Ensayo a Tlaxcala

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1 UN ESTIGMA QUIMÉRICO Por: Francisco Xavier Juárez Muñoz (1980) “Tlaxcala fue un nido de Águilas. Su terreno escarpado en el que se levanta majestuosa la Matlalcueyetl, creó en su regazo a los hombres indómitos y altivos que no cejaron jamás ante el peligro, y que supieron siempre mantener su autonomía”. Así se refirió en una importante cuanto objetiva y clara cita que hizo sobre Tlaxcala hace tiempo un filosofo francés, y ciertamente como lo refiere por su parte el cronista e historiador, Don Crisanto Cuellar Abaroa, a la llegada de los españoles que encabezara el intrépido Don Hernando de Cortés en 1519. Los cuatro señoríos que constituían la llamada Antigua República de Tlaxcallan, estaban gobernados por Tlahuexolotzin en Tepectipac, Maxixcatzin en Ocotelulco, Xicohténcatl el viejo en Tizatlán y Citlalpopocatzin en Quiahuixtlan. Desde entonces la misma Tlaxcala se veía asediada y combatida continuamente, además de los mexicas, por otros formidables enemigos que si eran vasallos de los mismos aztecas, tales como Cholultecas y los Huejotzincas, quienes desde luego a través de sus constantes embates bélicos, y por ordenes de los mexicas, siempre pretendieron incorporar a los tlaxcaltecas al dominio del emperador de México, sin haber podido lograr jamás su hazaña, por la bravura, astucia y el estoicismo que siempre mostraron nuestros compatriotas. Por otra parte, hemos de recordar junto con lo anterior también que ya la rivalidad entre tlaxcaltecas y mexicanos, era muy añeja y obviamente también muy anticipada a la llegada de las huestes españolas que comandó Don Hernán Cortes. Varios han sido los historiadores que han escrito diversos artículos en defensa de Tlaxcala, al conocer el infundio que algunos ignorantes y desorientados de nuestra historia , le han querido colgar, señalándola como traidora. En este breve ensayo, habremos de citar algunos de ellos, que a través de sus diversas versiones de carácter puramente histórico e imparcial han fortalecido la realidad exacta de lo que significó verdaderamente la alianza que realizaron los tlaxcaltecas con las huestes de Cortés y su participación en la conquista de las tierras de la Anáhuac. “La Primera Ley de la Historia es no mentir, y la Segunda es no tener miedo de decir la verdad”, nos dejó escrito la pluma de León XIII en un atinado aforismo que hoy resulta muy a propósito de este asunto histórico que nos ocupa. De esto mismo, Salazar y Monrroy, nos da una importante referencia al indicarnos que Citlalpopocatzin, quien fue el cuarto senador tlaxcalteca (y que

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UN ESTIGMA QUIMÉRICO

Por: Francisco Xavier Juárez Muñoz (1980)

“Tlaxcala fue un nido de Águilas. Su terreno escarpado en el que se

levanta majestuosa la Matlalcueyetl, creó en su regazo a los hombres

indómitos y altivos que no cejaron jamás ante el peligro, y que supieron

siempre mantener su autonomía”. Así se refirió en una importante cuanto

objetiva y clara cita que hizo sobre Tlaxcala hace tiempo un filosofo francés, y

ciertamente como lo refiere por su parte el cronista e historiador, Don Crisanto

Cuellar Abaroa, a la llegada de los españoles que encabezara el intrépido Don

Hernando de Cortés en 1519.

Los cuatro señoríos que constituían la llamada Antigua República de

Tlaxcallan, estaban gobernados por Tlahuexolotzin en Tepectipac, Maxixcatzin

en Ocotelulco, Xicohténcatl el viejo en Tizatlán y Citlalpopocatzin en

Quiahuixtlan. Desde entonces la misma Tlaxcala se veía asediada y combatida

continuamente, además de los mexicas, por otros formidables enemigos que si

eran vasallos de los mismos aztecas, tales como Cholultecas y los

Huejotzincas, quienes desde luego a través de sus constantes embates

bélicos, y por ordenes de los mexicas, siempre pretendieron incorporar a los

tlaxcaltecas al dominio del emperador de México, sin haber podido lograr jamás

su hazaña, por la bravura, astucia y el estoicismo que siempre mostraron

nuestros compatriotas. Por otra parte, hemos de recordar junto con lo anterior

también que ya la rivalidad entre tlaxcaltecas y mexicanos, era muy añeja y

obviamente también muy anticipada a la llegada de las huestes españolas que

comandó Don Hernán Cortes.

Varios han sido los historiadores que han escrito diversos artículos en defensa

de Tlaxcala, al conocer el infundio que algunos ignorantes y desorientados de

nuestra historia, le han querido colgar, señalándola como traidora. En este

breve ensayo, habremos de citar algunos de ellos, que a través de sus diversas

versiones de carácter puramente histórico e imparcial han fortalecido la

realidad exacta de lo que significó verdaderamente la alianza que realizaron los

tlaxcaltecas con las huestes de Cortés y su participación en la conquista de las

tierras de la Anáhuac.

“La Primera Ley de la Historia es no mentir, y la Segunda es no tener

miedo de decir la verdad”, nos dejó escrito la pluma de León XIII en un

atinado aforismo que hoy resulta muy a propósito de este asunto histórico que

nos ocupa.

De esto mismo, Salazar y Monrroy, nos da una importante referencia al

indicarnos que Citlalpopocatzin, quien fue el cuarto senador tlaxcalteca (y que

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por cierto se distinguió como un brillante legislador y tribuno, con referencia a

esta mutua antipatía que definitivamente desde un principio provocaron los

propios aztecas), acostumbraba a decir: “Nos retiramos de Poyahutlán por la

envidia de los Mexicas, pero la tierra que hoy pisamos, no nos será

arrebatada por la ambición de Moctezuma. Somos sus enemigos, porque

como a tales nos ha tratado”.

Esto mismo, tiempo después lo confirmaba también en su versión y con sus

propias palabras el Cronista Francisco J. Santamaría al expresar que los

Mexicanos tenían por extranjeros a los tlaxcaltecas, y por lo mismo los

consideraban como intrusos. De ahí también el considerarse recíprocamente

pueblos distintos. Pero si queremos ahondar un poco mas en las marcadas

diferencias históricas que guardaban en antaño y hasta antes de la llegada de

los españoles estos pueblos, entonces tendremos que recordar que es cierto

que tanto a tlaxcaltecas como a mexicanos, se les consideraba originarios de

Chicomoztoc (en mexicano o en náhuatl, significa “Lugar de las Siete

Cuevas”; y las ruinas de esta interesante y pasajera metrópoli, pueden verse

aún, cerca de Villanueva, en el lugar conocido con el nombre de “Los Edificios”

a 98.7 kms. al SurOeste de Zacatecas).

Una de las pruebas que podría citarse para confirmar que las 7 tribus

Nahuatlacas (llamadas así exclusivamente por hablar el Náhuatl) y a las cuales

pertenecían tlaxcaltecas y mexicanos, no tuvieron un origen común, es el

hecho de citar, que si bien todas ellas tuvieron el mismo dialecto, cada una tuvo

también sus propios giros gramaticales y su propio grado de cultura, como

atinadamente fue observado en un interesante artículo que se publicó hace

tiempo en la revista de la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Junto con lo

anterior, podemos citar también como una segunda diferencia, que desde su

movimiento migratorio, ambos pueblos ya traían rencillas y divergencias que

estallan en los llanos de Poyahutlán y las cuales obligan, no obstante ser

vencedores los propios tlaxcaltecas, a seguir su caminata con distinto

peregrinaje de los aztecas, esto es, siguiendo más al sur, hasta asentarse en la

antigua Texcaltipac, hoy Tlaxcala.

Por otra parte, y dentro del aspecto religioso, no podemos dejar de mencionar

especialmente, que en tanto los aztecas adoraban a Huichilopoxtli como a un

dios guerrero y sanguinario; los tlaxcaltecas en cambio veneraban a Camaxtli

como dios de la caza, y a quien en un principio inclusive, solo ofrendaron flores

y frutos de la temporada, y no sacrificios de vidas humanas, como los aztecas

lo acostumbraban hacer ordinariamente. Por lo que se refiere a su tipo de

gobierno, también debemos de recordar que una vez establecidos los aztecas,

crean como forma de gobierno, la monarquía hereditaria, vitalicia, absolutista y

despótica como lo refieren los libros del Gobierno de Moctezuma II; en cambio,

es Tlaxcala precisamente dentro de toda la América, el pueblo que practica

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como forma de Estado y de Gobierno, la democracia representativa, electiva y

popular en manos de 4 senadores representantes de los 4 señoríos o calpullis

de aquel entonces.

A lo anterior hay que agregar también la practica de las denominadas “Guerras

Floridas”, llamadas así por celebrarse durante los meses en que floreaba

precisamente el campo y que tenían como pretexto, el desbordar su odio

reciproco, así como por otro lado para los mexicanos, tener victimas para sus

dioses, y para los tlaxcaltecas, rehenes que les pudieran servir mas adelante

para sus operaciones de trueque. Dichas guerras fueron ahondando el odio a

tal grado, que Moctezuma II declara “La Guerra Santa” en contra de Tlaxcala,

enviando a sus guerreros al mando de su hermano Tlacahuepan para

someterla; mas sin embargo, éste muere en el combate perdiéndose así la

batalla, lo cual de tal forma enardece a Moctezuma, que altanero y herido en su

orgullo propio, se ve obligado a declarar ante sus súbditos: “¡No me tendré

por amo y Señor del Mundo, mientras no tenga sometida a Tlaxcala!”

Más desde luego, al no lograrlo nunca, ni éste ni sus aliados, inicia un bloqueo

comercial privando desde entonces a nuestro Tlaxcala, de algodón y de frutas,

pero principalmente de sal, al provocar una completa extorsión en su comercio

durante 60 años, como por otra parte también lo asegura la pluma de Don

Crisanto Cuellar Abaroa, en su obra “Tlaxcallan: 50 notas de Historia

Prehispánica”, con esto vuelve a reconfirmarse que nuestra nación y el imperio

mexicano, eran totalmente independientes, tanto en su régimen político, como

en su religión, en sus asentamientos humanos, sus costumbres y hasta en su

raza lo cual nos lleva a reconfirmar que todo lo anterior fomentó el hondo

abismo que existía entre estos dos pueblos, provocando como razón natural

que finalmente los tlaxcaltecas, se aliaran a Hernán Cortés, quien desde un

principio les prometió defenderlos del despotismo y de la mala voluntad del

Soberano Moctezuma. Por cierto, aquí cabe recordar que también Tlaxcala,

sirvió como refugio, para todos aquellos que huían del imperio tiránico de los

Aztecas, lo cual por otra parte nos viene a reconfirmar también su ambición de

poder y sometimiento con la que siempre amenazaron a todos los pueblos del

valle de México.

El historiador Don Alfredo Chavero en su monumental obra “México a través

de los Siglos”, viene a reconfirmarnos también con su pluma todo lo anterior,

al opinar por su parte, que el principal error, al considerar a los Tlaxcaltecas

como traidores, ha consistido en tomar por una sola patria la extensión que hoy

forma todo nuestro territorio actual; y que desde luego, en ese tiempo no tenía

la misma división política que hoy todos conocemos. En toda esta tierra que

hoy llamamos México, había por decirlo así muchas nacionalidades, de razas

diferentes y sin ningún punto de contacto entre sí; y también cierto es, un gran

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número de otras que aunque procedían de un origen común, constituían

gobiernos separados, y no pocas veces enemigos.

Este mismo historiador (Chavero), aprecia que Tlaxcala, no solamente era una

nación completamente diversa de México; sino contraria, constante e

incansable de los pueblos del Anahuac. Por lo que llamar a su alianza con los

españoles, traición, sería lo mismo decirle traidora a España, porque se ligó

con los Ingleses para combatir a las huestes de Napoleón.

En este mismo aspecto, no podíamos dejar de subrayar el señalamiento que

hizo precisamente Don Luis Sierra Horcasitas, quien es descendiente directo

del mismo emperador Moctezuma, al dejar escrito en una de sus importantes

obras, que no ha faltado quien le llame traidores a los tlaxcaltecas, y a los

demás aliados que tuvieron los españoles en su titánica empresa, sin

comprender que seguramente sin la ayuda de estos mismos pueblos, la

conquista no se hubiera efectuado, al menos por aquel entonces, aunque

desde luego, nos señala en otra de sus observaciones, tal imputación de llamar

traidores principalmente a los tlaxcaltecas por este hecho, es gratuita y

enteramente injusta, estando de acuerdo con Don Alfredo Chavero, al asegurar

también, que los tlaxcaltecas formaban una nación del todo distinta a los

aztecas, aduciendo además, que acaso pudiera decirse que su misma raza era

distinta; además de que en sus instituciones y en su forma de gobierno,

ninguna semejanza tenían con sus rivales. Había pues, concluye su

observación Sierra Horcasitas, un abismo entre los dos pueblos: el odio que

los tlaxcaltecas alimentaban contra sus tiranos era bien justificado.

Por todo lo anterior, como lógicamente debemos de considerar, la vanidad

imperial de los mexicanos siempre se vio herida profundamente por la dignidad

y el honor de los tlaxcaltecas al no haber podido doblegar nunca a estos, para

que le rindieran sumisión y obediencia a su poder, que abarcaba todo el valle

del Anahuac; exceptuando claro está, a nuestra antigua y leal república

tlaxcalteca.

Por este tipo de circunstancias y por otras de carácter comercial y político,

según nos refiere por su lado el historiador Don Mariano Veytia, alguna vez los

tlaxcaltecas mandaron una embajada a los mexicanos, con el fin principal de

reiterarles los perjuicios y daños que sufrían por las siniestras informaciones de

otros grupos rivales, quienes aseguraban que Tlaxcala deseaba apoderarse de

las provincias marítimas del golfo, con la intención de aumentar su poderío, lo

cual dio motivó a que respondieran los mexicanos que: “el rey de México era el

señor universal de todo el mundo”, y que los tlaxcaltecas debían prestarle

obediencia. Ante tales circunstancias, entonces los mismos tlaxcaltecas se

vieron obligados a (según nos explica el mismo Veytia) responder en los

siguientes términos: “Poderosísimo señor: Tlaxcallan no hoz debe

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homenaje alguno, ni desde que sus antepasados salieron de los países

septentrionales para habitar estas tierras, han pagado los tlaxcaltecas

tributos a ningún príncipe. Siempre se han conservado libres; y no

conociendo la esclavitud a que pretendéis reducirlos; antes que

someterse a vuestro poder, derramarán más sangre que la que

derramaron sus mayores en la batalla de Poyahutlán”

Pero pasándonos a referir al arribo de los españoles a tierras tlaxcaltecas,

diremos que habiendo acaecido ésta, hacia el año de 1519, fue precisamente

el viernes santo de esta fecha, cuando el destino histórico de Tlaxcala quedó

sellado en su primera parte, al desembarcar Hernán Cortés en la playas de lo

que iba a ser la villa rica de la Vera Cruz, porque? porque al iniciar Cortés su

marcha hacia México, escuchó y aceptó los consejos de los Caciques de

Zempoala, para no continuar, como tenía pensado inicialmente, por el rumbo

de Cholula, la ruta que lo había de conducir a la gran Tenochtitlán, sino

entonces, decidir seguirla por Tlaxcala.

La Historia nos dice que habiendo llegado Cortés a Ixtacamachitlán, fue

recibido por el cacique Olintetl a quien inmediatamente interrogó acerca del

mejor camino para llegar a México, habiendo sido respondida su pregunta con

estas palabras: “Debes continuar por un pueblo muy grande que se dice

Cholula”, a lo que inmediatamente entonces, los moradores de Cempoala

dijeron: “Señor, no vayas por Cholula porque son muy traidores, y tiene allí

siempre Moctezuma sus guarniciones de guerra”. Fue así como entonces,

Cortés decidió seguir por el camino de Tlaxcala, dejando sellado así su

compromiso histórico, principalmente por lo que se refiere a lo acaecido

durante la conquista.

A esto debemos agregar que después, desde Xalatzingo, Cortés mandó a

Tlaxcala 2 mensajeros de los de Cempoala con una carta y un sombrero

velludo de seda, color carmesí de Flandes, ofreciendo su amistad y su ayuda

contra los Mexicanos. Mas sin embargo, en vista de que no volvían los

mensajeros, el mismo Cortés, ya impaciente después de 3 días de espera,

decidió marchar personalmente hacia Tlaxcala, habiendo pisado así sus tierras

el día 31 de agosto de 1519.

Entre tanto, los 4 señores de Tlaxcala: Maxixcatzin de Ocotelulco, Xicohténcatl

(el viejo) de Tizatlán, Tlahuexolotzin de Tepectipac y Citlalpopocatzin del

señorío de Quiahuixtlan, quienes se unían para asuntos comunes, cada uno

supremo en su señorío, deliberaban para dar contestación a Cortés, siendo

aprobada entonces la proposición de Xicohténcatl el viejo, quien exigió se

combatiera al invasor, recordando el deber de morir “por la patria y por los

dioses”, habiendo sido designado en este histórico momento y después de

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haberse aprobado lo anterior, al aguerrido y patriota Xicohténcatl el joven, para

fungir desde aquel momento como capitán general del ejército tlaxcalteca.

Fue así como Tecpacxochihuilli, quien fuera héroe y señor de Tecoac, con

inteligente táctica militar condujo al enemigo español, hasta donde ya estaban

en celada las fuerzas de Xicohténcatl, con su divisa roja y blanca, trabándose

así el combate con el grueso de las fuerzas españolas y sus aliados. Cabe

subrayar muy especialmente que en esta primera pelea, los tlaxcaltecas echan

mano de la lanza del famoso jinete Pedro Morón, a quien derriban de una

cuchillada para después degollar a su yegua. Más adelante, los tlaxcaltecas

ofrecen a su Dios Camaxtli, en acción de gracias por la victoria obtenida, tanto

el chapeo o sombrero velludo que les enviara Cortés, como los pedazos de la

piel arrancada a la yegua de Morón; que después, principalmente enseñan ante

sus hermanos de raza para demostrarles que los invasores no eran seres

inmortales y monstruosos; sino hombres mortales como todos.

Alfonso Romero Rezendiz, en su mismo artículo sobre la batalla de

Tecoatzingo, también nos señala que la mayoría de los historiadores no

coinciden puntualmente respecto a detalles complementarios de este hecho de

armas: pero lo cierto y fundamental es que los tlaxcaltecas nunca le ofrecieron

vasallaje a título gracioso al invasor, ni le enviaron obsequios de oro, ni alhajas,

ni alimentos, ni mujeres como lo hicieron otros pueblos y señoríos sin combatir

previamente, como lo fue a ojos vistos, el caso del mismo Moctezuma.

Por otro lado, es también Melitón Salazar y Monrroy, quien en su obra

“Monografías Tlaxcaltecas”, insiste en reconfirmarnos la infantil sumisión que

mostró el emperador Moctezuma (o Motecuzoma) ante la presencia de los

ejércitos españoles, al señalar que la llegada de Hernán Cortés a Tlaxcala en el

año de 1519, provocó en su senado serias y acaloradas deliberaciones.

Tlahuexolotzin consideró que la república estaba en grave peligro, no solo por

las condiciones de lucha constante a que la tenia sujeta (como ya lo dijimos)

los mismos mexicas, huejotzincas y cholultecas; sino también por la sumisión

que venía mostrando el mismo Moctezuma, al enviarle al conquistador grandes

embajadas con variados y valiosos obsequios, que obviamente en lugar de

contenerlo, lo atraían aun más.

En los Informes enviados por el propio Hernán Cortés a España, que ahora

conocemos como “Cartas de Relación”, confirmamos todo lo anterior a través

de sus propias palabras, las cuales dejó escritas con el siguiente texto: “El

embajador, enviado por Moctezuma, inició la platica diciendo algo que nos dejó

sin habla tanto a mí, como a doña Marina Aguilar: “Dios nuestro y señor

nuestro, sed muy bien venido que desde largo tiempo os esperábamos

nosotros, tus siervos y vasallos. Moctezuma, nuestro amo y tu vasallo,

nos envía a tu presencia para que en su nombre te saludemos, y dice que

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seas muy bienvenido, y te suplica recibir estos ornamentos que usabas

entre nosotros cuando te teníamos por rey y señor. Así (continua Cortés),

tres de estos indios empezaron a ponerme los ornamentos y adornos de

Quetzalcóatl, agregando más adelante: Fue así como a la salida del valle,

encontré una muralla de piedra seca como estadio y medio de alto (más

de 3 metros) que atravesaba el valle de una sierra a otra y tan ancha como

de 20 pies y a todo lo largo, un pretil de pie y medio de ancho para pelear.

Al preguntar la causa de aquella muralla, me dijeron los naturales que la

tenían porque eran fronteros con los Tlaxcaltecas, los cuales eran

enemigos de Moctezuma y tenían guerra siempre con ellos”.

Pero aquí cabe insistir: ¿porqué en ese tiempo, el gran emperador

Moctezuma, no envió sus ejércitos para auxiliar a los tlaxcaltecas a fin de

combatir a quien ya se sentía como un enemigo común de todos los pueblos

del Anahuac? ¿Acaso fue realmente por el odio ancestral que les tenían, y que

pudo más que la salvación de un interés nacional? ¿Acaso fue por cobardía?

(“Moctezuma, si bien extendió las fronteras del imperio hasta Honduras, jamás

pudo dominar a los tlaxcaltecas; absolutista y despótico, sembró el descontento

en parte de sus súbditos; por eso al llegar Cortés a México, halló muchos

aliados... y fueron sus propios gobernados, quienes indignados por la

pusilanimidad mostrada por Moctezuma, le arrojaron flechas y piedras (27-

Jun.1520), hiriéndolo gravemente; falleció a los 3 días”. Pag. 2,492, Tomo VIII

del Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado de México)

Eso es lo que alegó Tlahuexolotzin, dando a entender con ello, cual era

finalmente su partido. El de la paz y la alianza con Cortés. Resolución de última

hora, cuando ya todos los medios de defensa con que se contaba, se habían

puesto en juego, sin poder evitar, lo que ya era inevitable. Por eso, son sin

duda los tlaxcaltecas del siglo 16, combatiendo a las huestes extranjeras de

Cortés, los que inclusive forman el primer ejército que trata de detener esta

invasión, que los hispanos precisamente inician al encontrar desguarnecida la

entrada de su muralla por el lado oriente.

Es el abogado e historiógrafo tlaxcalteca, Germán George Hernández a quien

le corresponde señalarnos en su obra: “Tlaxcala en la Historia y en el Arte

virreynal” algunas referencias sobre la organización militar, tanto del ejército

español, como del tlaxcalteca, asegurándonos que los hombres que

comandaba Hernán Cortés, se encontraban dividios en infantería, caballería y

artillería con el poder destructor de sus armas, el puñal, toledanos, lanzas y

saetas en sus ballestas; los falconetes y culebrines que arrojaban piedras y

fuego, además de estar protegidos con cascos y armaduras de acero y usando

tácticas de combates diferentes a las que usaban los aborígenes; mismas que

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finalmente lograban destrozar los compactos batallones de los tlaxcaltecas,

ocasionándoles numerosos muertos y heridos.

Esto en comparación o como contraparte de la actividad de los nativos con sus

macanas y hondas, cubriéndose los pechos con pétalos de algodón y rodelas

del mismo material sus cuerpos. No obstante el mayor número de combatientes

y su belicosidad finalmente fue natural que perdieran en las contiendas

importantes jefes e incontables guerreros, unos lanceados, otros degollados y

muchos heridos que junto con los moribundos eran recogidos inmediatamente

de los campos de batalla para atenderlos de sus lesiones o bien sepultarlos;

como especial táctica de guerra que empleaban los nativos tlaxcaltecas para

que el enemigo no comprobara las victimas que les ocasionaban.

Además de lo que hemos mencionado, debemos agregar que también la fuerza

de que disponían los invasores, estaba constituida por 400 peones, 16

caballos, 6 piezas de artillería y 3 mil totonacos aliados, esta, era relativamente

reducida pero bien organizada. En tanto que el historiador Fernando Ramírez,

afirma que la población total de Tlaxcala no excedía 80 mil habitantes, en

consecuencia, su ejército no debe de haber sido mayor de 20 mil guerreros, lo

cual pondera su fuerza combatible, si sabemos que supo resistir en unión de

sus únicos aliados, los Otomíes, las constantes acometidas de sus enemigos,

que por distintos puntos de la república los asediaban.

Junto con esto último que hemos expresado, no resulta por demás recordar,

que la primera batalla campal que libraron los tlaxcaltecas contra los hispanos,

tuvo lugar un 2 de Septiembre de 1519 en un lugar conocido como

Tzompantzingo, donde el conquistador Don Hernán Cortés, afecto a los

formulismos jurídicos y siguiendo las costumbres de la época, debió haber

ordenado leerles por medio de un interprete el famoso bando de la conquista

que decía: “Caciques e Indios de este continente: Hoz anunciamos que

existe un dios y un rey de castilla, el cual también lo es de estas tierras,

mientras que el Papa es representante de Dios en la tierra, y él ha

concedido estos territorios al rey de Castilla con la condición de

cristianizar a sus moradores, para que después de su muerte, sean

admitidos en el reino de los cielos. Venid a nosotros, caciques e indios,

abandonad vuestros falsos dioses y rendid tributo al rey de castilla, como

vuestro soberano y dueño. Se declara la guerra a quien ofrezca

resistencia, y de acuerdo con las leyes bélicas será muerto, vendidos

como esclavos los prisioneros, y les serán confiscados sus bienes”.

Lo anterior desde luego, resultaba generalmente inaudible y poco comprensible

para las tribus autóctonas. La historia nos dice que después de esta primera

batalla, se retiraron los tlaxcaltecas, tras haber sostenido varias horas de lucha,

para posteriormente continuar esta contienda el 5 del mismo mes de

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septiembre, y la tercera, la noche del mismo día, por recomendarle los

agoreros que si los hispanos eran hijos del sol, podrían vencerlos por la noche;

lo que tampoco lograron, porque los invasores siempre tuvieron guardias

nocturnas, y ante el peligro de ser sorprendidos nunca se separaron de sus

armaduras.

El padre Fray Diego Durán, en su “Historia de los Indios de la nueva España

e Islas de Tierra Firme”, nos dice que fue la resistencia de los hispanos los

que fueron asediados por los tlaxcaltecas varios días sin vencerlos, la que hizo

comprender a los jefes de los señoríos ante la numerosa cantidad de muertos y

heridos, que más convenía aceptarlos como amigos que tenerlos como

enemigos, además de conocer las constantes embajadas de Moctezuma

enviándoles regalos; misma situación que finalmente consideraron, podría

comprometer la libertad que por tantos años habían defendido. Este

significativo hecho fue reconocido transcurridos infinidad de años en la tribuna

de la Cámara Federal de Diputados, por el representante popular, Don

Herminio Ahumada Jr., cuando siendo presidente del congreso nacional

contestó el primero de septiembre de 1944 el informe presidencial del General

Manuel Ávila Camacho, diciendo textualmente:

“El historial del ejército mexicano, como corresponde al de un pueblo

joven, es corto pero glorioso. Desde sus más remotos orígenes, nuestro

ejército defensivo nace y se congrega al impulso de un ideal libertario que

tiene su antecedente en las huestes de Xicohténcatl Axayacatzin”. Opinión

que compartimos y aceptamos, porque la acometida de los guerreros

tlaxcaltecas estuvo a punto de hacer fracasar la arriesgada empresa de la

conquista; ya que afirma Bernal Díaz del Castillo (el soldado cronista), que los

españoles habían perdido 45 soldados muertos en las batallas, todos estaban

heridos y otros enfermos de calenturas y dolencias, incluyendo al conquistador.

Por cierto que sobre el indómito guerrero Xicohténcatl Axayacatzin, es el

historiador William H. Prescott (1796-1859), quien imparcialmente en su obra

“Historia de la Conquista de México” (1843), nos asegura que: “mucho hay

que ADMIRAR en esta elevada e indómita alma, que como una magnifica

columna se levanta sola y llena de majestad y grandeza sobre los

fragmentos y las ruinas que “circuían” a la antigua Tlaxcala; Xicohténcatl

Axayacatzin –nos asegura- que dio muestras de perspicacia y sagacidad,

puesto que rompiendo el transparente velo de la insidiosa amistad

ofrecida por los españoles, y penetrando en el porvenir entrevió las

miserias en la que iba a ser envuelta su patria y desplegó el noble

patriotismo de quien intenta salvarla a cualquier precio; y en medio del

abatimiento universal, procura influir en toda la nación, el intrépido valor

que a él le anima y alentarla, a un último esfuerzo por conservar su

independencia”.

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A todo esto, el también historiador Don Lucas Alemán nos vuelve a reconfirmar

que fue Xicohténcatl el joven, uno de los guerreros más celebres de las

naciones americanas, que no se fascinó jamás con la falsa política que por

medio de la división arrastraba a su patria al abismo de la servidumbre.

Por eso volvemos a insistir: nada tenían, ni tuvieron ni han tenido de traidores

los tlaxcaltecas y otros muchísimos indios que únicamente (como ya se ha

explicado en parte), se unieron a Cortés para luchar contra sus tiranizadores,

los aztecas.

O es que acaso podemos ofender al gran pueblo veracruzano llamándole

traidor por el simple hecho de que el cacique gordo de Cempoala, cansado de

los latrocinios y humillaciones de Moctezuma, se alió también a Hernán Cortés,

tratando de devolverle a los totonacas su libertad? ¿Cómo llamaríamos

también el hecho de que en Tabasco le regalaran al conquistador 20 indias,

entre las cuales se encontraba doña Marina, que por cierto no era tabasqueña

sino que nacida en un pequeño pueblo veracruzano llamado Painalá?. ¿Son

acaso también traidores los poblanos y los moradores del estado de México,

que al igual que los tlaxcaltecas querían quitarse el yugo que los esclavizaba?

El Historiador Don Alfonso Junco en su obra: “Lo que fue y lo que no fue

Cuauhtémoc”, apoya también nuestras apreciaciones al señalar que los

tlaxcaltecas vieron la oportunidad de libertarse de sus opresores y la tomaron;

porque además era dentro de los límites de su minúscula patria ¡respectivos

patriotas!. Así también lo consideró en definitiva el congreso mexicano de

historia, en una especial e importantísima sesión que llevó a cabo en la ciudad

de Xalapa con fecha 28 de Junio de 1951, y cuyo acuerdo fue después dado a

conocer a través de su secretario del consejo permanente, Don Antonio Pompa

y Pompa, ya con fecha 26 de Junio de 1961, al dar respuesta a una

correspondencia girada el 17 de Noviembre de ese mismo año por el Lic.

Germán George Hernández en ese entonces, presidente de la asociación de

tlaxcaltecas “Xicohténcatl”, residentes en la ciudad de México, y quien solicitó

oficialmente se emitiera la opinión histórica que en justicia debía de darse a la

participación del pueblo y autoridades tlaxcaltecas en la conquista del Anahuac,

y territorios aledaños respondiendo finalmente tan autorizada representación

que:

“1.- El pueblo y gobierno tlaxcaltecas constituían unidad absolutamente

independiente de CUALQUIER OTRO PUEBLO y autoridades mexicanas: con

quienes no tenían pacto ni alianza política, religiosa o militar. 2.- Que la

Alianza que los 4 señoríos tlaxcaltecas hicieron en representación de sus 4

señoríos con el conquistador Hernán Cortés, la llevaron a cabo en uso de sus

propios derechos como pudieron hacerlo con cualesquiera otro pueblo o grupo

militar en defensa de un enemigo común. 3.- Que la nobleza del pueblo

tlaxcalteca manifiesta en la colonización del territorio de la Nueva España, le

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enaltece por su calidad de miras y de grandes servicios a la organización de la

nueva nacionalidad de un pueblo que entraña la unidad de oriente y occidente.

4.- Que la misión colonizadora del tlaxcalteca, es reconocida por múltiples

testimonios históricos y por estudiosos de esta obra, que se proyectó desde la

región norteña de Texas, los grandes territorios de la Nueva España y al sur

hasta las regiones del Ecuador, y 5.- Que por consiguiente, cualquier

apreciación que suponga falta de lealtad o traición en la actitud de alianza entre

el pueblo tlaxcalteca y los conquistadores españoles, ES CARENTE EN

ABSOLUTO DE FUNDAMENTO HISTORICO.

Ahora bien, si, sin la recurrencia de alguna fuente o argumento histórico se

quiere extender por el lado más natural y lógico la actitud que asumieron los

tlaxcaltecas con la llegada de Cortés a sus dominios; porqué no entonces,

sometemos la palabra “traición” o “traidor”, al sencillo análisis de la propia

lengua de castilla o castellana, buscando y entendiendo su significado. La

respuesta que se manifiesta en el diccionario, nos indica claramente que

“traición” es “el delito que se cometa quebrantando la fidelidad que se debe

guardar o tener”, y ¿qué es el delito? sino el hecho que también se comete

cuando se quebranta una ley?.

Así, a la llegada de Hernán Cortés, podemos asegurar que la única ley que

conocían los tlaxcaltecas, era la suya; y tan la conocían y la respetaban, que

antes de pactar alianza con el conquistador, como ya lo dijimos y

reconfirmamos, se enfrentaron en batallas sangrientas a sus tropas; y todavía

aun después deliberaron democráticamente y justamente como acostumbraban

hacerlo en su senado, el delicado asunto de la alianza; lo cual nos determina

¡no existió delito alguno!. Ya dijimos también, que Tlaxcala por todas las tribus

era asediada y amenazada; con todos guerreaba porque eran súbditos

doblegados al poder de Moctezuma y Tenochtitlán; dentro de la actual patria

¡esta era una patria independiente!. Luego entonces, al pactar con los

españoles, no quebrantaron ninguna fidelidad y sí hicieron lo propio y lo justo,

al recibir la promesa de que si se unían con aquellos hombres venidos del

oriente, iban por fin a ver derrotados a sus eternos enemigos: los aztecas.

Cabe mencionar también con lo anterior, que algunos historiadores aseguran

que las guerras entre los tlaxcaltecas y los mexicanos, se llevaban a cabo para

el adiestramiento de ambos ejércitos y para que el imperio mexicano tuviera

con los prisioneros que hacia, victimas que inmolar ante el ara de sus ritos;

pero tal aseveración viene por tierra cuando leemos en la obra de Guedea, que

el ataque realizado a Tlaxcallan en el año de 1504, sacrificó a Tlacahuepantzin,

guerrero en jefe de los mexicas y además, hijo de Moctezuma II; además de

que como ya lo dijimos, los tlaxcaltecas no capitularon sus armas de manera

inmediata, sino que combatieron a los españoles durante 20 días consecutivos.

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Destacando por cierto aquí también, la invaluable participación de un

Chiautempense, primer diplomático y evangelizador de América; y todavía

fundador de la actual población de Tlalcuapan, Don Diego Martín Tzontlimatl

Chichimecateutli, quien (según nos señala la historia) fue el primero en

aconsejar a Xicohténcatl Axayacatzin para combatir a los españoles; peleando

por otra parte con Bizarria, en los encuentros que se sostuvieron en la

Covadonga, Xaltianquizco y Tzompantepec, donde precisamente los

tlaxcaltecas hicieron refugiarse a los españoles en el Teocali que se

encontraba en la cima del cerrito de Tzompantzinco; en este lugar fue donde

precisamente Chichimecateutli, arrebata al ejército español su estandarte de

guerra, demostrando con ello, un arranque de gran sentido patriótico.

Después de la paz entre los tlaxcaltecas y los españoles, se dice también que

fue el mismo Chichimecatetutli, quien salvó la vida del conquistador en

Xochimilco y que siendo éste caudillo militar, un hombre activo, cuando no

tenía la macana en las manos, tenía la voz de mando; y así lo vemos subir y

bajar de la majestuosa Matlalcueyetl (o Malintzi), trayendo madera para la

construcción de los 13 bergantines, que se utilizaron para la invasión de la

antigua Tenochtitlán, un 13 de septiembre de 1519. Pero no podemos llegar

aun a la conclusión de este prologo, sin antes destacar, que no solo para los

estudiosos de nuestra historia, sino inclusive también para brillantes filósofos,

humanistas y psicólogos de nuestro tiempo, Tlaxcala ha sido ubicada en el

lugar que su estatura patriótica y nacionalista, le ha erigido a través de estos

cientos de años que han transcurrido, desde el arribo de los hombres rubios y

zancudos que comandó don Hernando de Cortés.

Tal es el caso del intelectual mexicano Don José Vasconcelos , cuya pluma

dejó escrita una verdad trascendental dentro del devenir histórico de nuestra

patria, al señalar enfáticamente: “era Tlaxcala el reino más civilizado de

México, se regía por una especie de senado y no abusaba de los

sacrificios”. Con esta última cita, podemos sacar en conclusión que sin duda

alguna todas las raíces de nuestro pasado, nos demuestran que antes de la

conquista de los españoles, aquí en Tlaxcala, como en ninguna otra parte de

este continente, se vio florecer una estructura republicana, compuesta por

cuatro senadores que representaron a los 4 señoríos que ya señalamos; siendo

así como esta pequeña república, antecedente de lo que hoy somos todos los

tlaxcaltecas, supo mantener su independencia y su libertad, sin que jamás

hayamos sabido que por sus venas haya corrido sangre esclava o esclavizante.

Nuestra Tlaxcala, se mantuvo siempre ajena al sometimiento del imperialismo

azteca, que válganos también señalarlo, siempre exigió sumisión y tributo

desde mesoamérica, hasta la meseta norte del país, de una costa a la otra; con

un vasto dominio sobre todo lo que hoy es actualmente la República Mexicana.

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Y así, hubo un pueblo, solo uno, que nunca se doblegó ante las armas

mexicanas; ni ante aquel imperialismo que nuestra historia registra; Y ESE

PUEBLO FUE EL TLAXCALTECA, pueblo sin sal, pueblo aislado, pueblo

aguerrido y fiero, que hizo todo, hasta entregar su sangre como Tlahuícole,

antes de capitular sus armas o permitir el desprecio de su origen y el

desmantelamiento de su estructura política.

Junto con lo anterior, nunca debemos de olvidar también, que nuestra forma de

gobierno del ayer, fue muy superior en todo y por todo, a la que los

emperadores aztecas habían establecido en el valle del Anahuac; y en esa

forma de vida nos encontró el conquistador, guerreando, peleando por nuestra

independencia ante el emperador azteca. Sabiendo mantenernos libres y

erguidos como nuestra montaña: ¡de pie, mirando al sol, retando al horizonte! Y

así, en ese territorio, en esta parte del país, que como ya lo dijimos, nunca

logró ser dominada por los aztecas, en este, tal vez único reducto de libertad,

dentro de todas las latitudes de la tierra, los tlaxcaltecas teníamos nuestra

pequeña república.

Sacamos una conclusión nuevamente entonces, que México no era una nación

estructurada como lo es hoy, mientras que los tlaxcaltecas ya lo éramos; y que

nuestros antepasados supieron valientemente defender nuestra libertad frente

a las agresiones del imperialismo azteca. Aunque como de todos es sabido,

andando el tiempo, ahora es cuando detractores gratuitos, envidiosos tal vez

de nuestra trascendencia o ignorantes también de nuestra historia, se han

empeñado en sostener una ficticia traición que los verdaderos anales históricos

no registran; y es aquí donde yo creo que nuevamente todos los tlaxcaltecas,

niños, jóvenes y personas adultas, debemos de imitar a la Matlalcueyetl,

nuestra montaña secular, para mostrarnos siempre de pie, con la frente limpia y

el corazón honesto; mirando al sol y retando el horizonte; porque ya es

imperdonable que se detracte a nuestro verdadero pasado y que se quiera

seguir sembrando con guijarros punzantes nuestro futuro. ¡No somos

Traidores!. ¡No lo hemos sido!. ¡No lo seremos jamás!

¡Siempre luchamos contra nuestros adversarios por nuestra supervivencia!,

¡Por mantener a nuestro suelo en la libertad!; y si a la llegada de los españoles

nos aliamos a ellos, fue porque también tal vez sospechamos que Quetzalcoatl,

la serpiente emplumada, tenía razón; y que este era el inicio de una época

diferente para nuestro derrotero; y que si aliados a los españoles, podíamos

vencer a nuestros enemigos seculares, seguiríamos manteniendo nuestra

independencia y nuestra libertad.

Éramos enemigos de todos porque así nos trataban.¡Que ya no se hable más

de que vendimos a la patria, pues no había patria! ¡Nuestra patria era la

nuestra: Tlaxcala! Que se acabe esta leyenda, no somos traidores y muy por el

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contrario, sí somos colonizadores y culturizadores, de infinidad de pueblos que

hoy ya son grandes metrópolis; pues la sangre generosa del tlaxcalteca

alimentó las raíces de muchas regiones que partieron especialmente desde la

región norteña de Texas, a los grandes territorios de la Nueva España; y al sur

hasta las regiones del ecuador; abarcando también casi todo el territorio de

nuestro país actual, con excepción de los estados de Yucatán y Quintana Roo

y sí comprendiendo aquellos otros que perdimos en la guerra de 1847; y

extendiéndose, todavía inclusive, a varios puntos de Filipinas, Alaska, Canadá,

Cuba y República Dominicana; y todavía por el sur hasta el Salvador,

Honduras, Guatemala, el Ecuador y Perú.

Aunque de esta invaluable aportación nunca esperamos recibir sinceramente

ningún provecho, aplauso o lisonja ajena; a pesar de que en honor de todas las

verdades y después de todos nuestros antecedentes históricos que han sido

comprobados fehacientemente, así lo merezcamos.

Aunque yo si les pido que en contraposición de todas estas ingratitudes,

Bástenos con que la voz del viento siga llevando por el mundo aquel grito

prehispánico de libertad y de dignidad humana, que aún continua retumbando

en todos nuestros valles y entre todos los nudos verdosos de nuestras

montañas para bifurcarse hacia los 4 brazos cardinales que apuntan nuestro

planeta. Bástenos también saber que nuestros ancestros fueron los grandes

maestros de los cuales hoy aprenden todos los alumnos de todas las latitudes

del país, y tal vez del mundo, a practicar civilmente la democracia. Bástenos

sentir un orgullo definido, palpitante y amplio al saber también que nuestra

tierra, la tierra de Tlahuícole, de Xicohténcatl, de Chichimecateutli, de Arrieta y

de Lira, fue y seguirá siendo sobre el cauce de los años, la cuna de la cultura

por haber sido el escenario principal, donde se encontraron cara a cara dos

culturas, dos civilizaciones distintas, representadas por el hierro español y el

barro autóctono, y que al fusionarse, dieron por resultado el nacimiento de una

nueva.

Bástenos saber también que esta, nuestra Tlaxcala, fue el horizonte de cuyo

fondo eternamente azul, nació la aurora del cristianismo, predicado por primera

vez en toda la América, desde el púlpito que aun se conserva en la hermosa

Catedral de la Asunción. Bástenos en fin, saber que este es el motivo de

nuestro orgullo, ”La heroica, imponderable y eterna Tlaxcala”, brillando

como el crisol de la religión, la cultura y la democracia en toda la América

Latina; sin dejar de recordar también a nuestros detractores, y a quienes

pretenden aparentar ser ignorantes de nuestras trascendencias, que también

en las entrañas de nuestra tierra se dio origen al nacimiento del primer ejército

mexicano, con las aguerridas huestes que encabezó Xicohténcatl Axayacatzin

para combatir al ejército español; y que fue también aquí, en Tlaxcala, donde

se abolió por primera vez en todo México la esclavitud 273 años antes que lo

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hiciera Miguel Hidalgo y Costilla en Valladolid, al concederse la libertad a todos

los esclavos indios que había en esta provincia, hacia el año de 1537.

Es necesario exigir a todos los tlaxcaltecas, a que ya no nos invada la

vergüenza cuando el mexicano de otra latitud nos quiera volver a colgar el

infundio de traidores; porque con educación, pero convencidos, debemos de

contestar así, claramente: ¡que quizá los traidores al final de cuentas no somos

nosotros, sino ellos!. Porque que se entienda bien: si hubo un acto reprobable

en la conquista, fue precisamente el de ellos mismos en la sangre de los

aztecas, quienes (demostrado ya está) doblegaron sus armas y permitieron que

los conquistadores españoles entraran fácilmente a la gran Tenochtitlán,

demostrando históricamente con esto, que no supieron mantener su suelo

contra el invasor español, ni tampoco contra sus enemigos los tlaxcaltecas; y

que en todo caso, nosotros al final, realmente fuimos ¡los que ganamos la

lucha!.

Tlaxcala nunca ha sido una nación. Más bien prehispánicamente debe

entenderse como una confederación indígena con sus raíces democráticas.

Sobre la erección de su provincia en estado, podemos decir que el 16 de enero

de 1824 presentó la comisión de constitución el dictamen que proponía que

Tlaxcala formara por si sola un estado de la federación y el 20 siguiente al ser

discutido lo impugnaron los diputados Covarrubias, Bárcenas y Carlos N. De

Bustamante; pero habiéndolo apoyado los diputados Guridi y Alcocer, y

González Caramuru finalmente fue aprobado. Tan grata nueva, fue recibida

con grandes demostraciones de jubilo por los descendientes de los viejos

republicanos y de la diputación provincial, interprete leal de los justos deseos

del pueblo que anhelaba la reivindicación de su patria y de su raza. Así,

podemos decir entonces, que será memorable para Tlaxcala el 20 de Enero de

1824, porque desde este día, datará la época de su prosperidad pública.

* * *