Unidad 1. ELEMENTOS DE LA TEORÍA DE LA ORGANIZACIÓN Y LA TEORÍA GERENCIAL
Elementos para una teoría del Estado desde el psicoanálisis
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Moisés Alberto Olvera AntonioPsicoanálisis y Sociedad
Dra. Laura Páez Díaz de León
Elementos para una “teoría del Estado” y del “contrato social” desde el
psicoanálisis
Nos parece pertinente, con el objetivo de comprender, más profundamente, la
configuración del Estado contemporáneo, inferir algunos elementos desde el
psicoanálisis que pudieran esbozar supuestos teóricos de dicha configuración.
Para cumplir con este objetivo nos acercaremos principalmente al texto Psicología
de las masas y análisis del yo, escrito por Sigmund Freud en 1921, en donde
describe la composición libidinal tanto de “masas provisionales” como de “masas
artificiales”, ambas con estructuras libidinales que, suponemos, pudieran contribuir
a explicar la configuración del Estado contemporáneo.
En primer lugar, debemos entender que toda masa está, sea eventual (como la
que se forma en una manifestación) o artificial (como las instituciones) construida
libidinalmente, esto quiere decir que los lazos que se tienden entre los sujetos que
la componen tienen un origen en la libido de cada uno de éstos. La libido, la define
Freud, como un concepto (o lugar de la psique) que hace referencia a la energía
liberada que proviene de las de las pulsiones sexuales y que se halla ligada
indefectiblemente a lo que comúnmente conocemos como “amor”1. De cierta
manera, podemos interpretar que es éste el principio de cohesión al interior de las
masas: el amor (o las pulsiones sexuales de meta inhibida).
Ahora bien, la cuestión del amor no debe limitarse a una situación que competa
únicamente a dos personas de diferente sexo que buscan “materializar” dicho
amor en una unión sexual (sin omitir que todo escenario amoroso obligadamente
tiene como objetivo la unión sexual, considera Freud). El amor no debe restringirse
al que surge entre dos personas de cierta especificidad de parentesco (como el
del hijo hacia la madre), él puede surgir para con uno mismo (narcisismo), hacia
otros en los que no se guarda una línea directa de parentesco o para las nociones
o ideas abstractas.2
1 Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, Obras completas vol. XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1984, p. 86.2 Ibid., p. 86.
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Precisamente el último argumento (el amor como vínculo de unión entre los
sujetos y las ideas) es clave para comenzar a esbozar y señalar la importancia
que tiene “el amor” para entender el funcionamiento del Estado moderno ya que el
vínculo primero (“vínculo de amor” o “lazo sentimental”) con el que se
comprometen los individuos en la formación de un Estado es justamente, según
indican las teorías clásicas del contrato social, la idea del “contrato social” y, este
último, parece que es posible abordarlo como una construcción libidinal de los
sujetos que forman parte de una masa que tenderá a adquirir cualidades
artificiales (que señalaremos más adelante considerando a dicho vínculo como el
inicio del contrato social).
Sin embargo hace falta aclarar una situación capital en la definición de la
importancia del “lazo amoroso” o "sentimental” en la masa: el amor como energía
que parte de las pulsiones sexuales puede tener un “núcleo” de pulsiones
sexuales “directas” o de pulsiones sexuales de “meta inhibida” (característica
pulsional, esta última, que se relaciona con la “sublimación”); esta “división”, sin
embargo, no indica que literalmente existan dos tipos de pulsiones sexuales,
significa que las pulsiones sexuales pueden ser, o no, reprimidas, pero
necesariamente tienen que satisfacerse. Cabe señalar que las pulsiones de meta
inhibida, las cuales son resultado de la represión primitiva de las pulsiones
sexuales directas, además de configurar el inconsciente, se satisfacen a través de
circunstancias no directas (así se puede entender su carácter inhibitorio y
reprimido).
Es importante señalar estas “diferencias” dado que, en la estructura libidinal de la
masa, las pulsiones de meta inhibida, serán las únicas que generen los lazos
libidinales para la formación de dicha masa debido a que estos lazos son los
únicos con la capacidad de permanecer y no desvanecerse en su satisfacción
inmediata como las pulsiones sexuales directas; es importantísimo señalar esta
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característica de las pulsiones de meta inhibida por el siguiente elemento que
define a la masa: el padre (o la ilusión de él y de que ama a todos sus hijos por
igual).
Una masa, constituida por lazos libidinales de pulsiones de meta inhibida, tiende a
generar lazos duraderos, no sólo con los otros sujetos de la masa, sino con el jefe
o padre mismo. Esta “doble ligazón libidinosa”3, tanto con los “hermanos” de la
masa como con el padre de ella, señala Freud, es fundamental en la conformación
libidinal de la masa dado que se encuentra relacionada de manera directa con la
“horda primordial”4 por la importancia del padre en su configuración (situación que
Le bon y McDougall pasan por alto al no reconocer la importancia del líder en la
formación y desarrollo de la masa).
La “horda primordial” en donde Freud sitúa la “más antigua psicología del ser
humano”5 es también el lugar de desarrollo del “padre primordial”. Aquel que
“impedía a sus hijos la satisfacción de sus aspiraciones sexuales directas”6 y que,
por el contrario, él satisfacía totalmente. Situación que generó las condiciones
para que los hijos se sublevaran contra él y lo asesinaran preservando, sin
embargo, su figura “idealmente” (aunque con un vacío que será permanente, lo
que lleva a la búsqueda y construcción de un nuevo padre) con el fin de mantener
el orden, sentando de esta manera “las bases de la organización social, la cual
lleva implicada en su propia constitución la prohibición de ciertas relaciones en su
interior”7 lo que en consecuencia resulta en “el origen de la religión, la eticidad, la
estratificación social y los mecanismos de alianza y parentesco”8. De esta forma,
la estructura libidinal de la masa, se conforma en torno del “complejo totémico”
(que surge con el asesinato del padre), que se convierte en el “ideal del yo”, o sea,
en la “suma de todas las restricciones que el yo debe obedecer”9.
3 Ibid., p. 91.4 Ibid., p. 117.5 Ibid., p.117.6 Ibíd., p. 118.7 Laura Páez Díaz de León, “Prol(egó)menos al sujeto en la teoría psicoanalítica”, en Laura Páez Díaz de León (coord.), Entorno al sujeto, contribuciones al debate, México, UNAM, 1995, p. 86. 8 Ibíd., p. 88.9 Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo… op. cit., p. 124.
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Ahora bien, estos últimos argumentos planteados en torno de la formación libidinal
de la masa, ya pueden sugerirnos elementos para esbozar, desde el psicoanálisis
(elementos que pensamos ya se encuentran, de hecho, en él), una teoría del
estado que tenga como fundamento un “contrato social”. En primer lugar el
supuesto del contrato social, desde las afirmaciones de los pensadores clásicos
que sospechan componen el “contrato social”, parte de la idea de un orden
anterior a él, en donde la “sociedad” se hallaba en un “estado de naturaleza”, el
cual podía caracterizarse por la violencia de unos contra otros, como lo cree
Hobbes o, como lo suponen Locke y Rousseau, los hombres que viven en esa
“sociedad” son libres, iguales e independientes (sin embargo para Rousseau este
estado de libertad e igualdad se ha descompuesto, es decir, dejó de ser lo que en
un primero momento fue resultado de la naturaleza bondadosa del hombre).
El objetivo principal del contrato social era, pues, hacer frente a las amenazas que
pudieran poner en riesgo ese estado de libertad e igualdad del que todos los
hombres gozaban por naturaleza (Locke) y que otros hombres, por su naturaleza
violenta, eran capaces de amenazar (Hobbes). Por su parte, no muy alejado de
Locke y Hobbes, Rousseau suponía que la necesidad de generar un contrato
social obedecía a la obligación de hacer frente al estado de desigualdad y
esclavitud que la sociedad de su tiempo se había encargado de generar, situación
que hacía necesario regresar al estadio que por naturaleza tenían derecho de
gozar todos los hombres.
Cabe señalar que estos pensadores consideraban que para poner en marcha el
contrato social era necesario limitar la libertad de cada individuo y ceder a un
soberano (Hobbes), a un parlamento (Locke) o a la “voluntad general” (Rousseau)
una parte de esa “libertad” natural de la que gozaban todos los hombres. Esta
autoridad generada por delegación de la sociedad se encargaría de procurar (o
restaurar, según sea el caso) el estado de libertad e igualdad con el que
naturalmente se nacía, por lo que todos los individuos de la sociedad debían
obedecerla (a la voluntad general).
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Ahora bien, abordando las consideraciones señaladas (el contrato social como
fundamento del Estado moderno) desde la hipótesis de la “horda primitiva” como
antecedente de la construcción libidinal de las masas artificiales en donde el líder
es el “ideal del yo” para todos los sujetos que componen dicha masa y que es, al
mismo tiempo, condición que determina su vinculación libidinal entre unos y otros,
podemos observar que el contrato social está generado por las metas inhibidas
(considerando que Freud afirma que una masa artificial sólo es posible a través de
las pulsiones de meta inhibida que permiten generar lazos más duraderos tanto
como con el padre como con los “hermanos”) realizadas en la “voluntad general”
(que es una especie de padre al cual todos los “firmantes” del contrato deben
someterse) que, innegablemente, se convierte en el “ideal del yo” que dicta la
normatividad (el sometimiento a la autoridad y la delegación de la libertad
individual) bajo la que debe conducirse el yo. Esta hipótesis, indudablemente,
puede fundamentarse bajo la siguiente descripción sobre el concepto freudiano de
“exogamia” como “voluntad prolongada del padre”:
La renuncia al deseo y la instalación de la ley como un solo movimiento promueve que
el sujeto busque en el grupo las soluciones (sintomáticas) a su imposibilidad de gozar.
Dice Freud, el mandamiento de la exogamia (cuya expresión negativa es el horror al
incesto) responde a la voluntad del padre y la prolonga tras la eliminación de él, de
ahí su carácter sagrado, que explica que en el origen lo sagrado no es otra cosa que
la voluntad prolongada del padre primordial. Es decir, al quedar la fraternidad
plenamente constituida y sellado el pacto de renuncia, el contrato social así
establecido no sólo consistirá en el establecimiento de los derechos y obligaciones
mutuas, 10sino que será el garante de la vacuidad, por la que cada una renunciará al
ideal de conquistar la posición del padre. 11
Es preciso, sin embargo, hacer notar una característica fundamental del contrato
social que podemos observar desde la noción de la “horda primitiva”, a saber, que
10 El subrayado es mío.11 Laura Páez Díaz de León… op. cit., p. 90.
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la masa careció de líder hasta que decidió crearlo (o sea que la “falta” o el “vacío”
fueron antes del padre, según parece se puede interpretar si consideramos que
antes del contrato social, o sea del padre, no había más que la “libertad” de la que
gozaban todos los hombres, cuestión que el psicoanálisis sólo pudiera situar en la
realización del narcisismo primario, momento en que la represión aún no se
efectúa y por lo tanto se puede hablar de una cierta “libertad”); por el contrario, en
la horda primitiva, el padre (o líder), es condición sine qua non la masa sería
imposible. En otras palabras, si nos atenemos al argumento del psicoanálisis, el
Estado no sería posible sin un padre (real o simbólico) ya que no habría un vínculo
que en un primer momento convoque a los individuos del contrato social a ceder
un fragmento de su libertad y estar dispuesto a subordinarse al “leviatán” supuesto
por Hobbes.
Para problematizar un poco más la cuestión, supongamos el rompimiento del
contrato social y, por ende, la disolución del fundamento principal del Estado. En la
horda primitiva se supone que dicho “desconocimiento” del padre se realiza al ser
asesinado éste por los hijos, lo que genera un vacío (o “falta del objeto”) por lo que
se ven en la necesidad, los hijos, de generar permanentemente la misma función,
a través del tótem, que cumplía el padre y llenar, de esta manera, la falta (del
padre), que por cierto no será exitosa ya que la operación de sustitución del padre
tendrá que realizarse incesantemente; problema que denomina Freud como
“repetición del fracaso”12. El contrato social y el Estado, planteado desde esta
perspectiva psicoanalítica, sólo sería posible si antes del contrato social existió un
padre (entendido como función) como ser o como noción, que fue negado y
sustituido, posteriormente, por el contrato social.
Pensada de esta manera, la idea de libertad, en el contrato social, sería el padre
que los convoca ante su posible asesinato (esta interpretación quedaría más justa
en la posición de Rousseau donde la “libertad” ya ha sido asesinada, lo que
genera una situación de esclavitud y desigualdad, por lo que es necesario generar
un padre que pueda restituirla; la “voluntad general” sería convocada para realizar
12 Ibid., p. 89.
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tal empresa). En síntesis, en ambos casos, tanto el riesgo de perder al padre
(divinizado en la libertad) como el haberlo ya perdido, requieren crear un ideal del
yo que impida su pérdida o restablezca la que un momento fue perdida.
Ahora bien, una de las preguntas que surgirían para considerar el asesinato del
padre, bajo los argumentos que da el contrato social, que podría ser la libertad (el
padre divinizado) ya que es en aras de recuperarla o resguardarla por lo que surge
dicho contrato, es qué la puso en riesgo o quién la mató en ese primer momento a
la libertad entendida como padre primordial. Quizá el que más se acerca a definir
claramente, entre los tres pensadores del “contrato social”, al “asesino de la
libertad”, sea Hobbes al sentenciar que “el hombre es el lobo del hombre”, homo
homini lupus, lo que mostraría cierta relación con la situación sucedida en la horda
primitiva cuando los hijos ultiman al padre por negarles la libertad de satisfacer sus
aspiraciones sexuales directas (lo que nos lleva a pensar en la represión del padre
para con la libertad de sus hijos para realizar dichas aspiraciones).
Todo lo anterior nos lleva, entonces, al problema de la libertad y el Estado que,
desde la perspectiva de los tres teóricos citados, el “contrato social”, sería el
elemento mediador para preservarla pero, al mismo tiempo, restringirla. Desde el
psicoanálisis Freud es claro, “el principal fenómeno de la psicología de las masas
[es] la falta de libertad del individuo dentro de ellas”.13 Lo que en conclusión nos
hace pensar, y afirmar que la libertad es la gran ilusión (padre primordial) que llevó
a justificar y generar un contrato social (porque o fue asesinada, como lo supone
Rousseau, o está en riesgo de ser asesinada, como lo creen Locke y Hobbes),
situación que por demás implica la sustitución del padre primordial (la libertad) por
la del contrato social (ideal del yo); lo que comprueba la repetición del fracaso por
fallar en la sustitución de ese primer padre perdido que en pos de conservarse fue
asesinado y sustituido hasta llegar a la figura del Estado y el soberano
(repeticiones fracasadas que buscan cubrir el vacío de la falta primera).
Bibliografía
13 Sigmund Freud, Psicología de las masas y análisis del yo, op. cit., p. 91.
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Dra. Laura Páez Díaz de León
Freud, Sigmund, Psicología de las masas y análisis del yo, Obras completas vol.
XVIII, Buenos Aires, Amorrortu, 1984.
Páez Díaz de León, Laura (coord.), Entorno al sujeto. Contribuciones al debate,
México, UNAM, 1995.
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