En un lugar de Asturias, de cuyo nombre no puedo acordarme...

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jueves 1 de julio de 2010 EL IBÉRICO www.eliberico.co.uk 8 OPINIÓN El oficio de periodista tiene estas cosas. Hace poco leí una noti- cia en un diario español que para serle sinceros, no me sorprendió demasiado, dados los tiempos que corren. Resulta que una conocida emisora de radio española decidió prescindir de su periodista de- portivo nocturno por “incumpli- miento grave y reiterado de la prestación de sus servicios”. Hasta aquí nada extraño ya que cualqui- era que tuviera un negocio y tu- viera que lidiar con un holgazán todos los días habría tomado la misma decisión. Pero si les cuento que la versión del periodista es completamente distinta y que, en cuanto leí la noticia, entre asombro y risa descontrolada, decidí seguir en el mundo del periodismo sim- plemente por orgullo y por soli- daridad con este pobre empleado de los medios de comunicación, entenderán que estoy hablando de algo más serio. El susodicho pe- riodista radiofónico explicó que la negativa a “prestar sus servicios” venía después de que la emisora le explicara el “planazo” que tenía preparado para el cubrimiento del Mundial de Sudáfrica. Ajústense los cinturones que vienen curvas. La idea era la siguiente: no había dinero en las arcas de la radio por lo que la empresa radiofónica no podía pagar los derechos federa- tivos del Mundial de Fútbol. La consecuencia de esto es que los dos chavales enviados a Sudáfrica para el gran evento deportivo del verano, no podrían tener acceso ni a los estadios ni a las ruedas de prensa. ¿Se imaginan –ustedes pe- riodistas- cubrir por ejemplo una exposición de pintura sin poder recrearse en aquel lienzo color salmón o ni tan siquiera poder ha- cerle una pregunta al pintor snob responsable de la muestra? Algo parecido pensó nuestro colega de- portivo, así que esperó a escuchar el siguiente punto del plan de los directivos de la radio para no per- der ningún detalle de la aventura sudafricana. Si no puedes entrar a un sitio, lo único que puedes hacer es imaginártelo, aunque en el caso del Mundial no es un problema tan grande porque los partidos se pueden ver por la televisión. Así que esa fue la idea de los jefazos: “Ale chicos, a retransmitir el Mundial desde el hotel, sin cantar los goles muy alto por si se despi- erta algún huésped”. Uno de ellos, aturdido por las órdenes de su jefe y no dando crédito a tan increíble chapuza, preguntó a su patrón: “Sí, pero ¿qué hacemos con las declaraciones de los jugadores al final del encuentro?”. Se hizo un breve silencio y el jefe se tomó un respiro para anunciar la siguiente “perla” de la cadena radiofónica. “Pincharemos el sonido de Tele- cinco y así no habrá problemas”. Así que envías unos tíos a Sudá- frica, te gastas una pasta en suel- dos, hoteles, comidas, etc… para después presentar este cubrimien- to deportivo digno de ser propues- to en el guión de la nueva película de Mr Bean. Y ahí no acaba la his- toria, lo más grande estaba aún por llegar. Claro, cuando retransmites un partido de fútbol, tiene que parecer que estás en el campo, con el aliento de la gente, los cánticos de la hinchada, los incontrolables “uy” tras las numerosas ocasiones falladas... Y para eso está la Play- Station queridos amigos, ya que si no tienes acceso al campo, esta puede ser la mejor solución, por lo menos para estos desagradecidos e irresponsables jefes. Me estoy imaginando una partida de la Play con el insoportable sonido de las famosas vuvuzelas que inundan los estadios de Sudáfrica. Con razón el pobre despedido hablaba de “condiciones humillantes”. ¿Hasta dónde hemos llegado? Sabemos que la crisis no perdona y que los medios están muy mal… y el periodista ni te cuento. Pero ¿tiene que aguantar un periodista estas salvajadas? Señores, si Ka- puscinski levantara la cabeza lo que habría hecho sería demandar a esos desconsiderados directivos radiofónicos y quién sabe, a lo mejor se habría ido a Sudáfrica con los chavales y el responsable deportivo a vivir el Mundial desde otra perspectiva, con la gente, bus- cando historias, haciendo el verda- dero periodismo. En un lugar de Asturias, de cuyo nombre no puedo acordarme… De profesión, periodista por el café y a continuar con mi ruta por el pue- blo. Al cabo de 5 minutos me encontré a otro hombre arreglando su casa y me paré para darle los buenos días. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando me preguntó qué tal por Nueva York! Yo le dije que muy bien gracias y le deseé que tuviera un buen día. La cosa no terminó ahí. Cuando es- taba fotografiando la iglesia salió el cura y me preguntó si quería ver el interior de la iglesia. Una vez dentro y después de explicarme toda la historia de la misma y de su labor en ella, me dijo que no era bueno vivir en pecado y que me aconsejaba que me casara en vez de viajar con un hombre soltero. En los pueblos, los vecinos se conocen, se quieren o no y se cuidan los unos a los otros, hasta mantienen limpias las calles, porque és- tas, no sólo son una prolongación de sus casas, sino una parte de sus vidas. La gente se sociali- za viviendo en la calle y compartiendo allí sen- saciones, vivencias, y muchísimas experiencias que forman parte de la memoria colectiva. ¿Quién no tiene un familiar o un amigo en un pueblo? ¡Y lo bien que se come! No soy fan de la fabada asturiana pero las patatas al cabrales le quitan a una el hambre. A veces me pregunto qué significa tener cali- dad de vida. ¿Es tener un supermercado al lado de casa mejor que tener a la vaca pastando en tu propia finca? ¿Es más importante vivir en una ciudad donde tienes “de todo” pero no dispones del tiempo suficiente para disfrutarlo? ¿Acaso no es calidad de vida levantarte y poder abrir la ventana sin que te entre alguien? ¿Y los ve- cinos? Y si entramos en más detalles, ¿no es mejor “hacerlo” en el campo que en la ciudad? Allí me encontraba yo en un día soleado, en el que los Picos de Europa mostraban sus más preciosos paisajes con los rayos de luz bailando al sol de la música de los gaiteros. Mis ami- gos habían seguido una de las rutas mientras yo decidí pasear por aquel hermoso pueblo y hablar con sus gentes. La primera persona que conocí fue a Joaquín, un hombre de unos 80 años que había nacido allí y nunca había salido de la comunidad porque decía que Asturias lo tenía todo. ¿Para qué iba a ir a otro lugar? Empezamos a conversar y me habló de su mujer, sus hijos, sus amigos, sus vecinos y has- ta de sus vacas y cabras. Después de contarme toda su vida, me preguntó si uno de los hom- bres de mi grupo era mi esposo. Yo le expliqué que era un amigo y que viajábamos en grupo. A continuación le dije que estaba divorciada, que había nacido en Barcelona y que vivía en Londres desde hacía muchos años. El hombre me miraba con tal asombro que decidí no seguir con mi historia por no causarle más sorpresa. Entonces él me dijo que en el pueblo sola- mente vivían 15 personas en invierno y unas 85 en verano. Empezamos a caminar hasta el centro del pueblo y se ofreció a invitarme a un café en el único bar que había. Cuando se aco- modó me empezó a decir que había oído que en Barcelona, Madrid e incluso Valencia la gente “lo hacía en la calle”. Yo no gocé a preguntarle lo que “hacían” y me limité a darle las gracias Director y eDitor Paco de la Coba [email protected] Diseño Edgar Izquierdo [email protected] Marketing Angelique Bergé [email protected] colaboraDores Gema Moral Ximena de la Serna Fernando García Zurro Iara M. Bua Mónica Romero Sabela García Cuesta Maite Alvite Buigues Rocío Zafra Mireia Aliart Covadonga Camblor PubliciDaD [email protected] Dirección Postal De la Coba Media LTD 6th Floor, International House 223 Regent Street W1B 2QD London teléfono 02073366502 07766260231 fax 02075441090 iMPriMe News Fax International (Unit7, Beam Reach Business Park, Consul Avenue, Rainham, RM13 8G) Teléfono +44 (0)20 3006 9000 Los textos de los colaboradores son responsabilidad única y exclusiva de ellos mismos. Las fotografías han sido tomadas de sitios web donde no se requerían EL IBÉRICO El periódico en español de Londres GRATUITO Mónica Romero Camps [email protected] www.spanishexpress.co.uk Vivía un hombre llamado Joaquín con su esposa y sus tres hijos

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Por Mónica Romero para El Ibérico

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8 OPINIÓN

El oficio de periodista tiene estas cosas. Hace poco leí una noti-cia en un diario español que para serle sinceros, no me sorprendió demasiado, dados los tiempos que corren. Resulta que una conocida emisora de radio española decidió prescindir de su periodista de-portivo nocturno por “incumpli-miento grave y reiterado de la prestación de sus servicios”. Hasta aquí nada extraño ya que cualqui-era que tuviera un negocio y tu-viera que lidiar con un holgazán todos los días habría tomado la misma decisión. Pero si les cuento que la versión del periodista es completamente distinta y que, en cuanto leí la noticia, entre asombro y risa descontrolada, decidí seguir en el mundo del periodismo sim-plemente por orgullo y por soli-daridad con este pobre empleado de los medios de comunicación, entenderán que estoy hablando de algo más serio. El susodicho pe-riodista radiofónico explicó que la negativa a “prestar sus servicios” venía después de que la emisora le explicara el “planazo” que tenía preparado para el cubrimiento del Mundial de Sudáfrica. Ajústense los cinturones que vienen curvas. La idea era la siguiente: no había dinero en las arcas de la radio por lo que la empresa radiofónica no podía pagar los derechos federa-tivos del Mundial de Fútbol. La consecuencia de esto es que los dos chavales enviados a Sudáfrica para el gran evento deportivo del verano, no podrían tener acceso ni a los estadios ni a las ruedas de prensa. ¿Se imaginan –ustedes pe-riodistas- cubrir por ejemplo una exposición de pintura sin poder recrearse en aquel lienzo color salmón o ni tan siquiera poder ha-cerle una pregunta al pintor snob responsable de la muestra? Algo parecido pensó nuestro colega de-portivo, así que esperó a escuchar el siguiente punto del plan de los directivos de la radio para no per-der ningún detalle de la aventura sudafricana. Si no puedes entrar a un sitio, lo único que puedes hacer es imaginártelo, aunque en el caso del Mundial no es un problema

tan grande porque los partidos se pueden ver por la televisión. Así que esa fue la idea de los jefazos: “Ale chicos, a retransmitir el Mundial desde el hotel, sin cantar los goles muy alto por si se despi-erta algún huésped”. Uno de ellos, aturdido por las órdenes de su jefe y no dando crédito a tan increíble chapuza, preguntó a su patrón: “Sí, pero ¿qué hacemos con las declaraciones de los jugadores al final del encuentro?”. Se hizo un breve silencio y el jefe se tomó un respiro para anunciar la siguiente “perla” de la cadena radiofónica. “Pincharemos el sonido de Tele-cinco y así no habrá problemas”. Así que envías unos tíos a Sudá-frica, te gastas una pasta en suel-dos, hoteles, comidas, etc… para después presentar este cubrimien-to deportivo digno de ser propues-to en el guión de la nueva película de Mr Bean. Y ahí no acaba la his-toria, lo más grande estaba aún por llegar. Claro, cuando retransmites un partido de fútbol, tiene que parecer que estás en el campo, con el aliento de la gente, los cánticos de la hinchada, los incontrolables “uy” tras las numerosas ocasiones falladas... Y para eso está la Play-Station queridos amigos, ya que si no tienes acceso al campo, esta puede ser la mejor solución, por lo menos para estos desagradecidos e irresponsables jefes. Me estoy imaginando una partida de la Play con el insoportable sonido de las famosas vuvuzelas que inundan los estadios de Sudáfrica. Con razón el pobre despedido hablaba de “condiciones humillantes”. ¿Hasta dónde hemos llegado? Sabemos que la crisis no perdona y que los medios están muy mal…y el periodista ni te cuento. Pero ¿tiene que aguantar un periodista estas salvajadas? Señores, si Ka-puscinski levantara la cabeza lo que habría hecho sería demandar a esos desconsiderados directivos radiofónicos y quién sabe, a lo mejor se habría ido a Sudáfrica con los chavales y el responsable deportivo a vivir el Mundial desde otra perspectiva, con la gente, bus-cando historias, haciendo el verda-dero periodismo.

En un lugar de Asturias, de cuyo nombre no puedo acordarme…

De profesión, periodista

por el café y a continuar con mi ruta por el pue-blo. Al cabo de 5 minutos me encontré a otro hombre arreglando su casa y me paré para darle los buenos días. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando me preguntó qué tal por Nueva York! Yo le dije que muy bien gracias y le deseé que tuviera un buen día. La cosa no terminó ahí. Cuando es-taba fotografiando la iglesia salió el cura y me preguntó si quería ver el interior de la iglesia. Una vez dentro y después de explicarme toda la historia de la misma y de su labor en ella, me dijo que no era bueno vivir en pecado y que me aconsejaba que me casara en vez de viajar con un hombre soltero. En los pueblos, los vecinos se conocen, se quieren o no y se cuidan los unos a los otros, hasta mantienen limpias las calles, porque és-tas, no sólo son una prolongación de sus casas, sino una parte de sus vidas. La gente se sociali-za viviendo en la calle y compartiendo allí sen-saciones, vivencias, y muchísimas experiencias que forman parte de la memoria colectiva. ¿Quién no tiene un familiar o un amigo en un pueblo? ¡Y lo bien que se come! No soy fan de la fabada asturiana pero las patatas al cabrales le quitan a una el hambre. A veces me pregunto qué significa tener cali-dad de vida. ¿Es tener un supermercado al lado de casa mejor que tener a la vaca pastando en tu propia finca? ¿Es más importante vivir en una ciudad donde tienes “de todo” pero no dispones del tiempo suficiente para disfrutarlo? ¿Acaso no es calidad de vida levantarte y poder abrir la ventana sin que te entre alguien? ¿Y los ve-cinos? Y si entramos en más detalles, ¿no es mejor “hacerlo” en el campo que en la ciudad?

Allí me encontraba yo en un día soleado, en el que los Picos de Europa mostraban sus más preciosos paisajes con los rayos de luz bailando al sol de la música de los gaiteros. Mis ami-gos habían seguido una de las rutas mientras yo decidí pasear por aquel hermoso pueblo y hablar con sus gentes. La primera persona que conocí fue a Joaquín, un hombre de unos 80 años que había nacido allí y nunca había salido de la comunidad porque decía que Asturias lo tenía todo. ¿Para qué iba a ir a otro lugar? Empezamos a conversar y me habló de su mujer, sus hijos, sus amigos, sus vecinos y has-ta de sus vacas y cabras. Después de contarme toda su vida, me preguntó si uno de los hom-bres de mi grupo era mi esposo. Yo le expliqué que era un amigo y que viajábamos en grupo. A continuación le dije que estaba divorciada, que había nacido en Barcelona y que vivía en Londres desde hacía muchos años. El hombre me miraba con tal asombro que decidí no seguir con mi historia por no causarle más sorpresa. Entonces él me dijo que en el pueblo sola-mente vivían 15 personas en invierno y unas 85 en verano. Empezamos a caminar hasta el centro del pueblo y se ofreció a invitarme a un café en el único bar que había. Cuando se aco-modó me empezó a decir que había oído que en Barcelona, Madrid e incluso Valencia la gente “lo hacía en la calle”. Yo no gocé a preguntarle lo que “hacían” y me limité a darle las gracias

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