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EN TORNO A EUROPA

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EN TORNO A EUROPA

© FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales y el autor, 2003

ISBN: 84-89633-27-4

Depósito Legal: M--55031-2003

Impreso en España / Printed in Spain

EBCOMP, S.A. Bergantín, 1 - 28042 MADRID

FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales no se identifica ne -

cesariamente con las opiniones expresadas en los textos que publica.

Esta obra es fruto de tres seminarios realizados en la Fundación FAES

durante el año 2003 y una colaboración exterena.

En torno a Europa

Ferrán Gallego

Ricardo Martín de la Guardia

Guillermo A. Pérez Sánchez

Diego Sánchez Meca

José Luis Villacañas

Coordinador: Fernando García de Cortázar

Sumario

Páginas

PRESENTACIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9

Fernando García de Cortazar

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA . . . . . . 13

José Luis Villacañas

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS: EL DILEMA ENTRE

IDENTIDAD Y DIVERSIDAD . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65

Diego Sánchez Meca

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA. EL NACIONAL-POPULISMO Y

LA EXTREMA DERECHA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 121

Ferrán Gallego

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA: LOS RETOS DE

LA SEGURIDAD COMÚN DESPUÉS DE LA AMPLIACIÓN AL ESTE.. . . 155

Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez

PRESENTACIÓN

Fernando García de Cortázar

Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Deusto.

El sueño de Europa no se limita al siglo pasado. Euro-

pa como tierra de paz perpetua, imperio o frontera, habita

las páginas de filósofos y poetas y la mirada ceñuda de

reyes y generales. Erasmo y Kant la pensaron como una

realidad superior a los Estados que la componían, funda-

da en el cristianismo o en la razón ilustrada. Los viajeros

del siglo XVIII la recorrieron con el cuaderno de notas en

la maleta y Byron y los románticos la llenaron de épica

tradicionalista o revolucionaria. Impasibles a las musas,

mucho menos etéreos que el tratado filosófico o el canto

elegíaco del poeta, hubo también quienes no quisieron li-

mitar al papel el sueño de Europa y se lanzaron a con-

quistarlo. Carlos V, Luis XIV y Napoleón la inundaron con

sus ejércitos, tratando de someterla a la furia de una reli-

gión que ponía a Dios o la Enciclopedia sobre la guerra.

Hitler la imaginó germánica e industrial, surcada de colo-

nias militares y esclavos no arios, un mundo donde todos

podían ser acusados y culpables y donde el totalitarismo

insinuaba su siniestra inseguridad en el rostro aburrido de

los asesinos.

En el delirio de aquellos hombres que la quisieron con-

quistar con las armas —Carlos V, Luis XIV, Napoleón, Hi-

t l e r...— que la quisieron forjar con llamas, Europa se pa-

rece, más que a cualquier otra cosa, a un atlas militar. El

p resente del viejo continente, sin embargo, está lejos de

aquellas fantasías imperiales o nacionalistas que tiñero n

de ruinas y muertos el pasado. Las lecciones del abismo,

como decía un personaje de Julio Ve rne, conducen a la lu-

cidez, y de ellas se extrajo otra mirada. “Europa es donde

no hay pena de muerte”, diría un filósofo francés después

de dos guerras mundiales, pero también es un sueño

que, moldeado en torno a la economía, comenzó hace

tiempo a hacerse carne social y administrativa.

E u ropa, ficción política o mosaico de pueblos, podría

ser el subtítulo de este libro que reúne tres seminarios

de la Fundación FAES y una colaboración externa sobre la

realidad del viejo continente a comienzos del siglo XXI, so-

b re sus posibilidades, sus retos inmediatos y las amena-

zas que la atraviesan. Ferrán Gallego, con la mirada pues-

ta en el fulgurante ascenso del Frente Nacional de Le

Pen, profundiza en los riesgos que el nacional-populismo

de extrema derecha entraña para la democracia y la so-

ciedad civil. José Luis Villacañas analiza la crisis del Esta-

do nación y la necesidad de una Europa suficientemente

f u e rte en su coherencia como para cooperar en el terre n o

de la política internacional. Consciente de la inmensurable

EN TORNO A EUROPA

10

variedad de gentes y culturas que habitan los países de

la Unión, Diego Sánchez Meca se interroga sobre la posi-

bilidad de una Europa de los pueblos y propone un hori-

zonte abierto a la diversidad y no a la identidad, una Eu-

ropa unida no sólo en torno a los ideales cosmopolitas

de la Ilustración sino también en defensa de conquistas

p o s t e r i o res, como el sentido democrático del orden políti-

co o las liber tades y garantías jurídicas del individuo con-

c reto, real. Cierra este volumen la colaboración de Ricard o

M a rtín de la Guardia y Guillermo A. Pérez Sánchez y su

análisis sobre los desafíos que lanza a la Unión Euro p e a

su ampliación al Este.

PRESENTACIÓN

11

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN

Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA

José Luis Villacañas

Catedrático de Filosofía Política de la Universidad de Murcia. Director

de la Revista RES PÚBLICA.

INTRODUCCIÓN

Deseo abordar la historia de dos conceptos, Poder cons-

tituyente y Constitución, desde una perspectiva final muy

c o n c reta y comprometida. Se trata de usar el saber históri-

co-filosófico acumulado sobre estos principales conceptos

de nuestra tradición política con la finalidad de pensar nues-

t ro presente europeo tal y como lo tenemos, no el que será

p revisible tras la Convención. En realidad, ofrezco más bien

una reflexión que quizá se deba tener en cuenta a la hora de

analizar la tarea de la Convención misma. No es un mero

afán erudito el que nos hace recoger determinados materia-

les históricos, sino un afán práctico-político. No se trata de

saber más historia, sino de pensar mejor y más re s p o n s a-

blemente el presente, con todas sus antinomias y aporías.

Esta estrategia podemos aplicarla a un problema que pre o-

cupa a todas las conciencias que pretenden estar a la altu-

ra de los tiempos. Se trata del proceso de la constru c c i ó n

e u ropea, una experiencia política de largo alcance, fasci-

nante y novedosa, de re p e rcusiones mundiales. Una expe-

riencia que, transcendiendo su facticidad más concreta, en-

c i e rra potencialidades generalizables a otras regiones del

p l a n e t a .

He hablado de potencialidades mundiales que anidan en

el seno de la experiencia de la Unión Europea. Occidente lle-

va siglos pensando que sólo es universalizable lo que es jus-

tificable. Sólo una legitimación racional, una deducción nor-

mativa, puede justificar finalmente un proceso histórico. La

Unión Europea puede ser una forma generalizable de ordenar

territorios organizados en Estados, en el escenario de globa-

lización propio de una Tierra consciente de sí como unidad.

Para lograrlo, hemos de tener muy presentes sus premisas y

estructuras normativas, su legitimidad ante propios y extra-

ños. La cuestión central es que el núcleo normativo de nues-

tra política está construido alrededor de los conceptos de poder

constituyente y constitución. La pregunta que inmediatamente

surge al reflexionar sobre la base normativa de la Unión Eu-

ropea es, si ésta tiene o puede aspirar a tener una constitu-

ción y un poder constituyente. En la Unión se deben poner en-

cima de la mesa, con la transparencia y la publicidad con que

desde Kant identificamos los procesos legales normativa-

mente sostenidos, las razones de este proceso, su deseabi-

lidad, su perfectibilidad, sus déficit y sus tiempos. Sea cual

EN TORNO A EUROPA 14

sea la conclusión final acerca de este proceso, se tratará de

uno altamente autoconsciente y reflexivo. Aquí se pretende

contribuir a esta reflexividad, esto es, defender la legitimidad

de un proceso ante los mismos ciudadanos que deben im-

pulsarlo, frente a voces que, a mi parecer de una forma in-

sensata, claman en contra de una Unión Europea tal y como

se está forjando.

Como verán, no dejo de emplear una terminología que re-

cibió su espaldarazo filosófico en 1781, con la edición de la

Crítica de la razón pura. No es un azar, porque creo que esa

obra nos sigue ofreciendo el mayor arsenal de estrategias y

de herramientas argumentales en relación con las prácticas

que estamos dispuestos a llamar racionales. Así, en uno de

sus rincones más conocidos, Kant habla de dos tipos de le-

gitimación, con dos tipos de preguntas y de estrategias argu-

mentales. A una la llamó quid facti y a otra quid juris. La pri-

mera estrategia pretende conocer la existencia del hecho y

reclama la libre investigación empírica del juez, aunque con el

telos de someter los sucesos a una regla. La segunda cues-

tión es la específicamente normativa y debe demostrar los

fundamentos racionales en los que se apoya determinada

realidad, uso o decisión.

Propongo analizar el problema de la construcción europea

desde esta doble estrategia kantiana y concluir que, cuando

las dos formas de justificación se complementan, entonces la

Unión Europea goza de la máxima legitimación. Entonces apa-

recerá como un modelo imitable mutatis mutandi en otros

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA15

ámbitos territoriales del planeta, que incluso pueden tener

mejor base política para ello

(1)

.

I. QUID FACTI DE LA UNIÓN: LA CRISIS DEL ESTADO-NACIÓN

Esta parte de mi argumento quizás se deba comprimir de

forma dogmática. Avanzaré sobre afirmaciones que me pare-

cen altamente evidentes, pero no puedo detenerme a funda-

mentarlas en toda su extensión. Para ello invocaré otros lu-

gares de mi aproximación al fenómeno y otros análisis más

pormenorizados ya publicados sobre el mismo. Comenzaré di-

ciendo que el Estado-nación es la última forma, y la más con-

secuente, que ha adoptado el Estado moderno en su preten-

sión de hacer efectivos los supuestos de su auto-imagen. La

nación fue el imaginario que empleó el Estado para lograr la

máxima entrega de recursos sociales en su intento de lograr

la soberanía, la autodeterminación, la desvinculación de cual-

quier otro poder, la de plenitud determinación jurídica con la

que había soñado desde siempre. La movilización de energ í a s

sociales, bajo el rótulo de fuerzas nacionales, le pareció al

Estado clásico la manera de culminar sus aspiraciones a la

omnipotencia.

EN TORNO A EUROPA 16

(1)

En cierto modo, conviene reconocer que el proceso de la Unión

E u ropea ya aparece como una imitación, igualmente mutatis mutandi,

de los procesos de configuración de los Estados Unidos. Pero des-

de luego podría ser imitable en el continente americano, en la fran-

ja hispánica, donde el idioma común facilitaría la formación de una

opinión pública latinoamericana, por lo demás muy sensible a lo

que a principios del siglo XIX fue el sueño de Bolívar.

En un escenario internacional en que el Estado sólo se

vinculaba a la propia ley, y en el que las relaciones interna-

cionales eran reconocidas como estado de naturaleza, defini-

do por la competencia continua por el poder, la influencia y

los territorios, el Estado nacional demostró ser la forma más

adaptable a esa forma de existencia política. Por eso, se ex-

tendió como la pólvora, a veces desde movimientos popula-

res, como en Francia, a veces desde la propaganda del Esta-

do tradicional, como en Prusia; a veces de forma temprana,

como en Inglaterra; a veces de forma rezagada, como en Ru-

sia o en Italia. Desde el principio, la aspiración a la omnipo-

tencia del Estado clásico, su definición misma de soberanía,

tal y como se dio en la Modernidad, encontró su imagen más

verosímil en un pueblo nacionalmente unido, cohesionado,

homogéneo, moralmente solidario, religiosamente represen-

tado y unido alrededor de tareas históricas definitivas. Cuan-

do se hundió con la hegemonía napoleónica el sistema clási-

co de derecho internacional, y las guerras europeas pusieron

en tela de juicio el derecho a la existencia de los pequeños

Estados alemanes, el imaginario nacional supo encontrar en

la autoafirmación existencial a vida o muerte frente a enemi-

gos tradicionales su mayor propaganda para apoyar los nece-

sarios fenómenos de reconstrucción estatal.

Sin embargo, la base nacional del Estado fue una estruc-

tura demasiado compacta como para respetar la complejidad

de la sociedad civil y las cautelas del republicanismo sobre

separación de poderes. Por ello, la nacionalización del Esta-

do facilitó una comprensión de la democracia como aclama-

ción, plebiscito, movimiento, etcétera, todas ellas electiva-

mente afines a un Estado que, para llegar ser omnipotente,

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA17

aceptó finalmente ser totalitario. Contra toda previsión, sin

e m b a rgo, este proceso significó la ruina de la forma del Esta-

do nacional y la caída en la impotencia de su org a n i z a c i ó n

( 2 )

.

El Estado-nación supuso, por tanto, la implementación so-

cial de títulos jurídicos que hasta la fecha habían recaído so-

bre la persona que representaba al Estado clásico. El monar-

ca-Estado nacional ya no era sólo la última ratio de un poder

en sí mismo limitado; era la última ratio de un poder que ha-

bía movilizado a toda la sociedad civil, cuyos órdenes se ha-

bían disuelto en la autorrepresentación de la nación homogé-

nea. El principio de una plenitudo determinationis en el

interior del Estado, reconocido por Fichte por primera vez, fue

complementado por el principio de hegemonía en política ex-

terior, que desplazaba así el caduco principio de equilibrio

que había emergido de Westfalia. De hecho, Fichte también

dio este paso, pues su teoría de Centroeuropa ya era de he-

cho una teoría de la hegemonía de la Gran Alemania. Esta do-

ble aplicación de la omnideterminatio jurídica y de la hege-

monía internacional, posibilitadas ambas por la movilización

total de la nación, ha tenido como resultado las dos guerras

mundiales, y los fenómenos de totalitarismo que todavía nos

impresionan, tanto por su violencia, como por las justificacio-

nes de esta misma violencia. De hecho, estos fenómenos de

totalitarismo ya implicaban el intento, contradictorio, de cons-

truir un orden internacional nuevo, aunque con base en po-

deres nacionales. Fueron, por decirlo así, formas expansivas

imperialistas de autotrascendencia del Estado-nación. El eu-

EN TORNO A EUROPA 18

(2)

Es la tesis de Behemoth, Pensamiento y acción en el nacio -

nalsocialismo, de Franz NEUMANN, en FCE, México, 1983.

ropeísmo ario nazi y el internacionalismo bolchevique fueron

dos formas específicas de encubrir ideológicamente la crea-

ción de órdenes internacionales basados en poderes nacio-

nales. Fue el falso camino emprendido por el Estado-nación

hacia su autotrascendencia. Este camino imperialista y hege-

mónico se ha manifestado sin salida, desde luego, pero ha

dejado muy clara una lección: el Estado-Nación está obligado

a transcenderse. De ahí que los autores más lúcidos pudie-

ran hablar del fin del tiempo del Estado y atisbar nuevas for-

mas de ordenación espacial de la política. Pero en realidad

sería más preciso hablar de fin del Estado-Nación, con lo que

esto ha significado desde la Revolución francesa hasta la Se-

gunda Guerra Mundial.

II. AUTOTRASCENDENCIA Y COOPERACIÓN CONFEDERADA

Resumiendo: la deducción quid facti dice que el orden

promovido por el Estado-nación, cuando choca con las duras

realidades de la ordenación del mundo, muchas de ellas no

vinculables al espacio de la nación —como la economía, la

técnica, la seguridad, y ya antes la religión—, se muestra in-

capaz de generar un sistema político aceptable, y se embar-

ca en procesos de hegemonía, internos y externos. Para eso

precisa de regímenes totalitarios que, a la postre, son auto-

destructivos

(3)

. Este falso camino hacia la autotrascendencia

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA19

(3)

cf. Thomas ELLWEIN, Staatlichkeit im Wandel. Das Staatsmodell

des 19. Jahrhunderts als Verständnisbarriere, en Beate KOHLER-KOCH

(ed), Staat und Demokratie in Euro p a. Leske+Budrich, Opladen,

1992, pp. 73-82. Sobre el mismo argumento, Ernst B. HA A S, B e

se hizo abandonando las voces, llenas de cautela y de buen

sentido, de hombres como Kant, que reclamaron, ante la con-

ciencia de las nuevas realidades de la vida social, y entre

ellas la economía, la seguridad y la cultura, la substitución del

viejo sistema clásico de equilibrio de los Estados —de hecho

una guerra continua sin hegemonía— por el principio de coo-

peración entre los Estados. Esta propuesta, concretada en el

escrito Hacia la paz perpetua de 1796, abría el camino a la

formación de una confederación cooperativa de Estados, do-

tados de una misma base institucional republicana y de un

sentido claramente supranacional de la vida económica, mili-

tar, científica y cultural. Este sentido supranacional de la vida

se puede caracterizar como una sociedad civil abierta y cre-

cientemente integrada.

Esta propuesta kantiana se redescubrió y tuvo su segun-

da oportunidad cuando, hacia finales de 1944

(4)

, se sabía

que el final de la guerra implicaba el final del Estado nación

EN TORNO A EUROPA 20

yond the Nation-State. Functionalism and International Organization.

Stanford U.P. Stanford, 1964. Más reciente e importante, David

HELD, Democracy and the Global Order. From the Modern State to

Cosmopolitan Governance, Polity Press, Cambridge, 1995. Para una

explicación de los casos concretos, puede verse Adrienne HÉRITIER,

Christoph KNILL y Susanne MINGER, Ringing the Changes in Europe.

Regulatory Competition and the Transformation of the State. Britain,

France, Germany. De Gruyter, Berlin, 1996. Un artículo interesante

sobre el tema, el de Stanley Hoffmann, Obstinate or Obsolete? The

Fate of the Nation-State in the Case of Western Europe, en la re-

vista Daedalus, 95, 1996, pp. 869-915.

(4)

Para el argumento cf. Göran Therborn, European Modernity and

Beyond. The Trajectory of European Societies, 1945-2000. Sage,

London, 1995.

clásico, pero también el final del orden mundial basado en el

imperialismo europeo

(5)

. Ambas cosas iban íntimamente en-

trelazadas. El principio de hegemonía, desplazado desde Eu-

ropa hacia Estados Unidos, dejaba de tener vigencia radical

en el Continente y forzaba a estructuras de cooperación en-

tre los Estados europeos. Pero a su vez, demasiado cons-

cientes del modelo romano como para ejercer una forma clá-

sica de hegemonía de un solo país, los Estados Unidos

impusieron una alianza militar capaz de fundar un orden mun-

dial. Este orden, sin embargo, ya no se ejercía mediante co-

lonias y dominio político de territorios, sino mediante bases

militares y libertad de mercados. Los pasos iniciales hacia la

globalización del comercio tenían como contrapunto —y si-

guen teniendo— la ordenación geoestratégica de la tierra por

parte de Estados Unidos como garante.

Este nuevo orden mundial que se viene forjando desde el

final de la II Gran Guerra implica ante todo la ruina de la for-

ma de pensar el Estado clásico. Si la nación fue la forma en

que la soberanía del poder del Estado tomaba posesión de to-

dos los ámbitos de la vida social, el Estado postnacional que

se abre tras la II Gran Guerra coacciona la soberanía y condi-

ciona las decisiones que podía tomar el Estado-nación en los

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA21

(5)

Cf. Cf. los dos libros de E.H. CARR, Conditions of Peace, de

1942, y Nationalism and After, de 1945, ambos editados por Mac-

millan de Londres. En la misma línea David MITRANY, A Workin Pea -

ce System, London, Royal Institute of International Affairs, 1943, o

más recientemente, y recogiendo este momento histórico, Paul

RICH, The transformation of the European Ideal Since World War II,

en P. MURRAY y P. RICH (eds) Visions of European Unity, Oxford.

Westview Press, 1996, pp. 183-199.

diferentes ámbitos de acción social. Así por ejemplo, con la

formación de la OTAN, el Estado —desde consideraciones po-

líticas específicamente internacionales— desnacionaliza la

dimensión militar y la separa de sus exclusivas decisiones so-

beranas. Ahora, los tratados internacionales vinculan a los

Estados no sólo a la paz y a la guerra, sino a las dimensio-

nes de los ejércitos, las formas de despliegue, los objetivos

militares específicos, las formas de armamentos, etcétera, y

coaccionan a los gobiernos estatales en sus políticas do-

mésticas. Por mucho que se siga pensando la OTAN como un

tratado internacional clásico, hace mucho que ha dejado de

serlo para convertirse en un operativo militar de efecto direc-

to e inmediato sobre los Estados miembros. De esta manera,

el ejército se ha desnacionalizado y profesionalizado. La so-

beranía se ha adelgazado sobre la base de sus propias deci-

siones de alienar poderes en organismos internacionales. Pe-

ro es un mero eufemismo decir que esta soberanía que aliena

una parte de su exclusivo poder de decisión en instancias su-

pranacionales es la misma que aquella otra soberanía que se

pensó como omnipotencia decisoria sobre la vida nacional.

En todo caso, nadie podría asumir ni calcular los efectos que

se derivarían de una conducta regresiva en este ámbito. En

todo caso, la actitud de Francia en la crisis de Irak, regre-

sando a una política de soberanía absoluta —uso de derecho

de veto y refuerzo de su separación de la política militar de la

OTAN— está dictada por una melancolía del Estado-nación y

es especialmente miope, por cuanto confunde la posición de

potencia disuasoria por su armamento nuclear con la posi-

ción de potencia activa en el mundo. La primera es negativa

y tiende al aislamiento, la segunda es activa y fuerza a la co-

operación.

EN TORNO A EUROPA 22

No sólo militarmente se ha autotrascendido de forma coo-

perativa la soberanía de que disfrutó el Estado nación. Tam-

bién económicamente

(6)

. Los órdenes del capitalismo y del

Estado no habían unido sus destinos desde el principio. Al

contrario, configuraron subsistemas más bien independientes

y de distinto alcance, como queda claro en los relatos clási-

cos sobre el tema, como el cap. IX de Economía y Sociedad

de Max Weber. El capitalismo tuvo una dimensión internacio-

nal desde el principio, garantizada por el propio Estado como

mercado libre de bienes y capitales. Este hecho resultó deci-

sivo para la comprensión de la sociedad civil clásica europea

como algo diferente de la nación, una versión restrictiva de la

misma. La sociedad civil tenía títulos para resistir al Estado,

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA23

(6)

La noción de autotrascendencia es, desde luego, ambigua. No

quiere decir que el Estado-nación desaparezca o se arruine. Quiere

decir que tiene que alterar la forma de pensar su propia soberanía.

De otra manera: el Estado nación pierde en soberanía para poder

mantener e incluso aumentar su poder. Ambas cosas no son con-

trarias. En este sentido, se puede hablar, con A Milward, de una

“european rescue of the Nation-State”, como una reacción específi-

camente europea contra las fuerzas de la globalización, re a c c i ó n

que es explicable por la enorme fuerza del Estado nación. La Unión

sería así un ensayo anti-cosmopolita, cuya finalidad es impedir que

las estructuras y órdenes de las naciones europeas queden disuel-

tos en la globalización. Este efecto defensivo tendría la creación de

la ciudadanía europea, que rompe el continuo cosmopolita. La

prueba en contrario que da verosimilitud a este análisis se puede

encontrar en la ex Unión Soviética, que se mostraría incapaz de

poner resistencia al proceso de disolución en el mercado desinte-

grado de bienes mundiales. Todo esto es un índice de la fuerza

del Estado-nación, pero no quita fuerza a la tesis de que el Estado

Nación pasa a pensarse de otra manera. Cf. A. MILWARD, The Euro -

pean Rescue of the Nation-State, Routledge, London, 1992.

la nación no. Las diferentes escuelas de la economía nacio-

nal —diseñadas para fortalecer la economía de Estados atra-

sados como Prusia— forjaron la idea de que el Estado sobe-

rano debía basarse sobre una economía nacional, asfixiando

las visiones más internacionales del proceso capitalista. En

todo caso, el resultado de esta vinculación estrechísima de la

producción al destino del Estado-nación totalitario fue dramá-

tico. Baste recordar la forma en que usó el nazismo del capi-

talismo alemán o el derrumbe del aparato productivo en la

URSS, a todos los efectos un régimen imperial ruso con ex-

tremas coartadas ideológicas.

Pues bien, la estrategia tras aquella autodestrucción final

de 1945, consistió en retirar poco a poco el ámbito de la eco-

nomía de la soberanía del Estado nacional. Así surgió el Mer-

cado del hierro y del acero como resultado tangible de la II

Guerra Mundial. Con el tiempo, surgió la Comunidad econó-

mica europea y luego la Unión Europea con moneda única. El

Estado soberano puede consolarse diciendo que únicamente

delega parte de su soberanía a una instancia supranacional.

Lo importante es identificar qué consideraciones específica-

mente políticas, de orden epistemológico, le fuerzan a ello.

La soberanía del Estado que reconoce la naturaleza de las co-

sas en el ámbito económico, o en el ámbito militar, no es la

misma que la que reclamaba la omnipotencia absoluta del

Estado-Nación. Si el Estado regresara a una conducta de so-

beranía absoluta en este terreno, sabría que en todo caso no

tiene un aliado en la verdad de las cosas, en la naturaleza ob-

jetiva de los procesos económicos y geoestratégicos. En todo

caso, no hay que olvidar que esta segunda delegación de so-

beranía para asuntos económicos se dio sobre una Europa

EN TORNO A EUROPA 24

neutralizada militarmente. Esto es, sobre una Europa donde

ya no era posible la guerra, donde ya se había establecido un

Landsfriede. Sobre esta base, la economía pasaba a ser el

segundo territorio de cooperación supranacional, aunque el

primero en avanzar por ese camino hacia una nueva organi-

zación política.

III. LA UNIÓN EUROPA COMO COMUNIDAD ECONÓMICA

En los debates sobre la normatividad que subyace a la

Unión Europea hay acuerdo en relación con algo: si el mode-

lo de integración europea se hubiera mantenido en el ámbito

de la vida económica, la Unión Europea sería una federación

especializada de Estados, perfectamente tipificada y ordena-

da, y suficientemente constitucionalizada. Es la tesis de una

constitución económica neoliberal para la Unión Europea, que

han desarrollado sobre todo Mestmäcker

(7)

, Petersmann

(8)

,

S c h e rer

( 9 )

, Streit-Mussler

( 1 0 )

. Las bases de este modelo serían

las siguientes:

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA25

(7)

Ernst Joachim MESTMÄCKER, Zur Wirtschaftsverfassung in der

Europäischen Union, en Ordnung in Freiheit. Festgabe für Hans Will -

gerodt zum 70 Geburtstag, Stuttgart, 1994, pág. 263-292.

(8)

Ernst- Ulrich PETERSMANN, Grundprobleme der Wirtschaftsverfas -

sung der EG, en Aussenwirtschaft , 48 (1993), pp. 389-424.

(9)

Josef SCHERER, Die Wirtschaftsverfassung der EWG. Baden–Ba-

den, Nomos, 1970.

(10)

Cf. STREIT, Manfred y MUSSLER, Werner, The Economic Constitu -

tion of the European Community. From Rome to Maastricht. en Eu -

ropean Law Journal, 1. 1995, pp. 5-30.

1. Separación del mercado y del Estado. La Unión Euro-

pea sería un único mercado que se extiende a diferentes Es-

tados. Esta integración económica sería un fin norm a t i v o

e s p e c í f i c o con independencia de ser, a la vez, la forma es-

p e c í f i c a m e n t e europea de responder a los retos de la globa-

lización.

2. Para lograr este fin se promueve ante todo la descons-

trucción del Estado económico nacional, y se impulsa la lla-

mada integración negativa, lograda sobre la base de un mera

desregulación y la puesta en marcha de las cuatro libertades:

de comercio, de capitales, de bienes y de personas.

3. Esta integración aspira, sin embargo, a fines positivos,

como son la eficacia económica y la libertad individual por

medio de la libre competencia, el respeto estricto por la pro-

piedad privada y una legislación anti-cartel. De esta manera,

se conjuga eficacia y normatividad. Esto es, la Comunidad

Económica no es un mercado libre y autorregulado. “Es —co-

mo ha defendido Markus Jachtenfuchs— un orden normativo

que está constituido por un número de derechos legales y

que tiene que ser protegido contra los intereses egoístas de

los participantes en el mercado”

(11)

. En la medida en que se

debe propiciar la libertad y la eficacia del mercado, las inter-

venciones de los Estados miembros en este ámbito serán

drásticamente limitadas. La legitimación de este orden eco-

nómico, neutralizado respecto a la soberanía política, vendrá

EN TORNO A EUROPA 26

(11)

Cf. Democracy and Governance in the European Union. en An-

d reas FO L L E S D A L y Peter KO S L O W S K I (eds) Democracy and the Euro p e a n

Union. Springer, Berlin, 1998, p.51 ss

dada por valores internos a ese subsistema económico,

por el cumplimiento de su finalidad, o sea, de eficacia p l u s

l i b e rtad.

4. El Tratado de la Unión Europea es la mejor constitución

de este cuerpo supranacional y la Corte Europea de Justicia

sería la mejor protección de los derechos económicos de los

ciudadanos frente a las intervenciones oportunistas. Las sen-

tencias que emanan de esta Corte, o las que emanan del

Consejo de Ministros, son de efecto inmediato, directo y vin-

culante para los Estados miembros.

5. Esta constitución europea, destinada al subsistema

económico, no requiere atender a la seguridad interna o ex-

terna de los Estados, ni requiere identidad colectiva ni inte-

gración simbólica. Constituye un ámbito neutralizado respec-

to al Estado nacional, libremente decidido por el propio

Estado nacional. Sería una mera “Zweckverband funktioneller

Integration”

(12)

, con actividades de naturaleza técnica y orga-

nizadora, impulsadas por expertos sin legitimidad democráti-

ca directa, tal y como de hecho es la Comisión o el Banco Eu-

ropeo. Toda legitimidad democrática procede de los Estados

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA27

(12)

Es la tesis de Hans Peter IPSEN, autor de numerosas obras so-

bre la Unión, desde la Europäisches Gemeinschaftsrechts. Mohr,

Tübingen, 1972. Cf. además Europäische Verfassung-nationales Ver -

fassung, en Europarecht, 22, 1987, pp. 195-213. También Zum

P a r l a m e n t s e n t w u rf einer Europäischen Union, en Der Staat, 24,

1985, pp. 325-349. Finalmente Zur Exekutiv-Rechtsetzung in der Eu -

ropäischen Gemeinschaft, en Peter BADURA and Rupert SCHOLZ (eds):

Wege unf Verfahren des Verfassungslebens. Festchrift für Peter Ler -

che zum 65. Geburtstag. Beck, Munich, 1993, pp. 425-441.

miembros. En sí misma, al desvincular el sistema económico

del sistema político, esta Unión Europea no podría ni necesi-

taría ser democrática.

6. Para corregir fallos del mercado internacional, la Unión

requiere fuertes poderes supranacionales, pero en sectores

limitados. Para legitimar estos poderes y controlarlos podría

ser suficiente el Parlamento Europeo como representación

democrática supranacional, junto con los controles, sin duda

reforzados, de los parlamentos nacionales. Tendríamos así

una soberanía económica supranacional que afecta de forma

especializada al subsistema económico.

IV. LA IMPOSIBILIDAD TEÓRICA DE LA UNIÓN EUROPEA COMO

MERA COMUNIDAD ECONÓMICA

Hay dos descripciones alternativas de esta misma pro-

puesta. Una habla de ella como un intento de regular un sub-

sistema autónomo, el de la economía. La otra, más schmit -

tiana en su origen, habla de un proceso de neutralización.

Ambas son efectivas. La primera subraya las coacciones epis-

temológicas para autonomizar en un subsistema separado la

realidad económica. La última es una descripción más realis-

ta que la primera, como lo indica el hecho de que la autono-

mía del subsistema sólo se alcanza por una decisión de des-

rregulación y desconstrucción de la economía nacional. El

estatuto de subsistema autónomo se alcanza por consenso

entre los Estados pero, también, mediante su reconocimien-

to y autolimitación por parte del soberano. Este proceso no

EN TORNO A EUROPA 28

es sólo un mero ejercicio de la voluntad soberana, que se vin-

cula a su propia renuncia arbitraria, sino un ejercicio episte-

mológico de reconocer la naturaleza de las cosas, por el cual

el soberano identifica el principio de realidad: que él no pue-

de ordenar de forma absoluta y omnipotente los elementos

del mercado y de la vida económica.

Las bases teóricas de esta propuesta no re q u i e ren que

se acepte la ontología de la teoría de sistemas; antes bien

la niega. Justo por eso, con el consenso de crear una cons-

titución económica, no se impone también de forma nítida el

reconocimiento de los límites del subsistema económico.

Por decirlo de una manera clara: el Estado reconoce que de-

be transcenderse si quiere ordenar la esfera económica con

eficacia y libertad; pero con ello no ha aprendido, ni re c o n o-

cido también epistemológicamente, los límites de esta auto-

trascendencia. Si ha de ser sincero, no sabe a qué se com-

p romete con la renuncia a la soberanía económica. Éste es

el problema real de la Unión Euro p e a

( 1 3 )

. Este problema no

se plantearía desde la teoría de sistemas, que, como ha re-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA29

( 1 3 )

FR I T Z W. Scharpf, en un ar tículo de 1994, Community and Au -

tonomy: Multi-level Policy-making in the European Union, en J o u rn a l

of European Public Policy, 1. 1994, 219-241, en su página 226,

escribe que “no hay campo de nacional o subnacional competencia

que no pueda ser tocado por la medidas europeas para salvaguar-

dar las cuatro liber tadas básicas o para regular los pro b l e m a s

transnacionales. En un mundo crecientemente interdependiente, el

fin no puede ser por más tiempo la clara separación de esferas

de responsabilidad de acuerdo con el modelo del dual federalis-

mo”. Este modelo hablaría en favor de unas competencias exclusi-

vamente económicas para la Unión y todo lo demás para los Esta-

dos miembros.

conocido Habermas, choca con las intuiciones elementales

del tejido continuo de la vida social.

Ante todo, los propios partidarios de la constitución eco-

nómica y sus críticos están de acuerdo en una cosa: si no se

q u i e re que la constitución económica necesite legitimidad

democrática, entonces no se debe entrar en políticas re d i s-

tributivas. Por decirlo positivamente: “Sólo políticas re d i s t r i-

butivas necesitan legitimación democrática”

( 1 4 )

. Ahora bien,

si Europa ha de poner en práctica su propio arsenal de sa-

b e res y experiencias, ¿puede aceptar el Estado la posibilidad

de una regulación del mercado que garantice eficacia y liber-

tad sin que implique políticas redistributivas? Desde el co-

mienzo de la Comunidad económica, ¿acaso no hay una

t r a n s f e rencia continua de plusvalías hacia el mundo agrario?

¿Es posible que la Unión abandone de facto estas políticas?

¿Es posible dejar a la Unión la mera integración negativa, y

c a rgar a los Estados miembros con los retos de una integra-

ción positiva, siendo así que disponen de un espacio re d u c i-

do de decisión económica? ¿Para qué entonces se exige un

nivel de vida democrático para ser miembro de la Unión? Pe-

ro si esta exigencia es necesaria, resulta claro que la unión

es sensible a valores que están en la base de la vida demo-

crática, en toda su plenitud normativa, como la igualdad de

o p o rtunidades. ¿Pueden estos valores ser abandonados por

la Unión cuando son afectados por el libre despliegue de la

p ropia constitución económica?

EN TORNO A EUROPA 30

(14)

Markus JACHTENFUCHS, o.c. p. 54.

En suma, tanto por lo que implique regular la vida econó-

mica, como por lo que implique atender a los efectos socia-

les de esta regulación, la Unión Europea no será un mero sub-

sistema económico de límites precisos. Fijar estos límites no

es un acto natural, propio de un reconocimiento ontológico,

sino un acto de decisión fundado en elementos epistemoló-

gicos y en valores. ¿Pero una decisión de quién? Éste es el

primer problema del poder estrictamente europeo, pues no se

trata ya de la constitución por delegación de los Estados de

una soberanía europea parcial; si no de desplegar un poder

capaz de corregir los propios efectos de la integración nega-

tiva e impulsar una integración positiva.

Ésta es la cuestión decisiva de la nueva realidad de la so-

beranía que se abre camino en Europa ¿Quién ha de decidir

los límites de la transferencia de soberanía que los Estados

han proyectado sobre la Unión Europea? ¿Quién ha de deci-

dir lo que implica regular bien el mercado con eficacia y liber-

tad? La intuición más básica de la política, en la que se hizo

fuerte el Estado nacional, reconocía la potencialidad política

de todo fenómeno, y ante todo de los fenómenos económi-

cos. Esta continuidad de los fenómenos políticos, que puede

proyectarse a todo ámbito social, será inevitablemente reco-

nocida por el fragmento de soberanía de la Unión Europea

(15)

,

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA31

(15)

Para un análisis de este interesante concepto de “fragmento

de soberanía”, procedente de Jellinek, cf. José L. Villacañas, El es -

tado de las Autonomías. La previsión originaria y la realización del

modelo. En la Revista Valenciana de Estudios Autonómicos, n. 21,

Número extraordinario, Septiembre de 1997, pp. 93-123, donde

analizo las relaciones entre la UE, los Estados y las regiones auto-

nómicas dentro de los Estados.

que intentará expandir su ámbito de decisión con argumentos

epistemológicos y normativos. El tipo más básico de estos ar-

gumentos es: si los Estados piden de ella que regule bien el

mercado y X es necesario para esta tarea, entonces Europa

reclama el poder de X. Si reconocemos que la trama entera

de la vida social está afectada por la vida productiva y eco-

nómica, entonces, ¿dónde acaba el subsistema económico?

En una sociedad donde cualquier cosa puede ser satisfecha

por el mercado, ¿dónde se detendrá la des-regulación nacio-

nal del mercado? No nos dejemos llevar, pues, por las pala-

bras: des-regular es regular de otra manera, a otro nivel. Así,

la Comisión ha intervenido en mercados que no estaban pre-

vistos inicialmente, como el de la energía eléctrica y las tele-

comunicaciones. Pronto seguirá el turismo. Pero no tiene por

qué detenerse ahí. Por ejemplo: si para garantizar la libertad

y la eficacia del mercado es preciso unificar también el siste-

ma educativo, ¿tendrá la Unión competencias para hacer del

sistema educativo un ámbito de libre competencia, de efica-

cia y de libertad? La Unión Europea ha dicho que sí. Pero es-

to será imposible sin identificar el mérito de la misma mane-

ra. Pues no otra cosa que el mérito de un producto es lo que

reconoce el mercado. Las preguntas podrían multiplicarse a

partir de aquí y poco a poco veríamos que lo que empezó

siendo un asunto económico se aplica a todos los ámbitos de

la sociedad civil, porque no hay que olvidarlo: esa misma ca-

tegoría tiene una dimensión económica central. Todas esas

preguntas sugieren que, de considerar la Unión como un me-

ro soberano económico, se requieren continuas decisiones

para delimitar los límites de su soberanía. Pero una vez más

surge la cuestión: ¿decisiones de quién? Pues quien tenga la

competencia de decidir la competencia es desde luego el ór-

EN TORNO A EUROPA 32

gano del soberano. Como ha reconocido Neil MacCormick, “la

competencia en materia de competencia interpretativa es una

atribución del más alto tribunal de cualquier sistema norma-

tivo”

(16)

. Quien tome esta decisión no será el poder constitu-

yente —que quizás ni siquiera se ha identificado—, pero sí el

representante del poder constituyente en todo caso existen-

te. Pues, lo que resulta evidente, es que nadie puede impedir

que las instancias de la Unión hablen —y a veces decidan—

acerca de estos límites.

V. FRAGMENTOS DE SOBERANÍA

Por la misma lógica expansiva de la soberanía que ya co-

nociera el Estado-nación, éste teme, y con razón, que el frag-

mento de soberanía que ha entregado a la Unión Europea se

expanda igualmente con los argumentos epistemológicos ya

mencionados, que no tienen que sobrepasar la integración

funcional y económica —antes descrita—, sino sólo mirarla

más positivamente. Esto es, los fragmentos de soberanía, en

contra de cualquier otro tipo de fragmentos, siempre son de

naturaleza expansiva y es lógico presumir que lucharán entre

ellos por dominar la continuidad del cosmos de las cosas po-

líticas. La cuestión fundamental es que esa lucha será jurídi-

ca y basada en argumentos epistemológicos y normativos, y

no meramente de interés de los agentes, porque la Unión ha

sido declarada ya previamente un Landsfriede, un territorio de

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA33

(16)

Cf. Neil MACCORMICK, La sentencia de Maastricht: soberanía

ahora. En la Revista Debats, 55, 1996, pp. 25-30, aquí. p. 29.

paz, y porque se ha demostrado la voluntad de los poderes

soberanos tradicionales del Estado-nación de someterse al

principio de realidad.

Pues bien, el principio de subsidiaridad, aprobado en Lis-

boa en 1992, es el que pretende regular este combate de

fragmentos de soberanía entre sí. Su sentido es que la Unión

sólo actuará en aquellas cuestiones que pueden ser empren-

didas más efectivamente en común que por los Estados

miembros actuando por separado. En sí mismo, este princi-

pio es un cor rectivo radical del pensamiento básico del Esta-

do-nación tradicional. Fichte definió el modelo de tal Estado

como principio omnideterminationis . El principio de subsidia-

ridad reconoce que el Estado no puede ser una plenitudo de -

terminationis per se. Ahora sabe que determinadas cuestio-

nes no pueden ser resueltas en los términos de su propio

ámbito de soberanía y, por tanto, cuando éste sea el caso, ve-

ría justificada una transferencia de soberanía a la Unión. Sin

embargo, conviene ver las cosas con detenimiento. Más que

limitar el papel de la Unión, el principio de subsidiaridad in-

troduce un ámbito de racionalidad en ella que hace inevitable

su aplicación.

Naturalmente, por la demostración empírica de que ha-

blamos antes, la primera aplicación de este principio se rea-

liza en el ámbito de la economía. Por él se reconoce, como

hemos visto, que ni la economía nacional ni el imperialismo

es un buen sistema regulador del mercado. El narcisismo po-

lítico del soberano se reduce y reconoce que no es omnipo-

tente respecto del ámbito económico. Pero el principio de

EN TORNO A EUROPA 34

subsidiaridad va más allá y, con él, el soberano tradicional

viene a confesar impotencia epistemológica al declarar que

está dispuesto a transferir más soberanía a la Unión para so-

lucionar aquellos problemas que, todavía ignotos, sólo pue-

den resolverse en el ámbito de la Unión. Tenemos aquí un

principio formal que no se agota en ninguna aplicación y que

reconoce la naturaleza histórica de las cosas, su contingen-

cia y su limitada disponibilidad por parte del arbitrio humano,

por soberano que sea. No sólo se reconoce así la naturaleza

de las cosas económicas, sino también el ámbito específico

del tiempo histórico. Quizás con este movimiento, los pode-

res soberanos se ponen a la altura reflexiva de lo que el pro-

ceso moderno nos ha enseñado.

Por ejemplo: la crisis geoestratégica mundial sobrevenida

tras el hundimiento de la URSS pone a la Unión ante el pro-

blema de si se deben seguir entregando las relaciones inter-

nacionales al principio de la soberanía nacional o, bien, se ha

de aplicar el principio de subsidiaridad negativo: ya no pueden

ser resueltos sus problemas desde el Estado nación. Aquí

una vez más tenemos en Francia el caso más fuerte de nos-

talgia por el Estado antiguo. Pues mientras la Unión se con-

sideraba burlada por Marruecos, hasta el punto de amenazar

las relaciones globales con el reino vecino, Francia garantiza-

ba las mejores relaciones bilaterales con el reino alauita. Pe-

ro si la Unión quiere tener una regulación del mercado y de la

vida económica con libertad y eficacia, entonces no se puede

mantener una política internacional que impida este fin. Que

esto suceda, desde luego, muestra hasta qué punto la inte-

gración económica europea no es todavía suficiente para con-

siderarse en general perjudicada por la labor obstruccionista

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA35

de Marruecos. En la medida en que la política internacional

es otra forma de defender y desplegar los intereses econó-

micos, sólo tiene sentido como política nacional según la an-

tigua usanza en la medida en que la integración económica

europea sea reducida. Pero al mismo tiempo, esta política in-

ternacional, que a veces tiene aspectos neocoloniales, es la

mejor manera para que la economía europea resista la inte-

gración y genere ámbitos de capitalismo nacionales. La Unión

debería estar muy atenta a estos asuntos, que son los que

en verdad han diferenciado la posición francesa en la crisis

de Irak, diferencias que ponen en peligro la misma premisa

sobre la que se organiza la Unión: ser territorio de paz.

Pero regresemos del ejemplo. El principio de subsidiari-

dad es solamente el reconocimiento de que la batalla por los

fragmentos de soberanía, su reparto entre la Unión y los Es-

tados, estará permanentemente abierta en la Unión. El es-

quema de esta batalla puede ser el siguiente: la Comisión,

como fuente de iniciativa política y legal, con el derecho ex-

clusivo de iniciativa legislativa

(17)

, puede ordenar una regula-

ción determinada. Puede pasarla al consejo de ministros y lo-

grar un voto por mayoría positivo. Es más, puede usar el §90

EN TORNO A EUROPA 36

(17)

Para lo siguiente cf. Andreas FOLLESDAL, Democracy and the Eu -

ropean Union: Challenges, y Janne Haaland MATLÁRY, Democratic Le -

gitimacy and the Role of the Commision, ambos en Andreas FOLLES-

DAL y Peter KOSLOWSKI (eds) Democracy and the European Union.

Springer, Berlin, 1998, p.6. y 64-80. Todos estos trabajos están

basados en el importante colectivo reunido por N. NUGENT (ed), At

the heart of the Union. Studie of the European Commission. Mac-

millan, London, 1997. Con anterioridad el mismo autor había edita-

do el trabajo The Government and Politics of the European Union,

en la misma editorial y ciudad, en el año 1994.

del Tratado de Roma para pasar directivas sin la aprobación

del Consejo de Ministros. Como ha sugerido Matlàry puede

usar sus poderes formales o informales para “aplicar direc-

tamente políticas en los Estados miembros y puede emanar

directivas vinculantes en áreas políticas sobre la base de su

autoridad exclusiva”

(18)

. Esto puede aplicarse allí donde la

Unión tiene competencia exclusiva, como política comercial,

política agraria, unión monetaria, etcétera.

Como es lógico, este §90 es visto por los Estados como

la puerta abierta para el activismo comunitarista. De ahí que

fácilmente se opongan a su uso y no se muestren muy dis-

puestos a obedecer las normativas que proceden de él. En

caso de rechazo, la Comisión llamará a la Corte Europea de

Justicia, que casi siempre fallará a su favor, mostrando la le-

gitimidad por el argumento de la analogía entre políticas

aceptadas en el pasado por los Estados y las nuevas regula-

ciones. Así ha sucedido en el uso de la legislación sobre

competencia desde áreas clásicas a nuevas áreas como te-

lecomunicaciones, transportes, energía, etcétera. En este ca-

so, la Corte Europea de Justicia funciona como intérprete de

quién es el señor del tratado, Der Herr des Vertrages. Por lo

general, apelando al tratado de Roma, considera que lo es la

Comisión. De esta forma, la Corte es de facto el árbitro del

principio de subsidiaridad. Con ello, resultaría que los límites

del ámbito de intervención de la Unión están entregados a

una instancia de la Unión. De esta forma, el ámbito de sobe-

ranía estatal está entregado, negativamente, a la Corte de

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA37

(18)

Janne Haaland MATLÁRY, op. cit. en Andreas FOLLESDAL y Peter

KOSLOWSKI (eds) Democracy and the European Union; o.c. p. 71.

Justicia, que sería el auténtico poder del principio de sobera-

nía europea. Puesto que este poder de la Corte define com-

petencias, tiene casi efectos constitucionales. Sin duda, se

trata de una soberanía sui generis porque no tiene soberano

ni poder constituyente clásico, ya que la Corte forma parte de

los poderes constituidos. Funcionaría como una Corte Cons-

titucional que hace Constitución, no una que interpreta la

Constitución y el espíritu de su poder constituyente. Como re-

sulta claro, los gobiernos pueden apelar a sus propios tribu-

nales superiores constitucionales, que generalmente insisti-

rán en la doctrina de que el señor de los tratados es el pueblo

soberano de cada uno de los Estados miembros, por lo que

cada uno de los actores recurrirá a una instancia que consi-

dera máxima de “competencia sobre competencias”.

M a c C o rmick, en un artículo citado, se ha enfrentado al pro-

blema y ha llegado a algunas conclusiones que nos perm i t e n

avanzar en la interpretación del principio de subsidiaridad. La

primera es que la Unión de hecho está asentada en un siste-

ma jurídico plural. Quiere decir con ello que cada sistema, el co-

munitario y el nacional, tiene una máxima instancia. Pero en ca-

so de conflicto, como resulta de la hipótesis del doble sistema,

queda claro que “no todos los problemas jurídicos pueden ser

solucionados jurídicamente”. MacCormick sugiere que hay que

evitar que se produzcan estos encuentros, y que las soluciones

se hallan en la prudencia y en el juicio político previo que impi-

da plantear el problema jurídico de esta forma. Pues está cla-

ro que los tribunales nacionales no pueden abandonar “la re-

tórica constitucional” de la soberanía nacional, pero tampoco

pueden desconocer que ya no la tienen enteramente consigo.

EN TORNO A EUROPA 38

Esta situación de perplejidad no lo es tanto si reconoce-

mos que, en último extremo, el conflicto viene provocado por

un principio constructivo de la Unión, el de subsidiaridad, que

establece que hay dudas acerca de lo que sea ámbito de in-

tervención comunitaria y ámbito de intervención exclusiva na-

cional. Y por lo tanto, que el problema de la soberanía, como

decisión última, ya no se plantea a la manera antigua, a todo

o nada, sino que se vincula a políticas dadas y a decisiones

concretas. La mera realidad del conflicto, y la del principio

que lo permite, es la garantía de que ya se ha entrado en una

lucha de fragmentos de soberanía. Esto implica reconocer

que la Unión hace pie en poderes soberanos finalmente pro-

pios, por mucho que en su origen hayan sido transferidos por

los Estados miembros. Y la cuestión está en que el uso de

los poderes soberanos delegados escapa, como siempre, a

los límites iniciales de la delegación, porque crea dos sujetos

últimos —dos sociedades perfectas— con interpretaciones

alternativas de esos límites.

La perplejidad es radical y contradice nuestros esquemas

políticos. “La Unión ha sido dotada por los Estados miembros

con derechos soberanos que ahora ejerce en lugar de ellos,

pero con el mismo efecto, concretamente con efecto domés-

tico directo. Aunque no sea por ella misma un Estado, ejerce

poderes soberanos tales como los que tradicionalmente sólo

ostentaban los Estados”, dice Dieter Grimm

(19)

. La paradoja

no reside en este pacto de transferencia. La perplejidad sur-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA39

(19)

Dieter GRIMM, ¿Necesita Europa una Constitución? en Debats,

55, 1996, p.8.

ge de que los Estados miembros quieran seguir siendo sobe-

ranos para interpretar los derechos soberanos concedidos a

la Unión. Por eso, con sentido, Grimm ha sugerido que lo que

precisa regulación y legalización es el poder soberano, caiga

del lado de quien caiga. Esto implica una constitucionaliza-

ción de los dos fragmentos de soberanía que tenga en cuen-

ta su ajuste. Esto no se ha logrado en la Unión. Ni hay un sis-

tema jurídico único que permita apelar a una instancia

máxima para decidir en cada caso quién es el poder sobera-

no en una política, ni la Unión Europea tiene una Constitución

en el sentido estricto del término, ni se han previsto bien los

ajustes entre los dos centros de decisión. Ni la Unión es un

sistema jurídico absoluto, ni, por la misma razón, las Consti-

tuciones nacionales son sistemas jurídicos autorreferencia-

les, ya en el sentido clásico. Resulta claro que los tribunales

nacionales deberían ahora referirse a los europeos y vicever-

sa. Pero no hay poder superior, ni ordenamiento constitucio-

nal que regule justamente estas relaciones. Tenemos así el

regreso a categorías políticas pre-modernas. El ejercicio de la

prudencia no se basa en un cuerpo de legalización de las ta-

reas. En la medida en que la legitimidad moderna sea la ate-

nencia a una legalidad, en el subsuelo de la Unión se disfru-

taría de una legitimidad a-legal, que la introduce en un

continuo proceso constituyente. Esta legitimidad a-legal podrá

ser sustituida por una legitimidad material de naturaleza epis-

temológica: funcionará en la medida en que la paulatina inte-

gración produzca efectos positivos sobre las poblaciones.

EN TORNO A EUROPA 40

VII. DOBLE ASIMETRÍA COMO DESCRIPCIÓN EMPÍRICA DE LA

REALIDAD EUROPEA

( 2 0 )

Resulta muy claro que la índole de los debates que en es-

tos momentos se mantienen en la Unión son genuinamente

constitucionales. Afectan al papel del poderes como el legis-

lativo, el judicial, el ejecutivo y los roles de tribunal constitu-

cional, por un lado, y su legitimidad democrática por otro, esto

es, su anclaje en algo que pudiera ser un poder constituyente

legítimo. Michael Nentwich ha podido decir, consiguientemen-

te que “el momento de elección constitucional para una Eu-

ropa democrática ha llegado”

(21)

. Esto es lo que al parecer se

pretende cumplir con la Convención Europea. Como es sabi-

do, estos problemas afectan a dos cuestiones básicas que

tienen que ver con el doble frente de soberanía que en la

Unión se abre: con la legitimidad democrática de la Unión y

con su definición institucional. En el fondo, ambas dimensio-

nes pretenden regular las relaciones entre la Unión, los Esta-

dos y las poblaciones. Sistematizar el cuerpo de problemas y

de propuestas que esto plantea es más bien una tarea com-

plicada, que aquí sólo podemos introducir.

Por un parte está el debate acerca de la organización in-

terna de la Unión. Por otra, el debate sobre las relaciones con

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA41

(20)

En realidad se trata de una triple asimetría, según el cuadro

siguiente:

Integración: positiva negativa

Instancia: estatal supraestatal

Democracia: completa incompleta

(21)

NENTWICH, o.c. p. 104.

los Estados y poblaciones. Ambos debates tienen un deno-

minador común: aumentar la legitimación democrática de la

Unión, tanto a efectos de transparencia institucional y publi-

cidad, como a efectos de responsabilidad democrática. De

hecho, sólo donde hay transparencia puede exigirse respon-

sabilidad. Pero sólo donde hay una precisa institucionaliza-

ción son posibles ambas cosas. En suma, se trata de man-

tener activas las formas fragmentadas de soberanía europea:

una transparencia y responsabilidad de las instituciones eu-

ropeas como tales. Pero responsabilidad ¿frente a quién?

¿Frente a un hipotético pueblo europeo, todavía inexistente,

pero ya representado en instituciones, o frente a los pueblos

de los Estados miembros, sólo parcialmente soberanos? El

déficit democrático estructural reside en que las instituciones

de la Unión deberían ser responsables ante instituciones eu-

ropeas de control, forjadas sobre una opinión pública europea

como pueblo, que es inexistente; mientras que sólo son res-

ponsables ante los pueblos de los Estados y sus gobiernos,

que sin embargo, aunque existen, ni tienen poder para impo-

nerse inmediatamente en las decisiones de la Unión, ni han

alterado por igual sus constituciones a efectos de controlar

este nuevo poder.

El trabajo de relacionar entre sí las instituciones de la

Unión es un trabajo indudablemente constitucional. Trata de

regular y legalizar los trabajos de las diferentes instancias.

Como la Unión es por definición un fragmento de soberanía,

y como tiene razones funcionales en su origen, cada uno de

los elementos de la Unión puede reclamar formas específicas

de relaciones institucionales. Así, la Unión económica y mo-

netaria requeriría un proceder de cooperación entre la Comi-

EN TORNO A EUROPA 42

sión y el Parlamento distinto del que se requeriría para la

Unión Schengen, o para la Unión Militar. A su vez, una cosa

serán las materias legislativas del Consejo de Ministros y

otras las materias ejecutivas. Para las primeras, se deberían

llegar a la codecisión entre Parlamento y Consejo, y en las úl-

timas sería necesaria la consulta. A su vez, según los tipos

de leyes habría normas para específicas formas de mayorías.

En todo caso, esta constitucionalización de las relaciones en-

tre Consejo y Parlamento opera con el modelo del bicamera-

lismo

(22)

. El Consejo sería el órgano de representación de los

Estados miembros y sus pueblos (un Senado Europeo al es-

tilo alemán), y el Parlamento una casa de los representantes

de los pueblos o del Pueblo Europeo. Esto implicaría una en-

mienda al Artículo 189bECT. Como ha dicho el grupo de tra-

bajo Europäische Strukturkommission, este sistema podría

ofrecer suficiente base de legitimidad a la Unión

(23)

. Sin em-

bargo, este bicameralismo sería siempre imperfecto, porque

la iniciativa legislativa corresponde a la Comisión, que no tie-

ne obligación jurídica de atender los requerimientos del Par-

lamento al respecto. Mientras esto suceda, el poder de la

agenda lo sigue teniendo un cuerpo de burócratas sin res-

ponsabilidad política. Por mucho que exista amplio consenso

para mantener este derecho en la Comisión, como medio pa-

ra evitar la confusión de instancias directoras de la Unión, en-

miendas al artículo 138b(2) han sido sugeridas para que la

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA43

(22)

Cf. Michael NE N T W I C H, The Eu Interg o v e rnmental Confere n c e

1996/97, en Andreas FOLLESDAL y Peter KOSLOWSKI (eds) Democracy

and the European Union; o.c. p. 86.

(23)

Cf. Europäischen Strukturkommision, en W. WEIDENFELD (ed): Eu -

ropa’96. Reform p rogramm für die Europäische Union. Strategien

und Optionen für Europa, Verlag Bertelsmann Stiftung, 1994.

Comisión tenga que responder obligatoriamente a las iniciati-

vas del Parlamento

(24)

.

Pero la constitucionalización de estas tareas no implica la

transparencia ni la genuina responsabilidad de las mismas.

Por ejemplo, aunque reguladas y simplificadas, las reuniones

del Consejo siguen siendo casi siempre secretas, no se in-

forma del número de votos de mayorías cualificadas, no hay

acceso general a las minutas, y sólo se dispone de un códi-

go de conducta que, sin embargo, no es jurídicamente vincu-

lante

(25)

. Un reglamento de publicidad parece necesario como

base de exigencia de responsabilidades, pues forjaría un de-

recho de los ciudadanos de la Unión a la información sobre

materias de la Unión. Sólo así se daría sentido a la ciudada-

nía europea que se introduce en Tratado de la Unión Europea.

Finalmente, para cerrar la constitucionalización de la

Unión, diferentes grupos de trabajo han exigido concretar el

principio de subsidiaridad, mediante una división de compe-

tencias que no sea ambigua. En principio, el juego del artícu-

lo A del TEU y el 3b de la ECT no decide nunca la cuestión,

como ya vimos. Europäische Strukturkommission ha abogado

EN TORNO A EUROPA 44

(24)

En el F. HERMAN Second Report of the Committee of Institutio -

nal Affairs on the Constitution of the European Union, Parlamento

Europeo, 203.601/endg.2. A3-0064/94, 9 Febrero de 1994, se re-

comienda que se distinga entre leyes ordinarias y leyes constitucio-

nales. La iniciativa para las últimas podría proceder del Parlamento,

del Consejo, de la Comisión o de cualquier Estado miembro, mien-

tras que las leyes ordinarias deberían ser propuestas sólo a inicia-

tiva de la Comisión.

(25)

NENTWICH, o. c. 92-93.

por una listado de competencias, un Kompetenzkatalog, que

incluyese principios para transferencias ulteriores y para su

ejercicio. Naturalmente, toda nueva transferencia sería ratifi-

cada por todos los Estados. Sería así un paso más hacia la

federalización, con políticas de “o...o”. Lo que no esté aten-

dido a nivel nacional lo estará inequívocamente a nivel euro-

peo

(26)

. El grupo European Constitutional Group, más cons-

ciente de lo que se juega, disputa a la Corte Europea de

Justicia la decisión acerca del principio de subsidiariedad y

propone la revisión de sus sentencias por una Union Corte of

Review, formada por jueces nacionales representativos que

de esta forma se instituiría como verdadero tribunal constitu-

cional europeo confederal

(27)

.

Todas estas opciones buscan esencialmente una consti-

tucionalización de la Unión. Su aspiración es la de abolir el

déficit democrático mediante la construcción de un supraes-

tatalismo democrático que se inspiraría en la estructura nor-

mativa de un Estado federal, con sus cuatro requisitos de

congruencia entre súbditos y ciudadanos, su identificación

con el régimen hasta el punto de aceptar triunfos de mayo-

rías, la reversibilidad de las políticas y la responsabilidad de

los gobernantes en la reelección

(28)

. Este Estado federal se

basaría en un compromiso entre un Estado un voto y un ciu-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA45

(26)

Europäischen Strukturkommision, o.c. p. 17.

(27)

European Constitutional Group (ECG): A proposal for a Euro -

pean Constitution. A Report. Diciembre de 1993.

(28)

cf, Michael ZÜRN, Úber den Staat und die Demokratie im eu -

ropäischen Mehre b e n e n s y s t e m, en Politische Vi e rt e l j a h re s s c h r i f t,

37, 1996, pp. 27-55, aquí 38ss.

dadano un voto, y una lista de competencias según el criterio

de “o...o”, esto es, sobre una soberanía fragmentada de for-

ma rígida. Para ultimar este perfil se podría dar más compe-

tencias de control y transparencia al Parlamento europeo, ele-

gir con voto directo europeo al presidente de la Comisión, y

obligarle a ser responsable ante el Parlamento —que, sin lle-

gar a tener capacidades legislativas, dejaría de ser una mera

Asamblea— de las iniciativas que propone al Consejo antes

de someterlas a su aprobación. La aspiración de esta tenden-

cia es que ese supraestatismo sea democratizado

( 2 9 )

. El choque

central para esta tendencia es que no se cumple, y es difícil q u e

lo haga, una de las condiciones para esta constitucionalización

i d e a l

( 3 0 )

, a saber, la existencia de una opinión pública euro p e a

como poder constituyente continuo de control.

Cada una de estas operaciones de federalización es con-

testada por otras contrarias destinadas a reconducir la Unión

a los poderes nacionales que han delegado en ella parte de

su soberanía, y así reducir los mecanismos de control, trans-

parencia y responsabilidad a los propios sistemas de garan-

tías de los Estados, como parlamentos y tribunales constitu-

cionales internos. Su opción, por tanto, tiende a hacer

desaparecer la dimensión supraestatal y reducirla a mera co-

operación internacional o a lo sumo confederal. Y esto por

EN TORNO A EUROPA 46

(29)

Cf. Sverker GUSTAVSSON, Double asymmetrie as normative Cha -

llenge, en Andreas FOLLESDAL y Peter KOSLOWSKI (eds) Democracy and

the European Union. o.c. p. 110-111.

(30)

Cf. el trabajo de Knut MIDGAARD, The Problem of Autonomy and

Democracy in a Complex Polity. the European Union, en Andreas FO-

LLESDAL y Peter KOSLOWSKI (eds) Democracy and the European Union.

o.c. p. 191.

dos opciones diferentes. La primera —nacionalistas cívicos—

por reconocer que, aunque fuese deseable un pueblo euro-

peo, los únicos poderes constituyentes siguen democrática-

mente vinculados a los pueblos de los Estados. La segunda

—nacionalistas étnicos y de otro tipo—

(31)

, porque indepen-

dientemente de que sea posible democratizar la dimensión

supraestatal de la Unión, con los mismos o análogos criterios

del Estado-nación, no se considera deseable tal operación.

En cualquiera de los dos casos, no se ve factible o deseable

la condición de una verdadera Europa Federal, un electorado

europeo con su opinión pública.

Ante esta situación, estamos en un círculo. Para que exis-

tiera un electorado europeo se tendrían que fortalecer las di-

mensiones supraestatales de la Unión. Pero como la Unión

todavía no está plenamente democratizada, este refuerzo ten-

dría que hacerse no sólo a costa de los Estados sino a costa

de nuestras creencias normativas. De esta forma, los Esta-

dos miembros se sienten autorizados, por ser más cumplido-

res de la normatividad democrática, a no ceder más poderes

a la Unión, retirando la dimensión supraestatal siempre que

sea posible. Pero con ello, la Unión no podrá democratizarse,

ni podrá solicitar la visibilidad que le llevaría a un electorado

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA47

(31)

Uso así la distinción entre “conservative Euro-sceptics”, que

piensan la nación casi en términos étnicos y comunitaristas, y los

“civic nationalists” que vinculan de forma republicana el patriotismo

y la participación democrática, propia de la tradición francesa. Cf.

R. BELLAMY y D. CASTIGLIONE, The normative Challege of a European

Polity: Cosmopolitan and Communitarian Models Compared, Critici -

sed and Combined. En Andreas FOLLESDAL y Peter KOSLOWSKI (eds)

Democracy and the European Union. o.c. p. 255.

europeo

(32)

. Resulta claro que de esta situación sólo se pue-

de salir por una política que haga tan democrática como sea

posible las decisiones del nivel de Unión y tan estrecho como

posible el control de los Estados miembros sobre las instan-

cias de la Unión. Esta situación se ha dado en llamar por Gus-

tavsson y otros un preservacionismo reflexivo de la situación

asimétrica actual, mediante una política de “piecemeal social

engineering” lejos de planteamientos utópicos. Su presu-

puesto es desde luego la mutua compatibilidad [mutual com-

patibility] entre la Union y los Estados, de tal manera que se

propongan medios mutuamente aceptables para la realiza-

ción de las funciones a cada nivel

(33)

.

La ventaja de esta posición es que no ideologiza ni la eli-

minación ni el mantenimiento de soberanía, ni funda una con-

federación ni funda un Estado federal con sus fragmentos de

soberanía definidos. Como ha dicho Sverker Gustavsson, si-

EN TORNO A EUROPA 48

(32)

Fritz W. SCHARPF, en el artículo citado de 1994, Community and

Autonomy: Multi-level Policy-making in the European Union, en Jour -

nal of European Public Policy, 1. 1994, 219-241, en su página

220, escribe: “[Mientras] la Comunidad carezca de legitimación de-

mocrática, las razones normativas hablan contra la rápida disminu-

ción de los poderes de los gobiernos [de los Estados]. En la au-

sencia de medios de comunicación europeos, de partidos políticos

europeos, y de procesos genuinamente europeos de formación de

la opinión pública, la reforma constitucional no puede, por sí mis-

mas, superar el presente déficit democrático en el nivel Europeo.

[...] A corte plazo, en cualquier caso, extender los poderes legislati-

vos y de control del Parlamento Europeo podría tornar el proceso

de decisión europeo, ya de por sí demasiado complicado y durade-

ro, aún más molesto”.

(33)

SCHARPF, art. cit. p. 225.

guiendo a Scharpf

(34)

, la doble asimetría, basada en el esca-

samente democrático supraestatismo provisional y Estados

democráticos pero ya no soberanos, podría ser preferible a

sus alternativas abolicionistas de cualquier parte. En térmi-

nos kantianos, podríamos decir que hay razones prudenciales

y políticas para afirmar que los déficit democráticos de la

Unión forman parte de la lex permissiva, y constituyen ex-

cepciones justificadas de una interpretación exigente de la

normatividad real de nuestra vida política.

VII. EUROPA COMO BUND

Sea como sea, no parecen verdaderos los argumentos de

la Corte Suprema Alemana cuando considera que la Unión tie-

ne poderes soberanos, pero delegados por los Estados, de

tal manera que el uso de estos poderes tiene que ser, res-

pecto a la propia constitución de los Estados, marginal, pre-

decible y revocable

(35)

. Este carácter provisional del supraes-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA49

(34)

SCHARPF, Democratic Polity in Europe, en European Law Journal,

2. 1996, pp 136-155. En este artículo, Scharpf se opone a una re-

nacionalización de la Unión, pero confiesa que una estrategia de

democratizar la Unión llevaría a unos resultados inaceptables.

(35)

Para una interpretación de la sentencia de 31 de diciembre de

1992 como difícilmente exenta de trucos jurídicos, cf. Thomas W.

POGGE, How to Create Supre-national Institutions Democratically. So -

me Reflextions on the European Union’s “Democratic Deficit”, en

Andreas FOLLESDAL y Peter KOSLOWSKI (eds) Democracy and the Euro -

pean Union. o.c. p. 162-168. Pogge, como en casi todas sus pro-

puestas, apuesta por el referéndum como forma de construir su-

praestatalidad. Aquí, defiende que se debería haber reclamado en

tatalismo no es de recibo cuando se ha conformado el Banco

Europeo, que no es marginal, ni revocable en el sentido fuer-

EN TORNO A EUROPA 50

referéndum al pueblo alemán la aceptación de las enmiendas a la

Ley Fundamental que implica Maastricht, así como el ingreso a la

Unión. Cabe recordar que la Constitución de los Estados Unidos no

se hizo con elecciones directas en los Estados, sino mediante vo-

taciones de políticos elegidos para el propósito. cf. para este pro-

pósito, Anti-federalist paper and the Constitutional Convencion De -

bates, edited and with an Introduction by Ralph KETCHAM, Mentor

Book, New York, 1986. pp. 12-14. En este sentido, la constitución

americana fue ratificada, no votada. La clave de todas las propues-

tas de Pogge reside en que el propone “una elite de tercer orden

de tomas de decisiones cuyas deliberaciones y decisiones sean

completamente públicas” (o.c. p. 170). Ellas se encargarían de

mostrar cómo se podrían hacer efectivas decisiones de segundo or-

den que hicieran más democráticas las instituciones de la Unión.

Todo el argumento de Pogge es una petición de principio en este

sentido: supone que ya existe una opinión pública que puede se-

guir los debates de las elites de tercer orden, y supone que ya es-

tán tomadas las decisiones acerca de dominio y fines y procedi-

mientos de la Unión, o que al menos se pueden definir de forma

transparente mediante estos debates completamente públicos. Pero

si se cumpliera la premisa, y hubiera un pueblo europeo constru-

yendo opinión pública, entonces la opción por un Estado federal

que se asentara en un uso claro del principio de subsidiaridad se-

ría simple e inmediata. Naturalmente, los argumentos de Pogge

son muy útiles cuando se introducen en contextos de lo que he-

mos llamado un preservacionismo reflexivo. La posibilidad de conci-

liar el principio de subsidiaridad y el principio de cooperación dis-

crecional (o.c. p. 176), que vincula sólo a un grupo de Estados

m i e m b ros, es muy interesante y va en la línea de una org a n i z a c i ó n

informal de lobbies de Estados que simplifican el juego político de

la Unión. Así el listado de cuestiones que luego pueden ser cuida-

dosamente gestionadas desde el principio de subsidiaridad, es muy

útil. Se trataría de preguntar a los ciudadanos en un referéndum

múltiple, de sí o no, si están de acuerdo en que la Unión inter-

venga en estas cuestiones: derechos básicos, justicia económica,

te de la palabra, aunque sea altamente predecible. A los Es-

tados no les está concedido retirarse del Banco Europeo co-

mo si se retirasen del acuerdo internacional sobre limitación

de la pesca con volandas. La única manera de impedir que

esta situación escape a todo control, y se imponga con la ro-

tundidad de los procesos irreflexivos, es que las oportunida-

des de verdadera política se lleven al límite en los dos nive-

les, en el germen supraestatal y en el momento estatal.

Puesto que nos vemos obligados a una política de legitimidad

limitada, reforcemos aquellos lugares donde la normatividad

democrática se ejerce, hasta alcanzar niveles genuinamente

compensatorios del déficit global del sistema. El reto no es

sólo de los Estados, ni sólo de la Unión. Es el reto de la po-

lítica. No se trata tanto de modelos perfectos, como el que

nos ofrece Pogge, sino de intervenir en procesos que, por

principio, no pueden ser pensados como si poseyeran un te-

los unitario y necesario. Cada paso debe ser tan humilde co-

mo sea necesario para avanzar en una integración sin conse-

cuencias negativas. Pues ningún paso decidirá ni el regreso a

la mera confederación ni la llegada al Estado federal. Como

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA51

migración intraeuropea, comercio e inversiones intraeuropeo, siste-

ma europeo financiero, sistema de medio ambiente europeo, coo-

peración de seguridad y política exterior -teniendo relaciones diplo-

máticas con los países extraeuropeos y firmando pacto con otros

Estados, etcétera. Naturalmente, esto no significa que se entregan

estas competencias absolutas. Al contrario, estarían sometidas al

principio de subsidiaridad. Además, el resultado de todo esto esta-

ría sometido a un referéndum de segundo orden por el que se afir-

mará o se rechazará formar parte de la Unión que saliese de ese

referéndum de primer orden. De esta forma, en este segundo refe-

réndum se establecería el dominio europeo (o.c. pp. 177-8).

ha dicho Andreas Follesdal, “La Unión Europa no llegará nun-

ca a una federación completa”

(36)

. ¿Pero entonces a qué lle-

gará y que es la Unión Europea? ¿No existe en la teoría cons-

titucional nada parecido a su modelo?

Cuando reflexionamos con Habermas sobre las bases nor-

mativas últimas que se encierran en la categoría del poder

constituyente, reconocemos que la soberanía popular es útil

porque permite conciliar el principio de la autonomía perso-

nal, con sus intuiciones acerca de la dignidad persona huma-

na, con la categoría de la autonomía pública. Cuando mira-

mos la Unión, nos damos cuenta de que esta convergencia

de instancias se ha escindido en su funcionamiento, de tal

manera que, ni siempre se respeta el principio de un hombre

un voto, ni siempre se acepta el principio del Estado sobera-

no. Si hiciera valer la primera instancia, la Unión aspiraría a

ser un Estado federal. Si sólo hiciese valer la segunda, a una

Confederación. Pero no hace ni una cosa ni otra

(37)

. Así que

EN TORNO A EUROPA 52

(36)

Cf. Democracy and Federalism in the European Union, de An-

dreas FOLLESDAL en Andreas FOLLESDAL y Peter KOSLOWSKI (eds) Demo -

cracy and the European Union. o.c. p. 232.

(37)

Curiosamente, el principio de un hombre un voto, y por tanto,

la federalización de Europa disminuiría el peso de España en el

Parlamento Europeo. Repárese que, en 1995, con 40 millones de

habitantes tiene 64 escaños y 8 votos en el Consejo, mientras que

Alemania, con 81 millones, tiene 99 votos en el Parlamento y 10

votos en el Consejo. Esto es, entre Alemania y España no se cum-

ple en modo alguno la proporción 1/2 en los ámbitos de presencia

institucional y población. Conforme desciende la población de los

Estados, por lo demás, aumenta el valor político de cada habitante

de la Unión. Setenta mil habitantes tienen el peso de un escaño

no tenemos ni igualdad de derechos de los Estados ni igual-

dad de derechos de los ciudadanos. Pero si tuviéramos que

respetar las exigencias normativas últimas en toda su pleni-

tud, nos veríamos obligados a reconocer que los derechos de

los Estados se derivan de que ellos sí cumplen, en manera

suficiente, con el requisito de un hombre un voto; esto es, de

que ellos juegan con el principio de soberanía popular y de po-

der constituyente, de tal manera que, en la medida en que el

Estado se tome en serio a sí mismo, tendría que apostar por

una Europa federal o por una confederación. Pero en el mo-

mento en que se toma en serio la Unión, con este criterio,

choca con la imposibilidad de que la autonomía personal de

los europeos se traduzca en una autonómica pública por la

falta de la opinión pública como mediación comunicativa es-

pecífica de la soberanía popular. Así el círculo es vicioso:

cualquier intento de hacer de Europa un Estado federal, por

su propio principio obliga a hacer de Europa una mera Confe-

deración de Estados. Mas, por mucho que se quiera, este in-

tento choca con la realidad de que los Estados no tienen ya,

en la práctica, la soberanía con que se autoperciben sus po-

deres constituyentes. Así que se está en un impass: o se re-

nuncia a la categoría del poder constituyente soberano, o se

eleva un poder constituyente europeo. Naturalmente la Unión

no puede hacer ni lo uno ni lo otro.

Bellamy y Castiglione han podido decir, en este sentido,

que “se necesita algo así como un Revolución Copern i c a n a

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA53

en Luxemburgo, mientras que son necesarios ni más ni menos que

800.000 alemanes para un escaño, y 620.000 españoles.

en nuestros conceptos políticos tradicionales si hemos de

c o m p render la verdadera naturaleza de la Unión Euro-

p e a ”

( 3 8 )

. La única descripción de esta realidad es una mez-

cla compleja de elementos subnacionales, nacionales,

i n t e rg u b e rnamentales —confederales— y supranacionales

—federales—, que se relacionan de una forma ad hoc y se-

gún las materias en juego. En ella, la distinción entre pode-

res constituyentes y constituidos se rompe, porque aquí son

p o d e res constituyentes los Estados, que a su vez son po-

d e res constituidos, y porque, además, la propia Corte de

E s t r a s b u rgo puede tener efectos constituyentes, siendo un

m e ro poder constituido. La consecuencia es que se pro d u-

ce una realidad que es más propia del b r i c o l a g e que de la

a rquitectura, en frase de Bellamy y Castiglione, y que confi-

gura un statu quo de equilibrio justificable por su propio es-

tatuto.

¿ P e ro es así? ¿No existe una figura constitucional para

esta realidad? Si vamos a una de las teorías de la constitu-

ción más influyente, la que escribió el propio Carl Schmitt

en 1927, nos damos cuenta de que todos los rasgos empí-

ricos que hemos descrito en la Unión Europea cuadran per-

fectamente con la figura de una Federación, de un B u n d. Fe-

EN TORNO A EUROPA 54

(38)

Cf. R. BELLAMY y D. CASTIGLIONE, The normative Challenge of a

European Polity: Cosmopolitan and Communitarian Models Compara -

ed, Criticised and Combined. En Andreas FOLLESDAL y Peter KOSLOWS-

KI (eds) Democracy and the European Union. o.c. p. 255. De una

manera coincidente con los argumentos aquí dados, los autores

confiesan que “quien tiene la autoridad de tomar decisiones, acer-

ca de qué, para quien y cómo han llegado a ser cuestiones que no

pueden ser fácilmente contestadas”.

deración no es Con-federación, ni es Estado federal. Para

Schmitt la federación tiene una naturaleza antinómica inter-

na que es consustancial con ella, y que tiene su última ba-

se en el sencillo hecho de que, aunque fruto de un poder

constituyente, ella misma no tiene poder constituyente. Co-

mo la Unión Europea, la “Federación es una unión perm a-

nente, basada en libre convenio, y al servicio del fin común

de la autoconservación de todos los miembros, mediante la

cual se cambia el total s t a t u s político de cada uno de los

m i e m b ros en atención al fin común”

( 3 9 )

. Esa autoconserv a-

ción política y territorial implica una permanente pacifica-

ción, de tal forma que se abre camino una obligación in-

condicional de los Estados miembros a resolver sus

asuntos por la vía del dere c h o

( 4 0 )

. Por todo ello, el ingre s o

en una federación implica la re f o rma de la constitución del

Estado que en ella ingresa, y esto no necesariamente en el

sentido legal y positivo, esto es, en el ar ticulado de su car-

ta magna, sino en un sentido mucho más importante y cru-

cial, a saber, en “el contenido concreto de las decisiones

políticas fundamentales sobre el total modo de existencia

del Estado”. Esto es así porque ese pacto de entrada en la

federación no puede ser libremente denunciado, porque no

regula relaciones parciales mensurables. “Antes bien, un

Estado, por el hecho de pertenecer a la Federación, queda

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA55

(39)

Carl Schmitt, Teoría de la Constitución, v. e. Alianza, Madrid,

1982. p. 348. No cabe la menor duda de que esta tesis inicial se

acopla perfectamente a la Unión Europea. En lo que sigue, extrae-

ré los rasgos del modelo de Schmitt que cumplen esta característi-

ca.

(40)

O.c. p. 350.

i n o rdinado en un sistema político total”

( 4 1 )

. En este sentido,

Schmitt habla del pacto de federación como un pacto inte-

restatal de s t a t u s. De esta misma definición se nutren to-

das las antinomias de la federación. En efecto, es un pacto

i n t e restatal, pero de s t a t u s. Esto es: un pacto entre los Es-

tados que afecta a la creación de un s t a t u s. Entre los Esta-

dos de origen y el s t a t u s de resultado se da la antinomia

que vamos a desarrollar ahora.

La federación es una ordenación política permanente cre a d a

por un pacto constitucional que sólo puede ser acto de poder

constituyente. “El pacto federal auténtico es un acto del poder

constituyente”, dice Schmitt, quien, aun sin concretar a quien

c o rresponde dicho poder, sugiere que a los Estados pactan-

tes. Su contenido es propio de la federación y de cada uno de

los Estados miembros. Por eso no puede haber federación sin

una actuación de ésta que sea vista como injerencia por par-

te de los Estados miembros. La finalidad de la federación es

la autoconservación de los Estados, pero la federación aminora

su independencia. La federación parte de la autodeterm i n a c i ó n

de los Estados miembros, pero ella limita su propia autode-

t e rminación. Estas dos antinomias, respecto a la autocon-

s e rvación y la autodeterminación, dependen de otra estru c t u-

ral y política: que en la federación “coexisten dos clases de

existencia política”, la de la federación y la de los Estados. Este

dualismo de la existencia política, que implica la posibilidad de

que la federación dirija mandatos directos a los Estados

( 4 2 )

, con

EN TORNO A EUROPA 56

(41)

O.c. p. 349.

(42)

O.c. p. 361.

p recedencia para el derecho de la federación sobre el esta-

t a l

( 4 3 )

, es la esencia de la federación, y por eso ha de conducir

a muchos conflictos que necesitan ser resueltos. Como vemos,

aquí se describe bien la situación de la Unión Euro p e a .

Schmitt argumenta acerca de la necesidad de una repre-

sentación federal, que él sitúa en la asamblea de represen-

tantes de las unidades políticas que forman la federación. A

su servicio y dirección está un Consejo o Comisión no nece-

sariamente representativo, lo que no implica una exigencia ul-

terior de transparencia, responsabilidad y legitimidad. Institu-

cionalmente, por tanto, la Unión Europea no se distancia de

esa forma Federación. Pero lo decisivo es que la federación

no se organiza con una competencia “o…o” clara, y por tan-

to el conflicto es seguro. Aquí es donde Schmitt introduce la

reflexión más importante de toda su teoría política, por cuan-

to pone en cuarentena sus categorías más conocidas. Pues

soberanía era para Schmitt la capacidad de decidir en un con-

flicto existencial. Y sin embargo, la federación se ve en la pe-

culiar situación de tener una doble existencia política, y por

tanto no deja claro qué ha de pasar en caso de conflicto exis-

tencial. Ahora bien, cuál sea el caso de conflicto existencial,

sólo puede ser decidido por un pueblo que existe política-

mente, y que se eleva a soberano. Como aquí hay dos exis-

tencias políticas, “corresponde a la esencia de la federación

el que se mantenga abierta la cuestión de la soberanía entre

una (la federación) y otros (los Estados)”. En caso de conflic-

to existencial, entonces, naturalmente una de las dos exis-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA57

(43)

O.c. p. 362.

tencias políticas se eleva sobre la otra e impondrá su criterio.

Si vence la Federación, tenemos un Estado federal unitario

soberano; si vencen los Estados, tenemos una asociación

meramente supranacional que podrá diluirse a voluntad.

El argumento concluye por tanto que, en caso de conflic-

to existencial, la federación desaparece por un lado o por

otro. Frente a toda otra unidad política, cuya lógica final es po-

sibilitar la decisión soberana en un conflicto existencial, la fe-

deración es el único caso de forma política que tiende a evi-

tar dicho conflicto, si quiere subsistir. De ahí la extremada

importancia de la misma actitud de la federación ante la paz

y la guerra. Schmitt reconoce que esta conclusión tiene que

parecer una contradicción, sobre toda para su propia teoría

política. Pues si no hay conflicto existencial no se identifica al

soberano. Por el contrario, una federación sobrevive sólo por-

que no tiene necesidad de identificar al soberano. En efecto,

para que se mantenga el equilibrio del que depende la fede-

ración, garante de una vida plagada de antinomias, se tiene

que dar una condición que también hemos visto en la Unión

Europea, a saber, “que la federación no tiene un poder cons-

tituyente propio, sino que se apoya en el pacto. Cualquier es-

pecie de competencia para revisar los postulados de la fede-

ración no es, ya por eso, Poder constituyente”

(44)

. Esto es lo

que Europa sabe al dar a la Convención Europea un estatuto

casi de intergubernamentalidad.

EN TORNO A EUROPA 58

(44)

O.c. p. 361.

La posibilidad de que la forma política “federación” sub-

sista sin apelar a una soberanía unívoca depende, entonces,

de que no surja un conflicto existencial. Schmitt reconoce que

esto sólo es posible si la federación se organiza sobre “una

homogeneidad de todos sus miembros”

(45)

. Schmitt califica

esta homogeneidad con los adjetivos más fuertes posibles:

la ha llamado sustancial, y debe producir una coincidencia

concreta y fáctica de los Estados miembros. Pero finalmente,

con esa homogeneidad substantiva se apela a la homogenei-

dad nacional, aunque no sólo a ella. Haciéndose eco del pen-

samiento ilustrado de Montesquieu a Kant, se añade a la na-

cional la homogeneidad del principio político, expresamente

garantizado. Sin embargo, esta última es más bien secunda-

ria. Para Schmitt, en resumen, el conflicto existencial sólo

puede excluirse si tenemos una “población nacional homogé-

nea y orientada en el mismo sentido”, dotada de un “paren-

tesco efectivo”. Su otra conclusión, en sentido contrario, es

que no cabe homogeneidad allí donde se dan pueblos “de di-

versa estructura y de intereses y convicciones en colisión, cu-

yas singularidades efectivas encuentran en el Estado su for-

ma política”. Así las cosas, Schmitt condena en el fondo a la

federación. Por una parte, sólo donde existen Estados real-

mente diferentes tiene sentido pensar en la federación como

tal, pero allí es imposible; por otra parte, allí donde exista ho-

mogeneidad nacional políticamente activa, finalmente se for-

jará un Estado federal sin base federal; esto es, un Estado

con un único pueblo. La federación, por tanto, si se basa en

una homogeneidad nacional garantiza la exclusión del con-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA59

(45)

O.c. p. 356. Las notas ulteriores son de esta página y las si-

guientes.

flicto existencial de la misma manera que el Estado simple,

cuya forma en último término reclama.

Vemos así que Schmitt, al introducir el principio nacional,

como fuente sustancial de afectos, pertenencias, intereses y

convicciones, se ha vedado la posibilidad de pensar hasta el

final la forma de la federación. Al hacerla depender de una ho-

mogeneidad entendida en sentido nacional, ha encarrilado la

federación por la senda de la formación de un Estado-nación

de corte federal o unitario. Aunque Schmitt ha visto clara-

mente que la federación, en caso de existir, implica fuertes

equilibrios desde el punto de vista de la lógica democrática,

no ha sido capaz de pensar en otra homogeneidad diferente

de la nacional sustantiva. Es verdad que una federación vive

sin saber de forma totalmente clara cuál es el pueblo sobe-

rano, pero puede tener una homogeneidad de base y operati-

va. Ese concepto de homogeneidad que tiene en su base el

ideal de federación antes definido —en la plenitud de su an-

tinomia— no es suficiente para definir una nación, pero sí pa-

ra definir una estructura social donde los conflictos no se pre-

senten con ese grado de intensidad que hace de ellos

conflictos existenciales. Esta homogeneidad social, junto con

la homogeneidad político institucional de los Estados, junto

con la homogeneidad básica en la apelación a la paz cómo

base final de las relaciones políticas, puede ser suficiente pa-

ra garantizar la antinomia peculiar de la federación auténtica,

pues no llegará a la homogeneidad nacional, que impondría

un poder constituyente único, pero tampoco permitirá la

emergencia del conflicto decisivo. Como es evidente, la ho-

mogeneidad del principio político democrático, junto con la

homogeneidad de la paz, puede jugar aquí de forma autóno-

EN TORNO A EUROPA 60

ma respecto al principio de homogeneidad nacional. Con ple-

na lucidez, Schmitt insiste en que “en la misma medida en

que penetraba la democracia, se reducía la independencia po-

lítica de los Estados miembros”

(46)

. Por ello, allí donde se dan

las dos homogeneidades, la nacional y la política, el proceso

hacia la unidad de la federación resulta imparable, formando

un estado federal sin fundamentos federales, en el que “el

poder constituyente de la federación recae sobre todo el pue-

blo de la federación”, que ya es el único pueblo. Pero si sólo

se da la homogeneidad social y política, entonces la federa-

ción, políticamente homogénea, no formará una nación en

sentido sustantivo, ni la federación dará paso a un Estado fe-

deral, sino que continuará su vida políticamente dual.

Schmitt, al depender de un planteamiento sustantivo de la

nación, ha visto la federación como algo provisional. Allí don-

de es posible para él —donde se da homogeneidad fuert e — ,

es necesario que sea superada. Allí donde sería necesaria,

para regular el orden de Estados, no sería posible. Aquí es

donde su esquema, anclado en la noción de nación como ba-

se de la categoría de pueblo, y de poder constituyente, no

puede servir para pensar el presente y el futuro de la federa-

ción —Bund— europea. Pues en este presente se da un jue-

go divergente del principio de homogeneidad política y social

respecto a la homogeneidad nacional. Mientras que podemos

decir que hay una sociedad civil común europea, no podemos

decir que exista una nación europea. Por eso, el principio de-

mocrático y social excede los límites nacionales, pero no los

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA61

(46)

O.c. p. 368. Los entrecomillados siguientes pertenecen a la

misma página y a la 369.

suprime. Teje unos lazos de intereses y convicciones, de ins-

tituciones y métodos políticos, suficientes para superar toda

idealización de la nación, pero no para formar un único pue-

blo. Ese equilibrio de homogeneidad y heterogeneidad es tam-

bién una base suficiente para que se excluya el conflicto exis-

tencial, pero no lo será sin el apoyo de una política de

cooperación y de reducción de las sublimaciones de las per-

tenencias nacionales. Finalmente, ese equilibrio de la federa-

ción no reposa sobre el deus ex machina de la homogeneidad

nacional, sino sobre una administración de las tensiones en-

tre la homogeneidad democrática y social y la heterogeneidad

nacional, mediante una política máximamente democrática,

responsable y prudente en cada caso, que atienda los retos

de integración de una sociedad europea, bajos formas de cul-

tura política común que, en el límite puedan crear, sobre las

formas nacionales de existencia, una mínima opinión pública

europea, como ha defendido Habermas.

Para ello no es necesario una completa estatalización de

la Unión Europea, aunque sí mejorar al máximo su transpa-

rencia institucional y sus posibilidades de legitimidad demo-

crática. Esta debería ser la tarea de la Convención y así pa-

rece que ella misma la ha entendido, de seguir en pie las

declaraciones de su presidente [El País, 14 de enero de

2003]. En relación con esta exigencia democrática, es muy

posible que la Unión Europa no cumpla todos los requisitos

normativos que, de manera habitual, estamos acostumbra-

dos a asociar a la forma del Estado-nación. Pero ella tiene ba-

ses institucionales que no contradicen estas formas especí-

ficas y óptimas, sino que las incorpora per analogiam. Sin

embargo, el déficit que implica el razonamiento per analogiam

EN TORNO A EUROPA 62

queda ampliamente superado cuando nos damos cuenta de

la legitimación empírica, del quid facti, de la crisis insupera-

ble de la razón de Estado clásica basada en la idea de la Es-

tado-nación, con su poder constituyente nítidamente asenta-

do en la idea de pueblo. Lo fundamental del razonamiento por

analogía es que abre el horizonte histórico hacia una novedad

relativa reconocible, al tiempo que nos aleja de un pasado

histórico que nos resulta trágicamente irrepetible. De esta

manera, estoy a favor de una limitación del fundamentalismo

normativista sobre la Unión, y creo que es preferible una nor-

ma que rige por analogía, pero con suficiente apoyo de legiti-

midad empírica, que no a favor de una norma que en su pu-

reza desconozca las coacciones efectivas de lo fáctico, sobre

todo cuando eso fáctico, los Estados, tienen también su pro-

pia base normativa democrática inexpugnable.

De todo lo dicho, sin embargo, se desprende algo decisi-

vo. Es preciso hacer de la Unión un territorio de paz. Sin es-

te requisito, la Unión no podrá mantener el complejo juego de

sus ambigüedades. Pero esto significa dos cosas: es nece-

sario que la Unión se esfuerce por eliminar todos aquellos fo-

cos en los que la violencia es todavía la forma de intervenir

en la política. El IRA y la ETA son amenazas dirigidas al seno

mismo, al principio vital de la Unión. Segundo, es necesario

que la política internacional de los países de la Unión no pri-

vilegie las relaciones con terceros frente a las relaciones con

los demás países de la Unión. Pues la problemática de la paz

y de la guerra en las relaciones internacionales se entretejen

en un continuo de tensiones que van desde la presión hasta

la amenaza. La integración europea no necesita únicamente

la mera y negativa neutralización de la violencia, sino una po-

CRISIS DEL ESTADO NACIÓN Y CONSTRUCCIÓN EUROPEA63

lítica cooperativa en el terreno de la política internacional. No

debemos garantizar neutralidad a los Estados del Bund fren-

te a terceros, sino exigir cooperación y alianza y esto en to-

das las gamas en que se expresa la actitud diplomática ha-

cia terceros países. Lo que ha puesto de manifiesto la actual

situación de la Guerra de Irak es que, sin una atención ex-

presa hacia esta problemática, y una construcción de la coo-

peración internacional, el tejido de la paz comienza a deste-

jerse en su periferia. Sin embargo, no debemos olvidar nunca

que este tejido es muy sutil y que se desgarra exponencial-

mente a lo ya desgarrado.

EN TORNO A EUROPA 64

EL SUEÑO DE UNA EUROPA

DE LOS PUEBLOS: EL DILEMA ENTRE

IDENTIDAD Y DIVERSIDAD

Diego Sánchez Meca

Catedrático de Filosofía, Universidad Nacional de Educación a Distancia

(UNED)

I. DOS RETOS PARA LA CONSTRUCCIÓN DE EUROPA

Desde un punto de vista político, la idea de Europa como

unidad de naciones sigue encontrándose todavía hoy ante un

doble desafío: uno externo, constituido por la presión cre-

ciente y cada vez más determinante del proceso de globali-

zación; y otro interno, representado por la resistencia de los

Estados que la componen a ceder cuotas importantes de su

soberanía en detrimento de su propia independencia, identi-

dad y capacidad de autodeterminación.

Tal vez ha sido el primero de estos desafíos el estímulo

más decisivo para avanzar en la construcción actual de Euro-

pa. Pues la globalización ha obligado a las naciones europeas

a unirse —aun no queriéndolo expresamente— por la nece-

sidad apremiante de disponer de un ámbito supranacional de

intervención y de acción económica y política, ante las exi-

gencias e imposiciones del mercado globalizado y de la co-

municación sin fronteras que escapan ya al control y al poder

de los gobiernos nacionales. Ya Nietzsche se dio cuenta de

esto cuando, hace más de un siglo, escribió: “Lo que se di-

buja como necesidad de una unidad nueva va acompañado de

un gran hecho económico que la explica: los pequeños Esta-

dos de Europa, quiero decir todos nuestros Estados e Impe-

rios actuales, se van a hacer insostenibles económicamente

habida cuenta de las exigencias de las grandes relaciones in-

ternacionales y del gran comercio que reclaman la extensión

máxima, intercambios universales y un mercado mundial. Só-

lo el dinero obligará, pues, a Europa, pronto o tarde, a fun-

dirse en una sola masa”

(1)

.

El imponente desarrollo industrial de los últimos dece-

nios, la expansión de las nuevas tecnologías, el alcance sin

fronteras del mundo de la comunicación y la aceleración de la

dinámica económica de las multinacionales se han liberado,

en gran medida, de la tutela de los aparatos estatales y se

organizan e interactúan cada vez más a nivel planetario. Así,

las estrategias de inversión y de producción se dirigen de ma-

nera creciente a mercados financieros y laborales que fun-

cionan a escala mundial. Esto arrebata a los gobiernos mu-

EN TORNO A EUROPA 66

(1)

NIETZSCHE, F., Nachgelassene Fragmente, Juni-Juli 1885, Kritis -

che Studien Ausgabe, ed. G. COLLI y M. MONTINARI, Berlín, Gruyter,

1988, vol. 11, 37 (9), pp. 583-584

chas de sus posibilidades y recursos tradicionales sin los

cuales no son capaces de cumplir objetivos básicos como el

de proteger al conjunto de los ciudadanos frente a las desi-

gualdades a las que conduciría, por su propia naturaleza, el

funcionamiento puro y duro de un capitalismo incontrolado.

En el ámbito fiscal, concretamente, con la globalización de

los mercados financieros, de la industria, del comercio y del

trabajo los gobiernos europeos, para mantener su seguridad

social, sus pensiones, su subsidio de desempleo, su educa-

ción, etc. necesitan instancias que les permitan actuar tam-

bién en ámbitos supranacionales, actuar coordinadamente

con los otros gobiernos para recaudar los impuestos en este

nuevo sistema de interacción global

(2)

.

Esta ha sido, en definitiva, una de las motivaciones más

importantes que han determinado la construcción de la Unión

Europea inicialmente como comunidad económica. El proble-

ma es que la globalización rebasa cada vez más los límites

de la simple economía y abarca también otras muchas esfe-

ras esenciales de nuestra vida, como son la conservación del

medio ambiente, la seguridad, la justicia, las comunicacio-

nes, el mercado laboral, etc. Aun cuando la Unión Europea se

empezó autocomprendiendo como una mera organización bu-

rocrática supranacional basada en tratados de derecho inter-

nacional —y no como un Estado ni como una federación de

Estados—, hoy, por las necesidades propias de su funciona-

miento efectivo en todos esos ámbitos globales se plantea la

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 67

(2)

Cfr. BECK, U. (ed.), Politik der Globalisierung, Frankfurt a.M.,

Suhrkamp, 1998; también de BECK, U., ¿Qué es la globalización?,

Barcelona, Paidós, 1998.

necesidad de su desarrollo hacia una estructura democrática

y supranacional autónoma y efectiva. Esta aspiración, sin em-

bargo, entre otros problemas, no deja de tropezar con la re-

sistencia de las peculiaridades históricas, de los intereses

específicos y de los requerimientos nacionales de sus Esta-

dos miembros.

De hecho, el tratado de Maastricht no funda ninguna fe-

deración europea como supranación con una política interior,

e x t e r i o r, de defensa, de medio ambiente, de justicia, etc. au-

tónoma e independiente. Los Estados miembros siguen con-

s e rvando su soberanía individualizadamente, su independen-

cia, su identidad y sus plenos poderes. Esto genera, sin

e m b a rgo, una distorsionante contradicción elemental. Pues

las instituciones comunitarias no pueden cumplir los objetivos

para los que se han creado si no generan normas y leyes vin-

culantes para los Estados miembros. Es decir, tienen que obli-

gar a que se cumplan sus resoluciones o acuerdos que pue-

den, tal vez, no satisfacer el interés particular de alguno de

sus miembros o tener incluso la oposición abierta de algún o

algunos de los gobiernos de la Unión por razones diversas.

Pero si Europa, como entidad supranacional, provoca re-

sistencias, es porque tampoco parece fácil resolver las difi-

cultades que la cesión de soberanía produce al cumplimiento

de los fines sociales de los Estados miembros

(3)

. Éstos tie-

nen que asegurar unas condiciones de vida social, tecnológi-

EN TORNO A EUROPA 68

(3)

Cfr. HELD, D., “Democracy, the Nation-State and the Global Sys-

tem”, en HELD, D. (ed.), Political Theory Today, Cambridge Univ.

Press, 1991, pp. 197-235.

ca y ecológica que permita a todos tener las mismas oportu-

nidades, del mismo modo que se garantizan, en principio, los

mismos derechos civiles para todos. El Estado-nación, como

Estado social, acabó consolidándose después de la Segunda

Guerra Mundial frente a los totalitarismos porque encarnó po-

líticamente un determinado concepto de autonomía. El Esta-

do territorial, la nación y una economía desarrollada en lo

esencial dentro de las fronteras nacionales proporcionaban

unas condiciones propicias en las que el proceso democráti-

co, en mayor o menor medida, adoptó una forma institucional

comúnmente aceptada. El intervencionismo estatal en mate-

ria económica, por ejemplo, podía ser entendido como una

prolongación de la autolegislación de los ciudadanos necesa-

rio para armonizar la dialéctica entre igualdad jurídica y desi-

gualdad económica

(4)

. Porque el Estado está para garantizar

las infraestructuras necesarias al mantenimiento de la vida

pública y privada (política de empleo, de protección de la na-

turaleza, de planificación de las ciudades, de seguridad so-

cial, de educación, etc.) que se verían amenazadas si se de-

jase su regulación al arbitrio del funcionamiento del mercado.

Estas son las condiciones que el desafío de la globalización

somete a revisión. Y en esto tienen su origen las resistencias

a la construcción de una entidad supranacional como Europa:

“Si el Estado soberano ya no se concibe como algo indivisi-

ble, sino como algo compartido con agentes internacionales;

si los Estados ya no tienen el control sobre sus propios terri-

torios; y si las fronteras territoriales y políticas son cada vez

más difusas y permeables, los principios fundamentales de la

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 69

(4)

Cfr. ALEXI, R., Teoría de los derechos fundamentales, Madrid,

Centro de Estudios Constitucionales, 1997, p. 359 ss.

democracia liberal, es decir, el autogobierno, el demos, el

consenso, la representación y la soberanía popular se vuel-

ven problemáticas”

(5)

. No son, por tanto, sólo egoísmos o la

defensa de particularismos identitarios nacionales. Se teme

que la relativamente homogénea base de la solidaridad civil

se vaya viendo afectada a medida que los Estados miembros

de la Unión vean limitadas sus competencias.

Pero los retos siguen ahí. La globalización obliga a los Es-

tados nacionales a abrirse a otros Estados, aun a costa de

restringir sus particulares ámbitos de acción

(6)

. El pertre-

charse en una actitud defensiva y autoproteccionista no es la

solución, sino que habrá que avanzar en la tarea de construir

un ámbito de actuación política más amplio que el del Esta-

do-nación capaz de vertebrar la voluntad y la conciencia de un

número más amplio de ciudadanos articulados democrática-

mente. Para construirse como comunidad de naciones más

allá de esa mera burocracia formal en la que todavía consis-

te —es decir, para adquirir consistencia jurídico-política—, Eu-

ropa tiene que convertirse ella misma, del modo que sea, en

una entidad democrática supranacional legítima. No sólo que

sus órganos e instituciones sean la correa de transmisión de

los gobiernos a los que representan derivando de ellos su le-

gitimidad, sino que ellos mismos sean los órganos de una en-

tidad política formada por un acto de voluntad fundacional del

conjunto de todos los europeos unidos.

EN TORNO A EUROPA 70

(5)

MCGREW, A., “Globalization and Territorial Democracy”, en MC-

GREW, A. (ed.), The Transformation of Democracy?, Cambridge, Cam-

bridge University Press, 1997, p. 12.

(6)

Cfr. HELD, D., “Democracy and Globalization”, en Global Gover -

nance 1997 (33), pp. 251 ss.

En realidad, este es uno de los aspectos más vivos de la

discusión que se viene desarrollando desde hace años en tor-

no a la posibilidad de una Europa como Europa de las nacio-

nes, cómo podría fundarse, cuáles habrían de ser las condi-

ciones, las exigencias y la posibilidad misma de una Europa

como entidad democrática real con una constitución propia in-

cluso y con unos órganos legislativos y ejecutivos competen-

tes

(7)

. Todavía, en el nivel de desarrollo político en el que hoy

se encuentra, la Unión Europea descansa en un conjunto de

tratados entre los gobiernos de sus países miembros, y no en

la voluntad y autodeterminación del conjunto de los euro p e o s .

Por eso, para poder hablar de una Europa como espacio de-

mocrático de acción política, hay que determinar las condi-

ciones capaces de hacer posible la convergencia de las vo-

luntades y la participación efectiva de los ciudadanos en sus

órganos e instituciones. Dicho en otras palabras, hay que po-

nerse de acuerdo, ante todo, sobre qué bases los europeos

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 71

(7)

De entre la inabarcable bibliografía sobre este debate véase

Grimm, D., “¿Necesita Europa una constitución?”, en Debats 1996

(55), pp. 4-20, y la respuesta a este artículo de HABERMAS, J., La

inclusión del otro, trad. M. Eskenazi, Barcelona, Paidós, 1999,

pp.137-143; también HA B E R M A S, J., La constelación posnacional,

trad. P. Fabra, Barcelona, Paidós, 2000, especialmente pp. 81-146;

SCHULZE, H., Estado y nación en Europa, Barcelona, Crítica, 1997;

BOISSONNAT, J. y otros, Entre mondialisation et nations: Quelle Euro -

pe?, París, Bayard, 1997; HABERMAS, J., Más allá del Estado nacio -

nal, trad. J. Jiménez Redondo, Madrid, Trotta, 1997; Grande, E.,

“Democratische Legitimation und europäische Integration”, en Levia -

tan 1996, pp. 339-360; SCHMIDT, H., La autoafirmación de Europa,

Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2002; PINNA, M. (ed.), L’Europa delle

diversità: Identità e culture alle soglie del terzo millenio, Milán,

Franco Angeli, 1993; AAVV, Penser l’Europe à ses frontières, París,

Éditons de l’Aube, 1993.

podrían formar un conjunto cohesionado de ciudadanos ca-

paces de darse democráticamente leyes a sí mismos; qué

conciencia europea tienen o sobre qué identidad común se

podría legitimar esa composición de Europa como entidad po-

lítica supranacional.

II. ESTADOS NACIONALES Y ESTRUCTURA POLÍTICA SUPRANA-

CIONAL

No es discutible ya que una de las conquistas más im-

portantes alcanzada por la modernidad en el ámbito político

—al menos en el plano de la teoría hoy comúnmente más

aceptada, aunque también, en gran medida, en su implanta-

ción en la práctica— ha consistido en la sustitución, como

fundamento de una comunidad política, de la noción de “pue-

blo” —entendido como comunidad “natural” de raza, lengua

y cultura— por el concepto de “nación”, formada sobre la ba-

se de un contrato social y de una cohesión jurídicamente

construida entre ciudadanos diferentes y heterogéneos entre

sí. A la luz de este logro, la construcción de Europa, como en-

tidad política supranacional, no puede comprenderse sino en

la dirección de ese mismo modo de integración comunitaria

de los ciudadanos que no busca su fundamento ya en la iden-

tidad colectiva y homogénea de un “pueblo europeo” —que ni

existe ni nunca ha existido—, sino que tratará de basarla en

una conciencia pública fomentada, compartida y construida

democráticamente. Esta es, además, empíricamente la ense-

ñanza paradigmática que nos aporta la evolución histórica —du-

rante los dos últimos siglos pero, especialmente, después de

EN TORNO A EUROPA 72

las dos últimas guerras mundiales— del modo básico de

constituirse las democracias actuales y de los conflictos a los

que su consolidación ha tenido que hacer frente.

Todavía en los primeros tiempos de la Época Moderna, el

poder político obtenía básicamente su legitimidad, como en la

Edad Media, de un contexto de creencias religiosas que lo im-

ponía como otorgado directamente por Dios. A medida que

avanzó el proceso de secularización y fueron perdiendo su

fuerza y credibilidad estas justificaciones teológicas del po-

der, se dejó sentir la necesidad de buscarle otras bases de

fundamentación, y así la teoría política desar rolló, para decir-

lo muy resumidamente, dos propuestas: la del cosmopolitis-

mo ilustrado, que se articuló como republicanismo, y la que

le opuso a ésta una fundamentación “etnocéntrica” del con-

cepto de nación. Concretamente Kant piensa en un Estado

constitucional como orden querido por los ciudadanos y legi-

timado a través de una participación en el establecimiento de

las leyes, de modo que los destinatarios del derecho fueran

ellos mismos, a su vez, sus autores: el contrato social, la vo-

luntad general es la base de un orden político justo en el que

todos deciden sobre todos

(8)

. Se trata de un ideal que re-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 73

(8)

Es verdad que Kant no defiende una idea de democracia tal

como la entendemos nosotros hoy. Por ejemplo, distingue entre ciu-

dadanos activos, que serían los que podrían votar, y ciudadanos

pasivos, entre los que se cuentan las mujeres, los niños y los asa-

lariados. Cfr. KANT, I., Teoría y práctica, trad. J.M. PALACIOS y otros,

Madrid, Tecnos, 1986, p. 33 ss; véase también HABERMAS, J., Struk -

turwandel der Öffentlichkeit, Frankfurt a.M., Suhrkamp, 1990, p.

178 ss; GARCÍA MARZÁ, V.D., “República y Democracia en La paz per -

p e t u a”, en Martínez Guzmán, V. (ed.), La paz perpetua doscientos

quiere unos ciudadanos llegados a la mayoría de edad, cons-

cientes de sí mismos, ilustrados, y que sean capaces de en-

tender su libertad de manera cosmopolita, esto es, como un

derecho que obliga al entendimiento y a la búsqueda de

acuerdos con otras naciones y grupos para hacer posible la

colaboración y la convivencia en paz.

El otro modelo, que se contrapone a éste, lo cuestiona

por formalista, abstracto y poco operante. No se cree que la

formalidad del mero contrato social tenga la fuerza vinculan-

te que hace falta para garantizar la cohesión y la solidaridad

en las que debe basarse el funcionamiento efectivo de un

pueblo como nación. La cooperación y la lealtad de los ciu-

dadanos tiene que estar enraizada, según este otro punto de

vista, en algo más profundo, en el sentimiento “natural” de

pertenencia a un “nosotros” históricamente entendido como

procedente de un mismo origen y, por tanto, como unidad sin-

gular de destino. Sólo una vinculación emocional de este tipo

hace que los individuos estén dispuestos, si es preciso, in-

cluso a dar sus vidas patrióticamente para salvaguardar la in-

tegridad nacional. En suma, la comunidad política de los ciu-

dadanos tiene que surgir de ese sentimiento de pertenencia

natural de los miembros de un pueblo aglutinados a partir de

un origen natural común, pues sólo él es capaz de estabili-

zarlos realmente como grupo de individuos libres y jurídica-

mente iguales.

EN TORNO A EUROPA 74

años después, Valencia, Nau Llibres, 1997, p. 88 ss; para una vi-

sión más general, AAVV, La paz y el ideal cosmopolita de la Ilustra -

ción, Madrid, Tecnos, 1996.

Este es el concepto romántico-nacionalista de pueblo, de-

sarrollado en el pasado siglo por Carl Schmitt como funda-

mento de una identidad nacional colectiva. En él se vincula el

postulado de una comunidad imaginada de lengua y origen,

míticamente construida, a una sociedad política concreta que

habita un determinado territorio y tal vez comparte una len-

gua común: “El Estado es la forma específicamente política

de la unidad de un pueblo... El Estado no tiene una Constitu-

ción según la que se forma y funciona la voluntad estatal, si-

no que el Estado es Constitución, es decir, una situación pre-

sente del ser, un status de unidad y ordenación. El Estado

cesaría de existir si cesara esta Constitución, es decir, esta

unidad y ordenación. Su Constitución es su alma, su vida con-

creta y su existencia individual”

(9)

. La libertad de este pueblo

se entiende sustancialmente como autodeterminación, o sea,

como independencia nacional capaz de hacer posible la au-

torrealización de su singularidad exclusiva. Con lo que, en es-

ta concepción, la libertad, por un lado, y la idea de derechos

humanos iguales para todos como personas —postulado bá-

sico del cosmopolitismo— entran en conflicto

(10)

. El respeto

a todos los individuos por igual, independientemente de su

origen, de sus diferencias raciales, confesionales, etc., es di-

fícilmente compatible con la defensa de derechos y privilegios

que corresponden exclusivamente a los miembros que perte-

necen y forman parte de ese nosotros que se reconoce y se

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 75

(9)

SCHMITT, C., Teoría de la Constitución, trad. cast. F. Ayala, Ma-

drid, Alianza, 1982, pp.29-30. Cfr. KERVÉGAN, J.F., Hegel et Carl Sch -

mitt: Le politique entre speculation et positivité, París, PUF, 1992,

p. 65 ss.

(10)

Cfr. SCHMITT, C., o.c., p. 177 ss.

delimita a sí mismo como identidad diferenciada respecto de

los otros. En suma, la nueva “teología política” de Schmitt no

es compatible con un concepto secularizado de política, re-

chaza el procedimiento democrático como fundamento justifi-

cador del derecho, reduce el concepto de democracia a la pu-

ra aclamación de las masas, contrapone el mito de la unidad

nacional innata al pluralismo social y critica el universalismo

de los derechos humanos tachándolos de mera hipocresía.

Es sabido que la fuerte implantación de este nacionalismo

en naciones europeas como Alemania, en torno a los años 30

del pasado siglo, conectó directamente con el sufrimiento de

grandes masas de la población que habían perdido sus víncu-

los comunitarios estamentales y se sentían aisladas, desa-

rraigadas y desprotegidas en medio de las pujantes estru c t u-

ras de libertad de mercado impulsadas por el capitalismo

c reciente. En conjunto, las naciones que hoy componen la

Unión Europea han pasado por procesos desigualmente trau-

máticos, pero todos ellos complejos, de conflictividad, secula-

rización y simbiosis entre estas dos formas de autocompre n-

derse como nación: la cosmopolita y la nacionalista. En todo

caso, ha logrado imponerse, a nivel general, la idea de nación

como concepto que se define, ante todo, jurídicamente, que

hace re f e rencia a un poder estatal interna y externamente so-

berano que se ejerce sobre un conjunto de ciudadanos dentro

de un determinado territorio, y que se legitima en la medida en

que emana de esos ciudadanos mismos por pro c e d i m i e n t o s

democráticos. Es decir, la cohesión de las sociedades moder-

nas, su autoconcepto de nación distinta a otras naciones, ya

no se comprende como resultado de un macrosujeto unitario

capaz de acción como expresión del sustrato natural de la re a-

EN TORNO A EUROPA 76

lidad de un pueblo, sino que no pasa de ser, en buena medi-

da, un mero concepto empírico

( 1 1 )

.

Esto significa que el pueblo español, el francés o el ale-

mán no tienen ya el valor de hechos prepolíticos, sino que

son el producto de un contrato social. Los miembros de cada

nación aceptan en común formar una sociedad regida por le-

yes que la hacen posible y que garantizan el uso común de

las libertades. La autodeterminación no tiene sustancialmen-

te el sentido excluyente de afirmación de la propia indepen-

dencia nacional como condición de realización de su identi-

dad, sino que tiene el sentido inclusivo de capacidad de

autolegislarse que se extiende al conjunto de los ciudadanos.

Y éste fue el principio claramente democrático que Kant in-

trodujo en su concepción del Estado: “El poder legislativo só-

lo puede corresponder a la voluntad unida del pueblo. Porque

ya que de él debe proceder todo derecho, no ha de poder ac-

tuar injustamente con nadie mediante su ley. Pues si alguien

decreta algo respecto de otro siempre es posible con ello co-

meter injusticia contra él, pero nunca en aquello que decide

sobre sí mismo. De ahí que sólo la voluntad concordante y

unida de todos, en la medida en que decidan lo mismo cada

uno sobre todos y todos sobre cada uno, por consiguiente só-

lo la voluntad popular universalmente unida, puede ser legis-

ladora”

(12)

. Este es el marco conceptual que da lugar —al me-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 77

(11)

Interesante, sobre esta temática, es el artículo de Offe, C.,

“Homogeneity and Constitutional Democracy”, en The Journal of Po -

litical Philosophy 1998 (6-2), pp. 113-141.

(12)

KANT, I., Metafísica de las costumbres, trad. A. CORTINA y J. CO-

NILL, Madrid, Tecnos, 1989, p. 143.

nos teóricamente— a un orden político abierto a la incorpo-

ración de las diferencias sin la exigencia de integrarlas o de

asimilarlas en la uniformidad de una comunidad propia ho-

mogeneizada. Porque en este orden que es el Estado de de-

recho la pertenencia ya no es innata e irrenunciable. La na-

cionalidad del ciudadano descansa en su libre aceptación

—al menos implícitamente—, siéndole posible, de hecho, re-

nunciar a ella.

La doble condición que ponía Kant para una paz perpetua

e n t re los Estados era que tuvieran internamente una Constitu-

ción republicana cada uno de ellos, y que se unieran luego en

una Constitución cosmopolita que regulara las relaciones entre

Estados. La Constitución republicana es, en su opinión, la que

mejor realiza el ideal de libertad en la medida en que implica

una legitimación de las leyes en virtud de la voluntad general:

“La Constitución republicana es aquella establecida de confor-

midad con los principios: 11 de la libertad de los miembros de

una sociedad (en cuanto hombres), 21 de la dependencia de

todos respecto a una única legislación común (en cuanto súb-

ditos) y 31 de conformidad con la ley de la igualdad de todos

los súbditos (en cuanto ciudadanos): es la única que deriva de

la idea del contrato originario y sobre la que deben fundarse to-

das las normas jurídicas de un pueblo”

( 1 3 )

. La voluntad gene-

ral, pues, y no una persona o un grupo en part i c u l a r, es la úl-

tima palabra. Esta estructura republicana, como propia de un

o rden político justo, la fundamenta Kant deduciéndola del de-

recho como condición de realización de la libertad.

EN TORNO A EUROPA 78

(13)

KANT, I., La paz perpetua, trad. cast. J. Abellán, Madrid, Tec-

nos, 1989, p. 15.

En efecto, Kant define la libertad, como se ha visto, como

la capacidad que tienen los hombres de darse leyes a sí mis-

mos para conducir su vida de forma racional, lo que implica

considerar como marco de referencia de su acción a los de-

más seres humanos que también son libres. De ahí se dedu-

ce justamente la necesidad del derecho, pues el derecho es

la condición necesaria de realización de esta libertad. El de-

recho es “el conjunto de condiciones bajo las cuales el arbi-

trio de uno puede conciliarse con el arbitrio de otro, según

una ley universal de la libertad”

(14)

. Es lo que armoniza nues-

tra libertad con la de los demás, según esa ley universal que

es la moral. Por eso los derechos humanos pueden ser ex-

tensibles de manera cosmopolita a todos los individuos en

cuanto personas, porque no derivan su validez del hecho de

que sean votados o no por la mayoría parlamentaria ocasio-

nal de una nación determinada, sino porque son la expresión

de una ley moral de carácter universal.

Ahora bien, una cosa es esta Constitución republicana co-

mo principio de legitimidad y otra su plasmación concreta en

un determinado código de leyes por los que haya de regirse

una nación. Kant no confunde facticidad y validez. Decir que

el poder legislativo pertenece al pueblo, que la voluntad ge-

neral es la fuente del derecho y que, por tanto, el Estado re-

publicano es el único capaz de aportar los elementos institu-

cionales y coactivos necesarios para el ejercicio de un orden

equitativo de convivencia en paz, esto es aducir un criterio de

legitimidad, no referirse a una determinada estructura del po-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 79

(14)

KANT, I., Metafísica de las costumbres, ed. cit., p. 39.

der político. El Estado republicano es una tarea a cumplir, un

horizonte de comprensión de lo que es justo. La voluntad ge-

neral no es la voluntad dada y efectiva del conjunto de los ciu-

dadanos, sino su posibilidad según la razón práctica: “Si no

cabe esperar la total unanimidad por parte de un pueblo en-

tero, si todo cuanto podemos prever que se alcance es úni-

camente una mayoría de votos (y no por cierto de votantes

d irectos, en el caso de un pueblo grande, sino sólo de dele-

gados, a título de re p resentantes del pueblo), resulta que

este mismo principio, el de contentarse con la mayoría, en

tanto que principio aceptado por acuerdo general, y consi-

guientemente por medio de un contrato, tendría que ser el

fundamento supremo del establecimiento de una Constitu-

ción civil”

(15)

.

Es decir, para Kant, en el nivel de los principios teóricos

lo importante es acogerse a la exigencia de autolegislación.

La racionalidad de la voluntad general como principio de legi-

mitidad implica su idealidad. Por tanto, no tiene que suceder

que todos quieran o se sumen de facto al contrato social, si-

no que todos deban querer. No es la voluntad unánime de to-

dos lo que caracteriza el contrato, sino la voluntad necesa -

riamente unánime

(16)

. Para ayudar en el logro de esta meta

Kant señala, por un lado, el interés general que implica su

EN TORNO A EUROPA 80

(15)

KANT, I., Teoría y praxis, ed. cit., p. 36.

(16)

De ahí los reparos que tiene Kant a la democracia representa-

tiva, que “funda un poder ejecutivo donde todos deciden sobre y,

en todo caso, también contra uno (quien, por tanto, no da su con-

sentimiento), con lo que todos, sin ser todos, deciden: esta es una

contradicción de la voluntad general consigo misma y con la liber-

tad”. KANT, I., La paz perpetua, ed. cit., pp. 18-19.

realización y, por otro, ciertas condiciones que deben cumplir

los agentes del poder para fomentar el acuerdo. Así dice: “La

paz perpetua (el fin último del derecho de gentes en su tota-

lidad) es ciertamente una idea irrealizable. Pero los principios

políticos que tienden a realizar tales alianzas entre los Esta-

dos, en cuanto sirven para acercarse continuamente al esta-

do de paz perpetua, no lo son; sino que son sin duda realiza-

bles, en la medida en que tal aproximación es una tarea

fundada en el deber”

(17)

. Y en cuanto a los criterios para el

ejercicio del poder señala, como elemento importante de con-

trol del poder por parte de los ciudadanos, la publicidad: “To-

das las máximas que necesitan de la publicidad para no fra-

casar en sus propósitos concuerdan con el derecho y la

política a la vez”

(18)

.

Si hacemos caso de estas indicaciones de Kant, cualquier

clase de entidad política pluralista con intención de cons-

truirse sobre lo que actualmente es la Unión Europea no bus-

cará configurarse apelando a un pretendido sustrato identita-

rio aglutinado por el sentimiento común de pertenencia a un

mismo origen. El argumento de que no existe ningún pueblo

europeo y que, por tanto, tampoco puede existir un poder

constituyente en este ámbito sólo adquiere el carácter de una

objeción a tomar en cuenta cuando previamente se ha admi-

tido un concepto “nacionalista” de pueblo

(19)

. La cohesión y

la lealtad de los ciudadanos a Europa no podrá basarse en

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 81

(17)

KANT, I., Metafísica de las costumbres, ed. cit., pp. 190-191.

(18)

KANT, I., La paz perpetua, ed. cit., p. 63.

(19)

DELANTY, G. “Models of Citizenship: Defining European Identity

and Citizenship”, en Citizenship Studies 1997 (1), p. 285 ss.

otra cosa que en las prestaciones constitucionales y socia-

les, en las ventajas económicas y civiles que Europa propor-

cione como comunidad de intereses comunes. El mismo pro-

ceso democrático deberá ser, por tanto, el que lleve a cabo la

tarea de la integración comunitaria de una diversidad de na-

ciones plurales y diferenciadas

(20)

. La Constitución europea,

en suma, deberá ser la encargada de asegurar la integración

mediante principios que hagan efectiva la participación políti-

ca y la condición de ciudadano europeo amparada por medios

democráticos.

En el seno del debate sobre la actual construcción de Eu-

ropa se sigue insistiendo, sin embargo, en que faltan las con-

diciones para que pueda funcionar democráticamente una vo-

luntad común de los ciudadanos integrada a nivel europeo, y

se reitera que no existe esa identidad europea capaz de fun-

dar una voluntad democrática común. De ahí se pasa a afir-

mar que no formamos una sociedad civil europea, un espacio

público político de ámbito europeo, porque no se da una cul-

tura política común. Lo que hay —y en eso el acuerdo es ma-

yor— es una desconexión entre los procesos de toma de de-

cisiones supranacionales y la voluntad y opinión de los

ciudadanos organizados democráticamente tan sólo en sus

respectivos ámbitos nacionales. Porque se recuerda que los

ciudadanos, aunque sean también personas jurídicas, no

son, primariamente, entes abstractos, separados de sus con-

EN TORNO A EUROPA 82

(20)

Es la propuesta reiterada, en sus escritos de teoría política re-

feridos a Europa, de Habermas. Véase, por ejemplo, La inclusión

del otro, ed. cit., p. 81 ss; también La constelación posnacional,

ed. cit., p. 81 ss.

textos concretos de origen. No será, por tanto, tarea fácil la

sublimación de los prejuicios etnocéntricos, de los senti-

mientos particularistas o de las ofuscaciones nacionalistas.

No parecería realista, en consecuencia, pensar que los euro-

peos vayan a dejarse convencer, sin más, por la fuerza de los

simples argumentos y vayan a convertirse al cosmopolitismo

por el sentido del deber o gracias a la mera interacción co-

municativa.

En cualquier caso lo que no tiene sentido es apelar ya a

ningún origen común para fundar una unidad política como la

europea, sino que, como señala Habermas, debe ser el mis-

mo funcionamiento democrático de las instituciones que se

vayan creando el que trate de producir la conciencia integra-

da de una unidad más o menos compatible con la diversidad.

Que para que exista un funcionamiento democrático haga fal-

ta una cierta base unitaria del conjunto de los europeos, es-

to no tiene por qué implicar la necesidad de que esa unidad

deba ser pensada en términos sustantivos (como unidad de

tipo étnico, religioso, lingüístico, cultural, etc.). Desde luego

sin cohesión colectiva no es posible la aceptación pacífica y

positiva de las decisiones y opiniones mayoritarias ni la soli-

daridad entre los europeos desde la que formar una unidad

capaz de acción. Pero, puesto que no tiene sentido buscar es-

ta base en ningún sustrato natural a la manera de un mismo

origen al que hubiera que referirse para justificar la condición

homogénea de ciudadanía europea, una identidad colectiva

europea, imaginada independientemente del proceso demo-

crático y con anterioridad a su funcionamiento, no sólo no se-

ría un requisito necesario y fundamental, sino que puede

constituir incluso un obstáculo y una fuente insuperable de

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 83

conflictos. Porque cuando se ha buscado una identidad co-

mún para fundar sobre ella el concepto de una nación o de un

continente, la conclusión no ha sido otra que la afirmación de

una determinada cultura como dominante y hegemónica so-

bre las demás. En el ámbito de la filosofía se encuentran iti-

nerarios justificativos muy significativos de esta búsqueda,

que plantean la comprensión de esa identidad como reapro-

piación de la pureza del origen, y erigen una determinada con-

cepción de la humanidad en universal. Son los discursos eu-

rocentristas, a los que también encontramos su contrapunto

en pensadores que apuestan por el cosmopolitismo y que

nos invitan a aprender a vivir en un mundo sin patrias.

III. LAS TELEOLOGÍAS HEGEMÓNICAS

Si en la línea del cosmopolitismo kantiano la construcción

de Europa se comprendería como tarea siempre en vías de

cumplirse en busca de esa unidad capaz de aglutinar a un

conjunto de individuos en virtud de su adhesión libre y volun-

taria a ella, los discursos eurocentristas parecen querer es-

cayolar elementos de la tradición con raíces revitalizadas pa-

ra recomponer mítica o metafísicamente una teleología del

destino histórico de Europa. En el pensamiento de Hegel, en

concreto, Europa aparece como el lugar y el tiempo concep-

tual en el que se cumple el destino espiritual de la humani-

dad como expresión, realización y consumación del Espíritu o

Razón universal y de la libertad. La dialéctica del Espíritu ha-

ce posible una determinación lógica e histórica de la identi-

dad europea en conformidad con su origen, lo que le propor-

EN TORNO A EUROPA 84

ciona un fundamento interno de carácter ontológico. Europa,

pues, es comprendida hegelianamente como la síntesis del

origen consumado que nos espera como patria a la que re-

tornamos tras la odisea, a través de la historia, de una con-

ciencia ya muy enriquecida con la reapropiación y asimilación

de todo lo diverso: “La ciencia, el arte, lo que satisface, dig-

nifica y adorna nuestra vida espiritual tuvo, como punto de

partida, a Grecia, bien directamente, bien indirectamente a

través de los romanos. Este último camino, el de Roma, fue

la primera forma en que esta cultura llegó a nosotros... La

densidad germánica necesitó pasar, para disciplinarse, por la

dura escuela de la Iglesia y el derecho romanos. Sólo de es-

te modo se ablandó el carácter europeo y se capacitó para la

libertad. Por consiguiente, después de que la humanidad eu-

ropea se instalase dentro de sí como en su propia casa, mi-

rando a su presente, abandonó lo histórico, lo recibido de fue-

ra. A partir de entonces, el hombre empezó a encontrarse en

su propia patria. Y para poder disfrutar de ella volvió los ojos

a los griegos”

(21)

.

Es preciso, ante todo, aclarar ese estatuto ontológico que

la historia europea adquiere en el seno del pensamiento de

Hegel y la específica relación que guardan entre sí en ella We -

sen y Geschichte. La historia (Geschichte) constituye el haber-

sido esencial (Gewesenes) que se consuma como reconcilia-

ción final de ese pasado esencial (das Gewesene). Es lo que

enuncia el principio hegeliano Wesen ist was gewesen ist. Pa-

ra comprender su alcance es preciso hacer estas dos obser-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 85

(21)

HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la historia de la filosofía, trad.

cast. W. Roces, México, FCE, 1985, vol. I, p. 139. Subrayado mío.

vaciones. En primer lugar, que a tal ontología le es consus-

tancial la idea de un origen, un Anfang como Gewesenes, que

no se reduce a un mero comienzo (Beginn) que se deja atrás

y se pierde, sino que se conserva como telos hacia un aca-

bamiento y realización final. Así, en la Fenomenología del Es -

píritu, la conciencia se define en cada uno de sus grados por

el todavía-no de los grados que aún le quedan por alcanzar y

por su conclusión final. Ese telos es el motor de la historia

hacia su totalización final, que se piensa según el modelo de

la escatología. En ella cada época histórica de Europa (su

prehistoria oriental, la época grecorromana y la modernidad

germánica) encuentran finalmente su sentido al ser vistas

restrospectivamente a la luz de la totalidad del proceso. En

segundo lugar, hay que reparar en que aquí la historia “ver-

dadera”, la Geschichte, no es lo efímero, lo que sucede y pa-

sa de manera más o menos anecdótica, sino eso que, ha-

biendo sido, se conserva (A u f h e b u n g) en el presente como

g e rmen del porv e n i r. O sea, la diferencia entre la historia em-

pírica (H i s t o r i e) y el devenir del Espíritu o la Razón (G e s -

c h i c h t e) es la diferencia entre lo contingente o accidental y

lo necesario o absoluto. Esto es lo que explica que ese ha-

b e r-sido esencial sea la sustancia de lo que está por venir.

Su carácter de absoluto trasciende su condición de mero pa-

sado. El origen de la historia europea, en definitiva, no es el

pasado griego empírico, ya desaparecido (lo que indica la raíz

G a n g en Ve rg a n g e n h e i t), ni el presente ni el futuro, sino lo

que, habiendo sido, nunca ha dejado de ser. El euro c e n t r i s-

mo de Hegel es así consecuencia inevitable de su ontología

de la historia.

EN TORNO A EUROPA 86

La fe en la dialéctica permite, por tanto, a Hegel trazar una

relación de carácter sustantivo entre origen griego e identidad

europea, según la cual ese origen es, en última instancia, el

fundamento que sostiene ontológicamente esta identidad

(22)

.

Explicitando el movimiento propiamente histórico-dialéctico

de origen (Grecia), pérdida del origen (Modernidad) y reen-

cuentro o reapropiación como resolución o síntesis (Época

presente), resulta que finalmente es posible reconocer y re-

cuperar el poder vivificante de nuestro origen griego, su pure-

za, su plenitud y su luz haciendo actual su consumación. Si

en aquel origen estaba el embrión, la vitalidad natural, la fuer-

za dinámica de todo el proceso, justo por eso no puede pen-

sarse la superación de la crisis o decadencia que representa

la modernidad (en la que nos alejamos del origen) como un

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 87

(22)

Precedentes esenciales de esta concepción hegeliana hay que

buscarlos en Herder y en el primer romanticismo, es decir, en ese

sueño de una Europa de los pueblos que reencuentran cada uno

de ellos su propia identidad lingüística y cultural, pero que al mis-

mo tiempo pueden formar la patria común en virtud del poder unifi-

cador de una “nueva mitología”, o sea, de una religión entendida

como recuperación, en la época presente, de una fuerza natural

procedente de los orígenes. Cfr. LLOBERA, J.R., El dios de la moder -

nidad: El desarrollo del nacionalismo en Europa occidental, Barcelo-

na, Anagrama, 1996, pp. 220 ss. Europa, por tanto, para el idea-

lismo romántico como continente plural en lo cultural y en lo

político, pero unificada y cohesionada por la llegada final del espíri-

tu a su pleno desarrollo en su recorrido dialéctico a través de la

historia. Se rechaza el cosmopolitismo abstracto y mecánico de la

Ilustración, falto de credibilidad por el filisteísmo moral de la bur-

guesía, y, en actitud polémica con el ideal imperialista (rescatado

por Francia en su autocomprensión de nueva Roma), se enhebra el

llamamiento a una “vuelta a la naturaleza” con la consigna de ha-

cer renacer en Alemania una nueva Grecia. Cfr. sobre esto DUQUE,

F., La estrella errante, Madrid, Akal, 1997, pp. 123-144.

simple retorno, imitación o repetición

(23)

. La modernidad es,

esencialmente, desarraigo, crisis, pérdida de la tierra natal,

éxodo. En ella, “el Espíritu, replegado sobre sí, aprehende en

el extremo de su absoluta negatividad, en el momento crítico

en y por sí, la infinita positividad de esa interioridad suya, el

principio de una unidad de la naturaleza divina y humana, la

reconciliación como libertad y verdad objetivas que aparecen

en el interior de la autoconciencia y de la subjetividad. La rea-

lización de todo esto queda confiada al principio nórdico de

los pueblos germánicos”

(24)

. El Espíritu puede finalmente re-

cogerse y reconciliarse en sí mismo al haberse alejado y ex-

trañado previamente de sí. Este extrañamiento es necesario

para lograr el conocimiento progresivo de sí mediante la su-

peración de las antítesis en las que se ha ido alienando para

poder conocerse. La historia (Geschichte) no es otra cosa que

esta reconquista progresiva de sí del Espíritu que se acaba

por poseer a sí mismo totalmente como saber absoluto.

En suma, la historia de la humanidad es la historia por la

que el Espíritu deviene absoluto superando y sintetizando to-

dos los contrarios. Así tiene lugar su progreso ya entre los

mismos griegos: “Es cierto que tomaron los rudimentos sus-

EN TORNO A EUROPA 88

( 2 3 )

Esta es la razón de la crítica de Hegel al neoclasicismo de

Winckelmann y Lessing, que trataban de revitalizar Europa pre d i c a n d o

la imitación del arte y la cultura griegas históricas. Hegel no puede

ver semejante imitación más que como una re c reación artificial de

un pasado empírico irrecuperable y como algo, en definitiva, imposi-

ble, porque el propio desarrollo del Espíritu produce una distancia in-

superable entre el lugar de su irrepetible origen y el de su final.

(24)

HEGEL, G.W.F., Principios de la filosofía del derecho, trad. J.L.

Vermal, Barcelona, Edhasa, 1988, p. 428.

tanciales de su religión, de su cultura, de su convivencia so-

cial, en mayor o menor medida de Asia, de Siria, de Egipto.

Pero supieron anular de tal modo lo que había de extraño en

estos orígenes, lo transformaron, elaboraron, invirtieron, ha-

ciendo de ello algo distinto a lo que era, de tal modo que lo

que nosotros, al igual que ellos mismos, apreciamos, reco-

nocemos y amamos en eso es, esencialmente, lo suyo pro-

pio”

(25)

. Esto es lo que hace posible que, al final del recorrido

del Espíritu en este su progreso dialéctico (es decir, en la su-

peración de la crisis como advenimiento de la síntesis) tenga

lugar la reapropiación del origen como reelaboración que ex-

trae de él la fuerza y la dirección para una nueva época. El

presente europeo debe ser pensado, en suma, como la reali-

zación final de la esencia íntima del origen griego.

¿Cómo entiende Hegel esta esencia? Pues básicamente

como razón y libertad , es decir, justamente como la filosofía,

comprendida a su vez como conocimiento, apropiación y do -

minio de todo lo extraño o diverso. La finalidad de la historia

es que el Espíritu alcance el saber absoluto de sí y realice

ese saber en mundo por él transfigurado. Esto explica la con-

dición del hombre europeo, heredero de los griegos, como

hombre del conocimiento y su impulso a conocer el mundo y

dominarlo, a apropiarse siempre de lo otro, su tendencia a in-

tegrar todo lo particular y singular del mundo en lo universal

del concepto y la racionalidad. Hegel concretiza así la finali-

dad subyacente al progreso de la autoconciencia como ten-

dencia a la apropiación cognoscitiva de toda alteridad. Identi-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 89

(25)

HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la historia de la filosofía, ed.

cit., vol. I, p. 140.

dad, en suma, de Europa como voluntad de apropiarse de

cualquier alteridad. Aunque dejado atrás en su forma especí-

ficamente griega y dialécticamente superado en esa forma,

este origen es lo que siempre nos define. Es nuestra alteri-

dad interiorizada en la experiencia moderna, es “lo sustancial

supremo”

(26)

, lo propio como raíz, patria, proximidad a la pro-

pia esencia.

En la filosofía política hegeliana, el Espíritu que progresa

y se desarrolla a través de la historia (Geschichte) es, en su

manifestación empírica (Historie), el espíritu de los pueblos

(Volksgeist) que se suceden en la historia: “Los pueblos son

el concepto que el Espíritu tiene de sí mismo. De modo que

lo que se realiza en la historia es la representación del Espí-

ritu”

(27)

. Esto significa que la finalidad de la historia, que es

la realización de la razón y de la libertad en el saber absolu-

to, se cumple a través del Estado, sólo en el cual el hombre

desarrolla su razón y su libertad. La historia del mundo es

así, en concreto, la sucesión de las formas estatales del

mundo oriental, el mundo grecorromano y el mundo germáni-

EN TORNO A EUROPA 90

(26)

“En la historia de la vida griega, por mucho que en ella nos

remontemos y debamos remontarnos, podríamos prescindir perfec-

tamente de esta marcha hacia atrás para descubrir dentro de su

propio mundo y modo de ser y de vivir los comienzos, los gérme-

nes y la trayectoria de la ciencia y del arte hasta su florecimien-

to... La forma que saben imprimir al fundamento ajeno es ese pe-

culiar aliento espiritual que da el espíritu de la libertad y la

belleza, el cual es lo sustancial supremo”. HEGEL, G.W.F., Lecciones

sobre la historia de la filosofía, ed. cit., vol. I, p. 140.

(27)

HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la filosofía de la historia univer -

sal, trad. J. Gaos, Madrid, Alianza, 1980, p. 65.

co, que son los tres momentos de la realización de la libertad

del Espíritu del mundo. Y el sentido teleológico de la historia

se revela, justamente, en la victoria que finalmente consigue

el pueblo que tiene el más alto concepto del Espíritu: “El es-

píritu particular de un pueblo está sometido a lo transitorio,

pasa, pierde su importancia para la historia del mundo, cesa

de ser el portador del concepto supremo que el Espíritu ha

conquistado de sí. Pero el pueblo del momento, el dominador,

es, en efecto, a la vuelta del tiempo, el que ha concebido el

más elevado concepto del Espíritu. Puede suceder que los

pueblos portadores de conceptos no tan elevados continúen

existiendo, pero en la historia del mundo son apartados”

(28)

.

Eurocentrismo a las claras, en definitiva, ligado a una filoso-

fía hegemónica de la historia que desemboca en una metafí-

sica política de carácter teológico. Su distancia respecto al re-

publicanismo kantiano es manifiesta: “La conciencia del

pueblo depende de lo que el Espíritu sepa de sí mismo, y la

última conciencia a que se reduce todo es que el hombre es

libre. La conciencia del Espíritu debe tomar forma en el mun-

do. El material de esta realización, su terreno, no es otro que

la conciencia universal, la conciencia de un pueblo. Esta con-

ciencia contiene, y por ella se rigen, todos los fines e intere-

ses del pueblo. Esta conciencia constituye el derecho, la mo-

ral y la religión del pueblo. Es lo sustancial del espíritu de un

pueblo... y constituye para los individuos un supuesto, una

necesidad”

(29)

.

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 91

(28)

HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la filosofía de la historia univer -

sal, ed. cit., p. 74.

(29)

HEGEL, G.W.F., Lecciones sobre la filosofía de la historia univer -

sal, ed. cit., p. 75.

Aunque Husserl no comparte la fe hegeliana en la dialéc-

tica del Espíritu, retoma elementos importantes de su teleo-

logía y participa de su eurocentrismo plenamente. En concre-

to, entiende la crisis de la moderna conciencia europea como

pérdida de la autoconciencia del espíritu subjetivo y olvido de

su eidos profundo. La crisis de Europa es la crisis de las cien-

cias europeas, una crisis espiritual producida por el fracaso

en la realización de su destino más propio

(30)

. En lugar de es-

te cumplimiento de su esencia, el hombre europeo vive hoy

en un mundo que no responde a sus ideales ni a sus valores

distintivos. Ha perdido su relación directa con el mundo de la

vida (Lebenswelt) y no es capaz de reconocerse como sujeto

en este mundo reducido a sus aspectos cualitativos y técni-

cos por las ciencias modernas. El objetivismo científico re-

ductivista es el culpable de esta pérdida de la dimensión del

sentido. Las ciencias, que todo lo reducen a hechos medibles

y contables, han acabado por producir también hombres co-

mo simples hechos medibles y contables, incapaces, por tan-

to, de impulsar la razón, la libertad y los ideales que definen

a Europa. En suma, Europa ha perdido el sentido de su rela-

ción esencial con su propia historia. Por eso, lo que Husserl

propone como solución es “indagar lo que originariamente se

perseguía con la filosofía, lo que todas las filosofías y todos

los filósofos, históricamente intercomunicados, han persegui-

do. Y esto a través de una consideración crítica de lo que, en

la propia filosofía y en el propio método, revela la adherencia

última y auténtica al propio origen que, una vez penetrada, liga

EN TORNO A EUROPA 92

(30)

HUSSERL, E., Die Krisis der europäischen Wissenschaften und

die transzendentale Phänomenologie, Husserliana VI, La Haya, M.

Nijhoff, 19, p. 393 ss.

a sí apodícticamente la voluntad”

(31)

. Es decir, la superación

de la crisis pasaría, según esto, por una refundación de la po-

sibilidad misma de la filosofía como ciencia en su sentido ori-

ginario

(32)

, que requeriría un cierto “heroísmo de la razón”

(33)

capaz de ir más allá del reductivismo y del objetivismo. De

hecho, toda la Fenomenología de Husserl no se autoconcibe

como otra cosa que como una apelación a la recuperación de

la histórica voluntad de racionalidad del hombre europeo.

Pues la humanidad europea —piensa Husserl— lleva en sí

una idea absoluta cuyo sentido debe reapropiarse ahora de

nuevo en la identidad de una autoconciencia recuperada. La

identidad de Europa exige, en definitiva, el reencuentro con

su propia esencia subyacente como sujeto de su historia, la

recuperación de esa idea absoluta de filosofía como saber-po-

der, como constricción imprescindible de lo múltiple y de lo

otro bajo la unidad de un sentido que el sujeto de la historia

confiere y administra hegemónicamente. El paralelismo con

Hegel no es casual. Sólo en la completa europeización de las

“otras humanidades” no europeas Europa podría encontrar el

lugar filosófico de la superación de la crisis que le afecta. Y

esto como una reapropiación de sentido.

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 93

(31)

HUSSERL, E., Die Krisis..., ed. cit., p. 42.

(32)

De hecho, los trabajos husserlianos más importantes se orien-

tan a este objetivo: las lecciones sobre la Erste Philosophie, que

elaboran la idea de la Fenomenología trascendental como filosofía

primera; Formale und transzendentale Logik, que desarrolla la críti-

ca de la razón lógica en perspectiva fenomenológico-trascendental;

las Ideen, que contienen el enorme esfuerzo de refundar la filoso-

fía en la subjetividad trascendental; y las Cartesianische Meditatio -

nen, que radicalizan la inspiración cartesiana de la concepción fe-

nomenológica de la subjetividad.

(33)

HUSSERL, E., Die Krisis..., ed. cit., p. 400.

Resulta así curioso comprobar cómo la Fenomenología

de Husserl, que pretende elevarse programáticamente por

encima de todo prejuicio, es, en definitiva, resultado de es-

te único y gran prejuicio, a saber, que su re a f i rmación de-

sesperada y última del fundamentalismo de la filosofía co-

mo filosofía de la subjetividad descansa en el supuesto del

papel hegemónico de Europa. La certeza absoluta alcanza-

da por la autoconciencia (S e l b s t b e s i n n u n g) bloquea toda

a p e rtura al otro, que queda reducido —como leemos en la

V de las C a r tesianische Meditationen— a una simple fun-

ción del yo, de quien procede todo otorgamiento de sentido.

Y esto sólo en la dirección ver tical de mí al otro, nunca del

o t ro a mí. No encontramos aquí, ciertamente, el burdo et-

nocentrismo que contrapone lo propio como lo absoluto —y,

por lo tanto, como incomparablemente mejor— a lo otro o

extraño. Es una forma de eurocentrismo mucho más re f i n a-

da, en la que se mezclan etnocentrismo y logocentrismo, y

cuyo lema es que lo propio se impone y manifiesta pro g re-

sivamente a través de lo extraño, absorbiendo en sí a todo

lo otro e implantándose como lo universal. Sin embargo, lo

c i e rto es que esta realización de sí en la autocerteza de la

p ropia subjetividad reencontrada no es, en realidad, otra co-

sa que la pérdida de los otro s .

Husserl lleva a su punto de máxima tensión la egología

m o d e rna de Europa que, para imponerse como Idea abso-

luta, debe reducir el ser otro del otro al sentido de alteri-

dad que el sujeto le debe conferir poniéndose como yo ab-

soluto al principio de la relación. Esto no da lugar a una

relación verdadera, pues todo se reduce y tiene lugar en el

EN TORNO A EUROPA 94

y o

( 3 4 )

. Husserl es incapaz de ver que a la re s p o n s a b i l i d a d

del sujeto de entrar dentro de sí y reencontrarse en su pro-

pia autocerteza debe acompañar la responsabilidad ante el

o t ro, porque es siempre del otro de donde viene la posibi-

lidad misma para cada uno de decir yo

( 3 5 )

.

Significado y fin de la historia es, en definitiva, tanto para

Hegel como para Husserl, la afirmación de la racionalidad eu-

ropea, o sea, la realización del espíritu heredado de Grecia y

encarnado en la filosofía: “La filosofía es racionalidad como

voluntad de llegar a la verdadera y plena racionalidad (im

Erringenwollen der wahren und vollen Rationalität)”

(36)

. La eu-

ropeización, por tanto, se entiende como teleología de Euro-

pa en el impulso imparable a su deber-ser

(37)

. Es la vía que

conduce, en una sola dirección, de la prehistoria del tribalis-

mo primitivo a la configuración de las naciones modernas,

hasta ampliarse finalmente en una supranacionalidad que lle-

va el nombre de Europa. Se puede esperar, por tanto, que to-

do el resto de la humanidad se europeizará, mientras que no-

sotros los europeos, si somos conscientes de lo que somos

en sentido absoluto en la autocerteza de nosotros mismos,

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 95

(34)

Para la crítica de esta incapacidad de la filosofía trascenden-

tal; para abordar el problema del otro; y para el contraste con la

doctrina buberiana del Yo-Tú, véase mi libro Martin Buber, Madrid,

Herder, 2000 (2.

a

edición), primera parte.

( 3 5 )

Tal es el núcleo de la contestación fuerte, desde dentro de la

Fenomenología, que hace LE V I N A S, E., Totalidad e Infinito. Ensayo sobre

la exterioridad, trad. cast. E. Guillot , Salamanca, Sígueme, 1977.

(36)

HUSSERL, E., Die Krisis..., ed. cit., p. 345.

(37)

“Menschsein ist Teleogogischsein und Seinsollen”. HUSSERL, E.,

Die Krisis..., ed. cit., p. 273.

difícilmente trataríamos, por ejemplo, de convertirnos en in-

dios. Con el advenimiento del nihilismo, en cambio, es justa-

mente la fe en este cumplimiento teleológico de la razón, jun-

to con la posibilidad misma de la conciencia europea de

concebirse como historia de la progresiva producción del sen-

tido del mundo, lo que entra en crisis, provocando reacciones

como la que representa la filosofía de Husserl

(38)

.

IV. LOS “BUENOS EUROPEOS”, “APÁTRIDAS”

E “HIJOS DEL PORVENIR”

Como contrapunto a estas teleologías hegeliana y hus-

serliana del origen, entendido como identidad fundamental

que debe realizarse o reencontrarse en el momento de la con-

figuración última de Europa como unidad, encontramos en

Nietzsche una genealogía que cuestiona la relación dialéctica

entre origen e identidad y a cuya luz quedan invalidados los

argumentos por los que se trata de derivar de la evidencia del

origen el destino de Europa iluminado por ella.

Nietzsche reduce a una pura cuestión de fe la afirmación

de una posible conclusión dialéctica entre pasado y presente

EN TORNO A EUROPA 96

(38)

Para un desarrollo más pormenorizado de esta discusión véa-

se DASTUR, F., “Europa und der andere Anfang”, en Gander, H.H.

(ed.), E u ropa und die Philosophie, Frankfur t a.M., Klosterm a n n ,

1993; WALDENFELS, B., “L’Europa di fronte all’estraneo”, en Cristin,

R.-Ruggenini, M. (eds.), La Fenomenología e l’Europa, Nápoles, Viva-

rium, 1999, pp. 45 ss.; BAPTIST, G., “L’idea di Europa e il problema

dell’identitá”, en Il Contributto 1993, pp. 99 ss.

como síntesis. No hay ningún vínculo teleológico entre noso-

tros y el origen. Éste es irrecuperable de cualquier manera

que se lo quiera pensar. Europa no ha de salir de su oscure-

cimiento y superar una crisis de identidad reencontrando o re-

apropiandose su esencia originaria griega. No se puede decir

que haya habido ruptura entre Grecia y la modernidad, ni cri-

sis o decadencia en relación a un origen como perfección, si-

no que, desde el mismo origen, no ha existido nunca otra co-

sa que la contradicción, la crisis, la falta de identidad, el

enfrentamiento irreductible entre lo propio y lo extraño como

lucha destinada a autoalimentarse indefinidamente. No hay

ningún origen como totalidad natural que preceda a la esci-

sión, sino una escisión originaria constituida por la lucha de

polos contrapuestos nunca del todo conciliables en ninguna

síntesis. Lo otro, lo extraño que se nos opone y que no se de-

ja reducir y asimilar se muestra ya en la alteridad de nuestro

propio origen. No se puede buscar, en consecuencia, la iden-

tidad de Europa volviéndose hacia el origen griego, tratando

de reapropiarselo, porque no hay nada de lo que reapropiar-

se ni nada perdido que recuperar. Sólo hay la invención de

una figura mítica o metafísica que retrocede y se disuelve ca-

da vez que intentamos verificarla. Grecia no es para nosotros

más que ese lugar imaginario, desaparecido, de su falta y de

su ausencia.

Por otra parte —piensa Nietzsche—, resulta absurdo que

la Europa del presente trate de buscar su identidad en Grecia

porque Grecia nunca fue una esencia idéntica a sí misma

(39)

.

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 97

(39)

Hegel creía justamente que Grecia fue una identidad en sí

misma: “El espíritu griego consiste precisamente en ser lo que (los

Lo que los griegos tuvieron como rasgo más distintivo fue,

precisamente, su diferencia respecto de ellos mismos. Grecia

tuvo su origen en su otro, que era Asia, como bien observa

Hegel. No se fundó en nada propio. Pero cuando se deja de

creer en la dialéctica entonces no ya no es posible afirmar

que los griegos “superaron” este otro constituyéndose como

algo idéntico a sí mismo, sino que se formaron y evoluciona-

ron siempre en una lucha y en una relación de tensión, de in-

teracción y de hibridación continua con lo extraño. Por tanto

no pueden fundar ninguna identidad europea: “¿Qué es Euro-

pa? La civilización griega desarrollada a partir de elementos

tracios, fenicios, el helenismo, el filohelenismo de los roma-

nos, su Imperio mundial, el cristianismo como depositario de

elementos antiguos, esos elementos de los que surgen los

gérmenes de las ciencias europeas”

(40)

.

Oriente fue lo otro, el presupuesto originario básico de lo

griego con el que los griegos nunca dejaron de debatir

(41)

. La

EN TORNO A EUROPA 98

griegos) son, lo suyo, y en vivir dentro de ello como dentro de sí.

Conciben su propia existencia como algo aparte, como un objeto

que se engendra como un ser para sí y que adquiere en ello su

bondad y su razón de ser, y de este modo se hacen una historia

de todo lo que han sido y han poseído”. HEGEL, G.W.F., Lecciones

sobre la historia de la filosofía, ed. cit., vol. I, p. 140.

(40)

NIETZSCHE, F., Fragmentos póstumos, Otoño 1878, 33 (9), en

NIETZSCHE, F., Humano, demasiado humano, trad. A. Brontóns, Ma-

drid, Akal, 1996, vol. II, p. 290.

(41)

“Desde el principio, por todos lados sin excepción y con una

bella regularidad, (los griegos) se han visto estimulados por el mundo

de una civilización extranjera. Cada tipo de desmesura y de exube-

rancia asiáticas se presentaba crudamente a sus ojos bajo la form a

de civilizaciones muy evolucionadas o que estaban ya acabadas. Se

civilización griega nació y se forjó a partir de una combinación

de elementos procedentes de casi todas las primitivas civili-

zaciones del Mediterráneo. Por ello Nietzsche ve el equilibrio,

la armónica belleza de la apariencia apolínea del arte griego

encubriendo un abismo sin fondo hecho de crueldad, de vio-

lencia y de terror. Este era el trasfondo pregriego sobre el que

se tendió la figura luminosa y clásica que acostumbramos a

pensar como nuestro origen. En realidad, sin embargo, este

origen no es más que una imagen que se impone sobre algo

que lo precede como su misma alteridad, de modo que sin el

desenfreno, sin la desmesura de lo oriental, no hubiera podi-

do existir el equilibrio y la mesura griegas

(42)

. Ambas cosas

forman una dualidad irreductible, la cara y el envés de una

aporía constitutiva: “La difícil relación que entre lo apolíneo y

lo dionisíaco se da en la tragedia griega se podría simbolizar

realmente mediante una alianza fraternal de ambas divinida-

des: Dionisos habla el lenguaje de Apolo, pero al final Apolo

habla el lenguaje de Dionisos”

(43)

. Esta “alianza fraternal” no

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 99

puede valorar su tesón y su energía en un grado tanto más alto si

se considera cómo otros pueblos estuvieron expuestos, tan fuerte-

mente o incluso durante más largo tiempo que ellos, a las influen-

cias de Oriente y, sin embargo, como es el caso de los íberos, no

han llegado a un desarrollo superior”. Nietzsche, F., El culto griego a

los dioses, trad. D. Sánchez Meca, Madrid, Alderabán, 1999, p. 74.

(42)

“Allí donde tropezamos en el arte con lo ingenuo, hemos de

reconocer el efecto supremo de la cultura apolínea, la cual siempre

ha de derrocar primero un reino de Titanes y matar monstruos, y

haber obtenido la victoria por medio de enérgicas ficciones engaño-

sas y de ilusiones placenteras sobre la horrorosa profundidad de

su consideración del mundo”. Nietzsche, F., El nacimiento de la tra -

gedia, trad. A. Sánchez Pascual, Madrid, Alianza, 1978, p. 54.

(43)

”Nietzsche, F., El nacimiento de la tragedia, ed. cit., p. 172.

equivale a ninguna síntesis dialéctica final, sino que alude a

una peculiar conjunción de identidad y diferencia.

Grecia es, según esto, un lugar de alteridad y figura, para

Europa, de la ausencia de una patria como tierra natal. Esta

figura muestra tan sólo los signos de una desaparición que,

como ocaso, señala hacia atrás, por la ruta del sol hacia el

Oriente que se incrusta en nuestro origen originándolo en una

dualidad irrecomponible. El orgiasmo dionisíaco no era sólo

algo propio de bárbaros, de los tracios o de los fenicios; tam-

bién los griegos practicaron un dionisíaco “ponerse fuera de

sí” como condición para salir hacia lo que les era extraño. Y

esto es lo que nos enseñan: la inevitabilidad del extraña-

miento en lo otro, en lo exterior, para poder desarrollarse uno

mismo. Lo único que cabe buscar en Grecia y lo que podemos

aprender de esa búsqueda es nuestra ausencia de origen y

de algo propio, nuestra impropiedad y extrañamiento origina-

rios que nos permiten, en cambio, reproducir lo otro como

otro dentro de nosotros mismos. Grecia, en fin, como ese te-

rritorio múltiplemente esparcido en el mar, viajera y despa-

rramada en sus múltiples colonias, lugar de interacciones

múltiples, de simbiosis, de hibridismo, de heterogeneidad, de

cohabitación originaria con la diversidad de culturas y pueblos

del Mediterráneo.

Las reflexiones nietzscheanas sobre Europa, contenidas

sobre todo en Die Fröhliche Wissenschaft, parten de esta au-

sencia de un origen fundante de una identidad europea. Sólo

desde la experiencia profunda del nihilismo —dice Nietzs-

che— Europa puede superar su decadencia y autoimpulsarse

EN TORNO A EUROPA 100

más allá de sí misma. Esto no sólo implica reconocer que

nuestra ausencia de identidad estaba ya presente en el ori-

gen griego, como acabamos de ver, sino, más todavía, impli-

ca que nos queramos desarraigados. O sea, nosotros, euro-

peos “del día después” (de la “muerte de Dios”) debemos

sentir que “por fin el horizonte se abre de nuevo, aun admi-

tiendo que no esté claro; por fin nuestros barcos pueden des-

plegar sus velas y navegar otra vez: todos los riesgos del que

busca el conocimiento están permitidos de nuevo. El mar,

nuestra pleamar se extiende ante nosotros, y quizá no hubo

nunca una mar tan plena”

(44)

. Nietzsche nos sugiere el mar

como la mejor metáfora de lo inapropiado de nosotros mis-

mos y lugar en el que no cabe querer echar raíces, sino sólo

navegar como exploradores que se dejan guiar por la pasión

del conocimiento.

Nietzsche pide a los buenos europeos una mirada desde

fuera de Europa, es decir, desde su mar. Para comprender a

Europa “hay que hacer como hace el viajero que quiere cono-

cer la altura de las torres de una ciudad: para ello deja la ciu-

dad..., busca una posición más allá de nuestro bien y de

nuestro mal, una independencia respecto de toda Europa en-

tendida esta última como una suma de juicios de valor que

nos mandan y que han entrado en nuestra sangre”

(45)

. Por-

que, si hubiera que indicar un aspecto en el que cupiese ci-

frar la actual unidad de Europa, Nietzsche cree poder señalar

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 101

(44)

NIETZSCHE, F., Die Fröliche Wissenschaft, en Kritische Sstudien

Aausgabe, ed. G. Colli y M. Montinari, Berlín, Gruyter, 1988, vol. 3,

af. 343.

(45)

”NIETZSCHE, F., Die Fröhliche Wissenschaft, ed. cit. af. 380.

uno en los valores morales que han entrado en crisis con la

“muerte de Dios” y han perdido su valor con el advenimiento

del nihilismo: “Hemos encontrado que Europa, incluidos

aquellos países en que el influjo de Europa es dominante, se

ha vuelto unánime en todos los juicios morales capitales: en

Europa se sabe evidentemente aquello que Sócrates decía no

saber, y que la vieja y famosa serpiente prometió un día en-

señar. Se sabe hoy qué es el bien y qué es el mal”

(46)

.

Algo característico del europeo moderno ha sido conside-

rarse a sí mismo como el hombre superior. Para ser más

exactos, se ha tenido a sí mismo por el hombre a secas, lle-

gado a la culminación de la historia en una civilización que ha

sabido redimirse de las tinieblas de su propio pasado y li-

brarse de la miseria material de sus ancestros ¿No está él,

por tanto, en condiciones de saber lo que es el bien y lo que

es el mal? Se siente satisfecho de sí mismo al ver cumplido

en él el sentido del mundo y de la historia. Puede hasta per-

mitirse ser condescendiente y generoso y hacer partícipes a

los que aún no han llegado a su nivel, procurando su incor-

poración a este acabamiento suyo que constituye su más glo-

riosa bandera de la victoria. Así habla este europeo moderno:

“Nosotros los buenos, ‘nosotros somos los justos’. A lo que

ellos (los europeos modernos) reclaman no lo llaman repre-

salia, sino ‘triunfo de la justicia’; a lo que odian no es a su

enemigo ¡no!, ellos odian ‘la injusticia’, ‘la impiedad’; lo que

ellos creen y esperan no es la esperanza de la venganza, la

EN TORNO A EUROPA 102

(46)

NIETZSCHE, F., Más allá del bien y del mal, trad. A. Sánchez

Pascual, Madrid, Alianza, 1978, p. 133.

embriaguez de la dulce venganza, sino ‘la victoria de Dios”

(47)

.

Así, entre este europeo y su otro lo que se entabla no es una

confrontación a campo abierto en la que se muestran y se

comparan las respectivas diferencias. Al identificarse el eu-

ropeo con la moral sin más, es decir, con la justicia, con la

igualdad, con la razón, con la libertad, lo que tiene que ven-

cer en los otros es la inmoralidad, la injusticia, la desigual-

dad, la sinrazón en cuanto tales. De modo que su odio y su

desprecio son legítimos, buenos y estan plenamente justifi-

cados en sí mismos.

Por tanto, lo que en realidad le sucede al europeo moder-

no —piensa Nietzsche— es que no sabe existir a partir de sí

mismo, en su diferencia junto y respecto a los que le son di-

ferentes. Él no soporta ser diferente, no admite las singulari-

dades porque su deseo más íntimo es confundirse con el gre-

garismo del rebaño. Su ideal de igualdad, tal como lo

entiende, le prohibe afirmarse a sí mismo en lo que es, le

prohibe “ser lo que es”

(48)

. Necesita reducirlo todo a lo mis-

mo, y por eso condena y persigue cualquier afirmación de sí

que suponga una diferencia respecto de sí. Si cada uno se

juzga siempre a partir de la opinión de los otros, ¿cómo no

tratar de controlar esa opinión?, ¿cómo no obligar a que los

otros reflejen la única imagen de nosotros que nos puede sa-

tisfacer? La desigualdad debe ser eliminada, no sólo entre

pueblos y razas, sino también entre sexos. Por todas partes

debe reinar un sentido de comunión entre iguales: “¡La doc-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 103

(47)

NIETZSCHE, F., La genealogía de la moral, trad. A. Sánchez Pas-

cual, Madrid, Alianza, 1978, p. 55.

(48)

Nietzsche, F., Die Fröhliche Wissenschaft, ed. cit., af. 270.

trina de la igualdad!... Pero ¡si no existe un veneno más ve-

nenoso que ése! Pues ella parece ser predicada por la justi-

cia misma, mientras que acaba con la justicia. Igualdad para

los iguales, y desigualdad para los desiguales: ése sería el

verdadero discurso de la justicia”

(49)

.

El europeo moderno, pues, encapsulado en sus reglas

convencionales y en sus modelos impuestos de los que ni

puede ni quiere diferenciarse, no es capaz de crear ni de

abrirse a novedad alguna, ni en sus modos de comporta-

miento ni en su manera de pensar: “Hoy no vemos nada que

aspire a ser más grande. Barruntamos que descendemos ca-

da vez más abajo, más abajo hacia algo más débil, más man-

so, más mediocre, más indiferente, más chino, más cristiano.

El hombre, no hay duda, se vuelve cada vez ‘mejor’. Justo en

esto reside la fatalidad de Europa... ¿Qué es hoy el nihilismo

sino eso? Estamos cansados de el hombre”

(50)

.

A partir de este “nihilismo de los mediocres”, Nietzsche

explica los nacionalismos europeos contemporáneos: “La de-

mocratización de Europa está abocada a procrear un tipo de

hombre preparado para la esclavitud en el sentido más su-

til”

(51)

; es decir, producirá el tipo de hombre que se sentirá fe-

EN TORNO A EUROPA 104

(49)

NIETZSCHE, F., Crepúsculo de los ídolos, trad. A. Sánchez Pas-

cual, Madrid, Alianza, 1975, p. 126.

(50)

NIETZSCHE, F., La genealogía de la moral, ed. cit., pp. 50-51.

“Sólo los mediocres tienen perspectivas de continuar, de propagar-

se. Son los hombres del futuro... ¡Haceos mediocres!, así dice la

única moral que tiene sentido”. NIETZSCHE, F., Más allá del bien y

del mal, ed. cit., p. 231.

(51)

Nietzsche, F., Más allá del bien y del mal, ed. cit., p. 195.

liz de verse acogido en la férrea tenaza de la patria, “el más

frío de todos los monstruos gélidos”, el “nuevo ídolo de la

nueva religión”

(52)

. De ahí su fustigamiento incansable de los

entusiasmos nacionalistas que ve prender, sobre todo, en

Alemania como “una nueva forma de fanatismo y negación

misma de la cultura”

(53)

.

Nietzsche denuncia con esta provocadora vehemencia, en

suma, las complacencias de un optimismo ciego que contri-

buye, sin autoanalizarse rigurosamente, al reino del nihilismo

reactivo y, por tanto, a hacer imposible una sociedad de li-

bertad creadora. Entre el escepticismo y la esperanza, pien-

sa que “lo que hoy en Europa se denomina nación y que, en

realidad, es más una res facta (cosa hecha) que nata (cosa

innata) —más aún, a veces se asemeja, hasta confundirse

con ella, a una res ficta et picta (cosa fingida y pintada)— es,

en todo caso, algo que está en devenir, una cosa joven, fácil

de desplazar, no es una raza, y mucho menos algo aere pe -

nennius (más perenne que el bronce)”

(54)

. Este futuro para la

Europa que está en devenir como algo todavía joven requiere,

sobre todo, según Nietzsche, “espíritus libres” capaces de un

cierto desasimiento, de una desapropiación de sí para abrir-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 105

(52)

NIETZSCHE, F., Así habló Zaratustra, trad. A. Sánchez Pascual,

Madrid, Alianza, 1978, p. 82 ss.

(53)

“El nacionalismo es la enfermedad y sinrazón más destructiva

de la cultura que existe, es la neurosis nacional de la que Europa

está enferma, y que perpetúa la división de Europa en pequeños

Estados y su pequeña política”. NIETZSCHE, F., Más allá del bien y

del mal, ed. cit., p. 235.

(54)

NIETZSCHE, F., Más allá del bien y del mal, ed. cit., p. 206.

se a la alteridad de lo otro

(55)

. Nietzsche observa cómo, por

ejemplo, las leyes penales de cualquier pueblo se refieren

más a lo que ese pueblo rechaza como extraño a sí que a lo

que ordena su propio sistema de valores, porque éstos se

identifican con los únicos justos y sensatos en sentido abso-

luto

(56)

. La particularidad, la parcialidad de su sistema jurídi-

co se le escapa. Sólo desde la actitud cosmopolita del espí-

ritu libre se descubren los peligros y limitaciones de esa

parcialidad, al poder compararla con otros sistemas de valo-

res y otras creencias. No para imitarlos ni para despreciarlos,

sino para asistir a otras perspectivas originales y salir de las

propias ilusiones que identifican lo que se es con lo único

que debe ser y no puede ser de otra manera. El método ge-

nealógico, que procede a través de recorridos etnográficos,

antropológicos y psicológicos, tiene precisamente en esto su

fundamento

(57)

.

EN TORNO A EUROPA 106

(55)

“Gracias al morboso extrañamiento que la insania de las na-

cionalidades ha introducido y continúa introduciendo entre los pue-

blos de Europa, gracias asimismo a los políticos de mirada corta y

de mano rápida que hoy están arriba con la ayuda de esta insania

y que no presienten en absoluto hasta qué punto la política disgre-

gacionista que practican no puede ser necesariamente más que

una política de entreacto, gracias a todo esto y a otras muchas co-

sas ahora son pasados por alto o reinterpretados de manera arbi-

traria y mendaz los indicios más inequívocos en los cuales se ex-

presa que Europa quiere llegar a ser una”. NIETZSCHE, F., Más allá

del bien y del mal, ed. cit., p. 214.

(56)

NIETZSCHE, F., Die Fröhliche Wissenschaft, ed. cit., af. 43.

(57)

“La cuestión ¿qué vale esta o aquella tabla de valores? ¿Qué

vale ésta o aquélla moral? debe ser planteada desde las más di-

versas perspectivas; especialmente la pregunta ¿valioso para qué?

nunca podrá ser analizada con suficiente finura... El bien de los

más y el bien de los menos son puntos de vista contrapuestos de

Esta es la perspectiva desde la que su filosofía abre un

horizonte distinto a la futura Europa: “A la vista de un mundo

de ideas modernas, que confinaría a cada uno en su rincón y

especialidad, el filósofo se vería forzado a situar la grandeza

del hombre, el concepto de grandeza precisamente en su am-

plitud y multiplicidad como totalidad..., incluso determinaría

el valor y el rango por el número y diversidad de cosas que

uno sólo pudiera soportar y tomar sobre sí, y por la amplitud

que uno sólo pudiera dar a su responsabilidad”

(58)

. Si se lee

con atención esta cita se puede ver que no hay, en Nietzsche,

una defensa del individualismo contrario a la conciencia co-

munitaria y a la solidaridad. Lo que hay es la denuncia de una

falsa solidaridad que se presenta a sí misma como máscara

de una moral de rebaño, de un gregarismo plebeyo en sí mis-

mo reacio y alérgico a toda grandeza. Hay la denuncia de la

plebeyización de Europa, entendiendo por tal ese magma en

el que todo es idéntico e indiferenciado porque nada tiene la

fuerza de tomar distancia, sino que, más bien, el no tomar

distancia se ha convertido en el ideal más compartido. Fren-

te a eso, la grandeza consiste, para Nietzsche, en ser y au-

tocomprenderse internamente plural, múltiple y diverso para

poder serlo también externamente (“multiplicidad como tota-

lidad” y “amplitud como plenitud”). Justamente en su defini-

ción misma de la decadencia europea sitúa Nietzsche la ten-

dencia a la disgregación del mal individualismo, esa

patológica separación de la parte respecto del todo como

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 107

valor; considerar ya en sí que el primero tiene un valor más elevado

es algo que nosotros vamos a dejar a la ingenuidad de los biólogos

ingleses”. NI E T Z S C H E, F., La genealogía de la moral, ed. cit., p. 62.

(58)

NIETZSCHE, F., Más allá del bien y del mal, ed. cit., p. 156.

“anarquía de los átomos”, que no es más que una “disolu-

ción de la voluntad” común

(59)

. El significado que tienen las

continuas provocaciones de Nietzsche contra las “ideas mo-

dernas”, o sea, contra la democratización de Europa, su igua-

litarismo, etc. (en el contexto global de sus escritos) es aler-

tar sobre estos mecanismos de autoengaño y sus derivas

ilusorias. No tiene Nietzsche la pretensión de proponer un

modelo social opuesto, basado en la desigualdad y en la ex-

plotación de los fuertes sobre los débiles, como además de

los nazis todavía hoy algunos siguen creyendo al tomar sus

provocaciones como doctrina positiva. De hecho, Nietzsche

jamás elaboró ninguna propuesta política, sino que se entre-

tuvo toda su vida en golpear con el martillo de su provocación

para ver si se dejaba oír el vacío interior de la voluntad de el

hombre europeo, embriagado de autocomplacencia e incapaz

de reencontrar las condiciones para producir nuevas ideas y

crear nuevos valores.

Los buenos europeos, en definitiva, serán sólo los espíri-

tus libres, los sin patria, hijos del porvenir y peregrinos en un

tiempo de tránsito: ¿Cómo podríamos sentirnos como en ca-

sa? Somos hostiles a todo ideal que pudiera aún encontrar

un refugio, pues incluso en casa, no conservamos nada, no

queremos regresar a ningún pasado..., somos demasiado

múltiples y demasiado mixtos de raza y de origen para sentir -

nos tentados de participar en esa admiración de sí mismo,

mentirosa, que practican las razas... Nosotros somos, en una

palabra —y que esa sea nuestra consigna— buenos euro p eos,

EN TORNO A EUROPA 108

(59)

NI E T Z S C H E, F., Der Fall Wa g n e r, en Kritische Studien Ausgabe, ed.

c i t . , vol. 6, p. 12 ss.

herederos de muchos miles de años de espíritu europeo”

(60)

.

Tal sería, pues, la paradoja del buen europeo: que sólo lo es

no siéndolo; que se comprende y se valora a sí mismo mi-

rándose desde fuera, en el reflejo de su imagen no manipu-

lada en los otros. Este es su reto ante el futuro: salir de su

ensimismamiento, alterarse, no en el sentido de una expan-

sión o conquista de los otros pueblos, sino en el de una ex-

periencia y acogida de lo otro en sus confines internos. El

e s p í r i t u europeo, tal como lo piensan Hegel y Husserl, mirán-

dose contínuamente a sí mismo, es impotente para com-

prender a los otros y, por tanto, también a sí mismo.

Nietzsche desautoriza, en suma, toda esa línea teleológi-

co-especulativa del Espíritu universal en peregrinación, desde

Grecia, hacia la meta europea. No se deja vencer por la nos-

talgia de un origen que nos espera como patria natal recupe-

rada y reapropiada. No cree ya en el dogma idealista de la sín-

tesis dialéctica. Sólo hay ausencia de origen, separación, y no

patria, raíz, tierra natal. Europa no tiene un sólo origen, ni tie-

ne una identidad o esencia que no sea el resultado híbrido de

una presencia simultánea de singularidades. Por tanto, la

orientación de la reflexión sobre Europa no puede ser la que

se mueve del origen al porvenir, sino, en todo caso, la que

desde lo que está por venir vuelve a repensar los orígenes.

Cualquier identidad de Europa sólo será un mito que se quie-

re hacer necesario por la ausencia real de identidad. Por eso,

a veces señala también Nietzsche, escéptico, que tal vez Eu-

ropa sólo será, a lo sumo, una comunidad reunida por el in-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 109

(60)

NIETZSCHE, F., Die Fröhliche Wissenschaft, ed. cit., af. 377.

terés económico, para lo que no necesita de ninguna identi-

dad puesto que el comercio y el mercado pueden funcionar

perfectamente sin ella. El dinero es lo que trasciende toda

identidad y, como ya dejó dicho Kant, “puesto que el poder

del dinero es, en realidad, el más fiel de todos los poderes...

él es el que hace que los Estados se vean obligados a fo-

mentar la paz con alianzas”

(61)

.

El nihilismo europeo, en cuanto destitución de los proyec-

tos de sentido totalizantes, en cuanto pérdida de valor de los

valores que se venían autoimponiendo como absolutos, obli-

ga a aprender a vivir sin los soportes tranquilizadores que po-

dían proporcionar esos absolutos. Ésta es la cuestión que

Nietzsche plantea a los discursos eurocentristas, teleológi-

cos y hegemónicos sobre Europa. Porque, ¿y si al final resul-

tara que esa Europa moderna, que se cree superior a cual-

quier otra civilización, no fuera, en el fondo, más que el

estado terminal de una decadencia y de la consumación del

nihilismo? Sólo que, aunque así fuera, no todo se reduciría a

nihilismo pasivo y reactivo. El nihilismo europeo habría servi-

do también para librarnos de la conflictividad ciega de unos

valores absolutizados frente a todos los demás, habría hecho

posible al espíritu libre mismo rescatándole de la plebeya in-

sistencia europea en la exclusividad única de sus ideas y sus

modelos, y nos habría situado en fin ante la exigencia de te-

ner que asumir la condición de desfondamiento de toda exis-

tencia: “Debías llegar a ser dueño de ti y de tus propias vir-

tudes... Debías aprender a captar lo perspectivista de toda

EN TORNO A EUROPA 110

(61)

KANT, I., La paz perpetua, trad. J. Abellán, Madrid, Tecnos,

1989, p. 41.

valoración, la deformación, la distorsión y la aparente teleo-

logía de los horizontes y de todo lo que pertenece a lo pers-

pectivista... Debías aprender a captar la necesaria injusticia

de todo pro y de todo contra, la injusticia como inseparable

de la vida”

(62)

.

V. UNA EUROPA COMÚN INTERNAMENTE DIFERENCIADA

Las reflexiones de Nietzsche hacen ver que no existe nin-

gún fundamento filosófico o político para una identidad euro-

pea. Si todavía alguien quiere delimitar para Europa alguna

clase de identidad deberá hacerlo en todo caso al margen de

cualquier relación vinculante entre identidad y origen, es de-

cir, tendrá que aceptar la imposibilidad de una determinación

lógica o histórica de esa identidad, y mantener la indetermi-

nación frente a cualquier propuesta de visión totalizante, ar-

monizadora, de apoyo definitivo, de arraigo último, de meta fi-

nal. Europa no es más que un paisaje de países (eine

Landschaft von Länder), la combinación de un conjunto de

partes ninguna de las cuales sirve de totalización ni de iden-

tificación, un contexto de singularidades ninguna de las cua-

les, ni tampoco su conjunto, forman un sujeto universal. Su

mejor identidad es, por tanto, la de algo que no tiene identi-

dad, el topos común de lo extraño, el lugar en el que lo ex-

traño se manifiesta como tal. Europa no comienza a ser ni se

constituye en ningún momento determinado de su historia co-

mo la entidad que ahora es, sino que va formándose y cam-

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 111

(62)

NI E T Z S C H E, F., Humano, demasiado humano, ed. cit., vol. I, p. 39.

biando incesantemente en virtud de la confrontación ince-

sante con lo que no es, con una exterioridad, con un otro

puesto ya en su mismo origen

(63)

. Esta confrontación señala

una diferencia que ninguna identidad podrá nunca resolver.

Por esta razón Europa no se dejará circunscribir en ninguna

representación o figura adecuada de sí misma, sino que está

obligada a partir de la imposibilidad de una configuración de

sí que determine de una vez por todas su propia realidad.

Y, puesto que Europa no es sustancialmente más que es-

te mosaico de formas susceptibles de ir modificándose una y

otra vez podemos aprender de los fracasos en los que han ido

a parar los repetidos intentos de conquistar una Europa sus-

tancialmente unida como realización histórica de su re c u rre n-

te sueño de unidad. En la historia política europea este sueño

se ha saldado en catástrofe cada vez que se ha intentado me-

diante la guerra: Carlos V, Luis XVI, Napoleón, Hitler. Pues lo

p ropio de Europa, políticamente hablando, ha estado re l a c i o-

nado siempre con la irreductible diferencia de su diversidad de

naciones. La defensa de esta diversidad queda ilustrada in-

cluso en la única, fugaz y parcial realización política que ha co-

nocido Europa en virtud de la Santa Alianza de Metternich y

C a s t l e reagh, en la medida en que tal alianza se produjo justa-

mente como reacción al miedo provocado por la re v o l u c i ó n .

A quienes aún defienden que sólo la pertenencia a una

comunidad “natural” prepolítica produce efectivamente el

EN TORNO A EUROPA 112

(63)

Cfr. CACCIARI, M., Geofilosofía de Europa, trad. D. Sánchez Me-

ca, Madrid, Alderabán, 2000, p. 18 ss.

v í nculo y genera la confianza que hace posible entender por

qué ciudadanos interesados en sí mismos posponen sus pro-

pios intereses en favor de lo que ordena la autoridad hay que

responderles que no es sobre una base así sobre la que de-

be buscarse la solidaridad europea. No tiene sentido apelar a

ninguna raíz común para fundamentar sobre ella la unión de

los europeos ni su conciencia cívica, sino que no puede ser

sino el mismo funcionamiento democrático de las institucio-

nes que se den a sí mismos el que vaya creando la concien-

cia común de una Europa internamente diferenciada. Porque

sólo un concepto no naturalista y no eurocéntrico de Europa

puede permitir el ensamblaje de una estructura supranacio-

nal en la que los legítimos intereses de las naciones que la

integran sean compatibles y conjugables con la solidaridad

entre todos.

Cualquier entidad política democrática sólo tiene sentido

como plataforma que hace posible una acción común. Y Eu-

ropa, si quiere construirse como una praxis de este tipo, só-

lo puede hacerlo si se comprende como interrelación de ciu-

dadanos que se reconocen libre y recíprocamente derechos

iguales —independientemente de su procedencia, raza, cre-

encias, etc.— en virtud de un contrato social. Esta tarea de

cómo producir esta intersubjetividad de ciudadanos sólo re-

quiere la voluntad de querer darse los medios institucionales

y políticos que hagan posible la acción necesaria a esa inte-

rrelación. Por tanto, los conceptos kantianos de autolegisla-

ción y voluntad general deben adquirir, en este caso, una di-

mensión política más amplia hasta transformarse en

principios de una estructura supranacional capaz de actuar

sobre sí misma. No hace falta ninguna identidad europea que

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 113

tenga que buscarse o imaginarse como homogeneidad de los

individuos enraizada en un remoto origen compartido de mo-

do natural. Es verdad que, como enseña también Nietzsche,

todo reconocimiento recíproco va unido a una lucha. La con-

vivencia en la diversidad no será fruto sólo de interacciones

racionales y de la acción comunicativa, sino que será inevita-

ble una cierta combinación de violencia y consenso, o, en el

mejor de los casos, de violencia que se racionaliza en con-

senso. Esto no excluye, sin embargo, que filosófica y políti-

camente tengan que usarse sólo las razones de la inteligen-

cia y los argumentos, y desplazar decididamente los de la

fuerza bruta.

En realidad, en nuestras europeas sociedades posdesa-

rrolladas, ¿quién vive en el seno de un pueblo culturalmente

homogéneo? Sin cesar aumenta el pluralismo de formas de

vida, de razas, de credos religiosos y de concepciones del

mundo. Todas las naciones son el resultado de azares histó-

ricos de diverso tipo: conflictos bélicos, alianzas o simple-

mente del establecimiento arbitrario de fronteras. La delimi-

tación territorial de las naciones es, en la mayoría de los

casos, algo completamente contingente: no responde al con-

cepto nacionalista de etnia o comunidad natural

(64)

. Cierta-

mente esto no elimina, sino que, al contrario, tal vez rea-

limenta, como reacción defensiva, los sentimientos

nacionalistas. Pues si la globalización, como occidentaliza-

ción de todo el planeta, parece inevitable, es porque la mis-

ma categoría de opuesto, de otro, de extraño, de enemigo es

EN TORNO A EUROPA 114

(64)

Cfr. GADAMER, H.G., La herencia de Europa, trad. P. Giralt, Bar-

celona, Península, 1990, p. 37 ss.

típicamente occidental. Como queda dicho más arriba, Euro-

pa, Occidente incluyen, ya desde su mismo origen, al contra-

rio y descansan sobre él. Sólo así son potencialmente el to-

do, porque forma parte de su condición la receptividad a

integrar lo extraño, a asimilarlo como algo a digerir hasta in-

corporarlo a su propia esencia: “Un otro fijo en su lugar, según

unas medidas definidas, es, a priori, elemento y función de

una composición armónica, parte de un cosmos, y de ningún

modo singularidad”

(65)

. Por eso, el paso a través de lo extra-

ño puede encarnarse finalmente en un retorno a lo propio

(66)

.

¿Qué significa, a la luz de este imparable proceso de glo-

balización, el discurso filosófico sobre la consumación de Oc-

cidente en la filosofía, en cuanto realización de su esencia

más íntima, o sea, de sus valores de libertad, de racionali-

dad, de progreso, etc.? Sólo Occidente —dice Husserl— ha

desarrollado en su seno dimensiones espirituales de proyec-

ción universal. Forma parte de la autoconciencia de Europa

considerarse a sí misma como encarnación y vanguardia de

la justa razón, del conocimiento verdadero, de la auténtica fe,

del progreso efectivo, de la humanidad libre, en suma, del

sentido universal. Prueba de ello —se aduce— es que todos

los otros pueblos sienten una tendencia a asimilar, de mane-

ra ir refrenable, los mismos valores y comportamientos occi-

dentales que dicen querer combatir y rechazar. En realidad,

visto el fenómeno más de cerca, mientras el mundo se uni-

formiza y las naciones entran en una misma red de relaciones

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 115

(65)

CACCIARI, M., Geofilosofía de Europa, ed. cit., p. 178.

(66)

HEIDEGGER, M., Hölderlins Hymne “Der Ister”, Gesamtausgabe,

vol. 53, Klostermann, Frankfurt a.M., 1984, p. 67 ss.

e interdependencias globales vemos crecer la tensión entre

la asimilación y el aislamiento de pueblos, de minorías, de

grupos que sienten, junto a la atracción por lo occidental, un

no menos fuerte impulso a sustraerse de la presión centrí-

peta de la integración. El desarraigo de las tradiciones loca-

les, el propósito de hacerlas irrelevantes para que no frenen

ni entorpezcan los procesos de compatibilidad global, esto es

lo que produce el irresistible auge del mercado global

(67)

.

De este modo Occidente, exportando a todo el mundo su

racionalización, su libre mercado y su tecnificación, no sólo

convierte el mundo, en cierto modo, en un desierto, sino que

desvela al fin su sospechosa idea de humanidad que eleva a

universal una forma particular de el hombre —el hombre blan-

co de origen europeo— como idea impuesta durante siglos de

violencia y explotación. Occidente no transfiere, en realidad,

a Oriente o a África su propia cultura positiva, sino que tien-

de a disolver todas las otras culturas introduciendo en ellas

su intrínseco nihilismo, es decir, contagiándolas con la repro-

ducción generalizada de su propia figura vacía. No exporta,

pues, sus valores, sino su vacío de valores, su nihilismo re-

activo. Lo que transmite Occidente —ese Occidente que coin-

cide con el todo pero que es, en último término, nada— es,

desde este punto de vista, una fuerza de aniquilación que

acaba con cualquier otro haciéndolo suyo

(68)

.

EN TORNO A EUROPA 116

(67)

Véase sobre esto HROCH, M., Social preconditions of national

revival in Europe, New York, Columbia Univ. Press, 2000, especial-

mente pp. 163 ss.; también Blas Guerrero, A. de, Nacionalismos y

naciones en Europa, Madrid, Alianza, 1994

(68)

“En el pensamiento occidental, la unificación (síntesis a priori)

de lo múltiple que deviene —que es al mismo tiempo afirmación

Si del plano de la globalización volvemos al ámbito de Eu-

ropa, la desautorización de la tradicional idea hegemónica del

hombre europeo plantea la exigencia de que la cultura mayo-

ritaria políticamente dominante no imponga su forma de vida

en contra de la igualdad efectiva de derechos de ciudadanos

de otra procedencia cultural. No se puede seguir sosteniendo

la misma idea de humanidad que ha servido durante siglos

para fundar y justificar los proyectos coloniales y colonizado-

res. Contra el monopolio europeo de la humanidad exclama

Nietzsche: “Nosotros no somos humanitarios, no nos permi-

timos nunca hablar de nuestro amor a la humanidad, no so-

mos lo bastante comediantes para ello. O mejor dicho, no so-

mos lo bastante sansimonianos... Hace falta estar muy

afectado por una dosis excesiva, y muy francesa, de irritabili-

dad erótica y de impaciencia amorosa para acercarse a la hu-

manidad con deseo y ardor. ¡A la humanidad! ¿Pero ha habi-

do jamás otra vieja más horrible entre todas las viejas

horribles?”

(69)

.

Las leyes afectan a las formas de vida (a la familia, al ma-

trimonio, al aborto, a la educación, a la lengua oficial, etc.) y

están inevitablemente basadas en valores y en tradiciones,

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 117

del sentido definitivo, inmutable de lo múltiple— está destinada al

fracaso habida cuenta de que, por un lado, es entificación de la

nada de la que las determinaciones de lo múltiple devienen, y, por

otro lado, de que las determinaciones de lo múltiple, en cuanto os-

cilantes entre el ser y la nada, están originariamente aisladas unas

de otras, de modo que toda unificación de las mismas no puede

ser más que accidental y casual”. Severino, E., “¿Qué es Euro-

pa?”, en SEVERINO, E., La tendencia fundamental de nuestro tiempo,

trad. J.A. González Sáinz, Pamplona, Pamiela, 1991, p. 120.

(69)

NIETZSCHE, F., Die Fröhliche Wissenschaft, ed. cit., af. 377.

suponen una determinada interpretación de principios éticos

que reflejan la autocomprensión ético-política de una mayoría

dominante por razones históricas. Por eso es necesario el

respeto a las diferencias específicas de los diversos grupos

culturales de modo que no se identifique cultura mayoritaria

con cultura política general, respeto que debe tener lugar has-

ta el límite marcado por quienes pretendan que su propia par-

ticularidad deba ser reconocida por todos de manera univer-

sal

(70)

. Con esta condición, los lazos de unión y solidaridad

que deben ser creados por la cultura política común a la di-

versidad de grupos y subculturas podrán hacer posible supe-

rar la atomización social en grupos que coexisten pero rivali-

zando, ignorándose o incluso despreciándose mutuamente.

En conclusión, el proceso de globalización obliga a los Es-

tados nacionales a abrirse, internamente, a una pluralidad de

f o rmas de vida, de culturas y de valores, y, al mismo tiempo,

e x t e rnamente, fuerza también a los Estados soberanos a abrir-

se a otros Estados. Ante este desafío no caben actitudes de-

EN TORNO A EUROPA 118

(70)

Desgraciadamente tenemos la experiencia repetida de cómo

los postulados nacionalistas no pueden representar ningún presu-

puesto necesario para la constitución y existencia de un sistema

democrático. Exigir, incluso mediante el recurso a la violencia terro-

rista, que el reconocimiento de la propia identidad colectiva equiva-

le a preservar la homogeneidad racial, cultural y, en todo caso, ex-

trapolítica, necesariamente lleva a la exclusión y al conflicto

violento: para mantener la pureza del pueblo hay que obligar a la

asimilación forzosa de los elementos extraños, practicar el apart-

heit, impedir la inmigración a los extranjeros, oprimir y segregar a

los extraños, o recurrir a la limpieza étnica y al genocidio de mino-

rías. Sólo la pro g resiva inclusión de todas las diferencias bajo la con-

dición de ciudadanía común puede constituir el principio de una form a

de integración comunitaria sostenida y consolidada por el dere c h o .

fensivas de atrincheramiento nacionalista ni tampoco la disolu-

ción de los Estados en estructuras supranacionales. Hay que

trabajar en políticas eficaces de coordinación que extiendan en-

t re los países europeos una conciencia común, una solidaridad

cívica, resaltando las ventajas que produce una administración

capaz de regular con eficacia los aspectos que afectan a todos.

Los europeos, algunas experiencias históricas comunes sí que

tenemos, entre las que hay que destacar las dos últimas gue-

rras mundiales en las que se pusieron de manifiesto los peli-

g ros de las ideologías y formas de pensar en las que arraiga el

nacionalismo excluyente. Por otra parte, Europa lleva ya mu-

chos años integrándose económica, social y administrativa-

mente, lo que ha modelado ya una cierta experiencia histórica

c o m p a rtida en la línea de comprobar los objetivos que cumple.

Esta construcción de Europa como entidad democrática

supranacional debería verse, por lo demás, como el punto de

partida para el reforzamiento de una regulación política mun-

dial, basada en tratados internacionales, que impulsara el

cosmopolitismo democrático. Es decir, la solidaridad entre

los Estados europeos debería ir incluso más lejos y exten-

derse al plano más abstracto de la convivencia mundial. En

este sentido, el modelo normativo para una sociedad que in-

cluya a todo el mundo es el universo de las personas mora-

les, o dicho en lenguaje kantiano, el reino de los fines. Esto

significa que una sociedad cosmopolita tendría en los dere-

chos humanos su marco normativo último, el fundamento de

su ordenamiento jurídico

(71)

. Los derechos fundamentales,

EL SUEÑO DE UNA EUROPA DE LOS PUEBLOS 119

(71)

C f r. AR C H I B U G I, D.-HE L D, D. (eds.), Cosmopolitan Democracy,

Cambridge University Press, 1995.

que garantizan las libertades individuales y reconocen la au-

tonomía de los ciudadanos a autolegislar su convivencia polí-

tica, deberían, en definitiva, dar lugar al estatuto de “ciuda-

dano del mundo”, en el que debería concretarse la existencia

de un tribunal penal internacional, cuyas sentencias fueran

vinculantes para todos los gobiernos nacionales, así como el

papel a desempeñar por la ONU como organismo de arbitraje

y de coordinación internacional.

Desde esta perspectiva los europeos tendríamos que po-

der ser, a la vez, miembros y extranjeros, convivir compar-

tiendo derechos y deberes en el marco de un reconocimiento

recíproco y respetuoso con nuestra diversidad

(72)

. La solidari-

dad y cohesión vendrán dadas entonces si el funcionamiento

democrático hace posible una participación efectiva en la que

se desarrollen, de hecho, la libertad diferenciada de los indi-

viduos y sus derechos fundamentales. Lo que une a una co-

munidad democrática de ciudadanos y la distingue de un gru-

po unido por vínculos de identidad colectiva más o menos

sustancialistamente supuestos no es otra cosa que un espa-

cio político voluntariamente compartido de negociación, de in-

teracción y de convivencia.

EN TORNO A EUROPA 120

(72)

Cfr. KRISTEVA, J., Extranjeros para nosotros mismos, trad. X.

Gispert, Barcelona, Plaza y Janés, 1991, pp. 205 ss.

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA.

EL NACIONAL-POPULISMO

Y LA EXTREMA DERECHA

Ferrán Gallego

Profesor de Historia Contemporánea de la Universidad Autónoma de

Barcelona.

En el inicio del último libro que se ha publicado en Espa-

ña, Comunidad. En busca de seguridad en un mundo hostil,

Zygmunt Bauman señala: “Las palabras tienen significado,

pero algunas palabras producen, además, una ‘sensación’”

Para el sociólogo de origen polaco, la palabra comunidad pro-

duce una especie de sosiego, de estupefacción, de manse-

dumbre. No sólo por nuestra parte, sino por la de todo lo que

nos rodea. Es un ambiente cálido y acogedor, que sustituye

en nuestras ansias de familiaridad la atmósfera hostil o,

cuanto menos, indiferente, de la sociedad. La comunidad pa-

rece ofrecernos, por sí misma, ese espacio de íntima solida-

ridad inexplicable o que no necesita de explicación alguna. Es

un sentimiento que perdería su calidad de contacto inmedia-

to con las emociones si de tradujera a un código racional. Es

una especie de solemne metáfora que perdería su sentido lí-

rico si tratáramos de narrarla en términos distintos. En todo

caso, esa “sensación” es un sobreentendido, un atributo que

esperamos hallar, que nos “suponemos” merecer por el me-

ro hecho de “estar aquí”. Es una manifestación de pertenen-

cia que parece emanar de la tierra misma, cuya apariencia in-

mutable nos la proporciona sin ademán alguno, sin necesitar

expresarse más que a través de la relación que establece con

nosotros. Esa expresión no nos aturde, sino que nos asimila

al resto de quienes participan de ese parentesco. Nos pro-

porciona una pluralidad extrañamente homogénea, una espe-

cie de gran Ser viscoso, moldeable, un organismo en cuyo

fluir constante nos reconocemos y fuera del que nada somos,

más que extraviados, exiliados, perplejos extranjeros sin

arraigo alguno, extrañados, alienados de la única forma posi-

ble de ser.

No es una casualidad que un pensador como Bauman se

preocupe por lo que a otros les podría resultar una magnífica

situación. En la multitud de trabajos que ha ido publicando

desde finales de los años ochenta su obsesión ha sido la

compleja articulación de la libertad y la igualdad, la insatis-

factoria manera en que ambas aspiraciones han ido relacio-

nándose, mutuamente necesarias, mutuamente peligrosas,

para acabar comprendiéndose como líneas que no pueden

yuxtaponerse o fundirse en una sola tonalidad social. En tex-

tos ejemplares como “Life in Fragments”, “La postmoderni-

dad y sus descontentos”, “Society under siege” o “La socie-

dad individualizada”, Bauman ha ido planteando los riesgos

del principio comunitario radical. Consiste éste, para decirlo

EN TORNO A EUROPA 122

desde el principio, en la creencia de la superación de un pro-

yecto moderno cuya característica básica habría sido la pre-

sentación del liberalismo como una atención básica, inicial y

finalista, a los derechos del individuo. La nostalgia de una co-

munidad homogénea de la que se habría sido expulsado, de

una comunidad de iguales destruida por la propiedad, de una

raza homogénea degenerada por la mezcla de sangres, de un

pueblo elegido por la Providencia víctima de los episodios de

secularización... En cualquier caso, todos los elementos de

avance de esa sociedad liberal se contemplarían como una

pérdida de derechos, de esencia, de naturaleza, corroída por

la historia, por la política moderna, por la democracia, por el

nuevo carácter de la ciudadanía.

No en vano, Bauman ha trabajado especialmente en la crí-

tica a los excesos de individualización, sugiriendo que en los

puede encontrarse la base de un pánico a la soledad, como

frente a la modernización puede existir el vértigo y el miedo a

la anomia. Sin embargo, el antiguo profesor de la universidad

de Leeds no se ha referido a estos sentimientos como un ar-

caísmo, latente en nuestras sociedades como un brillo ago-

nizante, un sueño residual que va cabeceando en los márge-

nes de la normalidad moderna. Por el contrario, Bauman ha

señalado la pertenencia de este sentimiento a algunos as-

pectos que se han incluido en el llamado proyecto de la mo-

dernidad. Y, a ojos de este intelectual, ha sido precisamente

ese lugar propio en el mundo contemporáneo el que le ha per-

mitido al comunitarismo presentarse como una alternativa

que se beneficia de los instrumentos de la nueva época, aun-

que parezca aprovechar solamente los miedos atávicos fren-

te a cualquier cambio, las resistencias y las inercias de quie-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 123

nes se ven como perdedores de la modernización. Uno de

sus textos más importantes es, como se sabe, el que dedicó

a la relación entre la modernidad y el Holocausto, estable-

ciendo la forma en que la barbarie del nazismo podía expli-

carse tan sólo al contemplarla en la dinámica de una patolo-

gía de la modernidad, pero no como una simple resistencia a

la misma. Esa “otra vía” posible resultaría una explicación

más acertada que las visiones tradicionales del liberalismo,

que se empeñaron en descubrir en el fascismo y en el nazis-

mo solamente paréntesis morales, episodios de enloqueci-

miento temporal o infecciones culturales que invadían el sen-

tido común de la modernidad. Para conservar la metáfora

biológica, deberíamos hablar, más bien, de un tumor provo-

cado por la propia avidez de las células de la modernidad,

presas de una voluntad maligna y con extraordinaria capaci-

dad de multiplicación, aprovechando la forma en que pueden

neutralizar un sistema inmunológico poco atento a buscar los

adversarios en el interior del propio cuerpo.

Siempre me ha parecido que esta visión de Bauman venía

a corregir y a mejorar algunas afirmaciones de la Escuela de

Frankfurt sobre el nazismo que, de todas formas, pueden te-

ner aún elementos estimulantes para reflexionar sobre los

orígenes de la barbarie, en especial cuando consideramos la

barbarie del “progreso” y la “razón” en el lado opuesto, en la

presunta alternativa del estalinismo. Y las consideraciones

realizadas por los pensadores franceses antiheideggerianos,

en especial Ferry, Renault, Compte-Sponville, Taguieff: es de-

cir, todos esos que los bienpensantes llaman los “nuevos re-

accionarios” me han ayudado a considerar desde ángulos iné-

ditos las aproximaciones que los historiadores solemos hacer

EN TORNO A EUROPA 124

al fenómeno nazi, al alejarlo de su condición de algo mucho

más duradero de lo que podríamos pensar, tanto en su genea-

logía como en su proyección hacia el futuro: es decir, en lo

que podríamos llamar una tradición. Pues de esa constancia,

modificada en su aspecto, se trata. De ese riesgo perpetuo,

que vivió antes de la llegada del nazismo y le ha sobrevivido,

estamos hablando. Estamos hablando, si podemos decirlo ya

sin tapujos, sin escandalizarnos por los excesos del lengua-

je, sin tener miedo a asomarnos al interior de nuestro tiem-

po; estamos hablando del nacional-populismo, del comunita-

rismo identitario. De lo que Maffesoli ha llamado el tiempo de

las nuevas tribus. Creo que, en el día de hoy, ese es el ries-

go principal que acecha a la democracia. Pues ni siquiera apa-

rece el nombre de una profundización en la misma; ni siquie-

ra pretende llevar a la práctica derechos declarados y tantas

veces incumplidos. Desea, pura y simplemente, destruir el

edificio sobre el que se ha construido nuestra cultura. Pre-

tende eliminar las condiciones elementales, originarias, de

nuestro mundo moderno, haciéndolo con los recursos que le

ofrece nuestro tiempo y utilizando los defectos de nuestra so-

ciedad con una astucia deleznable. Esas condiciones ele-

mentales son: la consideración del individuo libre como ori-

gen y fin en sí mismo; la concepción de la sociedad como un

área de encuentro de intereses dispuestos racionalmente, un

espacio de conflicto interno y, por tanto, de reconocimiento

de la pluralidad íntima de cada sociedad; la defensa de redes

de solidaridad que vinculan a individuos libres, soberanos,

iguales pero nunca idénticos, que aspiran a conocerse en su

propia personalidad y en su carácter de especie universal.

Frente a ello, este nacional-populismo pretende instaurar la

falta de sentido del individuo y el significado único de la co-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 125

munidad. Pretende considerar que el conflicto nunca se da en

el interior de los miembros de la comunidad, sino que la exis-

tencia misma de la pluralidad, indica la expresión de una ex-

trañeza, la falta de pertenencia del elemento conflicto a la co-

munidad homogénea Pretende, en nombre de la fraternidad,

acabar con la universalidad. Pretende, en nombre de la iden-

tidad, acabar con la pluralidad y con la equivalencia de las

personas; Pretende, en nombre del pueblo, acabar con la ciu-

dadanía; en nombre de la nación, acabar con sus individuos

dotados de derechos; en nombre de la autodeterminación,

eliminar la voluntad de cada uno; en nombre del destino aca-

bar con el futuro proyectado y construido voluntariamente.

Esta reflexión pretende plantear la forma en que se ha

normalizado un discurso cuya calidez es una falsificación. Es

un abrigo fabricado sobre la base de un principio antidemo-

crático, cuyos orígenes se encuentran en las formas iniciales

del rechazo de la herencia de la revolución liberal y cuyo de-

sarrollo ha ido adoptando las tallas adecuadas para sentarle

bien a cada época. Y me interesará, sobre todo, indicar la for-

ma en que el nacional-populismo ha podido instalarse en Eu-

ropa en el lugar que le corresponde, el de la extrema derecha,

indicando con ello que no está en el sector más conservador

de nuestra sociedad, sino fuera de los esquemas clásicos de

la izquierda y la derecha, cuya aceptación se inspira ya en el

reconocimiento de la legitimidad de esta separación y, por

tanto, en la evidencia de la pluralidad. Este discurso, aparen-

temente nuevo por su extraordinaria capacidad de arraigar en

las incertidumbres de una época de cambios no siempre bien

gestionados, se ha propuesto desde hace más de dos siglos

golpear la base misma del edificio de la democracia. Golpear

EN TORNO A EUROPA 126

donde más duele: en el principio crítico, en el fundamento ar-

gumentativo de nuestras creencias, en la necesidad de arti-

cularlas en principios elaborados, en la convicción de que la

historia se construye por los hombres y no viene dada ni por

la Tradición, ni por la Providencia, ni por la Tierra impávida ni

la Mitología nuevamente instalada en el lugar donde debería

hallarse el Logos.

Fuera de esos esquemas, la extrema derecha nacional-po-

pulista puede llegar a calificar de fascistas a sus adversarios,

en una expropiación del lenguaje que en cualquier parte re-

sultaría desalentador. Solamente los herederos de ese fluido

nacional-populista comunitario, solamente esa guardia preto-

riana de las identidades inmutables, solamente esos celado-

res de la Tradición pueden llegar a verse como lo contrario de

lo que en verdad son: cuando se llaman los “verdaderos de-

mócratas”, nos recuerdan a aquellos nacionalsocialistas a

los que les gustaba llamarse los “verdaderos socialistas”. El

abuso de su lenguaje es deplorable solo en la medida en que

alguien se lo tome en serio, de que alguien oiga palabras don-

de solo hay ruido. En toda Europa, siempre más al norte,

“donde dicen que la gente es libre, limpia, rica y feliz”, para

usar las palabras de un excelso poeta de mi tierra, puede

pensarse en ese nacional-populismo convertido al etnicismo

como en un engendro que se relaciona inmediatamente con

las experiencias más aterradoras de la historia del siglo XX.

Solamente en esa vieja Europa se contempla a quienes de-

sean apropiarse de las costumbres, del territorio, de la len-

gua y de la historia como unos usurpadores, como unos sal-

teadores dispuestos a saquear a los viajeros para fundir sus

joyas diversas en una sola pieza, homogénea, cuyo valor de -

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 127

riva de la insoportable unanimidad de su brillo, de su jactan-

cia, de su orgullosa soledad. Solamente la vieja y digna Eu-

ropa ha sabido asignar un lugar adecuado a esos pequeños

seres que creen que tenemos que pertenecer a una tierra, en

lugar de ser poseedores de ella; que tenemos que ser muñe-

cos a través de los que habla el invisible ventrílocuo de la

esencia nacional; que tenemos que identificar a nuestros ve-

cinos para decidir quiénes no son dignos de ser nuestros

compatriotas; que tenemos que vivir sobre el recelo y el mie-

do, para que la protección de la comunidad nos permita olvi-

darnos de nuestra condición de individuos libres; para que la

búsqueda de la seguridad nos invite a olvidarnos de algo tan

secundario como una libertad que descienda de los altares

laicos del nacionalismo para regresar a la experiencia diaria

de los ciudadanos.

Entre todos los movimientos de este tipo existentes en

Europa, tomaré el ejemplo de uno que me resulta especial-

mente destacable: el Frente Nacional de Jean Marie Le Pen.

Lo es, en primer lugar, por darse en el país que relaciona de

una forma más explícita sus instituciones con una democra-

cia iniciada en la gran Declaración de Derechos de 1789, y

que por ello entiende una cultura republicana. Lo es, también,

porque actúa en una nación de extraordinaria potencia en el

continente y en el proceso de construcción europea. Lo es,

por fin, porque ha conseguido establecer un área consisten-

te, de larga duración y de extensión tan notable como para

haber sido votada, al menos una vez, por una tercera parte

de sus ciudadanos. Es de suponer, sin embargo, que la aten-

ción prestada a este movimiento no nos alejará de una visión

más general, sino que nos dará la adecuada modulación de

EN TORNO A EUROPA 128

un rumor que se manifiesta de una forma generalizada en el

continente europeo y también en nuestro país. Que aquí se le

haya otorgado otro carácter, que haya logrado seducir a quie-

nes dicen combatir su existencia en Francia, no hace más

que arrojar más cascotes a determinados escombros de

nuestra diezmada moral, tan amante de convertir los vicios

privados en virtudes públicas.

I. EL REGRESO DE LA INSIGNIFICANCIA

Cornelius Castoriadis se refirió, en una entrevista que le

hizo Olivier Morel en junio de 1993, al “ascenso de la insig-

nificancia”, como una forma de describir la carencia no tanto

de veracidad, sino de percepción de significado que para los

habitantes de la sociedad europea de finales del siglo XX te-

nía el mundo en que vivían. Literalmente, indicaba: “No vivi-

mos una fase de krisis en el verdadero sentido del término,

es decir, un momento de decisión. Vivimos una fase de des-

composición. La descomposición se aprecia sobre todo en la

desaparición de las significaciones.” No era más que un com-

plemento a lo que había señalado en 1982: “No puede haber

una sociedad que no sea algo para sí misma; que no se re-

presente como algo. Para sí misma, la sociedad no es nunca

una colección de individuos perecederos y sustituibles que vi-

ven en tal territorio, hablan tal lengua o practican ‘exterior-

mente’ tales costumbres. Al contrario, estos individuos ‘per-

tenecen’ a esta sociedad porque participan de sus

significaciones imaginarias sociales, de sus ‘normas’, ‘valo-

res’, ‘mitos’, ‘representaciones’, ‘proyectos, ‘tradiciones’,

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 129

etc. y porque comparten la voluntad de ser de esta sociedad

y de hacerla ser continuamente. Los individuos son sus úni-

cos portadores reales o concretos. Esto equivale a decir que

todo individuo ha de ser portador ‘suficientemente en cuanto

a la necesidad/uso’ de esta representación de sí de la so-

ciedad. Es ésta una condición vital de la existencia psíquica

del individuo. Pero (lo que es mucho más importante en este

contexto) se trata también de una condición vital de la exis-

tencia de la misma sociedad.”

Por su parte, Michel Maffesoli, un curioso indagador de

las condiciones culturales de nuestro tiempo que se entu-

siasma por la quiebra de la tradición de la modernidad y veri-

fica el entusiasmo de unos momentos que califica como trá-

gicos, frente a la aburrida argumentación dramática de

antaño, establece el retorno de la idea de destino como equi-

valente a la libertad de la comunidad. El “instante eterno” al

que se refiere este sociólogo francés en el título de una de

sus obras, indica el momento alegremente dionisíaco que ha

venido a sustituir al taciturno espacio de razón, debates y

temporalidad de los seres sociales. El subjetivismo entendi-

do como individualismo, la fuerza del instante que arde en su

propia intensidad, la capacidad de dejarse llevar por la fuerza

de las cosas como si fuera un acto de voluntad, pero que es

de entrega a lo que marca el destino, la dotación de valor a

la pura actividad frente al pensamiento, el elogio del riesgo y

de la pérdida del sentido de la historia, el presente constan-

te, el momento iluminado por su propia incineración, consu-

miendo nuestra vida en una pausa heroica entre dos instan-

tes. Todo ello, que podría plantear la fijación de un nuevo

hedonismo, de una placentera estancia privada que se gota

EN TORNO A EUROPA 130

en su propio aislamiento, en sus experiencias puramente es-

peculares, nos arroja el dorso de su propia contradicción. El

propio Maffesoli se ha especializado en señalar, frente a esa

vida sin objetivo, que él exalta frente a la preocupación de los

modernos, el retorno de la tribalización, de la comunidad de

destino. La fuerza individual solo averigua su autenticidad en

un ser comunitario. La experiencia sólo es comunicación. La

voluntad de poder solo puede ejercerse en contacto con los

demás. La vida es, ciertamente, una puesta en escena. Pero

esa reclamación estetizante de nuestro tiempo necesita ac-

tores, que acompañen al protagonista cuando declama su re-

pertorio de materiales comunitarios, oficiando los recursos

de una nueva religión en un espacio sacrificado.

Las palabras de Maffesoli, brillantes, aunque descriptivas

de algo bastante obvio, podrían haberse escrito cien años an-

tes, cuando Nietzsche recomponía la tradición dionisíaca, el

principio de la acción, la insensata dulzura de la liberación de

los instintos, la búsqueda de la lucha y el desprecio a la ar-

gumentación. La reivindicación de la comunidad de destino,

ese cortocircuito entre el espacio y el tiempo, como lo ha lla-

mado Maffesoli, ha sido proclamada ya por quien venía a

transmutar todos los valores. Lo que nos importa son las car-

tas marcadas de los novísimos, la vetusta genealogía que cu-

bre su ascendencia, las oxidadas armas donde velan su com-

bate de apariencia tan joven. Lo que importa es señalar de

dónde arrancan esos esquemas de rechazo del espíritu críti-

co, de la libertad individual, del proyecto de futuro, del valor

del sentido de la vida, de los fundamentos de una sociedad.

Castoriadis indicaba la necesidad de recobrar el ser social pa-

ra conectar con una tradición como la marxista, fundada tam-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 131

bién en una lectura del progreso y duramente asociada a la

mecánica de la historia. Frente a él se alzaba la visión de un

momento inmutable o de un eterno retorno. Un paisaje impa-

sible, donde el tiempo parece contemplarse conteniendo el

aliento, aguantando la respiración. Un territorio inmóvil donde

los acontecimientos humanos son meros accidentes de su-

perficie, donde los individuos son una contingencia. Y, sin

embargo, el discurso para por ser el discurso del individua-

lismo, de la rebeldía, del rescate del Yo. Para mostrar su es-

casa consistencia, no hay más que señalar dónde acaba ese

principio: en la reclamación insistente de la primacía de la co-

munidad, en el rechazo que hace del individuo su verdadero

dueño: el pensamiento, para sumirlo en una libertad que se

refiere a los actos; unos actos que lo realizan a condición de

que los elija bien, es decir, a condición de que el individuo se

deje llevar por el destino de la comunidad. Ese encuentro es

la verdadera libertad individual: ese es el verdadero sentido

de la vida. Es decir, ésa es su auténtica insignificancia.

II. LA GENEALOGÍA DE UNA DESMORALIZACIÓN

Si es cierto que hay que buscar unos orígenes es, preci-

samente, para burlar las trampas que nos acechan, tendidas

por quienes quieren continuar el proceso de encantamiento,

de simulación mágica en la que todo proceso que desvele es-

ta prohibido, en que todo proceso que revele está censurado.

La única forma de defender con vigor una tradición democrá-

tica es oponerle otra tradición, pues lo único que se consigue

en caso contrario —y precisamente en el momento de presti -

EN TORNO A EUROPA 132

gio de “lo nuevo”—, es la defensa de un pensamiento arcai-

co frente a la saludable juventud que proclama la destrucción

de lo antiguo. Hay que desvelar su edad, desmantelando las

capas de maquillaje sobre las que oculta su vejez. Pues ésta

es la forma de defender la auténtica novedad de la democra-

cia y de la libertad de las personas, frente al asalto a la ra-

zón propiciado desde la exaltación emotiva del nacional-po-

pulismo. Hay que defender, en definitiva, la actualidad de la

democracia, sea cual sea la opción de los ciudadanos en el

seno de unos principios de modernidad. Y expulsar de nues-

tro tiempo a este espectro que no ha sido invitado. No es el

esbozo aún poco preciso de un mundo que llega, sino el es-

combro desfigurado de un edificio extinguido. El recuerdo se

disfraza de anticipación, la memoria se camufla bajo los sig-

nos del futuro.

En el principio fue la Reacción. El sagaz sociólogo Pierre

André Taguieff, cuya sutileza a la hora de descubrir el racismo

en la coartada de la identidad, el aristocratismo en la excusa

de la diversidad, ha desmentido también la “novedad” del

pensamiento de Nietzsche, su carácter rupturista, su exigen-

te voluntad de nihilismo como punto de partida de construc-

ción de valores auténticos. Frente a lo que ha venido hacién-

dose en la cultura nietzschiana francesa, Taguieff propone un

examen de la contemporaneidad de la reacción frente al libe-

ralismo. Y lo hace tomando al principal referente de quien pa-

rece saltar sobre una época de mediocridad para exigir el re-

torno del individuo. Dedica al gran filósofo, en el libro ¿Por

qué no somos nietzschianos? un capítulo extenso, con un tí-

tulo de deliberada extensión: “El paradigma tradicionalista:

horror a la modernidad y antiliberalismo. Nietzsche en la re-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 133

tórica reaccionaria”. Para Taguieff —y, de hecho, para lo que

nos interesa señalar en este ensayo—, Nietzsche no es tan-

to el hombre de la búsqueda de un nuevo comienzo como el

que engarza con quienes lo han rechazado desde el principio

mismo. No es el ángel exterminador de todo aquello que se

opone a la liberación del individuo, sino el ángel de la guarda

retórico de quienes vienen proclamando, de la mano de Bo-

nald, de Maistre, de Donoso Cortés, de Bourget, de Barbey

d’Aurevilly, la negación a aceptar el principio de argumenta-

ción. Para los autores citados, el liberalismo es un lugar de

permanente debate, de incomprensible juego de palabras pa-

ra hablar de lo que necesita el recurso de la palabra. La en-

trada del argumento, de la Razón, en el jardín de las cosas

sagradas, del silencio funerario de la Eternidad, ha violado el

verdadero principio de la comunidad, la seguridad de su exis-

tencia. Todos ellos tienen la impresión de que la revolución li-

beral ha supuesto una pérdida del tiempo. Ahora, el uso de la

discusión es una pérdida de tiempo.

Para Taguieff, ese es el principal drama del debate del si-

glo XIX: la penosa oposición a que se discuta, la oposición a

la crítica, la supresión de la autonomía de la razón y, por tan-

to, del sentido primario de la libertad. Lo demás viene por

añadidura: entre otras cosas, la insufrible pluralidad, frente a

la tranquilizadora homogeneidad de los silenciosos cemente-

rios donde yacen los despojos de la razón. En las jambas de

las puertas de hierro que dan paso a ese recinto fúnebre, los

tradicionalistas querrían colocar los ángeles custodios, advir -

tiendo con sus espadas en alto: “aquí duerme el pensamien -

to, porque somos los celadores del mundo de la fe, de las

creencias absolutas y sin duda, de la esperanza ciega, de la

EN TORNO A EUROPA 134

emoción que expulsa de la vida a quien no la siente”. Esa Uni-

dad se moldea con un material callado, porque la manera en

que los símbolos vociferan no es la palabra, sino solamente

las formas excitadas del silencio. Luc Ferry y Alain Renaut, en

el mismo texto, señalan el principio de la antimodernidad

nietzschiana arrojando a la cara de los nietzschianos del 68

una frase que debía resultar grata a los grandes asamblea-

rios del Odéon: “Lo que tiene necesidad de ser demostrado

no vale gran cosa”. Para los estudiantes de aquel Mayo ra-

diante, la frecuencia del debate no era más que una exalta-

ción de la actividad, no era una sustitución de la acción, sino

su forma de expresarse. La necesidad de hablar, en una so-

ciedad en la que la palabra y el convencimiento ha recupera-

do su prestigio frente al mito de la acción de los años de en-

treguerras, hace que esos estudiantes se encuentren en un

estado de permanente movilización verbal, en la que encuen-

tran un territorio a la vez familiar y rupturista. Se trata, para

ellos, de una forma de libertad de expresión que nada tiene

que ver con la comunicación, con el escuchar al tiempo que

se dice. Tiene que ver con una voluntad de hablar que es una

gesticulación, que es una escenificación del nuevo poder, de

la reciente transgresión. Hablar sin escuchar no es hablar. Es

emitir actos que tienen la solidez de los códigos convencio-

nales, pero no poseen su principal objetivo: el hallazgo de al-

guien que escucha y que se convertirá en emisor. ¿No asisti-

mos en nuestros días a la verborrea constante, a la exigencia

de esa libertad de expresión que no se contempla como lugar

de encuentro de opiniones, sino espacio para emitir la propia,

escenario donde se vive fingiendo la comunicación?

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 135

Taguieff encontrará esa genealogía nietzschiana en las po-

siciones contrarrevolucionarias, antimodernistas, antilibera-

les, de la primera mitad del siglo XIX. Pero su interés es de-

tectar esa segunda oleada que procede del vitalismo, que

aparece con la máscara de una fractura, que intenta hacerse

pasar por la venganza del desengañado. Los nuevos antilibe-

rales señalan a los incautos demócratas como víctimas de

una estafa del pensamiento, de un sueño de la razón. Su cau-

tiverio idealista, materialista o positivista les aleja de la pro-

fundidad del pensamiento auténtico, que hay que ir a resca-

tar mediante la destrucción de la metafísica. El “Dios ha

muerto” se convierte en la denuncia de la larga sombra de

las ideas que continúan atestando los salones de la cultura

europea. El intento de localizar en el heroísmo de los guerre-

ros amorales de la Ilíada, en las balbuceantes experiencias

de las fiestas de Dionisios, en las aproximaciones metafóri-

cas de los presocráticos, el verdadero encuentro con dos co-

sas al mismo tiempo: el Ser oculto bajo los escombros del ra-

cionalismo y la Existencia negada por la veneración a las

ideas. El atractivo de Nietzsche puede residir, además de en

la potencia de su lenguaje, en todo aquello que brilla en las

épocas de crisis: la nostalgia de la intensidad, cuando lo que

debería ser la normalidad se contempla como decadencia, co-

mo aburrida comodidad, como una confortable mediocridad

en la que vegetan los menos aptos, como la búsqueda de la

sustancia de los actos definitivos y los héroes impunes.

Pero, además, la nostalgia de una comunidad. El nacio-

nalismo integral de Barrès, de Bourget, de Maurras, de Berth,

de Daudet o de Maurras se construye en Francia, precisa-

mente, como una respuesta a la nación de los ciudadanos

EN TORNO A EUROPA 136

convocados por la primera de las grandes revoluciones de la

modernidad en el continente. Debía ser en ese país, justa-

mente, donde el ataque resultara más agudo, a pesar de te-

ner que engullir la amarga sustancia de la filosofía alemana,

de Schopenhauer y de Nietzsche. El germanismo de estos au-

tores, después de la guerra franco-prusiana, podría haber si-

do un elemento de repudio, pero solo lo es para quienes, co-

mo Zola o Jaurés, despiertan el sentido de la patria de los

hombres libres frente a la sombría complacencia de la Tierra

y los Muertos. Los nacionalistas integrales utilizarán el tér-

mino de una novela de Barrès para designar a sus adversa-

rios: los desarraigados. El término es oportunista, porque la

palabra “desarraigado” contiene ya una negación, un prefijo

que indica pérdida. Y no cualquier pérdida: la pérdida de las

“raíces”. Lo cual, si bien se mira, debería indicar la libertad

para caminar, o la superación del reino vegetal para ingresar,

por lo menos, en la zoología. Quienes se instalan en el recin-

to sereno de la botánica, esos nacional-vegetarianos de fines

del XIX, tan preocupados por los valores nutritivos del estiér-

col ideológico, tienen especies carnívoras, que aspiran a ali-

mentarse también con todo animal que puedan exterminar

entre sus atractivas y multicolores zonas de aterrizaje senti-

mental. Con todo, los liberal-demócratas de comienzos del si-

glo XX no se dejan amedrentar, y su Liga de los Derechos del

Hombre recuerda, por si hacía falta, que no existe nación don-

de no existe constitución. Que no hay república donde no hay

pluralidad. Que no hay sociedad donde no hay ciudadanía.

Pero los tiempos son propicios para los cánticos de la de-

cadencia que reciben, en su ayuda inesperada, los avances

mismos de una ciencia cuyo aprovechamiento político se rea-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 137

liza en los esquemas de esa trama de crisis cultural. El bio-

logismo político será el principal de estos artefactos y el ra-

cismo la más deleznable de sus excrecencias. Tan leales a la

fuerza del instinto y a la crítica del racionalismo, los vitalistas

que anuncian la esencia del fascismo se plantean usar las

ventajas de un titubeo científico, de un mejor conocimiento de

la realidad íntima de la naturaleza, para lanzar sobre ella un

sentido de apropiación, una nueva vuelta de tuerca de la vo-

luntad de poder. El saber es poder, aunque no siempre nos

hace libres de uno en uno. Peter Sloterdijk ha podido ir mar-

cando, en su ensayo Crítica de la razón cínica, el avance de

un “desvelamiento” de la realidad que actúa en ventaja de los

nuevos guerreros, de los nuevos nihilistas, de los nuevos an-

timodernos ataviados con los recursos tecnológicos. “Sola-

mente métodos refinados y a menudo incluso sospechosos,

conducen a aclaraciones sobre el campo secreto difícilmente

penetrable. Por otra parte, la más reciente investigación de

los cuerpos se retrae cada vez menos ante choques agresi-

vos y directos. Esporádicamente se borra la frontera entre el

diagnóstico y la intervención: materias extrañas se introducen

en el cuerpo. La medicina es, aún más que todas sus prede-

cesoras, una empiria negra. Se funda en el apriori de que en-

tre el sujeto y su enfermedad no puede existir ninguna otra

relación que la de la enemistad. La representación de que la

enfermedad pudiera ser una autoexpresión original y en cier-

to sentido “verdadera” del sujeto está excluida ya por la in-

troducción del moderno proceder médico. La enfermedad tie-

ne que ser pensada como lo otro y extraño. En el fondo, la

medicina de una sociedad latentemente paranoica considera

el cuerpo como un riesgo de subversión.” Más adelante, el

autor de Karlsruhe añade: “Dado que ningún pensamiento

EN TORNO A EUROPA 138

moderno postmetafísico e categoría científica es capaz de

comprender la muerte propia, se producen dos posiciones

aparentemente omnipresentes: la muerte no pertenece a la

vida, sino que se enfrenta irreconciliablemente, es más, sin

relación, como una aniquilación absoluta de ésta; y como no

hay ninguna muerte de la que pueda decir que sea ‘la mía’,

el pensamiento se atiene a la única muerte que sigue siendo

pensable objetualmente: la de los otros. Si el sujeto es lo que

no puede morir, entonces transforma el mundo rigurosamen-

te en un campo para sus luchas de supervivencia. Lo que me

estorba es mi enemigo; el que es mi enemigo debe ser es-

torbado para que no estorbe. En última consecuencia, esta

voluntad de protección significa la disposición a aniquilar a

los otros o a ‘lo otro’”. Las palabras son demasiado familia-

res para tener que subrayarlas. Pues el periodo que siguió a

la Gran Guerra, alimentado por los sueños nacionalistas anti-

democráticos, vertebrados en los discursos de la decaden-

cia, justificados por el temor a la degeneración, concluyeron

en una solemne exaltación de un ritual comunitario paralelo

al juego biológico más elemental, aunque pertrechado de las

sutilezas de la nueva biología.

En aquel momento, el principio nacionalista no pretendió

organizar de una forma determinada la sociedad. Pretendió la

supresión de la política y su sustitución por un pálpito comu-

nitario, por una escenificación donde los sujetos pasaban a

ser actores, donde el argumento pasaba a ser una declama-

ción, donde el objetivo pasaba a ser una “obra”. Y el tema de

la obra no era más que el encuentro de ese Ser sumergido en

siglos de metafísica y, sobre todo, en un siglo y medio de de-

mocracia. El encuentro de la comunidad con su destino se

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 139

realizaba a través de un movimiento esencialista que, en sus

formas más radicales, se llamó nazismo. Heidegger habló de

la “grandeza” del movimiento refiriéndose al encuentro entre

la técnica y el hombre moderno. El mundo en estado de dis-

ponibilidad no era la sociedad abierta encontrándose a sí

misma en la pluralidad creativa. Era la comunidad cerrada

avanzando sobre sus enemigos, desplegando su voluntad

destructiva a la espera de que llegara el momento paligenéti-

co de una nueva creación. La adopción de un destino es, en

buena medida, el descubrimiento de que uno es el pueblo ele-

gido. No existe más autodeterminación que la obediencia a

ese principio. La máxima libertad engalana lo que, en reali-

dad, es un síntoma atroz de servidumbre. Solo queda el ritual

de la búsqueda de los agentes infecciosos que impiden la sa-

lud de la comunidad, y cuya conducta se interpreta como una

malformación de la misma o el ingreso subrepticio de extran-

jeros, de materia bacteriana, de escoria viral que aturde la hi-

giene pública. La exclusión es la primera forma de afirmar la

inclusión. El exterminio, la muerte —siempre la del otro, co-

mo señalaba Sloterdijk— es la forma de manifestar la vida —

siempre la propia. La lógica del genocidio se encuentra en

ese punto en que coincide con la liberación. El horror tiene

ese rostro. Es el que sigue teniendo.

III. EL RETORNO DE LOS BRUJOS

Como se indicaba antes, el modelo del Frente Nacional

tiene el interés de referirse a un lugar donde la democracia

se ha asentado, con una influencia decisiva en la construc-

EN TORNO A EUROPA 140

ción de la Unión Europea y donde se encuentran los orígenes

mismos del movimiento liberal del continente. Al darse en

Francia la existencia del partido de extrema derecha nacional-

populista de mayor duración e influencia social y electoral, la

paradoja adquiere rasgos contundentes, resultando de ella

un aviso para aquellas democracias más recientes que creen

no tener una demanda social para este comunitarismo o que

consideran, como ocurre en el caso de España, que los prin-

cipios, el estilo y la dinámica política de estas formaciones no

se están dando a través del espejo deformante de otra legiti-

midad, en buena parte debida a la indulgencia de la izquier-

da con el nacionalismo como ideología. Ello ha conducido a

que la renuncia general al debate sobre el nacional-populismo

haya llevado a la condena de un área de su actividad, mien-

tras permanece fuera del espacio de la crítica la ideología

misma. A salvo de cualquier análisis riguroso, que permita es-

tablecer la genealogía del nacionalismo, sectores que se ma-

nifiestan en los términos estrictos del nacionalismo integral,

del nacional-etnicismo, del diferencialismo radical en térmi-

nos lingüísticos o de cualquier otra preferencia simbólica es-

cogida por los movimientos nacionalista; a salvo de este aná-

lisis, decíamos, se encuentran aquellos partidos y sectores

de opinión que se han ido normalizando y han ido siendo

aceptados por su condición de partidos y gentes que no prac-

tican la violencia. Lo cual ha permitido la impunidad de su dis-

curso en los términos del debate, tolerándose que el nacio-

nalismo haya prendido como forma de ser ciudadano en

aquellos territorios que han establecido una identidad. Y po-

demos decir que la comunidad que necesita “exteriorizarse”,

que debe hacer explícita su existencia a través de una pro-

pagación de sus mitos, de sus recursos de identificación, es

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 141

una comunidad falsificada, para usar los mismos términos

que utiliza Bauman en el texto antes señalado. Precisamente

el hecho de que se realice una fabricación cultural naciona-

lista implica la negación de la comunidad en su sentido de

realidad reconocida espontáneamente, de familiaridad con

las cosas que no precisa de discurso. Al aparecer éste, se

plantea como una reivindicación y, por tanto, como una op-

ción de parte que pasa a convertirse en totalidad, en la úni-

ca manera de reconocer ese territorio que pasa a domesti-

carse para acudir solamente a la llamada de su nuevo dueño.

En la medida en que el discurso nacionalista triunfa, después

de un fatigoso ejercicio de repudio de todas aquellas tenden-

cias que plantean su negativa a aceptarlo como única mane-

ra de expresión del territorio, puede pasar a considerarse un

elemento natural, como si el esfuerzo cultural realizado no

hubiera sido una construcción, sino una excavación que de-

bía hundirse en el fondo sepultado de la conciencia para ha-

llar la autenticidad del ser nacional. Una vez sacado a la luz,

convertido en el suelo, identificado con la tierra y con quienes

la habitan, las diferencias solo pueden darse entre quienes

reconocen ese paisaje común.

En Francia, las cosas resultan algo más complicadas, por-

que la ideología nacionalista integral siempre ha debido en-

frentarse a un patriotismo constitucional, que procede de la

aparición de la idea de nación propiamente dicha al calor de

los movimientos liberales que acabaron con los criterios de

soberanía propios del Antiguo Régimen. Como en España,

donde los nacionalistas españoles del constitucionalismo li-

beral se enfrentaban a los defensores de la autoridad del Al-

tar y del Trono, refugiados en las entidades naturales de la

EN TORNO A EUROPA 142

pequeña comunidad, la tradición liberal francesa hubo de en-

frentarse a la resistencia de quienes no estaban dispuestos

a la identificación entre la nación y la república, para plantear

un reencuentro entre el nacionalismo y las entidades “pro-

pias” de “lo” francés, detectando aquellos elementos que no

pertenecían a una tradición que debía saltar por encima de la

experiencia de 1789.

La negativa a ver en Francia algo distinto a la tradición ja-

cobina, girondina o constitucionalista moderada ha calado

con hondura en la cultura hexagonal, que trata de expulsar la

presencia de su propia extrema derecha nacional-integralista,

de la misma forma que Maurras trataba de expulsar del ser

francés a quienes defendían la democracia. La identificación

del fascismo con la Colaboración y el nuevo mito de la Re-

sistencia permitió alejar aún más ese fantasma, de la misma

forma que el régimen rectificador de la V República salvó la

gran crisis de la década 1953-1962, evitando que la catás-

trofe colonial y la guerra de Argelia creara un movimiento na-

cionalista capaz de conectar con esa tradición antidemocráti-

ca. Ni siquiera el movimiento episódico de Poujade en 1956

ni las diversas organizaciones por la Argelia Francesa ni los

Comités Tixier-Vignancourt de 1965 pudieran reunir el sufi-

ciente apoyo para inquietar al sistema. Tampoco ocurrió en

las condiciones de la crisis del primer gaullismo en 1969-69,

a pesar de que en otras zonas de Europa, como en Alemania

o en Italia, el Partido Nacional-Demócrata de Adolf von Thad-

den o el Movimiento Social de Giorgio Almirante obtenían ex-

celentes resultados, jugando con la ambigüedad del descon-

tento ante las primeras señales de una recesión y la

expansión de los nuevos temas políticos después de una eta-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 143

pa de”milagro económico”. Recordemos, a este respecto,

que en 1969 le faltó muy poco al NPD para entrar en el Bun-

destag, y que, en 1971-72, las elecciones administrativas y

las generales dieron el máximo impulso al MSI, que consiguió

resultados superiores al 25% de votos en algunas zonas del

sur, y casi un 9% a escala nacional.

En 1972, sin embargo, la organización Ordre Nouveau, un

pequeño pero prestigioso grupo de activistas del neofascis-

mo, tuvo la suficiente agilidad mental para plantearse la cons-

trucción de un movimiento unitario, capaz de agrupar todo el

campo nacional-populista, a la manera de lo que habían he-

cho sus colegas de Italia: es decir, creando una organización

flexible, en la que los elementos de identidad nostálgica fue-

ran capaces de arroparse con las propuestas de compromi-

so, y donde los sectores conservadores más duros pudieron

encontrarse con los elementos “antisistémicos” de las nue-

vas generaciones salidas de la crítica a la sociedad de con-

sumo. Por primera vez, la fundación del Frente Nacional —en-

tregado, simbólicamente, a un Jean Marie Le Pen que

procedía del campo menos “revolucionario” del neofascismo

francés— vino a plantear tres elementos claves: la unidad de

todo el sector de oposición nacionalista; la voluntad de man-

tener la cohesión para garantizar la duración de esta fuerza;

la necesidad de presentarse como algo nuevo y distinto, con-

gruente con las circunstancias de modernización que se es-

taban dando en el continente.

Este último elemento fue crucial para la consolidación del

grupo. Si, en sus primeros diez años, el Frente Nacional ob-

EN TORNO A EUROPA 144

tuvo una presencia marginal, dando un puro testimonio de su

existencia; si fracasó en las urnas y tuvo que recurrir a epi-

sodios tan pintorescos como solicitar el voto a Juana de Arco

en las presidenciales de 1981, cuando no se pudo obtener el

número de firmas necesarias para presentar una candidatu-

ra, no tardarían en darse las condiciones de una “divina sor-

presa”, para usar los términos con que Maurras saludó el ad-

venimiento de Vichy.

Recordemos los hechos: en 1983, el matrimonio Stirbois,

que había pasado varios años trabajando en Dreux, aprove-

chando las condiciones de inmigración, inseguridad y degra-

dación urbana, fueron premiados con un 17% de los votos en

las elecciones municipales, pasando a ser decisivos para que

la derecha pudiera gobernar. En 1984, Le Pen, que ha obte-

nido un buen resultado en las legislativas parciales del distri -

to XX de París, es invitado al programa “L’heure de la vérité”,

consiguiendo un éxito rotundo. Unas semanas más tarde, la

candidatura de la Europa de las Patrias consigue colocar on-

ce diputados en el parlamento de Estrasburgo. Elecciones se-

cundarias, comentan algunos: los franceses no están eligien-

do a quienes le gobierna. Las legislativas de 1986, realizadas

mediante el escrutinio proporcional, dan casi un diez por cien-

to de votos y 35 diputados al Frente Nacional. En las presi-

denciales de 1988, Le Pen el humillado de 1981, consigue el

14,41% de los sufragios. Aunque las legislativas, realizadas

de nuevo por sistema mayoritario, resulten una decepción,

los votos de la primera vuelta vuelven a situar al Frente Na-

cional por encima del 10%, y se consigue la retirada de algu-

nos candidatos de la derecha en la segunda vuelta. Gracias

a ello, Yann Plat se convierte en la única diputada del Frente,

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 145

mientras Mégret y Le Pen obtienen resultados próximos al

40% de los votos en el ballotage. Cuando concluye su segun-

da década de existencia, el Frente Nacional es una realidad

con voluntad de permanencia, no un episodio resignado a una

vida intensa y breve.

Naturalmente, las condiciones políticas del país han ayu-

dado: desde 1981, Mitterrand es el presidente, la derecha li-

beral se encuentra desorientada, en proceso de recomposi-

ción. El primer gobierno reúne las condiciones de un

verdadero Frente Popular, con presencia de comunistas y rea-

lización de una política de gasto público, inflación y aumento

de la presión fiscal. Pero sucede algo más, pues estos ele-

mentos podían haber llevado al voto a la derecha liberal más

que a abandonar el territorio de la derecha para entrar en la

transversalidad del nacional-populismo. Lo que ha ocurrido es

que la crisis de fondo que se observa en la sociedad europea

forjada en la segunda posguerra mundial ha pasado a “perci-

birse”: es una crisis cultural, no una crisis de relaciones la-

borales, de crecimiento económico, de formas políticas, aun-

que sea todas estas cosas al mismo tiempo. O, para decirlo

de manera más tajante, aunque la crisis cultural “proceda”

de la conciencia de todas estas crisis. Se trata de una cons-

tatación de un proceso de fracturas, de quiebra de un mundo

que resulta ahora menos reconocible. Y ello afecta a todas

las condiciones de la existencia: desde la velocidad de la co-

municación de grandes volúmenes de información, hasta las

facilidades para la deslocalización industrial; desde la des-

confianza hacia las viejas ideologías en el que se inspiran los

partidos clásicos, hasta una nueva cultura del trabajo; desde

la fragmentación de las experiencias sociales hasta la uni-

EN TORNO A EUROPA 146

versalización de las actividades; desde la pérdida de sobera-

nía estatal real hasta la el hundimiento de los equilibrios de

poder entre los Estados.

Todos estos elementos hacen que la visión que el indivi-

duo tiene de su lugar en el mundo quede interceptado por el

riesgo de una pérdida de sentido. El reencuentro con la so-

ciedad y la opción por un Estado liviano no siempre se con-

templa como un elemento beneficioso, como una insurrec-

ción de la sociedad civil. Puede contemplarse, también, como

una irrupción de la anomia, con la angustia de la pérdida de

tutelas, con la invasión de la soberanía nacional por la llega-

da de competidores del bienestar en una época de recesión.

La quiebra de los elementos clásicos de socialización puede

dar la impresión de vacío cuando, al mismo tiempo, quedan

desprestigiadas las formas alternativas de la izquierda, que

sólo son capaces de ir incubando un movimiento social con

escaso interés para adquirir coherencia y para transitar los

caminos de la política.

Han sido éstas las condiciones en que ha podido pasar un

estado de “emergencia” lo que hasta entonces había perma-

necido latente, como una herencia repudiada de la cultura

francesa. El Frente Nacional puede verse, desde una posición

democrática, como un problema: para sus votantes es una

solución o, por lo menos, en aquel momento, la expresión de

una queja. El movimiento de protesta ha conocido todos los

escenarios electorales y ha salido airoso. Ha consolidado a

un líder. Se ha instalado en el paisaje político francés con la

suficiente duración como para no percibirse como un estado

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 147

febril. Y ha ganado no sólo a los viejos sectores del naciona-

lismo parafascista, sino a algunos núcleos de la llamada Nue-

va Derecha, que alimentan con un discurso comunitario de

inusitada dureza los vacíos teóricos de los lepenistas. A co-

mienzos de los años noventa, cuando podía pensarse en una

recuperación de la normalidad, esa situación incluye la pre-

sencia del Frente Nacional, que navegará en la última década

del siglo con la habilidad suficiente para sortear sus dificul-

tades, para esquivar los arrecifes de la marginalidad, los can-

tos de sirena del voto útil y la tempestad de la escisión.

Si las cosas podían resultar problemáticas a comienzos

de la nueva década, cuando la caída de la URSS —acompa-

ñada del desguace del PCF— deja a la extrema derecha sin

uno de sus factores de discurso más potentes, el Frente Na-

cional tendrá que mantenerse a flote mediante la estricta pro-

tección de su “diferencia”. Valéry Giscard d’Estaign, Edith

Crésson, Laurent Fabius o Jacques Chirac comenzarán a asu-

mir que la inmigración es un problema, con mayor o menor

fortuna en su lenguaje. La capacidad de contaminación con-

tiene el riesgo de la pérdida de todo el combustible que lleva

el Frente en sus bodegas. Por tanto, Le Pen tiene que marcar

a los conversos, para señalar que ellos han sido los primeros

en decir en voz alta lo que todos pensaban. Para el Frente,

mantener las fronteras entre el lepenismo y el resto de las

fuerzas políticas no es una cuestión de sectarismo, sino de

supervivencia. Las elecciones de 1994 al parlamento euro-

peo muestran esos riesgos, cuando la candidatura de Villiers

arrebata a Le Pen el liderazgo de la derecha radical. En 1995,

el líder del Frente obtiene un resultado que puede presentar-

se como preocupante: se ha alcanzado el mejor nivel de vo-

EN TORNO A EUROPA 148

to, el 15%, pero se están definiendo los límites de influencia

electoral de la formación, en el mejor de los escenarios, que

es la primera vuelta de unas presidenciales, cuando el voto

se confunde con una encuesta sin riesgos para los electores.

A partir de ahí, el debate interno conducirá a la escisión,

cuando Mégret, el número dos del Frente, comience a plan-

tear la necesidad de una sucesión que ofrezca la cara ama-

ble de la gestión y no el rostro crispado de la protesta. Obte-

nida una bolsa de votos apreciable, es la hora de la opción

Fini, no de la de Rauti, para expresarlo en los términos en que

se hace en el caso italiano. La identidad puede ser negocia-

da, a cambio de la posibilidad de influencia. El “todo o nada”

sólo conducirá a la incapacidad de mantener mucho tiempo el

voto antisistema.

Sin embargo, Le Pen se mantiene firme. Por intereses per-

sonales y por la necesidad de una estrategia que adivina la

importancia de ese espacio alternativo, que está desgastan-

do también de una forma impresionante a la derecha liberal,

como se demostrará en las elecciones legislativas de 1997,

y que hundirá a la izquierda más moderada, como habrá de

indicarse en las presidenciales del 2002. En 1998, la esci-

sión se consuma. Tras una breve disputa por las siglas, el

sector megretista acaba escogiendo el nombre de Movimien-

to Nacional Republicano. Le Pen se queda con el beneficio

inapreciable de las siglas. Pasada la prueba de las eleccio-

nes europeas de 1999, cuando el Frente obtiene por unos

cuantos decimales representación, mientras Mégret queda a

un 1,5% de conseguirla, sentencia la suerte de la partida en-

tre las dos caras de la extrema derecha nacional-populista. Le

Pen y su discurso antisistema ha triunfado. El “coup de ton-

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 149

nerre” de las presidenciales del 2002 lo magnifican. Con el

mismo resultado que en 1995, la caída y la división de la iz-

quierda, la emergencia de los tres millones de votos “anti-

globalización” permiten a Le Pen el sueño dorado de pasar a

la segunda vuelta, para competir en Chirac en una batalla en

la que no tiene absolutamente nada que perder. Sólo ganar

esa quinta parte de sufragios emitidos que parecen conde-

corar los méritos de una carrera política iniciada en enero de

1956, cuando Le Pen fue elegido el diputado más joven de la

cámara, en las listas de Pierre Poujade.

IV. DULCE PÁJARO DE SENECTUD

La experiencia francesa sirve, además de su interés in-

trínseco, por su capacidad para haber agitado los elementos

básicos en los que la democracia se va a jugar su futuro. El

principal de ellos es el del miedo a un mundo desconocido, a

la constante renovación que no puede seguirse, al terror a

que todo carezca de sentido. Esa pérdida de norma y de lu-

gar, esa desorientación moral, conduce a la búsqueda de un

tranquilizante, de una cálida forma de acogida, de una zona

de descanso que permita huir del mundanal ruido para regre-

sar a los sonidos familiares del hogar.

A ese miedo se responde con la búsqueda de una identi-

dad. No con la búsqueda de identidades, de procesos de ve-

rificación de lo que uno es y quiere ser, sino al encuentro con

una identidad que, en buena medida, es un reencuentro, el

hallazgo de algo extraviado, el permiso para volver a entrar en

EN TORNO A EUROPA 150

el Paraíso. Frente a la libertad, la seguridad. O la seguridad

disfrazada de libertad. La identidad siempre se construye de-

finiendo quiénes son los otros, nunca quiénes somos noso-

tros y, desde luego, nunca quién soy yo. Eso significa que la

conjugación en plural es la condición, pero también lo es que

el plural deba conjugarse en segunda o tercera persona. El

“vosotros” y, sobre todo, el “ellos” verifica lo más importan-

te de una identidad: no es esto la caracterización de lo que

hay dentro, sino el trazado mismo de la línea de demarcación.

La reconstrucción de esa frontera invisible restituye la calma

cuando caen las fronteras, cuando se establece la porosidad

social, cuando la vida se hace provisional, arriesgada, inse-

gura. La misma fortificación cultural del diferencialismo esta-

blece una línea de seguridad, que no se entiende solo en los

términos de la lucha contra la delincuencia, sino en los mu-

cho más amplios de sentirse “a salvo”, en estado perma-

nente de protección, custodiado por quienes encarnan el so-

lemne “nosotros” frente a quienes se encaraman a un

amenazador “ellos”.

En este sentido, la identidad implica una opción clara por

una comunidad homogénea cuyos conflictos sólo pueden en-

tenderse como la irrupción de los otros, de los extraños, de

quienes no pueden comprender nuestra esencia. El conflicto

se hace exterior, se trata de una infección: los intrusos son

microbios portadores de un elemento letal para la cultura pro-

pia, son indiferentes a nuestra supervivencia o, peor aún, te-

nemos que matar nuestro “nosotros” para poder vivir, de la

misma forma que un virus destruye las células sanas tras ha-

ber utilizado y pervertido su material genético. La xenofobia

es la forma más caracterizada de esta actitud. Pero el ataque

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 151

a la inmigración queda rápidamente secuestrado, en otros ca-

sos —y en la propia elaboración de la Nueva Derecha france-

sa liderada por Benoist— a través de la defensa de la diver-

sidad, cuya valoración positiva, cuya norm a l i z a c i ó n

democrática de aprecio a lo distinto, pasa a degenerarse en

una defensa de la impermeabilidad de las culturas, en el re-

chazo del mestizaje y en la designación de quiénes son ciu-

dadanos propios y quiénes son los demás, los externos, los

que no son expresiones concretas del significado de la co-

munidad, para decirlo a la manera de Castoriadis. No hace

falta que se trate de inmigrantes: esa es la primera trampa

del nacionalismo populista. Se trata de que no reconozcan el

juego de exclusión y exclusión en que se basa el discurso.

Sus creencias, no su procedencia, les convierte en extraños.

El no nacionalista-comunitario pasa a no ser miembro del

p a í s , sin importar el color de su piel, que haya nacido en ese

territorio o que respete los principios constitucionales que lo

inspiran. La ideología se convierte en un criterio de selección.

Ese es un nuevo tipo de racismo que, procediendo de los ele-

mentos del biologismo de los años iniciales del siglo, ha pa-

sado a ocupar los paisajes de una afirmación culturalista.

Y, junto a ello, un derecho a la autodeterminación popular

que nada tiene que ver con su expresión en las urnas. No les

concierne a éstas decidir sobre las verdades esenciales, co-

mo indicaba alguien que lo tenía tan claro como José Antonio

Primo de Rivera en el discurso fundacional de Falange Espa-

ñola. En esta tradición de lo ir revocable —en su sentido más

literal, es decir, lo que no puede ser pronunciado de otra for-

ma—, la existencia misma del “pueblo soberano” pasa por

encima de la democracia “formal”. Curiosamente, quien más

EN TORNO A EUROPA 152

insiste en los elementos simbólicos es quien de manera más

atenta repudia las “manifestaciones” de la política, los “pro-

cedimientos” que son, además de cauces, signos, de la mis-

ma forma que la existencia de un río caudaloso no es solo su

propio curso, sino la referencia a la fertilidad que trae consi-

go. El punto más fuerte de la propaganda lepenista coincide

con lo que fue, en su tiempo, la denuncia del fascismo. La po-

lítica es “plutocracia”, “oligarquía”, “banda de los cuatro”. El

nacionalismo es un movimiento, no un partido. No asume nin-

guna de las condiciones clásicas del lenguaje político, como

la izquierda o la derecha, sino que se declara de todas y nin-

guna cosa al mismo tiempo. Es “lo francés” expresándose,

escenificándose, encarnándose. Es un espíritu que cobra for-

ma y se mueve al ritmo del Frente Nacional. Es, sobre todo,

el PUEBLO. Y ese pueblo homogéneo, sometido a la ley de la

gravedad de los partidos políticos que reposan sobre sus es-

paldas, debe sacudirse las formaciones caducas de encima,

para emprender su marcha. La existencia de una abstención

de más de una tercera parte de votantes, la suma de tres mi-

llones de votos de la izquierda trotskista, los más de cinco mi-

llones de votos de Le Pen, señalan hasta qué punto la des-

confianza ha alcanzado niveles preocupantes. El pueblo no

sólo se expresa en las urnas: mantiene sus derechos para la

discrepancia, para la circulación de opiniones, para las pre-

sentaciones de su constante existencia ciudadana. Pero so-

lamente las urnas deciden una representación.

Ese no es el discurso de quienes creen que su Autentici-

dad está muy por encima de los procedimientos de la demo-

cracia. Que su Verdad no tiene por qué argumentarse. Que la

corpulencia de su Fe no tiene por qué hallar razones. Pero

LOS RIESGOS PARA LA DEMOCRACIA 153

ese no es el vuelo de un ave joven, inexperta, que otea el ho-

rizonte y atraviesa la trama húmeda de la niebla. Es el vuelo

gallináceo de un ave envejecida, que mueve su rencor y su re-

celo en la pequeña estatura de su vuelo. No es el enérgico

trayecto de la edad más joven, sino un dulce pájaro de

senectud.

EN TORNO A EUROPA 154

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN

EUROPEA: LOS RETOS DE LA SEGURIDAD

COMÚN DESPUÉS DE LA AMPLIACIÓN

AL ESTE

Ricardo M. Martín de la Guardia y Guillermo Á. Pérez Sánchez

Departamento de Historia Contemporánea, Instituto de Estudios Euro-

peos. Universidad de Valladolid

I. LA NECESIDAD DE UN MARCO DE SEGURIDAD COMÚN PARA

LA EUROPA DEL SIGLO XXI

A pesar de los avances registrados tanto en la política exte-

rior como en la definición p ro g resiva de una política de defensa

p ropia, a principios del siglo veintiuno es común la perc e p c i ó n

de que el peso de la Unión Europea en el ámbito diplomático no

se corresponde con su capacidad económica, su cualificación

técnica, sus recursos humanos, su potencial demográfico (que

conocerá un gran incremento con la próxima ampliación al Este)

y su decidido compromiso con los menos favorecidos al ser pri-

mer contribuyente a la cooperación para el desarrollo mundial.

En términos parecidos se expresó el Parlamento Euro p e o

en 1998

( 1 )

, al afirmar que la Unión Europea, una vez intro-

ducido el euro, se convertiría en un actor mundial en térm i-

nos monetarios y económicos, algo que en aquellos momen-

tos distaba mucho de producirse en el campo de la política

e x t e r i o r, de seguridad y de defensa común

( 2 )

. Sin embarg o ,

EN TORNO A EUROPA 156

(1)

“Resolución sobre el papel de la Unión Europea en el mundo:

aplicación de la política exterior y de seguridad común en 1998”

Con anterioridad, el 21 de mayo de 1992, la Comisión de Asuntos

Institucionales del Parlamento Europeo había elaborado un “Informe

sobre la articulación y estrategia de la Unión Europea con vistas a su

ampliación y a la creación de un orden global a escala europea” (co-

nocido también como “Informe Hänsch”).

(2)

El título V del Tratado de la Unión Europea fijó las disposicio-

nes por las que se estableció y debía regirse la Política Exterior y

de Seguridad Común (PESC); sus objetivos, enunciados en el apar-

tado 1 del artículo 11 del mencionado Tratado, son los siguientes:

“La defensa de los valores comunes, de los intereses fundamenta-

les y de la independencia e integridad de la Unión, de conformidad con

los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

“El fortalecimiento de la seguridad de la Unión en todas sus formas.

“El mantenimiento de la paz y el fortalecimiento de la seguridad in-

ternacional, de conformidad con los principios de la Carta de la Nacio-

nes Unidas, con los principios del Acta final de Helsinki y con los obje-

tivos de la Carta de París, incluidos los relativos a las fronteras

exteriores.

“El fomento de la cooperación internacional.

“El desarrollo y la consolidación de la democracia y del Estado de De-

recho, así como el respeto de los Derechos Humanos y de las liberta-

des fundamentales.”

En el artículo 12 se definían las acciones que en función de lo ante-

rior deberían realizarse:

“La determinación de estrategias comunes.

“La Unión perseguirá los objetivos expuestos en el artículo 11 me-

diante:

“La definición de los principios y de las orientaciones generales de la

política exterior y de seguridad comunes.

el Parlamento Europeo animaba a los países miembros de la

Unión Europea a perseverar en favor de lograr una mayor pro-

yección de dicha política común exterior y de seguridad y de-

fensa. Al mismo tiempo, el propio Parlamento consideraba

de gran transcendencia para el futuro de la Unión Europea el

p roceso en marcha de ampliación a los países de la antigua

E u ropa del Este, pues redundaría en fortalecer el ideal euro-

peísta en el Viejo Continente, así como en mantener la paz

para evitar una posible inestabilidad en las fronteras de la

Unión Europea.

Pocos años después, coincidiendo prácticamente con la

entrada en el siglo veintiuno

(3)

, también el Parlamento Euro-

peo valoraba el programa de la Unión Europea para la pre-

vención de conflictos armados aprobado por el Consejo Euro-

peo de Gotemburgo, y respaldaba además a la Unión en su

objetivo —presentado en el Consejo de Niza— de asentar la

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 157

“La adopción de acciones comunes [referidas a situaciones específi -

cas en las que se considere necesaria una acción operativa de la

Unión].

“La adopción de posiciones comunes [que definirán el enfoque de la

Unión sobre un asunto concreto de carácter geográfico o temático].

“El fortalecimiento de una cooperación sistemática entre los Estados

miembros para el desarrollo de su política.”

Con la entrada en vigor del Nuevo Tratado de la Unión Europea —Tra-

tado de Amsterdam— en mayo de 1999, el contenido relativo a la PESC

fue parcialmente modificado y reestructurado. Así, el artículo 17 ex-

tiende la PESC a todas “las cuestiones relativas a la seguridad de la

Unión, incluida la definición progresiva de una política de defensa co-

mún, de conformidad con el párrafo segundo, que podría conducir a una

defensa común si así lo decidiera el Consejo Europeo”.

( 3 )

“Resolución del Parlamento Europeo sobre los pro g resos de la po-

lítica exterior y de seguridad común” (Acta del 25 de octubre de 2001).

futura política exterior común en los cimientos de la llamada

“prevención de conflictos” y en la “gestión de crisis” tanto ci-

vil como militar. Al mismo tiempo, el Parlamento volvía a in-

sistir en la importancia del proceso en marcha de ampliación

a la antigua Europa del Este como contribución a la paz y a la

estabilidad en Europa (incluida también la ampliación de la

OTAN a estos mismos países, comenzada en 1999 con el in-

greso de Polonia, Hungría y la República Checa, y que podría

tener continuación en la cumbre de la OTAN de Praga en no-

viembre de 2002

(4)

), sin olvidar el impulso que ello debe su-

poner para aumentar la cooperación entre la Unión Europea

ampliada y sus nuevos vecinos. Por todo ello, “el argumento

centroeuropeo de que la integración en la alianza militar re-

fuerza la seguridad en todos los niveles y favorece el proce-

so de transformación interna en aquellos países”

(5)

fue asu-

EN TORNO A EUROPA 158

( 4 )

Los orígenes de estas ampliaciones de la OTAN se remontan a

la caída del Muro de Berlín y al final de la Guerra Fría. Así, en la

c u m b re de Copenhague de junio de 1991, la OTAN se mostró dis-

puesta a “ayudar a crear una Europa unida y libre”. Posteriorm e n t e ,

en la cumbre de Roma del mismo año, se dio el visto bueno para

la creación del “Consejo de Cooperación Noratlántico” (CCNA), que

implicaba un nuevo concepto estratégico en el que se re a f i rmaba el

principio de defensa colectiva y se marcaban nuevos retos a la

O TAN: la “gestión de crisis”, las “misiones fuera de zona” y las

“operaciones de mantenimiento de la paz”. Finalmente, en la cum-

b re de Bruselas de enero de 1994 se creaba la Asociación para la

Paz (APP) con el objetivo de integrar en ella a los países del extinto

Pacto de Varsovia, empezando por la Federación Rusa. Posteriorm e n-

te, en la cumbre de la OTAN, celebrada en Madrid en 1997, el CC-

NA fue sustituido por el Consejo de Asociación Euroatlántico (CAEA).

(5)

LATAWSKI, Paul, “Central Europe and European Security”, en PARK,

William and REES, Wyn (eds.), Rethinking Security in Post-Cold War Eu -

rope, London, Longman, 1998, p. 91.

mido por la comunidad internacional en general y por las ins-

tituciones de la Unión Europea en particular.

Nada de lo anterior supone que se descuiden las distintas

orientaciones en política exterior y los intereses particulares

de cada Estado miembro de la Unión Europea. Mostrando un

apoyo inequívoco a la ampliación al Este, se ha podido inter-

pretar la actuación en política exterior de algunos de los Es-

tados comunitarios como un intento de poner en práctica es-

trategias dispares o sin aparente vínculo en relación con la

nueva frontera del Este. De este modo, “Italia desarrolló, o

mejor dicho impulsó, una Iniciativa Centro Europea basada en

su estrecha relación con las Repúblicas occidentales de la ex-

Yugoslavia y con Hungría, y que se extendió eventualmente

hasta Polonia. Gran Bretaña ha sido una entusiasta de la ex-

pansión al Este con el fin, según sospechan sus socios, de

ralentizar la integración y convertir la Unión Europea en una

mera asociación de Estados. Los países nórdicos, por su par-

te, se han centrado en la cooperación con los Bálticos, impli-

cando como socio incluso a Rusia”

(6)

. En todo caso, las men-

cionadas estrategias dispares estarían pensadas para que

los países que las han impulsado, por ejemplo Italia, fueran

considerados como aliados importantes en el camino hacia la

ampliación de los futuros socios centroeuropeos.

Al tratarse del ámbito centro e u ropeo conviene hacer una

mención explícita al papel desempeñado por Alemania, país

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 159

(6)

MANNIN, M., “Policies towards CEEC” en MANNIN, M., Pushing

the Boundaries: the European Union and Central and Eastern Euro -

pe, Manchester, Manchester University Press, 1999, p. 35.

que ha sido uno de los más firmes valedores de la amplia-

ción al Este. Su influencia económica en la zona creció de for-

ma espectacular en los años que siguieron a la caída del co-

munismo. Si nos centramos sólo en el periodo 1993-1995,

el comercio exterior alemán con los países del Centro y Este

de Europa se incrementó más de 30 por ciento. Práctica-

mente la mitad de todas las exportaciones de la Unión tienen

su origen en Alemania, mientras que, Gran Bretaña por ejem-

plo, teniendo en cuenta su importancia en el mercado mun-

dial no llega al 5,5 por ciento. Junto a los intereses econó-

micos, los gobiernos alemanes presididos por Kohl y

Schröder han mantenido el empeño por favorecer la integra-

ción como medio de fortalecer sus intereses estratégicos en

la frontera oriental, puesto que exportar seguridad equivalía

a mayor estabilidad en la región. Las cautelas ante la am-

pliación que se desprenden de algunos de los discursos de

Schröder no han pretendido obstaculizar o neutralizar la fina-

lidad política última de la ampliación, sino matizarla en tiem-

po y forma para adecuarla a la situación económica alemana

de finales de la década de los noventa. En definitiva se tra-

taba de mantener la trayectoria que el Primer Ministro ale-

mán había marcado durante su primera cumbre europea en

P ö rtschach (Austria) en octubre de 1998 al afirmar que si no

se quería engañar deliberadamente a los países candidatos

o aspirantes, había que dejar claro que la ampliación exigía

tiempo. Es indudable que, como señalan con insistencia los

dirigentes políticos alemanes, las prioridades de su país pa-

san por Europa y que Alemania después de la re u n i f i c a c i ó n

continúa utilizando las instituciones supranacionales (como

la Unión Europea y la OTAN) para encauzar sus intereses y

EN TORNO A EUROPA 160

despejar las incert i d u m b res que todavía suscitan sus inten-

ciones. Como sostiene José Mª Beneyto, “el abierto apoyo de

Alemania a la integración de los PECOS en la Unión Euro p e a

y en la OTAN fundamentaría la idea de que en vez de haber

seguido una política de intereses individuales en la región, la

República Federal habría actuado como un “poder civil” y no

como un poder hegemónico”

( 7 )

. La apuesta por esta comuni-

dad de intereses con el fin de evitar reminiscencias hegemó-

nicas de otro tiempo se hizo patente en la normalización de

las relaciones germano-polacas después de la re u n i f i c a c i ó n

alemana, hecho que por su trascendencia para la estabilidad

del flanco oriental de la Unión Europea ampliada puede equi-

pararse en importancia a la reconciliación franco-alemana

después de la Declaración Schuman de 1950.

En todo caso, con la ampliación a la antigua Europa del

Este la unificación del Viejo Continente sería un hecho, se

c e rrarían sus límites geográficos en el norte, en el centro y

en el sureste, y comenzaría una nueva etapa para todos en

la Unión Europea. En palabras del Prof. Parzymies, la incor-

poración de los países anteriormente sovietizados “cerr a r á

de una vez por todas el capítulo de la historia de Europa que

fue escrito en Yalta. Contribuirá también a extender hacia el

Este esa zona de seguridad, estabilidad y relaciones de bue-

na vecindad que constituye la Unión Europea. Se trata, pues,

de beneficios que responden a los intereses de toda Euro-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 161

(7)

Alemania y la ampliación al Este: ¿hacia una comunidad de in -

tereses?, Madrid, Instituto de Estudios Europeos de la Universidad

San Pablo-CEU, 2002, p. 11.

p a ”

( 8 )

. Así, a la espera de la normalización de la situación en

los Balcanes occidentales (ámbito territorial que incluye a Al-

bania y a los países de la antigua Yugoslavia, excepto Eslo-

venia), quedarían fuera de la Unión Europea, Rusia, Bielorru-

sia, Ucrania, Moldavia y los países del Cáucaso, Estados con

los que se hace necesario impulsar lazos estrechos de todo

tipo para garantizar la estabilidad del flanco oriental de la

Unión Europea

(9)

.

Según la Comisión Europea —y los Quince en su conjun-

to—, la ampliación va a ser enormemente beneficiosa no só-

lo para los Estados miembros, tanto los ya existentes como

los próximos en incorporarse, sino también para los países

vecinos con los que la nueva Unión Europea ampliada deberá

de mantener vínculos lo más estrechos posibles. Así, cerrada

EN TORNO A EUROPA 162

(8)

Cit. en SCHNEPF, Ryszard, “Polonia ante el reto de la amplia-

ción de la Unión Europea”, en MARTÍN DE LA GUARDIA, Ricardo M. y

PÉREZ SÁNCHEZ, Guillermo Á. (Editores), Los países de la antigua Eu -

ropa del Este y España ante la ampliación de la Unión Europea.

The Former Eastern European Countries and Spain in Relation to

the European Union Enlargement, Valladolid, Instituto de Estudios

Europeos de la Universidad de Valladolid, 2001, pp. 37-38.

( 9 )

En un dictamen elaborado por el Comité de las Regiones se ha-

cía ver a los Quince que con la integración de nuevos estados miembro s

las fronteras exteriores de la Unión Europea se modificarían, dejando al

d e s c u b i e r to grandes diferencias del nivel de vida, sobre todo por lo que

respecta a la Federación Rusa y a los demás países de la Comunidad

de Estados Independientes. Por este motivo el Comité de las Regiones

consideraba de gran importancia el desarrollo de mecanismos e instru-

mentos de actuación conjunta en esta nueva zona de frontera de la

Unión Europea. “Estrategias de fomento de la cooperación transfro n t e-

riza e interregional en una Europa ampliada. Un documento fundamen-

tal y de orientación para el futuro” (Bruselas, marzo de 2002).

cuanto antes la ampliación en proyecto (no más tarde de

2005 si se mantiene la voluntad política tantas veces expre-

sada), la Unión Europea tendrá nuevos vecinos y sus relacio-

nes con ellos reflejarán la nueva situación. Adelantándose a

este proceso, la Unión ha establecido políticas especiales pa-

ra cada uno de los ámbitos geoestratégicos de las nuevas re-

giones vecinas: a) el “Marco de Asociación y Cooperación pa-

ra la Federación Rusa, Ucrania y otros Nuevos Estados

Independientes”, b) el “Proceso de Asociación y Estabiliza-

ción para los Balcanes occidentales” y c) el “Proceso de Bar-

celona para el Mediterráneo” (ámbitos que no se tratan en el

presente análisis). Además de los asuntos relacionados con

la seguridad (cada vez más importantes después de la acción

terrorista del 11 de septiembre de 2001, tal como se con-

templa en las “Conclusiones y Plan de Acción del Consejo Eu-

ropeo extraordinario”, celebrado el 21 de septiembre del mis-

mo año

(10)

), las mencionadas políticas especiales tienen

como objetivo primigenio crear un espacio de libre comercio

entre la Unión Europea ampliada y sus nuevos vecinos que se

asiente sobre la democracia del Estado de Derecho constitu-

cional y el respeto a los Derechos Humanos, además de fo-

mentar la colaboración en asuntos de justicia e interior.

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 163

(10)

En este sentido, el Parlamento Europeo señalaba también que

la lucha contra el terrorismo internacional debía convertirse en un

elemento central de la política exterior y de seguridad común, au-

nando tanto lo que afecte a la seguridad exterior como a la inte-

rior, solicitando al Consejo y a la Comisión Europea la elaboración

de una estrategia común para la lucha contra el terrorismo. “Reso-

lución del Parlamento Europeo sobre los progresos de la política

exterior y de seguridad común” (Acta del 25 de octubre de 2001).

Uno de los objetivos fundamentales del Tratado de Amster-

dam (que entró en vigor en mayo de 1999) pretendía contribuir

a que la política exterior y de seguridad

( 1 1 )

de la Europa comu-

nitaria fuera más coherente, activa y eficaz en el fomento de la

paz, la prosperidad y la estabilidad en el mundo mediante la

aplicación de instrumentos e iniciativas propias de la Unión ta-

EN TORNO A EUROPA 164

(11)

La Declaración de Petersberg de 19 de junio de 1992 fue el

origen de las denominadas “Misiones de Petersberg” según lo esti-

pulado en el artículo 17 del Nuevo Tratado de la Unión Europea o

Tratado de Amsterdam y constituyó un elemento central en la vo-

luntad de desarrollar la Unión Europea Occidental (UEO) como com-

ponente de la defensa de la Unión Europea. La entrada en vigor de

los acuerdos de Niza de diciembre de 2000 supondrá la plena inte-

gración de la UEO en la Unión Europea y reforzará el anclaje euro-

peo de la Alianza Atlántica (OTAN). La mencionada Declaración de

Petersberg señala también que la UEO está dispuesta a apoyar la

aplicación eficaz de las medidas de prevención de conflictos y con-

trol de las crisis, especialmente las actividades de mantenimiento

de la paz de la Conferencia para la Seguridad y Cooperación en

Europa (denominada después OSCE), así como del Consejo de Se-

guridad de la ONU.

Los Estados miembros de la UEO se declararon dispuestos a poner a

disposición de la UEO unidades militares para misiones que se llevarían

a cabo bajo mando de la UEO. Así, podrían utilizarse las unidades mili-

t a res de los Estados miembros de la UEO para los siguientes fines: “Mi-

siones humanitarias o de evacuación de nacionales”, “Misiones de

mantenimiento de paz” y “Misiones con intervención de fuerzas de com-

bate para la gestión de crisis, incluidas las misiones de pacificación”.

La UEO es una organización de defensa europea que dispone de cua-

t ro estatutos diferentes y cuenta en la actualidad con veintiocho miem-

b ros estructurados en tres escalones en función de su distinta vincula-

ción a la organización: diez miembros son activos: Alemania, Francia,

Gran Bretaña, Italia, Luxemburgo, Bélgica, Holanda, Grecia, Por tugal y Es-

paña; cinco países, observ a d o res: Irlanda, Austria, Suecia, Finlandia y Di-

n a m a rca; seis miembros asociados: Tu rquía, Islandia, Noruega, Polonia,

Hungría y la República Checa; y siete países, interlocutores asociados:

Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania.

les como las estrategias comunes. El Consejo Europeo las

a p rueba y se aplican en aquellos ámbitos en que los Estados

m i e m b ros tienen intereses comunes importantes. La primera

estrategia común de la Unión Europea se aplicó a la Federa-

ción Rusa (Consejo Europeo de Colonia de 3 y 4 de junio de

1999) y fueron sus principales objetivos la consolidación de la

democracia, el Estado de Derecho y la sociedad civil.

También en la reunión de Colonia de junio de 1999, ante

el conflicto de Kosovo, la Unión Europea tomó la iniciativa de

poner en marcha el “Pacto de Estabilidad para Europa Sudo-

riental”

(12)

, en el que también participaron cuatro países can-

didatos a la adhesión: Bulgaria, Rumania, Eslovenia y Hun-

gría. Su finalidad fue la de apoyar a los países de la zona, en

especial a los de los Balcanes occidentales, en sus esfuer-

zos por fomentar la paz, la democracia, el respeto de los de-

rechos humanos y la prosperidad económica para lograr y

consolidar la estabilidad de la región.

II. GEOESTRATEGIA Y SEGURIDAD EN LA EUROPA AMPLIADA

Durante la segunda mitad del siglo XX la Europa comuni-

taria ha contribuido a poner fin a los conflictos del pasado y

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 165

(12)

Con anterioridad, en 1995, la Unión Europea había puesto en

marcha otra iniciativa en la misma región: el “Proceso de Estabili-

dad y Buena Vecindad en Europa Sudoriental”, denominado también

“Proceso de Royaumont”.

El 25 de octubre de 2000 se celebró la cumbre de Skopje sobre el

proceso de cooperación con el sudeste de Europa; de nuevo, el 23 de

febrero de 2001, tuvo lugar en Skopje una reunión para el seguimien-

to de dicho proceso.

a fortalecer la paz, la seguridad, la justicia y el bienestar en

la parte occidental del Viejo Continente. Desde que en la dé-

cada de los noventa los países de la antigua Europa del Este

mostraron su interés por incorporarse a la Unión Europea, el

proceso de ampliación en marcha

(13)

no ha dejado de coad-

yuvar de manera decisiva al mantenimiento de la paz, a la es-

tabilidad política, al progreso económico y al logro de la justi-

cia social en toda Europa.

Con la ampliación al Centro y al Sureste —la antigua Eu-

ropa del Este—, la Unión Europea englobará en su seno a los

antiguos países satélites de la exUnión Soviética e incluso a

t res exRepúblicas soviéticas (los Estados del Báltico: Estonia,

Letonia y Lituania). Estos países han seguido por lo general

dos líneas maestras de actuación: una de ellas consistió en

i n c rementar la estabilidad democrática interna; la segunda se

p ropuso renacionalizar la política de seguridad tras la desa-

parición del Pacto de Varsovia en 1991. Sus actuaciones en

política exterior han tenido una clara orientación euro a t l á n t i-

ca: en 1999 Polonia, Hungría y la República Checa ingre s a ro n

en la OTA N

( 1 4 )

. Al mismo tiempo, se debe resaltar el compro-

EN TORNO A EUROPA 166

(13)

”Informe y Documento de Estrategia de la Comisión Europea

sobre la Ampliación” (otoño de 2001).

( 1 4 )

Como hemos comentado antes, la siguiente ampliación de la

O TAN podría tener lugar en la cumbre que la Organización celebrará en

Praga el próximo mes de noviembre de 2002. Sin embargo, como se-

ñala María Angustias Caracuel Raya, “son muy numerosas las voces

que se muestran cautelosas ante la posibilidad de iniciar una ‘segunda

ola’ de la ampliación”. Por otra parte, desde el punto de vista de los paí-

ses de la antigua Europa del Este, ya se trate de miembros de pleno de-

recho ya de aspirantes, y en especial, como también apunta Caracuel

Raya, “desde la perspectiva polaca, se considera que paralizar el pro-

miso de todos ellos en el fomento de la cooperación re g i o n a l

como fase previa a su plena integración en la Unión Euro p e a .

La cuestión ha sido que la creación de grupos o foros re g i o-

nales estaba pensada como instrumento de presión a la ho-

ra de la negociación con la Europa Comunitaria puesto que se

consideraba que se prolongaría mucho más en el tiempo; sin

e m b a rgo, la evolución de los acontecimientos con la acelera-

ción de los tratados de asociación, y más tarde de adhesión,

ha limitado la operatividad de estas uniones re g i o n a l e s .

Como no podía ser de otra manera, el mencionado proce-

so de ampliación se está llevando a cabo en un contexto de

evolución rápida de las prácticas de la Unión Europea hacia

una política exterior y de seguridad común en cuyo marco se

ofrece la posibilidad real de consolidar la estabilidad política

y la seguridad de los Estados del Viejo Continente dado que

la integración en marcha implica de hecho una reducción del

riesgo de conflictos en Europa.

Los países de la Europa Central: Polonia, Hungria,

República Checa, Eslovaquia y Eslovenia

Algunos de los antiguos países sovietizados de la Euro p a

Central, conocidos también como del Grupo de Vi s e g r a d o —Po-

lonia, Hungría y Checoslovaquia (después de 1993, Repúbli-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 167

ceso de ampliación de la Alianza sería equivalente a cuestionar la lógi-

ca de los cambios en Europa”, “Polonia en la seguridad europea”, R e -

vista de Estudios Euro p e o s, nº 26 (Septiembre - D i c i e m b re 2000), p. 46.

ca Checa y República Eslovaca

(15)

)—, expresaron de forma

inequívoca su compromiso con los valores de la Europa Co-

munitaria y en política exterior con la Alianza Atlántica

(16)

, par-

ticipando en el Consejo de Asociación Euroatlántico y en la

Asociación para la Paz. El apoyo de estos tres Estados a la

coalición internacional durante la segunda guerra del Golfo

EN TORNO A EUROPA 168

( 1 5 )

Después de los cambios políticos que pro d u j e ron en la zona

las elecciones generales de 1998, de manera especial en la Repú-

blica Eslovaca con el nuevo gobierno de coalición presidido por Mi-

kulas Dzurinda, fue posible volver a lanzar el Grupo de Vi s e g r a d o .

Los responsables de los gobiernos de Polonia, Hungría y la Repúbli-

ca Checa, reunidos en Budapest el 21 de octubre de 1998, invita-

ron formalmente a su homólogo eslovaco a reintegrarse al Gru p o .

Esta acción en interés de la región y como señal de buena vecindad

estaba pensada también para que los respectivos gobiernos pudie-

ran “llamar a la puer ta de la comunidad europea para probar que

hemos adoptado medidas que nos permitirán entrar en la Unión Eu-

ropea y en la OTAN”. Cit. en FAW N, Rick, “The Elusive Defined? Vi s e-

grád Co-operation as the Contemporary Contours of Central Euro p e ” ,

en DAW S O N, Andrew H. and FAW N, Rick (eds.), The Changing Geopoli -

tics of Eastern Euro p e, London, Frank Cass, 2002, p. 62.

(16)

En función de las prioridades de su política exterior, especialmen-

te en el ter reno de la seguridad y defensa, se puede deducir que Polo-

nia, Hungría y la República Checa “están mucho más cerca de la posi-

ción del Reino Unido que de Francia (…); pero como aspirantes a la

Unión Europea tratan de reconciliar su papel de defensoras de unas es-

trechas relaciones trasatlánticas con su prioridad de acceder a la Unión

Europea, y han tenido que atemperar su entusiasmo pro-Estados Uni-

dos para no molestar a los gobiernos de la Unión Europea (…). Francia

en particular ve a estos tres países como un caballo de Troya que man-

tiene el control norteamericano de la seguridad europea. A comienzos

de 1999, el gobierno francés señaló a estos países que su visión de la

seguridad podía hacer más lenta la adhesión”, KRENZLER, Horst Günter,

The European Defense and Security Policy and EU Enlargement to Eas -

tern Europe, Florence, European University Institute, 2001 [Policy Pa-

pers, RSC, nº 01/1], pp. 14-15.

fue la demostración más palpable de su voluntad de cooperar

con los aliados occidentales y la OTAN en la nueva arquitec-

tura de seguridad del orden internacional después de la Gue-

rra Fría

(17)

. En 1999, al mismo tiempo que lograban que su

candidatura de adhesión a la Unión Europea fuera aceptada

por los Quince, se integraron en la OTAN y se convirtieron en

miembros asociados de la UEO (excepto Eslovaquia, país no

integrado aún en OTAN cuyo estatus con respecto a la UEO es

de interlocutor o colaborador asociado); por su decidido afán

euroatlántico, estos países constituyen desde el punto de vis-

ta teórico un firme apoyo para lograr la consolidación de la po-

lítica de seguridad y defensa común. El ejemplo polaco, con

palabras de su Ministro de Asuntos Exteriores en marzo de

1998, Bronislaw Geremek, lo ilustra a la perfección:

“Nos volveremos hacia el oeste y hacia sus instituciones

con la mente puesta en conseguir al menos cuatro objetivos:

primero, fortalecernos internacionalmente; segundo, introducir

una sensibilidad nueva y una diferente experiencia histórica en

el debate europeo occidental y en la forma europeo-occidental

de entender Europa; tercero, fortalecer la OTAN y la Unión Eu-

ropea no sólo para añadir nuestro potencial a su fuerza, sino

para ofrecer nuevos puntos de vista y nuevos retos, y, cuarto,

fortalecer y acelerar el proceso de reconstrucción democrática

de la región y construir un nuevo orden europeo. Estos cuatro

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 169

(17)

Cfr. VALKI, L., “Security Problems and the New Europe: A Cen-

tral European viewpoint”, en WILLIAMS, A.J. (ed.), Reorganizing Eas -

tern Europe: European Institutions and the Refashioning of Europe’s

Security Architecture, Aldershot, Dartmouth, 1994, p. 129.

objetivos son el núcleo de la nueva geopolítica que iniciamos

hace casi nueve años en esta parte de Europa”

(18)

.

Como ha quedado demostrado, Polonia no ha dejado de

secundar los esfuerzos que se vienen realizando para poten-

ciar la política europea común de seguridad y defensa, en la

medida en que todo ello fortalezca la operatividad de la Alian-

za Atlántica, ya que este país “considera que la OTAN es la

piedra angular de la seguridad europea, y que es vital el de-

sarrollo de los mecanismos institucionales de la Unión Euro-

pea en materia de seguridad y defensa y el establecimiento

de nuevas relaciones de cooperación entre la Unión Europea

y la OTAN”

(19)

. En efecto, para estos países, empezando por

Polonia y según su Ministro de Asuntos Exteriores a finales

de 2001, Wladyslaw Bartoszewski, la integración en la OTAN

y la adhesión en la Unión Europea debe significar “por un la-

do, el fin de un cambio histórico iniciado en 1989, y por otro,

la posibilidad de aprovechar todos los elementos de [su] si-

tuación geopolítica, por el bien de toda Europa”

(20)

.

La actuación del Grupo de Visegrado muestra las contra-

dicciones ya expresadas más arriba de este tipo de alianzas

regionales. Aunque 1994 fuera un año crítico para el futuro

EN TORNO A EUROPA 170

(18)

Materials and Documents, 8 (1998), p. 1.663.

(19)

CARACUEL RAYA, María Angustias, “Polonia…”, art. cit., p. 47.

(20)

“Las aspiraciones y oportunidades relacionadas con el proceso

de adhesión de Polonia a la Unión Europea”, en CRUZ FERRER, Juan

de la y CANO MONTEJANO, José Carlos (coords.), Rumbo a Europa. La

ampliación al Este de la Unión Europea: re p e rcusiones para

España, Madrid, Dykinson, 2002, p. 65.

del Grupo (incluso algunos autores piensan que la coopera-

ción efectiva entre los cuatro países se paralizó

(21)

), las rela-

ciones a cuatro bandas no se interrumpieron en cuestiones

de seguridad como lo demuestra el hecho de las reuniones

entre los respectivos ministros de Defensa en Budapest (ma-

yo de 1995) y de Gdánsk (septiembre de 1996). No obstan-

te, lo cierto es que la recuperación de las iniciativas de ma-

yor calado tardó en producirse y, como ocurrió en el origen del

Grupo, vino de la mano de los gobiernos checo y eslovaco.

Después de la dimisión de Vaclav Klaus en noviembre de

1997, el gobierno socialdemócrata constituido después de

las elecciones legislativas de junio de 1998 tuvo como uno

de sus objetivos prioritarios fortalecer los vínculos con Eslo-

vaquia para, de forma inmediata, dinamizar el proyecto de Vi-

segrado. La derrota del partido de Meciar en los comicios de

septiembre de ese mismo año favoreció el entendimiento

puesto que desde un primer momento el gobierno de Dzurin-

da insistió en el compromiso eslovaco de consolidar el pro-

ceso democratizador y apostar decididamente por su incorpo-

ración a la Unión Europea y a la OTAN. Esta nítida toma de

posición fue valorada por los Primeros Ministros de Hungría,

Polonia y la República Checa reunidos en Budapest el 21 de

octubre de 1998, que dejó expedito el paso para la celebra-

ción de una cumbre entre los cuatro, finalmente desar rollada

en Bratislava en mayo de 1999. De esta reunión salió el pro-

grama de Visegrado 2, dentro del cual aparecía como uno de

los puntos esenciales la coordinación de las políticas exte-

riores de sus respectivos países así como la consideración

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 171

(21)

RHODES, M., “The Idea of Central Europe and Visegrád Coopera-

tion”, International Politics, nº 35/2 (june 1998), p. 182.

de la pertenencia a la OTAN como un elemento fundamental

para la seguridad regional a medio y largo plazo. Por ello, no

debe sorprender que, una vez miembros de la OTAN, Polonia

y la República Checa, apoyaran decididamente la integración

de Eslovaquia en la Alianza militar euroatlántica

(22)

, teniendo

en cuenta además que este país ya había colaborado activa-

mente en las campañas aéreas aliadas en la antigua Yugos-

lavia facilitando su espacio aéreo y su propio territorio duran-

te la campaña bélica. Estos tres países crearon en mayo de

2001 una brigada conjunta con sede en Bratislava para apo-

yar los operativos militares de la OTAN y en su caso de la

Unión Europea; y en la primavera de 2002 las fuerzas arma-

das checas y eslovacas desplegaron un batallón mecanizado

destinado a la misión de pacificación de la OTAN en Kosovo.

Visegrado 2 ha interesado a los gobiernos de otros países,

por ejemplo, a Croacia en el año 2000 (después de la muer-

te del Presidente Tudjman) o a Eslovenia. Sin embargo, tanto

Dzurinda como el Primer Ministro polaco Buzek declararon en

mayo de ese año que “Visegrado no era una entidad cerrada,

pero que sería mucho más productiva en su forma actual con

cuatro países miembros y que, de momento, no se conside-

raba la ampliación”.

La trayectoria europeísta y euroatlántica de Eslovenia, que

sólo pudo ser iniciada a partir de 1991 con la desintegración

de la antigua Yugoslavia al concluir la primera etapa de la gue-

EN TORNO A EUROPA 172

(22)

Cfr. CARACUEL RAYA, María Angustias, “Europa Centro-Oriental y

Euroasia”, Cuadernos de Estrategia, nº 117 —Panorama Estratégi -

co 2001-2002—, Madrid, Ministerio de Defensa. Instituto Español

de Estudios Estratégicos, 2002, p. 68.

rra sudeslava, siguió los mismos derro t e ros de los países del

G rupo de Visegrado, aunque al igual que Eslovaquia no es to-

davía miembro de la OTAN y su vínculo con la UEO es el de in-

terlocutor o colaborador asociado. Después de la caída del so-

cialismo real Eslovenia, como los demás países de la antigua

E u ropa del Este, pudo finalmente aspirar a integrarse en el gru-

po de las naciones libres; para los eslovenos no se entendía la

consolidación de la democracia sin una estrecha vinculación a

la Unión Europea que acabara con su incorporación a la misma.

En virtud de su situación geoestratégica, todos ellos —in-

cluida Eslovenia— forman parte de la Iniciativa Centro Euro-

pea que se formó antes de noviembre de 1989 a partir de la

cooperación informal de regiones, provincias y repúblicas de

Italia, Austria, Hungría y Yugoslavia. Al mismo tiempo, Polonia

está integrada en el Consejo de Estados del mar Báltico y en

mayo de 1997 suscribió un Tratado de Amistad y Cooperación

con Ucrania

( 2 3 )

. Eslovaquia tiene firmado con la Federación Ru-

sa un Tratado sobre cooperación militar (con fecha de 26 de

agosto de 1993); ello resalta aún más, según indica en un ar-

tículo escrito en 2001 su Ministro de Asuntos Exteriore s ,

E d u a rd Kukan, la gran aportación que se puede esperar de Es-

lovaquia a la seguridad general en el marco de la Unión Euro-

pea: “Dada su posición geográfica en el centro de Europa, Es-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 173

(23)

Como complemento de su vinculación con la Unión Europea y

la OTAN, la cooperación regional o subregional conformó “otro de

los niveles más importantes de la política exterior y de seguridad

que benefician la seguridad polaca”, LATAWSKI, Paul, “Poland. ‘For

Your Security and Ours”, en SMITH, Martín A. and TIMMINS, Grahan,

Uncertain Europe. Building a New European Security Order?, Lon-

don, Routledge, 2001, p. 223.

lovaquia, sin embargo, ve su actuación principal en la vert i e n-

te Oriental. Eslovaquia, en colaboración con los demás países

de Europa Central, es decir, con Chequia, Hungría y Polonia.

podrá desempeñar el papel de la puerta oriental de la Unión

E u ropea y de esta forma garantizar con más intensidad los in-

t e reses de los países miembros geográfica y culturalmente

más alejados de dicha zona. Mediante la proximidad geográfi-

ca de estos países al territorio de la antigua Unión Soviética y

las ya establecidas conexiones políticas y económicas, la

Unión Europea alcanzará un contacto más directo con esta zo-

na, lo cual hará posible defender de una manera mucho más

efectiva sus intereses y difundir los principios de colaboración

y estabilidad más hacia Oriente”

( 2 4 )

. Al mismo tiempo, Hungría

y Eslovenia participan en las diferentes iniciativas y pactos so-

b re cooperación y estabilidad del Sudeste de Europa. Hungría

tiene también firmados pactos sobre fronteras y protección de

la minoría húngara (unos tres millones de personas) con Aus-

tria, Eslovaquia, Eslovenia, Rumania, Croacia y Ucrania, y es-

pera establecer otro similar (pensando en la minoría húngara

de Voivodina) con la República Federal de Yugoslavia. No de-

bemos olvidar que Hungría tiene más de seiscientos kilóme-

t ros de frontera con tres exRepúblicas de la antigua Federa-

ción Yugoslava que le ha impulsado a desarrollar un pro g r a m a

de seguridad nacional influida por la proximidad de estas zo-

nas convulsas. Eslovenia, por su parte, está compro m e t i d a

con la protección de sus nacionales en Italia y Austria, y es-

pera cerrar con Croacia acuerdos fronterizos por mar y tierr a .

EN TORNO A EUROPA 174

(24)

“Consecuencias de la adhesión de la República Eslovaca a la

Unión Europea y en el Reino de España: retos y opor tunidades”, en

CR U Z FE R R E R, J. de la y CA N O MO N T E J A N O, J. (coords.), Op. cit., p. 94.

A pesar de tan buena voluntad, deberíamos preguntarnos

por los logros reales de este tipo de iniciativas cuando el re-

ferente primero para estos países continúa siendo potenciar

su identidad nacional y recomponer sus economías propias.

La susceptibilidad ante cualquier tipo de organización regio-

nal que no sea la Unión Europea y la OTAN (por el beneficio

rápido que creen poder conseguir) es palpable cuando las ex-

periencias de la Federación yugoslava o checoslovaca están

presentes en la población y, por supuesto, entre sus gober-

nantes. De igual forma, la rivalidad entre los candidatos para

ganar la carrera de la adhesión les ha impedido hacer un fren-

te común; por ello se han lanzado de forma independiente a

probar su inequívoco “europeísmo” y sus avances en materia

política o económica para equipararse a los países miem-

bros, sin preocuparles sin embargo la situación de sus veci-

nos también aspirantes a entrar en la Unión: más que unirlos,

como hizo la Unión Soviética por imposición, la historia re-

ciente los ha separado. Como ha escrito Andrè Liebich, “es-

tos países son más “referencia de sí mismos” o “referencia

de otros” que “referencia de grupo”

(25)

.

A este respecto, existen dudas razonables para pensar que

al no existir un proyecto común real de defensa compartida de

sus intereses, su posible pertenencia a la Unión Europea pue-

de generar distorsiones en la seguridad de la región. De he-

cho, y en relación con la OTAN, de la que ya hemos hecho men-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 175

(25)

“East Central Europe: the Unbearable Tightness of Being”, en

SPILLMANN, Kurt R. y WENGER, Andreas (eds.), Towards the 21st Cen -

tury: Trends in Post-Cold War International Security Policy, Bonn, Pe-

ter Lang, 1999, p. 278.

ción en otro momento, es indudable que el conocido inform e

de 1995 sobre la ampliación de la Alianza abogaba por acep-

tar pro g resivamente a estos países proponiendo flexibilizar su

posición siempre que el proceso de integración no fuera trau-

mático para la organización y que ésta no perdiera eficacia en

su funcionamiento y planificación, con lo cual se presenta pro-

blemática la futura ampliación como lo está siendo ya la inte-

gración militar de Polonia, Hungría y la República Checa

( 2 6 )

. No

obstante, tanto el documento de 1995 como las declaraciones

de los responsables de la OTAN han sido siempre suficiente-

mente explícitas sobre la intención de la Alianza de incorporar

a nuevos países de forma plena. De hecho, en la primavera de

1999, los tres países que pasaron a formar parte de la Alian-

za acumulaban una experiencia de cinco años de colaboración

i n i n t e rrumpida que matiza las conclusiones a las que llegó el

Comité de Defensa de la Cámara de los Comunes.

Después del 11 de Septiembre de 2001, la próxima cum-

b re de la OTAN en noviembre del presente año en Praga alcan-

zará una resonancia todavía mayor de lo esperado. En ella la

vieja advertencia del Presidente Havel parece cobrar plena ac-

tualidad: la Alianza debe exportar seguridad, en especial a la

EN TORNO A EUROPA 176

(26)

En 1998, el Select Committee on Defense de la Cámara de

los Comunes concluía en un profundo informe sobre esta cuestión

que “ninguno está preparado para una integración inmediata” e in-

cluso afirmaba que quienes pasaron a formar parte de la Alianza

en 1999 no eran precisamente los más adecuados porque “las po-

sibilidades de que su territorio o su seguridad se vieran amenaza-

das eran muy remotas”. Cit. en SMITH, MARTÍN A., NATO in the first

Decade after the Cold War, Dordrecht, Kluwer Academic Publishers,

2000, pp. 126-127.

nueva frontera oriental, lo que debe ser entendido por sus ve-

cinos (la Federación Rusa, Bielorrusia y Ucrania) como la mejor

manera de fomentar una colaboración estrecha y leal para el

mantenimiento de la paz y la seguridad en el Viejo Continente.

De ahí que invertir en seguridad para anular las actuaciones te-

rroristas será el objetivo principal de estos años. Así, la OTA N

y la Federación Rusa tienden a estrechar sus vínculos con la

posible creación en un futuro próximo del “Consejo del Atlánti-

co Norte-Rusia”, llamado a sustituir al Consejo Perm a n e n t e

Conjunto puesto en marcha en 1997. En esta atmósfera de

buenas relaciones, se puede facilitar el otro gran objetivo de la

próxima cumbre de la OTAN: la ampliación de la Alianza, inclui-

dos los tres países del Báltico

( 2 7 )

. De igual forma se podría tam-

bién avanzar en el mejor entendimiento entre la Unión Euro p e a

y la Federación Rusa, en la línea de la reunión mantenida por

ambas partes el 29 de mayo de 2002 donde se impulsó la co-

laboración de fuerzas policiales en la lucha contra el terro r i s-

mo, el narcotráfico, el tráfico ilegal de personas y en general

contra el crimen organizado. En efecto, los acontecimientos del

11 de Septiembre han servido para que la lucha contra el te-

rrorismo se convierta en uno de los ejes centrales de la políti-

ca exterior y de seguridad común de la Unión Euro p e a .

Los países del Báltico: Estonia, Letonia y Lituania

Una vez liberados a finales del verano de 1991 de la do-

minación soviética y después de obtener el reconocimiento

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 177

(27)

De hecho, ya Letonia está comprometida con la OTAN al parti-

cipar con tropas propias en los Balcanes.

de la comunidad internacional, los países del Báltico procla-

maron claramente sus vínculos con la Europa occidental y re-

clamaron un lugar de socios y aliados en la Comunidades Eu-

ropeas y en la Alianza Atlántica. Sin embargo, la futura

incorporación a la OTAN de los países del Báltico —el deno-

minado Grupo de Vilna— se presenta compleja dados los in-

tereses de la Federación Rusa en la zona. En palabras de Ser-

vando de la Torre, “no es ya sólo que tras el ingreso de

Lituania quede un enclave y unos siempre problemáticos pa-

sillos de acceso hasta Königsberg-Kaliningrado. La adhesión

de Estonia y Letonia crea problemas mayores a la Federación

Rusa. Sus fronteras orientales reconocidas por Moscú, aun-

que con diseño soviético, están por ratificar; los ciudadanos

que constituyen su población lo son por su conocimiento, pre-

vio examen, del idioma nacional y por varias circunstancias

censales y administrativas que han concluido por situar como

apátridas a medio millón de ciudadanos de origen ruso en el

caso de Letonia (veinte por ciento) y un cuarto de millón en el

de Estonia (quince por ciento)”

(28)

. Ciertamente en el caso de

estas repúblicas la percepción de una permanente amenaza

rusa ha propiciado un mayor entendimiento a la hora de ofre-

cer pautas de integración para consolidar en el área nórdica

una “región báltica” con carácter propio. A lo largo de la dé-

cada de los noventa se desarrollaron entre las tres repúblicas

exsoviéticas diferentes iniciativas de este tipo como el Con-

sejo Báltico (a imitación del Consejo Nórdico), así como con-

ferencias de cooperación parlamentaria en la zona del mar

Báltico que, por impulso finés, han servido para establecer

EN TORNO A EUROPA 178

(28)

“Ante la cumbre de Praga. Diferencias en el mar Báltico”, Polí -

tica Exterior, nº 88 (julio/agosto 2002), p. 33.

relaciones más fluidas entre los representantes de las dis-

tintas fuerzas políticas. Por último, en cuestiones de seguri-

dad, una “mesa báltica” de la OSCE ha centrado sus esfuer-

zos en poner las bases para dirimir los problemas, tanto de

minorías nacionales como de fronteras, que pueden perturbar

la seguridad de la zona si no se abordan con urgencia.

Sin duda, el Consejo de Estados del Mar Báltico ha sido

desde su fundación en 1992 el único foro en el que de forma

estable han participado todos estos países y, por ello, ha si-

do siempre valorado por la Unión Europea como un interlocu-

tor de primer orden para conocer las necesidades y aspira-

ciones de aquéllos. A ello ha contribuido el hecho de que el

Consejo se entienda como una conferencia permanente más

que como una organización institucionalizada y cerrada, que

ha servido sobre todo para coordinar e intercambiar flujos de

información sobre las tres repúblicas bálticas entre sí. En es-

te sentido, su labor cotidiana ha tratado de crear un ambien-

te de confianza mutua entre ellos y fortalecer su posición con-

junta ante el proceso de integración en la Unión Europea y la

OTAN así como ante su vecino ruso. En todo caso, estos pri-

meros pasos dados en el seno del Consejo Báltico tienen co-

mo objetivo limar asperezas y potenciar una colaboración re-

al en la política de seguridad común. Un primer hito muy

importante por la sensibilidad que existe al respecto ha sido

la creación de una Comisión para los Derechos Humanos y

las Cuestiones de las Minorías con el fin de asesorar y ayu-

dar en la resolución de los temas pendientes en este campo

como ya hemos apuntado.

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 179

Para Estonia —como para Letonia y Lituania—, y según

planteó en 2001 su Ministro de Asuntos Exteriores, Thomas

Hendrik, “la recuperación de su soberanía [hace ya más de

diez años] significó igualmente la posibilidad de definirse den-

tro del sistema internacional después de un largo periodo. Y

en mi opinión, este proceso de autodefinición de Estonia es-

tá sin concluir mientras no se haya determinado su integra-

ción en Europa, es decir, hasta la pertenencia de Estonia [y

de Letonia y Lituania] en la Unión Europea y en la OTAN”

(29)

.

En este doble objetivo, estos tres Estados cuentan con el

apoyo de países vecinos miembros de la Unión Europea co-

mo Suecia y Finlandia, o miembros de la OTAN como Norue-

ga e Islandia, además de Dinamarca, y antes Alemania, los

cuales también son socios comunitarios. Además, como se

demostró en octubre de 1994 con las “Orientaciones para

una aproximación de la Unión hacia la región del mar Báltico”,

en noviembre de 1995 con el “Informe sobre el estado actual

y las perspectivas de cooperación en la región del mar Bálti-

co”, seguido al año siguiente de una “Iniciativa sobre la re-

gión del mar Báltico”, el trabajo de la Comisión Europea para

encauzar las relaciones con los tres Estados bálticos supuso

“una única aproximación política caracterizada por dos objeti-

vos interdependientes: reforzar los lazos bilaterales de la

Unión con los países de la región y desempeñar un papel ac-

tivo en el desarrollo de la cooperación regional. Respecto a lo

último, la Unión da especial importancia al trabajo del Con-

sejo de Estados del mar Báltico, en el cual participa directa-

EN TORNO A EUROPA 180

(29)

“Más Europa: Estonia: una parte inseparable de Europa”, en

CR U Z FE R R E R, J. de la y CA N O MO N T E J A N O, J. C. (coords.), Op. cit., p. 32.

mente (de los diez miembros del Consejo, cuatro son países

de la Unión Europea)”

(30)

.

Al ser firmes candidatos a la adhesión a la Unión Europea

y a la integración en la OTAN, los tres países bálticos tienen

reconocido en la actualidad el estatus de interlocutores o co-

laboradores asociados de la UEO y participan en el Consejo

de Asociación Euroatlántico y en la Asociación por la Paz. Por

su situación geoestratégica son además parte activa del Con-

sejo de Estados del mar Báltico antes citado

(31)

y pertenecen

al Batallón Báltico (BALTBAT) para el Mantenimiento de la Paz.

De todas formas, los tres países bálticos no han formali-

zado tratados de asociación regional antes de su integración

en la Unión Europea o en la OTAN. Tan sólo suscribieron en

febrero de 1999 un acuerdo común de protección consular, lo

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 181

(30)

TEBBE, Gerd, “Baltic Sea Regional Co-operation after 1989”, en

LE W I S, David W. P. and LE P E S A N T, Gilles (eds.), What Security for

which Europe? Case Studies from the Baltic to the Black Sea, New

York, Peter Lang, 1999, p. 107.

(31)

“En la región báltica, el Consejo Nórdico actuó como modelo y

estímulo para la creación de un Consejo de Estados del mar Bálti-

co en el que estuvieran representados los gobiernos de todos los

Estados con costas en el Báltico además de Noruega e Islandia, lo

que ha provisto a las repúblicas bálticas y a Rusia de un foro mu-

cho más amplio para discutir sus problemas mutuos. [Al mismo

tiempo] El Consejo de Estados del mar Báltico ha producido un

‘Programa de Acción para la Cooperación’ entre dichos Estados gra-

cias al cual han incrementado los contactos y reforzado la lucha

contra el crimen, la cooperación económica y la protección medio-

ambiental.”, ARCHER, Clive, “The Baltic-Nordic Region”, en en PARK,

Willian and REES, Wyn (eds.), Rethinking Security in Post-Cold War

Europe, Op. cit., p. 129.

cual indica que también la rivalidad entre ellos paraliza la

creación de modelos de integración de mayor calado. Por otra

parte, el segundo gran objetivo de su política exterior sigue

siendo el establecimiento de buenas relaciones con la Fede-

ración Rusa

(32)

. En este sentido, Tanto Estonia como Letonia

y Lituania se han comprometido a cerrar lo antes posible un

acuerdo fronterizo con Rusia, el cual en el caso lituano se

complica con la delimitación del enclave ruso de Kaliningra-

do. Letonia, por su parte, tiene suscrito un acuerdo fronteri-

zo con Bielorrusia, mientras que Lituania lo tiene pendiente

todavía, aunque en 1994 logró establecer con Polonia un Tra-

tado de amistad y buena vecindad considerado por las auto-

ridades lituanas un paso fundamental en la integración del

Estado báltico en las estructuras militares y comunitarias eu-

roatlánticas, ya que, en palabras del ministro lituano de Asun-

tos Exteriores al visitar Varsovia en enero de 1997, “el cami-

no más corto en esta dirección pasa por Polonia (…) nuestro

principal socio geopolítico y geoestratégico”

(33)

.

EN TORNO A EUROPA 182

(32)

Henrikki HEIKKA ha demostrado el profundo cambio estratégico

operado en la política de seguridad y defensa de la Federación Ru-

sa hacia las repúblicas bálticas en los últimos años, lo que favore-

ce decididamente la aproximación de estos países a la Unión Euro-

pea y a la OTAN. Beyond the Cult of the Offensive. The Evolution

of Soviet/Russian Strategic Culture and its Implications for the Nor -

dic-Baltic Region, Helsinki, Ulkopoliittinen Instituutti, 2000, especial-

mente pp. 65-98.

(33)

Cit. en LEPESANT, Gilles, “Introduction: Unity and Diversity of Eu-

rope’s Eastern Marches”, en LEWIS, David W.P. and LEPESANT, Gilles

(eds.), What Security for which Europe? Case Studies from the Bal -

tic to the Black Sea, Op. cit., 1999, pp. 23-24.

Los países de la Europa suroriental: Bulgaria y Rumania

Después de la caída del comunismo en 1989, Bulgaria y

Rumania, no sin pocas dificultades, lograron mantener como

objetivos básicos de su política exterior la integración en la

Unión Europea y en la Alianza Atlántica. Como ya había suce-

dido con los países de la Europa Central del Grupo de Vise-

grado, Rumania y Bulgaria “buscan con su ingreso en la OTAN

una presencia internacional, la modernización y homologa-

ción social, política y militar y un primer paso para entrar en

la Unión Europea, donde se sienten históricamente incluidos,

y no encerraría en principio cuestiones complejas relativas a

las garantías territoriales [empezando por la Federación Ru-

sa]”

(34)

. En función de lo anterior, y una vez consolidado el

proceso hacia la adhesión en la Unión Europea, estos dos

países han alcanzado el estatus de interlocutor o colaborador

asociado de la UEO y participan tanto en el Consejo de Aso-

ciación Euroatlántico como en la Asociación para la Paz.

Bulgaria y Rumania son miembros de la Iniciativa Centro

Europea. Bulgaria está, así mismo, integrada en el sistema

de Cooperación Económica del mar Negro. Al mismo tiempo,

y en función de su situación geoestratégica, ambos países

participan en las diferentes iniciativas y pactos establecidos

por la Unión Europea para potenciar la cooperación y la esta-

bilidad del sudeste de Europa. En este sentido, como escribió

el Ministro de Asuntos Exteriores de Rumania, Dan Mircea

Gioana, a finales de 2001 la Unión Europea “es un claro

ejemplo de estabilidad [que debe proyectarse] (en los Balca-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 183

(34)

TORRE, S. de la, art. cit., p. 33.

nes occidentales, por ejemplo), de prosperidad [que debe

aplicarse] (en las repúblicas de la exURSS, por ejemplo) de

promoción de la tolerancia religiosa y cultural [tan necesaria]

(al mundo árabe, por ejemplo) en su entorno y más allá del

mismo, y que debería transformarse gradualmente en un mo-

delo interesante para estas zonas”

( 3 5 )

. En efecto, como escri-

be T.M. Leonard, la incorporación de Rumania sería “como el

anclaje meridional que cimentaría la alianza de seguridad tan-

to territorial como estratégicamente”

( 3 6 )

, puesto que las fro n-

teras de la OTAN alcanzarían el mar Negro por primera vez, si

excluimos a Tu rquía. La seguridad de la región se vería nota-

blemente mejorada, más aún después del positivo cambio en

las relaciones rumano-húngaras. El tradicional contencioso

por la situación de la minoría húngara en Transilvania entró en

vías de solución después de la firma de un acuerdo pre l i m i n a r

e n t re los gobiernos de ambos Estados a finales de 1996 con

los auspicios de la Unión Europea y la OTA N .

El factor ruso desempeña un papel fundamental en la con-

cepción de la seguridad nacional de estos países, de ahí la de-

fensa a ultranza que hacen de su incorporación a la OTAN. En el

caso de Rumania es muy evidente por la espinosa cuestión mol-

dava. Después de la desaparición de la URSS, hubo una fuert e

tendencia a favor de la unificación de los Estados rumano y mol-

davo desbaratada en parte por las operaciones militares ru s a s

EN TORNO A EUROPA 184

(35)

“Rumania y el futuro de una Unión Europea ampliada”, en

CRUZ FERRER, J. de la y CANO MONTEJANO, J. C. (coords.), Op. cit., pp.

129-130.

(36)

“NATO Expansion: Romania and Bulgaria within the Larger Con-

text”, East European Quarterly, nº 33 (2000), p. 529.

en la zona oriental del Transniester moldavo, elemento que ha

intensificado la secular animadversión rumana por Rusia.

En la actualidad destacan las buenas relaciones que Bul-

garia y Rumania mantienen con países de su entorno, como

testifican los acuerdos establecidos entre Bulgaria, Grecia y Ru-

mania y entre Bulgaria, Tu rquía y Rumania. Según la Embaja-

dora de Bulgaria en España, Vasilka Dobrena Pallomatas, “la

adhesión de Bulgaria a la UE y a la OTAN ha de ser concebida

a la luz de su papel en el Sudeste de Europa, ya que ocupa un

lugar único en la región en lo que se re f i e re a la estabilidad po-

lítica y económica, la tolerancia étnica y las relaciones de bue-

na vecindad”

( 3 7 )

Rumania, por su parte, alcanzó un acuerdo con

Hungría relativo a la inviolabilidad de las fronteras y de re s p e t o

a las normas y tratados internacionales sobre la protección de

las minorías (pensando sobre todo en función de la minoría

húngara instalada en Rumania). También Rumania firmó en

1996 un Tratado de Amistad y Cooperación con la República Fe-

deral Yugoslava, y otro con Ucrania en los mismos términos, el

2 de junio de 1997, pero sin cerrar un terc e ro con Moldavia.

III. LA FRONTERA ORIENTAL DE LA UNIÓN: EL “MARCO DE ASO-

CIACIÓN Y COOPERACIÓN PARA LA FEDERACIÓN RUSA,

UCRANIA Y OTROS NUEVOS ESTADOS INDEPENDIENTES”

El “Acuerdo de Asociación y Cooperación” de la Unión Eu-

ropea con la Federación Rusa, en vigor desde el 1 de diciem-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 185

(37)

“Bulgaria y la ampliación de la Unión Europea”, en Ibidem, pp.

141-142.

bre de 1997, estaba pensado para estrechar sus vínculos y

al mismo tiempo para potenciar las relaciones en campos tan

importantes como la política exterior, los asuntos de justicia

e interior, la energía y el medio ambiente

(38)

. En este sentido,

la estrategia común puesta en marcha en 1999 afectaba a

cuatro grandes actuaciones: (1) la consolidación de la demo-

cracia y el Estado de Derecho: (2) la ayuda para la recons-

trucción económica y la cohesión social para fomentar el de-

sarrollo estable y sostenido y el surgimiento de la sociedad

civil; (3) el logro de la estabilidad y la seguridad en Europa y

en toda la región euroasiática antiguamente vinculada a la

exUnión Soviética: y (4) la colaboración estrecha y decidida,

entre otras prioridades, en la lucha común contra el crimen or-

ganizado, la preservación del medio ambiente y la seguridad

nuclear. Así se deduce de lo tratado en la reunión de 17 de

mayo de 2001 entre la Unión Europea y la Federación Ru-

sa

(39)

, en donde también se acordó avanzar hacia un nuevo es-

pacio económico europeo común; al mismo tiempo, la Fede-

ración Rusa expresó su deseo de que la futura ampliación de

la Unión Europea, a la que no se opone, tenga un impacto po-

sitivo en el desarrollo de las negociaciones en curso. En la

cumbre de la Conferencia Europea del 20 de octubre de

2001, donde además de Rusia participaron Ucrania y Molda-

EN TORNO A EUROPA 186

(38)

En relación con la Federación Rusa, el Parlamento Europeo es-

pera que se puedan introducir en las relaciones estratégicas valo-

res irrenunciables de la Unión Europea como la democracia, el res-

peto de los derechos humanos y de las minorías y el principio de

las relaciones amistosas con los países vecinos.

( 3 9 )

El 28 de mayo de 2002 tuvo lugar una nueva reunión entre la

Unión Europea y la Federación Rusa como continuación de la anterior.

via, se volvió sobre estas cuestiones y se trataron otras nue-

vas relacionadas con la lacra del terrorismo.

Al igual que con la Federación Rusa, la Unión Europea fir-

mó un Acuerdo de Asociación y Cooperación con Ucrania (en

vigor desde el 1 de marzo de 1998) y también con Moldavia.

El objeto de dichos acuerdos es apoyar a estos países en

sus procesos de transición política, económica y social, y

tanto Ucrania como Moldavia fueron invitados a participar en

la Conferencia Euro p e a

( 4 0 )

. La necesidad de impulsar las

buenas relaciones en la nueva frontera de la Unión Euro p e a

ampliada ya fue expresada en mayo de 1997 por el Pre s i-

dente polaco, Alexandr Kwasniewski, refiriéndose en con-

c reto al caso de Ucrania, al afirmar que “los dos países po-

drían contribuir a crear una fuerza política influyente en la

región y en toda Euro p a ”

( 4 1 )

. En este contexto, los denomi-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 187

(40)

En el consejo Europeo de Luxemburgo, celebrado el 12 y 13

de diciembre de 1997, se acordó impulsar el proceso de amplia-

ción y poner marcha una la Conferencia Europea como medio para

consolidar el denominado “Espacio Político Europeo” con la part i c i-

pación de la Unión Europea y los países candidatos a la adhe-

sión, entre éstos, y de manera fundamental, los de la antigua Eu-

ropa del Este. Con ello el espacio físico de la Unión Euro p e a

llegará hasta la línea fronteriza de la antigua Unión Soviética en

un breve espacio de tiempo. La primera reunión de la Confere n c i a

E u ropea se celebró en Londres el 12 de marzo de 1998, y en

ella se ar ticuló un sistema de cooperación política interg u b e rn a-

mental en materia de política exterior y otros ámbitos de interés

de la Unión Europea como los de justicia e interior, todo ello en

la línea del Informe Hänsch del Parlamento Europeo con el objeti-

vo de establecer, como indicamos anteriormente, un Espacio Políti-

co Euro p e o .

(41)

Cit. en Op. cit., p. 18.

nados “acuerdos de reconciliación” firmados en 1997 entre

Ucrania y Polonia y entre Ucrania y Rumanía adquiriero n

“una relevancia especial como elementos tanto simbólicos

como prácticos de evitar que surjan ‘nuevos’ muros en Eu-

ropa y de hacer crecer la confianza entre esos países. Re-

ducen la impor tancia de las ‘fronteras’ en el cálculo político

de los líderes de esos países y demuestran que la Euro p a

del Este está preparada para hacerse un sitio en una au-

téntica Europa unida”

( 4 2 )

.

Más problemas presentan hasta el momento las relacio-

nes de la Unión Europea con Bielorrusia (como quedó de-

mostrado con la suspensión del programa TACIS en 1997)

por el escaso calado de las transformaciones democráticas

en este país con el que después de la ampliación tendrá fron-

teras comunes. Según los analistas, la percepción de Estado

frontera —tanto con la OTAN después de la incorporación de

Polonia a la alianza militar occidental, como con la futura

Unión Europea ampliada— no ha dejado de marcar la actua-

ción ni de resaltar las inquietudes de los actuales dirigentes

bielorrusos en el ámbito de las relaciones internacionales y

en la búsqueda de un compromiso de colaboración con el

nuevo vecino ‘militar’, empezando por que la OTAN le ofrezca

“garantías de no agresión”.

EN TORNO A EUROPA 188

(42)

BALMACEDA, Margarita M., “The Ukrainian-Central European Bor-

derland after NATO Expansion: Wall, Fortress, or Open Door?”, en

BALMACEDA, Margarita M. (ed.), On the Edge. Ukrainian-Central Euro -

pean-Russian Security Triangle, Budapest, Central European Univer-

sity Press, 2000, p. 257.

IV. DE NUEVO EL “AVISPERO BALCÁNICO”

Hacia el final del conflicto bélico en la antigua Yugoslavia

Como sabemos, los sucesivos intentos por resolver la cri-

sis bélica que desde 1991 asolaba a la antigua Yugoslavia

habían terminado en fracaso ante la dificultad de conciliar los

opuestos puntos de vista defendidos por cada comunidad na-

cional, sobre todo en Bosnia-Herzegovina. Para los croatas lo

más importante era salvaguardar su derecho a un territorio

propio, sin importarles demasiado el criterio empleado en la

división territorial de la República. En cuanto a los serbios, su

gran objetivo era lograr la partición formal del país, el único

medio según ellos de preservar la existencia de su propia sin-

gularidad: la República Serbia —Srpska— de Bosnia. Sólo los

musulmanes defendieron desde un primer momento la exis-

tencia unitaria de Bosnia-Herzegovina, que como tal Estado

soberano tenía el reconocimiento de la comunidad interna-

cional. Finalmente, ante el desgaste sufrido por los conten-

dientes, la presión permanente de la diplomacia, las derrotas

militares de los serbo-bosnios, y la fuerza armada desplega-

da por la OTAN, la comunidad internacional pudo reconducir

el proceso de paz hasta alcanzar un acuerdo efectivo y dura-

dero, aceptado por todas las partes.

A principios de febre ro de 1994, coincidiendo con uno de

los periódicos ataques contra Sarajevo, el alto mando de la

O TAN advertía al cuartel general de las milicias serbo-bosnias

que se reprimiría enérgicamente cualquier nueva agre s i ó n

contra las zonas de seguridad musulmanas de Bosnia-Herz e-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 189

govina. Sin atender a las advertencias de la Alianza Atlántica,

las milicias serbias desencadenaron fuertes ataques contra

las zonas de seguridad de Naciones Unidas de Sre b renica, Ze-

pa y Gorazde, de graves consecuencias para la población. Es-

te último episodio de “limpieza étnica” llevó a la comunidad

i n t e rnacional, capitaneada por Estados Unidos, a poner en

m a rcha una acción diplomática de gran envergadura con un

doble objetivo: en primer lugar, lograr un pacto de no agre s i ó n

e n t re croatas y musulmanes; y en segundo término, conven-

cer a las autoridades de Belgrado para que retirasen su apo-

yo a las milicias serbo-bosnias. El 18 de marzo de 1994 los

buenos oficios de la diplomacia estadounidense alcanzaron el

p r i m e ro de aquellos objetivos: las comunidades musulmana y

c roata de Bosnia-Herzegovina creaban una nueva entidad co-

mún de tipo federal, y firmaban al mismo tiempo un tratado

de amistad y colaboración, pro c e d i e ron a continuación a fu-

sionar sus fuerzas militares. La colaboración de Belgrado lle-

gó en julio de 1994: cuando los serbo-bosnios re c h a z a ron el

plan de paz del “Grupo de Contacto”, Milosevic dispuso el fin

de la ayuda militar o logística serbia al régimen de Pale.

A mediados de 1995 el conflicto bélico de la antigua Yu-

goslavia entraba en su fase final. El reforzado ejercito croata

lanzó en mayo una primera ofensiva contra las posiciones ser-

bias en Krajina y Eslavonia Occidental; y las nuevas fuerzas

armadas croato-musulmanas también comenzaron a hostigar

seriamente al enemigo común. Sin embargo, en las primeras

semanas de julio las milicias serbo-bosnias de Mladic logra-

ron hacerse con los enclaves de Srebrenica y Zepa, aunque

fracasaron en Bihac. En ese momento, el Presidente Clinton

comprometió el apoyo militar de la OTAN para terminar con la

EN TORNO A EUROPA 190

operatividad de las milicias serbias en Croacia y en Bosnia-

Herzegovina. En el mes de agosto las fuerzas armadas croa-

tas lanzaron una serie de ofensivas a gran escala y recupe-

raron la región de Krajina, con el consiguiente éxodo masivo

de población serbia, unas doscientas cincuenta mil personas,

víctimas propiciatorias para la venganza croata; al mismo

tiempo, unidades militares croato-musulmanas lograban ha-

cerse fuertes en importantes zonas del centro y norte de Bos-

nia. Desde finales de agosto, después de un nuevo ataque

contra Sarajevo, la OTAN comenzó a bombardear de forma

continuada las restantes posiciones serbo-bosnias, así redu-

jeron a la mínima expresión su potencial bélico. Los reveses

sufridos obligaron a los serbios de Bosnia-Herzegovina a

aceptar las premisas negociadoras impuestas por la comuni-

dad internacional. Parecía el momento oportuno de retomar

la conversaciones de paz tantas veces aplazadas.

La presidencia estadounidense encargaba a Richard Hol-

b rooke —el hombre de la Casa Blanca para los Balcanes— la

elaboración de un nuevo plan de paz para la antigua Yu g o s l a-

via. Holbrooke, con el apoyo de los restantes países del “Gru-

po de Contacto”, de la Unión Europea y de la ONU, lograba or-

ganizar una Conferencia de paz respaldada por los Pre s i d e n t e s

de los tres estados afectados: Milosevic, por Serbia; Tu d j m a n ,

por Croacia; e Izetbegovic, por Bosnia-Herzegovina.

El 8 de septiembre de 1995 tuvo lugar en Ginebra la pri-

mera fase de la Conferencia de paz para la antigua Yugosla-

via, en la cual los ministros de Asuntos Exteriores de Serbia,

Croacia y Bosnia-Herzegovina aprobaron un memorándum

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 191

previo que estipulaba, entre otras cosas, el mantenimiento

de la unidad estatal de Bosnia-Herzegovina formada por dos

entidades autónomas: la croato-musulmana y la serbo-bos-

nia. En la segunda fase de la Conferencia de paz, celebrada

el 26 de septiembre en Nueva York, se ratificaron las bases

del memorándum elaborado en Ginebra; se acordó, por otra

parte, que las milicias serbo-bosnias levantarían el asedio de

Sarajevo, y que finalizaría la ofensiva de las fuerzas armadas

croato-musulmanas en el norte de Bosnia. Finalmente, se es-

tableció la fecha del 12 de octubre para el alto el fuego efec-

tivo entre todos los contendientes.

El 1 de noviembre comenzó en Dayton (en el estado nor-

teamericano de Ohio) la tercera y definitiva fase de la Confe-

rencia de paz. En el proceso negociador participaron el Presi-

dente de Bosnia-Herzegovina, A. Izetbegovic, el de Croacia, F.

Tudjman, y el Serbia, S. Milosevic, quien también actuaba en

nombre y representación de los serbios de Bosnia; represen-

tantes del “Grupo de Contacto”, de la Unión Europea y de la

ONU, además de la delegación estadounidenses con Holbro-

oke al frente. Para ultimar el mejor acuerdo posible, los me-

diadores internacionales y los máximos dirigentes de los tres

Estados balcánicos discutieron durante tres semanas de tra-

bajos ininterrumpidos los aspectos ya estudiados en Ginebra

y Nueva York. El 21 de noviembre los negociadores llegaron a

un acuerdo final que todas las partes aceptaron y firmaron.

Para el conflicto de Bosnia-Herzegovina, el acuerdo de paz de

Dayton comprendía cinco grandes líneas de actuación. La pri-

mera afectaba a las “Cuestiones de Seguridad Militar”, las

cuales pasaban a ser responsabilidad de las Fuerzas de Im-

plementación (IFOR) bajo control de la OTAN, y cuyo cometido

EN TORNO A EUROPA 192

esencial, además de hacer cumplir el acuerdo de paz, inclu-

so por la fuerza, era “establecer zonas de separación desmi-

litarizada entre los antiguos adversarios”. La segunda se re-

fería a los “Aspectos Te rritoriales”, según los cuales

Bosnia-Herzegovina era considerada un Estado unificado

compuesto por dos entidades autónomas, la federación mu-

sulmano-croata (a la que se asignaba el 51% del territorio) y

la federación serbo-bosnia —la antigua República Serbia—

Srpska —de Bosnia— (que recibió el 49% restante), con Sa-

rajevo como capital estatal y “ciudad unida”, sin capacidad le-

gal de secesión para ninguna de las comunidades nacionales

antedichas. La tercera estipulaba la “Estructura Constitucio-

nal de Bosnia”, en ella se establecía una presidencia colecti-

va formada por un miembro de cada una de las tres comuni-

dades nacionales (musulmana, croata y serbia), una

Asamblea bicameral, y un gobierno central, con atribuciones

de carácter federal en política exterior, Banco central, mone-

da y comercio exterior, además de otras cuestiones sobre

control de ciudadanía e inmigración. La cuarta marcaba la

necesidad de una “Transición hacia la normalidad política”

por medio de los correspondientes procesos electorales que,

supervisados por la comunidad internacional, deberían llevar-

se a cabo en 1996, para lograr lo antes posible la consolida-

ción de la democracia con el imperio de la ley y el protago-

nismo de la sociedad civil. La quinta y última línea de

actuación se refería al “Respeto de los Derechos Humanos”

por medio de la tolerancia hacia las diferencias y particulari-

dades de las minorías nacionales, y se insistía en la necesa-

ria repatriación de los refugiados (más de setecientos mil), y

en la asistencia a los más de dos millones y medio de des-

plazados, de acuerdo con las directrices del Alto Comisiona-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 193

do de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR); todas

las partes se comprometían finalmente a colaborar con el Tri-

bunal de La Haya en el esclarecimiento de todos los “críme-

nes de guerra”. En cuanto al contenciosos ente Croacia y Ser-

bia a propósito de Eslovenia Oriental, las partes acordaron la

reintegración de la región a Croacia por cauces pacíficos en

un plazo no superior a dos años.

El acuerdo de paz de Dayton, que ponía fin al más trágico

conflicto sufrido en Europa en el último medio siglo, fue ratifi-

cado en París el 14 de diciembre de 1995. En el momento de

la firma del mismo, en Dayton, el Presidente de Bosnia-Herz e-

govina, Alija Izetbegovic, sentenció que el acuerdo era “una

paz injusta, pero más justa que una continuación de la gue-

rra”. El acuerdo de paz para Bosnia-Herzegovina fue criticado

por quienes pensaban que su firma “legitimaba el a p a rt h e i d

étnico y rompía los vínculos económicos naturales del país”

p e ro, como han argumentado sus defensores, “la partición for-

mal hubiera sido peor”. En todo caso, el acuerdo re s t a b l e c í a

la unidad estatal de Bosnia-Herzegovina, por precaria que és-

ta fuera. Lord Owen afirmó que quizá queden “sombras de par-

tición”; aunque según Holbrooke, el artífice del acuerdo, las

bases aprobadas en Dayton no pueden considerarse una par-

tición ni han dado lugar a una “paz impuesta”. Para Lenard J.

Cohen, lo que en realidad ha salido del acuerdo de Dayton es

un “Estado segmentado” conforme a los postulados de la re -

a l p o l i t i k imperante en las actuales relaciones intern a c i o n a l e s .

En cualquier caso, más que cualquier otra cosa, el acuerdo de

Dayton debe ser considerado como una gran oportunidad pa-

ra terminar con la guerra en los Balcanes, con la esperanza

EN TORNO A EUROPA 194

añadida, tal como se especificaba en las líneas de actuación,

de contribuir a la consolidación de “la paz, la justicia, la tole-

rancia y la reconciliación” de los pueblos yugoslavos.

La cuestión kosovar y la “gran Serbia”

En Serbia, a mediados de los años ochenta, la población

se inquietó por el retraso económico de la República en un

momento en que en otros territorios de la Federación se di-

fundía que eran precisamente el afán expansionista serbio y

sus intereses los que habían primado sobre cualquier otro ti-

po de consideración. Este malestar se tradujo en el robuste-

cimiento rápido del sentimiento nacional, espoleado por un

sector de la Liga que capitaneaban el disidente comunista

Slobodan Milosevic y la Iglesia ortodoxa. En septiembre de

1986 surgió la polémica en torno a un Memorándum elabo-

rado por la Academia de Ciencias de Serbia donde se anali-

zaban las causas de la situación de postración en la cual en

encontraba el país. Milosevic iba a sacar partido de estas rei-

vindicaciones que, en aquella situación de crisis, comenza-

ban a calar en una población serbia muy insatisfecha.

En la primavera (abril) de 1986, con un apoyo indisimula-

do de la mayor parte de los medios de comunicación, Milo-

sevic era designado mandatario máximo de la Liga de los Co-

munistas Serbios. Con su firmeza y habilidad características

logró en los meses siguientes defenestrar paulatinamente a

la vieja guardia titoísta, reemplazada por sus acólitos. Empe-

zaba, en palabras de Paul Garde, la “revolución cultural” ser-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 195

bia que se extendería al menos hasta 1990, cuando Milose-

vic llegó a controlar todos los resortes del poder. Las purgas

entre los desafectos corrieron paralelas a la exaltación na-

cionalista. La presencia de Milosevic en los medios de co-

municación se hizo constante y su mensaje reiterativo: todos

los serbios de la Federación debían unir sus voluntades en fa-

vor de sus intereses como pueblo para terminar con situacio-

nes ignominiosas como la que ocurría con la población de ori-

gen serbio en Kosovo. El ideal de la “Gran Serbia” cabalgaba

de nuevo con bríos reforzados.

Alentados por este orgulloso espíritu nacional recuperado,

las manifestaciones en contra de los movimientos segrega-

cionistas de los albaneses kosovares se sucedieron por toda

la República Serbia. Se solicitaba al gobierno federal que to-

mara medidas contundentes ante estas actitudes y defendie-

ra los intereses de las minorías serbias en el resto del terri-

torio. Por supuesto, Milosevic aparecía en todas ellas como

el salvador y defensor de un pueblo serbio abandonado a su

suerte por la debilidad de la autoridad federal. La primera reu-

nión masiva de estas características tuvo lugar en Kosovo

Polje, cerca de Pristina, el 24 de abril de 1987, culminada por

un discurso del propio Milosevic ante quince mil personas.

Durante los meses siguientes y a lo largo de 1988 continua-

ron las manifestaciones de protesta hasta la magna concen-

tración de Belgrado que, en noviembre del mismo año, en ple-

na exaltación nacionalista, reunió a un millón de personas.

Con el control del poder republicano en sus manos, y una

influencia indiscutible en Montenegro, Kosovo y Voivodina, Mi-

EN TORNO A EUROPA 196

losevic dio un paso adelante al reivindicar un cambio profun-

do en el texto constitucional con el objetivo de dotar a las ins-

tituciones serbias de un poder todavía más decisorio en el

conjunto de la Federación y de anular competencias de sus

provincias autónomas. Ante la evolución de los aconteci-

mientos, las autoridades de la República de Serbia, con S. Mi-

losevic al frente, y animadas y rearmadas ideológicamente

por el “Memorándum” de la Academia de las Ciencias y de

las Artes —documento elaborado en Belgrado en septiembre

1986, aunque su autoría nunca fue reconocida oficialmente,

y, por lo tanto, difundido de manera subrepticia—, tomaron,

el 28 de marzo 1989, la decisión de reformar la Constitución

de Serbia, lo que de hecho suponía una reforma unilateral, y

por tanto ilegal, de la propia Constitución Federal de 1974,

para reducir a la mínima expresión el estatuto de autonomía

de las provincias de Kosovo y Voivodina: desde ese momen-

to ambas provincias, en aspectos tan sustanciales como la

composición de sus gobiernos o su representación en las má-

ximas instituciones Federales, pasaban a estar dirigidas por

Serbia. El gran objetivo perseguido con dicha medida no era

otro que devolver a Serbia su antiguo prestigio y prestancia

dentro de Yugoslavia; todo ello perdido, según los inspirado-

res del “Memorándum”, en el seno del régimen comunista de

Tito, sobre todo desde la instauración de la Constitución

1974, germen del mal gobierno, de la insolidaridad de las re-

públicas, y de la descomposición del Estado común. Este ata-

que serbio a la legalidad vigente fue rechazado radicalmente

en Kosovo (poblada en un 82% por albaneses), provincia que

venía solicitando desde la época de Tito un mayor autogo-

bierno. La protesta degeneró en enfrentamientos violentos

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 197

que sólo la represión policial y el despliegue del ejército fe-

deral pudieron zanjar.

Poco tiempo después, el 2 de julio de 1990, y con el ob-

jetivo de hacer creer a la comunidad internacional que Serbia

avanzaba por la senda de la transición democrática, se apro-

baba en referéndum una nueva Carta Magna sobre la base

del sistema liberal-parlamentario, haciéndose especial men-

ción a la pertenencia de Serbia a la Federación Yugoslava. Pe-

ro no se daba con ello marcha atrás en lo referente a la si-

tuación de las provincias de Kosovo y Voivodina, las cuales

perdían sus antiguas prerrogativas autonómicas de carácter

Federal y pasaban a depender directamente de Serbia, cuyos

órganos representativos, en caso de necesidad (art. 112 de

la Constitución), “podían sustituir a los de la provincia autó-

noma para asegurar el cumplimiento de toda decisión”.

El comportamiento autoritario de los serbios fue contes-

tado permanentemente por un amplio sector de los diputados

de la Asamblea de Kosovo, suspendida en sus funciones des-

de finales de junio de 1990; así, el mismo día del referéndum

constitucional serbio, 114 de los 180 antiguos diputados ko-

sovares tomaron la decisión de proclamar la independencia

de Kosovo con respecto a Serbia, aprobando la constitución

de la “República Soberana Yugoslava de Kosovo” pero, en las

c i rcunstancias del momento, dicho acuerdo clandestino —que

no pasaba de ser un gesto meramente simbólico— no fue te-

nido en cuenta por las autoridades de Serbia. Éstas proce-

dieron el 5 de julio a disolver la Asamblea y el gobierno ko-

sovar para aplicar un programa cuyo fin era la “instauración

EN TORNO A EUROPA 198

de la paz, la libertad, la igualdad y la prosperidad” en el Ko-

sovo, de hecho, discriminatorio y represivo de la mayoría al-

banesa, ya que tenía por objetivo “modificar progresivamente

la estructura étnica” de la provincia. Ello no impidió que el re-

chazo de los grupos políticos representativos de los albane-

ses kosovares a la política serbia siguiera su curso, aunque

clandestinamente: en septiembre de 1990 fue elaborada una

Constitución para Kosovo, que convertía a la provincia en la

“séptima república yugoslava”; un año más tarde, la pobla-

ción acudió a una consulta popular para ratificar el derecho

de su nueva república a la “soberanía e independencia na-

cional”, proclamada el 19 de octubre de 1991, independen-

cia que no obtuvo, sin embargo, el respaldo internacional,

pues contó solamente con el reconocimiento expreso de Al-

bania. Finalmente, el 24 de mayo de 1992, Ibrahim Rugova,

dirigente de la “Alianza Democrática” de Kosovo, era elegido

Presidente de la República nonata; se constituyeron a conti-

nuación un nuevo parlamento y un “gobierno en el exilio”. Sin

embargo, para las autoridades serbias la contestación no de-

jaba de ser un puro artificio alentado exclusivamente por Al-

bania, lo que, en esos momentos, significaba que en Serbia

simplemente se había optado por dejar reposar el problema

del Kosovo, todavía pendiente de una solución definitiva.

Para los serbios se trataba, en un momento de profunda

crisis en el seno de la Federación, de potenciar la unidad de

su propia comunidad nacional, teniendo en cuenta, por una

parte, los “derechos históricos” aplicables sobre territorios

considerados como serbios: Kosovo, Voivodina, Macedonia o

la región de Sandzak; por otra, el “derecho de autodetermi-

nación” o el “derecho de los pueblos a disponer de ellos mis-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 199

mos”, libremente ejercido por las comunidades serbias esta-

blecidas en el interior de otras repúblicas yugoslavas, espe-

cialmente en Croacia y Bosnia-Herzegovina; derecho este úl-

timo que, aplicando la tesis serbia, entraba en contradicción

con el “derecho histórico” que en justa correspondencia de-

bía aplicarse en los demás territorios no serbios. Para los de-

más pueblos yugoslavos la evidencia más palpable de que se

estaba ante el primer paso hacia la “Gran Serbia”. A finales

de la década de los ochenta Yugoslavia estaba desarticulada

socialmente, y fragmentada en lo nacional.

En los primeros años de la década de los noventa la si-

tuación se hizo irreversible. El 3 de octubre de 1991 las au-

toridades de Serbia y Montenegro excluyeron de la Presiden-

cia colectiva a los representantes de las cuatro repúblicas

independentistas (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina y

Macedonia) y se hicieron con el control de la misma —con lo

que conculcaban de nuevo la Constitución de 1974—, e in-

vocando el artículo 316 de la Carta Magna, relativo al “peli-

gro de guerra inminente”, decretaron unilateral e ilegalmente

el “Estado de Guerra”, que suponía la ruptura irreversible de

Yugoslavia en dos partes fatalmente enfrentadas entre sí. Es-

te golpe de Estado encubierto suponía un atentado a la lega-

lidad de la Federación, reducida de hecho al bloque serbio, al

despojar éste a las restantes repúblicas federales de sus de-

rechos constitucionales. El último episodio de la desarticula-

ción del Estado se produjo en noviembre: S. Milosevic, Presi-

dente de Serbia y hombre fuerte de la situación, rechazó los

planes de la Comunidad Europea para poner fin al conflicto

yugoslavo. En el otoño de 1991, con la parálisis sufrida por

las principales instituciones federales, la Yugoslavia posti-

EN TORNO A EUROPA 200

toísta había dejado de existir en medio de la guerra. Como he-

mos señalado, siguiendo a R. Aron, no sólo “Yugoslavia era

imposible”, sino que la “paz era improbable”. A finales de los

años noventa, la antigua Yugoslavia estaba ante una nueva

fase —la cuarta— del conflicto bélico iniciado en 1991, y que

se creyó concluido en 1995 después del acuerdo de Dayton.

Sin embargo, desde la primavera de 1999, el drama de Ko-

sovo ha vuelto a poner de actualidad el “avispero Balcánico”

teñido de crímenes contra la humanidad —la llamada “lim-

pieza étnica” de terrible recuerdo en Bosnia-Herzegovina—

perpetrados de nuevo por el régimen serbio dirigido por Milo-

sevic contra la población kosovar, y que Occidente trata de

evitar por medio del empleo selectivo de la maquinaria militar

de la OTAN con el objetivo añadido de destruir el complejo po-

licial-militar de Serbia.

El “proceso de asociación y estabilización para los Balcanes

Occidentales”

La consolidación de la democracia en los Balcanes occi-

dentales queda todavía por lograrse. El reto de la Unión Eu-

ropea es lograr la consolidación de la paz, de la democracia

y del respeto a los Derechos Humanos en la región, teniendo

como meta la futura integración de los países de la zona: Al-

bania, Bosnia-Hercegovina, Croacia, la República Federativa

de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) y la Antigua República

Yugoslava de Macedonia. El objetivo básico del “Proceso de

Asociación y Estabilización” consiste en que cada Estado al-

cance los medios necesarios para mantener activo el proce-

so democrático sobre la base del Estado de Derecho, para

poner en marcha una economía social de mercado y así po-

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 201

der consolidarse como candidato potencial a la adhesión a la

Unión Europea, y que logre así mismo una más estrecha co-

operación regional

(43)

impulsada gracias a un “Programa de

Asistencia” (CARDS), lo cual parece de crucial importancia

para lograr la tan deseada estabilidad y es un elemento bási-

co del compromiso de la Unión Europea con los Balcanes oc-

cidentales. De hecho, una de las medidas más importantes

de la Unión Europea para plasmar su empeño de proteger y

fomentar los Derechos Humanos y el proceso de democrati-

zación fue la denominada “Iniciativa Europea para la Demo-

cracia y los Derechos Humanos”, creada a instancias del Par-

lamento Europeo en 1994. Dicha iniciativa hacía especial

hincapié en el “Apoyo a la democracia en los países de Euro-

pa Central y Oriental, incluidas las repúblicas surgidas de la

antigua Yugoslavia”. Tanto la Unión y el Consejo de Europa es-

tán uniendo sus esfuerzos y complementando sus respecti-

vas actividades para alcanzar metas comunes, en particular

con la aplicación de una serie de programas de cooperación

y asistencia como el impulsado en 1998 sobre minorías na-

cionales de Europa Central y Sudoriental.

V. CONSIDERACIONES FINALES

EN TORNO A EUROPA 202

(43)

Los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea y de

los cinco países de los Balcanes occidentales acordaron en la reu-

nión de Zagreb celebrada el 24 de noviembre de 2000 que “el es-

trechamiento de las relaciones con la Unión Europea se realizará al

mismo tiempo que este proceso de desarrollo de la cooperación

regional”. “El proceso de estabilización y asociación de los países

del sudeste de Europa”: Comisión Europea. Informe de la Comisión

(Bruselas, abril de 2002).

Durante la última década del siglo X X los países de la Eu-

ropa Central y Suroriental y las tres repúblicas del Báltico han

apostado decididamente por su integración en la alianza mili-

tar euroatlántica y en las comunidades europeas y relegando a

un segundo plano las relaciones interregionales si no las han

supeditado a los grandes objetivos anteriores. En el ámbito de

la OTAN, la primera ampliación resuelta en 1999 pre t e n d i ó

asegurar el flanco central del Viejo Continente en consonancia

s o b re todo con las aspiraciones firmemente expre s a d a s por

Polonia. En un segundo momento habrá que dar respuesta a

las demandas de los tres Estados bálticos, sobre todo cuan-

do se resuelva la situación de las minorías rusas en estos te-

rritorios y la Federación Rusa deje por consiguiente de oponer

resistencias infranqueables. Finalmente, la posible incorpora-

ción de Bulgaria y de Rumania debería contribuir a dar mayor

estabilidad al área balcánica puesto que la percepción que de

la OTAN tienen estos países se fundamenta no sólo en su ca-

pacidad militar sino también en su importancia como ele-

mento de cohesión interna, elemento éste poco considerado

durante la época de la Guerra Fría.

Sin negar las dificultades para concretar una política de

seguridad y defensa común debidos a los diferentes y en oca-

siones encontrados intereses de los estados miembros, de-

be reconocerse que la Unión Europea ha tratado de estable-

cer unas pautas de actuación comunes como garantes de

estabilidad interna de los países candidatos y de seguridad

de las nuevas fronteras para que la ampliación en marcha

sea operativa y haga olvidar el fracaso comunitario en el con-

flicto yugoslavo.

LAS NUEVAS FRONTERAS DE LA UNIÓN EUROPEA 203

Cerrado el proceso integrador, las consecuencias serían

beneficiosas tanto para la Unión Europea en su conjunto al

emerger como actor de mayor peso específico en el concier-

to internacional como para los países de nueva incorporación

cuyos antagonismos se han matizado en el marco de la Eu-

ropa unida. La frontera de la Unión alcanzaría así los límites

de las repúblicas bálticas, la línea de demarcación oriental de

los países de Visegrado y los Balcanes orientales. Al este de

la Unión ampliada quedaría, además de la Federación Rusa,

la “zona gris” constituida sobre todo por Ucrania y Bielorru-

sia, dos Estados poco modernizados en sus instituciones po-

líticas y socioeconómicas que representan un reto importan-

te para la seguridad del continente por cuanto se han

manifestado muy reticentes con la ampliación de la OTAN, so-

bre todo en el caso bielorruso desde que Polonia forma par-

te de la alianza atlántica

(44)

. El hecho de convertirse en zona

fronteriza al margen de los nuevos vínculos estratégicos eu-

ropeos exige de la Unión Europea un compromiso de seguir

apoyando sus transformaciones internas, potenciar la coope-

ración y disipar los temores de conflictividad latente.

EN TORNO A EUROPA 204

(44)

“El Este de Europa —en contraste con Centroeuropa— tiene

un futuro impredecible: virtualmente, una agujero negro de invisibili-

dad”, STEFANOWICZ, J., “The New East-Central Europe and European

Security: Snakes which divide”, en KOSTECKI, W., ZUKROWSKA, K. y GO-

R A L C Z Y K, B. (eds.), Tr a n s f o rmations of Post-Communist States,

Houndmills, Macmillan Pres, 2000, p. 62.

COLECCIÓN FAES FUNDACIÓN PARA EL ANÁLISIS Y LOS ESTUDIOS SOCIALES

• El futuro de España en el XXV aniversario de la Constitución. Un coloquio

—Varios autores—

• Hacia una consolidación jurídica y social del Programa MaB

—Jesús Vozmediano—

• España, un hecho

—Varios autores. Coord. José María Lassalle—

• Identidad cultural y libertades democráticas

—Luis Núñez Ladevéze—

• La Integración europea y la transición política en Europa

—Varios autores—

• El desafío de la seguridad

—Varios autores. Coord. Ignacio Cosidó—

• El poder legislativo estatal en el Estado autonómico

—Enrique Arnaldo, Jordi de Juan—

• Iniciativa privada y medio ambiente: Al éxito por la práctica

—Carlos Otero—

• En torno a Europa

— Varios autores. Coord. Fernando García de Cortázar—

PUBLICACIONES PREVISTAS

• El modelo económico español 1993-2003

—Varios autores—

COLECCIÓN FAES FUNDACIÓN PARA EL ANÁLISIS Y LOS ESTUDIOS SOCIALES

INSTITUT CATALUNYA FUTUR

• Reflexions al voltant de la formació

—Diversos autors—

• Política cultural i de comunicació: del teatre a la televisió

—Diversos autors—

PAPELES DE LA FUNDACIÓN

Nº 1 La financiación de los partidos políticos

—Pilar del Castillo—

Nº 2 La reforma del Impuesto sobre Sociedades

—Francisco Utrera—

Nº 3 La conclusión de la Ronda Uruguay del GATT

—Aldo Olcese—

Nº 4 Efectos del control de los arrendamientos urbanos

—Joaquín Trigo—

Nº 5 Una política de realismo para la competitividad

—Juan Hoyos, Juan Villalonga—

Nº 6 Costes de transacción y Fe Pública Notarial

—Rodrigo Tena—

Nº 7 Los grupos de interés en España

—Joaquín M. Molins—

Nº 8 Una política industrial para España

—Joaquín Trigo—

Nº 9 La financiación del deporte profesional

—Pedro Antonio Martín, José Luis González Quirós—

Nº 10 Democracia y pobreza

—Alejandro Muñoz-Alonso—

Nº 11 El planeamiento urbanístico y la Sociedad del Bienestar

—Manuel Ayllón—

Nº 12 Estado, Libertad y Responsabilidad

—Michael Portillo—

Nº 13 España y la Unión Monetaria Europea

—Pedro Schwartz, Aldo Olcese—

Nº 14 El gasto público y la protección de la familia en España:

un análisis económico

—Francisco Cabrillo—

Nº 15 Conceptos básicos de política lingüística para España

—Francisco A. Marcos—

Nº 16 Hacia un Cuerpo de Ejército Europeo

—Gabriel Elorriaga Fernández—

Nº 17 La empresa familiar en España

—Aldo Olcese, Juan Villalonga—

Nº 18 ¿Qué hacer con la televisión en España?

—Luis Núñez Ladevéze—

Nº 19 La posición del contribuyente ante la Administración y su futuro

—Elisa de la Nuez—

Nº 20 Reflexiones en torno a una política teatral

—Eduardo Galán, Juan Carlos Pérez de la Fuente—

Nº 20 Los teatros de Madrid, 1982-1994

Anexo —Moisés Pérez Coterillo—

Nº 21 Los límites del pluralismo

—Álvaro Delgado-Gal—

Nº 22 La industria de defensa en España

—Juan José Prieto—

Nº 23 La libertad de elección en educación

—Francisco López Rupérez—

Nº 24 Estudio para la reforma del Impuesto sobre Sociedades

—Juan Costa—

Nº 25 Homenaje a Karl Popper

—José María Aznar, Mario Vargas Llosa, Gustavo Villapalos,

—Pedro Schwartz, Alejo Vidal-Quadras—

Nº 26 Europa y el Mediterráneo. Perspectivas de la Conferencia de

Barcelona

—Alberto Míguez—

Nº 27 Cuba hoy: la lenta muerte del castrismo. Con un preámbulo para

españoles

—Carlos Alberto Montaner—

Nº 28 El Gobierno Judicial y el Consejo General del Poder Judicial

—José Luis Requero—

Nº 29 El Principio de Subsidiariedad en la construcción de la

Unión Europea

—José M

a

de Areilza—

Nº 30 Bases para una nueva política agroindustrial en España

—Aldo Olcese—

Nº 31 Responsabilidades políticas y razón de Estado

—Andrés Ollero—

Nº 32 Tiempo libre, educación y prevención en drogodependencias

—José Vila—

Nº 33 La creación de empleo estable en España: requisitos institucionales

—Joaquín Trigo—

Nº 34 ¿Qué Unión Europea?

—José Luis Martínez López-Muñiz—

Nº 35 España y su defensa. Una propuesta para el futuro

—Benjamín Michavila—

Nº 36 La apoteosis de lo neutro

—Fernando R. Lafuente, Ignacio Sánchez-Cámara—

Nº 37 Las sectas en una sociedad en transformación

—Francisco de Oleza—

Nº 38 La sociedad española y su defensa

—Benjamín Michavila—

Nº 39 Para una promoción integral de la infancia y de la juventud

—José Vila—

Nº 40 Catalanismo y Constitución

o —Jorge Trías—

Nº 41 Ciencia y tecnología en España: bases para una política

—Antonio Luque, Gregorio Millán, Andrés Ollero—

Nº 42 Genealogía del liberalismo español, 1759-1936

—José María Marco—

Nº 43 España, Estados Unidos y la crisis de 1898

—Carlos Mellizo, Luis Núñez Ladevéze—

Nº 44 La reducción de Jornada a 35 horas

—Rafael Hernández Núñez—

Nº 45 España y las transformaciones de la Unión Europea

—José M. de Areilza—

Nº 46 La Administración Pública: reforma y contrarreforma

—Antonio Jiménez-Blanco, José Ramón Parada—

Nº 47 Reforma fiscal y crecimiento económico

—Juan F. Corona, José Manuel González-Páramo,

Carlos Monasterio—

Nº 48 La influencia de los intelectuales en el 98 francés: el asunto Dre y f u s

—Alejandro Muñoz-Alonso—

Nº 49 El sector público empresarial

—Alberto Recarte—

Nº 50 La reforma estructural del mercado de trabajo

—Juan Antonio Sagardoy, José Miguel Sánchez Molinero—

Nº 51 Valores en una sociedad plural

—Andrés Ollero—

Nº 52 Infraestructuras y crecimiento económico

—Juan Manuel Urgoiti—

Nº 53 Política y medios de comunicación

—Luis Núñez Ladevéze, Justino Sinova—

Nº 54 Cómo crear empleo en España: Globalización, unión monetaria

europea y regionalización.

—Juan Soler-Espiauba—

Nº 55 La Guardia Civil más allá del año 2000

—Ignacio Cosidó—

Nº 56 El gobierno de las sociedades cotizadas: situación actual y

reformas pendientes

—Juan Fernández-Armesto, Francisco Hernández—

Nº 57 Perspectivas del Estado del Bienestar: devolver responsabilidad a

los individuos, aumentar las opciones

—José Antonio Herce, Jesús Huerta de Soto—

Nº 58 España, un actor destacado en el ámbito internacional

—José Mª Ferré—

Nº 59 España en la nueva Europa

—Benjamín Michavila—

Nº 60 El siglo XX: mirando hacia atrás para ver hacia delante

—Fernando García de Cortázar—

Nº 61 Problemática de la empresa familiar y la globalización

—Joaquín Trigo, Joan M. Amat—

Nº 62 El sistema educativo en la España de los 2000

—José Luis González Quirós, José Luis Martínez López Muñiz—

Nº 63 La nación española: historia y presente

—Fernando García de Cortázar—

Nº 64 Economía y política en la transición y la democracia

—José Luis Sáez—

Nº 65 Democracia, nacionalismo y terrorismo

—Edurne Uriarte—

Nº 66 El estado de las autonomías en el siglo XXI: cierre o apertura

indefinida

—Fernando García de Cortázar—

Nº 67 Vieja y nueva economía irregular

—Joaquín Trigo—

Nº 68 Iberoamérica en perspectiva

—José Luis Sáez—

Nº 69 Isaiah Berlin: Una reflexión liberal sobre el “otro”

—José María Lassalle—

Nº 70 Los temas de nuestro tiempo

—Fernando García de Cortázar—

Nº 71 La Globalización

—Fernando Serra—

Nº 72 La mecánica del poder

—Fernando García de Cortázar—

Nº 73 El desafío nacionalista

—Jaime Ignacio del Burgo—

o FUERA DE COLECCIÓN

• Razón y Libertad

—José María Aznar—

• Política y Valores

—José María Aznar—

• Un compromiso con el teatro

—José María Aznar—

• Cultura y Política

—José María Aznar—

PAPELES DEL INSTITUTO DE ECOLOGÍA Y MERCADO

Nº 1 Repoblación forestal y política agrícola

—Luis Carlos Fernández-Espinar—

Nº 2 El agua en España: problemas principales y posibles soluciones

—Manuel Ramón Llamas—

Nº 3 La responsabilidad por daño ecológico: ventajas, costes y altern a t i v a s

—Fernando Gómez Pomar—

Nº 4 Protección jurídica del medio ambiente

—Raúl Canosa—

Nº 5 Introducción a la ecología de mercado

—Fred L. Smith—

Nº 6 Los derechos de propiedad sobre los recursos pesqueros

—Rafael Pampillón—

Nº 7 Hacia una estrategia para la biodiversidad

—Jesús Vozmediano—

Nº 8 Caracterización de embalses y graveras para su adecuación ecológica

—Ramón Coronado, Carlos Otero—

Nº 9 Conocer los hechos, evitar la alarma

—Michael Sanera, Jane S. Shaw—

Nº 10 Política ambiental y desarrollo sostenible

—Juan Grau, Josep Enric Llebot—

Nº 11 El futuro de las ciudades: hacia unas urbes ecológicas y sostenibles

—Jesús Vozmediano—

FUERA DE COLECCIÓN

• Mercado y Medio Ambiente

—José María Aznar—

ESSAYS IN ENGLISH LANGUAGE

• Cuba today: The slow demise of Castroism. With a preamble for

Spaniards

—Carlos Alberto Montaner—

• Tribute to Karl Popper

—José María Aznar, Mario Vargas Llosa, Gustavo Villapalos,

Pedro Schwartz, Alejo Vidal-Quadras—

• The boundaries of pluralism

—Álvaro Delgado Gal—

• In praise of neutrality

—Fernando R. Lafuente, Ignacio Sánchez Cámara—

• Democracy and poverty

—Alejandro Muñoz-Alonso—

• The legal protection of environment

—Raúl Canosa—

• Politics and freedom

—José María Aznar—

• The Genealogy of Spanish Liberalism, 1759-1931

—José María Marco—

Colección Veintiuno

1.- El fundamentalismo islámico (Varios Autores)

2.- Europa, un orden jurídico para un fín político (Varios Autores)

3.- Reconquista del descubrimiento (Vintilia Horia)

4.- Nuevos tiempos: de la caída del muro al fin del socialismo

(E. de Diego/L. Bernaldo de Quirós)

5.- La Galicia del año 2000 (Varios Autores)

6.- España ante el 93. Un estado de ánimo (Varios Autores)

7.- Los años en que no se escuchó a Casandra (Juan Velarde Fuertes)

8.- El impulso local (Francisco Tomey)

9.- La lucha política contra la droga (Gabriel Elorriaga)

10.- La Unión Europea cada semana (Carlos Robles Piquer)

11.- El Descubrimiento de América. Del IV al VI Centenario (Tomo I)

(Varios Autores)

12.- El Descubrimiento de América. Del IV al VI Centenario (Tomo II)

(Varios Autores)

1 3 . - El discurso político. Retórica-Parlamento-Dialéctica (Alfonso Ortega y Carm o n a

14.- Empresa pública y privatizaciones: una polémica abierta (Varios Autores)

15.- Lenguas de España, lenguas de Europa (Varios Autores)

16.- Estudios sobre Carl Schmitt (Varios Autores)

17.- El político del siglo XXI (Luis Navarro)

18.- La profesionalización en los Ejércitos (Varios Autores)

19.- La Defensa de España ante el siglo XXI (Varios Autores)

20.- El pensamiento liberal en el fin de siglo (Varios Autores)

21.- Una estrategia para Galicia (Gonzalo Parente)

22.- Los dos pilares de la Unión Europea (Varios Autores)

23.- Retórica. El arte de hablar en público (Alfonso Ortega y Carmona

24.- Europa: pequeños y largos pasos (Carlos Robles Piquer)

25.- Cánovas. Un hombre para nuestro tiempo (José María García Escudero)

26.- Cánovas y la vertebración de España (Varios Autores)

27.- Weyler, de la leyenda a la historia (Emilio de Diego)

28.- Cánovas y su época (I) (Varios Autores)

29.- Cánovas y su época (II) (Varios Autores)

30.- La España posible. (Enrique de Diego)

31.- La herencia de un Imperio roto (Fernando Olivié)

32.- Entorno a Cánovas. Prólogos y Epílogo a sus Obras Completas

(Varios Autores)

33.- Algunas cuestiones clave para el siglo XXI (Varios Autores)

34.- Derechos y Responsabilidades de la persona (Varios Autores)

35.- La Europa postcomunista (Varios Autores)

36.- Europa: el progreso como destino (Salvador Bermúdez de Castro)

37.- Las claves demográficas del futuro de España (Varios Autores)

38.- La drogadicción: un desafío a la comunidad internacional en el siglo XXI

(Lorenzo Olivieri)

39.- Balance del Siglo XX (Varios Autores)

40.- Retos de la cooperación para el Desarrollo (Varios Autores)

41.- Estrategia política (Julio Ligorría)

Colección Cátedra Manuel Fraga

I. Lección Inaugural (Lech Walesa)

II. Repercusiones internacionales de la Unión Monetaria Europea

(Anibal Cavaco Silva)

Los ministros-privados como fenómeno europeo (John Elliott)

III. Reflexiones sobre el Poder en William Shakespeare (Federico Trillo-Figueroa)

Socialismo, Liberalismo y Democracia (Jean-François Revel)

IV. Fraga o el intelectual y la política (Juan Velarde Fuertes)

¿Habrá un orden mundial? (Luis Alberto Lacalle)

El Mercosur ante la guerra comercial (Luis Alberto Lacalle)

V. Relaciones entre España e Italia a lo largo del siglo XX (Giulio Andreotti)

Guerra humanitaria y Constitución (Giuseppe de Vergottini)

FUERA DE COLECCIÓN

• Manuel Fraga. Homenaje Académico (Tomos I y II)

• Obras Completas de Antonio Cánovas del Castillo (13 volúmenes)

Cuadernos de formación Veintiuno

Serie Azul:

1.- El socialismo ha muerto (Manuel Fraga)

2.- Libertad, Constitución y Europa (José Mª Aznar)

3.- La rebelión liberal-conservadora (Jesús Trillo-Figueroa)

4.- Administración única (Mariano Rajoy)

5.- Economía, corrupción y ética (Ubaldo Nieto de Alba)

6.- No dos políticas sino dos éticas (José Mª García Escudero)

7.- Sobre la codificación de la ética pública (Jaime Rodríguez-Arana)

8.- Un hombre de Estado: Antonio Cánovas del Castillo

(Mario Hdez. Sánchez-Barba / Luis. E. Togores)

9.- Ética, ciudadanía y política (Varios Autores)

10.- La filosofía económica de Julien Freund ante la Economía moderna

(Jerónimo Molina Cano)

11.- Un Homenaje Académico a Manuel Fraga (Textos de J. Mª Aznar,

C. J. Cela y Otros Autores)

12.- Derechos y Deberes del Hombre (Varios Autores)

13.- Homenaje a Manuel Fraga. Dos sesiones académicas (Varios Autores)

14.- El nuevo debate educativo: libertad y empresa en la enseñanza

(Enrique de Diego)

15.- Cánovas del Castillo: el diseño de una política conservadora

(Mario Hernández Sánchez-Barba)

16.- El modelo Aznar-Rato (Juan Velarde Fuertes)

17.- El empleo en España (Varios Autores)

18.- El futuro de la economía española. El modelo Aznar-Rato va a más.

(Juan Velarde Fuertes)

19.- Política familiar en España (Varios Autores)

20.- La calidad en la enseñanza: valores y convivencia (Varios Autores)

Serie Naranja:

1.- Los incendios forestales (Varios Autores)

3.- La lucha contra la pobreza. La verdad sobre el 0,7% y el 1%

(Varios Autores)

4.- Cuestiones de defensa y seguridad en España: una perspectiva militar

(Varios Autores)

5.- Administración única: descentralización y eficacia (Jaime Rodríguez-Arana)

FAES

FUNDACIÓN PARA EL ANÁLISIS Y LOS ESTUDIOS SOCIALES

PATRONATO

PRESIDENTE: José María Aznar

VICEPRESIDENTE: Mariano Rajoy

VOCALES

Ángel Acebes, Esperanza Aguir re,

Francisco Álvarez-Cascos, Carlos Aragonés,

Javier Arenas, Rafael Arias-Salgado,

José Antonio Bermúdez de Castro,

Miguel Boyer, Jaime Ignacio del Burgo,

Pío Cabanillas, Pilar del Castillo,

Gabriel Cisneros, Miguel Ángel Cortés,

Gabriel Elorriaga, Antonio Fontán,

Manuel Fraga, Gerardo Galeote,

Luis de Grandes, Juan José Lucas,

Rodolfo Martín Villa, Ana Mato,

Abel Matutes, Jaime Mayor,

Mercedes de la Merced, Jorge Moragas,

Alejandro Muñoz-Alonso, Eugenio Nasar re,

Marcelino Oreja, Loyola de Palacio,

Ana Pastor, José Pedro Pérez-Llorca,

Josep Piqué, Rodrigo Rato, Carlos Robles,

José Manuel Romay, Luisa Fernanda Rudí,

Javier Rupérez, Alfredo Timermans,

Isabel Tocino, Federico Trillo-Figueroa,

Juan Velarde, Alejo Vidal-Quadras,

Celia Villalobos, Eduardo Zaplana,

Javier Zarzalejos

SECRETARIO GENERAL: Baudilio Tomé

FAES Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales

c/ Juan Bravo 3 - C. 28006 Madrid

Teléfono: 91 576 68 57 Fax: 91 575 46 95

www.fundacionfaes.org