Eliseo Reclus - La Montana

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    LA MONTAA*

    Elseo Recls

    CAPTULO I

    EL ASILO

    Me encontraba triste, abatido, cansado de la vida; el destino me haba tratado con dureza,arrebatndome seres queridos, frustrando mis proyectos, aniquilando mis esperanzas: hombresa quienes llamaba yo amigos, se haban vuelto contra m al verme luchar con la desgracia: todala humanidad, con el combate de sus intereses y sus pasiones, desencadenadas, me causabahorror. Quera escaparme a toda costa, ya para morir, ya para recobrar mis fuerzas y la

    tranquilidad de mi espritu en la soledad.

    Sin saber fijamente adnde diriga mis pasos, sal de la ruidosa ciudad y camin hacia las altasmontaas, cuyo dentado perfil vislumbraba en los lmites del horizonte.

    Andaba de frente, siguiendo los atajos y detenindome al anochecer en apartadas hospederas.Me estremeca el sonido de una voz humana o de unos pasos; pero cuando segua solitario micamino, oa con placer melanclico el canto de los pjaros, el murmullo de los ros y los milrumores que surgen de los grandes bosques.

    Al fin, recorriendo al azar caminos y senderos, llegu a la entrada del primer desfiladero de lamontaa. El ancho llano rayado por los surcos se detena bruscamente al pie de las rocas y de

    las pendientes sombreadas por castaos. Las elevadas cumbres azules columbradas enlontananza haban desaparecido tras las cimas menos altas, pero ms prximas. El ro, quems abajo se extenda en vasta sbana rizndose sobre las guijas, corra a un lado, rpido einclinado entre rocas lisas y revestidas de musgo negruzco. Sobre cada orilla, un ribazo, primercontrafuerte del monte, ergua sus escarpaduras y sostena sobre su cabeza las ruinas de unagran torre, que fue en otros tiempos guarda del valle.

    Por vez primera, despus de mucho tiempo, experiment un movimiento de verdadera alegra.Mi paso se hizo ms rpido, mi mirada adquiri mayor seguridad. Me detuve para respirar conmayor voluptuosidad el aire puro que bajaba de la montaa.

    En aquel pas ya no haba carreteras cubiertas de guijarros, de polvo o de lodo; ya haba dejado

    la llanura baja, ya estaba en la montaa, que era libre an. Una verdadera trazada por lospasos de cabras y pastores, se separa del sendero ms ancho que sigue el fondo del valle ysube oblicuamente por el costado de las alturas. Tal es el camino que emprendo para estar bienseguro de encontrarme solo al fin. Elevndome a cada paso, veo disminuir el tamao de loshombres que pasan por el sendero del fondo. Aldeas y pueblos estn medios ocultos por supropio humo, niebla de un gris azulado que se arrastra lentamente por las alturas y se desgarrapor el camino de los linderos del bosque.

    *Digitalizacin KCL. Traduccin de A. Lpez Rodrigo.

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    Hacia el anochecer, despus de haber dado la vuelta a escarpados peascos, dejando tras dem numerosos barrancos, salvando, a saltos de piedra en piedra, bastantes ruidosos arroyuelos,llegu a la base de un promontorio que dominaba a lo lejos rocas, selvas y pastos. En su cimaapareca ahumada la cabaa, y a su alrededor pacan las ovejas en las pendientes. Semejantea una cinta extendida por el aterciopelado csped, el amarillento sendero suba haca la cabaay pareca detenerse all. Ms lejos no se vislumbran ms que grandes barrancos pedregosos,desmoronamientos, cascadas, nieves y ventisqueros. Aquella era la ltima habitacin del

    hombre; la choza que, durante muchos meses, me haba de servir de asilo.

    Un perro primero, y despus un pastor, me acogieron amistosamente.

    Libre en adelante, dej que mi vida se renovara a gusto de la naturaleza. Ya andaba erranteentre un caos de piedras derrumbadas de una cuesta peascosa, ya recorra al azar un bosquede abetos; otras veces suba a las crestas superiores para sentarme en una cima que dominabael especio, y tambin me hunda con frecuencia en un profundo y obscuro barranco, donde mepoda creer sumergido en los abismos de la tierra. Poco a poco, bajo la influencia del tiempo yla Naturaleza, los fantasmas lgubres que se agitaban en mi memoria fueron soltando su presa.Ya no me paseaba con el nico fin de huir de mis recuerdos, sino tambin para dejar quepenetraran en m las impresiones del medio y para gozar de ellas, como sin darme cuenta de tal

    cosa.

    Si haba sentido un movimiento de alegra a mis primeros pasos en la montaa, fue por haberentrado en la soledad y porque rocas, bosques, todo un nuevo mundo se elevaba entre lopasado y yo, pero comprend un da que una nueva pasin se haba deslizado en mi alma.Amaba a la montaa por s misma, gustaba de su cabeza tranquila y soberbia, iluminada por elsol cuando ya estbamos entre sombras; gustaba de sus fuertes hombros cargados de hielosazulados reflejos; de sus laderas, en que los pastos alternan con las selvas y los derrumbados,de sus poderosas races, extendidas a lo lejos como las de un inmenso rbol, y separadas porvalles con sus riachuelos, sus cascadas, sus lagos y sus praderas; gustaba de toda la montaa,hasta del musgo amarillo o verde que crece en la roca, hasta de la piedra que brilla en mediodel csped.

    Asimismo mi compaero el pastor, que casi me habra desagradado, como representante deaquella humanidad de la cual hua yo, haba llegado gradualmente a serme necesario; meinspiraba ya confianza y amistas; no me limitada a darle las gracias por el alimento que me traay por sus cuidados; estudiaba y procuraba aprender cuanto pudiera ensearme. Bien leve era lacarga de su instruccin, pero cuando se apoder de m el amor a la Naturaleza, l me hizoconocer la montaa donde pacan sus rebaos, y en cuya base haba nacido. Me dijo el nombrede las plantas, me enseo las rocas donde se encontraban cristales y piedras raras, meacompa a las cornisas vertiginosas de los abismos para indicarme el mejor camino en lospasos difciles. Desde lo alto de las cimas me mostraba los valles, me trazaba el curso de lostorrentes, y despus, de regreso en nuestra cabaa ahumada, me contaba la historia del pas ylas leyendas locales.

    En cambio, yo le explicaba tambin cosas que comprenda y que ni siquiera haba deseadocomprender nunca; pero su inteligencia se abra poco a poco y se haca vida. Me daba gustorepetirle lo poco que saba yo, viendo brillar sus miradas y sonrer su boca. Se Despertabafisonoma en aquel rostro antes cerrado y tosco; hasta entonces haba sido un ser indiferente, yse convirti en hombre que reflexionaba acerca de s mismo y de los objetos que le rodeaban.

    Y al propio tiempo que instrua a mi compaero, me instrua yo, porque procurando explicar alpastor los fenmenos de la Naturaleza, los comprenda yo mejor, y era mi propio alumno.

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    Solicitando as por el doble inters que me inspiraba amor a la Naturaleza y la simpata por misemejante, intent conocer la vida presente y la historia pasada de la montaa en que vivimos,como parsitos en la epidermis de un elefante. Estudi la masa enorme en las rocas con queest construa, en la fragosidades del terreno que, segn los puntos de vista, las horas y lasestaciones, le dan tan gran variedad de aspecto, ora graciosas, ora terribles; la estudi en susnieves, en sus hielos y en los meteoros que la combaten, en las plantas y en los animales quehabitan en su superficie. Procur comprender tambin lo que haba lo que haba sido la

    montaa en la poesa y en la historia de las naciones, el papel que haba presentado en losmovimientos de los pueblos y en los progresos de la humanidad entera. Lo que aprend lo deboa la colaboracin del pastor, y tambin, para decirlo todo, a la del insecto que arrastra, a la de lamariposa ya ala del pjaro cantor.

    Si no hubiera pasado largas horas echando en la hierba, mirando o escuchando a tales seres,hermanillo mos, quiz no habra comprendido tan bien cunta es la vida de esta gran tierra quelleva en su seno a todo los infinitamente pequeos y los transporta con nosotros por el espacioinsondable.

    CAPTULO II

    LAS CUMBRES Y LOS VALLES

    Vista desde la llanura, la montaa es de forma muy sencilla; es un cono detentado que se alzaentre otros relieves de altura desigual, sobre un muro azul, a rayas blancas y sonrosadas, ylimita una parte del horizonte. Aprciame ver desde lejos una sierra monstruosa, con dientescaprichosamente recortados; uno de esos dientes es la montaa adonde he ido a parar.

    Y el cono que distingua desde los campos inferiores, simple grano de arena sobre otro granollamado tierra, me parece ahora mundo. Yo veo desde la cabaa a algunos centenares demetros sobre mi cabeza una cresta de rocas que parece ser la cima; pero si llego a trepar a ella,ver alzarse otra cumbre por encima de las nieves. Si subo a otra escarpadura, parecer que lamontaa cambia de forma ante mis ojos. De cada punta, de cada barranco, de cada vertiente alpaisaje aparece con distinto relieve, con otro perfil. El monte es un grupo de montaas por sisolo, como en medio del mar est compuesta cada ola de in numerables ondillas. Para apreciaren conjunto la arquitectura de la montaa hay que estudiarla y recorrerla en todos sentidos,subir a todos los peascos, penetrar en todos los afoces. Es un infinito, como lo son todas lascosas para quien quiere conocerlas por completo.

    La cima en que yo gustaba ms de sentarme no era la altura soberana donde uno puedeinstalarse como un rey sobre el trono para contemplar a sus pies los reinos extendidos. Mesenta ms a gusto en la cima secundaria, desde la cual mi vista poda a un tiempo extendersesobre pendientes ms bajas y subir luego, de aristas en aristas, hacia las paredes superiores yhacia la punta baada en el cielo azul.

    All, sin tener que reprimir el movimiento de orgullo que a mi pesar hubiera sentido en el puntoculminante de la montaa, saboreaba el placer de satisfacer completamente mis miradas,contemplando cuantas bellezas me ofrecan nieves, rocas, pastos y bosques. Me hallaba a

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    mitad de altura entre las dos zonas de la tierra y del cielo, y me senta libre sin estar aislado. Enninguna parte penetr en mi corazn ms dulce sensacin de paz.

    Pero tambin es inmensa alegra la de alcanzar una alta cumbre que domine un horizonte depicos, de valles y llanuras. Con qu voluptuosidad, con qu arrebato de los sentidos secontempla en su conjunto el edificio cuyo remate se ocupa! Abajo, en las pendientes inferiores,no se vea ms que una parte de la montaa, a lo ms una sola vertiente; pero desde la cumbre

    se ven todas las faltas huyendo, de resalte en resalte y de contrafuerte en contrafuerte, hastalas colinas y promontorios de la base. Se mira de igual a igual a los montes vecinos; como ellos,tiene uno la cabeza al aire puro y a la luz; se yergue uno en pleno cielo, como el guilasostenida en su vuelo sobre el pesado planeta. A los pies, bastante ms bajo de la cima, ve unolo que la muchedumbre inferior llama el cielo: las nubes que viajan lentamente por la ladera delos montes, se desgarran en los ngulos salientes de las rocas y en las entradas de las selvas,dejan a un lado y a otro jirones de niebla en los barrancos, y despus, volando por encima delas llanuras proyectan en ellas sus sombras enormes, de formas variables.

    Desde lo alto del soberbio observatorio no vemos andar los ros como las nubes de donde hansalido, pero se nos revela su movimiento por el brillo chispeante del agua que se muestra dedistancia en distancia, ya al salir de ventisqueros quebrados, ya en las lagunas y en las

    cascadas del valle o en las en las revueltas tranquilas de las campias inferiores. Viendo loscrculos, los precipicios, los dos de pronto en inmortales, el gran trabajo geolgico de las aguasque abrieron sus causes en todas direcciones en torno de la masa primitiva de la montaa. Seles ve, digmoslo as, esculpir incesantemente esa masa enorme para arrancarle despojos conque nivelan la llanura o ciegan una baha del mar. Tambin veo esa baha desde la cima desdedonde he trepado; all se extiende el gran abismo azul del Ocano, del cual sali la montaa, yal cual volver tarde o temprano.

    Invisible est el hombre, pero se le adivina. Como nidos ocultos a medias entre el ramaje,columbra cabaas, aldeas, pueblecillos esparcidos por los valles y en la pendiente de losmontes que verdean. All abajo, entre humo, en una capa de aire por innumerables respiracin,algo blanquecino indica una gran ciudad. Casas, palacios, altas torres, cpulas, se funden en el

    mismo enmohecido y sucio, que contrasta con las tintas ms claras de las campias vecinas.Pensamos entonces con tristeza en cuntas cosas malas y prfidas se hallan en esoshormigueros, en todos los vicios que fermentan cajo esa pstula casi invisible. Pero, visto desdela cumbre, el inmenso panorama de los campos, lo hermoso en su conjunto con las ciudades,los pueblos y las casas aisladas que surgen de cuando en cuando en aquella extensin a la luzque las baa, fndense las manchas con cuanto las rodea en un todo armonioso, el aireextiende sobre toda la llanura su manto azul plido.

    Gran diferencia hay entre la verdadera forma de nuestra montaa, tan pintoresca y rica envariados aspectos, y la que yo le daba en mi infancia, al ver los mapas que me hacan estudiaren la escuela. Me pareca entonces una masa aislada, de perfecta regularidad, de igualespendientes en todo el contorno, de cumbre suavemente redondeada, de base que se perda

    insensiblemente en las campias de la llanura. No hay tales montaas en la tierra. Hasta losvolcanes que surgen aislados, lejos de toda cordillera y que crecen poco a poco, derramandolateralmente sobre sus taludes lavas y cenizas, carecen de esa regularidad geomtrica. Laimpulsin de las materias interiores se verifica ya en la chimenea central, ya en alguna de lasgrietas de las laderas; volcanes secundarios nacen por uno y otro lado en las vertientesprincipales, haciendo brotar jorobas en su superficie. El mismo viento trabaja para darle formairregular, haciendo que caigan donde l le place las cenizas arrojadas durante las erupciones.

    Pero podra compararse nuestra montaa, anciano testigo de otras edades, a un volcn,monte que apenas naci ayer y que aun no ha sufrido los ataques del tiempo? Desde el da enque el punto de la tierra en que nos encontramos adquiri su primera rugosidad, destinada a

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    transformarse gradualmente en montaa, la Naturaleza (que es el movimiento y latransformacin incesantes) ha trabajado sin descanso para modificar el aspecto de laprotuberancia; aqu ha elevado la masa; all la ha deprimido; la ha erizado con puntas; la hasembrado de cpulas y cimborrios; ha esculpido hasta lo infinito aquella superficie movible, yaun ahora, ante nuestros ojos, contina el trabajo.

    Al espritu que contempla a la montaa a travs de la duracin de las edades, se le aparece tan

    flotante, tan incierta como la ola del mar levantada por la borrasca: es una onda, un vapor;cuando haya desaparecido, no ser ms que un sueo.

    De todos modos, en esa decoracin variable o transformada siempre, producida por la accincontinua de las fuerzas naturales, no cesa de ofrecer la montaa una especie de ritmo soberbioa quien la recorre para conocer su estructura. De la parte culminante una ancha meseta, unamasa redondeada, un papel vertical, una arista o pirmide aislada o un haz de agujas diversas,el conjunto del monte presenta un aspecto general que se armoniza con el de la cumbre. Desdeel centro de la masa hasta la base de la montaa se suceden, a cada lado, otras cimas ogrupos de cimas secundarias. A veces tambin, al pide de la ltima estribacin rodeada por losaluviones de la llanura o las aguas del mar, aun se ve una miniatura de monte brotar, comocolina del medio campo o como escollo desde el fondo de las aguas. El perfil de todos esos

    relieves que se suceden, bajando poco a poco bruscamente, presenta una serie degraciossimas curvas. Esa lnea sinuosa que rene las cimas, desde la ms alta cumbre a lallanura, es la verdadera pendiente, es el camino que escogera un gigante calzado con botasmgicas. La montaa que me alberg tanto tiempo es hermosa y serena entre todas por latranquila regularidad de sus rasgos. Desde los pastos ms altos se vislumbra la cumbreelevada, erguida como una pirmide de gradas desiguales; placas de nieve que llenan susanfractuosidades, le dan un matiz sombro y casi negro por el contraste de su blancura, pero elverdor de los cspedes que cubren a lo lejos todas las cimas secundarias aparece ms suave almirar, y los ojos, bajando la masa enorme de formidable aspecto, reposan voluptuosamente enlas muelles ondulaciones que ofrecen las dehesas. Tan agradecido es su contorno, tanaterciopelado su aspecto, que pensamos involuntariamente en lo agradable que seraacariciarlas a la mano de un gigante. Ms abajo, rpidas pendientes, rebordes de rocas y

    estribaciones cubiertas de bosque ocultan en gran parte las laderas de la montaa; pero elconjunto parece tanto ms alto y sublime cuanto que la morada abarca solamente una parte,como una estatua cuyo pedestal estuviera oculto, resplandece en mitad del cielo, en la reginde las nubes, entre la luz pura.

    A la belleza de las cimas y rebordes de todas clases, corresponde la de los huecos, arrugas,valles o desfiladeros. Entre la cumbre de nuestra montaa y la punta ms cercana, la cuestabaja mucho y deja un paso bastante cmodo entre las opuestas vertientes. En esta depresinde la arista empieza el primer surco del valle serpentino abierto entre ambos montes. A estesurco siguen otros y otros ms, que rayan la superficie de las rocas y se unen en quebradas, lascuales convergen a crculo, desde donde, por una serie escalonada de desfiladeros y de hoyas,corren las nieves y bajan las aguas del valle.

    All, en un suelo pendiente apenas, ya aparecen los prados, los grupos de rboles domsticos,los caseros. Por todas partes se inclinan las caadas, ya de gracioso, ya de severo aspecto,hacia el valle principal. Desaparece ste ms all de un codo lejano, pero si se ha dejado de versu fondo se adivina, a lo menos, su forma general, as como sus contornos, por las lneas ms omenos paralelas que dibujan los perfiles de las estribaciones. En su conjunto, puede comparaseel valle con sus innumerables ramificaciones que penetran por todas partes en el espesor de lamontaa, a los rboles, cuyos millares de ramas se dividen y subdividen en delicadas fibrillas.La forma del valle y de su red de caadas es la mejor base para darse cuenta del verdaderorelieve de las montaas que separa.

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    Desde las cumbres en que la vista se cierne ms libremente por el espacio, tambin se vennumerosas cimas que se comparan unas con otras, y que se hacen comprender mutuamente.Por encima del contorno sinuoso de las alturas que se elevan al otro lado del valle, sevislumbran en lontananza otro perfil de montaa, azulada ya; despus, ms all an, tercera yhasta cuarta serie de montes cerleos. Esas filas de montes, que van a unirse a la gran crestade las cumbres principales, son vagamente paralelas, no obstante ser dentadas, y ora seaproximan, ora de alejan aparentemente, segn el juego de las nubes y el andar del sol.

    Dos veces al da se desarrolla incesantemente el inmenso cuadro de las montaas, cuando losrayos oblicuos de las auroras y los ocasos dejan en la sombra los planos sucesivos vueltoshacia la luz. Desde las ms lejanas cimas occidentales a las que apenas se columbran enOccidente, hay una escala armoniosa de todos los colores y matices que pueden nacer al brillarel sol en la transparencia del aire. Entre esas montaas hay algunas que pudieran borrarse conun soplo, tan leves con sus torsos, tan delicadamente estn dibujados sus trazos en el fondo delcielo.

    Elvese ligero vapor, frmese una bruma imperceptible en el horizonte, djese venir el sol,inclinndose, por la sombra, y esas hermosas montaas, esos ventisqueros, esas pirmides, sedesvanecern gradualmente o en un abrir y cerrar de de ojos. Las contemplamos en todo su

    esplendor, y ctate que han desparecido del cielo; no son ms que un sueo, una inciertamemoria.

    CAPTULO III

    LA ROCA Y EL CRISTAL

    La roca dura de las montaas, lo mismo que la que se extiende por debajo de las llanuras, estrecubierta casi completamente por una capa cuya profundidad vara de tierra vegetal y dediferentes plantas. Aqu son bosques; all malezas, brezos mirtos o juncos; acull, y en mayorextensin, el csped corto de los pastos. Hasta donde la roca parece desnuda y brota en agujaso se yerguen en paredes, cubren la piedra lquenes amarillos, rojos o blancos, que dan a vecesla misma apariencia a rocas de muy distinto origen. nicamente en las regiones fras de lacumbre al pie de los ventisqueros, al borde de las nieves, se muestra la piedra bajo cubiertavegetal que la disfraza. Granitos, piedra caliza y aspern parecen al viajero distrado de unamisma y nica formacin.

    Sin embargo, grande es la diversidad de las rocas; el minerlogo que recorre las montaas

    martillo en mano, puede recoger centenares y millares de piedras diferentes por el aspecto y laestructura ntima. Unas son de grano igual en toda su masa; otras estn compuestas de partesdiversas y contrastan por la forma, el color y el brillo; las hay translucidas, transparentes yopacas. Unas estn erizadas de cristalizaciones regulares, otras adornadas con arborizacionessemejantes a grupos de tamarindos u hojas de helecho. Todos los metales se encuentran enlas piedras, ya en estado puro, ya mezclado unos con otros. Ora aparecen en cristales o enndulos, ora con simples irisaciones fugitivas, semejantes a los reflejos brillantes de la pompade jabn. Hay adems los innumerables fsiles, animales o vegetales que contiene la roca, ycuya impresin conserva. Hay tanto testigos diferentes de los seres que han vivido durante laincalculable serie de los siglos pasados, como fragmentos esparcidos existen.

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    Sin ser minerlogo ni gelogo de profesin, el viajero que sabe mirar ve perfectamente cul esla maravillosa diversidad de las rocas que constituyen la masa montaosa. Tal es el contrasteentre las partes diversas que constituyen el gran edificio, que se puede conocer desde lejos aqu formacin pertenecen. Desde una cima aislada que domina extenso espacio, se distinguefcilmente la arista o la cpula de granito, la pirmide de pizarra o la pared de roca calcrea.

    La roca grantica se revela mejor en las cercanas inmediatas del pico principal de la montaa.

    All, una cresta de rocas negras, separados campos de nieve que ostentan a ambos lados sudeslumbrante blancura, parecen una diadema de azabache en su velo de muselina. Por aquellacresta es ms fcil llegar al punto culminante de la montaa, porque as se evitan las grietasocultas bajo la lisa superficie de la nieve; all puede sentarse con seguridad el pie en el suelo,mientras a pulso se encarama uno de escaln en las partes escarpadas. Por all verificaba yocasi siempre mi ascensin, cuando alejndome del rebao y de mi compaero el pastor, iba apasar algunas horas en el elevado pico.

    Vista de lejos, a travs de los azulados vapores de la atmsfera, la arista de granito pareceuniforme; los montaeses, que emplean comparaciones prcticas y casi groseras, le llaman elpeine; asemejase, en efecto, a una hilera de agudas pas colocadas con regularidad. Pero enmedio de las mismas rocas se encuentra una especie de caos: agujas, piedras movedizas,

    montaas de peasco, sillares superpuestos, torres dominadoras, muros apoyados unos a otrosy que dejan entre ellos estrechos pasos, tal es la arista que forma el ngulo de la montaa.Hasta en aquellas alturas la roca est cubierta casi por todas partes de una especie de unto,por la vegetacin de lquenes, pero en varios sitios han descubierto la piedra el roce del hielo, lahumedad de la nieve, la accin de las heladas, de la lluvia, del viento, de los rayos solares;otras piedras quebradas por el rayo conservan la imanacin causada por el fuego del cielo.

    En medio de esas ruinas, es fcil observar lo que fue an recientemente el mismo interior de laroca. Se ven los cristales en todo su brillo: el cuarzo blanco, el feldespato de color rosa plido,la mica que finge lentejuela de plata. En otras partes de la montaa, el granito descubiertopresenta aspectos distintos: en unas rocas es blanco como el mrmol y est sembrado depuntitos negros; en otras es azulado y sombro. Casi en todas partes es de una gran dureza y

    las piedras que pudieran labrarse con l serviran para construir duraderos monumentos; peroen otras se es tan frgil y estn aglomerados los cristales dbilmente, que pueden aplastarsecon los dedos. Un arroyo nacido al pie de un promontorio, cuyo grano es de poca cohesin,corre por el barranco sobre el lecho de arena finsima abrillantado por la mica; parece versebrillar el oro y la plata a travs de las rizadas aguas. Ms de un patn llegado de la llanura se haequivocado y se ha precipitado sobre los tesoros que se lleva descuidadamente el burlnarroyuelo.

    La incesante accin de la nieve y de agua nos permite observar otra especie de roca queconstituye en gran parte la masa del edificio inmenso. No lejos de las aristas y cimborrios degranito, que son las partes ms elevadas de la montaa, y parecen, digmoslo as, un ncleo,aparece una cima secundaria, cuyo aspecto es de asombrosa regularidad; aparece una

    pirmide de cuatro lados colocada sobre el enorme pedestal que le ofrecen mesetas ypendientes. Est compuesta de rocas pizarrosas que el tiempo pule sin cesar son susmeteoros, viento, rayos del sol, nieves, nieblas, y lluvias. Las hojas quebradas de la pizarra seabren, se rompen y bajan resbalando a lo largo de los taludes. A veces hasta el paso ligero deuna oveja para mover millares de piedras en la ladera.

    Muy distinta de la pizarra es la roca caliza que forma algunos de los promontorios avanzados.Cuando se rompe, no se divide, como la pizarra, en innumerables fragmentillos, sino engrandes masas. Hay fractura que ha separado, de la base al remate, toda una pea detrescientos metros de altura, a ambos lados suben hasta el cielo las verticales paredes; apenaspenetra la luz en el fondo del abismo, y el agua que lo llena, descendida de las nevadas alturas,

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    slo refleja la claridad de arriba en el hervor de sus corrientes y en los saltos de sus cascadas.En ninguna parte, ni aun en montaas diez veces ms altas, aparece con mayor grandiosidad laNaturaleza. Desde lejos, la parte calcrea de la montaa vuelve a tomar sus proporcionesreales, y se la ve dominada por masas de rocas mucho ms elevadas. Pero siempre asombrapor la poderosa belleza de sus cimientos y de sus torres; parece un templo babilnico. Tambinson muy pintorescos, aunque relativamente de menor importancia, los peascos de aspern ode conglomerado, compuestos de fragmentos unidos unos a otros. Dondequiera que la

    inclinacin del suelo sea favorablemente a la accin del agua, sta disuelve el cemento y abreun canalillo, una estrecha hendidura que, poco a poco, acaba por partir la roca en dos pedazos.Otras corrientes de agua han abierto tambin en las cercanas rendijas secundarias tanto msprofundas cuando ms abundante sea la masa lquida arrastrada. La roca recortada de esemodo acaba por parecerse a un ddalo de obeliscos, torres y fortalezas. Hay fragmentos demontaas cuyo aspecto recuerda ahora el de las ciudades desiertas, con calles hmedas ysinuosas, murallas almenadas, torres, torrecillas dominadoras, caprichosas estatuas. Aunrecuerdo la impresin de asombro, prximo al espanto, que sent al acercarme a la salida de unalfoz invadido ya por las sombras de la noche. Vislumbraba a lo lejos la negra hendidura, peroal lado de la entrada, en el extremo del monte, advert tambin extraas formas que se meantojaron gigantes formados. Eran altas columnas de arcilla, coronadas por grandes piedrasredondas que desde lejos parecan cabezas. Las lluvias haban disuelto y arrastrando

    lentamente el terreno en los alrededores, pero las pesadas piedras haban sido respetadas, ycon su peso daban consistencia a los gigantes pilares de arcilla que las sostenan.

    Cada promontorio, cada roca de la montaa tiene, pues, su aspecto peculiar, segn la materiaque la forma y la fuerza con que resiste a los elementos de degradacin. Nace as infinitavariedad de formas que acrecienta an el contraste ofrecido en el exterior de la roca por lanieve, el csped, el bosque y el cultivo. A lo pintoresco de la lnea y los planos se aaden loscontinuos cambios de decoracin de la superficie. Y sin embargo, poco numerosos son loselementos que constituyen la montaa y por su mezcla le dan tan prodigiosa variedad depresentacin.

    Los qumicos que analizan las rocas en sus laboratorios nos ensean la composicin de los

    diversos cristales. Nos dicen que el cuarzo es slice, es decir, silicio oxidado, metal que, puro,se asemeja a la plata, y que por su mezcla con el oxigeno del aire, se ha convertido en rocablancuzca. Nos dicen tambin que el feldespato, mica, angrita horublenda y otros cristales quese encuentran en gran variedad en las rocas de la montaa, son compuestos en que seencuentran, con el silicio, otros metales, como el aluminio y el potasio, unidos en diversasproporciones, y segn ciertas leyes de afinidad qumica, con los gases de la atmsfera. Elmonte entero, las montaas vecinas y lejanas, las llanuras de su base y la tierra en su con

    junto, todo ello es metal en estado impuro; si los elementos mezclados y fundidos de la masadel globo recobrasen sbitamente su pureza, la tierra se presentara ante los ojos de loshabitantes de Marte o de Venus que nos dirigieran sus telescopios bajo la apariencia de unabala de plata rodando por las negruras del cielo.

    El sabio que busca los elementos de la piedra, averigua que todas las rocas macizas,compuestas de cristales o de pasta cristalina, son, como el granito, metales oxidados; tales sonel prfido, la serpentina y las rocas gneas que brotan del suelo en las erupciones volcnicas,traquita, basalto, obridiana, piedra pmez; todo es silicio, aluminio, potasio, sodio y calcio. Encuanto a las rocas dispuestas en tajos o estratos, colocadas en capas superpuestas, tambinson metales, puestos que proceden en gran parte de la desagregacin y nueva distribucin delas rocas macizas. Piedras rotas en fragmentos, cimentadas despus de nuevo, arenasaglutinadas en roca despus de haber sido trituradas y pulverizadas, arcillas que hoy soncompactas despus de haber sido disueltas por las aguas, pizarras que nos son otra cosa quearcilla endurecida, todo ello no es ms que resto de rocas anteriores, y como ests, secomponen de metales. nicamente calcreos, que forman tan considerable parte de la corteza

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    terrestre, no proceden directamente de la destruccin de antiguas rocas; estn formados porresiduos que han pasado por los organismos de animales marinos. Han sido comidos ydirigidos, pero no por eso dejan de ser metlicos: su base es el calcio combinado con el azufre,el carbono y el fsforo. De modo que, gracias a las mezclas y combinaciones variables, la masalisa, uniforme, impenetrable del metal, ha adquirido formas atrevidas y pintorescas, se haahuecado en hoyos para ros y lagos, se ha revestido de tierra vegetal, ha acabado por entraren la savia de la plantas y en la sangre de los animales.

    Ac y acull se revelan an el metal puro en las piedras de la montaa. En medio de losdesmoronamientos y a la orilla de las fuentes, vence con frecuencia masas ferruginosas.Cristales de hierro, cobre y plomo, combinados con otros elementos, se hallan tambin en losrestos esparcidos; a veces brilla una partcula de oro en la arena del arroyo. Pero en la rocadura, ni el mineral precioso ni el cristal se encuentran distribuidos al azar; estn dispuestos envenas ramificadas que se desarrollan sobre todo en los cimientos de las diferentes formaciones.Esos filones de metal, semejante al hilo mgico del laberinto, han llevado a los mineros, y mstarde a los gelogos, al espesor, a la historia de la montaa.

    Segn nos refiere los cuentos maravillosos, era fcil en otro tiempo ir a recoger tales riquezas alo interior del monte; basta con tener algo de suerte o contar con el favor de los dioses. Al dar

    un paso en falso se agarraba uno a un arbusto, el frgil tronco ceda, arrastrando consigo unapiedra grande que cerraba una gruta desconocida hasta entonces. El pastor se metaosadamente por la abertura, no sin pronunciar alguna frmula mgica o sin tocar algn amuleto,y despus de haber andado largo tiempo oscuro camino, se encontraba de repente bajo unabveda de cristal y diamante; se erguan alrededor estatuas de oro y plata profusamenteadornadas con rubes, topacios y zafiros; bastaba con inclinarse para recoger tesoros.

    En nuestros das, el hombre necesita trabajar, dejndose de conjuros y encantamientos, pataconquistar el oro y otros metales que duermen en las rocas. Los preciosos fragmentos sonraros, se hallan impuros y mezclados con tierra, la mayor parte de ellos no alcanzan brillo yvalor sino despus de afinados en el horno.

    CAPTULO IV

    EL ORIGEN DE LA MONTAA

    As, pues, hasta en su ms diminuta molcula, la montaa enorme ofrece una combinacin deelementos diversos que se han mezclado en variables proporciones; cada cristal, cada mineral,

    cada grano de arena o partcula de caliza, tiene su infinita historia, como los mismos astros. Elmenor fragmento de roca tiene sus gnesis, como el universo, pero mientras se ayudan con laciencia unos a otros, el astrlogo, el gelogo, el fsico y el qumico, aun se estn preguntandocon ansiedad si han comprendido bien lo que es esa piedra y el misterio de su origen.

    Y estn bien seguros de haber puesto en claro el origen de la propia montaa? Viendo todasesas rocas, asperones, calizas, pizarras y granitos, podemos contar cmo se ha acumulado lamasa prodigiosa, cmo se ha erguido hacia el cielo? Podemos nosotros, pigmeos dbiles,contemplndola en su soberbia belleza, decirle con el orgullo consciente de la inteligencia

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    satisfecha: La ms chica de tus piedras puede aplastarnos, pero te comprendemos yconocemos tu nacimiento y tu historia?

    Como nosotros, y aun que nosotros, dirigen preguntas los nios al ver la Naturaleza y susfenmenos, pero casi siempre, con cndida confianza, se contentan con la respuesta vaga oengaosa de un padre u otra persona mayor que nada sabe, o de un profesor que suponesaberlo todo. Si no alcanzaran los nios esa respuesta, investigaran y continuaran

    investigando, hasta que encontraran una explicacin cualquiera, porque el nio no gusta depermanecer en la duda, lleno de sentimiento de su existente, empezando la vida como unvencedor, quiere hablar como quien domina todas las cosas. Nada debe ser desconocido paral.

    As los pueblos salidos apenas de su barbarie primitiva, encontraban una afirmacin definitivapara cuanto les chocaba, y disputaban por buena la primera explicacin que respondiera lomejor posible explicacin que respondiera lo mejor posible a la inteligencia y a las costumbresde aquel grupo humano. Pasando de boca en boca, acab la leyenda por convertirse en palabradivina y surgieron cartas de intrpretes para apoyarla con su autoridad moral y sus ceremonias.As es como en la herencia mtica de casi todas las acciones encontramos relatos que noscuentan el nacimiento de las montaas, de los ros, de la tierra, del Ocano, de las plantas, de

    los minerales y hasta del hombre.

    La explicacin ms sencilla es la que nos muestra a los dioses a los genios arrojando lasmontaas desde las alturas celestiales y dejndolas caer al azar; o bien levantarlas ymoldearlas con cuidado columnas destinadas a sostener la bveda del cielo. As fueronconstruidos el Lbano y el Hermn; as arraig en los lmites del mundo el monte Atlas, dehombres robustos. Por otra parte, las montaas, despus de creadas, cambiaban de sitio confrecuencia, y servan a los dioses para arrojrselas con hondas. Los titanes, que no eran dioses,trastornaron todos los montes de Tesalia para alzar murallas en torno del Olimpo: el mismogigantesco Altus, no era demasiado peso para sus brazos, que lo llevaron desde el fondo deTracia hasta el sitio en que hoy se levanta. Una giganta del Norte se haba llenado de colinas eldelantal y las iba sembrando a iguales distancias para conocer un camino. Vichn, que vio un

    da dormir a una muchacha bajo los ardientes rayos del sol, cogi una montaa y la sostuvo enequilibrio en la punta del dedo para dar sombra a la hermosa durmiente. ste fue, segn dice laleyenda, el origen de las sombrillas.

    No siempre necesitaban, dioses y gigantes, agarrar las montaas para que cambiaran de sitio,porque obedecan stas a cualquier sea. Las piedras acudan al sonido de la lira de Orfeo y lasmontaas se alzaban para or a Apolo; as naci el Helicn, morada de las musas. El profetaMahoma debi nacer dos mil aos antes; si hubiera nacido en edades de ms cndida de, nohabra tenido que ir a la montaa, y sta se habra dirigido haca l.

    Adems de esta explicacin del nacimiento de las montaas por la voluntad de los dioses, lamitologa de numerosos pueblos da otra menos grosera.

    Segn sta, las rocas y los montes son rganos vivientes que han brotado naturalmente delcuerpo de la tierra, como salen los estambres en la corola de la flor. Mientras por una parte sehunda el suelo para recibir las aguas del mar, por otra se alzaba haca el sol para recibir su luzvivificante, as como las plantas enderezan el tallo y vuelven los ptalos hacia el astro que lasmira y les da el brillo. Pero ya hay quien crea en las leyendas antiguas, que son para lahumanidad ms que poticos recuerdos; han ido a juntarse con los sueos, y el espritu delinvestigador, apartado por fin de tales ilusiones, persigue con mayor avidez la verdad. As esque los hombres de nuestros das, lo mismo que los de antiguos tiempos, siguen repitiendo alcontemplar las cumbres doradas por la luz: Cmo han podido alzarse hacia el cielo?.

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    Hasta nuestra poca, cuando los sabios no apoyan sus teoras sino sobre la observacin y laexperiencia, hay algunas tan fantsticas sobre el origen de los montes, que se asemejanbastante a las leyendas de los antiguos. Un libro moderno de respetable volumen intentademostrarnos que la luz del sol que baa nuestro planeta ha tomado cuerpo y se hacondensado en mesetas y montaas alrededor de la tierra. Otro afirma que la atraccin del sol yde la luna, no contenta con levantar dos veces al da las olas del mar, ha hecho hincharsetambin a la tierra, y ha alzado las ondas slidas hasta la regin de las nieves. Finalmente, otro

    hay que refiere cmo los cometas, extraviados por los cielos, han venido a chocar con nuestroglobo, han agujerado su envoltura como piedras que atravesaran un carmbano y han hechobrotar las macizas montaas en largas hileras.

    Afortunadamente, la tierra, siempre trabajando en nuevas creaciones, no cesa en su labor anuestros ojos y nos ensea como hace cambiar poco a poco las rugosidades de su superficie.Se destruye, pero se reconstruye diariamente de un modo constante; nivela unas montaaspara edificar otras, y abre valles para cegarlos otra vez. Al recorrer la superficie del globo y alexaminar con cuidado los fenmenos de la Naturaleza, se ven formar ribazos y monteslentamente en verdad, y no con sbito empujn, como quisieran los aficionados a lo milagroso.Se los ve nacer, ya directamente del seno de, la tierra, sea indirectamente, digmosle as, por laerosin de las mesetas. Como surge poco a poco la escultura del pedazo de mrmol. Cuando

    una masa insular o continental, cuya altura llega a centenares o millares de metros, recibelluvias abundantes, van quedando sus vertientes gradualmente esculpidas en barrancos,caadas y valles; la uniforme superficie de la meseta recorta en cimas, aristas y pirmides; seahueca en crculos, hoyas y precipicios; aparecen poco a poco sistemas de montaas dondeexiste el terreno liso en extensin enorme. Lo mismo acontece en aquellas regiones de la tierradonde la meseta, atacada nicamente en un lado por las lluvias, slo forma montaas para estevertiente: tal es, en Espaa, la meseta de la Mancha, que se hunde hacia Andaluca .por lasescarpaduras de Sierra Morena.

    Adems de estas causas exteriores que convierten las mesetas en montaas, se verificatambin en lo interior de la tierra lentas transformaciones que ocasionan hundimientos enormes.Los hombres laboriosos que, martillo en mano, atraviesan las montaas durantes aos enteros

    para estudiar su estructura y su forma, observan en las nuevas hiladas de formacin martima,que constituyen para parte no cristalina de los montes, gigantescas padrastros o hendiduras deseparacin que se extienden por centenares de kilmetros de longitud. Masas de millares demetros de espesor han sido alzadas o derribadas en esas cadas, de modo que su antiguasuperficie se ha convertido hoy en su plano inferior. Las hiladas, aplomndose en sucesivacadas, han dejado descubierto el esqueleto de rocas cristalinas que cubran como una capa;han revelado el ncleo de la montaa como una cortina sbitamente descorrida descubre unmonumento oculto.

    Pero ni aun estos hundimientos tienen tanta importancia como las rugosidades en la istra de latierra y en la de las montaas que forman sus asperezas exteriores. Sometidas a lentaspresiones seculares, la roca, la arcilla, las capas de aspern, las venas de metal, todo arruga lo

    mismo que una tela, y los pliegues que as nacen forman montes y valles. Semejante a lasuperficie del Ocano, se agita en olas de la tierra, pero son mucho ms poderosas estasondulaciones: son los Andes y el Himalaya que se yerguen sobre el nivel medio de la llanura.Las rocas de la tierra estn sometidas incesantemente a estas impulsiones laterales que lashacen plegarse y desplegarse diversamente, y los cimientos estn en continua fluctuacin. Asse arruga el pellejo de las frutas.

    Las cimas que surgen directamente del suelo y suben de una manera gradual, desde el niveldel Ocano hasta las alturas heladas de la atmsfera, son las montaas de lavas y cenizasvolcnicas. En ms de un sitio de la superficie terrestre se las puede estudiar con comodidad,alzndose, aumentando a la simple vista. Muy distintos de las montaas ordinarias, los

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    verdaderos volcanes estn perforados por una chimenea central, de la cual se escapan vaporeso fragmentos pulverizados de rocas incendiadas; pero cuando se apagan, la chimenea se cierray las pendientes del cono volcnico, cuyo perfil pierde su primitiva regularidad bajo la influenciade la lluvias y de la vegetacin, acaban por aparecerse a las de los dems montes. Por otraparte, hay masas rojizas que al elevarse desde el seno de tierra, sea en estado lquido, sea enestado pastoso, salen sencillamente de una ancha grieta del suelo y no las lanza crter, comolas escorias del Vesubio y del Etna. Las lavas que se acumulan en cimas y se ramifican en

    promontorios, slo difieren por su juventud de las montaas viejas que erizan en otras partes lasuperficie de la tierra. Lavas en otro tiempo candentes se enfran poco a poco y se revisten detierra vegetal; reciben el agua de la lluvia por intersticios y la devuelven en arroyos y ros. A fin yal cabo se cubren en su base de formaciones geolgicas nuevas y se rodean, como las otrasmontaas, de hiladas de morrillos, de arena o de arcilla. A la larga, la mirada del sabio puedenicamente reconocer que han brotado del seno de la tierra, de la gran hornaza, como unamasa de metal en fusin.

    Entre los antiguos montes que forman parte de las sierras y de los sistemas que se llamancolumnas vertebrales de los continentes, hay muchos que estn compuestos de rocassemejantes a las lavas actuales y tienen igual composicin qumica. Como ests lavas, elprfido y otros minerales han salido de la tierra por hendiduras y se han esparcido por el suelo,

    semejante a una cosa viscosa que se coagulase pronto al contacto del aire; la mayor parte de larocas granticas parecen haberse formado del mismo modo. Son cristalinas como las lavas, ysus cristales tienen por elementos los mismos cuerpos simples, el silicio y el aluminio.Razonable es pensar que estos granitos han sido masa pastosa y que sus surtidoresincandescentes han brotado de grietas del terreno. De todos modos, ese es una hiptesis endiscusin y no una verdad demostrada. As como las lavas que brotan del suelo levantan aveces pedazos de terreno con sus bosques o sus praderas, pensamos que del mismo modo laerupcin de los granitos u otras rocas semejantes ha sido la causa ms frecuente dellevantamiento de hiladas de diversas formaciones que constituyen la parte ms considerable delas montaas. Estrados calcreos, de arena, de arcilla, que aguas de mares o lagos habandepositado antes en capas paralelas en el fondo de sus causes y que se haban convertido asen la pelcula exterior de la tierra, habrn sido plegadas y enderezadas por la masa que se

    elevaba desde las profundidades y que buscaba una salida. Aqu las ola creciente del granitohaba roto las hiladas superiores en islas y en islotes que, dislocados, hendidos, arrugados, encaprichosas pliegues se han esparcido por las depresiones y los rebordes de la rocalevantadora; all, el granito habr abierto en el suelo una sola grieta de salida, replegando a unlado y otra las hiladas exteriores, segn diversos ngulos de inclinacin; acull, el granito, sinconseguir romperla, ha abollado las capas superiores. Estas, bajo la presin que las mova,habrn cesado de ser llanuras para convertirse en colinas y montaas. Hasta las alturasformadas por estratos pacficamente depositados en el fondo del agua habrn podido elevarseen cimas, as como las protuberancias de lava, un pozo perforado a travs de las capassuperpuestas llegara al ncleo de prfido o de granito.

    Admitiendo que la mayor parte de las montaas hayan aparecido como las lavas, todava no

    han descubierto el pensamiento la causa que ha hecho brotar del suelo todas esas materias enfusin. Ordinariamente se supone que han sido exprimidas, digmoslo as, por la contraccin dela envoltura exterior del globo, que se enfra lentamente irradiando calor a los espacios. En otrotiempo era nuestro planeta una gota de metal ardiendo. Al rodar por las frialdades del cielo, sehan ido coagulando poco a poco. Pero se ha solidificado la pelcula sola, segn se repitefrecuentemente, o se ha endurecido la gota hasta el ncleo? No se sabe an, porque nadaprueba que las lavas de los volcanes broten de inmenso receptculo que llene lo interior delglobo. nicamente sabemos que estas lavas se escapan a veces de las grietas del suelo ycorren por la superficie. Lo mismo los granitos, los prfidos y otras rocas semejantes habrnbrotado de las rendijas de la corteza terrestres, como se escapan la savia de la herida de un

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    vegetal. La marea de piedras fundidas habr subido desde el centro, bajo la presin de laenvoltura planetaria, gradualmente comprimida por efecto de su propio enfriamiento.

    CAPTULO V

    LOS FSILES

    Cualquiera que sea el origen primitivo de la montaa, conocemos a los menos su historia desdeuna poca muy anterior a los anales de nuestra de nuestra humanidad. Apenas se hansucedido ciento cincuenta generaciones de hombres desde que verificaron nuestrosantepasados los primeros actos cuyos testimonios haya llegado hasta nosotros. Antes de estapoca, nicamente inciertos monumentos nos revelan la existencia de nuestra raza. La historiade la montaa inanimada, en cambio, est escrita en visibles caracteres hace millones de

    siglos.

    El hecho importante, el que choc a nuestros progenitores desde la infancia de la civilizacin yfue contando diariamente en sus leyendas, consiste en que las rocas, distribuidas en hiladasregulares, en capas superpuestas como las de un edificio, han sido colocadas por las aguas. Sinos paseamos a la orilla de un ro, si un da de lluvia miramos el arroyuelo temporal que seforma en las depresiones del suelo, veremos a la corriente apoderarse de las guijas, de losgranos de arena, del polvo y de todos los residuos esparcidos, para distribuir losordenadamente en el fondo y en las orillas del cause; los fragmentos ms pesados sedepositarn en capas en los sitios donde el agua pierde la rpido la rapidez de su primerimpulso; las molculas ms ligeras irn ms all a extenderse en estratos en la superficie lisa;finalmente, las tenues arcillas, cuyo peso a penas excede al del agua, se amontonarn donde

    detenga el movimiento torrencial de stas. En las playas y en las cuencas de lagos y mares, lashiladas de residuos sucesivamente depositados guardan mayor regularidad, porque las aguasno tienen el mpetu de las ondas fluviales y todo cuanto recibe su superficie se tamiza a travsde la profundidad de sus aguas; y all permanece, sin que nada turbe la accin igual de las olasy las corrientes.

    As es como se divide el trabajo en la gran Naturaleza. En las costas peascosas del ocano,combatidas por las olas de la alta mar, se ven cantos y guijarros amontonados. En otras partesde extienden hasta donde alcanza la vista playas de arena fina, en las cuales las ondas de lasmareas se desarrollan en espumosas volutas. Los buzos que estudian el fondo del mar nosdicen que en vastos espacios, grandes como provincias, los despojos arrancados por losinstrumentos se compones siempre de un cieno uniforme con diversas mezclas de arcilla o de

    arena, segn los parajes. Tambin han comprobado que en otros sitios del mar la roca formadaen el fondo del lecho martimo es creta pura. Conchas, espiguillas de esponjas, animalillos detoda clase, organismos inferiores, silceos o calcreos, caen en lluvia incesante desde las aguasde la superficie y se mezcla con la innumerables seres que se acumulan, viven y mueren en elfondo, en muchedumbres que bastan para construir hiladas tan grandes como las de nuestrasmontaas. Por otra parte, stas estn formadas con residuos del mismo gnero. En un provenirdesconocido, cuando los actuales abismos del Ocano se extiendan como llanuras o se yerganen cimas ante la luz del sol, nuestros descendientes vern terrenos geolgicos semejantes a losque hoy contemplamos, y que quizs hayan desparecido, hachos aicos por las aguas fluviales.

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    Durante la serie de edades, las hiladas de formacin martima o lacustres que componen lamayor parte de de nuestra montaa han llegado a ocupar a gran altura sobre el nivel del mar suposicin inclinada y contorneada en arrugas caprichosas. Ya hayan sido levantadas por unapresin procedente de abajo, ya se haya bajado el Ocano a consecuencia del enfriamiento y lacontraccin de la tierra o por otra causa, y haya dejado de ese modo capas de aspern y decaliza en los antiguos fondos convertidos en continente, el caso es que las hiladas all estn, ypodemos estudiar cmodamente los restos que muchas de ellas han sacado del mundo

    submarino.

    Estos restos son los fsiles, despojos de plantas y animales conservados en la roca. Verdad esque las molculas que constituan el esqueleto animal o vegetal de aquellos cuerpos handesaparecido, as como los tejidos de la carne y las gotas de savia o de sangre, pero todo hasido sustituido por granos de piedra que han conservado la forma y hasta el color del serdestruido. En el espesor de las piedras estn las conchas de los moluscos y discos, bolas,espinas, cilindros y varillas silceos o calcreos de las foraminceras y las diatomas que seencuentran en ms asombrosas muchedumbres; pero tambin hay formas que sustituyenexactamente a las carnes blandas de aquellos seres organizados; se ven esqueletos de pecescon sus aletas y sus escamas; litros de insectos, ramillas y hojas: hasta huellas de pasos hay,y en la dura roca, que fue en otro tiempo arena incierta de las playas, se encuentra la impresin

    de las gotas de lluvia y la red de los surcos trazados por las olas de orilla.

    Los fsiles, muy raros en ciertas rocas de formacin martima, numerosos en cambio en otras yque constituyen casi toda la masa de los mrmoles y las cretas, sirven para conocer la edadrelativa de las hiladas que se han ido depositando durante la serie de los tiempos. En efecto,todas las capas fosilferas no han sido derribadas no han sido derribadas y mezcladascaprichosamente por las torturas y los desmoronamientos; han conservado en su mayor partesu regular superposicin, de modo que puede puedan observarse y recogerse los fsiles en suorden de aparicin. Donde las hiladas, todava en su estado normal, conservan la posicin quetenan en otro tiempo, despus de haber sido depositadas por las aguas marinas o lacustres, laconcha descubierta en la capa superior. Centenares y millares de aos, representados por lasinnumerables molculas las intermedias del aspern o de la creta, han deparado ambas

    existencias.Si las mismas especies de plantas y de animales hubieran existido siempre en la tierra desdeque estos organismos vivientes aparecieron por primera vez en la corteza enfriada de la tierra,no se podra calcular la edad relativa de las capas terrestres separadas una de otras; pero sehan sucedido diferentes seres segn las edades, sucedindose tambin por lo tanto en lashiladas superpuestas. Ciertas formas que vemos con gran abundancia en el seno de las rocasestratificadas ms antiguas, van siendo ms raras en las de origen ms reciente, y acaban pordesaparecer absolutamente. Las especies nuevas que siguen a las primeras tienen tambin,como cada ser particular, su perodo de renacimiento, de propagacin, de decadencia y demuerte; podra compararse cada especie de fsil vegetal o animal a gigantesco rbol, cuyasraces se hunden en los terrenos inferiores de formacin antigua y cuto tronco se ramifica y se

    pierde en las capas altas de origen ms moderno.Los gelogos que en diversos pases del mundo pasan el tiempo examinando las rocas yestudindolas molcula por molcula para descubrir en ellas vestigios de seres que vivieron,han podido reconocer (gracias al orden de sucesin de los fsiles de todas especies) en losrestos encerrados la edad relativa de las diferentes hiladas de la tierra depositadas por lasaguas. En cuanto fueron bastante numerosas las observaciones comparadas, lleg hasta serfcil frecuentemente decir, con slo ver un fsil a qu poca de las edades terrestres pertenecela roca en que se encontr. Cualquier piedra caliza, de esquisto o de aspern ofrece clarahuella de concha o de planta? Pues basta a veces con eso. El naturista, sin temor a

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    equivocarse, declara que la piedra que conserva esa impulsin pertenece a tal o cual serie derocas y debe ser clasificada en tal o cual poca de la historia del planeta.

    Estos fsiles reveladores que en forma de seres vivientes se agitaban hace millones de aos enel lgamo de los abismos ocenicos, se encuentran hoy a todas las alturas en las hiladas de lasmontaas. Se los ve en la mayor parte de las cimas pirenaicas; forman Alpes enteros; se losencuentra en el Cucaso y cordilleras, y si el hombre pudiera subir hasta las cumbres del

    Himalaya, tambin all los hallara. Hay ms: estas capas fosilferas que pasan hoy de la zonamedia de las nubes, alcanzaban en otro tiempo alturas ms considerables. En muchos sitios, envertientes de montaas, se comprueban que existen interrupciones frecuentes en las hiladas derocas. Ac y all encuentran tal vez el gelogo en las caadas algunos trozos de estos terrenos,pero las capas continuas no se reanudad hasta mucho ms lejos, en la vertiente opuesta. Quha sido de los fragmentos intermedios? Existieron, porque, aun al quebrarlos, la masa granticaque suba desde lo interior slo ha podido hendirlos; pero las hiladas hendidas continuabansobre la resbaladiza cumbre.

    CAPTULO VI

    LA DESTRUCCIN DE LAS CIMAS

    Y sin embargo, aquellas masas enormes, montes apilados sobre montes, han pasado comonubes barridas del cielo por el viento; hiladas de tres, cuatro y cinco kilmetros de espesor,cuya existencia nos revela el corte geolgico de las rocas, han desaparecido para entrar en elcircuito de una nueva creacin. Verdad es que la montaa todava nos parece formidable, ycontemplamos con admiracin parecida al espanto sus soberbios picos, que atraviesan las

    nubes en el aire glacial del espacio. Son tan alas estas pirmides nevadas, que nos ocultan lamitad del cielo. Desde abajo, sus principios, que la mirada intenta en balde medir, nos causanvrtigos. Y sin embargo, todo ellos no es ms que una ruina, un simple residuo.

    En otro tiempo, las capas de caliza, pizarra y aspern que se apoyan en la base de la montaay se yerguen ac y acull en cimas secundarias, se unan por encima del remate grantico encapas uniformes; sumaban su espesor enorme a la elevacin del pico superior. Doble era laaltura de la montaa; llegaba entonces su vrtice a aquella regin en que est tan enrarecida laatmsfera, que ni aun puede sostenerse en ella el ala del guila. No es ya la mirada, sino laimaginacin la que se espanta al pensar en lo que la montaa era entonces y en lo que le hanrobado nieves, hielos, lluvias y tormentas durante la serie de los tiempos. Qu infinita historia,qu innumerables vicisitudes en la sucesin de las plantas, de los animales y de los hombres,

    desde que los montes cambiaron de forma y perdieron la mitad de su elevacin!

    ste prestigioso trabajo de escombrado no ha podido llevarse a cabo sin dejar en muchos sitiosrastros irrecusables. Los restos que han resbalado desde lo alto de la cimas con las nieves, quehan sido empujados por el hielo, triturados, desmenuzados, arrastrados en pedruscos, guijarrosy arenas por el agua, no han vueltos todos al mar, del cual haba salido en perodo anterior:enormes montones quedan an en el espacio que separa las atrevidas pendientes de lamontaa y las tierras bajas ribereas del Ocano. En esta zona intermedia, donde las colinas seextienden en largas ondulaciones como las olas en el mar, el suelo est enteramentecompuesto de cantos rodados y piedras amontonadas. Todo eso son los restos de la montaa,

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    que las aguas han reducido a fragmentos menudos, transportndolos y vertindolos enenormes aluviones a la salida de los grandes valles. Los torrentes bajados de las alturasresuelven a su gusto las mesetas de residuos y hacen que sus taludes se desmoronen en elsurco que han abierto.

    En las pendientes del foso profundo donde serpentean las aguas, se distinguen, en aparentedesorden, las diversas rocas que han servido de materiales el gran edificio de la montaa. Ah

    estn los peascos de granito y los fragmentos de prfido; all los esquitos de aguada aristamedio hundidos en la arena; ms all pedazos de cuarzo y aspern, guijarros calizos, trozos demineral, cristales achatados. Tambin hay fsiles de diferentes pocas, y en los espacios enque las aguas se han arremolinado mucho tiempo, se han parado esqueletos de animalesflotantes, All se han descubierto a millares las osamentas de hiparin, del uro, del alce, delrinoceronte, del mastodonte, del mamut y de otros grandes mamferos que recorran en lejanostiempos nuestros campos, y hoy han desaparecido, dejando al hombre el imperio del mundo.Los torrentes que trajeron tales restos, se les llevan pedazo por pedazo, reducindolos a polvo.Esqueletos fsiles, arcillas y arena, peascos de esquistos, aspern y prfido, todo sedesmorona poco a poco, todo emprende el camino del mar; el inmenso trabajo de denudacinque se verific con la gran montaa, empieza de nuevo en menor proporcin con los montonesde escombros. Ahuecados por el agua, diminuyen gradualmente de altura, se parten en colinas

    diferentes. No obstante, aun aminorada por el trabajo de siglos, derruida y arruinada, la mesetase extiende en la base de la montaa bastara para acrecentar en algunos millares de metros lacumbre superior, si adquiriera nuevamente su primera posicin en hiladas de rocas. Unaantigua oracin de los indios dice: Lamiendo los montes es como ha formado los campos laroca celestial, es decir, la lluvia del cielo.

    Ante nuestros propios ojos contina el trabajo de denudacin de las rocas con asombrosaactividad. Hay montaas compuestas de materiales poco coherentes que vemos fundirse ydisolverse, digmoslo as. branse alfoces en las laderas del monte y brechas en medio de lacresta; surcada por la aludes y por las aguas tempestuosas la gran masa, antes una y solitaria,se divide poco a poco en dos cimas distintas, que aparecen alejarse una de otra a medida quese ahonda ms el abismo.

    Especialmente en primavera, cuando el suelo est empapado en las nieves fundentes, losdesmoronamientos, los montones, las erosiones, alcanzan proporciones tales, que toda lamontaa parece que se derrumba y emprende el camino de la llanura.

    Un da de calor hmedo y suave me haba metido en un alfoz de la montaa para ver otra vezlas nieves antes de que se las llevaran las aguas primaverales. Seguan obstruyendo el fondode la quebrada, pero en muchos sitios estaban desconocidas, porque las cubran restosnegruzcos, mezclados con lodo. Las rocas pizarrosas que dominaban el alfoz parecanconvertidas en una especie de pasta y se derrumbaban en anchas hojas. El negro fondo que sefiltraba por las paredes del desfiladero se hunda con sordo chapoteo en la nieve medio lquida.Por todas partes vea cataratas de nieve sucia y de restos, y me preguntaba con cierto espanto

    instintivo si, hendindose las rocas como la misma nieve, se iran a unir por encima del valle enuna sola masa viscosa, derramndose a los lejos por el campo. El torrente, que columbraba yaen algunos sitios por los pozos en cuyos fondos se haban abismados las capas superiores dela nieve, apareca transformado en un ro de tinta por los despojos que cubran sus aguas; eraaquello una enorme masa de fango en movimiento. En lugar del sonido claro y alegre quesolamos or, el torrente lanzaba continuo mugido, el de los escombros que chocaban unos conotros y rodaban por el lecho. En la primavera, en la poca anual de la renovacin terrestre, escuando ve uno cmo se verifica esa prodigiosa labor destructora.

    Adems, inmenso e invisible trabajo se produce en la misma piedra, todos los cambioscausados por los meteoros no son ms que modificaciones exteriores; las transformaciones

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    ntimas que se verifican dentro de las molculas de la roca tienen, por lo menos, resultados deigual importancia. Mientras la montaa cambia sin cesar de apariencia por fuera, tomainteriormente una estructura nueva, y las mimas hiladas modifican su composicin. Tomando ensu conjunto, el monte es un inmenso laboratorio natural, donde trabajan todas las fuerzasfsicas y qumicas, sirvindose para su tarea de un agente soberano que no est a disposicindel hombre: el tiempo.

    Por lo pronto, el enorme peso de la montaa, igual a centenares de millares de toneladas,gravita tan poderosamente sobre las rocas inferiores, que da a muchas de ellas aspectosdistintos del que tuvieron al salir del mar. Poco a poco, bajo la formidable presin, las pizarras yotras formaciones esquistosas se disponen en hojas. Durante los millares y millares de siglosque transcurren, las molculas comprimidas se adelgazan en hojillas que pueden separarsefcilmente despus, cuando tras alguna revolucin geolgica vuelve a ser llevada la roca a lasuperficie. La accin del calor terrestre, que hasta cierta distancia por los menos crece con laprofundidad, contribuye tambin a cambiar la estructura de las rocas. As es como seconvirtieron las calizas en mrmoles.

    Pero no slo se acercan, se separan y se agrupan diversamente las molculas de las rocas,segn las condiciones fsicas en que se encuentran durante el curso de los siglos, sino que

    tambin cambia la composicin de las piedras en una carrera continua, un viaje incesante de lacuerpos que mudan de sitio, se mezclan y persiguen. El agua que penetra por todas la rendijasen el espesor de la montaa y la que sube en vapor desde los abismos profundos, sirve deprincipal vehculo a esos elementos que se atraen y se rechazan despus, arrastrados por elgran torbellino de la vida geolgica. Un cristal echa a otro cristal en las hendiduras de lamontaa; el hierro, el cobre, la plata y el oro sustituyen a la arcilla o a la cal. La piedra mateadquiere el irisado de las muchas substancias que penetran en ella. Por el cambio de lugar delcarbono, del azufre y del fsforo, se convierte la cal en marga, dolomita y en espejuelocristalino; a consecuencia de esas combinaciones la roca se hincha o se encoge, y lentasrevoluciones se verifican en el seno de la montaa. Pronto la piedra, comprimida en espacioharto estrecho, levanta y separa las hiladas superiores, hace caer enormes lienzos, y con lentosesfuerzos, cuyos resultados son iguales a los de poderosa explosin, agrupa de nueva manera

    las rocas de la montaa. Ora se contrae la piedra, ora se hunde, ya se abre en grutas, ya engaleras, ya se verifican grandes hundimientos, modificando as la apariencia y exterioridad delmonte. A cada modificacin ntima en la composicin de la roca, corresponde un cambio en elrelieve. La montaa rene en s todas las revoluciones geolgicas. Ha crecido durante millaresde siglos, ha decrecido durante igual tiempo, y en sus hiladas se suceden sin trmino todos losfenmenos de crecimiento, que se verifican en la tierra en proporcin mayor. La historia de lamontaa es la del planeta: destruccin incesante, inacabable renovacin.

    Cada roca resume un perodo geolgico. En esa montaa de tan agraciado perfil, que surge dela tierra con tan nobles actitudes, creeramos ver la obra de un da; tanta es la unidad delconjunto y tanto es lo que concurren los pormenores a la armona en general. Y sin embargo,esta montaa ha sido esculpida durante un milln de siglos. Ah, antiguo granito relata las

    viejsimas edades en que aun no haba cubierto la escoria terrestre la fibra vegetal. La egnesia,que se form quizs en la poca en que aun no haba nacido animales ni plantas, nos dice quecuando el Ocano la dej en sus orillas ya haban sido demolidas por las olas algunasmontaas. La placa de pizarra que conserva los huesos de un animal, o solamente una ligerahuella, nos cuenta la historia de las innumerables generaciones que se han sucedido sobre latierra en la incesante batalla por la vida; los rastros de hulla nos habla de aquellos bosquesinmensos, representados despus de su muerte por ligeras capas de carbn; el acantiladocalizo, amontonamiento de animales revelados por el microscopio, nos hace asistir al trabajo delas multitudes de organismos que pululaban en el fondo de los mares; los residuos de todasclases nos recuerdan las aguas pluviales, las nieves, los ventisqueros, los torrentes, limpiandolos montes como lo hacen hoy y cambiando de siglo en siglo el teatro de su actividad.

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    Al pensar en todas esas revoluciones, en esas transformaciones incesantes, en esa seriecontinua de fenmenos que se producen en la montaa, en el papel que representa en la vidageneral de la tierra y en la historia de la humanidad, se comprende a los primeros poetas que,con la base del Pamir o del Bolor, contaron los mitos de donde se han derivado todos losrestantes. Nos dicen que la montaa es una creadora: vierte en las llanuras las aguasfertilizadoras y les enva el lgamo alimenticio; con la ayuda del sol, da nacimiento a plantas,animales y hombres; da flores al desierto y lo siembra de ciudades felices. Segn antigua

    leyenda helnica, el que hizo surgir los montes y model la tierra fue Eros, el dios eternamentejoven, el primognito del Caos, la Naturaleza renovada sin cesar, el dios del amor eterno.

    CAPTULO VII

    LOS DESPRENDIMIENTOS

    No se transforma nicamente la montaa en llanura por las erosiones que le hacen sufrir lluvias,heladas, nieves resbaladizas y aludes; tambin considerables fragmentos se desgarranviolentamente para hundirse de pronto. Es frecuente semejante catstrofe en las partes delmonte donde los estratos, enderezados o inclinados, estn muy separados unos de otros pormaterias de diferente naturaleza, que el agua puede ablandar o disolver. Si estas substanciasintermedias llegan a desaparecer, las hiladas desprovistas de apoyo, se derrumbaran en el valletarde o temprano. Al lado de los grandes tajos forman, despus de cados estos restos, uncerro, un montecillo o hasta una montaa secundaria.

    Una cima elevada, a la cual gustaba yo de trepar por su aislamiento y la altiva vlelas de susaristas, me haba parecido siempre (como la cumbre principal) una roca independiente, sujeta

    por sus profundos cimientos a la tierra subyacen, y no era, sin embargo, ms que undesprendimiento de la montaa vecina. Lo conoc un da en la posicin de las capas y en elaspecto de los planos de fractura visibles an en las dos paredes correspondientes. La masaderrumbada, que llevaba consigo aldeas, campos, bosques y pastos, no haba hecho, despusde la rotura, ms que girar sobre su base y dar vueltas sobre si misma. Una de sus carasestaba hundida en el suelo, y por el otro lado se haba desarraigado en parte. Al caer habacerrado la salido de un valle, y el torrente, que en otro tiempo corra pacficamente por su fondo,haba tenido que transformarse en lago para cegar la hoya en que estaba encerrado, y dedonde vuelve a bajar hoy en corrientes y cascadas sucesivas. Sin duda la ocurrieron estoscambios antes de estar habitado el pas, porque la tradicin no ha conservado elacontecimiento, El gelogo es quien cuenta al aldeano la historia de su propia montaa.

    Cuanto a los desmoronamientos de menor importancia, a esas cadas de ocas que, sintransformar aparentemente el aspecto de las comarcas, no dejan de sustituir los pastos ni deaplastar a los pueblos con sus habitantes, no necesitan los montaeses que los describan;desgraciadamente, hartas veces han presenciado tan terribles sucesos. Generalmente lo suelenconocer por anticipado. El impulso interior de la montaa que trabaja, hace vibrarincesantemente a las piedras en toda la pared: guijarros medio arrancados se separanprimeramente y ruedan saltando a lo largo de las pendientes; masas de mayor peso,arrastradas a su vez, siguen a las piedras, dibujando como ellas poderosas curvas en losespacios; despus les toca a lienzos enteros de roca a lienzos enteros de roca; todo lo quedebe derrumbarse rompe los lazos le unan al sistema anterior de la montaa, y de pronto,

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    espantoso granizo de peasco cae sobre la llanura estremecida. El estrpito es inenarrable;parece la lucha de cien huracanes. Hasta en mitad del da, los trozos de roca, mezclados conpolvo, tierra vegetal y fragmentos de plantas, obscurecen completamente el cielo. Y a veces,siniestros relmpagos, producidos por peascos que dan unos contra otros, brotan de latiniebla. Despus de la tempestad, cuando la montaa no desprende ya sobre la llanura rocasquebradas, cuando la atmsfera ha aclarado otra vez, los habitantes de los campos respetadosse acercan a contemplar el desastre. Casas y jardines, cercados y pastos han desaparecido

    bajo el horroroso caos de piedras: all duermen tambin el sueo eterno de amigos y parientes.Unos montaeses me contaron que en su valle, una aldea destruida dos veces por esos aludesde piedra, ha sido edificada por tercera vez en el mismo sitio. Los habitantes habran queridohuir de all y elegir ancho valle para su morada, pero ningn pueblo vecino quiso acogerlos nocederles tierras; han tenido que permanecer bajo la amenaza de las rocas suspendidas. Todaslas noches algunas campanadas les recuerdan los pasados terrores y les advierten la suerteque quiz les cabr durante la noche.

    Muchas rocas desplomadas que se ven en medio de los campos tienen leyendas terribles; otrashay cuya presa se les escap. Uno de esos enormes peascos, inclinado y con la basearraigada por todas partes en el suelo, se yergue junto al camino. Al admirara sus soberbiasproporciones, su potente masa, la finura de su grano, experimentaba yo cierto espanto. Una

    veredilla que se apartaba del camino, iba derecha hasta el pie de una piedra formidable. Allcerca estaban amontonados restos de vajilla y de carbn; la valla de un jardn se parababruscamente en la roca, y acirates de legumbres, medio invadidos por la hierba, rodeaban unlado de la enorme masa.

    Quin haba escogido tan caprichoso lugar para establecer all un jardn y para abandonarloluego? Poco a poco fui comprendindolo. El sendero, la pila de carbn, el jardn, habapertenecido a una casuca aplastada entonces bajo la roca. Supe ms tarde que durante lanoche del derrumbamiento dorma un hombre solo en aquella casa; despertndolesobresaltadamente el estrpito del peasco bajando de punta a punta por la montaa, y saliescapando por la ventana para buscar abrigo detrs del ribazo del torrente; apenas habadejado su habitacin, cuando el enorme proyectil de desplomaba sobre la cabaa y la hunda

    algunos metros en el terreno, bajo su peso. Desde su afortunada fuga, reconstruy el hombrese choza, cobijndola confiadamente en la base de otra roca desprendida del muro formidable.

    En ms de un valle hay hacinamientos de piedras, las cuales forman desfiladeros por dondedifcilmente se abren paso senderos y torrentes. Nada ms curioso que el desorden de esasmasas mezcladas en laberinto sin fin. Arriba, en la ladera del monte, se conoce todava, por elcolor y forma de las rocas, el lugar donde se produjo el desprendimiento; pero resultainexplicable que un espacio tan corta dimensin aparente haya podido vomitar en el vallesemejante diluvio de piedras. En medio de esos caprichosos y formidables peascos, al viajerose le antoja aquello un mundo extrao, en nada semejante al planeta que conocemos, a lasuperficie lisa o regularmente sinuosa. Se alzan aqu y all rocas semejantes a fantsticosmonumentos que figuran torres, obeliscos, prticos almenados, fuertes columnas, tumbas

    erigidas o derribadas. Puentes de una sola pieza oculta ocultan el torrente; se ven abismarse ydesaparecer las aguas bajo el enorme arco, y hasta su ruido deja de orse. Entre losmonstruosos edificios aparecen formas gigantescas, como las de los animales fsiles, cuyasosamentas dislocadas se hallan algunas veces en las capas terrestres. Megaterios,mastodontes, tortugas gigantescas, cocodrilos alados, todos esos seres quimricos. Haymillares de piedras amontonadas en el desfiladero, y cualquiera de ellas podra servir decantera y bastar para la construccin de pueblos enteros.

    Esos conjuntos caticos, que miro con toda admiracin, y en cuya entraa penetro no sintitubear, son poca cosa comparados con algunas montaas derrumbadas, cuyos restos cubrendistritos de gran extensin. Hay masas montaosas cuyos restos cubren distritos de gran

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    extensin. Hay masas montaosas cuyos vrtices se componen de compacta y pesada roca,que descansan sobre capas fciles de desmenuzar por las aguas. En semejantes masas, lascadas de piedras son un fenmeno normal, como los aludes y la lluvia, y siempre debe mirarsea la cima, por si se prepara el desprendimiento. En una regin no muy lejana, llamada el pas delas ruinas, hay dos montaas que, segn cuentan los habitantes, combatieron en otro tiempouna contra otra. Ambos gigantes de piedra, animados por un soplo vital, se armaron con suspropias rocas para destrozarse y demolerse mutuamente. No lo consiguieron, porque aun

    siguen en pie, pero es fcil de imaginar el prodigioso hacinamiento de peas que, desde aquelcombate, cubre a lo lejos las llanuras.

    A veces el hombre a pesar de su debilidad, ha querido imitar a la montaa, con el nico fin deaplastar al prjimo. Especialmente en los desfiladeros, en los sitios en que el estrecho alfozdominan tajos escarpados, era donde se reunan los montaeses para hacer rodar lospeascos sobre las cabezas de sus enemigos. De esa manera, ocultos los vascongados detrsde las malezas en las pendientes de las montaas de Altabscar, esperaban al ejrcito francsdel paladn Roldn, que deba penetrar en el estrecho paso de Roncesvanlles. Cuando lascolumnas de soldados extranjeros, semejantes a larga serpiente que se escurre por una rendija,llenaron el desfiladero, oyese un grito y se desploma un diluvio de peascos sobre lamuchedumbre que pasaba debajo. El arroyo del valle se aument con la sangre que sala de las

    aplastadas carnes como el vino del lagar, y arrastro humanos cuerpos y miembros trituradoscomo arrastraba los guijarros en tiempo de tormenta. Perecieron todos los guerreros franceses,confundidos unos con otros en sangrienta masa. Todava se ensea al pie de Altabscar el sitioen que muri el paladn Roldn con sus compaeros, pero las piedras que aplastaron a suejercito tiempo ha que estn cubiertas bajo una alfombra de brezos y de juncos.

    El resultado de nuestra diminuta labor humana es poca cosa, comparado con losdesprendimientos naturales producidos por la accin de los meteoros o a consecuencia delimpulso interior del monte. Aun pasados largos siglos, los grandes aludes de piedras ofrecentan revuelto aspecto, que dejan en el espritu una impresin de horror y de espanto. Perocuando la Naturaleza ha acabado por reparar el desastre, los sitios ms agradables de lamontaa son precisamente aquellos en que lo escarpado se ha sacudido para llenar de rocas

    su base. Durante el curso de los siglos trabajaron las aguas, llevando arcilla y leve arena parareconstruir su cauce y formar en las cercana una capa de tierra vegetal; los torrentes hanlimpiado poco a poco su lecho, royendo o separando las piedras que les molestaban; elmonstruoso pavimento formado por las rocas ms pequeas se han cubierto de hierbas,convirtindose en pasto montuoso, erizado de puntas; los grandes peascos se han vestido demusgo y se agrupan ac y all e pintorescos collares; grupos de rboles crecen al lado de cadareborde roquizo y siempre de encantadoras manchas de verdura el grato paisaje. Como elrostro del hombre, cambia de expresin la faz de la naturaleza; a la mueca ha sucedido lasonrisa.

    CAPTULO VIII

    LAS NUBES

    Comparada con el tamao del globo, la montaa, por alta que parezca, es una simple arruga,menos gruesa en proporcin que una verruga en el cuerpo de un elefante: es un punto, un

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    grano de arena. Y sin embargo, ese relieve, tan mnimo en relacin con el gran planeta, baasus laderas y su crestera en regiones areas muy distintas de las que en la llanura sirven deresidencia a los pueblos. El peatn que en transcurso de algunas horas sube desde la base delmonte hasta las peas de la cima, hace en realidad un viaje ms grande, ms fecundo encontrastes que si empleara aos en dar la vuelta al mundo, a travs de los mares y de lasregiones bajas de los continentes.

    Gravita el aire en pesada masa sobre el Ocano y las comarcas que tienen poca altura sobre elnivel del mar, y en las alturas se enrarece y adquiere cada vez mayor ligereza. Centenares ymillares de montes elevan en la tierra sus cumbres a una atmsfera cuyas molculas estn dosveces ms separadas que las del aire en llanuras inferiores. Cambia all arriba los fenmenosde la luz, del calor, del clima y de la vegetacin; el aire ms enrarecido, deja pasar msfcilmente los rayos calricos, ya desciendan del sol, ya suban desde la tierra. Cuando brilla elastro en su cielo claro, elevase rpidamente la temperatura en las pendientes superficies. Peroen cuanto desaparece, se enfra enseguida la montaa; pierde velozmente con la radiacin elcalor que haba recibido. Por eso reina el fro casi siempre en las alturas; en nuestras montaashace por trmino medio un grado ms de fro por cada espacio vertical de doscientos metros.

    Los que habitamos en ciudades, estamos condenados a sucia atmsfera, recibimos en los

    pulmones aire ponzooso, respirado ya por otros muchos pechos; lo que ms nos asombra ynos regocija, cuando recorremos las altas cimas, es la maravillosa pureza del aire. Respiramosalegremente, bebemos el hlito que pasa, nos embriagamos con l. Nos parece la ambrosia dela cual hablan las mitologas antiguas. Se extiende a nuestros pies, en la llanura, all lejos, muylejos, un espacio brumoso y sucio, donde nada puede distinguir la mirada: aquella es la granciudad. Y pensamos con repugnancia en los aos que hemos tenido que vivir bajo aquella nubede humo, de polvo y de alientos impuros.

    Qu contraste entre esas apariencias de la llanura y el aspecto de la montaa, cuando sucumbre est libre de vapores y podemos contemplarla en la lontananza a travs de la pesadaatmsfera que gravita sobre las tierras bajas! Hermoso es el espectculo, sobre todo cuando lalluvia ha arrojado al suelo el polvo soplante y el aire est, digmoslo as, rejuvenecido. El perfil

    de rocas y nieves resalta con limpidez en el cielo azul; a pesar de la distancia enorme, el monte,azulado tambin como las profundidades areas, se dibuja con todas sus relieves de aristas ypromontorios; distinguimos los valles, las quebradas, los precipicios, a veces, al ver un puntonegro que se mueve lentamente en la nieve, hasta podemos con auxilio de un catalejo conocera un amigo que trepa la cima. Despus del ocaso, la pirmide aparece con una bellezaesplndida y pursima a un tiempo. El reto de la tierra est en la sombra, el crepsculo gris velalos horizontes del llano; las tinieblas ennegrecen ya la entrada de los alfoces, pero arriba todoes alegra y luz: las nieves, contempladas por el sol, reflejan todava sus sonrosados rayos;deslumbran, y parece tanto ms viva la claridad cuanto que sube poco a poco la sombra,invadiendo sucesivamente las pendientes, cubrindolas como un pao negro. Finalmente, sloel vrtice es bastante alto para ver el sol, dominando la curva de la tierra; se ilumina como conuna chispa: parece uno de esos prodigiosos diamantes que, segn las leyendas del Indostn,

    fulguraban en la cumbre de las montaas divinas. Sbitamente desapareci la llama;desvaneciese en el espacio. Pero no dejis de mirar; al reflejo del sol sucede el de lospurpreos vapores del horizonte. Iluminase de nuevo la montaa, pero con ms suave brillar.Parece que no existe la roca dura bajo su vestidura de rayos; slo queda un espejismo, una luzarea: parece que el soberbio monte se desprendi de la tierra y flota en la pureza del cielo.

    As contribuye el enrarecimiento del aire en las altas regiones a la belleza de las cimas,impidiendo a la suciedad de la atmsfera baja llegar hasta las cumbres, pero tambin obliga alos invisibles vapores salidos del mar y las llanuras a condensarse y a engancharse comonubes en las laderas de la montaa. Generalmente, el vapor de agua suspendido en las capasinferiores del aire no se encuentra en cantidad bastante considerable para convertirse en nube y

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    caer trocando en lluvia: la atmsfera en que flota la sostiene en estado de gas invisible. Pero encuanto la capa de aire suba al cielo, llevando consigo el vapor, se enfriar gradualmente, ypronto se revelar el agua, condensada en molculas distintas. Parece al principio nubecillacasi imperceptible, un copo blanco en el cielo, pero luego a este copo se aaden otros, yconstituyen un velo cuyos desgarrotes permiten a la mirada que penetre en las profundidadesdel espacio, como espesa masa, arrollndose en cilindros o hacinndose en pirmides. Algunasde estas nubes se yerguen en el horizonte bajo la forma de verdaderas montaas. Sus crestas

    y sus cpulas, sus nieves y sus hielos resplandecientes, sus sombros barrancos, susprecipicios, dibujan todo su relieve con perfecta limpieza. Lo que hay es que los montes devapor son flotantes y fugitivos; los form una corriente de aire, y otra corriente puededestrozarlos y disolverlos. Apenas duran algunas horas, cuando los montes de piedra duranmillones de aos; pero en realidad la diferencia no es grande. Con relacin a la vida del globo,nubes y montaas son fenmenos de un da. Minutos y siglos se confunden cuando se hansumergido en el abismo de los tiempos.

    Las nubes gustan de amontonarse alrededor de las rocas que se alzan al descubierto: a unaslas atrae hacia la roca una electricidad contraria a la suya; otras, impulsadas en el espacio porel viento, van a chocar contra la pendiente del monte, barrera enorme colocada como paraimpedirles el paso; otras, invisibles en el aire tibio aparecen al contacto de la piedra fra o de la

    nieve. La montaa condesa el vapor y lo exprime del aire. Muchas veces, contemplando un picoo un promontorio saliente, he visto las nubecillas nacientes hacinarse en torno a la heladapunta. Se eleva una humareda semejante a la que brota de un crter; pronto envuelve todos lossalientes y el monte acaba por coronarse con un turbante de nubes tejido por l mismo en elaire transparente. Parece que invisibles manos trabajan en la formacin de las tempestades yen la cada de las lluvias. Cuando los habitantes del llano ven a la montaa desaparecer bajo unmontn de nubes, presumen, al observar el tocado del gigante, la fiesta que se les prepara.Cuando chocan en el vrtice dos corrientes de aire, ardiente una y fra otra, la nube sbitamenteformada se endereza y se arremolina en el cielo: la montaa es un volcn, y el vapor se escapaincesantemente de ella con una especie de furor para ir a replegarse en la lontananza celeste,formando inmensa curva.

    Nubes desprendidas se esparcen libremente por el espacio, se juntan, se desgarran o sedeshilachan en el viento, se ensanchan y vuelan o suben hasta la atmsfera superior, muy porencima de las ms elevadas cumbres terrestres. La diversidad de sus formas es mucho mayorque la de las nubes que cien los picos de la montaa, a pesar de que estos presentanasimismo gran movilidad en sus aspectos. Ora son nubes aisladas a las que la corriente de airefro hace cambiar de sitios, y entonces se les ve serpentear por los barrancos o andar a lo largode las aristas desgarrndose en las rocas agudas, ora son nueves grandes que tapan de unavez toda una pendiente, mientras a travs de su masa espesa, que aumenta o disminuye, viajao se rompe, se ve de cuanto en cuando una cima conocida, tanto ms soberbia en aparienciacuanto que parece vivir y moverse entre los vapores giratorios. Otras veces, las brumas areas,superpuestas y de diferentes temperaturas, aparecen perfectamente horizontales y distintascomo estratos geolgicos, y dan anloga forma a los nubarrones que caen en ellas,

    disponindose en fajas regulares y paralelas que ocultan bosques y pastos, nieves y rocas, o ala velan a medias, como una gasa transparente. Otras veces, la pesada masa de las nubesborras las cimas, las pendientes superiores, toda la alta montaa, como si el cielo ceniciento uoscuro descendiera hasta la tierra; el monte se aleja y se aproxima segn el juego de losvapores que se adelgazan y se espesan. De pronto, todo desaparece desde la base hasta elvrtice; la montaa se ha perdido enteramente entre las brumas, despus baja la negro y tristeentre el vuelo eterno de las nubes.

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    CAPTULO IX

    LA NIEBLA Y LA TORMENTA

    Nos encontramos como en un mundo nuevo, temible y fantstico a un tiempo, cuandorecorremos la montaa entre la niebla. Hasta subiendo un sendero trillado, de fcil pendiente,experimentamos cierto miedo al contemplar las formas que nos rodean, cuyo incierto perfilparece oscilar en la bruma, que se va espesando y aclarando alternativamente.

    Hay que tener mucha intimidad con la Naturaleza para no sentir inquietud al verse cautivo de laniebla; el objeto ms chico adquiere proporciones inmensas, infinitas. Algo vago y oscuroparece venir a nuestro encuentro para apoderarse de nosotros. Parece una rama y hasta unrbol lo que no es ms que un tallo de hierba. Creemos que un crculo de cuerdas nos cierra elcamino, y luego es una msera tela de araa. Un da que la niebla tena poco espesor, medetuve lleno de admiracin ante un rbol gigantesco, que se retorca los brazos como