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En realidad el consenso de Washington surge como remedio ante el fracaso de la autarquía económica del modelo de sustitución de importaciones, de la crisis de la deuda y de las hiperinflaciones. El trabajo trata de analizar los cambios económicos ocurridos en el Perú bajo la inspiración y preceptos del “Consenso de Washington”, cuyo fundamentalismo neoliberal empujó a una serie de reformas y cambios económicos, sin tomar mucho en cuenta las estructuras prevalecientes inicialmente y, sobre todo sin evaluar adecuadamente las repercusiones sociales e institucionales directas e indirectas que provocarían dichos cambios. El resultado alcanzado ha sido que el Perú ha logrado estabilidad y crecimiento económico, pero sin resolver los problemas de desigualdad, pobreza y exclusión, lo que ha generado una tensión entre estabilidad-crecimiento económico y la gobernabilidad del país. Las principales razones de estos resultados están en el mismo modelo económico primario-exportador y de servicios (PESER) que no ha logrado integrar a una parte importante del aparato productivo en la economía de mercado y a la debilidad del Estado, que debido a la reducción de su tamaño y funciones no logra cumplir la función de redistribuidora de recursos y oportunidades. Por estas dos razones, el crecimiento macroeconómico ha tenido impactos sólo sobre una parte de la población, lo que ha hecho persistente la desigualdad y la pobreza. E El tipo de reformas y sus resultados posteriores dependen en buena medida de las condiciones previas, tanto económicas como institucionales y políticas. Si bien en el Perú se aplicaron las recetas del Consenso de Washington, la forma como se hicieron las reformas y sus resultados, dependieron de cómo estaba el Perú y de cómo somos los peruanos. Pero también influyó de manera decisiva el entorno internacional que, marcado por el signo de la globalización y la apertura comercial-financiera, “obligó” de cierta manera a ir en una dirección única, sin mucho matiz y sin mucha negociación. Quizás por la debilidad interna y la fortaleza externa es que el modelo económico liberal se instaló para durar 16 años sin cambios fundamentales, más de lo que muchos esperaban, y por lo que se observa, para seguir durando varios años más, en la medida que las alternativas o son inconsistentes, son muy débiles o tienen el karma del populismo y la heterodoxia pasadas.

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En realidad el consenso de Washington surge como remedio ante el fracaso de la autarquía económica del modelo de sustitución de importaciones, de la crisis de la deuda y de las hiperinflaciones.

El trabajo trata de analizar los cambios económicos ocurridos en el Perú bajo la inspiración y preceptos del “Consenso de Washington”, cuyo fundamentalismo neoliberal empujó a una serie de reformas y cambios económicos, sin tomar mucho en cuenta las estructuras prevalecientes inicialmente y, sobre todo sin evaluar adecuadamente las repercusiones sociales e institucionales directas e indirectas que provocarían dichos cambios. El resultado alcanzado ha sido que el Perú ha logrado estabilidad y crecimiento económico, pero sin resolver los problemas de desigualdad, pobreza y exclusión, lo que ha generado una tensión entre estabilidad-crecimiento económico y la gobernabilidad del país. Las principales razones de estos resultados están en el mismo modelo económico primario-exportador y de servicios (PESER) que no ha logrado integrar a una parte importante del aparato productivo en la economía de mercado y a la debilidad del Estado, que debido a la reducción de su tamaño y funciones no logra cumplir la función de redistribuidora de recursos y oportunidades. Por estas dos razones, el crecimiento macroeconómico ha tenido impactos sólo sobre una parte de la población, lo que ha hecho persistente la desigualdad y la pobreza. E

El tipo de reformas y sus resultados posteriores dependen en buena medida de las condiciones previas, tanto económicas como institucionales y políticas. Si bien en el Perú se aplicaron las recetas del Consenso de Washington, la forma como se hicieron las reformas y sus resultados, dependieron de cómo estaba el Perú y de cómo somos los peruanos. Pero también influyó de manera decisiva el entorno internacional que, marcado por el signo de la globalización y la apertura comercial-financiera, “obligó” de cierta manera a ir en una dirección única, sin mucho matiz y sin mucha negociación. Quizás por la debilidad interna y la fortaleza externa es que el modelo económico liberal se instaló para durar 16 años sin cambios fundamentales, más de lo que muchos esperaban, y por lo que se observa, para seguir durando varios años más, en la medida que las alternativas o son inconsistentes, son muy débiles o tienen el karma del populismo y la heterodoxia pasadas.

Desde este punto de vista, el principal resultado del modelo del Consenso de Washington ha sido el no haber logrado reformar y reforzar las bases fiscales y financieras del Estado , por lo que su rol redistribuidor y regulador es insuficiente para resolver las brechas sociales y generar el principio de autoridad necesario para arbitrar conflictos.

, tampoco es capaz de generar una política de desarrollo concertada con el sector privado.

De un milagro económico, Irlanda se encuentra en la antesala de un mega rescate por parte del FMI y la propia UE, rescate que, por

supuesto como se ha anunciado, supondrá despidos en el sector público, recortes al gasto social y aumento de los impuestos.

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La gran lección del tíguere Celta es que frente al influjo de inversiones y capitales, como está ocurriendo en los países emergentes de esta� �

región, es necesario poner límites al crecimiento del sector financiero y estrictas medidas macro-prudenciales para evitar la generación de

burbujas de activos e inmobiliarios.

Seguientos sobre la estabilidad financiera ,riesgos de posibles crisis

El proceso de liberalización de las economías latinoamericanas fue resultado de un Consenso en cuya discusión no participaron estos países y cuya implementación derivó en nuevos problemas. ¿Cómo ocurrió? A comienzos de los años 90 cae el muro de Berlín, y el socialismo como sistema económico desaparece de Europa. El capitalismo triunfador y sus círculos de poder dominantes, sienten que el mundo les pertenece y que es posible definir un nuevo paradigma económico post-socialismo. A su juicio, también el debate ideológico había terminado. La discusión, economía planificada versus economía de mercado carecía de interés. Se dispusieron pues a formular nuevas medidas de política económica para orientar el accionar de la economía mundial, sobre todo de los países no desarrollados y fundamentalmente de los que estaban afectados por la deuda externa, muchos de ellos latinoamericanosEn 1989 se realizó en Washington un encuentro promovido por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; participaron funcionarios de estas dos instituciones, más los Ministros de Finanzas del G-7, funcionarios del Departamento de Estado, del Congreso y del Senado de EEUU, presidentes de importantes Bancos Internacionales, representantes de grandes grupos empresariales y reconocidos economistas, entre ellos John Williamson quien compiló las Ponencias. A esta reunión no asistió ningún vocero ni representante formal de los países a los que se aplicarían las recetas. Sin embargo, de aquí salió el llamado CONSENSO DE WASHINGTON, un acuerdo entre gente de ideología neoliberal que formuló un decálogo de medidas –a la manera de los 10 Mandamientos- que se aplicarían para resolver los problemas del endeudamiento e implementar el capitalismo salvaje. Atrás quedaba en Latinoamérica el modelo promovido por la CEPAL de sustitución de importaciones, reemplazado por la apertura total. Washington aprobó las recomendaciones pero no las aplicó en casaEl recetario para Latinoamérica comprendía:– Disciplina presupuestaria para reducir el déficit fiscal con disminución del gasto público, reforma tributaria para

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extender algunos impuestos a más grupos de población, pero rebaja para los ingresos más altos y aumento de impuestos indirectos, como el IVA– Liberalización Comercial, Financiera y Tasa de Cambio competitiva y alta. Eliminación de impuestos y regulaciones para las importaciones y exportaciones. Esta apertura enfrentó sorpresivamente a la industria doméstica con la competencia extranjera en condiciones desventajosas, condujo a la quiebra a muchos empresarios y generó desempleo. La tasa de interés fijada por el libre juego del mercado eliminó las tasas preferenciales y el costo de los créditos y de las transacciones bancarias se elevaron escandalosamente– Inversión directa extranjera. En un principio estas inversiones crecieron en las economías emergentes y las cotizaciones subieron, pero la liberalización comercial y la política cambiaría causaron la crisis de Méjico 1994-95 y la liberalización de los flujos de capital llevó a la crisis asiática en 1997– Privatizaciones y Desregulaciones para reducir el tamaño del Estado y mermar el déficit. Las empresas públicas, antes monopolios estatales, pasaron a ser monopolios privados menos eficientes, más corruptos y con tarifas más elevadas. La desregulación del mercado laboral precarizó el trabajo; las condiciones son ahora más desventajosas para los trabajadores y el descontento creceLa ortodoxia de los neoliberales dejó por fuera temas como el desarrollo con equidad, el desarrollo sostenible, la pobreza y las desigualdades económicas. Esto no se debatió. ¿Por qué? La respuesta fue: “… son temas a los cuales los promotores del consenso y sobre todo Washington, son muy sensibles, podían generar divergencias y hacer imposible el acuerdo”El Consenso no consultó nunca la realidad de Latinoamérica. Algunos países aplicaron todo el paquete, otros lo ignoraron y les fue mejor. El Banco Mundial bajo la dirección de Joseph Stiglitz se apartó del Consenso porque “las políticas propuestas pueden ser necesarias pero son insuficientes”, dijoLos resultados del Consenso de Washington en el mundo pueden medirse por los movimientos sociales que lo recorren en Islandia, norte del África, medio oriente, Irlanda, Grecia, España y más reciente en Latinoamérica. Miles de trabajadores, estudiantes, desempleados y ciudadanos en general se rebelan contra un orden económico

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internacional injusto. Estas protestas no son hechos aislados, tienen demasiados elementos comunes y claman todas por un mundo más justo, por la fraternidad y por el desarrollo con equidad

Hay una curiosa coincidencia de fechas entre la publicación del artículo y el inicio del programa de reforma económica  peruano, ambos ocurrieron a mediados de 1990.

El Consenso de Washington surgió en 1989 a fin de procurar un modelo más estable, abierto y liberalizado para los países de América Latina.

Se trata, sobre todo, de encontrar soluciones al problema de la deuda externa que atenaza el desarrollo económico de la zona

latinoamericana y, al mismo tiempo, establecer un ambiente de transparencia y estabilidad económica. Este artículo analiza la trayectoria

del Consenso, sus logros, sus fallos y los futuros retos a los que se enfrenta.

Este año se cumplen 25 años de aquel artículo de John Williamson que dio luz al “Consenso de Washington”. La idea era presentar una lista de reformas cuya implementación en América Latina era recomendada por instituciones radicadas en Washington (Banco Mundial,FMI, y el Departamento del Tesoro). Se trataba de un “mínimo común denominador” de políticas sobre el cual existía un supuesto consenso. Sin embargo, se escapó de su “botella académica” para convertirse en punto focal del debate sobre los roles apropiados del estado y los mercados en el desarrollo económico.

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Era 1989. Muchos países la pasaban mal intentando financiar grandes sectores públicos, especialmente después de la crisis de comienzos de los 1980s. Asimismo era la época de la revolución neo-conservadora en Occidente. El péndulo se estaba moviendo y las circunstancias eran hostiles, tanto en lo financiero como en lo ideológico, para los modelos de desarrollo con sesgo estatista, de aquella época. De hecho, varios países se encontraban ya implementando paquetes de “ajuste estructural”, cuya esencia era “estabilizar (los precios, la balanza de pagos, la deuda pública, etc.), liberalizar (distintos mercados, comercio exterior, capitales, etc.) y privatizar (empresas publicas)”.

Williamson creía que el “mínimo común denominador” de reformas incluía disciplina fiscal (para evitar inflación y crisis de balanza de pagos); reasignación del gasto público (favoreciendo gasto en educación, salud e infraestructura, en detrimento de subsidios, burocracia y aparato militar); reforma tributaria (ampliar la base tributaria y reducir tasas marginales impositivas); liberalización de tasas de interés (para que estén encima de la inflación y promuevan el ahorro); tipo de cambio competitivo (para impedir sesgo anti-exportador y promover equilibrio en la balanza de pagos); liberalización comercial (para impedir que las empresas se concentren en mercados protegidos); liberalización de la inversión extranjera directa; privatización de empresas públicas; desregulación de mercados (para promover más competencia) y protección de derechos de propiedad (especialmente para pequeñas empresas y sector informal).

Según Williamson, estas reformas constituían el “Consenso de Washington”. El debate que continuó, sin embargo, se apropió del nombre para referirse a cualquier paquete neo-liberal que pusiera un mayor énfasis en el rol del mercado como motor del desarrollo. En la práctica la implementación de estas reformas varió entre distintos países y regiones. De entrada, existían importantes disensos

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más allá del “mínimo común denominador” (por ejemplo, Williamson luego admitiría su error en pensar que había consenso sobre regímenes cambiarios). De ahí que, a la hora de la hora, cada país aplicara paquetes distintos (por ejemplo, en política cambiaria, Perú mantuvo flotación sucia, Argentina experimentó con “convertibilidad”, etc.). A su vez, los resultados fueron heterogéneos. Por un lado, hubo genuinos progresos en países como Perú cuya estabilidad monetaria y financiera es admirable. Por otro lado, quedó un sabor de decepción, ya que, tanto a nivel nacional como internacional, estos paquetes no resultaron ser las “panaceas” añoradas. Por ejemplo, las crisis financieras continuaron (crisis asiática, crisis del 2008, etc.), reforzadas por la apertura al exterior de más mercados financieros. Asimismo, mientras algunas privatizaciones fueron muy provechosas, otras fueron escandalosas.

Así pues, la experiencia de las últimas décadas deja un sabor agridulce y mucho para la reflexión. Las reacciones frente a la crisis del “Consenso de Washington” fueron muy variadas. Algunos afirman que las reformas eran necesarias pero insuficientes. El mismo Williamson ajustó su lista reconociendo, entre otras cosas, que la disciplina fiscal es insuficiente si no se promueve el ahorro privado (pensando en la crisis asiática, que no se debió a un descalabro público). En general, se reconoció que las reformas necesarias eran mucho más complejas y requerían un enfoque multisectorial. Por ejemplo, Moisés Naím argumentaba, entre varias críticas, que el ajuste del tipo de cambio por sí solo no iba a promover las exportaciones si la infraestructura de transporte era ineficiente y/o corrupta; o que, sin condiciones adecuadas de infraestructura, capital humano, estado de derecho, etc. la inversión directa extranjera no iba a llegar mágicamente simplemente porque ahora era legal.

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Algunos fueron más allá afirmando que algunas reformas ni siquiera eran necesarias, o que habían sido sobrevendidas. Dani Rodrik, por ejemplo, cuestionó la sabiduría de abrir los mercados financieros al exterior sin salvaguardas contra las fuerzas especulativas. Asimismo destacó que varias de las experiencias recientes de desarrollo más impresionantes (Corea del Sur, Taiwan, China) no siguieron de cerca las prescripciones del “Consenso”. Por ejemplo, Corea del Sur y Taiwan no se embarcaron en procesos masivos de privatización, y aún mantienen importantes restricciones a la inversión extranjera directa.

En algunos casos, incluso, distintos factores condujeron a la reversión de reformas, especialmente con la renacionalización de empresas privatizadas. Más extremas, todavía, fueron reacciones desmemoriadas que buscaron sepultar cualquier rastro de la década de reformas resucitando el “zombie” del modelo ultra-estatista (Venezuela).

Hoy por hoy, el Consenso de Washington” es una idea muerta. Se habla del “Consenso de Beijing”, el “Consenso de Seúl”, el “Consenso de Mumbai”. Son nuevas etiquetas cursilonas, pero su existencia revela una multiplicidad de modelos de desarrollo alternativos. Aun así, pareciera que emerge un consenso más saludablemente estrecho; en el que, por ejemplo, se reconoce la necesidad de la estabilidad monetaria y macroeconómica, la importancia de contar con incentivos mercantiles, diversos roles del estado, etc. Más allá de esos puntos, reina una humilde “confusión”, la cual reconoce que distintas combinaciones de los roles del Estado y el mercado, pueden funcionar mejor en distintas sociedades. Quizá, por ello, el papel adecuado del policymaker sea ayudar a sus sociedades, en sus ineludibles procesos históricos de “prueba-error” hacia el desarrollo, asegurándose que las reformas económicas e institucionales estén basadas en un

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riguroso diagnóstico que incorpora, adecuadamente, las peculiares condiciones sociales, económicas y políticas de cada país.

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