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Cohesión social entre lo urbano y lo rural Retrato taurino en la Ciudad de México (1835 y 1867) José Francisco Coello Ugalde Este ensayo se elaboró inicialmente como una conferencia presentada en el contexto del VI Seminario de Historia Regional, convocado por el Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, así como por el Departamento de Historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, bajo el tema: “Ciudades, pueblos y comunidades. Historia regional y Centros Urbanos”. celebrado el pasado noviembre de 2011. Entre otros episodios, el autor analiza aquí el papel que juega el español Bernardo Gaviño y Rueda, que hizo en México una expresión mestiza del toreo durante el siglo XIX. Como se sabe, el profesor Coello Ugalde es Master en Historia y alumno del Doctorado en Bibliotecología y Técnicas de la Información por la U.N.A.M. Director del Centro de Estudios Taurinos de México, A.C., investigador del acontecer taurino de su país y responsable del blog “Aportaciones Histórico-Taurinas Mexicanas” (http://ahtm.wordpress.com). Ensayo

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Cohesión social entre lo urbano y lo rural Retrato taurino en la Ciudad de México (1835 y 1867) José Francisco Coello Ugalde Este ensayo se elaboró inicialmente como una conferencia presentada en el contexto del VI Seminario de Historia Regional, convocado por el Archivo Histórico del Estado de Aguascalientes, así como por el Departamento de Historia de la Universidad Autónoma de Aguascalientes, bajo el tema: “Ciudades, pueblos y comunidades. Historia regional y Centros Urbanos”. celebrado el pasado noviembre de 2011. Entre otros episodios, el autor analiza aquí el papel que juega el español Bernardo Gaviño y Rueda, que hizo en México una expresión mestiza del toreo durante el siglo XIX. Como se sabe, el profesor Coello Ugalde es Master en Historia y alumno del Doctorado en Bibliotecología y Técnicas de la Información por la U.N.A.M. Director del Centro de Estudios Taurinos de México, A.C., investigador del acontecer taurino de su país y responsable del blog “Aportaciones Histórico-Taurinas Mexicanas” (http://ahtm.wordpress.com).

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De manera intermitente, la fiesta de los toros se puso en escena durante el siglo XIX en la ciudad de México. Para ello, buena cantidad de esos festejos pudieron darse gracias a la presencia de personajes claves como Francisco Javier Heras y Vicente Pozo, empresarios; los hermanos Ávila, Mariano González o Bernardo Gaviño toreros, así como los propietarios de las emblemáticas haciendas de Atenco y El Cazadero, sin dejar de mencionar dos importantes plazas de toros: la Real Plaza de Toros de San Pablo y la del Paseo Nuevo. Cabe hacer aquí un análisis sobre las diversas reacciones que, a favor o en contra tuvieron plumas nacionales y viajeros extranjeros quienes tuvieron ante sus ojos una clara muestra del legado español que logró un mestizaje gracias al sello americano primero. Mexicano después que imprimieron sus protagonistas más directos en el desarrollo de tales festejos, fenómeno este último que alcanzó un auténtico diálogo entre lo urbano y lo rural. Esto ocurrió al menos durante un tercio de ese siglo (entre 1835 y 1867), de ahí que sea importante desvelar una serie de aspectos que dejen ver también la presencia de mojigangas, globos aerostáticos, toros embolados, jineteo, coleo y otras expresiones parataurinas que dieron luz e intensidad a aquellos espectáculos; la forma de su difusión, y otros aspectos complementarios que nutrieron su desarrollo. Luego de que el Congreso expidió el decreto de creación del Distrito Federal en noviembre de 1824, bajo el concepto de un área circular, esta abarcó originalmente dos leguas (8.2 km.) de radio a partir de la plaza mayor. Entre 1804 y 1852, la ciudad pasó de 137 mil a 200 mil habitantes. Pero esto no es lo relativamente importante, si para ello se piensa que el crecimiento poblacional fue lento. Más bien, es conveniente destacar que tras el surgimiento del nuevo estado-nación que fue México, a partir del triunfo de la independencia en 1821, hubo en el país, pero sobre todo en la capital del mismo, una serie de revueltas que afectaron la vida política, social, económica y religiosa en términos bastante marcados. De la independencia, se pasa a un primer imperio, el de Iturbide, luego la presencia de la República Federalista, la Centralista, la Invasión Norteamericana de 1846-1848, la época de Comonfort, la Guerra de Tres años y tiempo más tarde el Imperio de Maximiliano. Todo esto entre 1835 y 1867. En dicho periodo gobernaron el país los siguientes personajes: 1834-1835 Antonio López de Santa Anna 1835-1836 Miguel Barragán 1836-1837 José Justo Corro 1837-1839 Anastasio Bustamante 1839 Antonio López de Santa Anna (20 de marzo a 10 de julio) 1839 Nicolás Bravo (11 de julio a 19 de julio) 1839-1841 Anastasio Bustamante 1841 Javier Echeverría (22 de septiembre a 10 de octubre) 1841-1842 Antonio López de Santa Anna 1842-1843 Nicolás Bravo

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1843 Antonio López de Santa Anna (5 de marzo a 4 de octubre) 1843-1844 Valentín Canalizo 1844 Antonio López de Santa Anna (4 de junio a 12 de septiembre) 1844 José Joaquín de Herrera (12 de septiembre a 21 de septiembre) 1844 Valentín Canalizo (21 de septiembre a 6 de diciembre) 1844-1845 José Joaquín de Herrera 1846 Mariano Paredes y Arrillaga (4 de enero a 28 de junio) 1846 Nicolás Bravo (29 de junio a 4 de agosto) 1846 José Mariano Salas (6 de agosto a 22 de agosto) 1846-1847 Valentín Gómez Farías 1847 Antonio López de Santa Anna (21 de marzo a 1 de abril) 1847 Pedro María Anaya (2 de abril a 20 de mayo) 1847 Antonio López de Santa Anna (20 de mayo a 16 de septiembre) 1847 Manuel de la Peña y Peña (16 de septiembre a 11 de noviembre) 1847-1848 Pedro María Anaya 1848 Manuel de la Peña y Peña (8 de enero a 2 de julio) 1848-1851 José Joaquín de Herrera 1851-1853 Mariano Arista 1853 Juan Bautista Ceballos (7 de enero a 6 de febrero) 1853-1855 Antonio López de Santa Anna 1855 Martín Carrera (14 de agosto a 12 de septiembre) 1855 Rómulo Díaz de la Vega (12 de septiembre a 3 de octubre) 1855 Juan Álvarez (4 de octubre a 10 de diciembre) 1855-1858 Ignacio Comonfort 1858-1872 Benito Juárez 1858 Félix Zuloaga (23 de enero a 24 de diciembre) *[1] 1858-1859 Manuel Robles Pezuela * 1859 José Mariano Salas (21 de enero a 23 de junio) * 1859 Félix Zuloaga (24 de enero a 31 de enero) * 1859-1860 Miguel Miramón * 1860 José Ignacio Pavón (8 de agosto a 14 de agosto) * 1860 Miguel Miramón * 1863-1864 Junta Superior de Gobierno 1864-1867 Maximiliano de Habsburgo (Segundo Imperio) Frente a esta considerable cantidad de gobernantes podemos percibir un comportamiento irregular en la definición del México que, como país se deseaba, pero que era difícil alcanzar, en medio de tantas adversidades, como golpes de estado o cambios de tendencia política hubo para integrarlo o desintegrarlo. Este es apenas un primer y sencillo vistazo de lo que, para Edmundo O´Gorman significó una de las mejores formas destinadas a interpretar el fascinante siglo XIX. Me refiero a México, el trauma de su historia.[2] Por aquellos años, las dos plazas de toros que dieron funciones fueron la Real Plaza de toros de San Pablo, reinaugurada el 19 de abril de 1833 y que, por inservible dejó de ocuparse en 1864. De igual forma, estuvo la plaza de toros

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del Paseo Nuevo (1851-1867) aunque todavía se usó hasta 1873, en que fue derribada. Ambas eran de madera por lo que ese aspecto debe haber exigido cambio de su estructura por lo menos una vez al año evitando así la podredumbre o lo inútil en el material de construcción. No tengo por ahora registros de cuantas funciones taurinas se dieron en una y otra, pero sé que fueron muchas, muchísimas, si nos atenemos a los datos vertidos por una prensa que de manera irregular solo aportaba inserciones en la sección dedicada a espectáculos o diversiones, o por el hecho de que algún acontecimiento de mayor trascendencia o chismorreo lo demandara. De esa forma, además de los toros, ambos escenarios funcionaron también para funciones de circo, ascensiones aerostáticas o lucha de toros con otros animales, como era costumbre. El desarrollo de la prensa taurino aún no tenía por entonces visos de formalidad, comportamiento que germinaría con la aparición del primer periódico conocido como El Arte de la Lidia, cuyo primer número salió a la luz hasta el domingo 9 de noviembre de 1884. Un dato entre muchos que quedan por trabajar nos dará alguna idea en el uso de esos dos escenarios. Para entender ciertos detalles es preciso mencionar los nombres de algunos personajes clave que pudieron convertir el periodo aludido en una época intensa y esplendorosa, como pocas. Allí están Bernardo Gaviño, Pablo Mendoza, los hermanos Ávila, Andrés Chávez, Mariano González, toreros. Mariano Tagle, Manuel de la Barrera, Javier de las Heras, Vicente del Pozo, Manuel Gaviño, Jorge Arellano y Luis G. Inclán que fungieron como empresarios, en tanto que por la parte de los hacendados, existen al menos dos “ganaderías” destacadísimas: Atenco (bajo la égida de José Juan Cervantes y Michaus, que fue último conde de Santiago-Calimaya, así como de Ignacio Cervantes Ayestarán) y El Cazadero, propiedad por aquellos años de José María de la Peña. Al finalizar el siglo XIX, pasó a ser propiedad de Ignacio de la Torre y Mier.

En la anterior relación, vemos ocho veces el nombre de Antonio

López de Santa Anna.  

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Es un hecho que Atenco fue la mayor nutriente de ganado. De un trabajo incluido en mi tesis doctoral [3] concluyo que entre 1815 y 1915 se lidiaron 1116 encierros, de los cuales poco más de 400 se enviaron a las dos plazas de referencia. De ese número ya de por sí importante, Gaviño se enfrentó en 388 ocasiones a los atenqueños, lo que supone un hecho sin precedentes. El Cazadero retomaría en 1851 una vigencia ya adquirida desde el último tercio del siglo XVIII. Incluso hubo en la quinta década del XIX varias competencias de esta con los toros de Atenco, que volvieron a repetirse ya en menor escala y con pocos resultados a finales del mismo siglo. Polvo de aquellos lodos. Pero el que es punto central de este estudio, es un “lenguaje” que se dio no solo en la plaza. De ahí iba al campo, y entonces ese hilo conductor encontraba diálogo en esos dos ámbitos: urbano y rural, lo que da por resultado una serie de expresiones que hoy entenderíamos relajadas, pero que en su momento tenían razón de ser. Tal fenómeno puede explicarse por ejemplo, cuando ponemos la mirada en el cante flamenco. Entre el catálogo de los diversos “palos” con que cuenta la diversidad de su expresión, existe un grupo denominado “cantes de ida y vuelta”, cuyo comportamiento se ha dado entre los viajes que sus diversos exponentes han hecho a través del tiempo en un tránsito habido entre España y América. Otro ejemplo es esa otra tradición de “ida y vuelta” que también se registró, sobre todo durante el virreinato, cuando con el continuo ir y venir de las flotas entre Europa y América, navegaron sin cesar formas y técnicas teatrales de aquella época, mismas que fueron adoptadas y asimiladas por los artistas americanos. En ese sentido, los espectáculos marginales, reflejaron, durante los tres siglos virreinales, “el desarrollo de las diversas habilidades, espectáculos y modas que se sucedieron y, a su vez, los enriquecieron con formas y modalidades propias”.[4] Por lo tanto, y como reitera Maya Ramos Smith: “En el terreno de estas diversiones se realizó un feliz encuentro entre las dos tradiciones y, durante los

Cartel de la plaza de toros del Paseo Nuevo, D.F. 9 de mayo de 1852. Cuadrilla de Bernardo Gaviño, con toros de Atenco, incluyendo, claro está, toros para el coleadero, toro embolado y la participación, entre otros, de Luis Ávila y Magdaleno Vera, como picadores. Col. del autor.

 

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siglos virreinales, los indígenas, con españoles y otros europeos y con criollos y mestizos, compartieron el universo lúdico de los títeres, la acrobacia y demás entretenimientos, en un mosaico multirracial al que, con diferentes habilidades y juegos propios, africanos y orientales se integraron también. Esa convivencia de grupos y tradiciones internacionales, a las cuales los novohispanos harían sus propias aportaciones y añadirían sus creaciones y estilos característicos contribuyó (…) a hacer de la Nueva España una cultura de sorprendente modernidad”.[5] …tal y como también ocurrió en la tauromaquia; no sólo la novohispana. También la decimonónica. El componente taurino estuvo nutrido o integrado de formas que lo mismo aceptaban el campo o la ciudad, con su particular dimensión a la que pertenecían, pues en el campo ocurría en forma natural, espontánea, sin el embozo de la puesta en escena profesional de lo citadino, que requería desde otros ropajes o se sujetaba a usos y costumbres del propio significado profesional que caracterizaba o pretendía caracterizar a una corrida de toros. Las mojigangas formaron parte indispensable durante el desarrollo de las corridas de toros en aquel fascinante siglo XIX mexicano. Cabecera de un cartel taurino. Fuente: Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, “Al sonar el clarín”, 1953. 268 p., ils. Una cosa eran hábitos y arraigos que daban razón de ser a la tauromaquia de esa época y otra, el hecho permisivo de tolerar, enriquecer o matizar el toreo de a pie con todos aquellos añadidos con los que se puede formar un catálogo bastante abultado. El que un festejo fuese distinto a otro, a pesar del poco tiempo de diferencia entre ambos, da idea de que la empresa y los toreros buscaban garantizar posicionamiento, pero sobre todo pingües beneficios económicos. De seguro una mercadotecnia en cierne, y conforme a los dictados de la época así lo hace suponer. Y es precisamente en los carteles donde se afirma ese hecho debido a que echaban mano de un discurso publicitario que debe haber cumplido sus objetivos. Aquí dos ejemplos claves: Gracias a la prensa de la época, podemos enterarnos que el domingo 29 de octubre de 1865, se celebró en la plaza de toros del Paseo Nuevo, un curioso, curiosísimo festejo, en cuyo cartel se anunciaba lo que sigue: Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Toros de Atenco. Cuatro toros de muerte. Dos para el coleadero. Ofrenda y rifa de 10 guajolotes, cada uno con un billete de la lotería de la Virgen, seis carneros y un novillo manso.-Mojiganga de los Hombres gordos de Europa. Toro embolado para los aficionados. La Orquesta, 2ª época, México, jueves 28 de octubre de 1865, T. I., N°94 comentó: “Plaza de toros.

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“Sabemos que la empresa de los cuernos está preparando para el domingo 29 una magnífica función, en la que tendrá lugar la rifa de 10 guajolotes, llevando cada uno un billete entero de la próxima lotería de la Virgen de Guadalupe, de 6 y grandes y gordos carneros y de un hermoso novillo. He aquí la ofrenda que la empresa piensa dar al público que asista a la referida corrida. No es mala, ¿verdad? Sobre todo, señores Los guajolotes, Que llevarán cual novias Ricas, sus dotes. Luego el novillo. Y además los carneros… Ir es preciso. Dos días antes, en LA SOMBRA, D.F., del 27 de octubre de 1865, ya se relamían los bigotes, y el poeta anónimo nos obsequia una curiosa descripción sobre los “sentimientos encontrados” que percibió en algunos sectores de aquella sociedad capitalina. NOVEDADES. Muy pródigo está el tiempo en aventuras; Se nos hacen saber cosas ignotas, Destiérrense las penas y amarguras De lágrimas no viertan gruesas gotas Tenemos paz, felicidad, dulzuras De disidentes hay grandes derrotas, Y puesto que está el tiempo ya tan vario, Gozar y divertirse es necesario. Todo en la capital bulle y rebulle, Por dó quiera se miran novedades. ¡Oh qué hermoso es tener quien a uno arrulle Al hallarse en las últimas edades! El que no duerme o mama, bien engulle, Pues todas son aquí felicidades, Este tiempo dicho será eterno Que bien montado está, y a lo moderno. Prepárense en la plaza grandes cosas, Salones en el centro se levanta, Grandes circos, maromas asombrosas, Que dizque aterran bien, si no es que espantan, En las calles las gentes presurosas Se atropellan, se pisan, se atarantan, Y demostrando está bien su alegría Que esperan de los muertos el gran día.

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Pero no es esto todo, ya desde antes Diversiones sin se nos ofrecen: A la ópera se van los diletantes Que pasar un buen rato bien merecen, Cierto es que quieren ser buenos cantantes Aunque siempre de voces adolecen; Pero saben la nota tanto tanto, Que aprenden desde luego bien el canto. Hay otros que no pierden la costumbre Y se van apoyados en su báculo Unas veces al patio o la techumbre, Al Nacional nombrado hoy espectáculo, Y desde la soberbia altiva cumbre Escuchan con placer, sin grande obstáculo Cierto ruido confuso o alharaca, Música nacional, música austriaca. Otros esperan ver grandes corridas De toros, lazar brutos y valientes, Apuestas se hacen, juéganse partidas Entre ciertas y ciertas gentes, No queremos decir que sean perdidas Que personas son siempre muy decentes; Pero que al ver tan solo un par de cuernos Brincan como se brinca en los infiernos. Ya que hablamos de toros os diremos Que veáis en el cartel qué cosas raras Para el domingo próximo tenemos, Las entradas nos dicen no son caras, Y a más de diversión rifa hallaremos Que mosca podrá dar, la cosa es clara, Y además se tendrán en unos lotes, Dicen, gordos, soberbios guajolotes. México es hoy la tierra de placeres, De entusiasmo sin fin, de diversiones; La cuna de hermosísimas mujeres El centro, la reunión de papalones, Y pues se hallan aquí tan grandes seres, Donde siempre se vive de ilusiones En México vivimos y a porfía Gozando del placer y la alegría. Anónimo.

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Pues bien, la corrida se desarrolló al estilo de lo indicado en el cartel, lo cual significa que fue un acontecimiento entre alucinante y fascinante. En algún intermedio se llevó a cabo el anunciado “sorteo” y he aquí los resultados, mismos que se publicaron en LA SOMBRA, D.F., del 31 de octubre de 1865: PLAZA DE TOROS. Se nos remite para su publicación lo siguiente: Lista de los números premiados en la rifa de 10 guajolotes, 6 carneros y 1 novillo, que tuvo verificativo el 29 de octubre. Guajolotes.-Números premiados: 132, 801, 1150, 1871, 2533, 3668, 3928, 5490, 5720y 6853. Carneros.-Números premiados: 1500, 2587, 2642, 4258, 5796 y 6833. Novillo.-9184 Además, se incluye en esta nota, el efecto que produjo una “falsa alarma” que circuló por esos días en La Nación y que la propia Sombra se encargó de desmentir. “El Sr. Gaviño hace presente, tanto a su familia ausente como al público en general, que no es cierto haya muerto, como han publicado algunos periódicos de esta capital”. La Sombra añade: (…) la culpa del notición, que no ha sido mal petardo para el Valiente Bernardo, que lo diga la Nación. Si alguno de ustedes posee el o los boletos premiados, favor de dirigirse a las oficinas de la plaza de toros “Paseo Nuevo”, domicilio conocido, de la ciudad de México para, en el acto, hacerles entrega, ya sea de un guajolote, un carnero o del novillo que fueron rifados. (El último párrafo ha sido una ocurrencia del responsable de esta ponencia. N. del A.) Viene aquí el otro documento: Cartel de la plaza de toros DEL PASEO NUEVO para el domingo 2 de diciembre de 1866. Ilustrado por Alejandro Campillo. PLAZA DE TOROS DEL PASEO-NUEVO. / GRAN FUNCIÓN EXTRAORDINARIA / A BENEFICIO / DE BERNARDO GAVIÑO, / PARA EL / DOMINGO 2 DE DICIEMBRE DE 1866. / Cuadrilla del beneficiado.-Toros de muerte de la muy acreditada hacienda de Atenco.-Novillos / para coleadero, por parejas, con sus premios.-Torete para la mojiganga denominada: UN / CASAMIENTO DE INDIOS EN

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TEHUANTEPEC.-Banderillas a pie por el be- / neficiado, alternando con los picadores.-Banderillas a caballo. -Magní- / ficos FUEGOS ARTIFICIALES, por el hábil pirotécnico D. / Severino Jiménez. Siempre que llega un día como el de hoy, quiero decir, el día de mi beneficio, acudo a mi imaginación para poder confeccionar un anuncio que merezca el ser, ya que no de alguna capacidad para expresarme como hombre instruido, al menos para manifestar al respetable público de esta Capital, lo agradecido que le estoy en los largos años que me ha favorecido con su presencia, cada vez que me he presentado a trabajar en mi difícil y arriesgado arte de Tauromaquia; pero por más esfuerzos que hago para ello, no encuentro las palabras, y es tanto lo que me confundo, que me quedo sin decir nada. “Por la misma razón, y creyendo, de que tanto mis amigos como el público en general, a quien dedico este beneficio, habrán comprendido lo que yo no puedo explicarlo, (por lo que) pongo punto final, y pongo a continuación el siguiente programa y ORDEN DELA FUNCIÓN 1º.-Se dará principio a la corrida con TRES ARROGANTES Y BRAVOS TOROS DE MUERTE De la hacienda de ATENCO 2º.-Concluida la lid del tercer toro, se procederá al COLEADERO DE TRES NOVILLOS Para el efecto. Estos serán coleados por parejas y el que lograre el dar CAIDA REDONDA tendrá un PREMIO DE UNA FLOR, conteniendo su respectivo ESCUDO DE ORO. 3º.-Se procederá a la presentación de la graciosísima MOJIGANGA, denominada: UN CASAMIENTO DE INDIOS / EN TEHUANTEPEC, La que lidiará un BRAVO TORETE de la misma hacienda de Atenco, y el cual será matado porla Novia India. 4º.-A continuación de la conclusión de la mojiganga, se lidiarán a muerte los Toros que se puedan mientras durare la luz del día. 5º.-Cuando ya la luz del día haya terminado, SE ILUMINARÁLA PLAZAcon hermosos FUEGOS DE BENGALA, HACHONES DE VIENTO y FAROLES en los

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tránsitos de las lumbreras; e inmediatamente se empezarán a quemar los magníficos FUEGOS ARTIFICIALES, Con los que terminará la función. El beneficiado pide indulgencia a sus amigos y al público en general que asista a esta función, a Lumbreras y tendido de Sombra, por el aumento de dos reales en la entrada que hace en esta corrida, por motivo de haber tenido que erogar gastos muy crecidos para presentar una diversión que cree será del agrado de sus favorecedores; si lo logra, nada más le queda qué desear a Bernardo Gaviño. Tip. Del Comercio, Cordobanes núm. 8.

Detalle del cartel que se menciona en esta parte de la ponencia. Col. del autor.

Como resultado de esa comunicación, todavía en nuestros tiempos es posible el desarrollo de mojigangas, jaripeo, coleo, manganeo, realizados a campo abierto o en lienzos charros, pero ya no en las plazas. Tal enigma es muy fácil entenderlo si se tiene claro que al madurar la tauromaquia, esta se impuso definitivamente en las plazas de toros, en tanto que todos aquellos aderezos encontraron acogida en el campo o en el lienzo como extensión de su

 

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continuidad. Por eso, y entre otras cosas, campo y ciudad se tornaron espacios de experimentación pero también de afirmación. No siendo suficientes estas razones, empresa y toreros en armonía con las costumbres y los arraigos, recurrió al teatro, y lo hizo también con pirotécnicos como Severino Jiménez, personaje que hacia los años 60 del siglo XIX fue requerido en infinidad de ocasiones para que se luciera en el uso de la pólvora y la pirotecnia. Mencionado en su momento, Luis G. Inclán no sólo en la teoría, también en la práctica supo encontrar formas que, concebidas en el campo, podían ser posibles en la plaza. Es de reconocer que lo suyo no era nada nuevo. Se respiraba en el ambiente de la plaza el olor a campo, aroma que venía de muchos años atrás, considerando la fuerte carga del México rural. Pero para que esto sucediera tuvieron que darse una serie de respuestas al fuerte clima de inestabilidad que enfrentaba el país. Sabiendo que los enfrentamientos entre facciones, liberales, conservadores, militares y hasta religiosos, dio pauta para que hubiese una reivindicación de la literatura de costumbres que empezó a tomar forma desde esos años que ahora se tratan, y que culminaron intensos con la aparición de “Astucia”, “El mendigo de San Ángel” de Niceto de Zamacois, los “Bandidos de Río Frío” de Manuel Payno, o “El Zarco” de Ignacio Manuel Altamirano. En dichas obras queda un registro de diversos escenarios que se materializaban en el ámbito rural y eso, en buena medida se retrató en las plazas de toros y en el campo bravo, no como una vertiente paralela, sino como elementos naturales de las obras aquí referidas. Y es que no necesariamente algunos de estos autores deberían contar con una inclinación hacia el fenómeno de la tauromaquia, pero estaba tan insertada en las costumbres que llegó a convertirse en un elemento más de la vida cotidiana. Que cada autor le diera el sentido a la intención literaria es otra cosa. Al retomar el asunto de estos apuntes, debo afirmar que los toros alcanzaron entre los años de 1835 y 1867 unas cotas sin precedentes. Avanzado el siglo XIX, aparecieron los hermanos Ávila, de quienes me referiré a partir de un texto escrito previamente.[6] El caso de los hermanos Ávila se parece mucho al de los Romero, en España. Sóstenes, Luis, José María y Joaquín Ávila (al parecer, oriundos de Texcoco) constituyeron una sólida fortaleza desde la cual impusieron su mando y control, por lo menos de1808 a1858 en que dejamos de saber de ellos. Medio siglo de influencia, básicamente concentrada en la capital del país, nos deja verlos como señores feudales de la tauromaquia, aunque por los escasos datos, su paso por el toreo se hunde en el misterio, no se sabe si las numerosas guerras que vivió nuestro país por aquellos años nublaron su presencia o si la prensa no prestó toda la atención a sus actuaciones. Sóstenes, Luis y José María (Joaquín, mencionado por Carlos María de Bustamante en su Diario Histórico de México, cometió un homicidio que lo llevó a la cárcel y más tarde al patíbulo) establecieron un imperio, y lo hicieron a

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base de una interpretación, la más pura del nacionalismo que fermentó en esa búsqueda permanente de la razón de ser de los mexicanos. Un periodo irregular es el que se vive a raíz del incendio enla Real Plazade Toros de San Pablo en 1821 (reinaugurada en 1833) por lo que, un conjunto de plazas alternas, pero efímeras al fin y al cabo, permitieron garantías de continuidad. Aún así, Necatitlán, El Boliche,la Plaza Nacionalde Toros,La Lagunilla, Jamaica, don Toribio, sirvieron a los propósitos de la mencionada continuidad taurina, la que al distanciarse de la influencia española, demostró cuán autónoma podía ser la propia expresión. ¿Y cómo se dio a conocer? Fue en medio de una variada escenografía, no aventurada, y mucho menos improvisada al manipular el toreo hasta el extremo de la fascinación, matizándolo de invenciones, de los fuegos de artificio que admiran y hechizan a públicos cuyo deleite es semejante al de aquella turbulencia de lo diverso. De seguro, algún viajero extranjero, al escribir sus experiencias de su paso por la Ciudadde México, lo hizo luego de presenciar esta o aquella corrida donde los Ávila hicieron las delicias de los asistentes en plazas como las mencionadas. De ese modo, Gabriel Ferry, seudónimo de Luis de Bellamare, quien visitó nuestro país allá por 1825, dejó impreso en La vida civil en México un sello heroico que retrata la vida intensa de nuestra sociedad, lo que produjo entre los franceses un concepto fabuloso, casi legendario de México con la intensidad fresca del sentido costumbrista. Tal es el caso del “monte parnaso” y la “jamaica”, de las cuales hizo un retrato muy interesante. En el capítulo “Escenas de la vida mejicana” hay una descripción que tituló “Perico el Zaragata”, el autor abre dándonos un retrato fiel en cuanto al carácter del pueblo; pueblo bajo que vemos palpitar en uno de esos barrios con el peso de la delincuencia, que define muy bien su perfil y su raigambre. Con sus apuntes nos lleva de la mano por las calles y todos sus sabores, olores, ruidos y razones que podemos admirar, para llegar finalmente a la plaza. Nunca había sabido resistirme al atractivo de una corrida de toros -dice Ferry-; y además, bajo la tutela de fray Serapio tenía la ventaja de cruzar con seguridad los arrabales que forman en torno de Méjico una barrera formidable. De todos estos arrabales, el que está contiguo a la plaza de Necatitlán es sin disputa el más peligroso para el que viste traje europeo; así es que experimentaba cierta intranquilidad siempre lo atravesaba solo. El capuchón del religioso iba, pues, a servir de escudo al frac parisiense: acepté sin vacilar el ofrecimiento de fray Serapio y salimos sin perder momento. Por primera vez contemplaba con mirada tranquila aquellas calles sucias sin acercas y sin empedrar, aquellas moradas negruzcas y agrietas, cuna y guarida de los bandidos que infestan los caminos y que roban con tanta frecuencia las casas de la ciudad

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Y tras la descripción de la plaza de Necatitlán, el “monte parnaso” y la “jamaica”, (…)El populacho de los palcos de sol se contentaba con aspirar el olor nauseabundo de la manteca en tanto que otros más felices, sentados en este improvisado Elíseo, saboreaban la carne de pato silvestre de las lagunas. -He ahí- me dijo el franciscano señalándome con el dedo los numerosos convidados sentados en torno de las mesas de la plaza, lo que llamamos aquí una “jamaica”. La verdad que poco es el comentario por hacer. Ferry se encargó de proporcionarnos un excelente retrato, aunque es de destacar la actitud tomada por el pueblo quien de hecho pierde los estribos y se compenetra en una colectividad incontrolable bajo un ambiente único. De todos modos, lo poco que sabemos de ellos es gracias a los escasos carteles que se conservan hoy en día. Son apenas un manojo de “avisos”, suficientes para saber de su paso por la tauromaquia decimonónica. Veamos qué nos dicen tres documentos. 13 de agosto de 1808, plaza de toros “El Boliche”. “Capitán de cuadrilla, que matará toros con espada, por primera vez en esta Muy Noble y Leal Ciudad de México, Sóstenes Ávila.-Segundo matador, José María Ávila.-Si se inutilizare alguno de estos dos toreros, por causa de los toros, entonces matará Luis Ávila, hermano de los anteriores y no menos entendido que ellos. Toros de Puruagua”. Domingo 21 de junio de 1857. Toros enla Plaza Principalde San Pablo. Sorprendente función, desempeñada por la cuadrilla que dirigen don Sóstenes y don Luis Ávila. “Cuando los habitantes de esta hermosa capital, se han signado honrar á la cuadrilla que es de mi cuidado, la gratitud nos estimula á no perder ocasión de manifestar nuestro reconocimiento, aunque para corresponder dignamente sean insuficientes nuestros débiles esfuerzos; razón por lo que de nuevo vuelvo a suplicar á mis indulgentes favorecedores, se sirvan disimularnos las faltas que cometemos, y que á la vez, patrocinen con su agradable concurrencia la función que para el día indicado, he dispuesto dar de la manera siguiente: Seis bravísimos toros, incluso el embolado (no precisan su procedencia) que tanto han agradado á los dignos espectadores, pues el empresario no se ha detenido en gastos (…)”. Aquella tarde se hicieron acompañar de EL HOMBRE FENÓMENO, al que, faltándole los brazos, realizaba suertes por demás inverosímiles como aquella “de hacer bailar y resonar a una pionza, ó llámese chicharra”.

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Plaza de toros del Paseo Nuevo. Domingo 7 de febrero de 1858, donde además de la presentación de Bernardo Gaviño, este se hizo acompañar, entre otros, por Alejo Garza El Hombre Fenómeno, a quien se puede apreciar en este detalle. Col. del autor.

Al parecer, con la corrida del domingo 26 de julio de 1857 Sóstenes y Luis desaparecen del panorama, no sin antes haber dejado testimonio de que se enfrentaron aquella tarde a cinco o más toros, incluso el embolado de costumbre. Hicieron acto de presencia en graciosa pantomima los INDIOS APACHES, “montando á caballo en pelo, para picar al toro más brioso de la corrida”. Uno de los toros fue picado por María Guadalupe Padilla quien además banderilló a otro burel. Alejo Garza que así se llamaba EL HOMBRE FENÓMENO gineteó “el toro que le sea elegido por el respetable público”. Hubo tres toros para el coleadero. “Amados compatriotas: si la función que os dedicamos fuere de vuestra aprobación, será mucha la dicha que logren vuestros más humildes y seguros servidores: Sóstenes y Luis Ávila”. Todavía la tarde del 13 de junio de 1858 y en la plaza de toros del Paseo Nuevo participó la cuadrilla de Sóstenes Ávila en la lidia de toros de La Quemada. Destacan algunos aspectos que obligan a una detenida reflexión. Uno de ellos es que de 1835 (año de la llegada de Bernardo Gaviño) a 1858, último de las actuaciones de los hermanos Ávila, no se encuentra ningún enfrentamiento entre estos personajes en la plaza. Tal aspecto era por demás obligado, en virtud de que desde 1808 los toreros oriundos de Texcoco y hasta el de 58, pasando por 1835 adquirieron un cartel envidiable, fruto de la consolidación y el control que tuvieron en 50 años de presencia e influencia. Otro, que también nos parece interesante es el de su apertura a la diversidad, esto es, permitir la incorporación de elementos ajenos a la tauromaquia, pero que la enriquecieron de modo prodigioso durante casi todo el siglo XIX, de manera ascendente hasta encontrar años más tarde un repertorio

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completísimo que fue capaz de desplazar al toreo, de las mojigangas y otros divertimentos me ocuparé en detalle más adelante. Los Romero, que en realidad son cinco: Francisco y sus hijos: Juan Gaspar, José, Pedro y Antonio, representaron la raíz y el primer tronco del toreo estimado como de a pie, y que cubrió un periodo de1725 a1802. Además, la etiqueta escolar identifica a regiones o a toreros que, al paso de los años o de las generaciones consolidan una expresión que termina particularizando un estilo o una forma que entendemos como originarias de cierta corriente muy bien localizada en el amplio espectro del arte taurino. Después encontramos a Bernardo Gaviño. El mestizaje como fenómeno histórico se consolida en el siglo antepasado y con la independencia, buscando “ser” “nosotros”. Esta doble afirmación del “ser” como entidad y “nosotros” como el conjunto todo de nuevos ciudadanos, es un permanente desentrañar sobre lo que fue; sobre lo que es, y sobre lo que será la voluntad del mexicano en cuanto tal. Históricamente es un proceso que, además de complicado por los múltiples factores incluidos para su constitución, transitó en momentos en que la nueva nación se debatía en las luchas por el poder. Sin embargo, el mestizaje se yergue orgulloso, como extensión del criollismo novohispano, pero también como integración concreta, fruto de la unión del padre español y la madre indígena. Conforme avanza el siglo XIX, el proyecto de patria provoca que el mexicano vaya buscando y encontrándose así mismo, con todas sus utopías, pero también con todas sus realidades que limitadas o no, viables o no en ese nuevo estado en el que ahora conviven y convivimos, hacen de ese siglo una de las aventuras más fascinantes, por complicadas, bajo tiempos difíciles entre la inercia del intento por vivir en el progreso; porque lo único que encuentran es un regreso o estancamiento que parece no identificarse con una meta que, entre otras cosas, busca símbolos de lo nacional, sin soslayar herencias de tres siglos coloniales.

Escuela “rondeña” o “sevillana” en España; “mexicana” entre nosotros, no son más que símbolos que interpretan a la tauromaquia, expresiones de sentimiento que conciben al

toreo, fuente única que evoluciona al paso del tiempo, rodeada de una multitud de ejecutantes.

 

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Los mexicanos pintados por sí mismos de Hesiquio Iriarte (1854) que reúne autores como Hilarión Frías y Soto y Niceto de Zamacois, entre otros, es un tesoro iconográfico del costumbrismo decimonónico, vivo reflejo de la sociedad, retrato que se identifica con la forma de ser del mexicano. Me atrevo a decir que a dicha obra faltó el capítulo distintivo de las corridas de toros, diversión popular que arraigó poderosamente al consumarse la conquista. De alguna manera el mexicano en cuanto tal la enriqueció, inyectándole un carácter que se iba identificando pero también diferenciando del español, aunque sin perder sus raíces, por lo que sólo la forma, pero no el fondo se modificó luego del paso de aquellos trescientos años de dominio colonial. Como ya vimos, al independizarnos: el “ser” por y para “nosotros” le da una nueva apariencia al toreo que en consecuencia lo torna cada vez más “nacionalista”. Bajo esta premisa, el arribo del torero español Bernardo Gaviño y Rueda a México en 1835 produce un giro radical en la expresión hasta entonces vigente. La tauromaquia se reactiva gracias a la participación de varias generaciones de diestros que nutren constantemente un quehacer que parece estancarse en medio de cierto enrarecido ambiente. Bernardo entendió que al hacerse valer como español y como torero corría el peligro de ser rechazado por mexicanos que se están definiendo como parte del nuevo estilo de vida que han adquirido apenas unos años atrás a la aparición de Gaviño en el panorama. Por eso fue que asumió un carácter que hizo suyo, y como he dicho en muchas ocasiones: Bernardo acabó mexicanizándose; acabó siendo una pieza del ser mestizo. Cuando Bernardo llegó a nuestro país entre 1829 y 1834, de inmediato organizó cuadrillas y recorrió el país mexicano, despertando en todas las regiones la afición al espectáculo que, aunque no era desconocido, por los muchos españoles que había en el territorio (muy a pesar de la expulsión que sufrieron hasta antes de 1836, año en que España reconoce la independencia de México), ofrecía novedad como Gaviño lo presentaba. Gaviño se ajustó a los gustos del público y creó una manera especial de toreo. Los picadores montaban en caballos con el pecho y ancas cubiertos de cuero y no picaban a los toros, sino que los pinchaban en cualquier sitio. Los banderilleros clavaban invariablemente tres pares, repartidos por todo el cuerpo de la res y, cuando sonaba el clarín, salía Gaviño con un capote arrollado a un palo en la mano

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izquierda, y después de dar tres o cuatro lances, se colocaba a la derecha del toro con el capote extendido, hacía con éste un movimiento hacia la derecha del toro y al tiempo que el toro embestía al trapo, le introducía en la tabla del cuello, casi siempre bajo, el estoque, que sacaba inmediatamente, dando una vuelta sobre los talones y mostrando al aire el acero victorioso al tiempo que la degollada res rodaba. Con alrededor de 57 años de vida profesional entre España, Uruguay, Cuba, Perú y México este importante torero decimonónico no podía ser olvidado de un plumazo, menos cuando el balance de actuaciones alcanza en ese número de años la friolera de 721 tardes donde su nombre figuró en los carteles. Es por eso que el presente esfuerzo busca reafirmarlo, otorgándole y reconociéndole los méritos que acumuló en tiempo de ejercicio tan prolongado, siendo uno de los pocos casos que, por excepcionales en cuanto a longevidad, se registran en los anales del toreo. Pedro Romero mataba toros a los 80 años de edad. Bernardo lo hizo hasta los 73. En nuestros días, el caso recae en la figura mítica de “Curro” Romero quien a sus 65 años sigue siendo el consentido, sobre todo en Sevilla, donde sus partidarios le prodigan afectos, a pesar de sus contrastes. Asimismo, no podemos olvidar el caso “extraordinario” que escenificó Antonio Chenel “Antoñete” justo el 24 de junio de 1998 en la plaza de toros de LAS VENTAS, al celebrar sus 66 años de vida ocasión que aprovechó para vestirse de lila y oro y lidiar dos toros de “Las Ramblas” como homenaje a la afición de Madrid. Esa tarde, dicen las crónicas, estuvo sencillamente magistral, al demostrar la summa de sus facultades todas, recordando que summa es la reunión de experiencias que recogen el saber de una gran época. Como vemos, no son muchos los casos de longevidad que guarden esa dimensión maravillosa de la permanencia. Por otro lado, y como dice Artemio de Valle Arizpe: lamentablemente “(…) quebró la casa de comercio en la que [Bernardo Gaviño] tenía depositados sus ahorros, cosa de ochenta mil pesos, y pronto como había hecho demasiados gastos quedó perdido y miserable para toda la vida. Pero no vino sola la pobreza, sino que se presentó acompañada de su corte de enfermedades y achaques que lo redujeron a muy triste estado. Del gran fausto fue bajando a suma estrechez. Pasaba muchas necesidades y menguas. Se le metió la desventura en los huesos”. Hasta aquí la cita. Pobre, muy pobre acepta firmar un contrato para torear en Texcoco. El desenlace, como todos ustedes saben, sobrevino luego de varios días de agonía tras recibir tremenda cornada, muriendo a consecuencia de ella, el 11 de febrero de 1886. El mestizaje en el que se envuelve Bernardo Gaviño permitió que actuara incontables tardes en ruedos de nuestro país, lo mismo en la ciudad de México que en Toluca o Puebla. También en Morelia o en sitios tan alejados como Durango y Chihuahua. Más allá de nuestras fronteras, Perú, Cuba y Venezuela

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fueron lugares donde su nombre y sus triunfos coquetearon con la fama. Pero lo más destacable en todo esto es la escuela y la enseñanza que heredó entre toreros de diversas generaciones, siendo uno de ellos, Ponciano Díaz, el alumno que descolló y sobresalió con mayor fuerza hasta convertirse en el diestro de la resonancia que hoy entendemos al cumplirse el siglo cabal de su muerte en 1999. Bernardo Gaviño no es una casualidad para la historia taurina en el México del XIX. Su presencia perfila el destino de aquel espectáculo matizado por la invención permanente y efímera al mismo tiempo, en la que una corrida era diferente a la otra, presentando diversidad de cuadros que hoy pudieran resultarnos increíbles por su riqueza de

contenido. En medio de aquel ambiente, Gaviño protagonizaba como actor, el papel principal, permitiendo que la fiesta discurriera deliberadamente tal y como lo anunciaban los carteles. Algo que no puede dejar de mencionarse, es el hecho rotundo de que su trayectoria en los toros en esos 57 años en América, desde su llegada en 1829 a Montevideo, y el momento de su percance mortal en Texcoco a principios de 1886, demuestran que es una de las más largas carreras en la Tauromaquia universal. El poco tiempo que le debe haber tomado alguna práctica, ya en el matadero, ya en alguna plaza de la región andaluza –que no sabemos con precisión cuanto pudo ser-, debido más bien a su corta edad, también se suma a ese largo recorrido que acumuló infinidad de anécdotas, hazañas, desilusiones, actitudes, gestas…, recuerdos como el que ahora proponemos, el de un perfil biográfico donde pudimos entender no solo al personaje de leyenda. También al hombre de carne, hueso y espíritu. Su actividad encierra importantes, muy importantes situaciones que le dieron a la tauromaquia nacional el valor, la riqueza, elementos con los cuales hoy comprendemos tan importante dimensión. La influencia de Gaviño durante buena parte del siglo XIX fue determinante, y si el toreo como expresión gana más en riqueza de ornamento que en la propia del avance, como se va a dar en España, esto es lo que aporta el gaditano al compartir con muchos mexicanos el quehacer taurino, que transcurre deliberadamente en medio de una independencia que se prolongó hasta los años en que un nuevo grupo de españoles comenzará el proceso de reconquista. Solo Francisco Jiménez “Rebujina” conocerá y alternará con Gaviño en su etapa final. José Machío, Luis Mazzantini, Diego Prieto, Manuel

Retrato de Bernardo Gaviño. Recreación del pintor mexicano Antonio Navarrete.  

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Mejías o Saturnino Frutos ya solo escucharán hablar de él, como otro coterráneo suyo que dejó testimonio brillante en cientos de tardes que transcurrieron de 1835 a 1886 como evidencia de su influjo en la tauromaquia mexicana de la que ha dicho Carlos Cuesta Baquero, autor imprescindible en el análisis de un trabajo que concluye con esta sentencia: NUNCA HA EXISTIDO UNA TAUROMAQUIA POSITIVAMENTE MEXICANA, SINO QUE SIEMPRE HA SIDO LA ESPAÑOLA PRACTICADA POR MEXICANOS influida poderosamente por el torero de Puerto Real, España, Bernardo Gaviño y Rueda. En este personaje se deben encontrar los verdaderos cimientos de creación de la que en su tiempo se llamó “escuela mexicana”, como lo afirmaba una publicación taurina española hace poco más de un siglo.[7] El papel de Pablo y Benito Mendoza. Tomás y José María Hernández, Pablo y Benito Mendoza. Tomás y José María Hernández fuera del espacio taurino decimonónico, serían cuatro ilustres desconocidos. Pasada la segunda mitad del siglo XIX surgieron estos protagonistas que parecen ocupar papeles secundarios y por eso la historia, junto a la escasez de testimonios no los valora en su exacta dimensión. Pero los cuatro, cada quien en su propio espacio, supieron forjar hazañas que buscaremos contar, a partir de diversos documentos que nos dan idea cabal de su existencia. Tengo ante mi vista un cartel que corresponde a la tarde del domingo 6 de septiembre de 1857. Aquella jornada, ocurrida en la plaza principal de toros, “en la de San Pablo”, se presentó Pablo Mendoza con su cuadrilla, en estos términos:

PLAZA PRINCIPAL DE TOROS

EN LA DE SAN PABLO. Domingo 6 de septiembre de 1857

La empresa de esta plaza, que sólo anhela á proporcionar al respetable público

de esta capital, el que en los espectáculos que en ella tengan lugar, sean variados y desempeñados por las personas más inteligentes en el arte de

torear, no ha omitido sacrificios ni gastos para formar una compañía de lo más escogido: al efecto, la que el día enunciado dará principio á sus tareas será

comandada por el hábil cuanto diestro mexicano

PABLO MENDOZA, el que infinitamente ha adelantado en tan arriesgada profesión, la ha formado

con acuerdo de la empresa con los individuos que abajo se expresan para conocimiento de los aficionados á esta diversión, que tan bondadosamente la

honra en la plaza.

La empresa, pues, espera que tanto los españoles residentes en esta capital, que están acostumbrados a ver en su país las selectas y hábiles cuadrillas de

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lidiadores de toros, así como muchos mexicanos que en el espresado país también las han visto, y todos los que en las diversas ocasiones han

presenciado en esta capital y en las de los Estados de la República el trabajo de variadas compañías, darán por sin duda su calificación favorable á la

presente, la que á más de su diestra habilidad, está resuelta a desempeñar sus tareas con gusto, actividad y esmero.

SEIS FAMOSOS TOROS

de la estancia de Cerro-Bravo serán los que se presenten á la lid la tarde de este día; y como no habían visto gente hasta el tiempo que fueron á cogerlos en la estancia espresada, costó infinito trabajo para reunirlos; de manera que

han dado mucho quehacer en el camino á sus conductores, y por lo mismo están tan soberbios y arrogantes, que merecen en sus juegos los aplausos

debidos a su valentía.

TRES TOROS

para el coleadero cubrirán los intermedios, dando fin la función con el TORO EMBOLADO de costumbre, para los aficionados.

PERSONAL DE LA CUADRILLA

CAPITÁN Y PRIMERA ESPADA

PABLO MENDOZA

PRIMEROS PICADORES Serapio Enriquez Caralampio Acosta

SEGUNDOS PICADORES

Teodoro Villaseñor Diego Olvera

Joaquín Carretero Antonio Rea.

SEGUNDA ESPADA Y BANDERILLERO, Pedro Córdova.

BANDERILLEROS

Victoriano Guevara Francisco Contreras Silverio Cuenca Félix Castillo

CHULILLO

Eugenio Friact.

LOCOS José María Vargas Tranquilino Fernández

CACHETERO Víctor Reyes

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LAZADORES

Antonio Leiva.-Amado Guzmán.-Estanislao Franco

Pablo Mendoza repitió en la misma plaza ocho días después (con la salvedad que dicha corrida “no se dió el día que anuncia este programa sino el día

20…”).

Regresó a la capital del país el domingo 25 de octubre del mismo año, lidiando

CINCO SOBRESALIENTES TOROS. Después de recibir la muerte el segundo toro, se echarán a volar para dentro

de la plaza, del alto de las cuatro puertas del circo de ellas,

DIEZ Y SEIS PALOMAS adornadas con listones y monedas de ORO Y PLATA cada una, para que las

tomen las personas adonde ellas vayan á parar en su vuelo.

Los demás intermedios serán cubiertos por

DOS TOROS PARA EL COLEADERO; dando fin la función con

UN SOBERBIO TORO EMBOLADO de costumbre para los aficionados.

El cartel de dicha ocasión. Col. del autor.

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Continuando con la nómina de actuaciones donde aparece Pablo Mendoza, encuentro que durante varias tardes de aquel año de 1857 tuvo sí, sus primeras incursiones en la lidia de toros bravos. Ese año también fue crucial en el sentido de que fueron expedidas las Leyes de Reforma, divididas en los siguientes rubros: -Ley Juárez (1856), que fue el primer intento de igualdad civil, suprimiendo tribunales especiales. Siguieron subsistiendo los militares y eclesiásticos, pero sin meterse con asuntos civiles. -Ley Lerdo, que consideró la desamortización de los bienes de las corporaciones civiles y eclesiásticas. -Ley Lafragua, que reglamentó la libertad de prensa, eliminando las restricciones existentes desde la época de Santa Anna. -Ley Orgánica del Registro Civil, con lo que se le da cuerpo al registro civil y

se le quitan dichas funciones a la Iglesia. -Ley Iglesias, ley sobre obvenciones parroquiales donde se suprime el pago obligatorio de derechos sobre los sacramentos (bautismos, casamientos, entierros, etc.) Pero el domingo 1º de noviembre del referido año 1857, Pablo Mendoza y su cuadrilla se presentan en la plaza principal de toros en San Pablo, donde además se incluyó la “jocosa pantomima compuesta de dos Chinanecas, las muertes, o los Amantes de Teruel, a picar y banderillar al TORO NAHUAL”. Luego, en la misma plaza y el 22 de noviembre de 1857 se presentó un espectáculo harto interesante, variado y que, por su extensión me es imposible reproducir. Después de una ascensión en globo aerostático por parte del “joven mexicano Manuel M. de la Barrera y

Armando de María y Campos: Imagen del mexicano en los toros. México, “Al sonar el clarín”, 1953. 268 p., ils.  

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Valenzuela”, se efectuó una corrida de toros, bajo la dirección del hábil tauromáquico PABLO MENDOZA. Las tardes del domingo 29 de noviembre, 6 y 13 de diciembre de 1857 también se agregan seguramente, a la larga nómina de actuaciones que acumuló Pablo Mendoza. Armando de María y Campos nos cuenta un capítulo más de los Mendoza. DEBUTAN LOS NIÑOS TOREROS HIJOS DE PABLO MENDOZA (11 de enero de 1858) El domingo 11 de enero de 1858 (aclaro, el día correcto es el 10, tengo ante mi vista la mencionada “tira”. N. del A.), se celebró en la plaza principal de San Pablo, una corrida mixta con el concurso del entonces diestro mexicano Pablo Mendoza y con el aliciente de la presentación de una Cuadrilla de Niños, en la que figuraban dos hijos del célebre lidiador aborigen. Un programa de esa fecha me proporciona preciosos datos del espectáculo, ya que de ese festejo no publicaron reseñas los diarios metropolitanos al día siguiente. “Los toros de Cazadero -dice la tira- que justamente han tenido nombradía, y que el público ya los ha visto, harán que nadie deja de concurrir a la plaza; por ser los toros de una raza que ha dejado mucha fama en la de Querétaro, en donde los jugó el inteligente Pablo Mendoza, quien habiéndolos elogiado, tanto por su hermosa presencia, como por su bravísima condición, no se dudó un momento de mandarlos traer; y se lidiarán la tarde citada, por primera vez en la presente temporada, asegurando los que los han escogido, que desde luego no tendrán competidores. “La valiente Cuadrilla de Pablo Mendoza -sigue diciendo la tira, impresa en la Tipografía de M. Murguía-, lidiará, banderilleará y dará muerte a los toros que la luz de la tarde le permita”. “Para amenizar más esta famosa corrida, se presentará también a picar, a banderillear y a dar muerte bravos toretes, una Cuadrilla de Niños, adiestrada y ensayada por el experto capitán Pablo Mendoza, en cuya cuadrilla trabajarán dos de sus hijos, los que con tantos aplausos y gusto del respetable público, ejecutarán los lances de la tauromaquia”. Por el texto copiado nos enteramos de que por aquellos días se podían organizar festejos taurinos sin prevenir cuántos toros se lidiarán “mientras la luz lo permitiera”. No aclara la tira si la cuadrilla de Niños Toreros lidiaba sus toretes antes o después que lo hiciera el matador encargado de la lidia formal, o en algunos de los intermedios de los muchos que había durante el festejo, como lo demuestra la “nota” que trae el programa que uso para redactar esta efemérides. Dice la “nota” que “habrá también dos toros para

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Coleadero, que cubrirán los intermedios, terminando la función con un excelente toro embolado para los aficionados”. El programa contiene otra interesante “nota” que permite al lector imaginar el espectáculo. “La entrada a la media sombra, será por la puerta que ve al Paseo de la Viga, y la venta de estos boletos por una ventana de la Administración y los demás boletos y lumbreras se expenderán en la Administración de esta plaza, desde las doce del día anterior a la función, hasta la hora que comience, que será a las cuatro de la tarde”. Dos toros para Pablo Mendoza, dos para coleneuvo ensayo mexio - 10dero, uno, el embolado, para el pueblo, y diez toretes para la Cuadrilla de Niños debió haber alcanzado éxito porque continuó toreando muchos domingos seguidos; bien pronto tuvo imitadores -lo que se ve se imita-, y los grupos de “chamacos” toreros se multiplicaron en toda la República, llegando a constituir una epidemia, hasta que una Ley expedida por el Ayuntamiento de México, en 1887, vino a prohibir la actuación de los “Niños Toreros” en las plazas de toros del Distrito Federal, y qué, imitada por casi todos los Mandatarios de los Estados, puso coto a la muy legítima ambición de muchos excuincles (sic), de hacerse toreros en la infancia.[8]

Procedencia: Archivo Histórico de Toluca.

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El 18 de abril siguiente, según el cartel localizado, vuelve a presentarse en San Pablo, destacando “un dominguejo fulminante”. Ya en la plaza del Paseo Nuevo se presentó nuestro personaje el domingo 1º de diciembre de 1861, con toros de Atenco, junto a una mojiganga denominada LAS CRINOLINAS Y ARGELINOS, los que picarán en caballos de palo…” Domingo 14 y martes 16 de febrero de 1863 en San Pablo y del 26 de julio del mismo año, Pablo Mendoza vuelve a aparecer en escena, como ocurrió también la tarde de 11 de octubre de ese año cuando se anunció la “CUADRILLA MENDOZA con toros de Atenco, en la que también salieron DOS CABALLOS RELAJOS (sic) CON SUS GINETES ENCOHETADOS, echaron UNOS VALIENTES PERROS CON SUS GINETES, los que trabarán una SANGRIENTA LUCHA, y de la cual han de salir victoriosos. Otro intermedio lo cubrirán Dos Toros para el Coleadero y terminado que sea presentaré (dice Mendoza) un hermoso LEON TEHUANTEPECANO, el cual en una de las próximas corridas luchará con un bravo y arrogante toro…” Por su parte Heriberto Lanfranchi esboza dos perfiles biográficos concretos sobre Pablo y Benito Mendoza, como sigue: PABLO MENDOZA. Popular “capitán de cuadrilla” mexicano, que tuvo su mejor época a mediados del siglo XIX. Toreó a menudo en la capital de México, sobre todo en la plaza de “San Pablo”, aunque también algunas veces en la del “Paseo Nuevo”, cada vez que Bernardo Gaviño lo dejaba. Ya viejo, en 1880, aún seguía en activo, ayudando en lo que podía a su hijo Benito. BENITO MENDOZA. Hijo de Pablo Mendoza, estuvo en una cuadrilla infantil que organizó su padre en 1852 (sic) (el año correcto es 1858). Años después, ya por su cuenta, toreó con frecuencia por toda la república. Mucho tiempo estuvo en activo y aunque nunca se presentó en el Distrito Federal, sí lo hizo en la plaza de “El Huizachal”, Edo. de México, el 3 de diciembre de 1882.[9] También en la Biblioteca Nacional, de la Universidad Nacional Autónoma de México encontré informes que enriquecen el perfil de Pablo Mendoza, a sabiendas que predominan más los datos de sus actuaciones que de su propio hijo Benito. Por ejemplo el primer documento que lo menciona dice: Recibí de Dn. Pablo Mendoza la cantidad de doscientos pesos ($200) que pagó importe de cuatro toros brabos cuya cantidad dejo cargada en la cuenta del Sr. Dn. José Juan Cervantes y es correspondiente al deudo de los abonos vencidos. Y para seguridad del interesado le doy el presente en Toluca a 2 de mayo de 1869. Rafael Jaime (Rúbrica).[10] Esto nos señala que tanto Mendoza como Gaviño en su momento, iban hasta la hacienda de Atenco a escoger el ganado -probablemente de su

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predilección-, liquidándolo allí mismo, para garantizar que el negocio se realizara sin ningún contratiempo. De nueva cuenta, don Pablo, ahora con la venia por parte de Bernardo Gaviño que se convirtió en enorme “obstruccionista”, le deja torear sin ningún tipo de condición, e incluso hasta alterna con el propio gaditano, por lo menos en la corrida del domingo 4 de noviembre de 1866, junto con Mariano González “La Monja”, quienes lidiaron un encierro de Atenco.[11] En los dos documentos siguientes tenemos un panorama crítico “…ayer (Toluca 22 de noviembre de 1862) recibí una carta de Pablo Mendoza que verás y ya los toros estavan en camino, por este otro incidente de que el mismo domingo me pidió una corrida para mañana jueves en esta ciudad para el Hospital de Sangre lo que estava ya temiendo mucho por el datil, mas aguardando el comunicado para afectarnos voy sabiendo que las horas son de Dce Rosa (?) con tal ocurrencia dispuse que ya no vinieran los de la hacienda pues para que la salida de los de Méjico que salen siempre el jueves y este día venían para esta ciudad, mandé que hoy salieran y no unos ni otros tanto que tube de venirme para (…) pero vayan el sábado porque se cayó esta venta, que en partes me alegro porque según supe querían toros a 20 pesos para la sangre de nuestros prójimos resultado que no hay para rayas y no hay recurso porque nadie compra nada, pues el que quería más lo quiere dado a 3 p.s por supuesto dije que no”.[12] Y la situación en que quedaba ajustada la venta de los toros,[13] junto con caballos que seguramente utilizaban para el arreo del ganado, a pesar de que éste sólo fue conducido a la plaza de toros de Toluca y no a la ciudad de México, como era la costumbre, pues la empresa capitalina, junto a Bernardo Gaviño eran los compradores potenciales más seguros en tal negocio. En el caso de Tomás y José María Hernández, los datos también son de suma importancia. No se trataba de dos improvisados. Eran más bien, dos diestros aguerridos que ya veremos en la siguiente información de lo que eran capaces a la hora de ponerse delante de un toro, o de armar escándalo hasta con el administrador de la hacienda de Atenco.

Col. del autor.  

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En el ya conocido Fondo de los Condes Santiago de Calimaya, que venimos citando, aparecen los dos siguientes documentos, cuyas particularidades comentaré en seguida. Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa de la remisión de 10 toros para una corrida que son de lo mejor según Cresencio, y que espera contestación con Zacarías.-Atenco, 9 de diciembre de 1857, 1f. “Muy Señor mío de todo mi afecto y respeto. “Llegó Tomás (¿Hernández?) con el objeto de que se hiciera la vaqueada de los toros para la corrida de la apuesta; pero como yo vine instruido de esa, ya con tiempo se había dispuesto todo lo concerniente para remitir los diez que hoy salen y que según Cresencio y todos es de lo mejor y aún Tomás quiso que recorriera el cercado para escoger alguno pero no encontró mejores que los expresados: se han puesto los medios: ahora falta la suerte (…)” Tomás Hernández, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa sobre la existencia de unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos.-Atenco, abril 29 de 1862, 1f.[14]

Lo que llama la atención de entrada, es la manera en que Tomás Hernández juega un papel decisivo para valorar las condiciones del toro en el campo, antes de conducirlo a la plaza. Su opinión era determinante en la medida en que daba la última palabra al respecto de qué toros saldrían del cercado de Atenco, con dirección a las plazas, e incluso hasta llega a opinar sobre el hecho de que “unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos”, como si existiera un criterio muy particular sobre las características de los toros atenqueños, mismos que, para la época salían al ruedo manifestando diversidad de capaz, como se puede comprobar en la primera crónica taurina publicada en México data de la corrida efectuada el jueves 23 de septiembre de 1852, y que apareció en El Siglo XIX Nº 1367 del sábado 25 de septiembre. Aunque de hecho, la crónica corresponde, en todo caso al festejo del 26, misma que fue publicada, eso sí, dos días después. Heriberto Lanfranchi califica a la crónica de aquella tarde, como la primera de carácter taurino publicada en México. Creo que, dada la importancia del acontecimiento que se reseña, traslado aquí tal testimonio. En él, vamos a encontrarnos con características muy particulares de los toros lidiados aquella ocasión, y que cumplen con el fenotipo navarro. Enseguida de traer hasta aquí la reseña, me ocuparé de abordar un tema en el que la influencia del gaditano pudo dejarse ver en dicha situación. PLAZA DEL PASEO NUEVO.-Domingo 26 de septiembre de 1852. Cuadrilla de Bernardo Gaviño. Toros de Atenco.

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“Deseando la empresa proporcionar cuanto antes a sus numerosos favorecedores, la diversión de toros de que han carecido por tanto tiempo, ha dispuesto comenzar sus corridas en este día. Se lidiarán 6 toros de Atenco. En el intermedio se echarán dos toros para el coleadero, concluyendo la función con el toro embolado de costumbre. La función comenzará después de las cuatro, si el tiempo lo permite. (EL SIGLO XIX. Nº 1367, del sábado 25 de septiembre de 1852). PRIMERA CRÓNICA TAURINA PUBLICADA EN MÉXICO: “FIESTAS DE CUERNOS.- …En la tarde de antier se presentaron seis animalitos de la famosa raza (Atenco), chicos, vellosos en la frente y cuello, y ligeros como todos los de la hacienda de don J. J. Cervantes (el dueño de Atenco en 1852. N. del A.). La concurrencia fue numerosísima en la sombra; en el sol, como pocas veces la hemos visto; y la azotea

bien coronada de gente. El interior de la plaza no ha presentado novedad alguna, ni la necesita, pues se conserva tan primorosa como el día que se estrenó; más el exterior que tiene el soberbio adorno en su frontis de una hermosísima casa, que según sabemos, se destina para café, billares, etc… “A las cuatro y cuarto de la tarde comenzó la corrida con asistencia del Exmo. Sr. Presidente. La cuadrilla de Bernardo se presentó formada de dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores, todos bien vestidos, como se acostumbra siempre en esta plaza. “Antes de comenzar nuestros artículos de cuernos, suplicamos a los peninsulares no establezcan comparaciones entre sus cuadrillas y las nuestras; pues en España, en primer lugar, se hace un estudio especial y detenido de Tauromaquia, y en segundo, allá los grandes toreros tienen sueldos que equivalen a una fortuna, cosa que aquí no podría proporcionarse. Así, pues, huyendo de toda comparación y concretándonos a México, es como haremos nuestras calificaciones.

El cartel de la ocasión.

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“El primer toro que se presentó a la lid era colorado, muy velloso en la frente, corni-cerrado, muy bien armado, ligero y entrador: tomó cuatro varas de Ávila y tres de Magdaleno, una de éstas sobresaliente; y habiendo quedado muy mal herido su caballo, creemos que habrá muerto. Delgado y “El Moreliano” quisieron poner sus dos pares de banderillas adornadas, y sólo pusieron una cada uno; después puso el primero un par de corrientes bien, y otro regular, e igualmente “El Moreliano”, aunque el par que éste puso bien, nos gustó más que el de Delgado. La espada la tomó Bernardo Gaviño y mató al animal de un mete y saca regular. “Segundo toro. Colorado retinto, corni-cerrado, muy velloso, poco ligero y recelosísimo, pues rara vez se puso en suerte. Recibió cinco varas de “Champurrado” y dos de Cruz; del primero dos buenas, y una del segundo. El andaluz Joaquín le puso una banderilla muy adornada y dos corrientes, éstas bastante regular: al saltar este banderillero la valla, el toro quiso brincar tras él, y aunque no lo salvó, le rompió el calzón: repetidas desgracias de éstas le han sucedido y seguirán sucediendo a este andaluz por demasiado confiado al saltar la valla; mientras olvide que los toros de Atenco se distinguen por su tenacidad en seguir al bulto, recibirá más y más golpes, que algún día lo inutilizarán para siempre. Un nuevo banderillero que no conocíamos, José María, puso un par de banderillas adornadas y otro de corrientes bastante regular. Lo mató Mariano González de un mete y saca, que si hubiera sido un poco más alto habría recibido nuestros aplausos. “Tercer toro. Color oscuro, vulgarmente conocido bajo el nombre de hosco, y para que nos entiendan los rancheros, josco, corniabierto, el más grande de la corrida, muy ligero y entrador. Ahora es tiempo de hacer advertir a los picadores la ventaja que hay en esperar a los toros, sobre ir a buscarlos; cuando el animal sale del chiquero con toda su ligereza, corre por el circo deslumbrado, y si se le sigue, además de cansar al caballo, el toro se acostumbra a huir. Si nuestros picadores no abandonan esta manía de correr tras el bicho, y la de coger la pica larga, no saldrán nunca de chapuceros. Recibió cuatro varas de Ávila y ocho de Magdaleno, casi todas éstas buenas, una sobresaliente. “Champurrado” le dio un buen pinchazo, pero habiéndole derribado del caballo, el toro jugaba por el suelo con éste y su jinete; Bernardo, que nunca pierde de vista a toda su cuadrilla, cuando vio en tamaño conflicto al picador, tomó la cola al bicho, el que dando vueltas, hizo tropezar a aquél, y se vieron por algunos segundos a ambos toreros ser el juguete de los cuernos del animal. Sin embargo, se pararon ilesos, cosa que produjo un aplauso y entusiasmo en toda la concurrencia, difíciles de referir. Cruz dio dos piquetes, y en segundo hizo la barbaridad que otras veces, y que se le aplaude mucho en el sol, y por la que merece un mes de cárcel. El toro ensartó al caballo, y el picador se bajó de éste y cogió al bicho de los cuernos, queriendo dominarlo, como otras veces ha hecho con toros más chicos; el presente, que era grande y fuerte, no permitió el desacato, y a

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no ser por Bernardo, el bárbaro Cruz es víctima de su temeridad. No nos cansaremos en reclamar contra este acto de barbarie, digno de los comanches y apaches, ni de suplicar al empresario y a las autoridades que presiden, corrijan esta audacia imprudente que hará morir algún día a ese picador a la vista de todo el público. Delgado y “El Moreliano” pusieron cada uno su par de banderillas adornadas, y un chulillo, Manuel, clavó un par medio regular; no dudamos que llegue a ser un buen banderillero con el tiempo. Llevó la espada el capitán, y después de un golpe en hueso, le dio un buen mete y saca. “Toro cuarto. Del mismo color que el anterior, cornigacho y entrador. Recibió siete varas de “Champurrado” y seis de Teodoro: este muchacho acaba de salir de una larga enfermedad, así que nada extraño es que la falte pujanza para sostener a su cornudo antagonista; entre los piquetes del primero hubo tres buenos, y en uno de éstos dejó dentro la garrocha al toro por más de dos minutos; este bárbaro accidente, que llaman desabotonarse la pica, es visto con mucho desagrado por el público de la sombra, y quisiéramos que se tratara de corregir a toda costa. También vimos otra cosa que mucho nos desagrada, y es picar y poner banderillas al mismo tiempo. Esto fatiga mucho al animal y no le deja entrar bien para la muerte: hágalo enhorabuena Bernardo con el toro que ha de matar; pero no con los ajenos. Si este toro no hubiera sido por sí tan bueno, estamos seguros que Mariano habría degollado al bicho; Bernardo fue el único que puso banderillas, y fueron dos pares de adornadas con lujo y cinco pares comunes, todas bien puestas. El señor de la corrida fue Mariano González, que a la primera estocada en los rubios, o sea en la cruz, mató con gran primor al animal. Bien, muy bien don Mariano; si en las tres corridas siguientes dais la misma estocada, os ofrecemos llamarla, ya que hoy está de moda ese nombre, “la estocada Mariana”. ¿No veis el entusiasmo que produce en el público este modo de matar, mientras que da náuseas y horripila ver derramar bocanadas de sangre al pobre cuadrúpedo? Aplicaos a repetir la estocada de hoy, y contad con nuestros aplausos. “Toro quinto. Del mismo color que los dos anteriores; estaba muy corneado; recibió cuatro varas de Ávila, cuyo caballo murió; Magdaleno dio seis pinchazos, uno de ellos buenos, y otro Cruz; Delgado saltó bastante bien al trascuerno. Pusieron regular su par de banderillas muy adornadas, “El Moreliano”, Joaquín y José María; éste, además, par y medio comunes, y Joaquín dos pares. Lo mató Bernardo a la segunda, de un bonito mete y saca. “Ultimo bicho. De color que llaman colorado bragado; era muy corniabierto y algo cansado: fue el único de la corrida que nos gustó poco. Las nueve varas que tomó de “Chapurrado” y Teodoro, no tuvieron nada de particular. “El Moreliano” puso muy bien su par de banderillas con esa audacia con que se mete al toro, y que al fin le ha de costar caro; además clavó cinco comunes; Delgado puso dos bien, cinco

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regular, todas de las comunes. El bicho pasó a mejor vida de manos de Magdaleno a caballo, del tercer pinchazo. “Entre el tercero y cuarto toros, hubo dos de cola muy mal servidos, a pesar de que el segundo era muy retrechero. Hablando en su idioma a los coleadores, les decimos que no refuerzan mucho el rabo, pues por esto se les queda en la mano, y ya no tienen modo de colear; que espíen el momento en que el toro queda parado en los cuartos delanteros, que es cuando más fácilmente va al suelo el animal. De siete veces que cogieron antier la cola los rancheros, sólo una tiraron al bicho. “Preciso es confesar que no obstante la tarde nublada y desagradable, la corrida estuvo muy bonita y animada, y si continúa el esmero por parte de la cuadrilla y de la empresa, las entradas seguirán en aumento. Se nos asegura que pronto será el beneficio del señor don José Juan Cervantes, dueño del ganado, y es de creerse que el de esa tarde sea de lo más bravo y escogido que haya pisado la plaza de Bucareli, pues además de que lo exige el honor de la persona, lo merecerá la concurrencia, que aseguramos ha de ser numerosísima”·. (El Orden. Nº 50, año I, del martes 28 de septiembre de 1852).[15] En seguida comentaré las referencias que he destacado para mejor apreciarlas. Al mencionar dos toros para el coleadero y además, el toro embolado de costumbre, ello nos refleja el carácter de mezcolanza habido durante buena parte del siglo pasado (que ya pronto será “antepasado”), anejo indispensable y complementario de las diversas corridas efectuadas tanto en la Real Plaza de toros de San Pablo, como en la Plaza de toros del Paseo Nuevo y que tanto gustaban al público de entonces. No concebían una corrida si no llevaba como uno más de sus actos, el coleadero y el toro embolado. Como vemos, la cuadrilla de Gaviño, independientemente de la que presentara Mariano González “La Monja”, está constituida por: dos espadas, cuatro banderilleros, dos chulillos, dos locos, cinco picadores y dos coleadores. Es decir, un auténtico grupo formado con los elementos que por entonces exigía la tauromaquia concebida y realizada en México. Ávila y Magdaleno Vera eran, entre otros los picadores. Para la fecha, quiero suponer simplemente que al respecto del primero, se tratara de uno de los famosos hermanos Ávila, ya fuera Luis, Sóstenes o José María. En cualquiera de los casos, y si esto resultara verídico, encontramos que el torero mexicano aprovechaba cualquier circunstancia para poder actuar en la plaza, pero sobre todo cuando Gaviño tenía compromiso. Bernardo, en algún momento debe haber representado un centro de atención muy especial, puesto que la cantidad de festejos donde actuó marcan la línea de un “mandón” de los ruedos, influyente en todo sentido y capaz de tener finalmente controlado todo el sistema que se movía alrededor de las corridas de toros. En cuanto a José Delgado y “El Moreliano”, de este último puedo decir que pudiera

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tratarse de Jesús Villegas, más tarde conocido con el remoquete de “El Catrín”. Era un torero de Morelia que se entusiasmó tanto cuando vio a Gaviño actuar en alguna plaza michoacana, que dejó a la familia y se fue a hacer la legua con el gaditano. Sin embargo, es Francisco Soria el verdadero “Moreliano” quien pertenece a la cuadrilla del torero español. En todo esto no hay más que una coincidencia y casualidad al mismo tiempo. La suerte del mete y saca era tan común que hasta hubo manera de identificar a cada torero a la hora de ejecutarla. No es casualidad que a grandes estocadas, como las de Mariano González “La Monja” se le

conocieran con denominaciones como la “estocada Mariana”. Adjetivos de grandeza y “eficiencia” también. Siguiendo con las referencias señaladas, es ahora el “Champurrado”, picador de toros y Joaquín, banderillero español, a quienes dedicamos estas líneas. “Champurrado”, aparte de ser el popular atole de masa de maíz con chocolate, leche, canela y azúcar, también es una denominación para calificar un mestizo a otro mestizo. En la época que nos detiene para su revisión el “Champurrado” debe haber sido un picador cuyas características nos pueden ser reveladas por esos maravillosos apuntes de costumbre, recogidos en ASTUCIA de Luis G. Inclán. Joaquín López, banderillero andaluz, quizá estuvo integrado a la cuadrilla de don Bernardo, como un subalterno más. Ya vimos que Gaviño no aceptaba “intrusos” que empañaran su trayectoria artística, sobre todo a la hora de

las ganancias, pero también del renombre que tenía de sobra, ganado por nuestro torero español y mexicano al mismo tiempo.

José María, otro de los picadores, Pilar Cruz, el bárbaro Cruz, es uno más de los varilargueros, temerarios y valientes como el que más, y Manuel Lozano García, banderillero. ACTIVIDADES COTIDIANAS Y QUEHACERES CAMPIRANOS EN LA HACIENDA DE ATENCO A MEDIADOS DEL SIGLO XIX, CON UN SÓLO PROPÓSITO: CREAR EL PERFIL DEL TORO BRAVO. La hacienda de Atenco sigue siendo el mejor ejemplo de lo que significaba la búsqueda y definición del toro bravo durante el siglo XIX en México. No soslayamos al resto de las ganaderías por entonces en circulación, pero los

Aquí tienen ustedes a Luis G. Inclán. Hugo Aranda Pamplona: Luis Inclán El Desconocido. 2a. ed. Gobierno del Estado de México, 1973. 274 p. Ils., retrs., fots., facs.  

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datos con que nos hemos encontrado son sumamente ricos, por lo que nos dan un perfil y una idea por demás exacta de lo que fue el criterio de “selección” bajo el cual se sustentaron los personajes de la hacienda citada. Así tenemos como resultado la consulta y revisión hecha a la colección de documentos denominada: CONDES SANTIAGO DE CALIMAYA, reunida en el Fondo Reservado de la Universidad Nacional Autónoma de México. Por ejemplo, para 1852, en plena época de influencia ejercida por Bernardo Gaviño, encontramos este interesante dato:

18/2 Cervantes, José Ma. le informa a su hermano del éxito de una corrida de toros y del entusiasmo de su afición a esa clase de diversión. Méjico, enero 26 de 1852. 1f. “Con mucho gusto te participo que la corrida de toros ayer ha sido tan sobresaliente que por voz general se dice que hacía mucho tiempo que no se veía igual: los toros jugaron como uno leones y á cual mejor, diez y ocho caballos hubo entre muertos, heridos y lastimados Magdaleno y otros dos picadores”. (…)Tu hermano José María.

El asunto reseñado es muestra de una perfecta armonía que se encontró con los toros atenqueños, pues del resultado que nos indica José María Cervantes, aficionado y de los buenos, es que el toro salido de las dehesas del valle de Toluca encajaba perfectamente en el gusto común de aquel momento. Lo mismo pasó el 22 de febrero, con la pequeña diferencia de un incidente. 18/6 Lebrija, José Manuel, le comenta una corrida de toros.-Méjico, febrero 23 de1852, 1f.

“…la corrida de ayer fue muy buena, pero como el público a la vez de ignorante imprudente, hicieron meter el 5º toro porque no le entraba a la pica, que para los de a pie hubiera sido asombroso; según lo que vi fueron (…) nomás como 14 caballos”. José Manuel.

Lo anterior indica que el 5º toro no fue del todo propicio para la suerte de varas, pero a pesar de que el público se mostró “ignorante e imprudente”, hubo “nomás como 14 caballos” muertos, cuando sólo era común ponerles anqueras a los caballos. La anquera es una cubierta de cuero (timbre) a manera de gualdrapa, que suele ponerse a los potros que se están amansando para la silla; cubre las ancas y la parte media de las piernas; tiene por objeto quitarles las cosquillas, asentarles el paso y educarles el tercio posterior. Suele forrarse interiormente con alguna tela de lana o de algodón; de su parte inferior penden unas piezas de hierro o de bronce calado

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o vaciado, de caprichosas formas, las cuales piezas se llaman higas (más comúnmente ruidos).

En la carta que a continuación mostraré, se encuentra un dato de suyo importante. Se trata de la permanencia excesiva de los toros en los corrales durante varios días, lo cual ocasionaba una baja considerable de peso y presencia, e incluso, el inconveniente de que ese “último toro” enviado a los corrales fuera o no de los enviados desde la hacienda, significaba un baldón para los señores hacendados, quienes así manifestaban, junto con el empresario, -a la sazón Vicente Pozo- su preocupación por lograr siempre complacer a la afición de entonces.

18/3 Cervantes, José María, Sr., a su hijo (José Juan Cervantes) informándole de la venta de 8 toros para una corrida.-Méjico, enero 19 de 1852. 1f. “Mi querido hijo Varias veces me han visto algunas personas con el fin de que me interesara contigo para que bendieras (sic) toros; más yo siempre me he escusado de tomar parte en estos negocios para dejarte obrar con toda

Ilustración de la época que muestra la cabalgadura acompañada de la anquera. Col. del autor.  

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libertad que es necesario, pero anoche no he podido excusarme en un compromiso de esta especie, pues el ministro Ynglés (sic) y el Español personas apreciables y con quienes llevo relaciones me han sorprendido pidiéndome ocho toros de Atenco para una corrida particular que van a dar próximamente los toreros españoles (…)”

“Al Sr. D. José Juan Cervantes. “Muy estimado amigo y Sor. Escribo a V. en la misma plaza, al mismo tiempo de concluir la corrida, para manifestar a U. la notabilísima diferencia que ha habido en la corrida de hoy, comparada con la del domingo pasado en términos de haberse metido el último toro por no haber jugado absolutamente. No sabemos si será porque este estuviera enfermo, o porque tal vez se haya traído equivocadamente sin ser de los del juego del cercado. “Pero lo que si no tiene duda es que la permanencia aquí de una corrida los ocho días que pasan después de su llegada los rebaja de tal manera que perdemos el crédito U. y yo, y solo lo podemos remediar trayéndose corrida por corrida aun cuando sea para U. más molesto, y que tengamos que erogar algún gastito en los baqueros (sic) conductores. Ese es el objeto de la presente que llegará a manos U. a tiempo de que pueda dar sus órdenes para que solo venga ahora una corrida de seis toros en lugar de los 12 pedidos. Creo que en esto además de hacernos a nosotros un servicio muy particular que agradeceremos a U. debidamente el crédito del ganado se conservará intacto, como hasta aquí y no volveremos a tener otro disgusto como el de esta tarde”. Vicente Pozo. (Rúbrica).

Armando de María y Campos: Los toros en México en el siglo XIX, 1810-1863. Reportazgo retrospectivo de exploración y aventura. México, Acción moderna mercantil, S.A., 1938. 112 p. ils.

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La competencia habida entre los toros de Atenco y los del Cazadero comenzó hacia 1852 y se extendió por el resto del siglo XIX con menores expectativas que al principio. Sin embargo, los años de 1857 a 1859 resultaron para la hacienda de Atenco tiempos muy difíciles, a raíz de intensas heladas (18/79 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa de una fuerte helada que hechó (sic) a perder todas las siembras. Atenco, 22 de junio de 1857, 1f. “(…) Tengo el grandísimo sentimiento de manifestar a U. que anoche ha caído una helada tan fuerte, que nada absolutamente quedó de las sementeras de maíz ni aún en S. Agustín”. También: 18/122 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa que la mortandad de los animales amenaza porque no han cesado las heladas. Atenco, 1 de febrero de 1858, 1f. “La mortandad de animales de toda clase, está amenazando mucho con las heladas que no sesan (sic) aún”.) que ocasionaron pérdida de las cosechas, pero sobre todo, deudas, mortandad en las cabezas de ganado en general, el retraso en el pago de la raya de los trabajadores, el posible embargo de tierras de labor como San Antonio, y la presencia de un grupo de pronunciados que amenazaban atacar la hacienda, en mayo de 1858. De la reclamación que hizo Vicente Pozo sobre los toros de Atenco, al Sr. Conde de Santiago de Calimaya, en agosto de 1857, nadie mejor que Antonio Ortiz y Arvizu para explicarnos las razones:

18/93 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa que él no cree que falten toros que el ganado se está corriendo aún (…). Atenco, 8 de septiembre de 1857. “Muy señor mío de todo mi aprecio y respeto: “Digo a la siempre grata de V.E. que no creo que nos falten toros como está U. informado por el Sr. Pozo; lo único que hay es que el ganado no ha descoyado (sic) con la prontitud de otros años en razón de el maltrato del pasto por el yelo (sic) y por eso apruebo que se metan por ahora al potrero en los términos que usted me indica tanto por lo dicho cuanto porque todavía están corriendo con las vacas”.

Luego vino una época de señaladas competencias, establecidas entre los ganados de Atenco y El Cazadero, mismas que ocasionaron un síntoma de orgullo entre todos quienes participaban en la crianza del ganado atenqueño. Veamos.

18/113 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa de la remisión de 10 toros para una corrida que son de lo mejor según Cresencio, y que espera contestación con Zacarías.-Atenco, 9 de diciembre de 1857, 1f. “Muy Señor mío de todo mi afecto y respeto.

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“Llegó Tomás (¿Hernández?) con el objeto de que se hiciera la vaqueada (sic) de los toros para la corrida de la apuesta; pero como yo vine instruido de esa, ya con tiempo se había dispuesto todo lo concerniente para remitir los diez que hoy salen y que según Cresencio y todos es de lo mejor y aún Tomás quiso que recorriera el cercado para escoger alguno pero no encontró mejores que los expresados: se han puesto los medios: ahora falta la suerte (…)”

Del documento aquí reseñado, destacan dos situaciones: la “vaqueada” y esa expresión de tranquilidad y satisfacción: “…se han puesto los medios: ahora falta la suerte…” Vaqueada es derivado de los trabajos que el charro tiene relacionados con el ganado mayor y que por lo común, es diestro en las faenas del jaripeo. Ya vimos que: Chilcualones=caudillo=caladores=caballerango=tentador, expresiones todas que dan en el personaje enterado de la vida del toro en el campo. Aplicados estuvieron en el propósito por enviar lo mejor a la plaza para aquellas jornadas de competencia, misma que dejó entre aquellos que imprimieron su mejor esfuerzo donde “se han puesto los medios”. Del resultado que generara el espectáculo “ahora falta la suerte…” para sentirse complacidos de lo que significaba el juego de los toros en la plaza. Los dos documentos que a continuación reseño, tienen un profundo sentido de la realidad, y de la organización que se llevaba en Atenco para concretar con las tareas del herradero, el control de cabezas de ganado, pero también, y en el fondo, de lograr en medio de aquel quehacer, el fin último de calar y seleccionar a los toros enviados a las plazas.

Si bien esta imagen corresponde a un encierro de Atenco enviado a comienzos del siglo XX a la plaza de toros “México” de la Piedad, por otro lado conserva el fenotipo característico de aquellos ejemplares que se lidiaron en buena parte del XIX. Col. del autor.

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18/176 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa de los herraderos que hizo al ganado.-Atenco, 8 de septiembre de 1858, 1f. “El lunes y martes hize (sic) los herraderos que se compusieron de 114 vezerros (sic) incluso 18 de media señal y todo el vecerraje (sic) muy bonito y grande como nunca se había hecho sin duda alguna en razón de no haberse ordeñado. El de los potros ascendió a 37 cabezas y además 6 mulitas”. 18/213 Ortiz y Arvizu, Antonio, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa del herradero en la vaquería. Atenco, agosto 23 de 1859, 1f. “Hoy hice el herradero de la vaquería y asendió (sic) a 171 cabezas de fierro y 11 de media señal, todo el becerraje grande y muy gordo, de modo que me acordé mucho de U. y sentí que no lo hubiera visto”.

Toda esta información representa la búsqueda, el asentamiento que lograron todos los involucrados en Atenco, respecto al serio compromiso por tener un toro digno para lidiarse en las plazas. Sin embargo

18/163-B Tomás Hernández, carta a José Juan Cervantes en la ciudad de México, le avisa sobre la existencia de unos toros que a pesar de su mal color se puede disponer de ellos.-Atenco, abril 29 de 1862, 1f.

En Atenco predominaba el toro con pelo colorado y rebarbo, típica influencia de sangre navarra (misma que pudo reafirmarse en el siglo XVIII, cuando llegó a la Nueva España un importante grupo de población vasco-navarra) la cual debe haber venido acompañado de su correspondiente modus vivendi, en el cual pudieron incluirse ganados de esa región específica. Que Tomás Hernández se esté refiriendo a toros “…que a pesar de su mal color”: ya de pelo negro, cárdeno o berrendo (en negro o en colorado), “se puede disponer de ellos”. Muy curiosa esta ocurrencia que quizá no casaba con el común denominador de los toros enviados a las plazas. El documento que nos ocupa en la parte última de esta colaboración, revela una vez más el calificativo de “brabos” (sic) a toros que proceden de Atenco, en un año como el de 1869, cuando las corridas están prohibidas en la capital del país, más no en la provincia.

6/18.8 Recibí de Dn. Pablo Mendoza la cantidad de doscientos pesos ($200) que pagó importe de cuatro toros brabos cuya cantidad dejo cargada en la cuenta del Sr. Dn. José Juan Cervantes y es correspondiente al deudo de los abonos vencidos. Y para seguridad del interesado le doy el presente en Toluca a 2 de mayo de 1869.

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Además, Pablo Mendoza es otro de los toreros que representaban a los diestros nacionales, junto a Mariano González “La Monja”, Toribio Peralta “La Galuza”, Tomás, José María y Felipe Hernández cuando Bernardo Gaviño se encuentra ausente de México, toreando en Perú. Con todos los datos hasta aquí anotados, tenemos ya una idea del quehacer en la hacienda de Atenco, mismo que nos ha mostrado cómo se efectuaban labores diversas tendientes a encontrar un toro con las condiciones necesarias para la lidia. La suma de experiencias que se concentraron en aquellas actividades nos dicen que el papel que jugó el administrador (en estos casos: José María Lebrija y Antonio Ortiz y Arvizu) en compañía de los ya conocidos vaqueros y caballerangos (caballericeros, o encargados de las caballerizas) fueron capaces de obtener los resultados que se traducen en datos que dan idea del acontecer cotidiano y campirano de la vida en una hacienda tan importante para la fiesta como fue, es y ha sido Atenco. CONCLUSIONES Definitivamente, la cohesión de todos los elementos reunidos y revisados aquí, dejan ver que estos funcionaron de una forma perfectamente equilibrada, a veces sin necesidad del diálogo, pues tal era la fuerza del hilo conductor que operaba en el espacio rural o en el urbano, que las puestas en escena discurrían, en efecto, bajo el dictado de un “guión” previamente establecido. Pero también, y durante su desarrollo aquello se desbordaba de manera espontánea aunque sujeta a los patrones impuestos. Tal estado de cosas se consolidó sobre todo en el centro del país. Parece que lo que ocurría en el resto, donde se estaban constituyendo una especie de feudos, tomaban y hacían suyo lo que consideraban pertinente, dándole su propia interpretación. Con la prohibición a las corridas de toros impuesta en 1867, comenzó a dispersarse ese espíritu, del que pudo recuperarse alguna evidencia luego de la reanudación de estos festejos, a partir de 1887, pero ya sin el toque peculiar de los años anteriores, cuyo análisis aquí termina.

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[1]*Presidentes conservadores durante la guerra de tres años, la cual se desarrolló entre el 17 de diciembre de 1857 y el 1º de enero de 1861. [2] Edmundo O´Gorman: México. El trauma de su historia. México, Universidad Nacional Autónoma de México (Coordinación de humanidades), 1977. XII-119 p. [3] José Francisco Coello Ugalde: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia. 2006. 251 + 629 p. (Anexos). Ils., fots., retrs., tablas. (En proceso de presentación). [4] Ramos Smith, Maya: Los artistas de la feria y de la calle: espectáculos marginales en la Nueva España (1519-1822). México, Centro de Investigación

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Teatral “Rodolfo Usigli”, Instituto Nacional de Bellas Artes, CONACULTA, Litografía Cozuga, S.A. de C.V., 2010. 296 p. Ils., facs., p. 57. [5] Op. Cit., p. 58. [6] José Francisco Coello Ugalde: Novísima grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs., p. 91-6. [7] Los Toros. Año II, Nº 48, Madrid, 8 de abril de 1910, p. 14. [8] Armando de María y Campos, en su libro Imagen del mexicano en los toros. México, “Al sonar el clarín”, 1953. 268 pp., ils., p. 179-182. [9] Heriberto Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots. Vol. 2, p. 658. [10] Universidad Nacional Autónoma de México. Biblioteca Nacional. Fondo Reservado: Condes Santiago de Calimaya, en adelante [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº. 6/18.8 [11] [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 10/22 ESTADO GENERAL DE LAS CORRIDAS DE TOROS VERIFICADAS ENTRE LOS MESES DE ENERO Y DICIEMBRE DE 1866, EN LA PLAZA DE TOROS DEL PASEO NUEVO. Día Fecha Utilidad Ganancia Domingo 07.01.1866 $491.00 $245.50 Domingo 14.01.1866 $629.60 $314.50 Domingo 21.01.1866 $1242.50 $621.25 Domingo 11.02.1866 $794.70 $397.50 Martes 13.02.1866 $1105.00 $552.50 (Toluca) 01.04.1866 $388.40 $194.20 Domingo 16.09.1866 $732.60 $366.30 Domingo 30.09.1866 $1017.00 $508.40 Domingo 07.10.1866 $979.70 $489.35 Domingo 14.10.1866 $793.40 $395.25 Domingo 21.10.1866 $570.10 $285.05 Domingo 28.10.1866 $733.10 $366.05 Domingo* 04.11.1866 $889.40 $444.60 Domingo 14.11.1866 $547.20 $273.50 Domingo 18.11.1866 $572.00 $286.00 Domingo 25.11.1866 $439.60 $219.50 Domingo 09.12.1866 $386.20 $193.10 Domingo 16.12.1866 $165.00 $82.40 Domingo 23.12.1866 $18.60 $9.30 *En esta corrida, Bernardo Gaviño toreó con Mariano González “La Monja” y Benito Mendoza. [12] [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 22/93 Lebrija, Agustín, carta a Da. Ana Ma. Lebrija de Cervantes en la ciudad de México, le informa de la salida de toros para corridas y de la cosecha de cebada y nabo.-Toluca 22 de noviembre de 1862. 2f.

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[13] [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 40/117)s/n Sr. D. José Juan Cervantes. Atenco mayo 10 de 1860. Conforme con lo que se sirva U. ordenarme en su at.a de 3 del presente, entregué a Pablo Mendoza cuatro toros que jugaron el domingo en Toluca y cuyo importe, a razón de 50 p.s cada uno, lo pagó después de la corrida: también se le mandaron los cuatro caballos de los cuales solo volvió tres, porque uno murió en la plaza. Ramón Ortiz y Arvizu (Rúbrica). [14] [B.N./F.R./C.S.C.] CAJA Nº 18, exp. 113 y 163-B. [15] Lanfranchi: La fiesta brava en México y en España…, op. cit., vol. 1, p. 147-8. BIBLIOGRAFÍA COELLO UGALDE, José Francisco: grandeza de la tauromaquia mexicana (Desde el siglo XVI hasta nuestros días). Madrid, Anex, S.A., España-México, Editorial “Campo Bravo”, 1999. 204 p. Ils, retrs., facs. –: “Atenco: La ganadería de toros bravos más importante del siglo XIX. Esplendor y permanencia”. Universidad Nacional Autónoma de México. Facultad de Filosofía y Letras, División de Estudios de Posgrado. Colegio de Historia. 2006. 251 + 629 p. (Anexos). Ils., fots., retrs., tablas. (Se encuentra pendiente la defensa y lectura de tesis). LANFRANCHI, Heriberto: La fiesta brava en México y en España 1519-1969, 2 tomos, prólogo de Eleuterio Martínez. México, Editorial Siqueo, 1971-1978. Ils., fots. MARÍA y CAMPOS, Armando de: Imagen del mexicano en los toros. México, “Al sonar el clarín”, 1953. 268 p., ils. O´GORMAN, Edmundo: México. El trauma de su historia. México, Universidad Nacional Autónoma de México (Coordinación de humanidades), 1977. XII-119 p. RAMOS SMITH, Maya: Los artistas de la feria y de la calle: espectáculos marginales en la Nueva España (1519-1822). México, Centro de Investigación Teatral “Rodolfo Usigli”, Instituto Nacional de Bellas Artes, CONACULTA, Litografía Cozuga, S.A. de C.V., 2010. 296 p. Ils., facs HEMEROGRAFÍA Los Toros. Año II, Nº 48, Madrid, 8 de abril de 1910. BIBLIOTECAS Y ARCHIVOS Universidad Nacional Autónoma de México. Biblioteca Nacional. Fondo Reservado: Condes Santiago de Calimaya.

© José Francisco COELLO UGALDE