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En casa de los Bracebridge

el paseo | central, 4

www.elboomeran.com

Washington irving

En casa de los Bracebridge

(Los humoristas)

el paseo, 2017

Ilustraciones

Randolph Caldecott

Traducción y notas

Óscar Mariscal

Título original: Bracebridge Hall (The Humourists) (1822)

© de la traducción: Óscar Mariscal, 2017© de esta edición: el paseo editorial, 2017www.elpaseoeditorial.com

1ª edición en el paseo: septiembre de 2017

Diseño y preimpresión: el paseo editorialCubiertas: Jesús Alés (sputnix.es)Corrección: Deculturas, s.c.a.Impresión y encuadernación: Kadmos

i.s.b.n. 978-84-945885-8-7depósito legal: Se-1514-2017código bic: FC

No se permite la reproducción, almacenamiento o transmisión total o parcial de este libro sin la autorización previa y por escrito del editor.Reservados todos los derechos.

Impreso en España.

Prefacio

Animados por el éxito de Vieja Navidad hemos decidido publicar su secuela: En casa de los Bracebridge, de nuevo ilustrada por la hábil pluma de Randolph Caldecott.

Contenido

La casa 11El caballero atareado 17La gente doméstica de la casa 26La viuda 36La pareja de enamorados 43Reliquias familiares 49Un veterano soldado 57El séquito de la viuda 63Jack Bolsa presta 68Solterones 77Un anticuario literario 83La granja Tibbets 91Equitación 97Síntomas de enamoramiento 103

Cetrería 107De caza con el halcón 113Diciendo la buenaventura 123Filtros de amor 130Confesiones de un solterón 137Gitanos 143Los notables del lugar 150El maestro de escuela 154La escuela 161Un polemista rural 166La colonia de grajos 173Las fiestas de mayo 183El acusado 198Problemas de enamorados 208La boda 216

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La casa

La casa más antigua, y lo mejor para su cuidado y gobier-

no en este condado o el limítrofe, y aunque no puedo refe-

rirme a su dueño sino como señor, no conozco caballero más

noble que él.

Merry Beggars

El lector, si ha leído detenidamente mi Libro de apuntes, * recordará sin duda a la familia Bracebridge, con la que hace algún tiempo pasé una Navidad. De nuevo me en-cuentro de visita en su mansión, habiendo sido invitado a un enlace matrimonial que se celebrará en breve. El segundo hijo del señor, Guy —joven distinguido y ani-

* The Sketch Book of Geoffrey Crayon, Gent. (1819), al que pertenece originalmente Vieja Navidad. (Nota del traductor.)

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En casa de los Bracebridge

moso y capitán del ejército—, está a punto de despo-sar a la pupila de su padre, la hermosa Julia Templeton. Los parientes y amigos ya han comenzado a congregarse para asistir al feliz acontecimiento, pues el anciano ca-ballero abomina de las bodas tranquilas y privadas. «No hay nada», asegura, «como botar a una joven pareja con alegría, y aplaudirla desde el muelle; un buen comienzo es la mitad de la travesía».

Antes de continuar, debo rogar a mis lectores que no confundan a nuestro señor con esos caballeros tan a menudo descritos como duros jinetes y cazadores de zorros, que están efectivamente en vías de extinción en Inglaterra. Empleo este título rural en parte porque es el que se le aplica en sus tierras y en los alrededores, y en parte porque me ahorra la frecuente repetición de su nombre, que es uno de esos viejos y ásperos nombres ingleses que tanto exasperan a los franceses.

El señor es, de hecho, un irreductible espécimen de rancio caballero rural inglés; inmune a toda sofistica-ción por vivir casi exclusivamente en su hacienda, posee ese humorismo que sus compatriotas tienden a desa-rrollar cuando tienen la oportunidad de vivir a su aire. Valoro su afición, que es, sin embargo, una intolerante devoción por los antiguos usos y costumbres inglesas; lo que casa bien con mis propios intereses, teniendo, como tengo, una viva e insatisfecha curiosidad por el genuino carácter de la tierra de mis ancestros.

Hay, también, ciertos rasgos de la parentela del ha-cendado que llevan el inconfundible sello de su patria, siendo una de esas viejas familias aristocráticas que, a mi juicio, son privativas de Inglaterra y apenas se enten-derían en otros países; esto es, una rancia estirpe que,

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La casa

aun careciendo de títulos nobiliarios, mantiene un alto orgullo ancestral, mira por encima del hombro a la no-bleza de nuevo cuño, y consideraría una merma de su dignidad mezclar el venerable nombre de su casa con un título moderno.

Este sentimiento se nutre del respeto que el linaje ins-pira en sus dominios hereditarios. La mansión familiar es una antigua casa solariega en un apartado y hermo-so lugar de Yorkshire. Sus moradores han sido siempre considerados en la región circundante como «grandes de la tierra», y en la aldea cercana a la mansión se trata al señor con una reverencia cuasifeudal. Raramente se en-cuentran en la actualidad una casa señorial y una fami-lia de esta alcurnia; y ha sido probablemente el peculiar humor del señor lo que ha conservado este vestigio de gobierno doméstico inglés, con algo similar al genuino estilo tradicional.

Me hallo alojado de nuevo en la cámara panelada de roble, en el ala más antigua de la casa. La perspectiva desde mi ventana, sin embargo, posee un aspecto muy diferente del que ofrecía en mi visita invernal. Aunque a principios del mes de abril hace aún poco calor, los días soleados han bosquejado ya las bellezas de la primavera, que, en mi opinión, son siempre más cautivadoras en su primer estadio. Los árboles se han engalanado de brotes verdes y hojas tiernas, y los parterres del anticuado jardín están alegremente salpicados de flores; con las más bellas, el jardinero ha adornado las balaustradas de piedra. Al abrir mi tintineante ventana batiente olí el aroma de la reseda; y oí el zumbido de las abejas en el macizo junto al muro en solana, la variada canción de los tordos, y las alegres notas del pequeño y melodioso chochín.

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En casa de los Bracebridge

Durante mi estancia en este bastión de los antiguos usos del país, pretendo pergeñar ocasionales bocetos de las escenas y personajes a mi alrededor. Me gustaría que se entendiera, sin embargo, que no estoy escribiendo una novela, y que no le prometo al lector ninguna tra-ma intrincada o maravillosa aventura. La mansión de la que trato carece, que yo sepa, de trampillas, paneles deslizantes y mazmorras; y de hecho no parece alber-gar misterio alguno. La habita una digna y hospitalaria familia que, con toda probabilidad, comerá y beberá, se irá a la cama y se levantará regularmente desde el principio al final de mi obra, y cuya cabeza es un viejo caballero tan bondadoso, que no veo probable que pon-

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La casa

ga obstáculo alguno en el camino de las nupcias que se aproximan. En definitiva, no preveo que ocurra un solo evento extraordinario en todo el término de mi estancia en la casa.

Le digo esto honestamente al lector, para que cuando me vea recreándome sin prisa en escenas domésticas in-glesas, no se apresure a adelantarse con la esperanza de toparse con alguna maravillosa aventura. Lo invito, por el contrario, a divagar apaciblemente conmigo como él mismo haría: paseando por el campo, deteniéndose de vez en cuando a recoger una flor, a escuchar a un pájaro, o a admirar una vista, sin prisa por llegar al final del camino. No obstante, si en el curso de mis vagabun-

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deos por esta vieja heredad oigo o veo algo curioso, que pueda servir para alterar la monotonía de la vida coti-diana, no dejaré de reportarlo para el entretenimiento del lector.

Pues sé que ingenios más frescos se cansarán pronto

de cualquier libro, por bueno que sea,

a menos que trate de un asunto extraño o feliz,

bien sazonado con mentiras y abrillantado con alegría. *

* Del cancionero The Mirror for Magistrates. (Nota del autor.)