey Mannach, que estaba apoyada en elquicio de la puerta con una mano en lacadera. Alrededor de su cintura había ungrueso cinto del que colgaban una dagaenvainada y una espada de hoja ancha.Medhbh llevaba el cabello recogido en lanuca y una especie de toga de cuero comoúnica armadura. Su mano libre sostenía uncasco ligero cuyo diseño era bastanteparecido al de un casco vadhagh, pero

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forjado de bronce.Corum rara vez cedía a la tentación de

comportarse de manera melodramática, yel haber sido descubierto proclamando agritos su confusión le dejó tan confuso quegiró sobre sí mismo para darle la espalda,sintiéndose incapaz de mirarla a la cara.Su habitual buen humor le falló duranteunos momentos.

—Mi señora, me temo que no tenéisun gran héroe en mi persona —dijo convoz gélida.

—Y muy poco de un dios sombrío ymelancólico, Señor del Túmulo. Muchosde nosotros dudamos durante bastantetiempo antes de invocaros. Muchospensábamos que, suponiendo que

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existierais, seríais una criatura oscura yespantosa muy parecida a los Fhoi Myorey que con la invocación haríamos caersobre nuestras cabezas algo horrible. Perono, lo que nos ha traído la invocación hasido un hombre, y un hombre es un sermucho más complicado que una meradeidad. Y parece ser que nuestrasresponsabilidades son totalmentedistintas, más sutiles y más difíciles decumplir. Estáis enfadado porque os hevisto dominado por el miedo...

—Quizá no fuese miedo, mi señora.—Pero quizá lo era. Apoyáis nuestra

causa porque habéis escogido hacerlo. Notenemos ningún derecho y tampoco ningúnpoder sobre vos aunque antes pudiéramos

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creer que lo teníamos... Nos ayudáis apesar de vuestro miedo y de que dudáis devos mismo. Eso vale mucho más que laayuda de una criatura sobrenatural queapenas tiene mente como las que utilizanlos Fhoi Myore, príncipe Corum, yademás debéis recordar que vuestraleyenda inspira temor a los Fhoi Myore.

Corum siguió inmóvil. La bondad deMedhbh impregnaba cada una de suspalabras, y la simpatía que sentía hacia élera real. Su inteligencia era tan grandecomo su belleza. ¿Cómo podía darse lavuelta cuando hacerlo significaría verla, ycuando verla significaría no poder evitaramarla con un amor tan intenso como elque había sentido hacia Rhalina?

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—Os agradezco vuestras amables ybondadosas palabras, mi señora —dijoCorum esforzándose por controlar su voz—. Haré cuanto pueda al servicio devuestro pueblo, pero os advierto que nodebéis esperar ninguna ayuda espectacularde mí.

No se dio la vuelta porque noconfiaba en sí mismo. ¿Habría visto algode Rhalina en aquella muchachaúnicamente debido a que su necesidad deRhalina era tan grande? Y si se trataba deeso, ¿qué derecho tenía a amar a Medhbhsi sólo amaba en ella cualidades queimaginaba percibir?

La mano de plata tapó el bordado delparche del ojo, y los dedos fríos e

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incapaces de sentir nada tiraron de la telaque Rhalina había adornado con su agujade bordar. Cuando volvió a hablar, Corumcasi gritó.

—¿Y qué hay de los Fhoi Myore?¿Vienen ya?

—Todavía no. De momento lo únicoque ha ocurrido es que la niebla seespesa, y eso es una señal inequívoca deque se encuentran cerca de nosotros.

—¿Es que la niebla les sigue?—La niebla precede a los Fhoi

Myore, y el hielo y la nieve les siguen. ElViento del Este suele indicar su llegadatrayendo consigo piedras de granizo tangrandes como huevos de gaviota. Ah,cuando los Ehoi Myore emprenden la

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marcha, la tierra muere y los árboles seinclinan...

Su voz se había vuelto fría y distante.La tensión que había empezado a

flotar en la atmósfera de la sala estabaaumentando.

—No estáis obligado a amarme, miseñor —dijo de repente Medhbh.

Y entonces Corum se dio la vuelta.Pero Medhbh ya se había marchado.Corum volvió a clavar la mirada en su

mano de metal y usó la de carne blanda ysuave para limpiar la lágrima de su únicoojo.

Después creyó oír el débil tañir de lascuerdas de un arpa mabden que sonaba enuna parte alejada de la fortaleza creando

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una música más dulce que ninguna de lasque Corum había oído durante toda suvida en el Castillo Erorn, y el sonido delarpa estaba lleno de tristeza.

—Tenéis a un arpista dotado de uninmenso genio musical en vuestra corte,rey Mannach.

Corum y el rey estaban en losbaluartes exteriores de Caer Mahlod conla mirada vuelta hacia el este.

—¿Vos también habéis oído el arpa?—El rey Mannach frunció el ceño.Llevaba una coraza de bronce y un yelmode bronce cubría su canosa cabeza. Suapuesto rostro estaba muy serio, y una

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chispa de perplejidad brillaba en sus ojos—. Algunos pensaron que erais vos quientocaba el arpa, Señor del Túmulo.

Corum alzó su mano de plata.—Esta mano jamás habría podido

arrancar notas semejantes a un arpa. —Después alzó la mirada hacia el cielo—.No, el arpista al que oí tocar era mabden.

—No lo creo, príncipe —dijoMannach—. Bien, en cualquier caso elarpista al que oímos no era ninguno de losde mi corte. Todos los bardos de CaerMahlod se están preparando para elcombate. Cuando toquen oiremoscanciones de guerra, no la música queresonó en el fuerte esta mañana.

—¿No reconocisteis la melodía?

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—Ya la había oído en una ocasiónanterior. Fue en el claro del túmulo, laprimera noche en que fuimos allí parapediros que nos ayudarais... Fue lo quenos animó a creer que podía haber algo deverdad en la leyenda. Si no hubiésemosoído la música del arpa, no habríamosseguido con la invocación.

El fruncimiento de ceño de Corumhizo que sus cejas se unieran.

—Los misterios nunca me han gustadodemasiado —dijo.

—Entonces supongo que la vida nodebe de gustaros demasiado, mi señor.

Corum sonrió.—Comprendo a qué os referís, rey

Mannach; pero siempre he sentido cierta

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suspicacia ante cosas tan inexplicablescomo las arpas fantasmales.

No había más que decir sobre elasunto. El rey Mannach señaló el frondosobosque de robles con la mano. Una espesaneblina se aferraba a las ramas más altas,y mientras la observaban la neblinapareció hacerse todavía más espesa y fuebajando hacia el suelo hasta que muypocos de los troncos cubiertos deescarcha fueron visibles. El sol brillabaen lo alto del cielo, pero las franjas denubes que habían empezado a acumularseante él estaban haciendo que su luz sevolviese pálida y débil.

El día estaba inmóvil y silencioso.No había pájaros que cantaran en el

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bosque, e incluso los movimientos de losguerreros que aguardaban dentro delfuerte apenas podían oírse. Cuando unhombre gritaba, el sonido parecíaamplificarse hasta alcanzar la límpidapotencia de la nota de una campanadurante un momento antes de quedarabsorbido por el silencio. Los baluartesestaban llenos de armas colocadas enpilas: había lanzas, arcos, flechas, piedrasde gran tamaño y las bolas de aquellasustancia llamada tathlum que seríanarrojadas mediante hondas. Los guerrerosempezaron a ocupar sus puestos en lasmurallas. Caer Mahlod no era un fuerte degrandes dimensiones, pero era unaconstrucción sólida que se agazapaba

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sobre la cima de una colina cuyas laderashabían sido alisadas hasta darle elaspecto de un cono de enormesproporciones creado por el hombre. Alsur y al norte se alzaban otros conossemejantes, y sobre dos de ellos podíanverse las ruinas de otras fortalezas, locual sugería que en tiempos Caer Mahlodhabía formado parte de una fortificaciónmucho más grande.

Corum volvió la mirada hacia el mar.Allí la neblina se había esfumado y lasaguas estaban muy tranquilas, azules ycubiertas de destellos, como si el climaque rozaba la tierra no se extendiera através del océano; y Corum pudo ver queno se había equivocado al pensar que el

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Castillo Erorn se encontraba cerca. Aunos cinco o seis kilómetros en direcciónsur se alzaban los contornos familiaresdel promontorio y lo que podían ser losrestos de una torre.

—¿Conocéis ese lugar, rey Mannach?—preguntó Corum señalándolo con undedo.

—Nosotros lo llamamos CastilloOwyn, pues se parece a un castillo cuandoes contemplado desde lejos, pero enrealidad es una formación natural. Existenalgunas leyendas sobre él que loconsideran morada de seressobrenaturales, unas afirman que de lossidhi, otras que de Cremm Croich; pero elúnico arquitecto que ha dado forma al

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Castillo Owyn fue el viento, y el mar fuesu único maestro cantero.

—Aun así me gustaría ir allí —dijoCorum—. Cuando pueda hacerlo,naturalmente.

—Si los dos sobrevivimos a laincursión de los Fhoi Myore... Mejordicho, si los Fhoi Myore deciden noatacarnos, yo mismo os llevaré allí. Perono hay nada que ver, príncipe Corum, yese lugar se puede observar mejor desdelejos.

—Sospecho que tenéis razón, rey —dijo Corum.

Mientras hablaban, la niebla se habíaespesado todavía más y había ocultadopor completo el mar. La niebla cayó sobre

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Caer Mahlod y llenó sus angostas calles.La niebla avanzó hacia la fortalezaprocedente de todas las direcciones salvodel mar.

Incluso los débiles sonidos delinterior del fuerte se desvanecieronmientras sus ocupantes esperaban ensilencio a que llegara el momento dedescubrir qué había traído consigo laniebla.

Estaba casi tan oscuro como si faltarapoco para anochecer. El aire se habíavuelto tan frío que Corum, quien llevabamás ropa que cualquiera de los demás, seestremeció y tiró de los pliegues de sutúnica escarlata para ceñirlos alrededorde su cuerpo.

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Y de repente el aullido de un sabuesoemergió de la niebla. Era un aullidosalvaje, un sonido de la más puradesolación, que fue coreado por otrasgargantas caninas hasta que llenó laatmósfera rodeando la fortaleza llamadaCaer Mahlod por sus cuatro costados.

Corum forzó su único ojo intentandodistinguir a los sabuesos, y creyó entreverdurante un instante una silueta borrosa quese movía debajo de los murosdeslizándose por las faldas de la colina.Un momento después la silueta ya se habíaesfumado. Corum tensó sin apresurarse suarco de hueso y apoyó el extremoemplumado de una esbelta flecha en lacuerda. Después aferró el arco con su

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mano de metal y usó la mano de carne yhueso para hacer retroceder la cuerdahasta su mejilla, y esperó hasta veraparecer otra silueta borrosa antes deliberar la cuerda. La flecha atravesó laniebla y se desvaneció. Un horriblealarido estridente brotó del silencio y seconvirtió en un gruñido gutural. Despuésuna silueta apareció de repente subiendo ala carrera por la colina en dirección alfuerte. Dos ojos amarillos clavaron sumirada directamente en el rostro deCorum, como si la bestia hubierareconocido instintivamente la fuente de suherida. Su larga cola peluda oscilaba deun lado a otro mientras corría, y alprincipio pareció como si tuviera otra

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cola rígida y más delgada, pero uninstante después Corum comprendió quelo que estaba viendo era su flecha, quesobresalía del flanco del animal. Pusootra flecha en su arco. Echó la cuerdahacia atrás, y contempló los ojosllameantes de la bestia. Una boca rojizase abría ante él y los colmillosamarillentos goteaban saliva. El pelajeera áspero y de apariencia lanuda, ycuando el perro estuvo más cerca Corumse dio cuenta de que era del tamaño de unpony.

Sus feroces gruñidos resonaron en losoídos de Corum, pero siguió sosteniendola flecha inmóvil en su arco, pues habíamomentos en los que el telón de fondo de

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la niebla hacía que resultara difícil vercon claridad.

Corum no había esperado que elsabueso fuese blanco. Su cuerpo era deuna blancura resplandeciente queproducía una vaga repugnancia apenas sela contemplaba. Sólo las orejas delsabueso eran más oscuras que el resto desu cuerpo, y eran de un rojo reluciente tanintenso como el de la sangre reciénderramada.

El sabueso blanco siguió ascendiendopor la ladera de la colina con la primeraflecha subiendo y bajando en su flanco acada salto sin que el animal parecieradarse cuenta de su presencia, y su aullidocasi parecía ser un aullido de risa

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obscena provocada por la anhelanteexpectación de hundir sus colmillos en lagarganta de Corum. Los ojos amarillosestaban llenos de una maligna alegría.

Corum no podía esperar más tiempo, ydisparó la flecha.

El dardo pareció viajar muy despaciohacia el sabueso blanco. La bestia vio laflecha e intentó esquivarla haciéndose aun lado, pero había estado corriendo a unavelocidad excesiva y sus movimientoscarecieron de la coordinación necesaria.Cuando se agachó para salvar su ojoderecho, sus patas se enredaron las unascon las otras, y la flecha se clavó en suojo izquierdo con un impacto tal que lapunta se abrió paso hasta asomar por el

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otro lado del cráneo.El sabueso abrió sus enormes fauces

mientras se derrumbaba, pero aquellagarganta aterradora ya no emitió ningúnsonido más. La bestia cayó, bajó rodandounos metros cuesta abajo y acabóquedándose inmóvil.

Corum dejó escapar un suspiro y sevolvió hacia el rey Mannach parahablarle.

Pero el rey Mannach ya estabaechando el brazo hacia atrás apuntandouna lanza hacia la niebla, donde por lomenos un centenar de sombras blancas seagazapaban, babeaban y gimoteabanproclamando su decisión de vengarse dequienes habían matado a su congénere.

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Segundo capítulo

El combate en Caer Mahlod

—¡Oh, hay muchos!El rostro del rey Mannach estaba

nublado por la preocupación cuandocogió una segunda lanza y la arrojó en posde la primera.

—Hay más de los que nunca habíavisto antes...

Miró a su alrededor para ver cómo seestaban comportando sus hombres. Ahoratodos habían emprendido una frenéticaactividad contra los sabuesos. Hacían

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girar las hondas, disparaban flechas yarrojaban lanzas. Caer Mahlod habíaquedado rodeado por los sabuesos.

—Sí, hay muchos... Puede que losFhoi Myore ya se hayan enterado de quehabéis venido en nuestra ayuda, príncipeCorum, y quizá estén decididos adestruiros.

Corum no replicó, pues acababa dever a un enorme sabueso blanco que sedeslizaba con el cuerpo pegado a lamisma base de la muralla y que estabaolisqueando la entrada que había sidoobstruida con un gigantesco peñasco. Seasomó por encima del baluarte sacandomedio cuerpo al vacío y disparó una desus últimas flechas, acertando a la bestia

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en la parte de atrás del cráneo. El sabuesogimió y huyó corriendo entre la niebla.Corum no pudo ver si había logradoacabar con él. Aquellos sabuesosparecían muy difíciles de matar. La nieblay la escarcha hacía que resultaran casiinvisibles, y lo único que se podía ver deellos eran sus orejas color rojo sangre ysus ojos amarillos.

Enfrentarse a ellos habría seguidosiendo difícil incluso si sus cuerposfuesen de un color más oscuro. La nieblase fue haciendo todavía más espesa.Atacaba las gargantas y los ojos de losdefensores irritándolos de tal manera queéstos no paraban de pasarse la mano porla cara para librarse de aquel vapor

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blanquecino, y escupían a los sabuesospor encima de los muros mientrasintentaban expulsar de sus pulmones lafría humedad que se aferraba a ellosimpidiéndoles respirar. Pero losdefensores eran valientes, y noflaqueaban. Lanza tras lanza salíadisparada hacia abajo. Flecha tras flechatrazaba un arco cayendo sobre las filas deaquellos perros siniestros. Sólo losmontones de bolas de tathlum seguían sinser utilizados y Corum hubiese queridosaber por qué, pero el rey Mannach nodisponía de tiempo para explicárselo. Pordesgracia las flechas, las lanzas y lasrocas ya empezaban a escasear, y sólounos pocos perros blancos habían muerto.

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«Sea quien sea Kerenos, tiene unasperreras muy bien provistas», pensóCorum mientras disparaba la última desus flechas. Después dejó el arco en elsuelo y desenvainó su espada.

El aullar de los sabuesos tensabahasta el último nervio de los defensores,de tal forma que no sólo tenían que lucharcontra los perros sino también contra elagarrotamiento de sus propios músculos.

El rey Mannach corría a lo largo delos baluartes dando ánimos a susguerreros. Hasta el momento ninguno deellos había caído. No se verían obligadosa defenderse con sus espadas, sus hachasy sus picas hasta que hubieran agotado elúltimo de sus proyectiles, pero ese

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momento ya casi había llegado.Corum se tomó un breve descanso

para recuperar el aliento y tratar deevaluar su situación. Había un pocomenos de cien sabuesos debajo de ellos, yun poco más de cien hombres en losbaluartes. Los sabuesos tendrían que darsaltos gigantescos para poder llegar hastalas murallas, y Corum no tenía ni la másmínima duda de que eran capaces desaltos semejantes.

Mientras pensaba en ello vio a unabestia que venía surcando los aires haciaél con las patas delanteras extendidas, lasmandíbulas abriéndose y cerrándoseruidosamente y la feroz mirada de susojos amarillos clavada en él. Si no

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hubiera desenvainado su espada hacía unrato, Corum hubiese muerto allí mismo yen aquel instante; pero consiguió alzar lahoja atacando al sabueso mientras éstevolaba por los aires cayendo hacia él. Lahoja se clavó en el vientre de la bestia, yCorum estuvo a punto de perder elequilibrio cuando el sabueso se empaló así mismo en la punta de la espada, dejóescapar un gemido que casi parecía desorpresa, gruñó como si hubieracomprendido su destino y movió la cabezaen un fútil y ya muy debilitado intento demorderle antes de caer dando tumboshacia atrás para precipitarse justo sobrela columna vertebral de uno de suscongéneres.

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Durante un rato Corum pensó que losSabuesos de Kerenos ya habían tenidobatalla suficiente por aquel día, puesparecían estar retirándose; pero susgruñidos, murmullos y aullidosocasionales no tardaron en dejar muyclaro que se estaban limitando a tomarseun descanso y que esperarían unosmomentos mientras se preparaban paralanzar otro ataque. Quizá estabanrecibiendo instrucciones de un amoinvisible, quien quizá fuese el mismísimoKerenos. Corum habría dado casicualquier cosa por un fugaz atisbo de losFhoi Myore. Quería ver por lo menos auno, aunque sólo fuese para poderformarse una opinión propia sobre qué

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eran y de dónde habían sacado suspoderes. Antes de ser atacado por aquelsabueso había entrevisto una siluetaoscura entre la niebla, una forma que eramás alta que los sabuesos y que habíaparecido caminar sobre dos piernas, perola niebla giraba y se arremolinaba tanrápidamente en todo momento (aunquenunca llegaba a dispersarse del todo) queera muy posible que le hubiese engañado.Si realmente había llegado a distinguir lasilueta de un Fhoi Myore, entonces nocabía ninguna duda de que eranconsiderablemente más altos que los sereshumanos y probablemente de una raza queno tenía nada que ver con la suya. Pero¿de dónde podían haber venido unos seres

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que no eran vadhagh, nhadragh nimabden? Aquel enigma había tenidoperplejo a Corum desde la primeraconversación que había mantenido con elrey Mannach.

—¡Los sabuesos! ¡Cuidado con lossabuesos!

El guerrero apenas tuvo tiempo delanzar aquel grito antes de ser derribadopor una forma de un blanco reluciente queacababa de lanzarse sobre él surgiendo dela niebla sin hacer ningún ruido. Sabuesoy hombre se precipitaron juntos desde loalto del baluarte y cayeron con unestrépito terrible en la calle que habíadebajo.

Sólo el sabueso se levantó, las fauces

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repletas de la carne del guerrero. Labestia giró sobre sí misma y empezó aavanzar al trote por la calle. Corum,actuando casi sin pensar, lanzó su espaday logró herir al sabueso en el flanco. Labestia aulló e intentó morder la espadaque asomaba de sus costillas, como sifuese un cachorro que intenta atrapar supropia cola. El enorme sabueso logrócompletar cuatro o cinco rotaciones antesde acabar comprendiendo que estabamuerto.

Corum bajó a la carrera el tramo depeldaños que llevaba hasta la calle pararecuperar su espada. Nunca había vistounos perros tan monstruosos, y tampocopodía entender por qué tenían aquel color

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tan extraño, que no tenía igual en ningunade las criaturas que había visto hasta elmomento. Arrancó su espada del inmensocadáver con una mueca de repugnancia ylimpió la sangre en el áspero pelajeblanquecino. Después volvió a subircorriendo los peldaños para ocuparnuevamente su puesto en la muralla.

Entonces fue consciente por primeravez de la pestilencia. Era un inconfundiblehedor canino parecido al olor quedesprende el pelaje de un perro sucio ymojado, pero había momentos en los quepodía ser casi insoportable. Con la nieblaatacando ojos y bocas y la pestilencia delos sabuesos atacando sus fosas nasales,los defensores cada vez experimentaban

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más dificultades para seguir protegiendoel fuerte de Caer Mahlod del ataque. Losperros ya habían conseguido llegar a lasmurallas en varios lugares, y cuatroguerreros yacían sobre las losas con lagarganta desgarrada mientras dosSabuesos de Kerenos también yacíanmuertos, uno de ellos con la cabezalimpiamente separada del cuello.

Corum estaba empezando a cansarse,y pensó que a los demás también debíaestar ocurriéndoles lo mismo que a él. Enuna batalla corriente, a esas alturashabrían tenido todo el derecho del mundoa estar agotados, pero en aquélla noluchaban contra hombres sino contrabestias, y los aliados de aquellas bestias

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eran los mismísimos elementos.Corum tuvo que saltar a un lado

cuando un sabueso —uno de los másgrandes que había visto hasta aquelmomento— logró llegar hasta el baluartepor detrás de él y aterrizó sobre laplataforma que había más allá bufando yjadeando con los ojos girando locamenteen sus órbitas, la lengua fuera y loscolmillos goteantes. La pestilencia dejósin aliento a Corum. Aquel espantoso olorfétido a podredumbre brotaba de la bocade la bestia. El sabueso dejó escapar ungruñido ahogado y se preparó para atacara Corum. Las extrañas orejas rojas sepegaron al cráneo ahusado.

Corum lanzó un grito inarticulado,

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agarró su hacha de guerra de mango largode donde la había dejado junto a lamuralla y se lanzó sobre el sabuesohaciendo girar su arma.

El sabueso se encogió visiblementecuando el filo del hacha destelló sobre sublanca cabeza. Su cola empezó aesconderse entre sus patas traseras antesde que cayera en la cuenta de que eraconsiderablemente más pesado y fuerteque Corum y tensara los labios en ungruñido que reveló dientes de unosveinticinco centímetros de longitud.

Hacer girar el hacha de guerra paralanzar un segundo golpe hizo que Corumperdiera levemente el equilibrio, y elsabueso atacó antes de que el hacha

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pudiera volver a amenazarle. Corum tuvoque retroceder tres pasos, alejándose atoda prisa de la bestia mientras ésta selanzaba sobre él, para así permitir que elhacha siguiera trazando su giro y seincrustara en una de las patas traseras delsabueso. La bestia quedó lisiada, pero elimpacto no la detuvo. Corum estaba muycerca del borde de la plataforma, y sabíaque tener que saltar de ella significaríacomo mínimo acabar con las piernasrotas. Un solo paso hacia atrás bastaríapara provocar su caída a la calle. Sólopodía hacer una cosa. Cuando el sabuesoatacó, Corum esquivó la embestida y seagachó, y la bestia pasó por encima de ély su cabeza chocó con las piedras de la

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calle con tanta fuerza que se rompió elcuello.

El estrépito de la batalla ya eraclaramente audible en todo el perímetrode la fortaleza, pues varios Sabuesos deKerenos habían conseguido acceder a lascalles, y vagaban por ellas olisqueando elaire en busca de las ancianas y los niñosque se acurrucaban detrás de las puertasprotegidas con barricadas.

Medhbh, la hija del rey Mannach,tenía a su cargo la misión de defender lascalles, y Corum la vio corriendo al frentede un puñado de guerreros para atacar ados sabuesos que se habían encontradoatrapados en un callejón sin salida. Unoscuantos mechones de su cabellera

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pelirroja habían logrado escapar delconfinamiento de su casco y flotaban deun lado a otro mientras corría. Su esbeltay ágil silueta, la velocidad y el firmecontrol que imponía a sus movimientos ysu evidente coraje asombraron a Corum.Nunca había conocido a una mujer comoella y, en realidad, nunca había conocidoa mujeres que lucharan al lado de sushombres y que compartieran en pie deigualdad todos los deberes yresponsabilidades con ellos. «Y ademásson muy hermosas», pensó Corum, y uninstante después se maldijo a sí mismopor aquella distracción momentánea, puesotra bestia se lanzó sobre él aullando yhaciendo entrechocar sus fauces, y Corum

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hizo girar su hacha de guerra y lanzó sugrito de guerra vadhagh e incrustó el filo agran profundidad en el cráneo del sabuesojusto entre sus rojas y peludas orejas, ydeseó que el combate terminara de unavez, pues estaba tan agotado que ya no secreía capaz de poder acabar con otrosabueso.

Los ladridos de aquellas bestiashorrendas parecían hacerse más y másensordecedores a cada momento quepasaba y la pestilencia de su aliento hacíaque Corum deseara sentir el áspero rocede la niebla en sus pulmones, pero loscuerpos blancos seguían surcando losaires y aterrizaban sobre los baluartes, ylos enormes colmillos seguían mordiendo

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y los ojos amarillos seguían llameando, ylos hombres seguían muriendo cuando lasmandíbulas desgarraban la carne, lostensiones y el hueso. Corum se apoyó enla muralla, jadeando y sin aliento, y supocon toda claridad que el próximo perroque le atacara conseguiría acabar con él.No tenía ninguna intención de resistir.Estaba acabado. Moriría allí y todos losproblemas quedarían resueltos en uninstante. Caer Mahlod caería, y los FhoiMyore gobernarían el mundo.

Algo hizo que volviera a bajar lamirada hacia la calle.

Medhbh estaba sola, espada en mano,y un sabueso gigantesco se lanzaba sobreella. Todos los guerreros de su grupo

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habían caído, y sus cuerpos desgarradospodían ser vistos esparcidos sobre laspiedras de la calle. Sólo Medhbh seguíaen pie, y no tardaría en perecer también.

Corum saltó del baluarte antes desaber qué le hizo tomar aquella decisión.Sus botas chocaron con la grupa delgigantesco sabueso haciendo que suscuartos traseros quedaran pegados alsuelo. El hacha de guerra silbó y se abriópaso a través de las vértebras del sabuesocon tanta fuerza que casi partió en dos a labestia; y Corum, arrastrado hacia adelantepor el ímpetu de su propio ataque, sedesplomó sobre el cadáver, resbaló en lasangre de la bestia, se golpeó la cabezacon su columna vertebral destrozada y

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acabó cayendo de espaldas mientras hacíaesfuerzos desesperados por recobrar elequilibrio. Medhbh aún no habíacomprendido lo que acababa de ocurrir,pues antes de ver a Corum golpeó uno delos ojos de la bestia con su espada sindarse cuenta de que ya estaba muerta.

Medhbh sonrió mientras Corum seponía en pie y empezaba a dar tirones desu hacha de guerra para arrancarla delcadáver.

—Así que no queríais verme morir,mi príncipe élfico —dijo.

—No, mi señora —replicó Corummientras jadeaba intentando recobrar elaliento.

Logró liberar su hacha y subió

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tambaleándose por el tramo de peldañoshasta llegar a los baluartes, donde losagotados guerreros hacían cuanto podíanpara rechazar los ataques de lo queparecía un contingente innumerable desabuesos.

Corum se obligó a avanzar para ir enayuda de un guerrero que estaba a puntode sucumbir ante uno de los sabuesos. Lacarnicería estaba empezando a embotar elfilo de su hacha de guerra, y esta vez elgolpe de Corum sólo consiguió aturdir alsabueso, que se recuperó casiinmediatamente y se revolvió contra él.Pero una pica se clavó en su vientre, y laúnica consecuencia de aquel nuevoencuentro con los sabuesos fue que la

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coraza de Corum acabó cubierta de laespesa y pestilente sangre de la bestia.

Se alejó tambaleándose e intentandodistinguir algo entre la niebla que seagitaba más allá de las murallas, y estavez vio una silueta enorme. Era un hombrede la talla de un gigante, aparentementecon astas creciendo a ambos lados de lacabeza, el rostro deforme y el cuerporetorcido y horrible, que estaballevándose algo a los labios como si sedispusiera a beber de aquel objeto.

Y un instante después, la niebla fuedesgarrada por un sonido que hizo quetodos los sabuesos se quedaran inmóvilesde repente y que obligó a los guerrerossupervivientes a dejar caer sus armas y

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taparse los oídos con las manos.Era un sonido lleno de horror, en parte

carcajada, en parte grito y en partegemido de agonía y alarido triunfal. Era elsonido que brotaba del Cuerno deKerenos llamando a sus sabuesos paraque volvieran con su amo.

Corum volvió a tener un fugaz atisbode la silueta antes de que desaparecieseentre la niebla. Los sabuesos que seguíancon vida empezaron a saltar al instantesobre las murallas, y bajaron corriendopor la ladera hasta que en todo CaerMahlod no quedó ni un solo perro vivo.

Después la niebla empezó adispersarse y volvió a toda velocidadhacia el bosque, como si Kerenos tirara

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de ella igual que si fuese una capa.Y el Cuerno volvió a sonar.El sonido era tan terrible que algunos

hombres estaban vomitando. Algunosgritaban, y otros sollozaban.

Pero estaba claro que Kerenos y sujauría ya habían tenido diversiónsuficiente por aquel día. Habían mostradouna pequeña parte de su poder a loshabitantes de Caer Mahlod, y eso era todolo que deseaban hacer. Corum casi podíacomprender que los Fhoi Myoreconcibieran aquella batalla en términos deun simple entrechocar de armas amistosoantes de que empezara el verdaderoenfrentamiento.

El combate en Caer Mahlod había

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dado como resultado la muerte de casicuarenta sabuesos.

Cincuenta guerreros habían muerto,hombres y mujeres.

—¡Deprisa, Medhbh, el tathlum! —gritó el rey Mannach, que había sidoherido en un hombro y que aún sangraba.

Medhbh ya había colocado una de lasbolas de sesos y cal en su honda y estabahaciéndola girar.

Un instante después lanzó el proyectilhacia la niebla, en pos del mismísimoKerenos.

El rey Mannach sabía que su hija nohabía logrado acertar a ningún FhoiMyore.

—Es una de las pocas cosas que creen

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pueden matarles —dijo.Bajaron en silencio de los baluartes

de Caer Mahlod y fueron a llorar a susmuertos.

—Mañana iniciaré la búsqueda de lalanza Bryionak y os la traeré empuñándolaen mi mano de plata —dijo Corum—.Haré cuanto pueda para salvar a lasgentes de Caer Mahlod de criaturas comoKerenos y sus sabuesos. Sí, partirémañana...

El rey Mannach estaba bajando eltramo de peldaños ayudado por su hija, yse encontraba tan débil que se limitó aasentir con la cabeza.

—Pero he de ir a ese sitio al quellamáis Castillo Owyn —dijo Corum—.

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Es algo que he de hacer antes demarcharme.

—Os llevaré allí esta tarde —dijoMedhbh.

Y Corum no rechazó su oferta.

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Tercer capítulo

Un momento en las ruinas

La tarde estaba llegando a su fin y lasnubes se habían apartado de la faz del sol,que había derretido una pequeña parte dela escarcha calentando el día y trayendoleves sombras del olor de la primavera alpaisaje. Corum y la princesa guerreraMedhbh, apodada «La del Largo Brazo»por su destreza con el lazo y el tathlum,cabalgaron hasta el lugar que Corumllamaba Erorn y que ella llamaba Owyn.

Era primavera, pero los árboles no

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tenían hojas y apenas si había hierbacreciendo en el suelo. Aquel mundoestaba desnudo y lúgubre, y la vida estabahuyendo de él. Corum se acordó de loexuberante y rico que había sido inclusocuando lo había abandonado. Le deprimíapensar el aspecto que una parte tan grandede aquellas tierras debía tener después deque los Fhoi Myore, sus sabuesos y sussirvientes hubieran avanzado por ellas.

Tiraron de las riendas de sus monturasdeteniéndolas cerca del borde delacantilado, y contemplaron el mar quemurmuraba y jadeaba al estrellarse contralos guijarros de la diminuta ensenada.

Enormes acantilados negros de talantigüedad que se estaban desmoronando

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poco a poco surgían de las aguas, y losacantilados estaban llenos de cuevas yseguían siendo iguales a como Corum loshabía conocido hacía por lo menos unmilenio antes.

Pero el promontorio había cambiado.Una parte se había derrumbado en elcentro precipitándose hacia el mar en unamasijo de granito desmenuzado, y alverlo Corum comprendió por qué apenasquedaba nada del Castillo Erorn.

—Ahí está lo que llaman la Torre delos Sidhi, o la Torre de Cremm. —Medhbh le señaló con el dedo laestructura a la que se refería, que sealzaba al otro lado del abismo creado porel desmoronamiento de las rocas—. Vista

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desde lejos parece obra del hombre, peroen realidad ha sido creada por lanaturaleza.

Pero Corum sabía que no era así.Había reconocido aquellos perfilesdesgastados por el paso del tiempo.Cierto, parecían haber sido creados por lanaturaleza, pues las edificaciones de losvadhagh siempre habían tendido aconfundirse con el paisaje; y por esarazón ya en tiempos de Corum algunosviajeros ni tan siquiera se enteraban deque el Castillo Erorn estuviese allí.

—Es obra de mi gente —dijo en vozbaja—. Todo eso son restos de laarquitectura vadhagh, aunque sé que nadielo creería.

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Medhbh pareció sorprendida y se rió.—Así que la leyenda encierra algo de

verdad... ¡Realmente es vuestra torre!—Yo nací allí —dijo Corum, y

suspiró—. Y supongo que también moríallí... —añadió.

Desmontó, fue hasta el borde delacantilado y miró hacia abajo. El marhabía creado un angosto canal a través delprecipicio. Corum contempló los restosde la torre que se alzaban al otro lado. Seacordó de Rhalina y se acordó de sufamilia; de su padre, el príncipeKhlonskey, y de su madre, la princesaColatalarna; de sus hermanas Ilastru yPholhinra; de su tío el príncipe Rhanan yde su prima Sertreda. Ahora todos estaban

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muertos. Al menos Rhalina había vividotodo el tiempo al que tenía derecho, perolos demás habían muerto de manera brutala manos de Glandyth-a-Krae y susasesinos. Ahora nadie se acordaba deellos salvo Corum. Durante un momentoles envidió, pues eran demasiados los quese acordaban de Corum.

—Pero vos estáis vivo —dijoMedhbh.

—¿Lo estoy? Me pregunto si no seréquizá más que una sombra, una quimeracreada por los deseos de vuestro pueblo.Los recuerdos de mi existencia pasada yaempiezan a volverse borrosos, y apenas sipuedo recordar cómo era mi familia.

—¿Tenéis una familia... en el sitio del

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que venís?—Sé que la leyenda afirma que dormí

dentro del túmulo hasta que fui necesitadode nuevo, pero eso no es verdad. Fuitraído hasta aquí desde mi propia época...,cuando el Castillo Erorn se alzaba allídonde ahora sólo se alzan las ruinas. Ah,ha habido tantas ruinas en mi vida...

—¿Y vuestra familia está allí? ¿Lahabéis abandonado para ayudarnos?

Corum meneó la cabeza y se volvióhacia ella.

—No, mi señora, no he hecho eso —dijo mientras sus labios se curvaban enuna sonrisa llena de amargura—. Mifamilia fue asesinada por vuestra raza...,por los mabden. Mi esposa murió.

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Corum vaciló, pues no quería seguirhablando de aquel tema.

—¿También fue asesinada? —No, lavejez se la llevó. —¿Era más vieja quevos? —No.

—Entonces, ¿sois realmente inmortal?Medhbh clavó la mirada en el mar

distante.—Puede decirse que sí. Por eso me da

tanto miedo el amar, ¿comprendéis?—A mí no me daría miedo amar.—Tampoco se lo dio a la margravina

Rhalina, mi esposa; y creo que yotampoco sentí ese temor entonces, pues nopodía pasar por la experiencia hasta quellegara. Pero cuando experimenté el dolorde perderla, pensé que nunca podría

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soportar el volver a sentir esa emoción.Una gaviota solitaria surgió de la nada

y se posó sobre un pequeño espolónrocoso cercano. En tiempos pasados habíamuchas gaviotas por aquellos lugares.

—Nunca volveréis a sentir unaemoción que sea exactamente igual a la deentonces, Corum.

—Cierto. Y sin embargo...—¿Amáis a los cadáveres?Corum se sintió ofendido.—Eso es una crueldad...—Lo que queda de quienes mueren es

el cadáver. Y si no amáis a los cadáveres,entonces tenéis que encontrar alguien vivoa quien poder amar.

Corum meneó la cabeza.

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—¿Tan sencillo os parece, hermosaMedhbh?

—No creo haber dicho nada sencillo,Señor Corum del Túmulo.

Corum movió su mano de plata en ungesto de impaciencia.

—No he venido del Túmulo, y no megustan nada las implicaciones de esetítulo. Habláis de cadáveres, y ese títulohace que me sienta como si fuese uncadáver que ha sido resucitado. Cuandohabláis del «Señor del Túmulo», puedooler el moho en mis ropas.

—Las otras leyendas dicen quebebíais sangre. Durante las épocas másoscuras se celebraron sacrificios sobre eltúmulo.

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—Nunca me ha gustado la sangre.Corum empezaba a sentirse un poco

más animado. La experiencia del combatecon los Sabuesos de Kerenos le habíaayudado a librarse de algunas de susemociones y pensamientos más sombríossustituyéndolos con consideraciones másprácticas.

Y un instante después Corum seencontró extendiendo su mano de carne yhueso para acariciar el rostro de Medhbh,para reseguir con sus dedos el contornode sus labios, su cuello y su hombro.

Y un instante después se estabanabrazando, y Corum lloraba y se sentíalleno de alegría.

Se besaron. Hicieron el amor junto a

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las ruinas del Castillo Erorn mientras elmar embestía la ensenada que se extendíadebajo de ellos, y después se quedaroninmóviles acostados bajo los últimosrayos del sol contemplando el mar.

—Escucha...Medhbh alzó la cabeza y su cabellera

flotó alrededor de su rostro.Corum lo oyó. Lo había oído un poco

antes de que Medhbh hablara, pero nohabía querido oír aquel sonido.

—Es un arpa —dijo Medhbh—. Quémúsica tan hermosa... Qué melancólica esesa música. ¿La oyes?

—Sí.—Me resulta familiar...—Quizá la oíste esta mañana justo

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antes del ataque —dijo Corum de malagana, como si no quisiera hablar deaquello.

—Quizá. Y en el claro del túmulo.—Ya lo sé... Justo antes de que tu

pueblo intentara invocarme por primeravez.

—¿Quién es el arpista? ¿Qué músicaes ésa?

Corum había vuelto la mirada hacia latorre en ruinas que se alzaba al otro ladodel abismo, y que era lo único queperduraba del Castillo Erorn. Incluso susojos le decían que no había sidoconstruida por ningún mortal. Quizá elviento y el mar habían esculpido la torre ysus recuerdos eran falsos después de todo.

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Corum sintió miedo.Medhbh también había vuelto la

mirada hacia la torre y la estabacontemplando.

—La música viene de ahí —dijoCorum—. El arpa toca la música deltiempo.

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Cuarto capítulo

El mundo se ha vuelto blanco

Corum emprendió su viaje envuelto enpieles.

Llevaba una capa de pieles blancassobre sus ropas y la capa contaba con unaenorme capucha para cubrir su casco,todo hecho de la suave piel de la martainvernal. Incluso el caballo que le habíanentregado iba provisto con una capa depiel de gamo ribeteada de pieles sobre laque había bordadas escenas de un pasadovaliente. Le dieron botas forradas de piel

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y guantes de piel de gamo, tambiénadornados con bordados, y una silla demontar y alforjas de mimbre para colgarde ella, y estuches de piel para protegersu arco, sus lanzas y la hoja de su hachade guerra. Corum llevaba un guante en sumano de plata para no ser reconocido porquienes le vieran. Se despidió de Medhbhcon un beso y saludó a las gentes de CaerMahlod que se habían congregado en lasmurallas de la fortaleza para contemplarlecon los ojos graves pero llenos deesperanza, y el rey Mannach le besó en lafrente.

—Devolvednos la lanza Bryionak —le dijo el rey Mannach— para quepodamos domar al toro, al Toro Negro de

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Crinanass, para que así podamos derrotara nuestros enemigos y conseguir que latierra vuelva a cubrirse de verdor.

—La buscaré —le prometió elpríncipe Corum Jhaelen Irsei.

Y su único ojo brillaba, pero nadiesupo si era a causa de las lágrimas oporque se sentía lleno de confianza en símismo; y después montó sobre su caballo,el enorme y pesado caballo de guerra delos Tuha-na-Cremm-Croich, y puso suspies en los estribos que había hecho quefabricaran para él (pues aquel pueblohabía olvidado el uso de los estribos), yapoyó su gran lanza en el soporte delestribo, aunque no desenrolló elestandarte que le habían bordado la noche

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anterior las doncellas de Caer Mahlod.—Nunca había visto a un caballero

que partiese a la guerra con un aspecto tansoberbio, mi señor —murmuró Medhbh.

Corum se inclinó hacia ella paraacariciar su cabellera de un rojo dorado,y rozó su suave mejilla con la punta de losdedos.

—Volveré, Medhbh —dijo.

Llevaba dos días cabalgando endirección sureste y hasta el momento elviaje no le había resultado difícil, puesCorum había ido en aquella dirección másde una vez y el tiempo no había destruidomuchas de las señales y accidentes del

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terreno que le habían sido familiares en elpasado. Corum iba al Monte Moidel,donde en el pasado se había alzado elcastillo de Rhalina, y había tomado esadecisión quizá porque en el Castillo Erornhabía encontrado muy pocas cosas y, almismo tiempo, algo de un inmenso valor.Justificar aquel objetivo en términos de suempresa resultaba fácil, pues en aquellostiempos tan lejanos el Monte Moidelhabía sido el último puesto avanzado deLwym-an-Esh, y ahora Lwym-an-Eshterminaba en Hy-Breasail. Buscar elMonte Moidel no le haría perder tiemponi le desviaría de su meta, eso suponiendoque no se hubiera hundido también cuandose hundió Lwym-an-Esh.

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Siguió cabalgando en direcciónsureste, y el mundo se fue volviendo másfrío y diluvios de brillantes piedras degranizo repiquetearon y rebotaron sobre elduro suelo, y resonaron sobre los hombrosacorazados de Corum y sobre el cuello yla cruz de su montura. Hubo muchosmomentos en los que la ruta que seguía através de las inmensas extensionesdesoladas de los páramos quedó casioculta por cortinas de aquella lluviacongelada, y a veces la granizada llegabaa ser tan intensa que Corum se veíaobligado a buscar refugio allí dondepodía encontrarlo, normalmente detrás deun peñasco, pues salvo algunos tojos yunos cuantos álamos de troncos retorcidos

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había muy pocos árboles en los páramos,y el brezo y los helechos que deberíanhaber estado floreciendo en aquella épocadel año estaban totalmente muertos oapenas mostraban un rastro de vida. Huboun tiempo en el que los ciervos y losfaisanes eran visibles por todas partes,pero Corum no vio ningún faisán, y entodo lo que llevaba de viaje sólo habíavisto a un ciervo receloso y flaco encuyos ojos ardía la chispa del miedo.Cuanto más avanzaba en dirección este,peor se iba volviendo la apariencia delpaisaje, y no tardó en haber una gruesacostra de escarcha que chispeaba sobrecada árbol o matorral, y una capa de nieveacumulada sobre cada cima y cada

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peñasco. El suelo fue subiendo poco apoco de nivel y el aire se volvió mástenue y frío, y Corum se alegró de llevarpuesta la gruesa capa que le habían dadosus amigos, pues la escarcha fue siendosustituida lentamente por la nieve, ymirara donde mirase el mundo era decolor blanco y su blancura le recordaba elcolor de los Sabuesos de Kerenos, y sucaballo no tardó en tener que abrirse pasocon la nieve llegándole hasta loscorvejones, y Corum comprendió que siera atacado tendría grandes dificultadespara huir de cualquier peligro y casi lasmismas para poder maniobrar a fin deenfrentarse con la amenaza cara a cara.Pero al menos el cielo seguía estando azul

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y totalmente despejado y el sol, aunquedaba poco calor, brillaba con fuerza. Loque más recelo le inspiraba era la niebla,pues sabía que los sabuesos demoníacos ysus amos podían llegar en cualquiermomento con ella.

Por fin empezó a descubrir losangostos valles de los páramos y, en losvalles, las aldeas y pueblecitos dondehabían vivido los mabden, y cada aldea ycada pueblecito estaba desierto.

Corum se acostumbró a utilizaraquellos lugares abandonados cornocampamentos nocturnos. No se atrevía aencender una hoguera por miedo a que elhumo fuera visto por un enemigo o poralguien que pudiera llegar a serlo, y

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descubrió que podía quemar turba sobrelas losas de las casitas vacías de talmanera que el humo quedaba dispersadoantes de que pudiera ser detectado inclusodesde muy cerca de allí. Eso le permitiópreparar comida caliente e impedir que ély su caballo pasaran frío. Si no hubieradispuesto de esas pequeñas comodidades,el viaje de Corum habría resultadorealmente terrible.

Lo que le entristecía era que lascasitas aún contenían el mobiliario,adornos y objetos personales de quieneshabían vivido en ellas. No se habíaproducido ningún saqueo, Corum supusoque porque los Fhoi Myore no sentían elmás mínimo interés por las cosas de los

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mabden, pero en algunas de las aldeas quese encontraban más al este había señalesde que los Sabuesos de Kerenos habíanido de cacería y de que las presas nohabían escaseado. Sin duda ésa era larazón por la que tantos habían huido ybuscado la seguridad en los viejos fuertescaídos en desuso hacía mucho tiempocomo Caer Mahlod.

Corum podía ver que una culturacompleja y razonablemente sofisticadahabía florecido allí, y que aquellas tierrashabían acogido a un pueblo próspero ydedicado a la agricultura que habíadispuesto del tiempo necesario paradesarrollar sus dotes artísticas. En lasviviendas abandonadas encontró libros y

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cuadros, instrumentos musicales y objetosde metal y alfarería elegantementemodelados y trabajados. Ver todo aquellole entristeció. ¿Es que su batalla contralos Señores de las Espadas no habíaservido de nada? Lwym-an-Esh, la tierrapor la que había luchado tanto como habíaluchado por su propia gente, habíadesaparecido y lo que había surgidodespués de ella acababa de ser destruido.

Pasado un tiempo, empezó a evitar lasaldeas y buscó cavernas en las que nohabría nada que le recordara la tragediaque habían sufrido los mabden.

Pero una mañana en la que llevabapoco más de una hora cabalgando, llegó auna gran depresión del páramo en cuyo

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centro había un pequeño lago congelado.Al noreste del lago vio lo que al principiotomó por un grupo de megalitos, cada unode la altura de un hombre, pero habíavarios centenares cuando lo habitual eraque los círculos de piedras sólo llegaran ala veintena de columnas graníticas. Comotodo lo demás que había en el páramo, lanieve se había acumulado formando unagruesa capa que cubría las piedras.

El camino que seguía Corum le llevóhasta el otro lado del lago y se disponía aevitar los monumentos (pues eso habíacreído que eran), cuando creyó captar elmovimiento de algo negro recortadocontra la blancura universal. ¿Un cuervo?Corum se hizo sombra con la mano para

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que su único ojo pudiera escrutar mejorlas piedras. No, era algo de mayortamaño. Un lobo, posiblemente. Si setrataba de un ciervo, Corum necesitaba sucarne. Sacó el arco de su funda, sujetó lacuerda y colocó su lanza detrás de él paraque no le obstaculizara la visión mientrasponía una cuerda en el arco. Después hizoavanzar a su caballo presionándole losflancos con los talones.

Cuando estuvo un poco más cerca,Corum empezó a darse cuenta de queaquellos megalitos tenían un aspecto muyextraño. Las tallas que había en ellos eranmucho más detalladas, hasta el extremo deque hacían pensar en las más delicadasestatuas vadhagh. Y eso eran, estatuas de

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hombres y de mujeres que parecíandisponerse a entrar en combate. ¿Quiénlas había tallado y con qué propósito?

Captó de nuevo el movimiento de unaforma oscura, y un instante después éstavolvió a quedar oculta por las estatuas.Corum pensó que había algo familiar enaquellas estatuas. ¿Habría visto otrasparecidas antes?

Y entonces recordó la aventura quehabía vivido en el castillo de Arioch, y laverdad fue abriéndose paso lentamente ensu mente. Corum se resistió a ella. Noquería saber qué estaba viendo.

Pero ya se encontraba muy cerca de laprimera estatua, y no podía seguirnegando la evidencia.

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Lo que estaba viendo no eran estatuas.Eran los cadáveres de personas muy

parecidas al pueblo alto y rubio de losTuha-na-Cremm Croich, cadáveres depersonas que habían muerto congeladasmientras se preparaban para enfrentarseen batalla a un enemigo. Corum podía versus expresiones y sus posturas. Vio elvalor y la decisión que había en cadarostro —hombres, mujeres, chicos ychicas muy jóvenes—, las jabalinas,hachas, espadas, arcos, hondas y cuchillosque seguían aferrando en sus manos.Habían acudido hasta aquel lugar parapresentar batalla a los Fhoi Myore y losFhoi Myore habían respondido a su corajede aquella manera, con esa expresión de

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desprecio hacia su poder y su nobleza. Nisiquiera los Sabuesos de Kerenos sehabían enfrentado a aquel pobre ejércitoimprovisado, y hasta cabía la posibilidadde que los Fhoi Myore se hubieran negadoa aparecer y se hubieran limitado a enviaruna oleada de frío, un frío repentino yhorriblemente intenso que había surtidoefecto al instante convirtiendo la carnecaliente y viva en hielo frío y muerto.

Corum dio la espalda a aquellaterrible visión, el arco olvidado en susmanos. El caballo estaba nervioso, yCorum se alegró de poder alejarle de allíllevándole alrededor de la orilla del lagocongelado donde un banco de juncosmuertos e inmóviles alzaba sus tallos

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como otras tantas estalagmitas, como unremedo de los cadáveres que se alzabancerca de él; y cuando llegó allí Corum viodos siluetas que habían estado vadeandoel lago, y también estaban congeladas y lalámina de hielo parecía haber cortado suscuerpos a la altura de la cintura, y susbrazos estaban alzados en actitudes deterror. Eran un chico y una chica,probablemente de no más de dieciséisaños de edad.

El paisaje estaba muerto y sumido enel silencio más absoluto. El sonido de loscascos de su caballo al subir y bajarsobre la nieve le recordaba el repicar deuna campana en un funeral. Corum sederrumbó hacia adelante y cayó sobre el

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pomo de su silla de montar, negándose amirar e incapaz incluso de llorar, tan llenode horror le habían dejado las imágenesque había visto.

Un instante después oyó un gemidoque al principio creyó había escapado desus propios labios. Alzó la cabezahaciendo entrar una bocanada de aire fríoen sus pulmones, y volvió a oír aquelsonido. Giró sobre sí mismo y se obligó aclavar la mirada en aquel grupo de figurasheladas, pensando que ésa era ladirección de la que había procedido elgemido.

Una silueta negra era claramentevisible entre las formas blancas. Una capanegra ondulaba de un lado a otro como el

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ala rota de un cuervo.—¿Quién eres que lloras por ellos?

—gritó Corum.La silueta estaba arrodillada. El grito

de Corum hizo que se pusiera en pie, perono se podía ver ningún rostro y ni siquieramiembros que emergiesen de aquella capaharapienta.

—¿Quién eres?Corum hizo volver grupas a su

montura encarándola hacia la silueta.—¡Llévame a mí también, vasallo de

los Fhoi Myore! —La voz era vieja yestaba llena de cansancio—. Te conozco yconozco tu causa.

—En tal caso, creo que no me conoces—replicó Corum con afabilidad—.

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Vamos, anciana, dime quién eres...—Soy Ieveen, madre de alguna de

éstos y esposa de uno de éstos, y merezcomorir. Si eres un enemigo, mátame. Sieres un amigo, entonces mátame, amigo, ydemuestra con ello ser un buen amigo deIeveen. Quiero ir a reunirme con laspersonas amadas a las que he perdido. Noquiero tener nada más que ver con estemundo y con sus crueldades... No quierosoportar más visiones, terrores yverdades. Soy Ieveen y profeticé todo loque estás viendo, y por eso huí cuando noquisieron escucharme; y cuando volví,descubrí que no me había equivocado ennada, y por eso lloro ahora... Pero nolloro por ellos. Lloro por mí misma y

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porque traicioné a mi gente. Soy Ieveen laVidente, pero ahora no tengo a nadie porquien deba buscar el hilo de mis visionesni a nadie que me respete, y nunca nadiepodrá despreciarme más de lo que yo medesprecio a mí misma. Los Fhoi Myorevinieron y acabaron con ellos. Los FhoiMyore se fueron envueltos en sus nubes,con sus perros, para perseguir y cazarpresas más satisfactorias que los hombresy mujeres de mi pobre clan, que eran tanvalientes que creyeron que por muyperversos y depravados que pudieran serlos Fhoi Myore, sentirían el respetosuficiente hacia ellos para ofrecerles uncombate justo. Les advertí de cuál sería sudestino, y les supliqué que huyeran tal

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como iba a hacer yo. Ah, fueron amables yno se enfadaron conmigo... Me dijeronque podía marcharme, pero que ellosdeseaban quedarse, y me dijeron que unpueblo debe conservar su orgullo operecer de maneras distintas si no lo hace,y que entonces cada persona muere dentrode sí misma. No les comprendí, peroahora les comprendo. Mátame, mi señor.

Los flacos brazos se habían alzado enun gesto imploratorio y los harapos negrosse apartaron revelando carne azulada porel frío y la edad. La tela que tapaba lacabeza cayó y el rostro arrugado coronadopor la rala cabellera gris quedó aldescubierto, y Corum vio sus ojos y sepreguntó si en todos sus viajes había

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llegado a ver alguna vez una pena y undolor tan insondables como los que estabacontemplando ahora en los ojos de Ieveenla Vidente.

—¡Matadme, mi señor!—No puedo hacerlo —replicó Corum

—. Si tuviera más valor haría lo que mepides, pero no poseo esa clase de valor,anciana. —Señaló el oeste con su arco,que aún estaba tenso y listo para serutilizado—. Ve en esa dirección e intentallegar a Caer Mahlod, donde tu gentesigue ofreciendo resistencia a los FhoiMyore. Cuéntales lo que ha ocurrido aquíy adviérteles, y así te redimirás ante tuspropios ojos. Ya has quedado redimidaante los míos.

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—¿Caer Mahlod? ¿Venís de allí? ¿DelTúmulo de Cremm y de la costa?

—Tengo una misión que cumplir.Busco una lanza.

—¿La lanza Bryionak? —La voz de laanciana sonó curiosamente entrecortada ysu tono se volvió más estridente, y susojos se clavaron en la lejanía más allá deCorum mientras su cuerpo empezaba abalancearse lentamente de un lado a otro—. Bryionak y el Toro de Crinanass.Mano de plata. Cremm Croich vendrá.Cremm Croich vendrá. Cremm Croichvendrá. —La voz había vuelto a cambiar yse había convertido en un suave canturreo.Las arrugas parecieron esfumarse delrostro de la anciana y fueron sustituidas

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por una belleza indefinible—. CremmCroich vendrá y será llamado...,llamado..., llamado... Y su nombre no serásu nombre.

Corum había abierto la boca parahablar, pero no lo hizo y siguióescuchando el canturreo de la anciana conexpresión fascinada.

—Corum Llaw Ereint. Mano de platay una túnica escarlata. Corum es vuestronombre y un hermano os matará...

Corum había empezado a creer en lospoderes de la anciana, pero sus últimaspalabras le hicieron sonreír.

—Puede que acaben matándome,anciana, pero no será un hermano quien lohaga. No tengo ningún hermano.

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—Tenéis muchos hermanos, príncipe.Los veo a todos... Todos son orgullososcampeones, grandes héroes.

Corum sintió que su corazónempezaba a latir más deprisa y notó quese le formaba un nudo en la garganta.

—No tengo hermanos, anciana —seapresuró a decir—. No tengo ningúnhermano.

¿Por qué había sentido un repentinotemor? ¿Qué podía saber aquella ancianaque Corum se negaba a saber?

—Tenéis miedo —murmuró ella—.Puedo ver que digo la verdad, pero notemáis. Sólo hay tres cosas a las quedebáis temer. La primera es el hermanodel que ya os he hablado, la segunda es un

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arpa y la tercera es la belleza. Temed esastres cosas, Corum Llaw Ereint, pero notemáis a ninguna otra.

—¿La belleza? Al menos las otras dosson tangibles... Pero ¿por qué temer a labelleza?

—Y la tercera es la belleza —repitióla anciana—. Temed esas tres cosas.

—No voy a perder más tiempoescuchando estas tonterías. Tienes toda misimpatía, anciana... La cruel prueba quehas soportado te ha trastornado la mente.Ve a Caer Mahlod como te he dicho, y allícuidarán de ti. Allí podrás expiar lo quete hace sentir culpable, aunque vuelvo arepetirte que no debes sentirte culpable denada. Y ahora he de reemprender la

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búsqueda de la lanza Bryionak...—Bryionak será vuestra, Gran

Campeón, pero antes debéis hacer untrato.

—¿Un trato? ¿Con quién?—No lo sé. Seguiré vuestro consejo.

Si vivo, contaré a las gentes de CaerMahlod lo que he visto aquí. Pero vostambién debéis seguir mi consejo, CorumJhaelen Irsei... No hagáis oídos sordos aél. Soy Ieveen la Vidente, y lo que veosiempre ocurre. Lo único que no puedoprever son las consecuencias de mispropias acciones. Ése es mi destino.

—Y yo creo que mi destino es huir dela verdad —dijo Corum mientrasempezaba a alejarse de ella—. Al menos,

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creo que Prefiero las verdades pequeñas alas grandes —añadió—. Adiós, anciana.

—¡Teme únicamente esas tres cosas,Corum de la Mano de Plata! —le gritócon voz débil y estridente una vez más laanciana, rodeada por sus hijos congeladosmientras su capa destrozada aleteabaalrededor de su viejo y flaco cuerpo—.Hermano, arpa y belleza...

Corum deseó que no le hubierahablado del arpa. Las otras dos cosaspodían ser olvidadas con facilidaddiciéndose que no eran más que losdelirios de una loca. Pero Corum ya habíaoído sonar el arpa, y ya la temía.

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Quinto capítulo

El hechicero Calatin

Doblegado y vencido por el peso dela nieve, sus árboles desprovistos dehojas y de bayas, los animales que lohabitaban muertos o huidos, el bosquehabía perdido su fuerza.

Corum había conocido aquel bosque.Era el Bosque de Laahr, donde habíaabierto los ojos por primera vez despuésde haber sido mutilado por Glandyth-a-Krae. Contempló con expresión pensativasu mano izquierda, la mano de plata, y se

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acarició el ojo derecho, y se acordó delHombre Marrón de Laahr y del Gigante deLaahr. Sí, la verdad era que todo aquellohabía empezado debido al Gigante deLaahr, primero porque le salvó la vida yluego porque... Corum expulsó aquellospensamientos de su cabeza. Al otro ladodel Bosque de Laahr estaba el confínoccidental de aquellas tierras, y el MonteMoidel había coronado aquel lugar.

Corum meneó la cabeza mientrascontemplaba el bosque destruido. Ahoraya no habría ninguna Tribu del Ponyviviendo en él, y tampoco habría mabdenque pudieran acosarle.

Volvió a acordarse del malvadoGlandyth. ¿Cuál era la razón de que el mal

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siempre llegara de las costas del este?¿Se trataría de alguna maldición especialque aquella tierra estaba condenada asufrir una y otra vez a lo largo de todoslos ciclos de su historia?

Y así, con esas especulacionesociosas ocupando sus pensamientos,Corum se adentró en el laberinto nevadodel bosque.

Los lúgubres troncos desnudos de losrobles, alisos y olmos se extendían entodas direcciones a su alrededor, y detodos los árboles que había en el bosquesólo los tejos parecían estar soportandocon cierta dignidad el peso de la nieve.Corum se acordó de la referencia alPueblo de los Pinos. ¿Sería verdad que

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los Fhoi Myore acababan con todos losárboles de hoja ancha y sólo permitíansobrevivir a las coniferas? ¿Qué razónpodían tener para destruir incluso a losárboles? ¿En qué manera podían su poneruna amenaza para ellos unos simplesárboles?

Corum se encogió de hombros ycontinuó avanzando. El camino que seguíano era nada fácil. Enormes montones denieve se habían ido acumulando por todaspartes, y mirara donde mirase veíaárboles que se habían agrietado y habíancaído los unos sobre los otros, por lo queno paraba de verse obligado a trazargrandes círculos a su alrededor hasta queacabó corriendo un serio peligro de

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perderse en el bosque.Pero se obligó a seguir avanzando

mientras rezaba para que el climamejorase un poco más allá del bosque,allá donde se extendía el mar.

Corum siguió atravesando el Bosquede Laahr durante dos días más hasta queacabó teniendo que admitir ante sí mismoque se había extraviado por completo.

El frío parecía un poco menos intenso,cierto, pero no había ninguna indicaciónrealmente clara de que estuvieraavanzando en dirección oeste; y tambiéncabía la posibilidad de que sencillamentese estuviera acostumbrando al frío.

Pero aunque quizá hiciera un pocomás de calor, el avance se había vuelto

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agotador y terriblemente difícil. De nocheCorum tenía que quitar la nieve del suelopara poder dormir, y ya hacía tiempo quehabía olvidado su cautela anteriorconcerniente a encender hogueras. Unagran hoguera era la forma más rápida ysencilla de derretir la nieve, y Corumesperaba que los árboles cargados denieve dispersarían el humo lo suficientecomo para que no pudiera ser visto desdela periferia del bosque.

Una noche había acampado en unpequeño claro. Preparó su hoguera conramas secas, usó nieve derretida paraabrevar a su caballo y hurgó bajo la capade nieve buscando los escasos tallos dehierba que habían sobrevivido al frío para

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que la montura pudiera alimentarse, y yahabía empezado a sentir el beneficiosoefecto de las llamas sobre sus huesosmedio congelados cuando creyó detectarun aullido familiar procedente de lasprofundidades del bosque en lo que lepareció era el norte de éste. Corum selevantó al instante, arrojó puñados denieve sobre la hoguera para extinguirla yaguzó el oído para captar lo mejor posibleel sonido si volvía a llegar hasta él.

Y el sonido llegó.Era inconfundible. Había por lo

menos una docena de gargantas caninasladrando al unísono, y las únicasgargantas que podían emitir ese sonidopertenecían a los perros de caza de los

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Fhoi Myore, los Sabuesos de Kerenos.Corum cogió su arco y su aljaba de

flechas de donde los había dejado con elresto de sus armas y arreos cuandodesensilló el caballo. El árbol que teníamás cerca era un viejo roble. Aún nohabía muerto del todo, y Corum pensó quesus ramas probablemente serían capacesde sostener su peso. Ató sus lanzas con uncordel, se puso el cordel entre los dientes,quitó toda la nieve que pudo de las ramasmás bajas y empezó a trepar por el tronco.

Llegó lo más arriba que pudo,resbalando a cada momento y estando apunto de caer al suelo dos veces durantela escalada, y sacudió cautelosamente lasramas hasta que logró quitar un poco de la

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nieve acumulada en el árbol para podercontemplar el claro que se extendíadebajo de él sin ser visto con facilidaddesde allí.

Había albergado la esperanza de queel caballo intentaría escapar en cuantocaptara el olor de los sabuesos, peroestaba demasiado bien entrenado. Sumontura le esperó, mordisqueandoconfiadamente los escasos tallos dehierba que asomaban del suelo. Corumoyó aproximarse a los sabuesos. Ya casiestaba seguro de que habían detectado supresencia. Colgó la aljaba de una rama ala que podía llegar fácilmente con la manoy escogió una flecha. Podía oír elestrépito de los sabuesos abriéndose paso

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por el bosque. El caballo piafó y echó lasorejas hacia atrás, y sus ojos se movieronfrenéticamente a un lado y a otro buscandoa su amo.

Corum vio cómo una masa de nieblaempezaba a formarse alrededor del claro,y creyó distinguir una silueta blanca queavanzaba pegada al suelo. Empezó atensar su arco, acostado de bruces sobrela rama apoyándose en el tronco con lospies.

El primer sabueso entró en el claro.Su roja lengua colgaba de sus fauces, susrojas orejas se estremecían de un lado aotro y sus ojos amarillos ardían con elfuego de la sed de sangre. Corum tomópuntería a lo largo del astil de la flecha,

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enfilándola hacia el corazón de la bestia.Soltó la cuerda del arco. Hubo un

chasquido ahogado cuando la cuerdachocó con su muñeca protegida por elguante, y un tañido cuando el arco se libróde la tensión que había acumulado. Laflecha salió disparada en línea recta haciasu blanco. Corum vio cómo el sabueso setambaleaba y clavaba la mirada en laflecha que sobresalía de su flanco. Estabaclaro que no tenía ni idea de dónde habíapodido surgir aquel proyectil mortífero.Se le doblaron las patas. Corum alargó lamano para coger otra flecha.

Y entonces la rama se partió.Corum pareció quedar suspendido en

el aire durante un momento mientras

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comprendía lo que acababa de ocurrir.Después hubo un chasquido y un golpedistante, y de repente Corum se encontróprecipitándose hacia el suelo mientrashacía inútiles intentos de agarrarse a otrasramas durante la caída en la que leacompañaba un pequeño alud de nieve,causando un estrépito terrible. El arco fuearrancado de su mano; la aljaba y laslanzas seguían en la copa del árbol.Corum aterrizó sobre su hombro y sumuslo izquierdos con un dolorosoimpacto. Si la capa de nieve no hubierasido tan gruesa, se habría fracturado algúnhueso casi con toda seguridad. Eso nohabía ocurrido, pero el resto de sus armasse encontraba al otro lado del claro, y más

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Sabuesos de Kerenos estaban entrando enél después de haber superado la sorpresamomentánea producida por la muerte desu hermano y el repentino derrumbarse dela rama del árbol.

Corum se levantó y empezó a mediocorrer y medio caminar hacia el tronco enel que había dejado apoyada su espada.

El caballo relinchó y trotó hacia él,interponiéndose entre Corum y su espada.Corum intentó apartar a la montura agritos. Un prolongado aullido de triunforesonó a su espalda, y un hilillo de salivacaliente y pegajosa goteó sobre su cuello.Corum intentó levantarse, pero el perrogigante ya le tenía atrapado bajo su peso,y un instante después el sabueso volvió a

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aullar anunciando su victoria. Corumhabía visto hacer lo mismo a otrossabuesos. Un instante más y la bestiaabriría las fauces para revelar suscolmillos y desgarrarle la garganta.

Pero entonces Corum oyó el estridenterelinchar del caballo, tuvo una fugazvisión de unas pezuñas que se movían atoda velocidad y el peso del perro dejó deoprimir su cuerpo, permitiéndole rodarsobre sí mismo a tiempo de ver cómo elenorme corcel de guerra se sostenía sobresus patas traseras y golpeaba al sabueso,que gruñía con sus pezuñas recubiertas dehierro. La mitad del cráneo del sabueso secombó hacia dentro, pero el sabuesoseguía gruñendo e intentando morder al

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caballo. Un instante después otra pezuñachocó con el cráneo y el sabueso sederrumbó con un gemido.

Corum ya había empezado a avanzarcojeando a través del claro, y un momentodespués su mano de plata se posaba sobrela vaina y su mano de carne y huesoaferraba la empuñadura de su espada, y lahoja salió de la vaina con un siseometálico mientras Corum giraba sobre símismo.

Zarcillos de niebla habían empezado aadentrarse sinuosamente en el claro comosi fueran dedos fantasmales en busca deuna presa. Dos sabuesos ya estabanatacando al valeroso corcel de guerra, quesangraba a causa de las dos o tres

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mordeduras superficiales que habíarecibido, pero que de momento estabadefendiéndose muy bien.

Y un instante después Corum viocómo una silueta humana emergía de entrelos árboles. Iba totalmente vestida decuero, con una capucha de cuero y loshombros protegidos por gruesas placas decuero, y empuñaba una espada.

Al principio Corum pensó que lafigura había venido en su ayuda, pues elrostro era tan blanco como los cuerpos delos sabuesos y sus ojos brillaban con unresplandor rojizo. Se acordó del extrañoalbino al que había conocido en la torrede Voilodion Ghagnasdiak. ¿Sería Elric?

Pero no... Los rasgos no eran los

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mismos. Los rasgos de aquel hombre erantoscos y su expresión la de un almarepugnante y corrompida, y el cuerpo eramuy robusto y no se parecía en nada a laesbelta silueta de Elric de Melniboné. Elrecién llegado empezó a avanzar por entrela nieve que le llegaba hasta las rodillascon la espada en alto preparada paralanzar un mandoble.

Corum se agazapó y esperó.Su oponente hizo bajar la espada en un

torpe mandoble que Corum paró sinninguna dificultad, después de lo cualdevolvió el golpe lanzando una estocada eimpulsando la espada hacia arriba contodas sus fuerzas para atravesar el cuero yclavar la punta de su hoja en el corazón

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del hombre. Un sonido peculiar mezcla degemido y gruñido escapó de los labios delguerrero del rostro blanco, y Corum viocómo daba tres pasos hacia atrás hastaque la espada emergió de su cuerpo.Después empuñó su espada con las dosmanos y volvió a hacerla girar en unnuevo ataque dirigido a Corum.

Corum se agachó con el tiempo justode esquivar el ataque. Estaba horrorizado.Su estocada había dado limpiamente en elblanco y el hombre no había muerto.Lanzó un tajo contra el brazo izquierdodesprotegido de su oponente, infligiéndoleuna profunda herida. Ni una gota desangre brotó de ella. El hombre parecióno enterarse de que acababa de ser

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herido, y lanzó un nuevo mandoble contraCorum.

Mientras tanto más sabuesos surgíande las tinieblas y entraban dando saltos enel claro. Algunos se limitaron a sentarsesobre sus cuartos traseros para observarel combate entre los dos hombres. Otrosse lanzaron sobre el corcel de guerra,cuyo aliento creaba nubéculas de vapor enel frío aire de la noche. El caballo estabaempezando a cansarse, y aquellos perroshorrendos no tardarían en logrararrastrarle al suelo.

Corum contempló con asombro elpálido rostro de su enemigo y se preguntóqué clase de criatura era realmenteaquélla. No podía ser el mismísimo

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Kerenos, ¿verdad? Kerenos le había sidodescrito como un gigante. No, tenía queser uno de los esbirros de los Fhoi Myorede los que había oído hablar... Un jefe dejauría, quizá, que controlaba a lossabuesos durante las cacerías de Kerenos.El hombre llevaba una pequeña daga decazador colgando de su cinto, y la espadaque utilizaba se parecía bastante a lossables de hoja gruesa que se usaban paradespedazar la carne y romper los huesosde las presas de mayor tamaño.

Los ojos del hombre no parecían estarfijos en Corum, sino en algún objetivolejano; y posiblemente ésa era la razónpor la que sus reacciones resultaban tanlentas y mal coordinadas. Aun así, Corum

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aún no se había recuperado del todo delos efectos de su caída y si no conseguíamatar a su oponente, uno de aquellostorpes mandobles acabaría dando en elblanco más tarde o más temprano y Corumperecería.

El guerrero del rostro blanco avanzóhacia él balanceando implacablemente suenorme sable de un lado a otro, y Corumapenas si consiguió parar los mandobles.

Estaba retrocediendo lentamente,sabiendo que los sabuesos aguardaban asu espalda en el borde del claro. Y lossabuesos estaban jadeando dominados poruna nerviosa expectación con las lenguascolgando de sus fauces, tal como hacecualquier perro doméstico normal cuando

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espera ser alimentado de un momento aotro.

En aquellos momentos a Corum no sele ocurría ningún destino peor que el deconvertirse en alimento para los Sabuesosde Kerenos. Intentó recobrar la iniciativay atacar a su enemigo, y de repente sutalón izquierdo chocó con una raíz oculta.Se le torció el tobillo y Corum cayómientras oía las notas de un cuerno queresonaban en el bosque..., un cuerno quesólo podía pertenecer al más grande ytemible de los Fhoi Myore, Kerenos. Losperros se habían levantado y avanzabanhacia Corum mientras éste luchaba porincorporarse con la espada levantada paradetener el diluvio de mandobles que el

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guerrero del rostro blanco hacía caersobre él.

El cuerno volvió a sonar.El guerrero se quedó inmóvil con el

sable en alto, y una expresión de aturdidaperplejidad fue apareciendo poco a pocoen sus toscos rasgos. Los perros tambiénse habían detenido y tenían las rojasorejas pegadas al cráneo, como si noestuvieran muy seguros de qué seesperaba que hicieran.

Y el cuerno volvió a sonar por terceravez.

Los sabuesos empezaron a retrocederde mala gana hacia las profundidades delbosque. El guerrero dio la espalda aCorum y se tambaleó. Después dejó caer

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su arma, se tapó los oídos y dejó escaparun débil gemido mientras él tambiénempezaba a salir del claro siguiendo a lossabuesos. Se detuvo de repente, y susbrazos quedaron colgando fláccidamentejunto a sus costados, y la sangre empezó abrotar de repente de las heridas queCorum le había infligido.

El guerrero se desplomó sobre lanieve y se quedó totalmente inmóvil.

Corum se levantó despacio y con grancautela, pues no estaba muy seguro de quédebía hacer. Su montura de guerra fuehacia él y le rozó el rostro con el hocico.Corum sintió una punzada de culpabilidadpor haber pensado en dejar que elvaleroso animal se enfrentara a su destino

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sin ninguna ayuda por su parte cuandotrepó al árbol, y le acarició el hocico. Elcaballo sangraba a causa de las variasmordeduras que había recibido, pero nose encontraba herido de gravedad, y tresperros demoníacos yacían sobre el suelodel claro con las cabezas y los cuerposdestrozados por las pezuñas del caballo.

Un silencio absoluto había caídosobre el claro. Corum utilizó lo queconsideraba como una mera pausa en elataque para buscar el arco que se le habíaescapado de la mano durante su caída, yacabó encontrándolo cerca de la ramarota; pero las flechas y sus dos lanzasseguían estando en la rama del árboldonde las había colgado. Corum se puso

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de puntillas e intentó hacer caer las armasempujándolas con el extremo del arco,pero estaban demasiado arriba.

Entonces oyó un movimiento a suespalda, y giró sobre sí mismo con laespada preparada para atacar.

Una silueta muy alta acababa de entraren el claro. Llevaba una larga capa decuero flexible teñida de azul oscuro.Había joyas en sus esbeltos dedos y uncollar de oro adornado con gemas en sugarganta, y bajo la capa de cuero se podíaver una túnica de seda y lino sobre la quehabía bordados dibujos misteriosos. Elrostro era apuesto y de considerable edad,y estaba enmarcado por una largacabellera canosa y una barba gris que

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terminaba justo encima del collar de oro.El recién llegado sostenía un cuerno enuna de sus manos, un gran cuerno de cazaadornado con varias bandas de oro y plataque habían sido trabajadas hasta darles laforma de otros tantos animales delbosque.

Corum se incorporó. Dejó caer suarco y empuñó su espada con ambasmanos.

—Me enfrento a ti, Kerenos, y tedesafío —dijo el Príncipe de la TúnicaEscarlata.

El hombre alto sonrió.—Son muy pocos los que han llegado

a enfrentarse a Kerenos. —Su voz eraafable y melodiosa, y estaba impregnada

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de cansancio y sabiduría—. Ni siquierayo me he enfrentado a él.

—¿No eres Kerenos? Pero tienes sucuerno... Debes haber hecho marchar aesos sabuesos con tu llamada. ¿Acasosirves a Kerenos?

—Sólo me sirvo a mí mismo..., y aquienes me ayudan. Soy Calatin. Hubo untiempo en el que fui famoso, cuando habíagente en estos lugares que podía hablar demí. Soy un hechicero. Hubo un tiempo enel que tenía veintisiete hijos y un nieto.Ahora sólo queda Calatin.

—Hay muchos que lloran la pérdidade hijos..., y también de hijas —dijoCorum, acordándose de la anciana con laque se había encontrado hacía unos días.

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—Sí, muchos —asintió el hechiceroCalatin—. Pero mis hijos y mi nieto nomurieron enfrentándose a los Fhoi Myore.Murieron por mí, buscando algo quenecesito para salir vencedor en mi batallaparticular contra el Pueblo Frío. Pero¿quién eres tú, guerrero, que luchas tanbien contra los Sabuesos de Kerenos yque tienes una mano de plata idéntica a lamano de un semidiós legendario?

—Me complace que al menos tú nome reconozcas —dijo Corum—. Mellamo Corum Jhaelen Irsei, y los vadhaghson mi pueblo.

—Así pues, eres de raza sidhi... —Los ojos del hombre alto adquirieron unaexpresión pensativa—. ¿Qué estás

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haciendo en estas tierras?—He emprendido la búsqueda de algo

que debo llevar a un pueblo que ahorahabita en Caer Mahlod. Esas gentes sonmis amigos.

—Así que ahora los sidhi trabanamistad con los mortales, ¿eh? Bien,puede que la llegada de los Fhoi Myoretenga algunas ventajas después de todo...

—Nada sé de ventajas y desventajas—replicó Corum—. Te agradezco quehicieras marchar a esos perros, hechicero.

Calatin se encogió de hombros yguardó el cuerno entre los pliegues de sutúnica azul.

—Si Kerenos hubiera estado cazandocon esa jauría no habría podido hacer

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nada para ayudarte, pero prefirió enviar auna de esas cosas...

Calatin movió la cabeza señalando lacriatura muerta con la que Corum habíaestado combatiendo.

—¿Y qué son? —preguntó Corum.Atravesó el claro para echar un vistazo alcadáver. Ya había dejado de sangrar, perola sangre se había congelado en todas susheridas—. ¿Por qué no pude matarlo conmi espada y en cambio tú sí pudistematarlo con sólo hacer sonar tu cuerno?

—La tercera llamada del cuernosiempre mata a los ghoolegh —dijoCalatin con un encogimiento de hombros—. Eso suponiendo que «matar» sea lapalabra adecuada, naturalmente, pues los

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ghoolegh ya están medio muertos... Ésa esla razón por la que resultan tan difícilesde matar, como estoy seguro habrásdescubierto cuando luchabas con esteghoolegh. Normalmente están obligados aobedecer la primera llamada del cuerno.Una segunda llamada es la advertencia, yla tercera llamada acaba con ellos por nohaber obedecido a la primera. Elresultado de todo eso es que son unosesclavos magníficos. La nota de mi cuernoera sutilmente distinta a la del cuerno deKerenos, y confundió tanto a los sabuesoscomo al ghoolegh; pero había una cosaque el ghoolegh sabía y es que la tercerallamada mata y, en consecuencia, murió aloírla.

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—¿Quiénes son los ghoolegh?—Los Fhoi Myore los trajeron

consigo al este desde el otro lado de lasaguas del océano. Son una raza criadapara servir a los Fhoí Myore. Aparte deeso, sé muy poco más sobre ellos.

—¿Sabes de dónde llegaronoriginalmente los Fhoi Myore? —preguntó Corum.

Empezó a ir y venir por elcampamento buscando ramas paraencender de nuevo la hoguera que sehabía extinguido, y se dio cuenta de que laniebla ya había desaparecido.

—No, aunque naturalmente tengo misideas al respecto.

Calatin no se había movido en ningún

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momento mientras hablaban, pero habíaestado observando a Corum con los ojosentrecerrados.

—Suponía que un sidhi sabría mássobre ellos que un mero hechicero mortal—dijo.

—No sé cómo son los sidhi —replicóCorum—. Yo soy un vadhagh, y no de tutiempo. Vengo de otra era, de una eraanterior, o incluso de una era que noexiste como tal en vuestro universo. No sémás que eso.

—¿Y por qué has decidido veniraquí?

Calatin pareció aceptar la explicaciónque le había dado Corum sin mostrarninguna señal de sorpresa.

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—No decidí venir aquí. Fui invocado.—¿Un encantamiento? —Esta vez

Calatin sí pareció sorprenderse bastante—, ¿Conoces a un pueblo que tiene elpoder de invocar a un sidhi para queacuda en su ayuda? ¿Y ese pueblo vive enCaer Mahlod...? Resulta difícil de creer.

—En eso sí tuve cierta capacidad deelección —le explicó Corum—. Suencantamiento era débil, y no podríahaberme llevado hasta ellos en contra demi voluntad.

—Ah.Calatin pareció quedar satisfecho con

esa explicación. Corum se preguntó si elhechicero se había disgustado al pensarque existían mortales con poderes de

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hechicería más grandes que los suyos.Clavó la mirada en el rostro de Calatin.Había algo muy enigmático en los ojos delhechicero. Corum no estaba seguro deconfiar demasiado en aquel hombre, apesar de que Calatin le acabase de salvarla vida.

La hoguera empezó a arder por fin, yCalatin fue hacia ella y extendió lasmanos hacia las llamas para calentárselas.

—¿Y si los sabuesos vuelven aatacar? —preguntó Corum.

—Kerenos no se encuentra en losalrededores. Necesitará unos cuantos díaspara descubrir lo que ha ocurrido aquí, yespero que para entonces ya nos habremosido.

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—¿Deseas acompañarme? —preguntóCorum. —Me disponía a ofrecerte lahospitalidad de mi morada —dijo Calatincon una sonrisa—. No queda muy lejos deaquí.

—¿Y por qué estabas vagando por elbosque de noche? Calatin se envolvió ensu capa azul y tomó asiento sobre un

trozo de suelo libre de nieve cerca dela hoguera. La luz de las llamas manchabade rojo su rostro y su barba,proporcionándole un aspecto levementedemoníaco. La pregunta de Corum hizoque enarcara las cejas.

—Te estaba buscando —dijo.—Entonces ¿conocías mi presencia

aquí?

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—No. Vi humo hace cosa de un día yfui a investigar de dónde había salido. Mepreguntaba qué mortal podía osarenfrentarse a los peligros de Laahr... Porsuerte llegué hasta ti antes de que lossabuesos pudieran darse un banquete contu cadáver. Sin mi cuerno no habríapodido sobrevivir en estos parajes... Oh,y también dispongo de un par de pequeñasbrujerías más que me ayudan apermanecer con vida. —Los labios deCalatin se curvaron en una leve sonrisa—.Este mundo vuelve a vivir el día delhechicero. Hace sólo unos pocos años seme consideraba un excéntrico debido amis intereses. Algunos creían que estabaloco, y otros me tenían por un ser

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maligno... Decían que Calatin huía delmundo real estudiando las cosas ocultas.«¿De qué utilidad pueden resultar esascosas para nuestro pueblo?», sepreguntaban... —Calatin dejó escapar unarisita, un sonido que los oídos de Corumno encontraron excesivamente agradable—. Bien, he descubierto algunos usospara la vieja sabiduría, y ahora Calatin esel único que queda con vida en toda estapenínsula.

—Parece ser que has utilizado tusconocimientos únicamente para finesegoístas —dijo Corum.

Sacó un odre de vino de una de susalforjas y se lo ofreció a Calatin, quien loaceptó sin ninguna suspicacia y sin que la

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observación de Corum pareciese hacerlesentir ningún rencor. El hechicero se llevóel odre de vino a los labios y tomó unlargo trago antes de responder.

—Soy Calatin —dijo el hechicerodespués de haber bebido—. Tenía unafamilia. Había tenido varias esposas, ytenía veintisiete hijos y un nieto. Eran loúnico que me importaba, y ahora que hanmuerto Calatin es lo único que meimporta. Oh, no me juzgues con excesivorigor, sidhi, pues mis congéneres seburlaron de mí durante muchos años...Adiviné algo de la llegada de los FhoíMyore, pero me ignoraron. Les ofrecí miayuda, pero se rieron de mí y larechazaron. No tengo razón alguna para

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sentir mucho amor hacia esos mortales,pero supongo que aún tengo menosrazones para odiar a los Fhoi Myore. —¿Qué fue de tus veintisiete hijos y de tunieto? —Murieron juntos o por separadoen distintas partes del mundo.

—¿Y por qué murieron si no seenfrentaron a los Fhoi Myore?

—Los Fhoi Myore mataron a algunosde ellos. Todos andaban buscando objetosque necesitaba para proseguir misinvestigaciones sobre ciertos aspectos dela sabiduría mística. Un par de ellostuvieron éxito en sus empresas y metrajeron los objetos que les habíaencomendado buscar, muriendo después acausa de sus heridas. Pero aún me faltan

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varias cosas que necesito, y supongo queahora ya no podré dar con ellas.

Corum acogió la explicación dada porCalatin con el silencio. Se sentía bastantedébil. A medida que el fuego calentaba susangre y hacía nacer el dolor en laspequeñas heridas que había recibido, fuepercatándose de lo profundo que era suagotamiento y se le empezaron a cerrarlos ojos.

—Bien, ya ves que he sido sincerocontigo, sidhi —siguió diciendo Calatin—. ¿Y qué empresa te ha traído hastaaquí?

Corum bostezó.—Busco una lanza.La hoguera no daba mucha luz, pero

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aun así Corum pudo ver cómo Calatinentrecerraba los ojos.

—¿Una lanza?—Sí.Corum volvió a bostezar y se estiró.—¿Y dónde vas a buscar esa lanza?—En un lugar que algunos dudan

exista, donde la raza a la que yo llamomabden, tu raza, no se atreve a ir o nopuede ir porque hacerlo significaría lamuerte o... —Corum se encogió dehombros—. En este mundo tuyo resultamuy difícil separar una superstición deotra.

—Ese sitio al que vas a ir, ese sitioque quizá no exista... ¿Es una isla?

—Sí, es una isla.

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—¿Una isla llamada Hy-Breasail?—Ese es su nombre. —Corum se

obligó a rechazar el sueño que intentabaadueñarse de él y prestó un poco más deatención a la conversación—. ¿Laconoces?

—He oído contar que se llega a ellayendo en dirección oeste por el mar, y quelos Fhoi Myore no se atreven a visitarla.

—Yo también he oído decir lo mismo.¿Sabes cuál es la razón de que los FhoiMyore no puedan ir allí?

—Algunos dicen que el aire de Hy-Breasail, aunque benéfico para losmortales, resulta mortífero para los FhoiMyore. Pero no es el aire de la isla lo quesupone un peligro para los mortales...

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Dicen que lo que mata a los hombrescorrientes son los encantamientos deaquel lugar.

—¿Encantamientos... ?Corum ya no podía seguir oponiendo

resistencia al sueño por más tiempo.—Sí —murmuró el hechicero Calatin

con voz pensativa—, y se afirma que sonencantamientos de una belleza temible.

Fueron las últimas palabras queCorum oyó antes de sumirse en un sopormuy profundo y desprovisto de sueños.

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Sexto capítulo

Sobre las aguas con rumbo a Hy-Breasail

Por la mañana Calatin guió a Corumfuera del bosque y no tardaron en llegar almar. Los cálidos rayos del sol sederramaban sobre las playas blancas y elagua azul, pero detrás de ellos el bosqueinmóvil y silencioso yacía aplastado bajoel peso de la nieve.

Corum no montaba en su caballo. Noquería ir sobre la grupa del valerosoanimal hasta que tuviera las heridas

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curadas, pero había recogido sus arreos yarmas, las flechas y las lanzas incluidas, ylas había colocado sobre la silla demontar allí donde la carga no irritara lasheridas que había sufrido durante elcombate de la noche anterior. El cuerpode Corum estaba dolorido y lleno demorados, pero olvidó sus incomodidadesapenas reconoció la costa.

—Bien, así que me encontraba a tres ocuatro kilómetros escasos de la costacuando esas bestias me atacaron... —Suslabios esbozaron una sonrisa irónica—. Yallí está el Monte Moidel. —Señaló a lolargo de la costa el punto en el que sepodía ver la colina, que ahora surgía deun mar más profundo de lo que era cuando

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Corum la había visitado por última vez,pero que no cabía duda era el lugar en elque se había alzado el castillo de Rhalinacuando protegía el Margravado de Lwym-an-Esh —. El Monte Moidel sigueexistiendo.

—Nunca había oído el nombre que túle das —dijo Calatin, acariciándose labarba y alisando sus ropajes como siestuviera a punto de recibir a algúnvisitante muy distinguido—, pero mi casaestá construida sobre ese cerro. Siemprehe vivido allí.

Corum aceptó lo que le decía elhechicero sin decir palabra y empezó acaminar hacia el monte.

—Yo también he vivido allí —dijo

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unos momentos después—, y fui feliz enese lugar.

Calatin le alcanzó caminando agrandes zancadas.

—¿Viviste allí, sidhi? No sé nadasobre eso.

—Fue antes de que Lwym-an-Eshquedara sumergida —le explicó Corum—,antes de que se iniciara este ciclo de lahistoria. Los mortales y los dioses vieneny van, pero la naturaleza permanece.

—Todo es relativo —dijo Calatin.Corum pensó que había una cierta

irritación en su tono, como si le hubiesedisgustado oír expresado en voz alta aqueltópico.

Cuando estuvieron un poco más cerca,

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Corum pudo ver que la antigua ruta deacceso había sido sustituida por unpuente, pero ahora el puente estabadestruido y, al parecer, la destrucciónhabía sido deliberada. Corum se locomentó a Calatin.

El hechicero asintió.—Yo destruí el puente —dijo—. Al

igual que les ocurre a los sidhi, los FhoiMyore y las criaturas de los Fhoi Myoreprefieren no cruzar las aguas del oestesiempre que puedan evitarlo.

—¿Por qué temen a las aguas deloeste?

—No sé nada sobre sus costumbres.Bien, noble sidhi, ¿os inspira algún temorel tener que vadear los bajíos para llegar

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hasta la isla?—Ninguno —replicó Corum—. He

hecho ese mismo viaje en muchasocasiones. Y no saques demasiadasconclusiones de eso, hechicero, pues nosoy de la raza sidhi, aunque tú parecesestar dispuesto a insistir continuamente enlo contrario...

—Has hablado de los vadhagh, y ésees un nombre con el que eran conocidoslos sidhi en la antigüedad.

—Puede que la leyenda hayaconfundido a las dos razas.

—De todas maneras, tu aspecto esclaramente el de un sidhi —dijosecamente Calatin—. La marea se estáretirando, y pronto será posible cruzar.

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Avanzaremos siguiendo los restos delpuente y entraremos en el agua desde allí.

Corum continuó guiando a su caballopor las bridas, y siguió a Calatin cuandoéste puso los pies sobre el puente depiedra, y caminó tan lejos como pudohacerlo hasta que llegó a unos toscospeldaños que descendían hacia el mar.

—El nivel del agua es lo bastante bajo—anunció el hechicero.

Corum contempló el monte verde. Allíreinaba la primavera. Miró hacia atrás.Allá reinaba el cruel invierno. ¿Cómo sepodía controlar de esa manera a lanaturaleza?

Tuvo algunas dificultades con elcaballo ya que sus cascos corrían peligro

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de resbalar sobre las rocas mojadas, peroel hombre y el caballo acabaron con elagua hasta el cuello y fueron avanzandocautelosamente buscando con los pies ylos cascos los restos del viejo camino quehabía debajo de ellos. A través de laslímpidas aguas, Corum podía distinguirvagamente las gastadas piedras que quizáfuesen las mismas que había pisado hacíamil años o más. Se acordó de su primeravisita al Monte Moidel. Se acordó delodio que había sentido por aquel entonceshacia todos los mabden, y de que habíasido traicionado muchas veces por losmabden.

La capa del hechicero Calatin flotabadetrás de él extendiéndose sobre la

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superficie de las aguas mientras el alto ydelgado anciano precedía a Corum.

Fueron emergiendo lentamente del marhasta que hubieron recorrido dos terceraspartes del trayecto, y el agua ya sólo lesllegaba a las pantorrillas. El caballo piafóde placer. Estaba claro que el agua habíacalmado bastante el dolor de sus heridas.La montura de guerra meneó la cabezahaciendo oscilar sus crines y sus ollaresse dilataron. Ver la verde hierba quecrecía abundantemente cubriendo lasladeras del montículo quizá tambiénhubiera contribuido a mejorar su estadode ánimo. No quedaba ni rastro delcastillo de Rhalina, y en vez defortificación lo que había sobre la cima

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del monte era una villa de dos pisos dealtura construida con piedra blanca quebrillaba bajo los rayos del sol. El tejadoera de pizarra gris. Corum pensó queparecía una casa muy agradable y, desdeluego, no era la morada típica que cabíaesperar de alguien que se dedicara a lasartes ocultas. Recordó su última visióndel viejo castillo, incendiado porGlandyth como venganza.

¿Era ésa la razón por la que aquelmabden llamado Calatin le inspirabatantas sospechas? ¿Habría algo en él quele recordaba al conde de Krae? ¿Algo enlos ojos, en el porte y los modales o,quizá, en la voz? Hacer comparacionesera una estupidez, naturalmente. Cierto,

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Calatin no era un hombre al que resultarademasiado agradable tratar, pero cabía laposibilidad de que no hubiera nada maloen sus motivos. Después de todo, Corumno podía olvidar que le había salvado lavida. Juzgar al hechicero por labrusquedad y el aparente cinismo de susmodales no sería demasiado justo.

Empezaron a subir por el caminoserpenteante que llevaba hasta la cima delmonte. Corum podía oler los perfumes dela primavera, las flores y losrododendros, la hierba y los brotes de losárboles. Las viejas rocas de la colinaestaban cubiertas de musgo aromático, ylos pájaros anidaban en los alerces y losalisos y revoloteaban entre el follaje

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nuevo de un verde reluciente. AhoraCorum tenía otra razón para estaragradecido a Calatin, pues el paisajemuerto y silencioso ya había llegado aresultarle casi insoportable.

Por fin llegaron a la casa, y Calatinmostró a Corum dónde podía dejar sucaballo y después abrió de par en par unagran puerta para que Corum pudiera entrarel primero en su morada. El primer pisoconsistía básicamente en una solahabitación de grandes dimensiones cuyasventanas abiertas contaban con cristales ydaban por un lado al mar abierto y por elotro a la tierra blanca y desolada. Corumpudo ver cómo las nubes se formabansobre la tierra, pero no encima del mar.

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Las nubes parecían permanecer inmóvilesen el mismo sitio, como si una barrerainvisible les prohibiese pasar al otrolado.

Corum apenas había visto cristales enningún otro lugar de aquel mundo mabden.Al parecer, Calatin había sabido extraerbeneficios prácticos a sus estudios de lavieja sabiduría. Los techos de la casa eranbastante altos y estaban sostenidos porvigas de piedra, y cuando Calatin le fuemostrando las distintas estancias Corumpudo ver que estaban llenas de libros,tabletas, rollos de pergamino y aparatosexperimentales. No cabía duda de que sehallaba en la morada de un hechicero.

Mas para Corum no había nada

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siniestro en las posesiones de Calatin y,de hecho, tampoco lo había en susobsesiones. Aquel hombre se llamaba a símismo hechicero, pero Corum pensó queresultaba más adecuado decir que era unfilósofo, alguien que disfrutabaexplorando y descubriendo los secretosde la naturaleza.

—Aquí tengo casi todo lo que pudosalvarse de las bibliotecas de Lwym-an-Esh antes de que esa civilización doradase hundiera bajo las olas —le dijo Calatin—. Muchos se burlaron de mí y medijeron que me llenaba la cabeza contonterías, que mis libros no eran más quela obra de locos que me habían precedidoy que contenían tan poca verdad como mi

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propia obra. Decían que las historias eranmeras leyendas, que los grimorios eranfantasías y pura ficción, que todo lo quese decía en ellos sobre dioses, demoniosy entidades similares era meramentepoético y metafórico. Pero yo creía locontrario, y el paso del tiempo hademostrado que tenía razón. —Los labiosde Calatin se curvaron en una sonrisahelada—. Sus muertes han demostradoque yo estaba en lo cierto. —La sonrisacambió—. Aunque el saber que todos losque podían haberme pedido disculpas hansido destrozados por los Sabuesos deKerenos o han muerto congelados por losFhoi Myore no es algo que me hagasentirme muy satisfecho, naturalmente...

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—No sientes ninguna compasión porellos, ¿verdad, hechicero? —dijo Corumtomando asiento sobre un escabel ycontemplando el mar a través de laventana.

—¿Compasión? No. Mi carácter nome permite sentir compasión, oculpabilidad, o cualquier otra de esasemociones que tanto importan a otrosmortales.

—¿Y no te sientes culpable de haberenviado a tus veintisiete hijos y a tu nietoa una serie de empresas que no han dadoningún fruto?

—No fueron totalmente infructuosas.Ahora ya me queda muy poco porencontrar.

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—Lo que quiero decir es que el hechode que todos murieran debe habertecausado algún remordimiento.

—No sé con certeza que todos hayanmuerto. Algunos simplemente novolvieron... Pero, sí, la mayoría murieron.Supongo que es lamentable. Preferiría queestuvieran vivos, pero las abstracciones yel conocimiento puro me interesan muchomás que las consideraciones habitualesque mantienen encadenada a la inmensamayoría de mortales.

Corum no siguió hablando del tema.Calatin empezó a ir y venir por la gran

estancia quejándose de lo molestas queresultaban sus ropas empapadas, pero sinhacer nada para sustituirlas por otras

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secas. Su atuendo ya se había secadocuando volvió a dirigir la palabra aCorum.

—Dijiste que ibas a Hy-Breasail.—Sí. ¿Sabes dónde se encuentra esa

isla?—Si existe, sí. Pero se afirma que

todos los mortales que se aproximan a laisla son afectados inmediatamente por unhechizo que afecta su vista... No ven nada,salvo quizá un acantilado o riscosimposibles de escalar. Sólo los sidhi venHy-Breasail como la isla que realmentees. Al menos, eso es lo que he leído enmis libros... Ninguno de mis hijos volvióde Hy-Breasail.

—¿Fueron en busca de la isla y

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perecieron? —Perdiendo varias buenasembarcaciones durante el proceso.Goffanon es el señor de Hy-Breasail, y noquiere tener nada que ver con los mortaleso con los Fhoi Myore. Algunos afirmanque Goffanon es el último de los sidhi...—De repente Calatin volvió la cabezahacia Corum, le observó con expresiónsuspicaz y retrocedió ligeramente—. ¿Noserás...?

—Soy Corum —dijo Corum—. Ya telo he dicho. No, no soy Goffanon, pero siGoffanon existe es a él a quien busco.

—¡Goffanon! Es poderoso... —Calatinfrunció el ceño—. Pero quizá lo que sedice sea verdad y tú seas el único quepuede llegar hasta él. Quizá podríamos

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hacer un trato, príncipe Corum.—Si va a ser en beneficio mutuo,

estoy de acuerdo. Calatin adoptó unaexpresión pensativa y se acarició la barbamientras murmuraba algo ininteligiblepara sí mismo.

—Los únicos sirvientes de los FhoiMyore que no temen la isla y no sonafectados por sus encantamientos son losSabuesos de Kerenos —dijo por fin—.Incluso el mismísimo Kerenos no osaacercarse a Hy-Breasail..., pero ese temorno es compartido por sus sabuesos. Enconsecuencia, los perros supondrán unpeligro para ti incluso allí. —Alzó lacabeza y clavó la mirada en el rostro deCorum—. Podrías llegar a la isla, pero en

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cuanto lo hubieses hecho probablementeno vivirías el tiempo suficiente paraencontrar a Goffanon. —Si es que existe.

—Cierto, cierto... Si es que existe.Cuando me hablaste de la lanza, creíadivinar en qué consistía exactamente tuempresa. Supongo que te referías a lalanza Bryionak, ¿no? —Bryionak es sunombre, sí.

—Y la lanza Bryionak era uno de lostesoros de Caer Llud, ¿verdad?

—Creo que eso es algo sabido portoda tu gente. —¿Y por qué quieresencontrar esa lanza? —Me resultará útilcontra los Fhoi Myore. No puedo decirtenada más.

Calatin asintió.

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—No hace falta que me digas nadamás. Te ayudaré, príncipe Corum.¿Deseas una embarcación para ir a Hy-Breasail? Dispongo de una embarcaciónque puedes tomar prestada. ¿Y proteccióncontra los Sabuesos de Kerenos, quizá?Puedes tomar prestado mi cuerno.

—¿Y qué debo hacer a cambio detodo eso?

—Debes jurarme que me traerás algoa tu regreso de Hy-Breasail, algo quetiene un gran valor para mí... Algo quesólo podrás obtener del herrero sidhillamado Goffanon.

—¿Una joya? ¿Un amuleto mágico?—No. Es algo mucho más valioso. —

Calatin hurgó entre sus papeles y su

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equipo hasta que encontró una bolsita decuero suave y flexible—. Si se echa aguaen ella no se pierde ni una sola gota —dijo—. Deberás utilizarla.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Aguamágica de un pozo?

—No —dijo Calatin en voz baja yapremiante—. Debes traerme un poco desaliva del herrero sidhi Goffanon, y debestraérmela dentro de esta bolsita. Tómala.—Metió una mano entre los pliegues desus ropas y extrajo el hermoso cuerno quehabía utilizado para hacer que losSabuesos de Kerenos se marcharan delclaro—. Y toma esto también. Hazlosonar tres veces para ahuyentar a lossabuesos, y hazlo sonar seis veces para

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que ataquen a un enemigo.Corum acarició el cuerno adornado

con las bandas de oro y platadelicadamente trabajadas.

—Si puede producir los mismosefectos que el cuerno de Kerenos debe serrealmente muy poderoso —murmuró.

—En tiempos fue un cuerno sidhi —ledijo Calatin.

Una hora después Calatin le habíallevado hasta la otra ladera del monte,donde seguía existiendo una minúsculacala creada por la naturaleza; y en la calahabía una pequeña embarcación. Calatinle entregó un mapa y una piedra-imán.

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Corum ya llevaba el cuerno en el cinto, ylas armas a la espalda.

—Ah, quizá por fin pueda versatisfecha mi ambición... —dijo elhechicero Calatin acariciando su cráneode nobles facciones con dedostemblorosos—. Triunfa en tu empresa,príncipe Corum. Te ruego por mi bien queno fracases.

—Intentaré no fracasar, hechicero, porel bien de las gentes de Caer Mahlod, portodas las personas que aún no han muertoa manos de los Fhoi Myore y por el biende un mundo que ha sucumbido al inviernoeterno y que quizá nunca vuelva a ver laprimavera.

Y un instante después el viento marino

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ya había hinchado la vela, y laembarcación empezó a moverserápidamente sobre las aguas cabrilleantes,avanzando con rumbo oeste hacia dondeen tiempos había estado Lwym-an-Esh ysus hermosas ciudades.

Y Corum se imaginó durante unmomento que encontraría a Lwym-an-Eshtal como la había visto por última vez, yque todos los acontecimientos que habíantenido lugar durante las últimas semanasresultarían no ser más que un sueño.

El Monte Moidel y el continente notardaron en quedar muy lejos detrás de él,y después se esfumaron y las tranquilasaguas rodearon a Corum por todas partes.

Si Lwym-an-Esh hubiese sobrevivido,

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Corum ya la habría divisado; pero lahermosa Lwym-an-Esh no estaba allí. Lashistorias de que se había hundido bajo lasolas eran ciertas. ¿Y serían tambiénverdad las historias que se contaban sobreHy-Breasail? ¿Sería realmente todocuanto quedaba de aquellas tierras, y severía afectado Corum por las mismasilusiones que habían padecido losviajeros que le habían precedido?

Estudió su mapa. No tardaría enaveriguar las respuestas a aquellaspreguntas, pues dentro de poco más de unahora avistaría Hy-Breasail.

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Séptimo capítulo

El enano Goffanon

¿Sería aquélla la belleza contra la quele había prevenido la anciana?

No cabía duda de que su hermosuraera irresistiblemente seductora. Sólopodía ser la isla llamada Hy-Breasail. Noera lo que Corum creía que iba aencontrar, a pesar de su parecido conalgunas comarcas de Lwym-an-Esh. Labrisa chocó con la vela de su embarcacióny le fue acercando a la costa.

Un lugar semejante no podía esconder

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ningún peligro. ¿O sí?El mar susurraba rozando las blancas

playas y la suave brisa agitaba las verdesramas de los cipreses, sauces, álamos,robles e higueras. Pequeñas colinas deladeras que subían y bajaban en perezosasondulaciones protegían valles callados yapacibles. Los rododendros en florrelucían con tonos escarlata, púrpura yamarillo. Una luz cálida e intensaacariciaba el paisaje impregnándolo conun leve matiz dorado.

Corum contempló la isla y se sintióinvadido por una profunda sensación depaz. Sabía que allí podría descansar parasiempre y ser feliz con sólo tumbarsejunto a los ríos serpenteantes de límpidas

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aguas que reflejaban el sol con mildestellos o pasear sobre la hierbadisfrutando de su agradable olor mientrascontemplaba a los ciervos, ardillas ypájaros que tanto abundaban en la isla.

Otro Corum —un Corum más joven—habría aceptado aquella visión sin receloy sin hacerse preguntas. Después de todo,en tiempos lejanos hubo propiedadesvadhagh que se parecían a aquella isla;pero eso había sido el sueño vadhagh y elsueño vadhagh ya había terminado. AhoraCorum moraba en el sueño mabden, yquizá incluso en el sueño de los FhoiMyore que se imponía con una fuerzaabrumadora. ¿Había lugar en alguno deesos sueños para la tierra de Hy-

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Breasail?En consecuencia, Corum atracó su

embarcación en la playa con cierta cautelay tiró después de ella hasta dejarlaescondida entre unos rododendros quecrecían cerca del mar. Colocó las armasen su arnés para poder cogerlas sindificultad y después empezó a adentrarseen la isla, sintiéndose un poco culpablepor invadir aquel lugar tan pacíficoofreciendo una apariencia tan marcial.

Mientras atravesaba bosquecillos ycruzaba arroyos pasó junto a pequeñasmanadas de ciervos que no mostraronningún temor ante él y, de hecho, otrosanimales se comportaron de maneraabiertamente curiosa y se acercaron a él

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para investigar a aquel desconocido.Corum pensó que cabía la posibilidad deque se hallara bajo el hechizo de unapoderosa ilusión, pero resultaba difícilcreerlo salvo al más abstracto de losniveles. Aun así, no había que olvidar queningún mabden había vuelto jamás deaquel lugar y que muchos viajerosnegaban haber sido capaces de dar con él,y que a los temibles y crueles Fhoi Myoreles aterrorizaba la simple idea de ponerlos pies en la isla, a pesar de que laleyenda afirmase que en tiempos pasadoshabían conquistado todas las tierras de lasque ahora sólo perduraba aquella parte.Corum pensó que había muchos misteriosconcernientes a Hy-Breasail, pero

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tampoco se podía negar que para unamente cansada y un cuerpo exhausto nopodía existir un mundo más perfecto.

Cuando vio las mariposasmulticolores que revoloteaban surcando elaire veraniego y los pavos reales yfaisanes que deambulaban tranquila ymajestuosamente sobre las verdespraderas, Corum sonrió. Ni siquiera elpaisaje más soberbio de Lwym-an-Eshpodría haber igualado en belleza al queestaba contemplando, pero no había ni elmás leve indicio de que la isla estuvierahabitada. No había ruinas ni casas, nisiquiera una cueva en la que pudieramorar un hombre; y quizá fuera eso lo quehacía que Corum siguiera albergando una

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sombra de sospecha respecto a aquelparaíso. Aun así, seguramente había porlo menos una criatura que vivía en la isla,y esa criatura era el herrero Goffanon,quien protegía sus dominios conencantamientos y terrores que se decíasignificaban la muerte para quien osarainvadirlos.

«No cabe duda de que sonencantamientos muy sutiles —pensóCorum—, y si hay terrores están muy bienescondidos.»

Se detuvo unos momentos paracontemplar una pequeña cascada que fluíasobre unos peñascos de roca caliza. Losserbales crecían en las orillas de lalímpida corriente, y el arroyo estaba lleno

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de carpas y pequeñas truchas. Ver lospeces, así como los animales que habíavisto antes, hizo que Corum empezara asentir apetito. Había estado comiendo muymal desde su primera noche en CaerMahlod, y nada le habría gustado más quecoger una de sus lanzas y tratar decapturar un pez con ella; pero algo leadvirtió en contra de aquella acción.Pensó —y el pensamiento quizá estuvierainspirado únicamente por la superstición— que si atacaba a un solo morador de laisla, toda la vida de ésta se volveríacontra él. Corum decidió no matar nisiquiera a un insecto durante su estanciaen Hy-Breasail por mucho que éstepudiera llegar a molestarle, y en vez de

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tratar de pescar se conformó con sacar untrozo de carne seca de su faltriquera yempezó a mordisquearlo mientrasreanudaba la marcha. Había empezado asubir por la suave pendiente de unacolina, y se dirigía hacia un peñasco degrandes dimensiones que parecíasuspendido en equilibrio al final de laladera.

La pendiente se iba haciendo másempinada cuanto más se aproximaba a lacima, pero Corum acabó llegando alpeñasco y se detuvo a descansar. Seapoyó en él y miró a su alrededor. Habíaesperado poder ver toda la isla desdeaquella prominencia del terreno, pues nocabía duda de que era la colina más alta

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que había divisado desde su llegada; perole sorprendió comprobar que el mar noera visible en ninguna dirección.

Una peculiar neblina de un azuliridiscente tachonado con puntitosdorados se cernía sobre todos losconfines del horizonte. Corum tuvo laimpresión de que quizá resiguiese elcontorno de la costa de toda la isla, puestrazaba una línea muy irregular. Pero ¿porqué no la había visto cuando pisó tierrapor primera vez? ¿Sería aquella niebla laque ocultaba Hy-Breasail a los ojos de lainmensa mayoría de viajeros?

Se encogió de hombros. El día erabastante cálido, y estaba cansado.Descubrió una roca más pequeña a la

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sombra del gran peñasco, se sentó en ella,sacó una pequeña vasija llena de vino desu faltriquera y fue tomando lentos sorbosde ella mientras dejaba que sus ojosrecorriesen los valles, bosquecillos yarroyos de la isla. El paisaje era igual portodas partes, como si hubiera sidometiculosamente creado y ordenado porun jardinero genial. Corum ya habíallegado a la conclusión de que lospanoramas que ofrecía Hy-Breasail noeran de origen totalmente natural. Parecíamás bien un gran parque, como aquellosque los vadhagh habían creado en el ápicede su cultura, y Corum pensó que quizáésa fuese la razón por la que los animaleseran tan mansos. Quizá todos llevaban una

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existencia altamente protegida, y el nohaber tenido ninguna experiencia delpeligro que podían llegar a suponer lascriaturas de dos piernas hacía que semostrasen tan confiados ante un mortal.Pero Corum se vio obligado nuevamente aacordarse de los mabden que no habíanregresado de la isla, y de los Fhoi Myoreque habían conquistado toda aquella partedel mundo y que habían huido después tanasustados que ahora ni se atrevían avolver.

Empezó a sentirse adormilado.Bostezó y se acostó sobre la hierba. Se lecerraron los ojos, y su mente empezó aflotar a la deriva mientras el sueño se ibaadueñando lentamente de él.

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Y soñó que hablaba con un joven cuyapiel era de color dorado y del que,prodigio inexplicable, brotaba una granarpa; y el joven, cuyos labios esbozabanuna sonrisa adusta e implacable, empezó atocar su arpa; y Medhbh, la princesaguerrera, escuchó la música y su rostro sellenó de odio hacia Corum, y encontró auna silueta oscura que era el enemigo deCorum y le dio instrucciones de matar aCorum.

Y Corum despertó, oyendo todavía laextraña música del arpa. Pero la músicase esfumó antes de que pudiera estarseguro de si la había oído en realidad o sihabía sido un mero residuo de su sueño.

La pesadilla había sido terrible y

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cruel, y le había asustado. Corum nuncahabía tenido un sueño semejante, y pensóque quizá por fin estaba empezando acomprender una parte de los peculiarespeligros de la isla. Quizá estuviera en sunaturaleza el hacer que las mentes de loshombres se volvieran contra sí mismas ycrearan sus propios terrores, unos terroresmucho peores que cualquiera que pudiesellegar a serles infligido desde el exterior.Corum decidió que en adelante y mientraspudiese se mantendría despierto.

Y un instante después se preguntó sino seguiría soñando, pues oyó en lalejanía el familiar ladrido de los perros,los Sabuesos de Kerenos. ¿Le habíanseguido hasta la isla atravesando a nado

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una veintena de millas marinas, o habíanido a Hy-Breasail antes que él y le habíanestado esperando en la isla? Los ladridosy gañidos se fueron aproximando, yCorum rozó con los dedos el cuerno quecolgaba de su cinto. Escrutó el paisaje enbusca de alguna señal de los sabuesos,pero lo único que pudo ver fue unamanada de ciervos encabezada por unmacho muy grande que cruzaba a grandessaltos una pradera y desaparecía en unbosquecillo, obviamente sobresaltada.¿Estaría siendo perseguida por lossabuesos? No. Los sabuesos noaparecieron.

Corum captó un movimiento en unvalle que se extendía al otro lado de la

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colina. Supuso que probablemente seríaotro ciervo, pero un instante después vioque aquella criatura corría sobre dospiernas avanzando a grandes saltosbastante peculiares. Era alta y corpulenta,y llevaba algo que brillaba cada vez queera rozado por los rayos del sol. ¿Unhombre?

Corum vio un cuerpo blanco mediooculto entre los árboles a bastantedistancia detrás del hombre, y un instantedespués vio otro; y de repente una jauríade enormes perros con orejas peludas depuntas rojizas emergió del bosquecillo.Habría una docena de sabuesos, y estabanpersiguiendo lo que para ellos era unapresa más familiar que un ciervo.

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El hombre —si de un hombre setrataba— escaló con sus asombrosossaltos una ladera rocosa siguiendo elcurso de una gran cascada, pero losimplacables sabuesos siguieron su rastrosin vacilar ni un instante. La pendiente sevolvió todavía más abrupta y casitotalmente desprovista de asideros, peroel hombre seguía trepando por ella..., ylos perros continuaban persiguiéndole.Corum estaba asombrado ante su agilidad.Volvió a ver el destello de algo quebrillaba. Corum comprendió que elhombre se había dado la vuelta y que elobjeto brillante era un arma que estabablandiendo para repeler el ataque. ParaCorum resultaba obvio que la víctima de

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los perros no podría aguantar muchotiempo.

Sólo entonces se acordó del cuerno.Se apresuró a llevárselo a los labios y lohizo sonar rápidamente tres vecesseguidas. Las notas del cuerno retumbaronnítidamente por todo el valle. Los perrosse dieron la vuelta y empezaron aolisquear el aire como si estuvieranintentando dar con un rastro perdido, apesar de que su presa era claramentevisible.

Y un instante después los Sabuesos deKerenos empezaron a alejarse. Corumdejó escapar una carcajada de puroplacer, pues era la primera vez queconseguía triunfar sobre aquellos perros

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infernales.Su risa, aparentemente, hizo que el

hombre que se encontraba al otro extremodel valle alzara la cabeza. Corum le hizoseñas con la mano, pero el hombre no selas devolvió.

En cuanto los Sabuesos de Kerenoshubieron desaparecido, Corum bajó a lacarrera por la pendiente en dirección alhombre al que acababa de ayudar. Nonecesitó mucho tiempo para llegar al finalde aquella ladera e iniciar el ascenso dela siguiente. Reconoció la cascada y lacornisa rocosa sobre la que el hombre sehabía dado la vuelta para enfrentarse a losperros, pero el hombre no era visible porparte alguna. No cabía duda de que no

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había seguido subiendo, y Corum estabaseguro de que no había bajado porquemientras corría siempre había tenidovisible la cascada delante de sus ojos.

—¡Eh, camarada! —gritó el Príncipede la Túnica Escarlata enarbolando sucuerno—. ¿Dónde te escondes?

la única respuesta que obtuvo fue elruido que hacía el agua al chocar contralas rocas mientras la cascada continuabasu viaje risco abajo. Corum miró a sualrededor escrutando cada sombra, roca yarbusto, pero era como si aquel hombre sehubiese vuelto invisible.

—¿Dónde estás, desconocido?Hubo un débil eco, pero no tardó en

ser ahogado por el sonido del agua

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siseando y chapoteando en su espumeantedescenso sobre los riscos.

Corum se encogió de hombros y girósobre sí mismo, pensando en lo irónicoque resultaba que el hombre fuese mástímido que las bestias en aquella isla.

Y de repente un golpe surgido de lanada llegó desde atrás y se estrelló en suespalda, y Corum se encontróprecipitándose sobre el brezo con losbrazos extendidos para frenar su caída.

—Desconocido, ¿eh? —dijo una vozmalhumorada—. Me has llamadodesconocido, ¿eh?

Corum chocó con el suelo y rodósobre sí mismo intentando sacar su espadade la vaina.

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El hombre que le había empujado eraenorme. Debía medir por lo menos dosmetros y medio de altura, y la anchura desus hombros superaba el metro ochenta.Llevaba un peto de hierro pulimentado,grebas de hierro adornadas con ribetesincrustados de oro rojizo y un casco dehierro que cubría la abundante y revueltamelena de su cabeza de barba negra. Susmanos monstruosas sostenían el hacha deguerra más grande que Corum había vistojamás.

Corum se puso en pie y desenvainó suespada. Sospechaba que estaba ante aquelal que había salvado, pero aquellacriatura colosal no parecía sentir ningunagratitud por ello.

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—¿A quién me enfrento? —logrójadear.

—Te enfrentas a mí —dijo el gigante—. Te enfrentas al enano Goffanon.

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Octavo capítulo

La lanza Bryionak

A pesar del peligro que corría, Corumno pudo evitar que sus labios se curvaranen una sonrisa de incredulidad. —¿Enano? El sidhi le miró fijamente.

—¿Qué te hace tanta gracia?—¡Tiemblo sólo de pensar en conocer

a los hombres de talla normal de esta isla!—No entiendo qué quieres decir.Goffanon entrecerró los ojos, alzó su

hacha y adoptó una postura de combate.Hasta entonces Corum no se había

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dado cuenta de que los ojos de Goffanoneran idénticos al único que le quedaba —tenían forma almendrada y eran de coloramarillo y púrpura—, y de que laestructura craneana de quien se llamaba así mismo enano era más delicada de loque le había parecido al principio, unaconfusión provocada por la barba quecubría una parte tan grande de ella. Surostro era vadhagh en casi todo, pero enotros aspectos Goffanon no se parecía ennada a un miembro de la raza de Corum.

—¿Hay otros como tú en Hy-Breasail?

Corum utilizó la lengua pura de losvadhagh, no el dialecto hablado por lagran mayoría de mabden, y consiguió que

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Goffanon se quedara boquiabierto y que elasombro se adueñara de sus rasgos.

—Soy el único —replicó el herreroen la misma lengua—, o eso pensaba.Pero si eres de mi pueblo, ¿por quélanzaste a tus perros en pos de mí?

—Esos perros no me pertenecen. SoyCorum Jhaelen Irsei, de la raza vadhagh.—Corum alzó el cuerno con su manoizquierda, la mano de plata—. Este cuernocontrola a los perros... Creen que es suamo quien lo hace sonar.

Goffanon bajó su hacha de maneracasi imperceptible.

—Entonces ¿no eres un sirviente delos Fhoi Myore?

—Espero no serlo. Lucho contra los

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Fhoi Myore y contra todo lo querepresentan. Esos perros me han atacadoen más de una ocasión. Le pedí prestadoel cuerno a un hechicero mabden paraevitarme futuros ataques.

Corum decidió que era el momentomás adecuado para envainar su espada yesperar que el herrero sidhi no seaprovechara de ello para partirle elcráneo en dos.

Goffanon frunció el ceño y se chupólos labios mientras meditaba en laspalabras de Corum.

—¿Cuánto tiempo llevan los Sabuesosde Kerenos en tu isla? —preguntó Corum.

—¿Esta vez? Un día, no más; pero yahabían estado aquí antes. Parecen las

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únicas criaturas que no son afectadas porla locura que ataca al resto de moradoresde este mundo cuando ponen los pies enmis costas, y como los Fhoi Myore sientenun odio imperecedero hacia Hy-Breasail,siempre están enviando a sus esbirrospara que me persigan y me acosen. Sueloser capaz de prever su llegada y tomarprecauciones, pero esta vez me habíaconfiado demasiado y no esperaba quevolvieran tan pronto. Pensé que erasalguna criatura nueva, una especie decazador como esos ghoolegh de los que heoído hablar y que sirven a Kerenos. Peroahora creo recordar que en una ocasión oícontar una historia sobre un vadhagh quetenía una mano muy extraña y que sólo

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tenía un ojo, pero ese vadhagh murióincluso antes de que llegaran los sidhi.

—¿No os llamáis vadhagh?—Somos los sidhi, y así nos

llamamos. —Goffanon ya había bajadopor completo su hacha—. Estamosemparentados con tu pueblo. Sé quealgunos de los tuyos nos visitaron en unaocasión, y que nosotros os visitamos; peroeso ocurrió cuando el acceso a los QuincePlanos aún era posible, antes de la últimaConjunción del Millón de Esferas.

—Tú procedes de otro plano. ¿Cómoconseguiste llegar a este plano?

—Hubo una disrupción en los murosque separan los reinos. Así es comollegaron los Fhoi Myore procedentes de

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los Lugares Fríos, del Limbo. Y así escomo llegamos nosotros, para ayudar a lasgentes de Lwym-an-Esh y a sus amigosvadhagh, y para luchar contra los FhoiMyore. Hubo muchas muertes en aquellosdías, hace ya mucho tiempo, y guerrasterribles que causaron el hundimiento deLwym-an-Esh y acabaron con todos losvadhagh y con la gran mayoría de losmabden... Mis gentes, los sidhi, tambiénmurieron, pues la brecha se cerró casienseguida y no pudimos volver a nuestroplano. Pensábamos que todos los FhoiMyore habían sido destruidos, peroúltimamente han vuelto.

—¿Y no luchas contra ellos?—Solo no soy lo bastante fuerte. Esta

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isla forma parte física de mi plano. Aquípuedo vivir en paz, salvo por los perros...Soy viejo, y moriré dentro de unoscuantos centenares de años.

—Yo soy débil —dijo Corum—, y sinembargo lucho contra los Fhoi Myore.

Goffanon asintió y después se encogióde hombros.

—Sólo porque no te has enfrentado aellos antes —dijo.

—Pero ¿por qué no pueden poner lospies en Hy-Breasail? ¿Por qué los mabdenno vuelven de la isla?

—Intento mantener alejados a losmabden de Hy-Breasail —dijo Goffanon—, pero esa raza de hombrecitos es muyintrépida. Su valor acaba siendo la causa

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de que mueran de manera horrible, peroya te contaré más sobre eso cuandohayamos comido. ¿Querrás ser miinvitado, primo?

—Será un placer —replicó Corum.—Entonces ven conmigo.Goffanon empezó a trepar por las

rocas, se desplazó alrededor de la cornisasobre la que se había dispuesto aenfrentarse con los Sabuesos de Kerenosy volvió a desaparecer. Su cabezareapareció casi al instante.

—Por aquí —dijo—. He vivido eneste lugar desde que los perros empezarona acosarme.

Corum escaló poco a poco la laderasiguiendo al sidhi. Llegó hasta el risco y

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vio que seguía alrededor de una losa deroca que ocultaba la entrada a unacaverna. La losa podía ser movida a lolargo de unos surcos para obstruir laentrada, y después de que Corum cruzarael umbral, Goffanon apoyó su gigantescohombro en la losa y la colocó en el hueco.El interior estaba iluminado por lámparasde hermosa artesanía colocadas enhornacinas de las paredes. El mobiliarioera sencillo, pero había sido expertamentetallado y construido y había alfombrillastejidas en el suelo. Salvo por la falta deuna ventana, la morada de Goffanon eramás que cómoda.

Corum se sentó a descansar, yGoffanon se afanó en su cocina

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preparando sopa, verduras y carne. Elolor que brotó de sus cacharros eradelicioso y Corum se felicitó por haberreprimido su deseo de alancear peces enel arroyo. Aquella comida prometía sermucho más apetitosa.

Goffanon colocó un enorme cuenco desopa delante de Corum, pidiéndoledisculpas por la pobreza de su mesa, pueshabía vivido en soledad desde hacíacentenares de años. El príncipe vadhaghle dio las gracias y comió con apetito.

Después hubo carne y una granvariedad de suculentas verduras, a las quesiguió la fruta más sabrosa que Corumhabía comido jamás. Cuando por fin sereclinó en su asiento lo hizo con una

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sensación de bienestar tan intensa comohacía años que no experimentaba.Agradeció efusivamente a Goffanon suhospitalidad, y el enorme cuerpo del sidhique se llamaba a sí mismo enano pareciósufrir un estremecimiento entreavergonzado e incómodo. Goffanonvolvió a pedirle disculpas, después de locual se instaló en su sillón y se metió en laboca un objeto parecido a un pequeñocuenco del que brotaba un largo tallo queGoffanon empezó a chupar mientrassostenía un trocito de madera sacado delhogar que se fue consumiendo lentamentesobre el hueco del pequeño recipiente.Nubes de humo no tardaron en brotar delcuenco y de su boca, y Goffanon sonrió

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con tanta satisfacción que tardó algúntiempo en percatarse de la expresión desorpresa de Corum.

—Es una costumbre de mi pueblo —leexplicó—. Es una hierba aromática quequemamos de esta manera y cuyo humoinhalamos. Nos gusta mucho.

A Corum el olor del humo no leparecía particularmente agradable, peroaceptó la explicación dada por el sidhi,aunque rechazó el cuenco que le ofrecióGoffanon.

—Me preguntaste por qué los FhoiMyore temen esta isla y por qué losmabden perecen aquí —dijo Goffanonhablando despacio y con sus enormes ojosen forma de almendra a medio cerrar—.

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Bien, ninguna de las dos cosas se debe amí, aunque me alegro de que los FhoiMyore me rehuyan. Hace mucho tiempo,durante el período de la primera invasiónde los Fhoi Myore, cuando fuimosllamados para ayudar a nuestros primoslos vadhagh y a sus amigos, tuvimosgrandes dificultades para abrirnos paso através de la pared que separa un reino deotro. Por fin lo conseguimos, provocandoenormes disrupciones en el mundo denuestro plano que dieron como resultadoel que una gran masa de tierra viniera connosotros y atravesara las dimensioneshasta llegar a vuestro mundo. Por suerte,la masa de tierra se posó sobre una parterelativamente despoblada del reino de

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Lwym-an-Esh, pero conservó laspropiedades de nuestro plano... Podríadecirse que forma parte del sueño sidhi,más que del sueño vadhagh, mabden oFhoi Myore; aunque naturalmente y comoya habrás notado, los vadhagh se puedenadaptar a él sin muchas dificultadesdebido a que son parientes cercanos delos sidhi. Los mabden y los Fhoi Myore,en cambio, no pueden sobrevivir aquí. Lalocura se adueña de ellos apenasdesembarcan. Entran en un mundo depesadilla. Todos sus terrores semultiplican y se vuelven completamentereales para ellos, y así es como acabansiendo destruidos por sus propiosterrores.

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—Ya había adivinado algo de todoesto —le dijo Corum a Goffanon—, puesexperimenté una pequeña parte de lo quepodría llegar a ocurrir cuando me quedédormido hace un rato.

—Exactamente. De vez en cuando,incluso los vadhagh experimentan un pocode lo que significa poner los pies en Hy-Breasail para un mortal mabden. Intentoocultar los contornos de la isla medianteuna neblina que soy capaz de preparar,pero no siempre me resulta posiblemantener una cantidad suficiente deneblina flotando en el aire. Cuando esoocurre, los mabden pueden encontrar laisla y como resultado sufren enormemente.

—¿Y dónde se han originado los Fhoi

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Myore? Has hablado de los LugaresFríos.

—Sí, los Lugares Fríos... ¿No sehabla de ellos en las leyendas ytradiciones de los vadhagh? Son loslugares que existen entre los planos, unlimbo caótico que de vez en cuandoengendra una especie de inteligencia. Esoes lo que son los Fhoi Myore... Soncriaturas del Limbo que se precipitaron através de la brecha abierta en la pared quesepara los distintos reinos y que llegarona este plano, después de lo cual seembarcaron en la conquista de vuestromundo guiados por el plan de convertirloen otro limbo donde pudieran sobrevivircon más facilidad. Los Fhoi Myore no

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pueden vivir mucho tiempo, ya que suspropias enfermedades acabandestruyéndoles; pero me temo que viviránel tiempo suficiente para provocar lamuerte por congelación de todo salvo delo que hay en Hy-Breasail y paraprovocar la muerte por congelación de losmabden y de todos los animales que vivenen este mundo, incluida la más diminutacriatura marina. Es inevitable.Probablemente algunos de ellos mesobrevivirán —por lo menos Kerenos mesobrevivirá, de eso estoy seguro—, perosus plagas acabarán con ellos al final.Salvo la tierra de la que acabas de llegar,prácticamente todo este mundo haperecido ya bajo su poder. Creo que

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ocurrió muy deprisa... Pensábamos quehabían muerto todos, pero debieron hallarescondites, quizá en el confín del mundodonde siempre se puede encontrar algo dehielo. Ahora su paciencia se está viendorecompensada, ¿eh? —Goffanon suspiró—. Bien, bien... Hay otros mundos, y losFhoi Myore no pueden llegar hasta ellos.

—Deseo salvar este mundo —murmuró Corum—. Al menos querríasalvar lo que aún queda de él... He juradohacerlo, y he jurado ayudar a los mabden.Ahora estoy buscando sus tesorosperdidos. Se rumoreaba que uno de ellosestá en tus manos... Es un objeto quefabricaste para los mabden durante suprimer combate con los Fhoi Myore, hace

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ya unas cuantas eras.Goffanon asintió.—Hablas de la lanza llamada

Bryionak. Sí, yo la forjé... Aquí no es másque una lanza corriente, pero en el sueñomabden y en el sueño de los Fhoi Myoretiene un gran poder.

—Eso he oído decir.—Entre otras criaturas, es capaz de

amansar al Toro de Crinanass, al quetrajimos con nosotros cuando vinimosaquí.

—¿El toro es una bestia sidhi?—Sí, una de un rebaño

numerosísimo... Ahora es la única res quequeda de él.

—¿Por qué buscaste la lanza y la

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trajiste contigo a Hy-Breasail?—No he salido de Hy-Breasail. Esa

lanza fue traída aquí por uno de losmortales que vinieron a explorar la isla.Intenté consolarle mientras agonizaba enlas garras del delirio, pero no podía serconsolado. Cuando hubo muerto cogí milanza, y eso es todo lo que ocurrió. Alparecer, el mortal había pensado queBryionak le protegería de los peligros demi isla.

—Entonces no volverás a negar suayuda a los mabden.

Goffanon frunció el ceño.—No lo sé... Me he encariñado mucho

con esa lanza. No me gustaría volver aperderla, primo, y no ayudará mucho a los

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mabden. Están condenados a perecer, y esmejor aceptarlo. Están condenados aperecer... ¿Por qué no dejamos quemueran con rapidez? Enviarles a Bryionaksería como ofrecerles una falsa esperanza.

—Mi naturaleza me impulsa a tener feen las esperanzas sin importar lo falsasque puedan llegar a parecer —dijo Corumen voz baja y suave.

Goffanon le contempló con simpatía.—Cierto. Eso es lo que se me dijo

sobre Corum... Ahora recuerdo la historia.Eres una criatura triste y noble... Pero loque ocurre ocurre, y no puedes hacer nadapara evitar que ocurra.

—Debo intentarlo, Goffanon.—Cierto.

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Goffanon alzó su enorme mole delsillón y fue a un extremo de la cavernaque estaba envuelto en las sombras.

Volvió trayendo consigo una lanzacuyo aspecto era de lo más corriente.Tenía un astil de madera muy desgastadoque estaba reforzado con bandas dehierro, y sólo la punta resultaba algoextraña. Al igual que la hoja del hacha deGoffanon, la punta de la lanza brillaba conmás intensidad que el hierro ordinario.

El sidhi la sostenía con evidenteorgullo.

—Mi tribu siempre fue la máspequeña de los sidhi, tanto en númerocomo en estatura, pero también teníamosnuestras artes —dijo—. Éramos capaces

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de trabajar el metal de una manera que túpodrías describir como filosófica.Comprendíamos que los metales poseíancualidades que estaban más allá de suspropiedades obvias, y así fue comohicimos armas para los mabden. Hicimosvarias, y de todas ellas sólo hasobrevivido la que ves. Yo la forjé... Esla lanza Bryionak.

Se la entregó a Corum, quien por unarazón que se le escapaba la tomó con sumano izquierda, la mano de plata. El pesode la lanza estaba soberbiamenteequilibrado y era un arma de guerra muypráctica y manejable, pero si Corum habíaesperado captar algo extraordinario enella se llevó una desilusión.

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—Una buena lanza, sólida y digna deconfianza, pero sin nada de particular —dijo Goffanon—. Así es Bryionak.

Corum asintió.—Salvo por la punta, claro.—Ya no se puede encontrar ni una

brizna más de este metal —le explicóGoffanon—. Una pequeña cantidad de élvino con nosotros cuando abandonamosnuestro plano. Unas cuantas hachas, unaespada o dos, y esta lanza... Ésas fuerontodas las armas que pudimos forjar. Elmetal es muy bueno, y da un filomagnífico. No se embota ni se oxida.

—¿Y tiene propiedades mágicas?Goffanon se echó a reír.—No para los sidhi, pero los Fhoi

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Myore creen que sí las tiene y los mabdentambién. La consecuencia, naturalmente,es que tiene propiedades mágicas y queéstas son altamente espectaculares. Sí, mealegra mucho haber recuperado mi lanza...

—¿No estás dispuesto a volver asepararte de ella?

—Creo que no.—Pero el Toro de Crinanass

obedecerá a quien enarbole la lanza, y eltoro ayudará a las gentes de Caer Mahlodcontra los Fhoi Myore... Quizá lesayudará a destruir a los Fhoi Myore.

—Ni el toro ni la lanza tienen el podersuficiente para conseguir eso —dijoGoffanon con voz grave y pensativa—. Séque quieres la lanza, Corum, pero te

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repito lo que te dije antes: no hay nadaque pueda salvar al mundo mabden. Estácondenado a morir, al igual que los FhoiMyore están condenados a morir y comotambién yo estoy condenado a morir..., ytú también, a menos que cuentes con unmedio de volver a tu plano, pues supongoque no perteneces a éste.

—Sí, creo que yo también estoycondenado —replicó Corum en voz baja—. Pero quiero llevar la lanza Bryionak aCaer Mahlod, pues ésa es mi empresa yése fue el juramento que hice.

Goffanon suspiró y le quitó la lanza dela mano.

—No —dijo—. Cuando los Sabuesosde Kerenos vuelvan, necesitaré todas mis

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armas para acabar con ellos. La jauría queme atacó hoy sigue en la isla. Si mato alos perros de esa jauría, vendrá otra. Milanza y mi hacha son mi única seguridad.Después de todo, tú tienes tu cuerno.

—Sólo me lo han prestado.—¿Quién te lo prestó?—Un hechicero llamado Calatin.—Ah.... Intenté apartar a tres hijos

suyos de estas costas, pero murieron igualque murieron los otros.

—Sé que muchos de sus hijos vinieronaquí. —¿Qué buscaban?

Corum rió.—Querían que escupieras sobre ellos.Se acordó de la bolsita de cuero que

Calatin le había dado, y la sacó de su

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faltriquera.Goffanon frunció el ceño. Después su

frente se alisó, meneó la cabeza y volvió aaspirar el humo que brotaba del pequeñocuenco lleno de hierbas que seguíaardiendo cerca de su boca. Corum sepreguntó dónde había visto una costumbresimilar con anterioridad, peroúltimamente los recuerdos de susaventuras anteriores se habían vuelto muyborrosos. Supuso que ése era el precioque se pagaba por entrar en otro plano yotro sueño.

Goffanon sorbió aire por la nariz.—Otra de sus supersticiones, sin

duda... ¿Qué hacen con esas cosas?Animales desangrados a medianoche,

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huesos, raíces... ¡A qué extremos dedegradación ha llegado el conocimientode los mabden!

—¿Estás dispuesto a satisfacer eldeseo del hechicero? —preguntó Corum—. He jurado pedirte que lo hagas.Calatin me prestó el cuerno con esacondición.

Goffanon se acarició su frondosabarba.

—Las cosas deben estar realmentemuy mal cuando un vadhagh ha de suplicarayuda a los mabden.

—Estamos en un mundo mabden —replicó Corum—. Tú mismo lo has dejadomuy claro, Goffanon.

—Y pronto será el mundo de los Fhoi

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Myore, y luego ya no habrá mundo. Ah,bueno, si eso va a ayudarte, haré lo quedeseas... No puedo perder nada con ello ydudo que tu hechicero vaya a ganar algocon ello. Dame la bolsita.

Corum se la entregó, y Goffanon soltóun gruñido, volvió a reír y a menear lacabeza y escupió dentro de la bolsita.Después se la devolvió a Corum, quien laguardó de nuevo en su faltriqueramanejándola delicadamente con la puntade los dedos.

—Pero lo que he venido a buscar enrealidad es la lanza —dijo Corum en vozbaja.

Lamentaba tener que insistir en ellodespués de que Goffanon hubiera

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aceptado satisfacer su otra petición de tanbuena gana y, además, le hubiera tratadode una manera tan amable y hospitalaria.

—Lo sé. —Goffanon bajó la cabeza yclavó la mirada en el suelo—. Pero si teayudo a salvar unas cuantas vidasmabden, existe la posibilidad de queacabe perdiendo la mía.

—¿Has olvidado la generosidad quete impulsó a ti y a tu pueblo a venir aquí?

—En aquellos días era más generoso.Además, fueron los vadhagh, nuestrosparientes, quienes solicitaron nuestraayuda.

—Así pues, soy pariente tuyo —observó Corum, y sintió una punzada deculpabilidad al aprovechar en su

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beneficio de una manera tan poco noblelos sentimientos más altruistas del enanosidhi—. Y solicito tu ayuda.

—Un sidhi, un vadhagh, los siete FhoiMyore y todavía una horda considerablede mabden, que nunca paran dereproducirse... Pero no es gran cosacomparado con lo que vi cuando llegué aeste mundo. Y la tierra era hermosísima...Daba frutos y flores, y estaba llena deverdor. Ahora se ha vuelto dura y cruel, ynada crece en ella. Deja que muera,Corum. Quédate conmigo en esta bellaisla, en Hy-Breasail.

—Hice un trato —se limitó aresponder Corum—. Todo mi ser meobliga a estar de acuerdo contigo y

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aceptar tu oferta, Goffanon..., todo salvoel que he hecho un trato.

—Pero mi trato, el trato que hicimoslos sidhi... Ése ya terminó hace muchotiempo, Corum, y no te debo nada.

—Te ayudé cuando los perrosdemoníacos te atacaron.

—Yo te he ayudado a cumplir con tuparte del trato que hiciste con el hechiceromabden. ¿Acaso no he pagado esa deuda?

—¿Es que todas las cosas han de serdiscutidas en términos de tratos y deudas?

—Sí —dijo Goffanon poniéndose muyserio—, pues falta muy poco para el findel mundo y ya quedan muy pocas cosasen él. Deben ser cambiadas de manerajusta unas por otras, y hay que mantener un

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equilibrio. Yo creo en eso, Corum. No esuna actitud inspirada por la venalidad,pues los sidhi muy raras veces hemos sidoconsiderados venales, sino por unaconcepción necesaria del orden. ¿Quépuedes ofrecerme que me sea de másutilidad en muchos aspectos que la lanzaBryionak?

—Creo que nada.—Sólo el cuerno, el cuerno que

expulsará a los sabuesos cuando meataquen... El cuerno es de más valor paramí que la lanza. Y la lanza... ¿Acaso no esde más valor para ti que el cuerno?

—Estoy de acuerdo contigo en eso —dijo Corum—. Pero el cuerno no es mío,Goffanon. Me ha sido prestado, nada más,

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y fue Calatin quien me lo prestó.—No te entregaré a Bryionak a menos

que tú me entregues el cuerno —dijoGoffanon con voz casi entristecida, comosi le costara mucho pronunciar aquellaspalabras—. Es el único trato que estoydispuesto a hacer contigo, vadhagh.

—Y es el único trato que yo no tengoderecho a hacer.

—¿No hay nada que Calatin desee deti?

—Ya he hecho un trato con Calatin.—¿No puedes hacer otro?Corum frunció el ceño y se acarició el

bordado del parche con la mano derecha,tal como solía hacer cuando se enfrentabaa un problema de difícil solución. Debía

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su vida a Calatin. Calatin no le deberíanada hasta que Corum volviese de la islacon la bolsita que contenía la saliva delsidhi, y cuando eso ocurriera ninguno delos dos estaría en deuda con el otro.

Pero la lanza era importante. CaerMahlod podía estar siendo atacado porlos Fhoi Myore en aquellos mismosinstantes, y lo único que podía salvar asus moradores era la lanza Bryionak y elToro de Crinanass, y además Corum habíajurado que volvería con la lanza. Cogió elcuerno de su cadera alzándolo por la largatira de cuero que había pasado sobre suhombro. Contempló la lisura del huesomoteado de manchitas grisáceas, lasbandas ornamentales y la boquilla de

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plata. Era el cuerno de un héroe. ¿Quiénlo había llevado colgando de su cinturaantes de que Calatin lo encontrara? ¿Elmismísimo Kerenos?

—Podría soplar este cuerno ahoramismo y hacer que los sabuesos cayeransobre nosotros dos —dijo Corum con vozpensativa—. Podría amenazarte,Goffanon, y obligarte a que me entregarasla lanza Bryionak a cambio de tu vida.

—¿Serías capaz de hacer eso, primo?—No. —Corum dejó que el cuerno

volviera a caer junto a su cintura, ydespués siguió hablando sin serconsciente de que ya había tomado unadecisión—. Muy bien, Goffanon —dijo—.Te entregaré el cuerno a cambio de la

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lanza, e intentaré hacer otro trato conCalatin cuando vuelva al continente.

—Hemos hecho un trato del queninguno puede alegrarse, y nos ha sidodifícil hacerlo —dijo Goffanonentregándole la lanza—. ¿Ha dañadonuestra amistad?

—Creo que sí —replicó Corum—.Me marcho, Goffanon.

—¿Me consideras egoísta?—No. No siento ningún rencor hacia

ti. Lo único que siento es pena al ver quetodos hemos tenido que llegar a esto, yque las circunstancias han empañadonuestra nobleza. Pierdes más que unalanza, Goffanon, y yo también pierdo algo.

Goffanon dejó escapar un prolongado

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y ruidoso suspiro, y Corum le entregó elcuerno que no era suyo y del que no podíadisponer así.

—Temo las consecuencias que puedallegar a tener esto —dijo Corum—.Sospecho que darte el cuerno hará quedeba enfrentarme a algo mucho peor quelas iras de un hechicero mabden.

—Las sombras caen sobre el mundo—replicó Goffanon—, y son muchas lascosas extrañas que pueden ocultarse enesas sombras. Muchas cosas puedenllegar a nacer sin ser vistas y sin quenadie sospeche su existencia... Son díasen los que hay que temer a las sombras,Corum Jhaelen Irsei, y seríamos unosestúpidos si no las temiéramos. Sí, hemos

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caído muy bajo. Nuestro orgullo seempequeñece. ¿Puedo acompañarte hastala costa?

—¿Hasta los límites de tu santuario,Goffanon? ¿Por qué no vienes conmigopara pelear..., para empuñar tu enormehacha contra nuestros enemigos? ¿Acasosemejante acción no te devolvería elorgullo que has perdido?

—No lo creo —replicó Goffanon convoz entristecida—, pues debescomprender que un poco del frío hallegado incluso a Hy-Breasail.

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Libro terceroSe hacen más tratos mientras los Fhoi

Myore avanzan.

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Primer capítulo

Lo que exigió el hechicero

Corum acababa de atracar laembarcación en la pequeña cala delMonte Moidel cuando oyó pasos a suespalda. Giró sobre sí mismo mientrasalargaba la mano hacia su espada. Latransición de la paz y la belleza de Hy-Breasail al mundo exterior había traídoconsigo depresión y una cierta cantidad detemor. El Monte Moidel, que habíaparecido una visión tan bienvenidacuando Corum lo había contemplado por

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primera vez, le parecía ahora oscuro ysiniestro, y se preguntó si el sueño de losFhoi Myore había empezado a rozar porfin el montículo o si se trataba meramentede que aquel lugar le había parecidoagradable en comparación con el bosquetenebroso y congelado en el que habíatenido su primer encuentro con elhechicero.

Calatin estaba inmóvil ante él, unasilueta alta y esbelta de rostro apuesto ycabellos canosos envuelta en su capa azul.Había una chispa de ansiedad brillando ensus ojos.

—¿Encontraste la Isla de losEncantamientos? —La encontré.

—¿Y al herrero sidhi?

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Corum sacó la lanza Bryionak de laembarcación y se la mostró a Calatin.

—Pero ¿qué hay de mi petición?Calatin no parecía sentir ningún

interés por una lanza que era uno de lostesoros de Caer Llud, un arma mística deleyenda.

A Corum le pareció levementedivertido que a Calatin le importara tanpoco Bryionak y tanto una bolsita decuero llena de saliva. Sacó la bolsita desu faltriquera y se la entregó al hechicero,quien dejó escapar un suspiro de alivio ysonrió con evidente placer.

—Te estoy agradecido, Corum, y mealegra haber podido prestarte un servicio.¿Tuviste algún encuentro con los

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sabuesos?—Sí, uno —dijo Corum.—¿Y el cuerno te ayudó en él?—Sí, me ayudó.Corum empezó a subir por la playa

con Calatin siguiéndole.Llegaron a la cima de la colina y

volvieron la mirada hacia el continente,donde el mundo estaba frío y blanco yamenazadoras nubes de un gris oscurollenaban el cielo.

—¿Te quedarás a pasar la noche en mimorada? —le preguntó Calatin—. ¿Y mehablarás de Hy-Breasail y de lo queencontraste allí?

—No —dijo Corum—. El tiempo seagota y he de volver lo más deprisa

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posible a Caer Mahlod, pues tengo elpresentimiento de que los Fhoi Myore notardarán en atacar la fortaleza. Ya debensaber que ayudo a sus enemigos.

—Es probable. En tal caso, desearástu caballo.

—Sí —dijo Corum.Hubo un silencio. Calatin abrió la

boca para decir algo, pero no llegó apronunciar ni una palabra. Llevó a Corumal establo que había debajo de la casa yallí estaba la montura de guerra, con susheridas casi totalmente curadas. Elcaballo piafó nada más ver a Corum,indicando que reconocía a su amo. Corumle acarició el hocico y lo sacó del establo.

—Mi cuerno... —exclamó Calatin de

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repente—. ¿Dónde está?—Lo dejé en Hy-Breasail —replicó

Corum.Clavó la mirada en los ojos del

hechicero, y vio cómo la llama del miedoy la ira empezaba a arder en ellos.

—¿Qué? —casi gritó Calatin—.¿Cómo has podido perder el cuerno?

—No lo perdí.—¿Lo dejaste allí deliberadamente?

El acuerdo era que lo tomabas enpréstamo, nada más.

—Se lo di a Goffanon. En ciertamanera, se podría decir que si no hubieradispuesto del cuerno para entregárselo nohabría podido conseguir lo que deseabas.

—¿Goffanon? ¿Goffanon tiene mi

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cuerno en su poder?La mirada de Calatin se volvió

repentinamente gélida, y entrecerró losojos.

—Sí.Corum no tenía ninguna excusa que

dar, por lo que no dijo nada más y esperóa que Calatin hablara.

—Vuelves a estar en deuda conmigo,vadhagh —dijo el hechicero por fin.

—Cierto.—Debes entregarme algo a cambio de

mi cuerno —dijo Calatin en un tono devoz mucho más tranquilo y calculador, ysus labios esbozaron una fea sonrisita.

—¿Qué quieres?Corum estaba empezando a hartarse

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de los regateos y los tratos. Queríaalejarse al galope del Monte Moidel yregresar lo más deprisa posible a CaerMahlod.

—Debo tener algo a cambio —dijoCalatin—. Confío en que lo comprendes,¿verdad?

—Dime qué quieres a cambio,hechicero.

Calatin contempló a Corum igual queun granjero podría contemplar a uncaballo en la feria. Después extendió unamano y rozó con la punta de los dedos latúnica que Corum llevaba bajo la capa depiel que le habían dado los mabden. Erala túnica vadhagh de Corum, roja y muyligera, y había sido hecha con la delicada

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piel de un animal que había morado entiempos en otro plano y que habíaacabado extinguiéndose incluso allí.

—Supongo que esa túnica tuya tieneun gran valor, ¿verdad, príncipe?

—Nunca he pensado en lo que puedevaler. Es la Túnica de mi Nombre, y cadavadhagh tiene una.

—Entonces ¿carece de valor para ti?—¿Es eso lo que quieres..., mi túnica

para que te compense por la pérdida de tucuerno? ¿Te darás por satisfecho con eso?

Corum habló con impaciencia. Elhechicero seguía gustándole tan pococomo antes de ir a la isla; pero sabía quedesde el punto de vista de la moral suposición era la más débil de las dos, y

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Calatin también lo sabía.—Si crees que es un trato justo...Corum se quitó la capa de piel de un

manotazo y empezó a desceñirse elcinturón para abrir el broche que sujetabasu túnica a su hombro. Perder la prendaque había llevado desde hacía tantotiempo le haría sentirse muy extraño, perono le daba ningún valor especial. La capade pieles bastaría para mantenerlecaliente, y no necesitaba su túnicaescarlata.

Entregó la túnica a Calatin.—Aquí la tienes, hechicero. Ahora

ninguno de los dos está en deuda con elotro.

—Así es —dijo Calatin, y observó a

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Corum mientras éste cogía sus armas y seinstalaba sobre la silla de montar de sucaballo—. Te deseo que tengas un buenviaje, príncipe Corum, y cuidado con losSabuesos de Kerenos. Después de todo,ahora ya no hay un cuerno que puedasalvarte...

—Y ninguno que pueda salvarte a ti—replicó Corum—. ¿Te atacarán?

—Es improbable —fue la misteriosarespuesta de Calatin—. Es improbable...

Y Corum fue por la calzada sumergiday se adentró en el mar.

No volvió la mirada ni una sola vezhacia el hechicero Calatin. Miraba haciaadelante, hacia la tierra enterrada bajo lanieve. El trayecto de vuelta a Caer

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Mahlod no sería muy agradable, pero sealegraba de poder dejar atrás el MonteMoidel. Aferró la lanza Bryionak en sumano de plata, su mano izquierda, y guió asu caballo con la derecha, y no tardó enllegar al continente, y su aliento y elaliento de su caballo empezaron a humearen el aire frío. Corum avanzó en direcciónnoroeste.

Y cuando entró en el bosque desnudoy lúgubre, creyó oír por un momento lasnotas melancólicas y desgarradoras de unarpa.

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Segundo capítulo

Los Fhoi Myore avanzan

El jinete cabalgaba sobre una monturaque tenía muy poco de caballo. La piel delos dos era de un extraño color verdepálido, y aparte del verde no se veíarastro de color alguno en ellos. Loscascos de la montura removían la nieve yésta salía despedida en grandes chorros acada lado de ella. El rostro verdoso deljinete estaba tan vacío de toda expresióncomo si la nieve lo hubiese congelado. Lamirada de sus ojos verde claro era fría e

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impasible, y empuñaba en su mano unaespada que tenía el mismo color que susojos. El jinete se detuvo a poca distanciade Corum, quien ya estaba desenvainandosu espada.

—¿Y tú eres el que piensan que serásu salvación? —le gritó—. ¡A mí mepareces más un hombre que un dios!

—Cierto, soy un hombre —replicóCorum sin inmutarse—, y un guerrero.¿Me desafías?

—Es Balahr quien te desafía. Yo sólosoy su instrumento.

—Entonces ¿Balahr no desea lucharconmigo?

—Los Fhoi Myore no se enfrentan encombate singular con mortales. ¿Por qué

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deberían hacerlo?—Para ser una raza tan poderosa, me

parece que los Fhoi Myore están llenos detemores. ¿Qué les ocurre? ¿Es que estándébiles a causa de las enfermedades queroen sus cuerpos y que acabarándestruyéndoles?

—Soy Hew Argech, y antes vivía enlas Rocas Blancas más allá de Karnec...Hubo un tiempo en el que existía unpueblo, un ejército, una tribu. Ahora sóloquedo yo, y sirvo a Balahr y a su ÚnicoOjo. ¿Qué otra cosa puedo hacer?

—Servir a tu propio pueblo, losmabden.

—Los árboles son mi pueblo... Lospinos nos mantienen con vida a mi corcel

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y a mí. La savia que corre por mis venasno es nutrida por la carne y la bebida,sino por la tierra y la lluvia. Soy HewArgech, hermano de los pinos.

Corum apenas podía creer en lo queestaba diciendo aquella criatura. Entiempos pasados debió ser un hombre,pero había cambiado. La brujería de losFhoi Myore le había transformado, yCorum sintió que su respeto hacia losFhoi Myore aumentaba un poco.

—¿Desmontarás y lucharás como unhombre, Hew Argech, espada contraespada entre la nieve? —preguntó Corum.

—No puedo nacerlo. Hubo un tiempoen el que luchaba así. —La voz era taninocente como la de un niño pequeño,

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pero los ojos seguían estando vacíos y elrostro totalmente inexpresivo—. Ahoradebo luchar con astucia, no con honor.

Y Hew Argech se lanzó a la cargahaciendo girar la espada sobre su cabezapara atacar a Corum.

Había transcurrido una semana desdeque Corum partió del Monte Moidel, unasemana durante la que había hecho un fríoterrible. Sus huesos estaban entumecidos acausa de él. Su ojo había acabadonublándose de contemplar sólo nieve, detal manera que había transcurrido algúntiempo antes de que distinguiera al jineteverde pálido montado sobre el corcelverde pálido que se aproximaba a travésde la blancura del páramo.

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El ataque de Hew Argech fue tanrápido que Corum apenas si tuvo tiempode alzar su espada para detener el primergolpe. Un instante después Hew Argech lehabía dejado atrás y estaba haciendovolver grupas a su montura para unsegundo ataque. Esta vez Corum cargó ysu espada hirió el brazo de Hew Argech,pero la espada de Argech se estrelló conun retumbar metálico contra el peto deCorum, y estuvo a punto de hacer que elpríncipe vadhagh cayera de su silla demontar. Corum seguía aferrando la lanzaBryionak en su mano de plata, y la manode plata también sujetaba las riendas desu piafante montura de guerra cuando éstavolvió grupas con la nieve hasta media

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pata para enfrentarse al próximo ataque.Los dos lucharon de esta manera

durante algún tiempo, sin que ninguno deellos consiguiera romper la guardia delotro. El aliento de Corum brotaba de suboca en forma de grandes nubes, pero niel más diminuto hilillo de aliento parecíaescapar de los labios de Hew Argech y elhombre de piel verdosa no mostraba señalalguna de cansancio, mientras que Corumestaba al borde del agotamiento y a duraspenas si conseguía seguir empuñando suespada.

Para Corum resultaba obvio que HewArgech sabía que se estaba cansando yque se limitaba a esperar hasta queestuviese tan agotado que bastaría con un

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rápido golpe de su espada para acabarcon él. Logró evitar ese desenlace envarias ocasiones, pero Argech empezó atrazar círculos a su alrededor lanzandomandobles, tajos y estocadas, y un instantedespués la espada le fue arrancada de losdedos medio congelados y de la boca deHew Argech brotó una peculiar carcajadareseca y susurrante, un sonido parecido alque hace el viento al deslizarse por entrelas hojas, y fue hacia Corum para el queiba a ser su último ataque.

Corum se tambaleaba en su silla demontar, pero logró alzar la lanza Bryionakpara defenderse y consiguió detener elpróximo golpe. Cuando la espada de HewArgech chocó con la punta de la lanza ésta

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emitió un sonido tan límpido y musicalcomo la nota de una campana de plata quesorprendió a los dos oponentes. Argechhabía vuelto a rebasar a Corum, peroestaba volviendo grupas rápidamente.Corum echó hacia atrás su brazo izquierdoy arrojó la lanza con tal fuerza contra elguerrero de piel verdosa que se derrumbóhacia adelante cayendo sobre el cuello desu montura, y sólo le quedaron las fuerzassuficientes para alzar la cabeza y vercómo la lanza sidhi atravesaba el pechode Hew Argech.

Hew Argech dejó escapar un suspiro yse desplomó de la grupa de su verdemontura con la lanza sobresaliendo de sucuerpo.

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Y entonces Corum vio algo que ledejó asombrado. No pudo estar seguro decómo ocurrió exactamente, pero la lanzaemergió del cuerpo del hombre de la pielverdosa y volvió volando a la palmaabierta de la mano de plata de Corum. Lamano se cerró sobre el astil en unareacción involuntaria.

Corum parpadeó, casi sin poder creerlo que había ocurrido aunque podía nosólo ver la lanza sino también sentir suroce, ya que una parte del astil se hallabaapoyada en su pierna.

Volvió la mirada hacia su enemigocaído. La bestia sobre la que habíamontado Hew Argech acababa de sujetaral hombre entre sus fauces y estaba

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empezando a llevárselo a rastras.De repente se le pasó por la cabeza la

idea de que era la bestia y no el jinetequien mandaba en realidad. Corum nohubiese podido explicar por qué tuvoaquella sensación, salvo por el hecho deque clavó la mirada durante un momentoen los ojos de la montura y vio en ellos loque le pareció era un destello de ironía.

Y mientras estaba siendo arrastrado,Hew Argech abrió la boca y volvió adirigirse a Corum en el mismo tono afabley tranquilo de antes.

—Los Fhoi Myore avanzan —le dijo—. Saben que las gentes de Caer Mahlodte han llamado. Avanzan para destruirCaer Mahlod antes de que tú regreses con

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la lanza que ha acabado conmigo. Adiós,Corum de la Mano de Plata. Ahora vuelvocon mis hermanos los pinos...

Y bestia y hombre no tardaron enhaber desaparecido detrás de una colina yCorum se quedó solo, sosteniendo la lanzaque le había salvado la vida. La hizo girara un lado y a otro bajo la luz grisácea,como si creyera que inspeccionándolapodría llegar a entender de qué manerahabía conseguido volver a su manodespués de que le hubiese ayudado.

Después meneó la cabeza, expulsó elmisterio de su mente y apremió a sucaballo a que galopara más deprisaabriéndose paso a través de la nieve quese pegaba a sus flancos y siguió

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avanzando hacia Caer Mahlod, avanzandoen esa dirección con una prisa aún mayorque antes.

Los Fhoi Myore seguían siendo unenigma. Cada descripción de ellos quehabía oído siempre dejaba sin explicarcómo conseguían hacerse obedecer porcriaturas como Hew Argech, cómo erancapaces de crear encantamientos tanextraños o controlar a los Sabuesos deKerenos y sus cazadores ghoolegh.Algunos veían a los Fhoi Myore comocriaturas sin mente que apenas sediferenciaban de las bestias; para otroseran dioses. Corum pensó que si erancapaces de crear a seres como HewArgech, hermano de los árboles, los Fhoi

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Myore seguramente debían poseer algunaclase de inteligencia.

Al principio se había preguntado silos Fhoi Myore estarían emparentados conlos Señores del Caos a los que se habíaenfrentado hacía ya tanto tiempo. Pero losFhoi Myore eran a la vez menos parecidosal ser humano y más parecidos a él de loque habían sido los Señores del Caos, ysus objetivos daban la impresión de serdistintos. Al parecer no habían tenido máselección que venir a aquel plano. Sehabían precipitado a través de una brechaen la textura del multiverso, y después nohabían podido volver a su extrañosemimundo entre los planos. Ahorapretendían recrear el Limbo sobre la

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Tierra. Corum hasta llegó a pensar quepodía sentir una cierta simpatía por ellos,ya que las circunstancias no les dejabanotra salida.

Se preguntó sí la predicción deGoffanon acabaría cumpliéndose o si nohabría sido más que un producto de ladesesperación que se estaba adueñandodel enano sidhi. ¿Sería cierto que ladestrucción de los mabden era inevitable?

Si se contemplaba el lúgubrepanorama de tierra desnuda cubierta porla nieve, resultaba fácil creer que sudestino —y el de Corum— era morir,víctimas de la implacable extensión delpoder de los Fhoi Myore.

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Corum acampaba con menosfrecuencia que antes, y en ocasionescabalgaba temerariamente durante toda lanoche avanzando medio dormido sobre susilla de montar sin pensar en los peligrosque eso suponía; y su montura de guerragalopaba con más dificultad que antes através de la nieve.

Un atardecer vio una hilera de siluetasen la lejanía. La niebla se arremolinabaalrededor de ellas mientras avanzaban apie o sobre enormes carros. Corum estuvoa punto de llamarles a gritos antes decomprender que no eran mabden. ¿Seríanlos Fhoi Myore que avanzaban hacia CaerMahlod?

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Y en varios momentos de su viaje oyóun ulular lejano, y supuso que las jauríasde caza de los Sabuesos de Kerenos leestaban buscando. Corum estaba segurode que Hew Argech había vuelto con susamos y les había contado cómo habíacaído ante la lanza Bryionak, que se habíaarrancado a sí misma de su cuerpo y habíavuelto luego a la mano de plata de Corum.

Caer Mahlod aún parecía estar muylejos y el frío roía el cuerpo de Corumcomo si fuese un gusano que se alimentarade su sangre.

Había caído más nieve desde querecorrió por primera vez aquel camino, yla nieve había conseguido ocultar muchosaccidentes del terreno que servían para

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orientarse. Eso y la pérdida de visión queestaba padeciendo a causa del cansanciohacía que Corum tuviera bastantesdificultades para encontrar el camino quedebía seguir. Corum rezó para que elcaballo conociera la ruta de regreso aCaer Mahlod, y a medida que pasaba eltiempo empezó a confiar cada vez más enlos instintos del animal.

El agotamiento se fue adueñando deél, y Corum fue sucumbiendo poco a pocoa una insondable desesperación. ¿Por quéno había hecho caso de Goffanon y sehabía quedado en su isla para pasar elresto de sus días en la tranquilidad de Hy-Breasail?

¿Qué deuda tenía contraída con

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aquellos mabden? ¿Acaso le habían dadoalgo alguna vez?

Y un instante después de hacerseaquella pregunta se acordaba de que lehabían dado a Rhalina.

Y también se acordaba de Medhbh, lahija del rey Mannach. Medhbh la pelirrojacon sus arreos de guerrera, con su honda ysu tathlum, que estaría esperando a Corumpara que trajera la salvación a CaerMahlod...

Cuando mataron a su familia, lecortaron la mano y le arrancaron el ojo,los mabden le habían dado odio. Lehabían dado miedo, terror y la sed devenganza.

Pero los mabden también le habían

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dado el amor. Le habían dado a Rhalina, yahora le daban a Medhbh.

Aquellos pensamientos le sosteníandurante un rato e incluso le reconfortabanun poco ahuyentando el frío y expulsandola desesperación hasta los confines de sumente, y Corum seguía adelante. Adelantehacia Caer Mahlod, hacia la fortaleza quese alzaba sobre la colina y hacia aquellospara los que Corum era la únicaesperanza...

Pero Caer Mahlod parecía estar cadavez más lejos. Era como si hubiesetranscurrido un año desde que divisara loscarros de guerra de los Fhoi Myorerecortándose contra el horizonte y hubieseoído el ulular de los sabuesos. Caer

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Mahlod quizá ya había caído, y quizáencontraría a Medhbh congelada tal comohabían quedado congelados aquellosmabden, paralizados para siempre en lasposturas de la batalla sin haber llegado asaber que no habría ninguna batalla quepudieran librar y que ya habían sidoderrotados.

Llegó otra mañana. El caballo deCorum avanzaba con mucha lentitud, y setambaleaba de vez en cuando si sus patasencontraban un surco del terreno ocultopor la nieve. Respiraba con dificultad. Dehaber podido, Corum hubiese desmontadoy habría caminado al lado del caballopara aliviarle de su peso, pero no poseíani la voluntad ni las energías necesarias

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para ello. Empezó a lamentar haberpermitido que Calatin se quedara con sutúnica escarlata, pues ahora parecía comosi aquella pequeña cantidad de calor extrahubiera podido salvarle la vida. ¿Lohabría sabido Calatin? ¿Sería ésa la razónpor la que el hechicero le había pedido latúnica a cambio del cuerno? ¿Habría sidoun acto de venganza?

Corum oyó un ruido. Alzó su doloridacabeza y forzó su ojo inyectado en sangrey velado por el cansancio tratando de veralgo. Había unas siluetas que le obstruíanel paso. Ghoolegh... Corum intentóerguirse en la silla de montar y buscó atientas su espada.

Espoleó a su montura de guerra

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lanzándola al galope mientras alzaba conmano vacilante la lanza Bryionak, y ungrito de guerra que más parecía ungraznido brotó de sus labios roídos por laescarcha.

Y un instante después las patasdelanteras del caballo se doblaron bajo sucuerpo y el animal cayó al suelo, haciendosalir despedido a Corum por encima de sucabeza y dejándole indefenso ante lasespadas de sus enemigos.

Mientras se hundía en las tinieblas delcoma Corum pensó que al menos nosentiría el dolor de los golpes de sushojas, pues una agradable sensación decalor que traía consigo la nada y el olvidoestaba empezando a extenderse por todo

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su cuerpo.Corum sonrió y dejó que la oscuridad

viniera hacia él.

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Tercer capítulo

Los fantasmas de hielo

Soñó que navegaba sobre hielos queno terminaban nunca en una embarcacióncolosal. La embarcación tenía cincuentavelas y estaba sostenida por patines. Loshielos estaban habitados por ballenas, ytambién había otras criaturas extrañas.Después ya no estaba navegando en laembarcación, sino sobre un carroarrastrado por osos bajo un extraño cielode un gris mate; pero los hielos seguíanallí. Mundos desprovistos de calor,

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mundos viejos y muertos que se hallabanen las últimas fases de la entropía... Habíahielo por todas partes, hielo de aristascortantes y duras superficiesresplandecientes. El hielo infligía lamuerte a quien osara desafiarle. El hieloera el símbolo de la muerte final, lamuerte del mismísimo universo. Corumgimió en sueños.

—Es aquel del que he oído hablar.Las palabras se abrieron paso a través

de los sueños de Corum aunque habíansido pronunciadas en voz baja.

—¿Llaw Ereint? —preguntó otra voz.—Sí. ¿Quién podría ser si no? Allí

está la mano de plata, y aunque nunca hevisto ninguno juraría que eso es un rostro

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sidhi.Corum abrió su único ojo y contempló

al que acababa de hablar.—Estoy muerto, y os agradecería

mucho que me permitierais disfrutar de lapaz de la muerte —dijo.

—Estás vivo —dijo el joven en untono que no admitía discusión.

Tendría unos dieciséis años, y aunquesu rostro y su cuerpo estabanenflaquecidos y consumidos por el frío ylas privaciones, sus ojos eran vivaces einteligentes y, como casi todos losmabden a los que Corum había conocidoallí, era de constitución esbelta y bienproporcionada. Tenía una abundantecabellera rubia que era mantenida lejos de

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sus ojos mediante una tira de cuero.Llevaba una capa de pieles sobre loshombros y los brazaletes y las ajorcas deoro y plata habituales en los brazos y lostobillos.

—Me llamo Bran —dijo—, y éste esmi hermano Tyernon. Tú eres Cremm, eldios.

—¿Dios...?Corum empezó a comprender que las

siluetas que había visto perfilarse ante élen la lejanía habían sido mabden, no FhoiMyore, y le sonrió.

—¿Acaso los dioses sucumben contanta facilidad al agotamiento?

Bran se encogió de hombros y se pasóuna mano por los cabellos.

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—No sé nada sobre las costumbres delos dioses. ¿Acaso no podrías haberestado utilizando un disfraz? Podrías estarfingiendo ser un mortal para ponernos aprueba...

—¡Qué manera tan inteligente deadornar un hecho más bien prosaico! —dijo Corum.

Volvió la cabeza para contemplar aTyernon y después miró nuevamente aBran con expresión sorprendida. Losrasgos de los dos jóvenes eranprácticamente idénticos, aunque la capade Bran había sido confeccionada con lapiel de un oso pardo y la de Tyernon conla de un lobo leonado. Corum alzó lamirada y comprendió que estaba

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contemplando los pliegues de unapequeña tienda dentro de la que yacía.Bran y Tyernon estaban acuclillados a sulado.

—¿Quiénes sois? —preguntó—. ¿Dedónde venís? ¿Podéis decirme qué ha sidode Caer Mahlod?

—Somos los Tuha-na-Ana, o lo quequeda de ese pueblo —replicó el joven—. Venimos de una tierra que seencuentra al este de Gwyddneu Garanhir,que a su vez se encuentra al sur de CremmCroich, tu tierra. Cuando los Fhoi Myorellegaron allí, algunos de los nuestros seenfrentaron a ellos y perecieron. El resto,casi todos jóvenes y personas de edadavanzada, emprendimos la marcha hacia

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Caer Mahlod, donde habíamos oído decirque había guerreros que presentabanresistencia a los Fhoi Myore. Nosextraviamos y hemos tenido queescondernos muchas veces de los FhoíMyore y de sus perros, pero ahoraestamos a muy poca distancia de CaerMahlod, que se encuentra un poco al oestede aquí.

—Caer Mahlod también es mi destino—dijo Corum irguiéndose—. Llevoconmigo la lanza Bryionak y domaremosal Toro de Crinanass.

—El Toro de Crinanass no puede serdomado —dijo Tyernon en voz baja—.Vimos a la bestia hace menos de dossemanas... Teníamos mucha hambre y le

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dimos caza para alimentarnos con sucarne, pero se revolvió contra nuestroscazadores y mató a cinco de ellos con susafilados cuernos antes de alejarse endirección oeste.

—Si el Toro de Crinanass no puedeser domado —dijo Corum, aceptando eltazón que Bran le entregó y sorbiendo lasopa tan clara que parecía agua quecontenía con expresión agradecida—,entonces Caer Mahlod está perdido yharíais bien buscando otro santuario.

—Buscamos Hy-Breasail, la IslaEncantada que se encuentra al otro ladodel mar —le dijo Bran con voz muy seria—. Pensamos que allí estaremos a salvode los Fhoi Myore y podremos ser felices.

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—Cierto, estaríais a salvo de los FhoiMyore —dijo Corum—, pero no devuestros propios miedos. No intentes ir aHy-Breasail, Bran de los Tuha-na-Ana,pues la isla significa una muerte horriblepara los mabden. No, iremos todos juntosa Caer Mahlod, si los Fhoi Myore no dancon nosotros antes de que lleguemos allí,y después tendré que averiguar si puedohablar con el Toro de Crinanass yconvencerle de que debe ayudarnos.

Bran meneó la cabeza poniendo carade escepticismo. Tyernon, su gemelo,imitó el gesto.

—Volveremos a emprender la marchadentro de unos minutos —le dijo Tyernon—. ¿Podrás volver a montar entonces?

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—¿Mi caballo sigue vivo?—Está vivo y ha descansado.

Encontramos un poco de hierba para él.—Entonces podré volver a montar —

dijo Corum.

El grupo que avanzaba lentamentesobre la nieve estaba formado por menosde treinta personas, y de esa treintenaescasa más de veinte eran ancianos yancianas. Había tres muchachos de laedad de Bran y su hermano Tyernon, yhabía tres chicas, una de las cuales teníamenos de diez años. Los niños y niñas demenos edad habían perecido durante unaincursión por sorpresa en la que los

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Sabuesos de Kerenos atacaron elcampamento cuando los restos de la tribuacababan de iniciar su viaje a CaerMahlod. La nieve se acumulaba sobre loscabellos de todos y hacía quecentellearan. Corum bromeó diciendo quetodos eran reyes y reinas y que llevabancoronas de diamantes. Antes de su llegadahabían carecido de armas y Corumdistribuyó las suyas entre ellos: dio unaespada a uno, una daga a otro, una lanza auno y otra a otro, y entregó el arco y lasflechas a Bran. Conservó para síúnicamente la lanza Bryionak y cabalgó alfrente de la columna, o caminó al lado desu caballo, que podía llevar a dos o tresancianos a la vez, pues muy pocos de

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ellos habían comido lo suficiente durantelos últimos meses y todos pesaban muypoco.

Bran había calculado que aún seencontraban a dos días de Caer Mahlod,pero cuanto más hacia el oeste avanzabanmás fácil se volvía el trayecto. El estadode ánimo de Corum había empezado aexperimentar una considerable mejoría ysu caballo estaba recuperando lasenergías, por lo que pudo adelantarse a lacolumna en breves galopadas paraexplorar el terreno. A juzgar por lamejora que se estaba produciendo en elclima, los Fhoi Myore aún no habíanllegado a la fortaleza de la colina.

El pequeño grupo entró en un valle

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cuando no faltaba mucho para el ocaso delque esperaban sería su último día deviaje. No era un valle particularmenteprofundo, pero ofrecía un cierto cobijodel viento helado que soplaba en ráfagasocasionales a través de los páramos, y losviajeros agradecían cualquier refugio quepudieran encontrar. Corum se fijó en quelas laderas de las colinas que se alzaban acada lado de ellos estaban cubiertas porformaciones de hielo reluciente que quizáeran el resultado de cascadas impulsadaspor un viento procedente del este. Ya sehabían internado una cierta distancia en elvalle y habían decidido acampar parapasar la noche allí aunque el sol aún no sehabía ocultado, cuando Corum apartó la

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mirada de los jóvenes que estabanlevantando las tiendas y captó unmovimiento. Al principio estuvo segurode que una de las formaciones de hielohabía cambiado de posición, pero acabódiciéndose que había sido engañado porla creciente penumbra y el tener la vistacansada de tanto escrutar el paisaje.

Y un instante después másformaciones de hielo se estabanmoviendo, y ya no cabía duda de queconvergían hacia el campamento.

Corum lanzó un grito de alarma yempezó a correr hacia su caballo. Lassiluetas eran como fantasmas de contornosrelucientes que bajaban a gran velocidadpor las laderas dirigiéndose hacia el

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valle. Corum vio cómo una anciana alzabalos brazos en un gesto de horror al otroextremo del campamento e intentabaescapar, pero una iridiscente siluetafantasmagórica pareció absorberla y laarrastró hacia la cima de la colina. Antesde que nadie pudiera comprender muybien lo que estaba ocurriendo, dosancianas más fueron capturadas yarrastradas hacia las cimas.

El campamento se convirtió en unhervidero de actividad. Bran disparó pordos veces su arco contra los fantasmas dehielo dando en el blanco cada vez, perolas flechas se limitaron a atravesarles sincausar ningún daño. Corum arrojó la lanzaBryionak contra otro fantasma

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apuntándola hacia el lugar en el que creíaque estaba su cabeza, pero Bryionakvolvió flotando a su mano sin que elfantasma hubiese sufrido daño alguno.Aun así, parecía que se enfrentaban acriaturas no muy valerosas, pues losfantasmas volvían a desvanecerse en lascolinas en cuanto habían capturado unapresa. Corum oyó gritar a Bran y Tyernon,y vio cómo subían a la carrera por una delas empinadas pendientes en persecuciónde un fantasma. Corum les gritó que lapersecución sería inútil y que sóloserviría para que corrieran un peligrotodavía mayor, pero los dos jóvenes noprestaron ninguna atención a sus gritos.Corum vaciló durante un momento y acabó

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siguiéndoles.La oscuridad ya estaba empezando a

hacer acto de presencia. Las sombrascaían sobre la nieve. El cielo sóloconservaba un débil matiz de luz solar,como una mancha de sangre flotando enleche. Aquella luz era muy poco adecuadapara la caza o la persecución incluso enlas mejores circunstancias imaginables, ylos fantasmas de hielo hubiesen resultadomuy difíciles de ver hasta bajo la intensaclaridad del mediodía.

Corum había logrado no perdertotalmente de vista a Bran y Tyernon, perosus siluetas resultaban muy difíciles dedistinguir. Bran se había detenido paradisparar una tercera flecha contra lo que

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Corum pensó era un fantasma de hielo.Tyernon señaló con la mano, y los dosmuchachos se alejaron corriendo en unadirección distinta a la que habían estadosiguiendo hasta aquel momento y Corumfue en pos de ellos sin dejar de gritar susnombres, aunque temía atraer la atenciónde las extrañas criaturas a las que estabanpersiguiendo los dos jóvenes.

Cada vez estaba más oscuro.—¡Bran! —gritó Corum—. ¡Tyernon!Y un instante después encontró a los

dos muchachos, y vio que estabanllorando arrodillados sobre la nieve,Corum miró en esa dirección y vio queestaban arrodillados al lado de lo queprobablemente era el cuerpo de una de las

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ancianas.—¿Está muerta? —murmuró.—Sí —dijo Bran—, nuestra madre

está muerta.Corum no sabía que una de las

mujeres fuese la madre de los muchachos.Dejó escapar un prolongado suspiroimpregnado de tristeza y les dio laespalda, y se encontró contemplando losrostros nebulosos y oscuros de tresfantasmas que parecían sonreírle.

Corum lanzó un grito y alzó aBryionak para golpear a las criaturas conella. Los fantasmas avanzaron hacia él sinhacer ningún ruido. Corum sintió cómosus zarcillos rozaban su piel y notó que sucarne empezaba a congelarse. Así era

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como paralizaban a sus víctimas, y así eracomo se alimentaban, absorbiendo elcalor en sus propios cuerpos. Quizá asíera como habían muerto las gentes quehabía visto antes junto al lago. Corumdesesperó de poder salvar su vida o lasde los dos muchachos. No había formaalguna de luchar contra enemigos tanintangibles.

Y de repente la punta de la lanzaBryionak empezó a brillar con un peculiarresplandor entre rojizo y anaranjado, ycuando la punta tocó a uno de losfantasmas de hielo, la criatura siseó ydesapareció sin dejar más rastro que unanubécula de vapor que flotaba en el aire yque ya se había dispersado un instante

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después. Corum no perdió el tiempointerrogándose sobre el poder de la lanza.La hizo girar hacia los otros dosfantasmas, los rozó con la puntaresplandeciente y ellos también seesfumaron. Era como si los fantasmas dehielo necesitaran calor para vivir, peroaparentemente un exceso de calorsobrecargaba sus cuerpos y hacía quepereciesen.

—Debemos encender hogueras ypreparar antorchas —les dijo Corum—.Las antorchas servirán para que no seacerquen a nosotros, y no acamparemosaquí. Seguiremos avanzando a la luz delas antorchas... No importa que los FhoiMyore o alguno de sus sirvientes nos

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vean. Es mejor que lleguemos a CaerMahlod lo antes posible, pues no tenemosforma alguna de averiguar sobre qué otrascriaturas como éstas tienen poder los FhoiMyore.

Bran y Tyernon alzaron el cadáver desu madre y empezaron a seguir a Corumladera abajo. El resplandor que habíailuminado la punta de la lanza Bryionak sefue extinguiendo poco a poco hasta queésta tuvo su aspecto de siempre, el de unamera lanza forjada por un excelenteartesano.

Cuando llegaron al campamentoCorum explicó su decisión a los demás ytodos se mostraron de acuerdo con él.

Y así reanudaron la marcha, con los

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fantasmas de hielo acechando cerca deellos allí donde no llegaba la luz queproyectaban las antorchas y emitiendodébiles jadeos ahogados que hacíanpensar en súplicas lacrimosas hasta quehubieron atravesado el valle y salieronpor el otro extremo.

Los fantasmas no les siguieron, peroaun así continuaron avanzando, pues elviento había vuelto a soplar con fuerza ytraía consigo el olor salado del mar, ygracias a ello sabían que ya tenían queencontrarse cerca de Caer Mahlod y delrefugio que les ofrecería. Pero tambiénsabían que los Fhoi Myore y todosaquellos que obedecían a los Fhoi Myoreestaban cerca, y eso hizo que incluso las

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personas más ancianas adquiriesen nuevasenergías y fueran más deprisa, y todosrezaron para seguir con vida hasta lamañana en que seguramente deberían verCaer Mahlod ante ellos.

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Cuarto capítulo

La reunión del Pueblo Frío

La Colina Cónica estaba allí y losmuros de piedra de la fortaleza tambiénestaban allí, así como el estandarte con labestia marina del rey Mannach y Medhbh,la hermosa Medhbh, que surgió de laspuertas de Caer Mahlod montada acaballo saludándole con la mano y riendo,su roja cabellera revoloteando a sualrededor y sus ojos verdigrisesiluminados por la alegría, y los cascos desu caballo levantaron surtidores de

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escarcha mientras Medhbh saludaba agritos a Corum.

—¡Corum, Corum! Corum LlawEreint, ¿has traído la lanza Bryionak?

—Sí —replicó Corum enarbolando lalanza—, y traigo invitados para CaerMahlod. Debemos apresurarnos, pues losFhoi Myore nos siguen y no están muylejos.

Medhbh llegó hasta él y se inclinósobre la silla de montar para rodearle elcuello con un brazo, y le besó en loslabios con tal pasión que toda la sombríatristeza que se había adueñado de Corumse esfumó de repente, y se alegró de nohaberse quedado en Hy-Breasail, de queHew Argech no hubiera acabado con su

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vida y de que los fantasmas de hielo no lehubieran arrebatado el calor de su cuerpo.

—Estás aquí, Corum —dijo Medhbh.—Estoy aquí, hermosa Medhbh, y aquí

está la lanza Bryionak.Medhbh la contempló con expresión

maravillada, pero no quiso tocarla nisiquiera cuando Corum se la ofreció. Lajoven retrocedió, y sus labios se curvaronen una extraña sonrisa.

—No ha sido hecha para que yo laempuñe —dijo—. Es la lanza Bryionak, lalanza de Cremm Croich, de Llaw Ereint,de los sihdi, de los dioses y semidiosesde nuestra raza... Sí, es la lanza, Bryionak.

Corum se echó a reír al ver laseriedad repentina que se había extendido

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por sus rasgos, y la besó hasta que losojos de Medhbh perdieron aquel velo deasombro atemorizado y la joven se echó areír, y después Medhbh hizo volvergrupas a su yegua marrón para galoparprecediendo al cansado grupo y guiarle através de la angosta puerta por la que seentraba a la ciudad fortaleza de CaerMahlod.

Y allí, al otro lado del umbral, estabaesperando el rey Mannach para recibir aCorum con una sonrisa de gratitud yrespeto porque había encontrado uno delos grandes tesoros de Caer Llud, uno delos tesoros perdidos de los mabden, lalanza que podía domar a la última res deun rebaño sidhi, el Toro Negro de

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Crinanass.—Saludos, Señor del Túmulo —dijo

el rey Mannach con voz afable y libre detoda pomposidad—. Saludos, héroe.Saludos, hijo mío.

Corum desmontó de su caballo yvolvió a extender la mano de plata quesostenía a Bryionak.

—Aquí está —dijo—. Miradla bien.Es una lanza normal y corriente, reyMannach..., o eso parece. Pero ya me hasalvado la vida en dos ocasiones durantemi viaje de vuelta a Caer Mahlod.Inspeccionadla, y decidme luego si osparece que esta lanza se sale de loordinario.

Pero el rey Mannach siguió el ejemplo

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de su hija y retrocedió ante la lanza que sele ofrecía.

—No, príncipe Corum —replicó—.Sólo un héroe puede empuñar la lanzaBryionak, pues un mortal de menor valíaquedaría maldito para siempre si intentarasostenerla. Es un arma sidhi, e inclusocuando se hallaba en nuestra posesiónsiempre estaba guardada dentro de unestuche sin que nadie tocara jamás lalanza.

—Está bien, rey Mannach —dijoCorum—. Respeto vuestras costumbres,aunque no hay razón alguna para temer ala lanza. Sólo nuestros enemigos deberíantemer a Bryionak.

—Que sea como vos decís —murmuró

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el rey Mannach, y después sonrió—.Ahora debemos comer. Hoy hemos tenidobuena pesca y hay varias liebres. Quetodas esas personas vengan con nosotros ala gran sala, pues a juzgar por su aspectotienen que estar muy hambrientas.

Bran y Teyrnon hablaron en nombrede los escasos supervivientes de su clan.

—Aceptamos vuestra hospitalidad,gran rey, pues estamos famélicos; y osofrecemos nuestros servicios comoguerreros para ayudaros en vuestra batallacontra los terribles Fhoi Myore.

El rey Mannach inclinó su noblecabeza.

—Mi hospitalidad es pobrecomparada con vuestro noble orgullo y

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con vuestro juramento, guerreros, y osagradezco vuestra presencia en nuestrosbaluartes.

El rey Mannach acababa depronunciar la última palabra cuandooyeron un grito desde arriba, y una jovenque había estado de guardia sobre lapuerta se inclinó hacia ellos.

—¡Niebla blanca hirviendo en el nortey en el sur! —gritó—, ¡El Pueblo Frío sereúne, los Fhoi Myore se acercan! —Temo que habrá que dejar el banquetepara más tarde —dijo el rey Mannach conuna sombra de humor en el tono—.Esperemos que sea un banquete devictoria.., —Sus labios se curvaron en unatensa sonrisa—, ¡Y ojalá que los peces

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sigan estando frescos cuando hayamosacabado de luchar!

El rey Mannach dio instrucciones asus hombres para que fueran a lasmurallas, y después se volvió haciaCorum.

—Debéis llamar al Toro deCrinanass, Corum —le dijo—. Debéishacerlo pronto. Si no acude, todo habráterminado para las gentes de CaerMahlod...

—No sé cómo llamar al Toro, reyMannach.

—Medhbh sabe cómo hay quellamarle. Ella os enseñará. —Sí, sé cómollamar al Toro de Crinanass —dijoMedhbh. Después ella y Corum se

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reunieron con los guerreros en losbaluartes y volvieron la mirada hacia

el este, y allí estaban los Fhoi Myore consu niebla y sus esbirros.

—Hoy no vienen a divertirse jugandocon nosotros —dijo Medhbh.

Corum le cogió la mano izquierda consu mano derecha y se la estrechó confuerza.

Una niebla blanquecina podía versehirviendo y girando sobre el bosque aunos tres kilómetros de distancia. Cubríatodo el horizonte de norte a sur, yavanzaba lenta pero inexorablementehacia Caer Mahlod. Precediendo a laniebla había muchas jaurías de sabuesosque buscaban rastros y olisqueaban el aire

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como hacen los perros corrientes cuandocorren delante de una partida decazadores. Detrás de los sabuesos sedistinguían siluetas que Corum supusoserían los cazadores ghoolegh de rostrosblancos como la nieve, y detrás deaquellos cazadores venían jinetes de pielverdosa que, como Hew Argech, tambiéneran con toda seguridad hermanos de lospinos. Pero en el seno de la niebla sepodían ver siluetas de mayor tamaño,aquellas siluetas que hasta entoncesCorum sólo había visto en una ocasión.Eran los oscuros contornos de carros deguerra de dimensiones monstruosas de losque tiraban bestias que estaba claro noeran caballos, y había siete carros, y en

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los carros había siete aurigas de tallacolosal.

—Una gran reunión —dijo Medhbh, ylogró que su voz sonara firme y decidida—. Han enviado a todas sus fuerzas encontra de nosotros. Los siete Fhoi Myorehan venido... Esos dioses debenrespetarnos mucho.

—Les daremos motivos para que nosrespeten —murmuró Corum.

—Ahora debemos salir de CaerMahlod —le dijo Medhbh.

—¿Abandonar la ciudad?—Tenemos que ir a llamar al Toro de

Crinanass. Hay un sitio..., el único al queel Toro acudirá.

Corum no quería marcharse.

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—Los Fhoi Myore atacarán dentro deunas horas, puede que incluso en menostiempo.

—Debemos tratar de estar de regresopara cuando eso ocurra. Por eso tenemosque ir ahora mismo a la Roca Sidhi ybuscar al Toro de Crinanass.

Y Medhbh y Corum salieron de CaerMahlod montados sobre caballosdescansados, y cabalgaron a lo largo delos acantilados por encima de un mar quegemía y rugía y se agitaba como siaguardase con impaciencia la contiendaque se aproximaba.

Acabaron deteniéndose sobre una

extensión de arena amarilla con las

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oscuras masas de los acantilados a suespalda y el mar inquieto ante ellos, yalzaron la mirada hacia la extraña rocasolitaria que brotaba en el centro de laplaya. Había empezado a llover, y lalluvia y la espuma del mar azotaban laroca y hacían que brillara con unapeculiar gama de matices y delicadoscolores que la cubrían de vetas, y habíalugares donde la roca era opaca, y enotros lugares era casi totalmentetransparente y su corazón quedabarevelado permitiendo distinguir otroscolores más intensos.

—La Roca Sidhi —dijo Medhbh.Corum asintió. ¿Qué otra cosa podía

ser? Aquella roca no era de aquel plano.

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Quizá había venido junto con los sidhi aligual que Hy-Breasail cuando hicieron suviaje para combatir al Pueblo Frío.Corum ya había visto cosas parecidasantes, objetos que en realidad no hubierandebido hallarse en aquel plano y quemantenían una parte de sí mismos en unplano totalmente distinto.

El viento lanzaba un diluvio de gotascontra su rostro. Agitaba sus cabelleras yhacía que sus capas revolotearanalrededor de sus cuerpos, y aunquetuvieron grandes dificultades para escalarla lisa superficie de la piedra desgastadapor el tiempo y la intemperie al finacabaron logrando llegar a su cima. Olasinmensas se deslizaban sobre la costa, y

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potentes ráfagas de viento amenazabancon arrancarles de su precaria posición.La lluvia caía sobre ellos y bajaba por laroca con tal abundancia que formabapequeñas cascadas.

—Ahora empuña la lanza Bryionak entu mano de plata —le dijo Medhbh—.Levántala tan alto como puedas.

Corum la obedeció.—Ahora debes traducir lo que te diga

a tu idioma, a la pura lengua vadhagh,pues es la misma lengua que el sidhi.

—Lo sé —replicó Corum—. ¿Quédebo decir?

—Antes de que hables, debes pensaren el Toro, el Toro Negro de Crinanass.Su cruz queda tan alta como tu cabeza, y

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su pelaje es muy largo y negro como lanoche. La distancia que hay entre laspuntas de sus cuernos es mayor que la quepuedes abarcar extendiendo tus brazos, yesos cuernos son muy afilados. ¿Puedesimaginarte a una criatura semejante?

—Creo que sí.—Entonces repite esto y pronuncia

cada palabra con mucha claridad.El día se estaba volviendo gris a su

alrededor, salvo por la gran roca sobre laque se encontraban.

Pasarás por las puertas depiedra, Toro Negro.

Cuando Cremm Croich te llame,vendrás desde el lugar en el

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que moras.Si duermes, Toro Negro,

despierta ahora. Si despiertas, ToroNegro, álzate ahora. Si te alzas,Toro Negro, entonces camina y haztemblar la

tierra. Ven a la roca en la quefuiste engendrado, Toro Negro, ven

a la roca en la que naciste.Pues aquel que empuña la lanza

es dueño y señor de tu destino.Bryionak, forjada en Crinanass

con metal sacado de la piedra sidhi.Vuelve a enfrentarte con los

aborrecibles Fhoi Myore con losque has de luchar, Toro Negro.

Ven, Toro Negro. Ven, Toro

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Negro. Vuelve a tu hogar.

Medhbh entonó toda la invocación sintragar aire ni una sola vez, y cuando huboacabado de hablar la mirada preocupadade sus ojos verdigrises se clavó en elúnico ojo de Corum.

—¿Puedes traducirlo a tu lengua?—Sí —dijo Corum—. Pero ¿por qué

va a responder un animal a semejantecántico?

—No dudes de que lo hará, Corum.Corum se encogió de hombros.—¿Sigues viendo al Toro de

Crinanass en tu mente?Corum tardó unos momentos en

responder, pero acabó asintiendo con la

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cabeza.—Sí.—Entonces repetiré todas las frases y

tú las repetirás en la lengua de losvadhagh.

Y Corum obedeció, aunque el cánticole había parecido bastante tosco ydesprovisto de belleza o poder, y lecostaba mucho creer que su origenpudiera ser vadhagh. Corum fuerepitiendo lentamente todo lo que habíadicho Medhbh, y empezó a sentir un ligeromareo a medida que iba entonando elcántico. Las palabras empezaron a salircon más rapidez de sus labios, y Corumno tardó en descubrir que las estabadeclamando. Se irguió cuan alto era, con

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su ropa y su cabellera agitadas en todasdirecciones por las ráfagas de viento, yalzó la lanza Bryionak mientras llamaba alToro de Crinanass. Su voz se fue haciendomás y más potente, y acabó resonando porencima de los ronquidos del viento.

—¡Ven, Toro Negro! ¡Ven, ToroNegro! ¡Vuelve a tu hogar! Pronunciar laspalabras en su propia lengua parecía tenerel

efecto inexplicable de darles máspeso y poder, y eso a pesar de que lalengua que hablaba Medhbh apenas sediferenciaba de la lengua vadhagh.

Cuando hubo acabado de entonar elcántico, Medhbh le puso la mano sobre elbrazo y un dedo en los labios, y los dos

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aguzaron el oído envueltos en el ulular delviento y el retumbar del mar y el estrépitode la lluvia que caía a chorros, y oyeronun mugido distante, y la roca sidhi parecióestremecerse levemente y brillar con unoscolores más intensos.

El mugido volvió a sonar, esta vezmás cercano.

Medhbh le estaba sonriendo, y susdedos le apretaban el brazo con muchafuerza.

—El Toro —susurró—. El Toro seaproxima...

Pero seguían sin saber de quédirección procedía el mugir que llegaba asus oídos.

La lluvia arreció todavía con mayor

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fuerza hasta que apenas pudieron ver nadamás allá de la roca, y fue como si el marles hubiera sumergido.

Pero los sonidos empezaron aconfundirse en un solo sonido, y poco apoco aquel sonido pudo ser reconocidocomo el grave mugir pensativo de un toro.Medhbh y Corum forzaron la vista desdesu posición en lo alto de la Roca Sidhi, yles pareció ver cómo la colosal masanegra del gran Toro de Crinanass emergíade las aguas del mar y se plantaba en laorilla, sacudiéndose y volviendo susenormes e inteligentes ojos en unadirección y en otra como si estuvierabuscando el origen del cántico que lohabía traído hasta aquel lugar.

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—¡Toro Negro! —gritó Medhbh—.¡Toro Negro de Crinanass! Aquí estánCremm Croich y la lanza Bryionak...¡Aquí está tu destino!

Y el monstruoso Toro de Crinanassinclinó su cabeza de enormes cuernosseparados por una gran distancia, y seremovió haciendo temblar su cuerponegro y peludo, y arañó la arena con suspesadas pezuñas; y Corum y Medhbhpudieron oler su cuerpo caliente, y susfosas nasales captaron ese olor familiar,áspero y reconfortante, que despiden lasreses. Pero no se encontraban ante una delas apacibles bestias de una granja, sinoante una bestia de guerra, orgullosa ysegura de sí misma, una bestia que no

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servía a un amo sino a un ideal.El Toro de Crinanass movió su negra

y peluda cola de un lado a otro, y alzó lamirada hacia las dos personas que estabaninmóviles la una al lado de la otra sobrela Roca Sidhi y que se la devolvieroncontemplándole con expresión asombrada.

—Ahora sé por qué los Fhoi Myoretemen a esa bestia —dijo Corum.

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Quinto capítulo

La cosecha de sangre

Cuando Corum y Medhbh bajaron conun poco de nerviosa vacilación de laRoca Sidhi, los ojos del Toro Negropermanecieron clavados en la lanza queempuñaba Corum. El animal estabatotalmente inmóvil, alzándose sobre elloscomo una pequeña montaña a medida quese iban aproximando, y tenía la cabezaligeramente inclinada hacia el suelo.Parecía sentir tanto recelo hacia elloscomo miedo sentían ellos hacia él, pero

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estaba claro que había reconocido aBryionak y que respetaba la presencia dela lanza.

—Toro —dijo Corum, y no tuvo lasensación de que fuese ridículo dirigirsede aquella manera a un animal—,¿vendrás a Caer Mahlod con nosotros?

La lluvia se había convertido engranizo que brillaba sobre los negrosflancos del Toro de Crinanass. Loscaballos que habían dejado al comienzode la playa estaban empezando a darseñales de miedo. Sentían más que receloante la presencia del Toro Negro deCrinanass, y estaba claro que lesaterrorizaba; pero el Toro no prestóninguna atención a los caballos. Meneó la

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cabeza y unas cuantas gotitas de aguasalieron despedidas de las puntas de susafilados cuernos. Sus ollares temblaron.Sus ojos de mirada penetrante y llena deinteligencia se posaron un momento sobrelos caballos, y enseguida volvieron aclavarse en la lanza.

En el pasado Corum se había halladoante criaturas mucho más grandes, peronunca se había enfrentado con un animalque produjese una impresión de poder tanintensa. En aquel momento le pareció queen toda la faz del mundo no había nadaque pudiera vencer al colosal Toro deCrinanass.

Corum y Medhbh caminaron sobre laarena azotada por el viento para calmar a

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sus caballos mientras el Toro seguíacontemplándoles. Después de unoscuantos esfuerzos acabaron logrando quese tranquilizaran lo suficiente como parapoder montar en ellos, pero seguíanestando bastante nerviosos. Después, ycomo no había otra cosa que pudieranhacer, empezaron a subir por los senderosde los acantilados para volver a CaerMahlod.

El Toro de Crinanass permaneció taninmóvil como una estatua durante un rato,igual que si estuviera examinando unproblema de difícil solución, y despuésempezó a seguirles, aunque en ningúnmomento se acercó mucho a ellos. Corumpensó que una bestia tal quizá no quisiera

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mantener una relación demasiado íntimacon mortales tan débiles como ellos.

Y el granizo no tardó en convertirseen nieve, y la nevada se intensificóarrojando su manto helado sobre losriscos del oeste, y Corum y Medhbhcomprendieron que aquéllas eran lasseñales de que los Fhoi Myore seaproximaban, y quizá en aquellos mismosinstantes ya hubieran llegado a lasmurallas de Caer Mahlod.

Horrible era el ejército que se habíacongregado alrededor de los muros de lafortaleza mabden igual que la espumillade las aguas sucias puede irse adhiriendo

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al casco de un orgulloso navío. La nieblablanca era tan espesa que casi resultabaviscosa, pero casi toda ella seguíaaferrándose al bosque y lo habitual eraque estuviese presente en aquellas partesdel bosque donde había coniferas. Allíocultaba a los Fhoi Myore, y la nieblaresultaba necesaria para ellos pues erauna niebla del limbo que les servía comosustento, y sin ella se habrían sentidoincómodos y a disgusto. Corum vio lassiete siluetas oscuras que se movían de unlado a otro dentro de ella. Habían bajadode sus carros y parecían estarconferenciando. El mismísimo Kerenos,jefe de los Fhoi Myore, debía estar allí; yallí estaría también Balahr que, al igual

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que Corum, sólo tenía un ojo aunque elsuyo era un ojo mortífero; y tambiénestaría allí Goim, la Fhoi Myore a quiennada complacía más que engullir lavirilidad de los mortales; y allí estaríantambién los demás.

Corum y Medhbh tiraron de lasriendas de sus monturas y miraron haciaatrás para averiguar si el Toro Negro lesseguía aún.

Lo hacía. El Toro Negro se detuvocuando ellos se detuvieron, y sus ojossiguieron clavados en la lanza Bryionak.

El combate ya había empezado. LosSabuesos de Kerenos saltaban a losbaluartes tal como habían saltado antes,pero ahora los ghoolegh armados con

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arcos y lanzas también cargaban contralos mabden, y los jinetes de piel verdosaatacaron la puerta guiados por un jineteque no cabía duda era Hew Argech, aquela quien Corum debería haber muerto.Corum y Medhbh estaban sobre unpromontorio desde el que se dominabaCaer Mahlod, pero incluso desde esadistancia se podían oír los gritos de losdefensores y los aullidos de los temiblessabuesos.

—¿Cómo podremos llegar hastanuestra gente? —preguntó Medhbh condesesperación.

—Aunque consiguiéramos llegar a laspuertas, serían unos idiotas si las abrieranpara dejarnos entrar —dijo Corum—.

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Supongo que tendremos que conformarnoscon atacar desde atrás hasta que se dencuenta de que estamos a su espalda.

Medhbh asintió y señaló con la mano.—Vayamos hasta ese punto en el que

ya casi han conseguido abrir una brechaen las murallas —dijo—. Quizá podamosdar algo de tiempo a nuestra gente paraque reparen los daños.

Corum enseguida comprendió que lasugerencia de Medhbh tenía muchosentido. Espoleó a su montura sin decirpalabra lanzándola colina abajo, con lalanza Bryionak preparada para serarrojada contra el primero de susenemigos con el que se encontrara. Corumestaba casi seguro de que él y Medhbh

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iban a morir, pero en aquel momento no leimportaba. Lo único que lamentaba eraque no moriría llevando puesta la Túnicade su Nombre, la túnica escarlata quehabía entregado a Calatin en la costadelante del Monte Moidel.

Cuando estuvo un poco más cercapudo ver que los fantasmas de hielo noestaban en aquel ejército, y pensó queaquellos seres quizá no fuesen unacreación de los Fhoi Myore después detodo; pero Corum estaba seguro de quelos ghoolegh sí habían sido creados porellos. Eran casi indestructibles y estabandemostrando ser un terrible enemigo anteel que los mabden no podían hacer grancosa. ¿Y quién estaba al frente de ellos en

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la batalla? Un jinete que cabalgaba sobreuna montura de gran tamaño, un jinetecuya piel no era verdosa como la de HewArgech pero que le resultaba familiar apesar de ello. ¿Cuántos hombres había enaquel mundo cuya apariencia pudieraresultarle familiar? Muy pocos. La luz sereflejó en la armadura del jinete, y uninstante después cambió pasando del ororefulgente al destello mate de la plata, ydel escarlata a un centelleo de azul.

Y Corum comprendió que ya habíavisto aquella armadura antes y que élmismo había enviado a quien la llevaba alLimbo en un gran combate en elcampamento de las fuerzas de la ReinaXiombarg. Al Limbo..., donde los Fhoi

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Myore quizá seguían llevando suexistencia de siempre antes de que ladisrupción de la textura del multiverso leshubiese enviado al mundo en el que sehallaban ahora para envenenarlo. ¿Habríaenviado también a aquel jinete con ellos?Parecía la explicación más probable. Elpenacho de un amarillo oscuro seguíaagitándose sobre el yelmo del jinete que,al igual que antes, cubría todo su rostro.El peto seguía estando adornado con lasArmas del Caos, las ocho flechas queirradiaban de un cubo central; y suguantelete metálico empuñaba una espadaque también brillaba con reflejos siemprecambiantes, a veces dorados, a vecesplateados, a veces azules y escarlatas.

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—Gaynor —dijo Corum, y recordó elterrible momento de la muerte de Gaynor—. Es el príncipe Gaynor, el Maldito...

—¿Conoces a ese guerrero? —preguntó Medhbh.

—Le maté en una ocasión —replicósecamente Corum—. O, al menos, leexpulsé..., o creí que le había expulsadopara siempre de este mundo. Pero aquíestá de nuevo... Mi viejo enemigo. Mepregunto si puede ser el «hermano» delque me habló la anciana...

Aquella pregunta había ido dirigida así mismo. Corum ya había echado el brazohacia atrás y había lanzado a Bryionakcontra el príncipe Gaynor, quien entiempos había sido un campeón (quizá el

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mismísimo Campeón Eterno), pero queahora luchaba con todas sus fuerzas enfavor del mal.

Bryionak voló hacia su blanco e hirióal príncipe Gaynor en el hombro haciendoque se tambaleara sobre su silla demontar. El yelmo sin rostro giró y observócómo la lanza volvía volando a la manode Corum. Gaynor había estado dirigiendoa sus ghooleg contra los puntos másdébiles de las murallas de Caer Mahlod.Las criaturas corrían a través de la nieveque había sido manchada de rojo por lasangre y de negro por el barro; a muchasde ellas les faltaban miembros, rasgos eincluso entrañas, pero seguían siendocapaces de luchar. Corum aferró la lanza

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Bryionak y comprendió que, al igual quehabía ocurrido antes, Gaynor resultaríamuy difícil de vencer incluso mediante lamagia.

Oyó la risa de Gaynor procedente delinterior del yelmo. Gaynor parecía casicomplacido de verle, como si le alegrasecontemplar un rostro familiar sinimportarle que perteneciera a un amigo oa un enemigo.

—¡El príncipe Corum, el Campeón delos Mabden! Estábamos haciendoespeculaciones sobre vuestra ausencia,pensando que habíais optado muyinteligentemente por la huida, quizáincluso que habíais vuelto a vuestromundo... Pero aquí estáis. Qué caprichoso

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es el Destino que desea que prosigamosnuestra ridícula contienda...

Corum volvió la mirada hacia atrásdurante un momento y vio que el Toro deCrinanass continuaba siguiéndoles.Después sus ojos fueron más allá deGaynor y se posaron en los maltrechosbaluartes de Caer Mahlod, y vieron amuchos hombres muertos en ellos.

—Cierto, el Destino es muycaprichoso —dijo—. Pero ¿vais a volvera luchar conmigo, príncipe Gaynor?¿Volveréis a suplicarme clemencia? ¿Meobligaréis a enviaros nuevamente alLimbo?

El príncipe Gaynor dejó escapar suamarga carcajada.

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—Dirigid esa última pregunta a losFhoi Myore —replicó—. Nada lescomplacería más que volver a suespantoso y lúgubre hogar, Corum, y si medejaran abandonado a mi destino y notuviera lealtades que me obligaran, ahoraque el Caos y la Ley ya no se enfrentan eneste plano me complacería mucho unirmea vos. Pero tal como están las cosas,tendremos que combatir como decostumbre.

Corum se acordó de lo que había vistoen el rostro de Gaynor cuando abrió elyelmo del guerrero, y se estremeció.Volvió a sentir una gran compasión porGaynor el Maldito, quien estabacondenado a vivir muchas existencias en

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muchos planos distintos, al igual que loestaba Corum, aunque Gaynor estabadestinado a servir a los más malévolos ytraicioneros de todos los amos posibles.Ahora sus soldados eran criaturas mediomuertas, cuando anteriormente habían sidoseres bestiales.

—Parece que la calidad de vuestrainfantería está a la altura de los patroneshabituales —dijo Corum.

Gaynor volvió a reír, y cuando hablósu voz sonó debilitada por el yelmo quenunca se abría.

—Yo diría que en algunos aspectosincluso los supera —replicó.

—Bien, Gaynor, ¿y qué me diríais sios pidiera que le ordenaseis que se

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retirara y que os unierais a mí? Sabéis queal final ya no sentía ningún odio haciavos... Tenemos más cosas en común quecualquier otro de los presentes.

—Cierto —dijo Gaynor—. Y ya quees cierto, Corum, ¿por qué no os pasáis ami bando? Después de todo, la victoria delos Fhoi Myore es inevitable.

—Y llevará inevitablemente a lamuerte.

—Eso es lo que se me ha prometido—se limitó a replicar Gaynor.

Y Corum comprendió que Gaynordeseaba la muerte por encima decualquier otra cosa y que no podríaconvencer al príncipe maldito a menosque él, Corum, pudiese ofrecerle una

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muerte que fuese aún más rápida que laque se le había prometido.

—Cuando el mundo muera, ¿acaso nomoriré yo también? —siguió diciendoGaynor.

La mirada de Corum fue más allá delpríncipe Gaynor, hacia los baluartes deCaer Mahlod y el puñado de mabden queluchaban por sus vidas contra losghoolegh medio muertos, los perrosdemoníacos de temibles mandíbulas y lascriaturas que tenían más de árboles que dehombres.

—Gaynor —dijo con voz pensativa—,cabe la posibilidad de que vuestramaldición consista en luchar siempre afavor del mal en un esfuerzo para alcanzar

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vuestras metas, sin pensar en que si oscomportarais con nobleza veríaisconvertidos en realidad todos vuestrosdeseos.

—Me temo que es una manerademasiado romántica de ver las cosas,príncipe Corum.

Gaynor hizo volver grupas a sucaballo.

—¿Cómo? —exclamó Corum—. ¿Esque no vais a luchar conmigo?

—No, y tampoco me enfrentaré avuestro bovino amigo —dijo Gaynor, yempezó a alejarse al galope bajo laprotección de la niebla—. Deseopermanecer en este mundo hasta el final.¡No volveré a ser enviado al Limbo por

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vuestra mano! —Cuando le habló porúltima vez, su tono era tranquilo y afable,incluso amistoso—. Pero volveré mástarde para contemplar vuestro cadáver,Corum...

—¿Suponéis que estará aquí?—Creemos que sólo deben quedar con

vida una treintena de los vuestros, y antesde que anochezca nuestros sabuesos seestarán dando un banquete al otro lado devuestras murallas. En consecuencia... Sí,creo que vuestro cadáver estará aquí.Adiós, Corum.

Y Gaynor desapareció, y Corum yMedhbh cabalgaron hacia la brecha en elmuro y pudieron oír el bufido del Toro deCrinanass resonando detrás de ellos. Al

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principio pensaron que se había lanzadoen su persecución porque habían tenido laosadía de invocarle, pero el Toro cambióde dirección enseguida y atacó a un grupode jinetes verdosos que habían divisado aCorum y Medhbh y pretendían acabar conellos.

El Toro Negro de Crinanass bajó lacabeza y cargó en línea recta contra elgrupo de jinetes, dispersando a susmonturas y arrojando jinetes por los aires,y después prosiguió su carga avanzandosin detenerse hacia una hilera de ghooleghy pisoteando a todos y cada uno de ellos,y después giró sobre sí mismo con el raboen alto para empalar a un perrodemoníaco en cada cuerno con un meneo

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de su cabeza.Y aquel Toro Negro de Crinanass no

tardó en dominar todo el campo debatalla. Rechazaba cualquier arma queintentara hacer blanco en su piel. Cargócon temible velocidad por tres vecesalrededor de las murallas de Caer Mahlodmientras Corum y Medhbh, olvidados porsus enemigos, le contemplaban conasombrado deleite; y Corum alzó la lanzaBryionak y animó con sus gritos al ToroNegro de Crinanass hasta que vio que sehabía abierto una brecha en las filas delos aturdidos sitiadores. Corum bajó lacabeza, hizo una seña a Medhbh para quele siguiese, espoleó a su caballo haciaCaer Mahlod e hizo que saltara la brecha

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y lo detuvo, por casualidad, justo delantede un cansado y cubierto de heridas reyMannach, quien estaba sentado sobre unaroca intentando detener el flujo de sangreque brotaba de su boca mientras unanciano intentaba extraer la punta deflecha incrustada en uno de sus pulmones.

Y cuando el rey Mannach alzó sunoble y anciana cabeza para contemplar aCorum, sus ojos estaban llenos delágrimas.

—Ay, el Toro de Crinanass ha llegadodemasiado tarde —dijo.

—Quizá haya llegado demasiado tarde—replicó Corum—, pero por lo menosveréis cómo destruye a quienes handestruido a vuestro pueblo.

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—No —dijo el rey Mannach—. No loveré. Estoy harto de este espectáculo.

En tanto que Medhhh atendía yconsolaba a su padre, Corum recorrió lasmurallas de Caer Mahlod para averiguarcuál era la situación mientras el Toro deCrinanass mantenía ocupado al enemigofuera del perímetro de la fortaleza.

El príncipe Gaynor estabaequivocado. En los baluartes no habíatreinta hombres capaces de combatir, sinocuarenta; y fuera de la fortaleza aúnquedaban muchos sabuesos, variosescuadrones de jinetes verdosos y un buennúmero de ghoolegh. Aparte de eso, losFhoi Myore aún tenían que avanzar contraCaer Mahlod, y si decidía abandonar su

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santuario de nieblas durante unos pocosinstantes, cualquiera de los dioses delLimbo probablemente tendría el podersuficiente para destruir toda la ciudad porsí solo.

Corum subió a la torre más alta de losbaluartes, que había quedadoparcialmente en ruinas. El Toro deCrinanass estaba persiguiendo a pequeñosgrupos de enemigos por todo el enfangadocampo de batalla. Muchos huían sinprestar ninguna atención a loshorripilantes ruidos tan ensordecedorescomo el retumbar del trueno que llegabandesde la niebla extendida sobre el bosque—y que eran sin duda las voces de losFhoi Myore—, y aquellos que no hacían

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caso de las voces estaban tan condenadoscomo los que se detenían, giraban sobre símismos y eran destruidos por el poderosoToro de Crinanass, pues no conseguíancorrer durante mucho tiempo antes de caermuertos, aniquilados por sus propiosamos.

A los Fhoi Myore no parecíaimportarles el estar desperdiciando a suscriaturas en un ataque condenado alfracaso, y no hicieron nada para detener lacarnicería que estaba causando el ToroNegro de Crinanass. Corum supuso que elPueblo Frío sabía que aún podía aplastarCaer Mahlod, y quizá también vérselascon el Toro.

Y de repente todo había terminado. Ni

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un solo ghooleg, sabueso o jinete de pielverdosa seguían con vida. Lo que nopodía ser destruido por las armas de losmortales había sido destruido por el ToroNegro.

El Toro de Crinanass se alzótriunfante entre los cadáveres de loshombres, bestias y criaturas que parecíanhombres. Arañó el suelo con sus pezuñasy su aliento brotó de sus ollares como unanube espumeante. Después alzó la cabezay mugió, y su mugido hizo temblar lasmurallas de Caer Mahlod.

Pero los Fhoi Myore seguían sin habersalido de su niebla.

Ninguno de los defensores esparcidospor los baluartes alzó su voz para lanzar

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gritos alegría, pues sabían que el ataqueprincipal aún tenía que llegar.

El silencio que reinaba sobre elcampo de batalla sólo era roto por elmugir triunfante del Toro Negro. Lamuerte estaba por todas partes. La muertese cernía sobre el campo de batalla, lamuerte moraba en la fortaleza y aguardabaen el bosque envuelto por el sudario de laniebla. Corum se acordó de algo que lehabía dicho el rey Mannach. El ancianomonarca le había explicado que los FhoiMyore parecían correr en pos de lamuerte. ¿Anhelarían acaso la nada, igualque el príncipe Gaynor? ¿Era ésa su metaprincipal? De ser así, eso los convertía enun enemigo todavía más aterrador.

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La niebla había empezado a moverse.Corum se volvió hacia los supervivientesy les gritó que se prepararan. Despuésalzó la lanza Bryionak en su mano de platapara que todos pudieran verla.

—¡Aquí está la lanza de los sidhi!¡Ahí está la última de las reses de guerrade los sidhi! Y aquí está Corum LlawEreint... No desfallezcáis, hombres ymujeres de Caer Mahlod, pues ahora sonlos Fhoi Myore quienes vienen contranosotros con todo su poderío. Peronosotros tenemos fuerza y tenemos coraje.¡Ésta es nuestra tierra, nuestro mundo, ydebemos defenderlo!

Corum vio a Medhbh. Vio cómoalzaba la cabeza hacia él y vio su sonrisa,

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y oyó su grito.—¡Si morimos, que sea de una manera

que engrandezca nuestra leyenda!Incluso el rey Mannach, apoyado en el

brazo de un guerrero que también estabaherido, parecía haber superado suabatimiento anterior. Hombres ilesos yheridos, jóvenes y doncellas, ancianos yancianas subieron a los baluartes de CaerMahlod e hicieron acopio de valormientras veían cómo siete sombras sobresiete carros de batalla que avanzabanentre crujidos y eran arrastrados por sietebestias deformes llegaban a las faldas dela colina sobre la que se alzaba CaerMahlod. La niebla volvió a rodearlas, y elToro Negro de Crinanass también fue

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engullido por aquella sustanciablanquecina que parecía adherirse a todaslas cosas, y dejaron de oír sus mugidos.Era como si la niebla fuese un venenopara el Toro Negro, y quizá era eso lo quehabía ocurrido.

Corum apuntó la lanza Bryionak haciala primera sombra que se alzaba entre laniebla, dirigiendo el tiro hacia lo queparecía ser la cabeza aunque suscontornos estaban terriblementedistorsionados. El crujir y el rechinar delos carros era una tortura que leatravesaba hasta llegar a la médula de loshuesos y su cuerpo sólo deseaba hacerseun ovillo, pero Corum logró resistiraquellas sensaciones horribles y arrojó la

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lanza Bryionak.Bryionak pareció desgarrar lentamente

la niebla mientras se abría paso a travésde ella y dio en el blanco, y produjo unextraño graznido de dolor que sólo duróun instante. Después la lanza volvió a lamano de Corum y el graznido se reanudó.En otras circunstancias el sonido podríahaber resultado ridículo, pero aquí era tansiniestro como amenazador. Era la voz deuna bestia sin mente, de una criaturaestúpida, y Corum comprendió que elpropietario de aquella voz era unacriatura de muy poca inteligencia y de unavoluntad tan monstruosa como primitiva.Eso era lo que hacía que los Fhoi Myorefuesen tan peligrosos. Actuaban

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impulsados por la pura necesidad, nopodían comprender su apurada situación yno se les ocurría otra forma de enfrentarsea ella que no fuese la de proseguir con susconquistas, e iban a proseguirlas sinmalevolencia, odio o deseo de venganza.Utilizaban lo que necesitaban, yempleaban todos los poderes que poseíanfueran cuales fuesen y a quien pudierallegar a servirles para tratar de alcanzaruna meta imposible. Sí, eso era lo quehacía que fuesen casi imposibles dederrotar. No se podía razonar con ellos otratar de llegar a un acuerdo. El miedo eralo único que podía detener a los FhoiMyore, y estaba claro que el que habíaemitido aquel graznido temía a la lanza

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sidhi. Los carros que avanzabanempezaron a moverse más despaciomientras los Fhoi Myore intercambiabangruñidos.

Un instante después un rostro emergióde la niebla. Parecía más una herida queun rostro. Era de color rojo y había bultosde carne desprovista de piel colgando deél, y la boca estaba distorsionada y seabría en la mejilla izquierda, y sólo habíaun ojo, un ojo con un solo y enormepárpado de carne muerta, y unido a esepárpado había un cable que se deslizabasobre el cráneo y pasaba por debajo de laaxila y del que la mano de dos dedospodía tirar para hacer subir el párpado.

La mano se movió y tiró del cable.

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Una sensación instintiva de peligro seadueñó de Corum, y ya estabaagachándose detrás del baluarte cuando elojo se abrió. El ojo era tan azul como loshielos del norte y emitió un extrañoresplandor. Un frío terrible mordisqueó elcuerpo de Corum a pesar de que no sehallaba en la trayectoria directa de aquelresplandor, y Corum comprendió cómohabían muerto las personas congeladas enlas posturas de presentar batalla que habíavisto junto al lago. El frío era tan intensoque le empujó hacia atrás y estuvo a puntode hacerle caer del baluarte. Corum serecobró, se arrastró alejándose un pocomás del resplandor y alzó la cabeza con lalanza preparada. Varios guerreros de los

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baluartes ya se habían convertido enrígidos cadáveres. Corum arrojó la lanzaBryionak contra el ojo azul.

Durante un momento le pareció queBryionak había quedado detenida en elaire. La lanza flotó suspendida entre elcielo y la tierra y después pareció hacerun esfuerzo consciente para seguiravanzando, y la punta, que ahora ardía conuna brillante claridad anaranjada tal comohabía ardido contra los fantasmas dehielo, se introdujo en el ojo.

Y entonces Corum supo de cuál de losFhoi Myore había provenido aquelsonido. La mano soltó el cable, y elpárpado del ojo bajó en el mismo instanteen el que la lanza Bryionak se extraía a sí

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misma y volvía a Corum. Aquella horribleparodia de rostro se contorsionó, y lacabeza giró a un lado y a otro mientras labestia que tiraba del carro volvía grupastambaleándose y empezaba a retirarseescondiéndose en la niebla.

Corum empezó a sentir un ciertojúbilo. Aquella arma sidhi había sidofabricada especialmente para combatir alos Fhoi Myore y sabía hacer muy bien sutrabajo. Uno de los seis Fhoi Myore seestaba batiendo en retirada.

—¡Bajad al suelo! —les gritó a losdefensores de las murallas—. Dejadmesolo aquí arriba, pues soy yo quien cuentacon la lanza Bryionak... Vuestras armas nopueden hacer nada contra los Fhoi Myore.

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Dejadme aquí para que luche contra ellos.—¡Deja que me quede contigo,

Corum! —replicó Medhbh—. ¡Deja quemuera a tu lado!

Pero Corum meneó la cabeza, y girósobre sí mismo para contemplar de nuevoal Pueblo Frío que avanzaba contra CaerMahlod. Seguía siendo bastante difícilverles. La vaga sugerencia de una cabezacornuda, un atisbo de una melena hirsuta yerizada, un destello que podía haber sidoel destello de un ojo...

Y entonces oyó un rugido. ¿Era ésa lavoz de Kerenos, jefe de los Fhoi Myore?No. El rugido había venido de algún lugarsituado detrás de los carros de los FhoiMyore.

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Una silueta todavía más enorme yoscura se alzó detrás de ellos, y Corumdejó escapar un jadeo ahogado desorpresa al reconocerla. Era el ToroNegro de Crinanass, que se había vueltoaún más inmenso pero que no habíaperdido ni una sola partícula de su masa.Bajó los cuernos y arrancó a uno de losFhoi Myore de su carro, y lanzó al dioshacia el cielo, y cuando cayó lo recibiócon los cuernos y volvió a lanzarlo haciaarriba.

Los Fhoi Myore sucumbieron alpánico. Hicieron girar sus carros deguerra e iniciaron una repentina retirada.Corum vio la diminuta silueta del príncipeGaynor, que huía aterrorizado con ellos.

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La niebla se movió más deprisa que lamarea y volvió a pasar por encima delbosque y sobre la llanura, y acabódesapareciendo sobre el horizontedejando detrás de ella un erial decadáveres y al Toro Negro de Crinanass,que se había encogido hasta recuperar sutamaño anterior y estaba pastandotranquilamente en un retazo de hierba delcampo de batalla que se había salvadomilagrosamente de ser pisoteado. Pero ensus cuernos había manchas negras y trozosde carne esparcidos a su alrededor, y unpoco más lejos y a la izquierda del ToroNegro de Crinanass había un carroenorme, mucho más grande que el Toro, yel carro estaba volcado y su rueda aún

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giraba. Era un artefacto muy tosco, hechocon madera y mimbres unidos sindemasiada habilidad.

Las gentes de Caer Mahlod habíansido salvadas de la destrucción, pero nohubo ningún estallido de júbilo. Loocurrido había dejado aturdidos a todos, ylos supervivientes se fueron congregandopoco a poco en los baluartes paracontemplar toda aquella destrucción.

Corum bajó lentamente por el tramode peldaños, con los dedos de su mano deplata aún curvados sobre la lanzaBryionak, pero no aferrándola con lafuerza desesperada de antes. Fue por eltúnel y salió por la puerta de CaerMahlod, y atravesó toda aquella tierra

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devastada hasta llegar al sitio en el queestaba paciendo el Toro Negro. No sabíapor qué iba hacia el Toro, y esta vez lacriatura no se apartó de él, y lo único quehizo fue volver su enorme cabeza ymirarle fijamente a los ojos.

—Ahora debes matarme —dijo elToro Negro de Crinanass—, y mi destinose habrá completado.

Habló en la lengua pura de losvadhagh y los sidhi, y habló con calmapero con la voz llena de tristeza.

—No puedo matarte —dijo Corum—.Nos has salvado a todos. Mataste a unFhoi Myore, y ahora sólo quedan seis.Caer Mahlod todavía sigue en pie, ymuchos de sus habitantes continúan con

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vida gracias a lo que hiciste.—Gracias a lo que tú hiciste —dijo el

Toro Negro—. Encontraste la lanzaBryionak. Me llamaste. Sabía lo quedebía ocurrir.

—¿Por qué debo matarte?—Es mi destino. Es necesario.—Muy bien —dijo Corum—. Haré lo

que me pides.Y Corum alzó la lanza Bryionak y la

hundió en el corazón del Toro Negro deCrinanass, y un gran chorro de sangrebrotó del costado del Toro y la bestiaechó a correr, y esta vez la lanzapermaneció allí donde había sido clavaday no volvió a la mano de Corum.

El Toro Negro de Crinanass corrió

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por todo el campo de batalla, y corrió porel bosque y por los páramos que seextendían más allá de él, y corrió a lolargo de los acantilados que se alzabanjunto al mar. Y su sangre bañó toda latierra, y allí donde la sangre tocaba latierra se volvía de color verde, y lasflores crecían y los árboles se llenaban dehojas. Y en las alturas el cielo se ibadespejando poco a poco y las nubes huíanen pos de los Fhoi Myore, y cuando el solextendió el calor sobre todo el mundoalrededor de Caer Mahlod, el Toro Negrocorrió hacia los riscos sobre los que sealzaba el Castillo Erorn. Y el Toro Negrosaltó el abismo que separaba el risco dela torre y se alzó junto a ella durante un

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momento, con sus patas empezando adoblarse mientras la sangre seguíagoteando de su herida. Volvió la miradahacia Corum, y después fuetambaleándose hacia el continente y searrojó al mar. Y la lanza Bryionak siguióclavada en el flanco del Toro Negro deCrinanass, y nunca más volvió a ser vistaen las tierras de los mortales.

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EpílogoY ése fue el final de la Historia del

Toro y la Lanza.Todas las señales de la batalla habían

desaparecido de la colina, el bosque y lallanura. El verano había llegado por fin aCaer Mahlod, y muchos creyeron que lasangre del Toro Negro protegería parasiempre a la tierra de la opresión delPueblo Frío.

Y Corum Jhaelen Irsei, de la razavadhagh, vivió entre los Tuha-na-CremmCroich, y para ellos eso fue otra garantíamás de que ya no corrían peligro alguno.Incluso la anciana a la que Corum había

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encontrado en la llanura helada dejó demurmurar sus lúgubres advertencias, ytodos se alegraron de que Corum yacieraen el mismo lecho que Medhbh, la hija delrey Mannach, pues eso significaba que sequedaría con ellos. Recogieron suscosechas y cantaron en los campos y hubograndes banquetes, pues la tierra volvía aser fértil allí por donde el Toro Negrohabía corrido.

Pero a veces Corum despertabadurante la noche acostado al lado de sunuevo amor, y le parecía estar oyendo lasnotas melancólicas y límpidas como elagua fresca de un arroyo que surgían delas cuerdas de un arpa, y entoncesmeditaba en las palabras de aquella

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anciana y se preguntaba por qué debíatemer el arpa, a un hermano y, por encimade todo, a la belleza.

Y cuando llegaban esos momentos,Corum era el único de entre todos losmoradores de Caer Mahlod que se sentíainfeliz y preocupado.