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Este libro lo ha escrito el Dr. D. Francisco Suárez Salguero, presbítero de la
Archidiócesis de Sevilla, el cual, con su elaboración propia y esmerada, lo pres-
enta teniendo en cuenta que por algunos de los textos que aquí se ofrecen, no
siendo muchos, cabría también considerarse como a modo de editor.
Agradeciendo a cuantas personas documentan al respecto por diversas fuentes
bibliográficas o informáticas.
Por todo ello y para no causar ningún perjuicio, ni propio ni ajeno, queda pro-
hibida la reproducción total o parcial de este libro, así como su tratamiento o
transmisión informática, no debiendo utilizarse ni manipularse su contenido por
ningún registro o medio que no sea legal, ni se reproduzcan indebidamente di-
chos contenidos, ni por fotografía, ni por fotocopia, etc.
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A MODO DE PRÓLOGO
EL JUDÍO HASDAY
Hasday ibn Shaprut, que aparece en ocasiones con el gentilicio Al-Yayaní (de Yay-
yan, nombre árabe de Jaén)1 y cuyo nombre completo era Hasday Abu Yusuf ben Yit-
zhak ben Ezra ibn Shaprut fue un célebre médico y diplomático judío de Al-Ándalus.2
Según el historiador Heinrich Graetz, Hasday fue desde la Edad Media el principal im-
pulsor de la conocida Edad de Oro de la cultura judía sefardí.
Su padre, Ishaq (Isaac) ben Ezrá ibn Shaprut, también natural de Jaén, fue un hombre
rico y piadoso, que incluso ejerció el mecenazgo con artistas judíos de su comunidad lo-
cal y fundó una sinagoga en aquella ciudad. Aunque Hasday empezó sus estudios en
Jaén, pronto fue enviado a Córdoba para completarlos y ampliarlos, en vistas sobre todo
a las actividades comerciales y financieras de su padre.
Siendo bastante joven dominó ya plenamente hebreo, árabe y latín, además de saber
usar a la perfección las nuevas lenguas romances emergentes, entre ellas el castellano.
Estudió también medicina, adquiriendo fama de haber descubierto un remedio o pana-
cea conocida como “Al-Faruk”, una especie de antídoto o fórmulas de antídoto contra
los venenos. Fue el médico oficial del califa Abderramán III y de su familia. Gracias a
1 Nació en Jaén (año 910) y murió en Córdoba (año 975). Cf. Manuel Carriedo Tejedo (2008): “Un sol
esplendoroso en León: el judío Hasday de Córdoba (941-956)”, en Estudios Humanísticos. Historia,
León, 7, 21-60.
2 Como Nasi de Al-Ándalus, es la primera personalidad hispanojudía cuya vida y obra se conoce con
cierto detalle. Nasi es un término hebreo (bíblico) que significa, "príncipe". En hebreo moderno, Nasi
equivale a "presidente", y no se utiliza ya en su sentido antiguo, quedando para "príncipe" la palabra
Nasich.
El Nasi era el miembro con mayor rango en la cultura judía en cuanto presidente del Sanedrín, también
cuando éste se reunía como tribunal penal. El cargo de Nasi fue creado en el año 191 a. de C., cuando el
Sanedrín perdió la confianza en la capacidad directiva de los Sumos Sacerdotes. Los romanos recono-
cieron al Nasi como "Patriarca de los Judíos", y exigieron que todos los judíos pagaran un impuesto para
el mantenimiento del cargo, que fue clasificado dentro de la jerarquía oficial romana en un puesto rele-
vante.
Según la Halajá (la recopilación de las principales leyes judías), el Nasi era el encargado de realizar al-
gunos anuncios de importancia, como el de proclamar en años bisiestos el decimotercer mes (Adar Bet),
hasta que Hillel II (320-385), publicó unas reglas para el cálculo del calendario judío.
El rabino Yehudá Hanasí (de finales del siglo II), descendiente de David, fue uno de los más conocidos
por haber redactado la Mishná. Siendo descendiente de David (también, por tanto, del linaje de Jesu-
cristo), recibió el título de Príncipe.
Gamaliel VI fue el último Nasi, siendo ejecutado en el año 425 por orden de Teodosio II, por autorizar
la construcción de nuevas sinagogas en contra de las leyes dictadas por Honorio en Occidente y por él
mismo en Oriente. Teodosio II suprimió el cargo de Nasi. Sin embargo, el impuesto siguió cobrándose y
se ingresaba en el tesoro imperial.
El rabino Adin Steinsaltz (año 2012) es el actual Nasi, que intenta de restablecer en el judaísmo tanto un
Tribunal Superior de Justicia como tribunales menores.
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sus cualidades llegó a ser uno de sus principales consejeros, y en todos sus cargos con-
tinuó durante el califato de Alhakén II. Aunque nunca llegó a recibir el título oficial de
visir, ejerció funciones similares a las de un ministro de asuntos exteriores actual y
supervisaba las aduanas en el puerto y entradas de Córdoba. Fue bien considerado en su
cargo hebreo de Nasi como máximo responsable de las comunidades judías de Al-Án-
dalus. Estableció alianzas entre el califato de Córdoba y otras potencias o territorios de
importancia. Fue el gran encargado de recibir embajadas, como la que en el año 949
envió a Córdoba el emperador bizantino Constantino VII, que trajo como regalos al ca-
lifa, entre otros, un magnífico Códice de Dioscórides, muy valorado por los médicos y
naturalistas árabes. Con la ayuda de un culto monje bizantino llamado Nicolás, Hasday
tradujo la obra al árabe.
Prestó importantes servicios al califa tratando con la embajada que, encabezada por
Juan, abad de Gorze, fue enviada a Córdoba por Otón I en el año 956. El califa, sa-
biendo que la carta del mandatario germánico contenía palabras ofensivas para el Islam,
encargó a Hasday que negociase con los enviados. Hasday pronto comprendió que la
carta de Otón no podía entregarse al califa sin antes expurgarla de todo aquello que pu-
diera resultar ofensivo a la fe musulmana. El embajador Juan de Gorze afirmó que
“nunca visto un hombre de intelecto tan sutil como el judío Hasday”.
Obtuvo también un brillante triunfo diplomático cuando surgieron dificultades entre
los reinos de León y Navarra. Sancho I de León (956-966) había sido depuesto por los
partidarios de Ordoño IV (958-960). Gracias a las gestiones de Hasday, la abuela de
Sancho, la ambiciosa y muy capaz reina Tota (o Toda) de Navarra, pidió ayuda a Ab-
derramán III para volver a instalar en el trono a su nieto. Éste, entretanto, fue curado en
Córdoba por el médico judío de su obesidad. Existe la hipótesis de que para la cura de
Sancho de León, Hasday le hizo recorrer el camino de Pamplona a Córdoba a pie. Final-
mente las tropas coaligadas de musulmanes y navarros vencieron a Ordoño IV y repu-
sieron a Sancho en el trono. A cambio, el rey de León entregó al califa diez castillos en
la zona del Duero. Hasday mantuvo su influencia en la Corte de Alhakén II, hijo sucesor
de Abderramán III.
También intervino Hasday ante la emperatriz bizantina Elena Lecapena, hija del em-
perador Romano I Lecapeno, defendiendo a una comunidad judía del sur de Italia que el
emperador quería obligar a convertirse al cristianismo. Desde el siglo XI circuló en las
comunidades judías de Al-Ándalus una carta en hebreo escrita por él y dirigida al rey de
los Jázaros, pueblo establecido al norte del mar Negro que había abrazado el judaísmo
como religión oficial. En la carta, Hasday pedía información acerca del país de los já-
zaros, e informaba a su vez sobre la situación de los judíos en Occidente. Algunos au-
tores, como Baer, dudan sin embargo de que dicha carta, que fue publicada en el siglo
XVI, sea realmente obra de Hasday ibn Shaprut.
Hasday mantuvo relación con varias de las destacadas escuelas rabínicas de todo
Oriente. Fomentó los estudios rabínicos, nombrando a Moses ben Hanoch director de
una escuela en Córdoba, consiguiendo que el pensamiento judío de Occidente se inde-
pendizase de la influencia babilónica y llegara a convertirse en el epicentro del saber
judío a nivel internacional. Su figura marca el principio de la floreciente cultura judía
andalusí. Estimuló el estudio de la literatura hebrea, y apoyó a intelectuales como Me-
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nahem ben Saruq de Tortosa, que fue protegido de su padre,3 y Dunash ben Labrat.
4
Ambos dedicaron poemas a su protector.
Para terminar, cabe señalar que la figura de Hasday inspiró la novela de Yael Guiladi5
Los Cipreses de Córdoba.
3 Poeta hebreo. No se sabe nada sobre su educación ni de su formación literaria, posiblemente fuera auto-
didacta. En el año 959 aparece en Córdoba, al servicio de la familia ben Shaprut. Su primer protector, se-
guramente desde Jaén, será el padre de Hasday, siendo el secretario y poeta de la familia. Acabó también
destacando en la diplomacia cordobesa. Escribió un Diccionario de raíces hebreas. Su vida estuvo luego
llena de vicisitudes e infortunios.
4 Destacó sobre todo en el cultivo del piyyut (composición de carácter cultual o litúrgico), aunque fue
también autor de obras de poesía secular. Discípulos del gaón (sabio) Seadya, fue rabino durante el ca-
lifato en Córdoba.
Dunash fue un destacado poeta en lengua hebrea, el primero en adaptar la métrica árabe a la poesía en
hebreo. La poesía árabe tradicional estaba basada en la cantidad vocálica (distinción entre vocales cortas
y largas), que no existía en hebreo. Dunash sustituyó este rasgo por el timbre de las vocales, estableciendo
las bases de una nueva métrica hebrea, que alcanzaría gran difusión en la poesía hebrea medieval. In-
trodujo también en la lírica hebrea la estructura de la casida árabe (que se utilizaba mucho como pane-
gírico).
Sus innovaciones fueron en su época objeto de numerosas críticas, ya que afectaban a los piyyutim (sin-
gular piyyut), un género poético de carácter litúrgico, como hemos señalado, cuya tradición estaba muy
arraigada. Fue criticado sobre todo por los discípulos de Menahem ben Saruq, quienes le acusaban de
corromper la lengua hebrea con sus innovaciones procedentes del árabe.
Algunos de sus poemas han sido incorporados a la liturgia judía, como las canciones Dror Yikra y Dvai
Hasair. Salomón ibn Gabirol (1021-1058) se refirió a él como el más importante poeta de su tiempo.
Como gramático, su obra más importante son las Tesubot (Respuestas), libro en el que critica dura-
mente la principal obra de Menahem ben Saruq; el libro Majbéret (Cuaderno), por razones tanto filo-
lógicas como religiosas (Dunash defendía la ortodoxia frente a ben Saruq, cuya obra estaba influida por la
corriente judía del caraísmo, una especie de protestantismo temprano entre el judaísmo en relación a la
Tenaj). Dunash dedicó su Tesubot al príncipe (nasi) de los judíos de España y principal protector suyo,
Hasday, en un poema laudatorio que es el primer ejemplo de su adaptación al hebreo de la métrica árabe.
En las Tesubot, Dunash introdujo por primera vez en la gramática hebrea nociones como la distinción
entre verbos transitivos e intransitivos, o entre raíces fuertes y débiles, además de ser el primero en hacer
una lista de verbos según sus raíces de tres letras. Acusa a Saruq de ser incapaz de percibir la estrecha re-
lación entre las lenguas hebrea y árabe.
5 Escritora y periodista neozelandesa que reside en Israel, gran estudiosa de la cultura hebrea que se hizo
célebre por varias novelas históricas en las que demuestra sus extensos conocimientos sobre el tema.
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SANTIAGO DE
COMPOSTELA
Abderramán III, desde Córdoba, envió una embajada a León para pactar con Ramiro
II el recate de los prisioneros musulmanes que los cristianos había capturado en Siman-
cas (año 939) y para firmar un tratado de paz. El prisionero o rehén más importante a
rescatar era Mohamed ibn Hasim, emir de Zaragoza. Los embajadores fueron el secre-
tario del califa, el judío Hasday, el arzobispo metropolitano de Sevilla Abbas ibn al-
Mundir, el obispo Abd al-Malik ibn Hassan de Elvira6 y el obispo Yacub ibn Mahran de
Urci.7 La embajada fue atendida por Ramiro II en Galicia (nombrada Yilliqia por los
musulmanes),8 concretamente en Santiago de Compostela. Aquí fue donde se firmaron
los acuerdos y se estableció un período de paz, el día 26 de agosto.
6 Granada.
7 Residente en Pechina (Almería), probablemente la ciudad en la que estuvo situada la muy antigua lla-
mada Urci.
8 En realidad, los musulmanes llamaban gallegos a todos los cristianos del norte.
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CÓRDOBA
Desde Cataluña llegaron embajadores a Córdoba con la finalidad de ratificar o forta-
lecer las negociaciones de paz que se habían firmado un año antes. La embajada fue en-
cabezada por Sendred de Cervelló, primo del conde Sunyer I.
De otra parte, los habitantes de Tortosa9 obtuvieron en Córdoba una reducción tribu-
taria, ya que alegaron por su parte ante el califa que sus vecinos los condados catalanes,
que se habían apoderado de Tarragona y de varios enclaves fortificados del entorno, les
perjudican mucho.10
Abderramán III se ocupó también en este año (el 3 de marzo) de inaugurar el canal
que va desde la sierra de Córdoba hasta el Almunia de la Noria, su residencia de recreo
favorita, al oeste de la ciudad.11
Al mismo tiempo se construyó la mezquita aljama de
Medina Al-Zahra, habiéndose empleado en menos de dos meses y de forma permanente,
sin interrupción, unos mil artesanos.12
En el ámbito cultura podemos destacar también en este año la llegada a Córdoba, pro-
cedente de Bagdad, del filólogo, lexicógrafo y gramático armenio Abu Alí al-Qali, céle-
bre por sus obras Libro de los Dictados y Libro de rarezas. Esto es indicativo de un pre-
tendido refinamiento orientalizante de Al-Ándalus, ahora tendiendo más a la cultura que
a la guerra.13
9 Cerca de la desembocadura del Ebro en el Mediterráneo.
10
El bereber Al-Mundir ibn Said al-Balluti (luego cadí de Córdoba) es encargado de la supervisión de las
fronteras.
11
Hay que tener en cuenta que este año fue de una tremenda sequía y se hicieron rogativas en las mez-
quitas para que lloviera.
12
No obstante, según una lápida encontrada no hace mucho, se lee la fecha del año 333 de la Hégira, lo
que podemos interpretar como equivalente al año 944 ó 945 de nuestro calendario cristiano.
13
Podemos destacar también en este año que fue el de la muerte del poeta persa Abdullah Jafar ibn Mo-
hamed Rudaki, más conocido sin más como Rudaki. Tenía 90 años de edad. Fue el primer genio literario
de la lengua persa, todo un clásico, a partir de la Edad Media, habiendo compuesto célebres poemas ará-
bigos.
Nació en Rudak, un pueblo de Transoxiana, en lo que actualmente se conoce como Pankakent en Tayi-
kistán. La mayoría de sus biógrafos informan que era totalmente ciego, pero el acertado conocimiento de
los colores que muestra en su poesía hace dudar sobre esta cuestión. Fue el poeta de la corte de Nasr II
(914-943) en Bujará, pero se cree que perdió luego sus favores y terminó sus días en la pobreza.
Rudaki escribió en todos los estilos poéticos, aunque su temática preferida era la bucólica: en su obra
prevalece la alegría y el optimismo. Se considera que Kalila wa Dimna, de la que se conservan sólo frag-
mentos, es su obra más destacada:
Vive felizmente con las de ojos negros
que el mundo no es nada más que viento y fábula.
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CONSTANTINOPLA
Constantinopla estuvo sitiada por Ígor de Kiev.14
La guerra la iniciaron los jázaros,15
deseos de vengarse de los bizantinos, porque Romano I Lecapeno emprendió mucha
persecución contra los judíos.
A raíz de todo esto sucedió que los rus o rusos y sus aliados los pechenegos16
desembarcaron en la costa norte de Asia Menor y se hicieron con Bitinia (mayo del año
Alégrate de lo que has conseguido
y no recuerdes el pasado.
Para mí aquel rizado y perfumado cabello,
para mí aquella cara de luna que es de raza de ángeles.
Afortunado es el que utiliza y obsequia,
desafortunado el que no utiliza y no ofrenda.
Este mundo de anhelo es como el viento y la nube,
acerca el vino, ¡pase lo que pase!
14
Monarca de la piratería varega (vikinga) de la Rus de Kiev (912-945), hijo de Rúrik. Ígor sitió Cons-
tantinopla en dos ocasiones (941 y 944) y, como su escuadra fuera destruida por el fuego griego, firmó un
tratado con el emperador (Constantino VII, siendo co-emperador su suegro Romano I Lecapeno). Pode-
mos recordar o tener en cuenta que los rusos saquearon a los árabes en el mar Caspio en los años 913 y
944. Igor reinó en verdad durante tres años, hasta su muerte (941-945). Ígor murió haciendo una colecta
de tributos de los dreulianos (junto al ucraniano río Irpín), tras lo cual se vengó de él su esposa Olga
(Santa Olga). Las crónicas asocian su muerte a sus excesivas ganancias, indicando que intentaba reco-
lectar tributos por segunda vez en el mismo mes. Como resultado de esto, Olga modificó el sistema de
obtención de tributos (poliudie).
Santa Olga, de origen varego, murió en Kiev el 11 de julio del año 969. Se tiene el año 903 como el de
su matrimonio con Ígor de Kiev. Tras la muerte de éste, fue regente rusa de su hijo Sviatoslav I de Kiev.
Fue la primera soberana de los rusos convertida al cristianismo (ortodoxo), entre los años 945-957. Las
ceremonias para su recepción formal en Constantinopla aparecen minuciosamente descritas por el em-
perador Constantino VII en su obra De ceremoniis. Tras su bautismo, tomó el nombre cristiano de Ye-
lena, en honor de la emperatriz reinante Elena Lecapena.
Olga fue la primera rusa proclamada Santa, habiéndose propuesto la evangelización de sus territorios.
Sin embargo, no logró la conversión de su hijo Sviatoslav I. El cristianismo como religión de Rusia em-
pezó por obra de su nieto San Vladimiro I de Kiev.
15
Pueblo búlgaro procedente del Asia central, llamados así por el significado de errantes en lengua turca.
En el siglo VII dominaron gran parte del Cáucaso, a orillas del mar Caspio, donde con el paso del tiempo
el judaísmo fue religión oficial. En su momento de máximo esplendor, los jázaros y sus tributarios con-
trolaron buena parte de lo que hoy es el sur de Rusia, Kazajistán occidental y Ucrania oriental, además de
Crimea, entre otros territorios.
Los jázaros fueron importantes aliados del Imperio Bizantino contra el Imperio Sasánida y fueron una
significativa potencia regional en su momento de máximo esplendor. Emprendieron una serie de guerras,
todas victoriosas, contra los califatos árabes, evitando así posiblemente la invasión de los mismos hacia la
Europa Oriental. A finales del siglo X, su poder declinará frente al Rus de Kiev, desapareciendo miste-
riosamente de la historia.
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941). Como era habitual, parece ser que habían sido bien informados de que la capital
imperial estaba desguarnecida y era vulnerable a los ataques, porque la flota bizantina
luchaba contra los árabes en el Mediterráneo y la mayor parte del ejército imperial se
habían estacionado a lo largo de las fronteras orientales.
Siendo sitiada Constantinopla, Lecapeno organizó la defensa de la ciudad mediante
quince buques equipados con fuego griego. Ígor deseaba capturar los barcos y sus tri-
pulaciones, pero desconocían los lanzallamas, y su flota fue rodeada. Luego, en un ins-
tante, el fuego griego fue arrojado a través de tubos a los rusos y sus aliados.17
Así pues, los bizantinos lograron dispersar la flota rusa, pero no pudieron impedir que
los paganos saquearan las afueras de Constantinopla, tras lo cual se aventuraron al sur,
por Nicomedia, causando mucho pavor y destrozos.18
En septiembre, Juan Tzimisces y Bardas Focas, dos de los mejores generales bizanti-
nos, regresaron rápidamente a la capital, ansiosos por repeler a los invasores. Los ru-
sos, con su flota, trasladaron rápidamente sus operaciones a Tracia. Cuando estuvieron a
punto de retirarse, cargados de trofeos, la armada bizantina mandada por Teófanes cayó
sobre ellos y los derrotó.19
16
Pueblo seminómada proveniente de las estepas del centro de Asia, de habla túrquica, que invadieron la
Europa oriental y central por Bulgaria, Hungría y Ucrania (siglo IX).
17
El obispo y cronista Liutprando de Cremona escribiría que "los rus, viendo las llamas, saltaron por la
borda, prefiriendo el agua al fuego. Algunos se hundieron, abrumados por el peso de sus corazas y cas-
cos, otros se quemaron". Los prisioneros fueron decapitados.
18
Los cronistas relataron muchas atrocidades. Contaron que los rusos crucificaron a sus víctimas cla-
vando los clavos en la cabeza de los que apresaron.
19
Parece ser, según las fuentes, que los rusos perdieron la totalidad de su flota en aquel ataque sorpresa,
regresando a Crimea muy pocos y maltrechos barcos. Los prisioneros fueron llevados a Constantinopla,
donde fueron decapitados. Según los jázaros, Ígor logró escapar y murió después luchando contra los
árabes junto al mar Caspio.
Todos esos informes puede que sean exagerados, ya que Ígor atacó de nuevo a Constantinopla en el año
945, cuando hizo un tratado con el Imperio Bizantino.
~ 14 ~
CELANOVA: MONASTERIO
DE SAN SALVADOR
El muy notable y conocido obispo Rosendo20
de Mondoñedo renunció a su sede para
trasladarse al monasterio de San Salvador de Celanova,21
que él mismo había fundado
en 936.
20
San Rosendo, de quien trataremos biográficamente de manera más completa en el momento de su
muerte, en el año 977.
21
En la provincia de Orense. Tras la desamortización de Mendizábal (siglo XIX) es ayuntamiento e insti-
tuto de la localidad. La magnífica obra que hoy se contempla es el resultado de la evolución arquitectó-
nica de una construcción que se inició en los tiempos del fundador con un conjunto de pequeñas edifi-
caciones levantadas en las inmediaciones de una antigua capilla.
Pervive de esos tiempos la capilla de San Miguel, destacado ejemplo de la arquitectura mozárabe, si-
tuada actualmente tras el ábside del templo monacal, en lo que se denominó la “huerta del noviciado”.
Finalizada en el año 942, es la joya del conjunto y uno de los edificios religiosos más singulares de
España (Monumento Nacional desde 1923). Levantada con perfectos sillares de granito de medidas muy
diversas y asentados a hueso, mide 8,5 metros de largo por 6 de alto, ocupando en planta no más de 22
metros cuadrados. Tanto desde el exterior como interiormente, se distinguen tres volúmenes o cuerpos
identificativos de la denominada arquitectura mozárabe o de repoblación. El primero de ellos es la nave,
desde la que se accede al interior, y que está cubierta con bóveda de cañón. Un cuerpo central, de mayor
altura que los demás, se superpone en el centro con bóveda interior de aristas de ladrillo, y hay un vola-
dizo al exterior muy salido y dotado de las características ménsulas de rollos. El tercer cuerpo es el áb-
side, al que se accede por un arco de herradura con alfiz. En su interior presenta una bóveda gallonada. La
serena belleza de San Miguel es ya un buen regalo para quien visite Celanova. Sus pequeñas dimensiones
llevan a hacer dudosa cualquiera teoría que se realice sobre su función original. Ya fuera capilla para la
devoción privada, ya edificio funerario, lo cierto es que está dedicada a San Miguel Arcángel y fue
mandada construir por Froila, hermano de San Rosendo, tal como revela una inscripción de la época
grabada sobre el dintel de la puerta y que constituye una plegaria a Cristo, de “Froila, pecador e indigno
siervo de Dios”, para que el visitante lo encomiende en sus oraciones.
~ 15 ~
MONASTERIO DE SAN
JUAN DE LAS ABADESAS
En noviembre murió en el monasterio benedictino de San Juan de las Abadesas22
su
célebre abadesa Emma, a los 62 años de edad. Como sabemos, fue hija de los condes de
Barcelona Wifredo el Velloso y de Guinidilda de Ampurias.
En el año 885, Wifredo fundó el monasterio de San Juan de las Abadesas con el fin de
propulsar la repoblación de las comarcas centrales de Cataluña. Emma fue nombrada
abadesa. Mientras era una niña, toda su actuación fue dirigida por sus padres y por una
comunidad de canónigos. Cuando murió Wifredo (año 897) fue ella quien dirigió ya
plenamente el cenobio.23
Emma activó la repoblación del valle de San Juan, pero su acción se desplegó también
hacia las tierras del Vallés y del Berguedá. Envió personal excedente del ya saturado
valle de San Juan y gente que bajaba de las comarcas del alto Pirineo. Emma fue adqui-
riendo pequeñas o grandes propiedades con las que el monasterio llegó a tener un terri-
torio equivalente al de un condado. Su soberanía era también parecida a la de un conde.
Por concesión de su padre, sus dominios estaban exentos de toda interferencia de los
condes vecinos a los que ella supo oponerse y hacer valer su autoridad.
Siempre se mostró espiritual y piadosa. Su acción no se limitó a realizar trasvases de
población. Con la construcción de iglesias, ponía en los nuevos pueblos una presencia
espiritual y establecía elementos de cohesión. Mediante sínodo consiguió reafirmar sus
derechos sobre las parroquias situadas dentro de sus dominios. En el monasterio de San
Juan, estableció un scriptorium en el que se confeccionaban los libros litúrgicos con los
que proveía a las nuevas fundaciones. Detrás de la amplia actuación económica y po-
lítica de Emma siempre hubo un espíritu cultivado y ferviente.
Ahora que ha muerto, mediante la intervención de su hermano el conde Sunyer I en el
monasterio le sucede una abadesa que no parece que vaya a destacar demasiado.24
22
En la comarca del Ripollés (Gerona).
23
El primer documento escrito que acredita este dato es del año 898. Identificada con su cargo y dotada
de una visión y energía excepcionales, Emma cumplió muy eficientemente la misión que tenía como aba-
desa del monasterio.
24
Fue una desconocida e inepta abadesa (942-949).
~ 16 ~
BALTARGA
Miles de guerreros magiares (húngaros) fueron enviados por el monarca italiano Hugo
de Arlés contra los musulmanes de la Península Ibérica cruzando para ello los condados
catalanes, saqueando a su paso cuanto pudieron y les vino en gana, lanzando ataques in-
discriminados por doquier. Fue una desastrosa y desordenada campaña, sin resultado
positivo alguno. Lérida fue atacada por sorpresa, en el mes de julio. En Barbastro hi-
cieron prisionero al gobernador Yahya ibn Mohamed al-Tawil. Pero los magiares fueron
derrotados finalmente en Baltarga, en una batalla en la que murió Ermengol, el primo-
génito del conde Sunyer I de Barcelona.25
Hicieron frente a los magiares los musul-
manes catalanes y francos unidos. Pero toda esta contienda pasará a la historia como de
mucha confusión y de muy revueltas circunstancias entre bandos y condados, todo co-
mo muy internacionalizado a la vez que localizado, todo muy de irrupción de barbarie.
25
Tras la muerte de Ermengol, el condado de Osona se reintegra a las posesiones de Sunyer I.
~ 17 ~
CÓRDOBA
Este año 942 fue el del traslado de la Corte califal cordobesa a Medina Al-Zahra, ha-
biéndose concluido también la calzada que une el lugar con la Almunia de la Noria.
Córdoba está cada vez más rutilante y próspera, movida y comercial. Se está dando,
entre otros hechos a destacar, un intenso comercio entre la capital andalusí y mercaderes
que vienen desde Cerdeña y Amalfi.
En el Palacio, Abderramán III construyó un salón conocido como Al-
cázar de los Califas, cuyo techo era de oro y grueso mármol, lo mismo
que las paredes. En medio del techo colocó la gran lámpara que le había
regalado el rey de Constantinopla. El Palacio estaba revocado en oro y
plata y en medio había una alberca llena de azogue. El salón tenía ocho
puertas que estaban enjambradas en arcos de marfil y ébano con in-
crustaciones de oro y piedras preciosas, sobre columnas de mármol de
color y cristal. Cuando el sol penetraba en el salón y sus rayos alcan-
zaban la alberca y las paredes, todo brillaba con una luz que deslum-
braba la vista. Cuando el califa quería asombrar a alguien ordenaba que
se agitase el azogue y aparecían en el salón como relámpagos de luz que
estremecían los corazones, hasta el punto de que el salón parecía volar...
(Al-Maqqari: Naf al-Tib).
~ 18 ~
ROMA
Murió en Roma el Papa Esteban VIII,26
en el tercer año de su casi nada destacable
pontificado, y le sucede Marino II.27
El Papa Esteban VIII
26
Ayudó a Luis IV de Ultramar contra la insurrección de los súbditos francos. Trató de inculcar el pro-
ceder evangélico a los poderosos de su tiempo, oponiéndose como pudo a la tiranía de Alberico II.
27
Fue elegido Papa, al igual que su predecesor el recién fallecido Esteban VIII, por disposición de Al-
berico II, quien a fin de cuentas se está portando de manera semejante a su madre Marozia, teniendo para
sí Papas sometidos a su control. De este pontificado no habrá que destacar más que algunas cartas que
escriba el Papa a ciertos abades y a ciertos obispos, aunque no falta quien resalta de él que dio ejemplo de
perfección en su vida, capeando una etapa de la historia tan turbulenta en la Santa Sede, impulsando el
saber y las artes y promoviendo la reforma monacal y eclesiástica lo mejor que pudo.
~ 19 ~
CLUNY
En Cluny, el 19 de noviembre, murió su abad Odón.28
Tenía 64 años de edad, ha-
biendo sido el tercer abad de Aurillac desde 920 y el segundo de Cluny desde 926, su-
cediendo a Bernón29
y prosiguiendo sus reformas monásticas, de tan gran repercusión
eclesiástica. La vocación religiosa, inculcada por sus padres, le vino a Odón desde su in-
fancia. Tuvo buena formación desde su misma familia, una familia feudal que le pro-
porcionó todo lo relativo a la cultura de su tiempo.
Benedictino desde el año 909 fue pronto superior y maestro de la escuela abacial de
Baume, de la que antes había sido maestro Bernón. A la biblioteca de Baume propor-
cionó Odón un centenar de libros.
Como abad de Aurillac sucedió al abad Jean, pariente del que fue fundador de la aba-
día, San Gerardo, de quien escribió una biografía a petición del obispo Turpin de Limo-
ges. Este obispo fue quien le ordenó como presbítero en el año 925. Odón recopiló to-
dos los documentos y testimonios de los que habían conocido a San Gerardo y estudió
cuidadosamente la fundación y los estatutos de la abadía que había servido de modelo
para Cluny. Con la Vida de San Gerardo de Aurillac, propone Odón el primer modelo
de caballero cristiano: señor o poderoso que pone su fuerza y sus riquezas al servicio de
la justicia y de la paz.30
Escogido en su testamento por Bernón para sucederle como segundo abad de Cluny,
tomó posesión de esta abadía tras su muerte. La abadía, todavía constituyéndose, tenía
entonces 12 monjes y no muchas propiedades.31
Desde 931, por privilegio del Papa Juan XI, Odón consigue que la abadía de Cluny
tenga la misma inmunidad que la de San Gerardo de Aurillac. Al depender directamente
de la Santa Sede, se le permite dirigir todos los demás monasterios aún no reformados
que se le quieran confiar.32
Odón actuó fundamentalmente en la reforma de monasterios en Aquitania, norte de
Francia, e Italia. Entre 936 y 942 visitó Italia en varias ocasiones, teniendo gran influen-
cia, como consejero de los Papas León VII y Esteban VIII. Fundó en Roma el monas-
28
San Odón de Cluny.
29
San Bernón de Cluny.
30
Se desconoce durante cuánto tiempo fue abad de Aurillac, donde tuvo como coadjutor a Arnulphe, que
fue quien le sucedió en el año 926.
31
Es muy probable que fuera Odón el autor de facto del acta fundacional de Cluny, expedido en Bourges,
porque Odón conocía a la perfección el Derecho Canónico de entonces y el acta tiene reconocible su
firma.
32
El mayor número de monasterios reformados, sin embargo, se mantuvo independiente y se convirtieron
en varios centros de reforma.
~ 20 ~
terio de Nuestra Señora en el Aventino y reformó varios conventos, entre ellos Subiaco
y Montecasino. En varias ocasiones tuvo que ocuparse de importantes misiones diplo-
máticas y políticas, por ejemplo para poner en paz a Hugo de Arlés y Alberico II de
Spoleto.
Así pues, puede decirse que Odón se convirtió en el gran reformador de Cluny, que
vino a ser el modelo de vida monástica, sirviendo de ejemplo a la piedad en la vida co-
tidiana de la Europa del momento, enriqueciendo las bibliotecas y hasta acuñando mo-
neda, pero todo ello promoviendo la santidad. Por eso atrajo a tantos y fue llamado a re-
formar monasterios, entre ellos los de San Pablo Extramuros en Roma o el de San
Agustín en Pavía.
Y de la misma manera que Bernón le escogió a él para sucederle, él escogió a Aimar
(o Aimaro) como sucesor en Cluny.
Odón fue el primero que reunió manuscritos en la biblioteca de Cluny llevando libros
provenientes de San Martín de Tours. Entre las obras escritas por Odón, tenemos:
Collationes (Conferencias, muy estimadas y valoradas durante la Edad Media): tres
libros de ensayos de moral sobre las virtudes y los males de su tiempo, apuntando a sus
remedios con meditación espiritual y teniendo como modelo lo escrito por Juan Casiano
(siglos IV-V).
Occupatio: un largo poema épico sobre la Redención.
De Vita Sancti Gerardi o sobre la vida de San Gerardo de Aurillac, presentado como
un guerrero caballero que lucha únicamente por la paz, rehúye derramar sangre, va a
Misa habitualmente y es un modelo de humildad, sobriedad y otras virtudes. La vida de
Gerardo (militar y de santidad) es una de las primeras descripciones de un santo escritas
en lenguaje accesible para el gran público en la literatura medieval.
Epítomes o resúmenes de otras obras religiosas.
Sermones: en los que insiste en la autoridad de la jerarquía eclesiástica y en la casti-
dad.
Translatio: una historia del traslado del cuerpo de San Martín de Tours en Borgoña.33
Tenemos también obras suyas musicales, como teórico de la música y compositor,
escribiendo acerca de las notas y de las escalas musicales. Su producción musical como
compositor incluye 12 antífonas corales en honor a San Martín de Tours.
33
Una ceremonia importante en esa época.
~ 21 ~
Odón de Cluny, miniatura del siglo XI.
~ 24 ~
SALDAÑA
En torno a Saldaña34
está el señorío jurisdiccional perteneciente a Diego Muñoz,35
el
cual se alió con Fernán González, conde de Castilla, para rebelarse contra el rey Ramiro
II, con la idea de hacerle reconocer el derecho de hacer herederos de Castilla a los des-
cendientes de ambos. Ambos señores feudales fueron llamados a presentarse ante el rey.
Como Fernán González se negó a comparecer, el rey lo depuso.36
34
Provincia de Palencia.
35
Primer conde de Saldaña.
36
Aunque lo rehabilitará en el año 947.
Del condado de Monzón (Palencia), por parte de su conde Ansur Fernández, del señorío feudal de los
Ansúrez, y de su esposa Gontruda, está documentada en este año una donación al monasterio de San Pe-
dro de Cardeña (Burgos). La creación del condado de Monzón por el rey Ramiro II, probablemente an-
terior a esta fecha, podría responder a limitar la expansión de los condados de Castilla y Saldaña, lo que
podría haber motivado la rebelión de sus titulares.
A pesar del grave distanciamiento entre Castilla y León, del el año 944 existen una carta y un contrato
de permuta, fechados en Burgos a 1 de enero y a 14 de marzo respectivamente, utilizándose la fórmula
oficial de “Ramiro, rey en Oviedo, y el conde Fernando [Fernán] en Castilla”.
~ 25 ~
CASTILLO
DE PEÑA FALCÓN
Sobre una loma estrecha y alargada se levanta el castillo de Peña Falcón, en manos
cristianas.37
Parece una nave flotando en tierra.38
37
Actualmente Peñafiel (Valladolid).
38
Del origen de esta fortaleza hablan los documentos históricos del siglo X a partir de este año 943,
siendo rey de León Ramiro II. Almanzor se adueñará de este castillo en 983, quedando en poder de los
moros hasta que en 1013 lo reconquiste el conde castellano Sancho García. Este conde fue el que le
cambió el nombre de Peña Falcón por el de Peñafiel, pues cuando lo reconquistó dijo: “Desde hoy en
adelante esta será la peña más fiel de Castilla”.
Las desavenencias matrimoniales entre Urraca de Castilla y Alfonso I el Batallador propiciaron que el
rey se viera sitiado en este castillo de Peñafiel (año 1112) por las tropas de Urraca, y en otra ocasión tam-
bién por las tropas de Alfonso VI, padre de Urraca. Por entonces había sido alcaide de la fortaleza el bur-
galés Álvar Fáñez, primo hermano de Rodrigo Díaz de Vivar (el Cid Campeador). De hecho, Álvar Fáñez
es también celebrado en el Cantar de mío Cid.
La historia del castillo es como sigue, a lo largo de la Edad Media española: Fernando III el Santo dará
el señorío de Peñafiel a su hijo Alfonso X el Sabio, el cual lo transfirió a su sobrino, y nieto del rey santo,
el infante don Juan Manuel. Éste fue quien se ocupó de la reedificación del castillo y del recinto amura-
llado en la primera mitad del siglo XIV. Algo después, siendo rey de Castilla Pedro I el Cruel, se supri-
mió el señorío y pasaron sus bienes a propiedad regia. De Juan I pasó el castillo a manos de Fernando de
Antequera, y de las de éste a su hijo Juan II de Aragón. Siendo Juan todavía infante residió en el castillo
durante algún tiempo, de forma que en él nació el primogénito Carlos, príncipe de Viana (año 1421). En
él también protagonizó una revuelta contra Juan II de Castilla, quien lo tomó en el año 1451 y ordenó su
demolición. No obstante, en 1456 concedió a don Pedro Téllez Girón, Maestre de la Orden de Calatrava,
los derechos sobre los restos del castillo, incluido el de su reedificación.
Su trazado en planta posee forma muy estrecha y alargada (unos 35 metros de anchura frente a 210 de
longitud). El conjunto está defendido por una primera muralla exterior de lienzos lisos que puede datar
del siglo XI, correspondiéndose con la parte más antigua de la construcción. En su lado oriental se abre
una única puerta de acceso flanqueada por sendos torreones circulares y coronada por un matacán del que
sólo quedan los modillones. Una segunda formación de murallas delimita el recinto interior. Está consti-
tuida por 28 cubos almenados que se intercalan equidistantemente en el prolongado cerramiento defi-
niendo una sucesión de cortinas también almenadas y transitables en su cumbre a través de un adarve.
En el centro aproximado de este espacio se levanta la torre del homenaje, prisma rectangular de unos 34
metros de altura que alberga tres plantas abovedadas. El resto queda dividido por ella en dos zonas cuyos
primitivos forjados han desaparecido; servirían de alojamiento para la tropa y acogerían los almacenes y
áreas de servicio. Sus terrazas harían función de patios elevados. En una de esas alas, la sur, se encuentra
ahora el Museo Provincial del Vino.
El Castillo de Peñafiel fue declarado Monumento Nacional a mediados de 1917 y es propiedad del
Ayuntamiento del lugar.
~ 27 ~
MARCA HISPÁNICA
Dado que desde Córdoba se vio la necesidad de asentar los territorios del nordeste es-
pañol, se preparó desde el califato una expedición naval contra la Marca Hispánica, pero
tal expedición, llevada a cabo a comienzos del verano, se malogró particularmente por-
que arreciaron unas incontrolables tormentas y tempestades.
Lo más que lograron los musulmanes fue restituir a Yahya ibn Mohamed en el go-
bierno de Barbastro.39
39
Provincia de Huesca.
~ 30 ~
BURGOS
Para reforzar el control sobre Castilla, el rey Ramiro II envió a Burgos a su hijo San-
cho.40
A Fernán González lo encarceló en León, nombrando en su lugar como conde de
Castilla al conde de Monzón Ansur Fernández. También fue encarcelado el conde de
Saldaña, Diego Muñoz, en el castillo de Gordón.41
40
El futuro Sancho I, que permanecerá en Burgos al menos hasta el año 950.
Al mismo tiempo, Ramiro II logró pactar con Abderramán III una tregua de paz para cinco años.
41
Actualmente en Pola de Gordón (León). El castillo de Gordón está situado en una peña que domina el
valle del río Bernesga y la calzada que iba de León a Oviedo por el Puerto de Pajares. Tiene forma de rec-
tángulo irregular, de unos 90 por 30 metros, y fue construido con sillarejo. Parece haber tenido sólo una
torre. Actualmente, sus ruinas se reducen a los cimientos de sus muros y a un paño de la torre, que apenas
descuella dos o tres metros. La construcción del castillo se debe a Alfonso III y desempeñó un papel fun-
damental en la rebelión de sus hijos. La reina Jimena, en el año 910, se lo entregó a García, su primo-
génito, junto con los castillos de Luna, Alba y Arbolio, tras lo cual vino la abdicación de Alfonso y el
ascenso de García al trono leonés.
La encarcelación de Diego Muñoz en este castillo fue breve, pues el conde juró fidelidad al rey Ramiro
II y fue liberado.
En el año 997, el castillo de Gordón resistió los ataques de Almanzor. También resistieron los castillos
de Luna, Alba y Arbolio.
~ 31 ~
TORTOSA
En Tortosa,42
por órdenes de Abderramán III, se construyeron las atarazanas que con-
vierten el lugar en una considerable fuerza naval. También se construyó, en el interior
del castillo, una zuda o pozo que lo abastece de agua.43
De Cataluña se aprecia cada vez más en Al-Ándalus su producción de seda. Por lo
demás, puede decirse del buen hacer de los monjes y eclesiásticos de la zona, más vol-
cados hacia Francia y Europa que hacia el resto de la Península.
Más al sur, los andalusíes fortificaron la localidad de Guardamar del Segura,44
cons-
truyendo también allí una mezquita.
42
Provincia de Tarragona.
43
Este Castillo de la Zuda es actualmente Parador Nacional.
44
Provincia de Alicante. Los orígenes de esta rábida, según los datos aportados por las excavaciones, co-
rresponden a los restos del muro de una musalla o zona abierta que se levanta en la parte más alta del
yacimiento arqueológico en una fecha encuadrable a finales del siglo IX. En la segunda mitad del mismo
siglo, cuando Abderramán III consiguió pacificar y reestructurar administrativamente Al-Ándalus, del que
el Sharq era la región oriental, comenzó el control y defensa andalusí del Mediterráneo, para evitar inva-
siones y controlar el comercio.
Una rábida es una fortificación musulmana construida tanto con fines militares como religiosos. Es una
fortaleza y puesto de vigilancia, ubicada en lugares fronterizos o de importancia estratégica. A la vez, es
un monasterio árabe o islámico consagrado a la oración y a la yihad o guerra santa, por lo que implica la
existencia de lugares de oración o mezquita, con morabitos, en su recinto. Los morabitos son monjes
guerreros y también se denominan morabitos a los lugares, a modo de capillas, en que rezan y son se-
pultados. En los morabitos, como lugares de hospitalidad, se alojan también comerciantes y peregrinos.
Las excavaciones en la rábida de Guardamar del Segura comenzaron en diciembre del año 1984, con la
intención de encontrar el edificio de donde provenía una lápida que había sido encontrada en 1897 y cuya
traducción es la siguiente:
“En el nombre de Alá, el Clemente, el Misericordioso. No [hay] Dios sino Alá: Mahoma es el
enviado de Alá, se concluye esta mezquita en el mes de Almoharren el año tres y treinta s, tres-
cientos: mandó construirla Ahmed hijo de Buhlul hijo de la hija de Alwatsecbilá, el que busca la
recompensa de Alá [lo hizo] con auxilio de Mohammad hijo de Abusalema: ¿obra de Aben Morra
cha?... el constructor”.
El monasterio o rábida está formado por un excepcional complejo arquitectónico de celdas-oratorio se-
paradas por calles o espacios abiertos, en cuyo interior una comunidad de musulmanes dedicaba su vida al
retiro y a la espiritualidad.
Abundan los objetos relacionados con las actividades cotidianas: los candiles para la iluminación, las
marmitas para cocinar, los jarros, etc. Sobresale un conjunto de grafitos sobre las paredes de alguna celda,
producto de las visitas de peregrinos al monasterio.
~ 33 ~
CEUTA
Abderramán III envió a Ceuta al visir Qasim ibn Mohamed ibn Tumlus al mando de
una expedición contra la rama idrisí de los Banu Mohamed. Esto tuvo lugar en noviem-
bre y se enmarca en la necesaria política de control de las fronteras y del Mediterráneo
que afronta el califato.45
Musulmanes vencedores llevando cautivos y botín de guerra.
45
También por el norte, a Galicia, fue dirigida una aceifa del califato al mando de Ahmad ibn Mohamed
ibn Alyas. Habrá de nuevo aceifas contra Galicia en los años 948 y 949, pero todas sin demasiadas conse-
cuencias aunque ocasionaron daños. Fue de esperar, como de hecho ocurrirá, la reacción de los cristianos
a estos ataques.
~ 34 ~
DORSET: ABADÍA DE
SHAFTESBURY
En la abadía de Shaftesbury, donde era monja, murió en este año Elgiva,46
que ha-
bía sido reina consorte de Inglaterra, al haber estado casada con Edmundo I.47
El ma-
trimonio se había celebrado en el año 940 y le nacieron una hija y dos hijos.48
Elgiva
recibió sepultura en la abadía de Shaftestbury.49
Santa Elgiva
46
Santa Elgiva (también llamada Aelfgifu). Se conmemora el 18 de mayo.
47
Este matrimonio debió de ser anulado para que Elgiva pudiera profesar como monja.
48
Posteriormente los reyes Edwy y Edgar.
49
La abadía de Shaftesbury (o Shaston) fue fundada por el rey Alfredo (año 888) para una hija suya y lle-
gó a ser el cenobio más rico y poderoso de Inglaterra. Se decía (durante los siglos XV-XVI) que si su aba-
desa se casara con el abad de Glaston (o Glastonbury, otro monasterio rico y extenso), sus herederos dis-
pondrían de más tierras que el mismísimo rey de Inglaterra. Por eso, en el año 1539, el rey Enrique VIII
suprimió las dos abadías y mantuvo su peculiar política religiosa en su reinado. De tales abadías sólo que-
dan actualmente sus cimientos.
~ 36 ~
MONASTERIO
DE SANTA CECILIA
DE MONTSERRAT
Por expreso deseo del conde Sunyer I de Barcelona y de su esposa la condesa Ri-
quilda, el obispo Jordi de Vic, dispuso que Cesari fuera el abad del monasterio de Santa
Cecilia de Montserrat, instituyendo en el mismo la regla benedictina y quedando tute-
lado por la diócesis.50
La pequeña comunidad de monjes que allí queda establecida está
formada por mozárabes de tradición eremítica procedentes de Al-Ándalus. Pronto le-
vantaron una iglesia.
La condesa Riquilda donó a Cesari las iglesias de la montaña de Montserrat usurpán-
doselas al dominio del monasterio gerundense de Ripoll.51
50
Es el primer monasterio documentado en la montaña de Montserrat. Se encuentra en la localidad cata-
lana de Marganell, en la comarca del Bages. Desde 1940 hasta 1954 residió en él una comunidad de mon-
jas benedictinas. Al morir Cesari, el poderoso abad Oliba (971-1046), que era también obispo y conde de
Berga y Ripoll, intentó anexionarse el monasterio de Santa Cecília, cuando el monasterio de Ripoll tenía
ya otras posesiones en la montaña, como el monasterio de Santa María, pero se encontró con la oposición
de los monjes de la comunidad de Santa Cecilia. En 1108, la casa condal de Barcelona vinculó este mo-
nasterio al de Sant Cugat. A pesar de que la comunidad también se opuso a la unión, el cenobio quedó
unido al del Vallés durante más de 50 años. Más tarde pasó a depender de nuevo del obispado de Vic.
Aunque los monjes intentaron liberarse, el obispado de Tarragona confirmó la dependencia diocesana del
cenobio (año 1220).
El monasterio funcionó como lugar de acogida de los peregrinos que viajaban a Montserrat. En el siglo
XV entró en decadencia y en 1539 quedó unido de forma definitiva al monasterio de Santa María de
Montserrat.
Posteriormente, el edificio fue saqueado e incendiado por las tropas francesas en dos ocasiones (1811 y
1812). El abad de Montserrat, Miquel Muntadas, ordenó su reconstrucción en 1862. Funcionó como
iglesia hasta que en 1940 se instaló en el recinto una comunidad de monjas benedictinas, filial del mo-
nasterio de San Pedro de las Puellas. Las religiosas se trasladaron en 1954 hasta un nuevo monasterio, el
de Sant Benet. A partir de esa fecha el recinto funciona como refugio de excursionistas y centro de reu-
niones.
De su arquitectura destaca la iglesia románica del antiguo cenobio. Se trata de un templo de tres naves
encabezadas por tres ábsides con decoración lombarda. Las plantas de cada nave son distintas entre sí,
siendo las dos laterales más pequeñas que la nave central y una de ellas menor que la otra. Se comunican
mediante dos arcadas de medio punto. La cubierta de las naves es de bóveda de cañón mientras que los
ábsides están cubiertos con bóveda de horno.
La iglesia ha sido reformada en diversas ocasiones. La última de las reformas se realizó entre 1928 y
1931 y fue obra del arquitecto Josep Puig i Cadafalch.
51
En la documentación de estas donaciones se hace mención del castillo de Gelida, situado en el Alto Pe-
nedés de Barcelona. Es un castillo actualmente medio en ruinas con una iglesia adyacente, dedicada a San
Pedro. La iglesia es el único edificio que permanece en pie. Actualmente forma parte de un espacio mu-
seístico gestionado por la Asociación de Amigos del Castillo de Gelida.
~ 37 ~
De otra parte, el monasterio de Santa María del Camí,52
fue suprimido en este año por
el conde Sunyer I al morir su abadesa (y su hermana) Quixilona (24 de febrero), here-
dando Sunyer todas las propiedades y posesiones de la comunidad.53
Probablemente se
deba todo también a no encontrar abadesa sucesora que esté a la altura de las preten-
siones condales. No se querrá repetir con alguna inepta, como ocurrió ya en San Juan de
las Abadesas.
Santa Cecilia de Montserrat
52
En La Garriga (Barcelona). Este monasterio lo había fundado la abadesa Emma (año 921), hermana
también de Quixiliona y del conde Sunyer, con el mismo fin repoblador que San Juan de las Abadesas.
53
Queda en pie la vieja ermita, habiendo sido modificado el edificio actual varias veces en el siglo XII.
Todo había sido construido sobre antiguas ruinas romanas. La ermita es de planta prerrománica, desta-
cando su portada románica del siglo XII. Cuenta con una sola nave y está cubierta con arco fajón.
~ 40 ~
MONASTERIO DE SANTA
EUFEMIA EN COZUELOS
Florece con prosperidad en Cozuelos,54
del condado de Monzón,55
el monasterio de
monjes de Santa Eufemia.56
También es noticia que Fernán González vuelve a ser conde de Castilla, habiendo
aceptado Ramiro II su juramento de fidelidad.
54
Provincia de Palencia. Actualmente es un pueblecito de no más de 50 habitantes.
55
Monzón de Campos (Palencia), que no debemos de confundir con el Monzón de la provincia de Hues-
ca. Aunque de los orígenes de Monzón no hay fecha, sí se sabe que en el año 906 existían allí dos cas-
tillos. En la catedral de León se conserva un documento del año 916 que dice que la localidad pertenecía
al obispado leonés. En unos pocos años Monzón se convirtió en la cabeza de uno de los condados palen-
tinos más importantes, jugando un papel importante, aunque efímero, en la agitada vida del reino leonés y
del cada vez más poderoso condado de Castilla durante el siglo X.
Aunque el primer documento que hace referencia a Monzón como condado sea del año 943, parece ser
que unos años antes Ansur Fernández había sido designado ya como primer conde de Monzón. Ansur no
era otro que el hijo de Fernando Ansúrez, el cual había desempeñado años antes, por nombramiento real,
el cargo de conde de Castilla. Con otro Fernando Ansúrez, segundo conde de Monzón en el año 950, el
condado llegará a su máximo esplendor. La influencia política del condado se verá acrecentada por Tere-
sa Ansúrez, hermana del conde, al casarse con el rey Sancho I de León. Este matrimonio supuso que se
añadiesen al condado las posesiones de Tariego y Dueñas.
El actual castillo de Monzón de Campos es uno de los dos que tuvo la villa en su día, pertenecientes a la
familia Ansúrez. Está formado por un sólido torreón de planta cuadrada, de unos 13 metros de lado, al
que se le adosa un recinto de forma trapezoidal. La obra original data del siglo X, si bien se vio remo-
delado varias veces entre los siglos XII-XIV. En 1964 fue parcialmente restaurado, reconstruyéndose las
almenas del recinto. Entre los años 1966 y 1972 se completó la restauración, habilitando el castillo como
Parador Nacional, con una acertada distribución interior recreando un cierto ambiente histórico. El 22 de
julio de 1978 tuvo lugar allí la constitución del Consejo General de Castilla y León.
56
Santa Eufemia, virgen y mártir (16 de septiembre del año 303, durante las persecuciones de Diocle-
ciano), era hija de un respetable ciudadano de Calcedonia, cerca de Constantinopla. Por su condición de
cristiana, fue hecha prisionera, acabando torturada y arrojada a las fieras en los espectáculos martiriales.
Iconográficamente viene representada con la palma del martirio, una rueda y uno o más leones al lado. Es
patrona y protectora de la ortodoxia. Sus reliquias se conservan en el Duomo o catedral de Rovigno
d´Istria (Croazia).
~ 41 ~
MADINAT SALIM
Madinat Salim,57
que viene a coincidir con la antigua y arruinada ciudad romana de
Occilis, ha sido reconstruida y repoblada de musulmanes por el liberto musulmán Galib
al-Nasirí, señor de la Marca Media de Al-Ándalus, importante frontera respecto a Tole-
do, siguiendo las órdenes de Abderramán III.
57
Actual Medinaceli (Soria).
~ 42 ~
ROMA
El 1 de mayo murió en Roma el Papa Marino II,58
en el cuarto año de su pontificado,
un pontificado del que no hay mucho que contar. Era buena persona y estaba bien pre-
parado, pero le tocaron tiempos y circunstancias difíciles para su misión.59
Hizo lo que
pudo. Le sucede Agapito II (a 10 de mayo),60
designado por Alberico II, cada vez más
caracterizado como tirano en Roma. Ya veremos en su momento el balance del pontifi-
cado de Agapito II.
El Papa Marino II
58
Desconocemos su edad, ya que no se sabe el año de su nacimiento.
59
El período más humillante del Papado.
60
Probablemente romano, como sus inmediatos predecesores, pero también de este Papa desconocemos
datos biográficos y la fecha de su nacimiento, por lo que no sabemos su edad.
~ 43 ~
ABADÍA DE
GLASTOMBURY
(INGLATERRA)
El 26 de mayo murió el rey de Inglaterra Edmundo I,61
con 25 años de edad y en el
séptimo año de su reinado. Fue asesinado en la localidad de Pucklechurch (Dorset) a
manos de Leofa, un ladrón exiliado. El rey había estado participando de una fiesta en
Pucklechurch, cuando escupió a Leofa frente a la muchedumbre.62
Como el proscrito re-
chazara irse, el rey y sus consejeros lucharon contra Leofa, muriendo ambos durante es-
ta pelea. El rey fue sepultado en la abadía de Glastombury, en el condado de Somerset.
Era el hijo mayor de los cuatro que tuvo el rey de Wessex Eduardo (el Viejo) con su
segunda esposa Edgiva, hija de Sigehelm, caballero de Kent.
Accedió al trono tras la muerte de su medio hermano el rey Athelstan (año 939), ha-
biendo sido coronado en Kingston upon Thames, el 29 de noviembre de aquel año.
No tardó mucho en verse amenazado por conflictos militares, cuando el rey Amalaíb
mac Gofraid (Olaf III Guthfrithson),63
que había conquistado Northumbria, invadió las
conocidas como Tierras Medias, debido a lo cual Edmundo tuvo que firmar condiciones
de paz. De todos modos, cuando Olaf murió, Edmundo pudo reconquistar las Tierras
Medias.
De su esposa Elgiva,64
nacieron Edwy65
y Edgar,66
así como también una hija.67
Tras
la muerte de Elgiva, contrajo matrimonio con Ethelfleda (a la que ha quedado viuda a
61
Pasando a la historia como Edmundo I el Magnífico. Es considerado Santo y se conmemora el 26 de
mayo.
62
Acción que hemos de reconocer que no nos parece muy propia de un Santo.
63
Vikingo de Dublín. Tras la muerte de Athelstan, Olaf invadió York forzando a Edmundo I a ceder el
reino de Northumbria y parte de Mercia. Las monedas de aquel período, al contrario que muchas contem-
poráneas, no estaban escritas en latín o inglés antiguo sino en idioma nórdico antiguo, con la inscripción
ANLAF CVNVNGI (Rey Olaf), proviniendo la acuñación de Jórvik, con la efigie de un pájaro, probable-
mente el cuervo representativo del dios nórdico Odín.
Distinto es Olaf de York, sobrino y ahijado de Edmundo, además de su aliado, el cual, a la muerte de
Olaf III Guthfrithson, reinó en Dublín como Olaf Cuaran.
64
Santa Elgiva, de la que hablábamos años atrás.
65
Apodado el Bello.
66
Apodado el Pacífico.
67
Contrajo matrimonio con el conde Balduino de Hesdin (Francia).
~ 44 ~
los pocos meses de la boda), hija de Alfhar, señor feudal de la poderosa familia de los
Wilsaetas.
En el año 934, Edmundo I conquistó el reino de Strahclyde y le concedió sus derechos
sobre el territorio al rey Malcolm I de Escocia. Firmaron un tratado de ayuda mutua y
establecieron así una política de fronteras seguras y de relaciones pacíficas. Durante el
reinado de Edmundo I recibieron gran impulso los monasterios, iniciándose así como un
renacimiento de la Iglesia Católica en los reinos ingleses.
A Edmundo I le sucede en Inglaterra su hermano menor Edred, ferviente católico, que
tiene 22 años de edad.68 Fue coronado el 16 de agosto en Kingston upon Thames.
Edmundo I el Magnífico
68
Estaba afectado por una enfermedad de estómago, la misma que ocasionará su muerte a sus 31 años de
edad (año 955). Un cronista refiere que apenas podía ingerir alimentos. Puesto que habrá de morir soltero
y sin hijos, le sucederá entonces su sobrino, hijo de Edmundo, Edwy el Bello.
~ 46 ~
LEÓN Y CASTILLA
Unión y separación. Eso es lo que hay entre León y Castilla, ambas fuertes como lo
demuestra el fracaso de una expedición musulmana desde Córdoba contra el norte al
mando de Kand, un cliente califal, que no pudo avanzar más allá de Zamora y tuvo que
volverse de vacío.
Hubo boda. El primogénito de Ramiro II, Ordoño,69
contrajo matrimonio con Urraca
de Castilla, hija del conde Fernán González.70
69
Futuro Ordoño III (951-956).
70
Parece ser que Urraca de Castilla será la madre del futuro rey Bermudo II. No obstante, Castilla man-
tendrá su independencia de León.
Podemos contar también de este año que Fernán González donó al monasterio de San Millán de la Co-
golla el monasterio de San Juan Bautista de Zafiuri (actual Cihuri, en La Rioja, declarándola villa poco
después y donándola también a San Millán de la Cogolla).
Esto de las donaciones estaba mucho en vigor por estos tiempos. Otros ejemplos de las mismas son los
de los catalanes. El conde Guillem de Ribagorza (o Ribagorça, en Lérida) y su tío el obispo Ató de Roda
(Huesca) hicieron donación al monasterio benedictino de Lavaix (Alta Ribagorza) de la iglesia de Sant
Joan d’Espluga de Serra (Pallars Jussá, en Lérida). La iglesia de Sant Joan de Viu, en Viu de Llevata
(también de la Alta Ribagorza) fue donada al monasterio de Lavaix con el fin de fundar un priorato, el
cual no alcanzó demasiada importancia.
Los condes de Cerdanya y Besalú lograron el nombramiento de un pariente de ambos, Riculf II, como
obispo de Elna (un municipio francés de los Pirineos orientales). Es digna de ser visitada la catedral de
esta antigua sede dedicada a las Santas Eulalia de Barcelona y Julia. Hubo obispos desde el siglo VI hasta
el XVII. Actualmente es la diócesis de Perpiñán-Elna.
~ 47 ~
MONASTERIO
DE SANT PERE DE RODES
EN PORT DE LA SELVA
(ALTO AMPURDÁN)
Al monasterio de Sant Pere de Rodes, regido por el abad Eldesind,71
en Port de la Sel-
va (Alto Ampurdán), se retiró el conde Sunyer I, por motivos de edad y de salud, tras
abdicar a favor de sus hijos Borrell II y Miró, conjuntamente condes de Barcelona, Ge-
rona y Osona.72
Tras este retiro murió Sunyer (o Suñer) I.73
Al morir su tío Radulfo I de Besalú (en los primeros años del siglo X), surgió un con-
flicto entre Sunyer y su hermano Miró de Cerdanya disputándose el condado de Besa-
lú, resultando la incorporación de Besalú a Cerdanya, a cambio de lo cual Miró renun-
ciaba a sus aspiraciones al condado de Barcelona.
Sunyer I contrajo matrimonio por primera vez con Aimilda (año 914), naciendo de es-
te matrimonio Ginidilda de Barcelona, casada con el conde Hugo I del alto Quercy.
En 925, Sunyer se casó en segundas nupcias con Riquilda de Tolosa, hija del conde
Roergue, con la que tuvo cuatro hijos y una hija: Armengol I de Osona (925-943), Miró
I de Barcelona, Borrell II de Barcelona, Adelaida de Barcelona (casada con Sunifredo II
de Urgel y luego abadesa de San Juan de las Abadesas) y Guillermo de Barcelona.
Con una política de repoblación, sobre todo del condado de Osona, Sunyer protegió y
fortaleció las instituciones monásticas y eclesiásticas, concediéndoles tierras, con dona-
ciones y tributos.
En su política exterior, Sunyer fue abandonando la habitual actitud defensiva que ha-
bía predominado entre los condes catalanes y luchó abiertamente contra los musulma-
nes, sobre todo en Lérida y Tarragona, a la vez que mantenía relaciones diplomáticas
con el califato para poder continuar con su política de repoblación.
71
Parece ser que con monjes benedictinos procedentes de la mozarabía andalusí que buscaron lugar más
seguro y tranquilo para sus vidas.
72
Encargándose respectivamente de los asuntos militares y exteriores (el primero) y del gobierno de Bar-
celona (el segundo). Precisamente será Miró el encargado de la reconstrucción del acueducto romano
barcelonés conocido como Rec Comptal.
73
Hijo de Wifredo el Velloso (hermano pequeño de Wifredo II Borrell, Sunifredo de Urgel y Miró de
Cerdaña), conde de Barcelona, Gerona y Osona desde el año 911. También se sostiene que murió en el
monasterio de la Grassa (condado de Conflent, allende los Pirineos) y hacia el año 950, a la edad de entre
57 ó 60 años de edad más o menos (pues nos resultan inciertas las fechas de nacimiento y de defunción).
~ 48 ~
Entre los años 936-937 luchó contra los musulmanes desplazando campañas por el li-
toral mediterráneo hacia el sur, obteniendo significativas victorias, incluso tomando el
control temporal sobre Tarragona y Tortosa.
~ 49 ~
CÓRDOBA Y TAHERT
Con la ayuda del califato de Córdoba, que emite ya monedas desde la ceca de Medina
Al-Zahra, el príncipe bereber miknasí74
Hamid ibn Yasal conquistó Tahert,75
pero el
74
De Miknasa Al-Asnam (actual Zalamea de la Serena –o tal vez Villanueva de la Serena–, en la pro-
vincia de Badajoz, aunque la localización de esta ciudad musulmana bereber sigue siendo en la actualidad
bastante enigmática). Miknasa es el nombre, según las fuentes árabes, de una ciudad, de una tribu bereber
y de una estación caminera situada a cuatro jornadas al norte de Córdoba, en la ruta que unía esta ciudad
con la de Zamora, en el reino de León, a través de tierras extremeñas.
En la época musulmana existieron tres ciudades con el nombre de Miknasa: una, la más antigua, situada
en el norte de África, llamada actualmente Meknés o Mequinés, cercana a la ciudad de Fez, y las otras
dos en Al-Ándalus, la del valle del Ebro, llamada hoy Mequinenza y la extremeña perdida hasta la fecha
en la comarca de La Serena.
La ciudad extremeña tuvo un sobrenombre o calificativo que de por sí podría ayuda a localizarla:
Miknasa al-Asnam (Miknasa de la de las columnas). Los árabes llamaron Asnam a la actual comarca de
La Serena.
El paisaje de La Serena, una penillanura bastante monótona, aunque llena de encinas y alcornocales (y
un monte bajo en el que abundan jaras, tomillos, cantuesos y retamas), posee sin embargo unos relieves
graníticos y pizarrosos que podrían ser los que se denominan con el término asnam.
Al oeste de la comarca aparece el batolito granítico de los Pedroches. Estos granitos se encuentran su-
perficialmente enrasados con el nivel general de la penillanura y por ello forman parte igualmente del
substrato rocoso de esta comarca. Más al oeste aparecen otras sierras cuarcíticas.
Entre los grupos tribales de beréberes que intervinieron (año 711) en la primera conquista del solar his-
pano se encontraban los Miknasa, los Nafza y los Hawwara, emigrantes de las regiones montañosas del
Rif y del Gran Atlas, los cuales una vez finalizada la conquista se establecieron en las mejores tierras de
las comarcas del centro y del oeste peninsular: Los Miknasa en la cuenca del Guadiana, en La Serena; los
Nafza en las vegas del Alagón y penillanura trujillana, y los Hawwara en las vegas del Tajo y en la Jara
toledana, regiones todas ellas pertenecientes al distrito o cora de la Marca Inferior cuya capital era Mé-
rida.
A estas regiones fronterizas, donde abundaban los bereberes, más bien fanáticos y fáciles tanto a la
conversión como a la apostasía, afluyeron a fines del siglo IX y principios del X los iluminados y místicos
que intentaron hacer adeptos entre los más destacados como crédulos (podemos recordar a Ibn al-Qitt y su
campaña contra Zamora).
El cronista árabe Al-Razi señala que en el verano del año 915, “salió el tirano Ordoño, hijo de Alfonso,
rey de los leoneses infieles, a quienes Dios maldiga, con sus mesnadas hacia tierras musulmanas, ata-
cando el norte de Miknasat al-Asnam, tomando la fortaleza de Alanje y haciendo gran daño a los mu-
sulmanes [...]. Salió de su capital, León, a la ciudad de Zamora [...]. Era objetivo del maldito la ciudad
de Mérida, la mayor de las regiones occidentales de Al-Ándalus: cruzó, pues, el Tajo, por el puente de
Alcántara, con guías de su propia religión y desvergonzados musulmanes tránsfugas, entre los que los
más hábiles eran dos hombres de Mérida, de la tribu Masmuda, clan de los Baranís, que estaban con él,
llamado uno Ibn al-Risi [...] para guiarles. Envió a ambos con un gran cuerpo de caballería por delante
de su ejército, para sorprender la ciudad de Miknasa antes de que lo advirtiera la población y se pre-
caviera […]”.
También se cuenta (año 916) que Ibn Marwan, emir de los muladíes de Badajoz, se vio obligado a en-
frentarse con los miknasíes, porque eran “un nido de salteadores de caminos y refugio de criminales”.
75
En la actual Argelia.
~ 50 ~
avance del califa fatimí76
contra los bereberes le hizo retroceder y retornar a la Penín-
sula.
Zalamea de la Serena (Badajoz): Diptylo sepulcral romano (único en nuestra arqueo-
logía peninsular, aunque similares a él se encuentran en Siria). El monumento conme-
morativo funerario está fechado en el siglo I (año 102).
76
Ismail al-Mansur (Ismael Almanzor: 946-952). Los fatimíes formaron califato en el norte de África
desde el año 909 hasta el 1171.
~ 51 ~
NEKOR
En el emirato de Nekor,77
los súbditos se rebelaron y mataron al emir (Abd al-Samí
ibn Jurthum ibn Idris ibn Salih I ibn Mansour), sustituyéndolo por uno de sus parientes
que estaba refugiado en Málaga: Jurthum ibn Ahmad ibn Ziyadat Allah ibn Said I ibn
Idris, el cual adopta enseguida la justicia según el modelo malikí, el habitual y más re-
currente entre los omeyas.
77
En el actual Rif de Marruecos (al noroeste).
~ 54 ~
CONDADO DE URGEL
El conde Sunifred II murió sin descendencia, aunque estaba casado con Adelaida de
Barcelona, heredándole dinásticamente el condado su sobrino Borrell II de Barcelona.78
78
Sunifred II era el tercero de los hijos de Wifredo el Velloso y Giniguilda de Ampurias. Mientras un
hermano suyo, Wifredo II Borrell, heredó los condados de Barcelona, Gerona y Osona y Miró, otro her-
mano, heredó el condado de Cerdaña, él heredó el condado de Urgel, convirtiéndose así en su primer
conde privativo. Promovió, uniéndolos, el auge de los monasterios que andaban más decaídos.
Recordemos o hagamos el siguiente apunte: Después de la conquista carolingia en los territorios pire-
naicos que dominaban los francos encontramos históricamente mencionados los condados catalanes, más
o menos a modo de distritos territoriales administrativos: Pallars, Ribagorza, Urgel, Cerdaña, Barcelona,
Gerona, Osona, Ampurias, Roselló, junto a otras circunscripciones menores denominadas pagi (plural de
pagus): Berga, Ballespir, etc.
Podemos constatar que dichos territorios ya existían antes de la conquista carolingia y durante el reino
visigodo de España con capital en Toledo, delimitados según diversas tribus íberas. Así, el condado de
Cerdaña correspondía a los ceretanos (que ya eran unos especialistas en la cura de jamones), el condado
de Osona correspondía a los ausetanos (de origen céltico y que significan etimológicamente dorados co-
mo el sol), el pagus de Berga a los bergistanos (rebeldes contra Roma y que ocupaban la comarca del alto
Llobregat), etc.
Desde fines del siglo VIII hasta el X de hecho y hasta mediados del XIII de derecho estas tierras cata-
lanas formaron parte del reino franco, al que estaban más vinculadas que al resto de España. Hay que
decir también que a toda esta zona (y a la Septimania) empezaron a acudir muchos hispanos que huyeron
de las represiones de Abderramán I (756-788) contra quienes había colaborado con Carlomagno en su fa-
llida campaña contra Zaragoza. Fueron los primeros mozárabes en Cataluña de entre muchos más que se-
guirían llegando posteriormente. Tuvo que darse, no sin algunas tensiones, la integración entre los habi-
tantes de vida y tradición franca y los de vida y tradición hispana mozárabe. Todo contribuyó al inde-
pendentismo, más o menos interrelacionado, de estos territorios. Hacia el año 815 aparece este amplio
territorio políticamente dividido en cinco condados: Barcelona, Gerona, Ampurias, Rosellón y Urgel-Cer-
daña. El conjunto de todos ellos, tierras fronterizas o Marca Hispánica del Imperio Carolingio, se des-
dobla desde el año 817 en virtud del Acta Constitucional del Imperio, en dos grandes bloques, integrado
el primero por los condados continentales, que forman parte de la Marca Tolosana, y el segundo por los
marítimos, incluidos en la Marca Septimania. Se trata, por tanto, de una reorganización del sur de Francia,
también en lo militar y aristocrático, de cara al control de los pasos pirenaicos.
A partir del siglo IX, los condados se fueron desvinculando cada vez más de la tutela o influencia franca
afianzándose en su soberanía propia, correspondiéndose ésta con los tiempos de Wifredo el Velloso. Este
conde, al dominar los cinco condados más importantes, reestructuró el territorio y lo fue repoblando.
Aprovechándose de la crisis carolingia (y de sus repercusiones en Francia), los condes catalanes dejaron
de ser nombrados por los reyes francos adoptando feudalmente líneas dinásticas y sucesorias propias. La
futura evolución al respecto ya la iremos viendo.
~ 55 ~
MEDINA AL-ZAHRA
Hay frecuente recepciones de Abderramán III en su Corte de Medina Al-Zahra, una de
ellas, en este año, la de los (aplacados) hijos de Musa ibn Abi-l-Afiya, jefe de la tribu
bereber zenata79
de los miknasíes, el cual fue asesinado por los fatimíes en el año 937,
acompañados por Hamza ibn Ibrahim, señor de Argel.
Otra importante audiencia fue la concedida por el califa a Ibn Hawqal, célebre geó-
grafo y viajero oriental80
que, según se divulgó, quedó muy asombrado ante la riqueza
del tesoro califal de Córdoba, diciendo que no había visto nada igual en el mundo islá-
79
Los zenatas (también zenetas, zanatas y otras variaciones) fueron un grupo de pueblos o tribus bere-
beres medievales provenientes de varias etnias y de los que provienen también varias etnias actuales. Era
nómadas que se fueron estableciendo por todo el norte de África, particularmente en el Magreb, y que lle-
garon a formar algunos reinos. Tenían como vínculos comunes algunos rasgos culturales, el paganismo
(hasta que se fueron convirtiendo al Islam) y la lengua zenetí.
Una rama de los zenetas fue la antigua de los garamantes (de la actual región libia de Fezán, con capital
en Gadames), siendo las otras ramas bastante más nómadas (los gétulos númidas y los antiguos moros o
mauritanos).
Ya islamizados y aliados con los árabes, los bereberes marcharon sobre la Andalucía Hispánica cuando
la invasión del año 711 y a partir de entonces muchos zenatas se establecieron en Al-Ándalus, influyendo
mucho en la destreza ecuestre (por ejemplo, la palabra jinete se deriva de zeneta).
En Ifriqiya mientras tanto se fueron sucediendo en el poder algunas dinastías más destacadas (aglábida,
idrisí, etc.). Liderados por Abu Yazid, de los Banu Ifren, hubo rebeliones internas y en relación al ámbito
califal cordobés, pero eran sobre todo aliados de Abderramán III en el control del Magrab occidental
frente a los fatimíes. Abu Yazid los contuvo, siendo Kairuán la capital jariyí del Magreb (los jariyíes son
una rama del Islam, como las de los chiíes, suníes, fatimíes, etc.). Como los fatimíes se impusieron en el
norte de África, los zenetas acabaron siendo sus aliados, queriendo serlo también de los andalusíes.
Los Omeyas intentaron por todos los medios mantener el poder y la influencia en el Magreb, lo cual fue
provocando disensiones zenetas, pues los fatimíes se mantenían contrarios al califato omeya cordobés.
Los zenatas se inclinaban por los jariyíes y resistieron como pudieron contra los fatimíes hasta que murió
Abu Yazid (año 947), a partir de los cuales los zenetas se disgregaron y se diversificaron en sus alianzas.
Perseguidos por los fatimíes tuvieron que retroceder al Magreb occidental, al actual territorio marroquí,
que se mantuvo bajo el poder de idrisíes y zenatas, controlando también el actual territorio argelino, pero
parte del mismo estaba bajo el control de otras tribus, particularmente de los hammánidas y de los zíridas.
Los Omeyas de Córdoba se fueron alarmando cuando muchos fatimíes fueron dedicándose a la piratería
por el Mediterráneo y temieron una posible alianza zenata-fatimí, sobre todo porque los zenatas eran brio-
sos y decididos guerreros. De hecho, fueron los zenatas los que lograron la caída de los Omeyas en el
Magreb. Las tribus beduinas de los Banu Hilal devastaron el Magreb y aquel territorio se fue volviendo
cada vez más caótico e ingobernable.
Más adelante podremos ir viendo (sucediéndose) el resurgir de otros poderes como los almorávides y
los almohades. Pese a todo, hasta bien entrado el siglo XIII, los zenatas mantuvieron una importancia
política de primer rango en el Magreb y en Al-Ándalus, hasta que aparecieron facciones dinásticas como
la de los abdalwaditas o la de los benimerines, etc. Todo hasta que llegó la expansión del Imperio Turco
Otomano (siglo XVI).
80
Nacido en la actual Turquía, cerca de la frontera con Siria.
~ 56 ~
mico o en todo caso podría compararse tanta riqueza con la del príncipe de Mosul, el
hamadí Abu Taglib Fadl Allah.81
Ibn Hawqal
81
Mosul, que se corresponde con la antigua Nínive, está ubicada al este del río Tigris, al norte del actual
Irak, a 396 kilómetros de Bagdad.
Los hamidíes (Banu Hammad) fueron una dinastía bereber que logró imponerse en un área que co-
rresponde aproximadamente al norte de la actual Argelia durante los años 1008-1152, fecha en la que
fueron eliminados por los almohades. Poco después de llegar al poder, se opusieron a la doctrina ismaelita
de los fatimíes y se afianzaron en el sunismo malikí con el reconocimiento de los abasíes como los más
legítimos califas.
~ 57 ~
CONSTANTINOPLA
Murió Romano I Lecapeno, emperador bizantino de forma compartida con su yerno
Constantino VII Porfirogéneta, desde el año 920 hasta que fuera depuesto (16 de
diciembre del año 944).
Romano era hijo de un guardia imperial de origen armenio llamado Teofilacto Abs-
tartos, que era apodado como "el Insoportable". Romano nació en Lecape, de ahí el so-
brenombre de "Lecapeno". Aunque no recibiera ninguna educación refinada (de lo cual
más tarde se burlaría su yerno Constantino VII), Romano avanzó en las filas del ejército
durante el reinado del emperador León VI, que también era de orígenes armenios. En
911 era general del thema naval de Samos y más tarde sirvió como almirante (drounga-
rios) de la flota imperial. En calidad de almirante de la flota, participó en las operacio-
nes bizantinas contra Bulgaria en el Danubio (año 917), pero fue incapaz de realizar su
misión. Después de una durísima derrota bizantina a mano de los búlgaros (batalla de
Arquelao, en el año 917), Romano regresó a Constantinopla, donde gradualmente fue
imponiéndose a la desacreditada regencia de la emperatriz Zoe que era apoyada por el
general León Focas (también derrotado en Arquelao).
Romano se fue haciendo cada vez más influyente en Bizancio, exiliando a sus rivales
y reforzando sus vínculos con el emperador Constantino VII durante su minoría de
edad, con quien llegó a casar a su hija Elena (año 919), siendo así proclamado basileo-
pátor (padre del emperador). Al año siguiente fue designado César y el 17 de diciembre
de ese mismo año se convirtió en co-emperador coronado, adquiriendo de hecho el po-
der imperial sobre Bizancio.
En los siguientes años Romano I coronó a sus propios hijos como co-emperadores:
Cristóbal en 921, Esteban y Constantino en 924, aunque, por el momento, Constantino
VII fuera considerado como primero en la fila de sucesión después del mismo Romano
I. Es notable que, como él no agredió físicamente a Constantino, le llamaron "el usur-
pador apacible". Romano reforzó pronto su posición al casar a sus hijas con los miem-
bros de las familias poderosas y aristocráticas del entorno bizantino. Además, depuso al
patriarca Nicolás el Místico y puso fin al conflicto con la Santa Sede de Roma acerca de
los pasados matrimonios del emperador León VI.
El primer y principal desafío que tuvo que afrontar Romano fue el de la guerra con
Bulgaria, asunto muy recrudecido durante la regencia de Zoe. Así, el ascenso al poder
de Romano puso fin a los proyectos matrimoniales de Simeón I de Bulgaria al casar a su
hija con Constantino VII. Además, Romano pudo negar, con apoyo popular, el recono-
cimiento de Simeón como emperador búlgaro. Así transcurrieron lo primeros cuatro
años del gobierno de Romano en Bizancio.
Simeón no fue capaz de traspasar los muy defensivos muros que ciñen Constanti-
nopla. En 924, cuando Simeón había bloqueado una vez más la capital por tierra, Ro-
mano logró la apertura de negociaciones con los búlgaros. Encontrando a Simeón en
persona en Kosmidion, Romano criticó la indiferencia de Simeón para la tradición y la
~ 58 ~
hermandad ortodoxa cristiana, y supuestamente lo avergonzó así para que Simeón lle-
gara a un acuerdo con el Imperio y levantara el sitio.
En realidad, la paz fue lograda por el reconocimiento tácito de Romano a Simeón co-
mo emperador de Bulgaria. Las relaciones posteriormente fueron estropeadas por la dis-
cusión continuada sobre títulos (Simeón se autoproclamó emperador de los romanos,
título igual al del emperador bizantino), pero la paz se había establecido eficazmente.
Después de la muerte de Simeón (año 927), Pedro I, nuevo emperador de Bulgaria, hi-
zo una demostración de fuerza al invadir Tracia, pero se mostró dispuesto a negociar
por una paz más permanente. Romano aprovechó la ocasión y propuso una alianza ma-
trimonial entre las familias imperiales de Bizancio y Bulgaria. En septiembre de ese
mismo año 927 Pedro I contrajo matrimonio con María, hija del co-emperador Cristóbal
Lecapeno y nieta por tanto de Romano I. Con este motivo, Cristóbal recibió la prefe-
rencia en la línea de sucesión sobre su cuñado Constantino VII, lo cual le causó resenti-
miento a Constantino VII hacia los Lecapeno, los búlgaros y los matrimonios imperia-
les concedidos a forasteros.82
También tuvo que lanzar Romano campañas militares hacia el este, para lo cual de-
signó a su excelente general Juan Curcuas, exitoso ya frente a algunas rebeliones y en
una campaña en Armenia (año 924). Este general dirigió una expedición contra los aba-
síes (año 926), derrotándolos en Melitene (año 934), ciudad que les fue arrebatada a los
musulmanes.83
En el año 941, una flota formado por algunos viejos barcos pero hábilmente dirigida
por Curcuas fue capaz de defender Constantinopla de los rusos que la rodeaban, siendo
derrotados tanto por tierra como por mar. En 944, Romano pudo firmar acuerdo de paz
con Ígor de Kiev, cuando Curcuas se había vuelto de nuevo a las fronteras del este, don-
de invadió Mesopotamia y sitió Edesa.
Así pues, como en lo exterior, también en lo interior logró Romano I Lecapeno re-
forzar Bizancio, tanto militar como diplomáticamente (a veces también mediante tribu-
tos).
Hemos de contar también lo sucedido en relación a los jázaros. Éstos eran aliados de
los bizantinos pero dejaron de serlo cuando Romano I la emprendió contra los judíos
con persecuiones. Los judíos se dieron a responder contra los cristianos también persi-
guiéndolos. Romano tuvo que enmendar mucho su política al respecto.
También podemos contar que restableció y enmendó muchos de los asuntos de tensión
o conflicto pasados en lo eclesiástico. Romano aprovechó el momento de sede vacante
82
Así aparece documentado en De Administrando Imperio, escrito por él.
Podemos concluir que aquel tratado de paz y alianza matrimonial acabó con los enfrentamientos búl-
garo-bizantinos. Aunque desde Constantinopla se apoyó tácitamente una rebelión de Serbia contra Bul-
garia (año 931), y los búlgaros permitieron que invasores húngaros cruzaran su territorio hacia el de los
bizantinos, Bizancio y Bulgaria permanecieron en paz entre sí durante 40 años.
83
Ciudad situada al este de Capadocia, a orillas de uno de los afluentes del Éufrates, una ciudad que Tra-
jano había engrandecido.
~ 59 ~
en el patriarcado de Constantinopla (año 933) designando para el cargo a su joven hijo
Teofilacto.84
En lo social, habiendo legislado bien, protegió los derechos del campesinado contra
las ambiciones de los señores y aristócratas.85
Al mismo tiempo logró el aumento de im-
puestos sobre las clases sociales más pudientes y aseguró un equilibrio financiero en el
Imperio.
Parece ser que permaneció durante toda su vida con la conciencia de haber sido usur-
pador del trono imperial y torpe, siendo más sensible a ello, con verdaderos senti-
mientos de culpa, durante los últimos años de su vida. Por eso hizo cuanto pudo por re-
saltar los derechos sucesorios en su yerno Constantino VII. Y así se ha cumplido a su
muerte. Cuando los hijos de Romano86
se percataron de las intenciones de su padre, se
rebelaron contra él y lo exiliaron a las islas Príncipe87
obligándole a hacerse monje.
Llegado un momento, los hijos de Romano amenazaron seriamente a Constantino VII,
lo cual sentó muy mal al pueblo, que se amotinó contra ellos y, apresándolos, los envía-
ron al exilio, también a las islas Príncipe, con su padre. Y así acabó todo, siendo estos
usurpadores despojados de todo derecho al trono y de la libertad. Romano murió en ju-
nio de este año 948 siendo sepultado en la iglesia de Myrelaion.88
84
Teofilacto no fue ni piadoso ni espiritual sino amante del teatro (como tal influyó en la liturgia bizan-
tina) y excelente en la cría de caballos. Se cuenta que una vez abandonó su celebración de la Misa para
atender a una de sus yeguas que se había puesto de parto.
85
Podemos recordarlo a raíz de la fuerte hambruna del año 927.
86
Esteban y Constantino, habiendo muerto ya Cristóbal.
87
Son nueve islas pequeñas en el mar de Mármara.
88
En Myrelaion, en Constantinopla y cerca del mar de Mármara, Romano I se había construido un pa-
lacio y al lado del mismo una iglesia destinada a ser de enterramientos privados (el primer edificio de
estas características en el Imperio Bizantino para un emperador). También fueron enterrados en esta igle-
sia otros miembros de la familia de Romano I Lecapeno.
Constantino VII había vivido muchos momentos de su vida bajo la amenaza de ser depuesto, tanto por
Romano I como por sus hijos. Por eso estaba muy resentido con esta familia. Esto explica que, al escribir
su De Adminitrando Imperio, dedicado a su hijo y sucesor Romano II, se expresara así, denigrando de su
suegro: “El señor Romano el Emperador era un idiota y un hombre iletrado, nunca criado a la alta
manera imperial, ni siguiendo los principios de las costumbres romanas, ni descendiente de emperadores
o nobles, y por lo tanto el más grosero y autoritario en hacer la mayor parte de cosas [...siendo] para sus
creencias era grosero, obstinado, ignorante de lo que está bien, e indispuesto a adherirse a lo que es co-
rrecto y apropiado”.
Constantino VII escribió también sobre otros asuntos, por ejemplo sobre los pechenegos y demás pue-
blos del entorno fronterizo bizantino.
~ 62 ~
MONASTERIO DE SAN
JUAN DE LAS ABADESAS
El 16 de agosto, Adelaida, viuda del conde Sunifred II de Urgel y hermana del conde
Borrell II, ingresó con nombramiento de abadesa en el monasterio de San Juan de las
Abadesas, siendo acompañada por los obispos Guadamir de Vic y Gotmar de Gerona,
además del conde Sunifred II de Cerdanya, el vizconde Guadall,89
el arcediano Ató de
Vic,90
el clérigo Miró91
y una decena de monjas que consienten en la designación de la
nueva abadesa.
San Juan de las Abdesas (pintura de Ernest Descals)
89
De Cerdanya o de Osona.
90
Que sucederá como obispo a Guadamir.
91
Futuro obispo de Gerona y conde de Besalú.
~ 63 ~
CÓRDOBA
Y
CONSTANTINOPLA
Desde Constantinopla llegó a Córdoba y Medina Al-Zhara, en audiencia concedida
por el califa Abderramán III, una embajada del emperador Constantino VII con el acom-
pañamiento del mozárabe (embajador) Hisham ibn Hudhayl.92
Tuvo lugar el 8 de sep-
tiembre. Los presentes que esta embajada ofreció al califa, entre otros, fueron libros: un
ejemplar de Historia (de Pablo Orosio)93
y un ejemplar del Tratado De Materia Medica
de Dioscórides.94
La correspondiente embajada cordobesa a Constantinopla, no menos espléndida, fue
recibida en la capital bizantina el 24 de octubre.
Y entre tanto, Abderramán III mandó intervenir militarmente en el Magreb para frenar
el caos que se está dando en estos momentos por aquellas tierras, siendo sobre todo ne-
cesario poner freno a las revueltas e invasiones de los idrisíes.
92
Kulayb o sobrenombre de Católico. Los emires y califas cordobeses se sirvieron preferentemente de
mozárabes y sobre todo de obispos para sus embajadas a territorios cristianos, lo cual les dio siempre muy
buenos resultados.
93
Pablo o Paulo Orosio (siglos IV-V), presbítero, probablemente de Braga (Portugal), fue un gran teólo-
go e historiador. Aunque hay elementos confusos de su biografía, se sabe que fue una figura de gran re-
nombre desde el punto de vista cultural, dado que tuvo contactos con las grandes personalidades de su
época, como San Agustín de Hipona o San Jerónimo. Para relacionarse realizó sus correspondientes y lar-
gos viajes.
Dichos viajes determinaron su vida y su producción literaria. Con San Agustín no sólo conversó sobre
temas teológicos, sino que pudo colaborar con él en la elaboración de su Ciudad de Dios. Además, San
Agustín se sirvió de él y de las aportaciones de sus continuos viajes (se cuenta que se trajo a Occidente
desde Jerusalén las reliquias del protomártir San Esteban).
Pablo Orosio, entre otras obras, escribió, de modo muy positivo, Historiae Adversus Paganos, que es
uno de los libros con más repercusión historiográfica de la Edad Media (y de todos los tiempos), po-
niendo en esta obra de manifiesto su método historiográfico.
94
Fue un médico, farmacólogo y botánico de la antigua Grecia (siglo I), cuya obra De Materia Medica
alcanzó una amplia difusión y se convirtió en el principal manual de farmacopea durante toda la Edad
Media y en el Renacimiento.
Abderramán III pidió enseguida que este libro le fuera traducido, ya que había sido traducido por pri-
mera vez por los abasíes de Bagdad (siglo IX). Para Abderramán III lo tradujeron al árabe un monje lla-
mado Nicolás ayudado por el judío Hasday ibn Shaprut.
~ 64 ~
También hay que destacar de este año que el 1 de junio hubo un fuerte terremoto que
se hizo sentir mucho, con destrozos, en el oeste de la Península Ibérica.95
Hasday Ibn Shaprut en la Corte de Abderramán III.
Cuadro de Dionís Baixeras 1885. Universidad de Barcelona
95
La única noticia histórica de la existencia de este terremoto procede de un Cronicón burgense (o de
Burgos) y de otros del norte de España, ninguno de ellos demasiado serios o autorizados, hablando de
muchos incendios y llamas.
También es notorio que hubo en este año “un aspecto maligno de las estrellas”. En realidad, lo que hu-
bo fue una peculiar alineación planetaria. Por efecto de sus órbitas, se posicionaron los planetas de
nuestro sistema solar de un mismo lado del Sol con una dispersión inferior a los 90 grados en vista he-
liocéntrica, lo que no volverá a ocurrir hasta el año 2492.
Lo de la dispersión menor a los 90 grados tiene que ver con que las órbitas de los planetas no están so-
bre el mismo plano, sino que cada una se mueve muchísimo y cada una a su manera, una manera de difí-
cil o rara convergencia.
~ 66 ~
PENÍNSULA IBÉRICA
La condesa Muniadona Dias de Portucale,96
ya viuda,97
es muy notoria durante este
año, que es un año de gran vitalidad monástica en toda la Península Ibérica,98
un año
también en el que se afianzan los condados existentes, un año, en fin, de mitad de siglo,
apropiado para hacer un balance de cómo van las cosas. Los reinos de España y Portu-
gal están en ciernes, mientras Al-Ándalus se reafirma en el califato de Córdoba. Al nor-
deste de España se consolidan y defienden las fronteras.
Ramiro II, en respuesta a las aceifas musulmanas contra el norte peninsular, contra su
reino, bajó hasta el Tajo saqueando y dominando a los musulmanes hasta causarles gran
derrota en la toledana Talavera,99
volviéndose luego a León enfermo. Se hizo cargo del
gobierno su hijo Ordoño.100
96
Portugal. Muniadona Dias era hija del conde Diego Fernández y de la condesa Onega (u Oneca), que
habían sido tutores del rey Ramiro II de León. Es muy reconocida en varias ciudades portuguesas por sus
acciones y proyectos realizados.
En el año 926, Ramiro II otorgó a Muniadona y a su esposo Hermenegildo González la villa de Cre-
ximir, próxima a Guimarães. Hermenegildo murió en el año 928, dejando a Muniadona como poseedora
de muchos dominios (los condados de Portugal y Coímbra). Esos dominios fueron divididos en este año
950 entre los 6 hijos, siendo Gonzalo Menéndez quien se queda con los del condado Portucalense. En ese
momento y de manera muy piadosa, se fundó en Vimaranes el monasterio de San Mamede, en el que
Muniadona profesó como religiosa, construyéndose también el castillo para defensa contra los vikingos y
a la sombra del cual se desarrolló Guimarães, viniendo a ser sede cortesana de los condes de Portugal. El
documento testamentario en el cual hace la donación de sus dominios, ganado, rentas, objetos de culto y
libros religiosos al monasterio de Guimarães es del 26 de enero del año 959, y es un documento impor-
tante por testificar la existencia de diversos castillos y poblaciones en la región.
97
Del conde Hermenegildo González.
98
En este año está al menos parcialmente documentada la muerte del Santo abad de Leyre Virila, del
cual se cuentan muchas leyendas y milagros. Resultó que érase una vez, en primavera, el abad Virila
decidió dar un paseo por el magnífico bosque que rodea al monasterio. Fatigado tras la marcha, se sentó a
descansar juntó a una fuente, y entonces escuchó el cantar de un pájaro. Era tan bello ese canto, que el
abad quedó absorto y maravillado. Cuando regresó al monasterio, se sorprendió de no reconocer a los
monjes ni de que nadie supiese quién era. Al decir que era Virila, el abad, alguien quiso recordar algo
oído de tiempo atrás. Buscaron en los archivos del monasterio y hallaron que, efectivamente, Virila había
sido abad, pero hacía 300 años, y que había desaparecido en el bosque. Sólo entonces, Virila se dio cuenta
que había permanecido extasiado durante todos esos años. Es verdad que existió un abad llamado Virila,
y también se puede acreditar el culto secular al Santo. El monasterio de Leyre sigue siendo muy visitado,
siendo muy frecuentada aquella fuente en la que oró y reposó San Virila.
99
Las crónicas cristianas relatan que murieron en la batalla de Talavera 12.000 musulmanes y que los
cristianos se llevaron 7.000 prisioneros.
100
Futuro Ordoño III.
~ 67 ~
En Barcelona, el conde Borrell II, al contrario que su padre (Sunyer I) está actuando
de un modo más diplomático que militar. Está procurando y consiguiendo mantener sa-
ludables y cordiales relaciones con sus dos poderosos vecinos: los francos al norte y los
omeyas andalusíes al sur. Intercambia embajadas con Córdoba y busca la paz.
También se propuso Borrell II mantener vínculos y comunicación con la Santa Sede,
enviando embajadores al Papa para reorganizar de la mejor manera todo lo relacionado
con la Iglesia en los condados catalanes.101
Desde Córdoba, Abderramán III envió una embajada a Otón I (rey de Francia Orien-
tal),102
muy molesto por las incursiones de la piratería sarracena (corsarios andalusíes de
Fraxinetum) por la Provenza.103
Las cartas credenciales que llegaron a Otón fueron in-
terpretadas como ofensivas, pues nada menos que venían a pedir que lo que tenían que
hacer los cristianos era convertirse al Islam o por lo menos complacerse de un modo
más tolerante con los musulmanes. Lo que decidió Otón fue retener a los embajado-
res.104
No son tiempos de miramientos. De hecho, el mismo Abderramán III,105
habiéndose
percatado y habiendo sido informado de una conspiración contra él en la misma Córdo-
ba, coincidiendo con la designación de su hijo Alhakén106
para sucederle, decidió que en
su misma presencia fueran ejecutados los conspiradores: su mismo hijo, el príncipe Abd
Allah, y el eminente jurista y polígrafo Ahmad ibn Abd al-Barr, entre otros. Esto ocu-
rrió el 22 de marzo.
101
De hecho, él mismo viajará a Roma para verse con el Papa, en el año 970, con la finalidad de resta-
blecer debidamente el arzobispado de Tarragona.
Con el fin de promover la cultura, el arte y las ciencias en sus dominios se atrajo a Cataluña al desta-
cado monje Gerberto de Aurillac, el cual, al término de este siglo X, será el Papa Silvestre II.
102
Futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (962-973). Su Corte estaba en Memleben,
lugar donde habrá de fallecer.
103
Otón había escrito a Abderramán III cartas muy duras contra el Islam.
104
Así permanecieron durante tres años, durante los cuales, uno de los embajadores, que era un obispo
mozárabe (de nombre y sede desconocidos), murió.
105
En este año le nació el último de sus numerosos hijos: Al-Mugira. Será un príncipe cortesano, extra-
vagante, libidinoso…
106
Futuro Alhakén II.
~ 69 ~
EPÍLOGO
LA VIDA EN LEÓN DURANTE EL SIGLO X107
PRÓLOGO
Cuando el Duque de Rivas escribía su Moro Expósito o Córdoba y Burgos en el siglo
décimo, iba inspirado por un atractivo tema poético e histórico: la evocación de las dos
cortes, la islámica y la cristiana, durante uno de los períodos en que España vivió una
vida más intensamente suya, más rica en fermentación y en entusiasmos heroicos. Pero
el Duque iba guiado sólo por el instinto poético que lanzaba a los románticos en busca
del color local, y por la lectura de escasas e inadecuadas fuentes históricas. En el poema
del Duque de Rivas la ciudad cristiana surge de la lectura de obras de los últimos siglos
medievales, como la del canciller Ayala y el Paso Honroso de Suero de Quiñones;108
la
ciudad musulmana busca sus cimientos en la mala historia de Conde y en el romancero
morisco del siglo XVI.109
He aquí ahora la reconstrucción de la corte cristiana en el siglo X, hecha por un lite-
rato, que es, antes que literato, un historiador; un historiador preocupado de la más es-
crupulosa exactitud cronológica, informado en la lectura de miles de documentos autén-
ticos y curioso indagador de las miniaturas de los códices coetáneos y de todos los res-
tos arqueológicos de la época.
107
Texto de Claudio Sánchez Albornoz con prólogo de Marcelino Menéndez Pidal, todo ello expuesto
aquí con adaptación o reelaboración propia.
108
Esta nota es mía: El Paso Honroso es el "paso de armas" protagonizado por el caballero leonés Suero
de Quiñones, entre el 10 de julio y el 9 de agosto de 1434, con el "pretexto meramente literario" de hon-
rar a la dama de la que estaba enamorado. Se trata de uno de los más famosos pasos de armas de la Edad
Media europea, y es una de las muestras fehacientes del entorno y puesta en escena del Amor Cortés,
puesto que los términos del paso quedaron fijados al entenderse el caballero "prisionero" del amor por
una dama; y, en consecuencia, su rescate había sido fijado en trescientas lanzas, es decir, que para libe-
rarse de su prisión, Suero de Quiñones, y los caballeros que le acompañaron, como mantenedores, debían
participar en cuantos combates fuesen necesarios, en el paso, hasta quebrar trescientas lanzas, pues sólo
así finalizaría la "prisión" del caballero, simbolizada mediante una argolla de hierro que Suero de Qui-
ñones llevaba al cuello todos los jueves. El lugar elegido para la celebración del paso fueron las llanuras
que siguen al puente sobre el Órbigo en dirección a Astorga. Allí montaron los actores del paso todo el
escenario que permitiese los combates y las fiestas. El puente aún sigue en pie, huesudo y quebrado. Y
allí se extienden cubiertas de chopos ceremoniosos y verdes, las llanuras de la ribera del Órbigo, a pocos
kilómetros de Astorga y de la propia capital leonesa.
109
La verdadera evocación de la vida del siglo X tiene que ser comenzada totalmente de nuevo. La
reconstrucción literaria de la Córdoba califal está aún por hacerse o completarse como es debido.
~ 70 ~
Las amenísimas estampas leonesas que van a pasar ante los ojos son a la vez una obra
de fino arte novelesco y de sólida ciencia histórica.
Las sabrosas curiosidades de estas escenas arcaicas nos muestran cómo la vasta y afa-
nosa erudición de don Claudio Sánchez-Albornoz ha penetrado hasta en sus más ínti-
mos escondrijos toda la vida ciudadana de aquellos remotos días precursores del mile-
nio, avalorando los más secos detalles de los diplomas con docto poder interpretativo;
nos muestran asimismo lo mucho que la imaginación y el espíritu artístico, auxiliares
necesarios de toda reconstrucción histórica, asisten a Albornoz para evocar aquella vida
extinguida en las escasas reliquias que de ella quedan.
Sólo para atender en algo la indicación de Albornoz, procuraré ayudar la imaginación
del lector en las estampas, señalando algunas particularidades del lenguaje que usaban
aquellos leoneses del siglo X, descubriendo algunas de las ideas lingüísticas y de las
modas de hablar que entonces corrían.
El idioma romance se hallaba durante el siglo X en su período de orígenes o de for-
mación, y lo que más esencialmente distinguía el lenguaje de entonces del de después
era la falta de una norma lingüística fija. Varias normas luchaban entre sí, cada una sin
fuerza bastante para vencer rápidamente a su contraria.
El habla vulgar de la Corte de León en el siglo X tenía una gran debilidad constitutiva:
su vacilante indecisión. En ella concurrían tendencias venidas de Galicia, con el gran
prestigio de la cultura, la riqueza y la gran densidad de población de aquella tierra occi-
dental; tendencias venidas de Asturias, antigua sede de la monarquía; tendencias veni-
das de Castilla, región que ya entonces se distinguía por una firme orientación lingüís-
tica, muy alejada de las grandes vacilaciones leonesas. León gozó su gran prestigio po-
lítico en una época en que la calidad de corte la perjudicaba lingüísticamente por la
mezcla de gentes e influencias muy diversas que a ella concurrían, y en que todavía no
existía una literatura romance capaz de reducir a armónica unidad esas varias tenden-
cias.
INTRODUCCIÓN
Con esperanzas de éxito sólo puede intentarse reconstruir históricamente la vida ante-
rior al milenio de dos viejas ciudades españolas: León y Córdoba. La variada y rica li-
teratura arábigo-española, la frondosa y expresiva histografía hispanomusulmana y los
espléndidos restos de la capital del califato conservados hasta nuestros días, me parecen
materiales suficientes para acometer la evocación de la ciudad de los califas en los días
de Abderramán III y de Almanzor. En estas páginas me propongo tan sólo trazar unas
Estampas de la vida en León durante el siglo X.
Muy a mi pesar no puedo ofrecer al lector en mi trabajo una reconstrucción acabada
del León milenario. Faltan por entero textos literarios en que espigar noticias relativas a
la vida privada, fiestas y costumbres de los leoneses de aquel tiempo. No quedan apenas
de la sociedad del novecientos sino edificios religiosos, lápidas devotas, mármoles, pie-
dras y algunos –muy pocos– objetos de culto. Escasean incluso las representaciones fi-
~ 71 ~
guradas de aquellos días, y las que nos conservan Biblias, Antifonarios y Beatos, en
ocasiones son de rudeza o estilización tales, que resulta en extremo complejo interpre-
tarlas, y a veces suscitan dudas sobre si sus autores reprodujeron en ellas escenas del vi-
vir diario o se dejaron arrastrar por la tradición erudita y copiaron costumbres y modas
del vivir pretérito. Las crónicas cristianas de la época […] son breves y misérrimas bio-
grafías de reyes, secas, esquemáticas, faltas de colorido, que ofrecen triste contraste
comparadas con obras tan jugosas, detalladas y llenas de vida como la de Al-Juxaní, tra-
ducida por Ribera, maestro de arabistas, y otras varias musulmanas contemporáneas. Es
forzoso acudir casi exclusivamente a los áridos diplomas de aquella centuria, que alzan
su laconismo torturador frente a los parleros documentos de los siglos siguientes. Sobre
ellos, sobre el Fuero de León de 1020 que cristaliza la tradición jurídica, económica y
social legada a los contemporáneos de Alfonso V por sus antepasados, y utilizando con
la atención precisa las fuentes gráficas, narrativas y monumentales mencionadas, me
propongo trazar, con los adobos necesarios, mis estampas de la vida leonesa entre el año
900 y el 1000.
Algunas licencias voy a permitirme al construir los cuadros. La penuria de datos apro-
vechables me obligará, aunque no siempre, a concentrar en un año y en una ciudad
noticias procedentes de todo el reino y datadas en fechas diversas del período que
abarco. La necesidad de llenar los abismos que, no obstante mis investigaciones, abre en
el conocimiento de la sociedad leonesa del siglo X lo misérrimo de nuestras fuentes, me
forzará a suplir, con auxilio de las más viejas tradiciones locales, aún vivas esporádi-
camente, y con ayuda de la imaginación –recuérdese que hablé al principio de recons-
truir–, los trazos que el tiempo haya ido borrando en las estampas primitivas. Por últi-
mo, para dar vida a las pobres noticias mortecinas y dispersas que he podido espigar en
diplomas, textos legales, miniaturas y crónicas, me trasladaré con los lectores al León de
los Ordoños y de los Ramiros y procuraré evocar aquella sociedad en que todo era aún
vario, amorfo e inestable, pero que llevaba en sus entrañas todas las singularidades de
nuestra historia medieval y moderna.
No tema el lector, sin embargo, que mi fantasía se desborde. No quiero hacer novela,
sino historia, y así como los filólogos publican los textos restaurados en forma tal que
siempre pueda distinguirse lo nuevo de lo viejo, así yo procuraré ofrecer al pie de cada
página los testimonios necesarios para mostrar a cada paso las bases de mi aserto. Esta
quinta edición de las Estampas reproduce a la letra las anteriores. No se han alterado si-
quiera las noticias, a veces transidas de contemporaneidad, consignadas en las notas. Pe-
ro han transcurrido casi veinte años desde la última aparición de este libro y he creído
oportuno anotar en unas Adiciones las fuentes narrativas y documentales publicadas
desde 1926 y las novedades que mis investigaciones y las ajenas han añadido al estudio
de las instituciones y de la vida leonesas en la temprana Edad Media.
~ 72 ~
LA CIUDAD Y SU HISTORIA
Edificada para albergar a la Legio VII Gemina, fue ya quizás asiento del dux de ésta
que como legado augustal gobernó a veces Asturias y Galicia. Desconocemos su his-
toria tras la ruina de la dominación romana en España. Hubo de ser conquistada por
Muza en su campaña del Noroeste, y acaso sirvió de asiento al prefecto musulmán de
los astures cismontanos, mientras el de los astures trasmontanos, el bereber Munuza,
residía en la ciudad marítima de Gijón. Reconquistada, mediado el siglo VIII, en las
grandes campañas de Alfonso I que la rebelión berberisca hizo posibles, quedó desierta,
por cerca de cien años, al trasladar el citado caudillo, a las abruptas montañas de su rei-
no, las gentes que habitaban en la alta meseta comprendida entre el Duero y los montes.
En pie sus viejos muros, construidos por el pueblo romano, que edificaba para la éter-
nidad, y más o menos arruinadas sus termas y algunos otros monumentos de idéntico
abolengo, debió ser morada de las sombras durante casi un siglo, por cuanto, a lo que
creo, la halló vacía el vencedor del conde palatino Nepociano, cuando, asentado en el
trono de Asturias, pudo continuar la reconquista. A lo menos el esfuerzo en tomarla de-
bió de ser tan pequeño, que ni su nieto el rey cronista, ni la crónica atribuida sin razón a
un monje de Albelda, mencionan la ocupación de la ciudad por don Ramiro. Y, sin em-
bargo, es indudable que se estableció en ella población cristiana durante su reinado, por-
que varios historiadores musulmanes hablan de que aquélla huyó de León en 846, ante
el ataque de los islamitas. Y estas mismas fuentes nos declaran la fortaleza y, en conse-
cuencia, el origen de los muros en pie, al referirnos que, tras haber incendiado la ciudad,
los sarracenos intentaron destruir su recinto murado, pero que hubieron de retirarse de
León sin lograr su propósito, ante el grosor y la resistencia de la cerca. El incendio y el
fracasado intento de arrasar las murallas son buena prueba de que las tropas cordobesas
no pensaron siquiera en guarnecer la plaza conquistada, y ésta debió, por tanto, conti-
nuar desierta. Así la encontró, en efecto, el rey Ordoño cuando abandonada la barrera
montañosa que defendía el reino astur, y sintiéndose seguro en la llanura, restauró As-
torga y Amaya al pie de los montes y ocupó León en 856. La repobló, como en general
todas las nuevas tierras, con cristianos del Norte, venidos a correr fortuna en la frontera,
y con mozárabes que huían de las persecuciones y de las discordias civiles de la España
musulmana. Gómez-Moreno ha probado el mozarabismo de buena parte de los poblado-
res del alfoz leonés. Y un pasaje del texto rotense, ahora tenido por primera redacción
de la crónica de Alfonso III, ha venido a confirmar rotundamente las conclusiones a que
llegara por diversos caminos el ilustre arqueólogo e historiador citado.
Ordoño restauró los destrozos ocasionados en las murallas leonesas por los sarracenos
en los días de su padre Ramiro; erigió en la ciudad por primera vez un obispado, e
instaló su palacio en las antiguas termas. Reinaba Alfonso el Magno cuando hacia el
año 875, tres antes de la victoriosa jornada de Polvoraria, como dicen los textos, se dio
nuevo empuje a la repoblación de la ciudad. Sus habitantes tomaron entonces agua del
Bernesga para ella y después levantaron torres y fortalezas en la campiña próxima,
construyeron presas y molinos en los ríos cercanos, edificaron granjas e iglesias en los
campos vecinos y se desparramaron en aldeas por los valles del Porma, del Bernesga y
~ 73 ~
del Torío. Apoyado en las recias murallas de León esperó Alfonso III, en 882 y en 883,
la acometida del príncipe Al-Mundzir y del general Háxim Ben Abd Al-Aziz, que al ca-
bo volvieron a tierras andaluzas sin combatir con el ejército cristiano. Después, mientras
el emirato cordobés parecía extinguirse en medio de persecuciones religiosas, alzamien-
tos locales, odios de raza y discordias civiles, el Rey Magno, en un salto de tigre, exten-
dió sus estados hasta el Mondego, el Duero y el Pisuerga; León dejó de estar amena-
zada; al desplazarse hacia el Sur la raya fronteriza, pasó a ser centro político del reino, y
en adelante se convirtió en la capital de la joven y fuerte monarquía, en que se fundieron
sangres, ideas, costumbres, normas jurídicas, instituciones y formas artísticas de abolen-
go romano, de raigambre visigoda y de origen árabe.
Durante el siglo X, León fue la población más importante de la España cristiana. No la
imaginen, sin embargo, los lectores como una gran ciudad. Era reducido su perímetro.
Tenía la forma de un rectángulo casi perfecto. Su eje mayor iba, de Sur a Norte, desde el
mercado, fronterizo a San Martín, hasta el castillo, y su eje menor cruzaba desde la
Puerta del Obispo a la Cauriense, situada a la altura del espléndido palacio que levan-
taron más tarde los Guzmanes. Ceñida por la antigua cerca que edificaron los romanos,
daban acceso a ella cuatro puertas: La llamada Archo de Rege conducía al mercado y se
abría en la calle donde se alzaba el palacio del rey, enclavado a espaldas de la iglesia
actual del Salvador. Al oriente, no lejos de la Torre Cuadrada, se encontraba la Puerta
del Obispo, como tal conocida hasta hace pocos años. La del Conde, al septentrión de la
ciudad, después Puerta del Castillo, debía su nombre al gobernador de León por el mo-
narca, cuyo palacio y fortaleza –castrum o castellum le denominan los diplomas– se ha-
llaba junto a ella. Por último la Puerta Cauriense se abría frontera a San Marcelo, de
extramuros, en el lugar citado arriba, y conducía a la llamada, por las escrituras de la
época, Carrera de Fagildo.
Plano de la ciudad de León en el siglo X
~ 74 ~
En su interior la cruzaban, en direcciones diferentes, numerosas vías, calles, carrales y
carreteras, registradas en diversos diplomas. Las antiguas termas se convirtieron en sede
episcopal por Ordoño II; trasladó éste el solio regio a un palacio situado junto a la
Puerta del Mercado, desde entonces tal vez llamada Archo de Rege; y en el curso del si-
glo que estudiamos se alzaron en León, fuera y dentro de sus viejas murallas, diversas
iglesias y numerosos monasterios. De monjes unos, de religiosas otros y varios dúplices,
ora seguían las antiguas reglas españolas de San Fructuoso o de San Isidoro, ora se re-
gían por la de San Benito, extranjera, pero ya propagada en la Península. Regulares tam-
bién los clérigos de la iglesia episcopal, completaban el cuadro de los habitantes de
León algunos infanzones y diversos ingenuos no nobles. De éstos, unos eran peones y
caballeros otros. Pero todos trabajaban en diversos oficios o labraban el campo; ya culti-
vando sus propias heredades, ya explotando las tierras de los otros, como juniores, o
mediante diversos tipos de contratos agrarios.
El proceso de la colonización había creado en los páramos leoneses numerosas pe-
queñas y medianas propiedades, que hacían de León y su alfoz tierra de hombres libres
o ingenuos, a veces acogidos a la benefactoría de un patrono. Había, sí, en las medianas
y grandes propiedades una numerosa masa de tributarios, colonos o juniores, dueños ya
de su libertad de movimiento, pero a quienes la miseria ataba a las heredades del señor.
Existía también una clase de juniores de capite o cabeza, constituida por los hijos jóve-
nes, sin tierra, de los tributarios, juniores de hereditate u homines mandationis; y algu-
nos pocos siervos adscripticios, en los campos, y diversos siervos personales, que ser-
vían como criados o domésticos en las cortes de los más ricos leoneses.
El Conde gobernaba a la ciudad, auxiliado por el merino y el sayón. El concilium o
asamblea general de vecinos de León y su alfoz se reunía bajo la presidencia de aquél:
para hacer justicia, para presenciar actos de jurisdicción voluntaria –donaciones, testa-
mentos, cartas profilationis o contratos de variada especie–; para fijar las medidas de
pesos, líquidos y áridos, el precio de los jornales y la tasa de las mercaderías, y para
elegir los zabazoques, o jueces del mercado, primeros funcionarios autónomos de la ciu-
dad futura.
León vivía a ras de tierra, sin otro acicate que la sensualidad y sin otra inquietud espi-
ritual que una honda y ardiente devoción. Mística y sensual, guerrera y campesina, la
ciudad toda dividía sus horas entre el rezo y el agro, el amor y la guerra. Los laicos em-
puñaban la espada para luchar con los infieles, o el arado para labrar la tierra; y los
monjes, la azada para cavar el huerto o la pluma para copiar el Viejo o el Nuevo Tes-
tamento, las obras de los Santos Padres más famosos de la Iglesia cristiana o los libros
litúrgicos al uso. Todos o casi todos amaban y rezaban; sólo una minoría de escogidos
mantenía encendida la mortecina llama de la cultura clásica, al leer y al copiar, aunque
de tarde en tarde, los divinos versos de Horacio o de Virgilio.
Tratemos ahora de sorprender algunos instantes de la vida de León durante este siglo
de su historia. Esforcemos un poco nuestra potencia evocadora y trasladémonos a la ciu-
dad que nos ocupa, no para asistir a escenas llenas de dramatismo y de pasión, sino para
presenciar la monotonía de su vivir diario, para acudir a su mercado, recorrer sus calles,
carrales y carreras, penetrar en sus casas, escuchar sus diálogos, sorprender sus yantares,
~ 75 ~
verla animada y curiosa en horas de bullicio cortesano, marcial y devota en vísperas de
fonsado o de guerra, y quieta, silenciosa y recogida en días de paz y de sosiego...
Lagar de viga (Beato de Liébana, Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial)
EL MERCADO
Por una ancha calzada, cuyo pavimento de pequeños guijarros muestra, en sus fre-
cuentes baches y descarnaduras, el descuido de los hombres, caminan, seguidos de sus
gentes, dos magnates.110
Es una mañana tibia de octubre. El aire tiene esa maravillosa
transparencia que adquiere en la otoñada cuando las lluvias han posado ya el polvo del
estío. Señores y vasallos cruzan el páramo leonés. A derecha e izquierda del camino se
extiende la llanura suavemente ondulada. A su vista se ofrecen rastrojos que aún amari-
llean, barbechos que esperan la semilla, praderas, campos de lino, frondosas viñas que
110
Les supongo caminando por la vieja calzada romana de Zaragoza a Astorga. Véase BLÁZQUEZ: Vías
romanas del valle del Duero (1916), BLÁZQUEZ Y SÁNCHEZ-ALBORNOZ: Vías romanas del valle del
Duero y Castilla la Nueva (1917) y BLÁZQUEZ (Antonio y Ángel): Vías romanas de Carrión a Astorga
y de Mérida a Toledo 1920). Después de aparecida la primera edición de esta obre me he ocupado de la
geografía romana de esta región en mi estudio: Divisiones tribales y administrativas del solar del reino
de Asturias en la época romana, Bol. Ac. Ha., 1929.
~ 76 ~
no brindan ya negros racimos entre sus verdes pámpanos, grandes choperas en las ori-
llas de los ríos, y al norte, al fondo del paisaje, la silueta oscura de los montes lejanos.
La luz de la mañana permite divisar a la izquierda de la calzada que siguen los jinetes
algunas míseras aldeas, cuyas casas de adobes, cubiertas de ramaje y de barro ya seco,
apenas se destacan del suelo.111
Junto al camino un grupo de labriegos derrama la si-
miente en varias heredades vecinas, mientras otros rústicos, con sendas parejas de bue-
yes, hunden la reja en el barbecho y cubren el grano con los nuevos surcos. Son juniores
o tributarios de Santa María, que prestan las habituales sernas otoñales, es decir, las
obligadas jornadas de trabajo que han de realizar, varias veces al año, en las tierras cu-
yos productos íntegros reserva para sus cellarios o graneros la Iglesia de León.112
Los desconocidos caballeros caminan en dos hermosos potros, uno castaño y otro ba-
yo. Al cruzar el Porma les alcanzan unos mercaderes judíos113
que traen en su recua ri-
cas preseas eclesiásticas de Bizancio (greciscas), sedas, tapices y brocados del oriente
islamita o de la España musulmana,114
y otros varios productos adquiridos a bizantinos
y a andaluces. Han traficado con éxito en Castilla. Doña Abba, nuera del conde don Fer-
nando, les ha comprado unas almuzallas o cobertores, varios paños, dos dalmáticas, una
111
Como es notorio a cuantos conocen la tierra leonesa, las casas aldeanas son hoy en ella todavía de ba-
rro y paja. De barro hay también alguna típica y vieja casa en la plaza del Mercado de la misma León.
Además, los documentos de la época que estudiamos hablan de casas territas.
112
Hablaré más adelante de juniores. Respecto a las sernas, no creo necesario mayor aclaración. La pres-
tación de sernas fue, durante toda la Edad Media, servico muy generalizado entre los aldeanos de todo
el reino de León y Castilla. No cabe dudar de que ya pesaba tal carga sobre la población rural mediado
el siglo X, a la vista del privilegio concedido a Santa María de Rezmondo por Fernán González en 969,
y del fuero de Castrojeriz de 976 (MUÑOZ, Colección de fueros municipales y cartas pueblas, Madrid,
1847, págs. 34 y 38). Ambos documentos son castellanos; pero comprueba la prestación de ternas y el
uso mismo de la palabra serna en tierras leonesas, la frecuencia con que aparece en diplomas leoneses
tal vocablo. Se aplica a tierras diversas; pero éstas recibirían probablemente aquella denominación por
ser cultivadas mediante la ejecución de tales servicios. La donación por Alfonso III en 908 a la sede de
Oviedo de una serna de 300 modios situada en el monte Naaranco –la he publicado por primera vez en
mi Serie de documentos inéditos del reino de Asturias, Cuadernos de Historia de España, I y II, Bue-
nos Aires, 1944, 333– acredita, por lo remoto de la fecha en que el nombre la prestación había empe-
zado a aplicarse a las tierras mediante ella labradas, lo antiguo del uso del vocablo para designar antes
el servicio. Santa Rosa de Viterbo, en su Elucidario das palavras, termos e frases que em Portugal an-
tigamente se usaram (II, 208) acredita con textos el significado indicado de la palabra serna.
113
GÓMEZ-MORENO (Iglesias mozárabes, 126) se inclina a suponer al comercio leonés en manos de ju-
díos, y cita un texto de 1047 en prueba de su aserto. A lo menos debía correr a su cargo la importación
de paños, alhajas y preseas eclesiásticas.
114
La importación de telas y objetos diversos spaniscos o moriscos está comprobada en el siglo X, más
que por citas documentales de prendas o preseas así calificadas –en diplomas leoneses de 935 y 959 se
habla de genabes o cobertores mauriscos (T. Leg., fols. 419 v°, y 321 v°), por el sinnúmero de voca-
blos de procedencia árabe empleados en textos leoneses para designar tejidos, pieles, vestidos, piezas
de mantelería, colores, etc... GÓMEZ-MORENO ha reunido las voces de la época que tienen a su juicio
ese abolengo (Iglesias mozárabes, 126-129).
~ 77 ~
casulla y dos frontales greciscos.115
Han vendido mal tarde algunas piezas spaniscas o
hispanoárabes en Sahagún y van a León después de haber intentado comerciar con las
comunidades, aún pobres, de San Miguel de Escalada y de San Pedro de Eslonza.
Es cuarta feria, día de Mercurio, como decían los romanos, y caminan deprisa para lle-
gar al mercado en buena hora.116
Acomodan los hebreos la marcha de sus cabalgaduras
al paso de los caballos que montan los magnates, y platicando mercaderes y jinetes –son
todos latinados– se acercan a León. Dos cosas han sorprendido a los judíos en su viaje.
Las manos del conde don García y la iglesia de San Miguel. Nunca habían visto manos
de varón más blancas ni más bellas. Conocían Córdoba, Toledo, España entera y, sin
embargo, vienen impresionados por la sencillez y armonía de líneas de la iglesia de Es-
calada. Tienen grabado en la memoria el extraño recuerdo de las finas manos de don
García117
y viva todavía en la retina la imagen del templo, consagrado al Arcángel en el
repecho de aquel cerro pelado que ve correr a sus pies el anchuroso Esla.
El dialogar ameno acorta los caminos. Han cruzado ya el Torío por un viejo puente y
han adelantado a varios labriegos del alfoz que, montados en las ancas de sus asnos,
llevan en sus cuévanos o cestos, nabos, ajos, cebollas y castañas, y a varios campesinos
de Macellarios,118
que, también caballeros en pollinos, traen a León carne, sebo y ceci-
na. Una lenta carreta de bueyes cargada de madera queda, como los labriegos, rezaga-
da, y llegan al mercado. Apiñada muchedumbre de gentes se estruja, grita, discute, ges-
ticula. Los colores vivos de las túnicas o sayas de las mujeres, y de los jubones, sayos y
mantos de los hombres destacan sobre el fondo gris oscuro de los lienzos de muralla que
empieza a dorar el sol del mediodía. Se oyen voces humanas, sonar de esquilas, mu-
gidos y relinchos, Los judíos avanzan como pueden por medio de aquella masa en que
se funden hombres, bestias y mercaderías. Las gentes armadas que acompañan a los dos
caballeros se desvían hacia saliente para entrar en León por la Puerta del Obispo, y sólo
queda junto a ellos un su siervo que, con treinta vacas, un toro y dos perros, les habían
cambiado Froila y su mujer por unas tierras.
115
Consta que dicha señora y el conde don García donaron diversas piezas greciscas a su hija al fundar en
978 el monasterio de Covarrubias (Cartulario de Covarrubias, ed. Serrano, 22).
116
En las cuartas ferias se celebraba el mercado de León según el artículo 46 del fuero de 1020, que dice:
“mercatum publicum, quod quarta feria antiquitus agitur”, y en miércoles sigue celebrándose aún en
nuestros días.
117
La Primera Crónica General recoge esta tradición legendaria de las bellas manos del conde don Gar-
cía que había de llevar luyas para no enamorar a las mujeres de sus vasallos (Ed. Menéndez Pidal, Ma-
drid, 1906, N. B. AA. EL, v. 427).
118
La existencia de la aldea de Macellarios en el siglo X está comprobada por diversos diplomas, entre
otros por la donación de unas sernas otorgadas por Alfonso IV al monasterio de San Cosme y San
Damián en 930; de una de ellas dice el texto “iacet sub Mazellarios” (T. Leg., fol. 454). Véanse tam-
bién la venta de un huerto “in villa Macellarios” (939. Arch. Cat. León, 1336), y la donación de una
viña “in Macellarios”, otorgada en 985 por Vimara a San Salvador de Mataplana (T. Leg., f. 140).
Hasta hace años han seguido proveyendo a la ciudad de León montados en sus pollinos, los carniceros
del alfoz.
~ 78 ~
Los próceres cuyas huellas seguimos se detienen en el teso del ganado. Dos leoneses
comen grandes rebanadas de pan y refrescan la garganta empinando una bota llena de
vino raspante del país. Celebran el alboroque119
con que acaban de cerrar su trato.120
El
que con rostro más alegre moja con el vino el gaznate ha vendido al otro una yunta de
novillos. Son dos hermosos animales, uno berrendo y otro blanco; pero ha recibido por
ellos veinte sueldos y está satisfecho de su venta.121
Un su compadre ha vendido tres
bueyes óptimos en doce sueldos, y a lo sumo por dos bueyes, con su atondo y su carro,
se han pagado en el mercado último quince sueldos romanos. Supera incluso el precio
conseguido por cada uno de sus novillos al de seis sueldos en que se ha mercado un
buey negro, orgullo de su dueño. Y se explica por ello el regocijo del afortunado ven-
dedor que obsequia con su bota a los testigos de su éxito.
Junto al grupo que come, bebe y ríe se vende una vaca preñada en doce sueldos;122
un
campesino pide cuatro por un asno gigante;123
un aldeano ofrece ocho denarios por un
cerdo cebado;124
se compran cien ovejas en cien sueldos, una cabra en un modio de tri-
go, y se tantean potros, mulas, yeguas y pollinos. Los dos jinetes misteriosos vuelven a
detener sus pasos ante un corro que presencia interesado el regateo de un feo potro de
color morcillo. El comprador es un villano de Castrrojeriz venido a León a liquidar la
herencia de una tía. Ha vendido un herrén (forraje), un linar y su parte en unos molinos
del Torío, y es tal su impaciencia por convertirse en caballero que no espera a volver a
su tierra para comprar caballo. Ha obtenido unos sesenta sueldos por esos bienes, divisa
119
Agasajo que hacen el comprador, el vendedor, o ambos, a quienes intervienen en una venta. Regalo o
convite que se hace para recompensar un servicio o por cualquier motivo de alegría.
120
De alboroque de pan y vino hay noticias en diversos diplomas. Véanse, por ejemplo, un documento de
1038 (Arch. del Obispo de León, n.° 154) y otro de 1026 (T. Leg., fol. 303).
121
Hay noticia de una yunta de bueyes valorada en 20 sueldos en 971 (B. Sahagún, fol. 75), y en dos
diplomas castellanos de 972 (Becerro de Cardeña, ed. Serrano, 103) y de 981 (B. de Cardeña, 221) se
habla de “uno iugo de bobes [duos boues]... uno albo et alio berrendo”, cuyo precio era de 20 modios.
En una monografía titulada: El precio de la vida en el reino asturleonés hace mil años, Logos, Revista
de la Facultad de Filosofía y Letras, IV, Buenos Aires, 1945, he sistematizado todos los abundantes
datos que he logrado reunir sobre el valor de las diversas especies de ganado, de las joyas y orna-
mentos de Iglesia, de las prendas integrantes del traje, de los objetos de uso doméstico, etc... en la
época aquí estudiada. Sirva esta cita para cuantas veces en el curso de esta obra consigne cifras acerca
del precio de animales o de cosas. El modio era la medida para áridos, que usaron los romanos y
equivalía aproximadamente a 8,75 litros.
122
En esa cifra se valora una vaca preñada en un documento de 1014, número 64 del Archivo del Obis-
pado de León.
123
En un diploma de 948 copiado en el B. de Sahagún, fol. 207, v°, se habla de un asno apreciado en
cuatro sueldos. Le supongo gigante, pues valía lo mismo que algún buey. Puede explicarse el alto valor
de los pollinos por su empleo para las labores.
124
La única cita que permite fijar en ocho denarios el valor de un cerdo en el siglo X procede de Portugal
y del año 999 (Archivo Distrital de Braga, Liber Fidei, fol. XVII).
~ 79 ~
o partija125
que le había tocado al repartir con sus hermanos la herencia referida. La cifra
de los sesenta sueldos es reducida. No le permite adquirir un buen caballo, que se cotiza
a muy altos precios en todos los mercados del reino de León. El caballo es indispensa-
ble para la guerra con el moro y alcanza un valor elevadísimo en proporción al conse-
guido por las demás especies animales. Después de la batalla de Simancas, en que pere-
cieron tantos brutos y jugaron tan decisivo papel los jinetes cristianos, los reyes distin-
guen a los caballeros con marcada preferencia, la demanda de cabalgaduras ha crecido y
es más que difícil adquirir una de ellas. Un gallego unido al grupo que presencia el trato
refiere en este punto que ha visto cambiar en su tierra, por ocho y por seis bueyes, un
caballo castaño y otro bayo como los que montan los dos incógnitos jinetes.126
No acep-
tarían ellos un cambio semejante. Exigirían de diez a veinte bueyes, o un centenar de
sueldos, a lo menos,127
y en León vale un caballo de cuarenta a sesenta,128
es decir, de
cuarenta a sesenta ovejas, de seis a doce bueyes como mínimo.129
El aspirante a caba-
llero ha apalabrado ya una silla gallega de altos borrenes en diez sueldos; pero no puede
emplear los cincuenta restantes en mercar el caballo, porque necesita adquirir el atondo
propio de todo caballarius, y ha de comprar aún: cabezada, pretal, riendas, freno y ata-
harre, para completar los arreos de la cabalgadura, y escudo, espada y lanza, para su
equipo personal. Ha encontrado un potro morcillo huesudo y con mal pelo, por lo que su
dueño le pide treinta sueldos. No le satisface la estampa de la bestia; pero con la espe-
ranza de engordarla, y forzado por lo exiguo de su caudal, discute de modo peregrino
con el dueño del potro para alcanzarlo más barato. El trato dura; el vendedor, a quien
125
Partición o repartimiento, especialmente el de una herencia.
126
Un caballo bayo y otro castaño aparecen, en efecto, apreciados en 6 y en 8 bueyes en un documento
gallego de 947 (LÓPEZ FERREIRO, Historia de... Santiago).
127
Conozco varias menciones de caballos valorados en 100 sueldos. Aparecen en documentos leoneses de
962 (A. C. L., T. Leg., fol. 365 v.°), 974 (B. de Sahagún, fol. 214 v.0), 1004 (T. Leg., fol. 174), 1008
(Archivo Ob. León, núm. 54) y 1035 (Arch. Ob. León, núm. 115). A juzgar por los precios del ganado
vacuno arriba mencionados, por 100 sueldos podían compararse de 10 a 20 bueyes.
128
Exceptuada la extraña valoración de un potro morcillo en 20 sueldos, la cifra más baja en que apa-
recen apreciados los caballos en tierras de León es 40 sueldos. Valoración tan reducida se encuentra
sólo, de otra parte, en documentos de fines del siglo X: de 997 (T. Leg., fol. 195) y 999 (Archivo Ob.
León, núm. 34). Eran, a lo que parece, más numerosos los caballos de 50 sueldos. En esta cantidad se
valoran en diplomas de 946 (ESCALONA, Historia de Sahagún, 394), 969 (13. de Sahagún, folio
213), 979 (ESCALONA, Historia de Sahagzín, 425), 1002 (T. Leg., folio 305 v°) y 1030 (Arch. Ca-
tedral de León, núm. 152). También debían ser muchos los caballos apreciados en 60 sueldos. Se men-
cionan en escrituras de 941 (B. de Sahagún, fol. 177 v°), 995 (T. Leg., fol. 131), 998 (B. de Sahagún,
fol. 184) y 998 (ESCALONA, Historia de Sahagún, 436). Por encima de estos precios había caballos
de 80, 100, 120, 150 y hasta 300 sueldos, pero, como he dicho antes, envío al cuadro completo de va-
lores de esta especie animal en todo el país, que he trazado en mi estudio: El precio de la vida en el rei-
no asturleonés, Logos, 1945.
129
Sobre la base de las valoraciones indicadas en la nota anterior y de las consignadas para bueyes y ove-
jas, esas eran las correspondientes comparativas de una especie a otra.
~ 80 ~
urge la venta, pues la ruindad de la cabalgadura es imagen de la pobreza de su dueño,
cede al cabo; y el nuevo caballero da veinte sueldos galicanos por el potro.
Más allá los dos desconocidos ven pagar cien sueldos por un mulo a un siervo del
obispo, quince por una yegua vieja a un infanzón del conde que gobierna Luna,130
y
sorprendidos admiran un caballo bayo de la alzada, estampa y pelo de uno de los dos
suyos, por el que entregan también hasta cien sueldos.131
Se apean de las cabalgaduras,
las coge de las bridas el siervo que los sigue, abandonan el teso del ganado y se dirigen
al Arco del Rey o de Palacio, para entrar por él en la ciudad.
No es empresa fácil abrirse paso por medio del mercado. Como las gentes de León
han de proveerse en él de semana en semana de todo lo preciso para el vivir diario, y
aun de lo superfluo, que como indispensable les reclama también el regalo y adorno de
su persona y casa, la ciudad se ha vaciado toda en la explanada situada, mirando al me-
diodía, fuera de las murallas. Hay ya algunas tiendas dentro de la cerca que ciñe la agru-
pación urbana; pero unas se han abierto para remedio de los más pobres, cuya penuria
no les permite hacer acopio un día a la semana de lo más necesario, y otras han surgido
al calor del lujo, para ofrecer a los ricos que viven o vienen a León, pan tierno, bocados
exquisitos, carnes frescas, joyas y bellos paños. Ni aquéllas por lo mísero, ni éstas por lo
escogido de los productos en que trafican, bastan al aprovisionamiento de la ciudad. El
número de todas es, además, pequeño, tal vez cuatro como mucho, y el vecindario acude
todas las cuartas ferias al mercado, a vender y a comprar, que pocos dejan de ser a la
vez mercaderes y consumidores. Unos venden las galochas, abarcas y zapatones que han
fabricado durante la semana, para comprar nabos, sebo, pan, vino, una pierna de carne-
ro, cecina de vaca o de castrón132
y, si los hay, algunos lomos; y otros el trigo o el vino
que les sobra, cabezas de ganado menor, lino, legumbres o alguna res envejecida en el
trabajo o desgraciada en accidente fortuito, para adquirir rejas de arado, espadas y mon-
turas o para mercar sayas, mudas de mesa, tapetes y plumacios.
A vender y a comprar acuden al mercado también los aldeanos del alfoz e incluso los
ricos propietarios laicos y los numerosos monasterios de la campiña leonesa. Lo redu-
cido y lo disperso de sus pobres dominios, por lo general grandes tan sólo en parangón
con las pequeñas parcelas que poseen los más de los labriegos, les impide vivir de sus
propios recursos y les fuerza a enviar sus mayordomos o vaheas a León las cuartas fe-
rias. Ni aun los más poderosos pueden bastarse a sí mismos económicamente. Necesitan
vender los sobrantes de sus cosechas o de sus ganados para adquirir enseres de labor o
de casa, prendas de lujo, armas, arreos de caballo o productos alimenticios de comarcas
extrañas. Se mueven, por tanto, sin remedio, dentro de la órbita comercial de la ciudad
130
En esa cifra se valora una yegua baya en escritura de 1002 (Becerro de Sahagún, fol. 102 v°). La re-
lación de dependencia en que presento a un infanzón en relación a un conde, era muy frecuente en la
época.
131
De un caballo bayo apreciado en 100 sueldos habla un documento de 974 (B. Sahagún, fol. 214 v°).
132
Es el nombre vulgar leonés usado en lugar de cabrón.
~ 81 ~
vecina, y con frecuencia, de una parte sus bolsas bien repletas y de otra sus gentes, sus
ganados o sus carros –cargados de cereales, de legumbres o de frutas–, contribuyen a
hacer del mercado leonés centro de contratación importantísimo, por el que no se puede
marchar sin embarazo.
Al dejar atrás el teso del ganado cruzan primero nuestros incógnitos amigos por entre
algunos labriegos y varios mayordomos de diversas iglesias y magnates que, al socaire
de sus asnos o al pie de sus carretas, venden, en sacos, cebada, centeno, trigo y mijo.
Cuando pasan por frente a los criados del monasterio de Abeliare, ven medir a una pa-
nadera de León varios modios de trigo a sueldo el modio. No les sorprende el precio. De
antiguo es el modio (romano) de trigo, como también la oveja, valor equivalente al
sueldo, y a menudo han visto pagar en modios o en ovejas, tierras, ganados o mercade-
rías ajustados en sueldos.
Más allá atraviesan entre los hortelanos de la ciudad y del alfoz. Para gozar de sombra
–el sol calienta hoy después de haber estado oculto entre nubes varios días– los horte-
lanos han armado sus miserables toldos. Han clavado en el suelo gruesos troncos, han
cruzado dos ramas por los dos agujeros abiertos en los palos, unos dedos antes de su re-
mate superior, y han tendido, sobre las dos varas aspadas, un sucio pedazo de lienzo
moreno.133
Bajo estos tenderetes, en grandes banastas hechas con delgadas tiras de cas-
taño, haya o sauce, o en cestos, cuévanos, carguillas o talegas de mimbre,134
ofrecen
manzanas, ajos, cebollas, uvas, higos, peras, castañas, nueces y otras mil frutas y horta-
lizas diversas.135
Empiezan ya a venderse también nabos tempranos, alimento funda- 133
Este sencillo tipo de tenderetes se ha usado en León hasta nuestros días y se usa aún en otras ciudades
de los reinos de León y Castilla, en Ávila, por ejemplo. Hoy los labriegos del valle Amblés –y hasta
hace años los campesinos de la vega de León–, para que no sea preciso clavar en el suelo el tronco del
toldo, lo sujetan en un trípode de madera.
134
Supongo en uso las mismas banastas, cestos, cuévanos, carguillas y talegas que aún emplean con estos
nombres los aldeanos de la tierra de León. Su origen se remonta probablemente a la época romana.
SAN ISIDORO (Etimologías, XX, 9) habla ya del canistrum o canasto hecho de cañas; de la cistella o
cesta fabricada con cañas o con mimbres, de la corbis de mimbre y de la sporta de esparto.
135
Cito sólo las frutas y hortalizas de otoño de que he hallado noticias en escrituras de la época. No con-
signo mención alguna de manzanas ni de uvas, porque la abundancia de citas de pomares y de viñas o
maxuelos en los documentos del siglo X es a todos notoria. Hoy no se conservan aquéllos ni éstas en la
cantidad que los diplomas atestiguan para entonces, pero aún recuerdan tales tiempos pueblos leoneses
con nombres como éstos: Manzanedo, Villanueva de las Manzanas...–Ajos y cebollas se llevaban al
mercado de Villavicencio, y, a lo que parece, en abundancia, puesto que se mencionan al consignar las
cantidades recaudadas por el sayón de los productos que se vendían por labradores e industriales, y se
habla de carretas cargadas de alios aut de cepolas (MUÑOZ, Colección..., 173). Las cebollas eran
alimento muy frecuente en el yantar del pobre. El fuero de Cirueña (972; B.A.H., XXIX, 348), al
señalar la comida que había de dar el señor a los villanos los días en que éstos prestaban sernas, nos
declara que los labriegos yantaban por la montaña comuña (pan de trigo y centeno), queso y cebollas.–
De higueras he encontrado mención en diplomas de 842 (T. Sobrado, fol. 17 v.°), 960 (P.M.H., D. et
Ch., 50), 963 (T. Sobrado, 1, fol. 22 v.°) y 989 (T. Celanova, fol. 17 v.°); podrían hallarse en mil textos
más y siguen cuidándose en las aldeas de tierra de León.–De perales se habla en escrituras de 883 (T.
Sobrado, I, fol. v°), 931 (T. Sobrado, I, fol. 36 v°), 950 (Rev. Hispanique, 1900, 336), 963 (T. Sobrado,
I, fol. 22 v°), 980 (Arch. Ob. León, núm. 42), 1006 (Arch. Ob. León, núms. 40 y 48), 1017 (Arch. Ob.
León, núm. 74). De castaños hay cita en diplomas de 842 (T. Sobrado, fol. 17 v°), 931 (T. Sobrado,
~ 82 ~
mental en todos los yantares leoneses136
y de los que hacen por tanto, gran acopio las
mujerucas de León vestidas de ordinario con sayas bermejas y amarillas. Un hombre al
servicio de los canónigos de Santa María elige ahora en uno de los puestos referidos los
mejores higos que ha logrado encontrar en el mercado. No son para la mesa del capí-
tulo, sino para la del monarca, pues mientras el soberano habita en la ciudad han de
proveerla de higos y de postre los capitulares de León.137
El sayón viene recaudando las maquillas del rey, los derechos que pertenecen al mo-
narca, impuesto que pagan cuantos llevan algo a vender al marcado de León las cuartas
ferias. Por cada carreta de nabos exige tres denarios, uno por la carga de cada pollino y
un puñado de nabos a los labriegos que vienen a pie con las alforjas llenas. De cada ca-
rro de ajos o cebollas toma veinte ristras de ocho cabezas, diez ristras por la carga de un
asno y cinco por la de un peón, y en proporción análoga cobra maquillas de las cas-
tañas, peras, nueces y demás productos que se venden en aquella zona del mercado.
Desde allí se encaminan hacia poniente, donde se agrupan pellejos de vino de Toro y
de aceite de Zamora, traídos de las márgenes del Duero por recuas leonesas;138
varios
sacos de sal, venidos a lomos de pollinos desde las salinas de Castilla;139
ramas de urce
fol. 36 v°), 960 (P.M.H.; D. Ch., 50), 965 (P.M.H.; D. Ch., 57), 973 (P.M.H.; D. Ch., 69). Hoy llegan
castañas a León desde el Bierzo y se venden en grandes cantidades en la plaza del Conde... Figuran no-
gales en textos de 950 (Rev. Hisp., 1900, 336), 992 (Arch. Ob. León, núm. 13), 992 (Arch. Ob. León,
núm. 26), 1006 (Arch. Ob. León, núm. 40)... y son muy abundantes en diversos pueblos del antiguo
alfoz y aun en las afueras mismas de la ciudad.
136
Antes de la introducción de la patata, el nabo hizo quizás sus veces. Aun hoy se consume en León y,
en gran cantidad, en Galicia, región muy conservadora en éste y otros muchos aspectos de la vida. El
fuero de Villavicencio los menciona entre los productos cuya tributación importaba fijar; es de presu-
mir que por su frecuente venta. En carretas, en asnos o a hombros llevaban los labriegos al mercado de
Villavicencio las cargas de nabos, y de la misma manera les supongo conducidos por los campesinos
del alfoz al de León.
137
En 1190 eximió Alfonso IX al obispo y a la Iglesia de León de esta carga, que puede datar del siglo
X. Ignoro su origen, pero no hallo razones para juzgarla posterior (Arch. Cat. León, núm. 1.072).
138
Como el reino de León no es tierra de olivares, he dudado si llegaría aceite al mercado leonés las
cuartas ferias. Los textos me han resuelto el problema. Llegaba ya en el siglo X, y llegaba de Zamora.
En la donación de Ordoño II a la Iglesia de León de alredeor de 916 (España Sagr., XXXIV, 441) se
lee: “offerimus de nostro partatico pro illas septem solemnitates majores de Sancti Martini usque ad
Pentecostem, pro una cuique solemnia XIIim. libras de cera, et XIIim. argenteos incensi Libani; et pro
diem Ramos palmarum duas mensuras olei, quos dicunt refrenas ad faciendum Crisma”. Y puede
suponerse con fundamento que el aceite venía de Zamora, porque en Zamora hay y había olivos, según
consta en un diploma de 945 (ESCALONA, Historia de Sahagún, 393). Ramiro II, que concedió a Sa-
hagún en esa fecha la villa de Traviesa, dice en él: “Et dedisti nobis por ipsa Villa tres Acenias in Za-
mora ad olivares iusta palatium nostrum”.
139
La mayor abundancia de salinas conocidas en Castilla y la mayor comodidad para el transporte de la
sal en recuas de pollinos desde Salinas de Añana, Salinillas de Bureba o Poza de la Sal hasta León –la
calzada romana de Zaragoza a Astorga por Briviesca facilitaba el acarreo– me ha movido a atribuir pro-
cedencia castellana a la sal que se vendía en el mercado leonés.
~ 83 ~
(brezo) para encender el fuego, sebo, cestos con gallinas y palomas, cera, miel, pi-
miento, grandes patos, queso, sícera, es decir, sidra del país o de Asturias y numerosas
grullas, que crían para el mercado de León las gentes de una aldea vecina, los mora-
dores de Grullarios. El sayón cobra una emina140
por cada carro de sal, un sueldo y una
olla de vino por cada carreta de pellejos o cubas, quince cuartillos a los vinateros por la
carga de cada asno, y así de la cera, grullas, gallinas y palomas. Los pellejos de aceite
están ya desinflados. No viene aceite a León todas las cuartas ferias, sino de tarde en
tarde, y el día que aparecen con él las recuas de Zamora, en las primeras horas del
mercado se lo disputan los siervos de cocina del obispo, del conde, de palacio y de al-
gunos magnates.141
La disputa se explica; no es siempre fácil proveerse de manteca en
cantidad bastante, es insufrible el sabor del sebo en las comidas,142
y da mejor gusto en
ellas el aceite de olivas que el de linaza –de uso muy general, procedente del Órbigo–143
y que el de nueces, fabricado en el país o traído de Asturias, pero también difícil de
encontrar y de adquirir. Hoy se han terminado los pellejos venidos de Zamora más tem-
prano que nunca, porque unos hombres del monasterio de Escalada han acudido de ma-
ñana al mercado y han adquirido cuanto aceite han podido cargar en sus carretas. Mo-
zárabes aún algunos monjes de aquel claustro y acostumbrados al aceite andaluz o tole-
dano, por todos los medios a su alcance pesquisan el rico producto de aquellas lumino-
sas campiñas que les vieron nacer.
140
Medida antigua para líquidos, equivalente a medio sextario. Cierta medida que se usó antiguamente en
el cobro de tributos. En la provincia de León, medida de capacidad para frutos, equivalente a algo más de
18 litros. Medida agraria usada en la misma provincia para la tierra de secano, que tiene 110 pies de lado,
y equivale a 939 centiáreas y 41 decímetros cuadrados. Medida para las tierras de regadío en la provincia
de León, que tiene 90 pies de lado, y equivale a 628,88 m2.
141
Ya he probado que podía venir y que de hecho venía aceite a León desde Zamora, pero no olvido que
Zamora es punto extremo de la zona olivarera de la Península, donde, por tanto, la cosecha de aceituna
no permitiría a un tiempo satisfacer las necesidades del consumo local y proveer con abundancia los
mercados del reino de León.
142
El uso del sevo en las comidas por los leoneses del siglo x me parece probable. La obligación de los
macellari legionenses de dar al sayón por vendimias un “arrelde de sevo”, y las actuales costumbres
de los campesinos leoneses y aun de los barrios populares de nuestras ciudades, me inclinan a sospe-
charlo así. Pero ¿no usarían además la manteca? No he encontrado cita alguna de manteca en los diplo-
mas de aquel tiempo, ni tampoco la ha hallado en ellos hasta hoy MENÉNDEZ PIDAL, al reunir noticias
para el eruditísimo vocabulario del lenguaje de entonces que prepara. La primera mención de la man-
teca que conoce, según me comunica, se refiere a textos mozárabes del siglo XII. Y, sin embargo, ¿có-
mo dudar de su empleo en un país tan ganadero y tan distante de la zona de cultivo de la oliva, que
apenas llega y llegaría a tierras de Zamora? ¿Emplearían la palabra sebo de un modo genérico para
significar también la manteca? Hoy se usa más en la montaña que en la ribera.
143
En nuestros días se emplea aún en tierras de León el aceite de linaza, procedente del valle del Órbigo,
como aceite de arder. La escasez del de olivas que debía padecerse en el período que estudiamos, la
gran difusión en éste del cultivo del lino y la circunstancia de que todavía hoy prefiera el pueblo leonés
el aceite de linaza en el guiso de determinados platos, me mueven a considerarlo ya de uso muy gene-
ral en el siglo X.
~ 84 ~
Resguardados por toldos parecidos a los usados por los hortelanos, los industriales de
León y su alfoz venden, hacia saliente del mercado, diversos utensilios de uso diario en
las casas de los artesanos y de los labradores, de la ciudad y de las aldeas. Sentadas de-
trás de sus cántaros, ollas, pucheros, barreños y cazuelas de barro rojo vidriado en su in-
terior, unas mujeres de Nava de Olleros, cejijuntas, de pómulos salientes, pelo entrecano
y tez morena, esperan comprador a sus cacharros. A su lado otras mujerucas de Tor-
narios venden zapicos o jarros y platos, fuentes, domas y herradas de madera. Junto a
ellas unos mozos, de manos ennegrecidas y de rostros ahumados, ofrecen instrumentos
de hierro, latón, acero y cobre. Sobre mantas raídas tienen hachas, hoces, azadas, azue-
las, candados, cuchillos y tenazas; amontonadas junto a las mantas varias rejas de arado,
y delante largas filas de trébedes, morteros, sartenes, cuencos y calderos, entre los que
figuran algunos de latón. Un siervo de cocina del obispo, que ha comprado entero un
pellejo de aceite, elige en este instante unas enormes trébedes, y un rústico de Trobajos
trata de convencer a Domingo, el herrero, de que gana, al cambiarle por una carga de
nabos y de trigo, un caldero, un hacha, un cuchillo y una reja.
Inmediatos a los puestos de olleros y torneros varios aldeanos de Saliame (Sejambre)
ofrecen trillos, carros, bieldos, manales para majar el trigo y forcados o carretas sin rue-
das; y junto a ellos algunos artesanos de Rotarios, las típicas ruedas leonesas que fabri-
can sin radios, con trozos de madera ensamblada, y que venden sueltas o emparejadas
por un eje. Un hombre de behetría, que habita junto a San Félix del Torío, entrega en es-
te punto tres sueldos galicanos de plata por una carreta de madera de sólida y fuerte
construcción. El vendedor elogia al comprador la calidad de la mercancía y le garantiza
que ha advertir las excelencias de su carro al escuchar el chirrido armonioso que su
rodar produce.
Más allá varios arrieros del concejo de Arbolio ajustan unas botas para vino, tantean
cueros de buey y de caballo y regatean unos folles cabrunos o pellejos de cabra, que
necesitan para renovar los desgastados en los frecuentes viajes de sus recuas. A dos
pasos, unos labriegos de Toletanos miran, remiran, palpan y vuelven a palpar varias ti-
ras anchas de cuero que llamamos tórdigas, unos sobeios, es decir, correas para atar el
yugo a la lanza del carro, varias melenas para adornar la testuz de los bueyes y algunas
sogas, coyundas y cabestros, que penden, con sobeios, tórdigas y melenas, de un palo
horizontal colocado sobre dos verticales clavados en el suelo. Son los puestos de los
talabarteros, que ofrecen asimismo bridas, sillas y albardas. Allí encontramos otra vez al
nuevo y como tal hinchado y gozoso caballero del potro morcillo, que está pagando en
este punto y hora y en dinero pondere pensato, los diez sueldos de la silla adquirida y
otros varios importe de los arreos de su cabalgadura. El talabartero, a presencia de to-
dos, prepara una pequeña balanza que le presta unos de los zabazoques o inspectores del
mercado, allí presente,144
y se dispone a pensar los denarios romanos, los sueldos gali-
144
Los zavazoures de León aparecen en el artículo XXXV del fuero de 1020. MUÑOZ, en sus Notas a los
fueros latinos de León (Colección, 152), siguiendo a Lista, considera a los zavazoures leoneses
zaharrones o juglares. Hoy se conoce el verdadero significado del vocablo en cuestión. En Córdoba el
zabazoque era juez o inspector del mercado, y de sus sentencias podía apelarse ante el juez de la
ciudad (AL-JUXANÍ, Historia de los jueces de Córdoba, trad. Ribera, 121 y 220). Esto mismo eran
probablemente los zavazoures leoneses, y el artículo XXXV del Fuero parece comprobarlo al hablar de
~ 85 ~
canos, los dirhemes moriscos y los demás pedazos de plata que entrega por la silla, el
petral, la cincha y unas bridas el caballero recién improvisado. Circulan por León mo-
nedas del pueblo hispano-musulmán, con que comercia el reino y a la par las viejas pie-
zas galicanas o romanas que alza el arado de la tierra a cada paso. Mas no bastan los
dirhemes de Córdoba, los sueldos de Galicia ni los viejos denarios, y aunque con fre-
cuencia se acude al trueque directo los objetos por objetos, como no es éste siempre su-
ficiente y los reyes leoneses no acuñan numerario, fuerza es admitir en los pagos todo
trozo de plata y pesar la moneda, para igualar de algún modo los diversos instrumentos
de cambio.
Abarcas y zapatones en hilera esperan comprador en el puesto de al lado; mal allá pie-
les de conejo, cordero, ardilla y comadreja penden de sogas sujetas en dos álamos blan-
cos, y enfrente, echados sobre arcones, tendidos sobre lienzos en el suelo o colgados
también de varias sogas atadas a otros árboles, se ofrecen a la venta: sayas, mantos, ca-
misas, telas para plumazios o colchones, galnapes, es decir, mantas o cobertores, paños
diversos y tapetes de cama. Tres, cuatro, cinco, seis, siete, y hasta ocho sueldos se pagan
por varias pellicas de conejo, comadreja o cordero; tres por un tapete, ocho por dos gal-
napes o cobertones, cinco por un manto azul, tres modios de trigo por un largo sayal,
treinta por una rica saya carmesí y quince sueldos por una saya bermeja de lana, saya de
habí,145
como dicen los vendedores, de abolengo mozárabe, que aún emplean vocablos
aprendidos en tierras de Toledo.
Los compradores, infanzones, clérigos, caballeros o labriegos de la ciudad y del alfoz,
traducen en seguida en ovejas o en bueyes los precios mencionados. Para ellos una piel
vale cinco a doce ovejas; un galnape, quenabe o cobertor, de cuatro a treinta, y una sa-
ya, de tres a siete bueyes. El valor de las telas es, pues, considerable, en paragón con las
diversas especies de ganados y, como consecuencia, las transacciones son escasas en
aquellos puestos de mantos, paños y tapetes. Las gentes hilan y tejen de ordinario en sus
casas para satisfacer, con más o menos gusto, la necesidad apremiante de vestirse, y só-
lo cuando ella les fuerza a adquirir piezas que no es posible elaborar en los hogares o les
incita el lujo, acuden a las tiendas de intra muros o al mercado y vacían sus bolsas en
ellos en unión de los carniceros. El abolengo mozárabe de la palabra es indiscutible, pero no es tan se-
guro el de la institución. Advirtamos que en Córdoba había un zabazoque, según se deduce de los
citados pasajes de AL-JUXANÍ, y, por el contrario, los diversos textos del Fuero utilizados por MUÑOZ
y ROMERO para su edición pluralizan el término. El zabazoque cordobés de los siglos IX y X dependía
del poder central, como todos los que regían la ciudad, que no era autónoma en su régimen, que no
existía en el sentido jurídico que tuvo la voz ciudad en Europa durante la Edad Media. Y los zava-
zoures eran ya, probablemente en 1020, de elección popular. Puesto que el conde gobernador y juez de
la ciudad lo nombraba el rey, y el rey designaba también al merino y al sayón, a los zavazoures sólo
parece referirse la elección de justicia que se realizaba el día primero de cuaresma en el capítulo de
Santa María, según dispone el art. XXIX del Fuero. He estudiado de nuevo el tema en mi Ruina y
extinción del municipio romano en españa e instituciones que le reemplazan, Buenos Aires, 1943, Ap.
3.°, 142-145.
145
Una saya vermelia de habí, apreciada en 15 sueldos, se cita en una escritura de 994 (B. de Cardeña,
ed. Serrano, 282).
~ 86 ~
manos de tejedores o alvendarios, nacidos en León o acogidos a ella en busca de liber-
tad y de trabajo.146
También cobra maquilas el sayón en esta zona del mercado. Están exentos de dere-
chos las tórdigas, los zapatones y las abarcas, que en reducido número se venden o se
cambian por gentes que no son del oficio; pero los artesanos pechan en general por
todos los productos que llevan a vender las cuartas ferias. Una reja por carga y una
meaja (moneda antigua) por cada dos rejas han de pagar los vendedores de objetos de
hierro, unas abarcas al mes los abarqueros, y en forma parecida tributan las mujerucas
de los cacharros, los albarderos, los boteros, los curtidores de pieles y los alvendarios o
tejedores.
Los magnates a quienes seguimos al principio, después de haberse detenido ante di-
versos grupos, correspondido a mil saludos y tanteando unas recias espadas de acero
bien templado, llegan ahora a dos pasos del arco abierto en uno de los lienzos de la vieja
muralla y se disponen a penetrar por él en la ciudad. Mas antes de que hayan logrado su
propósito les detiene en su marcha un tumulto lejano, cuyo rumor parece llegar hasta
ellos del teso147
del ganado. En un abrir y cerrar de ojos quedan solitarios en sus puestos
tiraceros, curtidores, tejedores y talabarteros. La multitud corre curiosa hacia el lugar de
la disputa. La siguen nuestros dos caballeros y en un vuelo se encuentran transportados
al borde de aquella faja del mercado donde hemos visto vender bueyes, mulos, potros y
caballos. Muchedumbre de gentes se agrupa en medio de unos prados. Comen y beben
en ellos, tumbados en la hierba, varios arrieros y algunos campesinos, que han vendido
ya el vino o el aceite, la cebada o el trigo traídas por sus recuas o sus carros. Se alzan
del suelo al escuchar las voces; mas temiendo un espanto del ganado, no se unen a la cu-
riosa multitud por no desamparar en el tumulto los asnos y los bueyes que pastan junto a
ellos; y por no exponer a un posible peligro las pequeñas, despaciosas y chirriantes
carretas que yacen como tristes, abandonadas de sus yuntas.
Cuando los viajeros logran abrirse paso hasta el centro del grupo que pregunta, dis-
cute, escucha y contradice, encuentran a los zabazoques y al sayón oyendo a un hombre
que empuña en su diestra una espada desnuda, mientras sujeta con la izquierda las
bridas de una yegua. Un viejo judío leonés tiene también fuerte y nerviosamente asida
con su huesuda mano la cabezada de la cabalgadura. El hombre de la espada, infanzón
del conde de Luna, a quien vimos ha poco mercar su yegua en quince sueldos, dice que,
contra la costumbre y las órdenes del rey, el judío y su gente habían intentado apode-
rarse de su bestia, y encendido su cólera hasta el punto de haberse visto forzado a ame-
nazarlos con su espada. El hebreo, sin soltar su presa, traza con palabras que quieren
mover a compasión, un largo, hipócrita y divertido relato de sus cuitas. El infanzón es
flaco de memoria. Ha olvidado los favores que le dispensó en uno de los postreros años
malos que había sufrido la ciudad, cuando remedió sus hambres y miserias con un cuan-
tioso préstamo o renovo. Ha llenado su bolsa al servicio del señor de Luna, compra
cabalgaduras en el teso, gasta y triunfa, y trata, sin embargo, de burlarlo una vez más.
146
Hasta nuestros días ha durado la costumbre de hilar en los hogares.
147
Cada una de las divisiones del rodeo en las ferias. Sitio en que se efectúa la feria de ganados.
~ 87 ~
Pero ésta no se escapa; le ha prendado su yegua para obligarlo a comparecer con él a
juicio, y pide a todos ayuda para obtener justicia. El sayón le pregunta cómo no ha
esperado a otra ocasión y se ha atrevido a prendar a su deudor en el mercado, y el
hebreo responde, con asombro fingido, que no le ha prendado en el mercado, sino al
borde, fuera del mismo, donde el rey autoriza a tomar prendas de fiadores y deudores.
No convencen al sayón las argucias del judío y le pide sesenta sueldos por su deso-
bediencia a los decretos reales que prohíben prendar en día, sitio y hora como éstos, y
otros sesenta al infanzón por haber desnudado su espada y quebrantando así la paz del
rey, que es la paz del mercado.
Replican varias veces el deudor y el hebreo; la opinión se divide en el grupo; desin-
teresados del asunto, nuestros desconocidos se separan, aunque no sin trabajo, de la ma-
sa humana apiñada en torno a la yegua vieja de los quince sueldos, y platicando sobre
las sutilezas del judío entran en la ciudad por el Archo de Rege. Siguen la carrera en que
se hallan las cortes de doña Eldoara y del diácono Miguel, el palacio del príncipe y el
recién construido monasterio del Salvador; avanzan por el carral estrecho y tortuoso
donde habitan Paterna y su mujer Galaza; llegan al cabo al ángulo que forma esta ca-
rrera con la que une la Puerta del Obispo y la Cauriense y penetran, por último, en la
corte de don Arias, el incógnito jinete del caballo castaño. Su compañero, de edad más
respetable –don Arias es muy mozo– se llama Assur Fernández, es conde de Monzón y
viene a la ciudad a distraer sus ocios otoñales y a holgarse en el bullicio cortesano.
Biblia de San Isidoro de León (s. X).
Salida de Egipto: los hijos de Israel, bueyes, ovejas, cabras. Fol. 38 v.
(Foto Manuel Viñayo).
~ 88 ~
Ciudadanos.
Dibujo parcial de una miniatura del Beato de Liébana de la Catedral de Gerona.
Fol. 34.
~ 89 ~
Dos Magnates.
Dibujos parciales de una miniatura del Beato de Liébana de la Biblioteca Nacional
(Madrid) que representa una reunión de Nabucodonosor y sus sabios.
~ 90 ~
Biblia de San Isidoro de León (s. X).
Representación de San Mateo y San Lucas. Fol. 400 r. (Foto Manuel Viñayo).
~ 91 ~
LA CORTE DE LEÓN
Discurren por León gentes llegadas de todos los extremos del reino. En las calles, ca-
rrales y carreteras de la ciudad reina un bullicio extraordinario. Ramiro ha celebrado una
asamblea plena de su Palacio y han acudido a la regia sede legionense, para asistir a
ella, condes y prelados de Portugal y de Castilla, de Galicia y de Asturias, del Bierzo y
de las márgenes del Duero. Los obispos han venido acompañados de sus clérigos y to-
dos, de los infanzones sus vasallos y de tropas armadas. León es pequeño para albergar
a tamaña muchedumbre. Los prelados se hallan repartidos entre la régula o canónica de
Santa María, la posada del obispo y los monasterios edificados extramuros o en el inte-
rior de la ciudad. Los magnates han alzado sus tiendas fuera de las murallas o se han
alojado en las cortes de algunos ricos leoneses. Diego Muñoz es huésped del Conde de
León y habita con él en el castilo. Fernán González no ha querido encerrarse dentro de
la ciudad y se ha establecido con su gente en la explanada del mercado. Assur Fernán-
dez mora en la corte de don Arias y de doña Adosinda, situada entre las calles que lle-
van a Santa María y al Palacio del rey; Osorio Gutiérrez, en la de Miro Barraz, cons-
truida junto a la puerta de poniente, y Gutierre Osóriz en la de Ablabelle y su mujer
Gontroda, edificada en la carrera de la Puerta del Conde.
Terminaron ayer las deliberaciones de la asamblea. El obispo de Santiago, Hermene-
gildo, ha salido de mañana para Galicia (anticipadamente): el viaje es largo, el sol abra-
sa –está acabando julio– y camina hacia su tierra con la aurora. Los demás condes y
prelados se disponen a imitarle. En este instante besan la mano al rey y le piden licencia
para retirarse a sus mandaciones y obispados. Las cámaras de palacio están llenas de
obispos y magnates que esperan el momento de ser recibidos por Ramiro. En una de
ellas, apartados de todos, de pie junto a una puerta, dialogan en voz baja Fernán Gon-
zález y el conde de Saldaña Diego Muñoz, su gran amigo. Aliados en la sublevación
contra el monarca y compañeros después en la desgracia, platican tan recatadamente
que los fieles del príncipe los espían celosos, por temor a que maquinen nuevos levan-
tamientos. En otro extremo del salón, Ilderedo, obispo de Segovia, ruega la infante don
Ordoño, de quien es gran privado, que interceda cerca del rey, su padre, para la con-
versión en efectivo de su obispado in partibus. Repoblada Sepúlveda –arguye el buen
obispo– y extendido el reino al sur del Duero, ¿por qué no crear una sede en Simancas
para regir las nuevas tierras? Cerca de Ordoño y del prelado conversan Hermenegildo
González, venido de Guimaráes a León, y el conde de Monzón, Assur Fernández. Ha-
blan de joyas, brocados y tapices, de los que gustan mucho, sentados en un muy bello
escaño de madera labrada, cuya dureza ablanda una panzuda cúlcitra de lana, disimu-
lada bajo un rico tapete palleo, de trama de tapiz. En un grupo de obispos, el de León,
Oveco Núñez, refiere su expedición al alfoz de la ciudad de Salamanca para poblar en él
nuevas aldeas y consagrar varias nuevas iglesias. En otro, de prelados y de condes ga-
llegos, Rosendo, hijo de Gutierre Menéndez y obispo del monasterio de San Martín de
Dumio, habla del templo de San Miguel de Celanova, terminado no ha mucho por el
mismo maestro que edificó Santiago de Peñalba. Y en un corro de jóvenes magnates,
uno de ellos ameniza las horas de antesala trazando la crónica escandalosa de la tierra
~ 92 ~
en que habita. Después de varios relatos chispeantes, describe ahora el adulterio de una
tal Basilisa, de Villar de Porcos, en la sede de Oporto, con un monje conocido por
Nausto.
Mientras condes, próceres y prelados aguardan el momento de besar la mano de Ra-
miro platicando así de mil temas diversos, sus siervos y criados disponen las acémilas
para emprender la marcha. En la posada del obispo, frontera al monasterio de Santiago,
los familiares de un prelado están cargando en una mula la valija de su señor. Llevan en
ésta, entre otras ricas preseas eclesiásticas, adquiridas en la corte por el obispo de Viseo,
un cáliz de cincuenta sueldos galicanos, dos parejas de candelabros y lucernas, merca-
das en cien sueldos, y una cruz de oro, adornada con rica pedrería y de valor equivalente
al de las otras piezas reunidas. No han terminado sus tareas cuando llega la orden de
suspender los preparativos del viaje. El clérigo portador del mandato trae la noticia de
que ha habido un incidente en palacio al despedirse del rey el conde Osorio Gutiérrez,
hijo de Gutier Osóriz, pariente, gran amigo y servidor del príncipe. Ignora lo ocurrido,
sólo sabe que se ha suspendido el besamanos. Al encaminarse con su señor el obispo
Dulcidio a la iglesia de Santa María, un grupo de jinetes que al trote largo de sus bestias
se dirigían al Arco del Rey, sin duda para salir de la ciudad, les forzó a detenerse de-
lante de los solares de Miguel el diácono en la misma carrera que conduce al mercado.
El polvo que alzaban los caballos no le había permitido conocer al capitán del grupo;
pero cree haber adivinado en él a Sisnando Menéndez, prepósito o mayordomo de Pa-
lacio.
La noticia corre rápida por León. Las calles se pueblan de infanzones, burgueses, clé-
rigos y escuderos. Por la que lleva de la Puerta del Obispo a la Cauriense y cruza de
Este a Oeste la ciudad, no puede darse un paso. Un grupo de magnates aguarda la lle-
gada de Osorio Gutiérrez en el cruce de aquélla con la que en sentido transversal con-
duce del monasterio de San Salvador a la Puerta del Conde. Al cabo llega Osorio por el
estrecho carral, nacido en la carrera del Arco del Rey, y el grupo de curiosos le rodea y
pide detalles del suceso. En un momento desaparece el misterio y el interés que en-
volvía al incidente. Al despedirse de Ramiro le pidió autorización para entregar a doña
Gunterode, su parienta, la casa de Santa Columba, en tierras de Galicia. La posee actual-
mente un tal Odoino; pero su protegida tiene las oportunas escrituras que justifican su
derecho a ella. Para más afirmar su petición, puso por testigo de la razón que le asistía
en la demanda al obispo Hermenegildo de Santiago, y, contra lo esperado, el monarca se
negó a concederle el mandato preciso y ha enviado a su mayordomo en busca de Her-
menegildo, camino de Santiago desde esta madrugada.
La explicación del propio interesado pone fin a las hablillas y rumores de la mu-
chedumebre y poco a poco quedan desiertas calles, carreras y carrales, al acogerse a sus
tiendas o posadas los forasteros venidos a León y a sus cortes los propios leoneses.
El conde Assur Fernández, su huésped don Arias y algunos infanzones del cortejo de
aquél descienden por la calle teatro de la escena descrita, calle trazada desde Santa Ma-
ría a San Marcelo, y penetran en la tienda de Zaayti Manzor, situada casi al final de la
carrera, cerca ya de la Puerta Cauriense. Véndense en ella, entre otras varias cosas, ricos
paños de Bizancio, Persia, Francia o Andalucía, importados por famosos mercaderes ju-
díos, y bellas telas fabricadas en el país por los llamados tiraceros del rey. Son éstos
~ 93 ~
tejedores de sedas, tapices y brocados, venidos de tierras del sur y establecidos no lejos
de León, bajo el amparo y la protección de los monarcas. A diferencia de otros obreros a
jornal, que ganan su salario practicando su oficio por las cortes de los ciudadanos leo-
neses, los tiraceros viven agrupados en la villa de Pajarejos y trabajan en sus casas, por
encargo de clientes fijos o para depósito en las tiendas de la ciudad.
A la vista de los bellos tejidos y de los valiosos objetos de plata que le muestra el mer-
cader mozárabe, tienta al conde el deseo de adquirir algunos de aquellos finísimos paños
síricos, tramisirgos o palleos, mas le detienen en su empeño los precios elevados que
Zaayti Manzor exige obstinadamente por sus mercaderías. “Estas prendas de lujo –ar-
guye el vendedor– han sido y serán siempre caras”. Y a la verdad no miente por lo que
se refiere a aquellos días. Una escudilla de plata vale de uno a dos bueyes, una camisa
de seda, lo que tres bueyes óbtimos, un rico cobertor de cama, unas sesenta ovejas, y
ciento unos magníficos paños de seda, cuyo encanto decide a Assur a abrir los cordones
de su bolsa y a mercar un gran lote de aquellas bellas piezas. Paga setenta sueldos por
un tapete nuevo, veinte por un manto ferucí, ciento por unos paños de sirgo y quince
por una camisa verde de seda, con que se propone obsequiar a la condesa. Zaayti Man-
zor se precia todavía de vender barato. Según él, Eulalia, su vecina, dueña también de
otra tienda pareja de la suya, exige precios aún más elevados. Añade que por tres paños
greciscos pide quinientos sueldos, y ha tomado cerca de trescientos por una capa tejida
con oro y adornada con piedras preciosas, que ha comprado un magnate de tierras portu-
guesas –Hermenegildo González– para doña Mummadona (Muniadona), su mujer. An-
tes de abandonar la tienda el conde Assur, don Arias y las gentes de su séquito, Zaayti
Manzor les muestra con orgullo un balteo o cinturón de oro, ornado con amatistas y
turquesas, y un precioso paño en que se combinan zonas de trama de tapiz, de seda y de
lino, y se mezclan, en su dibujo geométrico, los blancos y celestes con los amarillos ver-
des y carmesíes. Es una magnífica pieza de tonalidad muy viva, obra maestra tejida por
los tiraceros leoneses para el monasterio de San Pedro de Montes, en el Bierzo.
Es hora de yantar; don Arias y su huésped deshacen los pocos pasos que los separan
de la morada del primero y penetran en ella por una portalada, abierta en la cerca de ta-
pial que rodea a la corte. Dejémoslos yantando para seguir al Mayordomo de Palacio en
su marcha tras el obispo de Santiago. Sisnando, para acortar camino, vadeando el Ver-
nesga, gana la calzada de Astorga por una de las muchas sendas que como red de araña
rodean a León. El paso largo de sus caballos le permite encontrar temprano al obispo y
los suyos, que caminan despacio. Montado en recia mula, enjaezada con soberbia silla
jineta de altos borrenes, recubierta de plata, escucha Hermenegildo la orden real de vol-
ver a León sin pérdida de tiempo, y ante la iussio regis, cuyos preceptos no puede deso-
bedecer en modo alguno, el obispo y su gente vuelven las riendas de sus mulas y co-
mienzan a desandar lo andado. De camino infórmase Hermenegildo del suceso, y al ca-
bo de unas horas de marcha entretenida, mayordomo y prelado entran en la ciudad por
la Puerta Cauriense.
Terminado el yantar y reposado éste durante la hora sexta, el rey se huelga en este ins-
tante jugando al ajedrez con el obispo de León, Oveco, que asiste a la corte durante la
permanencia de ésta en la capital de su obispado. Se hallan en una cámara, cuyas es-
trechas ventanas, cubiertas por arcos de herradura, permiten admirar la magnífica fábri-
~ 94 ~
ca del monasterio de San Salvador, terminado no ha mucho junto a los mismos solares
de palacio. Cubren las paredes de la cámara espléndidas acitharas o alhagaras, es decir,
paños de trama de seda con decoración geométrica, según el gusto mozárabe a la moda.
Forman el ajuar del salón algunas arcas de madera cubiertas con tapa a dos vertientes,
un escrinio, un analogio o ancho atril de madera con soportes torneados y arquillos de
herradura como adorno, un escaño de alto respaldar mullido con cojines, algunos sillo-
nes de guadamecíes cordobeses, fabricados por los judíos del castro próximo a la ciu-
dad, y varias banquetas, unas rectangulares de madera y otras de tijera con asiento de
cuero, sostenido por palos que imitan patas y garras de animales. Fronteros a una de las
ventanas que iluminan débilemente la estancia y separados por una mesa de un solo pie,
mesa en forma de taula, juegan con unas chatas piezas de marfil el obispo y el príncipe.
Ocupa Oveco un taburete de tijera y el rey una silla o cátedra de madera, de ancho
asiento y de respaldo alto, ornado con recuadros e incrustaciones de metal o de hueso.
Rodrigo Muñoz, alférez del monarca, Fernando primiclerus y dos consiliari de Ramiro,
Gundesindo y Bermudo, presencian en pie la marcha del partido. Oveco maneja roques,
caballos y peones con mayor maestría que Abderramán sus tropas. Es más difícil al mo-
narca derrotar al obispo que al califa, y el vencedor en Simancas, Alhandega y Talavera
lleva la peor parte en la contienda con Oveco. Tiene perdidos los alfiles, un roque y un
caballo cuando penetra en la estancia el mayordomo, saluda presens manibus [et] in-
clinatio capite según la costumbre de la época, y anuncia la llegada de Hermenegildo.
Ramiro aprovecha la ocasión que la casualidad le brinda para evitar nuevos y seguros
desastres en el juego y orden la comparecencia inmediata del prelado.
Explica el príncipe al obispo de Santiago las causas por las que ha ordenado su re-
greso, y su vago recuerdo de haber oído hablar otra vez, en vida de su padre, de la casa
de Santa Columba y de Odoino. Hermenegildo confirma el recuerdo del monarca: “El
príncipe Ordoño, mi señor, de gloriosa memoria –dice–, hizo, en efecto, justicia a
Bermudo ordenando a mi predecesor en la sede apostólica, el obispo Gundesindo, la
devolución de la casa referida, que poseía sin derecho. Sólo Odoino, hijo de Bermudo,
es legítimo propietario de Santa Columba” –añade Hermenegildo con extraña firmeza y
con asombro del monarca, propicio a escuchar al conde Osorio–. Mucho pueden en el
ánimo de Ramiro los merecimientos de Gutierre Osóriz, de quien ha recibido servicios
muy recientes. Poco antes le ha encomendado el gobierno de las mandaciones, regidas
hasta allí por los infantes cautivos en León, cuya muerte acaba de decretar en la asam-
blea ya disuelta. Pero ama la justicia, reverencia al apóstol Jacobo, a quien ha hecho
voto en la batalla de Simancas y el respeto al pastor de la iglesia apostólica puede en él
más que su inclinación a complacer al hijo de Gutierre. La nueva afirmación de Herme-
negildo, de que se halla autorizado para encargarse como adsertor de la voz o defensa
de Odoino, le mueve a resolver conforme a derecho la cuestión suscitada, y al instante
ordena que se cite a Osorio Gutiérrez y que se convoque a todos los obispos y magnates
de su Palacio o Aula Regia, para celebrar un plácito judicial entre la hora nona y la hora
nocturna.
Poco después los sayones del rey recorren la ciudad y el campamento anejo, y los cu-
bicularii de Ramiro dirigen en el atrio de Santa María de Regla los trabajos precisos
para la preparación de la asamblea proyectada. Mientras aquéllos pregonan a toque de
~ 95 ~
bocina o de cuerno el llamamiento real, los pueri regis o siervos de palacio transportan
afanosos, bajo la dirección de los cubicularii, primero las vigas y maderas para alzar el
tablado donde ha de colocarse el solio del monarca, después el solio mismo y por último
sillones, cátedras y taburetes para los infantes y grandes de la corte. Las gentes vuelven
a preguntarse: ¿qué sucede?; el campamento se vacía en la ciudad; condes y obispos
envían sus escaños y cátedras al sitio que ha de ser teatro del suceso; las calles se pue-
blan de nuevo de curiosos, y la que lleva del Arco del Rey a la iglesia mayor se con-
vierte en hormiguero humano que aguarda impaciente el paso de la Corte.
Mientras las gentes se estrujan en la carrera del mercado o del Archo de Rege –así
nombran al carral donde se abren las puertas del palacio–, Ramiro llama a su notario y
le pregunta si guarda los cartorios reales en el vecino escrinio o en el arca forrada de
badanas cordobesas que está en la cámara del solio. Ante la respuesta del notario, el
príncipe hace abrir el cuerpo superior del escrinio, que sostiene columnas torneadas,
unidas por un alto travesaño central, adornado con varios arquillos de herradura. Saca
de uno de los cajones que forman el indicado cuerpo superior del escrinio, el cartorio
donde están registradas las villas o granjas propiedad de los monarcas leoneses. Entre el
rey y el notario desenvuelven el rollo de pergamino que integra el cartorio referido y
buscan en él pacientemente la villa de Piniés, enclavada en el Territorio Saliniense. Ce-
dióla Ordoño durante los días de su vida a Munio Gutiérrez, su sobrino, y desea Ramiro
recuperarla ahora para hacer merced de ella a la reina Goto, su cuñada, mujer que fue de
su hermano don Sancho, rey de Galicia en los días de don Alfonso el Monje. Hállase, al
cabo, la villa de Piniés entre las otras que dependen de los cellarios reales y el monarca
dicta las órdenes precisas para que sus sayones tomen posesión de ella y ordena que el
notario extienda, después, la oportuna escritura de donación a doña Goto.
Terminado este asunto y el yantar de la tarde, Ramiro se encamina a la cámara donde
se halla su lecho, y en ella, con la ayuda de dos cubicularii, se cubre con las regias ves-
tiduras de ceremonia. Calza unas ballugas o altos borceguíes hechos de una pieza de
cuero; sobre la fina camisa de hilo, que sujetan las bragas, viste una algupa alvexí, rica
túnica cerrada, de brocado; ciñe a su cintura un balteo de oro guarnecido de preciosas
gemmas, y tercia, por último, sobre su hombro izquierdo el espléndido manto de corte,
tejido con seda, bordado con oro y forrado de armiño, que sus cubicularios, en el len-
guaje al uso, califican de mobatana halaní de tiraz. Uno de ellos entrega después al mo-
narca la extraña y cornuda diadema con que adorna sus sienes en las solemnes reuniones
de Palacio, y él con la mano diestra, única que el manto le permite manejar libremente,
empuña un alto cetro, de pomo en forma de cabeza de clavo, cuajado de esmeraldas y
granates.
Únense al rey sus hijos los infantes don Sancho y don Ordoño vestidos con adorras de
seda y mantos ferucíes de brocado y, acompañado de su séquito, sale de su palacio y se
dirige a las antiguas termas, que su padre había convertido en iglesia. La multitud que
espera en la carrera abre paso a la Corte. Preceden al monarca los arqueros y lanceros de
su guardia le siguen los Infantes, el obispo de la ciudad, el armiger o alférez, el maior-
domus o prepositus, el notarius, los comites palatii y los milites de la militia regis.
En el atrio de Santa María aguardan a la Corte obispos, condes y magnates, con los
clérigos, infanzones y escuderos de sus séquitos. Allí están, vestidos con túnicas aboto-
~ 96 ~
nadas o adorras y cubiertos con mantos ferucíes o barraganes, Ilderedo, titulado obispo
de Segovia; Dulcidio, de Zamora; Oveco, de Oviedo; y Salomón de Astorga. Llevan al-
gupas y mobatanas forradas de pieles conelinas (de conejo) o alfaneques (de coma-
dreja), Hermenegildo, obispo de Santiago, su homónimo de Lugo y Arias de Mondo-
ñedo. Y se cubren con túnicas pintellas y con ropones llamados feiraches en las tierras
del Miño: Gundesindo, prelado de Coimbra; Dulcidio, de Viseo; Baltario, de Tuy; Ru-
desindo, de San Martín de Dumio, y Ornato de Lamego. Todos se tocan con la capucha
picuda que llevan de ordinario y se apoyan en báculos de regatones aguzados y de sen-
cillos puños en forma de tau, de cayada o de bola.
Allí se hallan también diversos condes, que ya hemos visto en las cámaras de palacio
o en las calles y tiendas de León. Assur Fernández luce una famosa espada que le costó
cien sueldos y el manto ferucí adquirido en la tienda de Zaayti Manzor antes del me-
diodía. Gutierre Osóriz y su hijo el conde Osorio ocupan un escaño de madera tallada,
sobre cuyo alto respaldo han abandonado sus mantos de piel o mobatanas. Fernán Gon-
zález y Diego Muñoz, recelosos después de lo ocurrido, llevan recias lorigas de cuero
bajo sus algupas de brocado y sus capas franciscas. Osorio Muñoz viste un zoramen
cárdeno; Ximeno Díaz, un feirach o ropón kaskerxi; Pelayo González, un manto rojizo,
una arrita zumake, como dicen en los montes de Asturias, y en forma parecida se ata-
vían los otros magnates reunidos. Todos llevan espadas, de empuñaduras muy diversas
y pendientes del cuello las más veces, y o destocados lucen su cabello partido en raya y
cortado a melena, o cubren su cabeza con extraños bonetes o con capelos de tiraz de
seda. Las gentes de sus séquitos visten de ordinario ballugas, calzas, bragas y túnicas
cortas, ceñidas a la cintura y de mangas estrechas; pero a veces llevan también sayos
más amplios con que ocultan las bragas, o jubones con mangas y anchos calzones a mo-
do de gregüescos. En ocasiones cubren en parte las túnicas estrechas y ceñidas con
mantos cortos y ligeros, que sujetan sobre su hombro derecho, y siempre empuñan es-
padas o se apoyan en lanzas.
Llega la Corte al cabo. El rey ocupa su magnífico solio, ancho sillón, cuyo asiento
cuadrado sujetan, cortándose en ángulo recto, tres tableros corridos de admirable labor.
Tallados en recuadros y ornados con incrustaciones de hueso y con clavos argénteos,
rematan en sus ángulos con bolas de plata terminadas en punta. A los pies del asiento un
rico escabel sirve de complemento al solio, y junto a éste, en el tablado mismo, ocupan
los infantes cátedras de alto respaldo, de anchos brazales y de remates torneados. Algo a
distancia de los príncipes, Oveco, obispo de León, descansa en una silla de tijera de
bellas proporciones; detrás del rey se hallan en pie los dignatarios y condes de palacio y
la militia regis, y a la derecha e izquierda de la corte, en sus escaños, taburetes y cá-
tedras, los condes, magnates y prelados del reino. Guardan las espaldas de cada grande
o de cada obispo las gentes de su séquito, y cerrando el rectángulo presencian la solem-
ne asamblea los infanzones, clérigos y caballeros de León y la turba del pueblo.
Entre la multitud, contempla el espectáculo Zaayti Manzor, a quien ya conocemos. Su
espíritu industrial admira el lujo de las sedas y de los brocados, de los escaños y de las
espadas. Junto a él un tiracero, con alma de artista, se deleita ante la belleza del con-
junto, el movimiento de la composición, la viva tonalidad de algunas telas, los maravi-
llosos contrastes de color de las túnicas, de los mantos y de los escaños, el refulgir de
~ 97 ~
las espadas, que hace brillar el sol poniente, y el de las lanzas, cuyas señas triangulares
o farpadas, de colores chillones, mueve la brisa de la tarde.
Ramiro impone silencio a la asamblea con un gesto. Se dirige a los dos litigantes y
abre el juicio con las palabras de costumbre: Veritatem loquimini michi de hanc rem pro
quo uos in concilio pulsantur. Alzase de su escaño el conde Osorio y en voz alta co-
mienza su alegato como adsertor de doña Gunterode, exclamando: Misericordiam peto:
Domine, vestras queso prebete aures, nostras audite querimonias. Explica luego cómo
su representada posee escrituras que la hacen propietaria de Santa Columba, y al por-
menor especifica los supuestos derechos de la parte cuya voz lleva en el litigio. Le res-
ponde el obispo Hermenegildo, que, puesto en pie, dice, dirigiéndose al monarca: Tu,
domine, mi rex audiat me dementia vestra, y relata después la historia del asunto. Rei-
nando Alfonso, abuelo de Ramiro –dice–, al repoblar el conde Odoario la comarca de
Chaves sobre el Tamega, en el reparto de las tierras entregó la casa disputada a su con-
germano, el diácono Odoino, y éste la ocupó, según la costumbre del país, “cum cornu
et cum albende de rege”. Su predecesor en la sede apostólica, Gundesindo, arrancó a
Bermudo, hijo del citado Odoino, con ocasión de una grave enfermedad que padecía, la
cesión de la villa referida. Mas, recobrada la salud por Bermudo, volvió aquélla a su po-
der en virtud de sentencia dictada por el príncipe Ordoño, el vencedor en San Esteban,
en asamblea celebrada en Lugo. Pero las escrituras invalidadas por el rey y su corte,
quedaron en poder de Gundesindo y éstas son las que posee y alega la señora que re-
presenta el conde Osorio, cuyo padre se había apoderado con violencia de Santa Co-
lumba y había puesto en ella las cadenas signo de su exención y privilegios.
Duplican y replican el prelado y el conde, consulta el rey con sus hijos, con Assur
Fernández y con los obispos Oveco, de Oviedo, y Salomón, de Astorga, elegidos jueces
para fallar el caso, y puesto en pie, extendiendo su mano, ordena que juren Hermene-
gildo y cinco de los suyos en la iglesia frontera. Escuchada la suprema decisión del mo-
narca y sus jueces, que no extraña al prelado por ser el juramento de la parte acusada o
demandada medio de prueba muy usado a la sazón en todo el reino, y aún en España y
en Europa toda, en medio de un profundo silencio vuélvese el obispo hacia los suyos
para elegir conjuradores entre sus infanzones y sus clérigos. Mas antes de que termine
su elección conmueve a la asamblea la frase sacramental en casos como éste: el agnosco
me inveritate, pronunciado por su adversario el conde Osorio. El desistimiento de la
parte que había provocado el proceso fina el pleito. Osorio promete suscribir la agnitio
consiguiente a su renuncia, y el rey encarga al obispo Rosendo, su pariente, de notificar
a Odoino los resultados del litigio, es decir, de la intentio.
Anochece; la luna asoma su ancha faz por cima de los muros; se disuelve el congreso
de prelados, de palatinos y de próceres, y el príncipe regresa a su palacio, planeando una
gran montería con redes, con lazos y con perros, en las abruptas sierras de Oseja de Se-
jambre y de Riaño.
~ 98 ~
Un príncipe.
Dibujo parcial de una miniatura del Códice Emilianense (Fol. 107),
en la Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial.
~ 100 ~
La justicia en el siglo X.
Escena de representación de ejecuciones.
Dibujo de una miniatura del Beato de Liébana de la Catedral de Gerona.
~ 101 ~
La justicia en el siglo X. Representa a unos jueces examinando una causa.
Biblia de San Isidoro de León (s. X). David ordena respetar la vida de Absalón.
Fol. 138 v.
~ 102 ~
EN VÍSPERAS DE GUERRA
Los sayones de Ordoño, el hijo de Ramiro, han hecho sonar la bocina y el cuerno lla-
mando a los hombres a las armas. El rey de León desea emprender una gran aceifa con-
tra los sarracenos y convoca al fonsado.148
Quiere llevar la guerra a tierras enemigas an-
tes de que las tropas musulmanas invadan sus fronteras. El califa es ya viejo,149
pero aún
así, siempre es de temer que sus caudillos, llegados los días de las mieses, entren en el
valle del Duero por Medinaceli y San Esteban o ataquen Osma, Simancas o Zamora.150
No es fácil que conquisten las plazas fronterizas, bien defendidas y guardadas, pero sí
que devasten el país, incendiando los campos, robando los ganados y saqueando las pe-
queñas aldeas y las villas o granjas. No pueden siempre los campesinos refugiarse con
tiempo en las fortalezas o castillos, y al daño en las cosechas o en los pueblos se une el
cautiverio de muchos infelices.151
Para evitar estas entradas en su reino, Ordoño se dis-
pone a ser él quien ataque primero. No le anima la esperanza de conquistar ciudades,
pues también los califas tienen bien guarnecidas sus fronteras. Intenta sorprender y sa-
quear Lisboa y volver a León cargado de riquezas. La guerra en esta forma es una em-
148
El fonsado es el ejército, el reclutamiento, la hueste. Ignoramos cómo se llamaba a los hombres al
fonsado en el siglo x. Hay noticias tardías de que los reyes hacían “intonare voces et preconia” o sim-
plemente “intonare regalía preconia” para convocar el ejército a la guerra (Crónica de Alfonso VII.
Esp. Sagr., XXI, 324 y 353). Supongo que en el período a que ahora me refiero ocurriría otro tanto.
Puede sospecharse que los pregones se harían a toque de bocina y de cuerno. A lo menos Sampiro
refiere (Esp. Sagr., XIV, 451) que cuando Ramiro II supo la vuelta a León de su hermano el Rey Monje
“jussit intonare buccinis, vibrare hastas” para marchar contra él huido de Sahagún.
149
Imagino ocurridos estos sucesos en el reinado de Ordoño III, después del año 950. Abderramán III vi-
vió hasta 961.
150
Estas plazas defendían los pasos naturales de acceso al reino de León y se hallaban situadas en los
cuatro grandes caminos romanos que conducían a la meseta superior: Medinaceli, en la que iba de To-
ledo a Zaragoza (BLÁZQUEZ: Vías de Sigüenza a Zaragoza..., 1923), que facilitaba la entrada en Casti-
lla por las fuentes del Duero. Desde Osma partía la que llevaba a Atenza y a Segontia. Por Simancas
pasaba el Duero la vía que venía desde Laminium (Alhambra, no lejos de Ruidera) y se cruzaba en
Titulcia con la de Toledo a Zaragoza (BLÁZQUEZ: Vías romanas del Valle del Duero, 1916). Y por Za-
mora, Ocelo Durii, atravesaba el Duero la gran vía del Oeste, que unía Mérida y Astorga. Simancas,
Osma y San Esteban fueron por esto durante el siglo X teatros de las grandes batallas conocidas de
todos. Hay dos estudios en que se han examinado total o parcialmente las vías romanas citadas ahora:
SÁNCHEZ-ALBORNOZ: Divisiones tribales y administrativas del solar del reino de Asturias en la época
romana, Bol. Ac. Ha., Madrid, 1929, y TARACENA: Vías romanas del alto Duero, Anuario del cuerpo
facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, II, 1934, 257 y ss.
151
En el relato de esta guerra de devastación coinciden las crónicas cristianas y musulmanas. Véanse las
de Albelda (Esp. Sagr., XIII, 454 a 458) y Sampiro (Esp. Sagr., XIV, 453 a 457) y Al-Bayán al-Mugrib
(TD FAGNAN, 1015 (Esp. Sagr., XXXVI, pág. XX) y 1023 (Esp. Sagr., XXXVI, XIX) en que se refiere
la desolación de la tierra leonesa tras las campañas de Almanzor.
~ 103 ~
presa productiva y una saneada fuenta de ingresos para el fisco.152
Quiere sorprender al
enemigo, y en vez de cruzar el Duero por cerca de Simancas, para pasar por los puertos
de Ávila a tierras de Toledo, como hicieron muchas veces su padre y sus mayores,153
proyecta caminar desde León a Astorga, de Astorga a Braga, por la vía más corta, y de
Braga a Lisboa.154
Una gran calzada facilita su marcha, y aunque es larga y arriesgada la
aceifa, confía en hacer gran botín por lo inesperado del ataque. Como no suele llevarse
la guerra a aquella zona, no deben hallarse tan defendidos sus castillos, ni sus guarni-
ciones tan alerta como en las tierras del Tajo central, donde se pelea de ordinario.
No quiere Ordoño, sin embargo, desguarnecer sus fortalezas de la línea del Duero, por
temor a una sorpresa no imposible, pues aunque los sarracenos no suelen atacar hasta
más tarde –son las nonas de mayo– a veces adelantan sus campañas.155
Desde Zamora a
San Esteban y desde Zamora hacia poniente quedan, pues, guarnecidos los castillos, y
quedan los infanzones de la tierra en servicio de anubda, vigilia o vigilancia.156
Ha citado en Astorga a los condes y potestades de Galicia, y a los de León, Asturias y
Castilla en la capital de sus estados. Desde el día tercero de las nonas llegan a la ciudad
del Torío y del Bernesga, a cada hora, los majorinos, potestades y comites de estas di-
versas tierras.157
Con ellos vienen los infanzones,158
los caballeros villanos y los peo-
152
Lo fue mucho más cuando los cristianos poseyeron la superioridad militar. En el siglo XII, del botín
pagaba a veces el rey su salario a los caballeros (Chronique latine des rois de Castille. Ed. Cirot, Ap.
del Bull. Hisp., 1912-1913, 149). Pero ya en esta época se obtenían en ocasiones grandes despojos.
Véanse las crónicas de Albelda (Esp. Sagr., XIII, 454, 455), Sampiro (Esp. Sagr., XIV, 453-55) y Silos
(Ed. Santos Coco, 38).
153
Recuérdense las expediciones de Alfonso III a Toledo (SAMPIRO, Esp. Sagr., XIV, 447); de García,
sin duda también a tierras toledanas, puesto que a su regreso pasó por el Tiemblo, situado en el camino
de Ávila a Toledo (SAMPIRO, Esp. Sagr., XIV, 448), y de Ramiro II a Madrid y a Talavera (SAMPIRO,
Esp. Sagr., XIV, 452 y 454).
154
SAMPIRO nos refiere con su habitual concisión esta gran campaña de Ordoño III (Esp. Sagr., XIV,
455).
155
Ya SAMPIRO habla de “illis diebus guando hostes solent ab bella procederé”. En otras fuentes pos-
teriores se fija más concretamente la época de las campañas sarracenas, y se dice “en los días de las
mieses”. Diversos pasajes del Bayán (TD FAGNAN, II, 295, 361) señalan los meses de junio y julio co-
mo los preferidos por los sarracenos para sus entradas en tierras de cristianos. En Simancas se peleó el
6 de agosto (Anales castellanos primeros: GÓMEZ-MORENO, Discursos..., 24).
156
Un interensatísimo documento de hacia 1030, procedente de San Juan de la Peña, publicado ya por
SERRANO y SANZ en sus Noticias históricas del condado de Ribargoza (pág. 336), mal interpretado por
MAYER en su Historia de las instituciones... (154, 155), y ahora de nuevo reproducido con ciertas co-
rrecciones por MENÉNDEZ PIDAL, en sus Orígenes del español (pág. 39), nos ilustra detalladamente
sobre este servicio de anubda o vigilancia. Me he ocupado con detenimiento del mismo y confío que he
resuelto sus dificultades, que descarriaron a MAYER, en: Muchas páginas más sobre las behetrías,
Anuario, IV, 1927, 72 y ss.
157
Entre las pocas noticias legales que poseemos acerca del servicio militar en el reino asturleonés,
destaca el art. XVII del Fuero de León, que dice: “Illi etiam qui soliti fuerunt ire in fosatum cum Rege,
cum comitibus, cum maiorinis, eant semper solito more”. Me permito introducir en escena, junto a los
~ 104 ~
nes159
de sus condados, mandationes o commisos,160
e incluso los habitantes de ciertas
villas o heredades, adornadas con el privilegio de inmunidad, pero no eximidas de acu-
condes y a los merinos, a las potestades, porque éstos gobernaban con frecuencia, como los primeros,
las circunscripciones administrativas del reino, y como ellos, dirigían la hueste de su mandación, cuan-
do el rey llamaba al fonsado. Que así ocurría en efecto nos demustra la concesión de inmunidad por
Bermudo III al conde Piniolo Xemenni en 1031 (Esp. Sagr., XXXVIII, 287), en la que se lee: “Homi-
cidium, rausura, fossataria ab hodierno die, et deinceps non tribuantur Regi infra istos terminos, nec
eant in expeditione Regis et ejus potestatibus...”. El artículo copiado del Fuero de León prueba que los
merinos o mayordomos continuadores de los villicos godos y romanos habían avanzado extraordinaria-
mente en su transformación de funcionarios privados de los dominios reales y particulares en oficiales
públicos. Su evolución es síntoma de la experimentada por el régimen señorial. No es éste lugar ade-
cuado para estudiar la organización local del reino de León, que merecerá un extenso capítulo en otra
parte. De la que pudiéramos llamar feudalizante organización militar del reino asturleonés he tratado
en mi obra: En torno a los orígenes del feudalismo, Mendoza, 1942, I, 180-186, y III, 283 y ss. De
condes y potestades, en la misma, I, 125-128, y en mi Ruina y extinción del municipio romano en
España e instituciones que le reemplazan, Buenos Aires, 1943, 68-78. Y de los merinos he hablado en
Muchas páginas más sobre las behetrías, Anuario, IV, 1927, 121-123.
158
No los menciona en tal concepto el Fuero de 1020; pero el diploma citado en 1030 (nota 9) se deduce
que era el pelear su obligación principal para con el monarca. Ignoramos si ya habrían logrado los
infanzones de León en los días de Ordoño III que fuera su deber de acudir al fonsado carga aneja a los
prestimonia que poseían o a la soldada que recibían del soberano leonés. Es de presumir que los cas-
tellanos conseguirían tal privilegio antes de los días del conde don García, pues aunque fuentes tardías
refieren este suceso al gobierno de don Sancho, no es de creer que alcanzaran de aquél los caballeros
villanos de Castrojeriz, en 976, ventajas que no disfrutasen ya los infanzones. Después de publicadas
las anteriores ediciones de estas Estampas he llegado a creer que data del período visigótico la conce-
sión de tierras con cargo al servicio de guerra. Véase: En torno a los orígenes del feudalismo, I, Fi-
deles y Gardingos en la monarquía visigoda, 168-173 y 180-186.
159
La manera de prestar el servicio militar los hombres no nobles, a pie o a caballo, fue creando entre
ellos diferencias sociales. Es conocida la teoría de BRUNNER (Der Reiterdienst und die Anfünge des
Lehenwesens: Forschungen zur Geschichte des deutschen und franzóschischen Rechtes (Stuttgart,
1894), págs. 39 y sigts.) sobre el papel de la caballería en los orígenes del feudalismo y su tesis acerca
de la influencia ejercida por las luchas de los francos con los musulmanes en el siglo VIII en la orga-
nización de la caballería carolingia. Esta teoría de Brunner fue ya combatida por: DELBRÜCK: Ges-
chichte der Kriegskunst, II, 1902, 424 y sigts.; MAYER: Die Entstehung der Vassallitát und des Le-
henwesens, Festgabe für R. Sohm, 1914, 45 y ss. y DOPSCH: Wirtschaftliche und soziale Grundlagen
del europüischen Kulturentwicklung, II, 1920, 291 y sigts. Fue defendida por VOLTELINI: Prekarie und
Benefizium, Vierteljahrschrift für Sozial und Wirtschftsgeschichte, XIV, 1922, 292 y ss., y por VON
SCHWERIN: Zeitschrift für die Gesamten Staatswissenschften, LXXX, 1926, 719 y ss. Ha sido impug-
nada de nuevo por DOPSCH: Benefizialwesen und Feudalitüt. Mitteilungen des Oestrreichischen Insti-
tuts für Geschitsforschung, XLVI, 1932, 1 y ss. Y ha roto una nueva lanza a su favor, GANSHOF: Note
sur les origines de l'union du bénefice avec la vassalité. Etudes dediées á la memoire de H. Pirenne,
1937, 173 y ss. Confío en haberla definitivamente destruido por otros caminos de los seguidos por sus
contradictores, en mi obra: En torno a los orígenes del Feudalismo. Parte Segunda: Los árabes y el
régimen prefeudal carolingio, T. III, La caballería musulmana y la caballería franca del siglo VII,
Mendoza, 1942.
Mas aunque después de mi obra ahora citada no sea posible admitir la vieja tesis, no puede negarse la
eficacia de la caballería en la organización europea de los siglos medios, y sobre todo en los comienzos
de la época feudal. No influyó poco en nuestra diferenciación de Europa en la Edad Media la peculiar
solución parcial que aquí se dio al problema con la caballería villana. Fue en el siglo X cuando surgió
~ 105 ~
dir al fonsado.161
Los capitanes de las diversas huestes y sus tropas han alzado sus
tiendas fuera de la ciudad. Sólo algunos se alojan dentro de ella, en las cortes más ricas
o con el conde de León. Han llegado también varios prelados con sus gentes armadas,
dispuestos a acompañar al príncipe en su empresa y a pelear en las batallas, si la suerte
lo quiere.162
Abundan entre las fuerzas acampadas las tropas de a caballo. Hay también muche-
dumbre de infantes. No están, sin embargo, sino parte de los peones disponibles. Por no
dejar desguarnecidas por entero las fortalezas y ciudades del interior del reino –de las
fronterizas no se han sacado hombres– el rey ha decretado que de cada tres infantes o
peones quede uno de reserva y empuñen dos las armas. De esta manera no sólo perma-
necen defendidas todas las poblaciones y castillos, sino que al mismo tiempo se dulci-
fica algo el servicio de guerra, obligatorio para todos los habitantes varones de la mo-
narquía leonesa, pero que cada día resulta menos grato a quienes no hacen del batallar
su oficio y se dedican a las entonces rudimentarias industrias de la paz o a cultivar la
tierra. El sistema tiene además otra ventaja. Se exige de los peones que permanecen en
sus casas la prestación de sus pollinos, y así dispone el ejército, de modo gratuito, de un
considerable número de bestias en que cargar armas y provisiones, a la ida a la guerra, y
el botín, si se logra, al regresar de la campaña.163
esta última. Nada nos dicen los textos leoneses; pero el castellano F. de Castrojeriz del 976 (MUÑOZ,
Fueros, 38) la presenta ya formada. Los condes de Castilla, para facilitar la creación de cuerpos de ji-
netes, dieron a los caballeros villanos exenciones y derechos que les equiparaban con los nobles, sin
confundirlos con ellos. En adelante, por siglos, aquéllos fueron a éstos como los libertos de derechos
plenos a los ingenuos. Sobre la caballería villana en España véase la obra de mi discípula Carmela Pes-
cador. 160
Comitatos, mandationes y commissos se llamaron las circunscripciones administrativas en que el reino
se hallaba dividido. Nada permite distinguirlos entre sí. Eran vocablos que se aplicaban indistinta-
mente a un mismo distrito. También se empleaban con el mismo significado las palabras terram ad im-
perandum y mandamentum, si bien se llamaban mandamenta de ordinario a las pequeñas circunscrip-
ciones en que ejercían su cargo los sayones (art. XVI del Fuero de León).
161
De la época asturleonesa sólo conozco tres concesiones de inmunidad en que se exima a los habitantes
de la tierra acotada de acudir al fonsado. Me refiero a las siguientes: de FERNÁN GONZÁLEZ a San Mi-
llán en 945 (LLORENTE, Historia de las Provincias Vascongadas, III, 323); de García Fernández a Co-
varrubias en 978 (C. de Covarrubias, ed. Serrano, 21), y de Bermudo III a Piniolo Xemenni en 1031
(Esp. Sagr., XXXVIII, 287). Sobre el fonsado véase el estudio de Antonio Palomeque: Contribución al
estudio del ejército en los estados de la Reconquista, Anuario ha. dcho. esp., XV, 1944.
162
No hay textos de la época que nos presenten a los prelados rodeados de gente de armas; pero consta
por Sampiro (Esp. Sagr., XIV, 449) su presencia en la guerra. En Valdejunquera cayeron prisioneros
los obispos Dulcidio de Salámanca y Hermogio de Tuy. Es, por tanto, probable, que tuviera ya realidad
la frase de la Compostela “Episcopus S. Jacobi, baculus et ballista”.
163
Ya en el período merovingio muchas veces se llamó sólo a un hombre armado de cada familia. Bajo
los carolingios se generalizó este sistema. Se tuvo en cuenta la riqueza de cada cual para exigirle de
modo diferente el servicio de armas. Se fijó una determinada unidad de fortuna. Los que la poseyeron
tenían que acudir personalmente; los demás se reunían en grupos hasta completar aquella cantidad mí-
nima, y cada grupo enviaba un hombre a quien auxiliaban económicamente sus compañeros mediante
~ 106 ~
Durante todo el día ha estado la ciudad pletórica de tropas. Desde poco después de la
hora nona se hallan reunidos con el rey los condes, las potestades y los obispos llegados
a León, y con ellos los dignatarios de la corte.164
El Palatium ha deliberado hasta des-
pués de la caída de la tarde. Se han discutido diversos detalles de la empresa, han reci-
bido instrucciones cada uno de los jefes y se ha acordado la hora en que ha de co-
menzarse a caminar. Acabado el consejo, designa el príncipe al prelado que ha de llevar
la cruz durante la campaña; el obispo Gonzalo de León recibe orden para disponer la ce-
remonia que ha de celebrarse en la iglesia episcopal antes de la partida,165
los togae pa-
latii, optimates y episcopi besan la mano a Ordoño, y, terminado el besamanos ya de
noche, cada cual se retira a su posada o a su tienda.
Juntos salen de palacio los condes de León y de Luna y Fredinando Assúriz, que ha
reemplazado a su padre Assur Fernández en el condado de Monzón.166
El de Luna se
despide de sus dos compañeros para torcer a la derecha, cruzar el Arco del Rey, salir de
la ciudad y acogerse a sus tiendas; y su colega, huésped del de León aquellos días, se
encamina con él hacia la izquierda, por la calle adelante. Es noche cerrada y marchan
precedidos de unos escuderos con hachones y seguidos por los infanzones de ambos
el adjutorium. No ocurrió exactamente lo mismo en la Península; pero también se hizo sensible la cre-
cida repugnancia de los hombres a empuñar las armas, que había de obtener satisfacción paulatina en
los fueros municipales, cuyas exenciones en orden al deber militar dificultaron y retrasaron considera-
blemente la reconquista. Faltan textos leoneses acerca de este asunto; pero el Fuero de Castrojeriz
(MUÑOZ, Colección, 38) de 976, presenta por primera vez en vigor un sistema parecido al del adju-
torium franco, mucho más antiguo: “Et si illo comite tenuerit arcato faciant se tres pedones in uno et
det uno illo asino et vadant illos duos”. Este pasaje me permite conjeturar que la merced concedida a
perpetuidad a los peones de Castrojeriz en 976 se habría ya otorgado alguna vez esporádicamente a
diversos distritos u ocasionalmente a todo el reino, en convocatorias diversas por las razones y con los
fines señalados arriba. Sobre el ejército al Norte de los Pirineos hacia la misma época véase: FRA-
UENHOLZ: Das Heerwesen der germanischen Frühzeit des Frankenreiches und des ritterlichen Zeital-
ters, München, 1935.
164
La intervención de los magnates del Palatium en la plática y preparación de empresas militares está
comprobada por SAMPIRO (Esp. Sagr., XIV, 452): “Ranimirus securus regnans, consilum iniit cum
omnibus Magnatibus Regni sui, qualiter Chaldaeorum ingrederetur terram”.
165
Según el Ordo: “Quando rex cum exercitu ad prelium egreditur” (Liber Ordinum; ed. Ferotin, 150 y
sigts.), antes de la ida del príncipe a la guerra se celebraba una solemne ceremonia religiosa en la que
el rey recibía y entregaba a un eclesiástico, para que la llevase durante la campaña, la cruz de la Vic-
toria. Puede describirse después la fiesta.
166
No sé quién gobernaba Luna en los días de Ordoño III. Hacia 952 era conde de León Velasco (T.
Leg., fol. 381), y desde 950, a lo que parece, regía Monzón Fernando Ansúrez en lugar de su padre
(ESCALONA, Historia de Sahagún, 395). En un documento de 976 escribe el mismo Fernando Ansúrez:
“Nempe plures manet notum eo quod dive memorie genitori meo Assuri Comite satis fidelissimum
fuisse Domino Rademiro Principe et post obitum genitoris mei Ego vicem ipsius obtemparavi, ut potuit
supradictum... [sic]... Ego yero tempore ut ille fines vite excepit et prolis ipsius Domino Ordonio re-
galía vice adquisivit, ego ut michi mee supetierunt vires adiutor et fidelissimus illi extiti et contra re-
sistentes illi atquietavi adtentius dimicavit” (ESCALONA, Historia de Sahagún, 420).
~ 107 ~
grandes.167
Se dirigen al castellum en que habita el gobernador de la ciudad, situado,
como sabemos ya, junto a la puerta que, por él, se llamaba del Conde. Cruzan la calle
principal de León, que lleva de la Puerta del Obispo a la Cauriense, y se adentran por el
carral estrecho en cuya esquina se alzan las cortes de Lobón y del monasterio de
Abeliare. La calle está desierta, los condes platican distraídos, mas al pasar por junto a
los solares donde poco después había de consagrarse un templo al mártir San Pelayo,
Fernando Ansúrez cree reconocer, a la luz de una antorcha, las caras de dos hombres
que, apoyados en los tapiales de una corte vecina, han hecho un movimiento de sorpresa
y de pánico al acercarse los dos condes. Visten un corto sayo pardo que descubre las
piernas, tercian sobre sus hombros una a modo de manta168
y revelan en sus personas lo
ínfimo de su condición y la pobreza de su vida. Antes de que el terror les permita mo-
verse, dos de los infanzones de Fredinando Assuriz sujetan sin resistencia a aquellos
infelices, mientras su señor ordena, con presteza, a uno de los criados de las hachas, que
acerque su luminaria, sin tardanza, a los espantados rostros de los dos leoneses.169
Son éstos Félix y Gúdila, siervo el primero y junior de capite el segundo170
de Assur
Fernández, padre del que es hoy huésped del conde de León. Habitaban ambos en una
167
Imagino aquí cómo estaría constituido el cortejo de los grandes. De escuderos habla ya un documento
de 1.011 (T. Leg., fol. 358 v°), y por lo que hace a los infanzones, ya observó Hinojosa que se hallaban de
ordinario al servicio de los condes y de los altos magnates eclesiásticos, y aun utilizó dos textos del siglo
X entre los distintos que alega en prueba de su aserto (El Derecho en el Poema del Cid. Estudio..., 78).
He podido reunir otros varios testimonios de aquella frecuente su-bordinación, tan frecuente que inclina a
considerar tal situación como la normal de aquellos nobles inferiores. En diversos diplomas los vemos
gobernando condados o teniendo en afondo o prestimonio tierras del rey, de un obispo o de un abad, que
les llama meos infanzones, o de quien son tenidos por suos infanzones (951-958. Escrituras de Lugo, Hi-
nojosa, lugar citado, 966. Cart. de Sobrado, I. fol. 1.007. L. FERREIRO, H. de Sant., II, 202, Ap.). Y en
otros aparecen encargados de la crianza de los hijos de su señor (982, L. FERREIRO, Historia..., II, 177,
Ap.), acompañándolo cuando acudía a juntas o placitos judiciales y aun prestos a actuar a su lado como
conjuradores si las circunstancias lo exigían (1.055. FITA, San Miguel de Escalada y Santa María de
Piasca, Bol. Ac. Hist., XXXIV, 339, y ME-NÉNDEZ PIDAL, Orígenes del español, 34). No dudo, por tanto,
de que concurrirían a León con los condes y obispos asistentes a la asamblea de Palacio reunida por Ra-
miro II, según refiere el diploma de Odoino ya citado en la Estampa anterior, y ahora al acudir sus
señores a la convocatoria del ejército por Ordoño III. Cf. C. SÁNCHEZ ALBORNOZ, Estampas de la
vida en León durante el siglo X, editada por la Diputación de León (I.S.B.N.: 84-505-2249-8), obra a la
que corresponden estos textos del Epílogo en que nos encontramos.
168
Los supongo ataviados como los dos plebeyos que figuran en el fol. 499 del códice Morales de San
Gregorio, de la Biblioteca Nacional, fechada en 945.
169
Imagino este incidente para ofrecer al lector idea de las escenas a que debía de dar lugar la fuga y el
hallazgo de siervos, aquélla comprobada por inventarios como el de Celanova, y éste posible en oca-
siones.
170
He elegido los nombres al azar, pero no la condición de las personas. Siervos y juniores de cabeza
carecían de la libertad de movimiento. Los artículos XXI y XXII del Fuero de León lo comprueban de
modo indubitable en relación a los primeros, y el XX respecto a los segundos, ya que al no permitir
acoger en León libremente sino a los que fueran cuberos o tejedores, prueba que los demás juniores de
cabeza no gozaban de la libertad de domiciliarse a su albedrío, y que los señores podían reivindicarlos
en derecho. No desconozco la teoría de MAYER acerca de los juniores leoneses, ni las explicaciones
~ 108 ~
misma corte de su señor Assur y juntos huyeron de ella en una oscura noche de di-
ciembre, hace ya mucho tiempo. El viejo conde de Monzón ordenó su pesquisa, su sa-
yón Hanne Obecoz los buscó por todo el commiso de su amo y encomendó su hallazgo
a sus colegas de las tierras vecinas.171
Todo fue inútil; Gúdila y Félix lograron burlar to-
das las vigilancias, y al cabo de los años consiguieron acogerse a León, donde se esta-
blecieron. Trabajaban aquí como alvendarii o tejedores, se casaron y, aunque de modo
miserable, vivieron como libres, y como ingenuos criaron a sus hijos.172
Cien veces es-
tuvieron a punto de ser reconocidos por gentes del conde de Monzón, pero otras tantas
sortearon con éxito el peligro. Cuando se anunciaba la reunión de una asamblea de Pa-
lacio o tenían noticia de la llegada a León de su señor, se encerraban de día en sus mo-
radas y sólo de noche, y no siempre, salían de sus casas.
Ahora llevaban ocultos en sus viviendas cuatro ferias.173
A fin de evitar posibles en-
cuentros con el hijo de Assur, o con sus gentes, durante las largas jornadas de la guerra,
habían conseguido, aunque no sin trabajo, exceptuarse de acudir al fonsado mediante la
entrega, en su reemplazo, de sus preciadísimos pollinos. Cerrada la noche, habían aban-
donado sus moradas para saludar a unos compadres que partían con el ejército en la
hueste del conde de León y, sobre todo, para despedirse tiernamente de sus asnos, que
marchaban con ellos. Esta vez la suerte les fue adversa. Ella quiso que se toparan con el
cortejo de su nuevo señor, con quien habían jugado de muchachos, y que la llama indis-
creta de una antorcha descubriera a aquél al siervo y al junior de su padre.
que ofrece para obviar la dificultad insuperable que alza contra aquélla el artículo citado del Fuero; pe-
ro, como ha dicho CARANDE (Rev. de Occidente, XXV, 139), MAYER no ha probado su tesis. Confío
en haberla pulverizado en Muchas páginas más sobre las behetrías. Frente a la última teoría de
MAYER, Anuario ha. dcho. esp., IV, 1927, 4 a 157. En tal monografía me he ocupado con alguna
detención de los juniores (44-67). Baste aquí apuntar que entre los juniores leoneses de los artículos
IX, X y XI y del XX hay, según se deduce del texto de éstos, la misma diferencia que entre los juniores
de heredad y de cabeza del diploma de Alfonso IX de León publicado por Hinojosa (Colección…,
147), que coincide en su esencia con los pasajes citados del Fuero de 1020, y que MAYER olvida, ig-
noro si intencionadamente.
171
En un documento de 943 (B. de Cardeña, ed. Serrano, 364), consta que el sayón del conde Assur Fer-
nández se llamaba Hanne Obeçoz. 172
Les supongo alvendarios por ser de oficio al que solían dedicarse los juniores de cabeza. Juzgo no-
vedad del Fuero la licencia concedida para establecerse en León a tales juniores. Parece indicarlo la
circunstancia de incluirse este precepto en el mismo artículo que habla de la repoblación de la ciudad.
Se otorgaría tal libertad a fin de atraer gente a restaurar los daños producidos por Almanzor. En la épo-
ca de Ordoño III es, por tanto, probable que incluso los juniores alvendarios pudieran ser reivindicados
por los señores.
173
Los días de la semana en el siglo X eran aún en el reino de León: Dies dominici (978 T. Leg., fol. 204
v°), secunda feria (944. LLORENTE, Historia de las P. Vascongadas, III, 321; y 949, B. Gótico de San
Millán, fol 60 vº; Beato Gallicano, fol. 175; Copias Minguella), tertia, quarta, quinto, sexta feria (944.
LLORENTE, op. cit., III, 321) y séptima feria (985. B. Cardeña, ed. Serrano, 306) o die sabbati (853.
Esp. Sagr., XXXVII, 320). “Tan diebus cotidianis quam et dominicis” se dice en una escritura de 920
(B. Sahagún, fol. 177 v°).
~ 109 ~
La comitiva se detiene antes ellos. Fernando Ansúrez y uno de sus viejos infanzones
los reconocen y nombran por sus antiguos nombres. Ellos protestan de llevar ya en li-
bertad el número de años precisos para ser libres de derecho;174
mas les replica, con au-
torización de su señor, el anciano escudero que fue ayo o amo del joven conde de Mon-
zón, que sigue a su servicio todavía, le acompaña fielmente en sus empresas y combate
a su lado en las batallas.175
La disputa se corta en este punto. Velasco, el gobernador de
la ciudad, testigo mudo de la escena descrita, interviene a la postre en el diálogo para or-
denar que sean conducidos al castillo aquellos desdichados, a quienes acusan su colega
y su gente176
y a quienes delatan también su turbación y desconcierto. No hay tiempo
–dice– para fallar la causa antes de la partida del ejército; se reunirá el concilium en
juicio al regresar de la campaña, pero entre tanto Gúdila y Félix permanecerán encarce-
lados, si no dan prendas ni ofrecen fiadores como garantía de acudir al proceso y de es-
tar a los resultados de la prueba.177
Mientras los dos infelices fugitivos ingresan en la cárcel del castillo, los dos magnates
se instalan en una de las cámaras del mismo, que ilumina un lucernario de bronce pen-
diente de cadenas. De forma circular el cuerpo de la lámpara, arrancan de él diversos
brazos que sostienen, de tres en tres, varias candelas. Se ha levantado viento, y para evi-
tar que la corriente deje en tinieblas el salón del palacio, aún a trueque de padecer el hu-
mo de la cera, se han taponado con lienzos encerados y cortinas o acitharas los huecos
de la estancia.178
Sentados en dos altos sillones de cuero, los condes dictan después a
174
Es sabido que según la Lex Visigothorum (X, 2, 2) los siervos fugitivos adquirirían la libertad por
prescripción de cincuenta años. No hay motivos para dudar de que esta ley se aplicara en el reino as-
turleonés, y menos para suponer que los juniores de cabeza disfrutaran en este punto de peor condición
que los siervos.
175
Consta por el documento de Odoino que a veces los magnates encargaban a algunos de los infanzones
a su servicio de la crianza de sus hijos (L. FERREIRO, Historia..., II, 177, Apénd.). Lo demás del relato
parece consecuencia obligada de aquél hecho indudable.
176
La acusación era requisito previo en el procedimiento germánico acusatorio, y lo fue en el castellano-
leonés de los siglos siguientes, como prueban los repetidos preceptos de los fueros: “Nadie responda
sin querelloso”. Es probable que lo fuera también en el siglo X.
177
El artículo XXII del Fuero de León dice: “Servus yero qui per veridicos homines servus provatus
fuerit, tam de cristianis quam de agarenis, sine aliqua contentione detur domino suo”. De no haber
mediado el argumento de la prescripción de cincuenta años, los fugitivos, probada su servidumbre por
la acusación del conde y su gente, hubieran sido entregados sin más proceso a su dueño, pero ante lo
alegado por ellos en su defensa, es posible que se resolviera la cuestión mediante un litigio regular. A
lo menos en un documento de 912 (L. FERREIRO, H. Stgo., II, 74 Ap.) aparecen defendiendo perso-
nalmente su libertad ante el rey y sus jueces unos siervos que, acusados de tales, contestaron que lle-
vaban largos años viviendo como libres. ¿Regiría para estos casos el precepto del Fuero (art. XL) “Ho-
mo habitans in Legione et infra praedictos terminos pro ulla calupnia non det fidiatorem nisi in V so-
lidos?”.
178
Conjeturo que se utilizarían ya los lienzos encerados a guisa de vidrieras en las casas del León an-
terior al milenio. Naturalmente no hay texto alguno de la época que hable de esto; pero se usaron ya en
la postrera Edad Media, según prueban fuentes tardías, y se emplean aún para los mismos fines por al-
~ 110 ~
sus infanzones y merinos las instrucciones necesarias para que, con el día, organicen en
orden de marcha sus huestes de infantes y jinetes. El de León ordena a sus vasallos179
que reúnan sus gentes muy temprano y que se instalen con ellos junto a Santa María, en
la carrera del Obispo; y ambos platican luego a su sabor por largo espacio. Se habla
primero de armas. Velasco muestra al de Ansúrez el yelmo y la loriga que ha adquirido
en ciento veinte sueldos180
para defender su cuerpo y su cabeza en los combates pró-
ximos, y el de Monzón, la rica espada de factiles dorados que, mercada por su proge-
nitor en un centenar de sueldos kacetníes, fue por él usada y afamada en cien en-
cuentros.181
Se hacen después augurios favorables sobre la nueva empresa, se recuerdan
otras jornadas ya pretéritas, Fernando cuenta las proezas de su padre en Simancas, y el
de León, las suyas de Alhandega,182
se elogia con entusiasmo la decisión de Ordoño, y
cuando los cuerpos les reclaman reposo, se retiran cada cual a su cella y se entregan al
sueño.
Poco duerme León aquella breve noche. En la ciudad y en el campamento, alzado
junto a ella, reina la ansiedad precursora de un fonsado de tamaña importancia. Condes
y potestades dictan órdenes; sus infanzones y merinos trasmiten sus mandatos a infantes
y a jinetes; aquéllos cuidan de los asnos, y éstos, de sus cabalgaduras; unos beben y
brindan; otros cantan y ríen; muchos platican y discuten, y los menos descansan. Poco a
poco silencian los parleros, se apagan los cantos y las risas, cesa el trasegar de la sidra y
del vino, triunfa de todos el cansancio y el sueño. La aurora sorprende dormidos a la
ciudad y al campamento. Comienza la actividad de nuevo. Se enjaezan de prisa los ca-
gunas comunidades religiosas de vida estrecha y de remota fundación. En la Crónica del Príncipe de
Viana se describe una escena pareja de la narrada arriba.
179
En relación de vasallaje debían encontrarse, con los magnates laicos o eclesiásticos a quienes servían,
los infanzones que aparecen en dependencia o servicio de aquéllos. Pero además he encontrado algún
documento leonés de principios del siglo en el que se usa la palabra, no con la significación ínfima de
colono, única conocida hasta ahora de tal vocablo en la época que estudio, sino en el sentido técnico
jurídico que tenía a la sazón en todo el centro y occidente de Europa. Sin embargo, hace mil años era
milites el vocablo más usado, en el reino de León, para designar a los llamados vasallos en la termi-
nología jurídica del viejo solar del imperio carolingio. Lo he comprobado en las páginas que he con-
sagrado a las instituciones prefeudales asturleonesas en mi obra: En torno a los orígenes del feuda-
lismo, Mendoza, 1942, III, 275 y ss. También después de la aparición de las primeras ediciones de
estas Estampas he publicado el diploma de 1029 al que he aludido en esta nota, en Un documento de
interés para la historia del vasallaje español, Logos, II, 1942, 315 y ss.
180
En un documento de 1034 (Ind. Sahg., 194) se lee: “duos elmos laboratos in LX solidos, una loriga
de LX solidos”. El dato es relativamente tardío; pero es el más temprano que conozco acerca del precio
de lorigas y yelmos.
181
Una “spata obtima cum factiles deauratos ualente solidos centum” se cita en un documento de 959
(B. de Sahagún, fol. 152 v°).
182
Consta por los Anales Castellanos Primeros (GÓMEZ-MORENO, Discursos..., 24) la presencia en Si-
mancas de Assur Fernández, y no es imposible la del conde Velasco en Alhandega.
~ 111 ~
ballos;183
se arman los caballeros sus lorigas de cuero184
y sus agudos yelmos;185
em-
brazan infantes y jinetes sus redondos, pequeños y pintados escudos;186
empuña cada
uno su ancha espada187
o su robusta lanza;188
toman sus armas los arqueros;189
se cargan
los pollinos, y se agrupan, por último, las varias haces de las diversas huestes.
183
Los arreos de las cabalgaduras eran en el siglo X: silla jineta de borrenes muy altos, pretal, cincha y
ataharre, cabezada, freno y bridas. Pueden verse jaeces de este tipo en los Beatos de Thompson (fol
241), de Valladolid (fol. 148 v°), de Gerona (fols. 15, 373 y 376), de Urgel (fol. 209), de Fernando I
(fols. 171 v°, 206, 237 y 266), del Escorial (fol. 144) y de Osma (fols. 85 v° y 157). Varía, natu-
ralmente, la riqueza y el adorno de estos arreos, y se observa que en las representaciones de fecha más
tardía a veces se reproducen caballos enjaezados sin ataharre (B. de Osma, fols. 85 v° y 151) o sin pre-
tal y sin ataharre (B. Fdo. I fol. 171 v°). Son frecuentes las citas de sillas y de frenos en los docu-
mentos de la época que estudiamos. Se encuentran en escrituras de 960 (Bibl. Nac. Ms. 18.382. T.
Castañeda, fol. 33 v°), 941 (C. de Santo Toribio, fol. 38), 945 (B. Cardeña, 301), 946 (P.M.H. D. et
Ch., 32), 963 (B. Cardeña, 8), 980 (C. de Santillana; ed. Jusué, 31), 1004 (T. Leg., fol. 174). A juzgar
por los textos, había sillas arintias (922. P.M.H., D. et Ch., 16), uermellas (960.T. Leg., fol. 37 vº) y
argenteas (véase nota 54). Los diplomas no mencionan nunca bridas, pretales y ataharres. Debían
constituir el atondo o loramen del jaez y ser incluidos en la denominación genérica: silla.
184
El uso de lorigas por los guerreros cristianos no aparece comprobado por las miniaturas de los códices
de la época, pero sí por documentos de fecha muy cercana al milenio, como el de 1034 (Ind. Sahg.,
194), ya citado. En Francia y en Aragón se usaban en los siglos X y XI brunias de cuero con escamas o
anillos de metal. Y en Castilla parece que fueron de cuero, a lo menos hasta la época del Cid (M. PI-
DAL, Cantar de Mio Cid, 736, 37).
185
En el mismo documento de 1034 mencionado en las notas 38 y 42 se citan “duos elmos”, y no es im-
posible que llevasen yelmos los jinetes del Apocalipsis bajo las picudas capuchas con que se tocan, por
ejemplo, en el Beato de Gerona, fol. 376.
186
Así son los que, pendientes de los arzones de las sillas jinetas, o embrazados por caballeros y peones,
aparecen en las iluminaciones de los Beatos de Thompson (fols. 241 y 160), de Gerona (fols. 257 y
376), de Urgel (fols. 208 v°, 209 y 222), de Valladolid (fol. 194 vº) y de Fernando I (fols. 178, 265 v°,
266 y 283). El escudo anterior al siglo XIII, guardado en la Armería Real, procedente de una sepultura
de Oña (Conde de Valencia de Don Juan, Catálogo de la Real Armería, 150), aunque de otra forma, es
de madera forrada de cuero. ¿Serían también así los usados por los guerreros en el siglo X? Lo ignoro.
Documentos de 978 (YEPES, Cronica, V, fol. 444) y de 985 (P.M.H., D. et Ch., 92) hablan sólo de
scutos, sin emplear ningún calificativo. No he encontrado en los códices leoneses y castellanos sino es-
cudos redondos, a diferencia de lo que ocurre en las Biblias de Rodas y Ripoll (NEUSS, Die kata-
lanische Bibelillustration..., láms. 24, 27, 29 y otros), donde se reproducen escudos alargados que sólo
aparecen en ilustraciones castellanoleonesas muy posteriores al año mil, alrededor del que fecha Neuss
las Biblias citadas.
187
Como era natural, a juzgar por las miniaturas de los códices de la época que nos interesa, los hombres
del siglo X usaban espadas muy diversas. Anchas son las que se reproducen en el Vigilano y en el
Emilianense, pero mientras unas tienen el pomo flordelisado (Emil., folios 106 v° y 453), otras son de
arriaz en cruz y de pomo en forma de cabeza de clavo (Vig., vol. 428, y Emil., fol. 107). Espadas an-
chas hallamos también en los Beatos de Thompson (fol. 241), de Valladolid (fols. 177 v° y 194 vº) y
de Fernando I (fols. 205 y 266); estrechas y largas, sólo en los de Urgel (fols. 136 v°, 208 v° y 209) y
de Fernando I (fol. 178), y anchas y muy cortas, a veces a guisa de puñales, en los del Escorial (fols.
102 v°, 144 y 150) y Osma (fols. 85 v° y 114). La espada era arma usada al igual por caballeros y
peones. De ella encontramos en los documentos de la época citas más frecuentes que de lorigas, yel-
mos, lanzas y escudos.
~ 112 ~
Ordoño madruga con el día; viste sobre su camisa y sus bragas de lino,190
una túnica
hendida o mofarrex, usada por los magnates para sus cabalgadas; se arma su loriga de
cuero, cuya capucha o capiello, cubierta por el yelmo, defiende su cabeza, y oculta su
armadura bajo un amplio kabsan o sobretodo.191
Toma su espada de arriaz en cruz y de
pomo en forma de cabeza de clavo,192
se encomienda al Dios hombre y, embrazado su
escudo, abandona su cámara. Le esperan ya los condes y oficiales de Palacio, armados
de modo semejante, y en el patio bracea inquieto su caballo castaño, enjaezado con
magnífica silla argéntea de altos borrenes, recubierta de oro y sujeta, a más de por la
cincha, por un rico ataharre y un lujoso petral, de los que penden variados pinjantes, tal
como se representan de manera unánime en los Beatos. Como no se conocen los estri-
bos, Ordoño monta de un salto sobre el hermoso bruto; le imitan las gentes de su sé-
quito; cuelga el escudo del arzón de la soberbia silla;193
al aflojar las bridas, libera la
boca de la cabalgadura de la presión que el freno argénteo ejerce sobre ella, y marcha a
la iglesia mayor precedido de sus arqueros y lanceros y seguido de los magnates de su
corte y de los milites de la schola regalis o milicia palatii,194
todos mandados por el ar-
miger regis, que enarbola la insignia del monarca.195
188
Lanzas de formas muy diversas hallamos en el Emilianense (folio 453) en los Beatos de Thompson
(fols. 241 y 260), de Valladolid (fol. 194 v°), de Gerona (fols. 15, 257, 367, 376 y 379), de Urgel (fols.
129, 136 v°, 208 v°, 209 y 222), de Fernando I (fols. 173 v°, 265 v°, 266, 283 y 290) y de Osma (folio
85 v°). También la lanza se usaba indistintamente por infantes y jinetes. Lanzas se citan en un diploma
de 985 (P.M.H., D. et Ch., 92) y en otro de 978 (YEPES, Cronica, V, fol. 444), en que se habla de ir
“ad pignora cum lanceas et scutos et lapides”.
189
Armados con arcos aparecen caballeros y peones en los Beatos de Thompson (fol. 241), de Valladolid
(fol. 194 v°), de Urgel (fol. 208 v° y 209), de Gerona (fols. 376 y 379), de Fernando I (fols. 265 v° y
266) y de Osma (fol. 85 v°). No encuentro citas de arcos en los documentos de la época. Ignoro si se
referirá, pero no es probable que aluda a estos arcos la frase del Fuero de Villavicencio en que, fijando
lo que había de pagarse por los productos llevados al mercado, se dice: “De Karrata de arcos octo, de
assinos duos, de peone uno” (MUÑOZ... 175).
190
Cabalgando con túnica hendida se representa ya a los reyes castellanoleoneses en el siglo XII. ¿Lo
usarían ya Ordoños y Ramiros en el siglo X? No es imposible, puesto que algún documento de 969
habla ya de mofarrage o mofarrex. Los jinetes del Apocalipsis representados en los Beatos repetida-
mente visten una especie de pelele, o ballugas, calzas, bragas y jubones.
191
Si suponemos cubiertas de esta forma las lorigas, se explica por qué no se advierten en las reproduc-
ciones de los Beatos.
192
Véase una espada de este tipo en el Emilianense, fol. 107.
193
Del arzón llevan pendientes sus escudos los jinetes del Apocalipsis en los Beatos de Thompson (fol.
241), de Urgel (fol. 209) y de Fernando I (fol. 266).
194
En una escritura de 1007 (T. de Celanova, fol. 4. v°) se refiere que el conde Hermenegildo Gutiérrez,
encargado por Alfonso III de someter al rebelde Vitiza, le combatió con su gente y “cum omnibus
militibus palatii”. Esta frase me permite suponer ya en uso las expresiones “militia palatii” y “schola
regalis” que hallo en la Crónica de Alfonso VII (Esp. Sagr., XXI, 371, 392). He hablado de los fideles
~ 113 ~
Todo León presencia el paso de Ordoño y su cortejo en el corto trayecto que separa el
palacio de la iglesia consagrada a la Madre de Dios. Esperan a la corte junto a la puerta
del Obispo los caballeros y peones de la capital y de su tierra; en el atrio del templo,
varios diáconos y clérigos, y dentro de la iglesia, el prelado y el clero de León. Las tro-
pas, a las órdenes del conde gobernador de la ciudad, forman, de espaldas a los muros,
entre el monasterio de Santiago y las termas romanas.196
Los diáconos y presbíteros del
atrio visten casullas preciosas y albas de seda –listadas, amarillas, y blancas–;197
llevan
incensarios o turíbulos –argénteos, de cobre o de latón–,198
y rodean a un clérigo que,
ornado con una capa de tejido de seda,199
alza una cruz de forma visigoda, labrada con
oro y cuajada de gemmas.200
Dentro del templo se hallan recogidas, mediante las polegias o poleas, las alhagaras
palleas es decir, los velos o cortinas policromas de trama de tapiz, que ocultan a las ve-
ces, en las tres naves de las antiguas termas, las aras consagradas: a Santa Mafia, en la
central, y al Salvador y a sus Apóstoles y al Bautista y a los santos confesores y már-
o milites regis asturleoneses en mi obra En torno a los orígenes del feudalismo, I, 66-71, 120, 187... y
III, 274 y ss.
195
Textos tardíos acreditan que el alférez llevaba la insignia real en los combates. Alfonso VIII premió al
suyo, Álvaro Núñez de Lara, otorgándole el señorío de Castroverde, “pro servitio plurimo commen-
dando, que mihi in campestre prelio fecisitis, cum vexillum meum sicut vir strenuus tenuistis, cum Al-
miramomeninum regem Cartaginis devici...” (A. H. N., Tumbo Menor de Castilla, pág. 110). Imagino
que en Simancas ocurriría poco más o menos lo mismo que en las Navas de Tolosa.
196
El ceremonial incluido en el Liber Ordinum presupone la presencia de tropas junto a la iglesia donde
se verifica una precisa solemnidad religiosa.
197
Véase Iglesias mozárabes, 335 a 37. Como apenas puedo añadir nada a lo que Gómez-Moreno dice en
su obra sobre prendas y objetos de culto, a ella he de referirme en esta parte de la mía. Los folios de los
Beatos están llenos de representaciones de clérigos y diáconos con albas y casullas.
198
Iglesias mozárabes, 330. Véanse incensarios en los fols. 367 y 375 del Beato de Gerona.
199
No abundan las menciones de capas en los documentos de la época. Gómez-Moreno alega una de
1003 (Igl. moz., 337, núm. 3). Yo puedo añadir otra más antigua de 959 (P.M.H., D. et Ch., 46). Véase
una reproducida en el Antifonario de León, fol. 241.
200
Así cree GÓMEZ-MORENO que eran (Igl. moz., 327) y así aparecen en el B. de Fernando I (fol. 6 v°), y
en el Antifonario de León (fol. 5 v°). De cruces de la época se conservan la de los Angeles (808) y la
de la Victoria (908) en Oviedo, y hasta 1906 se conservaba también la de Compostela (874). Vénase
Igl. moz., 378, 79 y láminas 136 y 137. En un documento inédito del Archivo Catedral de Oviedo,
fechado en 908, he encontrado la ofrenda de la Cruz de la Victoria y referencias a otra cruz traída de
Toledo con unos dípticos ebúrneos. El notario describe así la llegada hasta hoy: “crucen principalem
totam ex purissimo cocto auro fabrefactam diuersis gemmarum uiridum generibus ornatam, a pre-
ciosis lapillis insutam”, y añade refiriéndose a la otra: “ídem et altera modica cruce uetusto opere ubi
reconditum est lignum sancte crucis”. He publicado íntegramente y estudiado tal donación de Alfonso
III, que nadie había logrado leer, en mi Serie de documentos inéditos del reino de Asturias, Cuadernos
de Historia de España, I y II, 944, 308-316 y 329-334.
~ 114 ~
tires, en las dos laterales.201
Al fondo de las mismas se divisan, por tanto, tres altares,
adornados con frontales palleos, en las naves menores, y con un grecisco, el que preside
la nave principal. Una cruz y varias margaritas bordadas con hilillo de oro se destacan
en el frontal grecisco, y águilas amarillas sobre fondo cárdeno y aves bordadas y sobre
fonde bermejo, en los frontales palleos. Tres pallas –francisca o galicana y exaurata o
dorada en el altar mayor, y de brocado o alvexíes en los dos laterales– cubren, en unión
de las camisas líneas, las tres mesas de las tres aras: del Señor, de su Madre y del Bau-
tista.202
Colgadas encima de los dos altares secundarios refulgen sendas cruces de esmalte u
olovítreas, y en el central, una argéntea, dorada y ornada con rica pedrería. Varias co-
ronas, argénteas asimismo, y una de ellas, además, gemmata y deaurata, como la cruz
de la nave mayor, penden de la pérgola delante de las tres aras referidas; y con las co-
ronas, lucen también varios vasos litúrgicos y tres almenaras o lámparas de plata, con
quince lucernas de vidrio la del altar central.203
Dos ciriales de bronce, la alta cátedra episcopal ornada con incrustaciones de metal y
de hueso,204
el solio que ha de ocupar el príncipe y un analogio o ancho atril de made-
201
Sampiro (Esp. Sagr., XIV, 448) nos detalla así la iglesia construida en tiempos de Ordoño II en las
viejas termas, donde antes se alzaban los palacios reales.
202
Para trazar la descripción de la iglesia y de los altares me he servido de las páginas que dedica
GÓMEZ-MORENO a este asunto en sus Iglesias mozárabes, X. Me parecen aquéllas excelentes y las
sigo, aunque para mi libro Covadonga haya reunido no pocos inventarios que añadir a la larga y muy
completa lista de ellos ofrecida en Igl. moz., 321, 322. He hallado inventarios en donaciones de
Frunimio I a Santa Eulalia de Vinagio (873. Esp. Sagr., XXXIV, 427); de Frunimio I a la Iglesia de
León (874. Arch. Cat. León, núm. 1.326); de Alfonso III a San Adriano de Tuñón (891. Esp. Sagr.,
XXXVII, 339); de Alfonso III a la Iglesia de Oviedo (908. Arch. Cat. Oviedo); de Ikilano al mo-
nasterio de Santiago de León (917. Arch. Cat. León, T. Leg., fol. 349 v°); de Félix presb. a la iglesia de
Lugo (923. T. Viejo de Lugo, folio 58); de Donano a San Martín de Coimbra (924 P.M.H., D. et Ch.,
18); de Cándido a San Claudio del Rivero (928. Bol. Com. Monumentos Orense, VI, 129); de Frunimio
II a la Iglesia de León (928. Arch. Cat. León, núm. 1.330); de Gugina al monasterio de Ferreira, 939
(A. H. N., Clero leg., 719); de Engladios a Santiago de Villebria (952. T. de Lorenzana, folio 21 v°);
de Fafila a San Vicente de Miño (952. T. de Celanova, folio 192); de Arias al monasterio de San
Clodio (968. T. de San Clodio, fol. 649); de Senior al monasterio de San Miguel en la Sierra de Lemos
(976. Arch. Cat. Lugo. Priv. Reales I, núm. 4); de Fernando Flainez al monasterio de Benevivere
(1020. A. H. N., Clero leg., 1157), de doña Salomona a San Vicente de León (1036. Arch Cat. León,
T. Leg., folio 268 v°), de Ruderico y Sancha a la Iglesia de San Antolín junto a Coyanza (1038. A. C.
Leg., T. Leg., fol. 176) y de doña Sancha a la misma iglesia de San Antolín (1038. A. C. Leg., T. Leg.,
fol. 33). Para la descripción de los frontales me he valido principalmente del inventario incluido en la
donación de Alfonso III a la Iglesia de Oviedo en 908, donde he publicado al cabo en Cuadernos ha.
Esp. I y II, 1945.
203
Sigo las noticias de GÓMEZ-MORENO en el citado capítulo X de sus Iglesias mozárabes. A las refe-
rencias de cruces puedo añadir las siguientes de la citada donación de Alfonso III, en 908, a la Iglesia
de Oviedo: “Dedimus igitur in primis cruces argenteas tres: processoria, deaurata et gemmata, et
olouitrata ad altare Sancti Tirsi, tertia idem ad altare sancte Leocadie deauratam a lapidibus orna-
tam”.
204
Así se describe una cátedra episcopal en un diploma de 911 (L. FERREIRO, Historia..., II, 64, Apénd.).
~ 115 ~
ra,205
cubierto con un largo paño palleo, superevangeliaris en el lenguaje al uso,206
completan, con los escaños y banquetas del coro, el ajuar de la iglesia.207
En medio de la clerecía leonesa ocupa el obispo su sitial.208
Se cubre con una rica capa
tejida con seda, bordad con oro y adornada con gemmas,209
y se toca con la cetharis o
mitra blanca, cual corresponde a tan solemne ceremonia como va a celebrarse.210
En pie
detrás del analogio, un diácono, vestido con una amplia casulla, pone su diestra sobre el
rebelde pergamino del Liber Ordinum,211
donde se halla copiado el ritual que ha de se-
205
En el Vigilano (fol. 47 v°) y en el Emilianense hallamos tipos de analogios con soportes torneados y
arquillos de herradura por adorno. Otras formas más simples y más cercanas de los atriles actuales se
representan también en el Vigilano (folios 35, 37 v° y 43 vº) y en el Emilianense (folios 31 v° y 40).
206
GÓMEZ-MORENO, Iglesias mozárabes, 335. En las miniaturas siempre aparecen los analogios desnu-
dos.
207
Se reproducen banquetas, taburetes, sillas y sillones de formas muy dispares en los Beatos.
208
GÓMEZ-MORENO cree que en las iglesias españolas del período mozárabe la cátedra episcopal no se
hallaba en el presbiterio, detrás del ara, como en la época romana, sino en el coro (Igl. moz., 332).
209
De una “capa deaurata et lapidibus ornata”, valorada en 260 sueldos, y que por su riqueza supone-
mos usada por los prelados en las más solemnes ceremonias, se habla en un documento de 959 (P. M.
H., D. et Ch., 46).
210
Se la menciona como propia de los días muy señalados en la obra del presbítero cordobés Leovigildo
(siglo IX) De habitu clericorum, publicada por el P. Serrano en el B. A. H., LIV, 500.
211
Sobre las fuentes, contenido, manuscritos y utilización del Liber Ordinum ha disertado eruditamente
Ferotin en el prólogo a su edición del mismo, aparecida en los Monumenta Ecclesiae Liturgica, vol. V
(París, 1904. A juicio de Ferotin, el Líber Ordinum se usó desde la época visigoda hasta la adopción
del rito romano por influencia de los cluniacenses. Mis búsquedas en los diplomas de la época astur-
leonesa me permiten ofrecer al lector una larga serie de citas del referido libro halladas en las escri-
turas inéditas o publicadas de que he tenido noticia. Estas citas prueban a las claras el no interrumpido
uso de aquél en todas las regiones que comprensís en su período de mayor expansión la monarquía leo-
nesa. Se menciona en las donaciones de Frunimio, obispo de León, al monasterio de Santiago de Vi-
nagio (873. Esp. Sagr., XXXIV, 427); de Beato, presbítero, a la iglesia de Santa María, San Pedro y
San Pablo de Arnogio (889. T. Celanova, fol. 17 v°); de Alfonso III al monasterio de Tuñón (891. Esp.
Sagr., XXXVII, 340); de Addalinus, abad a Leovigildo, presbítero (910. AHN., Clero Cat. Lugo,
número 77, leg. 735); de Sisenando, obispo de Ida, al monasterio de Montesacro (914. A. H. N., Cle-
ro); de San Genadio a la iglesia de San Pedro, San Andrés y Santiago de Montes (915. Yepes, IV, fol.
447); de Hermenegildo a Sahagún (922. ESCALONA, Historia..., 383); de Félix a Lugo (923. Tumbo
Viejo Lugo, fol. 58); de Abo a Sahagún (925. B. Sahagún, fol. 135); de Cixila al monasterio de
Abeliare (927. Iglesias mozárabes, 348); de Theoda y Argonti al monasterio de Sahagún (930.
ESCALONA, Historia..., 387); de Oveco, obispo de León, al monasterio de San Juan de Vega (950-51,
Esp. Sagr., XXXIV, 455); de Fáfila al monasterio de San Vicente de Miño (952. T. de Celanova, fol.
91); de Monnio Nequetez al monasterio de Salcedo (955. Llorente, Hist. Prov. Vascongadas, III, 333);
de doña Mummadona al monasterio de Guimaraes (959. P.M.H., D. et Ch., 46); de Osorio Gutiérrez al
monasterio de Villanueva de Lorenzana (969. Esp. Sagr., XVIII, 337); de Velasco Monniz a Sahagún
(996. B. Sahagún, 147 v°); de Adosinda al monasterio de S. Martín de Lalín (1019. A. H. N., Leg.
1.157); de Geroldo presbítero a S. Pedro de Soto (1040, SERRANO, Cart. S. Vicente de Oviedo, 34). En
fecha muy reciente he inventariado las citas que he encontrado en documentos asturleoneses de los
~ 116 ~
guirse para despedir al soberano y para entregarle la cruz de la victoria. Los demás diá-
conos y clérigos, todos con casullas, albas, estolas, amitos y cíngulos o balteos de di-
versos tejidos y colores,212
y algunos con vihuelas y con cítaras,213
aguardan, en pie
también, la entrada de la corte. Arden a una las diversas candelas, perfuma el aire el olor
del incienso, se oye el chisporrotear de las lucernas, el bisbiseo de las plegarias y el
murmurar de los diálogos, y en diversos instantes llega hasta los atentos oídos de algu-
nos impacientes el ruido de la calle.
El repicar de las campanas anuncia la llegada de la Corte ante el atrio de la sede anti-
quísima de Santa María.214
Un conde de Palacio tiene de las bridas el caballo castaño
del monarca; apéase Ordoño de la bestia; rodéanle diáconos y clérigos; los primeros le
inciensan, y precedido de la cruz alzada, penetra con su séquito en el interior de la
basílica. Toda la clerecía leonesa, a su frente el obispo y con él los prelados venidos pa-
ra asistir a la campaña, esperan al príncipe en el coro. El rey se prosterna en el suelo y
ruega en medio de un silencio absoluto.215
Alzase al punto Ordoño y los clérigos todos
cantan, en alta voz y acompañados de vihuelas y de cítaras, la antífona en que piden al
Dios de las batallas auxilio y protección para el ejército cristiano. Cesan los cantos y
ruega sólo el obispo Gonzalo.216
Implora para el rey la victoria, fuerza para las huestes,
confianza, fidelidad y acuerdo para las tropas y sus duces, y el retorno triunfal de todos
a la misma iglesia donde al presente se hallan. Un diácono toma entonces la cruz de oro
que contiene reliquias del sagrado madero en que se consumó la redención del hombre,
libros litúrgicos usados por la Iglesia a la sazón, en mis Notas sobre los libros leídos en el reino de
León hace mil años, Cuadernos hist. Esp., I y II, 1944, 232-238.
212
Véase Iglesias mozárabes, 335-337.
213
Instrumentos de cuerda tocados a mano aparecen reproducidos en los Beatos de Gerona (fols. 370 y
otros), de Urgel (fol. 157 v°), de Valladolid (fol. 145 vº) y de Fernando I (fols. 6 v°, 114 v°, 202 y 208
v°). De cuerdas también, pero tocados con arco, figuran en los fols. 127 del Beato del siglo X de la
Bibl. Nac., y 177 y 184 del Beato de la Academia de la Historia, y monocordios, en los fols. 117 y 122
v° del B. del Escorial.
214
Son frecuentes las citas de campanas y signos (Igl. moz., 331): “Unum [signum] qui pendet post tri-
buna in domum sancti Saluatoris grandissimum rotundum mire opere factum”, donó Alfonso III a la
Iglesia de Oviedo en 908, según consta en la escritura del Archivo Cat. Ovetense ya citada, inédita
hasta su publicación por mí en los Cuadernos de historia de España, y II, 1944, 329. Una miniatura
conocidísima del Beato de Tábara reproduce la famosa torre de este monasterio en un momento de re-
pique.
215
Al describir la ceremonia en la iglesia sigo el “Ordo guando rex cuem exercitu ad prelium agreditur”,
que nos ha conservado el Liber Ordinum (ed. Ferotin, 140 a 154).
216
Gonzalo sucedió a Oveco. Rigió la diócesis legionense desde 951 a 966, según Risco (Esp. Sagr.
XXXIV, 256 y ss.). Era, pues, obispo de León en el momento en que presentamos a Ordoño III co-
menzando su expedición contra Lisboa. Sobre el episcopologio leonés durante el siglo X véase ahora
el estudio del profesor. A. PALOMEQUE TORRES: La iglesia y el obispo de León desde sus orígenes has-
ta la dinastía navarra. Boletín de la Universidad de Granada, 1943.
~ 117 ~
se la entrega al obispo y éste la pasa al rey, mientras cien voces entonan la antífona que
empieza: Accipe de manu Domini y que prosigue luego: Sume scutum inexpugnabile
equitatis.
Encarga Ordoño a Ilderedo, obispo de Simancas,217
de llevar la cruz durante la cam-
paña; reciben de mano del prelado los alféreces de las diversas haces del ejército los es-
tandartes bendecidos, se dirigen a la puerta del templo y, entretanto, diáconos, clérigos y
obispos cantan oraciones diversas, que terminan así: Dominus custodiet introitum tuum
et exitum tuum.
Salen al atrio de la iglesia los portadores de las señas, es entonado el Gloria Patri, un
diácono exclama: Humiliate vos benedictione, y el obispo pronuncia acto seguido la lar-
ga fórmula de la bendición que los ritos prescriben. ¡Que Dios proteja a la hueste de
Ordoño en su lucha contra los musulmanes y que todos regresen victoriosos a aquel
mismo lugar donde se encuentran! Les da paz el prelado; In Nomine Domini nostri Ihe-
su Cristi ite in pace, dice otro diácono, y el rey sale del templo, mientras la cleracía
canta la antífona Domine Deus, uirtus salutis mee obumbra caput meaum in die belli.218
Abraza el príncipe al obispo, monta a caballo, suenan las trompas y bocinas,219
se pone
la corte en movimiento y, seguida de las tropas del conde de León, desfila, despaciosa,
por la calle que conduce al real palacio. Atraviesan por bajo del Arco del Rey o del
mercado; únense en éste a Ordoño y a su corte de huestes de los condes, potestades y
merinos de tierras leonesas, y los de Asturias y Castilla, y por el viejo puente romano
del Torío220
88
ganan la gran calzada que ha de llevarlos primero a Astorga, después a
Braga y por fin a Lisboa.
217
Según el Ordo que vengo siguiendo en el relato, el rey encargaba un clérigo de llevar la cruz durante
las jornadas de la guerra. Las fuentes tardías presentan siempre a un obispo o arzobispo enarbolando la
cruz en las batallas. Por esta causa y por la amistad que supuse existía entre Ordoño III e Ilderedo,
obispo de Simancas, me permito suponer a éste portador de la insignia.
218
Insisto en remitir al lector al Liber Ordinum (150-154) para todo cuanto se refiere a la solemne cere-
monia descrita.
219
Ya he citado más de una vez el texto de Sampiro (Esp. Sagr., XIV, 451), quien refiere cómo Ramiro
II, para poner el ejército en marcha, “jussit intonare buccinis, vibrare hastas”. Ignoro si las tropas lle-
varían consigo en sus campañas algunos instrumentos músicos. Pueden verse diversos instrumentos de
aire, flautas sencillas, dobles flautas... en los folios de los Beatos donde se reproduce a los adoradores
de la estatua. Véanse los folios 199 v° 248, 212 v° y 272 v° de los Beatos de Valladolid, Gerona, Urgel
y Fernando I.
220
Está por hacer el estudio de la utilización de las vías romanas en las campañas de la reconquista. Mas
era tal la facilidad y seguridad de aquéllas, y ha sido tanta su duración, que las creo en relativamente
buen estado durante el siglo X y las juzgo preferidas como base de los itinerarios de los ejércitos leo-
neses y sarracenos en esta época. Las crónicas latinas y árabes prueban, en efecto, cómo muchas expe-
diciones de musulmanes y cristianos se hicieron siguiendo en gran parte las vías romanas. Así ocurrió
con las campañas de Muza y Tarik; así con las anuales invasiones de Alava, Galicia y Asturias durante
los siglos VIII y IX; así con las expediciones de Háshim ibn Abdalaziz en los días de Alfonso III; así
también con las de Abderramán III contra Ordoño II y Ramiro II.
Después de la primera edición de este libro he estudiado Una vía romana en Asturias: La vía de la
Mesa y de Lutos. Anuario del cuerpo facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, III,
~ 118 ~
Representación de infantería y caballería cristianas.
Dibujo de una miniatura del Beato de Thompson Morgan. Fol. 241.
1936. En tal trabajillo examiné una calzada desconocida por donde entró en Asturias Abdalmalik ibn
Mugaytz en la campaña que concluyó en el desastre de Lutos. El camino más corto de León a Lisboa era el apuntado arriba, y en el reinado de Ordoño III, dada la
extensión de la frontera cristiana por tierras portuguesas, el que podía recorrerse durante mayor espa-
cio dentro del reino de León. La expedición se realizó con éxito, como nos refiere Sampiro (Esp. Sagr.,
XIV, 455).
~ 119 ~
Dibujo de una miniatura que representa La defensa de una población.
Beato de Liébana, en el Museo de la Catedral de Gerona.
~ 120 ~
Dos jinetes
Dibujo de una miniatura del Beato de Liébana de Fernando I (Fol. 240)
Biblioteca Nacional (Madrid)
~ 121 ~
Beato mozárabe del monasterio de Tábara (Zamora). Fol 139 vº
Dibujos de una miniatura que representa la torre y campanario del monasterio
~ 122 ~
UNA CASA Y UNA CORTE
Han transcurrido largos años. León vive horas de paz. Gobierna la ciudad el conde
designado no ha mucho por la reina Elvira, tía y tutora del rey junior Ramiro. Sólo
menudos incidentes turban la monotonía del vivir diario. Los leoneses madrugan con el
día, y mientras clérigos y monjes rezan y leen en el silencio de sus claustros o en sus
casas, los artesanos trabajan en su oficio, los labradores salen al campo con sus yuntas,
y de entre los señores, unos visitan sus presas o molinos, otros encierran en sus cellarios
o graneros las rentas de sus tierras –cedidas a colonos,221
en censo,222
a solariegos,223
ad
laborandum224
o en precaria–225
y los restantes dividen sus cuidados entre sus lagares y
sus viñas.
Hoy, día de los idus226
de octubre, presencia León un espectáculo, vulgar e inexpresi-
vo para la masa de los ciudadanos del novecientos, pero triste y cruel para hombres de
sensibilidad más aguzada. La escena ocurre junto a la Puerta del Obispo. A la diestra se
alzan el monasterio de Santiago Apóstol y la pausata del prelado y enfrente los viejos
muros de las termas romanas, hace ya muchos años consagradas al culto. En la carrera
221
Buena parte de las tierras que los propietarios leoneses no cultivaban directamente mediante sus sier-
vos personales o juniores de cabeza –y estas dos clases de hombres, especialmente la primera, no muy
numerosas en tierras de León a juzgar por el silencio relativo de los textos– debían ser labradas por
juniores de heredad o tributarios, que hallamos en la campiña de León desde el siglo IX.
Ya en 917 fijó el obispo Frunimio II de León las rentas y servicios que habían de pagar y de prestar
los tributarios o juniores de Villa Berzolanos junto al Orbigo. Publicó el documento en cuestión Risco
en la Esp. Sag., XXXIV, pero con muchos claros y dudas. En 1921 pude copiar el original del mismo
que se guarda en el Arch. Cat. leg. núm. 1.328. 222
La entrega de tierras a censo hubo de ser frecuente en un país donde (como prueban sin lugar a duda
las escrituras leonesas) era numerosa la población libre. Puede verse el contrato firmado en 955 entre
los habitantes de Campolongo y los frailes de Perameno (Arch. Cat. León, núm. 101).
223
De tierras leonesas y del período aquí estudiado procede la más antigua carta puebla conocida, otor-
gada por María Froilaz y sus hijos a los hombres de Villa Hermegildo. Conservaba tal diploma don
Juan Torvado de León. Lo publico en mi estudio: El precio de la vida en el reino asturleonés, Logos,
VI, 1945.
224
El contrato ad laborandum, usado para la plantación de viñas o de frutales, era equivalente al que en
Europa se llamaba ad partionem. Cedida una tierra por su dueño a un labriego para que la plantara, al
cabo del número de años acostumbrado, la viña o el huerto de frutales se dividía por mitades entre el
propietario y el aldeano. Este contrato se empleaba en tierras leonesas durante el siglo X, como prue-
ban dos diplomas de 920 (B. de Sahagún, fol. 212 vº) y de 929 (Archivo Cat. León, núm. 1.331).
225
De precarias vitalicias, en las que el precarista se comprometía a pagar renta, hay algunos ejemplos en
la época asturleonesa. Puede verse un documento de 1006 conservado en el T. de Celanova, 193.
226
Palabra del antiguo calendario romano, por la que se denominaba al día 13 de ocho de los doce meses:
enero, febrero, abril, junio, agosto, septiembre, noviembre y diciembre, y también al día 15 de los cuatro
restantes meses: marzo, mayo, julio y octubre.
~ 123 ~
un grupo de hombres, mujeres y chiquillos rodea a un desdichado a quien han despojado
de su sayo y sus bragas. Lleva una soga al cuello, cubre sus desnudeces con una sucia y
raída camisa y en medio de la hostil y rapugnante curiosidad del coro es azotado por
Abolkacem, el sayón,227
con un recio vergajo. Ha sido sorprendido desvalijando a unos
pescadores del alfoz que traían a León truchas del Porma y del Bernesga y padece el
castigo que reciben cuantos interrumpen el normal aprovisionamiento de la urbe. Acaba
de caer sobre su espalda el último de los cien azotes con que de antiguo se flagela a
quienes incurren en tal crimen, y, abochornado y sangrando, huye, arrastrándose, de los
crueles testigos de su infamia, y por la puerta próxima sale de la ciudad.228
El sayón abandona el lugar del castigo y se adentra por el carral que lleva de Santa
María a San Miguel, para continuar ejercitando su odiado y miserable oficio. No ha mu-
cho que ha desaparecido Abolkacem de la calle trazada desde la Puerta del Obispo a la
Cauriense, cuando asoma por ésta una recua de asnos. A su frente cabalga en un caballo
dosno el merino del rey.229
Los pollinos, guiados por sus dueños, vienen cargados con
sacos de centeno, cebada, trigo y mijo y con canastos de uvas. Son los asnos de los
vinateros o arrieros leoneses que prestan uno de los dos servicios anuales a que los
obliga la costumbre. El merinus regis los utiliza para transportar a los cellarios reales
los frutos de las tierras que labran los siervos del monarca o en las que prestan sernas
sus tributarios o juniores. Los emplea, además, para conducir al lagar del palacio las
227
Los sayones, patrocinados en el Código de Eurico aparecen en la Lex Visigothorum, como funcio-
narios subalternos de la administración de justicia, continúan desempeñando tal cometido en la curia de
los cadíes musulmanes (Al-Juxaní, trad. Ribera, 165 y 232) y en los tribunales del rey y de los jueces
asturleoneses. A su misión antigua unieron ahora la de recaudar las calumnias o penas pecuniarias,
carga que los llevó en seguida a intervenir también en la recaudación de impuestos y gabelas. Había en
la monarquía leonesa sayones del rey y de los condes. Estos tenían su mandamento dentro del distrito o
mandatione que aquél regía, y su vida se hallaba protegida contra los odios que su oficio levantaba a su
paso, por una composición, wergeld u homicidio de 500 sueldos, igual al que correspondía a los nobles.
He nombrado al sayón leonés de los días de Ramiro III con el nombre de Abolkacem, porque así se
llamaba un sayón de León de tiempos de Alfonso V (T. Leg., fol. 154, e Iglesias mozárabes, 117, nota
1). Abolkacem vivía cerca de la Puerta del Conde, según acreditan los textos 45, 46 y 47 del Apénd. I.
228
He aquí el art. XLV del Fuero de León, que me ha servido para imaginar esta escena hasta en sus de-
talles: “Piscatum manis et fluminis, et carne quae adducuntur ad Legionem ad vendendum, non ca-
piantur per vim in aliquo loco a sagione, vel ab ullo homine, et qui per vim fecerit, persolvat concilio
quinque solidos, et concilium det illi centum flagella in camissa, ducens illum per planteam civitatis,
per funem ad colum eius, ita et de caeteris omnibus rebus quae Legioni ad vendendum venerint”. Ima-
gino anterior al Fuero la práctica que en él se fija como norma jurídica.
229
Aún en el siglo XI recibían los merinos la antigua denominación de villicos (Un texto desconocido del
Fuero de León [1017]. Ed. S. Albornoz: Rev. Filología Esp., IX, 323). La misión de este funcionario
tenía que ver con las cuestiones de guerra, siendo sobre todo administrativa y económica como la de
los antiguos mayordomos, ntada por este funcionario, que le llevó a adquirir intervención en cuestio-
nes de guerra. Así aparece en el Fuero de León de 1020, arts. XXX, XXXIV y XXXVII. Le presento
montado en un caballo dosno, pelo de que hablan varios diplomas. Con posterioridad a las primeras
ediciones de esta obra me he ocupado de los merinos en Muchas páginas más sobre behetrías, An. ha.
dch. esp., IV, 1928, 121; y de villicos en mi obra: En torno a los orígenes del feudalismo, I, 1942, 95.
~ 124 ~
uvas de las viñas del rey, fronteras a León, que se están vendimiando en estos días.230
Desocupan los arrieros sus sacos en los regios superatos y las banastas en el lagar del
príncipe,231
y mientras funciona la gran viga, el merino da descanso y comida abundante
a los vinateros y a los asnos, para volver después por nuevas cargas.232
Entretanto, el sayón cruza calles, carreras y carrales, cobrando a las panaderas los ar-
genzos que satisfacen por semana, a los macellarii o carniceros los odres y los arreldes
de sebo que deben pagar en tiempos de vendimia,233
y a los defraudadores, recalcitran-
tes en sus mermas del peso de los panes, los cinco sueldos de calumnia o multa que
acostumbra a exigirles por sus segundos hurtos.234
Después de larga marcha se detiene en un carral estrecho que va desde la Puerta del
Conde a San Pelayo. A la derecha se alzan en él los altos tapiales de una corte y a la
izquierda, en un solar abierto, una pobre vivienda.235
Paredes de barro salpicado de paja
sostienen el barro y el césped de la techumbre, a dos vertientes.236
Una puerta inte-
230
Escenas de vendimia se reproducen en los Beatos de Valladolid, folio 148 v°; de Gerona, fol. 373; de
la Biblioteca Nacional, fol. 124 v°; del Escorial, fol. 120; de Fernando I, fol. 206, y de Osma, fol. 132
v°. Imagino que el servicio de los arrieros tendría por finalidad la señalada arriba; en primer término,
dada la índole de las funciones ordinarias de los merinos, y además, porque en el precepto del Fuero se
pone como condición de aquel servicio, “ut possint ipsa die ad domum suam reddire”, y esta limita-
ción excluye la posibilidad de que se tratase de carga relacionada con empresas de guerra y coordina
muy bien con la natural cercanía en que debían hallarse con relación a la ciudad las heredades poseí-
das por el monarca en el alfoz. Los juniores, solariegos, aparceros o precaristas de palacio llevarían
ellos mismos a las apotecas o cellarios del monarca las rentas anuales; mas el merino tendría que dis-
poner el transporte a aquéllos de los frutos de las tierras que podríamos llamar dominicatas. No sólo
carecemos de una ordenanza de los dominios reales leoneses parecida al Capitulare de Villis, sino que
incluso es imposible reunir suficientes noticias seguras sobre ellos.
231
La existencia de cellarios reales en León está comprobada por una escritura de 1015 (T. Leg., fol.
350 v°), que también presenta a los merinos adscritos al servicio de los mismos. Los cellarios abar-
carían, naturalmente, graneros –tal vez como aún hoy establecidos en superatos o sobrados–, lagares
y apotecas o bodegas.
232
De la misma manera que el señor debía alimentar a los labriegos que prestaban sernas en sus tierras,
el merino había de dar a los arrieros y a sus asnos “victum abunde”, dice el Fuero.
233
Los arts. XLIII y XLIV del Fuero de León prescriben estas cargas. Me inclino a creer tales gabelas an-
teriores al Fuero.
234
Según los arts. XXX y XXXIV del Fuero, era el merino quien recaudaba estas calumnias; el desa-
rrollo de la escena me fuerza a atribuir esta tarea al sayón. La intervención de éste en misiones parejas
de las ejercidas por el mayorino me permite hacer este trastrueque sin violencia.
235
Los documentos leoneses de la época distinguen entre solares y cortes Algunasd casas se edificaban
en solares sin cerrar.
236
De este tipo son las casas aldeanas que cualquier mediano conocedor de la campiña leonesa ha visto
muchas veces en los pueblecillos fronteros a León. De piedra, pero con techumbre parecida a la seña-
lada arriba, son también en Sanabria (Krüger, Die Gegenstandskultur Sanabrias und seiner Nachbar-
gebiete). Por último, en diversos documentos de la época se habla de casas territas.
~ 125 ~
rrumpe el acceso a la mísera casa y en el único ventanuco del tugurio un lienzo ence-
rado contraría sus naturales fines, impidiendo la entrada de la luz y del sol y dando paso
al frío de la calle.237
Dentro, la casa abarca una humilde cocina, cuyos humos no as-
cienden por amplia chimenea, como en las cortes de los ricos, sino por entre el barro y
el ramaje del techo,238
y una pequeña alcoba, donde duerme amontonada la familia.
Adorna la cocina un ajuar modestísimo y cinco banquetas de madera; y ocupan la re-
ducida cella tres lechos de tablas ensambladas, con sendos colchones o plumacios que
tuvieron lana. En comunicación con la cocina, fuera ya de la casa, se levanta una es-
trecha y oscura habitación donde se alza un horno y se almacenan sacos vacíos y aros y
tableros para fabricar cubas; y adosados al horno, una vacía cochiquera (pocilga) y una
cuadra en que habitó un pollino.239
Es la humilde vivienda de Ermiario y de Leticia.240
Él era junior o tributario de Santa
María; moraba en un solar en el valle del Esla y labraba una heredad y un huerto del
obispo.241
En las ociosas veladas del invierno aprendió a hacer cubas para las apotecas o
bodegas, adquirió maestría al fabricarlas, vendió muchas, ahorró unos sueldos, compró
unas tierras y mercó un borrico.242
Oyó hablar de León y aún vino alguna vez a la ciu-
237
FERNÁNDEZ BALBUENA, en su artículo “La arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés”
(Arquitectura, IV, núm. 38, 238), escribe: “Rara vez un diminuto ventano toma su luz de la calleja”; y
más adelante: “Cuando en las épocas propicias, primavera, otoño y canícula, han de almacenarse los
henos ya secos o la paja trillada, ábrese un hueco al pajar, bocarón que luego cuidadosamente se
cierra con adobes, barro y paja mezclados”.
238
FERNÁNDEZ BALBUENA dice (Arquitectura, IV, 239): “En Ardoncino las casas verdaderamente típi-
cas carecen de chimeneas en las campanas de sus cocinas; el humo márchase por entre las tejas, len-
tamente”. Imagino que en el siglo X en las casas misérrimas no habría tampoco campana.
239
Me sirvo para imaginar esta vivienda del citado artículo de FERNÁNDEZ BALBUENA (Arquitectura.,
IV, 38) acerca de la casa actual en los pueblos del páramo leonés, porque, naturalmente, los diplomas
ofrecen muy escuetas noticias sobre las moradas de las gentes del siglo X, y además, la mayoría de las
que hallamos en los textos se refieren a las viviendas de los ricos. También he tenido en cuenta las no-
ticias que ofrece sobre distribución de las casas primitivas de Sanabria KRUGER, en su Die Gegens-
tandskultur Sanabrias, 48-50.
240
He tomado los nombres al azar en los diplomas de la época.
241
Ya he hablado de juniores en la nota 27 de la Estampa III, y también ha registrado el estudio en que
he rechazado detenidamente la tesis defendida por MAYER en su Historia de las instituciones sobre
los juniores leoneses, tesis concebida hace muchos años en su Die Entstehung der Vassalitiit und der
Lehenwesens (Festgabe für Sohm., Müchen, 1914, 48 y ss.), cuando apenas tenía noticia de nuestra
historia y sólo disponía de la España Sagrada y de la Colección de Muñoz. Al encontrarse después
con muchos textos que prueban la condición semiservil de los juniores, que él hacía infanzones, arras-
trado por el peso muerto de aquella teoría, no ha tenido valor para olvidarla y se ha visto obligado a
esforzar su imaginación a fin de explicar lo inexplicable. El art. IX del Fuero de León habla del solar,
el huerto y la heredad que habitaban y labraban los juniores.
242
Lo mismo pudo adquirir un caballo... ¡El caballo!; he aquí la clave del error de Mayer. Este famoso y
prolífico investigador no puede considerar como gente inferior a quienes poseían caballo (art. XI del
~ 126 ~
dad en días de mercado. Admiró sus murallas, sus iglesias y sus cortes; envidió el lujo
de sus caballeros y de sus infanzones y soñó con adquirir fortuna en ella, trabajando en
su industria. No halló otro junior que comprara el solar, el huerto y la heredad que cul-
tivaba, y hubo de vender a un hombre de behetría del conde de palacio Gundesindo la
mitad de las tierras que había mercado con sus pobres ahorros.243
Abandonó al obispo,
como le era forzoso, la otra mitad de sus ínfimos bienes e íntegras la casa, el huerto y
las heredades que como colono cultivaba,244
cargó en su asno su pobrísimo atondo,245
y
usando de su libertad de movimiento, vino a León henchido de esperanzas. Alquiló un
solar de la rica Galaza, con cargo a su pollino, como era costumbre en la ciudad;246
pre-
paró los tapiales y mercó unos delgados cabrios (maderos en la trabazón de la techum-
bre), que llamaban latas; labró con sus propias manos una puerta y reunió el césped que
había de servir de techumbre a su modesta casa;247
trabajaron todos, padres e hijos, du-
rante los largos días de un estío, y al cabo se alzó, a un tiempo orgullosa y humilde, la
vivienda.
Fuero). Parece ignorar lo escrito por DÍEZ CANSECO en el Anuario de historia del derecho español, I,
355 y ss.
243
A esa mitad de sus bienes propios se refiere el art. IX del Fuero leonés cuando habla de la media
heredad de fuera, única que podía vender el junior al noble, al hombre de behetría o a otro junior que
no quisiese levantar sus cargas viviendo en su solar. Me parece que esa media heredad equivale en el
art. XI a la “bonorum suorum medietate”, que había de perder, junto con las tierras del señor, al aban-
donar éstas. He estudiado el asunto en Muchas páginas más sobre las behetrias, Anuario, IV, 1927, 47
y ss.
244
A ello estaba obligado según el art. XI del Fuero leonés y según acreditan otros diplomas.
245
Según el art. el junior, al abandonar la heredad que labraba, podía ir libre, “ubi voluerit cum caballo et
atondo suo”. Atondo y ajuar son aquí una misma cosa (véase MEREA, Sobre a palavra “atondo”,
Anuario historia derecho español, I, 74-83). Yo creo que el texto dice caballo para significar más la
total disposición por el junior de sus bienes y para que no se le interrumpiera en su marcha si lo tenía y
lo llevaba; pero que los juniores lo tendrían o no, según sus medios.
246
Galaza, mujer de Paterno, debía tener caudal bastante en los días de Ramiro III para que la llamemos
rica. En 972, según las fuentes de que disponemos, compró, juntamente con su marido, la corte de don
Arias en 60 sueldos. La imagino dueña de diversos solares en León, y a Ermiario arrendando uno de
ellos. Escribo con cargo a su pollino en atención al art. XXVII del Fuero de León que dice, hablando
de quienes tenían casa en solar ajeno: “Qui autem equum non habuerit, et asinos habuerit, bis etiam in
anno det domino soli asinos suos, sic tamen ut eadem die possit revertí ad domum suam; et dominus
soli det illi et asinis suis victum”.
247
FERNÁNDEZ BALBUENA nos da a conocer en su estudio citado: La arquitectura humilde un pueblo del
páramo leonés (Arquitectura, IV, 230-233), la técnica de los tapiales de barro. No hay inconveniente
en remontar su origen a la época a que me refiero. De carros cargados de latas que acudían al mercado
se habla en el Fuero de Villavicencio (MUÑOZ, Colección, 173). Todavía se llaman hoy latas a los ca-
brios delgados.
~ 127 ~
Ermiario ganaba su jornal fabricando y reparando cubas para las apotecas de las múl-
tiples cortes de León y de su alfoz, que almacenaban vino.248
Pero la vida era en León
costosa, la familia crecía y Leticia pensó en vender pan para aumentar así el mísero jor-
nal que lograba el marido. Levantaron entonces la pieza donde hemos visto alzado el
horno, y mientras Ermiario trabajaba en su oficio en casa de los ricos, ella sacaba hor-
nadas de pan tierno, elaborado, de ordinario, con la mezcla habitual de trigo y de cen-
teno.249
La suerte les fue adversa. Se cocía pan en muchas casas de la ciudad y del alfoz;
Ermiario tuvo competidores numerosos; fue preciso vender el asno en cuatro sueldos250
y hubo de pagarse en adelante a Galaza, la dueña del solar, un lomo, una canadiella de
vino y diez panes de trigo.251
Empeoró aún más la suerte del cubero; Leticia fue un in-
vierno azotada por el sayón, en castigo de sus fraudes en el peso de los panes ven-
didos;252
disminuyó la clientela; aumentó el hambre; se pensó con tristeza en la casa, en
el huerto y en la heredad abandonadas; repitieron los hurtos en el peso y hoy, mientras
los chiquillos juegan en la vacía cochiquera, los padres, silenciosos, abatidos y tristes,
escuchan, sentados junto al hogar, que tuvo fuego, fuertes golpes que suenan muy cer-
canos. No llaman. Es el sayón que desenclava la puerta de la casa para cobrarse en ella
la multa o calumnia de cinco sueldos que ha impuesto a Leticia por sus nuevos robos en
los panes.253
Los antiguos tributarios del obispo han malvendido dos cubas fabricadas
248
Hago a Ermiario cubero, porque, según el art. XX del Fuero de 1020, era este oficio muy necesario a
la ciudad, y muy frecuentemente ejercido por antiguos juniores, siquiera el Fuero se refiera a los de
cabeza y yo hable ahora de un junior de heredad.
249
Según los arts. XXXIV y XXXVII del Fuero eran mujeres las dedicadas en León a la panadería. Por
esto me decido a hacer panadera a Leticia. Supongo que se elaboraría pan de centeno y trigo, como
aún hoy se fabrica en las aldeas. El Fuero de Cirueña me permite, además, apoyar en alguna noticia de
la época esta suposición.
250
En cuatro sueldos se valora un asno en un documento leonés de 948 (B. de Sahagún, fol. 207 v°).
251
El art. XXV del Fuero de León dice: “Qui habuerit cassam in solare alieno, et non habuerit caba-
llum, vel asinum, det semel in anno domino soli decem panes frumenti, et mediam canatellam vini, et
unum lumbum bonum...”.
252
En el art. XXXIV del Fuero de León se lee “Panatariae quae pondus panis falsaverint, in prima vice
flagelantur, in secunda vero V solidos persolvant maiorino Regis”. A un hombre de hoy parecerá
extraño que se azotara por la primera falta y se exigiera multa por la segunda. El orden de las penas
respondía, sin embargo, a sentimientos humanitarios. El azote no tenía otras consecuencias que el do-
lor y la vergüenza naturales, siempre de menor trascendencia que el ingreso en servidumbre o la ruina
económica, secuelas obligadas de la multa o calumnia. Cinco sueldos era el valor de un buey, y para
una pobre panadera cantidad gigantesca, por tanto, que difícilmente podía reunir. Al incurrir en esta
pena pecuniaria, o tenía que arruinarse entregando todos sus pobres bienes o que entrar en servi-
dumbre como deudora insolvente. Por esto era mucho más leve la pena de azotes que la calumnia de
los V sueldos, y sólo se imponía esta última caso de reincidencia.
253
Véase lo dicho en la nota anterior. Para cobrar la multa, el sayón o el merino acudían, por lo que se
deduce del art. XLI del Fuero, a prendar en la casa del obligado a pagarla.
~ 128 ~
en los ratos de ocio y obtenido ocho denarios por el cerdo;254
pero aún así no pueden
pagar la pena pecuniaria que el sayón les exige. Se han encerrado en su vivienda; la paz
de la casa es inviolable para el sayón, que no puede, por tanto, prendar en la morada a
Leticia para cobrar la multa; pero no está prohibido todavía el arrancar la puerta, y la
separa del tapial con violencia.255
Ella es al cabo la única propiedad de algún valor que
conserva la desdichada panadera, ya que su ajuar es miserable, no tiene cerdo, ni pollino
y nada valen el barro ni el césped de la casa.
Contrastando con esta escena de dolor y miseria, todo es lujo, riqueza y abundancia en
la corte de don Arias y de doña Adosinda. Ya conocemos su emplazamiento entre las
calles que conducen al Palacio del rey y a la Puerta Cauriense. Corte conclusa, la rodea
alto tapial de barro.256
Tras las puertas de fuertes tablas, adornadas y sujetas con grandes
clavos de cabeza labrada,257
se abre al atrio o patio,258
con un pozo en el centro,259
sobre
254
En ocho denarios se aprecia un puerco en una escritura de 999 (Arquivo Distrital de Braga, Liber Fi-
dei, fol. XVII).
255
El art. XLI del Fuero dice: “Et mandamus ut maiorinus vel sagio, aut dominus soli, vel aliquis senior
non intrent in domum alicuius hominis in Legione commorantis pro ulla calumnia, nec portas auferant
a domo illius”. Está claro que el año 1020 la paz de la casa era inviolable, incluso para la cobranza de
las penas pecuniarias; pero como no se prohíbe lo que no se ha hecho alguna vez, la frase “nec portas
auferant a domo illius” indica que con anterioridad a la concesión del Fuero, ante la imposibilidad de
recaudar la calumnia por el forzado respeto a la paz de la casa, se acudía a tomar prendas del deseado
pago arrancando la puerta. Por esta razón imagino la escena descrita, que supongo ocurrida medio si-
glo antes que Alfonso V decretara el precepto copiado.
256
De los pasajes reunidos desde las fuentes en que me apoyo, me inclino a concluir que las cortes as-
turleonesas eran solares cercados, dentro de los que se alzaban diversas edificaciones, más o menos
aisladas o agrupadas, que llamaban genéricamente casas y que destinaban específicamente a habita-
ción, a cocina, a establos, a granero y a los demás servicios indispensables en la morada de un labra-
dor. Son diversas, como no podía menos de ocurrir, las dependencias de cada corte que enumeran los
diplomas, pero todos coinciden en la multiplicidad de edificaciones que componían la corte y en
presentar a ésta cerrada o cercada. En efecto, son muchos los textos documentales que hablan en plural
de las casas que se elevaban dentro del solar de la corte, por ejemplo en los diplomas de 917 (T. Leg.,
fol. 349 v°), 934 (B. Sahagún, fol. 46), 940 (B. Sahagún, fol. 206 v°), 993 (T. Leg., fols. 305 y 342),
995 (T. Leg., fol. 137 v°), 997 (B. Sahagún, fol. 188 v°), 999 (T. Leg. folio 135), 1012 (Arch. del Ob.
de León, núm. 60), 956 (D. 41, 712, fol. 107 vº), 1019 (T. Leg., fol. 349), 1030 (Arch. Cat. Leg., núm.
152), 1041 (T. Leg., fol. 151 vº) y 1032 (T. Leg., fol. 296). Puede dudarse de cómo sería la cerca, pero
no de que era elemento integrante de la corte en tierras de León. Jamás se habla en los textos de cortes
abiertas, y, por el contrario, muchas veces se citan cortes conclusas, y aún más concretamente, cortes
“clausas in giro” o “per circuito”. Así ocurre en documentos de 934 (B. Sahagún, fol. 46), 940 (B.
Sahagún, fol. 206 v°), 956 (D. 41; 712, fol. 107), 961 (B. de Sahagún, fol. 65), 962 (T. Leg., fol. 365
v°), 972 (B. Sahagún, fol. 193), 993 (T. Leg., fol. 305), 1002 (T. Leg., fol. 286), 1002 (Esp. Sagr.,
XXXVI, XIII), 1011 (T. Leg., fol. 358 vº) y 1021 (T. Leg., fol. 151 v°). Que incluso en la misma
ciudad de León había cortes conclusas está comprobado. Conjeturo que las cortes leonesas se hallaban
cercadas por muros de tapial de barro.
257
En el Beato de Gerona he hallado varias reproducciones de puertas del tipo indicado arriba (en los
fols. 373, 380, y en otros dos que no puedo fijar por no estar foliadas todas las fotografías del Beato de
que dispongo). En una de estas iluminaciones se advierte que se usaban cerraduras semejantes a las
que aún se empleaban en Granada en los últimos tiempos de la Edad Media. Muy típicas eran las lla-
~ 129 ~
cuyo brocal se alza la típica armadura de hierro, que sostiene un caldero.260
En el ángulo
que mira al mediodía se elevan edificios de una planta, construidos con cantos rodados
y argamasa de barro,261
y teliatos, es decir, con techumbre de armazón de madera recu-
bierta de teja.262
Se entra en ellos por un arco de herradura, y se hallan iluminados por
pequeñas ventanas, de formas parejas del arco de la puerta.263
Son los palacios, como
los llaman orgullosos, sus dueños. Se componen de cámaras que sirven de salón o refec-
torio, donde, según las horas, se platica o se yanta, y de otras estancias o aposentos, di-
vididos en cellas y utilizados para dormitorios.264
ves que se representan muchas veces en los Beatos de Urgel, fols. 22 y 128 v°; de Gerona; de Va-
lladolid, fol. 9. vº; de Fernando I, fol. 46; del Escorial, fol. 3 vº; de la Acad. de la Hist., fol. 20 v° y de
Osma, fol. 62 v°, y en el Antifonario de León, fol. 104.
258
Aún aparece la palabra atrio en un diploma de 956. D. 41, 712, fol. 107, Bibl. Nac. Mss.
259
Supongo que el pozo sería general en las cortes leonesas del siglo X, como sigue ocurriendo hoy en
día en lo que se conerva o mantiene al respecto.
260
En el inventario de los bienes embargados en la casa de Santa María de Bezdemarbán (M. PIRAL,
Orígenes del español, 28), se cita “I.ª asa de puçal y I.ª conga de allaton”, que serviría a guisa de cal-
dero en el puçal o pozo.
261
De esta forma se hacían las paredes en los edificios de importancia del viejo León, como hoy es fácil
comprobar a cualquiera. Cantos rodados y barro forman el puntido sobre que se cimentan los típicos
tapiales leoneses (FERNÁNDEZ BALBUENA, Arquitectura, IV, 231). De una casa Ex petra muricie fabri-
cata se habla, además, en un documento de 968, y de casas murias en otros de 943 y 985.
262
De edificios teliatos se habla en diverso documentos.
263
Puertas y ventanas con arco de herradura no sólo figuran en las iglesias mozárabes de la época, sino
en edificios a lo que parece de uso civil, reproducidas en los Beatos de Urgel (fols. 22, 53, 66 v°, 70
v°, 74 v°, 80 v°, 133, 136 v°, 204, 208 v° y 219), de Gerona (fols. 373, 379, 380 y 381), de Valladolid
(fols. 8 v°, 123 v°, 148 v°, 167 v°, 177 v°, 182 v°, 194 v° y 204 vº) y de Fernando I (fols. 220, 230 v°,
165 v° y 288), para no citar sino algunas iluminaciones como ejemplo.
264
Si se comparan los textos citados en la nota anterior con otros, parece resultar que en la época astur-
leonesa se llamaba palacio de entre las casas que integraban la corte a la destinada a habitación del
dueño. Mas como no siempre se usaba el vocablo en cuestión al enumerar las edificaciones de una cor-
te, cabe relacionar este silencio con la significación que la palabra tuvo en tiempos posteriores. En
fuentes tardías se denominaba palacio a la “sala o aposento principal y común de una casa” (M. PI-
DAL, Cantar del Mío Cid, 783). Y en las Partidas (II, 9, 29) se dice: “palacio es dicho aquel logar do
el rey se ayunta paladinamente para fablar con los homes; et esto es en tres maneras: o para librar
pleytos, o para comer, o para fablar en gasajado”. Si se relaciona esta significación tardía de la voz
palacio con la circunstancia de no aparecer palacios en todas las cortes del siglo X, cabe conjeturar
que en fecha tan remota se aplicaría a edificaciones de alguna importancia, que, integrando la vivienda
de personas de relieve, fueran por éstas destinadas a fines parejos de los que señalan las Partidas. Este
significado de morada de un hombre de calidad se avenía al cabo con la clásica del término; mas como
dentro de la corte del siglo X, integrada por diversas edificaciones, el palacio no era sino la principal
de ellas, pudo formarse sin violencia el postrer sentido con que se usó la palabra palacio, y emplearse
para designar el salón o aposento de mayor relieve de la casa o del alcázar. No es, por tanto, imposible
que en la época asturleonesa se llamase genéricamente palacio incluso a las habitaciones destinadas a
~ 130 ~
El tercer cuerpo del patio lo forma otro edificio de proporciones semejantes, pero de
adobes. Es la cocina, por cima de cuyas tejas asoma una panzuda chimenea.265
Comu-
nica aquélla con el corral, en que se alzan varias construcciones de barro; unas también
teliatas, otras territas o cubiertas de césped; algunas decopertas,266
y varias matera-
cas,267
con muros de madera. Son los superatos,268
en uno de los cuales se abre el sótalo
o silo,269
y en otro la apoteca o bodega,270
con sus cupas o cupos de nueve palmos de
altas, o de cabida para cinco carros, treinta modios o sesenta quinales.271
Son también
dormitorios. Pero ocurriera así, o sólo se nombrasen palacios los salones, los textos, al enumerar las
dependencias de una corte, citan a veces los refectorios, dormitorios y cellas, mas nunca cuando ha-
blan de palacios, y jamás, que yo sepa, distinguen entre éstos y aquéllos, indicio no despreciable para
conceder a la voz que nos ocupa su sentido más amplio.
265
La cocina se destaca como edificio separado de las demás casas que formaban la corte. En tierras de
León, casi todas las casas tienen, y es de suponer que muchas tuvieran, gran campana y ancha chime-
nea (F. BALBUENA, Arquitectura, IV, 239).
266
En un documento del Arch. Catedral de Lugo, fechado en 982, se citan Kasas cubertas vel descu-
bertas. Imagino que estas últimas servirían a modo de corralizas o cierros de ganados.
267
Casas materacas o tabula copertas aparecen en diplomas leoneses de 940 y 1012, y de madera cor-
tada para edificar cuatro casas y techar tres iglesias, en otro castellano de 940.
268
Eran muy frecuentes en tierras leonesas. Se mencionan en numerosos textos al enumerar las depen-
dencias de las cortes. De ellos puede deducirse que eran habitados o destinados a cualquiera de las
mil necesidades de una casa de labor, como lo eran, sin duda, todas las cortes de León y sus campi-
ñas. La palabra sobrado no había adquirido, pero empezaba a adquirir, la significación que hoy tiene
en los pueblos castellanos, de parte alta –generalmente abuhardillada– de una casa, empleada para
guardar granos o enseres varios. No la había logrado, porque en diversos diplomas se advierte que se
llamaba sobrado a una edificación entera y no a una parte, al doble de una casa. Pero empezaba a
adquirirla, porque según los textos documentales, parece deducirse que la palabra en cuestión se
aplicaba para designar a aquellas construcciones de más de un piso, no por alzar dos del suelo, sino
por tener sotalo o apoteca, es decir, sótano o silo y bodega. Sobre este significado remotísimo pudo
formarse el aún vivo hoy en nuestros campos.
269
En algunos documentos se habla de sótalos con superatos, o a la inversa. No creo dudoso que por
sotalo deba entenderse sótano, pero es problemático si llamarían sótano al silo.
270
El algún documento referente a una casa enclavada junto al Arco del Rey en el interior de León se lee:
“superatis obtimas cum suis abutecis”. Puede relacionarse esta frase con la costumbre leonesa (F.
BALBUENA, Arquitectura, IV, 240 y sigts.) de conservar el vino en cuevas.
271
Las gentes del siglo X distinguían entre cupos y cupas. ¿Lo harían, como hoy se hace, entre cubos,
recipientes pequeños en uso de calderos y cubas a modo de toneles? Lo ignoro. De distintas maneras
se aprecia en los documentos de la época la capacidad de las cubas. En un diploma de 976 (Cart. de
Eslonza, 59) se habla de “cupa una de nobe palmos”; en otro de 985 (T. Leg., fol. 140) se cita una
“cuba qui leuat V karros”; en dos de 980 y 985 (P.M.H., D. et Ch., 79 y 80) se mencionan cubas de
“XXXX” y de “LXX quinales”, y por último, en uno de 980 (P.M.H., D. et Ch., 79) hallamos un cupo
de “XXXX modios”.
~ 131 ~
los graneros, que llamaban cellarios,272
el lagar con su viga,273
los establos con sus pe-
sebres ahuecados en gruesos troncos de álamos blancos,274
el palomar,275
el gallinero, el
almacén, la cochiquera y las cellas para los siervos o criados. Junto al establo se hallan
las tristigas o letrinas,276
y en una de las casas materacas, frontera de las habitaciones
del palacio destinadas a dormitorio o cellas, unas cubas donde se bañan Adosinda y don
Arias.277
Un siervo está encargado de la limpieza de las trístigas, de calentar agua para
el baño en grandes ganzas o calderas,278
y de disponer estos originales balnea de que
272
De cellarios hablan varios textos y diplomas de 867 (L. FERREIRO, Historia, II, 14, Apénd.) y de 939
(A. H. N., Clero. Ferreira, leg. 719).
273
A veces se dice en las fuentes al respecto “lacares cum suo addondo”, es decir, con su atonto o ense-
res. En documentos de 995 (T. Leg., 342), de 1002 (Esp. Sagr., XXXVI, pág. XIII) se citan torcu-
larios.
274
De un establo se habla en un documento leonés de 980. Lo supongo cuadra y establo a un tiempo.
275
¿Podían faltar estas piezas en una casa de labranza del siglo X? Hoy rara vez dejan de formar parte de
las viviendas leonesas aldeanas. Se cita un palumbare integrando una corte conclusa en un texto de
956. 276
En un inventario o colmellum de los siervos que poseía la Iglesia de Oviedo en tierras de Pravia (MU-
ÑOZ, Colección, 124), se menciona la casata de Gormando como encargada de “portare canales per
ubi fuerit episcopus Ovetensis et letrina mundare et totum servitium facere”. Y en otro colmellum de
los siervos de aquella Iglesia en Gauzón y en Pravia aparece obligados a “purgarse trestigas” y a
“portare kanales in collo”: la casata de Gonando –tal vez la misma de Gormando– y las de Martín
Tironiz y Flaino (Libro Gótico del Archivo Catedral Ovetense, fol. 11 v°). Si esto ocurría en las po-
sesiones del obispo de Oviedo en Pravia, ¿por qué no suponer que habría también tristigas en las
cortes bien aderezadas de los más ricos leoneses?
277
Según una noticia de los siervos del monasterio de Celanova procedente del siglo XI (T. de Celanova,
fol. 56), Adulfo, siervo de San Rosendo, estaba encargado de custodiar las “greges porcorum et ablue-
re cupas, et de semine illius facere balneos in quibus fratres Cellenone corpore ablusisent”. Tan nu-
merosos debían de ser los baños, que aún había otra familia de siervos encargada de los mismos cui-
dados que la de Adulfo. En el mismo inventario se lee, en efecto, después: “Petro Aquilion tornar
porcos et lauare cupas et facere baineum, ille et semen illius”. Si se bañaban los frailes de Celanova,
no es aventurado suponer que se bañarían también de modo semejante las gentes distinguidas de León
de posible abolengo mozárabe, o a lo menos tan influidos por la cultura y las costumbres hispano-
musulmanas. Además, las citas de baños son relativamente frecuentes en documentos de la época. Se
mencionan como existentes en el palacio de Oviedo, en diplomas de 897 (VIGIL, Asturias Monu-
mental, 58), de 905 (Esp. Sagr., XXXVII, 330), de 908 (Arch. Cat. Ovetense) y de 945 (ESCALONA,
Historia Sahagún, 393). En este último se detalla su situación, pues se dice “residente rex in
Pretorium suum ad mensa super illum Balneum Oveto...”. Se citan baños en escrituras de Lugo (910,
A. H. N., Clero Cat, Lugo, leg., 735, núm. 77) y de León (1036 y 1050; T. Leg., fols. 269 y 31 vº) y
los había en Zamora, en el Duero. Ordoño III dice en 951: “sub balneos nostros in flumen Durio in
Zamora” (BARRAU-DIHIGO, Notes et Docs., Rey. Hisp., 1903, 384).
278
He aquí los textos leoneses que permiten sospechar el empleo de ganzas o calderas para calentar el
agua del baño. En un documento de 1021 (T. Leg., fol. 235 y Esp. Sagr., XXXVI, XXXIV) se lee: “Et
servitium quoquine ganzas duos obtimas et suas pregancias”; en otro de 1036 (Leg., fol. 269):
~ 132 ~
usan los príncipes, los laicos e incluso los religiosos de diversos cenobios en León, y
que se usan también en Asturias, en tierras de Galicia y hasta en Zamora, junto a las
márgenes del Duero. Otras mancipia, puellae o siervas cuidan de la cocina; algunos
pueri, hombres y mujeres, del aseo de las habitaciones y del servicio de los amos, y los
restantes, como vaqueros y yegüerizos, del ganado.279
La casa está alhajada con riqueza. En el salón, aparte de la mensa, hállanse dos arcas
con techo a dos vertientes, un escaño mullido con una culcitra o colchoneta forrada con
paño tramisirgo y rellena de lana,280
dos cátedras de alto respaldo, un sillón de cuero
cordobés y varios taburetes de tijera. De las paredes penden las inferturias, mensorios,
frixorios, cúcumas y taregos y las demás ricas piezas de la espléndida vajilla de plata
que poseen los dueños de la corte.281
En uno de los ángulos de esta lujosa cámara se
yergue un alto candelabrum sostenido por un astil enclavado en un trípode,282
y encima
“ganzas II: una de balneo et alia minore de super fogo”; y en un tercero de 1050 (T. Leg., 31 v°):
“ganza una de balneo”. El penúltimo texto nos declara además su tamaño.
279
Aunque León no era tierra de siervos, no dudo de que los habría personales o domésticos, y aun al-
gunos adscritos a la tierra. Y no dudo porque documentos leoneses de 949 (B. Sahagún, fol. 135 vº) y
950 (Esp. Sagr., XXXIV, 454) hablan de siervos moros; escrituras de tierras de León de 873 (Esp.
Sagr., XXXIV, 437), 963 (B. Sahagún, fol. 208) y 997 (Arch. Cat. Leg., núm. 887), citan siervos per-
sonales; y otros textos legionenses de 864 (Arch. Cat. Leg., núm. 50), 870 (Arch. Cat. Leg., núm. 52),
905 (T. Leg., fol. 368 v°), 917 (Arch. Cat. Leg., núm. 1.328), 936 (T. Leg., fol. 397), 976 (ESCALONA,
Historia Sahagún, 421) y 1026 (T. Leg., fol. 41 vº) mencionan siervos casati. Admitida la existencia
de siervos en tierras de León, contra lo que se decía, me parece probable que dentro de las cortes leo-
nesas hubiese algunos encargados de servicios parejos de los ejercitados en Celanova por Adulfo y su
progenie. Por lo que hace a los servicios de los siervos personales, véase lo que escribe MUÑOZ Y
ROMERO en su estudio Del estado de las personas en los reinos de Asturias y León (pág. 39): “En los
inventarios de los monasterios y de las iglesias los vemos que ejercían el oficio de cocineros, panade-
ros, pescadores, sastres, zapateros, tejedores, carpinteros, herreros, yegüeros, porquerizos y muchos
otros”. En forma parecida, aunque quizá con una menor división del trabajo y en menor número, es
probable que trabajasen en las más ricas cortes de León. Sobre la servidumbre en el reino de León
importa conocer dos trabajos aparecidos después de la publicación de las primeras ediciones de estas
Estampas: las páginas que le ha consagrado CH. VERLINDEN en su excelente monografía: L'esclavage
dans le monde Iberique Médiéval, Anuario, 1934, 87 y las líneas que yo le he dedicado en mi Serie de
documentos del reino de Asturias, Cuadernos de historia de España, I y II, 1944, 321-322-323-324.
Aun me queda mucho por decir sobre el tema para mis Orígenes de la nación española y de sus insti-
tuciones.
280
Escaño con respaldo puede verse, por ejemplo, en el fol. 55 v° del Beato de Osma.
281
Pendientes de los muros se lucían las ricas piezas de las vajillas argénteas, según atestiguan miniaturas
carolingias que cita G. MORENO, Igl. moz., 339. No es imposible que hubiera en León algún magnate
que poseyese un servitium mense argenteum integrum, como dicen los textos. Más o menos comple-
tas, consta que había vajillas de plata en tierras de León.
282
Así se representa en las miniaturas que figurando la cena de Baltasar, hallamos en los Beatos de Urgel
(fol. 219), Gerona y Valladolid (fol. 204), y en el Pentateuco de Ashburnham (fol. 44; NEUSS, Obr.
cit., lám. 12).
~ 133 ~
de la mesa sirve a la iluminación de los yantares, en las tardes de invierno, un “cavalle-
llo pro cereo portare”, es decir, un cirial en forma de caballo.283
Las habitaciones destinadas a cellas son de proporciones estimables y se hallan dividi-
das por bajos tabiques materatos y por varios paramentos construidos por alhagaras o
cortinas, palleas y tramisirgas.284
También hay en ellas otras arcas donde se guardan las
pintellas, adorras, mobatanas, algupas y feiraches de don Arias (su indumentaria mas-
culina); las almexias, sayales mantos y alfiniames o tocas de Adosinda (su indumentaria
femenina), y la ropa de cama o lectuaria.285
El lecho del señor de la corte es un hermoso
mueble. Una tallada armazón de madera sostiene una tarima de tablas ensambladas, y a
su vez se apoya en cuatro patas labradas con riqueza, que no arrancan de los extremos
del rectángulo sino de puntos intermedios, bien calculados los sitios donde es mayor el
peso del cuerpo que descansa en la cama. Desde los cuatro vértices del armazón rectan-
gular se elevan los correspondientes pies derechos, unidos los de la cabecera, para el
sostén de las almohadas, mediante un travesaño, como aquéllos, labrado. Cuatro bolas
rematan las patas en que se apoya la tarima; y bolas y conos invertidos, los que, por de-
nominarlos de algún modo, podríamos llamar brazos del lecho.286
Ablandan la dureza de la armazón descrita287
unas almohadas llamadas fazales o plu-
mellas y dos plumacios palleos y greciscos, colchones de pluma forrados de tapicería
bizantina. Cubren los plumacios las almelehas en servicio de sábanas, y a éstas dos ta-
petes o mantas facenzales, un galnape o cobertor, morisco y tramisirgo, y un alifafe o
colcha, forrada de pieles de ardilla o de conejo. El lecho de Adosinda es también rico y
fastuoso; pero menos friolera su dueña que don Arias, en lugar del alifafe con envés de
283
Frunimio II donó a su iglesia de León en 1002 (Esp. Sgr., XXXVI, XIV), entre otros enseres diversos,
un “cavallello eneo pro cerco portare ad mensa...”, y en un documento de la catedral de Oviedo, de
1045, se menciona un “Ciriale similitudinem eqiis...” (VIGIL, Asturias Monumental, 72).
284
Las supongo así divididas en atención a lo que ocurría en tiempos posteriores en España y a lo que
textos francos de la época, y aun anteriores, refieren respecto al uso de cortinas para dividir los gran-
des salones, pero no porque haya podido encontrar noticia alguna en las fuentes leonesas del siglo X.
285
“Lectos cum sua lectuaria” o “cum sua raupa” se citan en diversos diplomas de la época; por ejem-
plo, en uno de 922 (T. de Aguilar, fol. I) y en otro de 974 (B. Sahagún, fol. 131 v°).
286
Describo arriba el lecho que reproduce el B. de Gerona.
287
De entre los diversos inventarios utilizados por Gómez-Moreno y por mí, para conocer la raupa, tegu-
menta, vestimenta, stragmina o stramenta lectorum como denominaban los diversos diplomas al con-
junto de los colchones, almohadas, sábanas y cobertores de un lecho, interesan en particular los si-
guientes: Sahagún, 922; ESCALONA, Historia Sahagún, 383; San Cosme de Abeliare. 927; Igl. moz.,
348; Celanova, 938; Igl. moz., 243; Ferreira, 939; AHN. Clero Leg., 719; Santo Toribio, 941; Cart. de
Santo Toribio, fol. 38; Celanova, 942; YEPES, Cronica, V, 424 v°; Santiago de Valdeavia, 949; Índice
de Sahagún, 128; Sobrado, 955; L. FERREIRO, Historia Santiago, II, 156; Sahagún, 960; ESACLONA,
Historia Sahagún, 405; Lorenzana, 969; Esp. Sagr., XVIII, 331; Covarrubias, 978; Cart. Covarrubias,
22; San Pedro de Arnogia, 989; T. Celanova, fol. 17 v° Estos tienen el especial interés de agrupar bajo
una de las denominaciones indicadas al principio, tegumenta, stragmina..., las diversas piezas que sin
esta indicación, y mezcladas con ropa de mesa o con objetos de culto, se señalan en los demás.
~ 134 ~
pieles, cubre, a medias, las almelehas, galnapes o tapetes con una fina almuzalla gre-
cisca y pallea, colcha de trama de tapiz importada de Oriente.288
En las cellas vacías, los lechos de respeto se asemejan a los ya descritos, pero a veces
difieren de ellos en detalles289
y tienen plumacios asargados o forrados simplemente de
lino, linolas o sábanas de lienzo del país, galnapes de lana y alifafes vulturinos o hubei-
dies.290
En cada cella, una banqueta, una lucerna de latón, un gran conco, a guisa de jo-
faina, y su aguamanil correspondiente, completan el moblaje.
El zaguán, con sus bancos de adobes,291
enlaza éstas, y las demás habitaciones, con la
pieza más importante de la casa, a un tiempo villana y señorial, con la cocina. Es una es-
tancia amplísima, cuyo centro constituye el hogar, que desahoga sus humos por una
gran campana. A derecha e izquierda de la ostentosa chimenea aparecen dos grandes pe-
ro lisos escaños de madera ensamblada, que ocupan muchas veces en los días de invier-
no los dueños de la corte.292
En el hogar, alzado sobre una chata plataforma de barro, se
encuentran los morillos y unas tenazas para encuadrar y remover la lumbre, trébedes pa-
ra colocar pucheros y marmitas, y la ganza o caldera sujeta sobre el fuego por las ca-
denas o pregancias.293
288
La elección de la procedencia de las piezas está hecha también sobre los textos. De plumacios palleos
y greciscos habla la dotación del monasterio de Covarrubias de 978 (Cart. de Covarrubias, 22); de
galnapes moriscos, precisamente dos documentos leoneses de 935 y 959 (T. Leg., fols. 419 v° y 231
v°), y de una almocalla grecisca y pallea, el citado diploma de Covarrubias.
289
Lechos diversos del reproducido tomado del Beato de Gerona se representan en dicho Beato (fol. 257
entre otros) y en los de Thompson (fol. 260), de Urgel (fols. 210 y 222) y de Fernando I (fol. 268).
Muy dispares del descrito y de este último, y mucho más simples, los hallamos en el B. de Fernando I,
fols. 110 v° y 290, y en el Antifonario de León, fol. 68. A juzgar por el que aparece en este último,
formado por una baja y sencilla tarima, los leones gustaban de los lechos muy altos, de tres o más col-
chones.
290
No me atrevo a afirmar tan en concreto como Gómez-Moreno que la voz sábanas no se usara para
nombrar las prendas de cama de este nombre. En documentos de 935 (Rev. Hisp., XV. 317), de 951
(Cart. Santo Toribio, fol. 38) y 978 (Cart. Covarrubias, 22) se citan sábanas junto a galnapes, tapetes,
almuzallas, y no se habla de ropa de mesa. ¿Pueden aludir, sin embargo, tales sábanas a servilletas? Es
posible, pero no probable.
291
Conjeturo que ya existiría esta pieza, tan fundamental hoy y siempre, en las casas aldeanas leonesas
(F. BALBUENA, Arquitectura, IV, 239).
292
La importancia de la cocina resalta de la frecuencia con que la citan distintamente los diplomas de la
época, entre las diversas edificaciones que integraban la corte. Para describirla me valgo del citado es-
tudio de F. Balbuena (Arquitectura, IV, 239), y para elogiarla, de las costumbres actuales en todos los
pueblos de León y Castilla.
293
Morillos, trébedes, tenazas, calderas y pregancias se usan hoy en las cocinas aldeanas leonesas (F.
BALBUENA, Arquitectura, IV, 240), y no creo aventurado suponer que se usarían también en las co-
cinas del León anterior al milenio. En documentos de 917 y 970 (T. Leg., fols. 349 v° y 334) se in-
ventarían ganzas, en uno de 1020 (A. H. N., Clero, Benevivere, Leg. 1157) se cita “ganza 1.a de co-
quina”, y en otro de 1036 (T. Leg., fol. 269): “ganzas II... alia minore de super fogo”. El uso de pre-
gancias está también comprobado por dos textos, uno de 1021, que dice: “ganzas duas obtimas et suas
~ 135 ~
Algo apartada del hogar, y junto a la ventana, se halla una mesa, y en ella varias ta-
zolas y un aceptre ereos, un mortalio o mortero de latón, con su mano o pestello,294
un
caral de aceto,295
es decir, de vinagre, el odre con el sebo o manteca,296
unas tonsorias o
tijeras,297
y varias cazuelas y pucheros de madera y de barro.298
Por último, una dorna,
artesa y fregadero, un arca para las provisiones y un compendial o cuba para agua, ter-
minan el ajuar complicado de aquella pieza indispensable y fundamental en la vivienda.
Todo es ahora actividad en la corte de Adosinda y don Arias. En el refectorio, los cria-
dos, gentes de condición servil, descuelgan la vajilla de plata, sacan del arca manteles,
sóbanos (servilletas) y manutergias o toallas, y disponen la mesa para dos comensales.
Los siervos de cocina preparan el yantar y sacan vino de las cubas más viejas de la apo-
teca de la corte. En el cellario, el villicus o mayordomo de don Arias, dirige la descarga
de las rentas que traen los tributarios, hombres de behetría y arrendatarios de las here-
dades de su amo.299
En el almacén, donde se guardan las carretas, un siervo busca un
hacha entre hoces, azadas, azuelas, cueros de buey y de caballo, tórdigas, sobeos y ca-
bestros.300
Los bodegueros cantan alegres mientras cumplen su oficio; los yegüerizos
dan pienso en el establo a las caballerías; y en las cellas de la servidumbre de don Arias,
tres siervas viejas gruñen, platican, rezan y murmuran mientras hilan, tejen y cortan las
sayas y tocas de Adosinda.
Diez pláticas distintas resuenan en las diversas estancias de la corte. En la cocina dos
mozas bien plantadas, morena, blanca, de anchas caderas y pechos abultados una de
ellas, y morena también, pero cetrina, menuda y vivaracha la más joven, conversan, ale-
gres y afanosas, mientras preparan el yantar de los amos y el guisado o pulmenta de la
pregancias” (T. Leg., fol. 235 vº) y otro de 1090, donde se cita: “ganza una cum pregantiis” (T. Leg.,
fol. 233 v°).
294
Pueden verse en Igl. moz., 343 las voces tazona, mortalio...
295
Cf. M. PIDAL, Orígenes del español, 29.
296
“Singulos ugres bonos et singulas arreldas de sevo” habían de pagar cada año al sayón los macellarii
o carniceros de León, según el art. XLIII del Fuero de 1020.
297
Se incluyen en el inventario del embargo de Santa María de Vezdemarbán (cerca de Toro, Zamora).
298
Varios textos prueban el uso, durante el siglo X, de cacharros de madera (“uasa lignea”).
299
Al lado de los vilicos o mayordomos del rey, ya funcionarios públicos, si cabe hablar de derecho y de
funcionarios públicos en toda la Edad Media, como ahora se inclinan a creer ilustres juristas alemanes
(G. VON BELOW: Der deutsche Staat des Mittelalters, Leipzig, 1914, y KEUTGEN: Der deutsche Staat
des Mittelalters, Jena, 1918), había, naturalmente, villicos y maiordomos de particulares.
300
Todos estos enseres de una casa de labor que aún se emplean hoy ya se nombraban casi de la misma
manera en el siglo X.
~ 136 ~
servidumbre de la casa.301
La más ruín de cuerpo, “tomadora de lenguas”,302
sabedora
de enredos y noticias, avisada vigía de cuanto ocurre o se dice al alcance de su ojo o de
su oído, refiere a su consierva lo que sabe de la boda de Elvira, hija de Paterno y Gala-
za, dueños y señores de la corte frontera. No ignoraba que estaba la boda concertada ha-
cía tiempo, pero ardía en deseos de conocer detalles de las arras o dote, como dice don
Arias que se llaman los regalos del novio. Por confidencias de la mora Mariame, que
sirve en casa de la novia,303
ha conseguido al cabo averiguar, a la hora tercia, que Elvira
había recibido diversas heredades, siervos, alhajas, pieles, vestidos y ganados. En Fe-
nestrosa la concede el futuro marido hasta dosciendos modios de sembradura en tierras;
viñas, pomares y molinos en Liébana, y así en Castilla y en otros diez lugares que la
mora ignoraba. En ganados, joyas y en vestidos parece que recibe otro tanto. A creer a
Mariame, el novio le regala diez parejas de bueyes, cincuenta vacas, cien ovejas, tres
siervos, un caballo con su silla jineta y su freno de plata, una rica muda para el lecho,
una sarta o collar, dos anillos, varias adorras o túnicas de seda, un lujoso vestido matro-
nil, un copo o taza y una escudilla argéntea que valen treinta sueldos, varias pieles ag-
ninas, es decir, de cordero, y una alhaguma arintea.304
En el Palatium de la corte conversan también a su sabor el siervo que dispone la mesa
y el que trae vino añejo en una gran redoma. La plática es distinta. Versa acerca del úl-
timo suceso comentado entre el pueblo. Es éste un crimen cometido en sagrado. Sapi-
nato y sus hijos, e incluso su mujer Celedonia, embriagados, según lo que se cuenta, se
dejaron arrastrar por el diablo, y junto a Villa Pedro, en la decanía de Sahagún, rompie-
ron las puertas de la iglesia y mataron al monje que allí gobernaba la hacienda de su
claustro. Fue pronto castigada la familia asesina; el abad presentó querella ante los re-
yes; el monarca y su madre la reina doña Elvira, para hacer pagar el homicidium, orde-
naron la entrega al monasterio de cuantos bienes poseían aquellos “vinos iniquos et pe-
simos”, como los llama el siervo encargado de la apoteca o bodega de la casa; y el con-
301
Supongo que los pulmenta leguminum constituirían la base de las comidas de la gente ínfima en
tierras de León, como la formaban en Cirueña. Puede verse un preciso pasaje al respecto en el Fuero
de Cirueña.
302
La frase no es mía. Está inspirada en el Fuero de Cuenca, cap. XXX, ley XI.
303
Existían siervos moros en tierras de León. El nombre de Mariame, con los de Sahema y Zafara, se
aplica a siervas moras en un documento de 908 (P.M.H, D. Ch., 11).
304
Los detalles de la supuesta dote están tomados de dos escrituras que nos dan a conocer: la dote con-
cedida a Adosinda, hija de Gormiri, por su esposo Olito Tetoni (946. P.M.H., D. Ch., 32), y la otor-
gada a Elvira por Gonzalo en 962 (A.H.N., Clero Sahagún, Leg. 620, núm. 402). Otras diversas cartas
de arras del siglo X he ido reuniendo. No quiero, sin embargo, hablando de la dote, anticiparme al es-
tudio que prepara sobre este asunto DÍEZ CANSECO con el título Arras a fuero de León, para el tomo
próximo de nuestro Anuario. E1 viejo profesor de historia del derecho de la Universidad de Madrid
murió sin publicar tal estudio. Sobre la aparición de la palabra arras y su significado puede verse
MEREA: Un problema filológico-jurídico: a palabra “arras”. Novos estudos de historia do direito,
Barcelos, 1937.
~ 137 ~
vento ha regalado al príncipe in offertione, agradecido por su fallo, que todo el pueblo
aplaude como justo, un hermoso caballo valorado en cien sueldos.305
También suena el nombre de Sahagún y se habla de caballos en el establo y caballeri-
za de la corte. Un tributario de don Arias acaricia el potro morisco de Adosinda y refiere
al yegüerizo de la casa que idéntico al caballo acariciado era el robado, en Santa Eu-
genia, al monasterio de los Santos Facundo y Primitivo, por un labriego vecino del lugar
de Cascarilla. Preso aquél, había tenido que ceder sus bienes a Sahagún para no caer,
como deudor insolvente, en servidumbre.306
Por el alto valor de los caballos no tenía el
ladrón, llamado Ranimiro, ganado, sueldos ni tierras suficientes para pechar el robo, y
sólo a ruegos de hombres buenos se avinieron los monjes a aceptar, en pago por el fur-
tum, la carta profiliationis que aquél les hiciera de su hacienda.307
En la apoteca, los jornaleros de don Arias, fatigados de su ruda faena, sienten deseos
de llenar sus estómagos, nunca hartos y a la sazón vacíos. Al asomar el día habían que-
brantado el ayuno nocturno con medio pan de trigo y de centeno –comuña en el len-
guaje al uso–, unas cebollas y un gran trozo de queso,308
pero habían transcurrido largas
horas y era empresa cansada colocar los capachos de uva debajo de la viga y dar vueltas
al huso para que aquélla descendiera por efecto de la mole de piedra que sujetaba éste.
305
Describe este suceso un documento de 977 (BARRAU-DIHIGO, Notes et Docs.: Rey. Hisp., 1903, 409 y
B. de Sahagún, fol. 209). La entrega al juez in offertione de algún bien mueble o semoviente por la
parte favorecida con su fallo, era costumbre muy generalizada en la época y que contribuyó no poco a
la formación de las grandes propiedades.
306
Ya ha demostrado MUÑOZ Y ROMERO (Del estado de las personas en los reinos de Asturias y León,
32 y sigts.) que por “deuda se sometían a la servidumbre los que habiendo cometido un delito no po-
dían pagar la composición”.
307
El robo de Ranimiro y sus consecuencias se refieren al pormenor en una escritura de 998 (ESCALONA:
Ha. Sahagún, 434, y B. Sahagún, fol. 184). El artículo IV del Fuero de León detalla las penas que
pesaban sobre el ladrón en sagrado y fuera de sagrado. Las cartas profiliationis, o escrituras de
prohijamiento –como el sistema de los ejecutores testamentarios, muy usados durante esta época en
sustitución del testamento, a consecuencia de la gran difusión del derecho germánico por todo el reino
asturleonés– equivalían a veces a donaciones simples; en ocasiones tan poco espontáneas como en el
caso presente. He publicado en parte la escritura a que me refiero en esta nota en El precio de la vida
en el reino asturleonés hace mil años, Logos, VI. Sobre el sistema sucesorial en el reino de León han
aparecido los siguientes estudios: GARCÍA DE VALDEAVELLANO: La cuota de libre disposición en el
derecho hereditario de León y Castilla en la Alta Edad Media, Anuario, 1932, 129-177; J. A. RUBIO:
“Donaciones post obitum” y “Donationes reservato usufructu”, Anuario, IX, 1932, 1-33; MEREA:
Sobre as origens do executor testamentario, Lisboa, 1940: BRAGA DA CRUZ: Algunas consideraçoes
sobre a “perfiliatio”, Boletín da Facultade de Direito, XIV, Coimbra, 1938, y GUILHERME BRAGA
DA CRUZ: O Direito de troncalidades e o régimen jurídico do patrimonio familiar, Braga, 1941.
Pueden verse además las páginas que he dedicado al tema en mi Serie de documentos inéditos del
reino de Asturias, Cuadernos ha. Esp., I y II, 1944, 322-324 y 326.
308
Esto yantaban de mañana los hombres de Cirueña cuando prestaban sernas al señor. Puede verse un
pasaje al respecto en el Fuero de Cirueña.
~ 138 ~
No llegaba todavía la merienda309
y el hambre impone el tema de la plática. El jornalero
que en este mismo instante, ahincado en el suelo, pone en tensión todos sus músculos y
hace girar el huso, interroga a sus otros colegas acerca de las ferias que faltan para el día
en que los carniceros una cum zavazoures –dice– han de obsequiar con una gran comida
a todo el pueblo. En este prandium obligación tradicional no interrumpida de los mace-
llari leoneses,310
y el buen obrero, que no se ahita de carne en todo el año, mientras su-
da, descalzo y apenas cubierto por el sayo, paladea la imagen de las grandes e hirvientes
ollas en que cuecen los toros el día de la fiesta.
Se conversa también en el cellario. Mientras el villicus de la corte encierra en el gra-
nero las rentas de los juniores, arrendatarios y precaristas de don Arias, los labriegos
ofrecen noticias distintas de sus diversas tierras y, curiosos, las piden de León al ma-
yordomo de la casa. Uno de ellos refiere que en una aldea cercana de la suya, un tal Ge-
mondo había tenido varios días sitiada una familia en su morada, y que por este ince-
rramentum domorum se había visto forzado a entregar su parte en el maxuelo que
poseía junto a las viñas de don Arias.311
Otro cuenta el incendio intencionado de un
monte inmediato al lugar donde habita.312
Y un tercero, vecino de Trobajos, pide noti-
cias al villicus de cómo había terminado el asunto de Ranulfo que, acusado de un robo,
de acuerdo con la parte contraria en el litigo, se había acogido a la prueba caldaria, para
demostrar a todos su inocencia. El labriego vecino de Trobajos había asistido al con-
cilium o concejo en que tuvo lugar la primera parte de la prueba, pero ignoraba, y de-
seaba saber, si se había librado de la pena el supuesto ladrón, a quien siempre había te-
nido por inocente del delito de que se le acusaba. El mayordomo de don Arias le res-
ponde que sí, que había salido limpio y salvo. Tres días después de la primera reunión
del concilium se había éste congregado de nuevo delante de San Pedro de los Huertos.
En presencia de todos rompieron Abolkacem, el sayón, y los fieles nombrados por las
309
De merienda se habla en el citado Fuero de Cirueña.
310
El art. XXXV del Fuero de León dice: “Omnes carnizarii cum consensu concilii, carnem porcinam,
ircinam, arietinam, bacunam per pensum vendant, et dent prandium concilio una cum zavazoures”.
Me inclino a creer que todo el pueblo libre disfrutaba de la comida, porque la significación de la pa-
labra concilio no ofrece dudas. Recuerdo haber oído a Hinojosa interpretar este pasaje en el mismo
sentido. No puede sorprendernos esta obligación general, pues dado el perímetro que alcanzaba la ciu-
dad y lo poco densa que era la población, a juzgar por los textos, no debía ser crecido el número de
los miembros del concilio. Advirtamos, además, que entre éstos sólo figuraban los cabezas de familia,
y que por esto se reducía aún más la cifra de los comensales de aquel gran banquete. Hasta hace me-
nos de un lustro, en algunos pueblos de Castilla los toros de la fiesta se cocían en grandes calderas, de
las que comía todo el pueblo. Como puede apreciarse, algo de festejo taurino había ya en León por es-
tos tiempos.
311
Nos da noticia de un asedio o incerramentum que terminó como describo arriba, una escritura gallega
de principios del siglo XI. (T. Celanova, fol. 69 v°).
312
También en estos tiempos se incendiaban intencionadamente los montes. Resulta así de un documento
de 1011 (T. de Celanova, fol. 54). Gudesteo dice en él al abad y al prepósito del monasterio: “damus
uobis ipsam supra nominatam hereditatem pro illa defesa que uobis meo germano Odermo kei-
mauit”.
~ 139 ~
partes, los sellos con que ellos habían rematado el vendaje del brazo y, descubierto és-
te, se halló sin quemaduras y enteramente sano. Dios había hecho justicia a Ranulfo.
Nadie esperaba tal suceso, todos habían sospechado que saldría abrasado, pues bullía
hirviendo el agua de la ganza o caldera cuando el acusado había desnudado su brazo y
le había metido en el líquido hirviente, para sacar las tres piedrecillas arrojadas por el
sayón al fondo.313
Don Arias penetra en este instante por la gran portalada que da acceso a la corte, y
cruza despacioso el atrio de ésta acompañado de un flaco galgo corredor, su favorito.
Tiene don Arias en atondo, beneficio o prestimonio, una torre y unas tierras de la reina
situadas a orillas del Torío, y ha recibido orden de doña Elvira para que la acompañe a
una juncta que se propone celebrar en San Pedro de Eslonza. Trata aquélla de atraer al
partido del monarca al conde de Monzón, Fernando Ansúrez,314
y quiere acudir a las
vistas con él la quinta feria, rodeada de todos sus fieles servidores.315
Don Arias, a su
vez, cual es costumbre, desea ir acompañado de un séquito lucido, y a este efecto, antes
de regresar a su morada, ha ordenado a sus maulados y escuderos que se apresten a es-
coltarle desde León a Eslonza316
y ha pasado recado a los tres caballeros cuyas casas se
313
Un Juicio de Dios, el de la prueba caldaria. Fue muy frecuentemente empleada en el reino astur-
leonés. He reunido numerosos diplomas para estudiar su aplicación. La forma en que se practicaba
puede verse, por ejemplo, en un diploma de 987 (Esp. Sagr., XIX, 375). Que se acudía a la pena
caldaria en caso de robo lo prueba un documento de 959 del Archivo Catedral de Lugo. El Fuero de
León en su artículo XL establece la previa conformidad de las partes como requisito para que se acu-
diera a este género de prueba. Las dos escrituras mencionadas atestiguan que en ocasiones salía lim-
pio y sin quemaduras el brazo de quien se sometía a ella. Por último, casi es innecesario advertir que
dada la infinita variedad que durante la época asturleonesa se advierte en las costumbres jurídicas se-
gún las regiones y los pueblos, en cada comarca y en cada lugar serían diversos los detalles del pro-
cedimiento con que se practicaba la pena o prueba caldaria. Ya se sacarían de la caldera tres, ya diez
o más piedras; ya se descubriría el brazo a los tres o a los cuatro días de vendado; ya se sellaría éste
con los sellos del sayón, ya con los de los fideles nombrados por las partes para presenciar la prue-
ba..., etc...
314
No hay noticia documental de que se celebrara tal juncta, pero no es imposible que, esto no obstante,
hubiese tenido lugar, porque, en efecto, la reina necesitaba atraer al partido de su hijo por aquellos
días al conde de Monzón, Fernando Ansúrez, el cual no reconocía la autoridad de Ramiro III y en-
viaba embajadas a Córdoba como señor independiente.
315
Los diplomas de la época asturleonesa hablan lacónicos del servitium que prestaban los vasallos o te-
nedores de prestimonios a sus patronos o señores, que ambos nombres se usaban; mas, a juzgar por lo
que sabemos de tiempos posteriores, tal servicio abarcaría fundamentalmente los de corte y de guerra.
Sólo los arzobispos de Santiago, desde Gelmírez en adelante, lograron eximirse, que sepamos, de am-
bas cargas. Puede verse mi estudio La potestad real y los señoríos en Asturias, León y Castilla. Apar-
te de la R.A.B.M., 1914, 28. Es indicio de que así debía ocurrir ya en el período que estudiamos la
circunstancia de que los caballeros que habitaban en solar ajeno tenían obligación en León de acom-
pañar a juntas al señor del suelo; deber equivalente al de acudir el vasallo o prestamero al llamamien-
to del patrono o señor.
316
Imagino que si, como veremos en la nota siguiente, debían ir a juntas con el dueño del suelo los caba-
lleros que no poseían solar propio, también pesaría igual deber sobre escuderos y maulados –libertos
u hombres de behetría– cuya relación de dependencia con el señor era aún más estrecha que la de
~ 140 ~
alzan sobre los tres solares que, aparte de su corte, posee en la ciudad, para que cumplan
la carga aneja a quienes viven en solar ajeno y le acompañen a caballo el día de la
junta.317
Mientras cruza don Arias despacioso el atrio de su corte, sale de la cocina, corre a su
encuentro y se arroja a sus pies Tedón, uno de sus maulados u hombres de behetría, aco-
gidos a su protección y sometidos a su señorío. “¡O domine, multa mala passa sum
propter quod nec dixi, nec feci!”, dice Tedón mientras besa los pies de su señor. “¿Quid
habes homo?”, le interroga don Arias. “Domine, aprendeverunt me inimicis meis abs-
que culpa et ferro vinctus, ductus sum ad carcerem”, responde acongojado el hom-
bre“de benefactoría”. “¿Propter quam causam hoc sustinuistis?”, le pregunta el señor
con paternal afecto. Y Tedón, confiado, refiere entonces cómo por una menuda disputa
que había tenido en una fiesta con un junior del abad de San Cosme de Abeliare, le ha-
bían preso los demás hombres de aquel claustro y le habían encerrado en la cárcel del
monasterio referido. Callaba Tedón que, embriagado, había dado muerte al junior de ca-
beza del abad; pero ignorante don Arias de la verdad de lo ocurrido, ante la queja de su
patrocinado, que juzgaba atropellado sin motivos, “exarsit nimis in forore magno”, lla-
ma a Sendino su escudero, y le envía sin pérdida de tiempo al monasterio de Abeliare
para pedir cuentas al abad por lo ocurrido.318
Cruza después don Arias el atrio, la cocina y el corral y encamínase, siempre acom-
pañado de su perro,319
al lagar y a la bodega o apoteca. Se detiene en ellos para observar
cómo realizan las primeras tareas de la fabricación del vino, no sus siervos sino sus jor-
aquellos caballeros, ya que éstos podían tener otro señor a más del propietario de la tierra en que se
alzaba su vivienda (art. XXVI del Fuero de León).
317
Me parece segura la interpretación del señor Díez Canseco al pasaje del art. XXXVI del Fuero de
León, que dice: “Si yero miles in Legione in solo alterius casam habuerit, bis in anno eat cum do-
mino soli ad iunctam. Ita dico, ut eadem die ad domun suam possit reverti et habeat dominum qua-
lemcumque voluerit”. Para CANSECO (Sobre los Fueros del Valle de Fenar, Castrocalbón y Pajares.
Anuario hist. derecho esp. I, 366-68), el “ire ad junctam” no significa el ir con él a la asamblea ju-
dicial del Concejo de León, sino a las asambles judiciales a que debía asistir el dueño del suelo. Yo
añado: “y a todas las juntas –a veces entrevistas o reuniones no judiciales– a que estaba obligado a
acudir el señor”.
318
La escena que describo es rigurosamente histórica. Está narrada en los términos copiados en un docu-
mento de Celanova de 1056 (MUÑOZ Y ROMERO, Del estado de las personas, 145, y en mis Be-
hetrias: Anuario hist. dcho. esp., I. 233). El diploma habla de un maulado u hombre de behetría, de un
conde Sancho que en una romería en Arnogia mató a un siervo del abad de Celanova. Me permito
trasladar el sucedido a León, reemplazar el conde por don Arias, el abad de Celanova por el de Abe-
liare y hacer junior de cabeza al siervo del diploma gallego. Las dos primeras sustituciones son obli-
gadas por la localización de la escena, y la tercera conveniente por abundar más en tierras leonesas los
juniores de capite que los siervos.
319
He supuesto galgo al perro de don Arias. Debo al señor Menéndez Pidal dos citas de galgos inte-
resantes, aunque posteriores al período que estudio. En un diploma de 1073 se habla de un “galgo
leporario” (Ind. Sagh., 253), y en otro de 1081 se menciona un “galgo colore nigro ualente centum
solidos de argento” (Cart. de Eslonza, 74).
~ 141 ~
naleros, pues León es tierra de hombres libres que no tienen señor y que viven de su
trabajo en casa de los ricos.320
Ve en el lagar cómo ante el peso del enorme pedrusco
sujeto a la gran viga o huso, desciende aquélla acuñada por naspas y por pejos.321
Y
comprobado el buen funcionamiento de la máquina, penetra en su, para la época, sun-
tuosa morada.
Biblia de San Isidoro de León (s. X) Silla representativa del mobiliario de la época.
Vemos aquí una original Anunciación: la Virgen ya tiene al niño en brazos.
(Foto Manuel Viñayo).
320
De esta abundancia de hombres libres en León y sus alrededores he hablado ya en mis Behetrías y en
otra parte de este estudio. Puesto que se almacenaba el vino en cubas, es posible que los cuparii del
art. XX del Fuero de León fueran cuberos, fabricante de cubas y elaboradores de vino o bodegueros.
321
En todos los Beatos del siglo X y de la primera mitad del XI se hallan reproducidos lagares. Pueden
verse los de Gerona (fol. 373), Valladolid (fol. 148 v°), Bibl. Nacional (fol. 124 v°), Escorial (fol.
120), Fernando I (fols. 206), Ac. de la Hist. (fol. 181) y Osma (fol. 132 v°). En todas estas pinturas el
lagar tiene viga. El texto bíblico impone a los iluminadores en todas ellas la presencia de caballos y la
desfiguración del lagar que tenían delante de los ojos, que habían visto mil veces en la apoteca del
monasterio donde trabajaban o en otras tierras, si no era de vino la que rodeaba al claustro en que vi-
vían. Sólo el pintor del Beato de la Biblioteca Nacional que reproduzco arriba, más realista que sus
otros colegas, suprime los caballos del texto apocalíptico y nos presenta a un hombre luchando ru-
damente con el torno para hacer descender la enorme viga ante el peso del enorme pedrusco acuñado
al huso o torno. Este es aún el sistema actualmente empleado en los lagares leoneses (F. BALBUENA,
Arquitectura, IV, 243-45).
~ 143 ~
Biblia de San Isidoro de León (s. X).
Miniatura representando a fieles en un templo, con distintos tipos de vestidos.
(Foto Manuel Viñayo).
~ 144 ~
Códice Albaldense (Biblioteca del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial).
Dibujo de una miniatura que representa a un lector ante el atril o analogio.
~ 145 ~
UN YANTAR Y UNA PLÁTICA
Don Arias, después de haber regido diversas mandaciones en nombre de Ordoño, de
don Sancho y aun del niño Ramiro, se ha retirado a gobernar su hacienda y vive en
León, como hemos visto.322
Liberal y hospitalario desde mozo, como antaño al conde
Ansur Fernández, tiene ahora alojado al abad de San Justo de Ardón, que regresa de
Córdoba. Había éste llegado a León, con su cortejo, de mañana y, cruzadas unas frases
corteses con su huésped, se había apresurado a dar cuenta de su embajada a la regente.
Le espera don Arias en una de las cámaras de la mansión del príncipe, y terminada la
audiencia con los reyes, infórmale el abad de su viaje. Envióle la reina doña Elvira a la
capital de la España islamita para saludar y renovar la paz con Alhakén II.323
De León
fue a Simancas; desde allí a Toledo, por la calzada que pasa cerca de Magerit, y de To-
ledo a Córdoba por la vía de Alhambra.324
Se alojó fuera del recinto murado en la Al-
munia de Násar, junto al Guadalquivir,325
y allí, mientras esperaba el día de la audien-
cia, trató a los principales cristianos cordobeses. Eran éstos su cadí Asbag ben Nábil, su
obispo, Iça. ben Mansur, su conde Muáwiya ben Lupo y Ubaid Allah ben Qásim, el me-
tropolitano de Sevilla.326
Todos se hallaban bien avenidos con su vida entre los musul-
322
De don Arias sólo sabemos en concreto, aparte de su nombre, el de Adosinda, su mujer, y que poseía
una corte en León hacia el 970, corte cuya situación nos es también notoria. Le he elegido al azar entre
los diversos leoneses de su tiempo de que hay noticia, por el estratégico lugar en que moraba en la es-
quina de las calles de Merino y Varillas. Nadie puede probar que don Arias no rigió las mandaciones
que le supongo gobernando. Por el contrario, en un documento de 1007 (L. FERREIRO, Historia, II, 202,
Apénd., se lee: “Item uenerunt in diebus domini ueremunde principes proles hordonii per ordinatio-
nem eius sui infanzones fortes didacus et arias aloiti et teherunt ipsum comitatum auiancos”. Este Arias
Aloiti pudo ser el mismo don Arias de León y, como en tiempos de Bermudo II, haber también regido
commitatos en los de Ordoño III, Sancho I y doña Elvira.
323
BEN HAYYÁN da noticia en su Al-Múqtabis de una embajada enviada por Elvira a Alhakén II en otoño
del año 976. La desempeñó cerca del califa, el 1 de octubre, un abad, cuyo nombre no leía con segu-
ridad CODERA (Embajadas de príncipes cristianos en Córdoba, B.A.H., XIII, 458-59). Le supongo
abad de San Justo y Pastor en Ardón, porque nada se opone a creer que lo fue en realidad este enviado
de Ramiro III.
324
De León a Simancas pudo ir por la vía romana que llevaba desde Astorga a Cesaraugusta, pasando
cerca de León y conduciendo por Intercatia (La Mudarra) a Tela (Tudela de Duero, junto a Valladolid).
Desde Simancas a Toledo el camino romano iba por Madrid y Titulcia (no lejos de Aranjuez). Y de To-
ledo a Córdoba podía seguirse la vía de Laminium (Alhambra, entre Solana y las lagunas de Ruidera).
Véase BLÁZQUEZ (Vías romanas del Valle del Duero) y BLÁZQUEZ y SÁNCHEZ-ALBORNOZ (Vías ro-
manas del Valle del Duero y Castilla la Nueva).
325
No dice Ben Hayyán dónde se albergó el abad legado de Elvira. Le supongo alojado donde lo estuvo
el conde Bon Fill, enviado de Borrell I de Barcelona, en junio de 971, según el Al-Múqtabis (CODERA,
Embajadas; B. A. H. XIII, 455).
326
Los cita Ben Hayyán con motivo de la embajada del abad a que me refiero (CODERA..., B. A. H., XIII,
459).
~ 146 ~
manes andaluces, que ahora les permitían el libre ejercicio de su culto, les respetaban su
semiautónomo gobierno y aún los utilizaban en la corte.
Estando él en la ciudad de los califas llegaron: Ximeno, enviado del rey García de
Pamplona, y los embajadores de los condes de Castilla y Monzón, de García Fernández
y de Fernando Ansúrez.327
Como los Beni Gómez de Carrión y Rodrigo Velázquez de
Galicia, han roto estos magnates su debida obediencia al soberano de León; se dan aires
de príncipes y envían directamente sus legados a la corte de Alhakén II.328
El primer sábado después de su llegada a Córdoba fue el abad con su séquito al pa-
lacio de Al-Zahra, escoltado por un piquete de la guardia y acompañado por un alto fun-
cionario del gobierno. El soberano le recibió en un maravilloso salón que daba a unos
espléndidos jardines. Se hallaba sentado en un trono magnífico de marfil y de plata,
alzado sobre una plataforma y rodeado de una serie numerosa de dignatarios, goberna-
dores y visires, ataviados, como el príncipe, con lujo insuperable.329
Aturdido ante ta-
maña ostentación, se acercó vacilante hasta el califa, le besó la mano y recitó su arenga,
que tradujo a la letra Asbag ben Nábil, cadí y obispo de los cristianos cordobeses. Le
respondió el mismo soberano, interrogándole por la salud del niño rey y de la reina doña
Elvira, y aceptando, complacido, la renovación de la paz concertada hacía años. Mucho
extrañó al embajador la palabra obediencia que empleara el califa, según el intérprete ci-
tado, pero no osó contradecirle y retiróse, como a la entrada en el palacio, acompañado
de un grupo de la guardia que llamaban chund los agemíes o cristianos de Córdoba.330
Tal fue el relato que hizo a don Arias el abad de San Justo mientras se dirigían desde
las habitaciones de la reina a la corte del primero, cruzaban después el atrio de la misma
y penetraban juntos en los que su dueño calificaba de palacios, con el barroquismo ha-
bitual de los peninsulares. Les aguardaba en ellos un sabroso yantar, y alta, erguida,
arrogante, Adosinda, la dueña de la casa, para quien los años habían transcurrido sin
mermar su belleza. Aficionada aquélla a galas juveniles, cubría su cabellera, aún rubia,
327
Así lo dice Ben Hayyán según traduce CODERA (B. A. H., XIII, 459).
328
En el citado estudio de CODERA hay noticias de cuatro embajadas enviadas a Córdoba por el conde de
Castilla, en agosto y octubre de 971 y en junio y en julio de 974. Legados de Fernando Ansúrez fueron
recibidos por el califa en agosto y octubre de 971, en septiembre de 973 y en el verano de 974. Tam-
bién habla Ben Hayyán de la recepción de los enviados de Rodrigo Velázquez y de los Banu Gómez en
septiembre de 973 (B. A. H., XIII, 457-61).
329
Así fue recibido por Alhakén el conde Bon Fill (B. A. H., XIII, 455), y así es de suponer que lo fuera
el abad.
330
El relato de la entrevista del abad con Alhakén está trazado siguiendo las noticias que nos ha con-
servado Ben Hayyám acerca de la recepción del legado de Borrell I, pues el Múqtabis se limita a decir
que el califa “acercó a su persona” al enviado de Elvira y de Ramiro. Bon Fill besó la mano de
Alhakén; fue interrogado por éste acerca del estado de su señor; a él y a sus colegas de embajada dio a
conocer el califa “lo que habían de decir a Borrell de su parte y lo que proponía acerca del fin de la
obediencia”, y tales enviados fueron acompañados y despedidos con las solemnidades señaladas arri-
ba. Supongo a Asbag ben Nábil actuando de intérprete porque Ben Hayyán le hace asistir a la recep-
ción del abad, y refiere que actuó como tal en la de otros legados de Elvira y de Ramiro.
~ 147 ~
con unas blancas tocas, llamadas alfiniames en el lenguaje al uso,331
y velaba su cuerpo,
esbelto todavía, mediante una camisa sirica, un mutebag o túnica sin mangas, una alme-
xía, largo sayal usado por las mozas, y un manto azul de seda, bordado con gran arte.
Ceñía la almexía a sus caderas con una rica cinta argentea, por la que dio don Arias
hasta trescientos sueldos;332
sujetaba el manto sobre su hombro derecho mediante un
gran broco, broche o fíbula333
de plata y ostentaba además joyas espléndidas. Oprimía
sus ebúrneos brazos con unos torques de oro cuajados de esmeraldas y rubíes, adornaba
sus largos y torneados dedos con cuatro anillos o sortijas, y lucía, por último, unos cos-
tosos reiteles argenteos y exauratos.334
Saluda el abad presentando las manos e inclinando la frente, que en esto de saludos no
hay grandes diferencias entre León y Córdoba, y pídele Adosinda noticias del viaje.
Reitera su relato el enviado de Ramiro y de Elvira, y acósale la dueña de la corte con
mil preguntas diferentes sobre las casas, los jardines, los vestidos, las damas y las mo-
das de las ciudades musulmanas, y sobre todo de Toledo y de Córdoba. Apurado se ve
el abad para responder a tal acoso; mas satisface a medias la curiosidad de la señora de
la casa y canta entusiasmado las bellezas de la ciudad de los califas. El cielo, el clima, la
luz, la sierra, el campo han impreso en su alma un recuerdo imborrable y más aún los
jardines de mirtos y naranjos, las cámaras de mármoles y jaspes y el bosque de colum-
nas de la bellísima y magnífica mezquita, adivinado más que visto a través de las entre-
abiertas y también admirables portadas de sus muros. Tienen su encanto nuestros cam-
pos, nuestras grandes choperas y nuestros callados y recogidos huertos, ensombrecidos
por gallardos álamos; pero no puede nuestra ciudad resistir parangón con la de los emi-
res, ni nuestros templos con el suyo, ni nuestras cortes con sus casas. Sólo nuestras mu-
rallas compiten en solidez, en fortaleza y en belleza con las suyas. Lástima grande –con-
cluye el buen abad– que tanta maravilla como encierra Córdoba esté en manos de in-
331
Con tocas aparecen figuras femeninas en la Biblia de San Isidoro (fol. 247), en el Beato del Escorial
(fols. 105 y 133), en el Antifonario de León (fol. 68), y en los Beatos de la Ac. de la Hist. (fols. 196 v°
y 197 vº) y de Osma (fol. 55 v°), la meretriz representada tendida en un escaño o lecho.
332
De una cinta argentea valorada en 300 sueldos se da noticia en un diploma leonés de 1012 (Esp.
Sagr., XXXVI, XIX).
333
Una escritura castellana de 944 (B. de Cardeña, ed. Serrano, 56) cita un broco apreciado en cinco
sueldos, y traduzco broco por broche siguiendo a MEYER-LUBKE: Romanischbes etymologisches Wor-
terbuch, 1319. Una figula argentea donó, entre otras preseas y objetos diversos, Alfonso III a la Iglesia
de Oviedo en 908 (Arch. Cat. Ovetense). He publicado y estudiado tal diploma de Alfonso III, como
antes he dicho, en mi Serie de documentos inéditos del reino de Asturias, Cuadernos ha Esp., I y II,
1944.
334
Se citan en una escritura portuguesa de 959 (P. M. H., D. et Ch., 46) unas “torques deauratas et la-
pidibus ornatas”. Imagino que las piedras preciosas serían esmeraldas o rubíes en atención a lo que sa-
bemos de las gemmas que ornaban alhajas de la época llegadas hasta el día. De “III° annellos” se ha-
bla en otro diploma portugués de 446 (P. M. H., D. et Ch., 32). Y un texto gallego de 928 (BARRAU-
DIHIGO, Notes et docs...: Rev. Hisp., 1903, 370) valora en 100 sueldos unos “reiteles argentios exo-
ratus”, especie de alhaja cuyo significado se ignora.
~ 148 ~
fieles y que por justas disposiciones del Eterno haya que renunciar, tal vez por siempre,
a la esperanza de arrebatar a los secuaces de Mahoma aquellas campiñas luminosas y
aquellos palacios de ensueño.
Mientras Adosinda completa en la cocina los preparativos del yantar, del servicio y de
la mesa, muestra a su huésped el abad de San Justo una silla jineta recubierta de cuero,
dos algupas o aljubas de finísima seda, una acémila y otros varios objetos regalo del
califa.335
Es lujosa y es rica la silla donada por Alhakén al enviado de Ramiro; y ofrece
de otra parte un detalle que la hace singularmente apetecible para el caprichoso gusto de
don Arias: tiene estribos. Se usan ya habitualmente monturas de esta clase en la España
islamita, pero como en tierras cristianas se cabalga todavía de ordinario sin estribos,
aunque ya se utilizan algunas sillas de este tipo, procedentes también de Andalucía, son
muy raras aún en todo el reino,336
y es, por tanto, explicable que apetezca don Arias po-
335
Regalos, vestidos y acémilas se dieron a Bon Fill y sus compañeros de legación según Ben Hayyán
(CODERA, Embajadas... B. A. H., XIII, 457). No es imposible que también se obsequiara de la misma
manera al abad enviado de Elvira y de Ramiro.
336
Según las iluminaciones de los Beatos anteriores al milenio, los jinetes cristianos montaban sin estri-
bos. El uso de éstos se generalizó en el reino de León, a lo que parece deducirse de las miniaturas de
los códices, en el siglo XI. Mientras en los Beatos de Thompson de 926 (fol. 241), de Gerona de 975
(fol. 376) y de Urgel, también del siglo X (fol. 209 e Igl. moz., lám. CXXX), el primero leonés, y los
segundos de procedencia castellana, los jinetes del Apocalipsis no utilizan estribos, en los de Fernando
I, de 1047 (fols. 171 v°, 237 y 266), y Osma, de 1086 (fols. 85 v° y 151), ya los usan. Puede con-
jeturarse que su introducción en los reinos cristianos debió ocurrir en el último tercio del siglo X y ser
obra de la influencia musulmana. Hacia esa época se utilizaban ya, en efecto, estribos por los jinetes
sarracenos, que se representan montando con ellos, según me comunica Gómez-Moreno, en las arque-
tas cordobesas anteriores a 1002 y en el plato de Elvira, que no puede llevarse más allá de 1008. Que
debieron de empezar a usarse en el reino cristiano en el último tercio del siglo X resulta del Beato de
Gerona. En éste, mientras en diversos folios se reproducen jinetes cristianos sin estribos, en dos de sus
iluminaciones (en el fol. 15 y en otro que no puedo precisar) se representa, montado con ellos sobre un
corcel, a Nabucodonosor. La cola del caballo, entrelazada a la moda cordobesa, la significación del ca-
ballero cuya imagen se quiere ofrecer a los lectores y otros detalles de indumentaria permiten suponer
que el pintor reprodujo la figura de un jinete sarraceno. Pero al mismo tiempo, la reproducción misma
de éste en un códice castellano autoriza a sospechar que, como el iluminador del Beato, pudieron tam-
bién los laicos empezar a conocer y a imitar los usos cordobeses por lo que toca a los estribos. Por otra
parte, el empleo de estribos no era sólo costumbre de los musulmanes andaluces. Se usaban en la Fran-
cia carolingia. En el Psalterium Aureum de San Gall de fines del siglo IX y en el Apocalipsis de Va-
lenciennes del mismo siglo se representan jinetes montando con ellos (AMEDÉE FOINET, La miniature
carolingienne, 1913: Planches CXLV y CLIX). De todas partes podía, pues, recibir la costumbre a que
me vengo refiriendo aquel coto cerrado del reino leonés. Aislado del resto del mundo en un rincón
perdido del occidente europeo, no es extraño que sólo llegaran a él tardíamente prácticas difundidas
antes por las demás naciones de Europa, incluso por los pueblos vecinos: musulmanes y francos, y aun
en la misma Península, en regiones del extremo oriental de España más en contacto con Francia: en
Cataluña. Obsérvese, en efecto, que en las Biblias catalanas de Rodas y Ripoll –fechadas por Neuss
hacia el año 1000– los jinetes cabalgan de ordinario con estribos (láms. 25, 29 y 39, por ejemplo).
Después de publicadas las primeras ediciones de estas Estampas ha aparecido la obra de LEFEBVRE
DES NOËTTES: L'attelage et le cheval de selle a travers les âges, 2 vols., París, 1931. Su autor cree que
el estribo fue inventado por los sármatas y que fue introducido en Occidente por los godos, que habían
vivido largo tiempo en las orillas del Mar Negro. Si Lefebvre des Noëttes hubiese consultado los có-
dices miniados leoneses y castellanos de la temprana Edad Media, que ha desconocido sin excepción,
~ 149 ~
seer y lucir la traída de Córdoba por el abad su amigo. Adivina el buen monje los poco
reservados deseos del rico magnate leonés que le hospeda y le honra cuantas veces
viene de su cenobio a la ciudad, y al instante, sin vacilar un punto, le ofrece la silla
cordobesa. Conoce desde siempre la nunca desmentida devoción y generosidad del viejo
prócer, y espera obtener provecho de su gesto. Y, en efecto, no se equivoca en sus
cálculos el abad de San Justo. Don Arias acepta complacido la oferta de su huésped;
pero no de modo gratuito. Tomará la silla in offertione, in roboramento o in honore por
la donación de un su molino situado a orillas del Torío, que desde aquel momento cede
para la hora de su muerte al claustro regido por el legado de Ramiro y de Elvira.337
Entretanto el yantar está a punto; la mesa, preparada; arriman los siervos unas sedilias
de cuero y de tijera,338
y mientras Adosinda dirige los servicios, ocupan los puestos se-
ñalados el abad y don Arias.339
Cubre la mesa un mantelio tramisirgo y literato, mantel
habría vacilado antes de aventurar tal conjetura, supuesta la ausencia en aquéllos de representaciones
gráficas de jinetes con estribos. Por primera vez aparecen éstos en miniaturas norpirenaicas del siglo
IX. Pero todavía en las del X se representa con frecuencia a los caballeros sin estribos.
337
Ya habló HINOJOSA en sus trabajos El derecho en el Poema del Cid (Estudios, 109 y 110) y El ele-
mento germánico en el Derecho español (trad. G. Sánchez, 23), de cómo la idea “de que no hay nin-
guna transmisión de bienes gratuita –idea que se revela en el Launegild lombardo y que produce
efectos jurídicos entre los visigodos bajo el nombre de «vicisitudo»– domina imperiosamente en la
época que sigue a la invasión árabe”. Muchos textos del siglo X reunió ya Hinojosa en prueba de su
tesis, y muchos más he encontrado en la numerosa serie de diplomas inéditos de esta época de que he
dispuesto. Es frecuente en las donaciones de tierras, villas, herrenes o molinos, la entrega al donante,
por el favorecido con la donación, de caballos, sillas, alhajas u objetos diversos, cuyo valor no era
equivalente al de la cosa recibida, puesto que no se cedía como precio de la misma, sino que su entrega
era expresión formularia de una idea jurídica de abolengo germánico. Tales contradonaciones se ha-
cían ad confirmandam islam cartam, in honore..., y ellas me han servido de base para completar la
escena ideada arriba. ¡Cuántas veces el capricho de poseer una alhaja extraña o un magnífico bruto se-
rían, como en el caso imaginado ahora, la íntima causa de mercedes al parecer piadosas!
338
Supongo al abad y a don Arias yantando sentados y no tumbados como se solía comer en Roma. No
hay prueba gráfica de que se yantase como creo. Antes al contrario, siempre que en los Beatos se re-
presenta la cena de Baltasar, los comensales aparecen tumbados. Véanse los B. de Gerona, Urgel, Va-
lladolid (fol. 204). Sin embargo, me inclino a creer con Gómez-Moreno que tales representaciones res-
ponden, a un recuerdo erudito de tiempos pretéritos. No olvidemos que trataban de reproducir escenas
de fecha remotísima, y no es extraño que, conocedores por la tradición de la forma en que se acos-
tumbraba a comer en la antigüedad, la reprodujeran, volviendo la espalda a los sistemas del día. Ya es
indicio para sospechar que comían sentados la circunstancia de que abunden en los textos las citas de
catedras, o sedilias y mensas, mientras sólo en un documento de 862 (VIGIL, Asturias monumental...,
58) se habla de tricliniis. Pero además concretamente se habla de “sedilias in refictorium” en una
escritura de 929 (Igl. moz., 338); y tanto en los marfiles de San Millán de hacia 1070 (Igl. moz., 374),
como en la Biblia de Rodas –para NEUSS de hacia el año 1000– también aparecen sentados los co-
mensales (Obr. cit., láms. 33, 40 y 41).
339
Es aventurado conjeturar si comería o no también la dueña de la casa con el huésped. Para suponer
yantando solos al abad y a don Arias me he atenido a la tradición, aun viva en las aldeas castellanas, de
que la mujer y las hijas del dueño de la casa dirijan los servicios o sirvan a la mesa, mientras comen el
marido y el huésped de calidad a quien se desea festejar con el mayor fausto posible.
~ 150 ~
de hilo con listas paralelas de tejido de seda. Cada uno de los dos comensales tiene de-
lante de su asiento una conca o gran tazón de plata, una cuchara o cocleare argéntea,
una copa dorada para vino, un vaso irake para agua, pan un cultello de mesa y una ser-
villeta que llaman sábano. El vaso para agua es de vidrio tallado, y la copa en forma de
cáliz, imaginata y sculpa, es decir, esculpida y con figuras. En el centro de la mesa se
ofrece, con agua cristalina, una herrada de plata, ferratella argentea en el lenguaje de la
época, y a su lado una arrotoma o redoma con vino añejo de la apoteca de don Arias,
dos salares o saleros, varias sulcitras o salseras y un pigmentario con pimienta. De cris-
tal tallado la redoma, son argénteas también las otras piezas.340
Antes de comenzar a servir los manjares aparecen con ricos aquamaniles de plata los
siervos de la corte y dan agua a las manos del abad y su huésped en unos grandes con-
cos a modo de jofainas. Les alargan después las manutergias o toallas, y comienza la
fiesta, que fiesta era en efecto el yantar de aquel día, porque doña Adosinda y su marido
querían obsequiar al abad de San Justo y hacer ante él alarde de su lujo y riqueza.
Sírvese primero en una soparia o sopera de plata un caldo grasiento, hecho con to-
cino, cecina de colas de castrón, ajo, pan, berza y hojas frescas de nabos. Con un tru-
lione o cucharón vierte cada uno a su tazón o conco la cantidad de caldo que le place,341
bendice el abad la comida, y con las primeras cucharadas se renueva la plática. Escucha
don Arias de su huésped de relato de su entrevista con los reyes. Le ha recibido doña El-
vira teniendo a su derecha al rey junior Ramiro, que desatento a su discurso jugaba con
la espada de García Iñiguez, su amo.342
Ha disgustado, mas no extrañado a la regente, la
actitud de Fernando Ansúrez y Rodrigo Velázquez, ambos tan favorecidos por don San-
cho e hijo el primero del conde As-sur Fernández, tan fiel al rey Ramiro, de gloriosa
memoria. Y hanla enojado las palabras del califa al llamar obediencia a lo que es paz y
tregua entre sus reinos. “Habrá que rechazar tal sumisión en la primera circunstancia
oportuna que se ofrezca”, ha dicho impaciente doña Elvira, heredera directa del temple
y de la bravura de su padre. La reina es el último vástago de una estirpe de grandes capi-
tanes. Ha tenido energías bastantes para hacer rey a su sobrino; es la primera mujer que
340
Al azar he elegido la forma y la materia de manteles, vasos, herradas, cucharas y redomas... De todas
hay cita documental. También están documentados los sábanos o servilletas; y un cultello de mensa
fue embargado con otros enseres en la casa de Santa María de Bezdemarbán, según el diploma que
publica M. PIDAL en sus Orígenes del español, 29. Cubiertas con manteles se representan las mesas en
la Bi-blia de Rodas. En ella aparecen sobre las mesas fuentes, vasos, redomas, trozos de pan y
cuchillos.
341
Respecto a la sopa debo confesar que no sin dudas me he decidido a inaugurar el yantar con este a
modo de caldo gallego. Está por hacer la arqueología de la cocina en España. No encuentro, natural-
mente, cita documental de esta sopa; pero dada la influencia gallega a que entonces estaba sometido
León, no es imposible que el plato tradicional y típico todavía de Galicia, y que con ciertas variantes se
come aún en el Bierzo, se guisase y comiese ya en tierras leonesas en la época que consideramos. Ad-
viértase además que los documentos hablan de soparias.
342
En la agnitio con que terminó la intentio entre Iñigo García y el presbítero Berulfo, celebrada en 968
ante Ramiro III, la reina doña Elvira y los obispos y magnates del Palacio, confirma “Gersea Enneconi
amo regis” (Arch. Cat. Cat. Leg., núm. 909, y T. Leg., fol. 369 v°).
~ 151 ~
se sienta en el trono de los reyes godos y, no obstante los cambios de los tiempos y sus
tocas monjiles, conserva su carácter entero. Su orgullo le ha dictado sin duda las pala-
bras postreras de su respuesta al abad, su legado. “Daré instrucciones a los primeros
embajadores que envíe a la corte de Alakén –ha dicho, según el huésped de don Arias–
para que aclaren la verdadera naturaleza de las relaciones existentes entre León y Cór-
doba”.
No lo dijo el abad, pero debe añadirse que, en efecto, las hostiles palabras de unos en-
víados de la reina al califa ocasionaron, meses después, la destitución del cadí de los
cristianos cordobeses, que las tradujo a la letra en el momento de la solemne audien-
cia,343
y que estuvieron a punto de acarrear la entrada de los legados de Ramiro en la
misma prisión que visitaron años después los embajadores del conde de Castilla.344
Terminado el relato de su entrevista con la reina, el abad refiere a su huésped don
Arias sus proyectos de aprovechar su estada en la ciudad para vender la corte que un de-
voto había legado al monasterio, y con este motivo se habla de los incidentes ocurridos
al donante, Julián, con ocasión de sus piadosas donaciones.345
Había comenzado por en-
343
He puesto en boca de doña Elvira las frases citadas arriba precisamente porque BEN HAYYÁN da no-
ticia de las palabras insultantes que dirigieron al califa el 17 de noviembre de 973 los primeros emba-
jadores que llegaron a Córdoba desde León después del supuesto abad de San Justo (CODERA, Em-
bajadas...: B. A. H., XIII, 461). Indignado el califa, como declara BEN HAYYÁN, destituyó al intérprete
y envió a León al jurisconsulto Ahmad ben Arux y al metropolitano de Sevilla Ubaid Allah ben Qa-
sim.
344
Refiere el suceso BEN HAYYÁN como ocurrido en septiembre de 974. CODERA, Embajadores de Cas-
tilla encarcelados en Córdoba en los últimos años de Alháquem II (B. A. H., XIV, 187 y ss.).
345
Dado el interés y la índole del documento (T. Legionense, fol. 371, 945) en que se relatan estos inci-
dentes, creo oportuno y reproducirlo íntegro:
Ambiguum quippe non est: Set plerisque cognitum patet. Eo quod ego infimus et exiguus lulianus
quasi presbiter, cum esse ego abitante in uilla Auctarios, in domicilio proprio meo quam manibus
propriis edificaui, abenta euenit mihi cogitatio, et de paupertati mee aliquis munusculum Domino in
memorie mee possim offerri, potius aliqua possim inueniri remunerationem. Ita cogitaui et ad mo-
nasterium de Calle de Salice perrexi et per manus abba nomine Salbatus testamentum feci. Dum
essem ibidem constructum uel colligatum, arreptum est ille abba a diabolo et conmiscuit se in adul-
terio cum meretrice in ciuitate Legione et comprehensi sunt in uno coram puplicum omnium; et pa-
riaui pro tali scelus ipse abba ad ipsos pressores uel at potestates solidos CC. Item et ad sorores de
monasterio qu fuit de domna Froilo alium testamentum similiter elegi et construxi et confirmaui per
manu abbatissa, nomine Proniflina et eorum sorores. Et post quam omnia feceram atque elegeram,
post. III 0r dies expletis, exierunt ipsas sorores alias pregnantes, alias adulterio penetrantes. Gentes
uero, de ipsas meretrices dum agnouissent tali scelus, cucurrerunt at ipso reculuso et multas de illas
occiderunt et quod non occiderunt exterminauerunt. Et per multis diebus seu temporibus atque annis
permansit ipse reclusus direptus de ipsa confessione.
Dum ego peccatrix talis scelus agnoui, perexi ad concilium legionensem, ante episcopus uel ponti-
ficia, et nunciaui omnia gesta mea secundum egeram quod super resonat. Et cepi ego miser cum la-
crimis flere et, quod uotum meum rationabile non esset in cuius manibus peccato meo commen-
daueram et paupertate mea testaueram. Ipsi autem pontificis ciuitate seu episcopus congregati sunt
in uno portico ad regulan/ beate Marie semper uirginis et sedis episcopale, et conpatuerunt de hec
causa et scelus tale et peruiderunt bene et modi misericordia hordinauerunt: ut unusquisque quod ad
ipsos super taxatos pigros et neglegentes contestauerat uel dederat ut sibi recepisset et ubi stabilitas
confessionum inuenisset suum munusculum ibi retulisset ita et factum est. Ea ratione manentem pe-
~ 152 ~
tregar una parte de sus bienes al cenobio de Villa Saelice; pero arrebatado por el diablo,
mezclóse Salbato, su abad, en adulterio con una meretriz, y quiso el Señor castigar su
pecado haciendo que fuesen él y ella descubiertos in uno coram puplicum en la misma
León. Hizo luego Julián una importante concesión al monasterio que fue de doña Froilo
y que regía como abadesa Proniflina; más cuatro días después de otorgar la escritura,
exierunt ipsas sorores alias pregnantes, alias adulterio penetrantes, como dice don
Arias, aprovechando la ausencia de Adosinda. Aún recuerda la ciudad con espanto el
asalto de aquel claustro de vírgenes impúdicas y la matanza de aquellas meretrices, y el
señor de la casa los detalles del concilio o asamblea general de vecinos, congregada en
el pórtico de Santa María de León por orden del obispo y a ruegos del infortunado pres-
bítero Julián que, lloroso, pidió autorización para revocar sus anteriores donaciones.
Dase fin a la sopa durante esta poco edificante plática y aún tienen ocasión los co-
mensales, antes de terminarla, de gustar una sabrosa pierna de cordero que aparece en la
mesa en un bello frixorio, fuente plana para servir asados. Mientras saborean unas deli-
ciosas truchas del Porma o del Bernesga, presentadas en una inferturia o bandeja cón-
rrexi ipsa uia de ipso concilio ad monasterio de Iulianus abba uel collegium fratrum sanctorum Iusti
et Pastoris oppidum Ardon, et placuit Domino et michi indigno et affirmaui ibidem meam here-
ditatem, quod in uilla Auctarios possedi: Kasas, terras seu etiam uineas, pratis, hortis, cubas uel om-
nem intrinsecus domorum; tam de quo augmentaui uel conparaui, quam eciam qui me contigerit de
parentes meos seu et quod de fraterna mea abeo comparata. Adicio desuper huic corte quam con-
paraui in Legione: clausa in giro cum tres kasas et omne suo intrinseco.
Et dum hec isto quod resonat elegi prediui uoluntate et benediccione, secundum est foro et con-
suetudo in monasterio ut abitassem in ipso monasterio, ita et dederunt mihi benediccionem. Et dum
essem ibi remorantem, expediui me post quatuor diebus et perrexi ad meam kassam ut dedissem
omnia rem mobile in egenis et reuertissem ad monasterio in ipso monasterio permanente. Egrotaui
ibidem in tertio die, et dum uidi me infirmum, direxi pro ipso abba suprino meo nomen Salutem. Et
dum plegaui ipse abba iussi ad coniermanum meum nomen Mauia presbitero hunc testamentum et
confirmaui ego illum in conspectu de fratres meos, suprinos et consanguineos seu et extraneos, qui
ueniebant me uisitandum; et in illorum faciem confirmaui ipsud quod superius dictum est ad ipso
monasterio iam taxatum sanctorum Iusti et Pastoris, pro remedium anime mee uel parentum meo-
rum, omnia ab integro ut sit ibi seruitura pro sustentatione fratrum ospitum atque egenorum. De ce-
tero enim omnem rem mobilem posui fideles congermanos meos nominibus Olemundus Ekerede et
Uiliemundus, ut distribuant in captiuis et egenis unde de suo labore et meo facto ante Deum aliqua
mercedem possumus inueniri. Ita quod preuidimus firmiter iubemus stare.
Si quod absit, aliquis hunc uotum meum infringere temptauerit de propinquis, consanguineis seu
extraneis, uilicus aut dux uel comes, quam etiam de aliquo officio episcobatico, abbatatico, sacerdo-
talico uel quoslibet persona, temerarius fuerit et ad infringendum uenerit uotum meum secundum
resonat, in primis sit extraneus a corpus et sanguinis Domini, et lucem domini illa fronte kareat et
penas non euadat eternas et cum luda sit afflictus, in tartaro cruciatus, et in die illo magni iudicii
mecum sit kausurus. Et ob inde in igne sit passurus, et a diabolo sit cruciatus; et insuper a dampna
secularia quod distulerit reddat in triplo et auri talenta duo persoluat et hunc factum meum plenam
obtineat firmitatis robore per secula cuneta amen. Factum et confirmatum nodum die XIII kalendas
nouembris. Era DCCCCXCII. Ego Iulianus hunc testamentum cos confirmaui et tradidi et concessi
manu mea signum impressi.
Sancius rex conf imans. Ordonius rex confirmans. Sancius confirmans. Sub Christi nomine Gun-
disalvies Dei gratia episcopus confirmans. Rapinatus presbiter confirmans. Adulfus presbiter con-
firmans. Frater Bonus testis Recaredus testis. Sisibutus testis. Vistremirus testis, Nebocianus testis.
Garsea testis. lustus presbiter notuit.
~ 153 ~
cava de plata y comidas, como el cordero, a mano,346
cámbiase el tema del diálogo y se
habla de solares y de cortes. El abad desea conocer el precio que alcanzan en venta de
ordinario y don Arias le informa con detalle.
Según él es reducido en León el valor de cortes y solares. Consiguen precios elevadí-
simos los objetos de lujo, piezas de orfebrería o tejidos preciosos, del país o importados.
Son caros, sobre todo, los caballos, pero no el ganado, las tierras ni las casas. En 200
sueldos mermó don Arias su caudal para comprar su lecto palleo, lecho con cobertores
de trama de tapiz,347
y no adquiriría en menos de 600 una sella argentea o montura recu-
bierta de plata que posee.348
Delante de él pagó un día el conde Assur Fernañdez 100
sueldos por unos paños síricos, y le hubieran costado hasta 500 si hubiesen sido gre-
ciscos o moriscos.349
Un buen caballo vale también 100 sueldos, y sin embargo por esa
misma cifra se compran 100 ovejas, de 12 a 20 bueyes o alrededor de 25 asnos, o a la
inversa se adquieren una iglesia, un monte y un molino.350
Por 300 sueldos venderían
sin duda los diáconos Albaro y Abraham su Villanova,351
y Velasco Aquilone, por me-
nos de 200, su magnífica corte, situada a orillas del Bernesga.352
346
Me atrevo a suponer que el cordero y las truchas formarían parte de todo yantar señorial. Consta por
el Fuero de Fenar que los habitantes de este concejo debían dar de comer al señor una vez al año “sin-
gulos panes, uno tocino, duos carneros, singulas gallinas, de uino tres canadiellas” (DÍEZ-CANSECO,
Notas para el estudio del Fuero de León: An. hist. derecho español, I, 372). Y el artículo XLV del
Fuero de León prueba que en la ciudad se consumía “piscatum maris et fluminis”. Conjeturo que se
gustaría más pescado de río que de mar, y entre aquél especialmente las truchas del Porma, del Ber-
nesga y del Torio, ríos de sierra y entonces –sin explotar las minas– más abundantes aún que hoy en
truchas. No dudo de que los dedos serían el principal instrumento usado en los yantares de la época
astúrleonesa.
347
Poseemos noticias de la valoración de dos lectos palleos; uno castellano, apreciado en 80 sueldos en
984 (B. Cardeña, 219), y otro leonés, valuado en 200 sueldos en 1015 (B. Sahagún, fol. 117).
348
En el mismo diploma de 1015 (B. Sahagún, fol. 117) se aprecia en 600 sueldos “I.ª sella argéntea”.
349
En 500 sueldos se valoran unos paños greciscos en un diploma de 968 (P. M. H., D. et Ch., 62).
350
Naturalmente, cada iglesia, huerta, monte o molino alcanzaría en venta un precio diferente. Sin em-
bargo, tengo noticia de una iglesia vendida el 943 en 45 sueldos (P. M. H., D. et Ch., 30), de un monte
adquirido el 930 por el monasterio de Sahagún también en 30 sueldos (B. Sahagún, fol. 171); de un
molino con su presa en el Cea, comprado en otros tantos sueldos por los frailes de Santiago de Val-
davia en 954 (B. Sahagún, fol. 222), y de un huerto con manzanas que en 943 se vendió a Sahagún en
20 sueldos (B. Sahagún, fol. 221 v°). Y aparte de los datos señalados poseo otros muchos que me per-
miten afirmar en el texto el valor relativamente reducido de tierras, huertos y molinos.
351
En 300 la vendieron, en efecto, según consta en una escritura de 967 (T. Leg., fol. 38 v°).
352
Ciento cincuenta sueldos dio la reina doña Elvira, viuda de Bermudo II, por dicha corte con sus tie-
rras, molinos y pesqueras, como declara ella misma en un documento de 1017 (L. FERREIRO, Hª de...
Santiago, II, 207). Este precio y el de Villanova, indicado en la nota anterior, constituían excepciones:
una casa con su correspondiente presa en el Bernesga se vendió en tres sueldos en 999 (Arch. Cat.
Leg., núm. 916), y así podría citar otras ventas diversas.
~ 154 ~
“En León –continúa don Arias–, un solar sin edificaciones puede valer de cuatro a 20
sueldos, y de 60 a 100 una corte de proporciones regulares. En 25 venden Cipriano y
su mujer María un solar con tres casas: una teliata, otra territa y otra para cocina; por
20 se adquiere una tienda en el mercado y en 70 quieren comprar, y tal vez compren,
Paterno y Galaza, una corte vecina de la suya. La ciudad va siendo absorbida, sin em-
bargo, por los monasterios e iglesias que se edifican cada día, y a menos que ocurra
una catástrofe, va a llegar año en que todo León estará en manos de monjes, de reli-
giosas y de clérigos. Será entonces difícil adquirir un solar y se pagarán a precios fa-
bulosos los pocos que queden libres del dominio del clero”.
Aparecen, entre tanto, los siervos de don Arias con unos lomos de adobo,353
presen-
tados en un tarego argenteo, vasija usada de ordinario para servir conservas; intervienen
los cultellos de mensa y con ellos los dedos, y prosigue el diálogo. Lleva ahora el peso
de la plática el abad de San Justo, y tras un elogio de los lomos, recogiendo las últimas
palabras de su huésped, habla de la extraordinaria religiosidad de los moradores de
León, acreditada por el sinnúmero de templos que elevan al Altísimo. Cada día se edi-
fica uno nuevo. Desde la Puerta del Obispo puede salirse a la Cauriense con ligeros ro-
deos, teniendo siempre a derecha o a izquierda algún cenobio. Ya antes de entrar en la
ciudad se alzan junto a la puerta referida San Pedro de los Huertos y la iglesia de los
santos Justo y Pástor; pasada áquella se hallan a un lado y otro del carral: Santa María y
el templo de Santiago; con Santa María linda también el monasterio de San Andrés
Apóstol, y desde él se llega hasta San Juan, frontero a la muralla del poniente, pasando
por San Miguel Arcángel y San Pelayo Mártir. Fuera de la Puerta Cauriense se encuen-
tran además San Marcelo, San Adrián y San Miguel, más allá el no menos famoso de
San Claudio, y aún quedan fuera de la ruta trazada el de San Salvador, junto al Arco de
Rey, y el de Santa Cristina.
Tenía razón el buen abad. León era un solo y gran cenobio; en cada corte se levantaba
un claustro y en cada calle cuatro templos. Y aún ignoraba el huésped de don Arias que
muy poco después, apenas comenzado el siglo XI, se consagrarían diversos y nuevos
monasterios: a San Julián, en el corazón de la ciudad; a Santa Leocadia, en la carrera
que iba de la Puerta del Obispo a la Cauriense; a San Vicente, junto a Santa María; a
San Pedro, cerca de la Puerta del Conde; a San Román, en las inmediaciones de la Cau-
riense; a San Juan Bautista, en la corte de Aldoara, apoyada en el Archo de Rege; a San
Félix y a Santa Marina, también dentro de la cerca murada, y la iglesia de San Martín,
en el mercado.
353
No se necesita indicio alguno para conjeturar que los lomos constituirían plato obligado en los yan-
tares leoneses otoñales. Pero además consta documentalmente que se comían porque, según el art.
XXV del Fuero de León, quienes habitaban en solar ajeno y no poseían asno ni caballo se hallaban
obligados a dar “semel in anno domino soli decem panem frumenti, et mediam canatellan de vini et
unum lumbum bonum”. También en el Fuero de Fenar se lee: “Clericos qui ecclesias tenuerint duos
lumbos, singulas gallinas, singulios panes, media terraza uino uel sizera” (Anuario historia derecho
español, I, 372).
~ 155 ~
Con la enumeración del último cenobio se terminan los lomos en adobo y surge en-
tonces un humeante y oloroso guisado de ánade y de gallina,354
servido en un mensorio
dorado y de gran peso. Con un trulione o cucharón ebúrneo o de marfil y con unas te-
nacillas o tenaces, pasa cada comensal a su scala o escudilla argéntea los trozos de gui-
sado que le agradan; y trasiégalos luego de la scala a la boca con el intermedio de la
oportuna codeare o cuchara de plata y con frecuencia de los dedos.355
Con el postrero de los platos fuertes deriva el diálogo por caminos distintos. Después
del largo y fatigoso viaje de los últimos meses, añora el abad el silencio y la quietud del
monasterio y ansía hallarse cuanto antes en medio de los monjes y monjas de su Claus-
tro, dúplice como tantas otras comunidades de la época.356
No sólo mueve al huésped de
don Arias el deseo de paz y de sosiego. También su afición a las letras le sirve de aci-
cate para anhelar el pronto regreso a su cenobio. Lleva meses sin gustar el placer de la
lectura reposada. De todas las estancias de su claustro ninguna está tan fija en su me-
moria como la cámara que, apoyada en la torre, sirve a sus religiosos de biblioteca y de
scriptorium.357
Era ésta su rincón favorito. Había conseguido reunir en ella numerosos
354
Tal vez parezca al lector excesivo el número de platos. No hay textos para contrastar mi hipótesis; pe-
ro no conviene olvidar las costumbres de pueblos, como el marroquí, que emparentados con el nuestro
viven aún en plena Edad Media, y en éstos las comidas con que se quiere honrar a un huésped ilustre
constan de multitud de platos y casi todos fuertes. No es imposible, de otra parte, que un guisado de
ánade y de gallina figurase en los yantares leoneses del siglo X. Toda casa medianamente acomodada
estaba provista de ánades y gallinas. El inventario de los enseres y animales embargados en Santa
María de Bezdemarbán lo atestigua (M. PIDAL, Orígenes del español, 28). Entre las prestaciones que
habían de cumplir los villanos de la época aparece la entrega de gallinas al señor. Esta carga pesaba, en
efecto, sobre los moradores de Fenar, como sabemos (Anuario Hª dcho. esp., I, 372). El Fuero de Ci-
rueña de 972 prueba, por último, que se acostumbraba a comer guisados, llamados en los documentos
de la época pulmenta. Los días que los villanos de la aldea prestaban sernas al señor, yantaban a costa
de éste “dimidium panem tritici, et dimidium comunie, caseum et tepes in mane, et in nocte duo legu-
minum pulmenta, et tribus vicibus tam ad prandium quam ad cenam ab bibendum et ad merendam
duabus vicibus” (B. A. H., XXIX, 348).
355
Pueden verse las citas de mensorios, truliones, scalas y cocleares en el Apéndice I. GÓMEZ-MORENO
(Igl. moz., 339), donde se considera a los mensorios como tacitas para servir licores. Ignoro las razones
que le mueven a opinar de este modo. PÉREZ PUJOL (Historia de las instituciones sociales de la Espa-
ña goda, IV, 408) identifica mensorios y missurios y tiene a unos y otros por platos grandes equi-
valentes a nuestras fuentes actuales, y menciona uno ofrecido por Sisebuto a Dagobcrto, según Fre-
degario, que pesaba cincuenta libras de oro. En los documentos del período en estudio se citan men-
sorios y missorios, y que los había relativamente grandes pruebas un documento de Guimaraes (Igl.
moz., 339) que menciona un “mensurio de XXX sólidos dcaurato”.
356
No consta que el monasterio de San Justo de Ardón fuera dúplice, pero de haberlo sido, no hubiera
constituido una excepción entre los cenobios del período asturleonés. Alcanzaron gran difusión y larga
vida los monasterios dúplices en España. Dúplices fueron algunos de los más célebres de la monarquía
leonesa (Guimaraes, Sobrado, Piasca, Covarrubias, Aguilar). Los monjes y las monjas vivían bajo la
dirección de su abad y de su abadesa respectiva. A juzgar por los diplomas del monasterio de Piasca, a
veces era ésta la que recibía las donaciones, firmaba los contratos, etc. Hombres y mujeres habitaban
convenientemente separados y entregados a sus rezos y prácticas piadosas.
357
Apoyado en la torre se hallaba el scriptorium en Távara, según puede verse en la conocida miniatura
del B. del mismo monasterio.
~ 156 ~
volúmenes. Junto a los libros de liturgia, tan abundantes allí como en los más ínfimos
cenobios, y junto a los divinos, constituidos por el Viejo y el Nuevo Testamento y por
comentarios a los mismos de San Agustín, de Casiodoro, de San Gregorio y de Beato,
figuran en la colección de San Justo de Ardón diversas obras de los Santos Padres de la
Iglesia cristiana occidental y en particular de la española; los comentarios de Apringio
al Apocalipsis de San Juan; las Reglas de San Isidoro, San Fructuoso y San Benito; las
Historias de Orosio, de Eusebio y de Rufino; el Fuero Juzgo y un ejemplar rarísimo del
Código de Alarico o Breviario de Aniano.358
Avaro el abad de la lectura ajena y generoso de la propia, estableció hace tiempo un
sistema de préstamo de libros con varios monasterios distantes y cercanos,359
y gracias a
este medio y al constante trabajo de sus monjes aumenta cada día el caudal de su ya rica
biblioteca. Cuando, enviado por la reina, marchó a Córdoba, copiaban sus religiosos va-
rios códices de diversos cenobios leoneses y del claustro de Abeliare, situado en las ori-
llas del Torío. Un monje reproducía los poemas cristianos de Prudencio y Draconcio;
otro el Liber Homiliarum, donado por el obispo Oveco al monasterio de San Juan de
Vega; un tercero, las Sátiras de Juvenal y ciertos escritos de Catón, y el mismo abad se
deleitaba leyendo y copiando la Eneida de Virgilio,360
que a veces no entendía, pero en
la que hallaba infinitas bellezas, revelación de un arte y de un mundo insospechados. El
abad termina su añoranza de la biblioteca de su claustro, que don Arias escucha desin-
teresado y distraído, hablando a su huésped de un códice de la Explanatio in Apocalip-
358
Esta podía ser la biblioteca de un monasterio leonés. Remito a los lectores al estudio de TAILHAN Les
bibliotéques espagnoles du Haut Moyen Age. Nouveaux Mélanges, IV, y a las páginas que dedica a
este asunto GÓMEZ-MORENO en sus Iglesias mozárabes, 347 a 353. Los únicos volúmenes raros de
esta supuesta biblioteca serían la Lex romana visigothorum, de la que, sin embargo, había ejemplares
en tierras leonesas durante el siglo X, como prueba el palimpsesto de la catedral legionense, y los co-
mentarios de Apringio utilizados, a lo que se cree, por Beato de Liébana y hoy perdidos, pero exis-
tentes, entonces, a lo menos en el monasterio de San Pedro de Montes, en el Bierzo (YEPES, Cronica,
IV, folio 448, 915). Para la obra muchas veces anunciada he estudiado también esta cuestión de las bi-
bliotecas asturleonesas y reunido numerosos materiales que no es éste el lugar de exponer. Acaso en
fecha próxima dé al público las noticias conseguidas sobre libros litúrgicos. Mucho he tardado en
cumplir tal promesa, pero al cabo la he hecho efectiva en mis Notas sobre los libros leídos en el reino
de León hace mil años, Cuadernos de Historia de España, I y II, 1944, 222-238.
359
No es imposible que se llegara al establecimiento de acuerdos de esta índole. Recuérdense las dispo-
siciones de San Genadio sobre la lectura de los libros que dejaba en común a los monasterios de San
Pedro, San Andrés y Santiago (YEPES, Cronica, IV, fol. 447, 915): “Hos omnes libros iubeo ut omni-
bus fratribus in istis locis communes sint neque quisquam eorum pro dominatione sibi vindicet, sed si-
cud dixi per partes, et in comune posidentes videant legem Dei, et ad supra scriptas Ecclesias per-
currant, verbi gratia: ut quantoscumque fuerint, et eis in Sancto Petro, alios tantos in sancto Andrea,
et alios tantos similiter in Sancto Jacobo, et multo eos disponentes, istos quos quie legerint in vno mo-
nasterio comutent eos cum alio ita per singula loca discurrentes, vt totos eos comuniter habeant, et to-
tos per ordinem legant...”.
360
Todos los manuscritos citados en este pasaje se mencionan en el inventario de los bienes y alhajas
donados al monasterio de Abeliare por Cixila en 927 (Igl. moz., 348, del T. Leg., fol. 384 vº) y el Liber
Homiliarum en la dotación de Oveco al claustro de San Juan de Vega en 951 (Esp. Sagr., XXXIV voy,
455, y en el T. Leg., fol. 72).
~ 157 ~
sim de Beato de Liébana, que poco antes de emprender su viaje había conseguido llevar
a su scriptorium para que lo copiaran en él sus mejores escribas. Era un manuscrito va-
liosísimo, reproducido en Valcavado, e iluminado allí, con un vigor y una fuerza de
expresión maravillosa, por Oveco, un monje maestro en la pintura, famoso en todos los
monasterios desde el Bierzo a Castilla.
De la mano le lleva la obra de Beato a otro tema distinto: los vicios de la época. El
abad se lamenta de la extraordinaria sensualidad que invade y corrompe campos, aldeas
y ciudades: “Dios castiga con razón nuestros pecados. Ha suscitado discordias civiles
entre condes y príncipes cristianos y ha permitido que los monarcas leoneses, olvidan-
do las jornadas de San Esteban, Simancas y Lisboa, se arrastren ante el trono de los
califas sarracenos: No hace mucho que el rey don Sancho imploró humillado el auxilio
de infieles para arrojar del reino a su rival Ordoño, y en nuestros días cada año se re-
nueva sin falta una paz bochornosa, que en Córdoba no se interpreta como amistad re-
cíproca, sino que se traduce en obediencia”.
Asiente don Arias a su huésped, y, alegre por las frecuentes libaciones, refiere el caso
de la abadesa Onega y de Odoino, que vagó luxuriose cum ea per diversa loca;361
el del
ermitaño Gundisalvo, que oraba en una peña situada sobre el río Torío y a quien dece-
pit... inimicus diaboli et conmiscuit se cum filia perdicionis, y otros varios parejos de
clérigos y monjes.362
Algo disgustado el abad por la tendenciosa estadística trazada por
don Arias, defiende las virtudes de religiosos y presbíteros y subraya los vicios de los
laicos, haciendo notar pecados terribles cometidos por ellos con nueras, con cuñadas y
con nietas.363
. Están próximos, profetiza el abad de San Justo, los días de ruina y de
361
L. FERREIRO, Historia Santiago, II, 180, Apénd.
362
Por desgracia, dado el sistema de monasterios particulares frecuente en el período que estudiamos,
fueron numerosos los casos de liviandad de tales seudorreligiosos, y su ejemplo en los demás Claus-
tros, fue fatal. Ya ha reconocido estos hechos Ferotin. Los documentos son en este asunto muy
explícitos. Véanse escrituras de 927 (Esp. Sagr., XVIII, 327), 949 (P. M. H., D. et Ch., 33), 952 (T.
Celanova, fol. 29), 980 (T. Leg., fol. 374), 985 (Esp. Sagr., XXXIV, 477), 1009 (T. Celanova, fol. 163
vº) y 1014 (Arch. Ob. León, núm. 62). Han llegado a nosotros estas noticias por la pena pecuniaria que
llevaban consigo tales delitos, pena que suponía la confiscación de algunas tierras por el obispo al
monje delincuente, o la entrega de ciertos bienes por la familia de la mujer culpable a los represen-
tantes del poder. Así leemos en uno de los textos citados: “et pariauit uobis ea [hereditate] propter
culpa que inuenerunt super mea filia nomine Baselesa eo quod penetraui adulterio con Nausti
monagi”; en otro: “pariamus uobis illo, penis nostro facto quod filia mea dedi ad adulterio ad fratrum
Uidramora”, y en un tercero: “Joane Meternizi ad uobis comite Petru Flainizi pro ipsas calumnias de
filia mea Uitalia que compreserunt cum Flaino monaco et miserunt illa in palatio pro tradere, et ro-
cando cum omines pectaui eo Ioane ipsa uilla et ipsa eredita ad integro” (Arch. Ob. León, núm. 62).
363
La oleada de sensualidad que invadía a los laicos en el siglo X llegaba a extremos que maravillan. La
atestiguan muchedumbre de diplomas de 954 (Arch. Cat. Lugo), 958 (C. Sobrado, I, fol. 31), 960 (C.
Sobrado, I, fol. 46 v°), 979 (C. Covarrubias, ed. Serrano, 35), 989 (T. Celanova, fol. 127 v.°), 994
(Anuario Hª dcho. esp., I, 385), 1003 (T. Leg., fol. 194 v°), 1008 (T. Leg., folio 183 v°), 1000 a 1010
(T. Celanova, fol. 73 v°), 1000 a 1010 (T. Celanova, folio 138), 1016 (Esp. Sagr., XXXVI, XXII),
1022 (Anuario Hª dcho. esp., I, 227, nota 74) y 1022 (AnuarioHª dcho. esp., I, 229, nota 78). Casos de
tragedia en otros ambientes allí se llevaban a juicio y se solucionaban mediante el simple pago de una
~ 158 ~
tragedia que anuncia el Apocalipsis de San Juan. El reino favorecido del Altísimo va a
ser aniquilado, cual nueva Babilonia, por haberse entregado, como ella, a la disipación y
a la lujuria.
Es don Arias, como todos los leoneses de su siglo, hombre temeroso de Dios y de pie-
dad ardiente, pero sin darse cuenta siente una casi imperceptible, aunque al cabo efec-
tiva, hostilidad al clero. De la misma manera que tantos otros magnates de su época, ha-
bía topado con la Iglesia en varias ocasiones, tropezando a menudo con su inmenso po-
derío o con sus inmunidades y riquezas. Como gobernador de mandationes o commisos
había tenido muchas veces que humillar su autoridad ante obispos o abades, y como
simple lego había sufrido la repetida competencia de claustros o de iglesias en la adqui-
sición de tierras, de solares y de viñas. Su hostilidad es, de otra parte, tanto más expli-
cable, cuanto que, en sus disputas con el clero, siempre le habían vencido la suprema su-
gestión de la autoridad divina de la Iglesia y sus tesoros terrenales.364
Predominan en él, sin embargo, su fe sencilla y ruda, pero firmísima y su acendrada
devoción, y así ante el disgusto y los terribles augurios de su huésped ataja su discurso
para rogarle que disculpe sus frases. No ha querido menoscabar ni desconocer las vir-
tudes de los representantes del Eterno, que humilde reverencia como hijo obediente y
sumiso. Aún está vivo en León el recuerdo de la santidad de su obispo Froilán; el mis-
mo Arias había conocido a dos prelados de Astorga que el pueblo y los reyes veneraban
por su piedad extraordinaria, y también él había sido testigo en Galicia de la bondad
admirable de Rosendo, por cuyas manos obraba Dios, al decir de las gentes, multitud de
prodigios.365
Ni esos casos de liviandad, ni otros diversos que pudieran citarse merman
su devoción ni su respeto a la Iglesia de Cristo. Y buenas pruebas son de ello las cuan-
tiosas donaciones a diversos monasterios de la ciudad y del alfoz que había dispuesto
para la hora de su muerte. Donaciones frecuentes en su tiempo, hubiera podido añadir
pena pecuniaria. Ziti Pinioliz, después de haberse mezclado en adulterio, como dicen los textos, con
una tal Gota y con su propia nuera, declara: “et pro tales neglegencias que feci...”.
364
Eran frecuentes los casos de litigios entre iglesias y monasterios, y condes, magnates o simples laicos.
Casi todos terminaban con la victoria judicial de los eclesiásticos. La lectura de muchos de estos plei-
tos y cuestiones me permite sospechar y deducir de ciertas frases de los mismos esa supuesta, casi im-
perceptible, hostilidad al clero que luego en siglos posteriores de la Edad Media sale pujante a luz en
obras literarias, en crónicas y en tallas escultóricas. No quiero, sin embargo, dejar de consignar que en
ocasiones era fallado el litigio a favor del laico contendiente. Así ocurrió en la “intentio” habida en
1008 entre el obispo Ximeno de León y el conde Munio Fernández, acerca de la villa Horma de San
Pelayo, que había sido de doña Velasquita, hermana del obispo. Este decía contra el conde: “prendi-
disti ea et misiste in custodie et uedasti ea uictum et oraculum; et saccasti ea ad ipsa mea iermana
inuitissime et fecit tibi carta de illa sine sua uoluntate et tenes ea contra te fortissime”. Se defendió
Munio Fernández y se llegó a la prueba; fue ésta favorable al conde, y el prelado hubo de firmar la ag-
nitio consiguiente (Arch. Cat. León, núm. 174).
365
Don Arias pudo tratar a multitud de personas que hubieran hablado a San Froilán, de cuya vida se
conservaba relato de mucha antigüedad y edificación: la Vita S. Froylani, terminada en 920, repro-
ducida en una Biblia de la catedral de León (BARRAU-DIHIGO, Recherches, R. H., LII, 1921, 32-35); y
él mismo pudo conocer de muchacho a San Genadio y a sus santos sucesores, y ya en su edad madura,
a San Rosendo, que no murió hasta 977 (Igl. moz., 241).
~ 159 ~
don Arias con verdad, pues era fórmula muy usada para alcanzar la gloria eterna sin gra-
ve daño del bienestar terreno.366
Aparece Adosinda en este punto del diálogo, y deseosa de interrumpir la plática, que
había adivinado por las últimas frases y por el gesto de los dos comensales, logra po-
nerla cabo ordenando a sus siervos que escancien al abad y a don Arias sícera o sidra en
moiolos dorados, y ofreciendo a su huésped higos, peras, manzanas y melones, miel y
queso y ciertas confituras regalo de la abadesa de San Miguel Arcángel.
Los incidentes postreros del diálogo aceleran su término. El abad busca un tema ayu-
no de peligros e insiste en el relato de su viaje a Córdoba. A su regreso a León por Za-
mora había tenido ocasión de admirar los baños edificados en ella junto al Duero, y a
falta de otra plática de mayor interés para don Arias, rompe nuestro buen monje el em-
barazoso silencio que había seguido a las palabras de Adosinda, relatando a su huésped
detalles curiosos sobre la fundación, emplazamiento, y magníficas vistas sobre el río de
los balneos, y noticias diversas acerca de su funcionamiento, distribución, alzada y pro-
porciones. Los construyó el rey Alfonso el Magno, hace ya casi un siglo, y los disfruta
el público mediante el pago de un pequeño estipendio. Y es tal, según el enviado de
Ramiro, la afición a bañarse del pueblo de Zamora, que la Iglesia de Oviedo, a quien
Alfonso había donado el fruto de los baños, obtiene de ellos veinte sueldos mensua-
les.367
La plática fenece sin remedio, da gracias al Altísimo el abad de San Justo, vuelven los
siervos a dar agua a las manos, se levantan al cabo los manteles y, tras breve reposo,
don Arias acompaña a su huésped a visitar el molino y la presa cedidas por él hacía unas
horas al claustro de su amigo. Montan en dos caballos el monje y el magnate, el viejo
prócer leonés se afirma en los estribos de la silla jineta cordobesa, y ufanos y orgullo-
sos, don Arias de la montura del califa y su huésped del excelente trato realizado con
ella, salen de la ciudad por la Puerta del Conde y al paso lento de sus bestias se dirigen
despacio hacia el molino.
366
Estas donaciones para la hora de la muerte eran las más empleadas a los fines señalados arriba. El en-
riquecimiento de iglesias y monasterios se verificó principalmente –prescindiendo de las mercedes rea-
les– gracias a esta fórmula, de la que han conservado multitud de casos los diplomas. Y esto no sólo en
el reino asturleonés, sino en Europa toda, como se ha hecho notar ya por Dopsch y por otros investi-
gadores centroeuropeos. Sobre tales concesiones, que podían revestir dos formas diferentes, ha tratado
J. A. RUBIO: “<<Donationes post obitum>> y <<Donationes reservato usufructu>> en la alta Edad
Media en León y Castilla” (Anuario Hªª dcho. esp. IX, 1932, 1-33).
367
En la donación de Alfonso III a la iglesia de Oviedo que, fechada en 908, guardaba inédita el Archivo
Catedral Ovetense hasta que la he publicado en mi Serie de docms. inédits. del reino de Asturias (Cua-
dernos Hª Esp., I y II, 1944, 329-334), se lee: “Idem et pro luminaria domui tui uel pro cerotariorum
neccesaria euangelii stipendia uf nulla domui tue in secutiva secula senciat lumini iactura fructus
balnei quam construximus in ciuitate Zamora, cuius fructus omni luna apenditur argenti solidos XXti.
qui in anno faciunt solidos ducentos quadraginta perobtamus qui huic sancti Saluatoris pretoriensis
nostre adeptus fuerit pastoralis officium sollicitam curam de hoc habere, de ipso balneo per unum-
quoque mense solidos XXti. exigere et mens ex inde ceram que necessaria fuerit pro candelis cereas et
luminaribus”.
~ 161 ~
Biblia de San Isidoro de León (siglo X)
Paso del Mar Rojo, con la muerte de los egipcios. Fol. 39 vº.
(Foto Manuel Vilayo).
~ 162 ~
Tocadores de vihuela
De una miniatura del Beato de Fernando I y Sancha (Fol. 127)
Madrid, Biblioteca Nacional
~ 164 ~
LEÓN DESPUÉS DEL SIGLO X
Fue profeta el abad de San Justo y Pastor. Sobrevinieron días apocalípticos. La ciudad
que hemos contemplado en minutos de paz, preparando la guerra y en horas de bullicio
cortesano, padeció, a fines de aquel siglo, el asalto, el saqueo y la desolación. León, que
alegre había visto entrar por las puertas de sus muros a Alfonso, después de la victoriosa
jornada del foso de Zamora; a Ordoño II triunfante en San Esteban; a Ramiro vencedor
en Simancas, y a Ordoño III luego de saquear Lisboa, entristeció ante las derrotas de
Sanchos, Ramiros y Bermudos; fue teatro de las sublevaciones de su alfoz contra el rey,
que van siempre los desastres seguidos de revueltas, y al cabo, ella misma llegó a ser
asediada y rendida por la invencible espada de Almanzor. Ella, alejada de la raya fron-
teriza desde hacía más de un siglo; ella, que había visto alzarse en su interior ricas igle-
sias y suntuosas cortes; ella, centro mercantil y político de un reino que había humillado
muchas veces a los califas cordobeses, fue al cabo asaltada y destruida. Fueron abatidas
sus murallas romanas, que habían resistido la pesadumbre de cerca de diez siglos; fue-
ron derruidos sus infinitos templos y arruinadas sus cortes, y hasta fueron cautivadas sus
más ilustres damas y las abadesas de sus claustros.
Después de aquellos días todo eran solares en León; las gentes, arruinadas, se des-
prendían de ellos por cantidades irrisorias; subió, a la inversa, el coste de la vida; alcan-
zaron valores elevados los ganados de distintas especies; los caballos sobrepasaron sus
antiguos y ya altísimos precios, y fue preciso repoblar la ciudad, reconstruir sus muros,
reedificar sus cortes y rehacer sus templos.
León resucitó pujante de aquella amarga crisis. Mientras el califato se hundió con es-
trépito en muchos pedazos diferentes, la monarquía leonesa restañó sus heridas, recu-
peró las tierras dominadas en los días más gloriosos de Ordoño y de Ramiro; se fundió
de nuevo con Castilla; avanzó aún más al sur sus antiguas fronteras; impuso la ley en la
España islamita con Fernando I, y con Alfonso VI realizó el sueño de tres siglos: la con-
quista de la ciudad que había sido capital del reino visigodo. Durante el siglo XI, en me-
dio de tantas y tantas grandezas, que hubieran parecido sueños irrealizables incluso a los
vencedores en San Esteban y en Simancas, León, aunque emulada muy de cerca por
Burgos, siguió siendo la primer ciudad de la gran monarquía. Se engrandeció como nun-
ca hasta allí; presenció cómo dentro de ella se formaba la primera ley territorial de la
España cristiana; logró que al mismo tiempo se fijara por escrito su derecho local; asis-
tió al nacimiento de la ciudad en el sentido jurídico que tuvo ese vocablo en la Edad
Media; vio aparecer nuevas modalidades en el culto, con el de las imágenes, y pudo ad-
mirar el desarrollo de un arte nuevo, importado, no ideado por los peninsulares, pero
que el genio nacional había de desenvolver en forma esplendorosa, adaptándolo a las ca-
racterísticas espirituales de la raza.
Mas con los días de mayor auge pudo advertir también los comienzos de su decaden-
cia; la toma de Toledo hizo palidecer su estrella. Como antes Oviedo, León quedó ahora
demasiado alejada de la frontera para servir de capital al reino. Siguió creciendo y en-
grandeciéndose con monumentos y palacios, vio coronarse emperador a Alfonso VII,
conservó su esplendor de capital de la monarquía leonesa durante más de un siglo, pero
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al cabo llegó a perder su rango de corte y de primera ciudad del nuevo Estado, cuyo
centro político declinaba, además, hacia Castilla. Fue más honda y perdurable esta crisis
que la padecida por la antigua corte de Ordoños Y Ramiros a manos de Almanzor, aun-
que fuera ésta más aguda, dolorosa y cruenta.
Del León cuya vida hemos intentado sorprender en diversos instantes del para ella
glorioso siglo X, apenas si alguna humilde bóveda y varios mármoles pueden contem-
plarse todavía. Más crueles los siglos que Almanzor, han destruido casi por entero las
huellas materiales de la ciudad evocada en estas páginas. Pero ni ellos, ni el famoso cau-
dillo han conseguido borrar el recuerdo de la sociedad leonesa del novecientos. Los mo-
radores de León y su tierra que alcanzaron los días del asalto y de la ruina lograron es-
conder y poner fuera de peligro, con sus reliquias y joyas más preciadas, los títulos de
sus grandes y de sus modestas propiedades, y al defender aquellos humildes y borrosos
pergaminos, salvaron algo más que sus derechos y que sus exenciones: salvaron con
ellos la historia de una ciudad anterior al milenio.
Omega (arcos de herradura).
Colofón de la Biblia de San Isidoro de León (Fol. 514 r.)
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Rey en su lecho con dos soldados o monteros. Del Beato de Silos.
Lecho. Del Beato de Gerona.
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Vasos, copas y jarros. Del Beato de Fernando I y Sancha.
Espada ancha utilizada por los peones. Del Beato de Thompson.