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En torno a una canción
Samuel Benito de la Fuente
Entra el aire a través de la ventana, que se encuentra medio abierta; sopla el viento muy
agradable, apaciblemente, hacia mí. En mi vieja minicadena, que tiene ese toque “retro”
(si es que se puede llamar así) de los noventas, pequeña, de cajita, en ella suena Queen:
Radio Ga Ga, que aunque no sepas su letra tiene ese toque mágico de melancolía hacia
lo que fue. Aún siento algunas de las cosas pasadas sobre mí, como si fueran de hoy;
pero, sólo, cuando me vienen, como este viento…, a tocarme, a recogerme como el
médium de algún espíritu… Es una canción, que suena en torno a mí.
Como esos días de adolescente, me tiro sobre la cama de casa de “mis viejos”, apodo
tan… retro, ¡por Dios!..., retro… Decir ya viejo también debería ser retro; menos mal
que hemos avanzado en respetabilidad, esa tan burguesa por otro lado, pues ¡¿a ver
cómo nos llamará nuestra futura prole?!
Suspiro. ¿Amor? ¡Ja! Hay cosas que no cambian; la cosa es que antes era…: sí,
diferente; tenía ese toque de imposible y no-sé-qué que te hacía especial, y ahora suena
irrisorio. ¿Y por qué todo esto…? Aún soy joven: veinte y muchos… Sep, no quiero
decirlos, como hacen las mujeres; casi llego a los treinta, y aquí estoy retomando.
Digo retomar; volver a aquel pasado, echado sobre la cama de mi vieja casa, y recordar
lo que uno fue y pensar si esto es lo que quiero, y…
La cama ahora tiene una apariencia no sólo física, sino que me adormece y no me lleva
a un rincón de los sueños sino a una intrigada habitación, cutre y de motel de la Castilla
profunda (no, ésa de las casas “románicas”, de piedra o tal, no, sino esos edificios que
no vivirían ni las ratas), en donde otro ser, que soy yo también, mi alter ego digamos, se
encuentra y toma consulta (sí, como un médico o… un abogado) con los seres de su
vida y con los espacios, que pasarían por la ventana, y los sentimientos, que le llegarían
como cuentos o fábulas.
Es todo casi metafórico, pero lo siento como tal. No, no…, no es un cuento de Borges.
Los odio desde crío, que me obligaba mi padre a leerlos porque quería que leyese y era
uno de los libros cutres que teníamos en esta vieja casa. Desde entonces he cogido asco
a los argentinos y a todo cuento que me resulte como una engañifa.
¡Ay! Aún puedo acordarme de las partidas en esos juegos pixelados, que, seguro,
resultarían más entretenidos que todas esas tontas copias baratas de juegos de guerra o
de lo que sea; aunque, quizás, sea un poco exagerado, pero algunos eran maravillas de la
literatura, y no eran sólo gráficos y sangre como los GTAs y `demasés´… Los colegas,
peleándose como tontos en la cama, a la vez en el juego como en la vida real, que se
fusionaba con esa otra; sí, y recuerdo las risas y carcajadas, y la aparición de Silvia, que
era morena, de pelo y de piel, y casi parecía gitana, y que nos metía una paliza; y
entonces, mi madre con que hacíamos mucho ruido, que echaba una mirada y con la
mirada lo decía todo: vaya pandilla…; parecen unos trasgos mangándola, a punto de
destrozar algo; «espero que luego recojas, Rober`». Suspiro, otra vez; ese otro yo,
también, que hasta ese momento había sido aquel chiquillo.
¡Ah, sí, la habitación también se transforma en otras…! En este caso, ha sido fácil que
se transformará en ésta, en ésta de otro tiempo me refiero; en otros momentos no,
porque son lejanas, en esa cosa que nos traslada, como la cronología, entre sitios, aun
sin existir escalas como en la Historia o como en una montaña rusa. Bueno, sí que hay
una montaña rusa, pero no es temporal; es una montaña rusa de los placeres, de las
pasiones que te oprimen la sangre, y otras cosas, difíciles de definir sobre una cama en
estado de éxtasis (sin drogas ni na`, ¡eh!). La montaña de la vida.
Qué buenos momentos… Miro por la ventana de ese dormitorio, que tiene un aspecto
como ésta, casi de reclusa, y observo a un chiguito que tiene algo especial y aun
reconociéndolo no lo reconozco (aunque suene irónico, ilógico; es así). Hay otros
guajes, recorriendo por ahí el pueblo conmigo; caminamos por las viejas fábricas del
pueblo, cuando era algo. En este otro lugar, en la otra dimensión o llámalo ahora, no es
más que un cementerio de lo que fue; es la residencia de los jubilados, del cacique, de
los cuatro granjeros y ganaderos maduros que envían a sus hijos a la ciudad, y algún
otro con oficio o una renta, muchos de los cuales no se sabe de dónde se la sacan.
Aquel lugar es como entrar en otro de esos lugares que son nuestros y no lo son a la vez,
como esa habitación, que es ficticia pero ésa lo es ahora y antes no lo fue… (fue real);
toda ella la recorren los matojos y los cristales rotos y algunas lagartijas, simples restos
de lo que fueron.
Alguna rabia infantil quiere destrozarlo entero, para olvidar; quiere eliminar aquel
pasado, como si inconscientemente fuera ominoso. Me pica un cardo en el alter ego, le
doy una patada. ¡Ahora yo también siento rabia!; pero esa rabia se conecta con otro
sentimiento que no es el mismo que el de crio: el cardo y algo de mi interior deben
simbolizar algo diferente pero unidos, conjuntamente forman un significado; pero, sí,
soy así de tonto, y desconozco el qué.
Una niña rolliza y de grandes pómulos aparece entre unos trigales, y me sonríe. Aquella
sonrisa es como el sol: no es rubia, sino morena, pero también brilla ella, su cuerpo, y
como un algo interior, eso que llaman alma, y lo irradia todo. Es Marta, de niña. ¡No
parece ella! ¡Joder, qué preciosidad! Siempre lo fue, sin dudas…
Recuerdo que se llevaba a matar con Silvia…
— Me cago en tu puta madre —la grita Marta, adulta, en la habitación, que es ahora
el bar donde se rulaba la fiesta o la poca fiesta del pueblo. No sé por qué se
pelean.
Desaparece Silvia. Sólo está ella. Siempre la decía que era un sol de pequeña, se
sonrojaba y por eso teníamos una relación especial, buena, a diferencia de algunos
gerifaltes del pueblo; nos llevábamos muy bien; quizás no llegó a más porque era
especial, diferente a lo que haría establecer a dos personas una relación de pareja, lo que
no quita lo otro… Sí, me acosté con ella; ¿o no?; sí, sí, claro; aquella vez que…, en un
baño, claro… ¡Oh, Dios! ¡¿Cómo no?! Qué… asco. Fue…, sí, sí, mi prima…, mi
primera vez, que no prima me refiero… (no éramos primos ni muchos menos, que en
los pueblos, vale, hay mucho de eso, pero no en este caso).
Por eso de que era un sol y brillaba decía quererse teñir de rubio. Sí, date la vuelta,
Marta. Baila; la encantaba contonearse; mola, porque tiene cuerpo para ello, con las
caderas... Ahora, con el pelo rubio, y como tenía esa piel blanquecina que uno creía que
se echaba algo en el cuerpo, con un algo gabacho pero más bien alemán (por lo que diré
después…), parecía un poco puta, pero…; ¡pero me encantaba! porque se asemejaba a
las coristas de cabarets antiguos alemanes, expresionistas quizás, y tenía un morbo…
Uno se volvía ese profesor basura, del hermano éste del premio nobel, que me la leí en
un viaje a Alemania, cuando me fui a estudiar fuera el cine de allá; sí, allí, en trenes aún
de la República Federal, paseando…, pero…, eso no viene al caso. ¡Ay! Voy a tener
dolor de cabeza; todo viene; todo se va, ¡coño! ¡Coño, coñas, coña, coñamos, coñáis,
coñan! Ando deseoso, eh… A esas edades de quince, dieseis tenía algo mágico,
taumatúrgico o tal… Ahora, a uno hasta le parece tan asqueroso como la vellosidad de
una fregona; aunque el placer que da…, puede ser otro cantar.
En el baño lo están haciendo; los oigo, ¡a los cabrones!
— ¡Disfrutar! —les grito. ¡Cabrones de mi imaginación: disfrutan lo que yo no
disfruto…!
En la versión de mis sucesos nadie les interrumpía, pero no estaría nada mal entrar y
“joderles”. Joder un polvo; joder una jodienda… ¿Eso de joder al que jode…? Sí, es
como contradictorio.
¡Ay!, ¡malditas mujeres…!
— Ellas…, ese gran desconocido —suspiro.
Pienso en mis relaciones, mis complicadas relaciones amorosas con Julia, que era tan…
irracional, lo cual en una parte de mi ser, he de confesarme, era lo que me gustaba. Pero
Julia, aunque haya sido tan “importante”, ahora no tiene esa importancia. Quizás ya, o
este momento, no la tenga; sólo fue producto de su tiempo, y ahora no me interesa
retomarlo. Sería como si al tito Cánovas se le hubiera ocurrido meterse a debatir el
federalismo: cosas que no… ¿Y por qué narices pienso en ese tipejo? Ah…, ¿por Fraga,
que es un poco dinosaurio como él? ¡No!, Fraga no le llega ni a los pies… Adolfo es, ¿o
era…?, porque no está muerto aún…; ¡el caso!, es o era, un tipo muy diferente… Me
enredo… Julia y Marta o Silvia (por poner otro ejemplo, otro modelo de mujer
diferente) son como juntar esclavismo, feudalismo y capitalismo… ¡Ah, la sociedad
comunista! «¿Eso qué`é?», me digo con voz de paleto. No, no llego; ni creo que llegue,
Carillo y demás. Nunca fui sociata. A mí me llegó muy relegado ese espíritu “rebelde”
de la transición; yo lo “soporté” con cinismo; me parecía, cuando me llegó, como una
postura. Como ésa que pone Pedro, el “brasas”; ¡mírale!, con esas pintas de ciudad, ¡de
gringo en una pasarela!; así, como el bueno de la peli, que el Pedrito tanto le molaba
imitar. ¡Qué tío! Imitaba… ¿Imitaba o era así? Es que cuando uno empieza a interpretar
la realidad y la ficción como que se confunden. ¿Qué es eso, o lo otro? No sé…
Sigo en la cama… Han pasado más de una canción de Queen. No me he enterado de
casi ninguna; el ritmo, lo sé, me ha movido por esa rueda de seres o cosas que se me
pasan por esta cosa llamada cerebro; la canción ha ido al ritmo que los tramoyistas te
movían como un Deus ex Machina: ahí me siento un Dios; pero como un Dios caído;
ahora estoy caído; no sé, me siento decaído; no caído del todo, pero casi.
Otro alarido del viento: ¡oh, puto Eolo, qué te desespera! ¡Qué diosa te jode!, pero sin
joderte bien… Mujeres… Ahora quisiera ser ese niño y apedrear la ventana. Quiero
joderlo todo. Pero como soy gente decente, no violo las propiedades de nadie ni de
nada. ¡Dioses, os respetaré por hoy! Sólo hoy, ¡eh! Mañana, quizás, vuelva… Soy un
Prometeo pero sin gracia; un antihéroe que no es lo suficiente patético para tal cosa,
pero tampoco es un americanito con escudo salvando rubiones con senos como balas de
cañón de artillería.
Cierro los ojos. Ese otro se toma algo; necesita fuego: ¿es ambrosía? ¡Oh no…!, es un
zumo: necesita un poco de azúcar; ese ser gasta mucho, pues su energía glucémica se
gasta con esas metatransformaciones. ¡Pufff! Menos mal que no es diabético, ¡entonces
andábamos buenos…! Eso de ser diabético ha de ser una putada: si el azúcar lo lleva
todo lo bueno. Si lo fuera, me cortaría la venas; aunque, cierto, lo decía el viejo, a uno
todo se acostumbra y acaba por amodorrarse en ser lo que es y no ser otro imposible;
pero, es verdad, eso de ser en otro ser…, también es algo imposible… En la cabeza uno
puede ser hasta Superman; por poder ser, podría ser Spiderman; sería Batman contra
Joquer y sus putas cartas locas, repartidas como la vida las tortas; pero también es
verdad, como decía el “Gran Murciélago” murciano, ninguno salvo a las Torres… Y
parece que cayeran hace poco… No fue tanto… si lo miras bien. Hace diez añazos. Lo
recuerdo, lo recuerdo bien… Estaba en el bar y vi cómo caían; cómo se tiraba la gente,
como locas, como demonios…, que daba terror; era un horror, y no suponía que
significara algo. No sé, aún, de manera certera, qué significa, si ¿bueno? (¿eso fue
bueno?), o si malo (para la gente seguro; ¿y para el mundo? ¿Para los musulmanes locos
y atrofiados mentales?)… No lo sé: ¿cayó el “Imperio”? No, no; apareció China un
poco; pero, ¿cambio algo al momento? Sólo un hecho en una isla…, que sacudió como
un terremoto que hubiera destruido un país entero. Quizás, en la mente. Como el 68,
como el 89, como el 91… Todo cambia, cambiaba… Se confunde el ayer y el hoy; ¿qué
será mañana?
Ahora la habitación es uno de los bares del pueblo, llamado “El Submarino Amarillo”
por esa canción de Los Beatles, grupo que amaba el dueño, y estamos en él la pandilla.
Somos adolescentes y planeamos una a Saldaña; uno dice que casi que pasa, que el año
pasado se pegó por una, que si tenía novio y él no lo sabía; otro dice que es un lugar con
mucha marcha, ya que ese año, a éste, el Jorge, le ha dado por la marcha: antes era un
“tranquis”. Han cambiado. Jorge parece uno de ciudad; yo también; Emilio sigue como
siempre, un tanto de pueblo, bestia, con su barba de herrero de relato de Delibes; el
Javis conserva sus tirillas aunque está algo “mustio”, como si no le dieran de comer (o a
la nariz…). El aspecto de Javier ahora me recuerda al de un cadáver; mi otro yo lo mira
con miedo, triste, pero éste no puede verlo así, él desde su otro lugar lo observa alegre y
contento por estar de nuevo con la peña del pueblo… Aún era el tiempo en que la gente
moría por droga; ahora los niños la droga la juguetean como juguetean con las páginas
guarras del internet: yo eso lo podría haber hecho con las revistas tipo interviú, pero ya
eran otros… tiempos. Todo es cómo se mira. Incluso el tiempo y el espacio… ¡Una
pena! ¡Pero la realidad, esta que veo, aunque no la sienta, aunque crea que desaparece,
no desaparece; ella sigue, la veo, solamente que de otra forma!
Estoy loco. Estoy llorando. ¿Por qué? No lo sé… Por la tristeza… Por todo… La vida
es triste; aunque, otras, es alegre; pero la alegría es como de un instante; la tristeza, en
cambio, puede durar…: ¡una melancolía eterna, coño!
De pequeño, aunque ya las comunicaciones eran como son ahora, y me tuve que ir, se
me costó en la mollera acostumbrarme; me pareció El Camino (en la mente aparece el
libro, encuadernado de blanco, edición de Destino, que mi madre me compró por mi
décimo cumpleaños). Yo era Daniel mirando mi vida pasar; sí, como ahora; pero es
diferente el ahora a lo que fue, a como lo es ahora. Todo es diferente, aunque no lo
pueda parecer; es complicado de expresar, de entenderlo incluso yo… Veía el tren
como opresor, que me llevaba (pero en realidad era un liberalizador, que me apartaba de
mi aislamiento), y se me llevaba a todos… Sí, me los llevó; me trajo a otros, de todas
formas; pero me los llevó, no volvieron igual; y eso, ahora, me trae morriña… ¿Por
qué? Porque sí. Y es triste. Y lloro como un niño, sin problemas, ligero de equipaje y
ataduras para ello, pero en el silencio del adulto.
Antes, de niño, uno confesaba; si no lo oía o se lo decía a la madre, a madre, pues lo
sabía Él, que te daba fuerza y toda esa matraca estúpida, falsa, de beatitud que es como
el oro de Salomón, decoración… Ahora, uno ha de hacer examen de conciencia con
uno; es duro por un lado, por la inseguridad; por otro lado puede ser un paraíso, ya que
no te dan la matraca, pero tan solitario que de hacer tanto calor tienes frío… Un frío que
te hiela la piel, y te rompe la cabeza.
Suspiro; ya no lloro. Estoy “tranquilo”. Tiemblo, por dentro, sólo eso.
Me podía inventar un género para estas paridas mías de momentos que serían mejor no
recordar: serían las “hospiciadas”, porque hospician memeces y paridas. Si tuviera que
grabar esto, haría cine expresionista con toque borgiano… ¡Ay, Borges! ¡Me cago en su
vida! Pero sí… Algo buenos eran sus relatos; a veces me evitaban de los gritos de padre
y madre cuando se peleaban: pocas veces lo hacían, pero, yo, desde la habitación,
recuerdo, lo pasaba mal, bastante mal… Ya recuerdo por qué me aficione a leer: para no
escuchar una de ellas, con seis, siete años, mientras estaba la tele y la música; quizás de
ahí venga esta forma de pensar, multiespacial, o multideática: no hay un solo
pensamiento, sino varios en un fluir grande y fuerte: ¿cómo España? No, en ésta uno va
a su bola, ¿no? Dicen que los chavales no se concentran por tener tantas distracciones
que los cambian de estar en una cosa a otra, pero…, mira…, en mi situación me ha
hecho un “bien” (si es que se puede llamar como tal: la hiperactividad cerebral a veces
es mala; lo digo por experiencia…). Ahora que lo pienso, quizás haya copiado uno de
los cuentos de Cortazar, otro a lo Borges, sin historias morbosas del realismo, ni
pesimista de los bohemios noventayochescos, que a uno le harían gracia como le harían
cortarse la venas, o si no como una cosa que te hiciera quererte cortas las venas pero las
de la cabeza. De todas formas, leer, aun así, nunca fue lo mío; en mí siempre fue la
imagen… Pero la imagen a veces queda pequeña, como la mosca del tito Fredi, que
quería verlo todo como en la bola de una discoteca (decía como una mosca) y, quizás
con ganas de pegarse un tiro en su capacidad cráneo-encefálica, ver el cosmos en mil
formas. Bueno, locos siempre hubo; y todos, dicen, somos algo locos. Esto es un
hospicio para locos: yo, aquí, soy otro habitante… Observo desde mi habitación, por mi
ventana, el Cosmos: ¡es tan amplio, que me ciega, que en realidad sólo veo colores
locos, como cuando se toman unas pastis con dibus de diferentes seres, y quiero bailar
con mis sentimientos para no explotar! Entonces, me digo: es sólo tu cabeza, chico…
Sólo eso. Está todo ahí. Duérmete, y descansa. Pase lo que pase, tu otro yo, renaciendo
como sea…, muriendo y volviendo a nacer en vete a saber qué, estará ahí; por lo demás,
por ella…, tú no te preocupes. Duerme. Las cosas buenas, dicen, se hacen esperar.
Recógete, sácalo todo, renuévate; mueres pero no te mueres; sigues siendo tú; porque
para eso, todo ha pasado como ha pasado, hecho bien o mal, ha pasado, fue o es, que se
cae…, como a los androides de no sé qué lugar de Flipadolandia.